Daniel Innerarity · 2019-05-30 · la ciencia, de los distintos subsistemas sociales, que no ha...

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Conferència pronunciada en l’acte solemne del lliurament dels Premis Anuals de la SEBAP celebrat al Saló de Cent de l’Ajuntament de Barcelona 25 de març de 2019 SOCIETAT ECONÒMICA BARCELONESA D’AMICS DEL PAÍS -1822- COMPLICAR LA DEMOCRACIA Daniel Innerarity

Transcript of Daniel Innerarity · 2019-05-30 · la ciencia, de los distintos subsistemas sociales, que no ha...

Conferència pronunciada en l’acte solemne del lliurament dels Premis Anuals de la SEBAP

celebrat al Saló de Cent de l’Ajuntament de Barcelona

25 de març de 2019

SOCIETAT ECONÒMICA BARCELONESAD’AMICS DEL PAÍS -1822-

COMPLICAR LA DEMOCRACIADaniel Innerarity

SOCIETAT ECONÒMICA BARCELONESA D’AMICS DEL PAÍS

Complicar la democracia

Daniel InnerarityCatedràtic de Filosofia Política de la Universitat del País Basc

Conferència pronunciada en l’acte solemne del lliurament dels Premis Anuals d’Amics del País

celebrat al Saló de Cent de l’Ajuntament de Barcelona

25 de març de 2019

Edita: Societat Econòmica Barcelonesa d’Amics del PaísDipòsit Legal B 14965-2019

Introducción

La principal amenaza de la democracia no es la violencia, nila corrupción o la ineficiencia sino la simplicidad. Nadiediría que la simpleza, con ese aire de inocente descompli-cación, puede actuar de manera tan corrosiva sobre la vidapolítica, pero en ocasiones los enemigos menos evidentesson los más peligrosos. Mi proyecto de elaborar una teoría dela democracia compleja se plantea precisamente como unacrítica de esa “rebelión contra la complejidad” que caracterizaal tipo de política dominante en las sociedades contem-poráneas. La uniformidad, la simplificación y los antago-nismos toscos ejercen una gran seducción sobre aquellosque no toleran la ambigüedad, la heterogeneidad yplurisignificación del mundo, que son incapaces de recono-cer de manera constructiva la conflictividad social. En suforma actual, la práctica política constituye una capitu-lación ante lo complejo, en lógica correspondencia con elhecho de que tampoco la conceptualización de la filosofíapolítica está a la altura de la complejidad social. Se requiereotra forma de pensar la democracia y otro modo de gobernarsi es que sigue teniendo sentido aspirar a que la democra-cia sea compatible con la realidad compleja de nuestrassociedades.

Me dirijo a quienes no creen en las respuestas simples perotampoco quieren desesperar ante la complejidad de los

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problemas. De alguna manera formulo aquí la recapitu-lación y síntesis de una trayectoria de investigación que meha llevado a analizar la complejidad de los tiempos, delconocimiento, del espacio y de la Unión Europea. Pretendohacer una teoría de lo que había investigado sectorialmente.Puede que sea un tanto exagerado aquel lugar común segúnel cual no hay nada más práctico que una buena teoría;podemos estar seguros, sin embargo, de que nada haymenos práctico que la mala teoría o la falta de teoría, esdecir, el déficit de comprensión de lo que está pasando cuan-do la realidad social ha cambiado hasta el punto de resultarininteligible si uno la divisa desde los antiguos conceptos.Después del “giro cognitivo” o “ideational turn” de la teoríapolítica en los años noventa (Blyth 1997), cabe afirmar que lademocracia vive actualmente un “momento teórico” queresponde a la necesidad de volver a pensarla en unas cir-cunstancias que contrastan notablemente con aquellas quedieron origen a la mayor parte de su marco categorial. Podríaestar ocurriendo que lo que fueron en su momento “fic-ciones útiles” se hayan convertido en “simplificaciones con-fusas” y que la más prometedora renovación de nuestrasdemocracias sea el resultado de hacerlas más complejas(Rosanvallon), en consonancia con una realidad que hadejado de encajar en las viejas simplificaciones. Y cuandoaquello sobre lo que se ha de teorizar es la democracia nobasta con que el resultado sea verdadero; es necesario quesea además inteligible, pero también que responda a las

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expectativas normativas que se contienen en la invencióndemocrática y los valores nucleares de esta forma de organi-zación de la convivencia humana. Porque es posible que unaparte de nuestra desafección política tenga algo que ver conel hecho de que entendemos muy poco nuestro tiempo,cómo funciona esta sociedad y cuáles son nuestras posibili-dades de acción en ella.

La simplicidad que critico tiene dos versiones: como inade-cuación conceptual y como instrumento ideológico, esdecir, como un asunto teórico y como un problema prácti-co. En un caso se trata de falta de adaptación a las transfor-maciones del mundo contemporáneo, mientras que en elotro me refiero a un conjunto de prácticas políticas que —talvez debido a que no han sido precedidas por una reno-vación conceptual— agravan esa penuria configurando elcombate político como una simplificación interesada. Larenuncia a la sofisticación teórica da lugar a una prácticapolítica que beneficia a quien mejor se maneja en el com-bate por la simplificación, aunque de este modo no se aporteninguna claridad e incluso se dificulte la inteligibilidad de loque realmente está en juego.

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1. Un desfase teórico: viejos conceptos, nuevas realidades

En el primer caso el simplismo procede de la falta de actua-lización de nuestros conceptos políticos, que fueron pensa-dos en una época de relativa simplicidad social y política,antes de los grandes conflictos sociales que inauguraron elmundo contemporáneo, con sociedades relativamentehomogéneas que no conocían el actual pluralismo culturaly político, con tecnologías muy poco sofisticadas si las com-paramos con las que actualmente empleamos, en medio deunas condiciones de gobierno relativamente simples, conespacios autárquicos y desconectados. Tal vez no hayamejor síntesis de esta simplicidad que la formulada porRousseau en sus Considérations sur le gouvernement dePologne escritas en 1772: los pequeños estados “prosperanprecisamente porque son pequeños, porque los jefes puedenver por ellos mismos el mal que se hace y el bien que tienenque hacer, y porque sus órdenes se ejecutan delante de susojos”. Las ideas de legitimidad, soberanía, representación oautoridad respondían a esta simplicidad donde no habíaespacio para la interdependencia, inabarcabilidad y ace-leración que caracteriza a nuestras actuales democracias. Opensemos en la idea de John Stuart Mill de que la sociedaddebe ser concebida como la mera suma de sus individuos,sus acciones y pasiones individuales. El efecto quecualquier combinación de los fenómenos sociales puedatener corresponde exactamente a la suma de los efectos

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individuales de dichas circunstancias. Un pensamiento deeste estilo no podía imaginar las lógicas emergentes de lasociedad y las interacciones que la atraviesan, propiedadesque no se explican desde la simple agregación de accionesindividuales.

Las sociedades ya no son así pero el marco categorial con-tinúa como si lo fueran. Ese desfase de la teoría políticatiene mucho que ver con una evolución de la sociedad, dela ciencia, de los distintos subsistemas sociales, que no hasido acompañada con la correspondiente renovación de lascategorías políticas. Pensemos en la evolución de la cienciadurante estos años. Ciencia moderna y democracia moder-na eran empresas íntimamente relacionadas. El mundocalculado por Newton o Laplace era el mismo que aquelcuyo gobierno formularon Rousseau o Adam Smith. Era laépoca de la visión mecánica del mundo, de la ciencia mo-derna y sus categorías epistemológicas. No es de extrañar,por tanto, que los conceptos básicos de la teoría políticaprocedan de una física social elaborada con las categoríasmecanicistas del mundo natural. De esta concepción delmundo han salido, por ejemplo, la visión realista de lasrelaciones internacionales, la interpretación funcionalistade la integración europea o las prácticas de los planifi-cadores urbanos. Edgar Morin ha sido uno de de los pio-neros en señalar que ese ya no es nuestro mundo y enteorizar acerca de las ciencias de la complejidad. Ocurre

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además que, mientras la ciencia ha cambiado buena parte desus paradigmas, los conceptos centrales de la teoría políticano han llevado a cabo la correspondiente transformación.Nuestros modelos de decisión, previsión y gobierno siguenestando basados en unos criterios de verosimilitud que no secumplen en las condiciones de una intensa complejidad.Cada vez es más evidente la escasa utilidad de viejos instru-mentos concebidos para espacios delimitados y para tiem-pos lentos y sincronizables.

Pensemos en la evolución de las metáforas que nos han idosirviendo para explicar el funcionamiento de las socie-dades: en el siglo XVIII, la construcción política se imagina-ba según la lógica de aparatos mecánicos como relojes ybalanzas, en el XIX, con organismos y en el siglo XX, con fun-ciones y estructuras (con sistemas cibernéticos). ¿Tenemoshoy una teoría política a la altura de la complejidad quedescriben las ciencias mas avanzadas? La neurología, porejemplo, nos está surtiendo actualmente de visiones y con-ceptos en relación con los cuales nuestras formas vigentesde gobierno aparecen como simplificaciones inadecuadas.No parece posible que seres humanos dotados de una talsutileza neuronal se organicen políticamente de una man-era tan rudimentaria.

Son simples aquellas interpretaciones de la realidad queofrecen explicaciones lineales, binarias o moralizantes y

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que sobrevaloran las propias capacidades de intervenciónsobre ella, que desconocen la dimensión trágica y cómica delas cosas, es decir, la interferencia de principios y valoresque se solapan y desplazan, combaten entre sí o hacen laspaces en un equilibrio inevitablemente precario. Las solu-ciones simples suelen producir una distensión momentáneade la perplejidad y los conflictos, pero acaban empeorandolas cosas, en el plano del conocimiento y de la acción, dis-minuyendo nuestra capacidad cognitiva y nuestras opcionesprácticas. Cuando una filosofía política excesivamente nor-mativa antepone las categorías morales a la sutileza analíti-ca; cuando la unidad colectiva deja de prestar atención a laslógicas de pluralización y exclusión; cuando la teleologíahistórica se da por supuesta sin registrar los fenómenos dedisipación y pseudomovimiento, entonces lo que tenemos esuna teoría con escasez de observación, un normativismoenfrentado a un mundo que no comprende, que compensasu penuria analítica con la prescripción.

Se podría formular este drama, que es de entrada teórico, enlos términos de una pregunta inquietante acerca de lacapacidad de la filosofía política a la hora comprender lacomplejidad del mundo actual y proporcionar algún tipo deorientación para gobernarlo. ¿Son capaces nuestras institu-ciones de gobernar un mundo de creciente complejidad?¿Puede sobrevivir la democracia a la complejidad del cam-bio climático, de la inteligencia artificial, los algoritmos y los

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productos financieros? ¿O hemos de concluir resignada-mente que esa complejidad constituye una verdadera ame-naza para la democracia? Si no pudiéramos entender ygobernar democráticamente esas nuevas realidades, care-ceríamos de argumentos frente a quienes prometen una eficacia que supuestamente se conseguiría prescindiendode los requerimientos democráticos.

La complejidad no es un hallazgo reciente y cuenta condesarrollos muy notables en varios ámbitos científicos. Hayinvestigaciones parciales que han analizado ámbitos de lacomplejidad en la sociología (Page, Watts), en economía(Arthur, Foley, Kirman, Gintis), en ciencia política (Rodrik,Hausmann, Axelrod), en el urbanismo (Batty, Portugali), enla psicología (Kahnemann), el management (Weick, Senge),pero apenas se ha aplicado la perspectiva de la complejidada la filosofía política. Está por elaborarse una teoría de lademocracia compleja, lo que no es un mero desafío intelec-tual sino una aportación que podría resolver buena partede los dilemas de nuestras sociedades democráticas.Entender la lógica de los asuntos complejos no asegura queseamos capaces de gobernarlos, pero podemos adivinarque sin una teoría adecuada a su complejidad cometere-mos muchos errores prácticos.

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2. Prácticas e ideologías de la simplificación

Si pasamos de la teoría a la práctica, nos encontramos conque la incapacidad de concebir una política compleja secorresponde con la de llevarla a cabo de un modo que no lasimplifique y empobrezca. Esta segunda categoría del sim-plismo es pragmática y obedece a una estrategia inten-cional para esquematizar el campo político en beneficiopropio. Nuestros sistemas políticos no están siendo capacesde gestionar la creciente complejidad del mundo y sonimpotentes ante quienes ofrecen una simplificación tran-quilizadora, aunque sea al precio de una grosera falsifi-cación de la realidad y no representen más que un aliviopasajero. Hay multitud de ejemplos prácticos de esa reduc-ción indebida de la complejidad. Quien hable hoy delímites, responsabilidad, intereses compartidos tiene todaslas de perder frente a quien, por ejemplo, establezca unasdemarcaciones rotundas entre nosotros y ellos, o una con-traposición nada sofisticada entre las élites y el pueblo, demanera que la responsabilidad y la inocencia se localicende un modo tranquilizador. El énfasis en las propiedadespersonales del líder político es una simplificación útil queparece recuperar la inteligibilidad de lo político y acentuasu valor de entretenimiento. La creciente significación delcarisma (y su correspondiente fugacidad) es un indicativode que el momento personal representa una huída frente ala complejidad de las cosas. Otra capitulación ante la com-

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plejidad que genera una gran atracción es maximizar lacategoría de la eficacia del sistema político, generalmenteen clave económica, aunque esto venga acompañado deuna elocuente renuncia a reflexionar desde la perspectivade la justicia acerca de los criterios por los que calificamoscomo eficaz a un tipo de resultado. Entre las cosas quehacen más soportable la incertidumbre, nada mejor que ladesignación de un culpable, que nos exonere de la difíciltarea de construir una responsabilidad colectiva. Pocoimporta que muchos candidatos propongan solucionesineficaces para problemas mal identificados, con tal de queambas cosas —problemas y soluciones— tengan la nitidez deun muro, se haya designado un culpable absoluto o seantan gratificantes como saberse parte de un nosotros incues-tionable.

Desde el punto de vista ideológico, la principal consecuen-cia de esta renuncia a la complejidad es el establecimientode una gran ruptura, una insostenible división del trabajoentre el principio de realidad y el principio de placer, entrela descripción de la realidad y el plano normativo, entreentre tecnocracia y populismo, entre quienes se ocupan deque las cosas funcionen y quienes únicamente pareceninteresados en cómo deberían funcionar. La escisión de lasrazones tecnocráticas y las razones populistas, que con-trapone efectividad y democracia, es la gran quiebra quecaracteriza a nuestras sociedades democráticas y configura

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hoy en día el principal eje de antagonismo político. La con-sagración de esta ruptura viene a ser el resultado de aqueldebate acerca de la compatibilidad entre democracia ycomplejidad que tuvo lugar a finales de los años 60 del siglopasado. Se trata de un marco que obliga a elecciones trági-cas desde el punto de vista de nuestras conviccionesdemocráticas pero también para la eficacia de nuestros sis-temas de gobierno: quien se desentiende de la complejidadtermina gobernando ineficientemente, pero quien sólo sedeja guiar por criterios técnicos olvida las obligaciones delegitimación, y en ambos casos se acaba lesionando tantolas exigencias de la eficiencia como las de la democracia.

Algo similar puede verse en nuestras principales construc-ciones ideológicas: las distinciones izquierda-derecha,conservador-progresista, élite-pueblo, transformación-conservación proporcionan más orden en el mundo delque co-rresponde a una adecuada descripción de su com-plejidad y sus contradicciones. Se podría decir que expli-can demasiado poco porque explican demasiado, porqueordenan, categorizan y simplifican más de lo que la com-plejidad de las cosas permite. Son distinciones que obede-cen a una necesidad de orientación que capitula ante unasociedad diferenciada y compleja.

Los principales grupos ideológicos que configuran nuestropaisaje político mantienen por lo general un andamiaje

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ideológico que no está en consonancia con la complejidadsocial, ni la izquierda socialista, ni la derecha conservado-ra, ni los liberales individualistas, porque en última instan-cia el modo como conciben sociedad e individuo, transfor-mación y conservación, ni por sus objetivos, ni por susmétodos de intervención están a la altura de la actual com-plejidad social. La izquierda maneja la metáfora de latransformación para superar la crisis del capitalismo. Elcapitalismo equivaldría a la sociedad en su conjunto,entendida como un objeto identificable y disponible que sepuede manejar desde el poder político. La izquierda suelesuponer que el mundo se puede describir con objetividad yque nuestra actuación sobre él está regida por causalidadesque vinculan directamente las acciones con los efectos. Laperspectiva conservadora es más realista en el sentido deque cuenta con la dinámica propia del sistema sobre el que—a su juicio— tan escasamente se puede intervenir. En uncontexto tan dinámico como el de la sociedad contem-poránea la pasividad es un modo de actuar, una ideologíaque se presenta como carente de ella, pero implica unadimisión frente a los problemas que únicamente puedenempeorar cuando no se hace nada. En su vertiente cultu-ral, los conservadores apelan a un tipo de homogeneidadsocial y a unos valores que no corresponden a la hetero-geneidad y pluralismo de las sociedades contempráneas. Ylos liberales tienen un concepto de individuo, de mercadoy de rational choice que parece desconocer dimensiones de

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la complejidad social como la inserción de los sujetos enlos sistemas, los condicionamientos estructurales de nues-tras decisiones o la gran cantidad de intervenciones que espreciso llevar a cabo para que funcione esa institución delmercado de la que tienen una concepción reducionista.

Para que estas ideologías representen opciones útiles a lahora de gobernar la sociedad actual es necesario que seconciban de una manera más sofisticada y que piensen enotros medios de intervención más acordes con la nuevarealidad social. Una sociedad compleja se ve obligada arenunciar a configurar algo así como una instancia centraldesde la que ordenar el funcionamiento de las distintas ló-gicas que intervienen en la sociedad. El mundo no puedeser gobernado por un Comité Central, por Google, por losexpertos o el Ejército de Liberación del Pueblo, pero noporque estos sean malvados o tengan aviesas intencionessino básicamente porque su estructura para procesar lainformación y gobernar no se corresponde con la riquezade los elementos, valores, información e inteligencia dis-tribuida de una sociedad compleja. Pese a lo cual, la ma-yoría de los diagnósticos y propuestas políticas no renun-cian a ello: la derecha sigue pensando en la comunidad yen la cohesión de un pueblo homogéneo, los liberales en lasoberanía del individuo y la infalibilidad de los expertos, laizquierda en una transformación política de la sociedad.Son descripciones politizadas que sobrevaloran las posibi-

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lidades de acción colectiva por medio de intervencionescentrales. Unos tienen excesiva confianza en la capacidaddel estado para intervenir desde fuera y otros confíandemasiado en los comportamientos individuales y en lacapacidad de autocorrección del sistema. El programa li-beral de resolver todos los problemas mediante la austeri-dad es tan insuficiente como la creencia de que se puedensolucionar a través de la participación o moralizándolos.Lo primero que nos enseña el enfoque de la complejidad esque la intervención en la sociedad tiene que ser realizadamediante procedimientos más sutiles y combinados. Escierto que los sistemas complejos están continuamenteorganizándose a sí mismos y este proceso no es compatiblecon el intento de controlarlos. En este punto tienen razónlos liberales, pero no consideran la otra cara de la realidad,las ineficiencias de la auto-regulación o los resultados inde-seados de la agregación. El socialismo es más ambicioso ensu intervención, pero frecuentemente menos consciente desus límites. La política de la complejidad apunta a una com-binación de ambos enfoques, en la medida en que acepta lacomplejidad del sistema pero al mismo tiempo sabe que susintervenciones tendrán una influencia en la realidad emer-gente de las sociedades.

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3. Mejorar la democracia haciéndola mas compleja

La idea de democracia que planteo en este libro pretendesuperar la contraposición entre democracia y complejidadsin que se resientan las aspiraciones democráticas ni laefectividad de los gobiernos. ¿Cómo pensar esta compatibi-lidad? Sin duda, siempre habrá tensiones irresueltas entreideales que no son fácilmente compatibles, así como sensi-bilidades ideológicas más preocupadas por lo uno o por lootro, pero lo que actualmente tenemos es mas bien unaincompatibilidad de principio y eso es lo que deberíamosser capaces de superar. Mi hipótesis es que esa ruptura seproduce por un déficit de complejidad de nuestras institu-ciones (en comparación con la de los problemas que deberesolver) y que sólo la sutura entre democracia y compleji-dad puede resolver adecuadamente. Una teoría de lademocracia compleja puede constituir el marco conceptualmás adecuado para articular exigencias que sólo resultancontradictorias porque nuestra idea de democracia y nues-tras prácticas de gobierno no se han abierto a la perspectivade la complejidad. La democracia no es incompatible con lacomplejidad, todo lo contrario. Su dinamismo interno y sucapacidad de auto-transformación le convierten en el sis-tema de gobierno mejor preparado para gestionarla.

Pensar hoy la democracia requiere examinar la congruen-cia entre la complejidad del sistema y la de sus problemas.

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Hay un principio general de teoría de las organizacionesque advierte que el aumento de incertidumbre del entornoexige un aumento de complejidad del sistema en términosde capacidad de anticipación y respuesta (Wagensberg).Luhmann formuló a este respecto una teoría de la “comple-jidad adecuada” que puede darnos alguna indicación acer-ca de cómo pensar actualmente la democracia: “la comple-jidad interna del sistema debe estar en una relación ade-cuada con la complejidad del entorno” (Luhmann). Los sis-temas complejos necesitan una correspondiente arquitec-tura compleja de gobierno para su auto-organización. Lacibernética lo planteaba como “la ley de la pluralidad exigi-da” (Ashby) porque sólo la complejidad puede reducir lacomplejidad. Cuando más complejidad propia, más com-plejidad exterior se puede reducir, más amplio es el radiode la percepción y mayores son los ámbitos de juego de ladecisión. La flexibilidad sería un caso de esa capacidad, porejemplo, frente a una estabilidad indeseable; la simplifi-cación (de sí mismo y del entorno) podría entenderse, porel contrario, como una consecuencia del déficit de comple-jidad propia.

Las organizaciones son “instrumentos de reducción de lacomplejidad” (Arrow), pero hay buenos motivos para pen-sar que ese estado moderno que Henri Lefebvre definiócomo el "gran reductor" de la complejidad de la sociedad eshoy un instrumento de simplificación indebida frente a los

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problemas que plantea una sociedad más diversa, unastecnologías sofisticadas y un escenario global de interde-pendenicas. Una democracia que gobierne las contingen-cias producidas por sus sistemas funcionales autónomos,sus interdependencias y sus riesgos, no puede mantenerseen las estructuras simples de la primera democracia. Laarquitectura de la política clásica es infracompleja e inade-cuada para los problemas generados por la sociedadactual; no tiene el correspondiente nivel de complejidadpropia a la hora de elaborar la información, ni las compe-tencias cognitivas, ni sofisticados procesos de decisión. Noes solo que cuanto más complejas las instituciones políti-cas, más estable y socialmente eficientes serán los resulta-dos; tampoco se trata de rendirse con un gesto pesimistaante las exigencias contradictorias de la realidad. La com-plejidad es, para la democracia, algo más que una condi-ción de eficacia o una aceptación de realismo; representauna oportunidad de completarla haciendo valer dimensio-nes que suelen ser desatendidas en la celebración unilate-ral de alguna de sus dimensiones.

Un ejemplo de la capacidad de tramitar complejidad nos loproporciona el historiador de la economía Joel Mokyr consu idea de que el Parlamento británico representó en sumomento la mayor concentración de intereses de todas lasinstituciones de Europa. Gracias a la gran cantidad de infor-mes acerca del mundo de que disponía, tenía mucha másinformación que la del resto de las monarquías europeas, loque permitió unas mejores leyes acerca de la propiedad y la

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industria que condujeron al crecimiento económico y larevolución industrial. ¿Están capacitados nuestros actualessistemas políticos para tramitar una complejidad análoga?

El problema al que nos enfrentramos es también másamplio que el correspondiente a unas meras reformaspolíticas. Un cuestionamineto generalizado de nuestrosmodos de organizarnos exige toda una transformación delos modos habituales de gobernar. Venimos de un modelode organización propio de la sociedad industrial con unaestructura económica fordista, formación de la voluntadpolítica en el marco estatal, con unos itinerarios vitalesmás o menos bien definidos, estratificación social establey reglas claras para el ascenso social, además de unosroles claros en cuanto a las generaciones y el género. Setrataba de un modelo estructurado por una administraciónestatal y una integración de los expertos, una combinaciónde capitalismo, estado del bienestar y progreso técnico-científico. La nueva gestión de la complejidad tiene quehabérselas, en cambio, con una dinámica propia másintensa de las distintas lógicas desagregadas de la socie-dad, con los espacios globalizados cuya economía es difícilde regular, donde la autonomía política entra en colisióncon la interdependencia, así como las diferentes velocida-des de los subsistemas políticos, económico o cultural.

La política que opera actualmente en entornos de elevadacomplejidad no ha encontrado todavía su teoría democrá-tica. Tenemos que redescribir el mundo contemporáneo

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con las categorías de globalización, saber y complejidad.La política ya no tiene que enfrentarse a los problemas delsiglo XIX o XX sino a los del XXI, que exigen capacidad degestionar la complejidad social, las interdependencias yexternalidades negativas, bajo las condiciones de unaignorancia insuperable, desarrollando una especial capa-cidad estratégica y aprovechando las competencias distri-buidas de la sociedad civil. Si la democracia ha efectuadoel tránsito de la polis al estado nacional, de la democraciadirecta a la representativa, no hay razones para suponerque no pueda hacer frente a nuevos desafíos, siempre ycuando se le dote de una arquitectura política adecuada. Sila democracia liberal propia de la era industrial permitióhablar de la “inteligencia de la democracia” (Lindblom),su utilidad y eficacia para una sociedad global del conoci-miento más compleja y con mayores demandas es todavíauna cuestión abierta. Una teoría de la democracia comple-ja como la que estoy proponiendo no es la solución detodos nuestros problemas pero sí un primer paso paraexplorar y organizar un laberinto que en buena medidanos es desconocido.

Decía Robert Musil que “la diferencia entre una personanormal y una que está loca es que la normal tiene todas lasenfermedades mentales, mientras que la loca tiene solouna”. Siguiendo esa analogía podríamos afirmar que ladiferencia entre una democracia compleja y una simplifi-cada es que la primera trata de equilibrar —aun pagando elprecio de la inestabilidad o la contradición— valores,

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dimensiones y procedimientos diversos, en ocasiones difí-cilmente compatibles, mientras que la segunda entronizauno de sus procedimientos —ya sea la voluntad instantáneadel pueblo, las promesas de efectividad de los expertos o laestabilidad del orden legal— y desprecia todo lo demás. Silos seres humanos no nos volvemos locos es porque com-pensamos una desmesura con otra; algo similar ocurre conla democracia, que se mejora cuando se complica, es decir,articulando sus elementos de tal modo que se corrija lapotencial deformidad de todo lo que no es contrapesado ylimitado. Una democracia compleja es aquella capaz deorquestar equilibradamente todas sus dimensiones.

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