CUENTOS INEDITOS

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CUENTOS INEDITOS ALVARO CUADRA 2003. ES PROPIEDAD INTELECTUAL LA ULTIMA HISTORIA DEL DIFUNTO DON LEONIDAS Al retirar el cadáver los bomberos intentaron esconder ese clavo tieso que acusaba al difunto; fue inútil. Hubo que vestirlo lo más rápido posible con un terno azul a rayas, muy de buen tono, que trajeron desde su casa y dejar el marrueco abierto ante la imposibilidad de domeñar ese garrote yerto e insolente, acerado por el rigor mortis. Fue Marisol, la chiquilla de la tienda, la que se opuso con un chillido de espanto a los proyectos de utilizar un hacha para salvar el obstáculo evidente que significaba meterlo en un cajón. Tampoco prosperó la idea de ponerlo boca abajo, posición indecorosa para un hombre de tan alto rango y condición social. Fue así que Marisol vistió por derecho propio, lo mejor que pudo, al muerto. Era hombre de Estado eminente, lleno de tacto, un diplomático... Y de carácter suave. Vivía constantemente preocupado de sus deberes cívicos. Recuerdo que hallándose de jefe de Gabinete, me mando llamar una vez, diciéndome: “- Mira ‘cadete’ parece que hay dificultades en la primera Compañía de Bomberos; busca manera de arreglarlas; 1

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CUENTOS INEDITOS

CUENTOS INEDITOS

ALVARO CUADRA

2003.

ES PROPIEDAD INTELECTUAL

LA ULTIMA HISTORIA DEL

DIFUNTO DON LEONIDAS

Al retirar el cadver los bomberos intentaron esconder ese clavo tieso que acusaba al difunto; fue intil. Hubo que vestirlo lo ms rpido posible con un terno azul a rayas, muy de buen tono, que trajeron desde su casa y dejar el marrueco abierto ante la imposibilidad de domear ese garrote yerto e insolente, acerado por el rigor mortis. Fue Marisol, la chiquilla de la tienda, la que se opuso con un chillido de espanto a los proyectos de utilizar un hacha para salvar el obstculo evidente que significaba meterlo en un cajn. Tampoco prosper la idea de ponerlo boca abajo, posicin indecorosa para un hombre de tan alto rango y condicin social. Fue as que Marisol visti por derecho propio, lo mejor que pudo, al muerto.

Era hombre de Estado eminente, lleno de tacto, un diplomtico... Y de carcter suave. Viva constantemente preocupado de sus deberes cvicos. Recuerdo que hallndose de jefe de Gabinete, me mando llamar una vez, dicindome: - Mira cadete parece que hay dificultades en la primera Compaa de Bomberos; busca manera de arreglarlas; recurdales a los amigos que no es posible menoscabar su prestigio tan bien ganado.. Se acordaba del Cuerpo en los momentos ms difciles para el Ministerio. El finado don Leonidas tena sus cosas; segn las malas lenguas, doa Benigna no tena idea del maridito que la acompaaba. Mientras ella se encomendaba a todos los santos y guardaba los viernes de Cuaresma, poseda de arranques de misticismo; l, bombero ejemplar, parta a la tienda de la Plaza a esperar, muy discretamente, a Marisol: veinte aera de piernas redondeadas, rostro soleado y ojos verdes. El asunto tena ya un par de aos, muchos lo saban, pero a nadie se le hubiese ocurrido comentarlo en pblico. Ms alegre y con las canas disimuladas bajo el sombrero, paseaba su robusta figura por las calles ms elegantes de la ciudad , como si nada, este pro hombre de la vida nacional.

Todo habra seguido as, de no suceder lo que, tarde o temprano, tena que suceder. Parece que tanta agitacin trajo el asuntito a la vida de don Leonidas que su ajetreado cuerpo se resinti; frisando ya los los sesenta y tantos, la chiquilla lo mand a la tumba. Como de costumbre, se haban encontrado en un rincn de la Plaza, luego fueron a tomar un par de tragos a un lugarcillo agradable y de all, los tortolitos se instalaron en un secreto nidito que el alquilaba justo frente a la Bomba. Cerca de la medianoche, Marisol sali semisdesnuda pidiendo socorro a los bomberos; stos, atnitos ante el espectculo, corrieron como locos hacia el tercer piso, pero ya era tarde. Don Leonidas haba muerto abrazado, tal y como dios lo ech al mundo, al cuerpo joven que lo despidi entre caricias al ms all. Una sonrisa extasiada y un mstil de barco pirata que se hunde, era su ltimo testimonio en este mundo. Don Leonidas haba muerto como haba vivido, cautivo de sus placeres, veterano y vesnico bombero.

Al enterarse de la tragedia, doa Benigna orden traer el cuerpo a casa, mientras se preparaba el velatorio en la iglesia. Y todas las mujeres se precipitaron de golpe, atropellndose, a las habitaciones del difunto, abriendo la puerta de par en par. Entre gritos, cuchicheos, histerismos, violento abrir y cerrarse de puertas, carreras de sirvientes, llantos, toses y catarros, oase montona la voz del presbtero Correa entonando en alta voz, brevario en mano, las preces de los muertos. Era explosin violenta, distensin general de nervios, amarga voluptuosidad de lgrimas y de gritos en las mujeres; anhelo de concluir de una vez con una situacin desesperante. En ese instante se oy el repiqueteo de la campanilla del telfono:

- Al...Al...con quin hablo?

Era Jos, el sirviente de mesa, que comunicaba a los diarios de la maana la muerte de don Leonidas. El comisario, que tambin haba sido bombero antes de ser carabinero, conservaba esa lealtad ntima hacia la cofrada; as fue que prepar acuciosamente el parte: el occiso haba fallecido de un ataque cardaco mientras jugaba una partida de pker con sus camaradas. Mir el papel y le puso su firma y un timbre, le pareci escueto y digno. Todos los bomberos sintieron esa sensacin de bienestar que sobreviene cuando se ha cumplido cabalmente con un supremo deber. El cuerpo fue trasladado a la iglesia y por las influencias de doa Benigna, lo instalaron frente al altar mayor. Tal fue el sigilo que rode cada maniobra de la operacin que Marisol se dio el lujo de asistir a la Misa de Difuntos y llevar un ramo de rosas rojas como muestra de su inconfesable pasin por el extinto. A nadie le pareci extrao que ella estuviese all, acompaada de un noble bombero, y que compartiera , desde el anonimato, el dolor y la tristeza de la viuda que detrs de su velo negro ni supo quien le daba el psame.

Jams se haba visto entierro ms concurrido en Santiago. La iglesia de Santo Domingo estaba de bote en bote, no haba dnde meter un alfiler. La orquesta era magnfica; Paoli, el tenor de la pera, haba cantado el Miserere. All estaba todo Santiago. Enumer, una por una, las personas de ella conocidas. Sus amigas agregaron, cada cual, un nombre, sin olvidarse de sus pololos y de sus amigas. Fulana de tal no estaba en la iglesia, Mengana tampoco; las nias tenan cuidado de subrayar ciertas ausencias. Y qu de coches, hijita..., aquello no se acababa nunca!. Eran cuadras de cuadras. Haba ms que en el entierro del presidente Errzuriz. Don Leonidas, en la soledad de obligado primer actor, tena todava un ltimo acto. Sabiendo quizs que sus dos mujeres estaban all rezando por su alma, justo cuando el sacerdote hubo ledo los salmos de rigor y se aprestaba a arrodillarse, abri la tapa del cajn tirando violentamente las flores y coronas al suelo. Ante la estupefaccin de la guardia de honor y la mirada pasmada de una de las beatas de primera fila, don Leonidas ech afuera ese pedazo de s que desafiaba la muerte. Los bomberos, al percatarse de lo que aconteca y ante la tenaz resistencia que se opona a la tapa del atad, optaron por camuflar ese tentculo amoratado con las flores y las coronas. Mientras tanto, algunas seoras reanimaban a una distinguida dama que se haba desmayado balbuceando algo de la cosa, que el finado haba sacado la cosa.. Felizmente, nadie le dio mucha importancia al suceso ni a las alucinaciones de la beata.

El cajn fue trasladado al camposanto al comps fnebre de la desafinada banda del Cuerpo de Bomberos y don Leonidas, mirando al cielo con una sonrisa angelical y el asta engalanada para tan solemne ocasin. Lo que a ella le haba parecido imponente y grandioso, en la ceremonia, haba sido el momento en que sacaron el atad del templo, rodendolo con los estandartes del Cuerpo de Bomberos, del cual haba sido superintendente. La conversacin tomaba otro giro. Laura Oyanguren, con la autoridad de ser una de las mejor vestidas en Santiago, se puso a disertar sobre el luto de moda y describi, muy por menudo, el traje recibido muy recientemente de Pars por una prima suya, sin perdonar el velillo punteado de felpilla sobre tul del sombrero, ni los entredoses de imitacin malla del vestido. A las muchachas se les vena el agua a la boca con las descripciones de los trajes.

La fosa haba resultado demasiado pequea para contener el cajn y su inusual periscopio, de tal manera que a las paladas previstas hubo que agregar diez ms. Por fin, se cubri todo con flores y todos felices. Nadie se extra del singular montculo sobre la tumba, tampoco el seor cura que termin desparramando agua bendita por todos los rincones del lugar.

- Hijita..., no puedes figurarte cun sinceramente los de casa te han acompaado en tu pena. Mi madre me encarga te diga que te lleva en el corazn... Debemos compadecernos de los que se quedan...no de los que se van.

LOS AUSENTES

Slo una cosa no hay. Es el olvido.

Everness J.L. Borges Uno a uno comenzaron a desaparecer. Al principio nadie le dio importancia, nadie repar en ello; acaso porque no lo advertan. Tan fuerte es la fuerza de la costumbre; tan acostumbrados estbamos. Vivamos con la ilusin de pisar suelo seguro y dbamos tantas cosas por descontado; pensbamos que aquella esquina haba estado all desde siempre, all el viejo rbol, all desde siempre el grifo herrumbrado y ese farol entumecido.

No lo adivin ese da ni al siguiente. Me sent como de costumbre frente a la ventana y ped, con el automatismo de los rituales, mi caf: muy amargo y sin azcar. Enseguida vendra el cigarrillo e ineluctablemente las volutas de humo dibujaran el rostro de Mara Luisasutil luz azul que se colaba como la luz de plenilunio por una rendija . All estaba la seora con su perrita blanca, tratando de hacerla beber leche en un platillo de plstico que haba trado en la cartera. Ms all un viejo envuelto en una acritud perenne, leyendo el diario a todo lo ancho, con su cabeza calva y el rostro impasible del jubilado. No necesitaba volverme para saber que a mis espaldas estaban sentados los dos tipos risueos bebiendo cerveza y comiendo algo; se trataba de un par de mecnicos o algo as, metidos en sus overoles que detrs de la grasa haban sido azules. En una mesita instalada a un costado de la puerta principal, dos jvenes con cara de universitarios y un montn de libros sobre la mesa; ella algo ms joven; l serio detrs de su barba y sus anteojos gruesos.

Nos habamos acostumbrado, cada cual tena su lugar y a nadie se le hubiese ocurrido transgredir ese acuerdo tcito, una especie de secreto pacto; algo que se admita de buen grado sin haberlo discutido nunca; era casi una cuestin de urbanidad. Si algn extrao irrumpa en el local a la hora en que nos reunamos a tomar el caf de la tardetodos nos mirbamos consternados. Claro, nadie deca nada; ni don Nico que era el dueo y mucho menos la seorita Nancy que era la encargada de navegar en este archipilago de mesas. Solamente nos mirbamos, interrumpiendo nuestros mundos privados, y no necesitbamos de nada ms. Era una especie de sacrilegio que nos llenaba de inquietud y molestia; un temor muy tenue llenaba la atmsfera en tales momentos. No s si los advenedizos se daban cuenta de ese rechazo solapado que encerraban nuestras miradas: lo cierto es que rara vez volvan a la misma hora. Estaba bien que se acercaran al mesn a tomar cerveza o que pidieran un paquete de cigarrillos en la caja; pero atreverse a entrar en nuestro discreto comedor era una profanacin inadmisible. Nancy era la nica que poda transitar libremente por estos dos mundos; con su traje prpura, y sus piernas gordas y rectas, llevaba y traa bandejas, acercndose a cada isla de cuando en cuando, conociendo de memoria los gustos de cada cual.

Don Nicols aceptaba esta especie de juego con la silenciosa complicidad del que sabe. Sin preguntar nada, ordenaba las mesas segn deba ser. Y cada tarde el rito del caf: el jubilado, la seora, los risueos y la pareja de universitarios nos reunamos all sin una razn aparente, sin un por qu Estbamos en el lugar exacto donde tenamos que estar; en el comedor de mesas rojas adornadas con velitas, desde donde podamos leer en sentido inverso el aviso de la ventana: Caf Don Nico Afuera, el tiempo corra como siempre; se colaba con el viento de la tarde hasta el mesn; pero no llegaba hasta aqu. As fuese una soleada tarde, la penumbra nos acompaaba inevitable, la luz quieta de las velitas, envolvindolo todo de una clida ternura, aboliendo relojes y brjulas. Aqu un gato bostezaba con aristocrtico desdn por aquellas siluetas que pasaban rpidas al otro lado del cristal; a esta orilla no llegaban los miedos y voces de la calle.

El primero fue uno de los estudiantes. Ella se sentaba ahora muy sola, tratando de distraerse con alguna sosa lectura o mirando por la ventana cmo desfilaban los automviles. De algn modo, todos sentamos la ausencia del muchacho como una falta para todos, sin decrselo nunca, todos nos sentamos un poquito ms solos. Seguro que cada cual tena su idea; la ma era que l se haba alejado porque haba encontrado otra silla, en otro caf, con quien compartir. Tal era mi creencia hasta que una tarde, el rostro casi irreconocible del joven apareci en la prensa Mi inquietud era compartida por el resto; cada vez que sonaba la campanilla de la puerta anunciando a algn visitante, todos nos volvamos hacia esa sombra, con la mirada anhelante. Luego, ella volva a sumirse en su tristeza infinita, que no alcanzaba a disimular detrs de sus anteojos. Esa silla desocupada era un forado, una lacerante oquedad de la que nadie poda sustraerse. A medida que se acumulaban las tardes, la sensacin se haca ms fuerte entre nosotros. Bast que un buen da llegara un extrao a sentarse entre nosotros, para que esa secreta comunicacin se rompiera. La nica que sigui como si nada fue la dama del perrito que insista en darle leche en un platillo y el animal metiendo sus patas, desparramando el lquido a cada intento.

La vimos llorar. No era necesario nada ms para entender que l ya nunca regresara; ese da no fue caf don Nicols le sirvi un trago de cognac o algo as. Sac una fotografa de su cartera y un trozo de papel, una vieja carta con un par de versos. La muchacha sec sus lgrimas y sali muy silenciosa, algo plida y despeinada; la volvimos a ver, pero ya nunca fue lo mismo. El extrao tomaba su cerveza, imperturbable, recorriendo el lugar desde sus ojos oscuros y silenciosos. Ya en el invierno, la muchacha no vino ms; la seora del perro le coment a don Nico que alguien le confindenci que la nia se haba marchado a un pas remoto y fro.

El jubilado volvi a su pgina favorita y su aromtica pipa; los risueos a su botella de cerveza y a sus cuchicheos seguidos de risotadas. Yo volv a no preocuparme mayormente de nada; un caf es un caf, y mi trabajo en la oficina ya era bastante. Don Nico, segua con sus bigotes enormes y encorvados, escupiendo palabrotas o retando a los empleados del mesntodo tena que seguir, ms all de una silla vaca que ahora era ocupada cada tarde por una pareja de nias muy bien maquilladas. El extrao segua viniendo cada tarde.

Fue hacia los primeros das de primavera, lo recuerdo porque comenzaban mis alergias. Fue una lluviosa tarde, tambin lo recuerdo porque me sacaba el impermeable hmedo, mientras el aire tibio y el olor a caf y tabaco comenzaban a deleitarme cuando cre ver un par de siluetas familiares hacia el rincn. Las niitas maquilladas se haban instalado ahora cerca de la ventana, conversando como cotorras. S, habra jurado que un estudiante de barba y una muchacha de anteojos se amaban, jugueteando con sus dedos, prometindose la eternidad de un encuentro. El susurro de sus voces, el sonido musical de sus risas juveniles; todo me era absolutamente familiar. Sin mirarnos, el jubilado, los risueos y las seora del perrito, respirbamos una atmsfera de alegre comunin, de paz reencontrada; hasta Nancy pareca ms contenta aquella tarde. No quise mirar ese rinconcito, aunque saba que desde all se irradiaba la tibieza, las sonrisas. Mirar aquella escena de enamorados hubiese sido un voyerismo malsano, censurable. Me bastaba la presciencia, el saber que s, que todo estaba bien. Entonces, la noche fra y las gotas golpeando el vidrio, estaban del otro lado; de este lado, una pareja de amantes se reflejaba en la penumbra.

La puerta se abri violentamente, una rfaga de viento fro invadi nuestro caf; primero el mesn, luego las mesitas que quedaron a oscuras. Don Nico corri a cerrar la puerta y a encender los tubos fluorescentes. La luz blanca opac los colores; era el extrao que haba llegado a sentarse en el rincn vaco, naturalmente. Como cada tarde, pidi su cerveza y escudrio el lugar con sus ojos pardos, mientras encenda un cigarrillo. Nancy iba paciente de mesa en mesa con los fsforos, encendiendo las velas rojas en cada mesa. Cuando lleg a la ma, le hice un gesto con la mano, y le dije : no la encienda, ya me retiro. Pareci no escucharme, y encendi la vela de mi mesa. Cruzamos una mirada cmplice y una discreta sonrisa.

Sal a la noche, levant el cuello del impermeable y mir las nubes amenazantes en el cielo. Debe ser que me estoy poniendo ms viejo y un poquito sentimental; saba que maana deba volver a mi viejo ritual; un caf amargo con poca azcar.

UNA SOMBRA PARADA EN LA ESQUINA

Una calle. Caminaba por la calle de Los Tilos, cuando en la esquina de los Grnwald Diaz pude observar la silueta de una nia, algo flaca y de sonrisa amplia. Sombra en la sombra, una sonrisa; no alcanc siquiera a acercarme y ya ella se haba escapado entre la bruma y un presentimiento. Se trataba de una recin llegada donde los Grnwald Diaz...en ese momento no le di mucha importancia, pero la idea, la idea y ese presentimiento se me quedaron dando vueltas en la cabeza.

Sacando malezas, arreglando flores, un tipo de trabajo en el que nadie repara y que, sin embargo, reporta gratificaciones insospechadas... ver crecer las flores, arrancar la mala hierba y asperjar el prado, cosas sutiles que lo ponen a uno en contacto con la naturaleza, cosas que tranquilizan el espritu. Trabajo en silencio y la verdad es que nunca hay mucha bulla, los pjaros, uno que otro automvil a la distancia, todo.

Hoy reparo lo de la familia Retig, gente importante, gente de mucha plata y muy fijada en todo: yo nunca he tenido problemas con ellos, me preocupo de cada detalle, pintura, jardines...de todo. En general se podra decir que soy un buen funcionario, aunque a veces, debo reconocerlo, me tomo un trago por ah, eso no quiere decir...

Estaba seguro, esta vez estaba seguro; fue frente a los Grnwald Daz que vi recortndose una silueta, una nia; es ms, me pareci ver su rostro y le lanc un grito, slo me mir y corri hacia los rboles. Yo guardaba la pala y otras herramientas cerca de all; era ella, la del otro dia. Que ni se enterara la familia Retig de mis andanzas donde los Grnwald. Nunca supe por qu, pero, desde siempre, existan rivalidades entre ellos. Que quin tena el jardn ms bonito, que quin lo tena mejor pintado, todo era as a este otro lado...creo que lo dije, son gente importante...claro, ms all es distinto, todos amontonados, revueltos, es como si la promiscuidad los hiciera ms humanos. El primer Grnwald era hijo de un alemn que arrib el primer ao de este siglo y que se dedic a fabricar jabones; as se cas con una Daz, los que tenan aserraderos cerca de Temuco; muy pronto Grnwald Daz y Ca se vio con oficinas en el centro y todo. De generacin en generacin la fortuna familiar se ha ido acrecentando. Llegaron a este sector en 1924, cuando yo apenas era un nio que le ayudaba a mi abuelo con los claveles y las rosas. Desde muy pequeo les he servido, y la verdad sea dicha, han sido muy buenos patrones... lo que no quiere decir que los Retig sean peores!, bueno...es feo que lo diga, pero qu otra cosa nos queda a los pobres sino tratar llevarle el amn a todo el mundo. Los Retig no son mala gente, pero s son muy exigentes, todo debe estar muy bien hecho, nada a medias, nada barato, todo de primera calidad.

La nia sta, sala por las tardes. Siempre la vea paseando por las calles cercanas a la esquina de los Grnwald, siempre lo mismo...como una furtiva sombra se desvaneca entre el fro, el silencio , la noche. Era la menor de las hijas del viejo Grnwald, lleg apenas hace algunas semanas, as me dijo el jardinero, un viejo amigo. Igual que yo, conoce de memoria cada rincn, las calles y avenidas de esta ciudad, los nombres de cada familia ilustre; cada lugar era un destino al que hubiese llegado con los ojos cerrados; era algo que haba aprendido a travs de toda su vida. A veces, los das tranquilos, me permita incluso silbar mis viejas canciones y mirar el cielo por entre el follaje mecindose al atardecer. Luego ella, sonrisa amplia, flaca y con cara de caballo; an as era lo que se llama una nia agraciada. Recorro las calles de un laberinto simtrico; casi perfecto...mundo silencioso que se torna abruptamente en estallido de troncos y hojas justo all...un rbol y una sombra parada en la esquina.

Cuando se ha entrado de lleno a la geometra, entonces ya da lo mismo Grnwald o Retig; claro, mis patrones no pueden siquiera imaginarlo, no lo saben. Pero aqu, decir Retig o Grnwald da igual en este marmreo silencio... Es uno, masa tibia de intestinos y plpitos el que cree , finalmente, que Grnwald quiere decir algo despus de todo.

La cara de caballo no me quiere hablar, tan fijada como el resto de su familia, no acostumbran hablarle a los peones...no tienen tiempo para fijarse en tan poca cosa. Recordando, me doy cuenta que no me han hablado en los sesenta aos que llevo aqu, no se han dignado ni a regalarme una mirada, sombras, pintura y jardn. Apenas una ddiva de cuando en cuando, cuando llega uno ms de la familia y hay que instalarlo...luego el olvido.

Calles vacias, silencio. Lugares etreos distribuidos en una perfecta simetra... atrs una sombra mirando con desdn a los Retig, stos no se dan por aludidos y parecen decirle que su reja es de de fer forg trado de Pars. Debo dormir porque maana, segn me dijo el viejo jardinero, llegarn visitas donde los Retig y tendr que estar listo para recibir un par de monedas.

Jardines con flores, murallas pulidas, rejas pintadas. Todo en orden, silencioso orden, porque hoy habr una nueva placa que pulir en la sepultura de la familia Retig...orden, silencio, geometra...ciudad de muertos.-

COMO EN EL TEATRO

I hold the world but as the world, Gratiano,

A stage, where every man must play a part

Shakespeare

Me deje llevar por la promesa de un ttulo sugestivo...A rose is a rose. Por eso y por el desgano de una tarde ms, vivida como una pesada carga. Entr a la sala y me sent lo ms alejado que pude de los otros espectadores...en vano, no acababa de acomodarme cuando un crunch venido de la glotona boca de alguien hizo rechinar mis dientes. Instantes despus un murmullo pesado una risita aguda me indic que una pareja de enamorados ocupaba la fila anterior a la ma. Por ltimo, una solterona de moo muy fea, sacaba sus palillos y una madeja de lana celeste al extremo de mi fila de butacas. Suspir, trat de relajarme mientras esperaba.

La luz fue extinguindose poco a poco; todo se fue destiendo y la espesa oscuridad fue anegando la sala, anulando perfiles y siluetas, aboliendo imgenes en una sola negrura. Algunas toses dispersas me recordaban dnde estaba. Las toses se hacan ms frecuentes a medida que la dilacin entre la luz y el primer acto se prolongaba, devorndolo todo. Prefer pensar en aquello que habra de surgir de las tinieblas de un momento a otro; escenario, actores y decorado, en fin...pero aunque me esforzaba en negarlo, la luz se resista, sumindolo todo en un ciego desconcierto. El glotn masca caramelos, la pareja deba profitar de la ocasin, compartiendo cmplices caricias para dibujar al otro...la solterona, como araa agazapada, teje y teje en su rincn. Me negaba a aceptar que en un teatro civilizado pudiera suceder algo as; siempre hay equipos tcnicos y todo tipo de especialistas... Recuperaba mi confianza al pensar en muchas personas frente a equipos automticos, con focos y herramientas, buscando el error, la falla... Pasaban los minutos y slo el silencio. All estaba el crunch de nuevo, un salivoso beso, la aspereza de la lana. Me inquiet la ausencia de lucirnagas que pululan con linternas en ocasiones como stas. Bueno, nunca se sabe cundo puede ocurrir un apagn o una huelga. Lanc un llamado a la oscuridad: Qu pasa?. Nadie contest. Nadie le contesta a un extrao, nadie se atreve a hablar con otro, mucho menos si ese otro es una annima voz. Sera intil insistir, nadie me conoca y eso es casi como estar muerto, Busqu en el bolsillo de mi abrigo, una caja de fsforos. Quera ver, necesitaba saber qu ocurra. Levant mi primera antorcha, vi los asientos a mi alrededor, vacos; un rojo terciopelo brillante que en su mullida oquedad me hablaba de viejos fantasmas de otro tiempo. Quem uno tras otro los palillos de fosforo, no logr ver mucho ms. Me chamusqu los dedos y , por un instante, tuve miedo de convertirme en el involuntario causante de un incendio.

Dej de escuchar el crunch , seguramente el glotn estaba ya harto de sus caramelos; la pareja ya no se rea y la fea haba dejado de tejer. Slo la oscuridad y yo: la ocelada noche.... Esos seres sentados en alguna parte me observaban...la obra que yo esperaba se desarrollaba en mis narices...

A tientas comenc a moverme en la sala, pas las piernas por sobre las butacas; ca, una, dos veces. Sent mi frente hmeda, me haba golpeado con el filo de algo al caer, la sangre tibia mojaba mi cara. Me arrastr penosamente, sin saber a ciencia cierta hacia dnde, slo saba que deba llegar all. En la sala infinita, slo el resuello cansado de un hombre resonaba en el espacio.

Estir mis manos hacia la negrura, hacia la profundidad y algo parecido a una cortina gruesa se abra para m, segu urgando a ciegas y trep hasta lo que deba ser una tarima. Qued all, tirado, quieto y exhausto...sin entender. Resignado ya a una suerte de fatalidad, me incorpor trabajosamente, mientras los aplausos inundaban la sala y las luces del escenario quemaban mi rostro y mis pupilas.-

BLANCO Y NEGRO

El alma, cuando suea, es teatro actores y auditorio

Addison, siglo XVIII

La tenue luz mora lentamente. Jorge me haba invitado al estreno de la obra en que l actuara. Haba insistido en que se trataba de una obra sin color, como las viejas pelculas en blanco y negro. La luz blanca mostraba una mesa gris, paredes cuadriculadas y una indefinida alfombra cenicienta. Me pareca difcil que mi amigo Jorge fuese aqul que iba a aparecer en escena, de un momento a otro; siempre se hace impensable trasladar la intimidad a un escenario. Estaba all con la inefable sensacin de no estar del todo...con el desgano de un compromiso, un compromiso de amistad.

El estruendo de una batera me sac de mis pensamientos, me arranc bruscamente de esa dilacin que va de la oscuridad al primer acto. La figura adelgazada contra el muro, contornendose, los brazos estirados, giles las piernas; era otro, no poda ser mi amigo, no poda ser el personaje amable y coloquial que me haba invitado...aunque la razn, claro, me indicaba lo contrario. La frentica silueta envuelta en un traje negro se mova, saltaba entre las sillas, sobre la mesa...su extrao rostro escondido tras una alba mscara que dejaba traslucir dos manchas oscuras. Haba trabajado durante varios meses sin salir de su pieza, obsesionado por la idea de montar una representacin tal que no necesitase de palabras, una representacin monocromtica que aboliera el color y que a travs del jazz fuera desnudando un drama que permaneca en el secreto de su silencio. Siempre se detena justo all y cuando le preguntaba sobre el argumento miraba para otro lado y cambiaba de tema. Hasta la madrugada senta el teclear montono de mi vecino y mi amigo; a veces, le llevaba un sandwich, una lata de cerveza fra o un poco de azcar para el caf. Por el da, dorma, sala a comprar cigarrillos y daba una mirada desinteresada a los titulares de los diarios. Invariablemente, lo vea al medioda, justo cuando yo deba regresar a la oficina. Parado sobre la silla se sac la corbata y se quit un sombrero blanco de ala ancha, a lo Bogart, luego la chaqueta. Siguiendo exactamente el ritmo de la msica, pas a sentarse y a extraer una botella y un vaso. Haba que reconocer que era una mise en scne (como dicen los entendidos), muy bien lograda. Un ser muy lejano, un bulto con el rostro pintarrajeado estaba sentado bebiendo mientras la msica se tornaba ms suave, casi triste me atrevera a decir. No haba movimiento alguno, permaneca all como una estatua. No s por qu raz pens en el cuarto, me refiero a que la imagen me llev al verdadero Jorge Dessa; as deba tomar cerveza, hundido entre papeles, libros y diagramas. Era l desde que se haba separado de Silvia. Todo el mundo lo saba, Silvia se haba alejado de l por culpa del alcohol, por eso lo haba dejado hace dos aos y por eso ella viva ahora con el Polaco; un director de apellido terminado en insky al que le decan el Polaco, aunque algunos le decan el judo porque su nombre era Abraham. Nunca le hablaba de eso, en realidad era porque tena miedo de herirlo, miedo a parecerle impertinente... La nica vez que se lo mencion fue cuando arm un escndalo en el restorn de la esquina: el Polaco tuvo la mala ocurrencia de pasar a conversar con l, cuando recin haba comenzado su relacin con Silvia, tal vez por hacerse el hombre de mundo, el gentleman...al fin y al cabo estaban entre artistas, gente de teatro. Se equivoc medio a medio porque Jorge con un par de tragos en la cabeza hizo como que iba al bao y, en realidad, fue a buscar un enorme cuchillo a la cocina y amenaz al pobre y flacuchento Polaco que si no es por m y por el Petiso, lo mata, se acrimina all mismo. La estatua se movi, ahora su cabeza est tirada sobre la mesa. La msica ha entrado en una quietud que llama a relajarse en la mullida butaca de la sala. Cuando Silvia se enter de lo que haba ocurrido vino a verlo y no s qu hablaron, lo nico que v es que Silvia lloraba cuando sali.. Claro que eso fue hace dos aos. La estatua ha cado al suelo, est tirada boca arriba como una barata. El pblico guarda un absoluto silencio, solamente la msica anega toda la sala. Despus, nunca ms hablamos del tema. Hoy me enteraba que Silvia volvera a las tablas y lo hara, precisamente, con sta, la obsesin de Jorge, de alguna manera la haba convencido. De pronto irrumpieron tres muchachas desnudas que comenzaron a bailar alrededor de la estatua tirada en el piso, ste se revolcaba una y otra vez, reptando y emitiendo gemidos.

El hombre se pone de pie y tira lejos la botella, la vuelta la mesa y eleva sus manos al cielo, luego se cubre la cara, est llorando, algn inmenso dolor lo obliga a habitar este mundo sin color, un mundo en que el arco iris es una sosa fruslera en tonos grisceos. Fue por la tarde, golpe mi puerta y vi dibujarse la silueta cansada, plida, de alguien que haba terminado una gran tarea; all me explic muy escuetamente que haba terminado su obra, que la iba a montar y que el estreno sera muy pronto...quizs en algunas semanas. No poda faltar, haba asistido al tortuoso parto, a las largas semanas de encierro, a las interminables tazas de caf y cigarrillos. Haba visto desgastarse y envejecer a un hombre detrs de su tarea que se le impona como una fatalidad; apenas conoca su ttulo, un nombre inspido que no deca nada y que cualquiera hubiese calificado de poco original, y que, empero, esconda una secreta dialctica, un contraste entre la vida y la muerte, una puerta que yo deseaba abrir y que Jorge , sin duda, abrira por fin, de par en par para m.

Abruptamente se hace la oscuridad. Toda luz desaparece y nos queda el negro absoluto. La msica ha cesado. Por algunos segundos nos va ganando un ligero pavor, la simple idea aterradora de que se prolongue sin ton ni son esta situacin incmoda; todos esperamos que de entre las tinieblas surja algo... Se ha sacado la camisa, se ha quitado los zapatos. Ahora es un gato en cuyo corazn late un grito, salta hacia el pblico y agazapado en una butaca vaca observa los rostros en la penumbra. Comienza a deslizarse entre las cabecitas, se oye el respirar agitado de un hombre sudoroso. No puedo creer que se trate del mismo ser solitario y taciturno, encorvado, que me visit hace unas semanas, se acerca a m y lo veo: su rostro hmedo detrs de la mscara blanca, sus ojos enrojecidos por el llanto no pueden esconder el drama que se desarrolla en l. Un oboe lo llama desde la escena, me mira y se vuelve lentamente hacia la luz, all una mujer envuelta en muchos velos ha aparecido y se mueve maquinalmente, lo llama.

Cuando me enter que Silvia actuara, por primera vez desde la separacin, junto a Jorge; me cost creer que se haban reconciliado. Nuevamente la joven pareja del teatro nacional estaba reunida, todos los crticos esperaban este reencuentro. Yo no los conoc como pareja, pero haba ledo en la prensa de sus muchos momentos felices; recuerdo una fotografa en que se estn besando sentados frente a una mesa llena de platos y botellas. Volva a m la imagen de aquella fotografa al ver la coordinacin rtmica de los dos cuerpos jugando bajo la luz. El la toma por la cintura y la levanta livianamente; ella flota y gira sobre los muebles negros desparramados... So violines, es una sinfona y la magia de un cuerpo que cae lentamente sobre un silln aterciopelado que lo recibe con bonhoma... una luz muy dbil nos anuncia el color, es un ail desteido que tie las paredes y los cuerpos, que pinta los movimientos y la noche. Era como estar mirando de nuevo la vieja fotografa...daban ganas de alegrarse con ellos. No, ese no era Jorge, no el que yo haba conocido. Vivaldi quizs, de nuevo el frenes y el plpito inquietante, el hombre huye despavorido de la escena; la luz ahora es un azul definitivo y total. El se hunde entre los espectadores, lo veo a mi lado; llora como un nio, nuestras miradas se cruzan un instante; un encuentro en medio de la luz azul, un choque de olas en otro ocano donde su destino y el mo apenas se rozan, lo suficiente como para adivinar su tristeza. Vuelve al escenario y de entre sus ropas saca un cuchillo, un refulgente cuchillo.

USTED

No s cmo se enter, ni siquiera deba estar aqu...pero vino. Por qu vino? Ya la habamos olvidado, su retrato ya no colgaba sobre el buffet, nadie la mencionaba. Tenamos el presentimiento, no lo niego, acaso el temor de que algn da apareciera. Pero, nadie lo crea realmente!. Hasta hoy... Mi madre nos habl de usted alguna vez; incluso guardo nebulosos recuerdos, como se guardan las imgenes brumosas de una infancia prehistrica. La que vena a casa con cosas exticas, importadas del puerto libre...la que besaba a pap cuando mam estaba ausente y siempre nos regalaba candies, no les deca caramelos sino candies...con sus labios muy rojos. Mam limpiaba esa foto en que usted apareca toda rubia, junto a la abuela. Usted rea siempre, alegre y hablando en voz alta... Supongo que mam la miraba con una envidia mal disimulada desde la ventana que da a la terraza, cada vez que usted se rea ella se equivocaba en el punto de su tejido para el prximo beb en casa. Cmo un arcnido, ella escuchaba y teja en su rincn mientras usted contaba su ltimo viaje al puerto. Luego la taza de t y los pastelillos. Y nosotros, como gnomos clandestinos debajo de la mesa, castigados por alguna sosa nimiedad... Quizs, estabamos castigados para no asistir a esa oculta y extraa pugna que se desarrollaba sobre el mantel, mientras pap regaba el jardn como si nada.

Nunca supe por qu razn mam esperaba su partida para iniciar las discusiones que comenzaban en la cocina y, fatalmente, llegaban hasta la ducha del da siguiente. Por qu esperaba su retirada?. Luego, los caramelos iban a la basura. Pero usted volva, una y otra vez, y siempre la misma cantinela. Es natural que haya ledo lo del deceso en la prensa, pero eso no la obligaba a venir; creo que despus de aquella navidad ya ni siquiera le importaba mam. El arbolito de alambres con lana de vidrio y colgajos de colores: y mam inventando regalos de ltima hora... qu nos traera la ta?. Y llegaba cargada de paquetes con cintas de colores desafiando nuestra infantil curiosidad...ese deseo de abrirlo todo, de saberlo todo. Ms tarde, la cena y los invitados, todos con zapatos recin comprados en las tiendas del centro y luminosos regalos en las manos. Pap se diverta en grande, y mam acarreando copas y canaps. Nos mandaron a dormir, lo recuerdo, la ta dormira con nosotros... Por la noche, pap nos traa ms juguetes, creyendo que dormamos de veras, y hablaba bajito con la ta... Sera la ltima vez que la vera, hasta hoy; porque esa noche mam llor mucho y usted se march para siempre. No me atrevo a saludarla, quizs usted ya ni me reconozca. Pap ni siquiera la salud, pas a su lado muy triste y ni siquiera gir la cabeza; aunque usted lo mir como sola hacerlo, con esos ojos que esperan... Nadie se acuerda de usted, excepto yo. Para todos, es una sombra opaca, esmirriada y canosa que se oculta tras un velo negro. Adivino sus labios y ese lunar en su sien, como un signo que atraviesa el tiempo y que abre las puertas de una lejana navidad para que se cuele el aire tibio y el olor perfumado de las flores. Por qu regres?. Supongo que nunca sabr las razones que la hicieron volver despus de tantos aos... Ser, acaso, que los nudos tejidos en aquellos tiempos, se hacen absolutos en el momento de la muerte?. Ahora veo a mam, tejiendo en su silln... Penlope, de canaps y medianoche, rostro acalorado y rimmel corrido por las lgrimas. Una invisible telaraa dibuja algo para alguien en alguna parte; un sutil tejido del que pap fue apenas la excusa...y hoy, usted, annima y secreta, atando el ltimo hilo de una madeja de lana celeste o rosada. Un silln, unos caramelos y unos panecillos para la hora del t.-

PERSEGUIDO POR PIAZZOLLA

Amaneci con aquella idea metida entre ceja y ceja; ni siquiera era una idea, apenas una sensacin difcil de explicar... No haba querido alarmar a nadie, no exista evidencia alguna que sealara su inminente fin... y sin embargo, haba otra cosa, algo fuera de toda lgica o razn. No, no quera morirse todava; no estaba bien, pero algo le deca lo contrario, llenndole la cabeza de negros presagios. La ltima noche fue el silencio lo que le trajo ese presentimiento, era un silencio slido y opaco, oscuridad y el tic tac montono del reloj de cabecera que jugaba con su corazn. Se levant y alcanz el vaso de agua sobre la mesita de noche; fingi que iba al bao...camin unos pasos, convencindose de que poda hacerlo, se mir al espejo como si fuese una primera vez. Saba de ese sndrome que llaman muerte sbita, como en el football... morirse de repente, sin causa...porque s.. No le aterraba la idea misma de su muerte sino el porque s, como quien se rasca la cabeza, justo el pliegue sinuoso y absurdo por donde se cuela la muerte... clausura absoluta, el nunca ms y toda esa palabrera melosa de funerales.

Sali a la calle muy temprano. Bes a la mujer que dormitaba a su lado y apur el ltimo sorbo de caf...cerr con fuerza la puerta, un ruido seco lo despidi. Se sinti diminuto, un hombre mnimo, casi una larva, recorriendo el camino bajo unos rboles aosos, inmensos. Siguiendo a las hormigas, a esa hora de la maana, dobl a la derecha, a la izquierda, la plaza...y all, precisamente en esa interseccin, esperar el bus. Uno ms, apretujado. La ciudad luce diferente a esa hora de la maana: las calles hmedas, desiertas todava, mientras los comerciantes callejeros se instalan para poner a la venta algo, cualquier cosa... las calles toman esos descoloridos tonos pastel, tamizados por el aire grisceo y brumoso.

Ya en el centro , camina rpido, dejando pegado su reflejo en las vitrinas; otro como l se enreda entre maniques con ropas de temporada que guardan para siempre una mueca emparentada con una sonrisa en yeso y una peluca multicolor. De este lado, l camina y el viento desordena sus cabellos y arruga su ropa; l camina y en cada vitrina es un ser diferente. Al aproximarse a su oficina, enciende el primer cigarrillo del da con la culpa de una advertencia. Exhal el humo perseguido por una meloda de Piazzolla y se olvid de todo. La corbata, la chaqueta, los papeles bajo el brazo; ahora era un velero que arremeta contra el viento furioso y las olas en el sube y baja de las corbatas. Tira la colilla en la calle y se acerca a una cueva rodeada de reptiles gigantescos de piel escamosa y verde oscura; entra esquivando antorchas y se acurruca en su rincn mirando hacia el hall central, donde alguien sacrifica a una virgen arrancndole el corazn, mientras otro corta quema incienso ante un altar de piedra...hasta el medioda, hora inevitable de la colacin y recreo para todos los animalitos del bosque. El hedor le trajo el recuerdo de la noche anterior, el olor penetrante de la carne chamuscada. Levant la mirada y continu timbrando papeles y almacenando nmeros en el computador. Un bulto vecino lo invita a cenar despus de la jornada, acepta, sabiendo que es apenas una excusa para tomar un trago. Un bullicio de bar, no lo deja hablar ni escuchar lo que le dicen; poco le importa, sabe que todo es intil porque en algunas horas, en cuanto se oscurezca. La llovizna de otoo le hizo grato el deambular por la calles brillantes...era su ltimo deseo.

Todo se ve distinto cuando se sabe que ha llegado la hora, el momento justo en que no estamos seguro si acaso lo hemos decidido o alguien ha decidido por nosotros. Todo se muestra en su difana y obscena dimensin; aquello que nos pareca nimio o banal cobra , de pronto, una importancia capital. Su madre, la leche tibia, y ese perro que nos dio el gran susto cuando nios. Esa noche lejana de besos y estrellas; de sueos y promesas. Las risotadas de los amigos y aquella lluvia que nos lav el rostro... Ella esperara como siempre, mantel puesto y comida caliente. Algunos chismes del da, alguna que otra noticia de la familia y el embarazo de su amiga que ya iba en el sptimo mes. Ella esperara, pero para l, el destino sera otro...estaba condenado, se lo decan los grifos, los semforos. Una pelirroja le guia un ojo, esta vez, tena otra cita, una cita para un hombre solo.

El parque en la oscuridad es abismo y seduccin, caminos salpicados de charcos y hojas putrescentes, rboles negros estirndose al cielo y a lo lejos, las estatuas...seres quietos que observan desde su desnudez broncnea como se extinguen uno a uno los faroles tragados por la neblina. Uno que otro automvil ronronea humo y luces rojas, ms atrs una cascada de agua dibuja un puente de cristal. Un hombre sin color camina por el parque, un hombre perseguido por Piazzolla; un paldico habitante...casi un difunto.

Su paso se hace duro, sus manos en los bolsillos y sus mejillas se tornan cada vez ms fras a medida que avanza a su cita. Arriba las colmenas iluminadas lo aplastan y las luces de nen le consumen su ltima mirada, intentando seducirlo. Vuelve a enredarse por callejuelas a medialuz, algunos transentes apurados a esa hora; todos ebrios obligados a retirarse antes de tiempo... Esta solo en la altura. El viento y all abajo las luces desparramadas como diamantes en una mesa . Una, dos campanadas, la medianoche: queda estupefacto al borde de un balcn, esperando, su corazn late an, todo se detiene. Abajo, el polica con su silbato y su impermeable; el vendedor del da cuenta sus monedas; la mujer de falda negra muestra su pierna...ms all, un ciego toca su flauta y un mendigo estira su mano. El humo ha quedado quieto, ahora es un torero o un gladiador. Una , dos campanadas. De nuevo Piazzolla y el regreso a casa sin saber qu decir cuando ella pregunte por qu tan tarde. Sacudi unas gotas de su cabeza, cerr bien la chaqueta y se perdi detrs de unos faroles amarillentos que se entumecan en medio del parque.-

EL ASCENSOR

Apret el botn. Baja. La flecha verde luminoso parpade unos segundos. Esper un par de minutos. La demora logr impacientarlo. Al fin las portezuelas de espejos se abrieron. Se introdujo en la caja metlica, hermtica y alfombrada. Las puertas volvieron a besarse, mostrando su dorso azul. Las paredes de espejos le devolvan, como a narciso, su propia imagen. Un panel de botones con nmeros. Un cubo bruido y el vrtigo que comienza a hacer cosquillas en el abdomen, rincn del deseo. Cuando la banda de numerales marcaba el tres, todo se detuvo. Las luces seguan brillando mientras el tres se eternizaba. Silencio en la hermtica caja de metal. Alarma. Nada. Silencio. Sinti el calor de la cancula; se quit el vestn y se afloj el nudo de la corbata. Pasaron largos minutos que se hicieron horas. Apret todos los botones que estaba ante su vista, nada. Se quit el pullover y qued en mangas de camisa...encendi un cigarrillo, burlndose del aviso que adverta No Fumar. Todo el espacio se llen de humo que apenas se filtraba por una rejilla en el cielo raso. Los espejos interiores multiplicaban hasta el infinito la imagen de un hombre atrapado, fumando. Pens un instante en su familia; sin duda, a esa hora deban estar investigando en todos los hospitales, en los cuarteles de carabineros. No sera extrao que, en esos mismos instantes, los bomberos hicieran esfuerzos para rescatarlo, quizs hasta la misma televisin deba transmitir en vivo el suceso; todo eso pasaba all, a pocos metros... eso lo tranquiliz un momento. Estaba atascado entre el piso tercero y el cuarto; lo que equivala a decir ni en el tercero ni en el cuarto; en ninguna parte... a medio camino entre un arriba y un abajo. Intent abrir la portezuela con la hebilla del cinturn, fue intil. Pateaba el piso, pero la alfombra ahogaba el sonido entre las cuatro paredes. Mir su reloj, marcaba ya su segundo da a bordo, aunque su mundo no conoca das ni noches. Record aquella tarde distante cuando su mano infantil qued presa en una caera; entonces su madre con la ayuda de un gsfiter lograron la hazaa de liberarlo en menos de una hora...despus, fue leche y pastel de fresa. Sbitamente, sinti el hambre que haban ocultado la angustia y el humo de su cigarrillo. Cmo extraaba ese restaurante donde Teresa le serva el filete executive...casi crudo. Los negocios deban estar un desastre, ahora sin l; todo marchaba mal si l no estaba... El slo pensar que l pudiese faltar para siempre lo sobresalt... apart de su cabeza tan negros pensamientos, esperando que algo lo salvara, algo que no atinaba siquiera a imaginar. Y si no fuese as?. Si ese ascensor estaba descompuesto desde siempre?. Si a nadie le importase la cuestin de un ascensor que no funciona?. Pensndolo bien, cuando apret el botn crey ver un cartelito que deca algo a lo que no le dio importancia, algo que crey ajeno a l...ahora, pagara las consecuencias. Y si nadie lo salvase?. El hambre se acrecentaba, el sudor y sus desechos haban convertido su hogar en una cloaca...los espejos le devolvan ahora la imagen de un hombre sucio, solitario y cansado. A ratos dorma, haba perdido la cuenta de los das... como si todo el universo se hubiese detenido en ese pedazo de la ciudad suspendido en el vaco. Atrapado como un animalejo. Detenido all, sin que el hambre lo aniquilase por inanicin, sino justo para sentir la falta de alimento. Su rostro mostraba ya una barba oscura, su mirada haba tratado de contar el nmero de reflejos multiplicados, como en un laberinto. No poda ser un secuestro, pues sus captores se hubiesen ocupado, por lo menos, de asegurarle el alimento y el agua... Respiraba, an viva. Trataba de escuchar pegando su oreja a las paredes, a ver si alguna seal de ms all le poda infundir esperanzas. A veces, le pareci or voces o risas, luego el silencio. El aire se renovaba por la rejilla, pero volva a entrar el olor a estircol y a sudor... Durante aos, siempre igual, siempre lo mismo... hastiado de su propia imagen que envejeca. Un da, ya viejo y encorvado, la puerta se abri en el cuarto piso. El ascensor se llen de gente que suba y bajaba cada cinco minutos; todos aprovechaban para mirarse al espejo, arreglar el peinado o la corbata...l segua all, arrinconado, tullido, sin poder moverse... Ya el espejo no le devolva imagen alguna. Quizs, ya no vala la pena moverse, acaso, era demasiado tarde.-

BUENOS DIAS, SEOR K

K , usaremos este apelativo porque era, sin lugar a dudas, el que prefera, el que mejor se acomodaba a su espritu, quizs porque, finalmente, Seor K resultaba demasiado solemne para su estilo. Tipo distrado, algo avejentado para sus cuarenta y tantos, con el infaltable legajo de papeles bajo el brazo. Nada nos hara reparar en l, salvo tal vez su mirada ratonil o sus zapatos negros, exageradamente puntudos y lustrosos; soltern, de la raza de los tmidos y, por lo mismo, apegado a todo tipo de reglas y formalidades. Era el nico que presentaba los documentos de su oficina caligrafiados cuando se trataba de algo importante y el nico que usaba corbata negra cada primero de noviembre. Todo pareca haber conspirado en este sujeto para hacerlo as, casi insignificante; inevitablemente inspiraba una mezcla de lstima y desdn en quienes le rodeaban.

Viva en una pensin prxima a su empleo en el Ministerio, Seccin Personal, Oficina de Partes. All, el funcionario K estaba pegado a su escritorio siete horas seguidas, jugando con cifras en una planilla infinita, en la pantalla de su computador; slo interrumpa sus labores para beber una taza de leche fra y un sndwich al medioda. Llena formas, redactas cartas tipo, contesta algn oficio interno y , por supuesto, llena planillas para alguien. Cada tarde sale a las seis en punto, toma su abrigo gris y compra el peridico; camina unas cuadras mirando las vitrinas, sin atreverse siquiera a preguntar precios. Camina, dejndose arrastrar por el ajetreo de los transentes que a esa hora inundan las calles. Saluda a la duea de casa y sta, invariablemente, le inclina la cabeza de mala gana; abre la puerta de su pequeo departamento y escucha algo de msica mientras sorbe un t y hojea el diario de la tarde. Por ltimo, se queda dormido con las pantuflas puestas, tratando de recordar un ro asitico que comience con m y termine en - kong. Al otro da lo mismo: saludos de cortesa a todo el personal de su seccin, y siete horas y sndwich y t y msica , a ver si sale ese monte himalayo con s... Los fines de semana visitaba a sus tas, un par de ancianas muy dulces que le regalaban galletitas Bagley y le tejan calcetines y bufandas, todas grises o marengo. Nada hubiese dado motivos para fijarnos en la vida opaca de este funcionario de no mediar un hecho inusitado y extraordinario; un hecho que comenz una maana como las otras, como todos los das del Seor K.

El cielo estaba extremadamente negro esa maana, haba llovido toda la noche y K no haba dormido bien, tal vez los gases y flatulencias que inflaban sus intestinos; quizs su colon irritable que haba decidido protestar. Pens en esas galletas del da anterior...pues aunque estaban en un tarro sellado, tenan un sabor rancio de cosa descompuesta. A su edad ya se haba acostumbrado a las pequeas grandes molestias de la vida cotidiana: que la muela, que los bronquios, que esto hace mal y esto otro trae tifus y, ahora, la colitis...No exageremos, no podramos diagnosticar seriamente una colitis...todava estamos en los clicos intestinales. Bueno, en rigor y apegados a la verdad cientfica, debiramos conformarnos con una descripcin ms somera: K amaneci con dolores en el abdomen, eso es todo. Como se trata de un estoico funcionario y sabe muy bien los lmites de su carrera funcionaria, decide ir al trabajo y dejar para extrema urgencia el recurso, siempre a la mano, de permiso por enfermedad. Buenos dias, Seor K, fue el saludo obligado del portero, el ascensorista, la secretaria y dos colegas del departamento contiguo. K se mova apenas, tratando de esbozar algo parecido a una sonrisa que , a la postre, resultaba una mueca enigmtica que no alcanzaba a esconder esa puntada en el abdomen que pareca aumentar a cada paso, como un cuchillo que se abra hacia lo ms profundo, desgarrando sus entraas. Por fin, lleg a su escritorio, jams le haba parecido un rincn tan acogedor...y til. Se tir sobre la silla e intent relajarse, pidi un caf y cerr los ojos. Transcurri un largo minuto en que el dolor pareca alejarse por momentos para volver con renovada fuerza, como perro rabioso dispuesto a triturar cada centmetro de su abdomen.

Buenos das seor K , le pasa algo?

No, nada, por qu?

Lo noto plido y algo desmejorado, le traigo una aspirina? K ya haba percibido ese aire de telenovela que tena su secretaria, siempre cumpliendo los ritos de la buena secretaria. Incluso saba que ella lo admiraba secretamente, cuestin que lo llenaba de espanto, pues la audacia de esta cenicienta iba en aumento. No gracias, es que no pas una buena noche y... Ella tir violentamente los papeles sobre el escritorio y se alej silenciosa, cerrando con fuerza la puerta. Una nueva pualada le quema el vientre. Hacia el medioda, los dolores se haban vuelto insoportables. Dos veces haba intentado evacuar en el retrete durante la maana, sin ningn xito. Un estremecimiento interior lo haba obligado a ponerse de pie y caminar un poco; cuanto mayor era su esfuerzo, tanto mayor era el dolor. Camin discretamente por el pasillo con unos papeles en la mano, fingiendo que iba a alguna parte, que haca algo. Volvi a su escritorio, sintiendo cmo su esfnter anal se tensaba en un desesperado intento por detener la avalancha que se anunciaba irresistible y secreta en su abdomen abultado. Parece que fue un asunto psicolgico porque durante la hora de colacin, K se vio slo en la oficina y se precipit la crisis. Cuando trat de ponerse de pie, sencillamente no pudo hacerlo. Los espasmos eran tan fuertes que lo obligaban a permanecer inmvil. All estaba K convertido en una estatua a punto de estallar sin la ms mnima posibilidad de movimiento, con sus ojillos desorbitados...expectante. Sinti como su agujero posterior fue aflojando poco a poco, primero fue una ligera humedad, luego un largo bostezo mientras algo se deslizaba tortuosamente...algo duro de proporciones inusuales...apret los dientes y pesta nerviosamente. Hizo un postrero y dbil esfuerzo para terminar con su tortura, luego, un leve ardor y todo haba terminado. Esper algunos segundos; los dolores haban cesado por completo, lanz un suspiro, esttico... Estaba sentado sobre una esfera slida y maciza, metida entre su piel y el calzoncillo... Se incorpor lentamente; se sac la chaqueta y muy sigilosamente se quit los suspensores; enseguida se baj los pantalones dejando al descubierto sus albos calzoncillos. Palp esa pelota dura que colgaba justo debajo de su escroto... No poda dar crdito a sus ojos cuando vio entre sus piernas un calcreo y jaspeado huevo rosceo, del tamao de un huevo de avestruz. K , el sobrio y serio K , haba puesto un huevito.

Estaba perplejo, sumido en sentimientos encontrados; no saba si avergonzarse de sta, una desgracia ms que aadir a su vida o alegrarse por haber dado a luz. Quera salvar su honra y por un instante fugaz, pens en la posibilidad de deshacerse del huevo. En un momento de locura, tom una estatuilla de bronce que le haban regalado cuando cumpli los cuarenta y golpe con fuerza la cscara rosada con pintas verdosas, pero no funcion. Ya ms calmado, decidi llevar el huevo a su casa, as, lo envolvi con papeles de diario y se march alegando una indisposicin nerviosa.

Lo haba logrado, estaba en su cuarto con el cuerpo oviforme, sin haber despertado sospecha alguna. Dej su engendro sobre un plato; ms tarde, por considerarlo demasiado prosaico, lo deposit sobre un cojn aterciopelado. No se cansaba de observar la esfera ovoidal de color rosado y pintas parduscas. De ese sentimiento de rechazo y vergenza inicial, pasaba poco a poco a la curiosidad y luego a la aceptacin. La extraeza y el temor del primer momento ceda ante un cario que iba naciendo en l. Qu hara con l?. Cmo cuidarlo adecuadamente?. Nada es igual al cuidado de una verdadera madre, haba sentenciado una vez una de sus tas. Mentalmente, recorri su escasa cultura de gallinero que haba adquirido en su niez, durante los veranos en el campo. Concluy que lo ms adecuado y moderno sera una incubadora improvisada, de esas que ensean en los colegios. Una caja , una ampolleta , un platillo con agua y un termmetro a la vista, para garantizar los treinta y tantos grados . Por razones de urgencia, la primera noche decidi empollarlo l mismo... La sangre tira, haba oido en sus caminatas por el campo...ya sea por eso o por su propia emocin, lo cierto es que K , con el tiempo, se haba encariado con su huevo, hasta el punto de encontrar en el color y las manchas...algo de distincin y buen tono.

Cuando se ha puesto un huevo ya nada vuelve a ser lo mismo.

Nunca se haba sentido ms feliz en su vida que cuando el primer crujido dibuj la primera trizadura, anunciando la hora de una promesa... K, senta despedazarse el cascarn entre sus manos, presintiendo oscuramente que, ahora s, tendra algo porque vivir.-

MAKE UP

Se mir fijamente al espejo. Hoy era el da. Una cruz en el calendario, secreta seal para dos. Dos aos que se conocan y, precisamente hoy, esa mancha sealaba el da aniversario...hiertico signo de una complicidad de amor. Recin se levantaba, su rostro plido, algo desteido con las cejas sin dibujar. Encendi un cigarrillo muy largo y exhal alguna pesadilla que an no estaba convenientemente olvidada.

Dos aos en una boite de nombre francs, un obsceno rincn rincn nocturno. Dos aos del da en que una sombra se acerc a su mesa, un par de tragos y una conversacin banal. La tela limpiadora iba dejando al descubierto la cara y esos ojos llorosos, algo de rouge, un par de lunares pintados y la difcil operacin de cada maana, fijar las negras pestaas. Hoy todo fue ms fcil, haba algo en la gris rutina que saba diferente, la alegra de saber que en una hora ms llegara alguien, que ese alguien comparta tambin la cruz del calendario dibujada con lpiz azul. Qu vestido es el apropiado para un da otoal?. Otro cigarrillo y la consabida pldora para controlar el hambre y los nervios, un vaso de agua lmpida y transparente. Su rostro estaba ya completo, no faltaba nada...era como dibujarse cada maana, alejndose de aquellas malditas pesadillas que llegaban cada noche sin invitacin; inventarse cada da, tras los whiskies y las notas de un viejo piano, una noche cualquiera.

Mientras escoga sus prendas para ese da, rememor la primera vez que su corazn lati un poquito ms de prisa; aquella noche azulada en que adivin la aquiescencia en la otra mirada y supo que eran palomas al vuelo y llamas...furtivo mundo que llamamos felicidad. Sinti miedo, miedo a que un mal da todo acabara, no ms cruces en el calendario y...su vida comenzara la misma noche en que acababa, en una srdida mesa de bar de mala muerte.

Salan muy poco, destestaban las ventanas, pues cual miles de ojos escrutadores se saban observados desde el otro lado de los cristales, el otro mundo. Por eso, pasaran el da juntos, muy juntos y a solas en su departamento; champagne, comida y alguna tarjeta de los amigos. Tal vez, por la noche saldran a bailar y regresaran muy tarde, embriagados de noche y estrellas...eso, y cientos de besos jurados de miraditas.

Un escote abismal encerraba un disco de oro, era el compromiso mutuamente contrado; verdadero sol que iluminaba su soledad, fra soledad de luces de nen y risitas falsas, manotazos y groseras que se transformaban en lgrimas en el camarn y que llevaba consigo al piso catorce, mundo suspendido entre torres de una ciudad diferente.

Escobill sus cabellos y agreg una trenza...una ltima mirada al espejo y de reojo, un nervioso vistazo al reloj. La mesa dispuesta, todo a punto para comenzar un da; desodorante ambiental, un disco muy romntico y alguien que no llega. Estir su cuello por la ventana, abajo un auto se estaciona. La hbrida sensacin de alegra y vrtigo le anega el pecho...el disco gira... La sombra desciende del coche y estar frente a su puerta en algunos instantes. Regres a su cubculo, a su mundo construido desde siempre, su extrao mundo de lgrimas y cremas faciales.

Volvi su vista y all, como un latigazo, el espejo le devolvi su cuerpo entero. Por vez primera descubra, con estupor, cosas que nunca antes haba querido ver...sus pesadillas, pies desproporcionadamente grandes, piernas delgadas, quizs demasiado musculadas, su rostro pintarrajeado...acaso muy poco femenino finalmente. Unas lgrimas de ltima hora estropean su maquillaje. El timbre. Un insistente din don, el da, la hora, la cruz en el calendario... el tiempo que se precipita como una catarata. Abrir la puerta o dejarse arrastrar por el viento y la luz de la luna que se cuela celeste y dibuja manos seductoras que invitan a saltar a las nubes, acabar al fin con las noches pueriles y vulgares, llenas de veneno para un hombre algo diferente.

Abri la puerta, una figura con una tmida sonrisa en los labios murmura algo de Feliz aniversario. Trat de sonrer y decir gracias. Dud un instante, luego lo abraz. Aqu, en el piso catorce de cualquier parte no haba miradas ni palabras procaces para este amor entre una sombra que vesta como hombre y otra sombra que soaba ser princesa.-

ZAPPING

Que habas regresado, que estabas de vuelta de Pars. Supe de inmediato que ese suceso no poda ser indiferente para m. Como cuando jugbamos, tantas veces, a que el destino estaba en las estrellas... Claro que el juego haba terminado hace tanto, una noche de eclipse en que camin solo por las calles, tratando de imaginar la algaraba de flores y fotografas en alguno de esos lugares elegantes... Despus me contaste que en un momento aquella noche lo pensaste, si acaso todo era un gran error, si, finalmente, aquella no era la jugada correcta. Supongo que ninguno de los dos jug bien... Alguna vez me dijiste que todo eso fue una manera de huir, fuga personal y secreta hacia un presunto paraso, tu pequeo exilio. Yo tambin , a mi manera, hu... sent miedo, porque lo que comenz como un juego trivial, nuestro juego, se fue convirtiendo en un intrincado laberinto que reclamaba sus derechos, transformndose en una certeza inimagible. Fjate que ahora que escribo nuestro juego, siento estas palabras como la cadena oxidada que se resiste a dejar el ncora al fondo de ese otro ocano en el que navegamos.

Que regresaras definitivamente y que te habas divorciado. Cerrando un parntesis, vuelves, como si nunca antes... y te miro detrs de una botella de vino, detrs de tanto silencio...y tomo tus manos fras, imaginando por algunos instantes que todo est en su lugar, que todo est bien. Y adivino a Madame frente a una chimenea en su casa de Paris...y te imagino en Europa, as como se dice aqu cuando dices Europa, estirando la boca como una trompita... Bonjour Madame, das grises de niebla, llovizna y algo de soledad. Los ojos suelen perder el cielo azul de tanta distancia, de tanto tiempo. Pero t no, ni toda la nieve apag tu recuerdo. Y aunque ella envuelta en sabrosos olores canta en la cocina, en su mirada bailan sombras distantes, como fantasmas...Bonjour Madame, y en los patios encerrados por arcadas de ladrillos, bajo un rbol, un cigarrillo; y caminamos por calles de casas viejas, para preparar esa pizza que es como recomenzar el juego sutil de una noche de diciembre, con olor a plantas y tierra mojada. Bonjour Madame.. Que te vas a divorciar y que no te importa la casa ni nada de eso. Te apareces entre la gente, en una estacin de metro, como un fantasma, atravesando el tiempo... apenas reconozco las facciones de tu rostro; de tanto imaginarlo casi lo haba olvidado. Me veo en Austerlitz , esperando la correspondance , una fra maana; por unos segundos, cre que eras t, ibas acompaada por alguien y apenas s pude verte; supongo que lo imagin... El juego es as, subterrneo como las estaciones malolientes de Paris; se puede salir aqu o all, Chteu dEau o Baquedano; como en un zapping, los das se conectan imposibles y puede ser una noche de besos y lluvia o un eclipse de luna.

Me dices que s, que regresars. Las aguas de ese ocano agitan la herrumbre de la cadena anclada hace tanto en un sueo fijado en algn recoveco del tiempo y la memoria. Y cada palabra que pronuncias es un dj vu, bajarse en una estacin u otra; hasta que un buen da ests de vuelta. Los mismos escenarios, los mismos rboles, para nuevos actores... Con la mirada un poquito ms cansada de das, acaso con algunas canas... presiento que todava una parte de ti est del otro lado, saltando sin tiempo, de aqu a all, sin que nadie adivine la armona secreta que slo t conoces...el gran juego que late agazapado al fondo del corazn, como en los cuentos de duendes que nos contaban de nios.

Mientras me hablas, te miro desde el fondo de una copa; te sonro porque el vino y la luna me han susurrado que s, que a la vuelta de la esquina siempre hay gatos de pelaje oscuro y noches de plenilunio. Bonjour Madame, as, porque s, porque el vino, la luna y otras locuras por el estilo.-

EL REI HA MUERTO:

NOTAS INCONCLUSAS DEL ENANO

PARA UNA NOVELA INEXISTENTE

Sera difcil tratar de explicar por qu el Potoco insista en escribir sus notas sobre un excntrico sujeto que se declar Rei de Araucana en la segunda mitad del siglo XIX. Ms difcil todava es contar la historia de una novela que jams fue escrita; imajinada, deseada, bosquejada, mas nunca realizada. Esta es, pues, la historia de una presunta novela que el Petiso hubiese querido escribir i publicar, de la que hoi recojemos retazos, notas dispersas e ideas confusas.

La verdad es que a pesar de tratarse de un acto fallido del Petiso ( un fracaso ms que aadir a su biografa ); l pas ms de dos aos obsesionado por su escrito, como sola llamarlo en esos tiempos. Nunca podremos saber a ciencia cierta qu fuerza motiv su pasin intelectual i literaria a tal extremo que hubo jornadas en que literalmente no durmi. Se dedicaba todo el da a recorrer las bibliotecas i a adquirir libros viejos en San Diego sobre el tema que lo enloqueca; esta bibliofilia febril haba dado sus frutos, por lo menos ahora se haba alejado temporalmente de la vida licenciosa que haba llevado hasta ese entonces.

Cuando en una de esas raras ocasiones, en que por esas tardes el Chico llegaba donde Ren, era inevitable, en su presencia, caer en una especie de tertulia literaria: que Blest Gana, que Balzac, que Flaubert... Se la haba tomado en serio el Petiso, como si en ello se le fuera la vida. Su vida era ahora una bsqueda, un andar a tientas en pos de algo que apenas se presiente.

Hai una cierta raza de hombres cuya vida no puede ser sino una bsqueda; un algo que late en sus entraas los impele a ello. Toda bsqueda es, a su manera, un jesto desesperado por alcanzar lo buscado. Exploradores, poetas i chiflados de todos los pelajes han sido grandes desesperados. Todo anhelo es en s intanjible; aunque se encarne en una utpica ciudad, en un reino ms all del horizonte o en la etrea imajen de una mujer. El frenes i la desesperacin del que busca excede los lmites humanos; por eso, todo iluminado es tambin un ser inhumano, un demente que en su delirio atisba lo que los dems no logran ver. Lope de Aguirre fue capaz de recorrer el Amazonas tras El Dorado, sin embargo la pura codicia no alcanza a explicar su aventura, ni la de todos los conquistadores de Amrica. Las grandes jestas i las grandes catstrofes de la humanidad han sido protagonizadas por esta estirpe de seres, hombres que contajian de una peculiar peste a sus contemporneos. De poco sirven los anlisis racionales, siempre hai algo ms en las palabras de un verdadero magister ludi . Los lderes revolucionarios, los profetas de todos los tiempos, algunos artistas i una que otra mujer de excepcin, todos comparten la fiebre que hechiza i arrastra a los dems hacia el final del arco iris. De poco o nada servir la brutal evidencia de la historia que muestra cmo, una i otra vez, las grandes causas terminan en el martirologio i la infamia. Tal parece que necesitamos, de cuando en cuando, esa ebriedad de espritu que nos ofrecen los encantadores de serpientes. Orllie - Antoine de Tounens, perteneci, a su manera, a este linaje de hombres. An cuando fue un hijo segundn - por lo que se le ha comparado con Cyrano - de una modesta familia campesina en Dordoa en el Midi francs ; este hidalgelo protagonizara una epopeya monrquica, dando origen a la dinasta orlida que un da so con el Royaume dAraucanie et de la Patagonie. Segn se desprende de las notas del Enano, su inters por la extraordinaria aventura de Orllie- Antoine no era una mera aficin histrica o literaria. Tal parece que el Petiso lleg a identificarse con la figura de este desconocido monarca; las razones que pudieran explicar esta verdadera admiracin son todava oscuras. Acaso arroje luz sobre este punto, un prrafo subrayado, de una vieja novela, cuyo ttulo El Rey de la Araucana , hace innecesario decir que era una verdadera biblia para el Potoco por aquellos das. Haba en su fe algo del sentimiento mstico del iluminado y no hacan mella en su espritu las chirigotas de muchos de sus convecinos seres mediocres, almas a ras de tierra a las que castigaba encasillndolos, colectivamente, con el calificativo de chusma vulgar . Sea como fuere, lo cierto es que el Potoco nunca finaliz su novela; en una de sus ltimas notas manuscritas escribe: Slo una novela descabellada puede intentar captar el pulso descabellado de esto que somos; nunca moriremos de locura sino por falta de ella.. Podramos especular acerca de una secreta conversin del Enano al surrealismo; tal vez, Antoine Orllie no era otra cosa que una gran metfora de todas las utopas, sueos i excentricidades sembradas en esta Amrica, desde Coln a Bolvar, desde Pancho Villa al Che... Como suele ocurrir con los actos irrealizados, slo quedan piezas inconexas del rompecabezas...un viejo cuaderno manuscrito, algunos recortes de diarios aejos i dos o tres libros viejos, lo dems es cuento, puro cuento...

* * *

Sobre el horizonte se levantaba tenue una lnea oscura bajo un cielo gris agujereado por el sol. La brisa salobre golpeaba su rostro aquella maana del 28 de agosto de 1858. La nave se acercaba lentamente a la baha de Valparaso y ya pasado el medioda desembarcaba algunos bales y un maletn de cuero con sus pertenencias ms preciadas. Aunque el espaol le pareca spero y complicado, el coro vocinglero de toda esa gente en el puerto son a sus odos como un extico canto de pjaros.

No sin dificultad intent averigar si haba en el puerto una casa de huspedes francesa. Una damisela con precarios estudios en francs lo remiti a la Maison de Mme. Lafitte, la viuda de un marsells que se haba suicidado hace algn tiempo. La viuda result ser una amable dama que pronto simpatiz con el futuro monarca. Pronto se hall a solas y comenz a abrir sus bales donde traa sedas finas y licores de su tierra, que le serviran de capital y , pensaba, le abriran ms de una puerta en estas lejanas tierras.

Recostado en soledad, senta ese murmullo de olas como teln de fondo, interrumpido a veces por el sonido grave de algn navo lejano o por alguna campana del ferrocarril. Alli, imaginaba una bandera flameando con tres campos horizontales...verde, azul y blanca. Se vea a s mismo rodeado de tribus, como soberano supremo de un austral reino...verde, azul y blanco.

Durante dos aos, el aspirante a rey tuvo oportunidad de trabar amistad con distintos personajes, muchos de ellos gringos y uno que otro intelectual, entre los que se contaba un tal Jotabeche con el que aprendi algo ms de castellano. Dos largos aos preparando su partida, porque as como haba llegado , un buen da de octubre de 1860 se embarc hacia Valdivia, la tierra de los aucas, los territorios con los que haba soado tantas veces.

Al arribo de M. De Tounens a Valdivia, no haba entre los habitantes del Sur con respecto a la Araucana y a sus pobladores indgenas, nada de la simpata un poco melanclica con que hoy se les mira como ltimos representantes de la raza autctona, condenada a desaparecer a breve plazo...

La atmsfera moral les era a los indios francamente hostil, y en Valdivia, tanto los chilenos como los extranjeros, abrigaban el deseo impaciente de que el Poder Central se resolviese a la ocupacin y colonizacin de un territorio mantenido al margen de la civilizacin y aun del dominio poltico de Chile...

Actos de depredacin, raptos, secuestros, abigeatos y aun crmenes de sangre, cometidos por los naturales y exentos de toda sancin punitiva, haban exacerbado los sentimientos de odio y de temor en contra suya...

Despus de reclutar a dos colonos franceses que residan en la zona; los tales de nombre M. Lachaise y M. Desfontaines, quienes aceptaron sendos ministerios en el todava nonato reino. Satisfecho y lleno de entusiasmo, el aspirante a monarca se puso a la tarea de redactar la Carta Magna, esto es, la Constitucin Poltica del Reino de Araucana y Patagonia.El histrico documento fue firmado de puo y letra del Rey el 17 de noviembre de 1860.

Nous, Prince Orlie- Antoine de Tounens, considrant que lAraucanie ne dpend daucun autre Etat, quelle est divise en tribus et quun gouvernement central est rclam par lintret particulier aussi bien que par lintret gnral.

Dcrtons ce qui suit:

ARTICLE I.- Une monarchie constitutionnelle et hrditaire est fonde en Araucanie; le prince Orlie-Antoine de Tounens est nomm Roi.

ARTICLE II.- Dans le cas o le Roi naurait pas de dscendants, ses hritiers seront pris dans les autres lignes de sa famille suivant lordre qui sera tabli ultrieurment par une ordonnance royale.

ARTICLE III.- Juasqu ce que le grands corps dEtat soient constitus, les ordonnances royales auront force de loi.

ARTICLE IV.- Notre ministre secrtaire dEtat est charg des prsentes

Fait en Araucanie le 17 novembre 1860.

(Sign) ORLIE-ANTOINE 1er.

Pour le Roi

Le ministre secrtaire dEtat au Dpartament de la Justice

(Sign) Desfontaines

Aquel dichoso da de noviembre fue particularmente fecundo e inspirado, as, se redactaron una serie de documentos conexos con la Constitucin, entre los que se destacan Divisin territorial y administrativa del Reino, la Organizacin Eclesitica y el juramento de fidelidad a su Majestad Orlie- Antoine 1er.

El mircoles un respetable vecino de sta recibi carta de Angol, con fecha 28 de abril, en que dice:

Anoche entre once i media vinieron 30 indios a la orilla del Malleco al norte de Huequn i asaltaron a un inquilino del seor don Olegario Cortez llevndose como 300 animales vacunos i dejando gravemente heridos a dos hombres, a un nio i a una mujer que no alcanz viva a sta. Los dos hombres tienen una multitud de lanzadas i morirn pronto, el nio tiene las tripas fuera i est moribundo que todos tres dificulto pasarn hoi.

Como a las dos de la maana sali una divisin para darles alcance a los indios que ser difcil i llevan orden de llegar hasta el Cautn, creo que llegarn todos de a pi porque los caballos de los granaderos estn flacos.

Se asegura que el seor jeneral encausar al seor Cortez por la imprudencia de tener su hacienda all siendo que hace tiempo se orden se quitasen las haciendas para el otro lado de Renaico i las jentes a los fortines de la lnea, etc.

Pocos das hace que fusilaron a un indio que a distancia de 12 cuadras de sta asalt a una mujer, lanci a un hombre i se haba llevado un nio cautivo, i un cazador le dio alcance i lo fusilaron. De modo que ya se v que los indios van cumpliendo con lo ordenado del rei que salteen i maten segn se cuenta en estos mundos

* * *

Existi Napolen?. Porque bien pudiera ser que toda la historia humana no fuese sino la ms grande ficcin jams imaginada. De hecho, Napolen existe en los libros de texto que nos refieren el personaje quien, segn se dice, fue emperador tras la revolucin burguesa en Francia. Admitamos que alguien llamado Napolen Bonaparte realmente existi.. Ese alguien fue emperador de Francia y perdi una batalla en Waterloo. Para sus contemporneos se trat de la encarnacin del poder en Europa, pocos lo conocieron como para referirnos su perfil...pero se dice que existi.. Siempre alguien debe decir de alguien otro, alguna cosa para que ese alguien otro exista. Si un buen amigo de Marco Polo no nos hubiese legado su semblanza y sus andanzas, nada sabramos de l: Marco Polo no existira para nosotros. La historia es inevitablemente un relato que damos por cierto, es la versin oficial de algn acontecimiento relevante para la humanidad que (lo que sigue es ilegible).

Si la referencia histrica es ya brumosa, tanto ms oscura es su interpretacin. El miserable Lobo ha debido cargar con la culpa, en virtud de una historia contada para Caperucitas. Y qu decir de Can, Nern o de Calgula!. A propsito de este ltimo, no podemos negar que instalar un caballo en el senado no deja de ser un gesto potico lleno de sutil irona y de plena vigencia en nuestras democracias de cartonpiedra. Interpretar la historia es tomar partido, estar a favor o en contra de algo; como se sabe, tendemos a confundir con mucha facilidad lo correcto y verdadero con aquello que nos conviene, de esto se sigue que toda interpretacin histrica es, cuando menos, interesada. Intentar explicar la historia es intentar explicar lo fortuito; poner una muleta de causalidad all donde rein la arbitrariedad, la pasin. El historiador quiere convertir en ley y razn el delirio humano; el historiador quiere encontrar un propsito en el absurdo; un hilo conductor o un destino ineluctable en el decurso de los aos, siglos y milenios.

Los prceres estn posedos de un delirio que los lleva a las ms extravagantes empresas; esta anormalidad la comparte Alejandro Magno y Napolen, Bolvar y Orllie Antoine. El punto es que hay aventuras coronadas por el xito, en cuyo caso se inscriben en los relatos de la historia y aventuras exticas cuyo destino ha sido incierto. Sin embargo, los unos y los otros comparten la patologa del prcer, una sed insaciable de... (la frase siguiente aparece tachada, se adivinan unos signos de exclamacin o interrogacin)

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Un distinguido acadmico iniciaba su clase magistral sobre la Segunda Guerra Mundial, causas y consecuencias ; entonces, un alumno interrumpe al maestro y pregunta : Disculpe profesor, a la luz de lo que Ud. ha sealado, debemos suponer que hubo una Primera Guerra Mundial . El chiste, desde luego, es de un historiador bien intencionado que en tono plaidero hace notar la ignorancia histrica de las nuevas generaciones. Sin embargo, el chiste bien puede tener otra interpretacin. El alumno intuye que todo cuanto afirma el maestro y que da como cierto no es sino una gran suposicin ; podemos alegar que el alumno pecaba de ignorancia, pues desconoca, en efecto, el relato y la pretendida referencia a la Primera Guerra Mundial, lo cual nos hara exclamar junto a Mefistfeles: Sancta Simplicitas. Tal parece que el punto crtico del chiste no est en la Primera o Segunda Guerra Mundial; pues existe una variada documentacin escrita y grfica al respecto; lo sospechoso viene de la segunda parte de la conferencia: ...causas y consecuencias. La ambigedad de la historia radica en que , en tanto relato, siempre hay un hablante que cuenta la historia, y ese hablante suele ser el triunfador y no la vctima, por ello los antiguos exclamaban Vae Victis!

Los derrotados estarn condenados a vagar exiliados del paraso perdido, recordando sus horas gloriosas. La derrota vuelve humano al prcer, le resta el aura cuasi divina de que goz mientras estaba en el poder. Del trono a la carcel o a la guillotina.

Quizs, la historia se torna ms verosmil cuanto ms misteriosa y fantstica aparece. Piglia, que como buen escritor argentino le debe algo a Borges, estetiza la cruel historia nazi emparentando Mein Kampf y El discurso del mtodo; una excelente novela policial en que se narra la historia de un asesino : el cogito. La obra de Hitler sera la parodia de esta novela, su reverso infernal si se quiere. Dos alucinados megalomaniacos que quieren demostrar Descartes desde la duda, Hitler desde la abolicin de la duda de manera inflexible y rotunda un sistema filosfico imbatible, coherente y lgico. La historia estetizada apela a simetras y paradojas que guardan un secreto. As, siguiendo con Piglia, resulta interesante que Hitler haya desaparecido de Austria entre octubre de 1909 y agosto de 1910; durante esos meses el futuro dictador se instal en Praga para escapar al reclutamiento. En la capital Checa, Hitler, que apostaba a ser pintor y gustaba de la vida bohemia, visita asiduamente el caf Arcos en la calle Meiselgasse; donde se habra cruzado alguna vez con Franz Kafka, a quien le habra narrado sus oscuros sueos. De aquellos delirantes encuentros habra nacido el horror kafkiano de La Metamorfosis o El Castillo..., casi como una prefiguracin proftica del holocausto nazi. Poco importa que la historia novelada por Ricardo Piglia sea verdadera , lo nico que importa es que la palabra Ungeziefer es la misma que utiliza Kafka para denominar aquello en que amanece convertido Gregorio Samsa.

DE PAJAROS Y REENCUENTROS

Hoy y para estos das

es mi deseo el trascender,

pero este cielo es un vaco de pjaros

que se niegan a volver.

Nunca sabr porque se me quedan pegadas algunas palabras, algunas frases o versos. S, las palabras guardan una meloda secreta, un poder encantatorio que conocen bien los poetas, hechiceros del verbo. Nada los delatara a no ser por esos instantes supremos... Jorge Teillier, uno de esos albatros a los que cant Baudelaire, sola sentarse a beber en la calle Nueva York 11; eran aos oscuros de inviernos tristes que se hacan ms humanos al calor del vino...entonces, de madrugada, cuando la ebriedad desdibujaba los contornos, comenzaban a florecer las servilletas. El poeta, preso de esa otra ebriedad, escriba frentico sobre las servilletas de papel que atesorbamos como exticas piedras preciosas... Todo se resolva en unos instantes, todo lo anterior no era sino el prembulo de este momento que, sin decirlo, esperbamos...como se esperan cartas de otra parte.

Ahora se trataba de un verso que me haba tocado casi como dardo, inquietndome : Pero este cielo es un vaco de pjaros... Siempre he sentido que la voz de los poetas tiene vocacin de eternidad, todo cuanto dicen son hojas recogidas en jardines prohibidos; el poeta habla para siempre y sus palabras nos parecen una locura o un absurdo juego ;pocos advierten , sin embargo, el dolor y el precio que ellas encierran. No lograba ajustar el alegre y hermoso rostro de Wendy con la desazn que delataban estas imgenes... Ella era otra que desconoca, otra que estaba mucho ms all de la apariencia cotidiana. Parecan palabras pronunciadas desde una profundidad y un dolor que no se concibe sino con la experiencia y la vejez. Era posible que esta linda y joven poetisa tuviese cien aos?. Cuntas vidas anteriores se resumen en ella?. Cuntas veces me he alegrado de conocerla? Sent miedo al recordar el aire de familiaridad con que la conoc; como si apenas ayer nos hubisemos despedido en algn otro lugar. Y volva al verso como el devoto regresa a su mantra: Pero este cielo es un vaco de pjaros / Que se niegan a volver. Alcanc a or el lejano lamento, la soledad inmensa de una voz que clama al cielo; un estremecimiento llen mi corazn... La joven poeta estaba sola desde siempre, su poesa era tambin una lgrima. Aunque estaba en medio de una sala rodeada de amigos, su imagen se recortaba ajena, y ahora adverta que aquello que el resentimiento de los dems tomaba por altanera no era sino la ms profunda soledad de un espritu hermoso... Por esos aos Jos Paredes, a quien llambamos Seix Barral Paredes tena una editorial casi clandestina que se llamaba pretenciosamente Sin Fronteras, aunque rara vez pasaba de los mil ejemplares; Teillier haba publicado un pequeo libro, en cuya portada haba una fotografa en color sepia Carta a reinas de otras primaveras, donde el poeta volva su mirada nostgica a sus amores de juventud, desafiando al tiempo ....y no poda dejar de pensar en mi joven poetisa como una damisela en Copenhague un da de abril de 1826, entre sirenas, esperando a aquel velero que jams lleg...

Hoy, despus de tantos das, despus de tantas vidas, la nia sigue llorando frente a otro ocano donde sus palabras resuenan en la inmensidad sin tiempo. Pero este cielo es un vaco de pjaros / Que se niegan a volver. La nia camina descalza por una playa envuelta en la niebla, slo el silencio la acompaa...a veces, algunas sombras le hablan desde lejos, les sonre y sigue su camino. La ltima vez que vi al poeta fue en la plaza del cerro Santa Luca; apenas caminaba tembloroso ayudado por un bastn, cruzamos una mirada, no s si me reconoci...me detuve y lo vi hundirse en la ciudad, no quise musitar un adis porque de los verdaderos poetas nadie se despide jams, siempre vuelven; regresan como sabores, como colores, como msica de organilleros en la calle, los hay que regresan como viento o como lluvia, los hay, incluso, aquellos que regresan como pjaros; son as, traviesos y dulces como nios mal criados.

La nia camina descalza por una playa envuelta en la niebla, hmeda de tristeza y soledad...hasta que un buen da, por entre la niebla , como en los cuadros de Magritte, un parche azul celeste se agiganta... entre el bramido de las olas un chillido de pjaros, oscuras siluetas aladas contra el cielo luminoso...Los escuchas Wendy?. Los escuchas?. Son los pjaros, los pjaros!

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