¿Cuántas vidas necesitas vivir antes · estrellas que aún sabían cómo crear flechas estelares....

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¿Cuántas vidas necesitas vivir antesde que encuentres a alguien por elque valga la pena morir? En lasecuela de lo que pasó en elinternado Espada & Cruz, Luce hasido escondida por su condenadonovio angelical, Daniel, en unaescuela nueva llena de Nephilim, ladescendencia de los ángeles caídosy los humanos. Daniel promete queella estará segura ahí, protegida deaquellos que la matarían. En laescuela Luce descubre lo que lasSombras que la han seguido toda suvida significan y como manipularlaspara ver sus otras vidas. Mientras

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Luce aprende más de sí misma seda cuenta de que el pasado es suúnica llave para desbloquear sufuturo… y que Daniel no le hacontado todo. ¿Y qué pasa si suversión del pasado no es en realidadla manera en que las cosaspasaron? ¿Qué pasa si Lucerealmente estaba destinada estarcon alguien más?

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Lauren Kate

Oscuros. Elpoder de las

sombrasOscuros - 02

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Título original: TormentLauren Kate, 2010Traducción: Marta Mabres, 2010

Editor digital: EibisiCorrección de erratas: ErisePub base r1.2

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Para Elizabeth, Irdy, Anne yVic

Me considero muy afortunadapor teneros

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Que si injerto en tus alas yolas mías,

el vuelo hará Aflicción queavance en mí.

GEORGE HERVET, Alaspascuales

(Traducción de DanielNajmías)

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Prólogo

Aguas neutrales

Daniel miraba la bahía. Sus ojos erantan grises como la espesa niebla que secernía sobre la costa de Sausalito, comolas aguas agitadas que lamían la playade guijarros a sus pies. El violeta habíadesaparecido por completo de suspupilas y lo sabía. Ella estabademasiado lejos.

Se abrigó al notar la tormenta gélidaque traían las aguas. Aunque se arrebujó

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en la gruesa chaqueta marina de colornegro, sabía que aquel era un gestoinútil. Cazar siempre lo dejaba aterido.

Solo una cosa le podría hacer entraren calor en ese momento, pero sehallaba fuera de su alcance. Echó demenos la coronilla de ella, el lugarperfecto donde posar los labios. Evocósu cuerpo entre sus brazos, y se vio a símismo besándole el cuello. Con todo,era mejor que Luce no estuviera allí enese instante, porque aquella visión lahorrorizaría.

A su espalda, los balidos de losleones marinos dormitando en grupos alo largo de la orilla meridional de laisla Angel reflejaban a la perfección

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cómo se sentía: atrozmente solo, sinnadie alrededor para escucharle.

Nadie excepto Cam.Este se encontraba agachado ante él

atando un ancla oxidada en torno a unbulto mojado que yacía en el suelo. Pesea estar ocupado en algo tan siniestro,Cam tenía buen aspecto. Sus ojos verdesbrillaban y llevaba el pelo negro muycorto. Era la tregua que proporcionaba alos ángeles un resplandor más intenso enlas mejillas, un brillo más lustroso alcabello e incluso realzaba aún más suscuerpos perfectamente musculados. Paralos ángeles, los días de tregua eran lomás parecido a unas vacaciones en laplaya para los humanos.

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De ahí que, aunque Daniel lamentabaprofundamente cada vida a la que teníaque poner fin, ante los demás tuviera laapariencia de alguien recién llegado deuna semana de descanso en Hawai:relajado, descansado, moreno.

Mientras apretaba un nudocomplicado, Cam dijo:

—Típico de Daniel: siemprehaciéndose a un lado y dejándome eltrabajo sucio.

—Pero ¿qué dices? He sido yo quienha acabado con él.

Daniel bajó la mirada hacia elmuerto, contempló el áspero yapelmazado pelo gris en su frentepálida, las manos nudosas, los chanclos

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de goma baratos y el reguero de colorrojo oscuro que le atravesaba el pecho.Aquello le hizo volver a sentir muchofrío. Si matar no fuera imprescindiblepara garantizar la seguridad de Luce, élno habría vuelto a blandir ningún arma,ni a luchar en ninguna otra batalla.

Por otra parte, había algo en lamuerte de ese hombre que no acababa deencajar. De hecho, Daniel tenía el vagoe inquietante presentimiento de quehabía algo completamente equivocado.

—Acabar con ellos es lo divertido.—Cam hizo una lazada con la cuerda entorno al pecho del hombre y la apretópor debajo de los brazos—. El trabajosucio es deshacerse de ellos tirándolos

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al mar.Daniel sostenía aún la rama de árbol

ensangrentada en la mano. Cam se habíaburlado de aquella elección, pero dabaigual lo que utilizara. Daniel era capazde matar con cualquier cosa.

—Date prisa —gruñó, molesto anteel placer evidente que Cam sentía con elderramamiento de sangre humana—.Estás perdiendo el tiempo. La mareaestá bajando.

—Si no lo hacemos a mi modo,mañana la pleamar volverá a arrastrar aSlayer a la orilla. Eres demasiadoimpulsivo, Daniel, siempre lo has sido.¿Piensas alguna vez con amplitud demiras?

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Daniel se cruzó de brazos y volvió acontemplar las crestas blancas de lasolas. Un catamarán turístico procedentedel muelle de San Francisco se dirigíahacia ellos. En otros tiempos, la visiónde aquel barco le habría evocado todoun torrente de recuerdos. Mil salidasdichosas con Luce por un océano demiles de vidas. Pero ahora, cuando ellapodía morir y no regresar, en esta vidaen la que todo era distinto y en la que noiba a haber más reencarnaciones, Danielera muy consciente de que ella carecíade recuerdos.

Era la última oportunidad. Paraambos. En realidad, para todo el mundo.Lo importante, por lo tanto, era el

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recuerdo de Luce, no el de Daniel, ypara que ella sobreviviera eraimprescindible sacar a la superficie condelicadeza muchas verdadesasombrosas. Notó cómo todo el cuerpose le tensaba al pensar en las cosas delas que ella se iba a enterar.

Cam se equivocaba si creía queDaniel no pensaba en el siguiente paso.

—Sabes que solo hay un motivo porel que sigo aquí —dijo Daniel—.Tenemos que hablar de ella.

Cam se echó a reír.—¡Hablo de Luce!Se cargó el cadáver empapado al

hombro con un gruñido. La chaquetamarinera del muerto se tensó con las

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cuerdas que Cam había atado a sualrededor. La pesada ancla seguíaprendida en su pecho ensangrentado.

—¿No te ha parecido que la carneestaba algo… cartilaginosa? —preguntóCam—. Casi me parece insultante quelos Ancianos no enviaran a un sicariomás joven y difícil.

A continuación dobló las rodillas y,cual lanzador de peso olímpico, girósobre sí mismo tres veces para darseimpulso y arrojar el cadáver unos treintametros por el aire sobre las aguas.

Durante unos escasos y largossegundos, el cuerpo vagó por la bahía.Luego, el peso del ancla comenzó aarrastrarlo hacia las profundidades.

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Salpicó de forma ostensible en las aguasde intenso color turquesa y al instante sehundió y desapareció de la vista.

Cam se frotó las manos.—Creo que acabo de establecer un

récord.Se parecían en muchas cosas.—Para mí no deja de ser un misterio

cómo puedes tomarte la muerte de loshumanos tan a la ligera —dijo Daniel.

—Ese tipo se lo tenía bien merecido—respondió Cam—. ¿De verdad que noves la parte divertida de todo esto?

Daniel lo miró fijamente antes deespetar:

—Para mí ella no es un juego.—Y precisamente por esa razón

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perderás.Daniel agarró a Cam por el cuello

de su gabardina de color gris metálico.Sopesó la posibilidad de arrojarlo alagua del mismo modo en que este habíalanzado al depredador.

Una nube eclipsó el sol unosinstantes y les oscureció los rostros consu sombra.

—Calma —dijo Cam apartándolelas manos—. Tienes muchos enemigos,Daniel, y ahora mismo yo no soy uno deellos. Acuérdate de la tregua.

—¡Valiente tregua! —replicó Daniel—. Dieciocho días en que otros van aintentar matarla.

—Dieciocho días en que tú y yo los

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vamos a liquidar —le corrigió Cam.Era tradición en el Cielo que las

treguas duraran dieciocho días. En elCielo, el dieciocho era el número másafortunado, el más alentador, el númeroen que se dividían todos los grupos ycategorías. En algunas lenguas demortales, el dieciocho incluso habíallegado a significar la vida, aunque, eneste caso, fácilmente podía significarpara Luce la muerte.

Cam estaba en lo cierto. Conformela noticia de la condición mortal de ellafuera llegando a los escalafonescelestiales más bajos, sus enemigos sedoblarían una y otra vez todos los días.La señorita Sophia y su cohorte, los

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Veinticuatro Ancianos de Zhsmaelin,seguían yendo a la caza de Luce. Esamisma mañana, Daniel habíavislumbrado a los Ancianos en lassombras arrojadas por lasAnunciadoras. Y había visto otra cosamás: otro tipo de oscuridad mássiniestra que a primera vista no habíasabido reconocer.

Un rayo de luz atravesó las nubes, yDaniel vio de reojo algo brillante en elsuelo. Se giró, se arrodilló y recogió unaflecha solitaria que se había quedadohundida en la arena mojada. Era másfina de lo habitual, de color plata mate yestaba adornada con grabadoscirculares. Era cálida al tacto.

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Daniel contuvo el aliento. Hacía unaeternidad que no veía una flecha estelar.Los dedos le temblaban cuando la sacóde la arena con cuidado, procurando notocar su extremo afilado y letal.

Ahora sabía de dónde proveníaaquella oscuridad de la Anunciadora dela mañana. Esa noticia era incluso mássiniestra de lo que había temido. Sevolvió hacia Cam con la flecha, ligeracomo una pluma, balanceándose en sumano.

—Ese depredador no actuaba solo.Cam se tensó al ver la flecha. Se

acercó a ella de modo casi reverencial,tendiendo la mano para tocarla delmismo modo que lo había hecho Daniel.

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—Dejar atrás un arma tan valiosa…Sin duda ese Proscrito tenía que tenermucha prisa por marcharse.

Los Proscritos: una secta de ángelesinvertebrados, veleidosos, rechazadostanto en el Cielo como en el Infierno. Suúnico poder residía en Azazel, el ángelaislado, uno de los pocos forjadores deestrellas que aún sabían cómo crearflechas estelares. Arrojada por su arcode plata, una flecha estelar apenasprovocaba un moretón en un mortal. Encambio, para los ángeles y losdemonios, aquella era el arma más letalde todas.

Todo el mundo quería tenerlas, peronadie estaba dispuesto a asociarse con

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los Proscritos; así, los trueques paraobtener flechas estelares se hacíansiempre de forma clandestina a través deterceros. Esto significaba que el tipo alque Daniel había matado no era unsicario enviado por los Ancianos, sinoun intermediario. El Proscrito, elverdadero enemigo, se habíadesvanecido, seguramente en cuanto vioa Daniel y Cam. Daniel se estremeció.No eran buenas noticias.

—Hemos matado a la personaequivocada.

—¿Equivocada? —Cam le ignoró—.¿Acaso el mundo no está mejor con undepredador menos? ¿Y Luce tampoco?—Miró a Daniel y luego al mar—. El

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único problema…—… son los Proscritos.Cam asintió.—Ahora ellos también la quieren.Daniel notó que las puntas de las

alas se le erizaban debajo del jersey decachemira y del abrigo grueso quellevaba, provocándole una picazónintensa que le hizo estremecer. Se quedóquieto, con los ojos cerrados y losbrazos a los lados, esforzándose porcontenerse antes de que las alas se ledesplegaran como velas de velero, lolevantaran y lo alzaran de la isla,haciéndole atravesar la bahía hastamucho más allá. Directamente junto aella.

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Con los ojos cerrados trató deimaginarse a Luce. Se había tenido queobligar a marcharse de la cabaña, delsueño tranquilo en que ella quedósumida en el islote situado al este de laisla de Tybee. Allí debía de haberoscurecido ya. ¿Estaría despierta?¿Tendría hambre?

La batalla en Espada & Cruz, losdescubrimientos realizados y la muertede su amiga habían afectado mucho aLuce. Los ángeles suponían que pasaríadurmiendo todo el día y toda la noche.Pero era preciso tener un plan para eldía siguiente por la mañana.

Era la primera ocasión en queDaniel había propuesto una tregua.

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Definir los límites, establecer lasnormas e idear un sistema depenalizaciones si alguno de los lados lasincumplía… Se trataba de unaresponsabilidad enorme que asumir conCam. Evidentemente, estaba dispuesto ahacerlo. Haría cualquier cosa por ella…pero quería tener la certeza de que lohacía bien.

—Tenemos que esconderla en algúnlugar seguro —dijo—. Hay una escuelaen el norte, cerca de Fort Bragg…

—La Escuela de la Costa. —Camasintió—. Mi bando también hasopesado esa posibilidad. Estará bienallí. Recibirá una educación que no lapondrá en peligro. Y, lo más importante,

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estará protegida.Gabbe ya había explicado a Daniel

la protección que la Escuela de la Costapodía proporcionar. Pronto correría lavoz de que Luce se ocultaba allí, peropor lo menos durante un tiempo, en elperímetro de la escuela, ella seríaprácticamente invisible. En el interior,Francesca, el ángel más cercano aGabbe, cuidaría de Luce. En el exterior,Daniel y Cam cazarían y matarían a todoaquel que osase acercarse a los límitesde la escuela.

¿Quién habría hablado a Cam de laEscuela de la Costa? A Daniel no legustaba la idea de que ese bando supieramás que el suyo. Se maldijo por no

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haber visitado la escuela antes de que setomara esa decisión, pero para él habíasido muy duro abandonar a Luce cuandolo hizo.

—Puede empezar mañana mismo.Siempre y cuando… —Los ojos de Camrecorrieron el rostro de Daniel—.Siempre y cuando tú estés de acuerdo.

Daniel se llevó la mano al bolsillode la camisa, donde guardaba unafotografía reciente. Luce en el lago deEspada & Cruz. El pelo mojado ybrillante, y una sonrisa extraña en lacara. Por lo general, cuando en una vidaconseguía una fotografía de ella, laperdía de nuevo. Pero en esta ocasiónaún seguía allí.

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—Venga, Daniel —dijo Cam—. Losdos sabemos lo que necesita. Lamatriculamos… y la dejamos tranquila.No podemos hacer nada para aceleraresta parte: solo dejarla sola.

—No puedo abandonarla tantotiempo.

Pronunció aquellas palabrasdemasiado rápido. Bajó la vista paracontemplar la flecha que tenía en lamano y se sintió mal. Le habría gustadoarrojarla al océano, pero no podía.

—Así que no se lo has dicho —dedujo Cam entornando los ojos.

Daniel se quedó inmóvil.—No le puedo decir nada.

Podríamos perderla.

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—Tú podrías perderla —le corrigióCam con desdén.

—Ya sabes qué quiero decir. —Daniel se puso tenso—. Es demasiadoarriesgado suponer que ella lo aceptarátodo sin…

Cerró los ojos para borrar de sucabeza aquella llamarada de color rojointenso. Pero en su mente siempre habíaun fuego que amenazaba con extendersecomo un incendio descontrolado. Si lecontaba la verdad, la mataría ydesaparecería definitivamente. Y élsería el responsable. Daniel no podíahacer nada —no podía existir— sin ella.Le ardían las alas con solo pensarlo.Mejor protegerla durante un tiempo más.

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—¡Qué bien te viene esto! —musitóCam—. Espero que no la defraude.

Daniel no le hizo caso.—¿De verdad crees que ella podrá

estudiar en esa escuela sindistracciones?

—Sí —respondió Cam lentamente—. Siempre y cuando nosotrosacordemos que no tenga distraccionesexternas. Es decir, ni Daniel ni Cam.Tiene que ser una regla cardinal.

¿No verla en dieciocho días? Danielno se lo podía imaginar. Ni podíaimaginarse tampoco que Luce seaviniera a ello. Acababan deencontrarse en esta vida y por fin teníanla ocasión de estar juntos. Pero, como

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siempre, si le explicaba los detalles lapodría matar. No podía conocer susvidas pasadas de boca de los ángeles.Luce no lo sabía, pero pronto estaría encondiciones de hacerse una idea de todopor sí misma.

La verdad oculta y, en concreto, loque Luce pensaría de ello era algo queaterraba a Daniel. Sin embargo, el modode liberarse de aquel ciclo horrible eraque Luce lo descubriera todo por sucuenta. Por eso su experiencia en laEscuela de la Costa iba a ser crucial.Durante dieciocho días Daniel podríamatar a todos los Proscritos que seencontrara. Pero en cuanto la treguafinalizara, todo volvería a quedar en

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manos de Luce. Y solo en manos de ella.El sol se estaba poniendo detrás del

monte Tamalpais, y la niebla de la tardeempezaba a asomar.

—Déjame llevarla a la Escuela de laCosta —dijo Daniel, a sabiendas de quesería su última ocasión de verla.

Cam lo miró de forma extraña,preguntándose si acceder. Por segundavez, Daniel tuvo que forzar físicamentesus alas doloridas para quepermanecieran ocultas bajo la piel.

—De acuerdo —accedió Cam al fin—, pero a cambio de la flecha estelar.

Daniel le entregó el arma, y Cam sela metió en el abrigo.

—Llévala a la escuela y después

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búscame. ¡No la fastidies! Estarévigilando.

—¿Y luego?—Tú y yo tenemos que ir de caza.Daniel asintió y desplegó las alas

saboreando el placer que aquel gesto leprovocaba en todo el cuerpo. Se quedóde pie un momento, mientras hacíaacopio de energía, notando la duraresistencia del viento contra suarmadura. Era el momento de huir de esaescena maldita y desagradable y dejarque sus alas lo llevaran a un lugar dondepodía ser él mismo.

Con Luce.Y con la mentira con la que aún

tendría que vivir durante algo más de

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tiempo.—La tregua empieza mañana a

medianoche —exclamó Daniel mientraslevantaba una nube de arena en la playaal alzarse y planear por el cielo.

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Dieciocho días

Luce se había propuesto mantener losojos cerrados durante las seis horas queduraba el vuelo que la llevaría deGeorgia a California, en concreto hastael momento en que las ruedas del avióntocaran San Francisco. Semidormida leresultaba más fácil imaginar que yaestaba de nuevo con Daniel.

Le parecía que llevaba toda la vidasin verlo, aunque en realidad solo

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habían sido unos días. Desde el viernespor la mañana, cuando se habíandespedido en Espada & Cruz, ella sesentía físicamente mal. La ausencia desu voz, de su calor, del tacto de susalas… había calado profundamente enella, como si de una extraña enfermedadse tratase.

Entonces un brazo la rozó, y Luceabrió los ojos. Se encontró de cara conun chico de ojos grandes y pelo castañoalgo mayor que ella.

—Lo siento —dijeron los dos a lavez separándose ligeramente a amboslados del reposabrazos del avión.

Por la ventana, las vistas eranasombrosas. El avión había iniciado el

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descenso a San Francisco, y Luce nuncahabía visto nada semejante. Conformerecorrían el lado sur de la bahía, unafluente azul parecía hendir la tierra ensu sinuoso camino hacia el mar. Lacorriente separaba un campo verdeintenso a un lado y un remolino de colorrojo vivo y blanco al otro lado. Apretóla frente contra el cristal doble deplástico para obtener una mejorperspectiva.

—¿Qué es eso? —se preguntó envoz alta.

—Sal —respondió el muchachoseñalando con el dedo. Se inclinó máshacia ella—. La extraen del Pacífico.

Aquella respuesta era tan simple,

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tan… humana. A Luce le resultaba casiasombrosa después del tiempo pasadocon Daniel y los demás… —qué torpese sentía usando esas palabras de formaliteral— ángeles y demonios. Dirigió denuevo la mirada a esas aguas de colorazul crepuscular que parecíanextenderse para siempre hacia el oeste.Luce, que se había criado en la costaatlántica, asociaba ver el sol sobre lasaguas con la mañana. Sin embargo, allíera casi de noche.

—No eres de aquí, ¿verdad? —lepreguntó su compañero de asiento.

Luce negó con la cabeza, pero nodijo nada. Siguió mirando por laventana. Aquella mañana, antes de partir

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de Georgia, el señor Cole le habíaadvertido que no llamara la atención. Alos demás profesores se les había dichoque los padres de Luce habían solicitadoun traslado. Era mentira. Para los padresde Luce, para Callie y para cualquierotro conocido suyo, ella seguíamatriculada en Espada & Cruz.

Semanas atrás, algo así la habríaenfurecido. Pero lo ocurrido los últimosdías en Espada & Cruz había hecho queLuce se tomara las cosas con mayorseriedad. Había vislumbrado de formafugaz otra vida, una de las muchas quehabía compartido con Daniel en otrostiempos. Había descubierto un amor másimportante para ella que cualquier otra

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cosa. Y luego había visto todo aquelloamenazado por una anciana loca armadacon un puñal en quien había creídopoder confiar.

Allí fuera había más personas comola señorita Sophia. Luce lo sabía. Peronadie le había dicho cómo reconocerlas.La señorita Sophia le había parecidonormal hasta el final. Luce se preguntó silos demás tendrían la misma aparienciainocente que ese chico de pelo castañoque estaba sentado a su lado. Tragósaliva, cruzó las manos sobre el regazoe intentó pensar en Daniel.

Él la llevaría a un lugar seguro.Se lo imaginó esperándola sentado

en uno de esos asientos grises de

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plástico de los aeropuertos, todo lorubio que era y con los codos sobre lasrodillas, balanceándose en susdeportivas Converse de color negro yalzándose a cada minuto para pasear entorno a la cinta transportadora.

Cuando el avión tomó tierra seprodujo una sacudida, y de pronto sesintió nerviosa. ¿Se mostraría él tan felizde verla como ella de verlo a él?

Se concentró en la tela de colormarrón y beige del asiento de delante.Sintió el cuello rígido a causa del vueloprolongado y notó que su ropa tenía elolor viciado y cargado del avión. Latripulación de tierra, enfundada en susuniformes de color azul marino y situada

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al otro lado de la ventana, parecíatomarse un tiempo extrañamente largopara conducir al avión hasta la pasarela.Luce sacudió las rodillas en un gesto deimpaciencia.

—Supongo que pasarás enCalifornia una buena temporada, ¿no esasí?

Su vecino le dirigió una sonrisaperezosa que solo consiguió que Lucetuviera más ganas todavía de levantarse.

—¿Por qué lo dices? —preguntóella rápidamente—. ¿Qué te hace pensareso?

Él parpadeó.—Lo digo por esa enorme bolsa de

viaje roja y todo eso.

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Luce se distanció un poco. No habíareparado en ese chico hasta hacía dosminutos, cuando la había despertado conun codazo. ¿Cómo podía saber él elequipaje que llevaba?

—¡Oh, no! ¡No pienses mal! —Ledirigió una mirada extrañada—. Es queestaba detrás de ti en la cola defacturación.

Luce sonrió incómoda.—Tengo novio. —La frase le salió

casi sin pensarlo. Al instante, sesonrojó.

El muchacho carraspeó.—Lo he captado.Luce hizo una mueca de disgusto. No

sabía por qué le había dicho eso. No

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quería parecer grosera, pero cuando seapagó la luz de cinturones abrochadosno deseó otra cosa más que apartarsecuanto antes de aquel chico y salir delavión. Él seguramente tenía la mismaidea, porque dio unos pasos atrás por elpasillo e hizo un gesto con la mano endirección hacia delante. Luce se abriócamino con la máxima educación que lefue posible y se dirigió rápidamentehacia la salida.

Sin embargo, aquello solo le sirviópara verse atrapada en el cuello debotella provocado por la lentitudagonizante de la pasarela. Mientrasmaldecía en silencio a todos esoscalifornianos de actitud despreocupada

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que arrastraban los pies delante de ella,Luce se puso de puntillas y se balanceósobre un pie y el otro. Cuando llegó aledificio de la terminal estaba ya medioloca de impaciencia.

Por fin podía moverse. Ágilmente seabrió paso entre la multitud y se olvidódel muchacho del avión. Se olvidó desentirse nerviosa por no haber estadonunca en California, por no haberviajado más allá del oeste de Branson,en Missouri, en una ocasión en que suspadres la llevaron a ver una actuaciónde Yakov Smirnoff. Y, por primera vezen muchos días, se olvidó un poco de lascosas horribles que había visto enEspada & Cruz. Se encaminó hacia lo

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único en el mundo que podíareconfortarla. Lo único capaz de hacerlesentir que, pese a toda la angustia quehabía pasado, pese a todas las sombras,a la batalla irreal en el cementerio, y, lopeor, pese al dolor por la muerte dePenn, tal vez merecía la pena seguir convida.

Estaba ahí.Sentado como había imaginado que

estaría, en el último de los asientosgrises e insulsos dispuestos en filas,junto a una puerta corredera automáticaque no dejaba de abrirse y cerrarse a suespalda. Por un segundo, Luce se quedóquieta y disfrutó de aquella visión.

Daniel llevaba unas chancletas y

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unos vaqueros oscuros que ella nunca lehabía visto antes, y una camiseta rojaholgada rota a la altura del bolsillodelantero. Era el de siempre, pero habíaalgo distinto en él. Parecía más relajadoque cuando se habían despedido díasantes. ¿Acaso era porque lo habíaechado tanto de menos, o realmente supiel estaba más radiante de lo querecordaba? Daniel levantó la mirada yla vio por fin. Su sonrisa prácticamenteresplandecía.

Luce echó a correr hacia él. Al cabode un segundo, Daniel la estabarodeando con sus brazos, mientras ellahundía el rostro en su pecho y dejabaescapar un suspiro largo y profundo. Su

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boca encontró la de él y se fundieron enun beso. En brazos de Daniel, se sintiórelajada y feliz.

Aunque hasta ese momento no sehabía dado cuenta, sin duda una parte deella se había estado preguntando si lovolvería a ver, si todo aquello no habríasido más que un sueño. El amor quesentía, el amor con el que Daniel lecorrespondía, le seguía pareciendo pocoreal.

Atrapada aún en su beso, Luce lepellizcó suavemente el bíceps. No eraun sueño. Por primera vez en no sabíacuánto tiempo, se sintió en casa.

—Estás aquí —le susurró él al oído.—Tú estás aquí.

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—Los dos estamos aquí.Se echaron a reír, besándose,

engullendo todos y cada uno de losvestigios de dulce incomodidad que lesprovocaba el reencuentro. Sin embargo,cuando Luce menos lo esperaba, su risase convirtió en llanto. Intentabaencontrar un modo de expresar lo duroque le había resultado sobrellevar esosdías sin él, sin nadie, medio dormida yapenas consciente de que todo habíacambiado. Pero en brazos de Daniel nolograba encontrar las palabrasadecuadas.

—Lo sé —dijo él—. Recojamos elequipaje y vámonos.

Luce se volvió hacia la cinta

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transportadora cuando se encontró anteella a su compañero de aviónsosteniendo las correas de su enormebolsa de viaje.

—La he visto al pasar —explicóforzando una sonrisa, como empeñadoen demostrar sus buenas intenciones—.Es tuya, ¿verdad?

Antes de que Luce tuviera tiempo decontestar, Daniel descargó al muchachode la enorme bolsa con una sola mano.

—Gracias, chaval. La llevaré yo —dijo con la determinación precisa paraponer fin a la conversación.

El chico observó cómo Danieldeslizaba la otra mano en torno a lacintura de Luce y se la acercaba. Era la

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primera vez desde Espada & Cruz queLuce podía ver a Daniel como el restodel mundo, era la primera ocasión quetenía para observar si el resto de lagente podía captar, con solo mirarlo, quetenía algo extraordinario.

Atravesaron a continuación laspuertas correderas y por fin ella pudoaspirar de verdad y por primera vez elaire de la Costa Oeste. En esa época, aprincipios de noviembre, era fresco yvigorizador; de algún modo, resultabasaludable. No era aquel aire húmedo yfrío de la tarde de Savannah cuando elavión había despegado. El cielo era deun intenso color azul, y no había nubesen el horizonte. Todo parecía limpio y

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reluciente, incluso el aparcamientomostraba hileras de coches reciénlavados. Enmarcándolo todo había unacordillera de montañas de color pardosalpicadas de puntos aislados de árbolesverdes donde las colinas se sucedíanunas a otras.

Ya no estaba en Georgia.—No sé si debo sorprenderme —se

mofó Daniel—. Te dejo salir un par dedías de debajo de mis alas y ya apareceun chico.

Luce abrió los ojos con sorpresa.—¡Venga ya! Pero si apenas hemos

hablado. De hecho, he estado durmiendotodo el viaje. —Le dio un codazo—.Soñaba contigo.

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Los labios fruncidos de Danieldibujaron una sonrisa, y él la besó en lacabeza. Ella se quedó quieta, esperandomás, sin darse cuenta de que Daniel sehabía detenido ante un coche. No era uncoche cualquiera.

Era un Alfa Romeo negro.Luce se quedó boquiabierta cuando

Daniel abrió la puerta del acompañante.—E-este… —farfulló ella—.

¿Sabías que este es el coche de missueños?

—Es algo más que eso —le contestóDaniel riendo—. Resulta que antes estecoche fue tuyo.

Lanzó una carcajada cuando ellaprácticamente pegó un brinco al oírlo.

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Todavía le costaba asumir aquella partede su historia referida a sus continuasreencarnaciones. Era tan injusto. Uncoche del cual no se acordaba. Vidasenteras de las que no recordaba nada.Tenía muchísimas ganas de conocerlas;le parecía como si sus personificacionesanteriores fueran una especie dehermanas de las que le hubieranseparado el día de su nacimiento. Posóuna mano en el parabrisas, buscando unatisbo de algo, un déjà-vu.

Nada.—Fue un bonito regalo de tus padres

con motivo de tu dieciséis cumpleañoshace un par de vidas. —Daniel miró dereojo, intentando decidir cuánto podía

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contar, como si supiera que ella ardía endeseos por conocer los detalles perotemiera que no fuera capaz de digerirdemasiados a la vez.

—Lo acabo de comprar a un tipo deReno. Él lo compró después de que tú…bueno, después de que…

«Estallaras en llamas», pensó Lucecompletando la verdad amarga queDaniel no había querido decir. Ese erael punto en común con todas sus vidasanteriores: el final pocas vecescambiaba.

Excepto, al parecer, esta vez. Estavez se podían coger de la mano, besarsey… Luce no sabía qué otras cosaspodrían hacer, pero se moría de ganas

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de averiguarlo. Se reprendió. Tenían queser cautelosos. Con diecisiete añostienes toda una vida por delante, Luceestaba decidida a quedarse para ver quéera de verdad estar con Daniel.

Él carraspeó y dio un golpecito a lacapota negra y brillante del coche.

—Sigue funcionando como el mejor.El único problema es…

Dirigió la mirada al diminutomaletero del descapotable, luego a labolsa de viaje de Luce y de nuevo almaletero.

En efecto. Luce tenía la malacostumbre de llevar siempre exceso deequipaje. Era la primera en admitirlo.Pero esta vez no había sido culpa suya.

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Arriane y Gabbe se habían encargado deempaquetar lo que tenía en su habitaciónen Espada & Cruz, y habían puesto en labolsa cualquier prenda, ya fuera negra ode color, que pudiera necesitar. Lucehabía estado demasiado ocupadadespidiéndose de Daniel y de Penn parapoder encargarse de su equipaje. Sesintió avergonzada y culpable de estaren California con Daniel, tan lejos dellugar donde había dejado enterrada auna amiga. No era justo. El señor Coleno había dejado de asegurarle que laseñorita Sophia tendría que responderpor lo que había hecho a Penn, perocuando Luce insistió en saber qué queríadecir exactamente con ello, él se limitó

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a juguetear con su bigote sin decir nada.Daniel miró con recelo el

aparcamiento. Luego abrió el maletero ala vez que asía con una sola mano laenorme bolsa de viaje de Luce. Eraimposible meterla ahí, pero entonces seoyó un discreto ruido de aspiraciónneumática en la parte trasera del coche yla bolsa de viaje de Luce empezó aencogerse. Al cabo de unos instantes,Daniel volvió a cerrar el maletero.

Luce estaba asombrada.—¡Vuelve a hacerlo!Daniel no se rió. Parecía nervioso.

Se deslizó en el asiento del conductor ypuso en marcha el coche sin decirpalabra. Aquello era algo extraño y

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nuevo para Luce: ver su expresiónaparentemente tan serena a sabiendas deque había algo que le preocupaba.

—¿Qué ocurre?—El señor Cole te recomendó

actuar con discreción, ¿verdad?Ella asintió.Daniel puso la marcha atrás para

salir del aparcamiento, giró paradirigirse a la salida y luego pasó unatarjeta de crédito para salir.

—Ha sido una estupidez. Deberíahaber pensado…

—¿Qué problema hay? —Luce secolocó el cabello negro detrás de lasorejas mientras el coche ganabavelocidad—. ¿Temes llamar la atención

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de Cam metiendo una bolsa de viajedentro de un maletero?

Daniel tenía la mirada ausente peronegó con la cabeza.

—No se trata de Cam. No.Al cabo de un momento, él le apretó

la rodilla.—Olvida lo que te he dicho. Yo

solo… bueno, los dos tenemos que ircon cuidado.

Luce oyó sus palabras, pero estabademasiado abrumada para prestaratención. Le encantaba ver a Danielmanejar el cambio de marchas mientrastomaban la rampa que conducía a laautopista y zigzagueaban entre el tráfico.Le encantaba sentir el viento en torno al

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coche mientras avanzaban a todavelocidad hacia el horizonte cada vezmás amplio de San Francisco; y sobretodo le encantaba simplemente estar conDaniel.

En las proximidades de SanFrancisco, la carretera se volvió mássinuosa. Cada vez que llegaban a lo altode una colina y empezaban a bajar atoda velocidad por otra, Luce podía verpanorámicas muy distintas de la ciudad.Parecía antigua y nueva a la vez:rascacielos con ventanas como espejosse erguían detrás de restaurantes y baresque parecían tener un siglo deantigüedad. Unos coches diminutosocupaban las calles, todos aparcados en

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ángulos que parecían desafiar la ley dela gravedad. Había perros y viandantespor todas partes. El brillo de las aguasazules rodeaba un extremo de la ciudad.Y vio el primer destello de color rojomanzana del puente Golden Gate a lolejos.

Su mirada iba frenéticamente de unlado a otro para no perderse ni un solodetalle. Pese a haberse pasadodurmiendo la mayor parte de los díasprevios, de pronto se sintió sobrecogidapor un agotamiento extremo.

Daniel extendió el brazo hacia ella ehizo que reclinara la cabeza en suhombro.

—Es un hecho poco conocido que

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los ángeles somos almohadasmagníficas.

Luce se rió y levantó la cabeza parabesarle la mejilla.

—No creo que pueda dormirme —dijo acariciándole el cuello con la nariz.

En el Golden Gate, una multitud deviandantes, ciclistas embutidos enmallas y corredores flanqueaba loscoches. Más allá se veía laresplandeciente bahía, salpicada develeros blancos, y ya empezaban aaparecer las primeras tonalidadesvioláceas del atardecer.

—Hace días que no nos vemos.Ponme al día —pidió ella—. Dime quéhas estado haciendo. Cuéntamelo todo.

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Por un instante le pareció que Danielapretaba las manos sobre el volante.

—Si te has propuesto no dormirte —contestó con una sonrisa—, no deberíadetenerme en detalles insignificantes dela reunión de ocho horas del Consejo deÁngeles a la que asistí todo el día deayer. Verás, el Consejo se reunió paradebatir una enmienda a la propuesta362B que detalla el formato aprobadode la participación querúbica en eltercer circuito de…

—Vale, vale. Lo he captado —dijoella interrumpiéndolo.

Daniel bromeaba, pero era un tipode broma nueva y desacostumbrada paraella. De hecho, a él no le incomodaba

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admitir que era un ángel, y eso a ella leencantaba, o por lo menos seguro que leencantaría en cuanto tuviera tiempo deasimilarlo. A Luce le parecía que tantola razón como su corazón se esforzabanpor adaptarse a los cambios ocurridosen su vida.

Pero, como ahora estaban juntos denuevo, todo resultaba infinitamente mássimple. Ya no había nada que losseparara. Ella le tiró del brazo.

—Dime al menos adónde vamos.Daniel se estremeció y Luce notó

cómo el corazón le daba un vuelco.Quiso posar su mano en la de él, peroDaniel la rechazó para cambiar demarcha.

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—A una escuela en Fort Braggllamada Escuela de la Costa. Mañanacomienzan las clases.

—¿Nos matriculamos en otraescuela? —preguntó—. ¿Por qué?

Aquello tenía visos de serpermanente para lo que se suponía eraun viaje provisional. Sus padres nisiquiera sabían que había abandonado elestado de Georgia.

—La Escuela de la Costa te gustará.Es muy moderna, mucho mejor queEspada & Cruz. Creo que allí podrás…desarrollarte. Y no sufrirás ningún daño.Es una escuela con un nivel deprotección especial. Dispone de unacoraza de camuflaje.

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—No lo entiendo. ¿Por qué necesitouna coraza protectora? Creí que bastabacon estar lejos de la señorita Sophia.

—No se trata solo de la señoritaSophia —explicó Daniel con tonotranquilo—. Hay otros.

—Pero ¿quiénes? Tú puedesprotegerme de Cam, de Molly y de quiensea.

Luce se rió presa de una intuicióngélida.

—Tampoco se trata de Cam, ni deMolly. Luce, no puedo hablar de ello.

—¿Conoceremos alguien más allí?¿Algún otro ángel?

—Hay algunos. No conoces aninguno, pero seguro que te llevarás

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bien con ellos. Hay algo más. —Adoptóun tono de voz categórico y clavó lamirada al frente—. Yo no voy amatricularme. —No apartó siquiera losojos de la carretera—. Solo estarás tú.Pero será por poco tiempo.

—¿Cuánto?—Unas pocas… semanas.De haber estado Luce al volante, en

ese momento habría apretado los frenos.—¿Unas pocas semanas?—Si pudiera estar contigo, lo haría.

—Daniel empleaba un tono tan tajante,tan firme, que Luce se sintió aún máscontrariada—. Acabas de ver lo que haocurrido con tu bolsa de viaje y elmaletero. Ha sido como si hubiera

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arrojado una bengala al cielo paracomunicar a todo el mundo dóndeestamos. Para poner en guardia a todoaquel que me esté buscando a mí, y porlo tanto también a ti. Soy demasiadofácil de localizar, a los demás les resultamuy sencillo seguirme el rastro. Y esode tu bolsa de viaje no es nada encomparación con las cosas que hagocada día que podrían llamar la atenciónde… —Negó con la cabeza soltando unsuspiro—. No pienso ponerte en peligro.Para nada.

—Pues entonces no lo hagas.Daniel tenía una expresión dolida.—Es muy complicado.—Deja que lo adivine: no me lo

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puedes contar.—Ojalá pudiera.Luce dobló las rodillas y se las

acercó al pecho, se inclinó a un ladoapartándose de él y se apoyó en lapuerta del pasajero. Bajo el ampliocielo de California, fue presa de unasensación claustrofóbica.

Durante media hora, los dos circularonen silencio. Atravesaron varios tramosde niebla, y subieron y bajaron terrenospedregosos y áridos. Pasaron loscarteles que anunciaban Sonoma y,cuando el coche atravesaba unosexuberantes campos de viñas, Daniel

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dijo:—Faltan tres horas para Fort Bragg.

¿Vas a seguir enfadada conmigo todo elrato?

Luce no le hizo caso. No dejaba decavilar y se negaba a plantear loscientos de preguntas, frustraciones yacusaciones, así como a pedir excusaspor actuar como una niña consentida. Enel desvío hacia el valle de Anderson,Daniel enfiló hacia el oeste e intentó denuevo cogerla de la mano.

—¿Me podrás perdonar a tiempopara disfrutar de nuestros últimosminutos juntos?

Era lo que Luce quería. En realidad,no quería pelearse en ese momento con

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Daniel. Pero la sola mención de quehabía algo parecido a «nuestros últimosminutos juntos», la sola referencia a quela iba a abandonar por razonesincomprensibles para ella y que él senegaba a explicarle la crispaba y laasustaba. En ese mar tormentoso queformaban el cambio de estado y deescuela, y los nuevos peligros pordoquier, Daniel era la única roca a laque podía asirse. ¿Y la iba a dejar enese momento? ¿Acaso aún no habíasufrido bastante? ¿Acaso ambos nohabían sufrido bastante?

Solo cuando hubieron atravesado losbosques de secuoyas y sobre ellos seabrió un cielo estrellado y de color azul

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marino, Daniel dijo algo que le llamó laatención. Acababan de pasar un cartelque decía BIENVENIDOS AMENDOCINO y Luce miraba endirección oeste. La luna llena brillabasobre un conjunto de edificios: el faro,varios tanques elevados de cobre parael agua, e hileras de casas viejas demadera, antiguas pero bien conservadas.En algún lugar detrás de aquellasconstrucciones estaba el océano que ellaoía pero no podía ver.

Daniel señaló hacia el este, endirección a un bosque de secuoyas yarces oscuro y frondoso.

—¿Ves el camping de caravanas deahí delante?

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Ella no lo habría visto si no se lohubiera señalado; tuvo que esforzarsepara distinguir una estrecha carreteraasfaltada en la que un letrero de maderacon forma de pastel de lima y letrasblancas anunciaba CASAS MÓVILESMENDOCINO.

—Antes vivías justo ahí.—¿Qué? —Luce inspiró tan

rápidamente que empezó a toser. Elcamping parecía un lugar triste ysolitario, formado por una hilera decasas de techo bajo y de mala calidaddispuestas a lo largo de una avenida degravilla.

—Es horrible.—Viviste aquí antes de que se

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convirtiera en un camping de caravanas—le explicó Daniel mientras detenía elcoche a un lado de la carretera—. Antesde que hubiera casas móviles. En esavida, durante la fiebre del oro, tu padrese trajo a la familia desde Illinois. —Tras adoptar una mirada ensimismada,negó con la cabeza apesadumbrado—.Era un lugar realmente bonito.

Luce vio a un hombre calvobarrigudo tirando de la correa de unperro sarnoso de color anaranjado. Elhombre llevaba una camiseta interiorblanca y unos pantalones cortos defranela. Visto lo cual, le resultóimposible imaginarse viviendo allí.

A Daniel, en cambio, le parecía más

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normal.—Teníais una casita de dos

habitaciones, y tu madre era una pésimacocinera, de modo que la casa siempreapestaba a repollo. Tenías unas cortinasazules de cuadritos que yo acostumbrabaapartar para encaramarme a tu ventanade noche después de que tus padres seacostaran.

El coche empezó a avanzar conlentitud. Luce cerró los ojos e intentócontener las lágrimas. Escuchar suhistoria de boca de Daniel hacía quetodo pareciera posible e imposible a lavez, además de hacerla sentir muyculpable. Él le era leal desde hacía tantotiempo, tantas vidas. Se había olvidado

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de lo bien que la conocía. Mejor inclusoque ella misma. ¿Daniel podía adivinarlo que pensaba? Luce se preguntó siaquella situación resultaba más fácilpara ella, que no se acordaba nunca deDaniel, que para él, que tenía que pasaruna y otra vez por lo mismo.

Si Daniel le decía que tenía queabandonarla por unas semanas sinexplicarle por qué, tenía que confiar enél.

—¿Y cómo me conociste porprimera vez? —le preguntó.

Daniel sonrió.—En esa época cortaba madera a

cambio de comida. Una noche, a la horade la cena pasé por delante de tu casa.

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Tu madre hervía repollo y olía tan malque estuve a punto de pasar de largo.Pero entonces te vi entre las cortinas,cosiendo. No pude apartar la vista de tusmanos.

Luce se las miró: tenía los dedospálidos y estrechos, y las palmaspequeñas y cuadradas, y se preguntó sihabían sido siempre iguales. Danieltendió la mano hacia ellas.

—Siguen siendo tan suaves comoentonces.

Luce negó con la cabeza. Leencantaba esa historia, y le habríagustado escuchar mil historias más comoesa, pero no se refería a ese tipo dehistorias.

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—Me gustaría que me contaras laprimera vez que me conociste —dijoella—. La primera de verdad. ¿Quépasó?

Tras una larga pausa, él respondió alfin:

—Es tarde. En la Escuela de laCosta te esperan a medianoche.

Apretó el acelerador y rápidamentegiró hacia la izquierda en dirección alcentro de Mendocino. Por el espejoretrovisor lateral Luce observó cómo elcamping de caravanas se ibaempequeñeciendo hasta finalmentedesaparecer. Instantes más tarde, Danielaparcó el coche frente a un restaurantevacío con la cocina abierta toda la

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noche, un local de paredes amarillas ygrandes ventanales en la fachada queiban del suelo al techo.

La manzana estaba formada poredificios extraños y pintorescos querecordaron a Luce una versión menospomposa de la línea de costa de NuevaInglaterra próxima a su antiguo institutode Dover, en New Hampshire. La calleestaba pavimentada con adoquinesirregulares que parecían de coloramarillo bajo la luz de las farolas. Alcabo de la calle, parecía como si esta seprecipitara directamente al océano. Unestremecimiento le recorrió el cuerpo.Tenía que hacer caso omiso al miedoque sentía a la oscuridad. Daniel le

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había explicado qué eran las sombras:no tenía que asustarse por ellas, no eranmás que mensajeras. Aquello habríaresultado tranquilizador de no serporque implicaba el difícil hecho deolvidar que había cosas que sí erandignas de temer.

—¿Por qué no me lo cuentas?No podía evitarlo. No sabía por qué

preguntar era tan importante para ella.Si, después de tanto tiempo ansiando esereencuentro, ahora tenía que confiar enDaniel cuando le decía que tenía quedejarla, tal vez lo único que elladeseaba era entender cuándo habíanacido esa confianza. Saber cuándo ycómo había empezado todo.

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—¿Sabes qué significa mi apellido?—le preguntó él cogiéndola porsorpresa.

Luce se mordió el labio mientrasintentaba recordar la investigación queella y Penn habían realizado.

—Recuerdo que la señorita Sophiamencionó algo sobre unos vigilantes,pero no sé qué quería decir con eso, nisiquiera sé si debía haber confiado enella.

Se llevó los dedos al cuello en unacto reflejo, justo donde la señoritaSophia le había posado el cuchillo.

—Tenía razón. Los Grigori son unclan. De hecho, deben su nombre a mí.Porque ellos vigilan y aprenden de lo

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ocurrido cuando… en el pasado, cuandoyo todavía era bien recibido en el Cielo.Y cuando tú… En fin, Luce, eso ocurrióhace muchísimo tiempo. Me resultadifícil acordarme de la mayor parte delas cosas.

—¿Dónde? ¿Dónde estaba yo? —insistió ella—. Recuerdo que la señoritaSophia mencionó algo de que losGrigori confraternizaban con mujeresmortales. ¿Es eso lo que ocurrió?¿Acaso tú…?

Él tenía la vista perdida detrás deella. Algo cambió en su rostro y, bajo latenue luz de la luna, Luce no supo quésignificaba aquello. Casi era como si aél le aliviara que ella lo hubiera

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adivinado y ahora él no tuviera quedecirlo en voz alta.

—La primera vez que te vi —prosiguió Daniel— no fue muy distinta alas siguientes veces que te he vuelto aver. El mundo era más joven, pero túeras exactamente la misma. Fue…

—Amor a primera vista. —Esa parteya se la sabía.

Él asintió.—Como siempre. La única

diferencia al principio era que tú meestabas vedada. Yo estaba sometido a uncastigo y me enamoré de ti en el peormomento posible. Las cosas en el Cielose habían vuelto muy violentas. Porser… quien soy… se suponía que debía

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permanecer alejado de ti. Eras unadistracción. Se suponía que me tenía queconcentrar en ganar la guerra. La mismaguerra de hoy. —Suspiró—. Y, por si note has dado cuenta, sigo muy distraído.

—Así que eras un ángel muyimportante —murmuró Luce.

—Sí que lo era. —Daniel tenía unaspecto abatido. Se interrumpió uninstante y, cuando volvió a hablar,parecía morder las palabras—: Caídesde uno de los puestos más elevados.

Era evidente. Daniel tenía que seralguien importante en el Cielo paraprovocar una escisión tan grande. Paraque su amor por una chica mortal seviese condenado de aquella forma.

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—¿Lo dejaste todo por mí?Él acarició con su frente la de ella.—No cambiaría nada.—Pero yo no era nada —respondió

Luce. Se sentía pesada, como si sehundiera bajo su propio peso y como silo hundiera también a él—. ¡Renunciastea tantas cosas! —Aquello la hizosentirse muy mal—. Y ahora estáscondenado para siempre.

Daniel apagó el motor del coche y ledirigió una sonrisa triste.

—Tal vez no sea para siempre.—¿Qué quieres decir?—Vamos —dijo saliendo del coche

al tiempo que daba la vuelta para abrirlela puerta—. Vamos a dar un paseo.

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Se acercaron tranquilamente hacia elfinal de la calle, que sí tenía salida enrealidad: una escalera de piedraempinada que descendía hasta las aguas.El aire era frío y húmedo, impregnadodel rocío del océano. A la izquierda delos escalones serpenteaba un camino.Daniel la cogió de la mano y la llevó alborde del acantilado.

—¿Adónde vamos? —preguntóLuce.

Daniel le sonrió, irguió los hombrosy desplegó las alas.

Lentamente estas se extendieron yampliaron por detrás de los hombros,desplegándose con una serie casiinaudible de delicados chasquidos y

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crujidos. En cuanto estuvierontotalmente abiertas, se oyó un ruidosuave de plumas, como el de un edredónal ser aireado sobre la cama.

Por primera vez Luce vio la parteposterior de la camiseta de Daniel, quetenía dos aberturas diminutas queresultaban prácticamente invisibles yque ahora se abrían para dejar salir lasalas. Luce se preguntó si toda la ropa deDaniel estaría adaptada a susnecesidades angelicales o si teníaalgunas piezas especiales para cuandotenía previsto volar.

Fuera como fuese, sus alas siemprela dejaban sin habla.

Eran enormes, tres veces más altas

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que Daniel, y se doblaban hacia el cieloy a ambos lados como si fueran unasgrandes velas blancas. Su extensión eratal que atrapaban la luz de las estrellas yluego la reflejaban con mayorintensidad, de modo que ahora refulgíancon un esplendor iridiscente. Eran másoscuras cuanto más se aproximaban alcuerpo y tenían un hermoso color crematerroso ahí donde se juntaban con losmúsculos de los hombros. En cambio,eran más finas y refulgentes por losbordes, de modo que las puntasresultaban casi traslúcidas.

Luce se las quedó mirandoasombrada, intentando recordar elcontorno de todas y cada una de aquellas

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magníficas plumas, reteniendo todoaquello en su interior para cuando él semarchara. Daniel resplandecía con talintensidad que el sol le habría podidopedir luz prestada. La sonrisa dibujadaen sus ojos de color violeta reflejaba lobien que le hacía sentirse poderdesplegar las alas. Igual que Lucecuando se veía envuelta por ellas.

—¡Vuela conmigo! —le susurró él.—¿Qué?—No voy a verte durante un tiempo.

Tengo que darte algo para que merecuerdes entretanto.

Luce lo besó antes de que él pudieraañadir algo más y entrelazó sus dedos enla nuca de Daniel, agarrándolo con todas

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sus fuerzas con la esperanza de poderdarle a él también algo para que larecordara.

Con la espalda de Luce apoyada ensu pecho, y su cabeza reclinada en elhombro de ella, Daniel dibujó una líneade besos por su cuello. Ella contuvo elaliento, a la espera. Luego él flexionólas rodillas y saltó con elegancia por elborde del acantilado.

Estaban volando.Más allá de la cornisa rocosa de la

costa, por encima del estruendo de lasolas plateadas que tenían a los pies,recorrieron el cielo como si remontaranpara tocar la luna. El abrazo de Daniella protegía de cualquier ráfaga de

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viento, de cualquier contacto con el fríodel océano. Aquella noche eraabsolutamente tranquila. Parecía quefueran los únicos habitantes del mundo.

—Esto es el Cielo, ¿verdad? —preguntó ella.

Daniel se echó a reír.—Ojalá. Tal vez algún día muy

pronto…Cuando se hubieron alejado lo

suficiente y no se veía tierra por ningúnlado, Daniel viró un poco hacia el nortey descendieron en picado dibujando ungran arco sobre la ciudad deMendocino, que brillaba en el horizonte.Volaban a gran altura por encima deledificio más alto de la ciudad y se

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desplazaban a una velocidad increíble.Luce jamás se había sentido más seguray más enamorada en toda su vida.

Entonces, demasiado pronto,empezaron a descender, aproximándosede forma gradual a otro borde deacantilado. De nuevo el sonido delocéano se hizo perceptible. Unacarretera oscura de un solo carril sedesviaba de la autopista principal.Cuando aterrizaron suavemente sobrelos pies en una fresca zona de hierbadensa Luce suspiró.

—¿Dónde estamos? —preguntó,aunque ya lo sabía.

Era la Escuela de la Costa. Vio unenorme edificio a lo lejos, aunque desde

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donde estaban parecía completamenteoscuro, apenas una silueta en elhorizonte. Daniel seguía asiéndola comosi aún estuvieran en el aire. Ella volvióla cabeza para mirar su expresión. Teníalos ojos vidriosos.

—Los que me condenaron, Luce,todavía vigilan. Llevan miles de añoshaciéndolo. Y no quieren que estemosjuntos. Harán todo lo necesario paradetenernos. Por eso no es seguro para míquedarme aquí.

Ella asintió mientras los ojos leescocían.

—Pero ¿por qué estoy yo aquí?—Porque voy a hacer lo imposible

para mantenerte a salvo, y ahora mismo

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este es el mejor lugar para ti. Te quiero,Luce, por encima de todas las cosas.Volveré contigo en cuanto me seaposible.

Luce quiso protestar, pero secontuvo. Él lo había dejado todo porella. Daniel se apartó un poco, abrió lapalma de la mano, y de su interiorasomó una pequeña forma roja: la bolsade viaje de Luce. Daniel la había sacadodel maletero del coche sin que ella sediera cuenta y la había llevado todo elrato dentro de su mano. En unossegundos recuperó su antiguo tamaño.De no haber estado tan apesadumbradapor lo que significaba que él se laentregase, a Luce le habría encantado el

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truco.En el edificio se encendió una única

luz. Una silueta asomó a la entrada.—No será por mucho tiempo. En

cuanto la situación sea segura, volveré apor ti.

Daniel le agarró la muñeca confuerza y, antes de que pudiera darsecuenta, Luce se vio atrapada en suabrazo y atraída hacia sus labios. Seabandonó por completo y dejó que sucorazón se desbordara. Aunque no podíaacordarse de sus vidas anteriores,cuando él la besaba, se sentía cerca delpasado. Y del futuro.

En la entrada, una mujer ataviadacon un vestido corto de color blanco se

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acercó a ella.El beso que Luce compartió con

Daniel, demasiado dulce para ser tanbreve, la dejó sin aliento, como todossus besos.

—No te marches —le susurró conlos ojos cerrados.

Todo iba demasiado rápido. Nopodía abandonar a Daniel. Ahora no. Nocreía poder hacerlo jamás.

Sintió el embate del aire, lo cualsignificaba que había despegado. Lucesintió que su corazón se iba tras élcuando abrió los ojos y vio el últimodestello de sus alas ocultándose tras unanube en la noche oscura.

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2

Diecisiete días

Tap.Luce hizo una mueca y se frotó la

cara al notar un dolor punzante en lanariz.

Tap. Tap.Ahora, en los pómulos. Abrió los

párpados y, casi de inmediato, esbozóuna expresión de sorpresa. Una fornidamuchacha de pelo castaño claro conexpresión grave y cejas grandes estaba

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inclinada sobre ella. Llevaba el pelorecogido de forma desordenada en loalto de la cabeza. Vestía pantalones deyoga y una camiseta de camuflaje sinmangas a juego con sus ojos de coloravellana moteados de verde. Sosteníauna pelota de ping-pong entre los dedosy parecía dispuesta a lanzarla.

Luce se echó atrás en la cama y seprotegió la cara. Ya tenía bastantesufrimiento por no estar con Daniel, nonecesitaba añadir ninguno más. Bajó lamirada para ubicarse y se acordó de lacama en la que se había desplomado lanoche anterior.

La mujer de blanco que había vistotras la partida de Daniel se llamaba

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Francesca y era una de las profesoras dela Escuela de la Costa. A pesar de suestupor, Luce se había percatado de queera una mujer bella. Tendría algo más detreinta años, y una cabellera rubia que lellegaba hasta los hombros; sus pómuloseran redondeados, y sus facciones,anchas y suaves.

«Un ángel», decidió Luce casi alinstante.

Francesca no le hizo ningunapregunta mientras se dirigían hacia lahabitación de Luce. Seguramenteesperaba esa llegada a horasintempestivas de la noche y se habíadado cuenta del cansancio extremo de lachica.

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La desconocida que habíadespertado a Luce y la había devuelto ala realidad parecía dispuesta a tirarleotra pelota.

—Muy bien —dijo en un tono de vozgrave—. Ahora ya estás despierta.

—¿Quién eres? —preguntó Luceadormecida.

—En realidad soy yo quien deberíasaber quién eres tú, aparte de ladesconocida que he encontrado metidaen mi cuarto sin permiso cuando me hedespertado y que ha interrumpido mimantra matutino con sus inquietantesbalbuceos en sueños. Me llamo Shelby.Enchantée.

«Esta no es un ángel —conjeturó

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Luce—. Solo es una chica californianamuy pagada de sí misma».

Luce se incorporó en la cama y miróa su alrededor. Aunque algodesordenada, la habitación estaba bienarreglada: tenía el suelo de madera decolor claro, una chimenea encendida, unmicroondas, dos mesas largas y anchas,y unas estanterías empotradas que hacíantambién de escalera de lo que, Lucedescubrió, era la litera superior.

Por una puerta de madera correderavislumbró un cuarto de baño privadocuya ventana, para su sorpresa, teníavistas al océano. No estaba mal paraalguien que había pasado todo el mesanterior viviendo frente a un cementerio

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antiguo y repugnante en una habitaciónmás propia de un hospital que de unaescuela. Sin embargo, se dijo, al menosaquel cementerio horrible y esahabitación significaban que estaba conDaniel. Apenas había tenido tiempo paraacomodarse en Espada & Cruz. Y ahora,una vez más, tenía que empezar desde elprincipio.

—Francesca no me dijo que teníacompañera de habitación.

Por la expresión de Shelby, Lucesupo de inmediato que sus palabras nohabían sido nada apropiadas.

En lugar de seguir hablando, echó unvistazo a la decoración del cuarto deShelby. Luce nunca había confiado en su

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propio gusto, o tal vez nunca habíatenido ocasión de demostrarlo. No habíapasado el tiempo suficiente en Espada &Cruz como para preocuparse por ladecoración, y anteriormente en Dover suhabitación consistía en cuatro paredesblancas y desnudas. Tal como Calliedijo en una ocasión, era de unaelegancia esterilizada.

Ese dormitorio, en cambio, teníaalgo que hacía que fuera extrañamentefabuloso. Una gran variedad de plantasque nunca antes había visto adornaban larepisa de la ventana. Unos banderines deoración pendían del techo. Un edredónde patchwork de colores apagados sedeslizaba desde la litera superior,

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impidiendo en parte que Luce viera uncalendario zodiacal colgado sobre elespejo.

—¿Y qué esperabas? ¿Quedespejasen las habitaciones del decanopor ser Lucinda Price?

—¡Hum! —Luce negó con la cabeza—. No he querido decir eso. Pero,espera, ¿cómo sabes mi nombre?

—¿Así que tú eres Lucinda Price?—Los ojos moteados de verde de lachica parecían haber reparado en suraído pijama gris—. ¡Qué suerte la mía!

Luce se quedó sin habla.—Lo siento. —Shelby tomó aire y

corrigió su tono de voz a la vez que sesentaba en el borde de la cama de Luce

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—. Soy hija única. Leon, mi terapeuta,me intenta enseñar a no ser tan bruscacuando conozco a alguien.

—¿Y funciona? —Luce también erahija única, pero no era desagradable conlos desconocidos que se cruzaban en sucamino.

—Lo que quiero decir es que… —Shelby hizo un gesto de incomodidad—.No estoy acostumbrada a compartir. Oye—dijo sacudiendo la cabeza—, ¿y siempezamos de nuevo?

—Estaría bien.—De acuerdo. —Shelby inspiró

profundamente—. Anoche Francesca note dijo que ibas a tener una compañerade habitación porque tendría que

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haberse dado cuenta, y si lo hubieranotado, informar de que yo no estaba enla cama cuando llegaste. Entré por esaventana —señaló— sobre las tres.

En la parte externa de la ventanaLuce vio una cornisa amplia queconectaba con una parte inclinada deltejado. Se imaginó a Shelbyapresurándose por el entramado decornisas del tejado para regresar a suhabitación en medio de la noche.

Shelby bostezó ostensiblemente.—Verás, en lo que concierne a los

nefilim de la Escuela de la Costa, loúnico en lo que los profesores sonestrictos es en fingir disciplina. En sí, ladisciplina no existe. De todos modos,

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claro está, Francesca nunca admitiríaalgo así ante la nueva. Y menos aún, anteLucinda Price.

Otra vez el retintín en la voz deShelby cuando pronunciaba su nombre.Luce se preguntó qué quería decir. Ytambién dónde había estado Shelby hastalas tres. Y cómo había entrado por laventana a oscuras sin volcar ningunaplanta. Y qué eran los nefilim.

De pronto a Luce le vino el recuerdovívido del lío mental al que la sometióArriane cuando se conocieron. La duraapariencia exterior de su compañera dehabitación de la Escuela de la Costa eramuy parecida a la de Arriane, y Lucerecordó haberse preguntado también el

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primer día que pasó en Espada & Cruzsi alguna vez lograrían congeniar lasdos.

Pero aunque Arriane le parecióintimidatoria e incluso peligrosa, desdeel principio dejó entrever unaextravagancia encantadora. En cambio,la nueva compañera de habitación deLuce solo parecía una plasta.

Shelby se levantó de la cama y sedirigió pesadamente al baño paracepillarse los dientes. Luce, trasrevolver en su bolsa de viaje en buscadel cepillo de dientes, la siguió al bañoy señaló avergonzada el tubo de pastadentífrica.

—Olvidé traer la mía.

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—Sin duda, el resplandor de tucelebridad te deslumbra ante laspequeñas necesidades de la vida —replicó Shelby, que, sin embargo, cogióel tubo y se lo pasó a Luce.

Se cepillaron en silencio unos diezsegundos hasta que Luce no pudo más yescupió la espuma.

—¿Shelby?La muchacha, con la cabeza en el

lavamanos de porcelana, escupiótambién y dijo:

—¿Qué?En vez de formular alguna de las

muchas preguntas que la habían asaltadoapenas unos minutos atrás, Luce sesorprendió a sí misma preguntando:

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—¿Qué decía mientras dormía?Aquella había sido la primera

mañana en un mes de sueñosatormentados por el recuerdo de Danielen que Luce se había despertado sinrecordar nada.

Nada. Ni la caricia de un ala deángel. Ni siquiera un beso de sus labios.

Se quedó mirando la expresiónbrusca de Shelby en el espejo. Lucenecesitaba que la muchacha la ayudara arecordar. Tenía que haber soñado conDaniel. De no haberlo hecho… ¿quépodría significar aquello?

—¡Y yo qué sé! —exclamó Shelbypor fin—. Farfullabas incoherencias. Lapróxima vez intenta pronunciar mejor.

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Salió del baño y se calzó unaschancletas de color naranja.

—Es la hora del desayuno, ¿vienes oqué? —añadió.

Luce salió a toda prisa del baño.—¿Qué tengo que ponerme?Todavía iba en pijama. La noche

anterior Francesca no había mencionadoque hubiera norma alguna en lavestimenta. Pero, bueno, también sehabía olvidado de mencionar quecompartía habitación con otra chica…

Shelby se encogió de hombros.—¿Quién te crees que soy, el

guardián de la moda? Coge lo quemenos tiempo te lleve ponerte. Estoyhambrienta.

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Luce se apresuró a ponerse unosvaqueros finos y un jersey ajustado decolor negro. Le habría gustadoarreglarse unos cuantos minutos más ensu primer día de clase, pero se limitó acoger la mochila y seguir a Shelby porla puerta.

El pasillo de la residencia eradistinto a la luz del día. Dondequieraque mirase había grandes ventanalesluminosos con vistas al océano oestanterías empotradas repletas delibros gruesos y de cubiertas de colores.Los suelos, las paredes, los techosfalsos y las escaleras empinadas ycurvas, todo estaba hecho de la mismamadera de arce empleada en el

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mobiliario del interior de la habitaciónde Luce. Aquello habría proporcionadoal lugar el toque cálido de las cabañasde madera de no ser porque su diseñoera tan intrincado y extraño comoaburrida y funcional había sido laresidencia de Espada & Cruz. A cadapaso el pasillo parecía dividirse encorredores más pequeños con escalerasen espiral que penetraban cada vez másen aquel laberinto poco iluminado.

Al cabo de dos tramos de escalerasy tras cruzar lo que parecía ser unapuerta secreta, Luce y Shelbyatravesaron otra de doble cristal ysalieron al exterior. El sol era dejusticia, pero el aire lo bastante fresco

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para que Luce se alegrara de llevarjersey. El aire olía a océano, pero no erael olor con el que estaba familiarizada.Era menos salobre y más calcáreo que elde la Costa Este.

—El desayuno se sirve en la terraza.—Shelby señaló una amplia extensiónde terreno.

Tres cuartas partes de la zona decésped estaban bordeadas por unosfrondosos arbustos de hortensias azules,y la restante consistía en un descensoempinado que iba a dar al mar. A Lucele costaba creer lo bonito que era elemplazamiento de la escuela. No se veíacapaz de poder aguantar encerrada todauna clase sin salir al exterior.

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Conforme se acercaban a la terraza,Luce atisbó otro edificio: consistía enuna estructura alargada y rectangular contejado de madera y unas alegresventanas con marcos de color amarillo.Un gran letrero tallado a mano en el quese leía «CANTINA» entrecomillado,como si se tratara de una broma, colgabasobre la entrada. Sin duda, era lacafetería estudiantil más agradable queLuce había visto nunca.

La terraza estaba llena de mesas ysillas de hierro pintadas de blanco, yhabía alrededor de un centenar deestudiantes con el aspecto másdespreocupado que Luce había visto ensu vida. La mayoría se habían

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descalzado y apoyaban los pies en lasmesas mientras comían unos elaboradosplatos de desayuno: huevos a labenedictina, gofres con fruta, porcionesde quiche salpicadas de espinacas conaspecto de ser exquisitas. Losestudiantes leían el periódico, charlabanpor el móvil, jugaban al croquet en elcésped… Luce conocía a los chicosricos de Dover, y si algo caracterizaba alos de la Costa Este es que eran serios yestirados; no tenían nada que ver conesos muchachos desgreñados ydespreocupados. La escena recordabamás a un primer día de verano que a unmartes de principios de noviembre.Todo era tan agradable que casi

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resultaba difícil envidiar la aparienciaautocomplaciente de esos chicos ychicas. Casi.

Luce intentó imaginarse a Arrianeallí y lo que pensaría de Shelby o deaquella cantina junto al océano, y se dijoque probablemente no sabría de quéreírse primero. Deseó poder volverse yhablar con Arriane. ¡Cómo le gustaríareírse un poco!

Al mirar a su alrededor, cruzó lamirada sin querer con un par deestudiantes: una chica guapa de pielaceitunada, vestido a topos y un pañueloverde atado a su lustrosa cabellera negray un muchacho de pelo rubio rojizo deespaldas anchas que se disponía a

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engullir un enorme montón de tortitas.La reacción instintiva de Luce fue

apartar la cabeza en cuanto hubieronestablecido contacto visual, lo cual enEspada & Cruz siempre era lo mássensato. Sin embargo… ninguno de ellosse la había quedado mirando. Lo mássorprendente en la Escuela de la Costano era ese sol cristalino, ni esa cómodaterraza para el desayuno, o el dinero queparecía rodear a todo el mundo. Lo mássorprendente era que los estudiantessonreían.

Bueno, la mayoría sonreían. Cuandoella y Shelby se hicieron con una mesadesocupada, esta última cogió un letreropequeño que tenía encima y lo arrojó al

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suelo. Luce se inclinó y vio de reojo quetenía la palabra RESERVADO escrita enella; en ese instante, un chico de su edadataviado con el uniforme de camarero ycorbata negra se les acercó con unabandeja de plata.

—Esta mesa está res… —empezó adecir cuando, inoportunamente, se lequebró la voz.

—Café solo —dijo Shelby. Acontinuación, preguntó con brusquedad aLuce—: ¿Qué vas a tomar?

—Hummm… Lo mismo —contestóLuce, incómoda al verse atendida por uncamarero—. Pero con un poco de leche.

—Son becarios. Han de trabajarduro para seguir adelante.

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Shelby, desdeñosa, torció el gestohacia Luce mientras el camarero seapresuraba a buscar los cafés. Luegocogió el San Francisco Chronicle delcentro de la mesa y desplegó la portadacon un bostezo.

Entonces Luce estalló:—Oye —dijo mientras bajaba un

poco el brazo de Shelby para poderverle bien la cara por encima delperiódico. Shelby, sorprendida, arqueósus espesas cejas—. Resulta que yo fuibecaria. No en la última escuela, sino enla anterior.

Shelby se sacudió la mano de Luce.—¿Se supone que también debería

impresionarme esa parte de tu historial?

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Luce iba a preguntar a Shelby qué lehabían contado de ella cuando notó unamano cálida en el hombro.

Francesca, la profesora que habíasalido a recibirla en la puerta la nocheanterior, la miraba sonriendo. Era unamujer alta, de porte imponente, e ibavestida de un modo aparentemente muynatural. Llevaba el pelo rubio clarocuidadosamente peinado a un lado ytenía los labios pintados de color rosabrillante. Lucía un vestido negroajustado con cinturón azul y zapatos detalón abiertos por delante a conjunto. Eltipo de vestimenta capaz de hacersentirse vulgar a cualquiera. Luce deseópor lo menos haberse maquillado y no

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llevar sus Converse sucias de barro.—¡Qué bien! ¡Veo que ya habéis

conectado! —Francesca sonrió—.¡Sabía que pronto seríais amigas!

Shelby no dijo nada, simplementehizo crujir el periódico. Luce se aclaróla garganta.

—Creo que no te va a costar nadaadaptarte a la Escuela de la Costa, Luce.Está pensada para que así sea. Lamayoría de nuestros estudiantessuperdotados se adaptan sin problemas.

«¿Superdotados?», se preguntó Luce.—Evidentemente, en caso de duda

siempre puedes acudir a mí. Tambiénpuedes confiar en Shelby.

Por primera vez esa mañana, Shelby

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se rió. Tenía una risa áspera y bronca, laclase de risa que Luce habría esperadoen una persona mayor fumadoraempedernida y no en una adolescentefanática del yoga.

Notó que torcía el gesto. Lo últimoque quería era «adaptarse sinproblemas» a esa escuela. No se sentíaparte de un grupo de adolescentestalentosos y mimados que residían en loalto de un acantilado con vistas alocéano. Ella pertenecía a la clasenormal, a la gente con alma en vez deraquetas de squash, a la gente que sabíade qué iba la vida. Ella estabapredestinada a estar con Daniel. Todavíano sabía qué hacía exactamente ahí, solo

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que permanecería escondida de formaprovisional mientras Daniel librabasu… guerra. Después él la llevaría devuelta a casa. O a algún otro sitio.

—Bueno, os veo en clase. ¡Queaproveche! —exclamó Francesca trasdarse la vuelta, y mientras se alejaba,señalando al camarero que llevaba unplato para cada una, exclamó—: ¡Pruebala quiche!

Cuando se hubo marchado, Shelbytomó un gran sorbo de su café y se secóla boca con el dorso de la mano.

—¡Hum! ¿Shelby?—¿Sabes lo que significa dejar

comer tranquila?Luce volvió a posar la taza en el

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plato con un gesto brusco y aguardó conimpaciencia a que el camarero dejaralas quiches y se marchara de nuevo. Unaparte de ella deseó estar en cualquierotra mesa. A su alrededor se oíanmurmullos de conversaciones alegres.Aunque no pudiera participar en ellas, almenos estar sentada sola sería preferiblea permanecer de aquel modo. Por otraparte, lo que Francesca había dicho lahabía confundido. ¿Por qué había dado aentender que Shelby era una excelentecompañera de habitación cuando eraevidente que se trataba de una personatotalmente hostil? Luce se entretuvomasticando un poco de quiche,consciente de que no sería capaz de

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comer nada hasta que pudiera verbalizarlo que pensaba.

—Vale, muy bien, ya sé que soy lanovata y que, por algún motivo, eso tedisgusta. Me imagino que antes de queyo llegara tenías una habitación para tisola, no lo sé. —Shelby bajó elperiódico hasta situarlo justo por debajode los ojos. Arqueó una de sus enormescejas—. Pero no soy tan terrible. ¿Quéhay de malo en que tenga preguntas quehacer? Perdona si he venido a la escuelasin saber qué narices son los nefelines.

—Se dice «nefilim».—Lo que sea. No me importan nada.

No tengo ningún interés en enemistarmecontigo. Esto significa que algo de esto

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—Luce señaló entonces el espacio quelas separaba— es responsabilidad tuya.Así que, dime, ¿cuál es tu problema?

Shelby torció los labios, dobló elperiódico y se reclinó en su asiento.

—Pues los nefilim te deberíanimportar. Vamos a ser tus compañerosde clase. —Extendió la mano señalandoa la terraza—. Contempla el bonito yprivilegiado cuerpo estudiantil de laEscuela de la Costa. No volverás a ver ala mitad de esos tarugos, excepto comoobjeto de nuestras bromas.

—¿Nuestras?—Sí. Te encuentras inscrita en el

programa para alumnos aventajados yvas con los nefilim. Pero no te

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preocupes si no eres una alumna muybrillante. —Luce resopló—. Aquí elgrupo de estudiantes con talento enrealidad es una tapadera, un sitio dondemeter a los nefilim sin levantarsospechas. De hecho, la única personaque alguna vez ha albergado sospechases Beaker Brady.

—¿Y quién es Beaker Brady? —preguntó Luce inclinándose para notener que alzar la voz y hacerse oír porencima del rugido del oleaje al chocarcontra la orilla.

—El empollón de sobresalientes quehay dos mesas más allá. —Shelbyseñaló con la cabeza a un muchachoregordete vestido con camisa de cuadros

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que acababa de verter un yogur sobre unenorme libro de texto—. Sus padres noaceptan que nunca haya sido admitido enlas clases para alumnos aventajados.Cada semestre hacen una campaña. Élaporta las puntuaciones de la Mensa, losresultados obtenidos en ferias deciencia, los premios Nobel a los que haimpresionado, todo ese tipo de cosas. Ycada semestre, Francesca tiene que idearalguna prueba estúpida insuperable quele impida acceder. —Soltó un bufido—.Cosas del tipo: «A ver, Beaker, resuelveeste cubo de Rubik en menos de treintasegundos». —Shelby chasqueó la lengua—. Aunque, bueno, ese Nemrod logrósuperar esa prueba.

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—Pero, si es una tapadera —preguntó Luce sintiéndose algo mal porBeaker—, ¿a quién encubre?

—A gente como yo. Yo soy nefilim.N-E-F-I-L-I-M, que es cualquier cosacon ángel en su ADN. Mortales,inmortales, transeternos. Intentamos nohacer discriminaciones.

—¿Y esa palabra no tiene plural?Shelby frunció el ceño.—¿Hablas en serio? ¿Te suena bien

«nefilimes»? A mí en absoluto, gracias.Siempre es nefilim, independientementede a cuántos te refieras.

Así que Shelby era un tipo de ángel.Lo cual era raro, porque no lo parecía niactuaba como tal. No era fabulosa como

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Daniel, Cam o Francesca. No poseía elmagnetismo de Roland o Arriane. Soloparecía un poco ordinaria yextravagante.

—Así que esto es una especie deinstituto de secundaria para ángeles —dijo Luce—. Pero ¿de qué sirve?¿Acaso luego vais a la universidad paraángeles?

—Depende de lo que el mundonecesite. Muchos estudiantes se tomanun año sabático y se alistan en el CuerpoNefilim. Viajas, hechas una cana al airecon un extraño, etcétera. Pero eso es entiempos… bueno, ya sabes, de paz.Ahora mismo…

—Ahora mismo, ¿qué?

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—Da igual. —Shelby pareciómorderse la lengua—. Solo depende dequién eres. Verás, aquí cada cual tienedistintos grados de poder —prosiguiócomo leyendo la mente de Luce—.Según el árbol genealógico de cada uno.En tu caso, sin embargo…

Luce lo sabía.—Yo solo estoy aquí por Daniel.Shelby arrojó su servilleta en el

plato vacío y se puso de pie.—Es impresionante lo bien que te lo

has montado, Luce. La novia del pezgordo que ha tocado algunas teclas…

¿Era eso lo que todo el mundopensaba de ella? ¿Era esa… la verdad?

Shelby extendió la mano y se llevó a

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la boca el último trozo de quiche delplato de Luce.

—Si quieres tu club de fans deLucinda Price, seguro que aquí loencontrarás. Pero a mí déjame tranquila,¿entendido?

—¿De qué hablas? —Luce se pusode pie. Tal vez ella y Shelby deberíanempezar de nuevo la conversación—.Yo no quiero un club de fans…

—¿Lo ves? Te lo dije.Una voz aguda pero agradable se

oyó en ese instante.De pronto se encontró con la chica

del pañuelo verde ante ella, sonriéndoley dando codazos a otra chica para que seacercara. Luce miró por detrás de ellas,

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pero Shelby ya se había alejado;seguramente, no merecía la pena irdetrás de ella. De cerca, la chica delpañuelo verde parecía una versión másjoven de Salma Hayek, con los labiosigual de carnosos y el pecho incluso másvoluminoso. La otra muchacha, de tezpálida, ojos color avellana y pelo negrocorto, se parecía un poco a Luce.

—Un momento, ¿de verdad eresLucinda Price? —preguntó la chica máspálida. Tenía los dientes pequeños yblancos y con ellos sostenía un par dehorquillas decoradas con lentejuelasmientras se recogía unos pocosmechones oscuros—. ¿Como en lahistoria de Luce y Daniel? ¿La chica

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recién llegada de esa terrorífica escuelade Alabama…?

—Georgia. —Luce asintiólevemente.

—Da igual. ¡Oh, vaya! ¿Cómo eraCam? Lo vi una vez en un concierto dedeath metal… pero, claro, me pusedemasiado nerviosa para presentarme.Pero no te vas a interesar por Cam,porque, claro, está Daniel. —Soltó unarisita de emoción—. Por cierto, mellamo Dawn. Ella es Jasmine.

—Hola —dijo Luce lentamente. Esoera nuevo—. Hum…

—No le hagas mucho caso. Se acabade tomar más o menos once cafés. —Jasmine hablaba tres veces más

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despacio que Dawn—. Quiere decir queestamos muy contentas de conocerte.Siempre decimos que la historia deDaniel y tú es la historia de amor másgrande que haya existido nunca.

—¿En serio? —Luce hizo crujir losnudillos.

—¿Bromeas? —preguntó Dawn,aunque Luce no podía dejar de pensarque le estaban gastando una especie debroma—. Con eso de morir una y otravez… Oye, ¿y eso hace que todavía loquieras más? Seguro que sí. Y, ¡oh!,bueno, cuando te desintegras en elfuego… —Cerró los ojos, se puso unamano en el estómago y luego se la pasópor el cuerpo golpeándose el pecho con

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el puño—. Cuando era pequeña mimadre me contaba siempre esa historia.

Luce estaba sorprendida. Echó unvistazo a la terraza atestada de gentepreguntándose si alguien podía oírlas. Y,hablando de desintegrarse, en esemomento tenía que tener las mejillasrojas como un tomate.

Una campana repicó desde el tejadode la cantina para anunciar el final deldesayuno. Luce se alegró de ver quetodo el mundo tenía otras cosas de lasque ocuparse, como ir a clase.

—¿Y qué te contaba tu madre? —preguntó Luce lentamente—. ¿Era sobreDaniel y yo?

—Bueno, solo lo más destacado —

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dijo Dawn con los ojos abiertos—.¿Cómo es? ¿Como un sofoco? ¿Comoesos que se tienen en la menopausia?Bueno, no es que piense que tú puedassaberlo, claro.

Jasmine le dio un golpecito a Dawnen el brazo.

—¿Te das cuenta de que estáscomparando la pasión desenfrenada deLuce con un sofoco?

—Lo siento. —Dawn soltó una risita—. Estoy fascinada. Parece tanromántico y extraordinario. Te tengoenvidia sana, ¿eh?

—¿Me envidias por tener que morircada vez que intento estar con el chicode mis sueños? —Luce se encogió de

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hombros—. En realidad es una malapasada.

—Eso se lo dices a una chica cuyoúnico beso hasta el momento ha sido conIra Frank, el del Síndrome de ColonIrritable —dijo Jasmine señalando aDawn con gesto burlón.

Al ver que no se reía, Dawn yJasmine se echaron a reír de formaaduladora, como si creyeran que Lucesimplemente estaba siendo modesta.Luce jamás había sido objeto de ese tipode risas.

—¿Y qué te decía tu madreexactamente? —quiso saber Luce.

—¡Oh, lo de siempre! Que estalló laguerra, que toda la mierda saltó, y

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cuando desde las nubes quisieron ponerfin a todo aquello, Daniel se puso delpalo: «Nadie nos podrá separar», y queeso fastidió a todo el mundo. Esta es miparte favorita de la historia. Así queahora vuestro amor está condenado asufrir el castigo eterno de quererosdesesperadamente y sin embargo nopoder, bueno… ya sabes…

—Pero hay vidas en que sí. —Jasmine corrigió a Dawn e hizo un guiñomalicioso a Luce, que apenas podíamoverse de la impresión que le causabaoír todo aquello.

—¡Qué va! —Dawn hizo un gesto dedesdén con la mano—. Lo importante esque ella estalla en llamas cuando… —

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Al ver la expresión de horror en la carade Luce, Dawn se estremeció—. Losiento. No creo que quieras oírlo.

Jasmine carraspeó e intervino:—Mi hermana mayor me contó una

anécdota de tu pasado y juro que…—¡Oh!Dawn pasó el brazo por el de Luce,

como si aquel conocimiento al que Luceno tenía acceso la hiciera una amiga másdeseable. Era de locos. Luce se sentíatremendamente incómoda y también unpoco emocionada. Y, además, no estabasegura de si todo aquello era verdad.Había una cosa incuestionable: Luce depronto se había convertido en unaespecie de… personaje famoso. Pero

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era una sensación rara. Como si fuerauna de esas jóvenes anónimas, guapas ytontas, que se dejan fotografiar junto a laestrella de cine del momento por unpaparazzi.

—¡Oh, chicas! —exclamó Jasmineseñalando de forma exagerada el relojde su teléfono—. ¡Es supertarde!Tenemos que ir a clase.

Luce hizo una mueca y asió lamochila con rapidez. No tenía ni idea dequé clase tenía primero, ni sabía adóndedebía ir o cómo tomarse el entusiasmode Jasmine y Dawn. No había visto unassonrisas tan amplias y emocionadasdesde… bueno, tal vez nunca.

—¿Alguna sabe cómo puedo

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averiguar dónde está mi primera clase?No tengo el horario.

—Bueno —dijo Dawn—. Ven connosotras. Siempre vamos juntas. Es muydivertido.

Las dos chicas echaron a andar conLuce, una a cada lado, y la acompañaronen un recorrido serpenteante entre lasmesas, donde otros chicos y chicasestaban acabando el desayuno. A pesarde ser tan «supertarde», Jasmine y Dawnprácticamente se paseaban por el céspedrecién cortado.

Luce consideró la posibilidad depreguntarles qué le pasaba a Shelby,pero no quería parecer cotilla. Por otraparte, esas muchachas resultaban

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agradables, aunque no necesitabaentablar buenas amistades. Como nodejaba de recordarse a sí misma: todoaquello era provisional.

Era, en efecto, provisional, perotambién resultaba asombrosamentebello. Las tres anduvieron junto alcamino de las hortensias que daba lavuelta a la cantina. Aunque Dawn nodejaba de charlar, Luce no conseguíaapartar la vista del acantilado, viendocómo el terreno se desplomaba cientosde metros en el océano deslumbrante. Eloleaje rompía en una playa diminuta dearena rojiza situada a los pies delacantilado casi con la mismadespreocupación con que los estudiantes

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de la Escuela de la Costa se iban aclase.

—Ya hemos llegado —dijo Jasmine.Un impresionante edificio de madera

de dos pisos en forma de A se erguíasolitario al final del camino. Había sidoconstruido en el corazón de un grupoaislado de secuoyas, por lo que sutejado pronunciado y triangular y elamplio césped que se extendía delantede él estaban cubiertos por una capa dehojas aciculares. Había, además, unaagradable zona ajardinada con algunasmesas de picnic; sin embargo, lo másllamativo era el edificio: más de lamitad del mismo parecía de cristal, puesse hallaba recubierto de ventanales

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amplios y de cristal tintado y puertascorrederas abiertas. Era como si lohubiera diseñado el mismísimo FrankLloyd Wright. Había varios estudiantesholgazaneando en la enorme terraza convistas al océano situada en la segundaplanta, mientras otros chicos y chicassubían las escaleras simétricas que seelevaban desde el camino.

—¡Bienvenida al pabellón Nefilim!—¿Aquí es donde vais a clase? —

Luce estaba boquiabierta. Aquello teníamás el aspecto de una residencia devacaciones que de un lugar de estudio.

A su lado, Dawn pegó un chillido, yle apretó la muñeca.

—¡Buenos días, Steven! —exclamó

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Dawn a través del jardín saludando a unhombre mayor que se encontraba al piede la escalera. Tenía el rostro fino,llevaba gafas modernas de diseñorectangular, y lucía una cabellera espesaondulada y canosa.

—Adoro cuando se pone ese traje detres piezas —susurró Dawn.

—¡Buenos días, chicas!El hombre sonrió saludándolas. Se

quedó mirando a Luce el tiemposuficiente como para incomodarla perosin perder la sonrisa.

—Nos vemos en un instante —dijo,y empezó a subir.

—Steven Filmore —susurró Jasmineinformando a Luce mientras lo seguían

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por la escalera—. Conocido tambiéncomo S. F., o el Zorro de Plata. Es unode nuestros profesores y, en efecto,Dawn está verdadera, desesperada yprofundamente enamorada de él. Aunqueya está comprometido. Es unadescarada.

—Pero también adoro a Francesca.Dawn dio un golpecito a Jasmine y

luego dirigió sus ojos oscuros ysonrientes hacia Luce.

—Apuesto a que tú también terendirás ante ellos.

—Un momento. —Luce se detuvo—.¿El Zorro de Plata y Francesca sonnuestros profesores? ¿Los llamáis por sunombre de pila? ¿Y son pareja? ¿Quién

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enseña qué?—Al bloque de la mañana lo

llamamos «humanidades» —explicóJasmine—, aunque sería más apropiadollamarlo «angelología». Francesca ySteven enseñan juntos. Es parte del tratoaquí, una especie de yin y yang. De estamanera, bueno, ningún estudianteresulta… influenciado.

Luce se mordió el labio. Habíanllegado a lo alto de la escalera y seencontraban en la terraza en medio de ungrupo de estudiantes. Todo el mundoempezó a cruzar tranquilamente laspuertas correderas de cristal.

—¿Qué quieres decir con que nadieresulte influenciado?

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—Ambos son ángeles caídos, perooptaron por bandos distintos. Ella es unángel, y él, más bien un demonio.

Dawn hablaba con tranquilidad,como si charlara sobre yogures dediferentes sabores. Al ver cómo Luceabría los ojos añadió:

—No es que se puedan casar ni nadapor el estilo… aunque sería una granboda. Simplemente, viven en pecado.

—¿Me estás diciendo que undemonio enseña humanidades? —preguntó Luce—. ¿Y eso está bien?

Dawn y Jasmine se miraron entreellas y se echaron a reír.

—Está muy bien —contestó Dawn—. Ya verás como cambias de opinión

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respecto a Steven. Vamos, tenemos queentrar.

Luce entró en el aula con los demás.Era una estancia amplia formada portres grandes escalones sobre los cualesse encontraban los pupitres, que seorientaban hacia un par de mesas largas.La mayor parte de la luz provenía deunas claraboyas. La luz natural y eltecho elevado hacían que el aulapareciera incluso más grande de lo queera en realidad. La brisa oceánicapenetraba por las puertas abiertas yhacía que el ambiente fuera relajado yfresco. No podía ser más diferente aEspada & Cruz. Luce se dijo que laEscuela de la Costa incluso le podría

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llegar a gustar de no ser porque el únicomotivo por el que se hallaba allí, lapersona más importante de su vida, noestaba allí. Se preguntó si Danielpensaba en ella. ¿La estaría echandotanto de menos como ella a él?

Luce eligió una mesa cerca de lasventanas, entre Jasmine y un chicoagradable y discreto vestido convaqueros, una gorra de los Dodgers yuna sudadera de color azul marino.Había unas cuantas chicas de pie cercade la puerta del baño. Una de ellas teníael pelo ondulado y llevaba unas gafascuadradas de color violeta. CuandoLuce la vio de perfil, estuvo a punto desaltar de su asiento.

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Penn.Pero cuando la chica se volvió hacia

Luce, vio que su rostro era máscuadrado, que la ropa le iba un pocomás ajustada y que tenía una risa unpoco más estridente; Luce se sintiólanguidecer. Claro que no era Penn. Ynunca lo sería.

Luce se dio cuenta de que los demáscompañeros la miraban, que algunos deellos tenían la vista clavada en ella. Laúnica que no lo hacía era Shelby, que selimitó a saludar a Luce con la cabeza.

No era una clase grande, apenasveinte pupitres dispuestos sobre lospeldaños y de cara a las dos largasmesas de caoba que había delante.

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Detrás de ellas, dos pizarras blancas.Dos estanterías a cada lado. Dospapeleras. Dos lámparas de escritorio.Dos ordenadores portátiles, uno en cadamesa. Y dos profesores, Steven yFrancesca, que cuchicheaban frente afrente ante la clase.

Con un gesto que Luce no esperaba,posaron su mirada también en ella antesde encaminarse hacia sus mesas.Francesca se sentó sobre una, colocandouna pierna debajo de la otra de modoque uno de sus altos tacones rozaba elsuelo de madera. Steven se apoyó en laotra mesa, abrió su pesada cartera decuero de color granate y se puso elbolígrafo entre los labios. Pese a que ya

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tenía unos años, resultaba atractivo,aunque Luce hubiera preferido que no lofuera. Le recordaba a Cam, y loengañoso que podía llegar a ser elencanto de un demonio.

Se había hecho a la idea de que elresto de la clase sacaría libros que ellano tenía y analizaría lecturas que ella nohabía podido hacer, así que podíaabandonarse a la sensación deapabullamiento y a soñar despierta enDaniel.

Pero no ocurrió nada de eso. Y lamayoría de sus compañeros seguíandirigiéndole miradas furtivas.

—A estas alturas todos os habréisdado cuenta de que hoy damos la

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bienvenida a una nueva alumna. —Francesca tenía una voz grave y melosa,como la de una cantante de jazz.

Steven sonrió dejando ver el brillode su blanca dentadura.

—Dinos, Luce, ¿qué te ha parecidohasta ahora la Escuela de la Costa?

Luce palideció mientras el resto dela clase se giraba ruidosamente haciaella en sus pupitres.

El corazón empezó a latirle deprisay se notó las palmas de las manoshúmedas. Se encogió en el asiento,deseando ser simplemente una chicanormal en una escuela normal, en sucasa, en Thunderbolt, Georgia. En losúltimos días, había deseado en más de

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una ocasión no haber visto nunca unasombra, ni haberse visto envuelta en unasituación que había conducido a lamuerte de amigos queridos, que la habíallevado a tratar con Cam y que ahoraimpedía a Daniel estar junto a ella. Peroen ese punto sus pensamientosatribulados se detenían: ¿cómo sernormal y seguir con Daniel? Él distabamucho de ser normal. Era imposible. Yahí estaba ella, bien fastidiada.

—Todavía no me he acostumbrado ala Escuela de la Costa. —Le temblaba lavoz, traicionándola, y reverberando enel techo inclinado—. Pero hasta elmomento está muy bien.

Steven se rió.

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—Bueno, Francesca y yo hemospensado en ayudarte a sentirte cómodaaquí y por eso hoy vamos a posponer laspresentaciones que hacen los estudianteslos martes por la mañana.

Al otro lado de la sala Shelbyexclamó:

—¡Bien!Luce observó que su compañera de

habitación tenía sobre el pupitre una pilade tarjetas y un póster grande a los piesen el que se leía LAS APARICIONESNO SON TAN MALAS. Así que Luce laacababa de salvar de tener que haceruna presentación. Aquello tenía que serbueno para la relación entre compañerasde habitación.

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—Lo que Steven quiere decir —intervino Francesca— es que vamos ahacer un juego para romper el hielo.

Se bajó de la mesa y anduvo por lasala taconeando mientras repartía unahoja de papel a cada estudiante.

Luce esperó a oír el coro dequejidos que esas palabras suelenprovocar en un grupo de adolescentes,pero todos sus compañeros se mostrabanconformes. De hecho, se dejaban llevarsin oponer resistencia.

Cuando Francesca dejó el papel enel pupitre de Luce, dijo:

—Este ejercicio está pensado paraque te hagas una idea de quiénes sonalgunos de tus compañeros y qué

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objetivos perseguimos en esta clase.Luce miró el papel. En él había

dibujadas viente casillas, cada una conuna frase. Ella ya había jugado a esejuego en una ocasión, de pequeña, enunas colonias de verano al oeste deGeorgia y también un par de vecescuando asistía a clases en Dover. Setrataba de ir por la sala y relacionar acada alumno con una afirmación.Aquello la tranquilizó: había juegospara romper el hielo mucho másincómodos que aquel. Pero al analizardetenidamente las frases, esperandoencontrar expresiones como «Tiene unatortuga como mascota» o «Le gustaríahacer paracaidismo», se inquietó al leer

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cosas como «Habla más de dieciochoidiomas» o «Ha visitado el Más Allá».

Iba a resultar lastimosamente notorioque Luce fuera la única de la clase queno era nefilim. Recordó entonces alcamarero que les había llevado eldesayuno a ella y a Shelby. Tal vez sesentiría más cómoda entre los becarios.Beaker Brady no sabía de la que sehabía librado.

—Si no hay preguntas —dijo Stevenal frente de la sala—, ya podéisempezar.

—Salid fuera y disfrutad —añadióFrancesca—. Tomaos todo el tiempo quenecesitéis.

Luce siguió al resto de los alumnos a

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la terraza. Mientras se dirigían hacia labarandilla, Jasmine se apoyó en elhombro de Luce y señaló una casilla consu uña pintada de verde.

—Tengo un familiar que es querubínde pura sangre —dijo—. El viejo y locotío Carlos.

Luce asintió, como si supiera lo queeso significaba y anotó el nombre deJasmine.

—¡Oh! Y yo sé levitar —dijotranquilamente Dawn señalando laesquina superior izquierda de Luce—.No es que lo haga todo el tiempo, peropor lo general después de tomar el café.

—¡Uau!Luce intentó no demostrar asombro,

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pero no parecía que Dawn bromeara.¿Era realmente capaz de levitar?

Cada vez se sentía más fuera delugar, y para disimular buscó en la hojaalgo que ella supiera hacer.

«Tiene experiencia en convocarAnunciadoras».

Las sombras. La última noche enEspada & Cruz Daniel le había dicho elnombre con el que se las conocía. Apesar de que ella nunca las había«invocado», pues siempre se habíanlimitado a aparecer, Luce sin duda teníacierta experiencia.

—Podéis poner mi nombre ahí —dijo señalando la esquina izquierdainferior del papel.

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Jasmine y Dawn la miraron un pocosobrecogidas pero crédulas antes deproseguir cumplimentando el resto de lahoja. El corazón de Luce se habíaserenado un poco. Tal vez aquello no ibaa salir tan mal.

En los minutos siguientes conoció aLilith, una chica pelirroja muy remilgadaque era una de las tres mellizas nefilim(«Nos diferenciamos por nuestras colasvestigiales —explicó—. La mía tieneforma enroscada»); a Oliver, unmuchacho de voz grave y rechoncho quehabía visitado el Más Allá en lasvacaciones de verano del año anterior(«Está tan sobrevalorado que casiresulta difícil de explicar»); y a Jack, al

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cual le parecía que empezaba a poderleer el pensamiento y que veía conbuenos ojos que Luce le asignase esahabilidad. («Me parece que eso a ti teparece bien, ¿verdad?», afirmóemulando una pistola con los dedos ychasqueando la lengua). A Luce lequedaban tres casillas por completarcuando Shelby le arrebató el papel delas manos.

—Hago estas dos cosas —dijoseñalando dos casillas—. ¿Cuálprefieres?

«Habla más de dieciocho idiomas».«Ha visto una vida pasada».

—Un momento —susurró Luce—.¿Has… puedes ver vidas pasadas?

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Shelby arqueó repetidamente lascejas, estampó su firma en la casilla yluego escribió su nombre en la casillade los «dieciocho idiomas» por siacaso. Luce se quedó mirando la hojamientras reflexionaba acerca de todassus vidas anteriores y lo fuera de sualcance que estaban. Había subestimadoa Shelby.

Pero su compañera de habitación yase había marchado. En el lugar deShelby se encontró con el chico que sesentaba junto a ella en la clase. Erabastante más alto que Luce y tenía unasonrisa amplia y amistosa, la narizpecosa y unos ojos azules claros. Habíaalgo en él, incluso en el modo en que

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mordisqueaba el bolígrafo, queparecía… sólido. Luce sabía queaquella era una palabra muy rara paradescribir a alguien con quien nuncahabía hablado, pero no pudo evitarlo.

—Oh, ¡gracias a Dios! —dijo élriéndose mientras se daba una palmaditaen la frente—. La única cosa que soycapaz de hacer es la que has dejado enblanco.

—¿Eres capaz de reflejar tu propiaimagen o la de otros? —leyó Lucelentamente.

Sacudió la cabeza de un lado a otroy escribió su nombre en la casilla. MilesFisher.

—Sin duda es algo que impresiona a

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alguien como tú, claro.—Hum. Sí. —Luce se volvió para

irse. Alguien como ella, que no sabía nisiquiera qué significaba eso.

—¡Eh, aguarda! ¿Adónde vas? —Laagarró por la manga—. Vaya, parece queno has pillado el chiste sobre mí.

Al ver que ella negaba con lacabeza, la expresión de Miles seensombreció.

—Solo quería decir que, comparadocon el resto de la clase, apenas doy latalla. La única persona, excepto yomismo, a la que he sabido reflejar fue mimadre. Asusté a mi padre durante unosdiez segundos, pero luego el efectodesapareció.

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—Espera. —Luce miró con asombroa Miles—. ¿Lograste una imagenreflejada de tu madre?

—Fue de forma accidental. Segúnparece, es fácil hacerlo con las personasa las que, bueno, a las que quieres. —Undébil tono sonrosado asomó en suspómulos—. Ahora pensarás que soy unaespecie de niño de mamá. Lo que quierodecir es que mis poderes son muydébiles, y tú, en cambio, eres la famosaLucinda Price.

Al decirlo, agitó los dedos de lasmanos con un gesto muy masculino.

—Ojalá la gente dejara de decir eso—rezongó Luce. Con la impresión dehaber reaccionado con cierta

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brusquedad, suspiró y se apoyó en labarandilla de la terraza para mirar almar. Todos los indicios que daban aentender que la gente de allí sabía mássobre ella que ella misma le resultabanmuy difíciles de asimilar, pero no queríahacérselo pagar a ese chico.

»Lo siento —dijo—. Lo que pasa esque creía que yo era la única que nodaba la talla. Dime, ¿cuál es tu historia?

—¡Oh! Yo soy lo que se llama un«diluido» —explicó él dibujando unascomillas exageradas en el aire—. Mamátiene sangre de ángel en las venas, peroel resto de mi familia son todosmortales. Mis poderes son de un nivelincómodamente bajo. Sin embargo, estoy

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aquí porque mis padres dotaron laescuela con… bueno, con la terraza quepisas ahora.

—¡Uau!—En realidad, no es tan

impresionante. Mi familia estáobsesionada con que venga a la Escuelade la Costa. Deberías ver la presión quehay en casa para que salga con «unabuena chica nefilim».

Luce se echó a reír. Fue una de lasprimeras carcajadas auténticas enmuchos días. Miles torció el gesto demodo amigable.

—He observado que has desayunadocon Shelby esta mañana. ¿Es tucompañera de habitación?

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Luce asintió.—Hablando de buenas chicas

nefilim… —dijo bromeando.—Bueno, ya sé que es un poco… —

Resopló, y con la mano hizo un gestocomo si clavara las zarpas, lo cual hizoque Luce soltara otra carcajada—. Detodos modos, no soy el alumno másbrillante de aquí y sigo pensando queeste lugar es de locos. Así que si algunavez quieres disfrutar de un desayunonormal o de otra cosa…

Luce notó que, sin darse cuenta,asentía con la cabeza. «Normal». Esapalabra era música celestial para susoídos mortales.

—¿Qué tal… mañana?

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—Fantástico.Miles sonrió y se despidió

saludándola con la mano. Luce se diocuenta de que todos los demásestudiantes ya habían entrado. Sola porprimera vez aquella mañana, miró lahoja de papel que tenía en la mano, sinsaber qué pensar de los alumnos de laEscuela de la Costa. Echó de menos aDaniel. De haber estado ahí, le habríaaclarado muchas cosas. Pero ella nosabía dónde estaba.

En cualquier caso, demasiado lejos.Se llevó un dedo a los labios al

recordar su último beso. El increíbleabrazo de sus alas. Incluso bajo el solde California, sentía tanto frío sin él…

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Pero estaba allí por él y, con su extrañay nueva reputación, había sido aceptadapor esa especie de ángeles o lo quefueran por mediación de él.Curiosamente, resultaba agradableseguir en contacto con Daniel, aunquefuera de un modo tan complicado.

Hasta que él volviera a buscarla,ella no tenía ningún otro lugar dondeagarrarse.

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3

Dieciséis días

—Vamos, sorpréndeme, hasta ahora,¿qué es lo que te ha parecido másincreíble de la Escuela de la Costa?

Era miércoles por la mañana, antesde ir a clase, y Luce estaba sentadatomando el desayuno bajo el sol en unamesa de la zona ajardinada de lacantina, compartiendo una taza de té conMiles. Él llevaba una camiseta amarillade diseño vintage con el logo de

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Sunkist, una gorra de béisbol caladahasta justo encima de sus ojos azules,chanclas y vaqueros desgastados. Luce,inspirada por la vestimenta informal dela Escuela de la Costa, había dejado aun lado su indumentaria negra habitual.Llevaba un vestido de tirantes de colorrojo con una pequeña torera blanca, yeso le hacía sentirse como si aquel fuerael primer día de sol tras un largoperíodo de lluvias.

Echó una cucharadita de azúcar en lataza y se rió.

—No sabría qué decir. Quizá micompañera de habitación, que ha entradoa hurtadillas justo antes de queamaneciera y se ha marchado antes de

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que me levantara. ¡Oh, no, espera! Talvez asistir a clases impartidas por unapareja formada por un demonio y unángel. O quizá… —Tragó saliva—. Elmodo extraño en que me mira la genteaquí, como si fuera una especie derareza legendaria. Estoy acostumbrada aser una rarita anónima, pero eso de serfamosa además de rara…

—Pero tú no eres famosa. —Milesdio un gran bocado a su cruasán—. Metomaré uno después del otro —dijomasticando.

Mientras él se pasaba la servilletapor la comisura de los labios, Luceadmiró entre maravillada y divertida susimpecables modales a la mesa. No pudo

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evitar imaginárselo de pequeño tomandolecciones de etiqueta en el club de golf.

—Shelby es una personaaparentemente antipática —dijo Miles—, pero cuando le apetece es buenagente. Y no es que yo pueda presumir deconocer esa parte de ella. —Se echó areír—. Pero es lo que se dice. Tambiéna mí al principio el dúo Francesca /Steven me pareció muy raro, pero dealgún modo logran que funcione. Escomo un acto celestial de equilibrio. Poralgún extraño motivo, el hecho de tenerdelante representantes de ambos bandosda a los estudiantes la máxima libertadpara desarrollarse.

Otra vez la palabrita.

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«Desarrollarse». Luce recordó queDaniel la había empleado cuando le dijoque no iba a acompañarla en la Escuelade la Costa. ¿Qué se suponía que teníaque desarrollar? Tal vez fuera algoaplicable a los estudiantes nefilim, perodesde luego a Luce no, que era la únicahumana auténtica en una clase de serescasi angelicales y que solo esperaba quesu ángel acudiera a rescatarla.

—Luce —prosiguió Milesinterrumpiendo su pensamiento—, lagente te mira porque todo el mundoconoce tu historia con Daniel, peronadie sabe la historia de verdad.

—Así que en lugar depreguntarme…

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—¿Qué? ¿Que si os lo montáis enlas nubes? ¿O si su… su «gloria»desenfrenada alguna vez supera tumortal…? —Se calló al ver la expresiónhorrorizada de Luce y luego tragó saliva—. Lo siento. Lo que quiero decir esque tienes razón, que lo han convertidoen una gran leyenda. Los demás, claro.En cuanto a mí, bueno, yo intento nohacer conjeturas. —Miles dejó la tazade té y se quedó mirando la servilleta—.Quizá es demasiado personal parapreguntar sobre ello.

Miles volvió los ojos y se la quedómirando sin incomodarla lo más mínimo.De hecho, sus nítidos ojos azules y lasonrisa ligeramente torcida a Luce le

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parecieron una puerta abierta, unainvitación a hablar de cosas que nohabía sido capaz de contar a nadie hastaese momento. Aunque le fastidiabamucho, Luce entendía por qué Daniel yel señor Cole le prohibían establecercontacto con Callie o sus padres. Encualquier caso, Daniel y el señor Coleeran los que la habían matriculado en laEscuela de la Costa afirmando queestaría bien allí. Así que no veía motivoalguno para mantener su historia ensecreto ante alguien como Miles, másaún cuando ya conocía una versión delos hechos.

—Es una historia muy larga —dijo—. De veras. Y todavía no la conozco

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toda. Al parecer, Daniel es un ángelimportante. Supongo que era alguiendestacado antes de la Caída. —Nerviosa, tragó saliva y rehuyó lamirada de Miles—. Por lo menos lo fuehasta que se enamoró de mí.

Y empezó a contárselo todo. Desdesu primer día en Espada & Cruz hastacómo Arriane y Gabbe se habíanocupado de ella; le contó cómo Molly yCam se habían mofado de ella y lasensación desgarradora que había tenidoal ver una fotografía suya en otra vida.Le habló de la muerte de Penn y decómo le había afectado, y se refiriótambién a la batalla surrealista en elcementerio. Aunque Luce omitió algunos

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detalles sobre Daniel, momentos íntimosque habían compartido, cuando huboterminado, creyó haber proporcionado aMiles una imagen bastante completa delo ocurrido, y confió también en haberpuesto punto final al halo de misterio enlo que a su persona se refería.

Al terminar se sintió mucho mejor.—Uau. En realidad nunca había

explicado esto a nadie. La verdad es queva muy bien expresarlo en voz alta.Ahora que lo he admitido ante alguienme resulta más real.

—Puedes continuar si te parece —sugirió él.

—Sé que estoy aquí por poco tiempo—dijo ella—. Y, en cierto modo, creo

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que la Escuela de la Costa me ayudará aacostumbrarme a esta gente, me refiero alos ángeles como Daniel. Y también alos nefilim, como tú. Pero no puedoevitar sentirme fuera de lugar. Es comosi pretendiera ser algo que no soy.

Durante el relato de Luce, Miles nohabía dejado de asentir y mostrarse deacuerdo, pero esta vez negó con lacabeza.

—Para nada. De hecho, el que seasmortal hace que todo resulte aún másimpresionante.

Luce echó un vistazo a su alrededor.Por primera vez se dio cuenta de laclara línea que separaba las mesas delos nefilim de las del resto de los

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estudiantes. Los nefilim se habíanadjudicado las mesas del lado oeste, lasmás próximas al agua. Eran pocos, nomás de una veintena, pero ocupabanmuchas más mesas que los otros; inclusoen algunas había una sola personacuando en ellas habrían podido caberseis. El resto del alumnado seapretujaba en las mesas del lado esteque quedaban. Shelby, por ejemplo,estaba sentada sola a una mesa,peleándose contra la ventolera con elperiódico que pretendía leer. Habíamuchas sillas desocupadas, pero nadieque no fuera nefilim parecía haberconsiderado la posibilidad de cruzar lalínea y sentarse con los alumnos

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«aventajados».El día anterior, Luce había conocido

a algunos alumnos no privilegiados.Después del almuerzo, las clases habíanproseguido en el edificio principal, quetenía una estructura arquitectónicamenos impresionante y que era el lugardonde se impartían las asignaturas mástradicionales. Biología, geometría,historia europea… Algunos estudiantesle habían parecido agradables, peroLuce percibió cierto distanciamiento noverbal por el mero hecho de que ellaformaba parte del grupo de estudiantesavanzados, y eso impedía cualquierposibilidad de conversación.

—No te lo tomes mal, por favor.

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Tengo amigos entre algunos de ellos. —Miles señaló una mesa atestada de gente—. Para jugar al fútbol preferiría aConnor o Eddie G. antes que a cualquiernefilim. Pero, en serio, ¿crees quealguno de ellos podría haber hechofrente a lo que tú y vivir para contarlo?

Luce se frotó la nuca y notó que laslágrimas amenazaban con anegarle losojos. Aún tenía muy presente en sumemoria el puñal de la señorita Sophia,y no podía pensar en esa noche sin queel corazón se le encogiera de dolor porPenn. Su muerte carecía de sentido.Nada de aquello había sido justo.

—Yo apenas sobreviví —musitó.—Sí —dijo Miles estremeciéndose

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—. Conozco esa parte. Es curioso:Francesca y Steven son fabulososenseñándonos cosas acerca del presentey del futuro, pero no hablan del pasado,que, al parecer, guarda relación connuestra capacitación.

—¿Qué quieres decir con eso?—Pregúntame cualquier cosa sobre

la gran batalla que va a empezar, y sobreel papel que un joven y fornido nefilimcomo un humilde servidor puede teneren ella. Pero no sé nada de las cosas delpasado de las que hablas. En realidad,ninguna lección ha tratado jamás sobreeso. Y, por cierto… —Miles señaló quela terraza se estaba vaciando—,deberíamos irnos. ¿Te gustaría repetirlo

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alguna otra vez?—¡Por supuesto!A Luce le salió del corazón. Miles le

caía bien. Charlar con él resultabamucho más fácil que con cualquier otrapersona que había conocido hasta elmomento. Era amigable y tenía unsentido del humor que lograba que Lucese sintiera cómoda de inmediato. Sinembargo, le había dicho algo sobre labatalla que estaba próxima que la habíapreocupado. La batalla de Daniel y deCam. ¿O acaso era una batalla contra elgrupo de los Ancianos de la señoritaSophia? Si incluso los nefilim seestaban preparando para ello, ¿en quélugar dejaba eso a Luce?

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Steven y Francesca se complementabantanto en el colorido de su vestimenta queparecía más que fueran a una sesiónfotográfica que a dar clases. El segundodía de estancia de Luce en la Escuela dela Costa, Francesca llevaba unassandalias de tacón muy altas estilogladiador y de color dorado, y unmoderno vestido acampanado de colorcalabaza. Llevaba un lazo suelto en elcuello que combinaba, casi a laperfección, con la corbata naranja queSteven lucía en su camisa oxford decolor marfil y su blazer azul marino.

Su aspecto era fabuloso, y Luce sesintió fascinada por la pareja, y norendida como había predicho Dawn el

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día anterior. Al ver a sus profesoresdesde su pupitre, sentada al lado deMiles y Jasmine, Luce se sintió atraídapor Francesca y Steven porque lerecordaban su relación con Daniel.

Aunque nunca había visto que setocaran, cuando los dos estaban juntos,lo cual era habitual, su magnetismo casihacía doblar las paredes.Evidentemente, eso guardaba relacióncon sus poderes como ángeles caídos,pero también tenía que ver con el modoúnico en que estaban conectados. Luceno podía evitar sentirse un pocoincómoda viéndolos. Eran el recuerdoconstante de lo que en ese momento ellano podía tener.

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La mayoría de los estudiantes yahabían tomado asiento. Dawn y Jasminele insistieron para que entrara a formarparte del comité de iniciativas y lasayudara a planificar todos esosfabulosos eventos sociales. Luce nuncase había destacado por su actividadesextra-académicas. Sin embargo, esaschicas habían sido tan amables con ella,y a Jasmine se le iluminaba tanto elrostro al hablar de la excursión en yateque habían planificado para la semanasiguiente, que Luce decidió dar unaoportunidad al comité. En el momento enque ella anotaba su nombre en la lista,Steven dio un paso al frente, arrojó elblazer sobre la mesa que tenía detrás y,

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sin decir nada, extendió los brazos a loslados.

Entonces, como invocado, un trozode profunda oscuridad parecióescindirse de la sombra de una de lassecuoyas que había justo al otro lado dela ventana. Se alzó del césped, tomóforma y penetró rápidamente en el aulapor la ventana abierta. Se movía conrapidez y por donde pasaba dejaba todosumido en la penumbra.

Luce dio un grito ahogado, pero nofue la única. De hecho, la mayoría de losestudiantes retrocedieron nerviosos ensus pupitres cuando Steven empezó ahacer girar la sombra. Este se limitó aextender las manos hacia ella y comenzó

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a tirar cada vez con más rapidez, comosi estuviera forcejeando con algo. Alpoco rato, la sombra giraba sobre símisma ante él con tal rapidez que sevolvió borrosa, como los radios de unarueda al girar. Una ráfaga fuerte deviento con olor a rancio salió despedidadel centro y apartó el pelo a Luce de lacara.

Steven manipuló la sombra con losbrazos extendidos y convirtió la formaconfusa y amorfa en una esfera compactay negra no más grande que una uva.

—¡Queridos alumnos! —dijolanzando tranquilamente la bola deoscuridad al aire a pocos centímetros delos dedos—. ¡Os presento el tema de la

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lección de hoy!Francesca dio un paso al frente y

pasó la sombra a sus manos. Sus taconesla hacían tan alta como Steven. Y,además, supuso Luce, tenía exactamentela misma habilidad que él en lamanipulación de sombras.

—Todos habéis visto en algunaocasión a las Anunciadoras —dijo ellamoviéndose lentamente por la medialuna que formaban los pupitres parapermitirles que vieran mejor—. Y entrevosotros —prosiguió mirando a Luce—hay incluso quien tiene ciertaexperiencia en su manipulación. Pero¿sabéis realmente lo que son? ¿Sabéis loque pueden hacer?

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«Son unas chismosas», se dijo Lucerecordando lo que Daniel le había dichola noche de la batalla. Se sentía todavíauna recién llegada en la Escuela de laCosta como para responder sin más,pero ninguno de sus compañeros parecíasaberlo. Lentamente levantó la mano.

Francesca volvió la cabeza.—Luce.—Transmiten mensajes —dijo

adquiriendo más seguridad conformehablaba y recordando la afirmación deDaniel—. Pero son inofensivas.

—En efecto, actúan comomensajeras. Pero ¿son inofensivas?

Francesca miró a Steven. El tonoempleado no dejaba entrever si Luce

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tenía o no razón, y eso la hizo sentir unpoco incómoda.

Toda la clase se sorprendió cuandoFrancesca retrocedió para colocarse allado de Steven, asió un lado del bordede la sombra mientras él sostenía el otroy tiró firmemente de ella.

—Lo que vamos a hacer se conocecomo «vislumbrar» —prosiguió.

La sombra se hinchó y se extendiócomo un globo. En cuanto su formaoscura se deformó, emitió un fuertegorgoteo y pasó a mostrar los coloresmás nítidos que Luce había visto jamás.Amarillos intensos, doradosresplandecientes, veteados amarmoladosde color rosa y púrpura… un abanico

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oscilante de colores empezó a brillarcada vez con mayor intensidad yclaridad detrás de la malla de sombrasque se desvanecía. Steven y Francescacontinuaron tirando a la vez queretrocedían despacio para que la sombraadquiriera el tamaño y la forma de unagran pantalla de proyección. Entonces sedetuvieron.

No avisaron de nada, ni dijeron: «Loque ahora veréis…». Tras un momentode angustia, Luce supo por qué. Nohabía preparación posible para algo así.

La maraña de colores se separó yfinalmente se convirtió en un lienzo deformas definidas. Se veía una ciudadantigua, amurallada… que era pasto de

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las llamas. Se trataba de una ciudadpopulosa y corrompida que estabasiendo consumida por unas violentasllamaradas. Se veía a gente acorraladapor el fuego, con las bocas negras yvacías y los brazos levantados al cieloen un gesto desesperado. Y por doquiersaltaban chispas brillantes y pequeñasllamas de fuego, una lluvia de luz letalque lo cubría todo y prendía todo cuantotocaba.

Luce casi podía oler la podredumbrey la muerte que atravesaba la pantalla dela sombra. Era horrible ver todoaquello, pero lo más raro con diferenciaes que no se oía nada. Sus compañerosde alrededor tenían la cabeza agachada,

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como intentando bloquear algún alarido,algún grito que resultaba imperceptiblepara Luce. Mientras se veía morir a lagente, no había más que silencio.

Cuando ya empezaba a dudar sobresi su estómago podría resistir algo más,el foco de la imagen cambió y se alejóen cierto modo, lo cual permitió a Luceverlo todo de lejos. No solo ardía unaciudad. Eran dos. De pronto le vino a lamemoria algo raro, como si fuera unrecuerdo que siempre hubiera tenido yen el que no hubiera pensado durantetiempo. Supo que lo que estaban viendoera Sodoma y Gomorra, las dosciudades de la Biblia, las dos ciudadesdestruidas por Dios.

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Luego, como si apagaran elinterruptor de la luz, Steven y Francescachasquearon los dedos y la imagendesapareció. Los restos de la sombra sedesvanecieron formando una pequeñanube negra de ceniza que se depositófinalmente en el suelo del aula. En tornoa Luce, todos los alumnos parecíanintentar recuperar el aliento.

Ella no podía apartar la vista delsitio donde había estado la sombra.¿Cómo había logrado algo así? Ahoraempezaba a consolidarse de nuevo, lospedazos de oscuridad se iban uniendootra vez y lentamente recuperaban lahabitual forma de la sombra. Terminadasu misión, la Anunciadora deambuló

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lentamente sobre las tablas de maderadel suelo y luego se deslizó fuera delaula, como la sombra proyectada poruna puerta al cerrarse.

—Sin duda os preguntaréis por quéos hemos hecho pasar por esto —dijoSteven dirigiéndose a la clase. Él yFrancesca se miraron con preocupaciónal observar el aula. Dawn gimoteabainclinada sobre el pupitre.

—Como sabéis —prosiguióFrancesca—, en esta clase preferimosdedicar la mayor parte del tiempo a loque vosotros, como nefilim, soiscapaces de hacer; al modo en que podéiscambiar las cosas para mejor,independientemente de lo que entendáis

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vosotros como mejor. Preferimos mirarhacia delante que hacia atrás.

—Pero lo que habéis visto hoy —apuntó Steven— ha sido más que unasimple lección de historia acompañadade unos efectos especiales increíbles.No han sido tampoco unas cuantasimágenes conjuradas por nosotros. Enabsoluto. Lo que habéis visto eran, dehecho, las ciudades de Sodoma yGomorra cuando el Gran Tirano lasdestruyó…

—¡Cuidado! —le interrumpióFrancesca con un gesto admonitorio conel dedo—. En esta aula no estánpermitidas las ofensas verbales.

—Tiene razón, como casi siempre.

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Incluso yo a veces caigo en los rumoresinfundados. —Steven miró fijamente asus alumnos—. Sin embargo, como osdecía, las Anunciadoras son más quemeras sombras. Pueden contenerinformación muy valiosa, son sombras,en cierto modo… pero del pasado, deacontecimientos antiguos y otros no tanremotos.

—Lo que habéis visto —terminóFrancesca— solo ha sido unademostración de una habilidadextremadamente valiosa que tal vezalgunos de vosotros podáis utilizaralgún día.

—Por el momento no vais aintentarlo siquiera. —Steven se restregó

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las manos con un pañuelo que se habíasacado del bolsillo—. De hecho, osprohibimos que lo intentéis, puespodríais perder el control y disolveroscon ellas. Pero quizá algún día podáishacerlo.

Luce cruzó la mirada con Miles, quele correspondió con una sonrisadivertida, como si oír aquellas palabrasle hubieran tranquilizado un poco. Noparecía sentirse en absoluto abatido, noal menos del modo en que Luce sesentía.

—Por otro lado —dijo Francesca—,puede que la mayoría os sintáisagotados. —Luce miró a su alrededor ycontempló las caras de sus compañeros

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mientras Francesca hablaba. Su voztenía el efecto del aloe sobre lasquemaduras de sol. La mitad de losalumnos tenían los ojos cerrados, comosi estuvieran sedados—. Es normal. Lavisión de las sombras requiere muchoesfuerzo. Si retroceder un par de díasexige ya mucha energía, ¿qué no costaráretroceder unos milenios? En fin, ya veislos efectos que provoca. En vista de locual… —prosiguió mirando a Steven—,hoy podéis salir antes para descansar.

—Mañana recuperaremos, así queaseguraos de terminar la lectura sobre elfenómeno de la desaparición —añadióSteven—. ¡Podéis marcharos!

En torno a Luce, los alumnos se

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levantaron lentamente de los pupitres,exhaustos y con aspecto aturdido.Cuando ella se puso de pie, solo notólas rodillas un poco flojas, y le parecióque estaba menos debilitada que losdemás. Se arrebujó la chaqueta en loshombros y salió del aula detrás deMiles.

—¡Qué duro ha sido! —dijo élbajando los escalones de dos en dosdesde la terraza—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —dijo Luce—. ¿Ytú?

Miles se frotó la frente.—Daba la impresión de estar ahí de

verdad. Me alegro que hayan terminadola clase antes. Creo que necesito una

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siesta.—¡Oh, en serio! —añadió Dawn,

que los seguía por el caminoserpenteante que llevaba a la residencia—. Es lo último que esperaba estemiércoles por la mañana. Estoy hechapolvo.

Tenía razón: la destrucción deSodoma y Gomorra había sidohorripilante. Había resultado tan realque Luce aún notaba la piel caliente porlas llamaradas.

Tomaron un atajo para llegar aledificio de la residencia; bordearon lacantina por la parte norte y sesumergieron en la sombra de lassecuoyas. Resultaba extraño ver el

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campus tan vacío, con todos los demásalumnos de la Escuela de la Costa aúnen clase en el edificio principal. Uno auno, los nefilim fueron saliendo delcamino y se dirigieron directamente a lacama.

Excepto Luce, que no se sentíacansada en absoluto. En realidad, senotaba extrañamente llena de energía.Deseó de nuevo que Daniel estuvieraallí. Tenía muchas ganas de hablarle dela demostración de Francesca y Steven ytambién de saber por qué él no le habíadicho antes que las sombras albergabanmás de lo que ella era capaz de ver.

Frente a Luce estaba la escalera quellevaba a su habitación. Detrás de ella,

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el bosque de secuoyas. Paseó frente alacceso a la residencia sin ganas deentrar, sin ganas de dormir ni de fingirque no había visto todo aquello. Sinduda, Francesca y Steven no pretendíanasustar a sus alumnos; seguramente,habían querido enseñarles algo que ellosno podían explicar sin más. Pero, si lasAnunciadoras eran portadoras demensajes y reminiscencias del pasado,¿qué sentido tenía lo que les acababande mostrar?

Se marchó al bosque.El reloj marcaba las once de la

mañana, pero bajo el dosel penumbrosode árboles bien habría podido sermedianoche. Al adentrarse en el

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sombrío bosque sintió que se le erizabael vello en las piernas desnudas. Noquería dar muchas vueltas a lo sucedido;pensar no hacía más que aumentar lasposibilidades de acobardamiento.Estaba a punto de penetrar en unterritorio desconocido. En territorioprohibido.

Iba a invocar a una Anunciadora.Antes ya había tenido contacto con

ellas. La primera vez pellizcó a una enclase para evitar que se le colara en elbolsillo. También estuvo aquella vez enla biblioteca, cuando apartó una dePenn. Pobre Penn. Luce no pudo evitarpreguntarse qué mensaje podría haberalbergado esa Anunciadora. Si entonces

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hubiera sabido manipularlas tal y comoFrancesca y Steven habían hecho enclase… ¿podría haber evitado todo loocurrido?

Cerró los ojos. Vio a Penndesplomada contra la pared con elpecho cubierto de sangre. Su amigaherida. No. Rememorar esa noche leresultaba demasiado doloroso y no erabueno para ella. Todo cuanto podíahacer ahora era mirar adelante.

Tuvo que enfrentarse al temor gélidoque la atenazaba interiormente. Apenas adiez metros de ella había una formadeslizante, oscura y familiar apostadajunto a la sombra de una rama baja desecuoya.

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Dio un paso hacia ella y laAnunciadora se replegó. Procurando nohacer ningún gesto brusco, Luce seacercó cada vez más, deseando que lasombra no se escabullera.

Ahí.La sombra se agitó debajo de la

rama, pero no se movió.Aunque el corazón le latía con

fuerza, Luce intentó tranquilizarse. Sí, elbosque estaba oscuro. Sí, nadie sabíadónde se encontraba ella, y sí, deacuerdo, era muy posible que nadie laechara de menos durante un buen rato sile ocurría algo… pero no había motivoalguno para ceder al pánico, ¿no?Entonces, ¿por qué se sentía asustada?

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¿Por qué tenía el mismo miedo quecuando veía las sombras de pequeña, asabiendas de que eran inofensivas?

Era hora de actuar. Podía quedarseallí paralizada para siempre, podía huiraterrada y regresar más tarde a su cuartode mal humor, o bien…

Extendió el brazo, que ya no letemblaba, y asió la sombra. La arrastró yla apretó con fuerza contra el pecho,sorprendida de su peso y el tacto frío yhúmedo. Era como una toalla mojada.Los brazos le temblaban por el esfuerzo.¿Qué se suponía que tenía que hacer conella?

Le vino a la memoria la imagen deaquellas ciudades incendiadas y se

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preguntó si podría soportar la visión delmensaje. Dudó también de si sería capazde desentrañar sus secretos. ¿Cómofuncionaba todo eso? Lo único quehabían hecho Francesca y Steven habíasido estirar.

Contuvo el aliento y deslizó losdedos por los bordes de la sombra, laasió y le propinó un tirón suave. Para suasombro, la Anunciadora era flexible ymaleable como la plastilina y podíaadoptar cualquier forma que ella lediera con los dedos. Con una sonrisa,intentó manipularla para darle una formacuadrada, esto es, para convertirla enalgo parecido a una pantalla, tal comohabía visto hacer a sus profesores.

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Al principio le resultó fácil, pero lasombra parecía endurecerse cuanto másintentaba extenderla. Y cada vez quecambiaba la posición de las manos paratirar de otro lado, el resto se replegabaformando una masa fría, negra eirregular. Al cabo de poco se encontrócasi sin aliento y tuvo que limpiarse elsudor de la frente con el brazo. Noestaba dispuesta a abandonar. Peroentonces la sombra empezó a vibrar yLuce gritó arrojándola al suelo.

Al instante aquel pedazo deoscuridad se escabulló a toda velocidadentre los árboles. Solo cuando hubodesaparecido, Luce se dio cuenta de quelo que vibraba no había sido la sombra,

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sino el teléfono móvil que llevaba en lamochila.

Se había acostumbrado a no llevarteléfono y hasta ese momento se habíaolvidado de que antes de dejarla en elavión que la había llevado a Californiael señor Cole le había dado un móvilviejo que él tenía. Estaba prácticamenteinservible, pero era un modo para que élpudiera contactar con ella y ponerla aldía de las historias que contaba a suspadres, que seguían creyéndola enEspada & Cruz. De esa forma, cuandoLuce hablara con ellos podría seguir lafarsa de forma coherente.

Nadie excepto el señor Cole teníaese número. Y por motivos de seguridad

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realmente molestos, Daniel no le habíaindicado ninguna manera de ponerse encontacto con él. Además, ahora elteléfono había entorpecido su primeravance auténtico con una sombra.

Abrió el aparato y leyó el mensajeque el señor Cole le acababa de enviar:

Llama a tus padres. Creenque has tenidosobresaliente en un examende historia que te acabo dehacer. La semana que vienevas a intentar entrar en elequipo de natación. Noolvides fingir que todo vabien.

Y un segundo mensaje, recibido un

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minuto más tarde:

¿Va todo bien?

Molesta, Luce volvió a meter el móvilen la mochila y avanzó pesadamente porla espesa capa de hojas de secuoya hastael lindero del bosque hacia suhabitación. El mensaje le hizopreguntarse por los demás alumnos deEspada & Cruz. ¿Arriane seguiría aúnallí y, en tal caso, a quién enviaríaaviones de papel durante las clases? ¿YMolly? ¿Habría encontrado ya a alguiencon quien meterse ahora que Luce ya noestaba? ¿O tal vez las dos habíancambiado de colegio después de que

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Luce y Daniel se hubieran marchado?¿Se habría creído Randy la historia deque los padres de Luce habían pedido uncambio? Luce resopló. Detestaba nopoder contar la verdad a sus padres, nopoder decirles lo lejos y sola que sesentía.

Pero ¿llamarles desde un móvil?Cualquier mentira que les contase —quesi había tenido un sobresaliente enhistoria, o que iba a participar en unequipo de natación inventado— no haríamás que hacer que todavía añorarse mássu hogar.

El señor Cole tenía que estar locopara decirle que les llamara y mintiera.Sin embargo, si contaba a sus padres la

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verdad, pensarían que había perdido lacabeza. Y si no se ponía en contacto conellos, pensarían que le había ocurridoalgo. Seguramente, se acercarían encoche hasta Espada & Cruz, verían queella no estaba ahí y, entonces, ¿qué?

Otra opción era enviarles unmensaje de correo electrónico. Mentirpor e-mail no resultaría tan duro. Lepermitiría ganar unos días antes dellamar por teléfono. Luce decidióenviarles un mensaje esa misma noche.

Cuando salió del bosque y llegó alcamino, se quedó sorprendida al ver queera de noche. Miró atrás, hacia la espesaarboleda sumida en la penumbra.¿Cuánto tiempo había estado allí con la

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sombra? Miró el reloj. Las ocho ymedia. Se había quedado sin almuerzo,sin las clases de la tarde y sin cena. Elbosque era tan oscuro que no se habíadado cuenta del tiempo que habíapasado, pero entonces todo le vino degolpe y se sintió cansada, aterida yhambrienta.

Tras equivocarse tres veces dandovueltas por aquella residencialaberíntica, Luce dio al fin con supuerta. Con la esperanza de que Shelbyestuviera dondequiera que iba cadanoche, Luce metió la vieja llave en lacerradura y dio la vuelta al pomo.

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Las luces se hallaban apagadas, perola chimenea estaba encendida. Shelbyestaba meditando sentada con laspiernas cruzadas en el suelo y los ojoscerrados. Cuando Luce entró, abrió unojo y la miró irritada.

—Lo siento —susurró Lucedejándose caer en la silla del escritoriocercano a la puerta—. Haz como si noestuviera.

Durante un rato, Shelby hizoexactamente lo que le pedía. Cerró elojo abierto, regresó al estado demeditación y la estancia quedó ensilencio. Luce encendió el ordenadorque tenía en su escritorio y se quedómirando la pantalla mientras intentaba

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redactar mentalmente el mensaje másinocuo posible para sus padres y, yapuestos, otro para Callie, que durante lasemana anterior le había enviado unaluvión de mensajes de correoelectrónico que seguían sin leer en labandeja de entrada.

Con la máxima lentitud que le fueposible para que las teclas no dieran aShelby otro motivo para odiarla, Luceescribió:

Queridos mamá y papá:Os echo mucho de menos.

Solo os quería escribirunas líneas. La vida enEspada & Cruz va bien.

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Se le encogió el corazón mientras seesforzaba por contener los dedos y noescribir: «Por lo que sé, esta semana noha muerto nadie». En cambio, se obligóa escribir:

Las clases me siguenyendo bien. Puede que mepresente para entrar en elequipo de natación.

Luce miró por la ventana ycontempló el cielo despejado yestrellado. Tenía que despedirse rápido.De lo contrario, perdería el hilo.

Me pregunto cuándo va aparar de llover… Aunque,

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bien mirado, es noviembre yesto es Georgia.

Besos,Luce

Copió el texto para escribir unmensaje a Callie, cambió unas cuantaspalabras, desplazó el ratón encima delbotón de enviar, cerró los ojos, hizodoble clic y dejó caer la cabeza,abatida. Se sentía muy mal: era una hijafalsa y una amiga mentirosa. ¿En quéestaría pensando? Eran los e-mails másinsulsos y alarmantes que había escritonunca. Lo único que lograrían seríapreocupar a todo el mundo.

Entonces le rugió el estómago. Y lovolvió a hacer, esta vez con más fuerza.

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Shelby carraspeó.Luce se giró en la silla para mirar a

la chica, que estaba en la postura delperro cara abajo. Luce notó que laslágrimas le anegaban los ojos.

—Tengo hambre, ¿vale? ¿Por qué norellenas de una maldita vez elformulario de reclamaciones y haces queme trasladen a otra habitación?

Shelby se levantó tranquilamente desu esterilla de yoga, bajó los brazos enposición de plegaria y dijo:

—Iba a decirte que tengo en micajón una caja de macarrones orgánicoscon queso. ¡Por el amor de Dios, nohacía falta que te pusieras como unamagdalena!

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Once minutos más tarde, Luce estabasentada en la cama abrigada con unamanta y con un cuenco humeante depasta con queso en la mano, los ojossecos y una compañera de habitaciónque de repente había dejado de odiarla.

—No lloraba porque tuvierahambre.

Luce quería explicarse, pero losmacarrones con queso estaban tandeliciosos y el ofrecimiento de Shelbyhabía sido tan inesperado que casi leentraron ganas de llorar otra vez. Sentíauna imperiosa necesidad de desahogarsey Shelby era la única que estaba allí.Aunque en realidad no se había vueltomás cordial, era evidente que compartir

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la comida que tenía escondida habíasido un gran avance en alguien que hastaentonces apenas le había dirigido lapalabra.

—El caso es que tengo… bueno,tengo ciertos problemas familiares. Esduro estar tan lejos.

—¡Oh, bua, qué pena! —dijo Shelbymientras masticaba los macarrones de sucuenco—. A ver si lo adivino… tuspadres siguen felizmente casados.

—Eso no es justo —replicó Luceincorporándose—. No te imaginas porlo que he pasado.

—¿Acaso tienes idea de lo que hepasado yo? —Shelby miró a Luce conactitud desafiante—. No, estoy segura de

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que no. Aquí me tienes: una hija únicacriada por una madre soltera.¿Problemas con papá? Podría ser. ¿Queconvivir conmigo es algo terribleporque no soporto compartir? Casiseguro. Pero lo que no puedo soportar esque una niñita mona y consentida conuna familia feliz y un novio de fábulaacuda a mí para lamentarse sobre sudesdichada historia de amor a distancia.

Luce se quedó sin aliento.—No se trata de eso para nada.—Ah, ¿no? Pues, venga, cuenta.—Soy una falsa —dijo Luce—.

Miento… miento a la gente a la quequiero.

—¿Mientes a tu novio de fábula?

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Shelby frunció el ceño de un modoque hizo pensar a Luce que eso podríainteresar a su compañera.

—No —musitó Luce—. Si nisiquiera hablo con él…

Shelby se tumbó en la cama de Lucey levantó los pies hasta posarlos en laparte baja de su litera.

—¿Y por qué no?—Es una historia larga y

complicada.—Bueno, cualquier chica con un

poco de cabeza sabe que lo único que sepuede hacer cuando se rompe con unhombre es…

—No. No hemos roto —interrumpióLuce al mismo tiempo que Shelby decía:

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—… cambiar de peinado.—¿Cambiar de peinado?—Empezar de nuevo —dijo Shelby

—. Yo me lo corté y teñí de naranja…¡Qué diablos! Una vez incluso llegué aafeitarme la cabeza después de que uncapullo me rompiera el corazón en milpedazos.

Al otro lado de la habitación habíaun tocador con un pequeño espejo ovalen un marco de madera. Desde dondeestaba, Luce contempló su reflejo, dejóa un lado el cuenco con la pasta, selevantó y se acercó.

Se había cortado el pelo después delo de Trevor, pero a fin de cuentas lohabía hecho porque gran parte lo tenía

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chamuscado. Al llegar a Espada & Cruz,fue ella la que cortó el pelo a Arriane.Con todo, a Luce le pareció entender loque Shelby quería decir con «empezarde nuevo». Podía ser otra persona, fingirno ser la que había pasado por todoaquello. Incluso cuando, gracias a Dios,Luce no tenía que lamentar el finaldefinitivo de su relación con Daniel,pero sí, en cambio, otro tipo depérdidas: Penn, su familia, la vida quellevaba antes de que las cosas secomplicaran tanto.

—Estás considerando laposibilidad, ¿verdad? Vamos, ahora meobligarás a sacar el tinte de debajo dellavamanos.

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Luce se pasó los dedos por el cortopelo negro. ¿Qué pensaría Daniel? Detodas formas, si él quería que fuera felizallí hasta que estuvieran juntos denuevo, era preciso que ella dejara atrásla chica que había sido en Espada &Cruz.

Se volvió hacia Shelby y dijo:—Tráeme el tinte.

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4

Quince días

Ella no era tan rubia.Luce se mojó las manos en el

lavamanos y se las pasó por los rizosrecién teñidos. Acababa de poner puntofinal a toda una larga jornada de clases,entre ellas una espinosa charla de doshoras sobre seguridad de Francescadestinada a subrayar el motivo por elque las Anunciadoras no se podíandesafiar sin más (de hecho, parecía

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dirigirse directamente a Luce); doscontroles consecutivos en clase debiología «normal»; y de matemáticas enel edificio principal y también lo que lehabían parecido ocho horas seguidas demiradas horrorizadas de sus compañerosde clase, tanto nefilim como no nefilim.

Aunque en la intimidad de suhabitación la noche anterior Shelbyhabía reaccionado con amabilidad antesu nueva imagen, no era una personaefusiva en sus halagos como Arriane, nisu apoyo era incondicional como el dePenn. Al salir al mundo esa mañana,Luce se había dejado llevar por losnervios y la inseguridad. Miles fue elprimero en verla, y la saludó con un

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pulgar en alto. Pero él era muy amable;aunque pensara que su aspecto erahorrible, nunca se lo daría a entender.

Dawn y Jasmine, como no podía serde otro modo, se apresuraron a dirigirsea ella después de la clase dehumanidades, deseosas de tocarle elpelo y preguntarle en quién se habíainspirado.

—Muy a lo Gwen Stefani —dijoJasmine.

—No, es más tipo Madonna,¿verdad? —respondió Dawn—. Decuando cantaba «Vogue».

Antes de que Luce pudiera deciralgo, Dawn hizo un gesto con la manoseñalando a Luce y a ella.

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—Me imagino que ahora hemosdejado de ser clavaditas.

—¿Clavaditas? —Luce negó con lacabeza.

Jasmine la miró con extrañeza.—Vamos, ¿no me dirás que no te

habías dado cuenta? Vosotras dos…bueno… os parecíais mucho. De hecho,casi podríais haber pasado porhermanas.

Ahora, a solas frente al espejo delbaño del edificio principal de laescuela, Luce contempló su reflejo ypensó en Dawn y en su mirada cándida.Ambas tenían un color de piel similar:eran pálidas, tenían los labios rojos y elpelo oscuro. Pero Dawn era más menuda

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e iba vestida con colores fuertes seisdías a la semana. Era, además, muchomás alegre de lo que Luce nunca podríallegar a ser. Dejando aparte unos pocosaspectos superficiales, Luce y Dawn nopodían ser más diferentes.

Entonces la puerta del baño se abrióenérgicamente y entró una chica morenavestida con vaqueros y un suéteramarillo. Luce la conocía de la clase dehistoria de Europa. Amy no sé qué más.La muchacha se apoyó en el lavamanosjunto a Luce y empezó a toquetearse lascejas.

—¿Por qué te has hecho eso en elpelo? —preguntó mirando a Luce.

Luce pestañeó asombrada. Una cosa

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era hablar de ello con esa especie deamigos que tenía en la Escuela de laCosta, y otra muy distinta hacerlo conesa chica, con la que nunca habíahablado.

Inmediatamente le vino a la cabezala respuesta de Shelby, «empezar denuevo», pero ¿a quién quería engañar?La noche anterior el frasco de tinte nohabía hecho más que lograr queexteriormente Luce fuera tan falsa comose sentía por dentro. Ahora mismo,Callie y sus padres apenas lareconocerían, y eso no era en absolutolo que pretendía.

¿Y Daniel? ¿Qué le iba a parecer?Luce se sintió como una impostora y se

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dijo que incluso un desconocido podríadarse cuenta de ello.

—No lo sé. —Pasó junto a la chicaantes de cruzar la puerta—. No sé porqué lo hice.

Por mucho que se tiñera el pelo, nolograría acabar con los recuerdososcuros de las últimas semanas. Sirealmente quería empezar de nuevo,tenía que hacer algo. La cuestión eracómo. Por el momento había muy pocascosas que pudiera controlar. Todo sumundo se hallaba en manos del señorCole y de Daniel. Y ambos estaban muylejos.

Le daba pavor lo rápido y lo muchoque había llegado a depender de Daniel,

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y resultaba aún más estremecedor nosaber cuándo lo volvería a ver.Comparados con los días dichosos quehabía esperado pasar con él enCalifornia, esos eran los días en quemás sola se había sentido nunca.

Atravesó apesadumbrada el campus,mientras reflexionaba que, desde sullegada a la Escuela de la Costa, laúnica ocasión en que había sentido unaespecie de libertad había sido…

En la soledad de los bosques, con lasombra.

Tras la demostración del díaanterior, Luce había pensado queFrancesca y Steven les ofrecerían másde lo mismo y que tal vez los alumnos

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tendrían ocasión de experimentar con lassombras por su cuenta. Incluso se habíallegado a figurar por un instante quepodría hacer ante los nefilim lo quehabía hecho en el bosque.

Pero nada de eso ocurrió. De hecho,la clase fue como dar un paso atrás. Unasesión aburrida sobre procedimiento yseguridad con las Anunciadoras, asícomo por qué los alumnos jamás debíanintentar hacer por su cuenta bajo ningunacircunstancia lo que habían visto el díaanterior.

Se sentía tan frustrada que, en lugarde dirigirse a su habitación, se apresurópor detrás de la cantina, descendió porel camino que conducía al final del risco

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y tomó la escalera de madera delpabellón nefilim. El despacho deFrancesca se encontraba en el anexo dela segunda planta y les había dicho a susalumnos que no dudaran en pasarsecuando quisieran.

El edificio era otra cosa sin el calorde los estudiantes. El ambiente eralóbrego, parecía casi abandonado.Cualquier ruido que Luce hacía seproyectaba y reverberaba en las vigasde madera inclinadas. Vio una luz en elrellano del piso superior y olió elagradable aroma de café recién hecho.No sabía si contaría a Francesca lo quehabía logrado hacer en el bosque pormiedo a que la mujer lo encontrara

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insignificante para alguien con sushabilidades, o porque se lo tomara comoun desacato a las instrucciones queacababa de dar ese mismo día a susalumnos.

En realidad Luce solo quería tanteara su profesora, ver si podía confiar enella cuando, como en días como aquel,se sentía fuera de lugar.

Llegó a lo alto de la escalera y seencontró frente a un corredor largo ydespejado. Abajo a la izquierda, al otrolado del pasamanos de madera, vio elaula oscura y vacía de la segunda planta.A la derecha había una hilera de puertasde madera con paneles de cristales decolores en la parte superior.

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Mientras avanzaba en silencio por elpiso de madera cayó en la cuenta de queno sabía cuál era el despacho deFrancesca. Solo había una puertaentornada, la tercera. Su hermosavidriera filtraba luz. A Luce le parecióoír una voz masculina. Se disponía allamar con un golpe cuando el tonocortante de una voz de mujer la dejóparalizada.

—Fue un error incluso intentarlo. —Francesca hablaba prácticamente entredientes.

—Aprovechamos una ocasión. Notuvimos suerte.

Steven.—¿Que no tuvimos suerte? —repitió

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Francesca con sorna—. Sería mejordecir que fuimos unos imprudentes.Desde un punto de vista meramenteestadístico, las posibilidades de que unaAnunciadora trajera malas noticias erandemasiado grandes. Ya viste lo queprovocó en los chicos. No estabanpreparados.

Se hizo el silencio. Luce se acercóun poco más deslizándose por laalfombra persa del pasillo.

—Ella, sí.—No voy a sacrificar los avances

de toda una clase solo porque una,una…

—No seas tan corta de miras,Francesca. Los dos sabemos muy bien

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que tenemos un plan de estudiosexcelente. Nuestros alumnos destacanpor encima de cualquier otro programapara nefilim del mundo. Y es méritotuyo. Tienes todo el derecho a sentirteorgullosa. Pero ahora las cosas sondistintas.

—Steven tiene razón, Francesca. —Era otra voz. Masculina. A Luce lepareció familiar. Pero ¿de quién podíatratarse?—. Es posible que inclusotengas que arrojar todo tu programaacadémico por la borda. La tregua entrenuestros bandos es el único calendarioque cuenta.

Francesca suspiró.—¿Crees realmente…?

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La voz desconocida respondió:—Tal como es Daniel, llegará a

tiempo. Seguramente ya cuenta losminutos que faltan.

—Hay otra cosa —dijo Steven.Hubo un silencio seguido del ruido

de un cajón al abrirse y de un gritoahogado. Luce habría dado cualquiercosa por estar al otro lado de la pared yver lo que los demás veían.

—¿De dónde has sacado esto? —preguntó la otra voz masculina—.¿Acaso te dedicas a hacer deintermediario?

—¡Por supuesto que no! —exclamóFrancesca con tono ofendido—. Stevenla encontró anoche en el bosque

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mientras hacía una ronda.—Es auténtica, ¿verdad? —preguntó

Steven.Se oyó un resoplido.—No puedo afirmarlo con certeza.

Ha pasado demasiado tiempo —dijo eldesconocido—. Hace mucho tiempo queno veía una flecha estelar. Daniel losabrá. Se la llevaré.

—¿Eso es todo? ¿Y qué proponesque hagamos entretanto? —preguntóFrancesca.

—Mira, no es asunto mío. —A Lucele resultaba tremendamente familiar esavoz—. Y, de hecho, no es mi estilo…

—Por favor —suplicó Francesca.El despacho se quedó en silencio. El

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corazón de Luce latía con fuerza.—Vale. Yo que vosotros lo

prepararía todo por aquí. Estrechad elcontrol sobre ellos y haced cuantopodáis para que estén preparados. Sesupone que el fin del mundo no será unmomento precisamente agradable.

El fin del mundo. Eso era lo queArriane había dicho que ocurriría siCam y su ejército vencían aquella nocheen Espada & Cruz. Pero no vencieron. Amenos que hubiera habido otrocombate… Pero, en tal caso… ¿para quétenían que estar preparados los nefilim?

El roce de las patas de una silla alarrastrarse en el suelo hicieronretroceder a Luce de un salto. Nadie

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debía descubrirla escuchando esaconversación, hablasen de lo que quieraque hablasen.

Y se alegró de la infinidad derecovecos misteriosos de la arquitecturade la Escuela de la Costa. Se escondióbajo el armazón decorativo de maderaque había entre dos estanterías y seapretó contra el hueco de la pared.

Entonces se oyeron los pasos dealguien que salía del despacho y luegola puerta se cerró con fuerza. Lucecontuvo el aliento y esperó a que lapersona bajara la escalera.

Primero le vio los pies. Calzabaunas botas de piel marrón de mediacaña. A continuación, en cuanto tomó la

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curva por el pasamanos para bajar a lasegunda planta del pabellón, vio unosvaqueros oscuros lavados a la piedra.Luego una camisa abotonada de rayasazules y blancas. Y, finalmente, sucaracterística melena de rastas negras ydoradas.

Roland Sparks estaba en la Escuelade la Costa.

Luce salió de su escondite. Podíasentirse intimidada ante Francesca ySteven, que eran personas sumamenteatractivas, poderosas y maduras…además de ser sus profesores. PeroRoland había dejado de intimidarla, y silo hacía en todo caso no era mucho. Porotra parte, él había estado más cerca de

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Daniel de lo que lo había estado ella endías.

Descendió por la escalera interiorcon el máximo sigilo posible, y luegosalió a toda velocidad por la puerta delpabellón que daba a la terraza. Rolandse dirigía tranquilamente hacia elocéano en actitud despreocupada.

—¡Roland! —gritó ella bajandoprecipitadamente el último tramo de laescalera y echando a correr.

Él se encontraba de pie dondeacababa el camino y el risco se abría enrocas empinadas y escarpadas.

Permaneció muy quieto mirando lasaguas. A Luce le sorprendió sentir uncosquilleo en el estómago cuando él

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empezó a darse la vuelta muylentamente.

—Vaya, vaya —dijo él sonriendo—.Lucinda Price ha descubierto el tinte.

—¡Oh! —Ella se tocó el pelo. ¡Quéestúpida debía de parecerle!

—No, no —dijo él aproximándose yahuecándole el pelo con los dedos—. Tequeda bien. Un cambio brusco paratiempos duros.

—¿Qué haces aquí?—Matricularme. —Se encogió de

hombros—. Acabo de recoger micalendario de clases y de entrevistarmecon los profesores. Este lugar esrealmente encantador.

Llevaba una bolsa al hombro de la

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que sobresalía algo alargado, estrecho yplateado. Al seguir la vista de Luce, secambió la bolsa de hombro y la cerrócon un nudo.

—Roland —dijo ella con voztemblorosa—, ¿por qué te has ido deEspada & Cruz? ¿Qué haces aquí?

—Simplemente necesitaba uncambio de aires —replicó él de formacríptica.

Luce iba a preguntarle sobre losdemás, sobre Arriane y Gabbe, inclusosobre Molly. Quería saber si alguien sehabía percatado o le había importado supartida. Pero al abrir la boca, le salióalgo muy diferente.

—¿De qué hablabas con Francesca y

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Steven?El rostro de Roland se endureció de

pronto; parecía más mayor y menosdespreocupado.

—¿Qué has oído?—Era sobre Daniel. He oído que

decías que él… No tienes que mentirme,Roland. ¿Cuánto falta para que regrese?Yo no me veo capaz…

—Vayamos a dar un paseo, Luce.Si en Espada & Cruz a Luce le

hubiera resultado incómodo que RolandSparks posara un brazo en torno a sushombros, en la Escuela de la Costaaquel gesto le pareció reconfortante.Nunca habían llegado a ser amigos, peroél formaba parte de su pasado, un

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vínculo al que no podía dejar derecurrir.

Anduvieron por el borde delacantilado, bordeando la zonaajardinada del desayuno y el lado oestede la residencia; a continuación, pasaronpor un jardín de rosas que Luce no habíavisto antes. Anochecía y a la derecha elagua parecía inundada de colores,reflejando las nubes de tonos rosados,anaranjados y violeta que se deslizabanlentamente ante el sol.

Roland la llevó hasta un banco convistas al océano, prudentemente alejadode los edificios del campus. Al mirarhacia abajo, Luce vio una escalera toscalabrada en la roca que comenzaba justo

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debajo de donde ellos se encontrabansentados y que conducía hasta la playa.

—¿Qué cosas sabes que no mecuentas? —preguntó Luce cuando elsilencio empezó a incomodarla.

—Que el agua solo está a diezgrados —dijo Roland.

—No me refería al agua —replicóella, mirándolo directamente a los ojos—. ¿Te ha enviado para vigilarme?

Roland se rascó la cabeza.—Mira, Daniel está fuera

atendiendo sus asuntos. —Hizo un gestode revolotear hacia el cielo—.Entretanto… —A Luce le pareció quemiraba hacia el bosque de detrás de laresidencia— tú tienes otros asuntos que

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atender.—Pero ¿qué dices? No tengo nada

que hacer. Solo estoy aquí porque…—Tonterías. —Él se echó a reír—.

Todos tenemos nuestros secretos, Luce.El mío me ha traído a la Escuela de laCosta. El tuyo te ha llevado hacia esosbosques.

Luce se disponía a protestar, pero él,con esa mirada misteriosa suya, le hizoun gesto para que lo dejara.

—No pienso ponerte en un aprieto.De hecho, te estoy animando. —Apartóla mirada de ella para posarla en el mar—. Y a propósito del agua, está helada.¿Te has bañado alguna vez? Sé que tegusta nadar.

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Entonces Luce cayó en la cuenta deque, tras tres días en la Escuela de laCosta con el océano siempreomnipresente, el ruido de las olascontinuamente en los oídos, el airesalado impregnándolo todo, no habíapuesto un pie en la playa. Y ese colegiono era como Espada & Cruz, dondehabía una lista interminable de cosasprohibidas. No sabía por qué no se lehabía ocurrido.

Negó con la cabeza.—Lo único que se puede hacer en

una playa tan fría es encender unahoguera. —Roland la miró—. ¿Hashecho ya algún amigo?

Luce se encogió de hombros.

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—Alguno.—Tráelos esta noche en cuanto haya

oscurecido. —Señaló una estrechafranja de arena situada al pie de laescalera de piedra—. Justo ahí.

Ella miró a Roland de soslayo.—¿Qué pretendes exactamente?Roland sonrió malicioso.—No te preocupes. Será algo

inocente. Pero ya sabes cómo funcionatodo. Soy nuevo y me gustaría darme aconocer.

—Oye, tío, si vuelves a tropezarconmigo voy a tener que romperte eltobillo.

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—Y tú, Shelby, si no acapararastoda la luz de la linterna, los demáspodríamos ver dónde ponemos los pies.

Luce intentaba contener la risamientras atravesaba el campus sumidoen la oscuridad detrás de Shelby y de unMiles cada vez más enojado. Eran casilas once de la noche, y la Escuela de laCosta estaba totalmente a oscuras y enun silencio solo interrumpido por elgrito de las lechuzas. La luna anaranjaday en cuarto creciente se encontraba muybaja en el cielo y oculta por un velo deniebla. Entre los tres solo habíanlogrado hacerse con una linterna (la deShelby), de modo que solamente uno(Shelby) podía ver bien el camino que

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llevaba hasta la orilla. Para los otrosdos, los jardines, que a la luz del díaparecían exuberantes y bien cuidados,ahora eran una trampa mortal con pinoserizo derribados, helechos de enormesraíces y los talones de los pies deShelby.

Cuando Roland le pidió traer aalgunos amigos esa noche, Luce se habíasentido profundamente abatida. En laEscuela de la Costa no había guardias enlos pasillos, ni aterradoras cámaras deseguridad grabando cada movimiento delos estudiantes, así que no la inquietabaser descubierta. De hecho, escabullirsede la residencia había resultadorelativamente sencillo. El gran desafío

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para ella consistía en llevar a alguien.Dawn y Jasmine parecían ser las

mejores candidatas para una fiesta en laplaya, pero cuando Luce subió a suhabitación de la quinta planta, el pasilloestaba a oscuras y ninguna contestó a sullamada. De regreso a su habitación, seencontró a Shelby enredada en unaespecie de postura de yoga tántrico quea Luce le dolía con solo mirarla. Noquiso romper la gran concentración desu compañera de habitación parainvitarla a una especie de fiestadesconocida, pero un golpe fuerte en lapuerta obligó a Shelby a abandonar demala gana la postura.

Miles quería saber si a Luce le

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apetecía tomar un helado.Luce miró a Miles y a Shelby, y dijo

sonriendo:—Tengo una idea mejor.Diez minutos más tarde,

pertrechados con una sudadera concapucha, una gorra de los Dodgescolocada al revés (Miles), calcetines delana con dedos para poder llevarchanclas (Shelby) y la inquietudcreciente ante la perspectiva de mezclara Roland con la gente de la Escuela dela Costa (Luce), se dirigíandificultosamente hacia un extremo delacantilado.

—A ver, repito, ¿quién es ese tipo?—preguntó Miles tras señalar una

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hondonada en el camino pedregoso antesde que Luce saliera despedida.

—Es un chico de mi otra escuela.Luce pensó en una descripción mejor

mientras los tres iniciaban el descensopor la escalera de roca. Roland no eraexactamente un amigo. Y, aunque losalumnos de la Escuela de la Costaparecían bastante abiertos, no sabía sidebía decirles a qué bando de losángeles caídos pertenecía Roland.

—Era amigo de Daniel —dijo alfinal—. Seguramente será una pequeñafiesta. No creo que conozca a nadie másque yo aquí.

Antes de ver nada percibieron elolor: el humo delator del nogal de una

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gran hoguera. A continuación, al final dela empinada escalera, tomaron la curvade la roca y, tras rebasarla, sedetuvieron asombrados por elchisporroteo de una enorme llamaradanaranja.

En la playa parecía haber reunidasunas cien personas.

El viento rugía como un animalsalvaje, pero nada comparable con elalboroto de los asistentes a la fiesta. Aun lado, el más próximo a donde seencontraba Luce, un grupo de hippiesbarbudos con camisetas raídas habíaimprovisado un círculo de tambores. Sucadencia proporcionaba a un grupo dechicos el son al que bailar. Al otro lado

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de la fiesta estaba la hoguerapropiamente dicha; Luce se puso depuntillas y vio que en torno al fuegohabía muchos compañeros suyos de laEscuela de la Costa desafiando el frío.Todos sostenían una vara en el fuego,intentando encontrar el mejor lugardonde asar sus perritos calientes y susnubes dulces y colocar sus recipientesde hierro forjado. Resultaba imposiblesaber cómo todos ellos habían tenidonoticia de la fiesta, pero era evidenteque todo el mundo se lo estaba pasandomuy bien.

Y en el centro de todo, Roland, quese había cambiado la camisa abotonaday planchada y las caras botas de piel por

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una sudadera con capucha y unosvaqueros raídos, como los que llevabatodo el mundo. Estaba de pie sobre unaroca, gesticulando exageradamentemientras explicaba una historia que Luceno lograba oír bien. Dawn y Jasmine seencontraban entre quienes lo escuchabanfascinados; el fuego iluminaba susrostros realzando la belleza y vivacidadde ambas.

—¿Y esto es lo que tú entiendes poruna pequeña fiesta? —preguntó Miles.

Luce clavó la vista en Roland y sepreguntó qué estaría contando. Algo ensu pose le recordó a Luce la habitaciónde Cam en la primera y única fiesta en laque había participado en Espada &

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Cruz. De pronto echó de menos aArriane y, naturalmente, también a Penn,que al llegar a esa fiesta se habíasentido nerviosa pero que al final fue laque mejor se lo había pasado. Y, claroestá, echó de menos a Daniel, queentonces apenas le dirigía la palabra.¡Qué distinto era todo ahora!

—Bueno, chicos, no sé vosotros —dijo Shelby, quitándose las chanclas ymetiéndose en la arena con suscalcetines—, pero yo voy a buscar unabebida, un perrito caliente y quizá luegointente que me dé clases uno de loschicos del círculo de tambores.

—Yo igual —respondió Miles—,menos la parte del círculo de tambores,

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por si no ha quedado claro.—Luce. —Roland la saludó desde la

roca—. ¡Estás aquí!Miles y Shelby se dirigieron hacia el

puesto de perritos calientes, y Luce, trasrebasar una duna de arena fría y húmeda,se encaminó hacia Roland y los demás.

—Está claro que no bromeabascuando has dicho que querías darte aconocer a todo el mundo. Roland, estoes grande.

Roland asintió con gracia.—Grande, ¿eh? Pero ¿bueno o malo?Parecía una pregunta tendenciosa. A

Luce le hubiera gustado decir que ellaeso no lo podía saber. Recordó laconversación airada que había oído en

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el despacho de su profesora y el tonocrispado de esta. La línea entre lo buenoy lo malo parecía increíblemente difusa.Roland y Steven eran ángeles caídos quese habían pasado al otro bando.Demonios, ¿no? ¿Acaso ella podía saberqué significaba eso? Pero estabatambién Cam y… ¿qué quería decirRoland con esa pregunta? Lo miró conlos ojos entornados. Tal vez en realidadsolo quería saber si Luce se lo estabapasando bien.

Una multitud de invitados vestidoscon colores muy vivos se arremolinaronen torno a ella, y sin embargo Lucesentía muy cerca las infinitas olasoscuras. La brisa del agua era fría,

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mientras que la hoguera le abrasaba lapiel. En ese instante muchas cosas queparecían contrarias se revelaban anteella de repente.

—¿Quién es toda esa gente, Roland?—A ver… —Roland señaló a los

hippies del círculo de tambores—.Gente del lugar. —Luego indicó a laderecha un grupo grande de chicos queintentaban impresionar a un grupo muchomás pequeño de chicas con unos pocos yambiciosos pasos de baile bastante malejecutados—. Esos son marines conbase en Fort Bragg. Tal como estándisfrutando de la fiesta, espero que esténde permiso todo el fin de semana. —Jasmine y Dawn se acercaron en

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silencio, y Roland las rodeó con susbrazos—. Y a este par creo que ya lasconoces.

—Luce, no nos habías dicho queeras muy buena amiga del directorsocial celestial —dijo Jasmine.

—Oh, en serio. —Dawn se inclinópara susurrar a Luce en voz alta—: Solomi diario sabe la de veces que hedeseado asistir a una fiesta de RolandSparks, y este nunca lo revelará.

—Pero tal vez yo sí —bromeóRoland.

—¿Es que en esta fiesta no hayguarnición para los perritos? —Shelbyapareció detrás de Luce con Miles a sulado. Sostenía dos perritos calientes en

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una mano y tendió la que le quedabalibre a Roland—. Shelby Sterris. Y tú,¿quién eres?

—Shelby Sterris —repitió Roland—. Soy Roland Sparks. ¿Has vividoalguna vez en el Este de Los Ángeles?¿No nos hemos visto antes?

—No.—Tiene memoria fotográfica —

explicó Miles mientras pasaba a Luce unperrito caliente vegetariano; aunque nose trataba de su bocadillo favorito,aquel no dejaba de ser un detalle muyamable—. Soy Miles. Por cierto, unagran fiesta.

—Fabulosa —asintió Dawnmoviéndose con Roland al ritmo de los

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tambores.—¿Y qué hay de Steven y

Francesca? —preguntó Luce a Shelbyprácticamente a gritos—. ¿No nos oirán?

Una cosa era escabullirsesigilosamente de un control, y otracolocar una bomba sonora justo debajodel mismo.

Jasmine volvió la mirada hacia elcampus.

—Seguro que nos oyen, pero en laEscuela de la Costa nos dejan bastantesueltos. Por lo menos, a los nefilim.Mientras permanezcamos en el campusbajo su escudo protector, podemos hacerprácticamente lo que queramos.

—¿Y esto incluye un concurso de

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limbo? —Roland sonrió con picardía ysacó de detrás de él una rama larga ygruesa—. Miles, ¿sostienes el otroextremo?

Al cabo de unos segundos levantaronla rama, el ritmo de la percusión cambióy fue como si todos los asistentes a lafiesta abandonaran cuanto estuvieranhaciendo en ese momento para formaruna larga y animada cola para el limbo.

—Luce —voceó Miles—, no tendrásintención de quedarte ahí parada,¿verdad?

Ella escrutó a la gente y se sintiórígida y como clavada a la arena. Sinembargo, Dawn y Jasmine le dejaron unespacio para que se colara entre las dos.

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Shelby, metida de lleno en el juego,posiblemente competitiva pornaturaleza, hacía estiramientos deespalda. Incluso los almidonadosmarines iban a participar.

—¡Vale! —Luce se rió y se metió enla fila.

En cuanto empezó el juego, la fila semovió con rapidez; durante tres rondasLuce consiguió doblarse con facilidaddebajo de la rama. La cuarta vez logrópasar con algo más de dificultad, puestuvo que inclinar tanto la barbilla haciaatrás que vio las estrellas, lo cual lemereció una ronda de aplausos. Al poco,ella también se encontró animando aotros participantes, aunque se

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sorprendió al ver que saltaba cuandoShelby logró pasar. Ocurría algosorprendente al incorporar el cuerpodespués de superar el limbo: toda lafiesta parecía nutrirse de ello. En cadaocasión, Luce experimentaba unacuriosa subida de adrenalina.

Normalmente, pasárselo bien no leresultaba tan fácil. Durante muchotiempo, las risas habían venido seguidaspor la culpa, por la molesta sensaciónde que se suponía que ella no podíapasárselo bien ya fuera por un motivo uotro. Sin embargo, de algún modo,aquella noche se sintió más ligera. Sindarse cuenta siquiera, había logradoincluso ignorar la oscuridad.

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Cuando Luce se apresuró paracolocarse en la fila y hacer su quintointento, la cola se había acortado deforma significativa. La mitad de losasistentes ya habían sido eliminados ytodo el mundo se arremolinaba en tornoa Miles y Roland, mirando a los quequedaban. Al final de la cola, Luce sesintió un poco mareada, así que, cuandonotó que alguien la asía con fuerza porel brazo, estuvo a punto de perder elequilibrio.

Iba a gritar cuando unos dedos letaparon la boca.

—Chist.Daniel la sacó fuera de la cola y la

apartó de la fiesta. Su mano fuerte y

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cálida le recorrió el cuello y con loslabios le acarició un lado de la mejilla.Por un instante, el roce de su piel en lade ella, el intenso brillo violeta de susojos y la necesidad, creciente durantedías, de agarrarse a él y no soltarlohicieron que Luce se sintieradivinamente aturdida.

—¿Qué haces aquí? —susurró. Lehabría gustado decir: «¡Gracias a Diosque estás aquí!», o «¡Qué duro ha sidoestar separados!», o simplemente laverdad: «Te quiero». Pero en su cabezatambién resonaban frases como: «Mehas abandonado», «Creía que esto noera seguro», o «¿Qué es eso de latregua?».

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—Tenía que verte —dijo él.Mientras la llevaba tras una enorme

piedra volcánica, Daniel dibujaba unasonrisa de complicidad en el rostro. Unasonrisa contagiosa que encontró el modode asomarse también a los labios deLuce. Una sonrisa que no solo admitíaque habían incumplido la regla deDaniel, sino que además estabanencantados de hacerlo.

—Al acercarme para ver la fiestame he dado cuenta de que todo el mundobailaba —dijo él—. Y me he sentido unpoco celoso.

—¿Celoso? —preguntó Luce.Estaban a solas. Ella rodeó con susbrazos sus anchos hombros y miró

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intensamente sus ojos de color violeta—. ¿Por qué deberías sentirte celoso?

—Porque —respondió élacariciándole la espalda— tienes elcarné de baile repleto por toda laeternidad.

Daniel le tomó la mano derecha,pasó la izquierda en torno a su hombro ydieron un par de pasos de baile sobre laarena. Todavía se oía la música de lafiesta, pero desde aquel lado de la rocaparecía un concierto privado. Luce cerrólos ojos y se apretó contra el pecho deél, hasta encontrar el sitio en el que sucabeza encajaba en el hombro de Danielcomo una pieza de rompecabezas.

—No, esto así no va bien —dijo

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Daniel al cabo de un momento. Leseñaló los pies. Ella se dio cuenta deque él iba descalzo—. Quítate loszapatos —le indicó—, y te enseñarécómo bailan los ángeles.

Luce dejó a un lado sus zapatosplanos negros y notó entre los dedos laarena blanda y fresca. Cuando Daniel sela acercó más, Luce notó que los dedosde los pies le quedaban sobre los de él yestuvo a punto de perder el equilibrio;sin embargo, él la agarró con fuerza.Luce bajó la mirada y vio que sus piesdescansaban sobre los de Daniel. Ycuando levantó la mirada, tuvo la visiónque anhelaba día y noche: Danieldesplegando por completo sus alas de

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color blanco plateado.Sus alas ocupaban todo su plano de

visión y se levantaban en todo suesplendor unos seis metros contra elcielo, centelleando en la noche… teníanque ser las más gloriosas de todo elCielo. En los pies, Luce notó que Danielacababa de elevarse un poco por encimadel suelo. Las alas se agitaron muysuavemente, como si latieran, y asíambos quedaron suspendidos a varioscentímetros del suelo.

—¿Estás lista? —preguntó él.Ella no sabía para qué tenía que

estar lista, pero no le importó.Entonces se movieron por el aire

hacia atrás, con la delicadeza de los

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patinadores de hielo. Daniel planeósobre las aguas sosteniéndola en susbrazos. Luce dio un grito ahogado alnotar el roce de una ola espumosa en losdedos de los pies. Daniel se rió y sealzaron un poco más en el aire. Hizo queella se inclinara un poco hacia atrás.Dieron vueltas en círculo. Bailabansobre el océano.

La luna parecía un foco que solo losiluminaba a ellos. Luce se reía de puraalegría, tanto que Daniel empezó a reírtambién. Ella nunca se había sentido másligera.

—Gracias —susurró.Él le respondió con un beso.

Primero la besó con dulzura en la frente,

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luego en la nariz y finalmente llegó a suslabios.

Ella le respondió besándoloapasionadamente, diríase que con ciertadesesperación, entregándose con todo sucuerpo. Así llegaba hasta él y podíadeleitarse en aquel amor que compartíandesde hacía tanto tiempo. Por uninstante, el mundo se detuvo; luego Lucevolvió en sí, sin aliento. Ni siquiera sehabía dado cuenta de que habíanregresado a la playa.

Él tenía la mano posada en la parteposterior de la cabeza de Luce, quellevaba un gorro de nieve calado hastalas orejas en el que escondía su peloteñido. Él se lo quitó, y Luce notó una

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ráfaga de brisa oceánica en la cabeza.—¿Qué te has hecho en el pelo?Aunque Daniel habló con suavidad,

su tono sonó reprobatorio. Tal vez fueraporque la canción terminó con el baile yel beso, y ahora solo eran dos personasde pie en la playa.

Daniel tenía las alas arqueadasdetrás de los hombros, visibles aún perofuera de alcance.

—¿A quién le importa mi pelo? —Todo lo que ella quería era abrazarlo.¿Y acaso no era eso todo cuanto le debíaimportar a él también?

Luce fue a coger de nuevo el gorro.Sintió su cabello rubio y desnudodemasiado expuesto, como una bandera

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de alarma avisando a Daniel de que talvez estaba a punto de venirse abajo. Encuanto ella empezó a darse la vuelta, élla abrazó.

—¡Eh! —dijo acercándosela—. Losiento.

Ella suspiró, se acercó a él y seabandonó a sus caricias. Levantó lacabeza para mirarle a los ojos.

—¿Ahora ya estamos seguros? —preguntó con la esperanza de que Danielsacara el tema de la tregua. ¿Podríanestar juntos por fin? Sin embargo, laexpresión desgarradora en sus ojos lerespondió antes de que dijera nada.

—No debería estar aquí, pero mepreocupas. —Él se separó un poco de

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ella—. Y por lo que veo, tengo motivospara preocuparme. —Le acarició un rizode su pelo—. No entiendo por qué te hashecho esto, Luce. No eres tú.

Ella lo apartó. Siempre le habíamolestado que la gente le dijera eso.

—Pues soy yo la que se lo ha teñido,Daniel. Así que técnicamente soy yo. Talvez no el yo que quieres que sea, pero…

—No eres justa. No quiero que seasdistinta de quien eres.

—¿Y quién soy, Daniel? Porque siconoces la respuesta te agradecerémucho que me ilumines. —Luce fuealzando la voz a medida que la rabiapasaba a ocupar el lugar de la pasiónque se le iba escurriendo entre los dedos

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—. Me encuentro sola aquí sin saber porqué. Intentando entender qué pinto contoda esta gente… y sin ser ni siquiera…

—¿Sin ser ni siquiera qué?¿Cómo podían haber pasado con

tanta rapidez de bailar en el aire a esto?—No sé. Intento vivir el momento.

Hacer amigos, ¿sabes? Ayer me apunté aun club y estamos haciendo planes parair de excursión en yate y cosas por elestilo.

En realidad ella quería hablarle delas sombras. En concreto, de lo quehabía hecho en el bosque. Pero Danielhabía entornado los ojos, como si ellahubiera hecho algo mal.

—Tú no vas a ir en yate a ningún

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sitio.—¡¿Qué?!—Que te vas a quedar en este

campus hasta que yo lo diga. —Danielresopló al darse cuenta de que ella seenfadaba—. Detesto tener que ponertenormas, Luce, pero… me esfuerzo tantopara que estés a salvo… No permitiréque te ocurra nada.

—Exacto —masculló Luce—. Nada.Ni bueno, ni malo, ni nada. Parece quesi tú no estás aquí yo no puedo hacernada.

—Eso no es cierto. —Él le dirigióun gesto de enfado. Luce jamás le habíavisto perder la paciencia con tantarapidez. Daniel levantó la vista al cielo

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y ella le siguió la mirada. Una sombracirculaba por encima de sus cabezas,como un cohete de artificio negro quedejaba a su paso un rastro letal yhumeante. Daniel la identificó alinstante.

—Tengo que marcharme —dijo.—¡Es horrible! —Ella se volvió—.

Apareces de la nada, nos enfadamos yluego te marchas. Sin duda, eso sí que esamor de verdad.

Daniel la asió de los hombros y lazarandeó hasta que ella lo miró.

—Es amor de verdad —le dijo conuna desesperación que Luce no supo sirestaba o añadía dolor a su corazón—.Y tú lo sabes.

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El color violeta de sus ojos refulgíano de rabia, sino de un intenso deseo.Era una de esas miradas que dicen quequieres tanto a una persona que la echasde menos incluso cuando la tienesdelante.

Daniel dobló la cabeza para besarlelas mejillas, pero ella estaba a punto deecharse a llorar. Se sintió incómoda y segiró. Le oyó gemir y luego siguió elbatido de sus alas.

¡No!Cuando volvió la cabeza, Daniel

planeaba por el cielo, suspendido entreel océano y la luna. Sus alas refulgíanblancas bajo la luz de la luna. Al cabode un instante, era difícil diferenciarlo

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de cualquier otra estrella delfirmamento.

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5

Catorce días

Durante la noche, una capa de niebladensa invadió como un ejército sobre laciudad de Fort Bragg y se apostó en ella.No se dispersó con la salida del sol y sulanguidez impregnó todas las cosas ypersonas. Así, el viernes en la escuelaLuce se sintió como arrastrada por unamarea lenta. Los profesores estabandispersos, esquivos y lentos en susclases, y los alumnos, profundamente

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aletargados, esforzándose pormantenerse despiertos ante el zumbidoprolongado y melancólico del día.

Cuando las clases terminaron, lamonotonía había calado profundamenteen Luce. No sabía qué hacía en esaescuela que no era la suya, en ese estadoprovisional que no hacía más que ponerde manifiesto la falta de una vida real ysólida. Lo único que quería era irse a sulitera y dormir y olvidarse no solo deltiempo y de aquella larga semana quehabía pasado ya en la Escuela de laCosta, sino también de la disputa conDaniel y de las muchísimas preguntas einquietudes que esta había provocado ensu mente.

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La noche anterior le había resultadoimposible conciliar el sueño. A altashoras de la mañana había vuelto a solasa su habitación y dio vueltas y vueltas enla cama sin lograr dormirse porcompleto. Que Daniel le gritara ya no lasorprendía, pero no por eso la dejabaindiferente. ¿Y esa orden insultante ymachista de que se quedara en elcomplejo de la escuela? Se le ocurriópor un momento que tal vez Daniel lehabía hablado igual que siglos atrás,pero Luce estaba segura de que, comoJane Eyre o Elizabeth Bennet, ningunade sus identidades anteriores se habríatomado bien esa prohibición. Desdeluego, en los tiempos actuales no.

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Mientras caminaba entre la nieblahacia su dormitorio después de lasclases seguía sintiéndose enfadada ymolesta. Tenía la vista nublada yprácticamente andaba dormida cuandoposó la mano en el pomo de la puerta.Al entrar en la habitación a oscuras yvacía estuvo a punto de pasar por alto elsobre que alguien había pasado pordebajo de la puerta.

Era un sobre de color crema, fino ycuadrado; cuando le dio la vuelta vio sunombre escrito en pequeñas letrasmayúsculas. Lo abrió ansiosa,esperando encontrar en ella lasdisculpas de él y consciente de que ellatambién le debía una.

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La carta en el interior estaba escritaa máquina en papel de color crema y sehallaba doblada en tres partes.

Querida Luce:Hay una cosa que quiero

decirte desde hace tiempo.Reúnete conmigo en laciudad, cerca de NoyoPoint, en torno a las seisde la tarde. El autobús nº5 que circula junto a laautopista 1 tiene parada acuatrocientos metros al surde la Escuela de la Costa.Utiliza este billete deautobús. Te esperaré enNorth Cliff. Tengo muchasganas de verte.

Te quiere,

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Daniel

Luce sacudió el sobre y notó que dentrohabía un pequeño trozo de papel. Sacóun billete de autobús azul y blanco conel número cinco impreso delante y unesbozo del mapa de Fort Bragg dibujadodetrás. Eso era todo. No había nada más.

Le pareció alucinante. Ni unamención a su disputa en la playa, niningún indicio de que Daniel supiera lopoco normal que era desvanecerseprácticamente en el aire por la noche yesperar que al día siguiente ella sedesplazara sin más en cuanto él lodijera.

Ni una disculpa.

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Resultaba extraño. Daniel podíaaparecerse en cualquier sitio y encualquier hora y acostumbrabamostrarse ajeno por completo a lasrealidades logísticas que los sereshumanos normales tenían que afrontar.

Esa carta le parecía fría y brusca.Una parte de ella, la más imprudente, sevio tentada a fingir que nunca la habíarecibido. Estaba harta de discutir,cansada de que Daniel no le confiaramás detalles. Pero, en cambio, la parteenamorada de Luce se preguntaba si talvez había sido demasiado dura con él.Porque la relación que tenían merecía lapena. Intentó recordar la mirada y eltono de voz de Daniel cuando le contaba

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la historia sobre la vida que ella llevabadurante la fiebre del oro en California.Cómo él la había visto por la ventana yse había vuelto a enamorar de ella,como en miles de ocasiones anteriores.

Esa fue la imagen que Luce tenía enmente cuando minutos más tarde salió desu habitación y se escabulló por elcamino hacia la entrada principal de laEscuela de la Costa y la parada deautobús donde Daniel le había pedidoque esperara. La imagen de sus ojosimplorantes de color violeta le encogíael corazón mientras permanecía de piebajo el cielo gris y húmedo. Vio cochesdeslucidos materializarse en la niebla,recorrer las curvas cerradas de la

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autopista sin guardarraíles ydesaparecer de nuevo.

Al volver la vista hacia elformidable campus de la Escuela de laCosta que se encontraba a lo lejos, seacordó de lo que Jasmine había dicho enla fiesta: «Mientras permanezcamos enel campus bajo su escudo protector,podemos hacer prácticamente lo quequeramos». Luce estaba saliendo de laprotección de aquel escudo, pero ¿quéhabía de malo en eso? En realidad, ellano era una alumna, y, en cierto modo,volver a ver a Daniel bien merecía elriesgo de ser descubierta.

Pocos minutos después de las cincoy media, el autobús número 5 se detuvo

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en la parada.El vehículo era viejo, gris y

destartalado, igual que el conductor queabrió la puerta para que Luce subiera.Ocupó un asiento de la parte delantera.El autobús olía a rancio. Se tuvo queagarrar al asiento barato de pielartificial mientras el autobús seprecipitaba veloz por las curvas aochenta kilómetros por hora, como si apocos metros de la carretera elacantilado no se desplomara en unavertical de kilómetro y medio sobre elocéano gris.

Cuando llegaron a la ciudad, llovía,una llovizna persistente que no llegaba aaguacero. La mayoría de los

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establecimientos de la calle principal yahabían cerrado, y la ciudad tenía unaspecto empapado y desolado. No eraprecisamente el escenario que más lehubiera gustado para una felizreconciliación.

Al bajar del autobús, Luce se sacó elgorro de lana de la mochila y se lo pusoen la cabeza. Notó el frío de la lluvia enla nariz y en las yemas de los dedos. Vioentonces un poste metálico inclinado decolor verde y siguió la dirección de laflecha, que señalaba hacia el cabo deNoyo Point.

El cabo era en realidad una extensalengua de tierra sin el verdor exuberantede los jardines del campus de la Escuela

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de la Costa; más bien se trataba de unamezcla de zonas de hierba verde ytrozos de arena gris y húmeda. Losárboles clareaban, las hojas arrancadaspor el embate del viento oceánico. En laorilla, a unos noventa metros de lacarretera, solo había un banco colocadoen un lugar fangoso. Seguramente aquelera el sitio que Daniel había elegidopara quedar. Sin embargo, desde suposición, Luce se dio cuenta de quetodavía no había llegado. Miró el reloj.Ella había llegado con cinco minutos deretraso.

Daniel nunca llegaba tarde.La lluvia parecía prenderse en las

puntas de su pelo en lugar de empaparlo

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como de costumbre. Ni siquiera lamadre naturaleza sabía qué hacer conesa Luce rubia oxigenada. No queríaesperar a Daniel al aire libre. Había unahilera de tiendas en la calle principal.Luce se quedó allí de pie en un porchelargo de madera que tenía un toldo demetal oxidado. En el rótulo de cerrado,en letras azules deslucidas, se leíaPESCADOS FRED’S.

Fort Bragg no era un lugar tanpintoresco como Mendocino, la ciudaddonde ella y Daniel se habían detenido ydesde donde él la había llevado volandopor la línea de la costa. Era un lugar másindustrial, una población pesquerarealmente anticuada, con embarcaderos

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de madera podrida dispuestos en unaensenada curva donde la tierradescendía hasta llegar a las aguas.Mientras Luce esperaba, atracó un barcocargado de pescadores. Observó a esoshombres enjutos y de rostro duro que,ataviados con sus impermeablesempapados, subían la escalera de piedrade los muelles que quedaban más abajo.

Cuando tocaron tierra, echaron aandar en solitario o bien en grupos ensilencio, pasaron ante el bancodesocupado y los árboles tristementeinclinados, así como frente a losescaparates cerrados hasta llegar a unaparcamiento de grava situado en elextremo sur de Noyo Point. Una vez allí,

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subieron a unas camionetas viejas ydestartaladas, pusieron en marcha losmotores y se marcharon, de modo queaquel mar de rostros adustos fuedecreciendo hasta que quedó un solomarinero que no parecía salido deningún velero. De hecho, parecía habersurgido de repente de la niebla. Luceretrocedió sobresaltada contra lapersiana metálica de la pescadería eintentó recuperar el aliento.

Era Cam.Avanzaba en dirección oeste por el

camino de grava, justo delante de ella,flanqueado por dos pescadores vestidosde oscuro que no parecían haberadvertido su presencia. Llevaba unos

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vaqueros negros ajustados y unachaqueta de cuero negra. Su pelo oscurobrillaba con la lluvia y lo llevaba máscorto que en la última ocasión que lohabía visto. A un lado de la nuca se leadivinaba el tatuaje negro en forma desol. Recortados contra el telón de fondode aquel cielo descolorido, sus ojosseguían siendo tan intensamente verdescomo siempre.

La última vez que lo había visto,Cam estaba de pie ante un espeluznanteejército oscuro de demonios, en unaactitud insensible, cruel y, por decirlollanamente, malévola. A Luce se le helóla sangre. Aunque tenía lista toda unaretahíla de insultos y acusaciones contra

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él, pensó que era mejor esquivarlo sinmás.

Demasiado tarde. Los ojos verdesde Cam se posaron en ella, y se quedóparalizada. No porque hubiera echadomano de aquel encanto fingido al queella había estado a punto de sucumbir enEspada & Cruz, sino porque parecíarealmente alarmado de verla. Cambió depronto de dirección y en un instante, trasabrirse paso entre el escaso flujo depescadores que avanzaban, se colocójunto a ella.

—¿Qué haces aquí?Cam parecía más que alarmado,

diríase que casi aterrado. Tenía loshombros alzados y no fijaba la vista más

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de un segundo en nada. No le comentónada sobre su pelo, como si no hubierareparado en él. Luce tuvo la certeza deque Cam no sabía que ella estaba enCalifornia. De hecho, su reubicaciónhabía venido motivada precisamentepara mantenerla a salvo de tipos comoél. Ella había dado al traste con todoeso.

—Yo solo… —Miró el camino degrava blanca situado detrás de Cam, queatravesaba la zona de hierba quebordeaba el acantilado— quería dar unpaseo.

—No es cierto.—Déjame en paz. —Luce intentó

abrirse paso—. No tengo nada que

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decirte.—Lo cual está bien, pues se supone

que no deberíamos hablar. Y también sesupone que no deberías estar fuera de laescuela.

De pronto, Luce se inquietó, puesintuyó que Cam sabía algo que elladesconocía.

—¿Y tú cómo sabes que voy a unaescuela de por aquí?

Cam suspiró.—Lo sé todo, ¿vale?—Entonces estás aquí para luchar

contra Daniel.Cam empequeñeció sus ojos verdes.—¿Por qué iba yo…? Un momento,

¿me estás diciendo que has venido aquí

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para verlo?—Vamos, no te hagas el

sorprendido. Somos pareja.Parecía que Cam no había aceptado

aún que ella hubiera preferido a Danielen lugar de a él.

Cam se rascó la frente con actitudpreocupada.

—¿Te ha hecho venir, Luce? —dijoatropelladamente.

Ella se sintió avergonzada y cedióante la presión de su mirada.

—Recibí una carta.—Déjame verla.Luce se puso en guardia mientras

examinaba la extraña expresión de Cam.Parecía tan nervioso como ella.

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—Te han tendido una trampa. En lascircunstancias actuales, Grigori jamás teharía llegar un mensaje.

—Yo ya no sé lo que haría por mí.—Luce se volvió deseando desaparecermuy lejos de allí y que Cam no lahubiera visto. Sintió la necesidadinfantil de alardear ante Cam de queDaniel la había visitado la nocheanterior, pero no era momento dejactarse. No había muchos motivos devanagloria en los detalles de su disputa.

—Sé que él moriría si mueres, Luce.Si quieres seguir con vida, es mejor queme enseñes la carta.

—¿Me matarías por un trozo depapel?

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—No, pero seguramente es lo queintenta quienquiera que te haya enviadoesa nota.

—¿Qué?Aunque la carta casi le ardía en el

bolsillo, Luce se resistía a dejarle verla.Cam no podía saber de qué hablaba.Pero cuanto más la miraba él, más dudasempezaba a tener ella sobre la extrañanota: el billete de autobús, lasinstrucciones… el tono extrañamentetécnico y rígido, nada que ver con elestilo de Daniel. Finalmente se la sacódel bolsillo con los dedos temblorosos.

Cam la agarró e hizo una mueca dedisgusto al leerla. Masculló algo para síy con los ojos recorrió el bosque situado

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al otro lado de la carretera. Lucetambién miró a su alrededor, pero nosupo adivinar nada sospechoso entre losescasos pescadores que quedaban y quecargaban sus aparejos en la parte traserade unas camionetas oxidadas.

—Vamos —dijo él al fin asiéndolapor el codo—. Ya va siendo hora deacompañarte de vuelta a la escuela.

Ella se apartó con un movimientobrusco.

—No pienso ir a ningún sitiocontigo. Te odio. Además, ¿qué hacesaquí?

Él la agarró.—Voy de caza.Luce lo miró con recelo intentando

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que él no se diera cuenta de que laseguía intimidando. Cam parecíadelgado, iba vestido como un punk yestaba desarmado.

—Ah, ¿sí? —Ella ladeó la cabeza—. ¿Y qué cazas?

Cam clavó la vista detrás de Luce,en dirección al bosque, sombrío alatardecer, e hizo una señal con lacabeza.

—A ella.Luce se volvió para ver de quién o

de qué hablaba, pero antes de quepudiera ver algo, él ya la habíaempujado con fuerza a un lado. Se oyóun extraño silbido en el aire, y un objetoplateado pasó rozándole la cara.

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—¡Al suelo! —gritó Cam apretandolos hombros de Luce hacia abajo. En elsuelo del porche, sintió el peso de élencima mientras el polvo de la maderase le iba metiendo en la nariz.

—¡Sal de encima de mí! —chilló.Mientras se debatía con indignación

fue presa del terror. Quien fuera queestuviera ahí tenía que ser realmentemaléfico. De lo contrario, nunca sehabría visto expuesta a que fuera Camprecisamente quien tuviera queprotegerla.

Al poco, Cam se lanzó a todavelocidad por el aparcamiento desiertoen dirección a la muchacha. Era unachica muy atractiva, de la edad de Luce,

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que vestía una larga capa marrón. Susrasgos eran delicados, llevaba lacabellera rubia, casi blanca, recogida enuna coleta, y tenía una mirada extraña,ausente. Incluso de lejos, Luce se quedóparalizada de miedo.

Pero había algo más: la chica ibaarmada, con un arco de plata que estabacargando precipitadamente.

Cam se encontraba ya muy cerca ysus pies crujían contra la grava delaparcamiento mientras corría hacia lachica, cuyo extraño arco de platabrillaba incluso en la niebla, como si nofuera de este mundo.

Luce apartó con dificultad la vistade la muchacha del arco, se puso de

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rodillas y escrutó el aparcamiento paraver si había alguien más mirandoaterrado como ella. Pero el lugar sehallaba vacío y extrañamente silencioso.

Notó una sensación de opresión enlos pulmones que apenas la dejabarespirar. La muchacha se movía comouna autómata. Y Cam estaba desarmado.Ella tenía el arco tensado, y a Cam en supunto de mira.

Pero en décimas de segundo Cam seprecipitó sobre ella y la derribóhaciéndola caer de espaldas, le arrancócon fuerza el arco de las manos y leapretó el codo contra la cara hasta queella dejó de forcejear. La muchachagritó con una voz aguda e inocente y

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retrocedió en el suelo levantando lamano para pedir clemencia mientrasCam apuntaba con el arco hacia ella.

Cam le arrojó la flecha directamenteal corazón.

Al otro lado del aparcamiento, Lucese mordió el puño para no gritar. Pese aque hubiera preferido encontrarse lejosde allí, se incorporó trabajosamente y seacercó corriendo. Pero extrañamente lachica no yacía desangrándose ni sedebatía a gritos.

No estaba allí.Ella y la flecha que Cam le había

arrojado habían desaparecido.Cam escudriñaba el aparcamiento,

haciéndose con las flechas que ella

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había tirado, como si aquel fuera elcometido más acuciante de su vida. Lucese agachó en el sitio donde había caídola chica. Desconcertada y másaterrorizada de lo que había estadoinstantes antes, resiguió con el dedo lagrava. No había indicio alguno de quehubiera caído allí una persona.

Cam regresó junto a Luce con tresflechas en una mano y el arco de plata enla otra. Instintivamente, Luce tendió lamano para tocar una. Nunca había vistonada igual y por algún extraño motivo sesentía fascinada. Se le puso la carne degallina y la cabeza empezó a darlevueltas.

Cam le apartó las flechas.

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—Son mortales.No lo parecían; si ni tan siquiera

tenían punta. Tan solo eran unas varillasde plata acabadas en un extremo romo.Sin embargo, una de ellas había hechodesaparecer a la chica.

Luce parpadeó varias veces.—¿Qué acaba de ocurrir, Cam? —El

tono de su voz era duro—. ¿Quién era?—Una Proscrita —respondió Cam

sin mirarla, con los ojos clavados en elarco de plata que llevaba en la mano.

—¿Una qué?—Son ángeles de la peor calaña.

Estuvieron de parte de Satanás durantela revuelta, pero no llegaron a pisar elmundo subterráneo.

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—¿Por qué no?—Ya conoces a ese tipo de gente.

Son como las chicas que quieren que lasinviten a una fiesta a la que no tienenintención alguna de asistir. —Hizo unamueca de disgusto—. Cuando terminó labatalla intentaron echarse atrás yregresar rápidamente al Cielo, pero fuedemasiado tarde. En las nubes solotienes una oportunidad. —Miró a Luce—. Al menos, la mayoría de nosotros.

—De modo que si no están en elCielo… —A ella le seguía resultandodifícil hablar con naturalidad de esascosas—, ¿están en el Infierno?

—Para nada. Aún recuerdo cuandovolvieron con el rabo entre las piernas.

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—Cam lanzó una risotada siniestra—.En general, aceptamos a todo el mundo,pero incluso Satanás tiene sus límites.Los expulsó de forma permanente y,como castigo a su ofensa, los dejóciegos.

—Pero esa chica no estaba ciega —musitó Luce, recordando cómo seguíacon el arco a Cam. Si no le había dadoera porque él se había movido másrápido. Con todo, Luce sabía que a esachica le faltaba algo.

—Sí, sí lo estaba. Simplemente,emplean otros sentidos para percibir elmundo. Son capaces de ver de otromodo, lo cual tiene sus limitaciones ytambién sus ventajas.

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Cam no dejaba de escrutar la hilerade árboles. A Luce se le heló la sangreal pensar que podía haber másProscritos agazapados en el bosquearmados con arcos de plata y flechas.

—Bueno, ¿qué le ha ocurrido?¿Dónde está ahora?

Cam la miró fijamente.—Está muerta, Luce. Finito. Adiós.¿Muerta? Luce contempló aturdida el

lugar en el suelo donde había ocurridotodo. Estaba tan vacío como el resto delaparcamiento.

—Pensaba que no podíais matar alos ángeles.

—Solo con una buena arma.Cam mostró a Luce las flechas una

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última vez; después las envolvió en untrozo de tela que se había sacado delbolsillo y se las metió en la chaqueta decuero.

—Estas cosas son difíciles deconseguir. Pero deja ya de temblar, nopienso matarte.

A continuación, se dio la vuelta yempezó a comprobar una por una laspuertas de los coches que quedaban enel aparcamiento; observó una camionetade color gris y amarillo que tenía laventana del conductor bajada y sonrió.Deslizó el brazo en su interior ydesbloqueó la puerta.

—Ya puedes estar contenta de notener que regresar a la escuela a pie.

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Vamos, entra.Cam abrió la puerta del copiloto y

Luce se quedó boquiabierta. Miró por laventana abierta y vio que él estabapuenteando el vehículo.

—¿Te crees que me voy a meter enun coche robado contigo después de vercómo matas a alguien?

—De no haberla matado —replicóél mientras manipulaba debajo delvolante—, ella habría acabado contigo,¿vale? ¿Quién crees que envió esa nota?Te hicieron salir de la escuela paramatarte. ¿Acaso eso no te hace entrar enrazón?

Luce se apoyó en la capota de lacamioneta indecisa. Recordó la

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conversación que había mantenido conDaniel, Arriane y Gabbe justo antes deabandonar Espada & Cruz. Los tres lehabían advertido de que la señoritaSophia y otros de su secta podrían ir trasella.

—Pero esa chica no parecía… ¿LosProscritos forman parte de losAncianos?

Para entonces Cam ya había logradoponer en marcha el motor. Se apeórápidamente, rodeó el vehículo y metió aLuce en el asiento del copiloto conbrusquedad.

—¡Vamos! ¡En marcha! ¡Esto escomo obligar a un gato a moverse!

Cuando por fin logró tenerla sentada,

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le pasó el cinturón de seguridad.—Por desgracia, Luce, tienes más de

un enemigo. Y por eso te voy a devolverahora mismo a un lugar seguro como loes la escuela.

Aunque a ella no le parecíainteligente estar a solas en un coche conCam, tampoco tenía la certeza de quepermanecer ahí fuera sola resultara lomás prudente.

—Un momento —dijo mientras élgiraba en dirección a la Escuela de laCosta—. Si los Proscritos no formanparte del Cielo ni del Infierno, ¿a québando pertenecen?

—Los Proscritos son unadesagradable sombra gris. Por si no te

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has dado cuenta, hay cosas aún peoresque yo.

Luce cruzó las manos en el regazo,deseosa de regresar a su habitación,donde se podía sentir a salvo, o por lomenos fingirlo. ¿Por qué creer a Cam? Afin de cuentas, había caído en susmentiras muchas veces antes.

—No hay nada peor que tú. Lo quequisiste… lo que intentaste hacer enEspada & Cruz fue algo horrible. —Ellanegó con la cabeza—. Solo intentasvolver a engañarme.

—No es cierto. —Su voz reflejabamenos enojo del que ella esperaba. Camparecía considerado, apenado incluso.Se encontraban ya en el largo y

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serpenteante camino de acceso a laEscuela de la Costa.

—Nunca quise hacerte daño, Luce.—¿Y por eso llamaste a la batalla a

todas esas sombras mientras yo estabaen el cementerio?

—El bien y el mal no están tanclaramente definidos como te imaginas.—Miró por la ventana hacia losedificios de la Escuela de la Costa, queen aquel momento parecían oscuros ydesiertos—. Tú eres sureña, ¿no?Bueno, al menos en esta vida. Comobuena sureña entenderás la libertad quese toman los vencedores en el momentode reescribir la historia. Es una cuestiónsemántica, Luce. Lo que tú consideras el

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mal es, en mi opinión, un mero problemade connotación.

—Daniel no piensa así. —A Luce lehubiera gustado afirmar que ella nopensaba así, pero aún no sabía losuficiente. Seguía pareciéndole que ellaaceptaba como mero acto de fe muchasde las explicaciones de Daniel.

Cam aparcó la camioneta en unazona de césped que había detrás de laresidencia, se apeó, rodeó el vehículo yfue a abrir la puerta del acompañante.

—Daniel y yo somos las dos carasde una misma moneda. —Le tendió lamano para ayudarla a bajar, pero ella leignoró—. Sin duda para ti debe serdoloroso oír esto.

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A ella le hubiera gustado decirle queeso era imposible, que no era cierto, queno había ninguna semejanza entre Cam yDaniel, por mucho que Cam seempeñara. Sin embargo, en la semanaque llevaba en la Escuela de la Costa,Luce había visto y oído cosas quecontradecían lo que había creído enotros tiempos. Pensó en Francesca ySteven. Procedían del mismo lugar:hubo un tiempo, antes de la guerra y dela Caída, en que solo existía un bando.Cam no era el único en afirmar que laseparación entre ángeles y demonios noera tan nítida.

En su ventana la luz estabaencendida. Luce se imaginó a Shelby

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sentada en su alfombrilla de colornaranja, con las piernas cruzadas en laposición del loto y meditando. ¿Cómoentrar allí y hacer como si no acabara dever morir a un ángel? ¿Cómo fingir quecuanto había ocurrido esa semana no lahabía dejado hecha un mar de dudas?

—Los acontecimientos de esta tardequedarán entre tú y yo, ¿de acuerdo? —dijo Cam—. Y, de ahora en adelante,haznos a todos un favor y no vuelvas asalir del campus. Aquí no te meterás enproblemas.

Ella pasó a su lado, fuera de la luzde los focos de la camioneta robada, yse sumergió en la oscuridad que cubríalos muros de la residencia.

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Cam volvió a la furgoneta y dio gasal motor haciendo un ruido molesto.Antes de marcharse, bajó el cristal de laventanilla y gritó a Luce:

—¡Ha sido un placer!Ella se volvió.—¿El qué?Él sonrió y apretó el acelerador.—Salvarte la vida.

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6

Trece días

—Aquí está. —Una voz chillonaatronó al otro lado de la puerta de Lucea primera hora de la mañana siguiente.Alguien estaba golpeándola—. ¡Por finestá aquí!

Los golpes eran cada vez másinsistentes. Luce no sabía qué hora era,pero sí que era demasiado pronto paralas risitas tontas que se oían al otro ladode la puerta.

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—Tus amigas —exclamó Shelbydesde la parte alta de la litera.

Luce salió de la cama refunfuñando.Levantó la vista hacia Shelby, queestaba tumbada boca abajo en la litera,completamente vestida con vaqueros yun chaleco rojo grueso, haciendo elcrucigrama del sábado.

—¿Alguna vez duermes? —musitóLuce acercándose al armario para cogerla bata de cuadros de color violeta quesu madre le había hecho cuando cumpliótrece años y que todavía le quedababien.

Apretó la cara junto a la mirilla yvio las caras deformadas y sonrientes deDawn y Jasmine. Iban vestidas con

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bufandas de colores y orejeras peludas.Jasmine sostenía una bandeja con cuatrotazas de café, mientras Dawn, quellevaba una gran bolsa de papel marrónen la mano, volvía a aporrear la puerta.

—¿Piensas hacer que se marchen, ollamo al servicio de seguridad delcampus? —preguntó Shelby.

Luce, sin hacerle caso, abrió lapuerta, y las dos chicas entraron comouna exhalación en la habitaciónhablando a toda prisa.

—¡Por fin! —dijo Jasmine riendo yentregando a Luce una taza de café antesde dejarse caer en la cama deshecha—.Tenemos tantas cosas de que hablar…

Aunque ni Dawn ni Jasmine la

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habían visitado antes en su habitación, aLuce le gustó que se comportasen comosi estuvieran en su casa. Le recordaron aPenn, que había «tomado prestada» lacopia de llave de la habitación de Lucepara poder entrar en ella cuandosurgiera la necesidad.

Luce bajó la vista hacia su café ytragó saliva, a sabiendas de que nopodía ponerse sentimental ahora anteaquellas tres.

Dawn estaba en el baño hurgando enlos armarios junto al lavamanos.

—Como miembro del comité deplanificación, creemos que deberíasparticipar en el discurso de bienvenidade hoy —dijo y, levantando la vista

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hacia Luce con incredulidad, preguntó—: ¿Cómo es que no estás vestida aún?El yate va a zarpar en menos de unahora.

Luce se frotó la frente.—¿De qué estás hablando?—¡Oh, vaya! —Dawn gruñó de

forma exagerada—. ¿Amy Branshaw?¿Mi compañera de laboratorio? ¿La delpadre con un yate enorme? ¿Te suenaalgo de lo que he dicho?

Entonces a Luce le vino todo a lacabeza. La excursión en yate por lacosta. Jasmine y Dawn habíanpresentado su fantasioso proyecto comouna propuesta educativa al comité deeventos de la Escuela de la Costa, esto

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es, a Francesca, y, no se sabía como,habían conseguido su aprobación. Lucese había mostrado dispuesta a colaborar,pero no había hecho nada. En esemomento recordó la expresión de Danielcuando se lo contó y cómo rechazó alinstante la idea de que Luce pudierapasárselo bien sin él.

Dawn hurgaba en el armario deLuce. Al final sacó un vestido de mangalarga y de color berenjena, se lo lanzó aLuce y la empujó hacia el baño.

—No olvides ponerte legginsdebajo. En el mar hace frío.

Entretanto, Luce desconectó el móvildel cargador. La noche anterior, despuésde que Cam la llevara a la escuela, se

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había sentido tan aterrorizada y sola quehabía roto la regla número uno del señorCole y había enviado un mensaje detexto a Callie. Si el señor Cole supieracuánto necesitaba escuchar una vozamiga… seguramente se enfadaríamucho con ella, pero ya era demasiadotarde.

Abrió la carpeta de los mensajes detexto y se acordó de cómo le habíantemblado los dedos mientras escribíaese texto plagado de mentiras:

¡Por fin tengo móvil!Mala recepción. Llamarécuando pueda. Aquí todo vabien, pero te echo demenos. ¡Escribe pronto!

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Callie no había respondido.¿Estaba enferma? ¿Ocupada? ¿Fuera

de la ciudad?¿La ignoraba por haberla ignorado?Luce se miró al espejo. Tenía mal

aspecto y se sentía fatal. Pero se habíacomprometido a ayudar a Dawn y aJasmine, así que se puso el vestido y serecogió el pelo rubio con un par dehorquillas.

Cuando salió del baño, Shelby seestaba sirviendo el desayuno que laschicas habían traído en la bolsa depapel. Realmente resultaba apetitoso:pastas danesas de cereza y buñuelos demanzana; bollos y rollitos de canela, ytres tipos de zumo distintos. Jasmine le

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pasó un enorme bollo de salvado y uncanuto de crema de queso.

—Alimento para el cerebro.—¿Qué es todo esto?Miles asomó la cabeza por la puerta

levemente entornada. Luce no le veía losojos, que estaban ocultos bajo la gorrade béisbol que llevaba, pero el pelocastaño se le salía por los lados y en lacara se le dibujaban unos grandeshoyuelos al sonreír. Dawn lanzó unascuantas risitas de inmediato por elsimple motivo de que Miles era mono yde que Dawn era así.

Pero Miles, sin embargo, no se diopor enterado. De hecho, en un grupo dechicas propiamente dicho él se mostraba

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más relajado y tranquilo que la propiaLuce. Tal vez se debiera a que teníamuchas hermanas, o algo así. No eracomo los otros chicos de la Escuela dela Costa, que mantenían una reservafingida. Miles era auténtico.

—Y tú, ¿es que no tienes amigos detu mismo género? —preguntó Shelbyfingiendo estar más molesta de lo que sesentía en realidad. Ahora que Luceconocía un poco mejor a su compañerade habitación, empezaba a considerarcasi encantador el humor negro deShelby.

—Por supuesto. —Miles entró en lahabitación tranquilamente—. Elproblema es que mis amigos no

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acostumbran aparecer en mi cuarto conel desayuno.

Cortó un enorme rollito de canela dela bolsa y le pegó un gran bocado.

—Estás muy guapa, Luce —dijo conla boca llena.

Luce se sonrojó, Dawn dejó dereírse, y Shelby tosió contra su manga.

—¡Qué incómodo!Luce pegó un respingo al oír el aviso

de los altavoces del pasillo. Los demásla miraron como si estuviera loca, peroella seguía acostumbrada a los anunciosde castigo que comunicaba la secretaríadel director en Espada & Cruz. En lugarde eso, la voz cristalina de Francesca secoló en la habitación.

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«Buenos días, Escuela de la Costa.Para quienes queráis acompañarnos enla excursión de hoy en yate, el autobúsque nos llevará al club náutico partirádentro de diez minutos. Nos reuniremosen la entrada sur. ¡No olvidéisabrigaros!»

Miles cogió otra pasta para elcamino. Shelby cogió un par de botasimpermeables de topos. Jasmine seapretó la cinta de sus orejeras de colorrosa y se encogió de hombros.

—¡Adiós a los preparativos!Tendremos que improvisar el discursode bienvenida.

—¡Siéntate con nosotras en elautobús! —le ordenó Dawn—. Lo

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planificaremos todo camino de NoyoPoint.

Noyo Point. Luce tuvo queesforzarse para tragarse un bocado delbollo de salvado. La expresión de laProscrita muerta cuando aún estabaviva. El desagradable regreso a casa encoche con Cam… Esos recuerdos leponían la carne de gallina. De nadaservía que Cam le hubiera refregado enla cara haberle salvado la vida. Y,además, justo después de decirle que noabandonara el campus de nuevo.

Era raro que le hubiera dicho eso.Parecía casi como si él y Danielestuvieran confabulados.

Luce se quedó sentada en el borde

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de la cama con gesto de incredulidad.—¿Así que vamos todos?Ella nunca había roto una promesa

hecha a Daniel. Pero, en realidad, jamásle había prometido que no iría en yate.Esa prohibición le parecía tan severa yfuera de lugar que, por su bien, estabadecidida a no hacerle caso. Por otraparte, si accedía a seguir las normasimpuestas por Daniel, tal vez no tendríaque encontrarse en la desagradablesituación de que alguien fuera asesinado.Pero quizá eso no eran más queparanoias suyas. Aquella nota la habíahecho salir expresamente del campus.En cambio, una salida en barco con laescuela era algo totalmente distinto. Los

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Proscritos no iban a pilotar el yate.—¡Pues claro que vamos todos! —

Miles tomó a Luce por la mano, la hizolevantarse y la condujo hasta la puerta—. ¿Por qué no íbamos a ir?

Era el momento de elegir. Podíaquedarse a salvo en el campus tal comoDaniel (y Cam) le había dicho quehiciera, como si fuera una prisionera. Opodía cruzar el umbral y demostrarse así misma que su vida le pertenecía.

Una hora y media más tarde, Luce y lamitad de los alumnos de la Escuela de laCosta se encontraban frente a un yate delujo blanco y resplandeciente de unos

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cuarenta metros de eslora.En la zona de la Escuela de la Costa

el día era despejado, pero abajo, en lasaguas del club náutico situado junto alos muelles, aún reinaba la fina capa deniebla del día anterior. CuandoFrancesca bajó del autobús, susurró:«Ya basta», y levantó las manos al aire.

Con un gesto muy natural, como sidescorriera las cortinas de una ventana,Francesca separó literalmente la nieblacon los dedos, dejando a la vista unagran superficie de cielo despejado justosobre la reluciente embarcación.

Lo hizo de un modo tan discreto queninguno de los estudiantes o profesoresno nefilim habría podido afirmar otra

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cosa aparte de que era obra de lanaturaleza. Luce no daba crédito a loque sus ojos habían visto, hasta queDawn empezó a aplaudir con discreción.

—Asombroso, como siempre.Francesca sonrió levemente.—Sí. Así está mejor, ¿verdad?Luce cayó en la cuenta de todos los

detalles que podrían ser obra de unángel. El trayecto en el autobús dealquiler había resultado mucho másagradable que el que había hecho ellamisma bajo la lluvia en un autobúspúblico el día anterior. Los escaparatesde las tiendas parecían renovados, comosi toda la localidad hubiera recibido unamano de pintura.

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Los alumnos se dispusieron en filapara subir al yate, que, como todas lascosas caras, era despampanante. Sudiseño elegante tenía la forma curva deuna concha de mar y sus tres pisosdisponían cada uno de una ampliacubierta de color blanco. Desde lacubierta de proa por la que entraron,Luce vio por los enormes ventanales trescamarotes lujosamente equipados. Bajoel cálido sol del club náutico, laspreocupaciones de Luce sobre Cam ylos Proscritos parecían ridículas y sesorprendió al ver que se desvanecían.

Siguió a Miles al camarote delsegundo piso del yate. La estancia teníalas paredes de color marrón oscuro, muy

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sobrias, con unas banquetas largas decolor blanco y negro apostadas en lasparedes curvas. Había ya media docenade estudiantes desplomados en losasientos tapizados picando de laabundante comida que había sobre lasmesitas.

En la barra, Miles abrió una lata decola, la sirvió en dos vasos de plástico yle entregó uno a Luce.

—Y entonces el demonio le dice alángel: «¿Demandarme? ¿Y dónde creesque vas a encontrar un abogado?». —Ledio un codazo—. ¿Lo captas? Se suponeque los abogados…

Un chiste. Luce se había distraído yno se había dado cuenta de que Miles le

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estaba contando un chiste. Se forzó areaccionar con una gran risotada, eincluso dio un golpecito en la barra.Miles la miró aliviado, tal vez tambiéncon cierto recelo ante aquella reaccióntan exagerada.

—Uau —dijo Luce incómoda trasabandonar su risa fingida—. ¡Québueno!

A la izquierda de ambos, Lilith, lamelliza alta y pelirroja a la que Lucehabía conocido el primer día de clase,se quedó a medio morder el tartar deatún.

—¿Qué asco de chiste es ese? —Miraba directamente a Luce con el ceñofruncido, y sus labios brillantes

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denotaban disgusto—. ¿De veras teparece divertido? ¿Acaso has estadoalguna vez en el Infierno? Pues teaseguro que no tiene ninguna gracia. DeMiles era de esperar, pero yo creía quetú tenías mejor gusto.

Luce se sorprendió.—No pensaba que fuera cuestión de

gusto —contestó—. En cualquier caso,estoy por completo con Miles.

—Chist. —Las manos bien cuidadasde Francesca se posaron de pronto enlos hombros de Luce y de Lilith—. Seacual sea la cuestión, recordad: estáis enun barco con setenta y tres alumnos nonefilim. La palabra del día es«discreción».

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Esa seguía siendo para Luce una delas cosas más asombrosas de la Escuelade la Costa: el tiempo que pasaban conlos alumnos normales de la escuela,fingiendo no hacer lo que en realidadhacían en el pabellón nefilim. Luce aúnquería hablar con Francesca de lasAnunciadoras, explicarle lo que habíahecho días atrás en el bosque.

Francesca se marchó y Shelbyapareció junto a Luce y Miles.

—Decidme, ¿hasta qué punto tengoque ser discreta para hacer que setenta ytres alumnos no nefilim metan la cabezaen el váter?

—¡Qué mala eres! —Luce se echó areír y luego miró con sorpresa la

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bandeja de aperitivos que Shelby lesofrecía—. ¡Pero mira quién estácompartiendo! ¡Y tú te jactas de ser hijaúnica!

Shelby retiró bruscamente la bandejadespués de que Luce tomara unaaceituna.

—Sí, bueno, pero no te acostumbres.Cuando el motor se puso en marcha,

todos los alumnos estallaron en vítores.A Luce le gustaban especialmente esosmomentos en la Escuela de la Costa,cuando no podía distinguir quién eranefilim y quién no. Fuera había una filade chicas enfrentándose al frío, riéndosemientras su pelo ondeaba al viento.Unos compañeros de su clase de historia

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estaban organizando una partida depóquer en un rincón del camaroteprincipal. Luce supuso que encontraría aRoland en esa mesa, pero curiosamenteno lo vio por ningún lado.

Cerca del bar, Jasmine tomabafotografías de todo, mientras Dawn,agitando al aire un papel y un bolígrafo,le hacía señas a Luce para recordarleque tenían que escribir el discurso. Lucese dispuso a ir hacia ellas cuando por elrabillo del ojo vio a Steven al otro ladode la ventana.

Estaba solo, apoyado en labarandilla, envuelto en una largagabardina negra y tocado con unsombrero fedora que le cubría el pelo

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entrecano. Todavía le inquietaba pensarque era un demonio, especialmenteporque al menos lo que sabía de él legustaba. Por otra parte, su relación conFrancesca confundía a Luce aún más.Formaban una unidad especial. Recordólo que Cam había dicho la nocheanterior acerca de que él y Daniel noeran tan distintos. La comparación aúnle inquietaba cuando corrió la puertacorredera de cristal tintado para abrirlay salió a cubierta.

Desde el barco, al oeste solo veía elazul infinito del océano superpuesto alazul del cielo despejado. Las aguasestaban tranquilas, pero una fuerte brisarecorría los costados de la embarcación.

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Al acercarse a Steven, Luce tuvo queagarrarse a la barandilla, entrecerrar losojos por el brillo del sol y protegerse lavista con la mano. Francesca no se veíapor ningún lado.

—Hola, Luce. —Steven sonrió y sequitó el sombrero cuando ella alcanzó labarandilla. Aunque era noviembre, teníala piel bronceada—. ¿Cómo va todo?

—Menuda pregunta —respondióella.

—¿Te has agobiado mucho estasemana? ¿Nuestra demostración con laAnunciadora te impresionó mucho?¿Sabes?… —Bajó la voz—, eso no lohabíamos enseñado nunca.

—¿Impresionarme? No, me encantó.

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—Se apresuró a responder Luce—.Quiero decir… Fue difícil verlo, pero ala vez también fue fascinante. De hecho,me gustaría hablar de ello con alguien…

Mientras Steven la miraba fijamente,Luce recordó la conversación que habíaoído de sus dos profesores con Roland.Sabía que era Steven, y no Francesca, elmás dispuesto a incluir lasAnunciadoras en el programa deestudios.

—Me gustaría saberlo todo de ellas.—¿Todo? —Steven ladeó la cabeza

de modo que el sol le diocompletamente en la piel ya de por síbronceada—. Eso requiere tiempo.Existen trillones de Anunciadoras, una

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prácticamente por todos y cada uno delos momentos de la historia. Es uncampo infinito. La mayoría de nosotrosni siquiera sabemos por dónde empezar.

—¿Y por eso no lo habíais enseñadoantes?

—Es una cuestión controvertida —dijo Steven—. Hay ángeles que noconceden ningún valor a lasAnunciadoras. O que creen que lo maloque con frecuencia proclaman essuperior a lo bueno. Consideran quequienes las defendemos, como unservidor, somos un hatajo de ratas de lahistoria, demasiado obsesionados con elpasado como para prestar atención a lospecados del presente.

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—Pero eso es como decir que elpasado carece de valor.

Si eso fuera cierto, significaría quetodas las vidas anteriores de Luce nohabían servido para nada y que suhistoria con Daniel carecía también deimportancia. Por lo tanto, lo único queella debía tener en cuenta era lo quesabía de Daniel en esta vida. ¿Y eso erasuficiente?

No. No lo era.Tenía que creer que había algo más

que lo que sentía por Daniel: unahistoria valiosa y secreta con algo másque unas cuantas noches de besos felicesy otras de disputas. A fin de cuentas, siel pasado carecía de valor, eso era todo

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lo que tenían.—Por la cara que pones —dijo

Steven—, diría que ya tengo a otrapartidaria.

—Espero que no andes llenando lacabeza de Luce con alguna de esasguarradas demoníacas tuyas. —Francesca estaba detrás de ellos con losbrazos en jarras y el ceño fruncido.Hasta que se echó a reír, Luce no supo sibromeaba.

—Hablábamos de las sombras…Bueno, quiero decir, de lasAnunciadoras —explicó Luce—. Stevenme decía que cree que hay trillones.

—Steven también cree que a él no lehace falta llamar al fontanero cuando el

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baño tiene un escape. —Francescasonrió con calidez, pero en su voz habíaalgo que incomodaba a Luce, como sihubiera hablado con demasiadoatrevimiento—. ¿Tienes ganas de vermás escenas cruentas como la quevislumbramos en clase el otro día?

—No, no quería decir eso…—Hay motivos por los que hay

cosas que es mejor dejarlas en manos delos expertos. —Francesca miraba aSteven—. Igual que los escapes de aguaen un baño… Me temo que lasAnunciadoras, por tratarse de ventanasal pasado, son precisamente una de esascosas.

—Por supuesto, entendemos por qué

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tú en particular estás tan interesada enellas —añadió Steven, acaparando todala atención de Luce.

Steven había dado en el blanco: susvidas anteriores.

—Pero tienes que comprender —prosiguió Francesca— que vislumbrarsombras es tremendamente arriesgadosin el entrenamiento debido. Si teinteresa, hay universidades y programasacadémicos rigurosos de los que meencantará hablarte en el momentooportuno. Pero por ahora, Luce, deberásdisculpar el error de haberlaspresentado prematuramente en una clasede instituto, así que tendrás queconformarte con cómo están las cosas.

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Luce se sintió rara y escrutada;ambos mantenían la vista clavada enella.

Al inclinarse un poco sobre labarandilla, vio a sus amigos debajo, enla cubierta principal del barco. Milesmiraba por unos binoculares e intentabaseñalarle algo a Shelby, que,pertrechada tras sus enormes gafas Ray-Ban, no le prestaba la menor atención.En la popa, Dawn y Jasmine estabansentadas en un saliente con AmyBranshaw, todas ellas inclinadas sobreuna carpeta y tomando notas a todavelocidad.

—Debería ir a ayudarlas con eldiscurso de bienvenida —dijo Luce,

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apartándose de Francesca y Steven.Mientras bajaba por la escalera decaracol sintió la mirada de ambosposada en su espalda. Una vez en lacubierta principal, pasó por debajo deuna hilera de velas enrolladas y se abriócamino entre un grupo de estudiantes nonefilim que se encontraban de pie en uncírculo aburrido en torno al señorKramer, el delgado profesor debiología, que les explicaba algo acercadel frágil ecosistema que tenían justo asus pies.

—¡Aquí estás! —Jasmine introdujoa Luce en el grupo—. Por fin el plantoma forma.

—¡Perfecto! ¿Qué puedo hacer para

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ayudaros?—A las doce tocaremos la campana.

—Dawn señaló una enorme campana delatón que colgaba de una polea en unavara blanca cerca de la proa del barco—. A continuación, daré la bienvenida atodo el mundo; luego Amy hablará decómo surgió la idea del viaje, y Jasminehará un repaso de los eventos socialesque van a celebrarse este semestre. Solofalta que alguien hable del medioambiente.

Las tres dirigieron la mirada a Luce.—¿El barco es un híbrido o algo

parecido? —quiso saber Luce.Amy se encogió de hombros y negó

con la cabeza.

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Dawn tuvo una idea y se le iluminóla cara.

—Podrías decir algo así como queestar aquí nos hace a todos másconscientes del medio ambiente, porquequien vive cerca de la naturaleza secomporta de acuerdo con ella.

—¿Sabes escribir poemas? —preguntó Jasmine—. Podrías hacer unode risa.

A Luce, que se sentía culpable porno haber asumido ningunaresponsabilidad real, le pareciónecesario mostrarse conforme con laidea.

—Poesía medioambiental —dijopensando que lo único que se le daba

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peor que la poesía y la biología marinaera hablar en público—. De acuerdo, loharé.

—¡Perfecto! ¡Uf! —Dawn se pasó lamano por la frente—. Bien, lo que yo hepensado es…

Se subió de un salto al salientedonde estaba sentada y empezó aenumerar con los dedos una serie decosas.

Luce sabía que debía prestaratención a las propuestas de Dawn(«¿No sería fantástico ponernos en filapor orden de altura, de mayor amenor?»), sobre todo considerando queen breve ella tendría que decir algointeligente, y que rimara, sobre el medio

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ambiente ante un centenar decompañeros. Sin embargo, supensamiento estaba aún muy ofuscadopor la extraña conversación que habíamantenido con Francesca y Steven.

«Dejar a las Anunciadoras en manosde expertos». Si Steven estaba en locierto y realmente había unaAnunciadora para todos y cada uno delos momentos de la historia, afirmaraquello era como decir que había quedejar todo el pasado en manos de losespecialistas. Pero Luce no pretendíaparecer una entendida en Sodoma yGomorra; lo único que le interesaba erasu pasado, el suyo y el de Daniel. Y sialguien tenía que ser experto en esas

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cuestiones, Luce entendía que tenía queser ella misma.

Sin embargo, tal como Steven habíadicho: había un trillón de sombras ahífuera. Si ya resultaba prácticamenteimposible localizar aquellas queguardaban cierta relación con ella yDaniel, menos aún podía saber quéhacer con ellas en caso de encontrarlas.

Levantó la mirada hacia la cubiertadel segundo piso. Allí no se veían másque las coronillas de Francesca ySteven. Con algo de imaginación, Lucese podía figurar que estaban sumidos enuna agria discusión sobre ella. Ytambién sobre las Anunciadoras.Probablemente estuvieran acordando no

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volver a hablarle de ellas nunca más.Luce tenía la certeza de que, en las

cuestiones referidas a su pasado, debíaactuar sola.

Pero… un momento…El primer día de clase, en el

ejercicio para romper el hielo Shelbyhabía dicho que…

Luce se puso de pie, ajena porcompleto al hecho de que se encontrabaen medio de una reunión. Mientrasatravesaba la cubierta oyó a su espaldaun grito penetrante.

Tras girarse hacia el lugar de dondeprocedía el sonido, Luce vio el destellode algo blanco cayendo por la proa.

Al cabo de un segundo, la mancha

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desapareció.Y luego se oyó el ruido de una

salpicadura en el agua.—¡Oh, Dios mío! ¡Dawn!Jasmine y Amy gritaban, con el

cuerpo doblado por encima de la proa yla vista clavada en el agua.

—¡Voy a buscar el bote salvavidas!—gritó Amy entrando en el camarote.

Luce subió de un salto al salientejunto a Jasmine. Lo que vio le hizotragar saliva. Dawn había caído por laborda y se debatía en el agua. Alprincipio, se le veía el pelo negro y losbrazos agitándose con desesperación,pero cuando levantó la vista Luce vio elterror escrito en su pálido rostro.

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Un angustioso segundo más tarde,una ola enorme engulló el cuerpodiminuto de Dawn. El barco todavía semovía, apartándose cada vez más deella. Las chicas temblaban, esperandoque Dawn volviera a sacar la cabeza ala superficie.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntóSteven, que apareció de pronto junto aellas. Francesca, entretanto, desataba unsalvavidas de espuma situado bajo laproa.

Los labios de Jasmine temblaban.—Iba a tocar la campana para

llamar la atención de todos y pronunciarel discurso. Apenas se ha inclinadohacia fuera. No sé cómo ha podido

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perder el equilibrio.Luce volvió a mirar con angustia

hacia la proa del barco. La caída aaquellas aguas gélidas era de unos nuevemetros más o menos, y ni rastro deDawn.

—¿Dónde está? —gritó Luce—.¿Sabe nadar?

Sin aguardar la respuesta, arrebatóel salvavidas de las manos deFrancesca, pasó una mano por él y seencaramó a la proa.

—¡Luce! ¡Para!Pero ya era demasiado tarde, Luce

se precipitó al agua inspirando. Alhacerlo, pensó en Daniel y recordó suúltima zambullida en el lago.

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Primero sintió el frío en lascostillas; notó una fuerte tensión en lospulmones a causa de la diferenciatérmica. Esperó a que su descenso sedetuviera y luego batió los pies parasalir a la superficie. Las olas le pasabanpor encima de la cabeza, metiéndole salpor la boca y la nariz, pero ella asía elsalvavidas con fuerza. Aunque nadar conél le resultaba molesto, sabía quecuando encontrase a Dawn, si loconseguía, ambas necesitaríanmantenerse a flote hasta que aparecierael bote salvavidas.

De lejos oía ruidos procedentes delyate; la gente corría por la cubiertagritando su nombre. Si quería ser de

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ayuda a Dawn, tenía que hacer oídossordos.

Entonces a Luce le pareció atisbar laforma oscura de la cabeza de Dawn enaquellas aguas gélidas. Nadó acontracorriente hacia allí. Notó algo enel pie, tal vez una mano, pero luegodesapareció y Luce no supo si habíasido Dawn o no.

No podía sumergirse y sostener a lavez el salvavidas; tenía la terriblesospecha de que Dawn estaba másabajo. Aunque sabía que no podía soltarel salvavidas, si no lo hacía no podríasalvar a su amiga.

Finalmente lo dejó a un lado, sellenó los pulmones de aire y se zambulló

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dando grandes brazadas hasta que elcalor de la superficie desapareció y elagua se volvió tan fría que dolía. Noveía nada, así que se limitó a intentaragarrar cualquier cosa con las manos,con la esperanza de alcanzar a Dawnantes de que fuera demasiado tarde.

Lo primero que vio Luce fue el pelode Dawn, la fina mata de ondas cortas yoscuras. Al tantear más abajo palpó lamejilla de su amiga, luego el cuello yfinalmente el hombro. Dawn se habíahundido mucho en poco tiempo. Luce lepasó los brazos por debajo de las axilasy luego la aupó con todas sus fuerzas,batiendo vigorosamente las piernashacia la superficie.

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Estaban a bastante profundidad y laluz del día brillaba a lo lejos.

Dawn resultaba más pesada de loque era, parecía que llevara un enormelastre atado a ella que las arrastrabahacia las profundidades.

Por fin alcanzaron la superficie.Dawn escupió, arrojó agua por la boca ytosió. Tenía los ojos enrojecidos y elpelo pegado a la frente. Luce,rodeándola con un brazo por el pecho,avanzó suavemente hacia el salvavidas.

—Luce… —susurró Dawn. Bajoaquel oleaje fuerte, Luce no podía oírla,aunque logró leerle los labios—. ¿Quéocurre?

—No lo sé. —Luce sacudió la

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cabeza intentando mantenerse a flote.—¡Acércate al bote salvavidas!El grito venía de atrás. Sin embargo,

nadar era imposible. Apenas podíanmantener la cabeza fuera del agua.

Entretanto, la tripulación bajó unbote salvavidas con Steven a bordo. Encuanto la embarcación tocó las aguas delocéano, empezó a remar con fuerzahacia ellas. Luce cerró los ojos y dejóque con la siguiente ola la invadiera unasensación de alivio. Solo tenía queresistir un poco más para que las dosestuviesen a salvo.

—¡Agarradme de la mano! —gritóSteven a las chicas.

Luce sentía las piernas como si

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llevara una hora nadando. Empujó aDawn para que saliera primero.

Steven se había quitado toda la ropaexcepto los pantalones y la camisablanca, que ahora llevaba empapada ypegada al pecho. Cuando fue a ayudar aDawn, sus brazos musculosos estabanmuy hinchados. Gruñó con el rostroenrojecido por el esfuerzo, y la levantó.En cuanto Dawn quedó colgada en laborda de forma que no podía volver acaerse, Steven se volvió y se apresuró acoger a Luce de los brazos.

Ayudada por él, a ella le pareció queno pesaba, que prácticamente se elevabadel agua. No fue hasta que su cuerpo sedeslizó dentro del bote cuando se dio

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cuenta de lo mojada y fría que estaba.Excepto donde Steven había puesto

los dedos.Ahí, las gotas de agua de la piel

emanaban vapor.Tras incorporarse para sentarse, se

apresuró a ayudar a Steven a meter todoel cuerpo de Dawn dentro del bote. Lamuchacha estaba exhausta y apenaspodía sostenerse. Luce y Steven tuvieronque agarrarla cada uno por un brazopara incorporarla. Cuando estabaprácticamente dentro, Luce notó como sialgo tirara de Dawn tratando desumergirla de nuevo en el agua.

Dawn abrió sus oscuros ojos y gritómientras resbalaba hacia atrás,

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escurriéndose de las manos húmedas deLuce, a la que pilló desprevenida. Lucecayó repentinamente de espaldas, contrael costado del bote.

—¡Aguanta!Steven logró agarrar a tiempo a

Dawn por la cintura. Se puso de pie y laembarcación estuvo a punto de volcar.Mientras él se esforzaba en sacar a lachica del agua, Luce observó undelicado resplandor dorado que recorríala espalda del profesor.

Eran sus alas.Asomaron al instante, casi

involutariamente, justo cuando Stevenmás necesitaba todas sus fuerzas.Refulgían con el destello de las joyas

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caras que Luce solo había visto en lasjoyerías. Aquellas alas no se parecían alas de Daniel. Las de Daniel erancálidas y agradables, magníficas yatractivas. Las de Steven, en cambio,eran salvajes e intimidatorias,irregulares y temibles.

Steven resopló; con los músculos delos brazos tensados solo tuvo que batiruna vez las alas para obtener el impulsovertical necesario para sacar a Dawndel agua.

Aquel aleteo fue suficiente parapegar a Luce contra el otro costado delbote. En cuanto Dawn estuvo a salvo,Steven volvió a posar los pies en el botey replegó de inmediato las alas.

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Solamente quedaron dos pequeñosdesgarrones en la parte posterior de suelegante camisa, la única prueba de quelo que Luce había visto era real. Tenía elrostro desencajado y las manos letemblaban de forma incontrolable.

Los tres se desplomaron en el bote.Dawn no se había percatado de nada, yLuce se preguntó si alguno de los delyate se había dado cuenta de algo.Steven contempló a Luce como si loacabara de pillar desnudo. A ella lehabría gustado decirle que ver sus alashabía sido asombroso. Hasta entoncesno sabía que incluso el lado oscuro delos ángeles caídos podía resultarsobrecogedor.

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Se acercó a Dawn, en parteesperando ver sangre en algún lugar desu piel. De hecho, parecía como si algola hubiera agarrado con sus mandíbulas.Pero la chica no tenía ni un rasguño.

—¿Estás bien? —susurró Luce alfinal.

Dawn sacudió la cabeza, arrojandogotas de agua del pelo a su alrededor.

—Yo sé nadar, Luce. Te aseguro quesoy una buena nadadora. Algo me…Algo…

—¿Qué crees que era? —preguntóLuce aterrada—. ¿Un tiburón o…?

Dawn se estremeció.—Eran manos.—¿Manos?

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—¡Luce! —espetó Steven.Ella se volvió hacia él: no parecía

en absoluto la persona con la que habíaestado hablando minutos atrás en lacubierta. Se apreciaba una aspereza ensu mirada que hasta ese momento nuncale había visto.

—Eso que has hecho hoy ha sido…—Se interrumpió. Su rostro empapadotenía un aspecto feroz. Luce contuvo elaliento, expectante. «Imprudente».«Estúpido». «Peligroso.»—. Muyvaliente —dijo al fin relajando lasmejillas y la frente, con lo que adoptó suexpresión habitual.

Luce suspiró aliviada. Apenas teníavoz para darle las gracias. No podía

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apartar la vista de las piernastemblorosas de Dawn, ni de aquellasmarcas rojas, finas y crecientes que letrepaban por los tobillos, como si fueranmarcas de dedos.

—Seguro que estáis muy asustadas—añadió Steven con tono tranquilo—.Pero no hay motivo para que cunda lahisteria en toda la escuela. Dejad quehable yo con Francesca. Hasta que yo oslo diga no contéis ni una palabra anadie. ¿Dawn?

La muchacha asintió aterrada.—¿Luce?Ella hizo una mueca. No estaba

segura de poder guardar un secreto así.Dawn había estado a punto de morir.

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—Luce.Steven la asió por el hombro, se

quitó las gafas de montura cuadrada yclavó sus ojos de color marrón oscuroen los de color avellana de Luce.Mientras el bote salvavidas era aupadoen el cabestrante hasta la cubiertaprincipal donde aguardaba el resto delalumnado, él le susurró al oído.

—Ni una palabra a nadie, porseguridad.

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7

Doce días

—No entiendo por qué te comportasde un modo tan raro —dijo Shelby aLuce la mañana siguiente—. ¿Cuántollevas aquí? ¿Seis días? Y ya eres laheroína de la Escuela de la Costa. Talvez al final consigas mejorar tureputación.

El cielo de esa mañana de domingoestaba salpicado de cúmulos de nubes.Luce y Shelby paseaban por la diminuta

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playa de la Escuela de la Costa mientrascompartían una naranja y un termo de téchai. El fuerte viento traía el aromaterroso de las viejas secuoyas de losbosques. La marea estaba agitada y altay arrojaba al paso de las chicas marañasde algas negras, medusas y maderapodrida a la deriva.

—No fue nada —musitó Luce.En realidad, no era verdad. Lanzarse

a esas aguas heladas para salvar a Dawnsí que había sido algo. Pero Steven —laseveridad de su tono de voz, la fuerzacon que la había asido del brazo—había asustado tanto a Luce que nisiquiera osaba hablar del rescate deDawn.

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Contempló la espuma salada quedejaba la estela de una ola al retirarse.Procuraba no mirar las aguas profundasy oscuras más allá para no tener quepensar en las manos que habitaban ensus profundidades gélidas. «Porseguridad». Steven seguro que se habíareferido a la de todos, esto es, a laseguridad de todo el alumnado. Sinembargo, también podía haber hechoalusión solo a Luce.

—Dawn está bien —dijo ella—.Eso es lo importante.

—Hum, sí, claro, pero eso esgracias a ti, la vigilante de la playa.

—No empieces a llamarme vigilantede la playa.

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—¿Prefieres verte a ti misma comola salvadora Liendre, que todo lo sabe yde nada entiende? —Shelby usaba unestilo de burla deliberadamenteinexpresivo—. Francesca dice que lasdos últimas noches un tipo misterioso haestado rondando por los jardines de laescuela. Deberías darle su merecido…

—¿¿¿Cómo dices??? —Luce estuvoa punto de escupir su té—. ¿Y quién es?

—Repito: un tipo misterioso. No sesabe. —Shelby se sentó sobre lasuperficie de una piedra calizadesgastada y empezó a arrojar piedras alocéano haciéndolas botar con habilidad—. Será algún imbécil. Oí sin querer aFrancesca hablando de ello en el barco

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con Kramer ayer, después de todo elalboroto.

Luce se sentó junto a Shelby yempezó a hurgar en la arena en busca depiedras.

Alguien merodeaba en torno a laEscuela de la Costa. ¿Y si se trataba deDaniel?

Sería muy propio de él. Era lobastante testarudo como para mantenersu promesa de no verla, y a la vezincapaz de permanecer alejado. Pensaren Daniel hizo que deseara aún másestar con él. Se sintió prácticamente alborde del llanto. Eso era de locos. Sedijo que aquel tipo misterioso no podíaser Daniel. Tal vez fuera Cam. O

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cualquier otra persona. O bien podíatratarse de un Proscrito.

—¿Francesca parecía preocupada?—preguntó a Shelby.

—¿Tú no lo estarías?—Un momento, ¿por eso anoche no

te escapaste?Aquella había sido la primera noche

que Shelby no había despertado a Luceal entrar por la ventana.

—No.El brazo con que Shelby arrojaba las

piedras estaba bien tonificado gracias alyoga que practicaba. La piedra siguientebotó seis veces describiendo un arcoamplio que casi dio la vuelta haciaellas, como un bumerán.

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—Por cierto, ¿adónde vas cadanoche?

Shelby se metió las manos en losbolsillos de su chaleco rojo de esquí,con la vista clavada en las olas grisescon tal intensidad que parecía quehubiera atisbado algo en ellas, osimplemente que ignoraba la pregunta.Luce le siguió la mirada, aliviada de nover en las aguas nada más que olasgrises y blancas hasta perderse en elhorizonte.

—Shelby.—¿Qué? No voy a ningún sitio.Luce iba a levantarse enfadada

porque Shelby no le contaba nada yempezó a sacudirse la arena húmeda de

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la parte posterior de las piernas cuandosu compañera tiró de ella para quevolviera a sentarse sobre la piedra.

—Está bien, iba a ver a mi patéticonovio. —Shelby suspiró con fuerza yarrojó sin más una piedra al agua que apunto estuvo de dar a una gaviota quecaía en picado para atrapar un pez—.Eso era antes de que se convirtiera enmi patético ex novio.

—¡Oh, Shelby! Lo siento. —Luce semordió el labio—. No sabía quetuvieras novio.

—Tuve que pararle los pies. Se pusomuy pesado con eso de que tuviera unacompañera de habitación nueva. Nodejaba de insistir para que le dejara

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venir a nuestro cuarto por la noche.Quería conocerte. No sé qué tipo dechica se piensa que soy. Mira, no teofendas, pero para mí tres son multitud.

—¿Quién es? —preguntó Luce—.¿Va a esta escuela?

—Es Phillip Aves. Un alumno deúltimo curso de la escuela principal.

Luce no creía conocerlo.—Ese chico pálido, de pelo casi

blanco —dijo Shelby—. La versiónalbina de David Bowie. —Torció loslabios—. Por desgracia, realmentellama la atención.

—¿Por qué no me dijiste que habíaisroto?

—Prefiero descargarme canciones

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de Vampire Weekend y luego hacer quelas canto cuando no estás aquí. Es mejorpara mis chacras. Por otra parte… —Dirigió entonces un dedo acusador haciaLuce—, hoy eres tú la que está taciturnay rara. ¿Daniel no te trata bien o qué?

Luce se reclinó sobre los codos.—Para eso tendríamos que vernos,

lo cual, al parecer, no nos estápermitido.

Al cerrar los ojos, el sonido de lasolas la transportó de vuelta a la primeranoche en que había besado a Daniel. Enesa vida. El húmedo abrazo de suscuerpos en el entarimado podrido deSavannah. La presión ansiosa de susmanos al atraerla hacia sí. En ese

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momento todo les había parecidoposible. Abrió los ojos. ¡Qué lejosestaba de todo aquello!

—Así que ese patético novio tuyo…—No. —Shelby la hizo callar con un

gesto—. No quiero hablar sobre él másde lo que me imagino que tú quiereshablar de Daniel. Cambiemos de tema.

Era justo. Con todo, no eratotalmente cierto que Luce no quisierahablar de Daniel. Pero sabía que, siempezaba a hablar de él, posiblementeno podría callar. De hecho, su cabeza yaparecía un disco rallado que no parabade dar vueltas en torno a las… cuatroexperiencias físicas que había tenidocon él en esta vida. (Contando solo a

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partir de cuando Daniel dejó de fingirque ella no existía). Aquello sin dudaaburriría sobremanera a Shelby, queprobablemente había tenido montones denovios y vivencias. En el caso de Luce,en cambio, las experiencias eranprácticamente nulas.

Solo recordaba un beso que habíadado a un chico que luego había ardidoy unos pocos momentos muyapasionados con Daniel. Era todo. Nopodía decirse que Luce fuera unaexperta en el amor.

De nuevo se lamentó lo injusta queera su situación: mientras que Danieltenía recuerdos fabulosos de los dos alos que aferrarse cuando la situación se

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ponía difícil, ella no tenía nada.Hasta que levantó la vista hacia su

compañera de habitación.—Oye, Shelby…Shelby se había levantado la

capucha roja y hundía un palo en laarena mojada.

—Ya te he dicho que no quierohablar de él.

—Lo sé. Me preguntaba… ¿Teacuerdas de cuando dijiste que sabíasvislumbrar tus vidas pasadas?

Era lo que había ido a preguntar aShelby cuando Dawn cayó por la borda.

—Yo nunca he dicho eso.El palo se hundió más

profundamente en la arena. Shelby tenía

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el rostro ruborizado y la espesacabellera rubia se le soltaba de la cola.

—Sí, sí lo dijiste. —Luce negó conla cabeza—. Lo escribiste en mi hoja eldía del ejercicio para romper el hielo.Me la arrebataste de las manos y dijisteque sabías hablar más de dieciocholenguas y también vislumbrar vidaspasadas, y entonces me preguntaste cuálprefería que rellenases…

—Me acuerdo de lo que dije, perome malinterpretaste.

—Vale —dijo Luce lentamente—.Entonces…

—Que haya vislumbrado una vidapasada en una ocasión no significa quesepa hacerlo y no significa tampoco que

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fuera la mía.—¿Así que no era la tuya…?—¡Oh, no, por supuesto que no! La

reencarnación es cosa de gente rara.Con el gesto torcido, Luce metió las

manos en la arena mojada, deseandohundirse en ella en ese instante.

—¡Eh, que era una broma! —Shelbydio un codazo amigable a Luce—.Especialmente pensada para una chicaque ha tenido que pasar por laadolescencia miles de veces. —Hizouna mueca—. Yo con una vez he tenidobastante, gracias.

Así que Luce era esa chica, la quehabía tenido que pasar por laadolescencia miles de veces. Nunca lo

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había visto de ese modo. Resultaba casidivertido: visto desde fuera, atravesarun número infinito de pubertades parecíalo peor de su suerte. Pero era muchomás complicado. A Luce le hubieragustado decir que tendría gustosa losgranos y cambios hormonales mil vecessi tenía la ocasión de ver sus vidasanteriores y de comprender más cosassobre sí misma, pero entonces levantó lavista hacia Shelby.

—Y si no era tu vida, ¿de quién erala vida que vislumbraste?

—¡Maldita sea!, ¿por qué eres tanentrometida?

Luce notó cómo le subía la presiónde la sangre.

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—¡Shelby, caramba, ayúdame unpoco!

—Está bien —accedió Shelby al finhaciendo un gesto con las manos paraque se tranquilizara—. Fue una noche enuna fiesta en Corona. El ambiente sedescontroló bastante, con sesiones deespiritismo medio desnudos y toda esamierda… Pero, bueno, esa no es lahistoria. Recuerdo que salí a dar unpaseo para tomar un poco el aire, perocomo llovía era difícil saber adónde medirigía. Doblé la esquina de un callejóny me encontré con un tipo con aspectoandrajoso llorando inclinado sobre unaesfera de oscuridad. Yo nunca habíavisto nada parecido. Tenía forma de

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globo brillante y parecía flotar encimade sus manos.

—¿Y qué era?—En ese momento no lo sabía, pero

ahora sé que era una Anunciadora.Luce se quedó pasmada.—¿Y viste lo que él vislumbraba de

una vida pasada? ¿Qué era?Shelby miró a Luce directamente a

los ojos y tragó saliva.—Fue bastante desagradable, Luce.—Lo siento —dijo Luce—. Solo

preguntaba porque…Admitir lo que iba a admitir

cambiaba mucho las cosas. No cabíaduda de que Francesca se opondría porcompleto a la idea. Pero Luce

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necesitaba respuestas y también ayuda,sobre todo la ayuda de Shelby.

—Necesito vislumbrar algunas demis vidas pasadas —añadió Luce—, opor lo menos intentarlo. Últimamente mehan ocurrido cosas que se supone quetengo que aceptar porque no me quedamás remedio, pero creo que sería muchomás positivo si supiera al menos dedónde vengo o dónde he estado. ¿Loentiendes?

Shelby asintió.—Necesito saber qué tuve en el

pasado con Daniel para sentirme mássegura de lo que tengo ahora con él. —Luce cogió aire—. Ese tipo, el delcallejón… ¿viste lo que hacía con la

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Anunciadora?Shelby se encogió de hombros.—Se limitó a darle forma. Entonces

yo no sabía lo que era y no sé cómo diocon ella. Por eso la demostración deFrancesca y Steven me asustó tanto.Comprendí lo que había ocurrido esanoche y desde entonces intentoolvidarlo. No tenía ni idea de que lo quehabía visto era una Anunciadora.

—Si yo fuera capaz de dar con una,¿crees que sabrías manipularla?

—No te prometo nada —dijo Shelby—. Pero podría intentarlo. ¿Sabeslocalizarlas?

—No exactamente, pero no debe sermuy difícil teniendo en cuenta que llevan

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toda la vida acosándome.Shelby posó su mano en la de Luce.—Luce, quiero ayudarte, pero me da

miedo. ¿Y si ves algo que… que nodeberías ver?

—Cuando rompiste con tu patéticonovio…

—Creo que ya te he dicho que no…—Escúchame un momento: ¿no te

habría gustado saber cuanto antes lo quete llevó a romper con él? Quiero decir,en caso de que te hubierascomprometido con él o algo por el estiloy entonces…

—¡Basta! —Shelby levantó unamano para que Luce dejara de hablar—.Ya lo he captado. Vamos, busquemos una

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sombra.

Shelby siguió a Luce por la playa ysubieron la escalera empinada depiedra, que estaba salpicada deverbenas maltrechas de color rojo yamarillo que habían logrado crecer enaquel suelo húmedo y arenoso.Atravesaron luego la cuidada zona decésped procurando no molestar a ungrupo de alumnos no nefilim que jugabana Ultimate Frisbee. Pasaron por delantede la ventana de su habitación en eltercer piso de la residencia y giraronpor la parte trasera del edificio. Cuandollegaron al linde del bosque de

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secuoyas, Luce señaló un punto entre losárboles.

—Ahí es donde encontré una laúltima vez.

Shelby penetró en el bosque delantede Luce y, apartando las largas hojas dearce que, como garras, pendían entre lassecuoyas, se detuvo bajo un helechogigante.

Entre las secuoyas reinaba la máscompleta oscuridad y Luce se alegró deque Shelby la acompañara. Se acordódel otro día, de lo rápido que habíapasado el tiempo mientras acosaba sinéxito a la sombra, y se sintió abrumada.

—Si encontramos y atrapamos unaAnunciadora y logramos vislumbrar algo

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—elucubró—, ¿qué posibilidades creesque tenemos de que pueda revelarnosalgo sobre mí y sobre Daniel? ¿Y si solodamos con otra escena horripilante de laBiblia como la que vimos en clase?

Shelby negó con la cabeza.—Sobre Daniel no lo sé. Pero si

logramos invocar a una Anunciadora yluego vislumbrarla, tendrá relacióncontigo. Al parecer, son específicas delque las invoca… aunque uno no siempreesté interesado en lo que tienen quedecirle. Es como recibir spam entremensajes electrónicos importantes: elmensaje siempre va dirigido a ti.

—¿Cómo es posible que seanespecíficas del que las invoca? ¿Acaso

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eso significa que Francesca y Stevenestuvieron presentes en la destrucciónde Sodoma y Gomorra?

—Bueno, así es. Llevan aquí desdesiempre. Se dice que sus currículumsson impresionantes. —Shelby dirigióuna mirada extraña en Luce—. A ver sidejas de poner los ojos en blanco ypiensas un poco. ¿Cómo si no habríanconseguido su trabajo en la Escuela dela Costa? Esta es una escuela realmentebuena.

Una forma oscura y resbaladiza sedeslizó hacia ellas: la envoltura pesadade una Anunciadora se estirabaperezosamente entre las sombrasalargadas de una rama de secuoya.

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—Ahí —indicó Luce sin pérdida detiempo.

Se encaramó a continuación a unarama baja que se extendía detrás deShelby. Tuvo que aguantarse con un solopie e inclinarse por completo hacia laizquierda, pudiendo solo así rozar laAnunciadora con las yemas de losdedos.

—No llego.Shelby entonces cogió una piña y la

arrojó al centro de la sombra.—¡Para! —susurró Luce—. La vas a

fastidiar.—Lo único que fastidia es que seas

tan timorata. Extiende la mano.Luce hizo lo que le decía con un

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mohín.Observó entonces cómo la piña

rebotaba en el lado expuesto de lasombra; a continuación, oyó el sonidosuave y sibilante que normalmente laaterrorizaba. Un lado de la sombra sedesprendió de la rama, deslizándosemuy suavemente. Luego se soltó y fue aparar al brazo extendido y temblorosode Luce, que agarró los bordes con losdedos.

Luce bajó de un salto de la ramasobre la que estaba y se acercó a Shelbycon la ofrenda fría y viscosa en lasmanos.

—Trae —dijo Shelby—. Yo cogeréuna mitad y tú la otra, igual que en clase.

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¡Puaj! Es viscosa. Está bien, ahorasuelta. No se irá a ninguna parte, dejasimplemente que se enfríe y tome forma.

Pasó un largo rato hasta que lasombra hizo algo. Luce tuvo lasensación de estar jugando con el viejotablero de la güija de cuando erapequeña. Notó una energía inexplicableen la punta de los dedos. Antes deapreciar alguna diferencia de forma enla Anunciadora, percibió un movimientoleve y continuo.

Entonces se produjo un zumbido: lasombra se contrajo y se replegó denuevo en su oscuridad. Al poco habíaadoptado el tamaño y la forma de unacaja grande y se mantenía suspendida

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justo encima de las yemas de sus dedos.—¿Has visto eso? —preguntó

asombrada Shelby, cuya voz apenas seoía por encima del zumbido de lasombra—. Mira el centro.

Igual que había ocurrido en clase,fue como si un velo oscuro se retirara dela Anunciadora y dejara ver un estallidoasombroso de color. Luce se protegiólos ojos mientras contemplaba cómo laluz brillante se acomodaba en la pantallaformada por la sombra y mostraba unaimagen nebulosa y desenfocada. Luego,al fin, empezaron a apreciarse formasdiferenciadas en colores apagados.

Se veía una sala de estar. La parteposterior de una butaca reclinable de

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cuadros de color azul con el reposapiéslevantado y un borde deshilachado.Había una televisión vieja panelada enmadera que emitía una reposición deMork and Mindy sin volumen.Enroscado en una alfombra depatchwork redonda había un jack russellterrier rechoncho.

Luce vio oscilar la puerta de lo queparecía ser la cocina. Entró una mujermucho mayor que la abuela de Lucecuando murió; sujetaba una bandeja confruta cortada. Llevaba un vestido rosa yblanco, zapatillas de tenis y unas gafasgruesas que le colgaban en un cordónpor el cuello.

—¿Quién es esa gente? —se

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preguntó Luce en voz alta.Cuando la anciana dejó la bandeja

sobre la mesita, una mano manchadaasomó en la butaca y cogió un trozo deplátano.

Luce se inclinó para ver mejor, y elcentro de la imagen cambió. Era como sila imagen estuviera en 3D. Luce todavíano había advertido la presencia delanciano de la butaca reclinable. Era unapersona frágil, con escasos mechones depelo blanco y manchas de edad en lafrente. Movía la boca, pero Luce nolograba oír nada. Una serie defotografías enmarcadas ocupaba toda larepisa de la chimenea.

El zumbido en los oídos de Luce se

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intensificó, tanto que le obligó acontraer el rostro. Mientras ella selimitaba a observar esas fotografías conasombro, la Anunciadora centró laimagen en ellas. Luce sintió una especiede latigazo, y tuvo un primer plano deuna de las fotografías enmarcadas.

Era un marco fino chapado en oroque se encontraba cerca de un plato decristal de color; la fotografía pequeñadel interior tenía los bordes finamentefestoneados en torno a una imagen enblanco y negro algo amarillenta. En ellase veían dos caras: la suya y la deDaniel.

Luce, conteniendo el aliento, escrutósu propia imagen. Parecía apenas un

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poco más joven que ahora. Melenaoscura y larga hasta los hombrospeinada con unas ondas anticuadas.Camisa blanca con cuello redondo estiloPeter Pan. Falda amplia acampanadahasta las pantorrillas. Manos conguantes blancos cogidas a las de Daniel,que la miraba sonriente.

La Anunciadora empezó a vibrar ytemblar, y la imagen de su interiorcomenzó a parpadear hasta desaparecer.

—Oh, no… —exclamó Lucedispuesta a meterse dentro. Todo cuantologró fue tocar con los hombros el bordede la Anunciadora. Una sensación géliday amarga la empujó hacia atrás,dejándole en la piel una sensación

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húmeda. Notó una mano en la muñeca.—Nada de locuras —la advirtió

Shelby.Era demasiado tarde.La pantalla se ensombreció, y la

Anunciadora se desplomó en el suelodel bosque, resquebrajándose enpedazos como un cristal roto. Lucereprimió un gimoteo. Suspiró con fuerza.Era como si una parte de ella hubieramuerto.

Se puso a cuatro patas, apretó lafrente contra el suelo y rodó sobre uncostado. El frío y la oscuridad eran másintensos que al principio. El reloj depulsera señalaba que eran más de lasdos de la tarde, aunque habían entrado

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en el bosque por la mañana. Luce volvióla vista hacia el oeste, al lindero delbosque, apreciando así la diferencia dela luz en la residencia. LasAnunciadoras engullían el tiempo.

Shelby se tumbó a su lado.—¿Estás bien?—Estoy tan confusa. Esa gente… —

Luce se apretó las manos en la frente—.No tengo ni idea de quiénes son.

Shelby se aclaró la garganta y lamiró incómoda.

—¿No te parece que… que tal vezlos conocías? Hace tiempo. Tal vez erantus…

Luce esperó a que terminara.—¿Mis qué?

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—¿De verdad que no se te haocurrido que tal vez esa gente fueran tuspadres en otra vida? ¿Que ese es suaspecto actual?

Luce abrió la boca con asombro.—No. Un momento. ¿Quieres

decir… que he tenido padres distintosen cada una de mis vidas pasadas? Yocreía que Harry y Doreen… habíanestado siempre conmigo.

De pronto se acordó de que Danielle había dicho que su madre en una vidapasada hervía mal la col. En esemomento no le había dado mayorimportancia, pero de pronto cobrósentido. Doreen era una cocineraextraordinaria. Todo el mundo al este de

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Georgia lo sabía.Lo que significaba que Shelby tenía

razón. Era probable que Luce tuvieratoda una serie de familias que ella norecordaba en absoluto.

—¡Qué tonta soy! —exclamó.¿Por qué no había prestado más

atención a la apariencia de aquelhombre y aquella mujer? ¿Por qué no sehabía sentido ni remotamenterelacionada con ellos? Le pareció comosi acabara de darse cuenta de que eraadoptada. ¿Cuántas veces había sidoentregada a padres diferentes?

—Esto es… es…—Una confusión absoluta —terminó

Shelby—. Lo sé. Si lo miras desde el

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punto de vista positivo, si pudierasechar un vistazo a todas tus familiaspasadas y vieras los problemas quetuviste con los cientos de madres antesde esta, posiblemente te ahorraríasmucho dinero en terapia.

Luce hundió la cara en las manos.—Si es que necesitas terapia. —

Shelby suspiró—. Lo siento, ¿quién estáhablando de nuevo sobre sí misma? —Levantó la mano derecha y luego la bajólentamente—. Bueno, ya sabes queShasta no está muy lejos de aquí.

—¿Qué es Shasta?—El monte Shasta, de California.

Está a unas pocas horas en esadirección. —Shelby dirigió su pulgar en

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dirección norte.—Pero las Anunciadoras solo

muestran el pasado. ¿De qué serviría irahora allí? Seguramente están…

Shelby negó con la cabeza.—El pasado es una palabra de

significado amplio. Las Anunciadorasmuestran tanto el pasado remoto comolos hechos ocurridos apenas unossegundos atrás, así como todo cuantoqueda entre medio. Vi un portátil en lamesa del rincón, así que es posible…bueno, ya sabes.

—Pero si no sabemos dóndeviven…

—Puede que tú no. Pero yo heenfocado la vista en una carta y he visto

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la dirección. La he memorizado. 1291Shasta Shire Circle. Apartamento 34. —Shelby se encogió de hombros—. Siquisieras visitarlos, podríamos ir yvenir en coche en un día.

—Está bien —rezongó Luce. Teníamuchas ganas de hacer esa visita, perono le parecía posible—. ¿Y en quécoche?

Shelby profirió una risotadafalsamente siniestra.

—Solo había una cosa que no erapatética en mi patético ex novio. —Metió la mano en el bolsillo de susudadera y sacó un llavero largo—: Sufabuloso Mercedes, que justamente estáaparcado aquí, en el aparcamiento para

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estudiantes. Y estás de suerte, porque meolvidé de devolverle la copia de lallave.

Se marcharon antes de que alguienpudiera detenerlas.

Luce encontró un mapa en laguantera y dibujó con el dedo una líneahasta Shasta. Dio algunas indicaciones aShelby, que conducía como alma quelleva el diablo, aunque el Mercedesgranate no parecía protestar.

Se preguntó cómo Shelby era capazde mantener tan bien la calma. Si ellahubiera roto con Daniel y hubiera«tomado prestado» su coche por la

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tarde, no habría podido dejar derecordar las excursiones que habíanhecho, las peleas que habían tenidomientras iban al cine, o lo que habíanhecho en el asiento de atrás con todaslas ventanas subidas. Sin duda, Shelbypensaba en su antiguo novio. A Luce lehubiera gustado preguntar, pero su amigaya había dejado muy claro que aqueltema estaba prohibido.

—¿Te vas a cambiar el peinado? —preguntó Luce al final, recordando loque Shelby había dicho sobre cómosobreponerse a las rupturas—. Si lohaces yo te podría ayudar.

Shelby hizo un mohín.—Ese bicharraco ni siquiera se

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merece eso. —Tras una larga pausaañadió—: Pero gracias.

El viaje les llevó buena parte de latarde, y Shelby se la pasódesahogándose, peleándose con la radio,buscando en el dial las cosas más raras.El aire se tornó más fresco; los árbolesse volvieron menos espesos y la alturadel paisaje fue subiendo. Luce seconcentró en tranquilizarse mientrasimaginaba cien encuentros distintos conaquellos padres. Intentó no pensar en loque Daniel diría si supiera adónde sedirigía.

—Aquí está —indicó Shelby cuandouna enorme montaña coronada de nieveapareció justo delante de la carretera—.

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La ciudad está a sus pies. Deberíamosllegar antes de la puesta de sol.

Luce no sabía cómo agradecer aShelby que la hubiera acompañado hastaallí tan rápidamente. Fuera lo que fueselo que había tras el cambio de actitud deShelby, Luce se sentía enormementeagradecida: no habría sido capaz dehacerlo sola.

La ciudad de Shasta eraestrambótica y pintoresca, llena depersonas mayores paseandotranquilamente por sus ampliasavenidas. Shelby bajó los cristales delcoche y dejó que entrara la fresca brisadel anochecer. Aquello alivió elestómago de Luce, donde se formaba un

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nudo ante la perspectiva de tener quehablar con las personas que había vistoen la Anunciadora.

—¿Qué se supone que he dedecirles? «¡Sorpresa! Soy vuestra hijaque regresa de la muerte». —Luceensayó en voz alta mientras aguardabanante un semáforo.

—A menos que quieras aterrorizarpor completo a una entrañable pareja deancianos, tendremos que elaborar unplan —dijo Shelby—. ¿Por qué nofinges ser una vendedora, así te podrásacercar a la puerta y tantearlos un poco?

Luce se miró los vaqueros, laszapatillas de tenis gastadas y su mochilade color morado. Su aspecto no era el

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de una comercial eficiente.—¿Y qué se supone que vendo?Shelby reanudó la marcha.—Lavados de coche, o chorradas

por el estilo. Puedes decirles que llevasunos vales en el bolso. Yo hice eso unverano yendo de casa en casa.Estuvieron a punto de dispararme. —Seestremeció y luego miró el rostro pálidode Luce—. ¡Vamos, mujer! Mamá y papáno van a dispararte. ¡Oh, mira, ya hemosllegado!

—Shelby, ¿podemos quedarnos unmomento sentadas en silencio? Creo quenecesito respirar.

—Lo siento. —Shelby entró en ungran aparcamiento que daba a un

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pequeño complejo de adosados de unasola planta—. Te dejaré respirar.

A pesar de su nerviosismo, Lucetuvo que admitir que se trataba de unlugar agradable y bonito. Se trataba deuna hilera de bungalows dispuestos ensemicírculo en torno a un estanque.Había un edificio de entrada principalcon varias sillas de ruedas en el exteriorjunto a las puertas. En un gran letrero seleía BIENVENIDOS A LARESIDENCIA PARA JUBILADOS DELCONDADO DE SHASTA.

Se notaba la garganta tan seca que ledolía tragar saliva. No sabía si seríacapaz de pronunciar dos palabras anteesas personas. Quizá, se dijo, era de

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esas cosas a las que no hay que darmuchas vueltas. Tal vez solo tenía queacercarse, llamar a la puerta y luegoimprovisar lo siguiente.

—Apartamento 34. —Shelby forzóla vista hacia un edificio cuadrado deparedes enyesadas con tejado de tejasrojas—. Parece que está por aquí. Siquieres yo podría…

—¿Esperar en el coche a queregrese? Fabuloso. Muchas gracias. ¡Noestaré mucho rato!

Antes de que Luce perdiera porcompleto los nervios, abrió la puerta delcoche y salió a toda prisa hacia la acerasinuosa que llevaba al edificio. El aireera cálido y estaba impregnado de un

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intenso perfume a rosas. Por todaspartes había entrañables ancianos: envarios equipos en la cancha de tejocercana a la entrada; dando un paseovespertino por un jardín primorosamentecuidado de flores junto a la piscina.Bajo aquella luz crepuscular, Luce forzóla vista para localizar a la pareja entrelos grupos, pero nadie le pareciófamiliar. Tuvo que dirigirsedirectamente a su casa.

Desde la acera que llevaba albungalow, Luce vio luz vislumbrada enla ventana. Se acercó hasta poder vermejor.

Era asombroso: la misma estanciaque había vislumbrado antes en la

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Anunciadora. Incluso el pequeño perroblanco y gordo dormido en la alfombra.Oyó cómo se fregaban los platos en lacocina y vio los finos tobillos, concalcetines marrones, de quien años atráshabía sido su padre.

No le parecía que fuera su padre,igual que tampoco la mujer tenía elaspecto de ser su madre. No es quetuvieran nada de malo. Parecían muyagradables. Unos perfectos yagradables… desconocidos. Si llamabaa la puerta y se inventaba una historiasobre lavados de coche, ¿le resultaríanmenos desconocidos?

No, decidió. Pero, además, aunqueella no reconociera a sus padres, si ellos

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realmente lo eran la reconocerían a ella.Se sintió estúpida por no haber

pensado antes en ello. Con solo mirarlauna vez sabrían si era su hija. Suspadres eran mayores que la mayoría dela gente que había visto en la calle. Elimpacto podría ser demasiado paraellos. De hecho, ya resultaba chocantepara Luce, no digamos para la pareja,que le llevaba unos setenta años.

Para entonces, Luce apretaba la caracontra la ventana de la sala de estar,oculta detrás de un cactus con espinas.Tenía los dedos sucios por haberlosposado en el alféizar de la ventana. Si suhija había muerto cuando tenía dieciséisaños, seguramente llevaban cincuenta

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años llorándola. A esas alturas ya lohabrían superado. ¿O no? Lo último quenecesitaban es que Luce se lesapareciera inopinadamente detrás de uncactus.

Shelby se decepcionaría. La propiaLuce también se sentía decepcionada.Fue doloroso percatarse de que esosería todo lo cerca que podría estar deellos. Agarrada del alféizar de laventana de la casa de sus antiguospadres, Luce sintió que las lágrimas lerodaban por las mejillas. Ni siquierasabía cómo se llamaban.

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8

Once días

Para: [email protected]: [email protected]: Lunes, 15 de

noviembre, 9.45Asunto: Resistiendo

Queridos mamá y papá:Siento no haberos escrito

antes. En la escuela haymucho que hacer, pero hetenido muy buenasexperiencias. De momento,mi asignatura favorita esla de humanidades. Ahora

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hago un trabajo para subirnota que me está llevandomucho tiempo. Os echo demenos y espero verospronto. Gracias por serunos padres tan fabulosos.Creo que no os lo he dichosuficientes veces.

Os quiere,Luce

Luce hizo clic en «Enviar» en el portátily rápidamente cambió a la presentaciónen línea que Francesca estaba dando enclase. Todavía no se habíaacostumbrado a estar en una escuela enla que disponían de ordenadores yconexión inalámbrica a internet enmedio de la clase. En Espada & Cruz

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había siete ordenadores para losalumnos y todos se encontraban en labiblioteca. Aun en el caso de disponerde la contraseña encriptada de acceso ala web, la mayoría de los sitios estabanbloqueados, excepto unos pocos decarácter académico.

El e-mail a sus padres lo habíaescrito movida por un sentimiento deculpa. La noche anterior había tenido laextraña sensación de que el mero hechode acercarse en coche a la comunidad dejubilados del monte Shasta había sidouna deslealtad respecto a sus padresverdaderos, los que la habían criado enesta vida. Claro que, en cierto modo,esos otros padres también eran reales.

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Sin embargo, la idea seguía siendodemasiado reciente y nueva como paraque Luce pudiera asumirla.

Shelby al final no se había enfadadoni una décima parte de lo que podríahaberlo hecho por acompañarla encoche todo ese camino para nada. Envez de eso, salió disparada con elMercedes y condujo hasta unahamburguesería de la cadena In-N-Out,donde compró un par de bocadillos dequeso asados a la parrilla con salsaespecial.

—No le des más vueltas —dijoShelby limpiándose los labios con unaservilleta—. ¿Tú sabes cuántos ataquesde ansiedad me ha provocado mi

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maldita familia? Créeme, soy la últimapersona en el mundo que te criticaríapor ello.

En ese instante Luce recorrió laclase con la vista, vio a Shelby y sesintió enormemente agradecida haciaaquella chica que, una semana antes, lahabía aterrado. Shelby llevaba la espesacabellera rubia hacia atrás cogida conuna diadema de paño y tomaba apuntesde las explicaciones de Francesca condiligencia.

Todas las pantallas que Lucealcanzaba a ver con su visión periféricamostraban la presentación enPowerPoint de color azul y dorado queFrancesca hacía avanzar a velocidad de

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tortuga. Incluso la de Dawn. La chicaese día tenía un aspecto especialmentealegre, con su vestido de punto de colorrosa chillón y una cola alta. ¿Se habíarecuperado ya por completo de loocurrido en el yate? ¿O acasodisimulaba el terror que sin duda habíasentido y que tal vez sentía todavía?

Luce volvió la vista hacia la pantallade Roland e hizo una mueca de disgusto.No le sorprendía que se hubieramantenido prácticamente invisible desdesu llegada a la Escuela de la Costa, peroahora que por fin había aparecido enclase le desagradaba ver a su antiguocompañero de reformatorio acatar lasnormas.

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Por lo menos Roland no parecíaespecialmente interesado en la clase quellevaba por título «Oportunidadeslaborales para nefilim: tu habilidadespecial te puede dar alas». De hecho,la expresión de la cara del chico eramás de decepción que de otra cosa.Tenía los labios fruncidos y no dejabade negar con la cabeza. Igualmenteresultaba extraño que cada vez queFrancesca establecía contacto visual conlos alumnos pasara por alto a Roland.

Luce desplegó la ventana de chat dela clase para ver si Roland estabaconectado. Aquella herramienta estabapensada para que los estudiantesintercambiaran preguntas, pero las

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preguntas que Luce tenía para Roland nose referían al tema tratado en clase. Élsabía algo más de lo que había dejadoentrever el otro día que seguro que teníaque ver con Daniel. También queríapreguntarle dónde se había metido elsábado y si había oído hablar de lacaída por la borda de Dawn.

Pero Roland no estaba conectado. Laúnica persona de la clase que estabaconectada al chat era Miles. Un cuadrode texto con su nombre escrito en élasomó en su pantalla:

«¡Hola, holaaa!».Miles se sentaba a su lado. Incluso

le oía reírse por lo bajo. Resultabaentrañable que disfrutara tanto con sus

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propios chistes. Era exactamente larelación divertida y burlona que a ella lehubiera gustado tener con Daniel. Si nofuera porque él se pasaba el ratorumiando, y porque no estaba allí.

Pero no estaba.Contestó:«¿Qué tal el tiempo por ahí?»«Ahora empieza a salir el sol —

escribió él, todavía con una sonrisa—.Eh, oye, ¿qué hiciste anoche? Pasé portu habitación para ver si querías cenarconmigo».

Luce levantó la vista del ordenadory la volvió hacia Miles. La expresión desus ojos de color azul intenso parecíatan sincera que de pronto sintió la

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urgencia de contarle todo lo que le habíaocurrido. Él había estado fabuloso elotro día escuchándola acerca de suexperiencia en Espada & Cruz. Pero esapregunta no se podía responder vía chat.Aunque le habría gustado muchoexplicárselo, tampoco sabía si debíahablar de ello. Incluso incluir a Shelbyen su plan secreto era un modo debuscarse problemas con Steven yFrancesca.

La expresión de Miles pasó de susonrisa despreocupada habitual a uncierto bochorno. Cuando se dio cuenta,Luce se sintió mal, a la vez que sesorprendía ligeramente por la reacciónde él.

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Francesca apagó el proyector. Aldoblar los brazos sobre el pecho, lasmangas de seda rosa de su camisaasomaron bajo su torera de cuero. Porprimera vez Luce se dio cuenta de loalejado que estaba Steven, sentado en larepisa de la ventana situada en el rincónoeste del aula. Apenas había dicho nadaen todo el día.

—Vamos a ver ahora si habéisatendido —dijo Francesca sonriendoabiertamente a sus alumnos—. ¿Por quéno os ponéis por parejas y fingís que osentrevistáis el uno al otro?

Al oír que sus compañeros selevantaban de las sillas, Luce rezongóinteriormente. De hecho, no había

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prestado la menor atención a nada de loque Francesca había explicado y notenía ni idea de en qué consistía elejercicio.

Por otro lado, ella participaba deforma provisional en el plan de estudiosde los nefilim. ¿Acaso era demasiadopedir a sus profesores que se acordarande vez en cuando de que no era igual queel resto de sus compañeros?

Con un golpecito en la pantalla de suordenador, Miles llamó la atención aLuce sobre el mensaje que le habíaescrito: «¿Quieres venir conmigo?». Enese instante apareció Shelby.

—Propongo hacer de la CIA o deMédicos Sin Fronteras —dijo Shelby

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haciendo un gesto a Miles para que lecediera el pupitre junto a Luce, pero élno se movió de su sitio.

—No pienso solicitar ni de bromauna plaza para ser higienista dental.

Luce miró alternativamente a Shelbyy a Miles. Los dos parecían sentirsedueños de ella, y ella no se había dadocuenta hasta entonces. En realidad, Lucequería hacer de pareja de Miles, porqueno había estado con él desde el sábado.En cierto modo, lo había echado demenos como amigo. Del tipo de «vamos-a-tomar-un-café» y no del plan«paseemos-por-la-playa-al-atardecer-y-tú-me-sonríes-conesos-ojos-azules-tuyos-tan-increíbles». Desde que salía

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con Daniel, no pensaba en otros chicos,y para nada era de las que se sonrojabanen medio de la clase recordándose a símismas que no pensaban en otros chicos.

—¿Va todo bien por aquí?Steven posó su mano bronceada en

el pupitre de Luce y la invitó a hablarcon una mirada.

Luce, sin embargo, seguíasintiéndose tan cohibida y nerviosa anteél por lo que les había dicho a ella y aDawn en el bote salvavidas que nisiquiera había sacado el tema conDawn.

—Todo va muy bien —respondióShelby, que cogió a Luce del brazo y sela llevó hacia la terraza, donde algunos

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estudiantes estaban ya distribuidos enparejas y ensayando sus entrevistas—.Luce y yo íbamos a hablar de nuestroscurrículums.

Francesca se asomó por detrás deSteven.

—Miles —dijo—, Jasmine aún notiene pareja. Si pudieras acercar unpupitre a su lado…

Dos mesas más abajo, Jasminedecía:

—Dawn y yo no nos poníamos deacuerdo sobre quién hacía de actrizindie y quién era… —su voz cayó unoscuantos tonos— el director de casting, yme ha dejado por Roland.

Miles parecía decepcionado.

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—Director de casting —farfulló—.Por fin he encontrado mi vocación.

Luce le vio dirigirse hacia su nuevapareja.

Aclarada la situación, Francesca sellevó a Steven de vuelta a la partedelantera del aula. Aunque Steven ibadetrás de Francesca, Luce notó que aúnla miraba.

Volvió la vista con disimulo a suteléfono. Callie todavía no le habíacontestado. No era nada propio de ella,y Luce se culpó a sí misma. Tal vezfuera mejor para ambas que Luceguardase las distancias. Sería solo porpoco tiempo.

Siguió a Shelby afuera y se sentaron

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en el banco de madera que había dondela terraza se curvaba. Aunque el sollucía con intensidad bajo el cielodespejado, el único sitio de la terrazaque no estaba repleto de estudiantes erabajo la sombra de una secuoya muy alta.Luce apartó del banco con la mano unacapa de hojas aciculares de color verdepálido, y se subió un poco más lacremallera del suéter.

—Realmente estuviste fantásticaanoche —dijo en voz baja—. Yo mequedé… aterrada.

—Lo sé. —Shelby se echó a reír—.Parecías… —Puso cara de zombitemblequeante.

—Venga, dame un respiro. Fue duro.

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La única oportunidad que tenía de saberalgo de mi pasado, y va y me quedototalmente paralizada.

—Vosotros los del sur y vuestrosentimiento de culpa. —Shelby seencogió de hombros tranquilamente—.Date un respiro. Estoy segura de queencontrarás muchos más familiares en ellugar de donde venían esos dos vejetes.Incluso puede que algunos no estén tan alas puertas de la muerte. —Antes de queel rostro de Luce se desmoronara,Shelby añadió—: Lo que digo es que, sialguna vez tienes ganas de seguir la pistaa algún otro pariente, solo tienes quedecírmelo. Es raro, pero me caes bien,Luce.

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—Shelby —susurró Luce de prontoapretando los dientes—, no te muevas.

Al otro lado de la terraza, laAnunciadora más grande y atroz queLuce había visto en su vida cobró formabajo la sombra alargada de la enormesecuoya.

Lentamente, siguiendo la mirada deLuce, Shelby bajó la vista al suelo. LaAnunciadora utilizaba la sombra delárbol para camuflarse. Había partes deella que no dejaban de moverse.

—Parece nauseabunda, irascibleo… no sé qué —comentó Shelbytorciendo el gesto—. ¿No te parece quetiene algo malo?

Luce tenía la mirada posada en la

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escalera que llevaba hasta la planta bajadel pabellón. Debajo de ellas había unmontón de soportes de madera sin pintarque apuntalaban la terraza. Si Luceconseguía hacerse con la sombra, Shelbyse podría reunir con ella debajo de laterraza sin que nadie se diera cuenta denada. Ayudaría a Luce a vislumbrar elmensaje, y luego las dos volveríanarriba para unirse de nuevo a la clase.

—No puedes estar pensando lo quecreo que estás pensando… —dijoShelby—. ¿A que no?

—Vigila un momento —contestóLuce—. Estate preparada para cuando tellame.

Luce bajó unos escalones hasta que

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la cabeza le quedó justo a la altura de laterraza, donde los demás estudiantesseguían ocupados con sus entrevistas.

Shelby estaba de espaldas a Luce. Sialguien notaba que Luce se habíamarchado, ella haría una señal.

En la esquina, Luce oyó cómo Dawncharlaba improvisando con Roland:

—¿Sabe? Me quedé de piedracuando fui nominada para el Globo deOro…

Luce volvió a mirar la manchaoscura que yacía en el césped, sin poderevitar preguntarse antes si los demás lahabrían visto. Pero ahora no teníatiempo que perder preocupándose porello.

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La Anunciadora se hallaba a unostres metros, cerca de la terraza, a pesarde lo cual Luce quedaba resguardada delas miradas de los demás alumnos.Dirigirse directamente hacia ella habríaresultado demasiado obvio. La intentaríaobligar a levantarse del suelo y dirigirsehacia ella sin utilizar las manos, si bienno tenía ni idea de cómo hacerlo.

En ese momento notó la presencia dealguien apoyado al otro lado de lasecuoya, oculto de la vista de losestudiantes de la terraza.

Cam fumaba un cigarrillo,tarareando para sí como si nada,teniendo en cuenta que estaba totalmenteensangrentado. Tenía el pelo

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apelmazado en la frente y los brazosllenos de rasguños y moretones. Sucamiseta estaba mojada y manchada desudor, y los vaqueros salpicados. Teníaun aspecto desagradablemente sucio,como si acabara de salir de una pelea, sino fuera porque allí no había rastro denada. Solo estaba Cam.

Él le guiñó un ojo.—¿Qué haces aquí? —susurró ella

—. ¿Qué has hecho?La cabeza le daba vueltas a causa

del hedor desagradable que emanaba desu ropa ensangrentada.

—Salvarte la vida de nuevo.¿Cuántas llevamos? —Tiró la ceniza delcigarrillo—. Hoy eran secuaces de la

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señorita Sophia y la verdad es que nopuedo decir que no me lo haya pasadobien. Eran unos monstruos sangrientos.También van a por ti, ya sabes. Se hacorrido la voz de que andas por la zonay que te gusta pasear por el bosquesombrío sin compañía —apuntó.

—¿Y los has matado sin más?Luce estaba horrorizada. Levantó la

vista hacia la terraza para comprobar siShelby, o alguien, podía verlos.

—En efecto, a un par de ellos, justoahora, con estas manos. —Cam lemostró las palmas recubiertas de unamasa roja y pegajosa que ella nodeseaba ver—. La verdad es que elbosque es bonito, Luce, pero también

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está repleto de seres que te quieren vermuerta. Así que hazme un favor…

—No. No estoy dispuesta a hacerteningún favor. Todo lo que tenga que vercontigo me da asco.

—Está bien. —Cam le dirigió unamirada de fastidio—. Entonces hazlopor Grigori, y no te muevas del campus.

Lanzó el cigarrillo al césped, echóatrás los hombros y desplegó las alas.

—No puedo estar siemprevigilándote, Luce. Y Dios sabe queGrigori tampoco.

Las alas de Cam eran altas yestrechas y le sobresalían por detrás delos hombros, brillantes, doradas ysalpicadas con franjas negras. Le habría

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gustado que le repugnasen, pero no erael caso. Igual que las de Steven, las alasde Cam tenían una forma irregular,áspera, y también parecían habersobrevivido a toda una vida de luchas.Las franjas negras daban una calidadoscura y sensual a las alas de Cam.Había algo atractivo en ellas.

Pero no. Ella detestaba todo lo quetuviera que ver con Cam. Y así seríasiempre.

Cam sacudió las alas, y alzó los piesdel suelo. Su aleteo extraordinariamenteruidoso provocó un remolino de aire quelevantó las hojas del suelo.

—Gracias —dijo Luce sin más antesde que él se deslizara por debajo de la

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terraza y desapareciera entre lassombras del bosque.

¿Acaso Cam era el encargado de suprotección? ¿Dónde estaba Daniel? ¿LaEscuela de la Costa no era segura?

Al paso de Cam, la Anunciadora quehabía llevado a Luce a bajar la escalerase separó en espiral de su sombra comoun pequeño remolino negro.

Se fue aproximando cada vez más.Finalmente quedó suspendida en el

aire justo por encima de la cabeza deLuce.

—Shelby —susurró esta—, ¡baja!Shelby volvió la mirada hacia Luce

y hacia la Anunciadora que oscilaba enforma de ciclón sobre ella.

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—¿Cómo has tardado tanto? —preguntó bajando apresuradamente porla escalera justo a tiempo para ver cómoaquella enorme Anunciadora sedesplomaba… en brazos de Luce.

Luce gritó, pero por suerte Shelby lepuso una mano en la boca.

—Gracias —dijo Luce con la vozamortiguada por sus dedos.

Las chicas seguían acurrucadas atres escalones de la terraza, a la vista decualquiera que se encaminara hacia ellado sombreado. Luce no podía estirarlas rodillas por el peso de la sombra.Era la más pesada que había tocadonunca, y la que tenía el tacto más frío.No era tan negra como las demás, sino

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que tenía un tono desagradablementegrisáceo. Algunas partes de ella todavíase agitaban y se encendían comorelámpagos de una tormenta lejana.

—No me da buena espina —dijoShelby.

—Vamos —susurró Luce—. Yo la heinvocado. Te toca vislumbrarla.

—¿Que me toca? ¿Quién ha habladoaquí de turnos? Eres tú la que me haarrastrado hasta aquí.

Shelby sacudió las manos como si loúltimo que quisiera hacer en la tierrafuera tocar el monstruo que Lucesostenía en brazos.

—Sé que dije que te ayudaría aseguir la pista de tu familia, pero me

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parece que el familiar que hay ahí no esde los que queramos conocer.

—Shelby, por favor —suplicó Lucegimiendo por el peso, el frío y larepugnancia que le producía la sombra—. No soy nefilim. Si no me ayudas, nopodré hacerlo.

—¿Se puede saber qué os habéispropuesto?

Se oyó una voz a sus espaldas desdelo alto de la escalera. Steven tenía lasmanos apoyadas en el pasamanos y lamirada clavada en las chicas. De pie enlo alto, parecía más corpulento que enclase, como si hubiera doblado sutamaño. Sus ojos de intenso colorcastaño tenían una expresión de enojo,

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pero Luce notó el calor que irradiaban yse asustó. Incluso la Anunciadora quetenía en los brazos tembló y retrocedió.

Se asustaron tanto que gritaron.El ruido hizo que la sombra saliera

despedida de los brazos de Luce tanrápido que no pudo detenerla, y dejótras de sí un rastro gélido ynauseabundo.

A lo lejos sonó una campana. Lucevio cómo todos los demás iban hacia lacantina para almorzar. Miles asomó lacabeza por la barandilla y vio a Luce,pero tras observar la expresión airadade Steven, se marchó sorprendido.

—Luce —dijo Steven con máseducación de la que ella esperaba—, ¿te

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importaría venir a hablar conmigodespués de la clase?

Cuando levantó las manos de labarandilla, dejó ver que la madera dedebajo estaba chamuscada.

Steven abrió la puerta antes de que Lucellamara. Llevaba la camisa gris un pocoarrugada y tenía la corbata negra depiqué suelta en el cuello. Con todo,había recuperado su apariencia serena,lo cual suponía todo un esfuerzo para undemonio, como había podido constatarLuce. Steven se limpió las gafas con unpañuelo con monograma y la hizo pasar.

—Pasa, por favor.

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El despacho no era grande, pero sílo bastante amplio para albergar unescritorio grande de color negro y tresestanterías altas negras, abarrotadas concientos de libros manidos. En cualquiercaso, resultaba cómodo e inclusoacogedor, ni remotamente parecido a loque Luce había imaginado que podía serel despacho de un demonio. En el centrohabía una alfombra persa. El amplioventanal estaba orientado al este, endirección a las secuoyas. A esa hora, ala caída de la tarde, el bosque tenía untono etéreo, casi de color azul lavanda.

Steven tomó asiento en una sillagranate e invitó con un gesto a Luce asentarse en otra. Ella contempló las

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obras de arte enmarcadas que llenabanhasta el último centímetro de pareddesocupada. La mayoría eran retratos endistintos grados de detalle. Lucereconoció algunos bocetos del propioSteven y varios retratos favorecedoresde Francesca.

Luce tomó aire y se preguntó cómoempezar.

—Siento haber invocado a esaAnunciadora. Yo…

—Luce, ¿le has contado a alguien loocurrido con Dawn en el agua?

—No. Me dijiste que no lo hiciera.—¿Se lo has contado a Shelby? ¿A

Miles?—No se lo he contado a nadie.

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Él reflexionó un instante.—¿Por qué llamaste «sombras» a las

Anunciadoras el otro día en el barco?—Se me escapó. Cuando era

pequeña, siempre formaban parte de lasombra. Se separaban de ellas y se meacercaban. Era el modo en que lasllamaba antes de saber qué eran. —Lucese encogió de hombros—. De hecho, esuna estupidez.

—No es una estupidez.Steven se puso de pie y se acercó a

la estantería más alejada, de la que sacóun libro grueso con la cubierta rojapolvorienta y lo colocó sobre la mesa:La República. Platón. Steven lo abriópor la página exacta que buscaba y giró

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el libro hacia Luce.En él se veía una ilustración de un

grupo de hombres dentro de unacaverna, encadenados entre ellos y decara a la pared. Por detrás había unahoguera ardiendo. Los hombresseñalaban las sombras que proyectabancontra la pared otro grupo de hombresque andaban a sus espaldas. Bajo laimagen, se leía: «La alegoría de lacaverna».

—¿Qué es esto? —preguntó Luce.Su conocimiento sobre Platón

empezaba y terminaba en que era amigode Sócrates.

—Es la prueba de que el nombre quedas a las Anunciadoras es muy

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apropiado. —Steven señaló lailustración—. Imagina que estoshombres se pasan la vida viendo sololas sombras de la pared. Ellosinterpretarán el mundo y lo que en élocurre a partir de ellas, sin ver siquieraqué es lo que arroja esas sombras. Nocomprenderán que lo que ven son, dehecho, sombras.

Luce contempló al segundo grupo dehombres, que estaba justo detrás deldedo de Steven.

—¿Así que no pueden darse lavuelta ni ver jamás a la gente y las cosasque crean las sombras?

—Exacto. Y como no pueden ver loque realmente arroja las sombras,

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suponen que lo que ven, las sombras dela pared, es la realidad. No tienen niidea de que solo son merasrepresentaciones y distorsiones de algomás real. —Hizo una pausa—.¿Entiendes por qué te digo todo esto?

Luce negó con la cabeza.—¿Quieres que deje de manipular a

las Anunciadoras?Steven cerró el libro de golpe y se

fue hacia el otro lado de la estancia. ALuce le pareció como si en cierto modole hubiera decepcionado.

—No quiero que dejes de manipulara las Anunciadoras, aunque tengo quepedirte que lo hagas. Debes entender aqué te enfrentas la próxima vez que

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invoques a una. Las Anunciadoras sonsombras de sucesos pasados. Pueden serútiles, pero también pueden contenerdistorsiones engañosas y, en ocasiones,pueden resultar peligrosas. Hay queaprender muchas cosas. Una técnicalimpia y segura para invocarlas; y unavez afinado tu talento, es posible filtrarel ruido de la Anunciadora y su mensajese puede oír claramente a través…

—¿Quieres decir ese zumbido? ¿Hayalgún modo de oír a través de él?

—No importa. Todavía no. —Stevense volvió y hundió las manos en losbolsillos—. ¿Qué pretendíais Shelby ytú hoy?

Luce se ruborizó y se sintió

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incómoda. Aquella reunión no se estabadesarrollando como había esperado.Pensaba que la castigaría haciéndolerecoger la basura.

—Intentábamos averiguar más cosasde mi familia —logró contestar al fin.Por suerte, Steven no parecía tener niidea de que antes había visto a Cam—.Bueno, en realidad debería decir de«mis familias».

—¿Eso es todo?—¿Estoy metida en un lío?—¿No hacíais nada más?—¿Qué otra cosa podía hacer?Se le pasó por la cabeza que tal vez

Steven pensaba que había intentadocontactar con Daniel, enviarle un

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mensaje o alguna otra cosa; como si ellasupiera cómo.

—Invoca a una ahora —dijo Stevenabriendo la ventana. Había anochecido,y a Luce el estómago le decía que lamayoría de los alumnos estaríancenando en ese momento.

—No… no sé si sabré.Los ojos de Steven habían adoptado

una expresión más cálida.—Invocar a las Anunciadoras es

como pedir una especie de deseo, perono es que deseemos nada material, sonmás bien las ansias de entender mejor elmundo, nuestra función en él, y lo que vaa ser de nosotros en el futuro.

Luce pensó de inmediato en Daniel y

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en lo que ella quería para su relación, yno le pareció que tuviera un papeldecisivo en su futuro, y quería tenerlo.¿Acaso no era ese el motivo por el quehabía logrado invocar a lasAnunciadoras incluso sin darse cuenta?

Nerviosa, se acomodó en su asientoy cerró los ojos. Se imaginó una sombradesprendiéndose de la alargadaoscuridad que se extendía por lostroncos de los árboles en el exterior, unasombra que se separaba y alzaba,ocupando el espacio de la ventanaabierta. Y luego, la vio flotando haciaella.

Primero percibió un suave olor amoho, como el de las aceitunas negras, y

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al notar la caricia de la oscuridad en lamejilla abrió los ojos. La temperatura dela estancia había descendido unosgrados. Steven se restregaba las manosen el despacho, que súbitamente sehabía vuelto húmedo y ventoso.

—Así es, ya está —murmuró.La Anunciadora se hallaba

suspendida en la habitación, fina ytransparente, no más grande que unabufanda de seda. Se deslizó hacia Luce yluego rodeó con un zarcillo difuminadoun pisapapeles de vidrio soplado quehabía en el escritorio. Luce, asombrada,profirió un grito ahogado. Steven se leacercó con una sonrisa y guió la sombrahasta colocarla en vertical y convertirla

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en una pantalla negra.Entonces Luce se la puso en las

manos y empezó a tirar de ellacuidadosamente, como si intentaraestirar una masa de hojaldre sinromperla, tal como había visto hacer asu madre por lo menos un centenar deveces. La oscuridad se arremolinó hastaadoptar una tonalidad gris apagada; acontinuación, apareció una imagenborrosa en blanco y negro.

Un dormitorio oscuro con una cama.Luce —esto es, una Luce anterior—estaba tumbada sobre un costadomirando por la ventana abierta. Tendríaunos dieciséis años. La puerta que habíadetrás de la cama se abría y una cara

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iluminada por la luz del pasillo seasomaba. Era su madre.

¡La madre a la que Luce había ido avisitar con Shelby! Era más joven,mucho, tal vez cincuenta años atrás, yllevaba las gafas en la punta de la nariz.Sonreía, como si le gustara ver dormidaa su hija y cerraba la puerta.

Instantes después, unos dedos seagarraban a la parte baja de la ventana.Luce abrió los ojos con sorpresamientras la Luce del pasado seincorporaba en la cama. Fuera, losdedos se tensaban para mostrar acontinuación un par de manos, seguidasde dos brazos iluminados por la luz azulde la luna. Finalmente asomó el rostro

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brillante de Daniel entrando por laventana.

A Luce el corazón le latía confuerza. Le hubiera gustado podermeterse en la Anunciadora, igual que lohabía querido hacer el día anterior conShelby. Pero entonces Steven chasqueólos dedos y la imagen se desvaneció,igual que una persiana al ser levantada,luego se quebró y se desintegró.

La sombra quedó rota en pequeñosfragmentos sobre la mesa. Luce fue acoger uno, pero se le deshizo en lasmanos.

Steven estaba sentado en suescritorio escrutándola fijamente, comoqueriendo adivinar qué le había

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provocado la visión. De pronto a Lucele pareció que lo que acababa demostrar la Anunciadora era muy privadoy no estaba segura de querer que Stevensupiera lo mucho que aquello la habíaconmocionado. A fin de cuentas,técnicamente él pertenecía al bandocontrario. En los últimos días ella habíapodido ver cada vez más el demonio quealbergaba en su interior. No solo sucarácter feroz, que iba en aumento hastaliteralmente hacerle echar humo, sinotambién sus alas doradas, imponentes yoscuras. Steven era atractivo yencantador, como Cam, y, tal como Lucese recordó, era un demonio, igual queCam.

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—¿Por qué me ayudas con esto?—Porque no quiero que te hagas

daño —susurró Steven.—¿Esto ocurrió de verdad?Steven apartó la mirada.—Es la representación de algo, y

quién sabe lo distorsionada que puedeestar. Es la sombra de un acontecimientopasado, no la realidad. Aunque siemprehay algo de cierto en una Anunciadora,nunca es la simple verdad. Por eso sontan problemáticas y resultan tanpeligrosas para quienes carecen de laformación adecuada.

Él miró su reloj. En el piso de abajose oyó una puerta que se abría y secerraba en el rellano. Steven se puso

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tenso cuando oyó las pisadas de unostacones en la escalera.

Era Francesca.Luce intentó interpretar la expresión

de Steven. Él le entregó La República yella se metió el libro en la mochila.Justo antes de que el rostro bello deFrancesca asomara por la puerta, Stevendijo a Luce:

—La próxima vez que Shelby y túoptéis por no terminar vuestros deberes,os pediré que escribáis un trabajo deinvestigación de cinco páginas con citas.Esta vez os habéis librado, pero quedáisadvertidas.

—Comprendo.Luce se topó con la mirada de

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Francesca en la puerta.La mujer le sonrió, pero Luce no

supo adivinar si se trataba de unasonrisa de despedida, o bien de un modoamable de advertirla de que a ella no sele podía tomar el pelo. Luce se puso enpie temblando un poco, se echó lamochila al hombro, se encaminó hacia lapuerta y dijo a Steven:

—Gracias.

Cuando Luce regresó a su dormitorio,Shelby había encendido la chimenea. Lafondue china estaba enchufada junto a lalamparilla de noche en forma de Buda, ytoda la habitación olía a tomate.

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—Nos hemos quedado sinmacarrones con queso, pero te hepreparado sopa. —Shelby le sirvió uncuenco muy caliente, le echó un poco depimienta fresca negra encima y se lopasó a Luce, que se desplomó sobre sucama—. ¿Ha sido muy terrible?

Luce contempló el vapor que seelevaba del cuenco mientras pensabacómo podía expresarlo. Raro, confuso,un poco terrorífico y… revelador.

Pero, no, no había sido terrible.—Ha estado bien. —Steven parecía

confiar en ella, por lo menos hasta elpunto de permitirle continuar invocandoa las Anunciadoras. Y los demásalumnos parecían confiar en él, incluso

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admirarlo. Nadie se mostrabaaparentemente preocupado por susfiliaciones. Sin embargo, en el caso deLuce, él resultaba críptico y difícil decomprender.

Luce ya había confiado otras vecesen la gente equivocada. «En el mejor delos casos, confiar en las personas es unaactividad inútil; en el peor, es una buenaforma de que te maten». Eso era lo quela señorita Sophia le había dicho sobrela confianza la noche en que la habíaintentado matar.

Daniel le había aconsejado dejarseguiar por su instinto. No obstante, a Lucele parecía que sus sentimientos eranpoco fiables. Se preguntó si cuando le

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había dicho eso él ya conocía la Escuelade la Costa, si aquel consejo había sidoun modo de prepararla para aquellaseparación tan prolongada, cuando ellacada vez tendría menor certidumbresobre su vida. Su familia. Su pasado. Sufuturo.

Levantó la vista por encima delcuenco y miró a Shelby.

—Gracias por la sopa.—No permitas que Steven te

desbarate los planes —espetó Shelby—.Deberíamos continuar trabajando conlas Anunciadoras. Estoy tan harta detodos esos ángeles y demonios y susafirmaciones de poder: «¡Oh! Nosotroslo sabemos todo mejor que tú, porque

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somos ángeles completos y tú, encambio, no eres más que el hijo bastardode un ángel que echó una canita al aire».

Luce se echó a reír, pero recordó laminisesión sobre Platón de Steven y sedijo que el hecho de haberle dejado esanoche La República era todo locontrario a una afirmación de poder.Pero por supuesto ahora no era elmomento de explicarle eso a Shelby, nocuando andaba ya metida en su diatribahabitual contra la Escuela de la Costa enla cama de Luce.

—Quiero decir que… Bueno, ya séque tú tienes una historia con Daniel —prosiguió Shelby—, pero, de verdad,¿qué ha hecho de bueno por mí un ángel

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en mi vida?Luce se encogió de hombros a modo

de disculpa.—Ya te lo diré yo: nada. Nada

aparte de dejar embarazada a mi madrey luego abandonarnos a las dos antes deque yo naciera. Sin duda, una auténticaobra celestial. —Shelby resopló—. Losorprendente es que mi madre no deja dedecirme que debería sentirmeagradecida. ¿Por qué? ¿Por esospoderes diluidos y la enormeinteligencia que he heredado de mipadre? No, gracias. —Abatida, propinóuna patada a la litera superior—. Daríacualquier cosa por ser normal.

—¿De verdad?

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Luce se había pasado toda la semanasintiéndose inferior a sus compañeros declase nefilim. Consciente de que lo quetienen los demás siempre parece mejor,le resultaba increíble lo que acababa deoír. ¿Qué ventaja podía ver Shelby encarecer de sus poderes de nefilim?

—Espera… —dijo Luce—. Esepatético ex novio tuyo… ¿Acaso él…?

—Estábamos meditando juntos y, nosé, de algún modo, durante el mantra, nome di cuenta y levité. No fue gran cosa,no sé, quizás un par de centímetros delsuelo. Pero Phil no quería parar con eltema. No dejaba de importunarme sobretodas las cosas que era capaz de hacer,ni de preguntarme cosas muy raras.

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—¿Como qué?—No sé —dijo Shelby—. Cosas

sobre ti, por ejemplo. Quería saber sime habías enseñado a levitar. Si tútambién sabías.

—¿Por qué yo?—Seguramente sería alguna de sus

fantasías perversas sobre lascompañeras de habitación. Deberíashaber visto la cara que se le puso esedía. Me convertí en una especie de monode feria. No me quedó más opción quecortar por lo sano.

—Eso es horrible. —Luce apretó lamano de Shelby—. Pero parece que elproblema sea más suyo que tuyo. Sé quelos otros chicos de la Escuela de la

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Costa miran a los nefilim concuriosidad, pero he estado en muchosinstitutos y empiezo a pensar que esa esla expresión natural de la mayoría de loschicos. Por otra parte, no hay nadie quesea «normal». Seguro que Phil teníaalguna rareza.

—De hecho, le pasaba algo extrañoen los ojos. Los tenía de color azul, perode un tono apagado, prácticamentedesleído. Tenía que llevar unas lentes decontacto especiales para que la gente nose lo quedara mirando. —Shelbysacudió la cabeza a un lado—. Y luegoestaba también… lo del tercer pezón.

Se echó a reír a carcajadas. Tenía elrostro enrojecido cuando Luce se le unió

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y prácticamente estaba llorando de risacuando un leve toqueteo en el cristal dela ventana las hizo callar de golpe.

—Será mejor que no sea él.Al instante Shelby adoptó un tono de

voz grave, saltó de la cama, abrió laventana y, con las prisas, hizo caer unamaceta de yuca.

—Es para ti —dijo casi atontada.Luce se acercó al instante a la

ventana tras notar la presencia de él.Apoyó las palmas de las manos en elalféizar y se asomó a la brisa fresca dela noche.

Se encontró cara a cara, labio alabio, con Daniel.

Por un brevísimo instante, a Luce le

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dio la impresión de que él miraba detrásde ella, al interior de la habitación, aShelby, pero entonces la besó, le cogióla cabeza por detrás con delicadezaentre las manos y la atrajo hacia sídejándola sin aliento. Ella sintió lacalidez de toda una semanarecorriéndole el cuerpo, así como lasdisculpas silenciosas por las palabrasque se habían pronunciado la otra nocheen la playa.

—Hola —susurró él.—Hola.Daniel llevaba vaqueros y una

camiseta blanca. Luce le miró elremolino del cabello. Sus enormes alasde color blanco perla se agitaban

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suavemente desafiando la noche oscuray cautivándola. Parecían batir contra elcielo casi al compás del corazón deLuce. Las quiso tocar, sumergirse enellas como en la noche de la playa.Resultaba asombroso ver a Danielsuspendido en el aire frente a su ventanadel tercer piso.

Él la cogió de la mano y tiró de ellapara hacerla pasar por encima delalféizar de la ventana hasta sus brazos.Pero luego la dejó sobre una cornisaamplia y plana que había debajo de laventana y que ella no había visto antes.

Cuando se sentía feliz siempre leentraban ganas de llorar.

—Aunque se supone que no deberías

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estar aquí, estoy muy contenta de que loestés.

—Demuéstramelo —dijo él con unasonrisa atrayéndola de nuevo hacia supecho hasta que la cabeza le quedó justoencima de los hombros de Luce. Lerodeó la cintura con un brazo. Sus alasirradiaban calor. Al mirar por encima desu hombro, ella no veía nada más queblanco: el mundo era blanco, todo teníauna textura suave y brillaba con la luz dela luna. Y entonces las enormes alas deDaniel empezaron a agitarse.

Luce sintió un nudo en el estómago ynotó que se elevaba, que en realidadsalía despedida hacia el cielo. Lacornisa a sus pies se fue volviendo cada

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vez más pequeña, y las estrellas en elfirmamento brillaban con más fuerza, yel viento le arañaba el cuerpo,enredándole el pelo en la cara.

Ascendieron hacia las alturas, sesumergieron en la noche, hasta que laescuela no fue más que un punto negro alo lejos. Hasta que el océano seconvirtió solo en una manta plateadasobre la tierra. Hasta que atravesaronuna capa liviana de nubes.

No sentía ni frío ni miedo. Se sentíalibre de cualquier cosa que la atrajerahacia la tierra. Lejos del peligro y deldolor que alguna vez la habíanatenazado. Y también muy enamorada.La boca de Daniel le dibujaba una línea

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de besos por el cuello. Él la abrazó confuerza por la cintura y la hizo girar haciaél. Luce tenía los pies encima de los deél, igual que cuando habían bailadosobre el océano junto a la hoguera. Yano había viento; el aire a su alrededorestaba en calma y tranquilo. Los únicossonidos que había eran el batir de lasalas de Daniel mientras se alzaban en elcielo y los latidos de su corazón.

—Momentos como este —dijo él—hacen que merezca la pena todo lo quehemos tenido que sufrir.

Y luego la besó como nunca lo habíahecho antes. Con un beso largo yprolongado que parecía reclamar parasiempre sus labios. Recorrió con las

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manos la silueta de su cuerpo, primerocon delicadeza y luego de formaenérgica, deteniéndose en sus curvas.Ella se fundió en él, y él recorrió conlos dedos la parte posterior de susmuslos, sus caderas y sus hombros.Daniel pasó a controlar todas y cada unade las partes de su cuerpo.

Ella le acarició los músculos pordebajo de su camiseta de algodón, ytambién sus brazos y su cuello fornidos,la cavidad en la parte baja de suespalda. Le besó el mentón, los labios.Ahí, en las nubes, con los ojos de Danielmás brillantes que nunca… ese era elsitio al que Luce pertenecía.

—¿No podríamos quedarnos aquí

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para siempre? —preguntó ella—. Nuncatengo bastante de esto ni de ti.

—Eso espero. —Daniel sonrió, peroal poco tiempo, demasiado pronto,movió las alas y las aplanó. Luce sabíaque lo que venía a continuación era undescenso lento.

Besó a Daniel por última vez y soltólos brazos de su cuello para prepararsepara el vuelo, pero, sin darse cuenta,perdió asidero.

Y cayó.Todo ocurrió como a cámara lenta.

Luce saliendo despedida de espaldas,sacudiendo los brazos con fuerza ydesesperación, y luego la ráfaga de fríoy viento mientras caía y el aliento la

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abandonaba. Lo último que vio fueronlos ojos de Daniel, que tenía el espantoescrito en la cara.

A continuación todo se aceleró y ellaempezó a descender a tanta velocidadque no podía respirar. El mundo seconvirtió en un vacío negro circulante.Luce se sentía mareada y asustada, leardían los ojos a causa del aire y suvisión se debilitaba cada vez más.Estaba a punto de perder elconocimiento.

Aquello era el fin.Nunca sabría quién era en realidad,

nunca sabría si todo aquello habíamerecido la pena. Jamás descubriría simerecía el amor de Daniel ni si él

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merecía el de ella. Todo habíaterminado. Era el fin.

El viento atronaba furioso en susoído. Cerró los ojos y esperó el final.

Entonces él la cogió.Notó que unos brazos fuertes la

agarraban y la paraban suavemente. Yano caía: alguien la sostenía en brazos.Daniel. Tenía los ojos cerrados, perosabía que era él.

Empezó a sollozar, aliviada de queDaniel la hubiera atrapado y la hubierasalvado. Nunca, por muchas vidas quehubiera vivido, lo había amado tantocomo en ese momento.

—¿Estás bien? —susurró Daniel convoz suave y los labios muy cerca de los

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de ella.—Sí. —Luce oía el batir de sus alas

—. Me has cogido.—Yo siempre te cogeré cuando

caigas.Lentamente descendieron de regreso

al mundo que habían dejado atrás. Haciala Escuela de la Costa y el océano querompía contra los acantilados. Alaproximarse a la residencia, él la apretócon fuerza y la dejó delicadamente sobrela cornisa, iluminada con la luz de lasalas.

Luce posó los pies en ella y levantóla mirada hacia Daniel. Lo quería. Eralo único de lo que estaba segura.

—Ya está —dijo él con mirada

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seria. Su sonrisa se endureció y el brillode los ojos pareció palidecer—. Esperoque esto haya satisfecho tus ansias deconocer mundo al menos por un tiempo.

—¿Qué quieres decir?—Que no paras de salir del campus.

—La voz de Daniel carecía de lacalidez de instantes atrás—. Tienes quedejar de hacerlo si no estoy cerca paravigilar.

—¡Oh, vamos! Solo fue unaexcursión estúpida. Todo el mundoestaba allí: Francesca, Steven… —Seinterrumpió al recordar cómo habíareaccionado Steven frente a lo que lehabía ocurrido a Dawn. No se atrevió amencionar la salida con Shelby, ni el

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encontronazo con Cam bajo la terraza.—Me estás poniendo las cosas muy

difíciles —dijo Daniel.—Yo tampoco estoy pasando por un

momento fácil.—Te dije que había unas normas. Te

dije que no debías abandonar el campus.Pero no me escuchas. ¿Cuántas veces mehas desobedecido?

—¿Desobedecido? —Ella se echó areír, pero por dentro se sentía mareada—. ¿Quién eres tú, mi novio o mi amo?

—¿Sabes lo que ocurre cuando salesde aquí? ¿Sabes el peligro al que teexpones solo porque te aburres?

—Mira, no hay secretos —dijo ella—. Cam sabe que estoy aquí.

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—¡Por supuesto que Cam sabe queestás aquí! —exclamó Danielexasperado—. ¿Cuántas veces tengo quedecirte que ahora mismo él no es unaamenaza? No intentará influir en ti.

—¿Por qué no?—Porque es prudente. Y tú también

deberías serlo y no escabullirte como lohaces. Hay peligros que no puedes niimaginar.

Ella quiso abrir la boca para deciralgo, pero no supo qué. Si contaba aDaniel que había hablado con Cam esemismo día y que él había matado avarios miembros del séquito de laseñorita Sophia, no haría más queconfirmar lo que él le decía. Luce

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estalló de rabia contra Daniel, contrasus misteriosas normas, contra el modoque tenía de tratarla como a una niña.Habría dado cualquier cosa por estarcon él, pero ahora tenía la miradaendurecida, sus ojos parecían doschapas metálicas, planas y grises, y eltiempo que habían pasado en el cielo leparecía un sueño lejano.

—¿Sabes el calvario que sufro paraque estés a salvo?

—¿Y cómo esperas que lo entiendasi no me cuentas nada?

Las bellas facciones de Danielcompusieron una expresión de intensotemor.

—¿Es por culpa de ella? —preguntó

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señalando con el pulgar el dormitorio—.¿Qué ideas siniestras te ha metido en lacabeza?

—Soy perfectamente capaz depensar por mí misma, gracias. —Luceentornó los ojos—. Pero ¿cómo es queconoces a Shelby?

Daniel desoyó la pregunta. A Luce lecostaba creer el modo en que le hablaba,como si fuera una mascota consentida.Todo el calor que la había embargadoinstantes atrás cuando Daniel la habíabesado y abrazado no bastaba paraborrar la frialdad con que le hablaba.

—Tal vez Shelby esté en lo cierto —dijo ella.

Llevaba mucho tiempo sin ver a

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Daniel, pero el Daniel al que ella queríaver, al que ella quería más que a nada enel mundo, el que la había seguidodurante miles de años porque no podíavivir sin ella… aquel quizá seguía en lasnubes, pero desde luego no era ese quele daba órdenes. Posiblemente, a pesarde tantas vidas, no lo conocía de verdad.

—Tal vez los ángeles y los humanosno deberían…

Pero no pudo terminar la frase.—Luce.Él le rodeó la muñeca con los dedos,

pero ella se los apartó. Daniel tenía losojos abiertos y oscuros, y sus mejillasestaban blancas de frío. El corazón ledecía que lo abrazara y se lo acercara

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para sentir su cuerpo contra el suyo,pero en su fuero interno sabía que esetipo de luchas no se saldaban con unbeso.

Pasó ante él, se dirigió a la partemás estrecha de la cornisa y abrió laventana, sorprendida de encontrar lahabitación a oscuras. Entró en ella ycuando se volvió hacia Daniel se diocuenta de que las alas le temblaban.Parecía como si estuviera a punto dellorar. Quiso abrazarlo, consolarlo yquererlo.

Pero no podía.Cerró los postigos y se quedó de pie

y sola en la oscuridad de su dormitorio.

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9

Diez días

Cuando Luce despertó la mañana delmartes, Shelby ya se había marchado. Lacama estaba hecha, con el edredón depatchwork doblado a los pies, y elchaleco grueso rojo y su bolsa de manohabían sido retirados del perchero juntoa la puerta.

Luce, todavía en pijama, metió unataza con agua en el microondas parahacerse un té y luego se sentó para

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consultar el correo electrónico.

Para:[email protected]

De:[email protected]

Fecha: Lunes, 16 denoviembre, 1.34 am

Asunto: Procurando noofenderme

Querida Luce:Recibí tu mensaje. Lo

primero es lo primero:también te echo de menos.Sin embargo, se me haocurrido una cosatotalmente fuera de lugar:se llama tú-y-yo-nos-ponemos-al-día. ¡La loca deCallie y sus ideas

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descabelladas! Sé que andasliada. Sé que estássometida a un controlestricto y que te resultadifícil escabullirte. Loque no sé es ni un solodetalle de tu vida. ¿Conquién almuerzas? ¿Quéasignatura es la que más tegusta? ¿Qué pasó con aquelchico? ¿Lo ves? Ni siquierasé su nombre. Es algo quedetesto.

Me alegra que tengasteléfono, pero no meescribas para decirme quevas a llamarme. Hazlo ypunto. Llevo mucho tiemposin escuchar tu voz. Perono estoy enfadada contigo.De momento.

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Besos y abrazos,Callie

Luce cerró el mensaje. Resultabaprácticamente imposible hacer enfadar aCallie. En realidad, nunca lo habíahecho. Que su amiga no sospechara queLuce mentía era una prueba más de lodistanciadas que estaban. Luce se sentíamuy avergonzada, y notaba el peso de lavergüenza en los hombros.

Pasó al siguiente mensaje:

Para:[email protected]

De: [email protected]: Lunes, 16 de

noviembre, 8.30 pm

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Asunto: Nosotros tambiénte queremos, cariño

Luce, pequeña:Tus e-mails siempre nos

alegran el día.¿Qué tal va el equipo de

natación? ¿Ya te secas bienel cabello ahora queempieza a hacer frío fuera?Sí, lo sé, soy una pesadapero te echo de menos.

¿Crees que en Espada &Cruz te darán permiso paraabandonar el campus lasemana que viene por el Díade Acción de Gracias? ¿Teparece que papá llame aldirector? Aunque noqueremos hacernos muchasilusiones, tu padre salió acomprar un pavo ecológico

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de la marca Tofurky, por siacaso. Tengo el congeladorrepleto de pasteles.¿Todavía te gusta el deboniato?

Te queremos y pensamos enti todo el día.

Mamá

La mano de Luce quedó suspendidasobre el ratón. Era martes por lamañana. El Día de Acción de Gracias secelebraría en una semana y media. Yaquella era la primera vez que seacordaba de sus vacaciones favoritas.Sin embargo, con la misma rapidez conque le vino el recuerdo a la cabeza,intentó olvidarlo. Estaba segura de que

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el señor Cole no le permitiría volver asu casa para el Día de Acción deGracias.

Cuando iba a hacer clic en«Responder», reparó en un recuadro decolor naranja que parpadeaba en la parteinferior de la pantalla. Miles estabaconectado e intentaba comunicarse conella por chat.

Miles (8.08): ¡Buenosdías, señorita Luce!

Miles (8.09): Me MUERO dehambre. ¿Tú te despiertastan hambrienta como yo?

Miles (8.15): ¿Quieresdesayunar? Me pasaré por tuhabitación de camino. ¿5minutos?

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Luce miró el reloj. Las 8.21.Un golpe retumbó en su puerta. Ella

aún estaba en pijama. Todavía no sehabía peinado. Entornó la puerta.

El sol de la mañana caía sobre elsuelo de madera del pasillo. Al verlo,Luce se acordó de cuando bajaba adesayunar por la escalera de madera,siempre iluminada por el sol, de la casade sus padres y el modo en que todo elmundo parece más brillante visto desdeun pasillo con luz.

Ese día Miles no llevaba su gorra delos Dodgers, de modo que aquella erauna de las raras ocasiones en que Lucele pudo ver claramente los ojos. Eran deun intenso color azul, como el del cielo

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en verano a primera hora de la mañana.Llevaba el pelo mojado y las gotas lecaían sobre los hombros de la camisetablanca. Luce tragó saliva, incapaz deimpedir que su mente se lo imaginara enla ducha. Él le sonrió, dejándole ver suhoyuelo y una sonrisa inmaculada. Esedía tenía un aspecto muy californiano, ya Luce le sorprendió lo bien que lesentaba.

—¡Ey! —Luce, todavía en pijama,se apretó todo lo que pudo contra lapuerta—. Acabo de leer tus mensajes.Me gustaría desayunar contigo, perotodavía no estoy vestida.

—Puedo esperar.Miles se apoyó en la pared del

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pasillo. Su estómago rugió. Cruzó losbrazos sobre la cintura para amortiguarel sonido.

—Me daré prisa.Se echó a reír y cerró la puerta. Se

quedó de pie frente al armariointentando no pensar en Acción deGracias, en sus padres, en Callie o en elmotivo por el cual tanta gente importantede pronto se le escurría entre los dedos.

Sacó de un tirón un jersey gris ylargo del tocador y se lo pusorápidamente junto con unos vaquerosnegros. Se cepilló los dientes, se pusounos pendientes de aro grandes de platay un chorrito de crema para las manos,cogió el bolso y se contempló un

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momento en el espejo.No tenía el aspecto de una chica

metida en una especie de guerra depoderes en una relación, ni el de unachica que no podía volver a casa paraAcción de Gracias. En ese momento, noparecía más que una chica con ganas deabrir la puerta y encontrarse con unchico que la hiciera sentir normal y felizy, en realidad, en cierto modo,maravillosa.

Un chico que no era su novio.Suspiró y abrió la puerta a Miles. El

rostro de él se iluminó.Al salir al aire libre, Luce se dio

cuenta de que el tiempo había cambiado.El aire matutino, aunque bañado por el

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sol, era tan fresco como la nocheanterior en la cornisa del tejado conDaniel. Y entonces le pareció glacial.

Miles le tendió su enorme chaquetade color caqui, pero ella la rechazó conun ademán.

—Lo único que necesito para entraren calor es un café.

Se sentaron a la misma mesa de lasemana anterior. Al instante, un par dealumnos que trabajaban como camarerosse apresuraron hacia ellos. Ambosparecían tener amistad con Miles, y suactitud era despreocupada y bromista.Luce jamás disfrutaba de un trato comoaquel cuando se sentaba con Shelby.Mientras los chicos acribillaban a

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preguntas a Miles —que cómo había idola partida nocturna de Fantasy Football,que si había visto el vídeo en YouTubedel tipo que le gastaba una broma a sunovia, que si tenía algún plan paradespués de clase—, Luce escrutó sinéxito la terraza en busca de sucompañera de habitación.

Miles respondió a todas laspreguntas de los chicos, pero no semostró interesado en prolongar muchomás la conversación. En cambio, señalóa Luce.

—Esta es Luce. Quiere una tazagrande del café más caliente que tengáisy…

—Huevos revueltos —dijo Luce,

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doblando el pequeño menú que lacafetería de la Escuela de la Costaimprimía a diario.

—Lo mismo para mí. Gracias. —Miles devolvió los menús y centró todasu atención en Luce—. Parece queúltimamente no nos vemos mucho fuerade clase. ¿Qué tal va todo?

La pregunta de Miles la cogiódesprevenida, tal vez porque desde esamañana albergaba un gran sentimientode culpa. Le gustó no oír la apostilla de«¿Dónde te escondías?» o «¿Acaso meestás esquivando?». Solo una pregunta:«¿Qué tal va todo?».

Ella lo miró contenta, pero alresponder se olvidó de sonreír y

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prácticamente lo hizo con una muecadolorosa.

—Todo va muy bien.—Hum, oh-oh.«Una pelea horrible con Daniel».

«Mentiras a mis padres». «Perder a mimejor amiga». A una parte de ella lehabría gustado contárselo todo a Miles,pero sabía que no debía hacerlo. Nopodía. Eso llevaría su amistad a unpunto que ella no sabía si era eldeseable. Nunca había tenido a unhombre como amigo con el quecompartirlo todo y confiar tanto como enuna amiga. ¿Las cosas no se podrían…complicar?

—Miles —dijo al fin—, ¿qué hace

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la gente aquí por Acción de Gracias?—No sé. Me temo que nunca he

estado aquí para saberlo, aunque mehubiera gustado. El Día de Acción deGracias en mi casa es algo odiosamenteostentoso. Somos cien personas por lomenos. Y se sirven como diez platos. Y,además, hay que ir de etiqueta.

—¿Bromeas?Negó con la cabeza.—Ojalá. Hablo en serio. Incluso

tenemos que contratar aparcacoches.Hizo una pausa antes de proseguir:—Oye, pero ¿por qué me lo

preguntas? ¿Necesitas un lugar adondeir?

—Bueno…

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—Estás invitada. —Él se echó a reíral ver su expresión de asombro—. Te loruego. Mi hermano, mi única cuerda desalvamento, está en la universidad y noirá a casa este año. Te enseñaré la zonade Santa Bárbara. Podemos librarnosdel pavo y conseguir los mejores tacosdel mundo en Super Rica. —Arqueó unaceja—. Tenerte conmigo hará que todosea mucho menos temible. Puede queincluso sea divertido.

Mientras Luce reflexionaba sobre supropuesta, notó una mano en la espalda.A esas alturas conocía ya el tactotranquilizador, casi terapéutico, deFrancesca.

—Esta noche he hablado con Daniel

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—dijo Francesca.Luce intentó mostrarse impasible

cuando la profesora se inclinó haciaella. ¿Acaso Daniel había ido a verladespués de que Luce lo dejara plantado?La idea le hizo sentirse celosa, pero enrealidad no sabía por qué.

—Está preocupado por ti. —Francesca se interrumpió, como siescrutara el rostro de Luce—. Le dijeque vas muy bien, considerando que teencuentras en un entorno nuevo. Ytambién que estoy a tu disposición paracualquier cosa que necesites. Por favor,deberías acudir a mí si tienes algunaduda.

Su mirada se volvió más adusta, más

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dura. «Acude a mí en lugar de ir aSteven», era lo que parecía decir sinpalabras.

Francesca se marchó con la mismarapidez con que había aparecido, con elforro de seda de su abrigo blanco delana agitándose contra sus mediasnegras.

—Así que… Acción de Gracias —dijo al fin Miles frotándose las manos.

—Vale, vale. —Luce se tomó el caféque le quedaba—. Me lo pensaré.

Shelby no apareció por el pabellónnefilim para las clases de la mañana,que consistieron en una sesión acerca decómo invocar a antepasados angelicales,que era algo parecido a enviar un

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mensaje celestial de voz. A la hora delalmuerzo, Luce empezó a inquietarse.Sin embargo, cuando iba a clase dematemáticas vislumbró el chalecogrueso rojo y se dirigió corriendo haciaella.

—¡Eh! —dijo tirando de la espesacola rubia de su compañera dehabitación—. ¿Dónde estabas?

Shelby se volvió lentamente. Laexpresión de su rostro devolvió a Luce asu primer día en la Escuela de la Costa.Shelby tenía los orificios de la nariz apunto de estallar y sus cejas estabantotalmente encorvadas.

—¿Estás bien? —preguntó Luce.—Sí.

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Shelby se giró y empezó a manipularla consigna que le quedaba más a mano,pulsó una combinación y la abrió. En elinterior había un casco de fútbolamericano y aproximadamente toda unacaja de botellas de Gatorade. En eldorso de la puerta había un póster de lasanimadoras de los Lakers.

—¿Esta es tu consigna? —preguntóLuce.

No conocía ningún nefilim que usaraconsigna, pero Shelby hurgó en aquella yarrojó descuidadamente por encima delhombro unos calcetines sudados ysucios.

Shelby cerró la puerta de golpe ypasó a la combinación de la siguiente

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consigna.—¿Es que ahora te dedicas a juzgar

lo que hago?—No. —Luce negó con la cabeza—.

Shelby, ¿qué te ocurre? Hasdesaparecido toda la mañana, no has idoa clase…

—Pero ahora estoy aquí, ¿no? —suspiró Shelby—. Francesca y Stevenson mucho menos estrictos a la hora deconceder un día por asuntos personalesque los humanoides de por aquí.

—¿Para qué necesitas un día asuntospersonales? Anoche estabas bien hastaque…

Hasta que apareció Daniel.Justo en el momento en que apareció

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Daniel por la ventana, Shelby habíapalidecido y se había ido directamente ala cama sin decir nada y…

Mientras Shelby la miraba como side pronto su coeficiente intelectualhubiera descendido a la mitad, Luce sepercató del ambiente que reinaba en elresto del pasillo. Había chicas junto alas paredes grises donde terminaba lahilera de consignas de color teja: Dawn,Jasmine y Lillith; las pijas de chaquetade punto como Amy Branshaw de lasclases de la tarde de Luce; unas chicasde aspecto punk y con piercings, que separecían un poco a Arriane, aunque noeran tan divertidas como ella, y otras alas que Luce no había visto antes; todas

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se apretaban los libros contra el pecho,hacían globos de chicle y dirigían lamirada al suelo alfombrado, al techo devigas de madera y a las demás. Mirabanen cualquier dirección excepto a Luce ya Shelby. Sin embargo, era evidente quetodas ellas estaban pendientes de suconversación.

Comenzó a dilucidar el porqué conuna sensación molesta en el estómago.Aquel era el mayor enfrentamiento entreun nefilim y un no nefilim que Lucehabía visto hasta el momento en laEscuela de la Costa. Todas las chicasdel pasillo habían caído en la cuentaantes que ella.

Shelby y Luce estaban a punto de

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pelearse por un chico.—¡Oh! —Luce tragó saliva—. Tú y

Daniel…—Sí. Estamos juntos. Desde hace

tiempo. —Shelby no levantó la miradahacia ella.

—Muy bien.Luce se centró en respirar. Podía

hacer frente a esa situación. Pero lasmurmuraciones que recorrían el muro dechicas le erizaron la piel y se puso atemblar.

—Lamento que esa idea tedesagrade tanto —dijo Shelby con aireburlón.

—No, no es eso. —Pero Luce sentíadesagrado hacia sí misma—. Siempre

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pensé que yo era la única…Shelby se puso las manos en jarra.—¿Pensabas que cada vez que

desaparecías durante diecisiete añosDaniel no hacía nada? ¡Despierta de unavez, Luce! Daniel tiene un tiempo previoa ti. O un intermedio. O lo que sea. —Seinterrumpió y dirigió una mirada desoslayo a Luce—. ¿De verdad eres tanegocéntrica?

Luce se había quedado sin habla.Shelby gruñó y se volvió hacia las

chicas del pasillo.—Este campo de fuerza plagado de

estrógenos ha de disiparse —espetósacudiendo los dedos hacia las chicas—. Vamos, moveos todas. ¡Ya!

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Mientras las chicas se marchaban atoda prisa, Luce apretó la cabeza contrala consigna metálica y fría y deseópoder meterse y ocultarse dentro.

Shelby apoyó la espalda contra lapared que había junto a la cara de Luce.

—¿Sabes? —dijo con un tono de vozmás suave—. Daniel es un novio demierda. Y un mentiroso. Te miente.

Luce se incorporó con las mejillasenrojecidas para pegar a Shelby. Pormuy enfadada que estuviera ella conDaniel en ese instante, nadie iba ahablar mal de él.

—Ay. —Shelby se zafó—. ¡PorDios, cálmate!

Se deslizó por la pared hasta dejarse

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caer en el suelo.—Mira, no debería haber hablado

de esto. Fue una noche estúpida de hacemucho tiempo, y era evidente que el tíose sentía muy mal sin ti. Yo entonces noos conocía a ninguno de los dos y todala leyenda sobre vosotros dos meparecía… tremendamente aburrida. Locual, por si te interesa, explica elenorme resentimiento que te he tenido.

Dio una palmadita en el suelo a sulado y Luce se deslizó por la pared parasentarse. Shelby esbozó una sonrisatímida.

—Te lo juro, Luce. Nunca pensé quete conocería. Y desde luego, nunca creíque serías tan… guay.

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—¿Guay? ¿Me tienes por guay? —preguntó Luce sonriendo para susadentros—. Tenías razón cuando decíasque solo estoy pendiente de mí misma.

—Hum, justo lo que pensaba. Eresdel tipo de personas con las que esimposible estar enfadada, ¿no? —suspiró Shelby—. Está bien. Sientohaber ido tras tu novio y, ya sabes,haberte odiado antes de conocerte. Novolveré a hacerlo.

Era raro que lo que habría podidoseparar al instante a dos amigas lasacercara aún más. Shelby no teníaninguna culpa. Y si Luce sentía el menorenfado al respecto, lo tenía que tratarcon… Daniel. Shelby había hablado de

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«una noche estúpida». Pero ¿qué habíaocurrido en realidad?

Al atardecer Luce descendió por laescalera que llevaba a la playa. Hacíacada vez más frío conforme seaproximaba al agua. Los últimos rayosdel sol se colaban por entre la fina capade nubes y teñían el océano de colornaranja, rosa y azul pastel. El mar encalma se extendía ante ella como uncamino hacia el Cielo.

Solo supo lo que hacía allí cuandoalcanzó el amplio círculo de arena aúnennegrecida por la hoguera de Roland.Al poco se encontró agachada detrás de

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la gran piedra de lava desde dondeDaniel se la había llevado. Donde losdos habían bailado y habían malgastadosus preciosos y escasos momentos juntospeleándose por algo tan estúpido comoel color de su pelo.

Callie había tenido un novio enDover con el que había terminado porculpa de una tostadora. Uno de elloshabía atascado el aparato tras querermeter en él un bollo enorme, y el otro seenfadó de forma bárbara. Luce norecordaba todos los detalles, pero sí quese había preguntado: «¿Quién puedesepararse por culpa de unelectrodoméstico?».

Pero Callie le dijo que en realidad

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no habían terminado por eso: latostadora solo había sido un símbolo detodo cuanto iba mal entre ellos.

Luce detestaba pelearse con Daniel.La disputa de la playa, sobre peloteñido, le recordaba la historia deCallie. Le parecía como un adelanto deuna discusión de mayor envergadura ymás desagradable.

Al arroparse para resguardarse delviento, Luce cayó en la cuenta de quehabía bajado hasta allí para averiguar enqué se habían equivocado esa noche. Sehabía pasado el rato buscando como unaidiota indicios en el agua, alguna pruebagrabada en la áspera roca volcánica.Había rebuscado por todas partes menos

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en ella misma. Porque lo que Lucealbergaba en su interior eraprecisamente el enorme enigma de supasado. Quizá las respuestas estuvieranen algún lugar dentro de lasAnunciadoras, pero por el momentoquedaban lejos de su alcance.

No quería culpar a Daniel, laingenua había sido ella al suponer quesu relación siempre había sidoexclusiva. Sin embargo, él tampoco lehabía dado a entender nunca locontrario. En cierto modo, habíapermitido que se topara con esasorpresa tan desagradable. Eso leresultaba muy molesto. Era un punto másen la larga lista de cosas que Luce creía

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que merecía saber y que Daniel noconsideraba oportuno contarle.

Entonces notó algo parecido a lalluvia, una especie de llovizna en lasmejillas y en las yemas de los dedos detacto caliente en vez de frío. Tenía unaconsistencia ligera como el polvo y noera húmedo. Volvió el rostro al cielo yquedó deslumbrada por una intensa luzde color violeta. Como no queríaprotegerse la vista, continuó mirandoincluso cuando la luz aumentó y resultódolorosa. Las partículas oscilaronlentamente en dirección a las aguas, alborde justo de la costa, formando undibujo y delimitando una silueta que ellareconocería en cualquier sitio.

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Estaba más atractivo si cabía. Seaproximaba a la orilla con los piesdesnudos suspendidos a unos pocoscentímetros del agua. Sus amplias alasblancas parecían ribeteadas por una luzde color violeta y se agitaban de unmodo casi imperceptible bajo el fuerteviento. Resultaba injusto el modo en quemirarlo la hacía sentir: pasmada,eufórica y un poco asustada. Apenaspodía pensar en nada. Todos los enojoso enfados se desvanecían, dando paso auna atracción irreprimible hacia él.

—No dejas de aparecerte —susurróella.

La voz de Daniel recorrió las aguas.—Te dije que quería hablar contigo.

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Luce notó que fruncía la boca.—¿Sobre Shelby?—Sobre el peligro al que te

expones.Daniel hablaba sin rodeos. Pensaba

que la mención de Shelby le haríareaccionar, pero se limitó a ladear lacabeza. Llegó a la orilla húmeda de laplaya, donde el agua se volvía espuma yse alejaba, y permaneció flotando sobrela arena ante ella.

—¿A qué te refieres con Shelby?—¿En serio vas a fingir que no lo

sabes?—Un momento.Daniel fue a posar los pies en el

suelo y dobló las rodillas en cuanto rozó

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la arena con los talones desnudos. Alenderezarse de nuevo, sus alasretrocedieron, apartándose de su cara ylevantando una ráfaga de aire. Porprimera vez Luce se figuró que debíande ser muy pesadas.

Aunque a Daniel no le llevó más deun par de segundos alcanzarla, nuncasería lo bastante rápido para rodear aLuce por la espalda con sus brazos yatraerla hacia sí.

—No volvamos a empezar —dijo él.Luce cerró los ojos y dejó que la

aupara. La boca de Daniel encontró lasuya, y ella levantó la cara hacia el cielodejando que su roce la inundara. Nohabía oscuridad ni frío, solo la fabulosa

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sensación de estar bañada en su luz decolor violeta. Incluso el fragor de lasaguas del océano se vio anulado por unmurmullo suave, la energía que recorríael cuerpo de Daniel.

Se asió al cuello de él con fuerza yle acarició los firmes músculos de loshombros y trazó el contorno blando yespeso de sus alas. Eran potentes,blancas y relucientes, y siempre leparecían mucho mayores de como lasrecordaba. Eran como dos velasenormes a cada costado, y cadacentímetro de ellas era perfecto y suave.Ejercían cierta tensión al tacto, unatensión semejante a la de un lienzo bienextendido, aunque en este caso, la

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sensación era mucho más sedosa ydeliciosamente suave y aterciopelada.Las alas parecían reaccionar a suscaricias, e incluso se extendían haciadelante para rozarla y acercarla más,hasta que Luce quedó sumergida enellas, acurrucada cada vez más en suinterior y, sin embargo, sin llegar asentirse satisfecha por completo.

Daniel se estremeció.—¿Estás bien? —susurró ella, pues

él a veces se inquietaba cuando lascosas entre ellos empezaban a subir detemperatura—. ¿Te duele?

Pero aquella noche la mirada de élera ansiosa.

—Es fabuloso. No hay nada igual.

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Y él entonces le deslizó los dedoshasta la cintura, y los metió por debajodel jersey. Por lo común, las más suavede las caricias de Daniel hacía que Luceperdiera la cabeza. Pero en esa ocasiónsu modo de tocarla era más enérgico.Casi violento. Luce no sabía qué lehabía pasado, pero le gustaba.

Daniel le recorrió la boca con loslabios y luego prosiguió hacia arriba,por el puente de la nariz hasta llegarcariñosamente a sus párpados. Cuandose separaron, ella abrió los ojos y lomiró.

—¡Qué bonita eres! —susurró él.Aunque aquellas palabras eran

exactamente las que a la mayoría de las

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chicas les hubieran gustado oír, encuanto Daniel las hubo pronunciado, aLuce le pareció como si le hubieranarrebatado el cuerpo y se lo hubieransustituido por el de otra persona.

Por el de Shelby.Y no solo el cuerpo de Shelby. A fin

de cuentas, ¿qué posibilidades había deque solo hubiera sido ella? ¿Habíahabido otros ojos, narices y mejillas quehubieran sido besados por Daniel? ¿Yotros cuerpos que se hubieran arrimadoa él en una playa? ¿Y otros labios a losque se hubiera aferrado? ¿Otroscorazones palpitantes? ¿Habríaintercambiado otros susurros dehalagos?

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—¿Qué te ocurre? —preguntó él.Luce se sentía mal. Aunque podían

llegar a empañar las ventanas con susbesos, en cuanto utilizaban la boca paraotras cosas como hablar, todo secomplicaba.

Ella apartó la cara.—Me has mentido.Contrariamente a lo que ella

esperaba y deseaba, Daniel no se burlóni se enfadó. Se sentó en la arena, apoyólas manos en las rodillas y se quedómirando las olas espumosas.

—¿En qué exactamente?En cuanto las palabras salieron de su

boca, Luce lamentó el curso que tomabala conversación.

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—Podría hacer lo mismo que tú y nodecirte nada nunca más.

—No puedo contarte lo que sea quequieras saber si no me dices qué es loque te molesta.

Ella pensó en Shelby, pero cuandose imaginó en el papel de celosa paraque entonces él la tratara como a unaniña, se sintió ridícula. En lugar de ellodijo:

—Tengo la impresión de que somosdos desconocidos. Es como si yo a ti note conociera más que a cualquier otrapersona.

—Oh.El tono de voz de Daniel era

tranquilo, y suy rostro conservaba una

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expresión enojosamente impasible, hastael punto de que Luce llegó a desearpoder sacudirle. No había nada que losacara de sus casillas.

—Daniel, me tienes secuestradaaquí. No sé nada. No conozco a nadie.Estoy sola. Cada vez que te veo levantasnuevos muros y no me dejas ir nuncamás allá. Nunca. Me has arrastradohasta aquí…

Aunque pensaba en California, eramucho más que eso. Su pasado, porlimitada que fuera la idea que tenía deél, se desplegó en su mente como sifuera el rollo de una película que, alcaer, rodara por el suelo.

Daniel la había arrastrado mucho

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más allá de California. La habíaarrastrado a lo largo de siglos de luchascomo esta. Por muertes agónicas queprovocaban dolor a todo su entorno:como esos agradables ancianos quehabía visto la semana anterior. Danielhabía arruinado la vida de aquellapareja, matando a su hija. Y todo por seruna especie de ángel célebre que habíavisto algo que le apetecía y queríaconseguir.

No. Él no solo la había arrastradohasta California. La había arrastrado auna eternidad maldita. Una carga quedebería haber soportado él solo.

—Por culpa de tu maldición sufroyo, y todas las personas que me quieren.

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Daniel se estremeció como siacabara de encajar un golpe.

—Quieres volver a casa —dijo.Ella dio una patada en la arena.—Quiero volver atrás. Quiero que

retires lo que fuera que hiciste y que memetió en este atolladero. Lo único quequiero es vivir una vida normal, yromper con gente normal por problemasnormales, como una tostadora, y no pormisterios sobrenaturales del universoque tú ni siquiera me confías.

—Espera.Daniel había palidecido por

completo. Tenía los hombros rígidos y letemblaban las manos. Incluso las alas,que instantes atrás parecían poderosas,

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presentaban ahora un aspecto frágil. ALuce le hubiera gustado extender lamano y tocarlas, como si, de algúnmodo, ellas pudieran hacerle ver si eldolor que ella veía en los ojos de Danielera genuino, pero se contuvo.

—¿Estamos rompiendo? —preguntóél en voz baja.

—¿Estamos juntos, Daniel?Él se puso de pie y le tomó la cabeza

con las palmas de las manos. Antes deque ella pudiera separarse de él, notóque el calor le abandonaba las mejillas.Cerró los ojos e intentó resistirse almagnetismo de su contacto, pero era muypotente, más que cualquier otra cosa.

Aquello disipó su enfado, y dejó su

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identidad hecha añicos. ¿Quién era ellasin él? ¿Por qué la atracción haciaDaniel superaba cualquier cosa que ladistanciase de él? La sensatez, laprudencia, el instinto de supervivencia:nada de eso podía competir con él.Seguramente, parte del castigo de Danielconsistía en que ella permaneciera atadaa él para siempre, como la marioneta asu titiritero. Luce sabía que no debíadesearlo con toda el alma, pero no podíaevitarlo. Era verlo, sentir sus caricias…y el resto del mundo pasaba a unsegundo plano.

Tan solo deseaba que quererlo nofuera tan duro.

—¿De qué iba eso de la tostadora?

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—le susurró Daniel al oído.—Supongo que no sé lo que quiero.—Yo sí. —Con actitud resuelta, la

miraba intensamente—. Yo te quiero a ti.—Lo sé, pero…—Nada cambiará nunca esto, oigas

lo que oigas, ocurra lo que ocurra.—Pero yo necesito algo más que ser

querida. Necesito que estemos juntos deverdad.

—Eso será pronto, te lo prometo.Todo esto es provisional.

—Eso ya me lo has dicho. —Luceobservó que la luna se había alzadosobre sus cabezas. Era de color naranjaintenso y estaba en fase menguante—.¿De qué querías hablarme?

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Daniel le colocó un mechón rubiodetrás de la oreja y se lo quedó mirandoun buen rato.

—De la escuela —dijo, con unavacilación que hizo pensar a Luce queno estaba siendo sincero—. Le pedí aFrancesca que estuviera pendiente de ti,pero lo quería comprobar con mispropios ojos. ¿Aprendes alguna cosa?¿Lo pasas bien?

De pronto Luce sintió muchas ganasde alardear ante él de su trabajo con lasAnunciadoras, de su conversación conSteven y de las ocasiones en que habíavislumbrado a sus padres. Pero el rostrode Daniel parecía más ansioso y abiertode lo que lo había estado en toda la

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velada. Parecía esforzarse por evitaruna disputa, así que Luce decidió hacerlo mismo.

Cerró los ojos y le dijo lo que élquería oír. Que la escuela estaba bien. Yque ella estaba bien. Los labios deDaniel se posaron de nuevo en los deella, fervientes, y Luce sintió que uncosquilleo le recorría todo el cuerpo.

—Tengo que marcharme —dijo él alfin poniéndose de pie—. Ni siquieradebería estar aquí, pero no puedomantenerme lejos de ti. Me preocupopor ti sin cesar. Te quiero, Luce. Pormucho que duela.

Ella cerró los ojos contra el embatede sus alas y la arena que levantó al

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emprender el vuelo.

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10

Nueve días

Una serie repetida de chasquidos ygolpes metálicos interrumpían el cantode las águilas pescadoras. Unprolongado y sonoro sonido de metalcontra metal, y el ruido de una fina hojade plata al rebotar en la cazoleta deloponente.

Francesca y Steven luchaban.Bueno, no; en realidad practicaban

esgrima. Estaban haciendo una

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demostración para sus alumnos antes deque se enfrentaran en combate.

—Saber cómo blandir una espada,tanto si se trata de un florete de pocopeso como estos de hoy como de algotan peligroso como un sable corto, esuna habilidad muy valiosa —dijo Stevencon voz grave rasgando el aire con lapunta de su arma efectuandomovimientos breves, como si estuvierautilizando un látigo—. Los ejércitos delCielo y del Infierno pocas veces seenzarzan en combates, pero cuando lohacen… —Sin mirar, desplomóbruscamente su arma a un lado endirección a Francesca, y ella, tambiénsin mirar, alzó la espada y detuvo el

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golpe—. Siguen ajenos a la artilleríamoderna. Las dagas, los arcos y lasflechas, las enormes espadasardientes… esas son nuestras armaseternas.

El combate que tuvo lugar acontinuación solo era de exhibición, unamera lección. Francesca y Steven nisiquiera llevaban las máscaras.

Era ya la última hora de la mañanadel miércoles, y Luce estaba sentadaentre Jasmine y Miles en el ampliobanco de la terraza. Toda la clase,incluidos los profesores, se habíancambiado de ropa e iban ataviados conla vestimenta blanca habitual de lospracticantes de esgrima. La mitad de la

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clase sostenían en la mano unasmáscaras negras con rejilla. Luce habíallegado al armario de material paracoger una justo después de que alguiense llevara la última, pero eso no le habíapreocupado en absoluto. Confiaba enpoder zafarse de la vergüenza dedemostrar frente a toda la clase suineptitud: por el modo en que los demásmanejaban las armas en la terraza eraevidente que lo habían hecho antes.

—La idea es ofrecer al adversario elmenor blanco posible —explicóFrancesca al corro de estudiantes quetenía alrededor—. Así que hay quedesplazar el peso sobre un pie y avanzarcon el pie de la espada. Y, luego,

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balancearse atrás y adelante hastapenetrar en la línea de tiro y retroceder.

De pronto ella y Steven se lanzarona una carga de embestidas y paradas,provocando un repiqueteo intenso alrepeler de forma ágil los embates decada uno. Francesca descargó un golpeoblicuo a la izquierda y entonces élatacó hacia delante; ella se balanceóhacia atrás, de modo que alzórápidamente la espada y la giró y laposó en la muñeca de él.

—Touché! —exclamó ella riéndose.Steven se volvió hacia la clase.—Touché en francés significa

«tocado». En esgrima los puntos secuentan por toques.

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—De haber luchado de verdad —siguió Francesca—, me temo que ahorala mano de Steven yacería en el sueloensangrentada. Lo siento, cariño.

—Está bien —dijo él—. Está bien.Entonces arremetió contra ella de

lado y fue casi como si se separara delsuelo. En el estrépito que siguió, Luceperdió de vista la espada de Stevenmientras atravesaba el aire una y otravez, hasta casi cortar a Francesca, lacual lo esquivó de forma lateral atiempo y apareció detrás de él.

Pero él la esperaba y le apartó elarma antes de desplomar la punta de suespada contra el empeine de la mujer.

—Me temo, querida, que te has

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levantado con mal pie.—Eso ya se verá.Francesca levantó una mano y se

arregló el pelo. Los dos se miraban confuria.

Cada ronda de combate violentoprovocaba la alarma en Luce. Ellaestaba acostumbrada a sentirse inquieta,pero curiosamente el resto de la clasetambién estaban nerviosos. Era unainquietud mezclada con excitación.Nadie podía mantener la calmacontemplando a Francesca y Steven.

Hasta ese día, Luce se habíapreguntado a menudo por qué los nefilimno formaban parte de los equiposdestacados de la Escuela de la Costa.

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Jasmine, de hecho, había respondido conuna mueca de disgusto cuando Luce lehabía propuesto presentarse junto conDawn a las pruebas para entrar en elequipo de natación. Hasta que esamañana había oído decir a Lilith en elvestuario que todos los deportes,excepto la esgrima, eran«tremendamente aburridos», Luce habíacreído que los nefilim simplemente noeran dados a los deportes. Pero no eraasí. Simplemente, escogían con esmero aqué juego querían jugar.

Luce se estremeció al imaginarse aLilith —que conocía la traducción alfrancés de todos los vocablos referidosa la esgrima y que Luce ni siquiera sabía

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en inglés— lanzándose al ataque con suporte esbelto y su caráctermalintencionado. Si el resto de la clasefuese apenas una décima parte dehábiles que Francesca y Steven, al finalde la clase Luce sin duda quedaríareducida a un montón de extremidadescercenadas.

Sus profesores eran claramente unosexpertos, y rechazaban y lanzabanembestidas con agilidad. La luz del solse reflejaba en sus espadas y en suvestimenta acolchada de color blanco.Las ondas espesas y rubias del cabellode Francesca caían en cascada formandoun halo precioso sobre sus hombros algirar hacia Steven. Sus pies dibujaban

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unos pasos tan bellos y elegantes en elsuelo que el combate parecía una danza.

Ambos tenían una expresiónobstinada en la cara, y reflejaban unadeterminación brutal de vencer. Tras losprimeros toques, quedaron empatados.Seguramente estaban cansados.Llevaban combatiendo más de diezminutos sin apuntarse ningún tanto.Empezaron a luchar con tanta fiereza quelos filos de las armas dejaron de verse;solo quedó un encono magnífico, unsuave zumbido en el aire y el chasquidoincesante de las espadas al chocar entreellas.

Con cada choque de espadasempezaron a saltar chispas. ¿Chispas de

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amor o de odio? En algunos momentos,casi parecían ambas cosas.

Y aquello inquietó a Luce. Sesuponía que el amor y el odio debíanocupar espacios claramente opuestos enel espectro. La distinción resultaba tanclara como… bueno, como la que enotros tiempos le había parecido queexistía entre ángeles y demonios. Peroeso ya no era así. Observó a susprofesores con reverencia y temor,mientras en su mente se abría paso elrecuerdo de la disputa de la nocheanterior con Daniel. Los sentimientos deamor y de odio —que, aunque sin serexactamente odio, sí era una sensaciónde enfado creciente— se mezclaban en

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su interior.Entonces se oyó una ovación de sus

compañeros de clase. A Luce le parecíaque apenas había apartado la vista, y sinembargo no lo había visto. La punta dela espada de Francesca había tocado elpecho de Steven. Cerca del corazón.Ella apretaba su fina arma contra élhasta casi arquearla. Los dospermanecieron en silencio durante uninstante mirándose fijamente. Luce nosabía si eso también formaba parte de lademostración.

—Justo al corazón —dijo Steven.—Como si tuvieras corazón —

musitó Francesca.Por un momento los dos parecieron

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ajenos al hecho de que la terraza estaballena de alumnos.

—Una victoria más para Francesca—declaró Jasmine. Volvió la cabezahacia Luce y bajó la voz—: Pertenece auna larga saga de ganadores. ¿Steven?No tanto.

Aquel comentario parecía estarcargado de connotaciones, pero Jasminese acomodó con un leve salto en elbanco, se puso la máscara y se ajustó lacola, preparada para el combate.

Mientras los demás estudiantesalborotaban a su alrededor, Luce intentóimaginarse algo parecido entre ella yDaniel: con ella sacando ventaja yteniéndolo a merced de su espada, igual

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que Francesca tenía a Steven. Enrealidad, resultaba prácticamenteimposible de imaginar. Y eso lapreocupaba, no porque quisiera dominara Daniel, sino porque no quería estarsiempre sometida. La noche anterior sehabía sentido a merced de él. Elrecuerdo de aquel beso la inquietaba, lasonrojaba y la abrumaba, pero no delmodo en que tendría que hacerlo.

Ella quería a Daniel, pero…Debería poder pronunciar esa frase

sin necesidad de esa conjunciónhorrible; sin embargo, le resultabaimposible. Lo que en ese momentotenían no era lo que quería. Y si lasnormas del juego iban a ser siempre así,

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entonces ella no sabía si quería jugar.¿Qué clase de pareja era ella paraDaniel? ¿Qué clase de pareja era él paraella? Si alguna vez se había sentidoatraído por otras chicas… seguramentese lo había planteado también. ¿Habríaalguien que pudiera proporcionarcondiciones de igualdad a cada uno?

Cuando Daniel la besaba, Luce sabíaen lo más profundo de su ser que él erasu pasado. Bajo su abrazo, luchaba condesesperación para que él se convirtieraen su presente. Pero en cuanto sus labiosse separaban, la certeza de que él fuerasu futuro se desvanecía. Necesitabatener la libertad para tomar esadecisión. Ni siquiera sabía qué había

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más allá.—Miles —exclamó Steven, que

había asumido de nuevo por completo supapel de profesor, y envainaba la espadaen un estuche estrecho de cuero negro ala vez que señalaba con la cabeza laesquina orientada al noroeste de laterraza—. Tú te enfrentarás a Rolandallí.

Miles, sentado a la izquierda deLuce, se inclinó hacia ella y susurró:

—Tú y Roland os conocéis de hacetiempo, ¿cuál es su talón de Aquiles? Nopienso perder contra el nuevo.

—Hum. Pues no lo sé, la verdad.Luce se quedó en blanco. Volvió la

mirada hacia Roland, que ya tenía el

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rostro tapado por la máscara, y se diocuenta de las pocas cosas que sabía deél: el catálogo de productos del mercadonegro; que tocaba la armónica y tambiénque había hecho reír mucho a Daniel ensu primer día en Espada & Cruz. Dehecho, nunca pudo averiguar de quéhabían hablado… Ni tampoco qué hacíaRoland en la Escuela de la Costa. En lotocante al señor Sparks, Luce estabatotalmente perdida.

Miles le dio un golpecito en larodilla.

—Luce, estaba bromeando. Esprácticamente imposible que ese tipo nome dé una patada en el culo. —Se pusoen pie entre risas—. Deséame suerte.

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Francesca se había encaminadohacia el otro lado de la terraza, cerca dela entrada al pabellón, y tomaba sorbosde una botella de agua.

—Kristy y Millicent, a esa esquina—indicó a dos nefilim peinadas concoleta y con zapatillas de deporte negrasiguales—. Shelby y Dawn, venid amediros aquí. —Luego hizo un gestohacia el rincón de la terraza en el que seencontraba Luce—. Los demás vais amirar.

Luce se sintió aliviada de que nohubieran mencionado su nombre. Cuantomás presenciaba el método de enseñanzade Francesca y Steven, menos locomprendía. Una demostración

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amedrantadora sustituía cualquierformación verdadera. No se trataba demirar y aprender, sino de mirar y lucirsedirectamente.

Cuando los seis primeros alumnosocuparon sus posiciones en la terraza,Luce sintió una gran necesidad deaprender todo el arte de la esgrima deuna vez.

—En garde! —gritó Shelby altiempo que arremetía con un golpe defondo para luego quedarse agachada conlas piernas flexionadas y la punta de laespada a pocos centímetros de Dawn,cuya espada seguía envainada.

Los dedos de Dawn zigzagueabanpor su cabello corto y negro mientras se

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lo recogía con horquillas en forma demariposa.

—No puedes gritar en gardemientras me preparo para un combate,Shelby. —Su voz era incluso más agudacuando se enfadaba—. ¿Acaso te criasteentre lobos? —resopló con el últimopasador de plástico aún entre los dientes—. Vale —dijo entonces sacando laespada—. Ya estoy lista.

Shelby, que había guardado suposición de fondo baja durante toda lasesión de peluquería de Dawn, seincorporó entonces y se miró las uñas.

—Un momento, ¿me da tiempo ahacerme la manicura? —dijoprovocando a Dawn lo suficiente para

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que adoptase una postura de ofendida yblandiera la espada.

—¡Qué grosera! —espetó Dawn.Pero, para sorpresa de Luce, su arte enesgrima mejoró al instante: rasgó el airecon la espada muy hábilmente y asestóun golpe en un costado a Shelby. Dawnera una luchadora fabulosa.

Jasmine, junto a Luce, se partía derisa.

—Un combate infernal.Una sonrisa asomó también al rostro

de Luce; jamás había conocido a nadietan inquebrantablemente optimista comoDawn. Al principio, Luce habíasospechado cierta falsedad, una fachada.En el Sur, de donde era ella, aquella

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actitud de felicidad constante no seconsideraba auténtica. Sin embargo,Luce se había quedado impresionadaante lo rápido que Dawn se habíarecuperado de aquel día en el yate. Eloptimismo de Dawn parecía no tenerlímites. A esas alturas, a Luce le costabaestar junto a la chica y no reír. Yresultaba especialmente difícil cuandoDawn concentraba su animosidadinfantil en propinar una paliza a alguientan diametralmente opuesto a ella comoShelby.

La situación entre Luce y Shelbyseguía siendo un poco extraña. Ella losabía, Shelby lo sabía, e incluso lalamparilla de noche en forma de Buda

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de su habitación parecía saberlo. Laverdad es que Luce en cierto mododisfrutaba viendo cómo Shelby luchabapor su vida mientras Dawn la atacabaalegremente.

Shelby era una luchadora firme ypaciente. Mientras la técnica de Dawnresultaba llamativa y vistosa, con lasextremidades girando en un auténticobaile por la terraza, Shelby era muyprudente en las embestidas, y parecíacasi como si las racionara. Mantenía lasrodillas dobladas y no se rendía antenada.

En cambio, había dicho a Luce quehabía dejado a Daniel después de pasarjuntos una noche. Se había apresurado a

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explicar que había sido porque lossentimientos de Daniel hacia Luceinterferían con cualquier otra cosa. PeroLuce no se lo creía. Había algo raro enla confesión de Shelby: algo que nocuadraba con la reacción de Danielcuando Luce sacó a colación el tema lanoche anterior. Él había actuado como sino hubiera nada que decir.

Un golpe sordo llamó la atención deLuce.

Al otro lado de la terraza Mileshabía caído de espaldas al suelo yRoland estaba literalmente sobre él. Dehecho, volaba.

Las enormes alas que se habíandesplegado de sus hombros eran como

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una capa gigantesca y estaban cubiertasde plumas, como si fueran las de unáguila, pero mostraban un bellojaspeado dorado entretejido en lasplumas de vuelo oscuras. Seguramenteen su atuendo de esgrima tenía lasrasgaduras finas que Daniel llevaba ensu camiseta. Luce nunca había visto lasalas de Roland y, como los demásnefilim, no podía apartar la vista deellas. Shelby le había contado que solounos pocos nefilim tienen alas, y ningunode ellos iba a la Escuela de la Costa.Ver el porte de Roland al luchar, aunquese tratara de un combate de prácticas deesgrima, provocó una oleada deexcitación en el grupo.

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Las alas eran tan llamativas queLuce necesitó un momento para observarque la punta de la espada de Roland sealzaba justo encima del esternón deMiles y que lo mantenía pegado al suelo.El traje de esgrima de Roland, de uncolor blanco intenso, y sus alas doradasrealzaban su silueta severa frente a losárboles oscuros y espesos que rodeabanla terraza. Con la máscara negra, Rolandaún resultaba más intimidatorio, másamenazador, que si se le hubiera podidover el rostro. Luce deseó que suexpresión fuera de diversión, porquetenía a Miles en una posición realmentevulnerable. Se puso de pie para ir haciaél, y le sorprendió notar que le

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temblaban las rodillas.—¡Oh, Dios mío, Miles! —exclamó

Dawn desde el otro lado de la terraza.Dejó de lado su propio combate, demodo que Shelby le entró con un toquecon coupé, tocó el pecho desprotegidode Dawn y ganó el punto de la victoria.

—No es el modo más deportivo deganar —dijo Shelby enfundando laespada—, pero a veces es el únicoposible.

Luce se apresuró por delante deellas y del resto de los nefilim que noestaban enzarzados en duelos, y seencaminó hacia Roland y Miles. Los dosresollaban. Roland ya había vuelto aposar los pies en el suelo y tenía las alas

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retraídas en la piel. Miles parecía estarbien; Luce era la única que no podíadejar de temblar.

—Me has ganado. —Miles riónervioso, apartando a un lado la puntade la espada—. No he visto venir tuarma secreta.

—Lo siento, tío —dijo Roland consinceridad—. No pretendía desplegarlas alas en tu contra, pero me ocurre aveces cuando me dejo llevar.

—Bueno, ha sido un buen combate,hasta entonces, al menos. —Mileslevantó la mano derecha para que leayudara a levantarse—. ¿Se dice eso de«un buen combate» en esgrima?

—No, nadie lo dice. —Roland se

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levantó la máscara con una mano y,esbozando una sonrisa, dejó caer laespada de la otra. Agarró la mano deMiles y la alzó con un solo gesto rápido—. Ha sido un buen combate.

Luce suspiró aliviada. Roland, porsupuesto, no haría daño a Miles. Rolandera extravagante y poco convencional,pero no era peligroso, aunque hubieraestado del bando de Cam la últimanoche en el cementerio de Espada &Cruz. Pero si no había motivo paratemerle, ¿por qué se había puesto tannerviosa? ¿Por qué no lograba detenerlos latidos de su corazón?

Entonces supo por qué. Era porMiles. Porque era el amigo más cercano

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que tenía en la Escuela de la Costa. Dehecho, últimamente cada vez que estabacon Miles pensaba en Daniel y en elmontón de cosas que resultaban ser unimpedimento entre ellos. A vecesdeseaba en secreto que Daniel fuera unpoco como Miles: alguien alegre y sincomplicaciones, una persona atenta ygenuinamente cariñosa, menos acosadapor problemas como ser víctima de unamaldición desde los albores del tiempo.

Un destello blanco pasó por delantede Luce y se desplomó en brazos deMiles.

Era Dawn, que se abalanzó sobre elchico con los ojos cerrados y unasonrisa enorme dibujada en la boca.

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—¡Estás vivo!—¿Vivo? —Miles la dejó de nuevo

en el suelo—. Si me he quedado sinaliento… ¡Menos mal que nunca hasvenido a verme jugar al fútbolamericano!

Detrás de Dawn, observando cómoesta acariciaba a Miles por donde laespada había rozado su chaqueta blanca,Luce se sintió incómoda. No, no era queella quisiera acariciar a Miles, ¿vale?Ella solo quería… bueno, no sabía loque quería.

—¿La quieres? —Roland asomó asu lado y le entregó la máscara quehabía utilizado—. Eres la siguiente,¿no?

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—¿Quién, yo? No, no. —Ella negócon la cabeza—. La campana está apunto de sonar.

Roland negó a su vez.—Buen intento. Basta con que te lo

creas y nadie sabrá que nunca antes haspracticado esgrima.

—Lo dudo mucho. —Luce tocó lamáscara de malla fina—. Roland, tengoque preguntarte algo…

—No. No pretendía hacer daño aMiles. ¿Por qué todo el mundo se haasustado tanto?

—Eso ya lo sé. —Intentó sonreír—.Es sobre Daniel.

—Luce, ya conoces las normas.—¿Qué normas?

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—Puedo conseguir muchas cosas,pero no puedo conseguirte a Daniel.Solo tienes que esperar.

—Espera un momento, Roland. Yasé que él no puede estar aquí ahoramismo. Pero ¿qué normas son esas? ¿Aqué te refieres?

Él señaló detrás de Luce. Francescale hacía señas para que se acercara.Todos los demás nefilim habían tomadoasiento en el banco, excepto unoscuantos que parecían prepararse para elsiguiente combate. Jasmine y una chicacoreana de nombre Sylvia; dos chicosaltos y delgados cuyos nombres Lucenunca lograba recordar, y Lilith, de pie ysola, que examinaba la punta roma de

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goma de su espada con escrupulosidad.—¿Luce? —dijo Francesca con voz

grave, señalando el espacio libre anteLilith—. A tu sitio.

—La prueba de fuego. —Rolandsilbó dándole una palmadita en laespalda—. Sin miedo.

A pesar de que solo había otroscinco alumnos en el centro de la terraza,a Luce le parecieron cien.

Francesca estaba de pie con losbrazos cruzados de forma relajada sobreel pecho. Tenía una expresión calmada,pero para Luce su serenidad era forzada.Tal vez quería que Luce perdiera en elcombate más brutal e incómodo posible.¿Por qué si no la enfrentaba a Lilith, que

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era unos treinta y cinco centímetros másalta que Luce, y cuyo pelo rojo yenmarañado le salía por detrás de lamáscara como si fuera la melena de unleón?

—Nunca he practicado —adujoLuce con poca convicción.

—No te preocupes, Luce. Nopretendemos que seáis duchos en estedeporte —le contestó Francesca—.Intentamos medir vuestra capacidadrelativa. Basta con que recuerdes lo queSteven y yo os hemos mostrado al iniciode la sesión y todo irá bien.

Lilith se rió, y dibujó una gran C enel aire con la punta del florete.

—La marca del Cero, perdedora —

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dijo.—¿Ahora te dedicas a alardear del

número de amigos que tienes? —replicóLuce.

Recordó lo que Roland le habíadicho sobre no demostrar miedo. Secolocó la máscara y tomó el florete queFrancesca le tendía. Ni siquiera sabíacómo se agarraba. Asió con torpeza laempuñadura y se preguntó si emplear lamano derecha o la izquierda. Ellaescribía con la derecha, pero jugaba alos bolos y bateaba con la izquierda.

Lilith la miraba como si quisieraverla muerta, y Luce sabía que no sepodía permitir el tiempo de hacer unswing para probarla con ambas manos.

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¿En esgrima había swings?Francesca se colocó detrás de ella

sin decir nada. Sus hombros acariciaronla espalda de Luce y prácticamenteenvolvió con su cuerpo diminuto a lachica; luego le cogió la mano izquierday la espada entre su mano.

—Yo también soy zurda —explicó.Luce fue a decir algo, sin saber si

debía protestar o no.—Como tú.Francesca se inclinó sobre ella para

verle la cara y dedicarle una mirada decomplicidad. Al recolocarle laempuñadura, una sensación cálida ytremendamente relajante fluyó a travésde los dedos de Francesca hacia Luce.

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Fuerza, tal vez coraje… Luce no supocómo funcionaba eso, pero se sintióagradecida por ello.

—Es mejor un agarre ligero —dijoFrancesca, llevándole los dedos hacia laempuñadura de detrás de la cazoleta—.Empleas demasiada fuerza, la direccióndel filo se vuelve menos hábil y losmovimientos defensivos, más limitados.Si el agarre es demasiado flojo,entonces el arma se te puede caer.

Con un gesto tranquilo y elegante,Francesca colocó los dedos de Luce entorno a la empuñadura detrás de lacazoleta. Con una mano en la espada y laotra en el hombro de Luce, Francesca seapartó ligeramente a un lado bloqueando

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el movimiento.—Paso adelante.Luce fue hacia delante apuntando

con la espada hacia Lilith.La pelirroja se pasó la lengua por

los dientes y dirigió una mirada celosa aLuce.

—Pase.Francesca retiró a Luce como si

fuera una pieza de ajedrez. Dio un pasoatrás, le dio la vuelta para verle la caray le susurró:

—El resto, simplemente, está demás.

Luce tragó saliva. «¿De más?»—En garde! —gritó Lilith. Tenía las

largas piernas dobladas y sostenía el

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florete directamente apuntado a Lucecon la mano derecha.

Luce se retiró con dos pasosrápidos; cuando se sintió a una distanciabastante segura, arremetió hacia delantecon el arma extendida.

Lilith se agachó con destreza haciala derecha de la espada de Luce, girósobre sus talones y atacó desde abajocon la suya, que fue a chocar contra elhierro de Luce. Las dos espadas sedeslizaron entre sí hasta que llegaron alpunto medio y se detuvieron. Luce tuvoque emplear toda su fuerza para detenerel florete de Lilith ejerciendo presióncon el suyo. Le temblaban los brazos,pero le sorprendió comprobar que era

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capaz de repeler a Lilith desde suposición. Finalmente, su contrincante seapartó y retrocedió. Luce la vioagacharse y girar varias veces, y empezóa intuirla.

Lilith jadeaba mucho por elesfuerzo, pero también como táctica dedespiste. Así, emitía un gran ruidomientras hacía un amago en unadirección, y luego con la punta delflorete cambiaba vertiginosamentedibujando un arco alto para sobrepasarla defensa de Luce.

Luce decidió hacer lo mismo.Cuando viró hacia atrás la punta de suflorete para conseguir su primer tanto,justo por debajo del corazón de Lilith,

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esta soltó un rugido ensordecedor.Luce se estremeció y retrocedió. Ni

siquiera creía haberla tocado con fuerza.—¿Estás bien? —gritó a punto de

quitarse la máscara.—No está herida. —En vez de Lilith

respondió Francesca con un sonrisa enlos labios—. Está enfadada porque laestás ganando.

Luce no tenía tiempo de preguntarsequé podía significar el que Francesca depronto pareciera pasárselo tan bien, yaque Lilith volvía a atacar apuntándolacon la espada. Luce levantó la suya parachocar con la de Lilith y luego giró tresveces la muñeca antes de soltarse.

Luce tenía el pulso acelerado pero

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se sentía bien. Notaba que le recorría elcuerpo una energía que no había sentidoen mucho tiempo. En realidad, aquellose le daba bien, casi tanto como a Lilith,que parecía nacida para empalar a lagente con objetos punzantes. A un solopunto, Luce, que jamás había sostenidouna espada, se percató de que teníaopciones de ganar.

Oía que los demás alumnos lanzabanvítores, y que algunos incluso gritabansu nombre. Reconoció la voz de Miles yle pareció oír a Shelby, lo cualrealmente la animó. Sin embargo, elruido de sus voces se mezclaba con algomás que emitía un sonido estático a unvolumen demasiado alto. Lilith luchaba

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con más encono todavía, pero de prontoa Luce le empezó a resultar difícilconcentrarse. Retrocedió, parpadeó yvolvió la vista al cielo. El solpermanecía oculto por los enormesárboles, pero eso no era todo. Unaarmada creciente de sombras avanzabandesde las ramas, como manchas de tintaextendiéndose justo por encima de lacabeza de Luce.

No. Ahora no. No con todo el mundomirando. Y no cuando le podía costar elcombate. Sin embargo, nadie más habíareparado en ellas, y eso parecíaimposible. Hacían tanto ruido que Luceno podía hacer otra cosa más quetaparse los oídos e intentar no oírlas. Se

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llevó las manos a los oídos con un gestoque hizo que la punta de la espada sedirigiera hacia el cielo y confundiera aLilith.

—¡No dejes que te asuste, Luce! ¡Escomo un veneno! —gritaba Dawn convoz cantarina desde el banco.

—¡Usa el prise de fer, la toma dehierro! —gritaba Shelby—. ¡Lilith loodia! Perdón: Lilith lo odia todo, ¡perosobre todo la toma de hierro!

Y así, había muchas más voces quegente en la terraza. Luce hizo una muecade asombro y se esforzó por no oír nada.Sin embargo, una voz se impuso porencima de la algarabía, aunque semanifestó como un susurro en su oído,

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justo detrás de su cabeza. Era la voz deSteven:

—Criba el ruido, Luce. Localiza elmensaje.

Ella giró rápidamente la cabeza a sualrededor, pero él se hallaba al otrolado de la terraza, mirando los árboles.¿Se refería a los nefilim? ¿A todo elruido y alboroto que estaban haciendo?Les miró los rostros, pero ni siquierahablaban. Entonces, ¿quién era? Por uninstante, cruzó la mirada con Steven y éllevantó la barbilla hacia el cielo, comosi señalara las sombras.

En los árboles que tenía sobre lacabeza, las Anunciadoras hablaban.

Y ella podía oírlas. ¿Llevaban

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mucho tiempo hablando?Latín, ruso, japonés. Inglés con

acento sureño. Francés chapurreado.Susurros, cantos, malas indicaciones,versos rimados. Y un prolongado gritode auxilio que helaba la sangre. Sacudióla cabeza a la vez que mantenía a raya laespada de Lilith, y las voces en lo altose detuvieron con ella. Miró a Steven yluego a Francesca. Aunque no lodemostraran, ella sabía que loescuchaban. Y también sabía que ellossabían que ella también escuchaba.

El mensaje escondido tras el ruido.Toda la vida había oído ese mismo

ruido cuando las sombras seaproximaban: era un zumbido

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desagradable, si bien ahora era distinto.Clash.La espada de Lilith chocó contra la

de Luce. La chica resoplaba como untoro enfadado. Luce se oyó a sí mismarespirar tras la máscara, jadeabamientras intentaba resistir la espada deLilith. Entonces fue capaz de escucharentre las voces. De pronto se pudoconcentrar en ellas. Para alcanzar elequilibrio, lo único que tenía que hacerera diferenciar el ruido estático de loverdaderamente importante, pero¿cómo?

«Il faut faire le coup double. Aprèsça, c’est facile à gagner», le susurróuna de las Anunciadoras en francés.

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Luce apenas había hecho dos cursosde francés en el instituto, pero esaspalabras llegaron a algún rincón de sucerebro. No solo su mente comprendióel mensaje, sino que en cierto modo sucuerpo también lo entendió. Caló en suinterior hasta el tuétano, y recordó: enotro tiempo había estado en un lugarcomo aquel, en un combate a espadacomo ese, en un punto muerto igual.

La Anunciadora le recomendabahacer un tocado doble, un movimientode esgrima complicado en el que secombinan, uno detrás de otro, dosataques individuales.

Su espada se deslizó por la de sucontrincante, y ambas se separaron. Un

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instante antes de que lo hiciera Lilith,Luce arremetió hacia delante con unúnico gesto limpio e intuitivo,orientando la punta de la espada hacia laderecha, seguido de otro hacia laizquierda, y luego precipitándose haciaun lado de las costillas de Lilith. Losnefilim jaleaban, pero Luce no sedetuvo. Se separó y luego arremetió denuevo, hundiendo la punta de su espadaen la guata a la altura del vientre deLilith.

Ese era el tercer punto.Lilith arrojó la espada al suelo de la

terraza, se quitó la máscara con enojo y,antes de encaminarse a toda prisa alvestidor, dirigió a Luce una mirada

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aterradora. El resto de la clase se pusoen pie, y Luce advirtió que suscompañeros la rodeaban. Dawn yJasmine la abrazaban y le daban unosapretones suaves y delicados. Shelby seacercó para darle un palmetazo con lamano, y Luce observó que Milesaguardaba pacientemente detrás de ella.Cuando le llegó el turno, él lasorprendió levantándola del suelo ydedicándole un largo y estrecho abrazo.

Ella le devolvió el abrazo sin poderolvidar lo rara que se había sentido aldirigirse hacia él tras el combate yencontrarse con que Dawn se le habíaadelantado. En ese momento,simplemente se sintió feliz de tenerlo,

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feliz por su auténtico apoyo.—Quiero que me des clases de

esgrima —dijo él riendo.Todavía en sus brazos, Luce elevó la

mirada al cielo, a las sombras quependían de las largas ramas. Sus vocesahora eran más suaves, menos nítidas,pero aun así más claras que en otrasocasiones; era como si ella por finhubiera conseguido sintonizar una radiocon ruido estático que llevabaescuchando durante años, si bien nosabía decir si aquello era motivo dealegría o de temor.

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11

Ocho días

—Espera un momento. —La voz deCallie retumbó al otro lado de la línea—. Deja que me pellizque paracomprobar que no estoy…

—No, no estás soñando —contestóLuce desde el teléfono que le habíanprestado. Pese a que la recepción eramala desde su posición en el lindero delbosque, el sarcasmo de Callie sepercibía de forma nítida y clara—. Soy

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yo, de verdad. Siento ser tan malaamiga.

Era jueves, después de cenar, y Lucese encontraba apoyada contra un robustotronco de secuoya. A su izquierda habíauna colina ondulada, más allá elacantilado y, tras este, el océano.Encima de las aguas el cielo todavíabrillaba con luz de color ámbar. Se dijoque posiblemente todos sus amigosestaban en el pabellón haciendo s’mores[1], y contándose cuentos de demoniosjunto a la chimenea. Era una actividadde Dawn y Jasmine que formaba partede las Noches Nefilim que Luce sesuponía que ayudaba organizar, aunqueen realidad lo único que había hecho

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había sido encargar una cuantas bolsasde nubes y algo de chocolate negro en lacantina.

Luego se había escapado al linderooscuro del bosque a fin de evitar a todala gente de la Escuela de la Costa yretomar un par de asuntos importantes.

Sus padres. Callie. LasAnunciadoras.

Había esperado hasta la noche parallamar a casa. Los jueves en chez Priceera el día que su madre salía a jugar almahjong a casa de los vecinos y supadre acudía al teatro municipal paraasistir a una transmisión simultánea dela función de la ópera de Atlanta. Lucese veía capaz de hacer frente a sus voces

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grabadas en el contestador hacía más dediez años y dejar grabado en él queseguía insistiendo sin cesar al señorCole que le permitiera salir del campuspara Acción de Gracias y que los queríamucho.

Callie no le pondría las cosas tanfáciles.

—Creía que solo llamabas losmiércoles —decía esta. Luce se habíaolvidado de la estricta normativa sobrellamadas telefónicas de Espada & Cruz—. Primero dejé de hacer planes losmiércoles para esperar tus llamadas —prosiguió su amiga—. Pero al cabo deun tiempo dejé de hacerlo. Por cierto,¿cómo has conseguido el móvil?

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—¿Eso es todo? —preguntó Luce—.¿Que cómo he conseguido un móvil?¿No estás enfadada conmigo?

Callie suspiró.—¿Sabes? Consideré la posibilidad

de enfadarme. Llegué incluso a imaginaren mi mente toda la pelea. Pero las dossalíamos perdiendo. —Se interrumpió—. Y lo cierto es que te echo de menos,Luce. Así que me dije: «¿Para quéperder el tiempo enfadándome?».

—Gracias —musitó Luce a punto dellorar de alegría—. Dime, ¿qué hasestado haciendo?

—Hum… Soy yo la que dirige laconversación. Será mi castigo porhaberme dejado de lado. Y lo que quiero

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saber es: ¿qué ocurre con ese chico?¿Creo que su nombre empezaba por C?

—Cam —gimió Luce. ¿Cam era elúltimo chico del que había hablado conCallie?—. Resultó que no era… el tipode persona que imaginaba. —Calló uninstante—. Ahora me estoy viendo conotro y las cosas van bastante… —Recordó el rostro brillante de Daniel ylo rápido que se ensombreció durante suúltimo encuentro, fuera en la ventana.

Luego pensó en Miles, en el cálido yformal Miles, tan agradable y poco dadoa los dramas, el que la había invitado asu casa para el Día de Acción deGracias; el que pedía pepinillos en lashamburguesas de la cantina aunque no le

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gustaban solo para poder sacarlos ydárselos a Luce; el chico que levantabala cabeza cuando se reía, de modo queella podía ver el brillo de sus ojosocultos tras la gorra de los Dodgers.

—Las cosas van bien —dijo al fin—. Salimos juntos a menudo.

—Oh, vaya, ya veo, vas de un chicode reformatorio a otro. Es un sueñohecho realidad, ¿verdad? Pero estosuena más serio; te lo noto en la voz.¿Vais a estar juntos por Acción deGracias? ¿Piensas traértelo a casa paraenfrentarlo a la cólera de Harry? ¡Ja, ja!

—Hum. Sí, tal vez —farfulló Lucesin saber si en realidad hablaba deDaniel o de Miles.

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—Mis padres insisten en hacer lasemana que viene una especie de granreunión familiar en Detroit —dijo Callie— que estoy boicoteando. Me hubieragustado hacerte una visita, pero meimagino que estarás encerrada en VillaReformatorio. —Guardó silencio uninstante, y Luce se la imaginóacurrucada en la cama de su habitaciónen Dover. Le pareció como si hubierapasado toda una vida desde que ellasiban juntas a la escuela. Habíancambiado tantas cosas—. Si vienes acasa, y además con tu chico delreformatorio, no habrá nada que medetenga.

—De acuerdo, Callie, pero…

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Un grito agudo interrumpió a Luce.—¿Quedamos de verdad?

Imagínatelo: en una semana nosacurrucaremos en tu sofá y nospondremos al día. Yo haré mis famosaspalomitas de azúcar para que nos ayudena soportar el aburrido pase dediapositivas de tu padre. Y ese canicheloco tuyo se pondrá como una fiera…

De hecho, Luce nunca había estadoen la casa de ladrillo rojo de Callie enFiladelfia y Callie nunca había visitadola casa de Luce en Georgia. Lo únicoque habían visto eran fotografías. Lavisita de Callie era una perspectivaperfecta, justo lo que Luce necesitaba enese momento. Pero también parecía

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completamente imposible.—Ahora mismo consultaré los

vuelos.—Callie…—Te envío un e-mail, ¿vale? —

Callie colgó antes de que Luce pudieraresponder siquiera.

Aquello no era bueno. Luce cerró elmóvil. No debería molestarse por queCallie se hubiera autoinvitado a Acciónde Gracias. En realidad, debería pensarque era maravilloso que su amigatodavía tuviera ganas de verla. Sinembargo, Luce no se sentía más queimpotente, añorada de su casa yculpable por perpetuar aquel estúpidociclo de mentiras.

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¿Podría volver a ser una personanormal y feliz algún día? ¿Qué hacíafalta en esta tierra, o fuera de ella, paraque Luce se pudiera sentir tan satisfechade su vida como Miles parecía estarlode la suya? Su mente no dejaba de darvueltas en torno a Daniel. Y tenía larespuesta: el único modo de podersentirse despreocupada de nuevo seríano haber conocido nunca a Daniel, nohaber conocido el amor verdadero.

Entonces algo se agitó entre lascopas de los árboles y la asaltó unviento gélido. Aunque no se habíaconcentrado en una Anunciadora enconcreto, se dio cuenta de que, tal comoSteven le había contado, su deseo de

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obtener respuestas había invocado a una.No. No era una sola.Se estremeció al levantar la cabeza y

descubrir en el enramado cientos desombras furtivas, tenebrosas ymalolientes.

Se deslizaban juntas por laselevadas ramas de la secuoya que teníasobre la cabeza. Era como si alguien enlas nubes hubiera vertido un enormefrasco de tinta negra por el cielo y estahubiera ido a caer encima de aquellabóveda arbolada, empapando una ramatras otra hasta convertir el bosque en unacapa sólida de oscuridad. Al principiocasi resultaba imposible distinguirdónde terminaba una sombra y empezaba

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la siguiente, qué sombra era auténtica ycuál era una Anunciadora.

Pero al poco empezaron a cambiarde forma y a definirse con más claridad;al principio con timidez, como si semovieran inocentemente bajo la luzdébil del día, pero luego con mayorintensidad. Se soltaron de las ramas quehabían ocupado y fueron extendiendo suszarcillos de oscuridad cada vez máshacia abajo, aproximándose a la cabezade Luce. ¿Le hacían señas para que seacercase o estaban amenazándola? Searmó de valor, pero no lograba recobrarel aliento. Había demasiadas. Quisotomar una bocanada de aire, intentandono dejarse llevar por el pánico a

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sabiendas de que era demasiado tarde.Echó a correr.Tomó dirección sur, de regreso a la

residencia. Pero aquel remolino negro yabisal se limitó a seguirla, susurrando enlas ramas bajas de las secuoyas mientrasse aproximaba. Luce notó los pinchazosgélidos de su tacto en los hombros.Gritó al sentirse manoseada,apartándolas con las manos desnudas.

Cambió de rumbo, tomó la direcciónopuesta y se encaminó hacia el pabellónnefilim, al norte. Allí encontraría aMiles, a Shelby o incluso a Francesca.Pero las Anunciadoras no la dejabanmarchar. De inmediato se deslizaronpara adelantarla y se irguieron ante ella,

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absorbiendo la luz e impidiéndole elpaso al pabellón. Su zumbido amortiguóel murmullo distante de la hoguera delos nefilim, haciendo que los amigos deLuce parecieran irremediablementealejados.

Luce se obligó a detenerse e inspirarprofundamente. Sabía mucho más de lasAnunciadoras que antes, razón por lacual debería tenerles menos miedo.¿Qué problema había? Tal vez sabía queestaba acercándose a algún recuerdo oinformación que podía cambiar el rumbode su vida. Y su relación con Daniel. Locierto es que no solo le aterraban lasAnunciadoras, sino que tenía pánico a loque pudiera ver en ellas.

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O lo que pudiera oír.El día anterior por fin había surtido

efecto el consejo de Steven de aplacarel ruido de las Anunciadoras, y Luce yapodía escuchar sus vidas anteriores. Eracapaz de dejar de lado el ruido estáticoy centrarse en lo que deseaba saber. Enlo que necesitaba saber. Seguramente,Steven había querido darle esa ayuda, yseguramente sabía que ella escucharía yaprendería algo de las Anunciadoras.

Luce se volvió y regresó a lasoledad oscura de los árboles cuando elzumbido de las Anunciadoras se calmó ydisminuyó.

La oscuridad de debajo de las ramasla envolvió en un abrazo frío y de olor

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putrefacto a causa de las hojas endescomposición. Bajo la luzcrepuscular, las Anunciadoras sedeslizaron hacia delante y seacomodaron a la luminosidad mortecinaque la rodeaba, camuflándose de nuevoentre las sombras naturales. Algunas semovían rápidas y rígidas, comosoldados; otras, en cambio, tenían unaelegancia ágil. Luce se preguntó si suapariencia era indicativa de losmensajes que contenían.

Con todo, había muchas cosas de lasAnunciadoras que las hacíanimpenetrables. Sintonizarlas no eraintuitivo, no era como manipular el dialde una radio antigua. Lo que había oído

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el día anterior, esa voz entre laalgarabía, le había llegado poraccidente.

Tal vez el pasado le había parecidoinsondable en otros tiempos, pero ellaahora notaba que presionaba por aflorarcontra esas superficies oscuras,esperando salir a la luz. Luce cerró losojos, ahuecó las manos y las juntó. Allí,en la oscuridad, con el corazónlatiéndole agitado, deseó que salieran.Invocó a esas cosas frías y oscuras y lespidió que le devolvieran su pasado a finde iluminar su historia y la de Daniel.Las invocó para resolver el misterio dequién era él y por qué la había escogidoa ella.

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Aunque la verdad le rompiera elcorazón.

En el bosque se oyó una risafemenina. Era una risa tan clara queparecía rodear a Luce y resonar en lasramas de los árboles. Intentó ver dedónde procedía, pero había tantassombras reunidas que Luce no sabíacómo localizar la fuente. Y entonces sele heló la sangre.

La risa era suya.En realidad, había sido suya cuando

era niña. Antes de Daniel, antes deEspada & Cruz, antes de Trevor… Antesde una vida llena de secretos y mentirasy de tantas preguntas sin respuesta.Antes de que viera a un ángel. Era una

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risa inocente, demasiado despreocupadapara pertenecerle ahora.

Una ráfaga de viento se agitó en lasramas que tenía sobre la cabeza y unbuen número de hojas de secuoya sedesprendieron y se precipitaron al suelo.Parecían gotas de lluvia mientras seunían con sus miles de antecesoras en elsuelo blando del bosque. Entre ellascayó también una hoja grande.

Gruesa pero ligera como una pluma,totalmente intacta, descendía lentamente,ajena a la fuerza de la gravedad. Eranegra en vez de marrón. Y, en lugar decaer al suelo, fue a posarse en la palmaextendida de Luce.

No era una hoja. Se trataba de una

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Anunciadora. Cuando Luce se inclinópara observarla con mayor atención, oyóde nuevo la risa. En algún lugar dentrode ella, otra Luce se reía.

Suavemente, Luce estiró losextremos de la Anunciadora, que eramás flexible de lo que se esperaba, sibien al tacto era fría como el hielo ypegajosa. Cuando alcanzó un tamaño depoco menos de un metro, Luce la soltó yse alegró de ver que se mantenía a laaltura de su vista. Hizo un gran esfuerzopara concentrarse: en atender ydesentenderse de cuanto la rodeaba.

Al principio no notó nada, peroluego…

Otra risa creciente se oyó en el

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interior de la sombra. A continuación, elvelo de oscuridad se rasgó y mostró unaimagen en el interior.

En esta ocasión, Daniel fue elprimero en aparecer.

Aunque fuera a través de unaAnunciadora, verlo era una delicia.Llevaba el pelo un poco más largo queahora. Estaba bronceado: tenía loshombros y la nariz de un intenso colormarrón dorado. Llevaba un bañador azulmarino ceñido que le quedaba muy bien,del tipo que había visto en lasfotografías de familia de los añossetenta.

Detrás de Daniel se veía el linderode un bosque tropical espeso y denso,

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exuberante y repleto de bayas y floresblancas que Luce no había visto antes.Se encontraba al borde de un acantiladopequeño pero no menos impresionanteque daba a un estanque de aguaespumosa. Sin embargo, Daniel nodejaba de mirar hacia arriba, al cielo.

La risa de nuevo. Y luego la voz deLuce, entrecortada por unas risitas.

—¡Rápido! ¡Tírate de una vez!Luce se inclinó hacia delante para

acercarse más a la ventana de laAnunciadora y vio a su antiguo yoflotando en el agua con un biquiniamarillo anudado detrás del cuello. Sularga cabellera flotaba en torno a su caraen la superficie del agua, como un halo

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de intenso color negro. Daniel lamiraba, pero no dejaba de dirigir lavista hacia lo alto. Tenía los músculosdel pecho tensos. Luce se sintió mal alpresentir por qué.

El cielo se estaba llenando deAnunciadoras que, como una bandada decuervos negros, formaban una nube tanespesa que taparon el sol. La antiguaLuce no se daba cuenta de nada en elagua, no veía nada. Pero cuando la Lucedel bosque vio en la imagen de unaAnunciadora todas aquellasAnunciadoras revoloteando yarremolinándose en el aire húmedo deaquel bosque tropical, se sintiósúbitamente mareada.

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—¡Me estás haciendo esperarmucho! —gritaba la Luce del pasado aDaniel—. Dentro de poco me voy acongelar.

Daniel apartó la vista del cielo ymiró abajo con expresión consternada.Le temblaban los labios y tenía el rostropálido como un fantasma.

—No te congelarás —le dijo.¿Lo que Daniel se estaba secando

eran lágrimas? Él cerró los ojos y seestremeció. Luego, tras arquear lasmanos por encima de la cabeza, se dioimpulso desde la roca y se zambulló.

Salió a la superficie al cabo de unmomento, y Luce nadó hacia él. Loabrazó por el cuello con una expresión

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alegre y feliz. En el bosque, Luce mirabala escena con una mezcla de horror ycomplacencia. Deseó que su antiguo yohubiera disfrutado al máximo de Daniel,que hubiera sentido la cercanía inocentey extasiada de estar con la personaamada.

Pero ella sabía, igual que Daniel,igual que el enjambre de Anunciadoras,lo que iba a ocurrir en cuanto Luceposara sus labios en los de él. Danieltenía razón: no se congelaría. Moriríacarbonizada en una horrible llamarada.

Y a Daniel no le quedaría másremedio que llorarla.

Pero no sería el único. Esa chicahabía tenido una vida, amigos, una

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familia que la quería y que quedaríadestrozada si la perdían.

De pronto Luce sintió mucha rabia.Se sintió furiosa por la maldición a laque ella y Daniel estaban condenados.Ella era inocente, no tenía ningún poder:no entendía nada de lo que iba a ocurrir.Y seguía sin comprender por quéocurría, por qué siempre tenía que morirtan rápidamente después de encontrar aDaniel.

Y por qué no había muerto aún enesta vida.

La Luce del agua seguía viva. Luceno iba a permitir, no podía permitir quemuriera.

Asió con fuerza a la Anunciadora,

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apretando con los puños sus extremos.La retorció y la dobló deformando laimagen de los nadadores como si setratara de un espejo en un parque deatracciones. Dentro de la pantalla, lassombras descendían. Los nadadores seestaban quedando sin tiempo.

Luce gritó enfadada y asestó unpuñetazo a la Anunciadora: primero unavez, luego otra, arrojó una lluvia degolpes contra la escena que sedesarrollaba ante ella. Golpeó una y otravez, con la respiración entrecortada ygritando mientras intentaba parar lo queiba a ocurrir.

Entonces ocurrió: su puño derechoatravesó la imagen y el brazo se le

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hundió hasta el codo. Al instante, notó elcambio brusco de temperatura. El calorde una puesta de sol veraniega lerecorría la palma de la mano. Lagravedad cambió. Luce no podía decir siiba hacia arriba o hacia abajo. Notó quese le encogía el estómago y temió salirdespedida.

Podía atravesar la imagen. Podíasalvar a su antiguo yo. Extendió conprudencia hacia delante el brazoizquierdo, que también desapareciódentro de la Anunciadora: era comoatravesar una gelatina brillante ypegajosa que se arrugaba y se extendíacomo si la dejara pasar.

—Es lo que quiere que haga —dijo

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en voz alta—. Lo puedo hacer. Puedosalvarla. Puedo salvar mi vida.

Se inclinó un poco hacia atrás yluego arrojó su cuerpo dentro de laAnunciadora.

Hacía sol, tanto que tuvo que cerrarlos ojos; el calor era tan tropical que deinmediato sintió el sudor en la piel. Y lainvadió una sensación muy desagradablecon el centro de gravedad cayendo enpicado, como si estuvierazambulléndose desde lo alto.

En un instante ella se dejaría caer…Pero entonces algo la asió del

tobillo izquierdo y luego del derecho.Algo tiraba a Luce hacia atrás conmucha fuerza.

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—¡No! —gritó Luce, porque en eseinstante vislumbró a lo lejos un estallidoamarillo en el agua. Demasiado intensopara tratarse del biquini. ¿Acaso la Lucedel pasado ya estaba siendo consumidapor las llamas?

Luego todo se desvaneció.Luce se encontró de pronto de vuelta

en la zona fría y sombría de secuoyasque había detrás de la residencia de laEscuela de la Costa. Notaba la piel fríay pegajosa, había perdido por completoel sentido del equilibrio y se desplomóde bruces sobre la suciedad y las hojasde secuoya que había en el suelo delbosque. Se dio la vuelta y vio dossiluetas ante ella, aunque su visión daba

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tantas vueltas que ni siquiera podíadistinguir quiénes eran.

—Pensé que estarías aquí.Shelby. Luce sacudió la cabeza y

parpadeó un par de veces. No soloestaba Shelby. También estaba Miles.Los dos parecían agotados. Luce estabaagotada. Miró el reloj sin sorprendersepor el tiempo que se había pasadocontemplando a la Anunciadora. Eranmás de la una de la madrugada. ¿Quéandaban haciendo Miles y Shelby a esashoras por ahí?

—Pe-pe-pero ¿qué pretendíashacer…? —balbuceó Miles señalandoel lugar donde había estado laAnunciadora.

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Luce miró por encima del hombro.La sombra había estallado en cientos dehojas negras aciculadas que ibancayendo al suelo, lo bastantequebradizas como para convertirse enceniza al tocar el suelo.

—Creo que voy a vomitar —musitóvolviéndose a un árbol cercano. Tuvounas cuantas arcadas, pero no saliónada. Cerró los ojos sintiéndoseculpable. Había sido demasiado débil yhabía llegado demasiado tarde parasalvarse a sí misma.

Una mano fría se le acercó y leapartó los mechones rubios de la cara.Luce vio los desgastados pantalonesnegros de yoga de Shelby y las chanclas

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y se sintió invadida por una sensaciónde gratitud.

—Gracias —dijo. Al cabo de unbuen rato, se pasó la mano por la boca yse incorporó algo tambaleante—.¿Estáis enfadados conmigo?

—¿Enfadados? Estoy orgullosa de ti.Lo has hecho solita. ¿Para qué necesitasmás a alguien como yo? —Shelby seencogió de hombros sin dejar de mirar aLuce.

—Shelby…—No. Te diré para qué me necesitas

—espetó Shelby—. Para mantenerte asalvo de desastres como en el que hasestado a punto de meterte. Te guste o no,me atrevo a añadir: ¿qué pretendías

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hacer? ¿Sabes qué le ocurre a la genteque entra en las Anunciadoras?

Luce negó con la cabeza.—¡Pues yo tampoco, pero seguro

que no es nada bueno!—Solo tienes que saber lo que te

traes entre manos —intervino Miles depronto a sus espaldas. Tenía el rostroextrañamente pálido. Sin duda, Luce lohabía asustado mucho.

—Oh, de acuerdo. ¿Así que sesupone que tú sí sabes lo que te traesentre manos? —le desafió Shelby.

—No —musitó él—. Pero un veranomis padres me apuntaron a un taller deun ángel mayor que sí sabía cómohacerlo, ¿vale? —Se volvió hacia Luce

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—. Y lo que tú estabas haciendo no seacercaba siquiera. Me has asustadomucho, Luce.

—Lo siento. —Luce estabasorprendida. Shelby y Miles secomportaban como si los hubieratraicionado por ir ahí sola—. Creía queestaríais detrás del pabellón, junto a lahoguera del campamento.

—Pensábamos que irías —replicóShelby—. Hemos estado un rato por ahí,pero entonces Jasmine ha empezado agritar que Dawn había desaparecido, ylos profesores se comportaban de unmodo muy raro, sobre todo cuando hanvisto que tú tampoco estabas, así que lafiesta se ha acabado. Entonces le he

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dicho a Miles que tenía una vaga idea delo que podrías andar haciendo y hesalido a buscarte, y va y de repente seconvierte en una especie de señorLapa…

—Un momento —interrumpió Luce—. ¿Dawn ha desaparecido?

—Lo más probable es que no —sugirió Miles—. Ya sabes lo veleidosasque son Jasmine y ella.

—Pero esa era su fiesta —dijo Luce—. Nunca se perdería su propia fiesta.

—Eso es lo que Jasmine no dejabade repetir —explicó Miles—. Anocheno fue a su habitación y esta mañanatampoco estaba en la cantina, así que alfinal Francesca y Steven nos han

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ordenado irnos a nuestras habitaciones,pero…

—Me apuesto veinte pavos a queestá besuqueándose con algún bola desebo no nefilim en los bosques de poraquí. —Shelby lanzó una mirada depicardía.

—No.Luce tenía un mal presagio. Dawn

estaba muy emocionada por la hogueradel campamento. Había encargadocamisetas por internet porque no habíahabido modo de convencerla de queningún nefilim se prestaría a llevarlas.No podía haber desaparecido, al menosno por voluntad propia.

—¿Cuánto tiempo lleva

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desaparecida?

Cuando los tres salieron del bosque,Luce se sentía todavía más alterada. Noera solo por Dawn, también era por loque había visto en la Anunciadora.Contemplar cómo la muerte se acercabaa un antiguo yo era una agonía, y era laprimera vez que lo había atestiguado.Daniel, por otra parte, había tenido quepresenciarlo cientos de veces. Ahoracomprendía por qué había actuado contanta frialdad la primera vez que seencontraron: para ahorrar a ambos eltrauma de volver a pasar por laexperiencia de una muerte horrible. La

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realidad de la situación de Danielempezó a abrumarla y se sintiódesesperada por verlo.

Al cruzar el jardín que llevaba a laresidencia, Luce tuvo que protegerse losojos de unas potentes luces que barríanel campus. Un helicóptero zumbaba a lolejos, mientras su foco de localizaciónrecorría la costa, escudriñando la playade un lado a otro. Una amplia línea dehombres con uniformes oscuros recorríael camino desde el pabellón nefilimhasta la cantina, escrutando lentamenteel suelo.

Miles dijo:—Es la formación habitual de las

partidas de búsqueda. Forman una línea

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y no dejan ni un centímetro del suelo sinmirar.

—¡Oh, Dios mío! —murmuró Luceen voz baja.

—Ha desaparecido de verdad. —Shelby parpadeó—. No tengo un buenkarma.

Luce echó a correr hacia el pabellónnefilim. Miles y Shelby la siguieron. Elcamino, tan bonito a la luz del día, llenode flores, ahora aparecía cubierto desombras. Ante ellos, la hoguera delcampamento se había apagado y soloquedaban unas pocas ascuas, pero en elpabellón y en la terraza todas las lucesestaban encendidas. El enorme edificioen forma de A refulgía, formidable en la

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noche oscura.Luce vio las caras asustadas de

muchos nefilim que estaban sentados enlos bancos alrededor de la terraza.Jasmine lloraba con su gorra de lanahundida en la cabeza. Sostenía la manorígida de Lilith para encontrar apoyomientras dos policías con libretas lehacían una serie de preguntas. Luce sesintió muy próxima a la chica. Sabía lohorrible que podía ser ese trámite.

Los policías iban de un lado a otrode la terraza repartiendo fotocopias enblanco y negro de una fotografía recientey ampliada de Dawn que alguien habíaencontrado en internet. Al mirar laimagen de baja resolución, Luce se

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sorprendió de lo mucho que Dawn separecía a ella, por lo menos antes deteñirse el cabello, y se acordó de lacharla que habían mantenido la mañanadespués de teñírselo, cuando Dawnhabía dicho que ya no eran clavaditas.

Luce ahogó un grito. La cabezaempezó a dolerle en cuanto cayó en lacuenta de muchas cosas en las que nohabía reparado hasta ese instante.

El momento horroroso en el bote desalvamento. La dura advertencia deSteven sobre mantenerlo en secreto. Laparanoia de Daniel acerca de unos«peligros» que nunca le habíaexplicado. El Proscrito que la habíasacado del campus, la amenaza del

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bosque que Cam había liquidado. Sugran parecido con Dawn en aquellaborrosa fotografía en blanco y negro.

Quien fuera que se había llevado aDawn se había equivocado. En realidad,buscaba a Luce.

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12

Siete días

El viernes por la mañana, Luce serestregó los ojos antes de abrirlos yposó la vista en el reloj. Las 7.30.Apenas había podido conciliar el sueño:estaba hecha un lío, se sentíatremendamente preocupada por Dawn yseguía enfadada por la vida anterior quehabía presenciado un día antes a travésde la Anunciadora. Había resultadoespeluznante ver los momentos previos a

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su muerte. Se preguntó si todos habríansido como aquel. En su mente no dejabade dar vueltas a la misma pregunta una yotra vez.

Si no fuera por Daniel…… ¿habría tenido la oportunidad de

vivir una vida normal, entablar unarelación con otra persona, casarse, tenerhijos y envejecer como el resto delmundo? Si Daniel no se hubieraenamorado de ella hace tanto tiempo,¿estaría Dawn ahora desaparecida?

Pero todas esas preguntas al finaliban a parar a la cuestión principal:¿sería distinto el amor si lo sintiera porotra persona? Se suponía que el amorera algo natural, ¿no? Entonces, ¿por qué

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se sentía tan atormentada?La cabeza de Shelby asomó desde la

litera superior y su espesa cola rubiacayó detrás de ella como si fuera unasoga.

—¿Estás alucinando tanto como yocon todo esto?

Luce dio una palmadita en su camapara que Shelby bajara y se sentara a sulado. Vestida aún con su grueso pijamade franela, Shelby se deslizó hasta lacama de Luce con dos tabletas grandesde chocolate negro.

Luce iba a decir que no podía comernada, pero en cuanto el olor delchocolate le llegó a la nariz, quitó elpapel brillante de la envoltura y dirigió

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una pequeña sonrisa a Shelby.—Es lo que necesitamos —afirmó

Shelby—. ¿Te acuerdas de lo que dijeanoche acerca de Dawn besuqueándosecon algún bola de sebo? Me siento fatalpor eso.

Luce negó con la cabeza.—Shelby, no lo sabías. No deberías

sentirte mal por eso.Ella, en cambio, sí tenía motivos

para sentirse mal por lo que le habíaocurrido a Dawn. Luce ya llevabamucho tiempo considerándoseresponsable de las muertes de personascercanas a ella: primero Trevor, despuésTodd y luego la pobre Penn. Se le hizoun nudo en la garganta al pensar que tal

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vez debería añadir a Dawn a su lista. Sesecó una lágrima antes de que Shelby laviera. Empezaba a plantearse que tal vezsería mucho mejor guardar cuarentena ypermanecer apartada de cualquierpersona a la que quisiera para noponerla en peligro.

Un golpecito en la puerta les hizodar un respingo tanto a Luce como aShelby. La puerta se abrió lentamente.Era Miles.

—Han encontrado a Dawn.—¿Qué? —preguntaron Luce y

Shelby incorporándose a la vez.Miles acercó la silla del escritorio

de Luce a la cama y se quedó sentadomirando a las chicas. Se quitó la gorra y

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se frotó la frente. Estaba bañado desudor, como si hubiera atravesadocorriendo todo el campus paracontárselo.

—No he podido pegar ojo en toda lanoche —dijo mientras daba vueltas a lagorra entre las manos—. Me helevantado temprano y he salido a dar unavuelta. Me he encontrado a Steven y élme ha dado la buena noticia. Los que sela llevaron la devolvieron al salir el sol.Está asustada, pero sana y salva.

—Es un milagro —murmuró Shelby.Luce era más escéptica.—No lo entiendo. ¿La han devuelto?

¿Sana y salva? ¿Desde cuándo ocurrenesas cosas?

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¿Y cuánto tiempo había necesitadoquienquiera que fuese para darse cuentade que se habían llevado a la chicaequivocada?

—No fue tan sencillo —admitióMiles—. Steven intervino. Él la salvó.

—¿De quién? —prácticamente gritóLuce.

Miles se encogió de hombros y sebalanceó sobre las patas traseras de lasilla.

—¡Ni idea! Estoy seguro de queSteven lo sabe, pero no soy lo que sedice su mejor confidente.

Aquello hizo gritar de alegría aShelby. El hecho de que Dawn hubierasido hallada sana y salva parecía

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tranquilizar a todo el mundo menos aLuce, que tenía el cuerpo entumecido.No podía dejar de pensar: «Deberíahaber sido yo».

Salió de la cama y cogió unacamiseta y unos vaqueros de su armario.Tenía que encontrar a Dawn. Ella era laúnica persona que podía contestar a suspreguntas. Y, aunque Dawn nunca loentendería, Luce sabía que le debía unadisculpa.

—Steven dice que la gente que se lallevó no volverá jamás —añadió Milesobservando a Luce con preocupación.

—¿Y tú te lo crees? —le preguntóLuce en tono burlón.

—¿Por qué no debería hacerlo? —se

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oyó preguntar a una voz desde la puertaabierta.

Francesca estaba apoyada en elumbral, vestida con una gabardina decolor caqui. Irradiaba tranquilidad, perono parecía realmente contenta de verlos.

—Dawn ya está a salvo en casa.—Quiero verla —dijo Luce,

sintiéndose ridícula al verse de pie conla camiseta raída y los pantalones dedeporte con los que había dormido.

Francesca frunció la boca.—La familia de Dawn ha venido a

recogerla hace una hora. Regresará a laEscuela de la Costa cuando sea elmomento oportuno.

—¿Por qué os comportáis como si

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no hubiera ocurrido nada? —Lucelevantó los brazos—. Como si Dawn nohubiera sido secuestrada…

—No la secuestraron —le corrigióFrancesca—. La tomaron prestada yresultó ser un error. Steven se encargóde todo.

—Hum, ¿se supone que esto nos harásentirnos mejor? ¿Pensar que la tomaronprestada? ¿Para qué?

Luce escrutó el rostro de Francescay no apreció en él más que tranquilidad.Pero entonces algo cambió en los ojosazules de la mujer: se entornaron paraluego abrirse, y Luce comprendió lasúplica silenciosa de Francesca: que nomanifestara sus sospechas en presencia

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de Miles o de Shelby. Aunque no sabíamuy bien por qué, Luce confiaba enFrancesca.

—Steven y yo pensamos que estaréistodos bastante conmocionados —prosiguió Francesca, incluyendo en sumirada a Miles y a Shelby—. Hemossuspendido las clases de hoy yestaremos en nuestros despachos siqueréis pasaros a charlar.

Sonrió de ese modo angelical ydeslumbrante tan característico suyo.Giró sobre sus talones y se marchótaconeando por el pasillo.

Shelby se levantó y cerró la puertatras Francesca.

—¿Os podéis creer que haya

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hablado de «tomar prestado», haciendoreferencia a un ser humano? ¿AcasoDawn es un libro de la biblioteca? —Dobló las manos en puños—. Tenemosque hacer algo para distraernos. Mirad,me alegro de que Dawn esté a salvo, ycreo que confío en Steven, pero, aun así,sigo completamente horrorizada.

—Tienes razón —dijo Luce mirandohacia Miles—. Vamos a distraernos unpoco. Podríamos salir a pasear.

—Es demasiado peligroso. —Losojos de Shelby iban de un lado a otro.

—Ver una película…—Demasiado tranquilo. Eso no

apaciguará mi mente.—Eddie dijo algo sobre un partido

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de fútbol a la hora del almuerzo —apuntó Miles.

Shelby se puso la mano en la frente.—¿Es que tengo que recordaros que

yo he acabado con los chicos de laEscuela de la Costa?

—¿Y un juego de mesa…?Finalmente, la mirada de Shelby se

iluminó.—¿Y qué tal el juego de la vida? Por

ejemplo… ¿de tus vidas anteriores?Podríamos dedicarnos a seguir de nuevola pista a tus familiares. Yo podríaayudarte…

Luce se mordió el labio. Haberpenetrado en aquella Anunciadora el díaanterior la había conmocionado

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profundamente. Seguía sintiéndosefísicamente desorientada yemocionalmente agotada, por no hablarde cómo se sentía respecto a Daniel.

—No lo sé —dijo.—¿Te refieres a seguir haciendo más

de lo que hacías ayer? —preguntóMiles.

Shelby volvió la cabeza y se quedómirando a Miles.

—¿Todavía estás aquí?Miles recogió una almohada que

había caído al suelo y se la tiró. Ella sela devolvió con un golpe, aparentementeimpresionada por sus propios reflejos.

—Vale, de acuerdo. Miles se queda.Las mascotas siempre son de utilidad.

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Quizá necesitemos a un cabeza de turco,¿verdad, Luce?

Luce cerró los ojos. En efecto, semoría de ganas de conocer más cosassobre su pasado, pero ¿y si resultaba tandifícil de asimilar como lo había sido eldía anterior? Aunque contara con Milesy con Shelby, tenía miedo de volver aintentarlo.

Pero entonces se acordó del día enque Francesca y Steven habían mostradoa la clase la Anunciadora de Sodoma yGomorra. Después de la exhibición,mientras que los demás alumnos setambaleaban, Luce no dejaba de pensarque lo importante no era si habíanvislumbrado o no aquella escena tan

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cruenta. El hecho es que había ocurrido.Igual que su pasado.

Por el bien de sus antiguos yoes,Luce no podía dejarlo ahora.

—Hagámoslo —dijo a sus amigos.

Miles dio a las chicas unos minutos paraque se vistieran antes de encontrarse enel pasillo. Pero Shelby se negó a ir albosque donde Luce había invocado a lasAnunciadoras.

—No me miréis así. Acaban deatrapar a Dawn, y el bosque es oscuro ytenebroso. No quiero ser la próxima,¿vale?

Entonces Miles insistió en que sería

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bueno que Luce intentara practicar elarte de invocar a las Anunciadoras enalgún lugar nuevo como su habitación.

—Basta con que silbes, y lasAnunciadoras vendrán —aseguró—.Somételas. Ya sabes que eso es lo quequieren.

—No quiero que empiecen a acecharpor aquí —dijo Shelby volviéndosehacia Luce—. No te ofendas, pero unanecesita intimidad.

Luce no se sintió ofendida. LasAnunciadoras no dejarían de acosarla,independientemente de cuándo lasinvocara. Igual que Shelby, no queríaque las sombras aparecieran sin más ensu dormitorio.

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—La cuestión con las Anunciadorases demostrar control. Es como adiestrara un cachorro. Lo único que hay queenseñarles es quién es el amo.

Luce volvió la cabeza hacia Miles.—¿Desde cuándo sabes tantas cosas

sobre Anunciadoras?Miles se sonrojó.—Puede que no sea muy aplicado en

clase, pero sé hacer un par de cosas.—Ah, ¿sí? ¿Qué cosas? ¿Se puede

poner aquí e invocarlas? —preguntóShelby.

Luce se puso de pie en el centro dela habitación sobre la alfombra de yogacon los colores del arco iris de Shelby ypensó en lo que Steven le había

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enseñado.—Abramos una ventana —propuso.Shelby se levantó para abrir la

ventana y dejó que entrara una ráfagafresca de brisa marina.

—Buena idea. Resulta másacogedor.

—Y también más frío —dijo Mileslevantándose la capucha de la sudadera.

A continuación los dos se sentaronen la cama mirando a Luce, como sifuera una artista en un escenario.

Cerró los ojos, procurando nosentirse en el punto de mira, pero enlugar de centrarse en las sombras, enlugar de invocarlas mentalmente, nodejaba de pensar en Dawn y en lo

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aterrada que tenía que haber estado lanoche anterior y en cómo se sentiríaahora estando de vuelta con su familia.Se había recuperado muy pronto deaquel horrible accidente en el yate, peroeso era mucho más serio. Y era culpa deLuce. En realidad, de Luce y también deDaniel por llevarla hasta allí.

Daniel no dejaba de decir que lallevaba a un lugar más seguro, y ella nopodía por menos de preguntarse si enrealidad lo que había logrado eraconvertir la Escuela de la Costa en unlugar más peligroso.

Un grito ahogado de Miles le hizoabrir los ojos. Miró justo encima de laventana, donde una gran Anunciadora

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oscura como el carbón se apretabacontra el techo. A primera vista parecíauna sombra normal arrojada por lalámpara de suelo que Shelby ponía en laesquina cuando practicaba vinyasa. Peroentonces empezó a extenderse por eltecho hasta que pareció como si lahabitación estuviera revestida de unapintura letal, dejando una estela fría ymaloliente sobre la cabeza de Luce.Estaba fuera de su alcance.

Esa Anunciadora, a la que ella nisiquiera había invocado y que podíacontener cualquier cosa, la estabaprovocando.

Inspiró con nerviosismo y recordó loque Miles le había dicho sobre el

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control. Se concentró tan intensamenteque le empezó a doler la cabeza. Teníael rostro rojo y los ojos tan apretadosque temió tener que abandonar. Peroentonces…

La Anunciadora se dobló y sedeslizó a los pies de Luce como si fueraun grueso rollo de tela caído. Con losojos entornados, vio una sombra decolor marrón, más pequeña y redonda,que se levantaba sobre la más grande yoscura siguiendo sus movimientos, casiigual que un gorrión volando en líneacon un halcón. ¿Qué significaba esanueva sombra?

—Es increíble —murmuró Miles.Luce quiso interpretar las palabras

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de Miles como un cumplido. Eso que lahabía aterrorizado toda la vida, eso quela había hecho sentirse tan mal; eso quetanto miedo le había dado, ahora sesometía ante ella. Era algo queciertamente resultaba increíble. Jamásse le habría ocurrido verlo así hasta quedescubrió el asombro en el rostro deMiles, y por primera vez se sintiófabulosa.

Controló la respiración y se tomó untiempo para levantarla del suelo yponérsela en las manos. En cuanto lagran Anunciadora gris estuvo a sualcance, la sombra pequeña se echó alsuelo como una curva dorada de luzprocedente de la ventana, camuflándose

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con las tablas de madera.Luce tomó los extremos de la

Anunciadora y contuvo el aliento altiempo que rezaba para que el mensajeque albergaba fuera más inocente que eldel día anterior. Tiró de la sombra y lesorprendió que presentara másresistencia que las otras que habíamanipulado. A pesar de su aparienciadelicada e insustancial, en sus manosresultaba rígida. Cuando logró formarcon ella una pantalla deaproximadamente un metro, le dolían losbrazos.

—Es lo máximo que puedo hacer —dijo a Miles y a Shelby, que se pusieronde pie y se acercaron.

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El velo gris del interior de laAnunciadora se levantó o, por lo menos,a Luce se lo pareció; sin embargo,observó que en el interior había otrovelo grisáceo. Forzó la vista para verque la textura gris se enturbiaba y semovía; entonces se dio cuenta de que noestaba vislumbrando la sombra: aquelvelo grisáceo era una nube espesa dehumo de tabaco. Shelby tosió.

Aunque la humareda no se disipópor completo, los ojos de Luce seacostumbraron a ella; al poco se fuematerializando una amplia mesa enforma de media luna con un tablero defieltro rojo. Encima se veían variascartas de una baraja dispuestas en filas

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ordenadas. A un lado había un grupo depersonas extrañas sentadas: algunasparecían ansiosas y nerviosas, como unhombre calvo que no dejaba de aflojarsela corbata de topos y silbaba para sí;otras parecían agotadas, como la mujerrepeinada que echaba la ceniza de sucigarrillo en un vaso medio lleno dealgo. El pastoso rímel se le desprendíade las pestañas y le dejaba un veteadode polvo negro debajo de los ojos.

Al otro lado de la mesa, un par demanos revoloteaban sobre una baraja decartas, lanzando con pericia una carta acada persona de la mesa. Luce se acercóa Miles para ver mejor. La distrajeronlas brillantes luces de neón de los miles

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de máquinas tragaperras que había másallá de las mesas. Pero eso fue antes deque viera a la persona que repartía lascartas.

Creía que estaba acostumbrada a verversiones de sí misma en lasAnunciadoras. Una imagen joven, llenade esperanza, inocente incluso. Pero estavez era distinto. La mujer que repartíacartas en aquel casino sórdido llevabacamisa blanca, pantalones negrosajustados y un chaleco también negroabierto por la zona del pecho. Teníaunas uñas largas y rojas, decoradas conunas lentejuelas brillantes que no dejabade emplear para apartarse el pelo negrode la cara. Su atención se elevaba

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apenas por encima de la cabeza de losjugadores, de forma que no mirabanunca a nadie directamente a los ojos.Le triplicaba la edad a Luce, perocompartía algo con ella.

—¿Esa eres tú? —susurró Milesesforzándose por no parecerhorrorizado.

—¡No! —respondió Shelby conrotundidad—. Esta tipeja es vieja. YLuce solo vive hasta los diecisiete. —Dirigió una mirada nerviosa hacia Luce—. Quiero decir, en el pasado, hastaahora ha sido así. Sin embargo, esta vezseguro que vivirás hasta la edad adulta,e incluso puede que logres ser mayorque esa mujer. Lo que quiero decir…

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—Ya basta, Shelby —la interrumpióLuce.

Miles negó con la cabeza.—Tengo que ponerme al día en

muchas cosas.—Muy bien, pues si no soy yo, al

menos sí tenemos que estar… No sé,relacionadas de algún modo.

Luce observó cómo esa mujercanjeaba las fichas del calvo de lacorbata. Tenía unas manos parecidas alas de Luce. También la forma de laboca era bastante semejante.

—¿Os parece que podría ser mimadre? ¿O mi hermana?

Shelby tomaba notas a todavelocidad en la cubierta de un manual de

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yoga.—Solo hay un modo de descubrirlo.

—Enseñó rápidamente la anotación aLuce—. «Las Vegas. Hotel y CasinoMirage. Turno de noche. Mesa cerca delespectáculo del tigre de Bengala. Veracon uñas postizas marca Lee».

Volvió a mirar a la mujer querepartía las cartas. Shelby era muybuena advirtiendo los detalles en los queLuce nunca reparaba. El nombre de laidentificación de empleada decía VERAen letras blancas y algo inclinadas. Peroentonces la imagen empezó a temblar y adesvanecerse. Al poco rato se disgregóen trozos diminutos de sombra quecayeron al suelo y se retorcieron como

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la ceniza de un papel ardiendo.—Un momento… ¿acaso esto no es

el pasado? —quiso saber Luce.—No lo creo —dijo Shelby—. Por

lo menos, no es algo muy remoto en eltiempo. Había un anuncio del nuevoespectáculo del Cirque du Soleil alfondo. Así que ¿qué te parece?

¿Ir hasta Las Vegas para encontrar aesa mujer? Sin duda, resultaría más fácilacercarse a una hermana de medianaedad que a unos padres bien entrados enlos ochenta, pero aun así… ¿Y si semarchaban hasta Las Vegas y Luce sevolvía a bloquear?

Shelby le dio un codazo suave.—Realmente me tienes que caer muy

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bien para que esté de acuerdo enacompañarte a Las Vegas. Mi madretrabajó de camarera allí durante unosaños cuando yo era pequeña. Te loprometo: es el Infierno en la tierra.

—¿Cómo vamos a ir hasta allí? —preguntó Luce sin querer pedirle aShelby si podrían volver a tomarprestado el coche de su patético exnovio—. Por cierto, ¿a cuánto queda LasVegas de aquí?

—Demasiado para ir en coche —intervino Miles—. Pero a mí me vienemuy bien, porque siempre he tenidoganas de practicar la transposición.

—¿Quieres decir pasar al otro lado?—Eso mismo.

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Miles se puso de rodillas y recogiócon las manos los fragmentos de lasombra. Aunque parecían hechos añicos,no dejó de amasarlos con los dedoshasta que obtuvo una bola grande ydescuidada.

—Como os he dicho, esta noche nopodía pegar ojo. Así que, de algúnmodo, me colé en el despacho de Stevena través de la vidriera del montante quehay encima de la puerta.

—Sí, claro —le espetó Shelby—.Pero si suspendiste en levitación. Noeres lo bastante bueno para elevarte yatravesar esa ventana.

—Y tú no tienes fuerza paraarrastrar la estantería de libros hasta ahí

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—replicó Miles—. Pero yo sí, y tengoesto que lo demuestra. —Sonrió ysostuvo un libro grueso y negro tituladoManual sobre Anunciadoras:invocarlas, vislumbrarlas y viajar endiez mil sencillos pasos—. Tengotambién un enorme moretón provocadopor la salida mal planificada a través dela parte superior de la puerta, pero encualquier caso… —Se volvió haciaLuce, que a duras penas podíacontenerse para no arrebatarle el librode las manos—. Pensé que con tu talentopara vislumbrar y mi conocimientosuperior…

Shelby resopló.—¿Y qué habrás podido leer tú? ¿Un

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0,3 por cien del libro?—Un 0,3 por cien muy útil —dijo

Miles—. Creo que tal vez podremoshacerlo sin perdernos para siempre.

Shelby ladeó la cabeza consuspicacia, pero no dijo nada más.Miles no dejaba de manipular a laAnunciadora con las manos y empezó aextenderla. Al cabo de uno o dosminutos, se había convertido en unamasa de color gris que casi tenía eltamaño de una puerta. Los extremosestaban algo tambaleantes y era casitraslúcida, pero en cuanto él se laseparó un poco del cuerpo parecióadquirir una forma más sólida, como unmolde de yeso después de secarse.

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Miles acercó la mano al lado izquierdode aquel rectángulo oscuro, palpando lasuperficie en busca de algo.

—¡Qué raro! —murmuró mientrasseguía toqueteando a la Anunciadora—.El libro dice que, si logras expandir losuficiente la extensión de laAnunciadora, la tensión de la superficiese reduce a un ratio que permite lapenetración. —Suspiró—. Se suponeque debería haber…

—Un libro fantástico, Miles. —Shelby hizo una mueca—. Ahora ya eresun auténtico experto.

—¿Qué buscas? —quiso saber Luce,acercándose a Miles. De pronto, alobservar cómo las manos de él se

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desplazaban por la superficie lo vio.Un cerrojo.Luce parpadeó sorprendida y la

imagen se desvaneció, pero ella sabíadónde se encontraba. Se acercó a Milesy apoyó la mano contra el lado izquierdode la Anunciadora. El tacto le hizoproferir un grito ahogado.

Era como uno de esos cerrojos demetal pesado con pasador y manija quese utilizaban para cerrar las puertas deljardín. Estaba helado y tenía un tactoáspero a causa del óxido invisible.

—Y ahora, ¿qué? —dijo Shelby.Miró a sus dos amigos

boquiabiertos, se encogió de hombros,manipuló la manija y finalmente corrió

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el pasador invisible.En cuanto se soltó, la puerta de la

sombra se abrió de golpe y estuvo apunto de echar a los tres al suelo.

—Lo hemos conseguido —susurróShelby.

Ante ellos se abría un pasillo largo yprofundo de color rojo y negro. Suinterior era pegajoso y olía a moho y acócteles aguados hechos con licoresbaratos. Luce y Shelby se miraron coninquietud. ¿Dónde estaba la mesa deblackjack? ¿Y la mujer a la que habíanvisto antes? Un fulgor rojo se encendía yse apagaba desde el interior, y Luceentonces oyó el sonido de las máquinastragaperras, y el ruido de las monedas al

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caer en las bandejas de premio.—¡Qué guay! —dijo Miles a Luce

cogiéndola de la mano—. He leídosobre esta parte. Se llama fase detransición. No tenemos más que seguirandando.

Luce tendió la mano hacia Shelby yla asió con fuerza mientras Milesentraba en el interior de aquellaoscuridad pegajosa y tiraba de ellaspara que entraran.

Solo anduvieron un par de metros,en realidad lo justo para llegar a lapuerta de la habitación de Luce yShelby. En cuanto la puerta gris ynebulosa de la Anunciadora se cerródetrás de ellos produciendo un

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inquietante sonido, su habitación en laEscuela de la Costa desapareció. Lo quea lo lejos había sido un profundo ybrillante color rojo aterciopelado depronto pasó a ser un blanco intenso. Laluz blanca avanzó rápidamente haciaellos, los envolvió y les llenó los oídosde sonido. Los tres se tuvieron queproteger los ojos. Miles iba al frente yarrastraba a Luce y a Shelby detrás deél. De no ser así, Luce se podría haberquedado paralizada. Cogida a susamigos, se notaba las palmas de lasmanos sudadas. Oía un único acordemusical, alto e intenso.

Luce se frotó los ojos, pero lacortina nebulosa de la Anunciadora le

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oscurecía la visión. Miles extendió elbrazo hacia delante y describió un suavegesto circular hasta que la cortinaempezó a desconcharse, como si setratara de trozos de pintura antiguacayendo del techo. Por cada una de laslaminillas que caía penetraban en aquelambiente frío y húmedo ráfagas del airedel desierto que calentaban la piel deLuce. Cuando la Anunciadora se deshizoen pedazos a sus pies, la vista que teníanante sí de pronto adquirió sentido: seencontraban frente a la Strip de LasVegas. Aunque Luce solo la había vistoen fotografías, la punta de la Torre Eiffeldel hotel Paris Las Vegas se erguíaahora a lo lejos a la altura de su vista.

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Eso significaba que se encontrabanmuy arriba. Luce se atrevió a mirarabajo: estaban de pie en el exterior, enel tejado de algún sitio, con el bordesituado a apenas un par de metros de suspies. Y más allá: el bullicio del tráficode Las Vegas, las copas de una hilera depalmeras y una piscina cuidadosamenteiluminada. Todo ello situado a al menostreinta pisos del suelo.

Shelby se soltó de la mano de Luce yempezó a recorrer con cuidado loslímites del tejado marrón de cemento.Tres alas de longitud idéntica y formarectangular se extendían desde un puntocentral. Luce giró sobre sí misma yabarcó trescientos sesenta grados de

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luces de neón intensas y, más allá de laStrip, a lo lejos, una cordillera demontañas desérticas, iluminadas deforma desagradable por la poluciónlumínica de la ciudad.

—¡Maldita sea, Miles! —exclamóShelby saltando por encima de lasclaraboyas para escudriñar otras partesdel tejado—. Esta translocalización hasido fabulosa. Ahora mismo me sientocasi, casi atraída hacia ti.

Miles se metió las manos en losbolsillos.

—Hummm… Gracias.—¿Dónde estamos exactamente? —

preguntó Luce.La diferencia entre su voltereta

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dentro de la Anunciadora y aquellaexperiencia era como la noche y el día.Había sido mucho más civilizado. Nohabía hecho vomitar a nadie. Además,había funcionado, o al menos eso leparecía.

—¿Qué ha ocurrido con la vista deantes?

—He tenido que alejarme un pocode la escena —dijo Miles—. Pensé queresultaría bastante raro que los tresapareciéramos de una nube en medio deun casino.

—Sí, pero no demasiado —admitióShelby forcejeando con una puertacerrada—. ¿Alguna idea brillante parasalir de aquí?

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Luce hizo una mueca. LaAnunciadora temblaba fragmentada a suspies. No podía imaginar que tuvierafuerza suficiente para ayudarles ahora.No había modo de salir de aquel tejado,ni tampoco de regresar a la Escuela dela Costa.

—¡Tanto da! ¡Soy un genio! —exclamó Shelby desde el otro lado deltejado.

Se encontraba encorvada sobre unade las claraboyas manipulando unacerradura. La abrió con un gruñido yluego levantó una hoja de cristal conbisagra. Introdujo la cabeza e hizo ungesto para que Luce y Miles lasiguieran.

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Luce escrutó con cuidado laclaraboya abierta y vio un enorme ylujoso cuarto de baño. Había cuatrocompartimentos bastante espaciosos a unlado, y una hilera de lavamanos demármol levantados ante un espejodorado en el otro. Delante de un tocadorhabía una lujosa butaca de color malvacon una mujer sentada mirándose en elespejo. Luce solo le veía la parte altadel peinado, que llevaba recogido haciaarriba y ahuecado, pero su reflejomostraba un rostro muy maquillado, unflequillo espeso y manicura francesa enunas manos que aplicaban de nuevo unacapa adicional e innecesaria depintalabios rojo.

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—En cuanto Cleopatra se marche através del tubo de su pintalabios,bajamos sin más —susurró Shelby.

Debajo de ellos, Cleopatra selevantó del tocador, juntó los labios, sequitó una mancha roja de los dientes y seencaminó hacia la puerta.

—A ver si lo he entendido bien —dijo Miles—, ¿queréis que me meta enel baño de señoras?

Luce miró de nuevo el tejadodesolado. En realidad, solo había unmodo de entrar.

—Si alguien te ve solo tienes quefingir que te has equivocado.

—O que vosotros dos os estabaisdando el lote en una de las cabinas —

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añadió Shelby—. ¿Qué pasa? Esto esLas Vegas.

—No le demos más vueltas. Vamos.Miles se sonrojó al descolgarse por

la ventana. Extendió lentamente losbrazos hasta que los pies le quedaronjusto encima del elevado recubrimientode mármol del tocador.

—Ayuda a Luce a bajar —exclamóShelby.

Miles cerró la puerta del baño yluego levantó los brazos para coger aLuce. Ella intentó imitar la técnica suaveque él había empleado, pero sus brazosestaban flojos cuando se descolgó por laclaraboya. Aunque no podía ver grancosa bajo los pies, notó la fuerza de las

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manos de Miles en torno a su cinturaantes de lo que había esperado.

—Puedes soltarte —le dijo él.Cuando lo hizo, la bajó con eleganciahasta el suelo. Extendió los dedos porlos costados de ella sobre la camisetafina que los separaba del contacto con lapiel. Seguía con los brazos en torno aella cuando Luce posó los pies en lasbaldosas del suelo. Iba a darle lasgracias, pero cuando le miró a los ojosse sintió muy cohibida.

Se apartó de él demasiado rápido,farfullando una disculpa por haberlopisado. Ambos se apoyaron contra eltocador, tratando con nerviosismo de nomirarse a los ojos y manteniendo la

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mirada clavada en la pared.Eso no debería haber ocurrido.

Miles solo era un amigo.—¡Hooola! ¿Alguien piensa

ayudarme?Las piernas enfundadas en medias de

Shelby se agitaban en la claraboyapataleando con impaciencia. Miles secolocó debajo de la ventana y la asiócon brusquedad del cinturón para luegobajarla suavemente tomándola por lacintura. Luce se dio cuenta de quedejaba a Shelby con más rapidez que aella.

Shelby se apresuró por el suelo debaldosas doradas y abrió la puerta.

—¡Eh, vosotros, vamos! ¿A qué

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esperáis?Al otro lado de la puerta, unas

camareras muy bien maquilladas yvestidas de negro iban y venían sobretacones altos de lentejuelas, conbandejas de cocteleras que apoyaban enel antebrazo. Unos Hombres embutidosen trajes oscuros y caros searremolinaban en torno a las mesas deblackjack, donde jaleaban comoadolescentes cada vez que se arrojabauna mano. Allí no se oía el soniqueteincesante de ninguna máquinatragaperras. Reinaba un peculiar aire desilencio y exclusividad, y resultabatremendamente excitante. Pero no teníanada que ver con la escena que habían

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presenciado en la Anunciadora.Una camarera se les acercó.—¿Os puedo ayudar en algo? —

Bajó su bandeja de acero paraescrutarlos.

—¡Oh, vaya! Pues caviar —dijoShelby sirviéndose tres blinis y pasandouno a cada uno—. ¿Estáis pensando lomismo que yo?

Luce asintió.—Solo íbamos abajo.

Cuando las puertas del ascensor seabrieron en el deslumbrante vestíbulodel casino, Miles tuvo que empujar aLuce para que saliera, a sabiendas de

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que al fin habían llegado al lugaradecuado.

Las camareras eran mayores enaquel lugar, parecían más cansadas yenseñaban mucha menos carne. Noparecían deslizarse por la alfombranaranja manchada, sino que andabanpesadamente por ella. Y la clientela eramás semejante a la que atestaba lasmesas en la visión: autómatas consobrepeso, de clase media, medianaedad, tristes, que se vaciaban lascarteras. Ahora no tenían más queencontrar a Vera.

Shelby los condujo por el laberintorepleto de máquinas tragaperras, loshizo pasar junto a grupos de gente

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arremolinada en las mesas de la ruletaque gritaban a la bola diminuta mientrasesta giraba; mesas cuadradas con genteque soplaba a los dados, los lanzaba yfinalmente celebraba el resultado;pasaron una serie de mesas de póquer yotros juegos raros como el pai gowhasta que finalmente llegaron a unasmesas en las que se jugaba al blackjack.

La mayoría de los repartidores decartas eran hombres: altos, encorvados,con el pelo lustroso; hombres con bigotegris y gafas; uno de ellos llevabamascarilla. Shelby no se detuvo paramirar a ninguno, e hizo bien: en el rincónmás alejado del casino se encontrabaVera.

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Llevaba el pelo negro recogido en loalto en un moño asimétrico. Su caraparecía fina y hundida. Luce no sintió lamisma emoción que cuando había visto asu otra familia de otra vida en Shasta.De todos modos, ella aún no sabía quiénera Vera para ella excepto una mujercansada de mediana edad que sosteníauna baraja de cartas ante una mujerpelirroja y medio dormida para que lacortara. La mujer partió la baraja por elcentro de forma descuidada, y acontinuación las manos de Veraempezaron a volar.

Las otras mesas del casino sehallaban abarrotadas, pero la pelirroja ysu diminuto marido eran las dos únicas

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personas que estaban con Vera. Contodo, ella desplegaba todas sushabilidades y daba las cartas con tantasoltura que parecía que ese trabajo norequiriera esfuerzo alguno. Luce advirtióentonces en Vera una elegancia y unasaptitudes para el espectáculo que nohabía notado antes.

—Bueno —dijo Miles junto a Lucemientras cambiaba el peso de un pie alotro—, ¿vamos a…?

De pronto las manos de Shelby seposaron sobre los hombros de Luce, yprácticamente la hundieron en uno de losasientos de piel que había junto a lamesa.

Aunque se moría por mirarla, al

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principio Luce evitó el contacto visual.Le inquietaba que la mujer lareconociera antes de que ella tuvieraalguna oportunidad. Sin embargo, Veraescrutó a cada uno de ellos con elmínimo interés y Luce se acordóentonces de lo diferente que ella parecíaahora con el pelo teñido. Tiró de susmechones nerviosamente sin saber quéhacer a continuación.

Miles plantó un billete de veintedólares ante Luce y esta se acordó deljuego al que se suponía que tenía quejugar. Deslizó el dinero por la mesa.

Vera arqueó una ceja perfilada.—¿Tienes carné?Luce negó con la cabeza.

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—¿Nos dejaría mirar?Al otro lado de la mesa, la señora

pelirroja se había traspuesto y apoyó lacabeza en el hombro rígido de Shelby.Vera abrió los ojos con sorpresa al verla escena y devolvió el dinero a Luce ala vez que señalaba el letrero de neónque anunciaba el Cirque du Soleil.

—Niños, ahí está el circo.Luce suspiró. Iban a tener que

esperar a que Vera terminara su trabajo.Y para entonces posiblemente semostraría aún menos dispuesta a hablarcon ellos. Luce, abatida, se dispuso adevolverle el dinero a Miles. Veraapartó los dedos en el preciso instanteen que Luce iba a coger el billete, de

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modo que las yemas de sus dedos setocaron. Las dos volvieron rápidamentela cabeza. Aquel sobresalto extrañocegó a Luce por un momento. Contuvo elaliento y clavó su mirada en los grandesojos color avellana de Vera.

Y lo vio todo:

Una casa de madera de dospisos en una nevada ciudadde Canadá. Telarañas dehielo en las ventanas, elviento agitando loscristales. Una niña de diezaños viendo la televisiónen la sala de estar ymeciendo un bebé en elregazo. Es Vera. Una niñapálida y bonita vestida con

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vaqueros al ácido y botasDoc Martens, un gruesojersey de cuello alto decolor azul marino que lellega hasta la barbilla, yuna manta barata de lanaarrugada entre ella y elrespaldo del sofá. Sobre lamesilla, un cuenco depalomitas convertidas ya enun puñado de granos fríos ysin explotar. Un gato gordode piel anaranjada rondandopor la repisa de lachimenea bufando alradiador. Y Luce. Luce essu hermana, la niña pequeñaa la que sostiene enbrazos.

Luce sintió que se balanceaba en su

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asiento del casino, muy dolida alrecordar todo aquello. Rápidamente, laimpresión se desvaneció y fue sustituidapor otra.

Luce de pequeña,siguiendo a Vera arriba yabajo de la escalera conunos escalones amplios ygastados por sus pasosfuertes; el pecho a puntode estallar de risa al oírel timbre de la puerta.Llega un chico guapo con elpelo corto, viene a recogera Vera para una cita y ellase para y se compone laropa y se vuelve deespaldas y se marcha…

Un instante después, y

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Luce es ya una adolescente,con una melena negraalborotada de mechonesrizados que le llegan hastael hombro. Tumbada sobre elcubrecama de tela tejana deVera; el tejido áspero dealgún modo le resultacómodo.

Luce hojea el diariosecreto de Vera. «Mequiere», ha escrito Verauna y otra vez mientras sucaligrafía se vuelve cadavez más grotesca. Y luegolas páginas arrancadas, elrostro enfadado de suhermana, la señal visiblede haber llorado…

Y aún otra escena distinta con una Luce

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algo mayor, de tal vez diecisiete años,que se preparaba para lo que iba aocurrir.

La nieve cae con fuerzadel cielo como si fuera unasuave interferencia blanca.Vera y unos cuantos amigospatinan sobre el hielo quecubre un estanque detrás desu casa; se deslizandibujando círculos rápidos,felices y entre carcajadas.En el borde helado delestanque, Luce estáagachada y siente que elfrío le cala la fina ropamientras se ata los patinesdeprisa, como siempre, paraalcanzar a su hermana.

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Junto a ella, una presenciacálida que no necesitamirar para identificar:Daniel está en silencio,taciturno, y lleva ya lospatines bien atados. Sientelas ganas de besarlo, perono ve ninguna sombra. Lanoche y todo alrededorestán plagados de estrellasque, llenas deposibilidades, refulgen conuna nitidez infinita.

Luce buscó la presencia de sombras yluego se dio cuenta de que era normalque no estuvieran, pues ese era unrecuerdo de Vera. Por otra parte, lanieve impedía distinguirlo todo bien. De

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todos modos, Daniel seguramente losabía, igual que lo había sabido alzambullirse en el lago. Sin duda lo habíapresentido en todas y cada una de lasocasiones. ¿Alguna vez le habíaimportado lo que les pasaba a personascomo Vera después de que Lucemuriera?

A continuación, se oyó unestallido procedente de laorilla del lago donde Lucese hallaba, semejante al deun paracaídas al soltarse.Y luego: una llamaradaintensa de fuego de colorrojo en medio de unaventisca. Una gran columnade llamas anaranjadas

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refulgentes alzándosecontra el cielo en el bordedel estanque. Donde habíaestado Luce. Los demáspatinadores se apresuraronhacia allí por el lago.Pero el hielo se estabafundiendo muy rápidamente,de forma catastrófica, demodo que los patines sehundían en las frías aguasde debajo. El grito de Veraretumbó esa noche azul y sumirada agónica fue todocuanto Luce pudo ver.

En el casino, Vera apartó la mano comosi se hubiera quemado. Los labios letemblaron un poco antes de decir: «Erestú». Luego negó con la cabeza: «Pero

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eso es imposible».—Vera —susurró Luce tendiendo de

nuevo la mano hacia su hermana. Lehubiera gustado abrazarla, llevarse todoel dolor que Vera había sentido yhacérselo suyo.

—No. —Vera negó con la cabeza yretrocedió con un gesto admonitoriohacia Luce—. No, no, no.

Reculó hasta que dio con elrepartidor de cartas de la mesa dedetrás, tropezó con él y volcó unaenorme pila de fichas de póquer quetenía sobre la mesa. Los discos decolores se deslizaron por el sueloprovocando exclamaciones entre losjugadores, que saltaron de sus asientos

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para recogerlos.—¡Maldita sea, Vera! —atronó un

hombre rechoncho por encima delbarullo.

Mientras él se dirigía balanceándosehacia la mesa con su traje barato depoliéster gris y zapatos negros, Lucecruzó una mirada de preocupación conMiles y Shelby. Los tres menores deedad no querían tener nada que ver conel jefe de sala. Sin embargo, él seguíaregañando a Vera, dibujando una muecade disgusto con los labios.

—¿Cuántas veces…?Vera había recuperado el equilibrio,

pero, aterrada, no apartaba la vista deLuce, como si fuera el demonio en lugar

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de su hermana en otra vida. Los ojosperfilados de Vera estaban blancos deterror mientras farfullaba:

—Ella, ella, ella n-n-no puede estaraquí.

—Por Dios —musitó el jefe de salaviendo a Luce y a sus amigos. Luegohabló por el walkie-talkie—. Seguridad,tengo aquí a un par de gamberrosmenores de edad.

Luce se escurrió entre Miles yShelby, la cual, con los dientesapretados dijo:

—Miles, ¿y si hicieras una de esastranslocaciones tuyas?

Antes de que Miles pudieracontestar, tres hombres de muñecas y

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cuellos enormes aparecieron ante elloscon porte amenazador. El jefe de salasacudió las manos.

—A la cárcel. Así veremos en quéotros problemas han estado metidos.

—¡Yo tengo una idea mejor! —dijouna voz femenina con tono desafiantepor detrás del muro de guardias deseguridad.

Todas las cabezas se volvieron paralocalizar la voz, pero solo la cara deLuce se iluminó:

—¡Es Arriane!La diminuta muchacha dirigió una

sonrisa a Luce mientras se abría pasocon ligereza entre la multitud. Con unoszapatos de plataforma de unos doce

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centímetros de alto, el pelo alborotado ylos ojos prácticamente ocultos por laraya de un perfilador negro, Arriane seacoplaba a la perfección con la extrañaclientela del casino. Nadie parecíasaber muy bien qué pensar de ella, ymenos aún Shelby y Miles.

El jefe de sala se volvió paraencararse con Arriane, que apestaba abetún y jarabe contra la tos.

—¿Vamos a tener que llevarlatambién a usted al calabozo, señorita?

—¡Oh, bueno, parece divertido! —Arriane abrió los ojos—. Pero, pordesgracia, esta noche estoy totalmenteocupada. Tengo entradas de primera filapara ver al Blue Man Group y luego

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también, cómo no, está la cena con Cherdespués del espectáculo. Y sé que hayalgo más que tengo que hacer… —Sedio una palmadita en la frente y luegomiró a Luce—. ¡Ah, sí! ¡Sacar a estostres de aquí! Si nos disculpan… —Lanzó un beso al enojado jefe de sala,hizo un gesto de disculpa hacia Vera yluego chasqueó los dedos.

Entonces todas las luces seapagaron.

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13

Seis días

Mientras se apresuraba con ellos porel laberinto formado por aquel casino aoscuras, Arriane se movía como situviera visión nocturna.

—Vosotros tres, tranquilizaos —dijocon voz cantarina—. Os sacaré de aquíen un instante.

Llevaba a Luce bien asida por lamuñeca, y ella, su vez, agarraba a Miles;Miles tenía cogida por la mano a Shelby,

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la cual se lamentaba de la indignidad detener que huir por piernas.

Arriane los guiaba sin equivocarsey, aunque Luce no veía lo que hacía, seoía a personas refunfuñar y quejarsecuando Arriane los apartaba con unempellón. «¡Lo siento!», exclamaba.«Perdón» y «Disculpe».

Los llevó por pasillos oscurosllenos de turistas nerviosos queutilizaban sus móviles como linternas.Subieron escaleras sin luz, llenas depolvo por el desuso y repletas de cajasde cartón vacías. Finalmente, abrió deuna patada la salida de emergencia, loscondujo por ella y llegaron a un callejónoscuro y estrecho.

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La callejuela se encontraba entre elMirage y otro hotel gigantesco. De unahilera de contenedores de basurasemanaba el hedor putrefacto de lacomida en descomposición. Un reguerode agua de alcantarilla de color verdeácido dibujaba una especie de riachuelorepugnante que dividía el callejón endos. Delante de ellos, en medio de lailuminada y animada Strip con sus lucesde neón, un reloj negro anticuado dio lasdoce.

—¡Ah! —Arriane inspiróprofundamente—. El comienzo de otroglorioso día en la Ciudad del Pecado.Me gustaría iniciarlo directamente conun gran desayuno. ¿Quién tiene hambre?

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—Hummm… bueno —farfullóShelby mirando a Luce, luego a Arrianey finalmente al casino en general—.¿Qué es…? ¿Cómo…?

La mirada de Miles estaba clavadaen la cicatriz brillante y marmórea querecorría un lado del cuello de Arriane.Luce ya estaba acostumbrada a ella,pero era evidente que sus amigos nosabían qué pensar.

Arriane señaló con el dedo a Miles.—Este parece capaz de zamparse

tantos gofres como pesa. ¡Vamos,conozco una cafetería repugnante!

Mientras recorrían el callejón parasalir a la calle, Miles se volvió haciaLuce y articuló con los labios:

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—¡Es impresionante!Luce asintió. Era todo cuanto podía

hacer para mantenerse al ritmo deArriane mientras esta cruzaba a todacarrera la Strip. Vera. No se la podíaquitar de la cabeza. Todos los recuerdosque había vislumbrado en un instantehabían sido dolorosos y asombrosos,por lo que se hacía una ligera idea de loque habían representado para Vera. Sinembargo, para Luce también habíanresultado profundamente satisfactorios.En mucha mayor medida que encualquier otra de sus visiones a travésde las Anunciadoras, esta vez habíapodido sentir una de sus vidasanteriores. Curiosamente había visto

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también algo en lo que nunca antes habíareparado: sus antiguos yoes tenían unavida. Llevaban vidas completas eimportantes antes de que Danielapareciera.

Arriane los condujo hasta unacafetería de la cadena IHOP situada enun edificio marrón, bajo y estucado tanantiguo que podría ser anterior acualquier otra cosa que hubiera en laStrip. El establecimiento parecía másclaustrofóbico y triste que cualquier otroIHOP.

Shelby fue la primera en entrar,empujó las puertas de cristal, quehicieron sonar las campanillas baratasque colgaban en lo alto pendidas con

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cinta adhesiva. Tomó un puñado depastillitas de menta que había en uncesto junto a la caja y luego se hizo conun compartimiento situado en el rincónposterior de la sala. Arriane se deslizójunto a ella mientras que Luce y Milesocuparon el otro asiento de cuerodesgastado de color naranja.

Con un silbido y un rápido gestocircular, Arriane pidió una ronda de caféa una camarera rechoncha y guapa, quellevaba el lápiz en el pelo.

Los demás se concentraron en leer elmenú, que era grueso y estabaencuadernado en espiral. Volver laspáginas era una batalla contra los restosde sirope de arce que lo pegaban todo y

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también un buen modo de evitar hablarsobre el problema del que se acababande librar por los pelos.

Finalmente Luce tuvo que preguntar:—¿Qué haces aquí, Arriane?—Pedir algo que tenga un nombre

raro. El Rooty Tooty, creo, como aquí notienen los bocadillos Moons Over MyHammy… Siempre me cuesta decidirme.

Luce hizo una mueca. Arriane notenía ninguna necesidad de actuar de unmodo tan evasivo. Era obvio que suacción de rescate no había sido unacoincidencia.

—Ya sabes a qué me refiero.—Vivimos tiempos muy extraños,

Luce. Pensé que era mejor pasarlos en

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una ciudad igualmente extraña.—Sí, pero pronto terminarán, ¿no?

Según el calendario de la tregua…Arriane dejó su taza de café en la

mesa y apoyó la barbilla en la palma dela mano.

—Bueno, aleluya. Parece que,después de todo, aprendes algo en esaescuela.

—Sí y no —respondió Luce—. Hacepoco oí a Roland decir que Danielestaba contando los minutos, y que teníaque ver con la tregua, pero no sabíaexactamente de cuántos minutosestábamos hablando.

A su lado Miles pareció ponerse entensión al oír mencionar el nombre de

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Daniel. Cuando la camarera se acercópara tomar nota él fue el primero enpedir con voz muy alta y prácticamentearrojándole el menú.

—Bistec y huevos, poco hechos.—¡Oh! ¡Qué varonil! —exclamó

Arriane dirigiendo una miradaaprobatoria a Miles mientras escogía loque quería a pito pito colorito—. UnRooty Tooty Fresh’N Fruity —anunciócon expresión circunspecta, articulandocada sílaba como si fuera la mismísimareina de Inglaterra.

—Para mí, bollos rellenos desalchicha —dijo Shelby—. Bueno, no,mejor una tortilla de clara de huevo sinqueso. Pero ¡qué caray! No, no, mejor

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bollos rellenos con frankfurt.La camarera se volvió hacia Luce.—¿Y tú, bonita?—Un desayuno normal. —Luce

sonrió disculpándose por sus amigos—.Los huevos revueltos sin carne.

La camarera asintió, y se encaminótranquilamente hacia la cocina.

—Muy bien. ¿Y qué más oíste decir?—preguntó Arriane.

—Hummm. —Luce empezó ajuguetear con el frasco de sirope quehabía junto a la sal y la pimienta—.Hubo una conversación sobre… yasabes, el fin del mundo.

Shelby, con una risita burlona, sepuso tres tubos pequeños de crema de

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leche en el café.—¡El fin del mundo! ¿De verdad os

creéis esa chorrada? Decidme, ¿cuántosmilenios llevamos esperándolo? ¡Y loshumanos se creen pacientes y apenasllevan dos mil años! ¡Ja! Como si fueraa cambiar alguna cosa.

Arriane tenía cara de estar a puntode poner a Shelby en su sitio, peroentonces dejó el café en la mesa.

—¡Qué maleducada por no habermepresentado a tus amigos, Luce!

—Hummm. Ya sabemos quién eres—dijo Shelby.

—Sí. Había todo un capítulodedicado a ti en mi libro de historia delos ángeles de octavo —añadió Miles.

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Arriane dio unas palmaditas.—¡Y pensar que me dijeron que ese

libro había sido prohibido!—¿En serio? ¿Apareces en un libro

de texto? —Se rió Luce.—¿De qué te sorprendes? ¿No te

parezco histórica? —Arriane se volvióhacia Shelby y Miles—. Bueno,habladme de vosotros. Necesito sabercon quién anda mi chica.

—Con una nefilim incrédula nopracticante. —Shelby levantó la mano.

Miles tenía la mirada clavada en sucomida.

—El inútil ta-ta-taranieto en octavogrado de un ángel.

—No es cierto. —Luce dio una

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palmadita en el hombro de Miles—.Arriane, deberías haber visto cómo nosha ayudado esta noche a pasar a travésde la sombra. Ha estado fabuloso. Poreso estamos aquí, porque leyó ese libroy además él podía…

—Sí, eso me preguntaba yo —repuso Arriane con tono sarcástico—.Pero lo que más me preocupa es estachica. —Hizo un gesto en dirección aShelby. El rostro de Arriane adoptó unaexpresión más grave de la que Luceestaba acostumbrada a ver en ella.Incluso sus frenéticos ojos de color azulclaro parecieron aquietarse—. No sonestos buenos tiempos para ser una nopracticante de lo que sea. Todo está

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cambiando constantemente, pero al finalse pasarán cuentas. Y no tendrás másremedio que optar por uno u otro bando.—Arriane miró fijamente a Shelby deforma deliberada—. Todos tenemos quesaber dónde estamos.

Antes de que alguien pudieraresponder, la camarera reapareció conuna gran bandeja de plástico de colormarrón con comida.

—Bueno, ¿qué os parece un serviciotan rápido? —preguntó—. A ver, ¿quiénde vosotros quería las salchichas…?

—¡Yo! —Shelby sorprendió a lacamarera con su rapidez para alcanzar elplato.

—¿Alguien querrá ketchup?

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Negaron con la cabeza.—¿Extra de mantequilla?Luce señaló la bola helada de

mantequilla de sus tortitas:—Estamos servidos. Gracias.—Si necesitamos algo —respondió

Arriane con la mirada clavada en la carafeliz que había dibujada con nata en suplato—, pegaremos un grito.

—Oh, seguro que lo haréis. —Lacamarera soltó una risita tímida mientrasse colocaba la bandeja debajo del brazo—. Gritaréis como si el mundo se fueraa acabar, que lo hará.

En cuanto se marchó, Arriane fue laúnica que se puso a comer. Cogió unarándano que había en la nariz de la

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tortita, se lo echó a la boca y se relamiólos dedos con placer. Luego miró lamesa en su conjunto.

—¡Al ataque! —dijo—. Un bistec ounos huevos fríos no valen nada. —Suspiró—. Vamos, chicos, habéis leídolibros de historia. Ya sabéis lo que sedice…

—Yo no —replicó Luce—. Yo no sénada.

Arriane chupó reflexivamente sutenedor.

—Es cierto. En tal caso, permítemeque te presente mi versión, que, dehecho, es mucho más divertida que laque ofrecen los libros de historia,porque no voy a censurar las grandes

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peleas, las palabras malsonantes ni lasescenas de sexo. Mi versión tiene detodo excepto que no está en 3D, aunqueesto último, en mi opinión, estásobrevalorado. ¿Habéis visto esapelícula de…? —Entonces advirtió laperplejidad de sus caras—. ¡Oh, bueno,no importa! De acuerdo, empezó hacemilenios atrás. A ver, ¿es preciso que teponga al día sobre Satanás?

—Fue el primero en enfrentarse aDios. —La voz de Miles era monótona,como si repitiera una lección de terceromientras pinchaba un trozo de bistec consu tenedor.

—Pero antes habían estadosuperunidos —añadió Shelby mientras

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rebañaba el sirope con un bollo—.Quiero decir que Dios llamaba aSatanás su «lucero de la mañana». Porlo tanto, no es que Satanás no fueraapreciado o querido.

—Pero prefirió reinar en el Infiernoque servir al Cielo —intervino Luce.Ella no había leído las historias de losnefilim, pero sí El Paraíso perdido, o,por lo menos, CliffNotes.

—¡Es muy bonito! —Arriane sonrióinclinándose hacia Luce—. ¿Sabes? Enotro tiempo Gabbe era muy buena amigade las hijas de Milton. Le gustaatribuirse el mérito de esa frase, y yosiempre le digo que si no le basta con elnúmero de admiradores que tiene. Pero

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bueno. —Arriane pasó a atacar con eltenedor los huevos de Luce—. Caramba,¡qué ricos! ¿Nos podríais traer un pocode salsa picante? —gritó en dirección ala cocina—. Muy bien, ¿dónde noshabíamos quedado?

—En Satanás —dijo Shelby con laboca llena de tortita.

—Exacto. En fin, se pueden decirmuchas cosas del Diablo Grande, peroen cierto modo él… —Arriane sacudióla cabeza— fue quien introdujo la ideadel libre albedrío entre los ángeles.Quiero decir que realmente nos dio a losdemás algo en que pensar. ¿Hacia québando te inclinas? Puestos a escoger, unbuen número de ángeles cayeron.

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—¿Cuántos? —preguntó Miles.—¿Ángeles caídos? Los suficientes

como para provocar un empate. —Arriane adoptó una actitud reflexiva porun instante, luego hizo una mueca y gritóa la camarera—: ¡Salsa picante! ¿Acasono hay en este maldito local?

—¿Y los ángeles que cayeron peroque no se aliaron con…?

Luce se interrumpió al pensar enDaniel. Se dio cuenta de que hablabaentre susurros, pero le parecía queaquella era una conversación realmenteimportante como para tratarla en unacafetería, aunque fuera elestablecimiento más vacío de la noche.

Arriane también bajó el tono de voz.

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—Bueno, hay muchos ángeles quecayeron pero que técnicamente siguenestando aliados con Dios. Pero estántambién los que se aliaron con Satanás.A estos los llamamos demonios, aunqueen realidad no son más que ángelescaídos que realmente tomaron una maladecisión.

»Yo no digo que haya sido fácil paranadie. Desde la Caída, los ángeles y losdemonios han ido empatados, codo acodo, a la par. —Untó la mantequilla enla nariz de la tortita—. Pero todo esopuede estar a punto de cambiar.

Luce bajó la mirada hacia loshuevos, incapaz de comer.

—Antes has dado a entender que mi

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postura tenía algo que ver con todo esto,¿verdad? —Shelby parecía menosvacilante de lo normal.

—No la tuya exactamente. —Arrianenegó con la cabeza—. Sé que parece quetodos estamos pendientes de un hilo.Pero al final un ángel poderoso tomarápartido por un bando. Cuando estoocurra, la balanza se inclinará hacia unlado. Y entonces importará mucho enqué bando te encuentras.

Las palabras de Arriane recordarona Luce que cuando estuvo encerrada enel callejón que conducía a la pequeñacapilla con la señorita Sophia esta nodejaba de decir que el destino deluniverso tenía algo que ver con ella y

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Daniel. Aquellas palabras de un sermaligno como la señorita Sophia en esemomento le habían parecido totalmentedescabelladas. Aunque Luce no estabamuy segura sobre qué hablabaexactamente, sabía que tenía que ver conel regreso de Daniel.

—Es Daniel —musitó ella—. Elángel capaz de inclinar la balanza esDaniel.

Aquello explicaba su continuo pesar,que acarreaba como si fuera una maletade dos toneladas. Explicaba por quéllevaba apartado de ella tanto tiempo.Lo único que no aclaraba era por quéparecía que la mente de Arrianealbergase algunas reservas sobre el

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bando por el que se inclinaría labalanza. El bando que ganaría la guerra.

Arriane se dispuso a contestar, peroen lugar de hacerlo volvió a atacar elplato de Luce.

—¡Eh, camarera! ¿Me harás el favorde traer la salsa picante de una vez? —gritó.

Una sombra se desplomó sobre sumesa.

—Yo te daré algo realmente picante.Luce se volvió y se estremeció ante

lo que vio: un chico muy alto vestidocon una gabardina marrón y largadesabrochada tras la que se veía eldestello de algo plateado metido en elcinturón. Llevaba la cabeza rapada,

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tenía la nariz fina y recta, y lucía unosdientes perfectos.

Y sus ojos eran blancos. Unos ojoscompletamente vacíos de color. Sin iris,sin pupilas. Nada.

Su expresión extraña y vacua lerecordó a la Proscrita. Entonces Luce nohabía podido ver bien a la chica yobservar qué le pasaba en los ojos, peroahora se podía hacer una idea bastanteaproximada de ello.

Shelby miró al chico, tragó salivacon fuerza y se concentró en sudesayuno.

—Yo no he sido —farfulló.—Ya no hace falta —dijo Arriane al

chico—. Te la podrás poner en el primer

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bocadillo que te serviré.Luce observó con los ojos como

platos cómo la figura diminuta deArriane se ponía de pie y se restregabalas manos en los vaqueros.

—Ahora mismo vuelvo, chicos. ¡Oh,Luce! Recuérdame que te riña cuandoregrese.

Antes de que Luce pudiera preguntarqué tenía que ver ese chico con ella,Arriane lo había cogido por la oreja, sela había retorcido con fuerza y le habíagolpeado la cabeza contra el mostradorde cristal junto a la barra.

El ruido rompió la tranquilidadnocturna del restaurante. El chicogritaba como un niño mientras Arriane

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le retorcía la oreja en la otra dirección yse le subía encima. Aullando de dolor,empezó a doblar su cuerpo enclenquehasta que se desembarazó con fuerza deArriane y la arrojó contra una vitrina decristal.

Ella rodó en todo lo largo y sedetuvo al final dando contra un enormepastel de merengue de limón; luego seincorporó apoyándose en la barra. Diouna voltereta hacia atrás en direcciónhacia él y lo atrapó con una llave decabeza con las piernas. A continuación,empezó a golpear la cabeza del chicocon sus puños pequeños.

—¡Arriane! —gritó la camarera—.¡No me toquéis los pasteles! ¡Intento ser

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tolerante, pero tengo que ganarme lavida!

—¡Vale, está bien! —gritó Arriane—. Ya continuaremos en la cocina.

Soltó al chico, bajó al suelo y le dioun puntapié con su zapato de plataforma.Él tropezó torpemente contra la puertaque llevaba a la cocina del restaurante.

—Vosotros tres, venid —les dijo alos de la mesa—. A lo mejor inclusoaprendéis algo.

Miles y Shelby arrojaron susservilletas de un modo que a Luce lerecordó a los alumnos de Dover cuandoarrojaban todas las cosas y salíancorriendo al pasillo al grito de «¡Pelea!¡Pelea!» en cada ocasión que se

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producía el mínimo indicio de pelea.Luce los siguió un poco más

vacilante. Si Arriane insinuaba que esetipo había aparecido por culpa de Luce,eso le planteaba muchas otras preguntasespeluznantes. ¿Y la gente que se habíallevado a Dawn? ¿Y aquella Proscritaque arrojaba flechas a la que habíamatado Cam en Noyo Point?

En el interior de la cocina se oyó ungolpe fuerte, y tres hombres ataviadoscon delantales sucios se apresuraron asalir de ella presas del miedo. CuandoLuce pasó junto a ellos por la puertabatiente, Arriane tenía inmovilizado almuchacho con un pie en la cabezamientras Miles y Shelby le ataban con el

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cordel de cocina. Él tenía los ojosvacíos dirigidos hacia Luce, peroparecía mirar a través de ella.

Lo amordazaron con un trapo decocina, por lo que, cuando Arriane semofó preguntándole «¿Querrásrefrescarte un poco? ¿Qué tal en la salade refrigeración de la carne?», no pudomás que gruñir. Había dejado de oponerresistencia.

Arriane lo agarró por el cuello, loarrastró por el suelo, lo llevó a la salarefrigerada, le propinó un par de patadaspor si acaso y luego cerró la puertatranquilamente. Se restregó las manoscomo queriendo desempolvarlas y sevolvió hacia Luce con expresión de

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enojo.—¿Quién me persigue, Arriane? —

Luce tenía la voz temblorosa.—Mucha gente, pequeña.—¿Ese era… —Luce recordó su

encuentro con Cam— un Proscrito?Arriane carraspeó. Shelby tosió.—Daniel me dijo que no podía estar

conmigo porque llamaba demasiado laatención. Me dijo que estaría a salvo enla Escuela de la Costa, pero ellostambién fueron allí…

—Solo porque te interceptaronsaliendo del campus. Tú también llamasla atención, Luce. Y cuando sales almundo colándote en casinos y cosasparecidas nosotros lo notamos, y

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también los malos. Por eso,principalmente, es por lo que estás en laescuela.

—¿Qué? —Era Shelby—. ¿Laescondéis con nosotros? ¿Y qué hay denuestra seguridad? ¿Qué pasaría si losProscritos aparecieran en el campus?

Miles no decía nada, solo mirabaalarmado alternativamente a Luce y aArriane.

—¿No entiendes que los nefilim tecamuflan? —preguntó Arriane—.¿Acaso Daniel no te habló de su…coloración protectora?

La mente de Luce retrocedió hasta lanoche en que Daniel la había dejado enla Escuela de la Costa.

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—Tal vez dijo algo sobre un escudo,pero… —Aquella noche le habíanpasado tantas cosas por la cabeza…Había tenido bastante intentandoasimilar que Daniel la abandonaba.Ahora sintió una nauseabunda sensaciónde culpa—. No lo entendí. Él no entróen detalles, se limitó a decir que teníaque permanecer en el campus. Yo penséque estaba siendo demasiado protector.

—Por lo general, Daniel sabe lo quese hace. —Arriane se encogió dehombros y sacó la lengua a un lado de laboca en actitud reflexiva—. Bueno, aveces. De vez en cuando.

—¿Estás diciendo que quien sea quela persigue no la puede ver si está con

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un grupo de nefilim? —Esta vez eraMiles, que parecía haber recuperado elhabla.

—En realidad, los Proscritos no vennada en absoluto —explicó Arriane—.Se volvieron ciegos durante la Revuelta.Ahora iba a hablar sobre esa parte de lahistoria. ¡Es muy buena! Lo de laextracción de los ojos y todo ese rolloedípico. —Suspiró—. ¡Oh, vaya! Sí, losProscritos. Ellos ven la llama del alma,lo cual resulta más difícil de ver si tehallas en un grupo de nefilim.

Los ojos de Miles se agrandaron.Shelby se mordía las uñas connerviosismo.

—Así que por eso confundieron a

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Dawn conmigo.—Y por eso te ha encontrado el

chico del refrigerador esta noche —aclaró Arriane—. ¡Y qué caramba!También es así como te he podidoencontrar yo. Aquí eres como una velaen una cueva oscura. —Cogió un frascode nata montada de la encimera y seechó un chorro directamente en la boca—. Me gusta tomar reconstituyentevegetariano tras una pelea. —Bostezó, yeso hizo que Luce consultara la hora enel reloj digital verde que había en laencimera. Eran las 2.30 de la mañana.

—Bueno, por mucho que me gustedar sopapos y cargarme a gente, habéissuperado de largo vuestro toque de

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queda. —Arriane silbó y una espesamancha de Anunciadora se desprendióde las sombras de debajo de las mesasde preparación.

—Esto no lo hago nunca, ¿vale? Sime lo piden, nunca lo hago. Viajar porlas Anunciadoras es muy peligroso. ¿Lohas oído, héroe? —dijo pegándole uncoscorrón a Miles en la frente. Acontinuación, abrió los dedos. Lasombra adoptó de golpe la formaperfecta de una puerta en medio de lacocina—. Pero voy contrarreloj y estees el modo más rápido de llevaros acasa y poneros a salvo.

—Entendido —dijo Miles como siestuviera tomando apuntes.

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Arriane lo miró y negó con lacabeza.

—Ni se te ocurra. Os voy a devolvera la escuela y allí os quedaréis… —Miró fijamente a cada uno de ellos—. Otendréis que responder ante mí.

—¿Vas a venir con nosotros? —preguntó Shelby mostrando al fin unpoco de respeto hacia Arriane.

—Eso parece. —Arriane hizo unguiño a Luce—. Estás hecha unapetarda, y alguien tiene que vigilaros.

La transposición con Arriane resultómás tranquila que el viaje de ida a LasVegas. Fue como entrar en un sitio

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fresco después de haber estado al sol: laluz era un poco más apagada al pasarpor la puerta, por lo que fue precisoparpadear un poco y acostumbrar lavista.

Luce se sintió casi decepcionada alverse de nuevo en su habitación despuésde las luces y la excitación de LasVegas. Pero entonces pensó en Dawn yen Vera. Miró los objetos conocidos queindicaban que ya estaban de vuelta: doscamas de litera deshechas, las plantas enla repisa, las alfombrillas de yoga deShelby apiladas en la esquina, la copiade Steven de La República con el puntode lectura en el escritorio de Luce… Yalgo que no contaba con ver.

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Daniel, vestido completamente denegro, atendiendo el fuego de lachimenea.

—¡Ah! —gritó Shelby arrojándoseen brazos de Miles—. ¡Menudo susto!¡Y en mi propio refugio! ¡Eso no estábien, Daniel!

Dirigió una mirada de enojo a Luce,como si ella tuviera algo que ver conaquella aparición.

Daniel no hizo caso de Shelby y selimitó a decir tranquilamente a Luce:

—¡Bienvenida!Luce no sabía si correr hacia él o

echarse a llorar.—Daniel…—¿Daniel? —Arriane profirió un

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grito ahogado. Tenía los ojos comoplatos, como si hubiera visto unfantasma.

Daniel se quedó helado. Eraevidente que él tampoco contaba conencontrarse a Arriane.

—Solo la necesitaré un instante.Luego me iré. —Su voz sonabaculpable, incluso asustada.

—Vale —dijo Arriane asiendo aMiles y a Shelby por el pescuezo—. Yanos íbamos.

—Ninguno de nosotros te ha vistoaquí. —Hizo pasar a los dos delante deella—. Nos vemos luego, Luce.

Shelby parecía tener una prisatremenda por salir del dormitorio. Miles

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tenía una mirada tempestuosa y noapartó la vista de Luce hasta queArriane prácticamente lo arrojó alpasillo y cerró la puerta detrás de elloscon un gran golpe.

Daniel se acercó entonces a Luce.Ella cerró los ojos y dejó que suproximidad la reconfortara. Aspiró suolor y se sintió feliz de estar en casa. Noen la Escuela de la Costa, sino en ellugar en que Daniel la hacía sentirsecomo en su hogar, aunque fuera el másextraño de los lugares y su relaciónfuera un auténtico embrollo.

Como parecía ser ahora.No la besó, ni siquiera la había

abrazado. A Luce le sorprendió desear

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que lo hiciera aun después de lo quehabía visto. La falta de caricias porparte de él le provocó un dolor agudo enel corazón. Cuando abrió los ojos,Daniel se hallaba a pocos centímetrosde ella, escrutando cada centímetro desu ser con sus ojos color violeta.

—Me has asustado.Luce nunca le había oído decir eso,

acostumbrada como estaba a ser ella laasustada.

—¿Estás bien? —preguntó él.Ella negó con la cabeza. Daniel la

tomó de la mano y la condujo sin decirnada a la ventana, lejos del calor delfuego y de regreso al frío de la noche, enla cornisa de la ventana por donde en

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otra ocasión había acudido a ella.La luna se mostraba oblonga y baja

en el cielo. Los búhos dormían en lassecuoyas. Desde allí arriba Luce podíaver las olas batiendo suavemente laorilla; al otro lado del campus, brillabauna única luz en lo alto del pabellónnefilim, pero no podía decir si era eldespacho de Francesca o de Steven.

Daniel y ella se sentaron en lacornisa con las piernas colgando. Seapoyaron en la leve inclinación deltejado que había detrás de ellos ymiraron las estrellas que brillabanapagadas en el cielo, como si estuvierancubiertas por una capa finísima denubes. Al poco tiempo Luce se echó a

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llorar.Porque él estaba loco por ella o ella

por él. Porque su cuerpo había pasadopor tantas cosas, entrando y saliendo deAnunciadoras, atravesando estados, yyendo de un pasado reciente al presente.Porque su corazón y su cabeza estabanconfundidos y estar cerca de Danielcomplicaba aún más las cosas. PorqueMiles y Shelby parecían odiarlo. Por elhorror patente en el rostro de Vera alreconocer a Luce. Por todas las lágrimasque su hermana había vertido por ella, ypor el daño que Luce le había vuelto ahacer al aparecer en su mesa deblackjack. Por todas sus otras familiasdesconsoladas, hundidas en la tristeza

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porque sus hijas habían tenido la malasuerte de ser la reencarnación de unaestúpida chica enamorada. Porquepensar en esas familias hacía que Luceechara tremendamente de menos a suspadres en Thunderbolt. Porque era laauténtica responsable del secuestro deDawn. Porque tenía diecisiete años ytodavía estaba viva contra todopronóstico. Porque sabía lo suficientepara temer lo que el futuro pudieradepararle. Porque entretanto eran las3.30 de la mañana y llevaba días sindormir y no sabía qué más podía hacer.

Entonces él la abrazó, inundándoleel cuerpo con su calor, atrayéndola haciaél y meciéndola en sus brazos. Ella

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sollozaba e hipaba, y deseó tener unpañuelo para limpiarse la nariz. Sepreguntó cómo era posible sentirse tanmal por tantas cosas a la vez.

—Chissst —susurró Daniel—.Chissst.

El día anterior Luce se había sentidomuy mal al ver a Daniel queriéndolahasta el olvido en aquella Anunciadora.La violencia insoslayable que parecíaformar parte de su relación le habíaparecido infranqueable. Pero ahora, ysobre todo después de haber habladocon Arriane, Luce presentía que algogrande estaba a punto de ocurrir, algoque tal vez alteraría el mundo entero yque amenazaba a Luce y a Daniel. Los

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rodeaba, en el éter, y afectaba al modoen que ella se veía a sí misma y tambiéna Daniel.

La mirada de impotencia que habíavisto en los ojos de Daniel poco antesde morir… ahora le parecía queformaba parte del pasado. Le hizopensar en la forma en que la habíamirado después de su primer beso enesta vida, en la playa cercana a Espada& Cruz. El sabor de sus labios en lossuyos, el roce de su respiración en elcuello, sus manos fuertes en torno a ella:todo había sido maravilloso… exceptoel terror que se leía en sus ojos.

Pero hacía tiempo que Daniel no lamiraba de esa forma. Su mirada ahora

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era implacable, como si ellairremediablemente fuera a permanecercon él. Las cosas eran distintas en estavida. Todo el mundo lo decía, y Lucetambién lo notaba: era una revelacióncada vez más creciente en su interior. Sehabía visto morir y había sobrevivido.Daniel no tendría que sobrellevar élsolo su castigo nunca más. Era algo quepodían hacer juntos.

—Quiero decirte algo —confesóella con la cara hundida en la camisa deél mientras se secaba los ojos con lamanga—. Quiero hablar antes de queempieces tú.

Notó su barbilla acariciándole lacoronilla cuando él asintió.

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—Sé que tienes que ser muycuidadoso con lo que me cuentas. Ya séque otras veces he muerto. Pero no mevoy a ir a ningún sitio esta vez, Daniel.Lo presiento. O, por lo menos, no loharé sin oponer resistencia. —Intentóesbozar una sonrisa—. Creo que seríabueno para los dos que dejaras detratarme como si fuera una piezadelicada de cristal. Así que te pidocomo amiga, novia, y como el amor detu vida que soy, que me tengas más encuenta. De lo contrario, me siento sola,nerviosa y…

Él le cogió la barbilla con el dedo yle hizo levantar la cabeza. La mirabacon curiosidad. Luce supuso que la

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interrumpiría, pero no lo hizo.—No me fui de la Escuela de la

Costa para enojarte —prosiguió—. Mefui porque no comprendía la importanciade permanecer aquí. Y al hacerlo puseen peligro a mis amigos.

Daniel sostuvo su cara frente a lasuya. El color violeta de sus ojosprácticamente refulgía.

—Te he fallado muchas veces antes—susurró él—. Y puede que en estavida me haya pasado de prudente.Debería haber sabido que pondrías aprueba cualquier límite que se teimpusiera. No serías la chica que quierosi no lo hicieras. —Luce supuso que lesonreiría, pero no lo hizo—. En esta

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ocasión hay tanto en juego y he estadotan centrado en…

—¿Los Proscritos?—Son los que se llevaron a tu amiga

—explicó Daniel—. Apenas sabendistinguir la derecha de la izquierda, ymucho menos de qué parte están. —Lucepensó en la chica a la que Cam habíadisparado con la flecha de plata, y en elmuchacho atractivo de mirada vacía dela cafetería.

—Están ciegos.Daniel bajó la mirada hacia sus

manos y se restregó los dedos. Parecíasentirse mal.

—Sí, están ciegos, pero sonbrutales. —Levantó una mano y recorrió

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con el dedo uno de los rizos rubios deella—. Fuiste lista al teñirte el pelo. Temantuvo a salvo cuando yo no podíallegar a tiempo.

—¿Lista? —Luce estaba horrorizada—. Dawn hubiera podido morir soloporque a mí se me ocurrió manipular unfrasco de lejía barata. ¿Cómo puedesconsiderar inteligente algo así? Si… simañana me tiñera el pelo de negro, ¿túcrees que de pronto los Proscritospodrían encontrarme?

Daniel negó con la cabeza conbrusquedad.

—No deberían haber entrado en elcampus. Jamás deberían haber puestosus manos en ninguno de vosotros.

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Trabajo día y noche para mantenerlosalejados de ti y de toda la escuela.Alguien los ayuda y no sé quién.

—Cam.¿Qué otra cosa podía hacer él allí?Pero Daniel negó con la cabeza.—Sea quien sea lo lamentará.Luce se cruzó de brazos. Todavía se

notaba la cara enrojecida por el llanto.—Me figuro que esto significa que

no voy a poder ir a casa por Acción deGracias. —Cerró los ojos intentando noimaginarse la cara de decepción de suspadres—. No, mejor no me lo digas.

—Por favor. —Daniel estaba serio—. No será por mucho tiempo.

Ella asintió.

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—Lo que dura la tregua.—¿Qué? —Él la agarró por los

hombros—. ¿Cómo sabes…?—Lo sé. —Luce deseaba que él no

se diera cuenta de que había empezado atemblar y que el temblor aumentabaconforme intentaba actuar con másseguridad de la que sentía—. Y sé quepronto llegará un momento en que túinclinarás la balanza entre el Cielo y elInfierno.

—¿Quién te ha dicho eso?Daniel arqueó los hombros hacia

atrás, en un intento de evitar que se leabrieran las alas.

—Lo he deducido. Cuando no estásaquí ocurren muchas cosas.

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Por un instante la mirada de Danieldejó entrever algunos celos. Alprincipio, a Luce le pareció casireconfortante ser capaz de provocar algoasí en él, pero no quería que se sintieraceloso, y menos aún cuando se traíaentre manos tantas cosas importantes.

—Lo siento —dijo ella—. Lo últimoque ahora necesitas es que te distraiga.Parece que eso que haces… esrealmente serio.

Ella lo dejó ahí, esperando que conello Daniel se sintiera más cómodo y lecontara más cosas. Tal vez aquella era laconversación más franca, honesta ymadura que habían mantenido jamás.

Pero muy pronto un nubarrón que no

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creía siquiera que la pudiera amenazarcruzó el rostro de Daniel.

—Quítate todo eso de la cabeza. Notienes ni idea de lo que crees que sabes.

Luce fue presa de la decepción. Élseguía tratándola como a una niña. Unpaso adelante, y diez atrás.

Recogió las piernas y se puso de pieen la cornisa.

—Hay una cosa que sí sé, Daniel —dijo bajando la mirada hacia él—. Que,si de mí dependiera, no habría dudas.Que, si el universo me esperara parainclinar la balanza, optaría por el bandodel bien.

Daniel tenía sus ojos de colorvioleta clavados en el bosque oscuro.

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—Optarías por el bando del bien —repitió. Su voz parecía entumecida a lavez que desesperadamente triste. Mástriste de lo que ella le había oído jamás.

Luce tuvo que contener el impulsode agacharse y pedir disculpas. En lugarde ello, se dio la vuelta y dejó a Daniel.¿Acaso no era obvio que él tenía queoptar por el bien? ¿No es eso lo queharía cualquiera?

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14

Cinco días

Alguien los había delatado.El domingo por la mañana, mientras

el resto del campus aún permanecíaextrañamente silencioso, Shelby, Miles yLuce se encontraron sentados en fila a unlado del despacho de Francesca, a laespera de ser interrogados.

El despacho de la profesora era másgrande que el de Steven. También eramás luminoso, tenía el techo alto e

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inclinado y tres enormes ventanas quedaban al bosque en dirección al norte,cada una de ellas adornada con unascortinas gruesas de terciopelo de colorlavanda descorridas para mostrar uncielo asombrosamente azul. La únicaobra de arte de la estancia era una granfotografía enmarcada de una galaxia quecolgaba sobre un magnífico escritoriocon revestimiento de mármol. Las sillasde estilo barroco en las que estabansentados eran bonitas pero incómodas.Luce no conseguía dejar de moverse.

—Una nota anónima, ¡y un huevo! —musitó Shelby haciendo referencia alseco e-mail que había recibido cada unode ellos de parte de Francesca esa

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mañana—. Esa desgraciada cotorrainmadura de Lilith.

Luce no creía que Lilith ni ningúnotro alumno hubiera podido saber quehabían abandonado el campus. Alguienmás había puesto sobre aviso a susprofesores.

—¿Por qué tardan tanto?Miles señaló con la cabeza en

dirección al despacho de Steven, queestaba al otro lado de la pared y en elque se oían las voces de sus profesoresdiscutiendo en voz baja.

—Es como si estuvieran decidiendoel castigo antes de escuchar nuestraversión de los hechos. —Él se mordió ellabio inferior—. Por cierto, ¿cuál es

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nuestra versión de los hechos?Pero Luce no lo escuchaba.—Realmente no creo que pueda ser

tan difícil —murmuró ella, más para síque para los demás—. Basta conadoptar una postura y actuar enconsecuencia.

—¿Cómo? —preguntaron Miles yShelby a la vez.

—Lo siento —contestó Luce—. Essolo… ¿Os acordáis de lo que Arrianeexplicó anoche sobre inclinar la balanzahacia un lado? Pues se lo comenté aDaniel, y él se puso muy raro. En serio,¿acaso no es obvio que hay unarespuesta correcta y otra equivocada?

—Para mí, sí —dijo Miles—. Hay

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una opción buena y otra mala.—¿Cómo podéis decir algo así? —

preguntó Shelby—. Es precisamente esemodo de pensar el que nos ha metido eneste embrollo. ¡La fe ciega! ¡Laaceptación sin más de una dicotomíaprácticamente obsoleta! —El rostro sele enrojeció y levantó tanto la voz queposiblemente Francesca y Steven podíanoírla—. Estoy tan cansada de ángeles ydemonios que toman partido. Todo esebla, bla, bla de si esos son malos o sonlo demás, como si supieran qué es lomejor para el universo entero.

—¿Insinúas que Daniel tomarápartido por el mal? —se mofó Miles—.¿Que traerá el fin del mundo?

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—Me importa un carajo lo queDaniel haga —repuso Shelby—. Y, laverdad, me resulta difícil creer que tododependa de él.

Pero tenía que ser así. A Luce no sele ocurría ninguna otra explicación.

—Mira, tal vez las líneas no sean tanclaras como nos han contado —prosiguió Shelby—. Quiero decir,¿quién dice que Lucifer sea tan malo…?

—Tal vez… ¿todo el mundo? —apuntó Miles buscando una mirada deapoyo de Luce.

—¡Error! —refutó Shelby—. Ungrupo de ángeles muy persuasivos queintentan conservar su status quo. Soloporque hace mucho tiempo ellos

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vencieron en una batalla, se creen quetienen la razón.

Luce miró cómo las cejas de Shelbyse arqueaban cuando se desplomabacontra el respaldo rígido de la silla.Esas palabras hicieron pensar a Luce enalgo que había oído en otra parte…

—Los vencedores reescriben lahistoria —murmuró. Eso era lo que Camle había dicho aquel día en Noyo Point.¿No era eso lo que Shelby quería decir?¿Que los perdedores entonces adquierenmala fama? Sus puntos de vista eranparecidos. Lo único es que Cam, comono podía ser de otro modo, eralegítimamente malévolo, y Shelby, encambio, solo hablaba.

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—Exacto. —Shelby asintió mirandoa Luce—. Un momento. ¿Qué…?

En ese instante, Francesca y Stevenentraron por la puerta. Francesca seacomodó en el asiento negro giratorio desu escritorio. Steven se puso en piedetrás de ella, con las manosligeramente posadas en el respaldo delasiento. Con sus vaqueros y su camisablanca limpia y almidonada, Stevenparecía tan despreocupado comoFrancesca parecía severa con su vestidoentallado negro de cuello cuadrado yrígido.

Aquello hizo reflexionar a Lucesobre la charla de Shelby acerca de laslíneas difusas y las connotaciones de

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palabras como «ángel» y «demonio».Evidentemente, era superficial hacerjuicios de valor atendiendo únicamentea la vestimenta de Steven y Francesca,pero de nuevo no se trataba solo de eso.En muchos sentidos, resultaba fácilolvidar cuál de ellos era qué.

—¿Quién quiere ser el primero? —preguntó Francesca mientras posaba suscuidadas manos sobre la base demármol—. Sabemos todo lo que haocurrido, así que no hace falta entrar endetalles. Ahora tenéis la ocasión decontarnos el motivo.

Luce tomó aire. Aunque no esperabaque Francesca les cediera la palabra tanrápidamente, no quería que Miles o

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Shelby intentaran encubrirla.—Fue culpa mía —dijo—. Yo

quería… —Miró la cara ojerosa deSteven y bajó la cabeza—. Vislumbréalgo en las Anunciadoras, algo sobre mipasado y quise saber más.

—Por lo tanto, ¿te expusiste a unviaje peligroso, el acceso prohibido auna Anunciadora, poniendo además enpeligro a dos compañeros que realmentedeberían haber sido más juiciosos, justoal día siguiente de que otra compañerade clase hubiera sido secuestrada? —preguntó Francesca.

—Eso no es justo —replicó Luce—.Tú misma quitaste importancia a lo quele había ocurrido a Dawn. Creímos que

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solo íbamos a ver algo, pero…—Pero ¿qué? —intervino Steven—.

¿Os disteis cuenta de lo estúpido que espensar así?

Luce se agarró al reposabrazos de lasilla intentando contener las lágrimas.Francesca estaba enfadada con los tres,mientras que el enojo de Steven parecíarecaer exclusivamente en Luce, lo cualno era justo.

—Vale, sí. Salimos de la escuela ynos fuimos a Las Vegas —admitió al fin—. Pero si nos pusimos en peligro fuesolo porque vosotros me teníais aoscuras. Vosotros sabíais que habíaalguien que me perseguía y es posibleque incluso sepáis por qué. Yo no habría

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abandonado el campus si me lohubierais dicho.

Steven miraba a Luce con los ojoscomo brasas.

—Si de verdad insinúas quenosotros tenemos que ser así deexplícitos contigo, Luce, entonces mesiento muy decepcionado. —Posó unamano sobre el hombro de Francesca—.Tal vez tenías razón acerca de ella,querida.

—Un momento —dijo Luce.Pero Francesca la detuvo con un

gesto de la mano.—¿Tenemos que ser explícitos

también sobre el hecho de que laoportunidad que se te ha dado en la

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Escuela de la Costa para un crecimientoeducativo y personal es en tu caso unaexperiencia única en mil vidas? —Se lesonrojaron las mejillas—. Nos haspuesto en una situación muy incómoda.La escuela principal —señaló entoncesla parte sur del campus— tiene suscastigos y sus programas de servicio ala comunidad para los estudiantes que sepasan de la raya. Pero Steven y yo notenemos definido ningún sistema decastigo. Hasta ahora hemos tenido lafortuna de contar con unos alumnos queno han ido más allá de nuestros límites,que son realmente laxos.

—Eso ha sido hasta ahora —dijoSteven con la vista clavada en Luce—.

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Pero Francesca y yo estamos de acuerdoen que es preciso hacer un cambio yfijar un castigo severo.

Luce se inclinó hacia delante en suasiento.

—Pero Shelby y Miles no…—Exacto —asintió Francesca—.

Por ello, cuando acabemos, Shelby yMiles se presentarán ante el señorKramer en la escuela principal paraprestar servicios a la comunidad. Larecogida de alimentos para la FiestaAnual de la Cosecha empieza hoy, asíque seguro que encontraréis una tareaadecuada para vosotros.

—¡Qué mier…! —espetó Shelbymirando a Francesca—. Quiero decir

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que la Fiesta de la Cosecha es midiversión favorita.

—¿Y Luce? —quiso saber Miles.Steven tenía los brazos cruzados y a

través de la montura de concha de colorcarey de sus gafas atravesaba a Luce consus ojos endemoniados de coloravellana.

—Luce, estás castigada.¿Castigada? ¿Eso era todo?—Clase. Comida. Habitación —

recitó Francesca—. Hasta nueva orden,y a menos que te encuentres bajo unavigilancia estricta, es lo único que teestá permitido. Y nada de sumergirse enmás Anunciadoras. ¿Lo hascomprendido?

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Luce asintió.Steven añadió:—No nos pongáis a prueba de

nuevo. Incluso nosotros podemos llegara perder la paciencia.

La combinación clase-comida-habitación no daba muchas opciones aLuce en una mañana de domingo. Elpabellón estaba oscuro, y la cantina nose abría hasta las once para el almuerzo.Después de que Miles y Shelby semarcharan de mala gana al campo deadiestramiento para el servicio a lacomunidad del señor Kramer, Luce notuvo más opción que regresar a su

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habitación. Bajó el estor de la ventanaque a Shelby le gustaba dejar levantadoy se desplomó en la silla de suescritorio.

Podría haber sido peor. Encomparación con las historias de celdasestrechas hechas con bloques decemento destinadas a la reclusiónindividual de Espada & Cruz, a Luce leparecía que había salido bien parada.Nadie le había colocado ninguna pulserade localización. De hecho, Steven yFrancesca le habían impuesto lasmismas restricciones que Daniel. Ladiferencia era que sus profesoresrealmente podían vigilarla día y noche, yDaniel no debía estar allí para nada.

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Enfadada, encendió el ordenador,suponiendo que tendría cancelado suacceso a internet. Sin embargo, se pudoconectar y encontró tres mensajes de suspadres y uno de Callie. Al menosestando castigada podría comunicarsemás con sus amigos y su familia.

Para: [email protected]: [email protected]: Viernes, 20 de

noviembre, 8.22Asunto: El perro-pavo

¡Mira la fotografía! Conmotivo de la fiesta vecinalpara celebrar el otoñovestimos a Andrew de pavo.Como puedes ver por lasmarcas de mordiscos en las

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plumas, le encantaron. ¿Quéte parece? ¿Quieres que selo volvamos a poner cuandovengas para Acción deGracias?

Para: [email protected]: [email protected]: Viernes, 20 de

noviembre, 9.06Asunto: Léelo

Tu padre acaba de leer mie-mail y cree que tal vezte haya hecho sentirte mal.No queremos que te sientasculpable, cariño. Si tedejan venir a casa paraAcción de Gracias,estaremos muy contentos. Sino, lo cambiaremos para

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otro día. Te queremos.

Para: [email protected]: [email protected]: Viernes, 20 de

noviembre, 12.12Asunto: Sin asunto

¿Nos dirás algo? Besos,Mamá

Luce sostuvo la cabeza entre las manos.Se había equivocado. Ni todos loscastigos del mundo le facilitarían latarea de responder a sus padres. ¡PorDios! ¡Si habían llegado incluso adisfrazar al perro de pavo! Le rompía elcorazón la idea de decepcionarlos. Asíque dejó el asunto para más tarde y

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abrió el e-mail de Callie.

Para: [email protected]:

[email protected]: Viernes, 20 de

noviembre, 16.14Asunto: ¡AQUÍ ESTÁ!

Creo que la reserva deavión que envío acontinuación habla por sísola. Dime tu dirección ytomaré un taxi en cuantollegue el jueves por lamañana. ¡Es la primera vezque voy a Georgia! ¡Y conmi gran amiga, a la quehace tanto tiempo que noveo! ¡Va a ser fabuloso!¡Nos vemos en SEIS DÍAS!

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En menos de una semana, el Día deAcción de Gracias, la mejor amiga deLuce aparecería en casa de sus padres,que la estarían esperando a ella,mientras que Luce seguiría exactamenteallí, castigada en su habitación. Sintióuna tristeza enorme. Habría dadocualquier cosa por estar con ellos ypasar unos días con sus seres queridos,que le darían un respiro después de lasextenuantes y confusas semanas quehabía pasado confinada entre esasparedes de madera.

Abrió un nuevo e-mail y escribió unmensaje apresurado:

Para:

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[email protected]: [email protected]: Domingo, 22 de

noviembre, 09.33Asunto: (Sin asunto)

Hola, señor Cole.No se preocupe, no le voy

a suplicar que me deje ir acasa por Acción de Gracias.Sé que es un esfuerzoinútil y no merece la pena.Sin embargo, no tengo valorpara decírselo a mispadres. ¿Podríacomunicárselo usted mismo?Dígales que lo sientomucho.

Aquí todo va bien. Echode menos mi hogar.

Luce

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Un golpe fuerte en la puerta hizo queLuce diera un respingo e hiciera clic en«Enviar» sin comprobar primero si teníaerrores tipográficos o incómodossentimentalismos.

—¡Luce! —Shelby la llamaba desdeel otro lado de la puerta—. ¡Abre!Tengo las manos ocupadas con esaporquería de la fiesta del otoño. ¡Tenpiedad!

Los golpes secos continuaban al otrolado de la puerta, cada vez más fuertes,acompañados de algún gruñidoocasional y algún que otro quejido.

Al abrir la puerta, Luce se encontróa Shelby resoplando, doblada por elpeso de una enorme caja de cartón.

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Llevaba varias bolsas de plástico entrelos dedos. Las rodillas le temblaban alentrar trabajosamente en el cuarto.

—¿Te ayudo?Luce cogió una ligera cornucopia de

mimbre que Shelby llevaba en la cabezaa modo de sombrero.

—Me han puesto en la sección dedecoración —masculló Shelby dejandola caja en el suelo—. Habría dado loque fuera por estar en limpieza, comoMiles. ¿Sabes lo que ocurrió la últimavez que alguien me obligó a usar unapistola de pegamento?

Luce se sentía responsable de loscastigos de Shelby y de Miles. Seimaginó a Miles recorriendo la playa

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con una de esas varas para recoger lasuciedad que había visto utilizar enThunderbolt a los convictos en losmárgenes de la carretera.

—Ni siquiera sé lo que es la Fiestade la Cosecha.

—Es algo asquerosamentepretencioso, eso es lo que es —dijoShelby revolviendo en la caja yarrojando al suelo bolsas de plásticocon plumas, tubos de purpurina y unpaquete de cartulinas—.Fundamentalmente, es un gran banqueteal que acuden todos los donantes de laEscuela de la Costa a fin de recaudardinero para el centro. Todo el mundovuelve a casa sintiéndose muy caritativo

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después de haberse sacado de encimaunas pocas latas viejas de guisantes yhaberlas donado a un banco dealimentos de Fort Bragg. Ya lo verásmañana por la noche.

—Lo dudo —dijo Luce—.¿Recuerdas que estoy castigada?

—No te preocupes, te harán ir.Algunos de los mayores donantes sonabogados de causas nobles, así queFrancesca y Steven han de hacer elpapel, lo cual significa que todos losnefilim tenemos que estar presentes conla mejor de nuestras sonrisas.

Luce torció el gesto tras comprobarsu imagen no nefilim en el espejo. Unmotivo más para quedarse donde estaba.

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Shelby maldijo en voz baja.—Me he olvidado el estúpido centro

de mesa con forma de pavo en eldespacho del señor Kramer —se quejóponiéndose de pie, antes de dar unapatada a la caja de elementosdecorativos—. Tengo que volver.

Cuando Shelby se abrió paso paradirigirse a la puerta, Luce perdió elequilibrio, se tambaleó y tropezó con lacaja dando con el pie en algo frío yhúmedo al caer.

Fue a parar de bruces al suelo. Loúnico que amortiguó su caída fue labolsa de plástico de las plumas, queestalló y arrojó todo el plumerío decolores debajo de ella. Luce miró atrás

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para ver el estropicio que había causadoy esperando ver a Shelby con las cejasarqueadas y un gesto de exasperación.Pero su compañera estaba inmóvil yseñalaba con una mano el centro de lahabitación, donde había suspendida unaAnunciadora de color marrón.

—¿No te parece un poco arriesgadoinvocar a una Anunciadora una horadespués de haber sido castigada porinvocar a una Anunciadora? —preguntóShelby—. Realmente pasas de todo,¿verdad? En cierto modo, me pareceadmirable.

—Yo no la he invocado —insistióLuce poniéndose de pie y quitándose lasplumas de la ropa—. Me he tropezado y

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estaba ahí, esperando o algo.Se acercó para examinar de cerca

aquella lámina nebulosa de color pardo.Era lisa como una hoja de papel y nomuy grande para ser una Anunciadora;sin embargo, el modo en que estabasuspendida en el aire frente a su cara,casi desafiándola a que la rechazara,inquietó a Luce.

No parecía necesitar que le dieraforma. Apenas se movía en el aire ytenía la apariencia de haber estadoflotando todo el día.

—Un momento —murmuró Luce—.Esta vino con la otra el otro día. ¿Teacuerdas?

Era la extraña sombra marrón que

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había acompañado a la sombra oscuraque los había llevado hasta Las Vegas.Habían entrado las dos por la ventana elviernes por la tarde; y luego esta habíadesaparecido. Luce se había olvidadode ella hasta ese mismo momento.

—Bueno —dijo Shelby apoyándoseen la escalera de su litera—. ¿Vas avislumbrarla o qué?

La Anunciadora tenía el color de unahabitación con humo, un desagradabletono marrón, y su tacto era parecido alde la neblina. Luce acercó la mano haciaella y pasó los dedos por sus bordeshúmedos. Notó que aquel alientonebuloso le acariciaba el pelo. El aireen torno a la Anunciadora era húmedo,

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incluso un poco salobre. Un grito lejanode gaviota retumbó en el interior.

No debía vislumbrarla. No pensabahacerlo.

Pero la Anunciadora pasó de sercomo una tela de color marrón ybrumosa a convertirse en algo claro ydiscernible con independencia de Luce.El mensaje de la sombra estaba tomandocuerpo.

Era la vista aérea de una isla. Alprincipio se encontraban en lo alto, asíque Luce no podía ver más que unpequeño bulto de roca negra empinadarodeada de finos pinos. Lentamente, laAnunciadora fue enfocando más decerca, como si fuera un pájaro que

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descendiera para posarse en las copasde los árboles, y así la imagen se centróen una pequeña playa desierta.

El agua estaba turbia a causa de laarena plateada y arcillosa. Unas cuantasrocas hacían frente a las suavesembestidas de la marea. De pie, ocultoentre las rocas más altas…

Daniel contemplaba el mar, con unarama de árbol cubierta de sangre en lamano.

Luce dio un grito ahogado alacercarse y ver lo que Daniel miraba.No era el mar, sino la siluetaensangrentada de un hombre. Un cadáverque yacía rígido sobre la arena. Cadavez que las olas alcanzaban el cuerpo,

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se apartaban manchadas de un intensocolor rojo oscuro. Luce no podía ver laherida que había matado al hombre.Alguien más, vestido con una gabardinaoscura y larga, estaba inclinado sobre elcuerpo y lo ataba con una cuerda gruesatrenzada.

Con el corazón latiéndole a todaprisa, Luce volvió a mirar a Daniel. Suexpresión era tranquila, pero letemblaban los hombros.

—Date prisa. Estás perdiendo eltiempo. La marea está bajando.

Tenía una voz tan fría que Luce seestremeció.

Un segundo más tarde, la escena dela Anunciadora desapareció. Luce

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contuvo el aliento hasta que la sombrase desplomó en el suelo formando unmontón de cenizas. Al otro lado de lahabitación, el estor que Luce habíabajado antes se abrió con una sacudida.Luce y Shelby se miraron inquietas yvieron cómo una ráfaga de vientoatrapaba a la Anunciadora, la levantabay se la llevaba por la ventana.

Luce asió con fuerza a Shelby de lamuñeca.

—Tú que te fijas en todo, ¿quién erael que estaba con Daniel? ¿El que estabaagachado sobre ese… —se estremeció— hombre?

—Por Dios, Luce, no lo sé. Medistraje con el cadáver, por no hablar de

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la rama ensangrentada que teníaagarrada tu novio. —El intento deShelby por parecer sarcástica quedóamortiguado por el terror que denotabasu voz—. Así que… ¿él lo mató? —preguntó a Luce—. ¿Daniel mató a esapersona, quienquiera que fuera?

—No lo sé. —Luce hizo una muecade disgusto—. No lo digas de ese modo.Tal vez tiene una explicación lógica…

—¿Qué piensas de lo que ha dichoal final? —preguntó Shelby—. He vistoque movía los labios, pero no he podidoentenderlo. Es algo que odio en lasAnunciadoras.

«Date prisa. Estás perdiendo eltiempo. La marea está bajando».

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¿Shelby no lo había oído? ¿No sehabía dado cuenta de lo insensible ydespiadado que Daniel había parecido?

Entonces Luce cayó en la cuenta deque no hacía mucho que ella tampocopodía escuchar a las Anunciadoras.Antes, los ruidos que las acompañabaneran solo eso, ruidos: crujidos yzumbidos espesos y húmedos por lascopas de los árboles. Había sido Stevenel que le había explicado cómo escucharlas voces que contenían. En cierto modo,Luce deseó que no lo hubiera hecho.

Tenía que haber más en ese mensaje.—Tengo que vislumbrarlo de nuevo

—dijo Luce acercándose a la ventanaabierta, pero Shelby la retuvo.

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—¡Ah, no! ¡No lo harás! A estasalturas, la Anunciadora podría estar encualquier sitio y tú estás castigada en tucuarto, ¿recuerdas? —Shelby obligó aLuce a sentarse de nuevo en la silla desu escritorio—. Te vas a quedar aquíquieta mientras yo bajo al despacho deKramer para recuperar mi pavo. Y luegolas dos vamos a olvidarnos de que estoha ocurrido. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.—Perfecto. Volveré en cinco

minutos, así que no te me escapes.Pero en cuanto se hubo cerrado la

puerta, Luce ya había salido por laventana y se había encaramado a la parteplana de la cornisa en la que ella y

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Daniel habían estado sentados la nocheanterior. Era imposible borrar de sumente lo que acababa de ver, aunque esola metiera en más problemas y tuvieraque ver algo que no le gustara.

La última hora de la mañana sehabía vuelto ventosa, y Luce tuvo queinclinarse y sostenerse en los postigosde madera inclinados para guardar elequilibrio. Tenía las manos frías y sentíael corazón entumecido. Cerró los ojos.Cada vez que intentaba invocar a unaAnunciadora, se acordaba de la pocaformación que tenía para hacerlo.Siempre había tenido suerte, si bien eradudoso considerarse afortunada tras vercómo tu novio se queda mirando a

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alguien a quien acaba de matar.Una caricia húmeda le recorrió los

brazos. ¿Sería la sombra marrón, esacosa horrible que le había mostrado algomás horrible aún? Abrió los ojos.

En efecto, lo era. Se le habíaencaramado a los hombros como si fuerauna serpiente. Se la quitó de encima y lasostuvo ante ella, intentando darle laforma de una pelota. La Anunciadora lerehuía el tacto, y retrocedía en el aire,fuera de su alcance, manteniéndose másallá del extremo del tejado.

Bajó la vista a los dos pisos que laseparaban del suelo. Una hilera dealumnos abandonaban el edificio de laresidencia para dirigirse a la cantina

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para el desayuno: una corrienteabigarrada de gente que atravesaba elcésped de intenso color verde. Luce setambaleó. El vértigo la venció y se dejócaer hacia delante.

Pero entonces la sombra se apresurócomo un jugador de fútbol y la derribóde espaldas de nuevo contra el tejadoinclinado. Luce se quedó clavada contralas tablas de madera jadeando mientrasla Anunciadora se volvía a abrir.

El velo de humo se desvaneció y semostró iluminado. Luce regresó conDaniel y la rama ensangrentada. Volvió alos graznidos de las gaviotas quevolaban en círculo en lo alto y al hedora espuma putrefacta de la costa, a la

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visión de las olas gélidas rompiendocontra la playa. Y de nuevo también alos dos personajes del suelo. El cadáverestaba atado. El vivo estaba de piefrente a Daniel.

Era Cam.No. Eso tenía que ser un error. Ellos

se odiaban. Iban de una pelea a otra.Luce podía aceptar que Daniel ejecutaraactos siniestros para protegerla de lagente que le iba a la zaga. Pero ¿quécosa tan terrible podía llevarle a echarmano de Cam? ¿A colaborar con Cam,que tanto disfrutaba matando?

Estaban enzarzados en una discusiónacalorada, pero Luce no podía entenderlas palabras. No oía nada por culpa del

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reloj de la cantina, que acababa de darlas once. Aguzó el oído y esperó a quelas campanadas cesaran.

—Déjame llevarla a la Escuela de laCosta —oyó que suplicaba Daniel.

Aquello tenía que haber ocurridojusto antes de que llegara a California.Pero ¿por qué Daniel tenía que pedirpermiso a Cam? A menos que…

—De acuerdo —decía Camimpertérrito—. Llévala a la escuela ydespués búscame. ¡No la fastidies!Estaré vigilando.

—¿Y luego? —Daniel parecíainquieto.

Cam escrutó a Daniel.—Tú y yo tenemos trabajo.

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—¡Oh, no! —gritó Luce golpeandola sombra con enfado.

Pero en el momento en que vio quehabía roto con las manos la superficiefría y resbaladiza lo lamentó. Se rompióen fragmentos que se acumularonformando un montón de cenizas a sulado. Ahora no podría ver nada más.Intentó recopilar los fragmentos talcomo había visto hacerlo a Miles, perose agitaban sin reaccionar.

Tomó un puñado de aquellos restos ysollozó.

Steven había dicho que en ocasioneslas Anunciadoras distorsionaban larealidad, como las sombras arrojadascontra la pared de la caverna, pero que

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siempre contenían algo de verdad. Lucepercibía la verdad en esos fragmentosfríos y húmedos, incluso cuando losestrujó firmemente como intentandoliberar todo su dolor.

Daniel y Cam no eran enemigos.Eran aliados.

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15

Cuatro días

—¿Más pavo ecológico? —ConnorMadson, un muchacho rubio de la clasede biología de Luce y también uno delos camareros de la Escuela de la Costa,estaba frente a ella con una bandeja deplata en el curso de la Fiesta de laCosecha del lunes por la noche.

—No, gracias. —Luce señaló elmontón tibio de lonchas de carne quetenía aún en el plato.

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—Quizá más tarde.Connor, como el resto del personal

becado del servicio en la Escuela de laCosta, iba vestido con esmoquin y ungorro ridículo de peregrino con motivode la Fiesta de la Cosecha. Sedeslizaban por la zona ajardinada de lacantina, que estaba irreconocible y habíadejado de ser aquel lugar informal perovistoso donde tomar unas tortitas antesde ir a clase para transformarse en unsalón de banquetes de categoría al airelibre.

Shelby no dejaba de refunfuñaryendo de mesa en mesa recolocando lastarjetas y volviendo a encender lasvelas. Tanto ella como el resto del

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comité de decoración habían hecho untrabajo muy bonito: habían esparcidohojas de seda de color rojo y naranjasobre los largos manteles blancos de lasmesas; dentro de las cornucopiaspintadas de dorado habían colocado lospanecillos recién horneados, y unasestufas de exterior se encargaban demitigar la fresca brisa del océano.Incluso los centros de mesa con formade pavo y pintados por número teníanestilo.

Todo el alumnado, el personaldocente y una cincuentena de donanteshabían asistido a la fiesta vestidos consus mejores galas. Dawn y sus padres sehabían acercado en coche hasta allí para

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pasar la velada. Aunque Luce todavía nohabía tenido ocasión de hablar con lachica, parecía recuperada, feliz incluso,y había saludado alegremente con lamano a Luce desde su sitio junto aJasmine.

La mayoría de los aproximadamenteveinte nefilim se sentaban juntos en dosmesas circulares adyacentes, exceptoRoland, que se encontraba sentado en unrincón alejado con una acompañantemisteriosa. Cuando esta se levantó, alzósu sombrero de ala ancha con forma decapullo de rosa y dirigió un saludofurtivo a Luce.

Era Arriane.Luce sonrió a regañadientes, pero un

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segundo después sintió ganas de llorar.Al verlos a los dos juntos riéndose,Luce se acordó de la escena siniestra ynauseabunda que había vislumbrado enla Anunciadora el día anterior. Al igualque Cam y Daniel, se suponía queArriane y Roland pertenecían a bandosopuestos, pero todo el mundo sabía queeran un equipo.

De todos modos, eso era distinto.La Fiesta de la Cosecha estaba

pensada para que fuera un día divertidoantes de Acción de Gracias y de queterminaran las clases. Luego todo elmundo celebraría el verdadero Día deAcción de Gracias con sus familias,pero para Luce, en cambio, ese sería el

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único que iba a tener. El señor Coletodavía no le había respondido. Despuésdel castigo del día anterior y de larevelación que había tenido en el tejado,realmente le resultaba difícil sentirseagradecida por algo.

—Casi no comes —dijo Francescasirviendo una gran cucharada de puré depatatas en el plato de Luce. Se habíaacostumbrado al brillo estremecedorque se posaba en todas las cosas cuandoFrancesca hablaba. Francesca tenía uncarisma sobrenatural por el simplehecho de ser un ángel.

Miró a Luce como si no se hubieranvisto en el despacho el día anterior,como si Luce no estuviera castigada en

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su habitación.A Luce se le había dado un puesto de

honor al lado de Francesca en la granmesa principal del cuerpo docente. Losdonantes se acercaban de uno en uno asaludar a los profesores. Los otros tresalumnos de la mesa principal —Lilith,Beaker Brady y una chica coreana conun peinado al estilo paje a la que noconocía— habían logrado los asientostras un concurso de ensayos. Luce, encambio, solo había tenido queimportunar a sus profesores lo bastantecomo para que temieran perderla devista.

La cena tocaba a su fin cuandoSteven se inclinó hacia delante en su

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asiento. Igual que Francesca, nodemostraba ni un atisbo del enojo deldía anterior.

—Asegúrate de que Luce se presenteal doctor Buchanan.

Francesca se metió el último pedazode bollo con mantequilla en la boca.

—El doctor Buchanan es uno de losprincipales donantes de la escuela —leexplicó a Luce—. ¿Has oído hablar desu programa de Demonios en elExtranjero?

Luce se encogió de hombrosmientras los camareros aparecían denuevo para retirar los platos.

—Él y su ex esposa tenían linaje deángeles, pero después del divorcio él

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cambió algunas de sus alianzas. Detodos modos —Francesca miró a Steven—, es una persona que merece la penaconocer. ¡Oh! ¡Hola, señora Fisher!¡Qué bien que haya venido!

—Sí, hola.Una mujer bien entrada en años con

un afectado acento británico, un abrigogrande de visón y más diamantes entorno al cuello que todos los que Lucehabía visto en su vida, tendió la manoenguantada de blanco hacia Steven, quese puso de pie para saludarla. Francescatambién se levantó y se acercó parasaludar a la mujer con un beso en cadamejilla.

—¿Dónde está Miles? —preguntó la

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señora.Luce se levantó de golpe.—¡Oh! ¡Usted tiene que ser la abuela

de Miles!—¡Oh, no, por Dios, no! —exclamó

la mujer retrocediendo—. No tengohijos. Nunca me casé, ay, pobrecita demí. Soy la señora Ginger Fisher, de larama familiar de Carolina del Norte.Miles es mi sobrino mayor. ¿Y túeres…?

—Lucinda Price.—Lucida Price, sí. —La señora

Fisher miró a Luce entornando los ojos—. He leído un par de historias sobre ti.Pero ahora no me acuerdo exactamentede qué es lo que hacías…

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Antes de que Luce pudieraresponder, las manos de Steven seposaron en sus hombros.

—Luce es una de las alumnas quemenos tiempo hace que se haincorporado —dijo él con vozcontundente—. Sin duda, a usted lealegrará saber que Miles se haesforzado mucho para que ella se sientacómoda aquí.

La señora Fisher posó entonces lamirada algo más allá de donde estaban yescrutó la zona ajardinada repleta degente. Los invitados habían terminado decomer, y Shelby encendía las antorchasde bambú que estaban colocadas en elsuelo. Cuando se iluminó la antorcha

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más próxima a la mesa principal, la luziluminó a Miles, que estaba inclinado enla mesa del lado retirando unos platos.

—¿Acaso mi sobrino mayor está…atendiendo las mesas? —La señoraFisher se llevó una mano enguantada a lafrente.

—En realidad —dijo Shelbyentrometiéndose en la conversación conel encendedor de antorchas en la mano— se encarga de retirar la bas…

—Shelby —la interrumpióFrancesca—, me parece que la antorchaque hay cerca de las mesas de losnefilim se acaba de apagar. ¿Podríasencargarte de ella ahora mismo?

—¿Sabe? —dijo Luce a la señora

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Fisher—. Iré a buscar a Miles y le harévenir. Sin duda, los dos tienen muchascosas que contarse.

Miles se había cambiado la gorra delos Dodgers y la sudadera por unospantalones de color marrón y una camisanaranja abotonada. Aunque era unaopción atrevida, le quedaba bien.

—¡Eh!Él la saludó con la mano que no

sostenía la pila de platos sucios. AMiles no parecía importarle encargarsede las mesas. Sonreía de oreja a oreja,estaba en su elemento, hablando contodos los asistentes al banquete mientrasles retiraba los platos.

Cuando Luce se acercó, dejó los

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platos a un lado y la abrazó dándole unapretón más fuerte al final.

—¿Estás bien? —preguntó ladeandola cabeza y provocando que el pelocastaño le cayera sobre los ojos. Noparecía acostumbrado al modo en que sele movía el cabello sin la gorra, así quese lo apartó rápidamente—. No tienesbuen aspecto. Bueno, no. Estás preciosa.No quería decir eso. Ese vestido megusta mucho. Y llevas un peinado muybonito. Pero también pareces un poco…—Torció el gesto algo inseguro—abatida.

—Pues resulta molesto —contestóLuce dando una patada en el césped conla punta de su zapato de tacón negro—.

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Porque justo ahora es cuando mejor mesiento en toda la noche.

—¿De veras? —El rostro de Milesse iluminó el rato que se tomó aquellocomo un cumplido. Luego puso caralarga—. Sé que estar castigada tiene quefastidiarte. Si me permites opinar, meparece que Francesca y Steven se hanextralimitado teniéndote bajo su controltoda la noche…

—Lo sé.—No mires ahora, pero estoy seguro

de que nos vigilan. ¡Oh, perfecto! —gimió—. ¿Esa es mi tía Ginger?

—Acabo de tener el placer deconocerla —contestó Luce riendo—.Quiere verte.

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—Ya lo imagino. Por favor, no creasque toda mi familia es como ella.Cuando conozcas al resto del clan el Díade Acción de Gracias…

El Día de Acción de Gracias conMiles. Luce lo había olvidado porcompleto.

—¡Oh! —Miles se percató de laexpresión de su cara—. ¿No pensarásque Francesca y Steven te obligarán aquedarte aquí por Acción de Gracias?

Luce se encogió de hombros.—Me imagino que eso es lo que

significa «hasta nueva orden».—Así que esto es lo que te pone

triste. —Posó una mano sobre el hombrodesnudo de Luce. Ella había lamentado

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ir sin mangas hasta ese momento, cuandosintió los dedos de él en su piel. No eracomo el tacto de Daniel, que siempreresultaba electrizante y mágico, pero encualquier caso resultaba reconfortante.

Miles se acercó y bajó su cara hastala de ella.

—¿Qué ocurre?Luce levantó la vista y contempló

sus ojos azules. Él aún tenía la manosobre su hombro. Sintió cómo separabalos labios para contarle la verdad o, entodo caso, lo que ella creía que era laverdad, y se dispuso a desahogarse.

Que Daniel no era el que ella creíaque era. Lo cual, a su vez, tal vez queríadecir que ella tampoco era la que creía

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ser. Que todo lo que había sentido porDaniel en Espada & Cruz seguía vivo —de hecho, la mareaba pensar en ello—,pero que ahora las cosas eran muydiferentes. Y que todo el mundo nodejaba de repetir que en esa vida todoera distinto, que era el momento deromper el círculo, pero que nadie eracapaz de explicarle qué significaba eso.Decirle que tal vez todo aquello noterminara con Luce y Daniel juntos. Quetal vez se suponía que ella tenía queliberarse y hacer algo por su cuenta.

—Es difícil expresarlo con palabras—dijo al fin.

—Lo sé —repuso Miles—. Yotambién he pasado una mala temporada.

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De hecho, hay algo que hace bastantetiempo que quería decirte…

—Luce. —Francesca apareció depronto, interponiéndose prácticamenteentre los dos—. Es hora de irse. Teacompañaré a tu habitación.

Adiós a hacer algo por cuentapropia.

—Miles, a tu tía Ginger y a Stevenles gustaría verte.

Miles dedicó una última sonrisacomprensiva a Luce y luego atravesó eljardín para acercarse trabajosamentehacia su tía.

Las mesas se estaban despejando,pero Luce vio a Arriane y a Rolandriéndose a carcajadas cerca de la barra.

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Había un grupo de chicas nefilim entorno a Dawn. Shelby estaba junto a unchico alto de cabello muy rubio y pielmuy pálida, casi blanca.

Era el novio patético. Seguro.Estaba inclinado hacia Shelby,claramente interesado por ella, pero eraevidente que la chica seguía molesta. Loestaba tanto que ni siquiera se dio cuentade que Luce y Francesca pasaban a sulado, a diferencia de su ex novio, queclavó la mirada en Luce. El colorpálido, no del todo azul, de sus ojosresultaba inquietante.

Entonces alguien gritó que el fin defiesta se trasladaba a la playa. Shelbyllamó la atención de su patético novio

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dándole la espalda y diciéndole que eramejor que no la siguiera.

—¿Te gustaría poder ir con ellos?—preguntó Francesca mientras sealejaban del barullo de la zonaajardinada.

El alboroto y el aire remitieronconforme avanzaban por el camino degrava de vuelta a la zona de laresidencia y pasaban junto a hileras debuganvilias de color rosa intenso. Lucese preguntó si Francesca era quizá laresponsable de esa tranquilidadsobrecogedora.

—No.A Luce le gustaban mucho las

fiestas, pero si tuviera que decir lo que

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le «gustaría», desde luego no sería ir auna fiesta en la playa. A ella lo que legustaría… bueno, no estaba muy segura.Alguna cosa que tuviera que ver conDaniel, sí, pero ¿qué? Tal vez que él lecontara lo que ocurría. O que en lugar deprotegerla ocultando información lecontara la verdad. Por supuesto, seguíaqueriendo a Daniel. Él la conocía mejorque nadie. Su corazón latía deprisa cadavez que lo veía. Lo echaba mucho demenos. La cuestión era en qué medidaella lo conocía a él.

Francesca fijó la vista en el céspedque bordeaba el camino que llevaba a laresidencia. Con mucha sutileza, levantólos brazos a ambos lados con un gesto

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parecido al de las bailarinas en la barra.—Ni azucenas, ni rosas —murmuró

en voz baja mientras las puntas de losdedos le empezaban a temblar—. ¿Quéera entonces?

En ese momento se produjo uncrujido suave, como cuando se arrancande cuajo las raíces de una planta; depronto, de forma milagrosa, apareció unarriate de flores blancas a ambos ladosdel camino. No eran unas florescualesquiera. Eran densas, lozanas y decasi treinta centímetros de altura.

Se trataba de peonias salvajes, unasplantas poco comunes y muy delicadas,con capullos grandes como pelotas. Eranlas flores que Daniel había llevado a

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Luce cuando estuvo en el hospital, y talvez en ocasiones anteriores. Colocadasen el margen del camino de la Escuelade la Costa, brillaban en la noche comoestrellas.

—¿A qué viene esto? —preguntóLuce.

—Es para ti —dijo Francesca.—¿Por qué?Francesca le acarició la mejilla.—En ocasiones las cosas bonitas

llegan a nuestra vida como salidas de lanada. No siempre las podemos entender,pero tenemos que confiar en ellas. Séque quieres cuestionarlo todo, pero aveces es bueno limitarse a hacer un actode fe.

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Hablaba de Daniel.—Mírame a mí con Steven. Sé que

puede resultar bastante confuso. ¿Loquiero? Sí. Pero cuando llegue la batallafinal, voy a tener que matarlo. Esa esnuestra realidad. Ambos sabemosexactamente dónde estamos.

—Pero ¿no confías en él?—Sé que él será fiel a su naturaleza

de demonio. Tienes que confiar en quequienes te rodean serán fieles a sunaturaleza, aunque parezca que estántraicionando lo que son.

—¿Y si eso no fuera tan fácil?—Eres fuerte, Luce, y eres

independiente. Me di cuenta por cómoreaccionaste ayer en mi despacho. Me

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hizo sentirme muy… contenta.Luce no se sentía fuerte, sino como

una completa idiota. Daniel era un ángel,así que su auténtica naturaleza tenía queser bondadosa. ¿Y se suponía que ellatenía que aceptar eso con los ojoscerrados? ¿Y su propia naturaleza? Notodo era blanco o negro. ¿Acaso Luceera el motivo por el que las cosas entreellos resultaban tan complicadas?Mucho después de haber entrado en suhabitación y haber cerrado la puerta,seguía sin poder quitarse de la cabezalas palabras de Francesca.

Al cabo de aproximadamente una hora,

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un golpecito en la ventana hizo que Lucediera un respingo mientras contemplabael fuego que se extinguía en la chimenea.Antes incluso de lograr ponerse de pie,oyó otro golpeteo en el cristal, aunqueesta vez parecía más vacilante. Luce seincorporó y fue hacia la ventana. ¿Quéhacía Daniel de nuevo por ahí? Despuésde tantos aspavientos sobre lo inseguroque era verse, ¿por qué no dejaba deaparecerse?

Ni siquiera sabía qué quería de ella,a menos que fuera atormentarla como lehabía visto hacer a las otras versionesde ella en las Anunciadoras. Aunque enpalabras de él fuera quererla. Esa nochelo único que Luce quería de él era que la

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dejara tranquila.Abrió los postigos de madera,

levantó el cristal e hizo caer otra de lasmiles de plantas de Shelby. Apoyó lasmanos en el alféizar y luego sacó lacabeza a la noche, dispuesta a reprendera Daniel.

Pero en la cornisa bajo la luz de laluna no estaba Daniel.

Era Miles.Se había cambiado y ya no llevaba

su ropa elegante, pero no se habíapuesto la gorra de los Dodgers. Lamayor parte de su cuerpo estaba sumidaen la sombra, pero el contorno de susamplias espaldas se adivinabaclaramente recortado contra el azul

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intenso de la noche. Su sonrisa tímidafue respondida por otra de ella. Milessostenía una cornucopia dorada llena delirios naranjas que se había llevado deuno de los centros de mesa de la Fiestade la Cosecha.

—Miles —dijo Luce.Su nombre le sonó extraño al

pronunciarlo. Tenía un deje de sorpresaagradable cuando instantes atrás suintención era ser algo desagradable. Elcorazón le empezó a latir deprisa, y nodejaba de sonreír.

—¿Qué locura es esta que me haceandar de la cornisa de mi ventana a la dela tuya?

Luce negó con la cabeza,

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sorprendida ella también. Jamás habíaestado en la habitación de Miles, queestaba en el ala para chicos de laresidencia. De hecho, no sabía ni dóndese encontraba.

—¿Lo ves? —prosiguió él con unasonrisa aún más amplia—. Si no noshubieran castigado, nunca lo habríamossabido. Esto de aquí fuera es muybonito, Luce. Deberías venir. No te danmiedo las alturas, ¿verdad?

Luce quería acercarse a la cornisacon Miles. Pero no quería que eso lerecordara las ocasiones en que habíaestado allí con Daniel. Ambos eran tandistintos… Miles era una personaformal, dulce, sensible. Daniel… era el

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amor de su vida. Ojalá todo fuera tansimple y fácil de definir. Compararlosera injusto, a la vez que imposible.

—¿Cómo es que no estás en la playacon todo el mundo? —preguntó ella.

—No todo el mundo está en la playa.—Miles sonrió—. Tú estás aquí. —Agitó la cornucopia de flores en el aire—. Las he cogido de la cena para ti.Shelby tiene muchas plantas en su ladode habitación. Pensé que tú podríasponer estas en tu mesa.

Miles sacudió el cuerno de mimbrepor la ventana en dirección hacia ella.Estaba repleto de flores brillantes decolor naranja. Sus estambres de colornegro temblaban a merced del viento.

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No eran perfectas, algunas inclusoestaban mustias, pero eran mucho mástiernas que las peonias gigantes queFrancesca había hecho florecer. «Enocasiones, las cosas bonitas llegan anuestra vida como salidas de la nada».

Tal vez ese era el detalle más belloque alguien había tenido con ella en laEscuela de la Costa, aparte de cuandoMiles se había escabullido dentro deldespacho de Steven para robar el libro yayudar a Luce a pasar al interior de lasombra. O cuando Miles la invitó atomar el desayuno el mismo día que lahabía conocido. O lo rápido que habíasido Miles al incluirla en sus planespara Acción de Gracias. O la falta

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absoluta de resentimiento en laexpresión de Miles cuando le asignaronal servicio de limpieza después de queella lo hubiera metido en un lío porescaparse. O cómo Miles…

Se dio cuenta de que podía seguircon la enumeración toda la noche. Tomólas flores, las metió en su habitación ylas colocó sobre su escritorio.

Cuando regresó, Miles le tendía lamano para ayudarla a salir por laventana. Podía inventarse una excusa,una chorrada como la de no quererromper las normas de Francesca, olimitarse simplemente a cogerle la manocálida y fuerte y dejarse llevar y por unsegundo olvidarse de Daniel.

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Fuera, el cielo era una explosión deestrellas que brillaban en la nocheoscura igual que los diamantes de laseñora Fisher, pero más bellas incluso.Desde donde se encontraba, la cubiertade ramas de secuoyas al este de laescuela parecía espesa, oscura yaprensiva; al oeste se oía el batidoincesante de las olas y se veía el fulgorlejano de la hoguera ardiendo en laplaya ventosa. En otras ocasiones Luceya había advertido estas cosas desde lacornisa. El océano. El bosque. El cielo.Pero en esas otras ocasiones en quehabía estado ahí fuera, Daniel habíaacaparado toda su atención. La habíacasi encegado, hasta el punto de que

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jamás había podido asimilar la totalidadde la escena.

Resultaba de veras sobrecogedor.—Seguramente te preguntas por qué

he venido aquí. —Cuando Miles habló,Luce se dio cuenta de que ambos habíanguardado silencio un rato—. Antes habíaempezado a decírtelo, pero… no lo hehecho… No estoy seguro…

—Me alegra que hayas venido. Laverdad es que estaba comenzando a seraburrido eso de mirar el fuego. —Ella lededicó una media sonrisa.

Miles se metió las manos en lospantalones.

—Mira, ya sé que tú y Daniel…Luce gruñó sin querer.

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—Tienes razón. No debería habersacado el tema.

—No, no me quejaba de eso.—Bueno, solo es que… Sabes que

me gustas, ¿verdad?—Hum.Por supuesto que ella le gustaba a

Miles. Eran buenos amigos.Luce se mordió el labio. Se estaba

haciendo la tonta y eso nunca era buenaseñal de nada. Ella le gustaba a Milesde verdad. Y a ella él también legustaba. Solo había que verlo: sus ojosdel color del océano, y esa pequeñarisita que se oía cada vez que sonreía.Además, era con diferencia la personamás agradable que Luce había conocido

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jamás.Pero estaba Daniel, y antes que él

Daniel también estaba, y Daniel una yotra vez… y eso era tremendamentecomplicado.

—La estoy fastidiando… —Mileshizo un gesto de incomodidad—. Loúnico que quería era desearte buenasnoches.

Luce alzó la vista hacia él y vio quela miraba. Miles se sacó las manos delos bolsillos, tomó las de ella y se lasestrechó en su pecho. Se inclinólentamente con parsimonia, para queLuce tuviera oportunidad de sentir laespectacular noche que los envolvía.

Sabía que Miles iba a besarla. Sabía

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que ella no debía permitírselo. PorDaniel, claro, pero también por cuantohabía ocurrido cuando besó a Trevor. Suprimer beso. El único beso que le habíadado alguien que no fuera Daniel. ¿Y siel hecho de estar con Daniel había sidoel motivo de la muerte de Trevor? ¿Y sien el instante en que ella besaba a Milesél…? No se atrevía siquiera a pensarlo.

—Miles —dijo ella rechazándolo—,no deberías hacer eso. Besarme es… —tragó saliva— peligroso.

Él se rió suavemente. Claro que ibaa continuar; no sabía nada sobre Trevor.

—Bueno, creo que me arriesgaré.Ella intentó echarse atrás, pero

Miles tenía el don de hacerla sentirse

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bien por todo. Incluso por eso. Cuandosu boca se posó sobre la de ella, Lucecontuvo el aliento esperando lo peor.

Pero no ocurrió nada.Los labios de Miles eran suaves

como plumas, y la besaron con unadelicadeza que hizo que ella lo sintieracomo un buen amigo pero también conuna pasión que le dejaba entrever que ensu interior albergaba mucha más si ellaquería.

Pero aunque no hubo llamaradas, nipiel chamuscada, ni muerte odestrucción —¿y por qué no?—, sesuponía que ese beso no estaba bien.Durante mucho tiempo los labios deLuce no habían querido otra cosa más

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que los labios de Daniel. A menudohabía soñado con su beso, su sonrisa,sus fabulosos ojos de color violeta, y elabrazo de sus cuerpos. No se suponíaque pudiera haber nadie más.

¿Y si estaba equivocada respecto aDaniel? ¿Y si podía ser más feliz, osimplemente feliz, con otro chico?

Miles se apartó con una expresiónde felicidad y tristeza a la vez.

—En fin, buenas noches.Se giró casi como si fuera a salir

disparado de regreso a su habitación,pero se volvió y cogió a Luce de lamano.

—Si alguna vez te parece que lascosas no funcionan con… —Levantó la

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vista al cielo—. Yo estoy aquí. Soloquiero que lo sepas.

Luce asintió, debatiéndose ya en unaenorme oleada de confusión. Miles leapretó la mano y se fue en direcciónopuesta, saltando por el tejado inclinadode madera de vuelta a su habitación.

Cuando se quedó sola, se palpó loslabios, en los que hacía unos instantes sehabían posado los de Miles. Se preguntósi la próxima vez que viera a Danielsería capaz de contárselo. Le empezó adoler la cabeza a causa de los muchosaltibajos del día, y deseó meterse en lacama a descansar. Cuando se deslizó denuevo por la ventana de su habitación sevolvió una última vez para admirar la

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vista y recordar lo que había ocurridoesa noche y que tantas cosas habíacambiado.

Sin embargo, en lugar de lasestrellas, los árboles y las olasrompientes, los ojos de Luce se posaronen algo que había detrás de una de lasmuchas chimeneas del tejado. Algoblanco y ondeante. Unas alasiridiscentes.

Era Daniel. Estaba agachado, mediooculto, a menos de medio metro dellugar donde ella y Miles se habíanbesado. Tenía la espalda vuelta haciaella y estaba cabizbajo.

—¡Daniel! —exclamó ella.Cuando volvió el rostro hacia ella,

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su expresión era de gran dolor, como siLuce le hubiera roto el corazón. Doblólas rodillas, desplegó las alas y echó avolar en la noche.

Un instante después, no era más queotra estrella en el firmamento negro ycentelleante.

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16

Tres días

En el desayuno de la mañana siguiente,Luce apenas pudo probar bocado.

Era el último día de clase antes deque la Escuela de la Costa despidiera asus alumnos para las vacaciones deAcción de Gracias, y Luce se sentíasola. La soledad estando rodeada depersonas era la peor que existía, pero nopodía evitarlo. A su alrededor todos losalumnos hablaban contentos de su

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regreso a casa y de la visita a la familia;del chico o chica a quien no habían vistodesde las vacaciones de verano; de lasfiestas que sus mejores amigoscelebrarían durante el fin de semana.

La única fiesta a la que Luceasistiría el fin de semana sería la de laautocompasión, que celebraría en lasoledad de su cuarto.

Como no podía ser de otro modo,eran pocos los alumnos de la escuelaprincipal que se quedaban durante lasvacaciones: Connor Madson, que habíallegado a la Escuela de la Costaprocedente de un orfanato de Minnesota;Brenna Lee, cuyos padres estaban enChina. Francesca y Steven —¡sorpresa!

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— también se quedaban, y el jueves porla noche iban a dar una cena en lacantina para los alumnos que no semarchaban.

Luce se aferraba a una únicaesperanza: que la amenaza de Arriane detenerla vigilada incluyera las vacacionesde Acción de Gracias. A fin de cuentas,apenas la había visto desde quedevolvió a los tres a la Escuela de laCosta, salvo muy brevemente durante laFiesta de la Cosecha.

Todos los demás se disponían apartir en uno o dos días. Miles, paraasistir a la fiesta con más de cienpersonas de su familia. Dawn y Jasmine,para el encuentro de sus dos familias en

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la mansión de Jasmine en Sausalito.Incluso Shelby, que no había dicho nadaa Luce sobre su regreso a Bakersfield,había estado hablando por teléfono entregruñidos con su madre el día anterior.«Sí, lo sé. Estaré allí».

Era el peor momento para quedarsesola. Su propia confusión iba enaumento cada día que pasaba, hasta elpunto de que ya no sabía qué sentía porDaniel ni por nadie más. No podía dejarde recriminarse lo estúpida que habíasido la noche anterior al permitir queMiles llegara tan lejos.

Durante toda la noche no habíadejado de llegar a la misma conclusión:aunque estaba enfadada con Daniel, lo

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que había ocurrido con Miles no eraculpa de nadie más que de ella misma.Ella era la que había sido infiel.

Le hacía sentirse físicamente muymal pensar que Daniel había estadosentado ahí mirando sin decir nadamientras ella y Miles se besaban;imaginar cómo se había sentido al salirvolando desde el tejado. Posiblemente,igual que se sintió ella cuando supoacerca de lo que fuera que habíaocurrido entre Daniel y Shelby, aunque,claro, tenía que ser peor porque aquelhabía sido un engaño sin mala intención.Una cosa más que añadir a la lista depruebas que demostraban que ella yDaniel no parecían comunicarse.

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Una risa suave la devolvió a sudesayuno sin tocar.

Francesca se deslizaba entre lasmesas ataviada con una larga capa detopos blancos y negros. Cada vez queLuce la miraba, la profesora lucía esasonrisa dulzona en la cara y seencontraba enfrascada enconversaciones profundas con uno u otroestudiante; a pesar de todo, Luce seguíasintiéndose bajo un control férreo.Parecía como si Francesca fuera capazde penetrar en su mente y supieraexactamente qué le había hecho perderel apetito. Igual que aquellas peoniasblancas salvajes, que habíandesaparecido sin dejar rastro durante la

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noche, la confianza de Francesca en lafortaleza de Luce podía desaparecer.

—¿Por qué estás triste? —Shelby ledio un buen bocado al donut—. Créeme,no te perdiste gran cosa anoche.

Luce no le respondió. La hoguera enla playa era lo último que tenía en lacabeza. Acababa de ver a Milesacercándose pesadamente a desayunar,con un retraso notable respecto a la horahabitual. Llevaba su gorra de losDodgers bien calada sobre los ojos ysus hombros parecían algo caídos. Sinquererlo, Luce se llevó los dedos a loslabios.

Shelby estaba haciéndole señas deforma ostentosa, con los brazos sobre la

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cabeza.—¿Qué le pasa? ¿Está ciego? ¡Eh, la

Tierra llamando a Miles!Cuando por fin logró captar su

atención, Miles dirigió un saludo torpe asu mesa y prácticamente estuvo a puntode tropezar con el bufé de comida parallevar. Volvió a saludarlas y luegodesapareció tras la cantina.

—¿Soy yo, o es que Milesúltimamente actúa como un idiota?

Torció el gesto e imitó el traspiéridículo de Miles.

Pero Luce se moría de ganas de salircorriendo tras él y…

¿Y qué? ¿Decirle que no se sintieraviolento? ¿Que ese beso también había

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sido un error suyo? ¿Que enamorarse dealguien tan complejo como ella solopodía acabar mal? ¿Que a ella él legustaba, pero que su amor eraimposible? ¿Que incluso aunque ella yDaniel ahora mismo estaban enfadadosnada en realidad podía amenazar suverdadero amor?

—En fin, lo que decía —prosiguióShelby volviendo a servir café a Lucecon la cafetera de bronce que había en lamesa—. Hogueras, hedonismo, bla, bla,bla. Ese tipo de cosas pueden resultaraburridas. —Shelby torció los labioshasta dibujar una media sonrisa—.Especialmente, ya sabes, cuando tú noestás.

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Luce se sintió un poco más aliviada.De vez en cuando, Shelby dejaba pasardiminutos rayos de luz. Pero acontinuación su compañera dehabitación se encogió de hombros, comoqueriendo decir: «Que no se te suba a lacabeza».

—Nadie más sabe apreciar miimitación de Lilith, eso es todo.

Shelby enderezó la espalda, sacópecho e hizo temblar el lado derecho desu labio superior con una mueca dedesaprobación.

La imitación que hacía Shelby deLilith siempre arrancaba las risas deLuce, pero ese día lo único que logrófue una sonrisa apagada.

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—Hum —dijo Shelby—. Tampococreo que te importase mucho haberteperdido la fiesta. Vi a Danielsobrevolando la playa anoche. Sin dudateníais muchas cosas que contaros.

¿Shelby había visto a Daniel? ¿Porqué no lo había dicho antes? ¿Alguienmás lo había visto?

—Ni siquiera hablamos.—Eso no me lo creo. Normalmente

acude a ti con un montón de órdenes quedarte…

—Shelby. Miles me besó —leinterrumpió Luce. Tenía los ojoscerrados. Por algún extraño motivo, deeste modo le resultaba más fácilconfesarlo—. Fue ayer por la noche. Y

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Daniel lo vio todo. Alzó el vuelo antesde que pudiera…

—Ya me lo imagino. —Shelby dejóoír un silbido grave—. Esto es muyfuerte.

A Luce le ardía la cara devergüenza. No podía quitarse de lacabeza la imagen de Daniel levantandoel vuelo. La había marcado de una formatan intensa…

—A ver, ¿y ahora tú y Daniel habéisterminado?

—No. Nunca. —Luce no podía oíresas palabras sin estremecerse—. No losé.

No había contado a Shelby el restode lo que había visto en la Anunciadora,

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que Daniel y Cam estaban colaborando.Al parecer, eran compañeros secretos.Por otra parte, Shelby no sabía quién eraCam y aquella historia era muycomplicada. Luce, además, no se veíacapaz de soportar a Shelby, con susopiniones deliberadamentecontrovertidas sobre los ángeles y losdemonios, intentando defender la ideade que una asociación entre Daniel yCam no era algo bueno.

—Sabes que Daniel estará muyfastidiado ahora mismo. ¿O acaso lomás grande que tiene Daniel no es ladevoción inmortal que compartís?

Luce se puso tensa en su silla dehierro colado.

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—No pretendía ser sarcástica, Luce.No sé si es posible que Daniel hayaestado con otra gente. Todo resultabastante impreciso. Como dije antes, lacuestión es que a él nunca se le pasó porla cabeza cuestionar si tú eras la únicaque importaba.

—¿Y con eso pretendes que mesienta mejor?

—No pretendo que te sientas mejor,solo intento presentar un hecho. A pesardel molesto distanciamiento de Daniel,que es mucho, el chico guarda unaactitud claramente devota. La preguntaes: ¿y tú? Por lo que Daniel sabe, túpodrías abandonarlo en cuanto aparezcaotra persona. Y Miles ha aparecido y es

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evidente que es un chico magnífico. Unpoco sentimental para mi gusto, pero…

—Yo nunca dejaría a Daniel —repuso Luce en voz alta con un deseoferviente de creérselo.

Pensó en el horror que a él se lehabía dibujado en la cara la noche enque discutieron en la playa. A ella lehabía sorprendido que preguntararápidamente si iban a cortar, como sisospechara que existía la posibilidad.Como si ella no se hubiera creído todaaquella historia demencial sobre suamor infinito que él le había contadobajo los melocotoneros en Espada &Cruz. Ella se la había creído en un actode fe, se la había tragado con todas sus

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fisuras, esos fragmentos rotos carentesde significado que había sentido laurgencia de creer. Ahora a diario uno deellos le carcomía por dentro. Notó cómouna de sus mayores dudas brotaba de sugarganta.

—La mayor parte del tiempo, nisiquiera sé por qué le gusto.

—Vamos —rezongó Shelby—. Noseas como esas chicas que dicen: «Esdemasiado bueno para mí, bua, bua,bua». Si lo haces tendré que echarte deuna patada y lanzarte a la mesa deJasmine y Dawn. Y esa es suespecialidad, no la mía.

—No me refería a eso. —Luce seinclinó y bajó la voz—. Quiero decir, en

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otros tiempos, cuando Daniel estaba,bueno… ahí arriba y me escogió a mí. Amí precisamente, entre todas las demáspersonas de la Tierra…

—Bueno, lo más probable es quehubiera muchísimas menos opciones deescoger en esos tiempos. ¡Au! —Luce lehabía propinado un golpe—. ¡Solopretendía calmar un poco los ánimos!

—Shelby, me prefirió a mí antes quedesempeñar un papel importante en elCielo y ocupar una posición elevada.Eso es algo bastante serio, ¿no teparece? —Shelby asintió—. Tuvo quehaber algo más aparte de considerarmeuna chica mona.

—¿Y no sabes lo que era?

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—Se lo he preguntado, pero nuncame ha contado lo que ocurrió. Cuandosaqué el tema, Daniel más bien hizocomo si no se acordara. Y eso es unalocura, porque significa que los dosactuamos sin más, por pura rutina,siguiendo un cuento de hadas de milesde años que ninguno de nosotrosrecuerda siquiera.

Shelby se rascó el mentón.—¿Y qué otras cosas no te ha

contado Daniel?—Es lo que me he propuesto

averiguar.A su alrededor, en el jardín de la

cantina, el tiempo seguía avanzando: lamayoría de los alumnos se dirigían a

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clase y los camareros becados seapresuraban a llevarse las bandejas. Enla mesa más cercana al océano, Steventomaba café a solas. Tenía las gafasplegadas sobre la mesa. Entoncesintercambió una mirada con Luce y lasostuvo durante un buen rato, tanto que,incluso cuando ella se levantó para ir aclase, su expresión vigilante se le quedógrabada, lo cual probablemente, era suintención.

Tras el documental más largo y tediosoque había visto en su vida acerca de ladivisión celular, Luce salió de la clasede biología, bajó la escalera del edificio

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principal de la escuela y salió alexterior, sorprendiéndose al ver la zonade aparcamiento completamenteabarrotada: padres, hermanos mayores yun buen número de chóferes formabanuna larga cola de vehículos de un tipoque Luce no había visto más que en elcarril de transporte compartido que dabaacceso a su escuela de secundaria enGeorgia.

Los alumnos se apresuraban a salirde clase, zigzaguear entre los coches yarrastrar las maletas a su paso. Dawn yJasmine se abrazaron para despedirseantes de que Jasmine entrara en un cochelujoso y los hermanos de Dawn lehicieran sitio a esta en la parte trasera

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de un todoterreno. En realidad, solo seseparaban por unas pocas horas.

Luce volvió a entrar cabizbaja en eledificio y se deslizó por la puertatrasera, que raramente se utilizaba, paraatravesar los jardines y dirigirse a suhabitación. En ese momento no se veíacapaz de enfrentarse a ningunadespedida.

Mientras andaba bajo el cielogrisáceo, Luce se seguía sintiendoculpable, aunque la conversación quehabía mantenido con Shelby le habíadejado una mayor sensación de control.Sabía que lo había fastidiado todo, peroel hecho de haber besado a otra personatambién le hacía sentir que por fin ella

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tenía algo que decir en su relación conDaniel. Posiblemente ahora, para variar,obtendría una reacción por parte de él.Ella se podría disculpar. Él se podríadisculpar. Tal vez podrían hacer que esemal trago tuviera también su partepositiva o lo que fuera. Lograr al finquitarse de encima toda esa mierda yempezar a hablar con sinceridad.

En ese instante, sonó el teléfono. Unmensaje del señor Cole:

Asunto resuelto.

El señor Cole, por lo tanto, ya habíacomunicado la noticia de que Luce noiba a volver a casa. Sin embargo, había

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sido muy hábil, y en su mensaje no decíasi sus padres aún le dirigían la palabra.Llevaba días sin tener noticias de ellos.

Aquella era una situación sinvencedores ni vencidos: si le escribían,ella se sentiría culpable por noresponderles. Si no le escribían, ella sesentiría responsable de ser el motivopor el que no pudieran contactar conella. Aún no había pensado qué podíahacer con Callie.

Subió ruidosamente la escalera de laresidencia vacía. Cada paso que dabaresonaba en aquel edificio grande ytenebroso. No había nadie a la vista.

Cuando llegó a su cuarto, esperabaencontrarse con que Shelby también se

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hubiera marchado ya, o por lo menoscon su maleta lista esperando junto a lapuerta.

Pero aunque Shelby no estaba en elcuarto, su ropa seguía desparramada porsu lado de la habitación. El chaleco rojoseguía en el colgador y su equipo deyoga aún estaba amontonado en unrincón. Quizá no se iba hasta la mañanasiguiente.

Antes de que Luce hubiera cerradola puerta tras de sí, alguien dio ungolpecito al otro lado, y ella asomó lacabeza al pasillo.

Era Miles.Luce notó que se le humedecían las

palmas de las manos y que el corazón se

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le aceleraba. Se preguntó qué aspectotenía su pelo y si se había acordado dehacer la cama esa mañana, y cuántotiempo llevaría él andando detrás deella. Se preguntó también si la habríavisto esquivar la caravana de lasdespedidas de Acción de Gracias ohabría observado la expresión de doloren su rostro al leer el mensaje de texto.

—Hola —dijo él suavemente.—Hola.Miles llevaba un jersey grueso de

color marrón sobre una camisa blanca.Vestía los vaqueros con el agujero en larodilla, esos que hacían que Dawnsaltara siempre para seguirlo para queluego ella y Jasmine pudieran derretirse

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por él.Miles esbozó una sonrisa nerviosa.—¿Quieres hacer algo?Tenía los pulgares debajo de las

correas de su mochila azul marino y suvoz resonó en las paredes de madera. ALuce se le ocurrió de pronto que tal vezella y Miles eran las dos únicaspersonas en todo el edificio, y aquellaidea le resultó emocionante e inquietantea la vez.

—Estoy castigada para la eternidad,¿recuerdas?

—Por esto te traigo un poco dediversión.

Al principio a Luce le pareció queMiles se refería a sí mismo, pero

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entonces se bajó la mochila del hombroy abrió el compartimento principal. Erala cueva del tesoro de los juegos demesa: Boggle, cuatro en raya, parchís, eljuego de High School Musical. Teníaincluso un Scrabble de viaje. Era algoagradable, y para nada violento. Lucepensó que se echaría a llorar.

—Creía que te ibas a casa hoy —ledijo—. Todo el mundo se marcha.

Miles se encogió de hombros.—Mis padres dijeron que no pasaba

nada si me quedaba. Volveré a casa enun par de semanas y, además, tenemosopiniones distintas sobre las vacacionesperfectas. Las suyas consisten encualquier cosa que merezca una reseña

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en la sección de Tendencias del NewYork Times.

Luce se rió.—¿Y la tuya?Miles rebuscó un poco más en la

mochila, y sacó un par de envases dezumo de manzana, una caja de palomitaspara microondas y un DVD de lapelícula de Woody Allen Hannah y sushermanas.

—Es sencilla, pero es lo que hay. —Sonrió—. Te pedí que pasaras el Día deAcción de Gracias conmigo, Luce. Quehayamos cambiado de sitio no significaque tengamos que cambiar de planes.

Ella esbozó una sonrisa y abrió lapuerta para que Miles pudiera entrar.

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Sus hombros se rozaron cuando pasó, yse miraron a los ojos por un instante. Lepareció que Miles se balanceaba unpoco sobre los talones, como si fuera ainclinarse y besarla. Ella tensó elcuerpo, expectante.

Pero Miles se limitó a sonreír, dejócaer la mochila al suelo y empezó asacar las cosas para Acción de Gracias.

—¿Tienes hambre? —preguntóagitando un paquete de palomitas.

Luce hizo una mueca.—Soy un desastre haciendo

palomitas.No pudo evitar recordar la ocasión

en que ella y Callie estuvieron a puntode incendiar su habitación en la

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residencia de Dover. El recuerdo hizoque echara de menos a su mejor amiga.

Miles abrió la puerta delmicroondas y levantó un dedo.

—Soy capaz de pulsar cualquierbotón con este dedo y cocinoprácticamente cualquier cosa con elmicroondas. Tienes suerte de que sea tanbueno en ello.

Le resultaba raro haberse sentidomal antes por haber besado a Miles. Sedio cuenta de que él era lo único capazde hacerla sentir mejor. De no haber idoa su habitación, ella se encontraría ahorasumida en una espiral de culpabilidadsin fin. Aunque no se podía imaginarbesándolo de nuevo —y no porque no

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quisiera, sino porque sabía que no era locorrecto, que no le podía hacer algo asía Daniel—, la presencia de Miles lahacía sentir extraordinariamentereconfortada.

Jugaron al Boggle hasta que Luceentendió las reglas, al Scrabble hastaque se dieron cuenta de que al juego lefaltaban la mitad de las fichas, y alparchís hasta que el sol bajó en laventana y fue preciso encender la luzpara ver el tablero. Entonces Miles selevantó, encendió la chimenea y pusoHannah y sus hermanas en elreproductor de DVD del ordenador deLuce. El único lugar donde sentarse yver la película era la cama.

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De pronto, Luce se sintió nerviosa.Hasta entonces se habían comportadocomo dos amigos jugando a juegos demesa por la tarde. Pero ahora habíansalido las estrellas, la residencia estabavacía, el fuego chisporroteaba en lachimenea y… ¿en qué lugar los dejabaeso?

Se sentaron uno al lado del otro enla cama de Luce; ella no dejaba depensar dónde tenía las manos, siparecería forzado que las mantuvierareplegadas en el regazo o si rozarían lasyemas de los dedos de Miles alcolocarlas a los lados. Observó por elrabillo del ojo cómo el pecho de él sealzaba con la respiración. Le oyó

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rascarse la nuca. Se había quitado lagorra de béisbol y Luce percibía elchampú de olor a limón de su delicadopelo castaño.

Hannah y sus hermanas era una delas pocas películas de Woody Allen queno había visto aún, pero no lograbaconcentrarse. Ya antes de queaparecieran las letras de crédito habíacruzado y descruzado las piernas tresveces.

Entonces la puerta se abrió derepente. Shelby entró en la habitacióncomo en una exhalación, echó un vistazoal monitor del ordenador de Luce yexclamó:

—¡La mejor película de Acción de

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Gracias del mundo! ¿Puedo verla…? —Entonces reparó en que Luce y Milesestaban sentados en la cama enpenumbra—. ¡Oh!

Luce se levantó de un salto de lacama.

—¡Por supuesto que puedes! ¡Nosabía cuándo te marchabas a casa…!

—Nunca. —Shelby se arrojó en lalitera superior, provocando un pequeñoseísmo sobre las cabezas de Luce yMiles en la litera inferior—. Mamá y yonos hemos peleado. No preguntéis, esterriblemente aburrido. Por otra parte,prefiero estar con vosotros.

—Pero, Shelby… —Luce no podíaimaginarse una pelea capaz de impedirle

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regresar a casa para Acción de Gracias.—Disfrutemos en silencio de la

genialidad de Woody —ordenó Shelby.Miles y Luce intercambiaron una

mirada de complicidad.—¡Eso mismo! —exclamó Miles a

Shelby, a la vez que dirigía una sonrisa aLuce.

La verdad es que aquello hizo queLuce se sintiera aliviada. Cuando sevolvió a acomodar en su asiento, rozólos dedos de Miles, y él se los apretó.Solo fue un instante, pero bastó para queLuce supiera que, por lo menos duranteel fin de semana de Acción de Gracias,las cosas irían bien.

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17

Dos días

Luce se despertó con el ruido de unapercha agitándose en la barra de suarmario. Antes de ver quién podía ser lapersona responsable de aquel alboroto,fue bombardeada por un montón de ropa.Se incorporó en la cama, apartando unamontaña de vaqueros, camisetas yjerséis. Se quitó un calcetín de rombosde la cabeza.

—¿Arriane?

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—¿Cuál te gusta más, el rojo o elnegro? —Arriane sostenía dos vestidosde Luce contra su cuerpo menudo,balanceándose como si los llevarapuestos.

Los brazos de Arriane no lucían lahorrible pulsera de localización quehabía tenido que llevar en Espada &Cruz. Luce no se había dado cuenta hastaentonces, y se estremeció al recordar elcruel voltaje que se hacía pasar aArriane cuando traspasaba los límites.Cada día que Luce pasaba en California,sus recuerdos de Espada & Cruz sevolvían más difusos, hasta que de prontocosas como esa la devolvían de golpe ala agitación de su estancia allí.

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—Elizabeth Taylor dice que solo untipo de mujer puede llevar el color rojo—prosiguió Arriane—. Tiene que vercon el escote y el color de la piel. Porsuerte, tú tienes ambas cosas.

Sacó el vestido rojo de la percha ylo arrojó al montón.

—¿Qué haces aquí? —preguntóLuce.

Arriane se llevó las manos diminutasa las caderas.

—Pues ayudarte a hacer la maleta,boba. Te vas a casa.

—¿Que me voy a casa? ¿A qué casa?¿Qué quieres decir? —balbuceó Luce.

Arriane se echó a reír y se acercópara cogerla de la mano y sacarla de la

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cama.—A Georgia, tesoro. —Le dio una

palmadita en la mejilla—. Con losbuenos de Harry y Doreen. Y parece serque una amiga tuya va también en avión.

Callie. ¿Vería de verdad a Callie?¿Y a sus padres? Luce se tambaleódonde estaba sin saber de pronto quédecir.

—¿No quieres pasar Acción deGracias con tu familia?

Luce intentó recuperar el aliento.—¿Y qué hay de…?—No te preocupes —dijo Arriane

tirándole de la nariz—. Fue idea delseñor Cole. Tendremos que seguir con lafarsa de que sigues muy cerca de casa de

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tus padres. Y este parecía el modo mássimple y divertido de hacerlo.

—Pero en su mensaje de texto deayer decía que…

—No quería darte falsas esperanzashasta haber ultimado todos los detalles,incluyendo —dijo con un saludo cortés— al acompañante perfecto. A uno deellos, por lo menos. Roland estará aquíen cualquier momento.

Se oyó un golpe en la puerta.—¡Es tan bueno! —Arriane señaló

el vestido rojo que seguía en la mano deLuce—. ¡Ponte este, muñeca!

Luce se puso el vestido a toda prisay luego se metió en el cuarto de bañopara cepillarse los dientes y peinarse.

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Arriane acababa de aparecer con una deesas situaciones en las que no se puedehacer otra cosa más que dejarse llevar.No había que dar vueltas a nada. Soloactuar.

Salió del baño esperandoencontrarse con Roland y Arrianehaciendo algo propio de ellos, como unosubido a su maleta y el otro intentandocorrer la cremallera para cerrarla.

Pero quien había llamado a la puertano era Roland.

Eran Steven y Francesca.¡Mierda!Luce tenía ya en la punta de la

lengua la expresión «Os lo puedoexplicar todo». El problema era que no

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se le ocurría nada que decir que laexcusara de esa situación. Miró aArriane en busca de ayuda, pero estaseguía metiendo las zapatillas dedeporte de Luce en la maleta. ¿Acaso nose había dado cuenta de la magnitud delproblema en el que estaban a punto demeterse?

Francesca dio un paso adelante yLuce se preparó para hacerle frente.Pero entonces las mangas anchas yacampanadas del jersey de cuello altode color carmesí de Francescaenvolvieron a Luce en un abrazoinesperado.

—Hemos venido a desearte buenviaje.

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—Claro que te echaremos de menosmañana en lo que cariñosamentellamamos «la cena de los desplazados»—dijo Steven tomando la mano aFrancesa y apartándola de Luce—. Perosiempre es mejor para los alumnos queestén con su familia.

—No entiendo nada —respondióLuce—. ¿Vosotros lo sabíais? Creía queestaba castigada hasta nueva orden.

—Esta mañana hemos hablado conel señor Cole —dijo Francesca.

—Y no te castigamos parareprenderte, Luce —explicó Steven—.Era el único modo de asegurarnos deque estuvieras a salvo bajo nuestratutela. Sin embargo, con Arriane estarás

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en buenas manos.Francesca, que nunca permanecía

más tiempo del debido en un sitio, sellevó a Steven hacia la puerta.

—Hemos oído decir que tus padrestienen muchas ganas de verte. Alparecer, tu madre tiene un congeladorrepleto de tartas. —Hizo un guiño aLuce y luego tanto ella como Steven sedespidieron con un saludo y semarcharon.

El corazón de Luce estaba henchidode felicidad ante la perspectiva de ir acasa y ver a su familia.

Sin embargo, se sentía triste porMiles y Shelby. Sin duda les sabría malque ella se fuera a Thunderbolt y los

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abandonara allí. Ni siquiera sabía dóndeestaba Shelby. No podía irse sin…

Roland asomó la cabeza por lapuerta abierta de la habitación de Luce.Tenía un aspecto profesional, con sutraje oscuro de raya diplomática y sucamisa blanca. Se había cortado un pocolas rastas negras y doradas, eran más depunta, lo que hacía que sus ojos oscurosy profundos resaltaran todavía más.

—¿Hay moros en la costa? —preguntó mientras dirigía a Luce suhabitual sonrisa diabólica—. Se nos hacolgado un parásito. —Hizo un gestocon la cabeza hacia alguien que estabadetrás de él, que al instante asomó conuna bolsa de viaje en la mano.

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Era Miles.Dirigió a Luce una sonrisa

maravillosamente natural y se sentó alborde de la cama. Luce se imaginópresentándoselo a sus padres: sequitaría la gorra de la cabeza, les daríala mano a ambos, felicitaría a mamá porsu labor casi terminada…

—Roland, ¿qué parte de laexpresión «misión secreta» no hasentendido? —preguntó Arriane.

—Es culpa mía —admitió Miles—.Vi a Roland dirigiéndose hacia aquí…le obligué a que me lo contara todo. Poreso ha llegado tarde.

—En cuanto el tío oyó las palabras«Luce» y «Georgia» —Roland dirigió el

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pulgar hacia Miles—, hizo la maleta enun nanosegundo.

—Habíamos hecho una especie depacto para Acción de Gracias —dijoMiles clavando la mirada en Luce—. Nopodía permitir que ella lo incumpliera.

—No. —Luce reprimió una sonrisa—. No podía.

—Hum… —Arriane levantó unaceja—. Me pregunto qué dirá Francescade esto. Tal vez deberíamos preguntarprimero a tus padres, Miles…

—Vamos, Arriane. —Rolandsacudió la mano con un gesto de desdén—. ¿Desde cuándo consultamos a lasautoridades? Yo me encargo delmuchacho. No se meterá en ningún

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problema.—¿Meterse en ningún problema?

¿Dónde? —Shelby se abrió paso en suhabitación con la esterilla de yogabalanceándose de una cuerda que lecruzaba la espalda—. ¿Adónde vamos?

—A casa de Luce, en Georgia, paraAcción de Gracias —dijo Miles.

En el pasillo, detrás de Shelby, sealzó una cabeza de pelo muy rubio. Erael ex novio de Shelby. Tenía la pielpálida, fantasmal. Shelby tenía razón: lepasaba algo raro en los ojos. Eran muypálidos.

—Por última vez, Phil. Ya te lo hedicho: ¡adiós! —Shelby le cerrórápidamente la puerta en la cara.

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—¿Quién era ese?—Mi asqueroso ex novio.—Parece un chico interesante —dijo

Roland mirando la puerta, distraído.—¿Interesante? —rezongó Shelby—.

Una orden de alejamiento sí seríainteresante.

Miró la maleta de Luce, luego labolsa de viaje de Miles y a continuaciónempezó a arrojar al azar suspertenencias en un baúl negro pequeño.

Arriane puso las manos en alto.—¿Es que no puedes hacer nada sin

llevar séquito? —preguntó a Luce.Luego se volvió hacia Roland—. ¿Meimagino que asumirás también laresponsabilidad por ella?

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—¡Es el espíritu de las vacaciones!—exclamó Roland entre risas—. Vamosa ir a casa de los Price para Acción deGracias —le dijo a Shelby, cuya cara seiluminó al instante—. Cuantos másseamos, más divertido.

A Luce le costaba creerse lo bienque cuadraba todo. Un Día de Acción deGracias con su familia, Callie, Arriane yRoland, Shelby y Miles. No podía sermejor.

Solo le preocupaba una cosa. Ymucho.

—¿Y qué hay de Daniel?En realidad, lo que quería preguntar

era: «¿Está informado sobre estasalida?» y «¿Qué historia se traen de

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verdad él y Cam?». Y: «¿Sigue enfadadoconmigo por ese beso?». Y: «¿Está malque Miles también venga?». Y: «¿Quéposibilidades hay de que Danielaparezca en casa de mis padres mañanaa pesar de que dice que no puedeverme?».

Arriane carraspeó.—Sí, ¿qué hay de Daniel? —repitió

despacio—. El tiempo lo dirá.—¿Tenemos billetes de avión o

algo? —preguntó Shelby—. Porque sivamos a viajar en avión tengo quellevarme mi kit de serenidad, los aceitesesenciales y mi esterilla eléctrica. Noquisiera encontrarme sin ellos a treinta ycinco mil pies de altura.

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Roland chasqueó los dedos.A sus pies, la sombra que arrojaba

la puerta abierta se levantó del suelo demadera y se levantó como una trampillaque llevara a un sótano. Una ráfaga defrío se alzó del suelo seguida de unestallido lóbrego de oscuridad. Olía aheno mojado mientras se ibaconvirtiendo en una esfera pequeña ycompacta. Entonces, tras una indicaciónde cabeza de Roland, se agrandó y seconvirtió en una gran puerta negra. Separecía a las puertas oscilantes de lascocinas de los restaurantes con un cristalredondo de vidrio en lo alto. Ladiferencia es que esta estaba hecha deneblina oscura de Anunciadora, y lo que

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se veía a través de ella era un remolinode oscuridad lúgubre e inhóspita.

—Es igual a una que vi en el libro—dijo Miles, claramente impresionado—. Yo lo único que logré hacer fue unaespecie de ventana trapezoidal muy rara.—Dirigió una sonrisa a Luce—. Detodos modos, logramos que funcionara.

—Tú, muchacho, no te separes de mí—dijo Roland—, y verás lo que esviajar con estilo.

Arriane hizo una mueca.—¡Mira que es fanfarrón!Luce volvió la cabeza hacia Arriane.—Pero creí que habías dicho…—Lo sé. —Arriane levantó una

mano—. Sé que repetí todo ese rollo de

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lo peligroso que es viajar conAnunciadoras. Y no quiero ser uno deesos ángeles odiosos que dicen «Haz loque digo, no lo que hago». Pero todos,Francesca, Steven, el señor Cole, todoel mundo… estuvimos de acuerdo conello.

¿Todo el mundo? Luce no podíaimaginárselos a todos juntos sin echarde menos una parte deslumbrante. ¿Quépintaba Daniel en eso?

—Por otra parte —Arriane sonriócon orgullo—, estamos en presencia deun maestro. Roland es uno de losmejores transportadores porAnunciadora. —Y añadió, susurrando enun aparte hacia Roland—: No dejes que

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esto se te suba a la cabeza.Roland abrió la puerta de la

Anunciadora, que crujió y chirrió sobresus goznes de sombra y se abriómostrando un pozo frío y grande devacío.

—Hum. ¿Qué es lo que hace queviajar por las Anunciadoras sea tanpeligroso? —quiso saber Miles.

En la habitación Arriane señaló lasombra que había debajo de la lámparadel escritorio, detrás de la estera deyoga de Shelby. Todas las sombrastemblaban.

—Un ojo no experto no sabedistinguir en qué Anunciadora es posibletransponerse. Y créenos cuando os

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decimos que siempre hay acechadoresindeseables a la espera de que alguienlas abra por accidente.

Luce se acordó de la desagradablesombra marrón con que había tropezado.Aquella acechadora indeseable le habíabrindado la desagradable visión de Camy Daniel en la playa.

—Si escoges una Anunciadoraequivocada, fácilmente te puedes perder—explicó Roland— y no tener ni ideade adónde, o en qué tiempo, vas atransportarte. Si no os separáis denosotros, no tenéis de qué preocuparos.

Nerviosa, Luce señaló el vientre dela Anunciadora. No recordaba que lasotras sombras en las que se habían

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metido tuvieran una apariencia tansiniestra y oscura. O quizá era solo queentonces ella no conocía lasconsecuencias de sus actos.

—Espero que no aparezcamos enmedio de la cocina de mi casa, porque sino mi madre tendrá un susto de muerte…

—Por favor… —Arriane chasqueócon la lengua haciendo que Luce, luegoMiles y finalmente Shelby se colocaranfrente a la Anunciadora—, ten un pocode fe.

Fue como abrirse paso en una niebla fríay húmeda, pegajosa y desagradable. Sedeslizaba y enroscaba por la piel de

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Luce y se le adhería a los pulmonescuando respiraba. En el túnel retumbabael eco de un ruido blanco incesante,similar al de una cascada. En las dosocasiones anteriores en que habíaviajado en Anunciadora, Luce se habíasentido torpe y con prisas, catapultadaen la oscuridad para salir en algún sitioiluminado. En esta ocasión fue distinto.Perdió la noción del espacio y eltiempo, e incluso de quién era y adóndese dirigía.

Luego sintió una mano fuerte quetiraba de ella.

Cuando Roland la soltó, el estrépitode la cascada pasó a ser un goteo, y untufillo a cloro le inundó la nariz. Vio un

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trampolín. Un trampolín que conocía,situado bajo un enorme techo arqueadoflanqueado por vidrieras de coloresrotas. El sol había pasado ya por esasventanas elevadas, pero su luz seguíaarrojando delicados prismas de coloresa la superficie de una piscina olímpica.En las paredes, las velaschisporroteaban en hornacinas de piedravertiendo una luz muy tenue. Habríareconocido aquel gimnasio-iglesia encualquier parte.

—¡Dios mío! —susurró Luce atónita—. Hemos vuelto a Espada & Cruz.

Arriane escrutó la sala rápidamentesin dejar entrever ninguna emoción.

—En lo que respecta a tus padres

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cuando vengan a recogernos mañana porla mañana, has pasado todo el tiempoaquí. ¿Lo captas?

Arriane actuaba como si volver aEspada & Cruz para pasar una noche nofuera muy distinto a acomodarse en unmotel anodino. Sin embargo, aquelregreso brusco a esa parte de su vida aLuce le sentó como un bofetón en lacara. Aquello no le gustaba. Espada &Cruz era un sitio miserable, pero en él lehabían ocurrido cosas. Allí era donde sehabía enamorado y había visto morir auna amiga muy cercana. Y, más que encualquier otro lugar, era un lugar dondeella había cambiado.

Cerró los ojos y soltó una risa

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amarga. Comparado con el presente, enesos tiempos ella no sabía nada. Sinembargo, entonces se sentía más segurade sí misma y de sus emociones de loque se podía imaginar que volvería asentir.

—¿Qué diablos es este sitio? —preguntó Shelby.

—Mi última escuela —dijo Lucemirando a Miles.

Él parecía intranquilo y se arrimó aShelby contra la pared. Luce se acordó:eran buena gente, y aunque ella nunca leshabía hablado mucho de su estancia allí,sin duda la fábrica de rumores de losnefilim fácilmente podía haberproporcionado a sus mentes detalles

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suficientemente vívidos como paraesbozar la perspectiva de una noche deterror en Espada & Cruz.

—Ejem… —dijo Arriane mirando aShelby y Miles—. Y si los padres deLuce preguntan, vosotros también venísa esta escuela.

—Explícame cómo se supone queesto es una escuela —dijo Shelby—.¿Qué hacéis, nadar y rezar a la vez?Roza un grado de eficacia estrafalarianunca visto en la costa Oeste. Creo queecho de menos mi casa.

—Pues si esto no te gusta —respondió Luce—, deberías ver el restodel campus.

Shelby torció el gesto. Luce no la

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podía culpar por ello. Comparado con laEscuela de la Costa, aquel lugar era unaespecie de Purgatorio truculento. Por lomenos, a diferencia del resto de losalumnos que había allí, ellos semarcharían tras pasar la noche.

—Parecéis agotados —dijo Arriane—. Eso está bien, porque le prometí aCole que seríamos muy discretos.

Roland había permanecido apoyadoen el trampolín, frotándose las sienes ycon los fragmentos de Anunciadoraagitándose a sus pies. Entonces seincorporó y empezó a dar órdenes.

—Miles, tú dormirás conmigo en miantigua habitación. Luce, tu habitaciónsigue vacía. Prepararemos una cama

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para Shelby. Vamos a dejar nuestroequipaje. Nos encontraremos en micuarto. Usaré mis antiguos contactos enel mercado negro para encargar unapizza.

La mención de una pizza bastó parasacar de su postración a Miles y aShelby; a Luce, en cambio, le llevó mástiempo adaptarse. No le extrañaba quesu habitación siguiera vacía. De hecho,contó que llevaba algo menos de tressemanas fuera de ese sitio. Con todo,parecía que hubiera pasado mucho mástiempo, como si cada día hubiera sidoun mes y a Luce le resultaba imposibleimaginar Espada & Cruz sin ninguna deesas personas, ángeles o demonios, que

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habían formado parte de su vida allí.—No te preocupes. —Arriane

estaba junto a Luce—. Este sitio escomo la puerta oscilante del rechazo. Lagente entra y sale todo el tiempo porella, ya sea por cuestiones de libertadcondicional, padres locos, lo que sea.Randy tiene la noche libre. Nadie más seinteresará por nada. Si alguien se tequeda mirando, lo único que tienes quehacer es devolverle la mirada. O me loenvías a mí. —Dobló la mano en unpuño—. ¿Estás lista para salir ahí fuera?—preguntó señalando a los demás, queseguían a Roland por la puerta.

—Ahora mismo voy —dijo Luce—.Antes hay algo que necesito hacer.

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Situada en el rincón más alejado en lazona este del cementerio, junto a lasepultura de su padre, la tumba de Pennera sencilla pero cuidada.

La última vez que Luce había vistoel cementerio estaba cubierto por unaespesa capa de polvo. Daniel le habíadicho que eran las secuelas de lasguerras entre ángeles. Luce no sabía siel viento se había llevado ese polvo o siel polvo de los ángeles desaparecía conel tiempo, pero el hecho es que elcementerio parecía haber recuperado suaire descuidado habitual. Asediadocomo siempre por un ejército en

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continuo avance de robles estranguladospor kudzu trepadoras. Yermo y agotadocomo siempre bajo un cielo sin color.Pero había una cosa que faltaba, algoque Luce no podía tocar y que sinembargo la hacía sentirse sola.

Una capa rala de mortecinas hierbasverdes había crecido en torno a la tumbade Penn de forma que ahora nodesentonaba mucho entre las sepulturascentenarias que la rodeaban. Había unramo de azucenas recién cortadas frentea una lápida sencilla de color gris queLuce se inclinó para leer:

PENNYWEATHER VANSYCKLE-LOCKWOOD

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AMIGA QUERIDA1991-2009

Luce tomó aire con dificultad y laslágrimas asomaron a sus ojos. Habíaabandonado Espada & Cruz antes depoder enterrar a Penn, pero Daniel sehabía ocupado de ello. Por primera veztras varios días, su corazón palpitó porél con añoranza. Porque había sabidomejor que ella el aspecto que debíatener la lápida de Penn. Luce searrodilló sobre la hierba, llorandoamargamente y acariciando inútilmentela hierba.

—Estoy aquí, Penn —susurró—.Siento haber tenido que abandonarte.

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Siento sobre todo haberte metido entodo esto. Merecías algo mejor, unaamiga mejor.

Deseó que su amiga estuviera allí ypoder hablar con ella. Sabía que lamuerte de Penn era culpa suya, y esocasi le resquebrajaba el corazón.

—Ya no sé lo que me hago y tengomiedo.

Hubiera querido decir que extrañabaa Penn a todas horas, pero lo querealmente echaba de menos era la ideade una amiga a la que podría haberconocido mejor si la muerte no se lahubiera llevado tan pronto. Nada de esoera bueno.

—¡Hola, Luce!

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Tuvo que secarse las lágrimas antesde poder ver al señor Cole de pie alotro lado de la tumba de Penn. Ella sehabía acostumbrado tanto a la eleganciade los profesores de la Escuela de laCosta que el señor Cole le parecióanodino, con su traje arrugado de colormarrón claro, su bigote y su cabellonegro con la raya perfecta justo encimade la oreja izquierda.

Luce se puso de pie trabajosamentemientras se restregaba la nariz con lamuñeca.

—Hola, señor Cole.Él sonrió con amabilidad.—Me cuentan que las cosas por allí

te van bien. Todo el mundo dice que lo

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estás haciendo muy bien.—Oh, no… —balbuceó—. No sé.—Pues yo sí que lo sé. Y también sé

que tus padres están muy contentos deverte. Es fantástico cuando se puedenconseguir estas cosas.

—Gracias —contestó ella,esperando que él entendiera lo muyagradecida que se sentía.

—Hay una pregunta que no puedodejar de hacerte.

Luce supuso que le preguntaría algoprofundo y siniestro sobre Daniel yCam, el bien y el mal, lo correcto y loincorrecto, la confianza y el engaño…Pero él se limitó a preguntar:

—¿Qué te has hecho en el pelo?

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Luce tenía la cabeza metida en ellavamanos del cuarto de baño de chicasque había al final del pasillo de lacantina de Espada & Cruz. Shelbysostenía dos porciones de pizza dequeso en un plato de papel para Luce.Arriane tenía en sus manos un frasco detinte negro barato para el pelo, lo mejorque Roland había podido conseguir entan poco tiempo, pero bastante parecidoal color natural de Luce.

Ni Arriane ni Shelby habíancuestionado la decisión repentina decambiar de imagen, lo cual Luceagradecía enormemente. Pero ahora se

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daba cuenta de que en realidad se habíanlimitado a esperar a que ella estuvieraen una posición vulnerable para iniciarel interrogatorio mientras se teñía.

—Supongo que a Daniel le gustará—dijo Arriane con un tono de vozdiscreto pero inquisitivo—. Porque estolo haces por él, ¿verdad?

—Arriane… —le advirtió Luce, queesa noche no estaba dispuesta a caer enla trampa.

Pero Shelby sí lo estaba.—¿Sabes qué es lo que siempre me

ha gustado de Miles? Que le gustas porser quien eres y no por lo que te hacesen el pelo.

—Ya veo que las dos estáis

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claramente a favor del uno o el otro.¿Qué tal si os ponéis cada una lacamiseta del Equipo Daniel y el EquipoMiles?

—Deberíamos encargarlas —dijoShelby.

—La mía la tengo en la lavandería—repuso Arriane.

Luce intentó no escucharlas y seconcentró en el agua caliente y en laextraña confluencia de cosas que lepasaban por la cabeza, se le colaban enel cuero cabelludo y finalmente se ibanpor el desagüe: los dedos rechonchos deShelby la habían ayudado con el primercambio de color cuando Luce pensó queera el único modo de empezar de nuevo.

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La primera prueba de amistad deArriane hacia Luce fue ordenarle que lecortara el pelo negro para parecerse aella. Y ahora eran sus manos las quemasajeaban la cabeza de Luce,justamente en el cuarto de baño dondePenn le había limpiado el pastel decarne que Molly le había arrojado a lacabeza el primer día de su estancia enEspada & Cruz.

Era agridulce, y bonito, y Luce nosabía explicar qué significaba aquello.Lo único que sabía es que no queríaesconderse más, ni de sí misma, ni desus padres, ni de Daniel, ni siquiera deaquellos que le querían mal.

Recién llegada a California, había

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buscado una transformación facilona,pero ahora se daba cuenta de que elúnico modo válido de cambiar eraganándose el cambio. Aunque teñirse elpelo de negro no era la respuesta, y eraconsciente de que todavía no habíallegado a ese punto, desde luego sísuponía un paso en la direccióncorrecta.

Arriane y Shelby dejaron de discutirsobre qué chico era el alma gemela deLuce. Las dos la miraron en silencio yasintieron. Lo notó incluso antes de versu reflejo en el espejo: la pesada cargade la melancolía que había soportado, yen la que hasta entonces no habíareparado, la había abandonado.

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Volvía a ser ella misma. Estaba listapara regresar a casa.

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18

Acción de Gracias

Cuando Luce entró por la puerta de lacasa de sus padres en Thunderbolt, loencontró todo exactamente igual.

El perchero del vestíbulo seguíadando la impresión de estar a punto dedesplomarse por el exceso de chaquetas.El olor a toallitas para la secadora y allimpiador Pfledge hacía que la casapareciera todavía más limpia de lo queestaba. El sofá de flores de la sala de

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estar estaba descolorido a causa del solde la mañana que se colaba por losestores. Un montón de revistas dedecoración sureña manchadas de técubrían la mesita, con las páginasfavoritas marcadas con puntos de lecturahechos con tickets de la compra, paracuando se hiciera realidad el sueño desus padres de pagar la hipoteca ydisponer por fin de un poco de dineroextra para la remodelación.

Andrew, el caniche diminuto de sumadre, se acercó trotando hacia losinvitados para olerlos y dar el mordiscoacostumbrado en la parte posterior deltobillo de Luce.

El padre de Luce dejó su bolsa de

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viaje en el vestíbulo y le pasó el brazopor el hombro. Ella observó su imagenreflejada en el estrecho espejo de laentrada: padre e hija.

Las gafas sin montura de él leresbalaron por la nariz al besarle lacoronilla, cuyo pelo volvía a ser negro.

—Bienvenida a casa, Luce —dijo—. Te hemos echado mucho de menospor aquí.

Luce cerró los ojos.—Yo también os he echado mucho

de menos. —Era la primera vez ensemanas que no mentía a sus padres.

Su casa tenía un ambiente acogedory estaba repleta de los aromasembriagadores típicos de Acción de

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Gracias. Luce tomó aire y al instante seimaginó todos y cada uno de los platosenvueltos en papel de aluminio que semantenían calientes en el horno. Pavofrito relleno de setas, la especialidad desu padre; salsa de arándanos y manzana,vol-au-vents y una cantidad de tartas depastel de calabaza y nueces pacanas —la especialidad de su madre— suficientepara alimentar a todo el estado.Seguramente llevaba cocinando toda lasemana.

La madre de Luce la cogió por lasmuñecas. Sus ojos de color avellanaestaban ligeramente vidriosos.

—¿Cómo estás, Luce? —le preguntó—. ¿Estás bien?

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Era todo un alivio estar en casa.Luce notó que sus ojos también se lehumedecían. Luego asintió y se abalanzósobre ella para darle un abrazo.

Su madre llevaba el pelo negrocortado a la altura de la barbilla; estabamuy bien peinado y marcado con laca,como si el día anterior hubiera ido a lapeluquería, lo que, conociéndola, era lomás probable que hubiera hecho. Teníaun aspecto más joven y atractivo del queLuce recordaba. Comparada con lospadres ancianos que había queridovisitar en el monte Shasta, e inclusocomparada con Vera, la madre de Luceparecía feliz y vivaracha, y no estabamarcada por el dolor.

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Esto se debía a que no había tenidoque pasar por lo que habían pasado losdemás: la pérdida de una hija. Perder aLuce. Sus padres habían organizado suvida en torno a ella. Si ella muriera,quedarían destrozados.

No podía morir como en vidasanteriores. No podía arruinar la vida desus padres en esta ocasión, ahora queconocía más cosas sobre su pasado.Estaba dispuesta a hacer todo lo posiblepara que ellos fueran felices.

Su madre recogió los abrigos y losgorros de los demás chicos en elvestíbulo.

—Espero que tus amigos hayanvenido con hambre.

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Shelby señaló con el pulgar a Miles.—Vaya con cuidado con esos

deseos.A los padres de Luce no les

molestaba acoger en su mesa de Acciónde Gracias a unos cuantos invitados deúltima hora.

Cuando, justo antes del mediodía, elChrysler New Yorker de su padre habíarebasado las altas puertas de hierro deEspada & Cruz, Luce ya lo estabaesperando. No había podido dormir entoda la noche. Entre la extrañeza que leprovocaba regresar a Espada & Cruz ysu nerviosismo por juntar a un grupo tanvariopinto de personas por Acción deGracias al día siguiente, su mente no

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podía descansar.Por fortuna, la mañana pasó sin

ningún incidente; tras dar a su padre elabrazo más largo y afectuoso que lehabía dado a nadie, le dijo que teníaalgunos amigos que no sabían dóndepasar las vacaciones.

Al cabo de cinco minutos, ya estabantodos metidos en el coche.

Ahora se encontraban en el hogar dela infancia de Luce, contemplandofotografías enmarcadas de ella adistintas edades, mirando a través de lasmismas ventanas por las que ella habíamirado durante más de una décadamientras tomaba cuencos de cereales.Parecía un poco surrealista. Mientras

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Arriane iba a la cocina para ayudar a sumadre a montar la nata, Miles abrumabaa preguntas a su padre sobre el enormetelescopio que tenía en su despacho.Luce se sintió muy orgullosa de suspadres por hacer que todo el mundo sesintiera bienvenido.

El sonido de una bocina en la callele hizo dar un respingo.

Se sentó en el borde del sofáhundido y levantó una tablilla del estor.En la calle, un taxi de color rojo yblanco se detenía frente a la casa,echando bocanadas de humo en el fríoaire otoñal. Aunque tenía las ventanastintadas, el pasajero solo podía ser unapersona.

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Callie.Una de las botas de piel rojas hasta

la rodilla de Callie asomó por la puertatrasera y se apoyó en la acera de asfalto.Un segundo más tarde, apareció el rostroen forma de corazón de su mejor amiga.La piel de porcelana de Callie estabaalgo sonrojada, llevaba el pelo caoba unpoco más corto, cortado en un ánguloelegante a la altura de la barbilla. Losojos de color azul pálido le brillaban.Por algún motivo, no dejaba de mirar alinterior del taxi.

—¿Qué miras? —preguntó Shelbylevantando otra tablilla para podermirar. Roland se deslizó al otro lado deLuce y también miró fuera.

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Justo a tiempo para poder ver salirdel taxi a Daniel…

Seguido de Cam, en el asientodelantero.

Los dos chicos llevaban unosabrigos largos y oscuros, parecidos alos que vestían en la escena de la orillaque ella había vislumbrado. Tenían elpelo brillante bajo la luz del sol. Y porun instante, solo por un instante, Luce seacordó de por qué al principio enEspada & Cruz los dos le habíanllamado tanto la atención. Eran bellos.No se podía decir de otro modo. Eranfabulosos y extraordinarios, de un modocasi antinatural.

Pero ¿qué hacían allí?

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—Justo a tiempo —murmuróRoland.

Al otro lado de Luce, Shelbypreguntó:

—¿Quién los ha invitado?—Eso mismo estaba pensando yo —

dijo Luce sin poder evitar sentir ciertodesvanecimiento al ver a Daniel a pesarde lo complicadas que estuvieran lascosas entre ellos.

—Luce —Roland se rió al ver lacara de ella mirando a Daniel—, ¿no teparece que deberías abrir la puerta?

Sonó el timbre.—¿Es Callie? —exclamó la madre

de Luce desde la cocina por encima delruido de la batidora.

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—¡Ya voy! —gritó Luce con elpecho encogido.

Por supuesto que quería ver a Callie.Pero superior a su alegría por ver a sumejor amiga era su anhelo por ver aDaniel. Por tocarlo, abrazarlo y olerlo.Por presentárselo a sus padres.

Ellos se darían cuenta, ¿verdad?Ellos verían que Luce había encontradoa la persona que le había cambiado lavida para siempre.

Abrió la puerta.—¡Feliz Día de Acción de Gracias!

—exclamó una voz con un fuerte acentosureño. Luce parpadeó varias veceshasta que su cerebro logró relacionaresa voz con la imagen que se le ofrecía

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ante sus ojos.Gabbe, el ángel más bello y de

modales más correctos de Espada &Cruz, se encontraba de pie en el porchede su casa con un vestido de punto decolor rosa. Su pelo rubio era un frenesífabuloso de trenzas, recogidas enpequeños remolinos en lo alto de lacabeza. Su piel tenía un brillo suave ydelicado, no muy distinto al deFrancesca. En una mano sostenía unramo de gladiolos, y en la otra, unafiambrera de plástico blanco.

A su lado, con el pelo teñido derubio pero con las puntas marrones,estaba el demonio Molly Zane. Susvaqueros negros desgastados

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combinaban con un jersey negrodeshilachado, como si todavía siguieralas normas de vestimenta de Espada &Cruz. Molly había multiplicado suspiercings faciales desde la última vezque Luce la había visto. Balanceándosesobre el antebrazo, llevaba una pequeñacazuela negra de hierro forjado. Tenía lamirada clavada en Luce.

Luce vio cómo los demás enfilabanel largo acceso a la casa. Daniel llevabaal hombro la maleta de Callie, pero Camera el que estaba inclinado y sonreía conuna mano posada en el antebrazoderecho de la chica mientras charlabacon ella. Callie no sabía si mostrarsenerviosa o totalmente encantada.

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—Pasábamos por aquí… —Gabbesonrió abiertamente tendiéndole lasflores a Luce—. Yo he hecho un heladode vainilla, y Molly ha traído unaperitivo.

—Langostinos picantes Diablo. —Molly levantó la tapa de la cazuela yLuce olió el caldo picante de ajo—.Receta de la familia.

Molly cerró la tapa, pasó junto aLuce para entrar en el vestíbulo y allí setropezó con Shelby.

—¡Se dice perdón! —dijeron conbrusquedad las dos al unísonomirándose con suspicacia.

—¡Qué bien! —Gabbe se inclinópara dar un abrazo a Luce—. Molly

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acaba de hacer una amiga.Roland acompañó a Gabbe a la

cocina, y entonces Luce pudo ver bien aCallie. Cuando sus miradas se cruzaron,no pudieron evitarlo: las dos chicassonrieron de oreja a oreja y corrieron aabrazarse.

El impacto del cuerpo de Callie dejócasi sin aliento a Luce, pero no leimportó. Se abrazaron con fuerza yhundieron la cara en sus cabellos; la dosse reían como solo es posible entreamigas tras una larga separación.

Luce se separó a su pesar y sevolvió hacia los dos chicos que seencontraban un poco rezagados. Camtenía el aspecto de siempre: controlado,

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a gusto, elegante y guapo.Daniel, en cambio, parecía

incómodo, y tenía buenos motivos paraestarlo. No se habían hablado desde quela había visto besando a Miles, y ahorase encontraban ante la mejor amiga deLuce y ante Cam, el ex enemigo… o loque fuera, de Daniel.

Sin embargo…Daniel estaba en su casa. A muy

pocos metros de la casa de sus padres.¿Perderían la cabeza si supieran quiénera él en realidad? ¿Cómo podíapresentarles a un chico que eraresponsable de miles de muertes y haciael que ella se sentía atraídaprácticamente siempre como un imán?

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¿Alguien imposible, escurridizo,misterioso y a veces incluso miserablecuyo amor ella no comprendía? ¿Alguienque colaboraba con el diablo, ¡malditasea!, y a quien —si creía quepresentarse allí sin ser invitado y conese demonio era una buena idea— talvez no la conocía tan bien?

—¿Qué hacéis aquí?Habló en un tono de voz seco,

porque no podía hablar con Daniel sinhablar también con Cam y no podíahablar con Cam sin desear arrojarle algopesado a la cabeza.

Cam habló primero.—¡Feliz Día de Acción de Gracias

para ti también! Nos dijeron que el

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mejor sitio para pasar este día era tucasa.

—Hemos conocido a tu amiga en elaeropuerto —añadió Daniel con el tonoinsípido que usaba cuando él y Luceestaban en público.

Era un modo de hablar muy formal yde inmediato ella ansió estar a solas conél para ser ellos de verdad. Así, ella leagarraría por la solapa de aquelestúpido abrigo y le sacudiría hasta quese lo contara todo. Aquello había idodemasiado lejos.

—Nos pusimos a hablar ycompartimos el taxi —prosiguió Camhaciéndole un guiño a Callie.

Callie sonrió a Luce.

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—Yo me imaginaba cómo sería unareunión íntima en casa de los Price, peroesto es mucho mejor. Así podré hacermeuna mejor idea de todo.

Luce notó que su amiga le escrutabala cara intentando saber qué pensar deesos dos chicos. Sin duda ese Día deAcción de Gracias se estaba volviendoincómodo a toda velocidad. No era asícomo se suponía que tenían que ir lascosas.

—¡Es la hora del pavo! —gritó sumadre desde la puerta. Su sonrisa setruncó en una mueca de confusión al verla gente que había fuera—. Luce, ¿quéocurre?

Llevaba su viejo delantal de rayas

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verdes y blancas anudado en torno a lacintura.

—Mamá —dijo Luce haciendo ungesto con la mano—, esta es Callie, yCam y…

Le hubiera gustado extender la manopara tocar a Daniel, o hacer algo,cualquier cosa que indicara a su madreque él era alguien especial, alguienúnico. Y también para hacerle saber a éltambién que todavía lo quería, que todocuanto había entre ellos iba a salir bien.Pero lo único que hizo fue quedarseparada.

—Este es Daniel.—Está bien. —Su madre miró a los

recién llegados con suspicacia—.

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Bueno, pues, hum, ¡bienvenidos! Luce,cariño, ¿puedo hablar contigo unmomento?

Luce se acercó a su madre hasta lapuerta después de levantar un dedo aCallie para indicarle que regresaría enun instante. Siguió a su madre por elvestíbulo, por el pasillo a oscurasdecorado con fotografías enmarcadas dela infancia de Luce, y hasta el acogedordormitorio de sus padres, que estabailuminado con una lámpara. Su madre sesentó sobre la cama blanca y cruzó losbrazos.

—¿No tienes que contarme nada?—Lo siento mamá —dijo Luce

desplomándose en la cama.

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—Mira, no quiero excluir a nadie deuna comida de Acción de Gracias, pero¿no te parece que hay un momento enque hay que poner un límite? ¿No tebastaba con un coche lleno de gente?

—Tienes razón, mamá —dijo Luce—. Yo no he invitado a toda esa gente.Estoy tan sorprendida como tú de quehayan aparecido todos.

—Es que tenemos tan poco tiempopara estar contigo… Nos encantaconocer a tus amigos —dijo la madre deLuce acariciándole el pelo—, pero noshacía más ilusión pasar un rato contigo.

—Sé que es una gran imposición,mamá. —Luce volvió la mejilla hacia lapalma abierta de su madre—. Daniel es

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especial. No sabía que iba a venir, perocomo está aquí, necesito pasar un pocode tiempo con él, igual que contigo y conpapá. ¿Te parece bien?

—¿Daniel? —repitió su madre—.¿Ese rubio tan guapo? ¿Vosotrosestáis…?

—Sí. Estamos enamorados.Por algún extraño motivo, Luce

temblaba. A pesar de las dudas que teníasobre su relación, decir en voz alta a sumadre que quería a Daniel lo hacía másverdadero, le recordaba que, pese atodo, ella lo quería de verdad.

—Entiendo. —Su madre asintiósonriendo sin que sus rizos colorcastaño peinados con laca se movieran

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—. Bueno, tampoco podemos echar apatadas a todo el mundo menos a él,¿no?

—Gracias, mamá.—Dale las gracias también a tu

padre. Y, cariño, la próxima vezavísanos con un poco más de tiempo. Dehaber sabido que traías a casa a un chicoespecial, habría bajado del desván elálbum de fotografías de cuando eras unbebé.

Le hizo un guiño y estampó un besoen la mejilla de Luce.

De regreso a la sala de estar, Luce sedirigió primero a Daniel.

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—Me alegro de que al final hayaspodido estar con tu familia —dijo él.

—Espero que no estés enfadada conDaniel por haberme traído —intervinoCam. Luce quiso ver cierta altanería enla voz, pero no la encontró—. Estoyseguro de que a los dos os gustaría queyo no estuviera, pero —miró a Daniel—un pacto es un pacto.

—Desde luego —respondió Luce entono frío.

La cara de Daniel no delataba nadahasta que se ensombreció. Milesacababa de entrar del comedor.

—Hum… Oye, tu padre está a puntode hacer un brindis. —Miles tenía losojos clavados en Luce de un modo que

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ella pensó que posiblemente lo hacíapara no cruzar la mirada con Daniel—.Tu madre me ha pedido que te preguntedónde quieres sentarte.

—Oh, en cualquier sitio. ¿Tal vez allado de Callie?

Luce sintió cierto pánico cuandopensó en todos los invitados y en laurgencia de mantenerlos a la máximadistancia posible entre ellos. Y a Molly,lejos de todos.

—Debería haber hecho tarjetas parala mesa.

Roland y Arriane se habíanapresurado a colocar la mesa de jugar alas cartas junto a la de comer de talmodo que ahora el banquete llegaba

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incluso a la sala de estar. Alguien habíapuesto un mantel de color dorado yblanco, y sus padres incluso habíansacado la vajilla de cuando se casaron.Las velas estaban encendidas, y lasjarras, llenas de agua. Al poco, Shelby yMiles sacaron unos cuencos humeantesde judías verdes y puré mientras Luce sesentaba entre Callie y Arriane.

La cena de Acción de Gracias,pensada en principio como una comidaíntima, había pasado a ser para docecomensales: cuatro humanos, dosnefilim, seis ángeles caídos (tres decada bando, del Bien y del Mal) y unperro disfrazado de pavo con su cuencocon sobras debajo de la mesa.

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Miles fue a sentarse delante de Luce,pero Daniel lo fulminó con una miradaamenazadora. Él entonces retrocedió y,cuando Daniel iba a tomar asiento,Shelby le quitó el sitio. Con una sonrisay cierta actitud triunfante, Miles se sentóa la izquierda de Shelby y delante deCallie mientras que Daniel, con unaactitud algo molesta, se acomodó a laderecha, frente a Arriane.

Alguien daba patadas a Luce pordebajo de la mesa, intentando llamar suatención, pero ella no apartaba la vistadel plato.

En cuanto todo el mundo estuvosentado, el padre de Luce se puso de pieen la cabecera de la mesa mirando a la

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madre al otro lado, e hizo chocar eltenedor contra la copa de vino tinto.

—Tengo fama de dirigir uno o dosdiscursos interminables en estas fechas.—Se rió—. Pero nunca hemos recibidoa tanta gente joven y hambrienta en casa,así que iré al grano. Quiero dar lasgracias a mi querida esposa Doreen, ami adorada hija Luce y a todos vosotrospor acompañarnos. —Fijó la vista enLuce y dibujó una mueca especial quehacía cuando se sentía especialmenteorgulloso—. Es maravilloso ver cómoprogresas, que te has convertido en unajovencita muy guapa con muchos yfantásticos amigos. Esperamos que todosvuelvan de nuevo. Salud para todos. Por

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la amistad.Luce se esforzó por sonreír,

esquivando las miradas furtivas que sedirigían todos sus «amigos».

—Tiene toda la razón. —Danielrompió el silencio incómodo que siguióy alzó la copa—. ¿Qué tiene de bueno lavida sin amigos en quienes confiar?

Miles apenas lo miró, y hundió lacuchara de servir en el puré de patatas.

—Dicho por el mismísimo señorConfianza.

Los Price estaban demasiadoocupados haciendo pasar las bandejas alos extremos opuestos de la mesa comopara darse cuenta de la mirada severaque Daniel dirigió a Miles.

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Molly empezó a servir en el plato deMiles una buena ración de su aperitivode langostinos picantes, que nadie habíaprobado aún.

—Di «basta» cuando tengassuficiente.

—Uau, Molly, guarda un poco de esepicante para mí. —Cam alargó el brazopara coger la cazuela de langostinos—.Dime, Miles, Roland me contó quehiciste un buen alarde de habilidad enesgrima hace unos días. Supongo queeso volvió locas a las chicas. —Seinclinó hacia delante—. Luce, tú estabasallí, ¿no?

Miles se quedó a medio gesto en elaire con el tenedor. Sus grandes ojos

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azules parecían confusos acerca de lasintenciones de Cam, como si esteesperara oír decir a Luce que sí, que laschicas, incluida ella, se volvieronrealmente locas.

—Roland también dijo que Milesperdió —comentó Daniel plácidamente,y pinchó un poco del relleno.

Al otro extremo de la mesa, Gabbemitigó la tensión con un ronroneointenso de satisfacción.

—Dios mío, señora Price, estascoles de Bruselas son un bocadocelestial. ¿No te parece, Roland?

—Hummm —asintió Roland—.Realmente me transportan a tiempos mássencillos.

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Entonces la madre de Luce empezó arecitar la receta mientras su padre seextendía acerca de la producción local.Luce, por su parte, intentó disfrutar deaquel extraño tiempo con su familia, yCallie se inclinó para decirle que todoel mundo parecía fabuloso, sobre todoArriane y Miles. Sin embargo, habíamuchas cosas que había que atender.Luce sentía como si tuviera quedesactivar una bomba en cualquiermomento.

Unos minutos más tarde, tras pasarpor segunda vez el relleno entre loscomensales, la madre de Luce dijo:

—¿Sabes? Tu padre y yo nosconocimos cuando teníamos tu edad.

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Luce había oído esa historia unastrescientas cincuenta veces.

—Él era quarterback del AthensHigh. —Su madre hizo un guiño a Miles—. En esa época los tipos atléticostambién volvían locas a las chicas.

—Sí. En efecto, había doce Trojansy dos que estábamos en el primerequipo. —El padre de Luce se echó areír, y ella esperó a que dijera la frasede siempre—. Solo tuve quedemostrarle a Doreen que fuera delcampo no era un tipo tan duro.

—Me parece fabuloso que ustedestengan un matrimonio tan sólido —dijoMiles mientras cogía otro de losfamosos bollos de levadura de la madre

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de Luce—. Luce tiene suerte de tenerunos padres tan sinceros y francos conella y con los demás.

La madre sonrió encantada.Pero antes de que pudiera decir

nada, Daniel intervino:—El amor es mucho más que eso,

Miles. Señor Price, ¿no le parece queuna relación de verdad es algo más quesimple diversión y juegos? ¿Que exigealgo de esfuerzo?

—Claro, claro. —El padre de Lucese limpió los labios con la servilleta—.¿Por qué si no se habla del compromisodel matrimonio? Si duda, el amor tienealtibajos. Así es la vida.

—Bien dicho, señor Price —dijo

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Roland con un apasionamiento que nocuadraba con su cara tersa deadolescente—. Yo también he vividomis altibajos.

—Oh, vamos —intervino Calliepara sorpresa de Luce. La pobre creíaque todos eran lo que aparentaban—.Hacéis que todo parezca muy grave.

—Callie tiene razón —dijo la madrede Luce—. Sois jóvenes y alegres,deberíais pasarlo bien.

Pasarlo bien. ¿Así que ese ahora erael objetivo? ¿Acaso alguna vez pasarlobien había sido posible para Luce? Sequedó mirando a Miles, que sonreía.

—Yo me lo paso bien —dijoarticulando cada sílaba para que Luce le

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leyera los labios.Aquello cambiaba las cosas por

completo para Luce, que no dejaba demirar una y otra vez alrededor en lamesa y se daba cuenta de que, pese atodo, ella también se lo estaba pasandobien. Roland fingía sacarle la lengua aMolly enseñándole un langostino en sulugar y ella se reía, quizá por primeravez en la vida. Cam intentaba halagar aCallie, ofreciéndose incluso a untarle lamantequilla en el bollo, algo que elladeclinó con una mueca de sorpresa y unanegación tímida de cabeza. Shelbycomía como si estuviera entrenándosepara una competición. Y alguien leseguía acariciando los pies por debajo

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de la mesa. Ella cruzó la mirada con losojos de color violeta de Daniel. Él leguiñó un ojo y ella sintió un cosquilleoen el estómago.

Aquella reunión tenía algo deextraordinario. Era el Día de Acción deGracias más animado desde que laabuela de Luce murió y los Pricedejaron de ir a la zona pantanosa deLouisiana para pasar las vacaciones.Ahora esa era su familia: toda esa gente,ángeles, demonios, o lo que quiera quefuesen. Para bien o para mal, en tiemposcomplicados con sus altibajos, e inclusopara momentos de diversión. Como supadre acababa de decir: así era la vida.

Para ser una chica con cierta

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experiencia en la muerte, la vida —ypunto— era la cosa por la que Luce depronto se sintió más completamenteagradecida.

—Bueno. Ya estoy harta —anuncióShelby al cabo de unos minutos—, detanta comida, claro. ¿Los demás estáisllenos? Vamos a recoger todo esto. —Soltó un silbido y dibujó un lazo en elaire con un dedo—. Ya tengo ganas devolver a ese reformatorio al que vamostodos, hum…

—Ayudaré a quitar la mesa. —Gabbe de puso de pie de inmediato yempezó a apilar platos, mientrasarrastraba a la malhumorada Molly a lacocina con ella.

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La madre de Luce seguíadirigiéndoles miradas furtivas a todos,intentando ver el encuentro desde laperspectiva de su hija. Lo cual eraimposible. Había captado la idea deDaniel con rapidez y no dejaba de mirara los dos de un lado a otro. Luce queríauna oportunidad para demostrar a sumadre que lo que ella y Danielcompartían era algo sólido ymaravilloso, distinto a cualquier otracosa en el mundo, pero tenían demasiadagente alrededor. Lo que debería haberparecido fácil resultaba difícil.

Andrew dejó de mordisquear lasplumas de fieltro que tenía en torno a lanuca y empezó a emitir gañidos en

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dirección a la puerta. El padre de Lucese puso de pie y fue a buscar la correadel perro. Fue un alivio.

—Hay alguien a quien le apetece darsu paseo después de la cena —anunció.

La madre de Luce también se pusode pie, y Luce la siguió hasta la puerta yla ayudó a ponerse la gabardina. Luegopasó la bufanda a su padre.

—Gracias por haber estado tanestupendos esta noche. Lavaremos losplatos mientras estáis fuera.

Su madre sonrió.—Tú nos haces sentir muy

orgullosos, Luce. Por cualquier cosa.Recuérdalo.

—Me gusta ese Miles —dijo su

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padre mientras colocaba la correa alcollar de Andrew.

—Y Daniel es… bueno,extraordinario —comentó la madre a supadre con un tono de voz especial.

Luce se sonrojó y miró de nuevohacia la mesa. Volvió entonces la miradahacia sus padres como suplicando:«Ahora no me abochornéis».

—¡Muy bien! ¡Que tengáis un largo ybonito paseo!

Luce sostuvo la puerta abierta y losvio salir en la noche con el perroinquieto y prácticamente ahogado por lacorrea. El aire frío que se colaba através de la puerta resultaba refrescante.La casa estaba caldeada con tanta gente.

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Justo antes de que sus padresdesaparecieran por la calle, a Luce lepareció vislumbrar un destello en elexterior.

Algo parecido a un ala.—¿Habéis visto eso? —dijo sin

saber a quién se lo decía.—¿Qué? —preguntó su padre

volviéndose. Parecía tan satisfecho yfeliz que a Luce casi se le partió elcorazón.

—Nada.Luce esbozó una sonrisa forzada

mientras cerraba la puerta. Sintió quetenía alguien a su espalda.

Era Daniel. La calidez que la hacíatambalear en cualquier sitio.

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—¿Qué has visto?Su voz era glacial, aunque no de

rabia, sino de miedo. Ella volvió sumirada hacia él, fue a cogerlo de lasmanos, pero él se volvió en otradirección.

—¡Cam! —exclamó—. ¡Saca elarco!

Al otro lado de la habitación, Camlevantó la cabeza.

—¡¿Ya?!Un zumbido en el exterior de la casa

lo hizo callar. Se apartó de la ventana yrebuscó en su abrigo. Luce vio entoncesel destello plateado y se acordó: lasflechas que había recogido de laProscrita.

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—Avisa a los demás —dijo Danielantes de volver la cara hacia Luce.Separó entonces los labios y su miradadesesperada hizo pensar a Luce que talvez tenía intenciones de besarla. Sinembargo, lo único que dijo fue—:¿Tenéis un sótano de refugio para lastormentas?

—Dime lo que ocurre —pidió Luce.Oyó el agua en la cocina, donde

Arriane y Gabbe cantaban Heart andSoul a varias voces con Callie mientraslimpiaban los platos. Vio la expresiónasustada de Molly y Roland mientrasdespejaban la mesa. Y, de pronto, Lucese dio cuenta de que aquella cena deAcción de Gracias no había sido más

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que una pantomima. Una tapadera. Elproblema es que no sabía de qué.

Miles asomó junto a Luce.—¿Qué ocurre?—Nada que te concierna —

respondió Cam. No lo dijo conbrusquedad sino constatando un hecho—. Molly. Roland.

Molly apartó el montón de platos.—¿Qué quieres que hagamos?Daniel fue el que respondió,

dirigiéndose a Molly como si de prontopertenecieran al mismo bando.

—Avisa a los demás. Y buscadescudos. Irán armados.

—¿Quiénes? —preguntó Luce—.¿Los Proscritos?

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Los ojos de Daniel se posaron enella y mostró un gesto apesadumbrado.

—Se suponía que no nosencontrarían esta noche. Sabíamos queera posible, pero de verdad no queríaque esto ocurriera aquí. Lo siento.

—Daniel —le interrumpió Cam—,ahora lo que importa es defenderse.

Un golpeteo fuerte sacudió la casa.Cam y Daniel se dirigieron por instintohacia la puerta delantera, pero Lucenegó con la cabeza.

—Es la puerta de atrás —susurró—.En la cocina.

Se quedaron quietos un instante,atendiendo al crujido de la puertatrasera al abrirse. Entonces se oyó un

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grito largo y penetrante.—¡Callie!Luce se echó a correr por la sala de

estar, estremecida al imaginarse laescena en que se encontraba su mejoramiga. Si Luce hubiera sabido que losProscritos iban a aparecer, no habríapermitido que Callie viniera. Ella jamáshabría regresado a casa. Si ocurría algomalo, Luce nunca se lo perdonaría.

Al pasar por la puerta de la cocina,Luce vio a Callie escudada por elcuerpo diminuto de Gabbe. Estaba asalvo, por lo menos por ahora. Lucesuspiró aliviada, y casi cayó contra lamuralla de músculos que detrás de ellahabían erigido Daniel, Cam, Miles y

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Roland.Arriane estaba de pie en el umbral

encalado, sosteniendo en lo alto unaenorme tabla de cortar. Parecíadispuesta a golpear a alguien que Luceaún no podía distinguir.

—Buenas noches.Era una voz masculina, engolada y

formal.Cuando Arriane bajó la tabla,

apareció en la entrada un chico alto yenjuto ataviado con una gabardinamarrón. Estaba muy pálido, tenía elrostro muy fino y una nariz prominente.Sus facciones le resultaron familiares.El pelo muy rubio y muy corto, los ojosblancos e inexpresivos…

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Era un Proscrito.Pero Luce lo había visto en algún

otro sitio antes.—¡¿Phil?! —exclamó Shelby—.

¿Qué diablos haces aquí? ¿Y qué lespasa a tus ojos? ¿Están…?

Daniel se volvió hacia Shelby.—¿Conoces a este Proscrito?—¿Un Proscrito? —A Shelby se le

rompió la voz—. No es un… es mipatético… Él…

—Él te ha utilizado —dijo Roland,como si supiera algo que los demás nosabían—. Debí darme cuenta. Debíhaberlo reconocido como tal.

—Pero no lo hiciste —replicó elProscrito con un tono de voz

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extrañamente tranquilo.Palpó en el interior de su gabardina

y sacó un arco de plata de un bolsillointerior. Luego sacó de otro bolsillo unaflecha de plata y la colocó rápidamente.Apuntó a Roland y recorrió a todo elgrupo apuntándolos a todos.

—Por favor, disculpad laintromisión. He venido a llevarme aLucinda.

Daniel se acercó al Proscrito.—Tú no te llevarás a nadie ni nada

—dijo—, excepto una muerte rápida sino te marchas ahora mismo.

—Lo siento, pero no puedo hacer loque me pides —repuso el muchacho consus brazos musculados sosteniendo aún

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el arco tenso—. Llevamos mucho tiempopreparando esta noche de benditarestitución. No nos iremos con lasmanos vacías.

—¿Cómo has podido, Phil? —gimoteó Shelby, volviéndose hacia Luce—. No lo sabía… De verdad, Luce. Nolo sabía. Pensé que era solo undesgraciado.

Los labios del muchacho dibujaronuna sonrisa. Sus horribles e insondablesojos parecían salidos de una pesadilla.

—O me la entregáis sin oponerresistencia, o ninguno de vosotrossobrevivirá.

Cam soltó una risotada prolongada yprofunda que sacudió la cocina e hizo

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que el muchacho de la puerta esbozarauna mueca de incomodidad.

—¿Tú y qué ejército? —dijo Cam—. ¿Sabes? Creo que eres el primerProscrito que conozco con sentido dehumor. —Echó una mirada a la estrechacocina—. ¿Por qué no salimos fuera tú yyo y solucionamos este asunto?

—Encantado —respondió elmuchacho con una sonrisa en sus labiospálidos.

Cam giró los hombros hacia atrás,como si deshiciera un nudo y del puntojusto donde sus omóplatos se unían, porsu suéter de cachemira, emergió unenorme par de alas doradas. Estas sedesplegaron a su espalda y pasaron a

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ocupar una gran parte de la cocina. Lasalas de Cam eran tan brillantes queresultaban casi cegadoras al moverse.

—¡Qué diablos…! —susurró Callieparpadeando.

—Sí, es algo así —dijo Arrianemientras Cam arqueaba las alas haciaatrás y se abría paso junto al Proscrito,atravesaba el umbral y salía al patiotrasero—. Luce ya te lo explicará.¡Seguro!

Las alas de Roland al desplegarsehicieron el ruido de una bandada depájaros al emprender el vuelo. La luz dela cocina resaltó su veteado oscuro decolor dorado y negro al salir por lapuerta detrás de Cam. Molly y Arriane

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iban justo detrás de él y se dabancodazos para abrirse paso. Arrianeimpuso sus brillantes alas iridiscentesfrente a las alas de color bronce turbiode Molly. Al salir al exteriordesprendieron algo parecido a pequeñaschispas eléctricas. La siguiente fueGabbe, cuyas sedosas alas blancas sedesplegaron con la misma gracia que lasde una mariposa pero con una velocidadtal que provocó una ráfaga de aire deolor floral en la cocina.

Daniel cogió las manos de Luceentre las suyas. Cerró los ojos, tomóaire y abrió sus enormes alas blancas.De haber estado completamenteabiertas, habrían ocupado toda la

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cocina, pero las mantuvo replegadascerca de su cuerpo. Refulgían ybrillaban y, de hecho, casi resultabandemasiado bellas. Luce tendió las manoshacia ellas y las tocó. Por fuera erancálidas y satinadas, pero por dentrorebosaban energía. Notó cómo estacirculaba por Daniel y pasaba a ella. Sesintió muy cercana a él, y lo entendióperfectamente. Como si fueran uno.

«No te preocupes. Todo va a ir bien.Siempre te cuidaré».

Sin embargo, lo que dijo en voz altafue:

—Quédate a salvo. No te muevas deaquí.

—No —suplicó ella—. ¡Daniel!

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—Volveré en un instante.A continuación, arqueó las alas

hacia atrás y salió a toda prisa por lapuerta.

Ya solos en el interior, los seres noangelicales se agruparon. Miles seapoyó contra la puerta trasera y se pusoa mirar por la ventana. Shelby tenía lacabeza metida entre las manos. El rostrode Callie estaba blanco como la nevera.

Luce cogió la mano de Callie.—Creo que tengo que explicarte

algunas cosas.—¿Quién era ese chico del arco y la

flecha? —susurró Callie estremecidapero asiendo con fuerza la mano de Luce—. ¿Y tú quién eres?

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—¿Yo? Bueno, yo solo soy… yo. —Luce se encogió de hombros y notó unescalofrío recorriéndole el cuerpo—.No lo sé.

—Luce —dijo Shelby esforzándosepor no echarse a llorar—, me sientocomo una idiota. Te juro que no tenía niidea. Todo lo que le dije a él… solo meestaba desahogando. No paraba depreguntar acerca de ti y sabía escuchar,así que yo… bueno, no tenía ni idea dequién era en realidad. Yo jamás,jamás…

—Te creo —la interrumpió Luce. Seacercó a la ventana junto a Miles y miróhacia la pequeña terraza de madera quesu padre había construido hacía unos

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años—. ¿Qué crees que pretende?En el patio, las hojas de roble caídas

habían sido apiladas con el rastrillo enunos montones pulidos. El aire olía ahoguera. En algún lugar a lo lejos,sonaba una sirena. Al pie de los tresescalones de la terraza, Daniel, Cam,Arriane, Roland y Gabbe permanecíanjuntos mirando la valla.

Pero Luce se dio cuenta de que no setrataba de la valla. Estaban frente a ungrupo nutrido y oscuro de Proscritos,que permanecían en guardia apuntandocon sus arcos de plata a la hilera deángeles. El Proscrito no había acudidosolo. Había reunido a un ejército.

Luce tuvo que sujetarse a la

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encimera. Excepto Cam, los ángelesestaban desarmados. Y ella ya habíavisto lo que esas flechas podían hacer.

—¡Luce, detente! —exclamó Milesdetrás de ella. Pero para entonces, Luceya salía a toda prisa por la puerta.

Incluso en la oscuridad, observó quetodos los Proscritos tenían unaapariencia inexpresiva similar. Habíaigual número de chicos que de chicas ytodos eran pálidos e iban vestidos conlas mismas gabardinas marrones; en elcaso de los chicos, llevaban el pelo muyrubio y muy corto y las chicas lucíanunas colas apretadas, casi blancas. Lasalas de los Proscritos se desplegaban enforma de arco. Tenían muy, muy mala

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pinta… llevaban la ropa hecha jirones eiban muy sucios, prácticamentecubiertos de mugre. Nada que ver conlas alas gloriosas de Daniel o de Cam,ni con ninguno de los ángeles odemonios que Luce conocía. De pie unojunto al otro, mirando a través de susextraños ojos vacíos, con las cabezasinclinadas en distintas direcciones, losProscritos eran un ejército de pesadilla.Lo malo es que de aquel sueño horribleLuce no se podía despertar.

Cuando Daniel se dio cuenta de queella estaba junto a los demás en laterraza, se volvió y la tomó con susmanos. Su cara perfecta tenía unaexpresión enormemente asustada.

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—Te he dicho que te quedarasdentro.

—No —susurró ella—. No piensopermanecer encerrada ahí dentromientras todos vosotros lucháis. Nopuedo ver a la gente a mi alrededorluchando por ningún motivo.

—¿Por ningún motivo? Mira,dejemos esta discusión para otromomento, Luce.

Daniel no dejaba de escrutar con lamirada el frente siniestro de Proscritosalineados cerca de la valla.

Luce apretó los puños en suscostados.

—Daniel…—Tu vida es demasiado valiosa

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como para desperdiciarla por unarrebato. Ve adentro ya.

Un grito sonoro atronó en el centrodel patio. La primera línea de diezProscritos levantó sus armas contra losángeles y arrojó las flechas. Lucelevantó la cabeza a tiempo para ver aalgo, o a alguien, precipitándose desdeel tejado.

Era Molly.La muchacha, convertida en una

masa oscura, descendió desde lo altoblandiendo dos rastrillos de jardín yhaciéndolos girar como bastones en susmanos.

Aunque los Proscritos la oían, no lapodían ver. No obstante, los rastrillos de

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Molly giraron y eliminaron las flechasdel aire como si quitaran malas hierbasdel campo. Molly aterrizó con sus botasnegras de combate mientras las flechasde plata de punta roma se desplomabanen el suelo bajo la apariencia inofensivade ramitas. Luce, sin embargo, sabía queeran peligrosas.

—¡A partir de ahora, no habrácompasión! —aulló un Proscrito, Phil,desde el otro lado del patio.

—¡Llévatela dentro y coge lasflechas estelares! —gritó Cam a Danielencaramándose a la barandilla de laterraza y sacando su arco de plata. Acontinuación, arrojó y soltó en unarápida sucesión tres reflejos de luz. Los

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Proscritos retrocedieron cuando tresmiembros de sus filas desaparecieron ennubes de polvo.

Arriane y Roland se precipitaron atoda velocidad en el patio barriendo lasflechas con las alas.

Un segundo frente de Proscritosavanzaba, dispuesto a lanzar una nuevaráfaga de flechas. Cuando estaban apunto de disparar, Gabbe se subió a labarandilla de la terraza.

—Hum. Veamos. —Apuntó conmirada feroz la punta del ala derechahacia el suelo de debajo de losProscritos.

El césped tembló y a continuación seabrió una zanja nítida de tierra, tan larga

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como todo el patio trasero y de varioscentímetros de anchura.

Aquello se llevó por lo menos aveinte Proscritos dentro del abismooscuro.

Profirieron unos gritos ahogados ysolitarios mientras se precipitaban hacialas profundidades. A saber hacia dónde.Los Proscritos que había detrásresbalaron y se detuvieron justo ante altemible abismo que Gabbe había abiertode la nada. Movieron las cabezas aizquierda y derecha para averiguar loque acababa de ocurrir. Otros setambalearon en el borde y acabarondesplomándose en el interior. Sus gritosfueron cada vez más débiles, hasta que

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dejaron de oírse. Al cabo de unosinstantes, la tierra crujió de nuevo, comosi tuviera un gozne oxidado, y se volvióa cerrar.

Gabbe replegó su ala plumosa alcostado con una gran elegancia. Selimpió la frente.

—Bueno, esto debería ayudar.Pero entonces otra lluvia brillante de

flechas de plata se precipitó desde elcielo. Una de ellas cayó con un ruidosordo en el escalón superior de laterraza, a los pies de Luce. Danielarrancó la flecha del escalón de madera,dobló el brazo y la arrojó bruscamente,como si se tratara de un dardo letal,directamente en la frente de un Proscrito

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que avanzaba.Se produjo un destello, como el de

un flash. El chico de los ojos en blanconi siquiera tuvo tiempo de gritar por elimpacto: simplemente se desvaneció enel aire.

Daniel escrutó el cuerpo de Luce yluego la palpó, como si no creyera quecontinuaba con vida.

Callie tragó saliva a su lado.—¿Ese chico…? ¿De verdad que

ese chico…?—Sí —contestó Luce.—No lo hagas, Luce —dijo Daniel

—. No me hagas arrastrarte dentro.Tengo que luchar. Tienes que huir deaquí. ¡Ya!

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Pero Luce ya había visto demasiadascosas para estar de acuerdo. Regresó acasa para alcanzar a Callie, pero en lapuerta abierta de la cocina tuvo unavisión brutal de los Proscritos.

Había tres. Estaban dentro de sucasa. Y tenían los arcos dispuestos paradisparar.

—¡No! —gritó Danielapresurándose para proteger a Luce.

Shelby salió tambaleándose de lacocina a la terraza y cerró la puerta degolpe a su espalda.

Al otro lado de la puerta se oyerontres golpes claros de flecha.

—¡Eh! ¡Ella no tiene la culpa denada! —gritó Cam desde el patio,

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señalando a Shelby con la cabeza uninstante antes de lanzar una flecha a lacabeza de una Proscrita.

—De acuerdo, cambio de planes —masculló Daniel—. Buscad un lugardonde refugiaros cerca de aquí. Esto vapor todos. —Se dirigió a Callie y aShelby y, por primera vez en toda lanoche, a Miles. Tomó a Luce por losbrazos—. Mantente alejada de lasflechas estelares —le suplicó—.Prométemelo.

La besó rápidamente y luego losdirigió hacia la pared posterior de laterraza.

El fulgor de tantas alas de ángel eratan brillante e intenso que Luce, Callie,

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Shelby y Miles tuvieron que protegerselos ojos. Se inclinaron y anduvieronagachados por la terraza mientras lassombras de la barandilla oscilaban anteellos y Luce los conducía hacia la partelateral del jardín. Para ponerse a salvo.Tenía que haber algún sitio en algúnlugar.

De entre las sombras surgieron másProscritos. Aparecieron en las ramasaltas de los árboles a lo lejos, seacercaron a paso tranquilo por entre losarriates elevados de alrededor y el viejocolumpio carcomido que Luce habíausado de niña. Sus arcos de platabrillaban bajo la luz de la luna.

Cam era el único del otro bando que

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iba armado con un arco. No se detenía acontar los Proscritos a los queeliminaba. Se limitaba a disparar alcorazón con precisión mortal una flechadetrás de otra. Pero por cada uno queeliminaba aparecía otro.

Cuando se quedó sin flechas,arrancó la mesa de picnic del lugar quehabía ocupado durante décadas y lasostuvo ante él con un brazo a modo deescudo. Descarga tras descarga, lasflechas rebotaban en la mesa y caían alsuelo a sus pies. Él no hacía más queinclinarse, recoger una y lanzar;inclinarse, recoger y lanzar.

Los demás tenían que ser máscreativos.

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Roland sacudió sus alas doradas contanto vigor que el aire de alrededordevolvía las flechas de vuelta en ladirección de la que habían venido,llevándose a varios Proscritos ciegosjuntos de una vez. Molly cargaba contrael frente una y otra vez, con los rastrillosgirando como espadas de samurái.

Arriane arrancó el viejo neumáticoque había hecho de columpio de Lucedel árbol y lo arrojó como si fuera unlazo, desviando las flechas hacia lavalla mientras Gabbe corríarecogiéndolas. Ella saltaba y girabacomo un derviche, eliminando a losProscritos que se acercaban demasiadodirigiéndoles una sonrisa suave mientras

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las flechas les mordían la piel.Daniel se había apropiado de las

herraduras oxidadas de los Price quehabía bajo el porche y las arrojabacontra los Proscritos; a veces llegaba adejar sin sentido a tres a la vez con unasola herradura que les rebotaba en lacabeza. Luego se abalanzaba sobreellos, les quitaba las flechas estelares delos arcos y se las hundía en el corazóncon las manos.

Desde el extremo de la terraza demadera, Luce vio el cobertizo de supadre e hizo que sus tres compañeros lasiguieran. Saltaron sobre la barandillapara pasar a la zona ajardinada dedebajo e, inclinados, se apresuraron

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hacia allí.Estaban casi en la entrada cuando

Luce oyó un rápido zumbido, seguidodel aullido de dolor de Callie.

—¡Callie! —exclamó volviéndose.Pero su amiga seguía allí. Se

restregaba el hombro por la zona en quela flecha la había tocado, pero por lodemás estaba ilesa.

—¡Escuece mucho!Luce se inclinó para tocarla.—¿Cómo…?Callie negó con la cabeza.—¡Al suelo! —gritó Shelby.Luce se arrodilló, hizo agachar a los

demás y todos se metieron en elcobertizo. Entre las sombras oscuras que

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proyectaban las herramientas del padrede Luce, el cortacésped y el anticuadoequipo de deporte, Shelby gateó haciaLuce, los ojos brillantes y los labiostemblorosos.

—No puedo creer lo que estápasando —susurró asiendo del brazo aLuce—. No te imaginas cómo lo siento.Es culpa mía.

—No es culpa tuya —dijo Luce deinmediato.

Shelby no sabía quién era Phil, ni loque quería de ella en realidad, ni cómoiban a terminar las cosas esa noche.Luce sabía lo que era acarrear la culpapor algo que no se entendía, y no se lodeseaba a nadie, menos aún a Shelby.

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—¿Dónde está? —preguntó Shelby—. Podría matar a ese desgraciado.

—No. —Luce retuvo a Shelby—.No vas a salir. Podrían matarte.

—No entiendo nada —dijo Callie—. ¿Por qué alguien querría hacertedaño?

En ese momento Miles se encaminóa la entrada del cobertizo y fueiluminado por la luz de luna. Llevabasobre la cabeza uno de los kayaks delpadre de Luce.

—Nadie hará daño a Luce —dijomientras salía fuera con ello.

Iba directo a la batalla.—¡Miles! —gritó Luce—.

¡Vuelve…!

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Se levantó para ir tras él y luego sedetuvo, sorprendida al verle arrojar elkayak contra uno de los Proscritos.

Era Phil.Este se quedó pasmado con sus ojos

inexpresivos, gritó y cayó al suelo encuanto el kayak le dio. Atrapado einmovilizado, sus alas sucias sedebatían en el suelo.

Por un instante, Miles pareciósentirse orgulloso de sí mismo, ytambién Luce un poco. Pero entoncesuna Proscrita menuda dio un paso alfrente, ladeó la cabeza como si fuera unperro atendiendo a un silbato silencioso,levantó el arco de plata y apuntódirectamente al pecho de Miles.

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—Sin compasión —dijo en un tonomonótono.

Miles estaba indefenso ante aquellachica extraña que parecía carecer decualquier sentimiento de piedad, nisiquiera por la persona más agradable einocente del mundo.

—¡Basta! —gritó Luce con elcorazón desbocado mientras salía delcobertizo.

Notó que la batalla se arremolinabaen torno a ella, pero lo único que veíaera una flecha dispuesta a penetrar en elpecho de Miles. Dirigida para matar aotro de sus amigos.

La cabeza de la Proscrita se doblósobre la nuca. Sus ojos vacíos se

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volvieron hacia Luce y entonces seabrieron levemente, como si, tal comoArriane había dicho, realmente fueracapaz de ver la llama ardiente del almade Luce.

—No dispares. —Luce levantó losbrazos en un gesto de rendición—. Es amí a quien queréis.

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19

El fin de la tregua

La Proscrita bajó el arma. Cuando laflecha se destensó del arco, la cuerdaemitió un crujido, como el de una puertade desván al abrirse. Su rostro tenía lacalma de un estanque en un día sinviento. Era tan alta como Luce, su pielera clara y húmeda, tenía los labiospálidos y, pese a no lucir una sonrisa,tenía hoyuelos.

—Si quieres que el chico viva —

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dijo con voz monótona—, yo teobedeceré.

Alrededor, todos habían dejado deluchar. El vaivén del neumáticoprosiguió hasta que acabó deteniéndoseal dar contra el rincón de la valla. Lasalas de Roland detuvieron sus sacudidasy empezaron a mecerse suavementehasta devolverlo al suelo. Todo elmundo permaneció quieto, pero el airequedó cargado de un silencio eléctrico.

Luce sintió el peso de muchasmiradas sobre ella: Callie, Miles yShelby. Daniel, Arriane y Gabbe. Cam,Roland y Molly. Los ojos ciegos de losProscritos. Pero no se podía apartar deesa chica con esos ojos blancos

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inexpresivos.—No lo matarás… ¿porque yo te lo

digo? —Luce estaba tan sorprendida quese echó a reír—. Creía que me queríaismatar.

—¿Matarte? —La voz mecánica dela chica adquirió una cadencia aguda,como de sorpresa—. Para nada.Moriríamos por ti. Queremos quevengas con nosotros. Eres nuestra últimaesperanza. Nuestra llave de entrada.

—¿Entrada? —Miles expresó lasorpresa que Luce era incapaz dedemostrar en ese instante—. ¿Adónde?

—Al Cielo, claro. —La muchachamiró a Luce con sus ojos inertes—. Túeres el precio.

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—No.Luce negó con la cabeza, pero las

palabras de la chica le martilleaban elcerebro retumbando de un modo quehacía casi insoportable la sensación devacío que sentía.

«La entrada al Cielo. El precio».Luce no entendía nada. Los

Proscritos se la llevarían, ¿y qué haríancon ella? ¿Utilizarla como una especiede moneda de cambio? Esa chica nisiquiera podía verla para saber quiénera. Si algo había aprendido Luce en laEscuela de la Costa era que los mitos nose podían perpetuar. Eran demasiadoantiguos, demasiado retorcidos. Todo elmundo sabía que había una historia, una

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en la que Luce había participado muchotiempo atrás, pero nadie parecía saberpor qué.

—No la escuches, Luce. Es unmonstruo.

A Daniel le temblaban las alas. Eracomo si creyera que podía sentirsetentada a ir. Entonces Luce empezó asentir una comezón en los hombros, unpicor intenso que le dejó el resto delcuerpo entumecido.

—¿Lucinda? —gritó la Proscrita.—Está bien, un momento —dijo

Luce a la chica, y se volvió hacia Daniel—. Quiero saber una cosa: ¿qué es latregua? Y no me digas que nada, ni mevengas con que no me lo puedes

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explicar. Quiero la verdad, me la debes.—Tienes razón —convino Daniel

para sorpresa de Luce. No dejaba dedirigir miradas a la Proscrita, como siesta fuera a llevarse a Luce en cualquierinstante—. Cam y yo la preparamos.Acordamos dejar a un lado nuestrasdiferencias durante dieciocho días.Todos los ángeles y los demonios. Nosaliamos para cazar a otros enemigos,como ella —señaló a la Proscrita.

—Pero ¿por qué?—Por ti. Porque necesitabas tiempo.

Aunque nuestros fines sean distintos, porahora Cam y yo, y todos los de nuestraespecie, somos aliados. Compartimosuna prioridad.

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Lo que Luce había visto en laAnunciadora, aquella repugnante escenade Daniel y Cam colaborando. ¿Sesuponía que eso estaba bien porquehabían acordado una tregua? ¿Para darletiempo a ella?

—No es que te sintieras muycomprometido con la tregua. —Camescupió en dirección a Daniel—. ¿Dequé sirve una tregua si no se cumple?

—Tú tampoco la cumpliste —dijoLuce a Cam—. Estuviste en el bosque dela Escuela de la Costa.

—¡Te estaba protegiendo! —replicóCam—. ¡Nada de salir de paseo a la luzde la luna!

Luce se volvió hacia Arriane.

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—Sea lo que sea, la tregua, dime:¿cuando termine significará… que Camde repente volverá a ser el enemigo? ¿YRoland también? Esto no tiene ningúnsentido.

—Lucinda, basta con que lo digas —intervino la Proscrita— para que yo tealeje de todo esto.

—¿Y adónde me llevarás? ¿Adónde?—preguntó Luce. Había algo atractivoen la idea de marcharse, lejos de todoslos problemas, luchas y confusiones.

—No hagas nada que luego puedaslamentar, Luce —le advirtió Cam. Erararo que él sonara como la voz de laprudencia, mientras que Daniel parecíaprácticamente paralizado.

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Luce miró a su alrededor porprimera vez tras salir del cobertizo. Labatalla había terminado. La misma capade polvo que en su momento habíacubierto el cementerio de Espada &Cruz cubría ahora la hierba del patiotrasero. Mientras el grupo de ángelesparecía completamente intacto ycompleto, los Proscritos habían perdidouna buena parte de su ejército. Habíaunos diez que guardaban las distancias,vigilantes, con los arcos de platabajados.

La Proscrita seguía esperando unarespuesta de Luce. Sus ojos brillaban enla noche y retrocedía conforme losángeles se le acercaban. Cuando Cam se

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aproximó, la chica alzó lentamente elarco otra vez y lo apuntó hacia sucorazón.

Luce vio que se tensaba.—Tú no deseas marcharte con los

Proscritos —dijo a Luce—. No estanoche.

—Tú no le digas lo que quiere odeja de querer —intervino Shelby—. Yono digo que tenga que irse con esos tiposalbinos tan raros, ni nada. Lo único quequiero es que todo el mundo deje detratarla como a una niña y le permitahacer lo que le parezca. ¡Ya basta,caramba!

Su voz atronó en el patio,provocando un respingo en la Proscrita,

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que retrocedió al instante. Se volviópara dirigir su flecha hacia Shelby.

Luce contuvo el aliento. La flecha deplata temblaba en las manos de laProscrita. Tensó la cuerda. Luce contuvoel aliento. Pero antes de que pudieradisparar, sus ojos vidriosos se abrieron,el arco se le cayó de las manos, y sucuerpo desapareció en un tenue estallidode luz grisácea.

Aproximadamente medio metro pordetrás de donde la chica había estado,Molly bajó un arco de plata. Eraevidente que la había disparado por laespalda.

—¿Qué pasa? —espetó Mollymientras el grupo se volvía con gran

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estupor para mirarla—. Esa nefilim mecae bien. Me recuerda a alguien queconozco.

Movió un brazo para señalar aShelby, que dijo:

—Gracias. En serio. Esto ha estadomuy bien.

Molly se encogió de hombros, ajenaa la presencia oscura y gigante que seelevaba detrás de ella. Era el Proscritoal que Miles había arrojado al suelo conel kayak. Phil.

Asiendo la embarcación como si deun bate de béisbol se tratara, la blandióhacia delante y golpeó a Molly, que cayóal suelo con un gemido. Tras echar elkayak a un lado, el Proscrito rebuscó en

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su gabardina la última flecha brillante.Sus ojos inertes eran la única parte

de su rostro que carecía de expresión. Elresto de él —sus gruñidos, su ceño,incluso sus pómulos— tenía unaapariencia tremendamente furiosa. Lapiel blanca de su cabeza parecía tensadasobre el cráneo huesudo. Sus manos seasemejaban a garras. La ira y ladesesperación habían hecho de esechico un joven pálido y extraño, perotambién atractivo, un auténtico monstruo.

Levantó su arco de plata y apuntó aLuce.

—Llevaba semanas esperandopacientemente mi oportunidad. A mí nome importa ser un poco más enérgico

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que mi hermana —rezongó—. Vas avenir con nosotros.

Unos arcos de plata se levantaron aambos lados de Luce. Cam volvió asacar el suyo de su abrigo, y Danielhabía recogido del suelo el arco que laProscrita había dejado caer. Phil parecíacontar con ello. En su rostro se esbozóuna sonrisa siniestra.

—¿Voy a tener que matar a tu amantepara conseguir que te unas a mí? —preguntó apuntando a Daniel—. ¿O espreciso que los mate a todos?

Luce tenía la vista clavada en aquelextremo raro y aplanado de la flecha deplata, que estaba a menos de tres metrosdel pecho de Daniel. No había ninguna

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posibilidad de que Phil errara el tiro.Ella ya había visto cómo la flechaacababa con la vida de una docena deángeles con un destello nimio de luz.Pero también había visto que una flecharebotaba en la piel de Callie, como si nofuera más que la vara mocha queaparentaba ser.

De pronto cayó en la cuenta de quelas flechas de plata mataban a ángeles,pero no a humanos.

Se puso delante de Daniel.—No permitiré que le hagáis daño.

Vuestras flechas no me pueden herir.Daniel dejó escapar un sonido

extraño, entre la risa y el sollozo. Ellase volvió hacia él con asombro. Parecía

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asustado, pero sobre todo parecíaculpable.

Luce recordó la conversación quehabían tenido bajo el melocotonero enEspada & Cruz, cuando él le habíahablado por primera vez de susreencarnaciones. Se acordó de cuandose sentó con él en la playa deMendocino y él le habló de su lugar enel Cielo antes de conocerla. ¡Qué difícilhabía sido lograr que él se abriera enesos días! Con todo, ella presentía queaún había algo más. Tenía que haberalgo más.

El chasquido del arco hizo quevolviera a dirigir su atención hacia elProscrito, que en ese momento echaba

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hacia atrás la flecha de plata. Esta vezapuntaba a Miles.

—Basta de charlas —dijo—. Voy acargarme a tus amigos uno a uno hastaque te rindas.

Luce vio en su mente un destello deluz, un remolino de color y una voráginede secuencias de sus diferentes vidas: sumadre, su padre y Andrew. Los padres alos que había visto en el monte Shasta.Vera, patinando en el estanque helado.La chica que nadaba en la cascada conun biquini amarillo. Y otras ciudades,casas y momentos que todavía eraincapaz de reconocer. El rostro deDaniel desde mil ángulos distintos, bajomil luces diferentes. Un estallido detrás

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de otro.Luego parpadeó y se encontró de

nuevo en el patio. Los Proscritos seacercaban, agrupándose y susurrando aPhil. Él no dejaba de indicarles queretrocedieran, inquieto, intentandocentrarse en Luce. Todo el mundo estabatenso.

Vio que Miles la miraba fijamente, ycreyó que estaría aterrado, pero no loestaba. Tenía la mirada clavada en ellacon una intensidad tal que parecíaremover lo más profundo de su ser. Lucese sintió aturdida y se le nubló la vista.A continuación tuvo la extraña sensaciónde estar quedándose sin algo, como sialguien le arrebatara el armazón de la

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piel.Y entonces oyó su propia voz:—No disparéis. Me rindo.Lo extraño es que las palabras

retumbaban y parecían acorporales, sibien es verdad que Luce no las habíapronunciado. Siguió el recorrido delsonido con la vista y su cuerpo se tensóante lo que vio.

Detrás del Proscrito, llamándole laatención con un golpe suave en elhombro, había otra Luce.

No era una visión de un vida pasada.Esa chica era ella misma, con susvaqueros negros ajustados y la camisade cuadros con el botón que faltaba. Consu pelo negro cortado y recién teñido.

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Sus ojos almendrados y burlonesdirigidos al Proscrito. La llama de sualma claramente visible para él ytambién para los otros ángeles. Aquellaimagen era un reflejo de ella. Aquelloera…

Una intervención de Miles.Su don. Había dividido la imagen de

Luce en otra, tal como le había dichoque sabía hacer en su primer día en laEscuela de la Costa. «Según parece, esfácil hacerlo con las personas a lasque… a las que quieres», le habíacomentado.

Él la quería.Sin embargo, en ese instante ella no

podía permitirse detenerse a pensar en

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ello. Mientras los ojos de los demás sevolvían atraídos hacia su propia imagenreflejada, la Luce real dio dos pasosatrás y se ocultó en el cobertizo.

—¿Qué ocurre? —le espetó Cam aDaniel.

—¡No lo sé! —susurró Daniel con lavoz rota.

Solo Shelby parecía comprender.—Lo ha conseguido —musitó para

sí misma.El Proscrito hizo oscilar su arco

para apuntar a esa nueva Luce, como sino se creyera del todo aquella victoria.

—Vamos —se oyó decir Luce en elcentro del patio—. Ya no puedo estarmás con ellos después de tantos secretos

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y tantas mentiras.Una parte de ella sentía realmente

que no podía seguir así, que había algoque tenía que cambiar.

—¿Vendrás conmigo y te unirás amis hermanos y hermanas? —preguntó elProscrito con voz esperanzada. Sus ojosle dieron asco. Él le tendía su manoblanca y fantasmal.

—Lo haré —pronunció la voz deLuce.

—¡Luce, no! —Daniel se quedó sinaire—. No puedes.

Los Proscritos que quedaban alzaronlos arcos contra Daniel, Cam y losdemás por si pensaban intervenir.

La imagen reflejada de Luce dio un

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paso al frente. Puso su mano en la dePhil.

—Sí, claro que puedo.Aquel Proscrito monstruoso la tomó

en sus brazos blancos y fuertes. Se oyóun gran aleteo de alas sucias. Unadesagradable nube de polvo se alzó delsuelo. Dentro del cobertizo, Lucecontenía el aliento.

Oyó a Daniel dar un grito ahogado alver cómo el reflejo de Luce y elProscrito planeaban arriba y abajo porencima del patio trasero. Los demásmiraban incrédulos. Todos menosShelby y Miles.

—¿Qué diablos ha ocurrido? —preguntó Arriane—. ¿De verdad ella…?

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—¡No! —gritaba Daniel—. ¡No!A Luce se le encogió el corazón al

verlo tirarse del pelo, dar vueltas encírculo y desplegar sus alas porcompleto.

Al instante, el ejército de Proscritosque quedaba abrieron sus alas marronesy deslucidas y levantaron el vuelo.Tenían unas alas tan finas que tenían quebatir muy rápidamente para mantenersesuspendidos en el aire. Rodearon a Phil,intentando formar un escudo en torno aél para que pudiera llevarse a Luce adonde fuera que pensara llevarla.

Pero Cam fue más rápido. LosProscritos se encontraban a unos seismetros en el aire cuando Luce oyó una

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última flecha que salía despedida delarco.

Pero la flecha de Cam no ibadirigida a Phil, sino a Luce.

Y dio en el blanco.Luce se quedó petrificada cuando

vio cómo su imagen reflejadadesaparecía en un gran estallido de luzblanca.

En el cielo, las alas destrozadas dePhil se agitaron abiertas y vacías. Unaullido horrible le salió de la boca. Sedispuso a abalanzarse sobre Camseguido por su ejército de Proscritos,pero se detuvo a mitad de camino, comosi se hubiera dado cuenta de que nohabía motivo para regresar.

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—Entonces, todo empieza de nuevo—gritó a Cam y al resto—. Podría haberterminado de forma pacífica. Pero estanoche habéis conseguido tener una nuevasecta de enemigos inmortales. Lapróxima vez no negociaremos.

Luego los Proscritos desaparecieronen la noche.

De vuelta en el patio, Danielarremetió contra Cam y lo arrojó alsuelo.

—¿Qué te ocurre? —gritó con lospuños dirigidos contra la cara de Cam—. ¿Cómo has podido?

Cam se esforzaba por detenerlo. Losdos rodaron por el césped agarrados.

—Era el mejor final para ella,

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Daniel.Daniel, con los ojos brillantes,

sacudía a Cam con violencia, logolpeaba y le hundía la cabeza en elbarro.

—¡Te mataré!—¡Sabes que tengo razón! —gritó

Cam sin defenderse.Daniel se detuvo cerrando los ojos.—Ahora mismo no sé nada.Su voz estaba rota. Hasta entonces

había asido a Cam por la solapa, peroentonces se desplomó en el suelo yhundió su cara en la hierba.

Luce deseó acercarse, abalanzarsehacia él y decirle que todo iría bien.

Pero no iría.

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Lo que había visto esa noche erademasiado. Estaba horrorizada dehaberse visto a sí misma, mejor dicho, ala imagen reflejada por Miles, muriendoa causa de una flecha estelar.

Miles le había salvado la vida, nopodía quitárselo de la cabeza.

Y los demás pensaban que Cam lehabía puesto punto final.

La cabeza le daba vueltas mientrassurgía de la sombra del cobertizo a finde decir a todos que no se preocupasen,que ella seguía con vida. Pero entoncespercibió la presencia de algo más.

Había una Anunciadora agitándoseen la entrada. Luce salió rápidamentedel cobertizo y se acercó a ella.

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Lentamente, fue separándose de unasombra arrojada por la luna. LaAnunciadora se deslizó hacia ella unosmetros por la hierba, recogiendo unacapa sucia de polvo que la batalla habíadejado. Cuando llegó hasta Luce, seestremeció y después se le encaramó porel cuerpo hasta quedar suspendida comouna mancha negra sobre su cabeza.

Ella cerró los ojos y se encontrólevantando la mano para cogerla. Laoscuridad se le quedó prendida entre losdedos y emitió un chisporroteo gélido.

—¿Qué es eso? —Daniel volvió lacabeza al oír el ruido y se levantó delsuelo.

—¡Luce!

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Ella se quedó quieta mientras losdemás hacían gestos de sorpresa al verlade pie ante al cobertizo. No queríavislumbrar a una Anunciadora, ya habíavisto suficientes cosas por esa noche.No sabía ni siquiera por qué estabahaciendo esto.

Hasta que lo hizo. No buscaba unavisión, buscaba una vía de escape. Algoque estuviera lo suficientemente alejadocomo para transponerse. Llevabademasiado tiempo sin tener ni un soloinstante para pensar a solas. Necesitabauna pausa de todo.

—Es hora de marcharse —dijo parasí misma.

La puerta en forma de sombra que se

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había mostrado ante ella no era perfecta:tenía los bordes recortados y apestaba aaguas residuales. Luce, sin embargo,abrió su superficie.

—¡No sabes lo que haces, Luce! —La voz de Roland le alcanzó en elumbral de la puerta—. ¡Podría llevarte acualquier sitio!

Daniel corría hacia ella.—¿Qué estás haciendo?Ella percibió en su voz el profundo

alivio que sentía por saberla viva, y eltremendo pánico al ver que era capaz demanipular una Anunciadora. Supreocupación no hizo más queespolearla.

Le hubiera gustado mirar atrás para

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disculparse con Callie, agradecer aMiles lo que había hecho, decir a Gabbey a Arriane que no se preocupasen tantopor ella como sabía que harían, dejarunas palabras para sus padres. Y decir aDaniel que no la siguiera, quenecesitaba hacer eso ella sola. Pero suposibilidad de escapar se estabacerrando. Así que dio un paso al frente ydijo a Roland:

—Me temo que voy a tener queaprenderlo sobre la marcha.

Por el rabillo del ojo vio a Danielcorriendo hacia ella, como si no sehubiera creído que ella lo iba a hacer.

Sintió que las palabras «Te quiero»le recorrían la garganta. Así era. Para

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siempre. Pero, si ella y Daniel tenían unpara siempre, su amor podía esperar aque ella averiguara unas cuantas cosasimportantes sobre sí misma. Sobre susvidas anteriores y la vida que lesaguardaba. Esa noche solo era paradecir adiós, coger aire e introducirse enesa sombra lúgubre.

En la oscuridad.En su pasado.

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Epílogo

El pandemonio

—¿Qué ha pasado?—¿Adónde ha ido?—¿Quién le ha enseñado a hacer

eso?Las voces nerviosas en el patio

sonaban apagadas y distantes paraDaniel. Sabía que los otros ángelescaídos discutían y buscaban aAnunciadoras entre las sombras delpatio.

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Daniel se había convertido en unaisla, cerrado para todo excepto para supropio dolor.

Le había fallado. Había fallado.¿Cómo era posible? Llevaba

semanas empleándose a fondo con elúnico objetivo de mantenerla a salvohasta el momento en que ya no pudieraofrecerle protección. Ahora esemomento había llegado y se había ido…igual que Luce.

A ella le podía pasar cualquier cosa.Y podía estar en cualquier sitio. Jamásse había sentido tan hundido y apenado.

—¿Por qué no encontramos a laAnunciadora en la que ha entrado, larecomponemos y la seguimos?

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Era el muchacho nefilim, Miles, queestaba de rodillas, peinando la hierbacon los dedos como un imbécil.

—No es así como funcionan —leespetó Daniel—. Cuando viajas en eltiempo te llevas a la Anunciadoracontigo. Por eso no debe hacerse nuncaa menos que…

Cam se volvió hacia Miles con unamirada suplicante.

—Por favor, dime que Luce sabemás que tú sobre viajes en Anunciadora.

—Cállate —dijo Shelby de pie juntoa Miles con una actitud protectora—. Siél no hubiera enviado el reflejo de Luce,Phil se la habría llevado.

Shelby tenía una actitud cautelosa y

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temerosa; se sentía fuera de lugar entreesos ángeles caídos. Años atrás se habíaenamorado perdidamente de Daniel,aunque por supuesto sin sercorrespondida. Pero hasta esa noche élsiempre la había tenido en buenconcepto. Ahora ella era una molestia.

—Dijiste que Luce estaría mejormuerta que con los Proscritos —dijoShelby, defendiendo aún a Miles.

—Unos Proscritos a los queprecisamente tú invitaste.

Arriane se metió en la conversacióndirigiéndose a Shelby, cuyo rostro sesonrojó.

—¿Por qué supones que una nefilimsería capaz de detectar a un Proscrito?

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—preguntó Molly desafiando a Arriane—. Tú estuviste en esa escuela.Deberías haber percibido alguna cosa.

—¡Callaos, todos!Daniel no podía pensar con calma.

El patio estaba repleto de ángeles, perola ausencia de Luce lo hacía parecertremendamente vacío.

Apenas podía soportar ver a nadie.A Shelby, por caer sin más en la trampade un Proscrito. A Miles, por creer quetenía alguna opción en el futuro de Luce.A Cam, por lo que había intentadohacer…

¡Oh, ese momento en el que Danielpensó haberla perdido por una flechaestelar de Cam! Las alas se le habían

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vuelto demasiado pesadas paralevantarlas. Más frías que la muerte. Enese instante había abandonado todaesperanza.

Pero solo había sido una ilusiónóptica. Un reflejo desconcertante, nadaespecial en circunstancias ordinarias,pero que en esa noche había sido loúltimo que Daniel esperaba. Le habíaprovocado una impresión tremenda.Había estado a punto de matarlo. Hastala alegría de su resurrección.

Todavía había esperanza.Si la encontraba.Se había quedado perplejo al ver a

Luce abriendo a la Anunciadora.Asombrado, impresionado y

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dolorosamente atraído hacia ella, perosobre todo perplejo. ¿Cuántas veces lohabía hecho sin que él lo supiera?

—¿Qué piensas? —preguntó Camacercándose a su lado.

Notó la atracción de las alas, esaantigua fuerza magnética, pero estabademasiado agotado para apartarse.

—Voy a ir tras ella —dijo.—Buen plan. —Cam adoptó un aire

despectivo—. Simple: «Ir tras ella». Encualquier lugar en el tiempo y el espacioa lo largo de miles de años. ¿Para quéemplear una estrategia?

Su sarcasmo hizo que Danielquisiera sacudirle de nuevo.

—No te pido ni ayuda ni consejo,

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Cam.En el patio solamente quedaban dos

flechas estelares: la que había cogido dela Proscrita a la que Molly habíamatado, y la que Cam había encontradoen la playa al inicio de la tregua. Sehabría producido una bonita simetría siCam y Daniel hubiesen actuado comoenemigos en ese momento: dos chicos,dos flechas estelares, dos enemigosinmortales.

Pero no, aún no. Tenían que eliminara muchos otros antes de volver adedicarse de nuevo a ellos.

—Lo que Cam quiere decir… —Roland se interpuso entre ellos hablandoa Daniel con voz grave— es que tal vez

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esto requiera cierto trabajo en equipo.He visto cómo estos chicos entran en lasAnunciadoras. No sabe lo que hace,Daniel. Se va a meter en problemas muypronto.

—Lo sé.—No es señal de flaqueza permitir

que os ayudemos —añadió Roland.—¡Yo puedo ayudaros! —exclamó

Shelby, que había estado cuchicheandocon Miles—. Creo que sé dónde seencuentra.

—¿Tú? —preguntó Daniel—. Ya hasayudado suficiente. Los dos habéisayudado suficiente.

—Daniel…—Conozco a Luce mejor que nadie

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en el mundo. —Daniel se apartó detodos y se sumergió en el espacio oscuroy vacío del patio donde ella habíadesaparecido—. Mucho mejor de lo queninguno de vosotros la conocerá jamás.No necesito vuestra ayuda.

—Yo conozco su pasado —dijoShelby poniéndose ante él para que lamirara—. Tú no sabes lo que hasoportado estas semanas. Yo soy la queha estado con ella mientras vislumbrabasus vidas anteriores. La que vio su caracuando se encontró a la hermana quehabía perdido cuando la besaste yluego… —Shelby calló—. Sé que todosvosotros me odiáis ahora mismo, perojuro por… por lo que sea en que

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vosotros creáis que a partir de estemomento podéis confiar en mí. Y enMiles también. Queremos ayudar. Vamosa ayudar. Por favor. —Tendió una manoa Daniel—. Confía en nosotros.

Daniel se apartó de ella. Confiar eraalgo que siempre le había incomodado.Lo que tenía con Luce erainquebrantable. Nunca había habidonecesidad de confianza. Erasimplemente cuestión de amor.

Pero en toda la eternidad, Danieljamás había sido capaz de depositar sufe en nadie ni en nada más. Y no estabadispuesto a empezar a hacerlo ahora.

En la calle, un perro aulló. Y volvióa aullar más fuerte. Más cerca.

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Eran los padres de Luce, queregresaban de su paseo.

En aquel patio oscuro, Daniel cruzóuna mirada con Gabbe. Ella estaba juntoa Callie, probablemente consolándola.Ya tenía las alas replegadas.

—Márchate.Gabbe articuló la frase sin

pronunciarla en voz alta en aquel patiotrasero desolado y cubierto de polvo. Loque quería decir era: «Ve a buscarla».Ella se ocuparía de los padres de Luce.Cuidaría de que Callie regresara a casa.Se encargaría de todo para que Danielpudiera ir tras lo que importaba. «Tebuscaremos y te ayudaremos en cuantopodamos».

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La luna se asomó entre la cortina denubes. La sombra de Daniel se alargó enla hierba que tenía a sus pies. Vio cómoésta se agrandaba un poco y empezó aformar a la Anunciadora que contenía.Cuando esa oscuridad fría y húmeda leacarició, Daniel se dio cuenta de quehacía mucho tiempo que no se habíatranspuesto. Su estilo no consistía enmirar atrás.

Pero los gestos seguían en él,ocultos bajo sus alas, su alma o sucorazón. Se movió con rapidez,separando a la Anunciadora de supropia sombra y pellizcándola conrapidez para retirarla del suelo. Luego,como si de una pieza de arcilla se

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tratase, la arrojó al aire directamenteante él.

Formó un portal nítido y definido.Él había participado en todas y cada

una de las vidas anteriores de Luce. Nohabía motivo para que no fuera capaz deencontrarla.

Abrió la puerta. No había tiempoque perder. Su corazón la llevaría hastaella.

Tenía el presentimiento de que algomalo estaba a punto de ocurrir, perotambién la esperanza de que algoincreíble aguardaba en la lejanía.

Tenía que ser así.Su amor apasionado por ella lo

inundó hasta que se sintió tan lleno que

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no supo si cabría por la entrada.Recogió las alas contra el cuerpo y seprecipitó en el interior de laAnunciadora.

Detrás de él, en el patio, hubo unaconmoción lejana. Susurros, carreras ygritos.

No le importaba. En realidad, no leimportaba ninguno de ellos.

Solo ella.Gritó mientras se abría al pasado.—Daniel.Unas voces. Detrás de él,

acechándole, acercándose.Pronunciando su nombre mientras él seadentraba cada vez más profundamenteen el pasado.

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¿La encontraría?Sin duda.¿La salvaría?Siempre.

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Agradecimientos

Ante todo, mi agradecimiento másprofundo a mis lectores por su apoyoefusivo y generoso. Gracias a vosotros,posiblemente podré escribir siempre.

A Wendy Loggia, cuya confianza enesta serie ha sido un regalo inmensopara mí y porque sabe exactamente quéhay que hacer para que se aproxime a loque siempre ha querido ser. A BeverlyHorowitz, por la charla más animadaque jamás he tenido, y también por elpostre que me metiste en el bolso. AKrista Vitola, cuyos correoselectrónicos llenos de buenas noticias

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me han alegrado muchos días. A AngelaCarlino y al equipo de diseño, graciaspor una sobrecubierta que levantapasiones. A mi compañera de viajeNoreen Marchisi, a Roshan Nozari y alresto del fabuloso equipo de marketingde Random House: sois unos magos. AMichael Stears y Ted Malawer, unosgenios infatigables. Vuestra agudeza yanimosidad hacen que trabajar convosotros resulte un placer más que unaobligación.

A mis amigos, que me ayudan a noperder la cabeza y a inspirarme. A mifamilia en Texas, Arkansas, Baltimore yFlorida, por tanto entusiasmo y amor. Ya Jason, por cada día que pasa a mi

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lado.

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LAUREN KATE creció en Dallas, fue ala escuela en Atlanta y se hizo escritoraen Nueva York. Vive en Laurel Canyoncon su marido y anhela trabajar en lacocina de un restaurante, tener un perroy aprender a surfear. Es autora de lanovela La traición de Natalie Hargrove(2009) y de la saga «Oscuros» con la

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que ha conseguido más de 8 millones delectores en todo el mundo.

La última lágrima es el primer libro desu nueva saga.

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Notas

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[1] Postre típico de los campamentos deverano en Estados Unidos y Canadáconsistente en un bocadillo de galletasGraham, con relleno de nubes dulces ychocolate fundidos (N. de la T.) <<