Cuentos Severos

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La colisión Sirina corría, como siempre, como cada amanecer desde hace siete años, a excepción de los amaneceres del shabat, Clara corría por primera vez, desde la trágica y polvorienta mañana en que descubrió que estaba fuera de su peso ideal. Ambas se dirigían al parque del liquidámbar, que a esas horas siempre estaba lleno del canto de los mirlos que buscaban desde temprano comida para robar. Sirina pensaba en su nombre, le parecía feo aunque con algo de chiste, quizá gracioso, al menos eso trataba de venderse a ella misma. De cualquier forma no le gustaba, por eso repetía en su mente un viejo mantra <<conoces el nombre que te dieron, no el nombre que tienes.>> Aun así, siempre en su mente otra voz le repetía una y otra vez <<Sirina, Sirina, Sirina…>> al igual que hacían muchos de sus excompañeros de prepa y secundaria, en las largas sesiones de masturbación, evocándola. Clara iba pensando en guerra y destrucción, en dolor y en muerte; nada filosófico, simplemente imágenes de explosiones y sangre, de gritos y destrozos; le ayudaba a correr más rápido. Clara era en ese sentido simple, elegía un tema y se pasaba imágenes de él, hasta que se hartaba y buscaba otro tema. Iban a su encuentro, en sentido contrario, listas para colisionar y convertirse en mejores amigas, confidentes, amantes, compañeras de vida, cada una tenía, en cierto sentido (haciendo los debidos ajustes que da el estira y afloja de cada 1

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Cuentos de una gran cantidad de temas, lo sévero ahí es la poca uniformidad

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La colisión

Sirina corría, como siempre, como cada amanecer desde hace siete años, a excepción

de los amaneceres del shabat,

Clara corría por primera vez, desde la trágica y polvorienta mañana en que descubrió

que estaba fuera de su peso ideal.

Ambas se dirigían al parque del liquidámbar, que a esas horas siempre estaba lleno

del canto de los mirlos que buscaban desde temprano comida para robar.

Sirina pensaba en su nombre, le parecía feo aunque con algo de chiste, quizá

gracioso, al menos eso trataba de venderse a ella misma. De cualquier forma no le

gustaba, por eso repetía en su mente un viejo mantra <<conoces el nombre que te

dieron, no el nombre que tienes.>>

Aun así, siempre en su mente otra voz le repetía una y otra vez <<Sirina, Sirina,

Sirina…>> al igual que hacían muchos de sus excompañeros de prepa y secundaria,

en las largas sesiones de masturbación, evocándola.

Clara iba pensando en guerra y destrucción, en dolor y en muerte; nada filosófico,

simplemente imágenes de explosiones y sangre, de gritos y destrozos; le ayudaba a

correr más rápido.

Clara era en ese sentido simple, elegía un tema y se pasaba imágenes de él, hasta

que se hartaba y buscaba otro tema.

Iban a su encuentro, en sentido contrario, listas para colisionar y convertirse en

mejores amigas, confidentes, amantes, compañeras de vida, cada una tenía, en cierto

sentido (haciendo los debidos ajustes que da el estira y afloja de cada relación), lo

necesario para hacerlo juntas; para hacerlo mejor que cualquier otro par.

Iban sonriendo, absortas en sus pensamientos, de norte a sur una y de sur a norte la

otra, corriendo para cumplir el destino.

Pero el destino no siempre es cumplido, a veces pasan cosas que lo evitan, a veces el

mundo se revela y dice “no”. Presten atención, esto sucedió; justo al llegar a una

esquina llena de arboledas que no permitían ver lo que venía la vuelta, un mirlo que

pasaba volando habló, dijo a su madre, “mamá mira”, ambas corredoras voltearon

asustadas, al escuchar la pajarezca voz del mirlo. Por su corta edad y humana

condición, nunca habían escuchado a un mirlo hablar y entonces distraídas y

corriendo, chocaron con una fuerza desmedida.

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Sirina cayó hacía atrás raspándose las manos que puso para proteger sus nalgas,

Clara cayó de lado, mientras en su mente aparecía el hongo nuclear formado sobre la

ciudad de Hiroshima en 1945. Clara se levantó, miró a Sirina, bella, sudorosa, sensual

y sangrante sobre el pavimento del parque y le enfureció su esbelta figura, en lugar de

atraerle; Sirina la observó de pie frente a ella, agitada, gallarda y sexy, pero puso más

atención en su actitud de superioridad, que en la química que flotaba en el aire.

Entonces sin palabras comenzó la batalla y es una lástima, las palabras son armas

muy poderosas para ganar batallas, pero a Sirina y Clara no les dio tiempo de escribir

algo en sus puños.

Se abalanzaron una sobre la otra, asestando puñetazos surgidos del instinto primitivo

del amor predestinado, y era tan fuerte ese amor, tan fuerte ese instinto y tan fuerte

esa batalla, que ambas se derrumbaron exhaustas y seminoqueadas después de la

repartición de 17 golpes en múltiples partes de sus femeninos cuerpos.

Yo, que volaba cerca al lado de mi madre, pude ver como se daban el último golpe y el

mundo se cubría de oscuridad, una oscuridad más oscura que mi plumaje, una

oscuridad causada por la perdida de uno de los más grandes amores del tiempo, el de

Sirina y Clara. Pero quizá es mejor no saber que hubiera pasado si estas dos se

hubieran llegado a amar, a veces la intriga es mejor que...

La gran carrera de Severo Gonzáles

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El General Buck Turgidson llegó un lunes atípico al pueblo de San Martino. Había

amanecido nublado y neblinoso, pero a las nueve de la mañana brillaba un sol que

caía a plomo y levantaba el ánimo de la gente, porque el tiempo estaría propicio para

las carreras de caballos que se iban a llevar a cabo esa tarde.

El General había llegado también por el alboroto de las carreras, competía el mejor

caballo habido y por haber, un garañón color blanco resplandeciente, ganador del

derby de las Américas en cuatro ocasiones. Este caballo llamado “King Royce” traía un

tropel de 470 apostadores siguiéndolo para poder ganar algo, además de un equipo de

50 personas, entre cuidadores, jinetes, masajistas, veterinarios, psicólogos y un

payaso que lo hacía reír para que el potro estuviera relajado.

Los más de 500 forasteros que invadieron aquel lunes San Martino, superaban en

número a los 352 habitantes del poblado cuyo único atractivo, además del caballo de

Severo Gonzáles, era una cueva casi inaccesible que medía un kilómetro de diámetro.

El General Buck Turgidson, vino también en apoyo a “King Royce” motivado por un

Diputado que era en parte dueño del caballo y para el cual, el General había trabajado

ya hace muchos años como guardaespaldas, cuando aquel era Senador. Pero el

Diputado había salido con urgencia a la capital pues iban a discutir el nuevo sueldo

que cobrarían el año que iba a empezar y no quería quedarse fuera de la repartición.

Así que el General Buck Turgidson llegó solo a San Martino y cuando fue a tomarse

una cerveza para el calor, se encontró en la cantina al mismísimo Severo Gonzáles,

heredero de más de 400 hectáreas donde se cultivaban la guanábana y la sábila.

Severo Gonzáles iba ya en su quinta cerveza, las destapaba siempre con el diente de

plata que le habían puesto cuando tenía once años, llevaba una gorra de béisbol de

los dodgers, un pantalón roto manchado de tierra y una camisa desabotonada que

dejaba a la vista un vello corporal que le cubría el pecho y la gran panza de barril.

- Ah jijo e la chingada- dijo cuando vio entrar al General –ora sí nos cayeron los zardos

tú Marcial- le bromeó al tendero mientras soltaba una risotada acompañada con tos.

-Buenas tardes- contestó extrañado el General Buck Turgidson –Déme por favor una

cerveza clara- agregó, ignorando al hombretón que estaba recargado en el mostrador.

- ¡Marcial!- Gritó Severo Gonzáles –Traile su chela al Comandante y traime di una vez

dos pa mí, yo invito chingau- terminó y soltó otra carcajada.

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-Disculpe señor pero no soy Comandante, soy General y los miembros del ejercito no

aceptamos cervezas de extraños- Dijo con tono un poco golpeado Buck Turgidson.

-Ah pos ta mejor- alegó Severo Gonzáles –usté invita mi teniente, de lo de extraño ni

se priocupe, yo soy Severo Gonzáles- le tendió la mano -y usté vino acá por mí.

El General Buck Turgidson se extrañó de la actitud altanera de aquel sujeto mal

vestido, hasta que le explicaron que era dueño del caballo que iba a correr contra

“King Royce” y entre curiosidad y plática, se quedó varias horas en la cantina de

Marcial, bebiendo primero cerveza y después compuesto de nanche, hasta que dieron

las 3:30 y se fue con Severo Gonzáles a conocer su caballo para la carrera.

-Miré Coronel- le presumió Severo cuando trajeron su potro alazán –Este es “El

Rayito” que cuaco tan más chulo me cai de madre.

El General Buck Turgidson no pudo entender como los dueños de “King Royce” se

atrevían a venir hasta un pueblo tan pequeño, para jugar una carrera contra un caballo

que tenía la mitad de tamaño del suyo y que estaba claramente menos preparado.

-A ver Capitán de aquí nos vamos pal carril, deje ahí su troca atrás de la mía que ya le

están ensillando “La Tribalera”- dijo Severo y apuró a uno se sus ayudantes -A ver tú

Chicotín, traite ya la yegua mora pal Capitán.

“El Chicotín”, cuyo verdadero nombre era Marino Colorado, era un individuo que media

un metro veinte centímetros y que el General confundió con el jockey de “El Rayito”.

-Así que este es su jinete- comentó el General Buck Turgidson.

- No ¿cómo cree?- contestó Severo Gonzáles -al “Rayito” nomás le monto yo.

-¿usted?- agregó incrédulo el General sin dejar de mirar la corpulencia de Severo.

-Así mero- respondió Severo Gonzáles mientras “El chicotín” y otro sujeto lo

empujaban de las nalgas para que Severo, que pasaba de 95 kilos, trepara al caballo.

Llegaron al carril, Severo Gonzáles montando a “El Rayito” entre un mar de chiflidos y

gritos de gente que le pasaban botellas de aguardiente, el General Buck Turgidson

montando “La Tribalera” y “El chicotín” montando una mula. La gente estaba ansiosa,

pues todos los habitantes de San Martino apostaban por el “El Rayito” y los forasteros

que venían con “King Royce” gustosos tomaban las apuestas como dinero fácil.

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Unos minutos antes de salir, Severo Gonzáles desde arriba de “El Rayito”, retó al

General Buck Turgidson que ya había descabalgado –Entonces ¿siempre le va a

apostar al otro caballo mi Sargento?- El General asintió –Bueno ta bien, apueste

también conmigo, si pierdo le pagó todas las cervezas que me invitó hoy y le sigo

pagando las que vengan, pero si llego a ganar usté me deja echar de tiros con su

pistola- Se carcajeó y dejó sembrado al General Buck Turgidson sin esperar respuesta

y cuando éste se dio cuenta Severo Gonzáles ya estaba en las puertas con su caballo.

Hubo una tensa calma antes de arrancar, un momento en que los residentes y

visitantes de San Martino miraban hacia la misma dirección, un instante de silencio en

el día del ruido. Severo Gonzáles lo rompió –¡jijo e la chingada, que echen di una vez

esta madre!

Las puertas se abrieron y los caballos salieron disparados. “El Rayito” tomó

desprevenido a Severo Gonzáles que se inclinó peligrosamente hacia atrás, pero con

la fuerza de las piernas logró mantener el equilibrio y cuando pudo enderezarse vio

que “King Royce” le sacaba ya dos cuerpos de ventaja.

Severo Gonzáles se puso de pie en los estribos del caballo y con el fuete latigueó a “El

Rayito” mientras gritaba “Corre bestía, corre jijo e la chingada.”

El General Buck Turgidson fue testigo de que 50 varas antes de la meta “El Rayito”,

con todo y su enorme jinete encima, daba alcance a “King Royce” y que justo al cruzar

la meta lo adelantó medio cuerpo al mismo tiempo que Severo Gonzáles perdía el

control y caía como costal de papas al suelo.

Severo Gonzáles se quedó tendido un minuto, después sin sacudirse el polvo, con su

calva a la vista pues había perdido la gorra en la caída, se levantó y fue directo al

General Buck Turgidson, le arrancó el arma de la pistolera y descargó al aire los 16

balazos de la Escuadra Smith & Wesson calibre 45, de uso exclusivo del ejército.

El General Buck Turgidson no se inmutó, embobado por la hazaña de aquel hombre

dijo sorprendido -Severo déjeme felicitarlo la manera en que corrió hoy fue

extraordinaria.

-¡Ah! Eso es de todos los días- contestó Severo Gonzáles desdeñando el cumplido -Lo

mero bueno de hoy es que eché de tiros con la pistola di un General.

-¿Sabe Severo?-señaló divertido el General -Es la primera vez que dice bien mi cargo.

-Pus pa que vea nomás que chingón soy- fue la respuesta.

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¿Orión?

Entonces la pequeña niña dijo al gran anciano que conocía las estrellas.

-y ese de allá ¿cuál es? ahí también hay 3 estrellas.

-¡ah caray!- exclamó el anciano -ese es Orión- rió un poco apenado -el otro entonces

no sé cual es.

La pequeña ganó.

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Negro Calor

El entorno en silencio, solo mi voz rasposa, trémula

-Landa Guzmán.

Levanté un poco la mirada sudoroso, ella también me miró, agitada.

-seis- fulminé.

Ella sonrió justo como yo lo esperaba.

El veredicto era una injusticia claro está, aquel ensayo final no merecía menos de

nueve, era brillante, inteligente, desafiante, bien planteado, si hubiera sido un examen

firmado por alguien más le habría dado diez, pero era de Lorena y esa es la razón por

la que le di un seis.

Habían sido los tres meses de clases mas largos y calurosos en mi vida de maestro;

durante mis conferencias sobre Kant, Marx, Strauss, Proust había poco tiempo para

las trivialidades, para las faldas cortas, los escotes pronunciados a propósito, las

inclinaciones sobre mi escritorio, las risitas a mi espalda y las notitas de “guapo”, “te

quiero” y “llámame”, metidas a escondidas en mi maletín, todo eso lo había podido

dejar de lado durante 10 años de docencia.

Pero aquel lunes 16 de Agosto fue diferente, ella llegó tarde, se detuvo en el quicio,

clavo su mirada con aquellos ojos oscuros, sonrió y sin susurrar siquiera, como un

destello avanzó y ocupó su lugar en la tercera banca de la fila derecha. Así empezó el

calor.

A partir de ese momento, ella no me quitó la mirada de encima, esos ojos frívolos,

encasquetados en ese rostro negro como el carbón. Toda ella negra, abismal, seria,

inmutable, pero con esa presencia abrazante, desértica.

Todos los lunes, miércoles y viernes, durante la clase de “filosofía dos”, por 84 días,

en el salón 32 de Ciencias Sociales, aislados y sin ventanas durante dos horas,

enfrentaba una batalla interna entre lo correcto y lo inevitable.

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Mis palabras y mis exposiciones eran para ella, cada pregunta hecha era para ella,

(aunque en realidad no le había dirigido una sola, por temor a sucumbir ante el calor).

No conocía su voz, pero sí conocía lo que ella quería; ella me hablaba de otro modo,

con su mirada y su manera de caminar, con su pelo suelto largo, negro como llamas,

con su manera de moverse lento.

<<Por eso te puse seis Lorena>>, por eso le puse seis a la mejor estudiante del grupo

efe.

<<de ese modo al final de la clase cuando te ibas tuve el pretexto para detenerte, para

decirte que te vería a las dos de la tarde en este mismo salón, para hablar sobre tu

desempeño académico, justo cuando no hay una sola alma en la escuela por espacio

de dos horas.>>

-Sí- fue todo lo que me dijiste y mi piel hirvió. Ahora sé que me importa un carajo, la

ética, el amor, el matrimonio, la edad, la cárcel o el pudor.

<<Todo eso no interesa ahora que estas tocando la puerta>>.

¿Qué importa? con tanta sed.

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El viaje a ojos cerrados

Uno cierra los ojos, se recuesta, se pone las manos bajo la nuca y entonces comienza

a volar. ¡Ah! olvidé recordarles que Uno es mágico, por eso cambió la nieve de color.

Pues bueno, Uno cierra los ojos, se recuesta, se pone las manos bajo la nuca y

entonces comienza a volar; dice él que vuela deslizándose en una alfombra voladora,

pero debe ser invisible porque yo solo veo que vuela deslizándose, pero sin alfombra.

Esta mañana lo hizo, pero además vuela y va volando, es decir vuela a una velocidad

inconmensurable. De repente está sobre el mar, un mar azul lleno de olas, no abre los

ojos, porque si los abre deja de volar y se cae. Entonces Uno solo puede imaginar que

va volando sobre el mar y sobre una playa llena de gente y de espuma, llena de

sombrillas de colores y trajes de baño amarillos.

Uno sigue volando, pero no abre los ojos, pasa después sobre un bosque, uno de los

pocos que quedan en el mundo, ya saben ustedes cual es, aquel verde e inmenso, el

que tiene un árbol en el límite sur que sobresale por mucho de los demás árboles que

de por sí son altos. Es por esa razón que tanto Uno como yo sabemos que va volando

muy elevado, tanto que pasa rozando las hojas de la rama más alta de dicho árbol.

Uno se espanta por la altura, le da vértigo, pero no abre los ojos, pues si los abre deja

de volar y entonces se cae y se mata.

Después pasa por un desierto, de los que cada vez hay más, es una gran extensión de

arena café, hace mucho calor, “Sería mejor regresar de noche” dice para sí Uno.

Entonces hace un cambio abrupto y se dirige a las montañas, pasa cerca de la nieve,

llega a esa zona de montañas frías y azules. “Espero no enfermarme por los cambios

de clima” dice Uno pero no abre los ojos, porque, bueno ya saben ustedes porqué.

Después decide darle una utilidad a su viaje, vuela y vuela más, hasta que llega a la

casa de Ella, desde la estera voladora se ve su balcón, la puerta de su cuarto está

abierta, pero antes de entrar, Uno recuerda que a esa hora ella está en el pueblo de

lámina cuidando de los animales y sale disparado hacia Ella. Hace tiempo que no la

ve, no sabe cuanto, pero sabe que más tiempo del que podría considerarse poco.

Llega y efectivamente en el pueblo de lámina está Ella, bajo la sombra y sin

descansar. Entonces comienza perder velocidad y altura, ya cuando está cerca abre

los ojos, lo que hace que la alfombra voladora invisible desaparezca y entonces Uno

cae por las ramas de un liquidámbar y por fin, por primera vez, toma una mirada al

final de su viaje, pues Uno está destinado a viajar sin mirar. Pero ahora, al final, ha

mirado y sus ojos se han dirigido directo a Ella. Pero Ella no voltea hacia arriba,

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además Uno es muy pequeño y no se distingue muy bien entre las ramas donde está

atorado porque lleva puesto el traje verde.

Uno comienza a tirar piedritas en la lámina. Ella escucha el ruido y voltea hacia arriba,

sus ojos alcanzan a ver a Uno y tienen el mismo efecto mágico que siempre han

causado los ojos de Ella al posarse en él. Uno se empieza a hacer transparente y es

teletransportado por la mirada de la chica. Vuelve al lugar donde empezó su viaje, es

decir aquí junto a mí, me ve un poco decepcionado y se sienta resignado junto a los

libros que tengo regados en el escritorio.

-Ya sabías que esto pasaría si la ibas a ver- le dije –No sé para que lo intentas

siquiera.

-Lo sé- añadió el diminuto Uno –Pero así son los amores imposibles.

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… ¿Por qué?… dijo el pequeño Nau, con los ojos llenos de algo que parecían

lágrimas…

Tara respondió, como sólo ella podía hacerlo… y lo besó…

 

Despues disertó un poco… Nau… le dijó… el futuro no existe Nau… por eso te digo

que vivamos el presente y sí, este beso es el último… es el último de este presente,

pero nadie dice que no te voy a volver a besar en el próximo segundo…

 

… Sin embargo el próximo segundo pasó, incluso pasó uno más, y Tara no besó a

Nau, y él cada vez más confundido y desesperado, seguía pidiendo una explicación

… ¿Por qué?… volvió a replicar Nau…

Tara contestó… los dos vamos volando hacía el sol y los dos llegaremos, solo que

ahora tú vuelas más alto que yo, más rápido que yo, más ágil que yo, y no debes

ayudarme, no debes retrasarte, porque eres más débil Nau, por ese debes ser veloz,

yo podré soportar más tiempo con estas alas rotas volando poco a poco…

… Pero ¿por qué?… imploró Nau casi desgarrándose…

… Nau debemos detener esto… soltó Tara…

… Nau cayó y calló… silencioso, en el suelo, buscaba entender la sabiduría confusa

de esa despedida…Tara remató antes de dar la vuelta e irse… Detener esto Nau, no

significa que después no podamos volver a echarlo a andar… entonces se puso de

rodillas junto a él y con su dedo índice hizo tres puntos en el suelo uno junto del otro…

…¿Ves estos puntos suspensivos Nau?… Preguntó Tara… Nau alzó la mirada un

poco y miró sin entender lo que Tara había escrito en el suelo… Estos puntos

suspensivos son la promesa de que nuestra historia continuará…

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Doble baño

Era sábado, por experiencias de mi vida pasada, este día había pasado de ser mí día

favorito de la semana, a un día que pretendía olvidar y pasarlo desapercibido, aquella

ocasión no se pudo, yo tenia muy presente que se trataba de un sábado, <<ayer fue

viernes, mañana será domingo, así que hoy es sábado>> no paraba de pensar en

aquel momento.

Acababa de hacer mi sesión de ejercicios que me haría tener un cuerpo de portada del

“Mens Health”, cuatro series de 58 lagartijas, 58 abdominales, 58 lumbares y 58

sentadillas, que hacían un total de 232 repeticiones de cada ejercicio; lo cual en mi

particular punto de vista era más que suficiente.

Llegué a mi cuarto contento, satisfecho, orgulloso, con fe renovada. Más temprano

había tenido que salir rápido a buscar a un señor llamado Rubén, pero que por no

tener tan buena memoria había pensado que se llamaba Ricardo o Rodrigo, pero no

Rubén. Un día antes, el viernes como se puede constatar en cualquier calendario

cabal, también había buscado a Ricardo o Rodrigo en el almacén del centro, pero sin

éxito alguno, pues no lo había encontrado. El sábado volví a ir en busca de Rubén, él

tenia el teléfono celular que había extraviado el día del cumpleaños de una amiga que

me traía embelesado y sonriente y a la cual le había regalado un pedazo de madera.

El celular lo había perdido antes de llegar a la fiesta, por llamar de un teléfono publico

de esos a los que se les echa monedas. Cuando llame a mi teléfono perdido, horas

después, Rubén (como ahora recuerdo que se llamaba) me dijo que me lo devolvería;

por eso el sábado volví a ir al centro.

Lo encontré rápido en el almacén, en seguida me atendió. Yo estaba corto de efectivo

como para ofrecerle una recompensa, pues un día antes había dilapidado una gran

cantidad de dinero en las apuestas, así que cuando me entregó el teléfono, le agradecí

con un gran apretón de manos y le dije algo así como

-De verdad muchas gracias, ya quedan muy pocas personas como usted.

Él contestó con una sonrisa -Ya muy pocas.

Camino a mi casa me sentía contento, creía en la esperanza y en la buena fe,

pensaba en ayudar a la gente, en dar discursos sobre ética familiar y en el trabajo, en

la próxima cumbre universitaria que se celebraría en la ciudad, y de la que yo formaría

parte.

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Pues bien, más tarde, cuando salí de mi cuarto después de mi sesión de ejercicios

para tener el cuerpo de Brad Pitt. También salí contento, ya que en casa estaban mis

hermanos mayor y menor, entonces ellos podrían adular las mejoras físicas de mi

musculatura y yo podría sonreír y pensar con orgullo <<A huevo.>>

Salí del cuarto en calzoncillos, para darme un baño. En casa hay dos baños, uno en

cada planta, pero los chorros de agua que salen del de la planta alta, son tan

irregulares que preferimos usar solo el de abajo.

Me decepcioné un poco, cuando al entrar en la cocina, en lugar de escuchar

adulaciones a mi cuerpo, lo que escuche fue algo así como:

-¿Te vas a bañar Korki?- Era mi hermano menor el cual piensa que la mejor manera

de estar en casa es completamente desnudo a toda hora. Yo, tratando de no mirar su

miembro colgante, le contesté que sí y entonces él me replicó.

- No mames yo también y además ya estoy encuerado.

Situación que no es rara pensé, así que no me pareció problema decir.

-Pues te esperas a que yo acabe- él se abalanzó sobre una toalla con el dibujo del

“hombre araña” la única que estaba en la planta baja por lo que no me quedaba opción

más que ir a la planta de arriba por otra toalla, dejando a merced de mi hermano el

baño de abajo, yo recordando mis principios, éticos recién exaltados le dije en un tono

seco.

-Haz lo que quieras.

Pero antes de subir fui al baño de abajo tome el shampoo verde sin acondicionador y

subí, dejando uno que sí contenía acondicionador en ese baño.

-Déjame tantito aunque sea- me pidió mi hermano en tono de amenaza y súplica

mientras pasaba con el shampoo, pues al igual que yo, él detesta los shampoo dos en

uno, pero yo repuse razonablemente.

-Ahí hay del otro.

Encontré dos muy buenas razones para tomar yo ese shampoo; una, yo lo había ido a

traer a la tienda, y dos, mi hermano se rapó hace poco y su cabellera se reduce a unos

pequeños tronquitos que van brotando.

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Cuando subí la escalera, él ya había comenzado a bañarse, así que entré al otro baño

(el de los chorros irregulares de agua) y con impotencia decidí bañarme ahí, me

deshice con un ágil movimiento de piernas del calzoncillo, abrí la llave a toda su

potencia, contraje mi cuerpo para recibir el golpe del agua, espere los siete segundos

reglamentarios y entonces admití mi derrota. En aquella regadera ya no había agua,

por fin se había terminado de descomponer.

Así que me fui a mi cuarto, espere desnudo leyendo a Ibangüergoitia y cuando mi

hermano terminó de bañarse, me dirigí hacia la otra regadera, decidido, fiero y con la

frente en alto, y al pasar junto a mi recién bañado hermano, él me dirigió una

espeluznante mirada y concluyendo que no me había bañado por verme todo seco,

dijo – ¿Para eso te llevaste el shampoo?- y remató –Eres una mierda.

Y mi ética y valores recibieron un duro golpe que los puso en la lona. Fue terrible en

un solo día, enaltecer mi sentimiento de filantropía para que después se desplomara

por el reproche justificado de mi hermano, en un solo día, en sábado.

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Page 15: Cuentos Severos

I mean it

-Digamos que te digo felicidades solo porque es tu cumpleaños- dijo Cosme -¿Incluso

así contaría?

-Depende- respondió Nicolette -¿deseas que sea feliz sólo hoy?

-No- se apresuró a contestar él -Quiero que seas feliz siempre.

-Entonces sí cuenta- remató ella y sonrió.

-Entonces feliz cumpleaños.

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Uno

La nieve caía en el patio de mi casa, aquella era la primera vez que veía una nevada,

pero no era como la había imaginado ni como sale en las películas de navidad: blanca,

suave y reluciente. Era, más bien, una nevada triste, daba la impresión de que lo que

caía era ceniza solidificada, pues la nieve tenía un color gris lodoso y cubría todo mi

césped de un tono marchito e infeliz, aquel era en ese momento el jardín más infeliz

del mundo.

Yo estaba sentado en la verja de mi casa, no tenía nada de frío a pesar de que solo

traía puesta la playera de una banda de rock británica y los pantalones rojos, esos que

son de una tela muy delgada. Mis brazos desnudos no temblaban ante la precipitación

del tiempo y los pequeños vellos no estaban erizados y atentos, sino alisados,

dormidos e indiferentes ante la gris nevada y la temperatura bajo cero.

Max se me acercó para que lo acariciara, él, a pesar de su pelaje abundante, estaba

pasando mucho más frío que yo, se acurrucó a mi lado por un rato, después algo

llamó su atención y comenzó a ladrar.

-¿Qué tienes Max?- Le pregunté extrañado pues en los 11 años que lo conozco han

sido contadas las ocasiones en que ladra, pero la que respondió fue una voz

pequeñita, atrayendo mi atención.

-Buenas tardes- se escuchó en el patio –por favor no te asustes.

Efectivamente no me asusté aunque al voltear no había nadie.

-Estoy acá abajo- se escuchó nuevamente así que incline mi mirada y entonces lo vi,

un punto verde que sobresalía entre la alfombra gris de la nieve. Se aproximó, primero

había pensado que era un grillo, pero cuando estaba más cerca noté que era un

hombrecito que caminaba rápidamente hacía mí.

-Hola- saludé un poco desconcertado –eres muy pequeño.

-Sí lo sé, pero eso no tiene importancia o ¿sí?- preguntó él y en sus pequeñas

facciones noté como ponía toda su esperanza en mi respuesta.

-No, claro que no, ¿quieres subir?- le dije al mismo tiempo que ponía la palma de mi

mano para que se trepará en ella.

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El pequeño medía mas o menos un centímetro y medio. Iba vestido con un traje color

hierba verde y tenía un gorro color blanco para cubrirse del frío; todas sus partes eran

humanas y bien proporcionadas a excepción de su cara afilada y sus ojos pequeños.

-No soy mágico- dijo él un poco melancólico –caí aquí con la nieve, no tengo nombre,

hogar ni comida, pero si tú me das todo eso, yo me quedaré contigo, viviré en tu jardín

y después tendré magia.

Sonreí, y después le argumenté al pequeño.

–No quiero ser tu dueño ni que tú seas mi esclavo- él sonrió y la cara se le iluminó con

un tono rosa –Además me parece que ya eres mágico- concluí. El hombrecito sonrió

aún más y el brillo rosa se acrecentó.

Lo deposité de nuevo en el suelo, fui por un cacahuate de la bolsa que tenía en la

camioneta, me le acerqué al diminuto ser, se lo di a comer y le revelé la noticia que

estaba esperando.

-Desde hoy vivirás en el jardín, donde más te acomodes haremos una casa con puerta

y ventana- él comenzó a ponerse más rosa del júbilo así que agregué después de

pensarlo un momento- tu nombre será Uno, porque eso eres, eres uno.

Él ya no cabía de gusto y comenzó a dar brincos de jolgorio mientras gritaba “¡Uno!

¡Uno!”.

La nieve comenzó a cambiar su tono, pasando del gris al blanco y del blanco al

rosado, yo tuve que ir por un suéter, unos guantes y una bufanda, pues de repente no

soportaba el frío.

Ese invierno, entre los dos y con un poco de ayuda de Max, construimos su hogar

sobre el césped de mi jardín, a la sombra de una bugambilia que siempre florea en la

primavera. Aquel era entonces el jardín más feliz del mundo.

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La espantosa cruda de Severo Gonzáles

El doctor Alegre Limón ya sabía que sería un mal día, solía hacerle honor a su nombre

solo a medias, porque era de carácter agrio, chaparrito y redondo, pero en muy

contadas ocasiones sentía verdadera alegría.

Aquel sábado lleno de viento tenía el presentimiento que no sería un sábado alegre.

Su enfermera, Juliana Balam, se lo confirmó.

-Doctor- le informó mientras entraba al consultorio, donde Alegre Limón escribía una

carta para su madre que vivía en Cholula –Allá afuera está don Severo-

El doctor Alegre Limón era un hombre de pocas reacciones, esa vez le costó trabajo

ocultar su descontento.

-Ahora que quiere ese desgraciado- exclamó.

-Quién sabe, pero se queja mucho y apesta a borracho- le respondió Juliana Balam.

-Pues hazlo pasar, ya que le hacemos, al mal paso darle prisa Julia- dijo el doctor

resignado, mientras volvía a su carta.

Segundos después, Severo Gonzáles entró al consultorio, llevaba una cara pálida y

verde, iba tembloroso, apestaba a ron de caña y a comida podrida, en lugar de saludar

al doctor se fue directo al baño con cara de espanto, tapándose la boca e inflando los

cachetes, pero no alcanzó a llegar y vomitó el piso y la puerta del privado del doctor

Alegre Limón.

La enfermera Juliana Balam puso cara de asco, mientras el doctor Alegre Limón, más

acostumbrado a ver las aguas intestinales de la gente, guardó la compostura.

-Siéntese Severo ¿qué le sucede?- le dijo al corpulento hombre que se sostenía de

una bascula mientras recuperaba el aliento y se limpiaba la boca con el brazo velludo.

-Jijo e la chingada doctor- empezó Severo Gonzáles -ora sí me anda cargando la

madre.

El doctor, se paró para auscultar a Severo Gonzáles pero antes de llegar se detuvo y

le preguntó.

-¿Tomó usted anoche verdad Severo?

- Esque me pelie con mi vieja doctor- contestó Severo Gonzáles.

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-Julia has favor de dejarnos solos- le pidió el doctor a Juliana Balam que salió al

instante del consultorio mientras le decía “Claro doctor”.

Severo se sentó sin quitarle la mirada de encima a la joven enfermera mientras salía y

exclamó cuando estaban solos.

-Ah que pinche doctor don limón, ya le caí, si está rebuena la cuera que tiene aquí-

terminó al mismo tiempo que se carcajeaba y se quejaba un poco por su malestar.

El doctor ignoró el comentario se acomodó en su silla y le indagó.

-A ver Severo, ahora sí cuénteme, ¿Qué pasó?

-No doctor, va a ver, es que la Malia, se encabronó conmigo porque le conté que me

había ido a un putero- respondió Severo Gonzáles.

- ¿A una casa de citas?- indagó el doctor Alegre Limón un tanto incrédulo.

-No osea, no con las putas. Ahí donde se encueran bailando, osease que me jui a ver

pelos- agregó Severo Gonzáles.

-¿Y usted quería que su esposa no se enojará?- reprobó el doctor.

-No, pero esque usté no me está entendiendo doctor, eso del teibol jue ya hace años,

cuando yo todavía estaba soltero.

-Ah- dijo el doctor comprendiendo un poco –entonces no es tan grave.

-Pus es lo que yo digo, pero el caso es que nos peliamos doctor y ahora traigo una

desgraciada cruda que jijo e la chingada no la aguanto, déme algo.

El doctor, examinó con la mirada a Severo Gonzáles, después de quedarse un rato en

silencio, le recetó un suero y unas pastillas de paracetamol.

-Váyase a descansar Severo- dijo el doctor mientras le daba su receta.

-Ta güeno doctor, gracias y ahí la vemos, me lo anota a la cuenta- expresó Severo

Gonzáles mientras se levantaba y soltaba una pequeña risa acompañada con tos.

El doctor Alegre Limón miró a Severo Gonzáles alejarse y no resistió la curiosidad de

hacerle una última pregunta.

-Oiga, Severo, ¿y a dónde se fue a tomar anoche?

Severo Gonzáles se detuvo y observó con altanería al doctor Alegre Limón.

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Page 20: Cuentos Severos

-Pues nomás de muino me jui a meter de nuevo al putero y pos ahí me empedé- dijo

mientras soltaba otra risotada y se daba la vuelta.

Ya en el camino a la salida después abrir la puerta del consultorio Severo Gonzáles

casi gritó.

-¡Pa que se enoje con provecho la cabrona!- terminó de decir segundos antes de

vomitar de nuevo en la planta que adornaba la sala de espera.

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Page 21: Cuentos Severos

La pequeña hoja cayó del gran árbol

No había soplado el viento todavía, pero desde nueve metros de altura, el más leve

suspiro bastaba. Era la primera noche despejada en meses y el brillo lunar se veía

acompañado de miles de puntos titilantes que contrastaban en la acuarela negruzca

que tenemos por oscuridad.

Tenía miedo, a cualquiera le daría vértigo, sus cinco puntas temblaban cada vez que

se escuchaba un silbido. Había muchas como ella, cada una única a su manera,

grandes, cuadradas o deformes y todas compartían el mismo destino, la misma suerte

para unas y otras. No había nada que ella pudiera hacer, tarde o temprano tendría que

caer y sucedió.

Una ráfaga lejana y gélida de 45 kilómetros por hora pasó rozando el coloso de 200

años de antigüedad, ella sintió la sacudida y el jalón por el golpe del viento, notó como

sus extremidades dejaban de obedecerle para ser manejadas por el segundo

elemento.

Resistió cuanto pudo, gritó, imploró y se aferró con todas sus ganas para seguir unida

al gran árbol. Pasaron cuatro segundos, fue un tiempo amorfo, cada instante pareció

detenerse y dilatarse para que ella pudiera decir adiós, en cada una de sus

terminaciones nerviosas, en toda su superficie, en todas sus membranas y sus

conductos sintió que su vida cambiaba, sintió como dejaba atrás todo lo que alguna

vez había conocido, para ir a parar, a quién sabe que carajos, nueve metros hacia

abajo. Eso aterra.

Cuando el cuarto segundo dejó de ser eterno, la frágil y verde rama que la sujetaba

cedió, se partió de derecha a izquierda en 22 secciones asimétricas en forma de

dentadura y la pequeña hoja quedó a la deriva desafiando al mundo y a sus leyes que

nos hacen caer.

Era muy pequeña, todavía tierna y rebosante, con unas líneas en las cuales no se

podía leer ni el amor ni la fortuna y estaba sola. Pasaba de ser una parte, a ser un

todo, no tenía a quien aferrarse, muy en su interior quiso llorar, pero respiró profundo,

por primera vez para si misma y esperó a estar en el suelo, entonces y solo entonces,

cuando estuviera en el suelo, lloraría.

Su recorrido fue lento y pausado, se encontraba suspendida a su merced, tenía que

acostumbrarse a su nueva condición de independencia suprema, después, quizás más

importante, utilizar esa nueva autosuficiencia para que la caída no resultara fatal.

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Page 22: Cuentos Severos

Estiró sus puntas lo más que pudo, realizó un movimiento ondulatorio de izquierda a

derecha y después de derecha a izquierda, imitando al péndulo y empezó a bajar

lentamente. Pensó que lo tenía resuelto, un breve momento de tranquilidad la invadió,

y menosprecio la preocupación que había sentido por la caída. Aún le dolía no estar

en el árbol, pero ya que se las había arreglado bien al caer, no habría problema.

Sin embargo hecho una mirada hacia abajo y la distancia que aún tenia que recorrer la

abrumó, se distrajo y el peso de lo que quedaba de su tallo hizo que se inclinara y

comenzó a girar sobre su propio eje, muy rápido. Caía de manera diagonal y

precipitada, se asustó, las imágenes que le llegaban eran confusiones de un mundo de

360 grados: la cerca del antiguo potrero y al siguiente instante la calle empedrada del

otro lado; el poste de luz que cada noche se apagaba y la luna rodeada de estrellas.

Más y más imágenes llegaban a su mente y ella girando: los autos de la avenida, la

escuela vecina, las luces de las ventanas, el búho parado en la séptima rama de un

pino. Todo en ráfagas que duraban microsegundos sin la certeza de cuales pasaban

primero y cuales después. Comenzó a marearse, se encogió de temor y esto hizo que

su velocidad aumentara. Aunque no iba ni a la mitad del camino, si chocaba contra el

suelo así de rápido, seguro no quedaría mucho de ella.

Se alejaba longitudinalmente con su incesante rotación, su respiración se agitó, su

cuerpo se lleno de escalofríos, su verde se hizo más pálido y la fragilidad de sus

puntas se multiplicó.

Entonces hubo un nuevo viento, este era también gélido, más que el anterior, pero era

lentísimo, y con mayor densidad, ella logró aferrarse un poco a la corriente de aire y

sus giros y caída disminuyeron hasta flotar delicadamente a la mitad del recorrido al

piso.

Se mantuvo suspendida en ese aire espeso, por un segundo no hubo movimiento,

estaba sin emociones, sin alegría, sin tristeza, sin preocupación, sin bienestar, vacía

pero limpia, la paz la invadió. Era, se imaginaba ella, similar a morir, pero solo duro por

un segundo, la naturaleza se reordenó y como es natural para una pequeña hoja, se

movió a través del aire otra vez.

Su nueva caída era lenta pero constante, a esa velocidad no tardaría en estar en el

suelo. Era como ver hundirse un barquito de papel, en un charco de denso aceite.

Rememoró el único otoño que había vivido en lo alto y la emoción de ver a los niños

que saltaban sobre una pila seca de sus hermanas que habían tenido también la

desgracia de caer… o la fortuna.

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Page 23: Cuentos Severos

Veía lejana su antigua rama, por primera vez sintió nostalgia de las mañanas de rocío,

de platicar con la catarina que la visitaba cada cuarto día. Pero lo que más añoraba

era la expectación que le producía cada día, la latente posibilidad de caer, era algo

que sentía desde que se asomó a la primera tarde de su vida, eso se había esfumado,

ya no podía esperarlo.

Sentía que no podía esperar nada ya, no era semilla, no era flor, era una hoja y no una

medicinal. Resultaba tan poco útil que se resignó y aceptó su final, siguió cayendo sin

oponerse, dejó que su temor venciera y su lucha acabó. En línea recta se abandonó,

sin balanceos ni zig zags, como si se tratara de un objeto al vacío, de un saco de

cemento que caía taciturnamente.

Se encontraba muy cerca ya del suelo, miró a la derecha, primero de reojo y luego

atentamente y ahí estaba, el tronco de su árbol, nunca lo había visto antes. Al mirar a

su creador, al que la había hecho crecer, al estar cerca del corazón del árbol, de su

propio corazón, se sintió más pequeña pero maravillada, se sintió diminuta ante la

inmensidad de la verdad natural.

Un nuevo viento, uno tercero, suave y cálido la tocó, la desplazó hacia el lugar al que

ella miraba, así que aquel fuerte y antiguo tronco se acercó, haciéndola sentir

invencible, no se dio cuenta de que su movimiento había sido diagonal y la ponía a

diez centímetros del suelo.

Cuando lo notó, como si pudiera manipular a voluntad la gravedad trató de no caer, en

un intento desesperado, trató de volver al tronco que tenía tan cerca, se estiró hacia

arriba con todas sus fuerzas, estuvo a punto de partirse y entonces, llegó el final. En

un movimiento repentino cayó al suelo y quedó estacionada sobre un montón de

piedritas a medio metro de su árbol.

La pequeña hoja tendida en el suelo atemorizada, olvidaba, como olvidan todos, la

gran cantidad de cambios a los que se había adaptado con éxito, sin importar tamaño

y condición. Seguramente también olvidará cuando acepté su nueva condición y deje

atrás la antigua.

Seguramente nosotros también lo olvidaremos y una vez más tendremos miedo.

Los peligros de la banca

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Page 24: Cuentos Severos

<<¿Porqué no tengo superpoderes?>> pensé, quería acelerar el tiempo y así evitarme

la insufrible espera.

“En un momento le atendemos don Korki” me había dicho Catalina Rebolledo, la

amable y encorvada empleada de mi banco. Por supuesto no me atendió en un

momento, la tardanza de las transacciones que se realizan y de los ancianos que

cuentan su dinero como si fuera una operación a corazón abierto, hizo que fueran más

bien muchos momentos.

Así que ahí estaba yo, soportando el calor de las dos de la tarde, entre oficinistas que

cargaban bolsas con billetes de a veinte y maestros que llevaban seis meses en

huelga y se presentaban a cobrar su quincena con puntualidad.

Yo iba a hacer una transferencia interbancaria para mandarle un dinero a mi primo,

Martín Cardeti, al que otra vez se le había acabado el dinero para los pañales.

Estuve esperando un buen rato, hasta que el calor, aumentado por el amontonamiento

de gente, empezó a hacerme cavilar pensando en nimiedades y cosas sin importancia.

En una de esas vueltas de mi mente, mientras observaba los grandes ventanales que

iban del piso hasta el techo un pensamiento me asaltó.

<<¿Habrá alguien que no note los ventanales?>> comencé <<Sería algo muy bueno

de ver, alguien que vaya directo al vidrio y se pegue en la frente por andar con prisa>>

fue el resto de mi reflexión.

Entonces lo vi, una niña de unos cuatro años se soltó del brazo de su mamá que

concentrada, contaba un fajo de billetes. La niña avanzó con un trotecito pintoresco

para salir del banco tratando de atravesar el ventanal, que cumpliendo con las leyes

de la física, la devolvió al suelo con un chichón acomodado en la frente y un llanto

loco, que hizo que su madre saliera corriendo a recogerla y perdiera la cuenta que

llevaba.

Yo me sorprendí un poco, a veces me gustaría tener superpoderes y otras veces no

me doy cuenta de lo poderosas que son las casualidades de la mente.

El resto de tiempo de espera, lo utilicé para escribir esta historia en la parte de atrás

de una ficha de depósito.

Nieve negra

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Page 25: Cuentos Severos

En el mes de marzo, al llegar la primavera, todo el entorno de la región de la Boca del

Monte cambia abruptamente.

Es la época que don Foncho Cortina más disfruta. El calor del cuarto donde tiene su

alambique llega casi a 50 grados centígrados, cuando él atiza la leña para darle el

punto adecuado a su famoso aguardiente “siete pasos”. Algunos cuentan que ese

nombre lo inventó la primera vez que destilo su bebida, que “El chicotín” se

emborrachó con ella y tras dar siete pasos, cayó tendido sobre la yerba.

Don Foncho Cortina mete en garrafas de a 20 litros su “siete pasos” sale al atardecer

soleado y ve como el cielo comienza a llenarse de diminutos papelitos oscuros que

coquetos revolotean con el aire, entonces don Foncho sonríe y suspira por este

fenómeno de la naturaleza humana.

Cada tarde del mes de marzo, cuando Paulina del Muro va por el azúcar, se queda

media hora a disfrutar de los partidos de basquetbol femenil que se llevan a cabo en la

cancha municipal. Dos de sus hijas juegan ahí.

La viuda señora, se queda mirando con un poco de admiración y un poco de burla, las

piernas diminutas de las muchachas de la secundaria, que juegan hasta estar

cansadas entre las risas de sus compañeros, la mirada morbosa de los rabo verdes y

la caída de las hebras prietas de cabello vegetal, que descienden cual guirnaldas,

animando su juego.

Entonces Paulina del Muro, un tanto feliz y un tanto nostálgica, mira el cielo y al verlo

atascado de lunares a las cuatro en punto, recuerda con cariño a su esposo que

también jugaba al basquetbol e iba por el azúcar.

Cada año al terminar el invierno, en la hora de más calor Josesito Martínez, sale a

jugar a la guerra con sus amigos, corren por entre los patios vecinos, usando unas

cañas como rifles y gritando “pum, pum, pum”.

El cielo les brinda el maquillaje perfecto para condimentar su imaginación, les da

lentamente la pintura color carbón que, Josesito y sus amigos, toman con sus

infantiles manos y la usan para pintar marcas de guerra bajo sus ojos, como han visto

hacer a los guerreros de Samoa.

Entonces Josesito, al disfrutar un dulce de piloncillo después del juego, mira las caras

de Arturo Ángel y “el Becerro” y divertido ríe ante la chusca expresión de los pequeños

guerreros pintados de negro.

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Page 26: Cuentos Severos

Todos los años, después de febrero, la casa de Chilolo Plancarte se llena de

tranquilidad, porque saben que la comida no faltará y que el señor de la casa, tendrá

trabajo de chofer asegurado por varios meses.

Al avanzar con su camión “torton” cargado hasta el tope, Chilolo Plancarte piensa en

su familia y en las otras decenas de familias cuya economía depende de la carga que

lleva a entregar al ingenio “el ejemplo”.

Entonces Chilolo sonríe al mirar la carretera oscurecerse aún más, con las sombras

que gratuitamente caen de las nubes, escarchando la autopista.

Los marzos de cada año, Bartolo Peña, repite el mismo ritual. Temprano sale con un

calabazo de agua y otro de café y después de un rato de trabajo, su esposa Consuelo

o su hijo Toño, le llevan el lonche para que almuerce. Él comparte con sus

compañeros cortadores un poco de la comida hecha en su casa y después vuelven al

trabajo para cargar los rollos.

Mientras acarrean la cosecha lleno de sudor y tizne, Bartolo piensa en su infancia,

cuando también él llevaba de comer a su padre que se dedicaba a lo mismo.

Es cuando Bartolo Peña sonríe, al observar al viento elevar los mensajes azabaches

que se van por los aires para esparcirse por toda la zona.

La zafra está en su punto en el mes de marzo por toda la Boca del Monte.

La nieve negra cubre entonces toda la región, no baja la temperatura y lleva a muchas

familias buenas razones para sonreír.

Lluvia de ciudad

Llueve, mas por mi ventana abierta no entran las gotas.

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Page 27: Cuentos Severos

Aquella hija de la vecina de enfrente, me ha arruinado el día soleado con un cubetazo. 

Juntos

<<Es un peligro>> pensó Épsilon, pero no se fue de ahí, estaba maravillado con la

espectral presencia plateada de ojos asustados que lo miraba desde abajo.

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Page 28: Cuentos Severos

Él se acerco, no quería hacerlo, pero no pudo detenerse, no pudo hacer más que

dejarse caer bajo el hechizo licantrópico, milenario y perecer ante el más básico de los

castigos de la humanidad…el sexo.

Ambos en una maraña de extremidades sin sentido, escenificaron al fin aquel

desenlace tan esperado, que los dioses imaginarios sabían que iba a ocurrir desde

que decidieron no escribirlo, explícitamente, en el guión que habían entregado a los

hombres.

Épsilon y su nueva acompañante sin rostro, poseían ahora un secreto que los haría

inseparables y al mismo tiempo incompatibles para estar juntos. 

Proctólogo

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Page 29: Cuentos Severos

El transporte público es una mierda, particularmente en esta ciudad llena de tráfico,

baches y distribuidores viales.

Sin embargo a veces se puede disfrutar un viaje horrible en autobús urbano, pues

también se encuentran cosas interesantes entre la mierda.

Supongo que es por eso que los proctólogos llevan una vida tan interesante, una vida

entre la mierda y los culos. Una vida colonizada.

Uno pensaría que las manos prominentemente pequeñas son importantes en los

cirujanos, para poder maniobrar entre nuestras tripas y luego cerrar bien las incisiones

sin dejar sus relojes adentro; pero son mucho más importantes unas manos chicas en

un proctólogo. Piénsenlo bien.

El mío es un hombretón ancho de espaldas, con manos como guantes de béisbol,

grandes y peludas, de dedos anchos y protuberantes llenos de bordos y callos. Había

trabajado en un aserradero para pagarse la escuela de medicina y luego en una

herrería para pagarse la especialidad.

Hoy fui a mi primer examen de próstata, tomé el transporte público y después de la

sesión, aquel tipo me ha dejado un orto amplio, como la boca de un ávido fumador de

puro.

Mi consuelo es que a lo mejor no sufra de estreñimiento por un tiempo, si así fuera

talvez debería programar más seguido las visitas al proctólogo, pues soy muy

cacadura.

No es que disfrute estar encajado del recto por el dedo cordial de un hombre que

sobrepasa los 1.90 metros de estatura; ni lo disfruto ni lo anhelo, justo ahora lo estoy

pasando jodidamente, justo ahora que voy de regreso en el puto transporte público

sobre estas calles llenas de baches, lo cual es una mierda porque me duele el culo. 

Blur

No pude verla con exactitud, pero la observé, es decir, lo mejor que pude; posé mi

mirada enfocando mis ojos de oriental en su silueta húmeda, borrosa y llena de salitre.

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Page 30: Cuentos Severos

Se fue y no pude decir nada, ni siquiera pude decirle cuanto me gustó. No sabría yo

mismo que tanto fue.

No debí olvidar mis lentes.

¿Cómo no iba la luna a estar enamorada de ti?

Juro que es verdad, aunque para ustedes mis juramentos no valgan tanto.

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Page 31: Cuentos Severos

Yo la vi, una sola vez y bastó. Aquella era una noche con pocas nubes y sin viento, iba

de paso por aquel pequeño grupo de casas de techo alto y una sola planta, el poblado

se llamaba Epel, era viernes, era 4 de mayo y una media luna iluminaba los rojizos

tejados de aquellas 19 casas.

El ambiente era glaciar, caluroso y azul. Los epelienses estaban reunidos en la

pequeña plaza, cuyo centro era un kiosco de madera en el que tocaba una orquesta

de viento, formada por dos clarinetes y una flauta dulce, pero la gente no estaba ahí

por la música, estaban esperando el milagro de cada noche, un momento que yo no

concebía que existiera, un momento esplendoroso y lleno de intensidad astrológica.

La luna, según me contaron en la primaria, tiene distintas clases de movimientos, uno

de ellos es el de traslación, lo hace alrededor de nuestro planeta, en una forma elíptica

y constante, algo así como un tren de juguete con pila interminable. Otro movimiento

es el de rotación, la luna gira sobre su eje, como un trompo, al girar junto con la tierra

nunca vemos su cara oculta según nos contó Pink Floyd. Existe pues un tercer

movimiento de la luna, ese movimiento es causado por ella: Cira.

Yo caminaba a unos 500 metros de la placita, cuando la vi pasar al final del andador,

cabizbaja y meditabunda, llevaba el cabello sujeto en una coleta, tenía un vestido

blanco con grandes puntos azules que le llegaba a las rodillas, con pequeños escotes

en el frente y en la espalda, zapatos negros de colegiala y su piel… a ciencia cierta

nunca lo supe, de hecho no estoy seguro de que su vestido era blanco, Cira brillaba.

Su sombra era más larga que la sombra de todos los demás, su piel tenía un reflejo

luminoso que no se podía explicar, fue cuando yo también comencé a segurilla.

Fui detrás de ella durante un rato, conservando mi distancia, guardando silencio,

enamorado de ella, yo se que no me creerán, pero es imposible no amar a esa mujer.

Caminé cerca de ocho cuadras sobre calles blanquecinas y decidí apretar el paso.

Cuando la emparejé, íbamos frente a un montón de terrenos desolados y sin casas,

había un pozo de barandal bajo, que reflejaba la luz de la luna, ¿o la luz de ella? Yo

estaba justo detrás, oía su corazón palpitar rápida y aleatoriamente, como si no

siguiera ritmo alguno, decididamente me puse a su lado pero no pude iniciar la

conversación, no sabía que decir, no había pensado en eso, solo la contemplaba y la

amaba, como los niños contemplan a los papalotes. Mi mente había eclipsado, nada

interrumpiría ese lapsus de entrega y encanto, excepto ella, y lo hizo.

-Mi nombre es Cira- susurró, y añadió con tristeza -¿Tú también has venido a burlarte?

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Page 32: Cuentos Severos

Su voz decepcionaba un poco y la volvía un poco terrenal, no era una voz celestial,

angélica o mágica, era más bien esquiva, pequeña y desconsolada. No presté

atención a lo que me dijo, solo escuché su timbre, así que permanecí callado, y

después de un suspiro ella reafirmó –Sí, has venido a burlarte de mí-

Por fin hable con extrañeza.

-¿Burlarme? ¿cómo podría burlarme? Eso no existe.

-Sí- dijo Cira iluminada y radiante, pero con su voz triste -Nunca me dejan en paz.

-Yo soy Joaquín- le dije -y no he venido a burlarme de ti, he venido a estar contigo.

-¿Para qué?- me preguntó –¿para qué querrías estar conmigo?

-Para verte siempre- dije en tono seductor, sin pensar mucho.

-¿Igual que ella no?- mientras señalaba con su mano izquierda, el medio óvalo

metálico que yacía en el firmamento un poco inclinado hacia el oeste.

Entonces lo entendí, la luna tampoco podía dejar de verla, nunca se conoció de una

luna tan grande como esa, a pesar de no estar llena. La luna también amaba a Cira.

-¡Vete!- interrumpió mis pensamientos, incrementando su voz en un grito desgarrador,

y corrió hacia una pequeña colina que se alejaba del poblado.

-¡Espera Cira!- grité al mismo tiempo que iniciaba mi carrera tras ella, y entonces me

detuve estupefacto ante lo que miré: la luna se movía en el cielo, corriendo detrás de

Cira. Ella nos llevaba unos 30 pasos de ventaja, yo estaba congelado contemplando

como el astro reinante de la noche, se doblegaba a disposición de lo que Cira hacía,

ella corría desconsolada y la luna la perseguía detrás, esquivando nubes y frondosos

árboles para mirarla y estar cerca de ella; era increíble como la potente luz blanquiazul

surcaba los aires a una velocidad impactante, dejando un halo plateado a su paso.

Entonces caí en la cuenta de que tenía que llegar a Cira antes que la luna, Cira me

llevaba poco más de 100 metros, pero aun podía verla por la luz que ella también

reflejaba, así que corrí. Comencé a recortar la distancia, cuando estaba tiro de piedra

de alcanzarla, Cira se detuvo, después lo hizo la luna ya muy cerca de ella y yo

comencé a disminuir mi paso.

Llegué un tanto agitado, a donde se encontraba la pequeña dama, su cabello estaba

enmarañado en un desorden perfecto y hermoso, cuando me acerqué más ella volteo,

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Page 33: Cuentos Severos

se había detenido por un paredón de piedra caliza de unos 40 metros de altura, hacia

la izquierda seguía la colina que se hacía muy inclinada, y hacia la derecha el paredón

se perdía hasta encontrarse con la ladera del cerro en el que se encontraba localizado

Epel. Pasaba un pequeño arroyo en el que ella estaba parada.

-Cira- pronuncié, al no ocurrírseme otra cosa agregué –Cira.

Ella se desplomó sobre sus rodillas y comenzó a llorar, no dejaba de mirar a la luna,

era un llanto desgarrador, constante, que te hacía sentir la peor tristeza conocida.

¿Cómo era posible que alguien que por mucho merecía ser nombrada emperatriz,

derramara lágrimas de dolor? Cada gota que caía parecía aumentar la oscuridad.

La luna como asustada por la congoja de Cira, comenzó a acercarse lentamente a ella

alcanzando dimensiones inimaginables, ella apretó su llanto y yo comencé a sentirme

triste y enojado. También me acerqué, la tome de las manos, ella inclinó su vista, fue

solo un momento el que me miró a los ojos y me soltó un “ayúdame” susurrando, con

una mirada cristalina y penetrante.

Como embrujado tomé una piedra redonda del arroyo, lo bastante grande como para

descalabrar a alguien hasta la muerte y con un grito de furia se la arrojé a la luna, la

cual ya estaba demasiado cerca. El satélite, al ver avecinarse el proyectil, retrocedió

rápidamente, hasta recuperar su posición habitual en el cielo.

Cira se levantó un poco más tranquila, se acercó a mí que había caído al suelo por la

inercia del lanzamiento, se agazapó frente a mi cara con su vestidito que creo que sí

era blanco y dijo –No olvidaré esto jamás, ni te olvidaré nunca a ti, Joaquín- me dio un

beso entre la mejilla y los labios, se puso de pie, y lentamente siguió subiendo la

colina. Yo me encontraba totalmente embelesado y desconectado del mundo por la

sensación de sus labios rasposos, así que me limité a observar su partida sin hacer ni

decir nada, la luna dudo un momento y después la siguió lentamente, con timidez pero

detrás de ella. Cira desapareció en lo alto de la ladera, y la luna se perdió tras una

nube. No volví a ver a ninguna de las dos.

Desde ese día, a cada instante me imagino a una luna tímida, caminante y al ser más

hermoso de este planeta pensando en mí, para siempre.

La respuesta del idiota

Él era uno de los hombres más idiotas del mundo; de ese mundo raro donde no todos

los hombres son tan idiotas. Ella no era ni de ese mundo, era casi imperceptible,

subliminal, pero omnipresente con su mirada sonriente y pícara.

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No estaban juntos, porque naturalmente dos personas que no son del mismo mundo

no pueden estar juntos. Sin embargo se pertenecían en sus confidencias, uno al otro,

en las miradas cómplices, en las frutas compartidas, en los sentidos viceverzados de

las palabras.

Ella anocheció triste un buen día y él preguntó -¿Qué necesitas?

-Ilusiones- dijo ella.

-Yo quiero ser tu ilusión- fue la respuesta del idiota.

El fugaz debut de Severo Gonzáles

Ese domingo, como cada domingo, Domingo Murillo se despertó con un solo

pensamiento, <<el partido.>>

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Jugaban al medio día en el campo de Mata de Indio, que siempre había sido uno de

los rivales más complicados del torneo de la liga regional de Cotuzco.

Pero aquel día, además, era la semifinal; por lo que no se podía dar ninguna ventaja,

así que llegó temprano para tener tiempo de medir el terreno y pensar bien en la

alineación. Era el séptimo año que era entrenador del equipo de San Martino y aunque

había sido campeón el primer año, ya habían pasado mucho tiempo desde eso y era

hora de refrendarse como ganador.

La mañana, era una típica mañana de fines de noviembre, con frío y esa llovizna que

es como pedacitos de hielo y hace imposible que uno entre en calor si está a la

intemperie. El clima era el peor para un juego de futbol y amenazaba con dar como

resultado un partido ríspido y apretado con poco toque de balón y muchos golpes.

A las 11:50 solo habían llegado 9 jugadores y Severo Gonzáles, que en el sentido

estricto de la palabra también era jugador del equipo. Estaba dado de alto en la liga,

tenía su uniforme talla extragrande con el número 26 y su credencial que lo habilitaba

como parte del “Deportivo San Martino”; aunque en el sentido aún más estricto de la

palabra Severo Gonzáles no era jugador, porque simplemente, nunca había jugado.

Domingo Murillo comenzó a entrar en pánico, si bien era cierto que en el futbol

amateur no se les pagaba a los jugadores, estos sí adquirían un compromiso

ineludible de estar cada domingo en el campo, listos para la disputa. Además Domingo

Murillo no quería verse en desventajas, habían quedado cero a cero en el juego de ida

y sabía que los de Mata de Indio aprovecharían si ellos saltaban al campo con menos

jugadores.

Severo Gonzáles se le acercó entonces.

-Digo tú Mingo ora si me vas a meter ¿o que?- le dijo Severo riéndose, se había

dejado crecer la barba montuna.

Domingo Murillo había considerado esa posibilidad, tendría que jugar el mismo,

aunque por su vieja lesión solo pudiera trotar un poco, eso sí, la técnica no la había

perdido. Pero de eso a alinear a Severo Gonzáles había una gran diferencia, no sabía

que sería peor si jugar con 10 o jugar con Severo.

-Déjame ver Severo- le comentó Domingo Murillo -si no llegan en un rato los demás, te

metemos, mientras le voy a decir al arbitro que nos de los 10 de tolerancia.

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Severo Gonzáles iba con un pantalón vaquero y botas, llevaba una camisa a cuadros

a la que le faltaba un botón en la parte del ombligo, probablemente por su

protuberante panza y una chamarra con forro de borrego. La playera de la selección

brasileña con la que jugaba San Martino la traía enrollada debajo del brazo y el resto

de sus cosas para jugar las tenía en su camioneta.

-Jijo e la chingada- exclamó Severo Gonzáles –se me hace que nos van a goliar, ahí

me dices tú Mingo si entro porque si no ni me cambio, hace un pinche frío muy cabrón.

En realidad Severo Gonzáles solo se había cambiado los primeros tres partidos desde

que empezó a patrocinar al equipo, dos años atrás, después solo se ponía la playera

bajo el brazo y se dedicaba a beber cerveza y mentar madres con la porra, le daba

muy malos consejos a Domingo Murillo sobre que cambios realizar y se metía en las

ocasionales broncas de aquel futbol llanero.

En efecto hacía mucho frío para cambiarse, pero no tanto como para que Severo

decidiera renunciar con la cerveza, trajo un cartón y lo puso en el espacio que servía

de banca, destapó dos cervezas con su diente de plata y le dio una a Domingo Murillo.

El entrenador la aceptó, más que por la sed, para ver si eso le bajaba un poco el

nerviosismo, el equipo de Mata de Indio estaba completo, calentando en el campo, con

su traje a rayas verdes y blancas, además de ser el campeón defensor, traían un

defensa central alto y fortachón con cara de turco al que le decían “El Suave”.

Cuando dieron las 12:05 Domingo Murillo ya no soportó la presión le dio un largo trago

a la cerveza y volteó a ver a Severo Gonzáles.

-Calienta Severo- le informó y aventó la botella que aún tenía un trago de cerveza que

se regó en el césped, luego agregó para uno de sus defensas –ya nos cargó la madre.

Severo Gonzáles un poco nervioso también, al saber que tendría que jugar, empezó a

cambiarse, sus piernas en contraste con su cuerpo eran delgadas y tenían el tono que

obtiene la piel cuando pasa años sin que les de el sol.

Cuando estuvo listo, corrió hacia el campo, lo que hizo que su enorme barriga se

tambaleara hacia arriba y hacia abajo, realizó unos estiramientos que lo hicieron ver

ridículo y pateó el balón un par de veces con la punta del pie. Domingo Murillo llamó a

sus jugadores para acomodar el cuadro, Severo Gonzáles fue el último en llegar.

-Bueno chavos- empezó mientras acomodaba las credenciales en el pasto –échenle

ganas nada más somos 11, no se cansen, hay que tocar la pelota y no dar patadas.

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El equipo se dio palabras de ánimo, Severo Gonzáles se rezagó un poco, se le acercó

a Domingo Murillo, y le preguntó –Digo tú Mingo, ¿y yo que chingaos hago?

-Te vas de delantero Severo, mete un pinche gol- contestó y le dio una palmada.

Severo Gonzáles, sintiéndose motivado con las palabras de Domingo Murillo, corrió a

hacia el centro del campo mientras vociferaba para que todos lo oyeran.

-Ora sí jijos de la chingada, van a ver lo que es un desgraciao delanterón.

Todos rieron un poco ante esa escena, Severo Gonzáles se acomodó espero a que

realizaran el saque inicial y cuando sonó el silbatazo comenzó a seguir el balón como

si estuviera hipnotizado por él.

Cuando había pasado un minuto de juego uno de los hermanos Ruiz, llegó apurado ya

con el uniforme puesto y listo para jugar. Al mismo tiempo Coquis Rivera robó el balón

para San Martino, avanzó recortando rivales, pero cuando se topo de frente al “Suave”

se detuvo; de reojo, Coquis Rivera, miró como Severo Gonzáles corría alocadamente

listo para quedar solo frente al portero. Coquis Rivera le filtró un pase perfecto, Severo

se enfiló, mientras seguía en su descompuesta carrera, se miró solo frente a la

portería, preparó su remate, ante la expectación y gritos del público local y visitante…

y abanicó. El balón pasó de largo y salió, Severo giró sobre su pierna izquierda 180

grados y cayó de espaldas mientras soltaba un pugido y gritaba “Jijo e la chingada”.

El cuantioso público, varios jugadores y hasta uno de los abanderados reían ante la

situación, Severo Gonzáles se levantaba cuando oyó la voz de Domingo Gonzáles.

-Arbitro Cambio- Severo volteó a ver a Domingo sospechando lo peor –Severo, tú

sales; Ruiz, vas para adentro.

Aquello hizo que la risa aumentará y Severo visiblemente enojado salió del campo y se

fue a su camioneta, cuando la arrancaba para irse, le gritó a Domingo Murillo.

-Puto Mingo jijo e la chingada, pero vas a querer que les siga pagando los trajes.

Severo Gonzáles se fue, siguió pagando los trajes del equipo de San Martino otros 16

años más.

Azúcar en la piedra

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Esa noche Hesay salió. 

 

Caminó por las calles superpobladas de gente, paró en la esquina a la vuelta de su

departamento por un té negro sin endulzar, que igual disfrutaría hábilmente mientras

pretendía leer un libro de Beckett. En realidad la lectura era una pose por si ella

llegaba a pasar por ahí. 

Llevaba cerca de hora y media esperándola, y tenía que arreglárselas retrasando la

bebida de su té ya frío, pues en su bolsillo solo tenía 3 monedas, no le alcanzaba para

algo más.

 

De repente la vio, era ella, dos cuadras calle abajo, subiendo por la pendiente de la

antigua calle de la barranca. Era ella no cabía duda, misteriosa siempre, atractiva

siempre, interesante siempre. Iba caminando con soltura y ritmo, movía los labios

cantando una canción, que por la cadencia de sus movimientos podía adivinarse era

“vine a decirle adiós a los muchachos".  Esta vez le dirigiría la palabra, Hesay estaba

decidido, el destino estaba decidido, incluso Alva estaba decidida, decidida a dejarse

conquistar por aquel individuo que solo había visto 2 veces en los últimos 8 meses, y

que parecía jamás poder acabar de leer “Esperando a Godot".

 

El clima sin embargo no estuvo decidido, comenzó a llover, uno de esos aguaceros

que te empapan en un segundo, con gotas gordas, gruesas y grasosas, que tienen

peso específico y personalidad traviesa.

 

Hesay entró en pánico y cometió el error de su vida, corrió hacia Alva tratando de

ganarle con su velocidad a la lluvia y que tontería, porque Alva tuvo que mirar como

aquel hombre, hecho de azúcar, se deshacía a sus pies dejando un río de gránulos y

agua dulce que disfrutarían los bichos la mañana siguiente.

 

Hesay había olvidado, para su desgracia, que las mujeres de piedra no se derriten con

la lluvia.

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