Cuentos y poemas para niños educación emocional

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Cuentos y poemas para niños 1 Educación EmocionalMiquel Beltran i CarretéDEL DICHO AL HECHO…Contaba el sabio búho que no hace mucho fue allí mismo, al pie del árbol donde tenia su casita, de hecho extraordinario que quiero contaros. Allí, entre las ramas de un pequeño arbusto que crecía poblado de flores una pequeña arañita había tejido su tela. Un día vino a caer prisionera una hormiguita la cual, al verse presa, forcejeó tanto como pudo moviendo los hilos de forma que despertaron a la a

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Cuentos y poemas para niños 1

Educación Emocional

Miquel Beltran i Carreté

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DEL DICHO AL HECHO…

Contaba el sabio búho que no hace mucho fue testigo allí mismo, al pie del árbol donde tenia su casita, de un hecho extraordinario que quiero contaros. Allí, entre las ramas de un pequeño arbusto que crecía poblado de flores una pequeña arañita había tejido su tela. Un día vino a caer prisionera una hormiguita la cual, al verse presa, forcejeó tanto como pudo movien- do los hilos de forma que despertaron a la araña. Rápidamente el hambriento bicho se plantó delante de su víctima para comérsela, pero la hormiga tuvo tiempo aun de suplicar: “Araña, arañita, si me dejas ir te prometo que durante una semana te voy a traer cada día un bicho mucho mayor que yo y…” Pero no pudo terminar: la araña se la había comido. Al día siguiente, cuenta nuestro amigo el búho, se repitió la escena de forma muy parecida. Pero esta vez la hormiga vino a ser más generosa: “Araña, arañita, si me dejas ir te prometo que durante un mes te voy a traer cada día dos bichos mucho mayores que yo y…” Pero no pudo terminar: la araña se la había comido. Al tercer día de nuevo cayó una hormiga, pero esta vez en su súplica no quiso prometer nada: “Araña, arañita, si me dejas ir te acompaño a donde hay un escarabajo muerto, mayor y más sabroso que yo, para que te lo comas.” Dicho y hecho: fueron las dos hasta el escarabajo y la hormiga marchó libre dejando a la araña con su festín.

Y claro que sí, que me lo dijo el búho y ya lo decía mi papá: “Del dicho al hecho hay un trecho y demasiadas veces lo que vale no es prometer, sino cumplir.”

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A la nana, nana, a la cuna, cuna, ya croa la rana, ya brilla la luna.

A la nana, cama, carita en la almohada,

corazón que ama, no sufras por nada.

A la nana, estrella, Sueña un lindo cuento, que la noche es bella, y no sopla el viento.

A la nana duerme, te daré mi mano, volverás a verme,

mañana temprano.

A la nana oscura, ojitos cerrados, sueñecito cura

miedos inventados.

A la nana, canta, mi dulce sonrisa,

mi abrazo es la manta. mis besos la brisa.

DULCES SUEÑOS

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PEDRO MUCHO MIEDO

Había una vez un niño que tenía miedo de todo: Pedro no quería correr, Pedro no quería saltar, Pedro no quería salir, Pedro no quería ir…, ni quería volver, está claro. Así que Pedro poca cosa hacía y con poca cosa se atrevía. Un día, pero, mientras el padre y la madre preparaban la cena, Pedro estaba en el sofá mirando la tele y… Tenía hambre y allá encima de la mesita habían quedado dos galletas de la merienda y… Pedro fue a cogerlas pero al hacerlo no vio que al lado había quedado un vaso medio vacío de zumo y, al tomar las galletas, sin querer lo hizo caer. La mala suerte quiso que el vaso era de cristal y, al caer junto a su pie, se rompió y le produjo un corte en un dedo. Uy, y ¡qué corte!

Fueron al hospital y lo tenían que coser. Pedro estaba muerto de miedo, claro, pero la doctora le dijo: “¿Sabes, Pedro? El miedo no nos salva de nada que tenga que pasar. Con o sin miedo yo te coseré, con o sin miedo otro día te volverás a hacer daño. Deja que el miedo te hable, ¿sí? Pero no le dejes que te grite, puesto que si lo haces no te dejará nunca ser valiente.”

Desde aquel día a Pedro ya apodaron más “MUCHO MIEDO”. Pedro había comprendido y ya quería correr, ya quería saltar, ya quería salir, ya quería ir y…está claro, ya quería volver…

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Triste andaba Patricia,

con ganas de llorar, quizás fue una noticia,

quizás su despertar.

Ana puso en su mano la fuerza de su palma,

en ella iba su alma y su cariño sano.

Las miradas se hallaron

y no hizo falta hablar pues nunca se fallaron

en el saber estar.

A veces la callada, otras fluyó la sonrisa, que nunca hubo prisa con la amiga apenada.

EMPATÍA

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UNA TARDE EN EL PARQUE A la salida del colegio Jorge fue con su madre, como muchos otros días, a un parque cercano donde merendaba y jugaba durante un buen rato con sus amigos y amigas. Mientras sus hijos e hijas se divertían las mamás y los papás se sentaban en los bancos y charla- ban y charlaban hasta que era hora de volver a casa. Jorge estuvo jugando a pelota hasta que se cansó. Luego recordó aquel árbol tan hermoso que había en una esquina del parque… Jo, el otro día vio como se subía un niño y… Y, ¿por qué no iba él a probar? Así que, sin decir nada a nadie se separó de todos y se dirigió hacía el árbol. Una vez allí empezó a subir… Vaya, ¡no era tan fácil como parecía! Pero él lo iba a conseguir, ¡seguro! ¿Seguro? Bueno, ya estaba llegando a la rama que quería pero… La mano derecha quiso agarrarse pero no pudo y resbaló y… Jorge cayó al suelo desde, uf… El trasero paró el golpe, uy, ¡cómo dolía! Pero al caer sus piernas chocaron con el tronco del árbol y en una de sus rodillas se abrió una herida, ay, estaba cubierta de sangre… Jorge sabía que debía gritar, llamar la atención para que vinieran a ayudarle, pero no podía evitar esas lágrimas, esas odiosas lágrimas… Y le daba vergüenza… Entonces apareció esa niña. No la conocía de nada pero con esa sonrisa no podía esconder burla, seguro. “¿Te has hecho mucho daño? Jo, te vi caer y me asusté. ¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte? Pero la niña no esperaba ninguna respuesta, le cogió de la mano y le ayudó a levantarse, luego sacó un pañuelito rosa y le secó las lágrimas, para luego decirle, con voz muy suave: “No es nada, venga que te acompaño a buscar a tu mamá”. Mientras caminaba apoyado en la niña Jorge se dio cuenta de que ya no le dolía tanto su herida. Entonces le preguntó a la niña: “Cómo te llamas?”. “Consuelo”, respondió ella. “Y claro, Consuelo, ¡qué nombre tan hermoso!”, pensó Jorge.

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Me dices lo que sientes que todo es por amor que yo soy el traidor

Pero, tú mientes.

Quizás me porto mal, quizás no te obedezco

más tu golpe fue brutal, y no me lo merezco.

Queriendo no se daña, amando no se lastima,

¿la fuerza? Una patraña, tan sólo rabia anima.

Me dices lo que sientes que todo es por amor que yo soy el traidor

Pero, tú mientes.

TÚ MIENTES

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DEL GRITO Y DEL SUSURRO… Cuenta un viejo roble a todos aquellos pajarillos que en sus ramas paran a reposar que un día, ya entrado el otoño, no hace de ello mucho, escuchó una conversación muy curiosa. El viento del norte y la brisa mañanera se encontraron frente a frente. La brisa no dudó en apartarse, pero el viento orgulloso, antes de proseguir, plantó su sonoro grito para preguntar: “¿Quién eres tú? ¿Y qué haces en mis tierras?” La brisa, con su suave y armoniosa voz, respondió: “Soy la brisa y, ¿sabes? Estas no son tus tierras.” “Qué me cuentas?”- bramó el viento – “Aquí yo soy el amo y todo el mundo lo sabe. Si me da por enfadarme nada ni nadie quedará de pie. Si me da por calentar, todo quedará seco, si me da por enfriar, todo se helará. Mi poder se extiende al río, al mar, …, a todo y a todos. ¿Cómo te atreves a cuestionarme?” La brisa tardó un poco a reaccionar. El empuje del viento la había hecho apartarse, pero respondió, claro: “Tu fuerza no te convierte en propietario y aquellos que tú crees que te sirven lo único que te guardan es miedo. Nadie quiere escucharte ni nada te escucha, ¿mirarte? Sí, de reojo. ¿Te crees que alguien se alegra con tu llegada? Vaya, qué estúpido. En cambio llego yo y las plantas y los árboles crecen, los pajarillos cantan, las mariposas vuelan, los animalitos buscan compañía y comida, los… Conmigo se da la vida, contigo sólo se esconde. ¿Tus tierras, dices? Si ni siquiera te quieren...” Pero la brisa, cuenta el viejo roble, no pudo seguir. Había enojado tanto al viento que éste se la quiso comer. Pero ya se sabe: por muy fuerte que suene, el grito nunca vencerá al susurro

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Sola estaba la roca enfrente del mar. Callada pensaba

si se iba a quedar.

La arena mojada la invita a jugar. la roca se niega:

más tarde, quizás.

La ola le llega, la riega y no más, la roca enojada:

¡Dejadme, no estoy!

El sol, preocupado: ¡A secarte voy!

la roca: ¡Que no! ¡Marchad, por favor!

Se vino la noche. La luna miraba

la mar acostada, la arena dormida,

al sol viajero…

Y al ver a la roca, la luna sonrió

y susurró bajito: ¡Ssssss!

La roca está sola, sola quiere estar,

que no es un capricho,

que quiere pensar.

SOLA ESTABA LA ROCA

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ESTABA LA ROSA…

Estaba la rosa pálida, estaba la rosa mustia, estaba la rosa triste, estaba la rosa tanca. Entonces llegó la niña, caminando por la senda, y se paró frente a la flor. Sin ánimo de arrancarla se agachó, la tomó entre sus manitas y, acercándola a su cara, la olió. Luego la soltó, se incorporó y la miró. “Que hermosa eres ya, y que hermosa serás”, dijo. Y siguió su camino. La rosa sonrió sus pétalos y comenzó a abrirse, poco a poco, como si aun le diera vergüenza. ¡Había tantas flores en el jardín! ¡Y eran todas tan lindas! Entonces pasó una mariposa, bella como el vuelo del arco iris, y sobrevolando el pasto hizo su elección: se posó en nuestra rosa. En ella descansó, de ella comió y luego, tras acariciarla con ternura con sus patitas, partió. Estaba la rosa abierta, estaba la rosa radiante, estaba la rosa preciosa, estaba la rosa feliz. Y así es: el camino de la felicidad se traza con muchas cosas, pero sin duda pasa por el valle del ser tocado, enfila la ruta del ser necesitado y luce la luz del ser admirado.

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Marina corría, corre que te toca,

mirando al costado, mirando hacia atrás,

no vio el arbolito, no pudo frenar.

La niña caía, de frente a la roca,

el tronco en el lado, sin ver lo demás,

se escuchó su grito, no pudo callar.

Marina lloraba, cortes en la mano,

con sangre en la pierna, golpe en la rodilla, duele, sí, el dolor,

duele el duro suelo.

Su amigo llegaba, el que más temprano,

su caricia tierna, su pelo cepilla,

su voz con amor llamando al consuelo.

Cura sana, cura sana, si no se cura hoy,

se curará mañana.

CURA SANA

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EL MAYOR TESORO… Arnau estaba asustado. Se hallaba en frente de la entrada de una gruta y no sabía bien que hacer. ¿Debía esperar a sus compañeros y compañeras? ¿Entraba solo? Habían ido de excursión con el colegio a una finca lejana. Cuando llegaron desayunaron y luego la profesora les explicó que iban a hacer un juego de pistas, que iban a vivir una gran aventura que les conduciría a un tesoro, un extraordinario tesoro que escondía aquello más valioso que nunca en la vida iban a tener. Luego partieron por grupos, acompañados cada uno por chicos y chicas, los llamaban monitores, que tenían una marcha, ¡jo! Y había sido muy divertido: cada pista, cada mensaje, cada prueba, … Hasta que, sin saber ni como ni cuando, Arnau se descolgó de su grupo. Iba siguiendo un rastro y de repente se encontró con esa gruta, esa cueva donde se suponía iba a estar el tesoro. El niño esperó y esperó, pero la curiosidad le fue ganando a la paciencia y al final pensó: “¿Para que voy a esperar? Si entro el primero les voy a sorprender a todos.” Y Arnau se armó de valor y entró en la gruta. Estaba medio oscuro, pero la cueva no era muy grande y en el fondo había una luz que iluminaba un hermoso cofre. Arnau se acercó y, sin poder ya esperar para nada, hizo el gesto de abrir la caja… “¿Qué habría allí dentro? ¿Joyas? ¿Monedas de oro? ¿Diamantes? Algo muy caro, ¡seguro!” Pero cuando el niño hubo abierto el cofre, un poco más se cae de espaldas de la sorpresa: dentro había una sola cosa, un objeto sin valor que se podría encontrar en cualquier parte: ¡un espejo! Y entonces, ¿cuál era el tesoro? ¿Lo sabes tú? ¿Me lo cuentas?

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“¡Es mío!” ,“Pero yo lo vi antes”, para aquí, para allá,

¡No me grites! ¡No me cantes! que sí, que no y bla, bla, bla...

¿Que caiga un chaparrón? ¡No te junto! ¡Eres malo!

¿Y tú? Maldito llorón

Los dos, ¡salid de la sala! A ver, basta ya, ¿qué pasó?

¿no dijimos que hay que compartir? Pues me toca a mí, eso digo yo...

¿Y se quita así, sin más, o hay que pedir? Me lo agarró de la mano y me tiró del pelo...

Porqué tu me pegaste, vaya...

Sí, ya os vi allí, en el suelo, ep, nada, silencio, ahora calla:

Compartir nunca es pelear, las cosas no se quitan, se reciben,

y a veces hay que esperar, pues si a las buenas te piden,

siempre acabarás por dar.

MÍO, TUYO, ¿QUÉ MÁS DA?

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LA CALLE DE LOS SUEÑOS… Contaba una hada madrina, quizás era la mía o quizás la que junto a ti camina, que en su pueblo natal había una calle llena de tiendas a los dos lados. En la pared de la entrada lucía una placa, con letra muy y muy pe- queña que debías interpretar. Si lo conseguías las pa- labras salían volando, cual angelitos traviesos, y ha- ciéndose grandes te despeinaban y, claro, te dejaban mudo de la sorpresa. Sonaba entonces en tus oídos el estribillo de una canción: “A la calle de los sueños no puede acceder cualquiera, pues sabido es que aquel que anduviera cojo, siendo soñador sin empeños, de rojo ve la flor pero con tela negra la oculta.”Y sí, contaba la hada que un día consiguieron entrar tres duendes. Uno se llamaba Desear, el otro Querer y el otro Poseer. Los tres se dirigieron a una tienda muy curiosa. En el tablero frontal que se sentaba encima de la puerta estaba escrita la palabra “Sueñería”. Para entrar había que llamar antes, había que hacer sonar una campanita que colgaba del linde de una ventana. El primer duende llamó primero. Una voz gruesa pero apacible sonó desde el interior: “Dígame”. “Deseo recoger mi sueño”, respondió el duende. “De acuerdo – le respondió la voz- vuelva cuando el sol salga de noche.” Luego llamó el segundo duende y, sin esperar respuesta, grito fuerte: “Quiero recoger mi sueño”. “De acuerdo – le respondieron- Espere sentado y abra y cierre una mano sin parar hasta que aparezca”. Entonces llamó el tercer duende. La voz resonó de nuevo, ahora con un tinte de enfado o impaciencia: “¡Dígame!” “Guardan aquí mi sueño- respondió el duende- y lo vengo a recoger”. “Vaya – dijo la voz- ¿está ya preparado?” “Y claro, hecho y rehecho y envuelto está”. Y la puerta se abrió. ¿Y entonces? Acababa la hada su historia así: “ Colorín, colorado, no hay sueño soñado si antes no lo has tomado” Y claro, o no… ¡O sí!

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No te sientes a esperar,

el día corre y se apaga

y en los sueños del futuro

brillan los juegos jugados,

cantan las risas vividas,

bailan caricias sentidas,

y hablan los pasos andados.

Niño o niña sin dudar

que la infancia no se paga

debes ser, tenlo seguro,

sal y vive tu aventura

ve y disfruta tu ilusión

vuela y canta tu canción

que la niñez siempre es pura.

INFANCIA

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UNA DE SAPITOS

Dijo el sapito verde botella: -Mi lengua es la más larga de todas- y empezó a saltar intentando cazar moscas, Dijo el sapito verde loro: -Mis patas son las más largas de todas- y empezó a saltar intentando cazar moscas, Dijo el sapito verde manzana: -Mis ojos son los más grandes de todos- y empezó a saltar intentando cazar moscas, Dijo el sapito verde petróleo: -Anda ya, pues yo soy el más listo de todos- y empezó a saltar intentando cazar moscas, Y allí estaban todos, saltando y saltando, Pero ninguno cazaba nada. ¿Todos? No, quedó el sapito verde agua quieto, muy quieto, A él no se le ocurría nada que decir. Y allí estaba, inmóvil y callado, cuando pasó una mosca justito por delante suyo. Y claro, el sapito verde agua la cazó y se la comió. Así son las cosas, cuenta el sapito verde pistacho que, según todos, sabe un cacho: si quieres conseguir algo no presumas de poder ganarlo, simplemente gánalo,

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Ayer soñé que era hielo,

blanca cara i cero prisa,

quieto, sin mover un pelo,

mudo, sin probar la risa.

Ya nada me dañaba,

ni la luz, ni oscuridad,

ni tan solo la verdad,

ya ni eso me importaba.

Jo, que espanto esa quietud,

cuando no conlleva nada.

Y soñé con un alud

y rompió mi vida helada.

Y lleno de paz desperté, sereno

de ser agua, río y mar,

de estar vivo y navegar.

HIELO

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¡QUÉ VAAA!

Joaquín se miró al espejo preocupado -¡Qué vaaa! -soltó- la señorita me ha engañado: no me creció la nariz para nada. Y siguió mintiendo... Y pasaron los días y Joaquín volvió a mirarse al espejo preocupado -¡Qué vaaa! -soltó- el abuelo me ha engañado: no me creció la nariz para nada. Y siguió mintiendo... Y pasaron los días y Joaquín volvió a mirarse al espejo preocupado ¡Qué vaaa! -soltó- mamá me ha engañado: no me creció la nariz para nada. Y siguió mintiendo... Y pasaron los días y pasó lo que tenía que pasar. Aquella mañana Joaquín salió al patio con ganas de hablar. Allí estaban sus amigos y amigas y quería contarles algo... -¿A que no sabéis que me ha pasado?- dijo el niño muy contento. -¡Que vaaa! - le respondieron todos, y se marcharon a jugar, Y sí, así fue, a Joaquín no le creció la nariz, claro, pero de tanto mentir ya nadie le creyó y se quedó más solo que la una,

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Galopa mi lindo corcel,

corre y cruza las praderas,

toma del verde la miel,

y sorbe las flores primeras.

Ya llegado el mes de mayo,

moja la lluvia tus sueños,

galopa mi lindo caballo

que de tus ansias no hay dueños.

Galopa mi fiel alazán,

relincha al cielo: ¡libertad!

que nunca te alcanzarán

quienes no te amen de verdad.

LIBERTAD

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MIS MUY QUERIDAS MUÑECAS

Úrsula había castigado a sus dos muñecas más queridas. No paraban de pelearse y la tenían harta. La una descansaba en una silla y la otra encima de la cama. Por más que lo intentaba no podía entenderlas: “Ya no me quieres”, le gritó Lucy; “A ella la quieres más que a mí”, había dicho muy bajito Penny. ¡Pero bueno! ¡Si las quería igual a las dos! Las bañaba juntas, salían de compras las tres, les intercambiaba los vestidos, las maquillaba bien lindas, las… ¡A las dos! Pero no paraban de pelearse: “¡Yo primera!” “¡Eres una tonta!”…

Para Úrsula, que tanto las quería, era incomprensible su estúpida guerra por ganar su amor: había de sobras para ambas. ¿De sobras? Y más. El corazón es como una caja grandiosa, enorme, sin fondo. En él puedes meter a tantas muñecas como quieras… ¿Y si tuviera tres? ¿Y si tuviera cinco? ¿Y si tuviera mil? ¡Pues a todas las iba a querer igual!

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Te ata siempre con un lazo,

cura penas y dolores,

espanta las pesadillas,

y devuelve los colores.

No me compres peladillas,

¿me quieres regalar flores?

No, mucho mejor: ¡Dame un abrazo!

UN ABRAZO

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