Cuentos de la Huerta. Autor: Isidro Buades

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Isidro Buades Ripoll, nació el día2 de noviembre de 1928 en lauerta de Alicante en donde pasó

niñez y adolescencia, trasla-ndose más tarde a San Juan.Aún siendo aficionado a la lite-

tura desde que aprendió a leer, noblicaría sus primeros trabajossta los cuarenta o más años dead. Siendo esto en los llibrets fiestas de San Juan, Muchamiel,Campello, y también de la capital

n las fiestas de Hogueras o en lavista oficial de Moros y Cristianos

e San Blas.s colaborador activo del bole-n de la A.C. Lloixa en diversasecciones desde su fundación en981, destacandoel llamado Contelsidre .

También colabora en la publi-ación Crónica de la Albuferetaue fundó y dirigió Vicente Seva

Villaplana.Toma parte en las ediciones del

oncurso Lloixa de cuentos, lo-rando premios en todas ellas yonsiguiendo el primero con Tonetl soñador enel año 1984. Obtieneuego algunos galardones de me-nor importancia en lengua valen-ciana y trabajos poéticos.

Forma parte del grupo PLEdesde su fundación y en la mayoríade sus recitales; haciéndolo ma-yormente, en lengua valenciana yen la modalidad de humor. Es autorde Sant Joan Anys Cinquanta ,1988, Memoria d'un temps afHortaN, 1990, y, Arco en cola-boración con el grupo PLE , re-CMtemmie.

BMP Sant Joan d AlacantSig : SL N BUA cue/T í t : C u e n t o s de la huertaA u t Buades Ripoll Isidre 1928;)

Cód : 7016048 Reg : 13211.l. . a ..

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ISI RO BU DES RIPOLL

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O ISIDRO BUADES RIPOLLO Excmo. Ayuntamiento de San Juande Alicante

ILUSTRACIONES

ALEJANTiROCID POTZSCH

CARLOS FORCENCARUANACHEZNERJOSE M. HERNANDEZJOSE S. PAMBLANCOLOLANINOL S

MANOLO PARDOMANUEL GOMEZ BALSALOBREMANUEL DELGADOMW OLO RES BALSALOBREOSCAR ENEBRALPACO ÑIGUEZRAFA RICHARDSARRIO

Depósito Legal: A 471 199

IMPRESO EN U S m RAFICOS DE PBDRO A. MARTiNEZ IMPRENTA S A N JUAN DE S A N JUAN DE ALICANTE

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YUNT MIENTO DE S N JU N DE LIC NTE

La educación cultural de un pueblo se demuestra, entre otrascosas, por la aportación bibliográfica de sus hijos y también por el

apoyo que las entidades locales pueden brindarles para hacer realidadsus inquietudes por legar al futuro sus ideas, conocimientos, inves-tigaciones sobre hechos acaecidos, o la imaginación desbordada entransmitir a los demás el caudal de fantasías-realidades que surgen desus mentes.

Debe constituir una gran satisfacción personal el poder crearalgo para complacer con su narración a otras personas que se deleitan,

se forman, se regocijan y participan, de alguna manera, de la actividadliteraria de nuestros autores leyendo estas frases, estas palabrasunidas de forma hermosa que dan grandeza al ser más perfecto de lacreación: el hombre. el resultado surge y llega a través de estemedio de transmisión tan maravilloso que es el libro.

El Ayuntamiento de San Juan de Alicante siente una gransatisfacción al apoyar y patrocinar todas aquellas aportaciones cul-turales que enriquecen a nuestro pueblo, y más aún cuando se trata deun libro escrito por un entrañable conciudadano.

Desde esta página de Cuentos de la Huerta de Isidro BuadesRipoll queremos felicitar al autor por sus maravillosas narraciones ydeseamos que se sienta satisfecho y orgulloso de contribuir aenriquecery extender nuestracultura, como así lo sentimos todos sus convencinos.

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PROLO O

El ilustre botanista valenciano Antonio José Cavanilles Palopen su obra Observa ciones sobre la Historia Natural, Ge og ra fa .,Agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia editada en laImprenta Real de Madrid durante los años 1795-1 79 7 , describe lahuerta de Alicante en estos términos:

... Toda ella es un vergel inmenso que presenta hermosasvistas por la multitud de habitaciones esparcidas por aquellos jardi-nes. . t

. . . La variedad de verdes que resulta de los diferentes árbo lesy plantas. . .

. . Han trabajado los alicantinos con tesón y conocimiento yhallado recompensa en los camp os, que producen deliciosas frutas,rico acey te, excelentes vinos, gran cantidad de almendras, algarro-bas, granos, legum bres, barrilla, seda y otras producciones.. .

Esta visión, mitad real, mitad poética, percibida por el insignebotánico, cuando se cumplen hoy dos centurias, en nada sep ar ece ala realidad.

Aquella vega enjuiciada antaño man tuvo su presencia, siendobenévolos, hasta el primer tercio de nuestro siglo; desde entonceshasta estas calendas nuestrafertil campiña.fue al traste por mor de lascircunstancias; léase filoxera, y ue arruina los v iñedos, y falta delhúmedo elem ento , escaso y de excesivo precio por arencia de lalluvia que no se manifiesta ni con rogativas. Y la huerta sin agua,cuerpo sin alm a.

A mayor ab und am iento, la espec~ulaí-iónel suelo por el fenó-meno turístico iniciado en la década de los cincuenta, el encareci-miento de la m ano de obra y el desinterés d e los descendientes del

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auténtico campesino, que vislumbran otros horizontes en la industriao servicios, propician el aba ndo no de1 campo labrantío provocandoSU ocaso.

Las tierras de labor, no obstante, aún son roturadas, má s tarde,para explotar la tomatera como monocu ltivo especial generalizado enel solar huertano, porque rinde excelente granjería a las firmascom erciales exportadora s de este.fruto de baya globosa y colorada,que florecerá en to do el territorio del llano hasta la linde del mar.

Tiem po después esta explotación va a m eno s,por la competercia, quedando la campiña en erial donde destacan los caballones

ennegrec idos por los ma tojos de la última cosecha. Paulatinam entey hasta la echa los ma torrales se adu eña n del suelo dejando estampade abandono y borrando toda huella del esplendoroso jardín deantaño donde tan solo se vislumbra alguna muestra de renegridosolivos y a lgarrobos.

Para co lm o, hoy e1 territorio está a la espera de ser calificadocom o urbanizable, con vertible, de zona verde o incluido en los PlanesGe nerales de Ordenación U rba na , cuestión que aleja cada vez más anuestro predio hacia su u so agrícola.

Isidro B uades R ipoll, nuestro entrañable amigo, ha sido espe -cial circunstante de esta canlhiarzte c.,xperimentada en la huertaalicantina, de tan radical postura. Desde S L ~iñez, alternando campoy colegio - e l de Vistahermosa, de grata recordació- ha tenidoocasión de comparar los tienzpos de magnificencia de la parcelacultivable con la actua l sitilncihn, ya irrevers ible, de plena de jac ión ,que tortura el ánim a.

El sabe que ya no será posihle regenerar el espacioso despobla-d o, por los intereses creados en torno a la especulación del suelo yotros imponderables. Y cbonzo s enamorado de Na tura y siente elgran vacio existente, ha querido, con sus cuentos, rememorar elpasado de su me dio n atu ral , donde nucicí y vivió hasta alcanzar lamayor edad, a lte rnando las labores ~ ~ r o p i u sel ag ro , desde el orto al

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ocaso, con las de la pluma, estimulado por las alternativas vividas eneste entorno.

Las primeras letras son bien aprovechada por nuestro amigo;y desde su niñez comienza a pergeñar pequeñas aventuras captadasdel gran libro de la naturaleza, que plasma en el papel cuenta a suscompañeros de estudio, que le escuchan extasiados y le quieren yadmiran; porque Isidro en la escuela fue el alumno protector, elhermano mayor de todos los infantes.

u numen se acrecienta con la edad, y rebosante la alforja debucólica inspiración por las experiencias observadas en su ambiente,inicia timidamente los primeros pasos de su produción literaria, enverso prosa, que ven la luz en distintas publicaciones; trabajoreconocido con diversos premios que acreditan su valía.

LLOIXA, el Boletín de noticias de los sanjuaneros será princi-pal protagonista de sus narraciones y en sus páginas plasmará laidiosincrasia de su tierra y de sus moradores, dando a conocer a lanuevas generaciones la gracia y esencia del contorno, con tal sencillezy clarividencia que, al revisar cualquier pasaje de su invención, elqueleyere se sentirá transportado a los tiempos de grandeza delexhuberante pensil alicantino. Y es que capta en su alma lo que semuestra a su retina o le sopla la musa.

Obviamente, Isidro está en el cuento, porque en su caletrerecopiló asaz información que hoy aplica porque viene a cuento parasatisfacción propia y ajena, remedando al narrador veterano ocuentista que entretuvo a los hijos del general en su visita a la heredadde sus mayores.

Como en la colección novelistica árabe de Las Mil y UnaNoches , Isidro, cual Scheerezade-salvando las distancias de situa-ción y sexo-plasma en este libro una treintena de relatos, susceptiblesde alongar, parodiando a aquel conjunto de aventuras indicado, quepodría titular Los mil y un cuento, de la Huerta.

En la relación de los sucesos que ofrece en esta obra la temáticaes dispar y renovada, a tal punto que no hay dos.fábulas coincidentes.

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Refere en sus escritos asuntos tan variados como son: espírituhuertano, celos, amoríos, desaires, personajespintorescos, cosechas,riego, contrabando, animales de pelo y pluma, lluvia, incursiones

moriscas, torres y casas solariegas, arrendamientos, senyorets yllauradors, iestas locales, naufragios, robos y pillerías, carabinerosy municipales, estraperlistas, playas de la Albufereta y San Juan,abusos de autoridad, picardías, cobardes y valientes, gastronomía,incautaciones y todos con su moraleja.

A la villa de San Juan cabe el honor de haber puesto en escenaunos cuentos inéditos que definen exhaustivamente as características

peculiares del labratío comarcal y el carácter temperamento de suspobladores en la época en que este eudo era la despensa de Alicante,como asevera el dicho: Lo que Alicante come y bebe, a su huerta selo debe

Lean los cuentos de Isidro. Merece la pena.

VICENT E SEV VILL PL N

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LOS HIJOS EL GENER L

eso de las tres de la tarde del día uno de septiembre delaño 1959 año en el cual a611 se trabajaba un tercio dela huerta llegaron a la hacienda los dos hijos del

general. Era un día normal de este mes con mucho calor; ni un soplode viento y olor a algarroba1 en el ambiente. Una legión de chicharras

cantaban a destajo agarradas a los ásperos troncos de los almendrosy los gomones revoloteaban vivaces por las higueras sabedores de quetodo el mundo dormía la siesta.

Los jóvenes visitaban por primera vez las tierras de sus antepasa-dos en donde habíanse dispuesto a pasar todo el mes de septiembrerecomendo la huerta hablando con sus gentes y tomando apuntes yfotografías.

Para desplazarse por la huerta traían una motocicleta; una mag-nífica máquina de cross fuerte y potente que les serviría para recorrersenderos y caminos en cualquier estado por malo que fuera. Pero yasabemos aquello de que el hombre propone.. sucedió aquellamisma tarde que el mayor de los hermanos que era el que poseía elpermiso para conducir probando la máquina sufrió una caídi fractu-rándose una pierna. así por tal circunstancia vieron frustrado su

propósito de conocer a fondo la huerta que tanto amaba su padre. Perohe aquí que no fue tan desastrosa su estancia como hacia presagiar elaccidente sufrido; porque enterada la casera del objeto de su viaje y

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a la vista del disgusto de los chicos les hizo una proposición: con ellaestaba pasando unas días su padre el cual algunas veces le habíarelatado sucesos o cuentos de la huerta muy interesantes; y sideseaban podría pedirle que los repitiera para ellos; pues la verdadera que al hombre le gustaba mucho hacerlo.

Pensando que unos cuentos valdrían más que nada aceptaron; yaquella misma tarde comenzó el labrador sus relatos.

Era el tal hortelano como de unos sesenta años de edad de regularestatura y figura que hacía pensar más en un burguks venido a menosque en un obrero agrícola. En ocasiones llegaba a parecer un hombreculto; pero cuando se le observaba detenidamente se comprendía queera uno de esos individuos que han leído un poco de esto y un menosde aquello. Y con esta desordenada ilustración unida a cierto tacto enel trato con las personas y sentido de la estetica al relatar hacía que sushistorias fueran ilustrativas amenas y dotadas de un melancólicohumor que a veces colocaba al oyente en la misma divisoria de unalágrima y una sonrisa.

Los dos hermanos recibieron al rústico con la característicaamabilidad y educación de los señores de «cuna»; y ya transcurridoscinco minutos o así de animada conversa optó por decir nuestronarrador:

Pues muy bien «senyorets» viendo el interés que tienen ustedespor las cosas de la huerta y esto a mí me complace- les referir6 lahistoria de «Tonet el soñador» que a mi modo de ver hoy viene a

cuento; y así podrán comprender ustedes algo muy importante; queuna cosa es visitar la huerta y otra muy distinta ser huertano. Perovamos a conocer a Tonet y sus sueños que como tal a veces suelenser eso nada más sueños.

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TONET EL SOÑ DOR

Tonet le gustaban los espacios abiertos, ver los leja-nos montes y las nubes altas en el cielo. Que el vientojugara con sus cabellos y el sol tostara su piel; oír el

anto de las aves y escuchar del lejano mar el sordo rumor de la resaca;estar en contacto con la naturaleza, sintiendo el calor del verano y elfrío invernal con toda su crudeza. Tenía espíritu de huertano; bien quele hubiera gustado poseer un «roalet» para plantar en él lo que a todosnos gusta: Los melones, las habas, los tomates del terreno Pero para

todo eso estaba vedado; su vida eran las cuatro paredes de sullem, un cuartucho con enrejada ventanuca en donde se respiraba

viciado con olor a zapato viejo. Porque Tonet era zapateroendón y le caía el oficio de lo más mal; mas no hallaba otro remedio

e aguantarlo, poque 61 no tenía ánimos para irse a la huerta a cavara de sol a sol. Se sentía huertano pero no de legón y azada; más le

a labrar con una mula gorda y quinceañera, poner los higos a secar

apacentar ovejas. Algo que respetara sus pobres arrestos y seon aquel lumbago crónico que tantas limitaciones le

Y clavando y cortando piel soñaba con la paradisiaca huerta tanrente entonces de la que hoy podemos ver.Tenía ilusión pero no esperanza; sabía bien que no lo lograría

6s. S610 cabía una posibilidad, si hubiera tenido buena planta):

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conquistar a una acomodada huertana; pero, py , a aquellas les«acomodaba» más un huertano que estuviese a su altura y no los

zapateros como él. Y así, triste y meditabundo, siempre con el gusanitoen lo mismo, tenía el martillo en la mano y en la mente una viñafrondosa o un florido almendral.

Un día tuvo una noticia que le pareció un rayo de luz. Se enteróde que se necesitaba un acequiero para el agua del pantano, y decidiópresentarse. En este oficio podría gozar día y noche de su amada huertay estar más que nadie en campo abierto y en contacto con la naturaleza.

Fue a informarse y reunía los requisitos para ocupar el puesto. Eramayor de edad, sabía leer y escribir, y tenía dos mil reales de vellón quese exigían como fianza a quien no fuera propietario de tierras en lahuerta con un valor mínimo de ocho mil reales. Así que, sólo lequedaba aprender de memoria el REGLAMENTO PARA EL

APROVECHAMIENTO E LAS AGUAS DE RIEGO E LAHUERT DE ALICANTE. Y se le veía a Tonet en los Últimos días

que le quedaban de zapatero sin cesar un instante en la retahíla de losestatutos. Artículo primero: las aguas que se reúnen en el pantanose les dará salida Y así día y noche hasta que llegó la hora en queprovisto de su cayado tomó posesión del empleo, haciéndose cargo delas cuatro arnpolletas o relojes de arena «hechos de una pieza ytransparentes» como decía el artículo séptimo, y con su lapicero ycuaderno para las anotaciones y comunicados comenzando su

andadura por los intrincados brazales, hijuelas y ramales de los que secomponía la red de riegos de la huerta.Transcumó una semana de su empleo y todo sucedió normalmen-

te a pesar de que era invierno y hacía un frío intenso.Iba aprendiendo a andar de noche por las estrechas sendas

bordeando las acequias y dominando la confusión inicial de albalaesde distintos colores con arreglo a su valor en minutos. Los de una hora,.

rosa; los de media, carmesí; los de un cuarto, limón; hasta los de miety blanco de cuarenta y veinte segundos respectivamente.

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Empezaba a conocer a los agricultores que le aceptaban de buengrado a excepción de algunos que le obsequiaban con alusiones a suanterior oficio para las que había decidido hacerse el sordo en algunos

casos y en otros responder airosamente sin que nadie se ofendierademasiado. Al fin y al cabo él era empleado de un sindicato propiedadsuya; de los hombres de la huerta en donde como en toda colectividadlos hay de diferente condición.

Estas pequeñeces no le habían hecho mella y se sentía feliz en sutrabajo. Sin embargo surgió el primer incidente. Fue un perropodenco que le atacó sin contemplaciones y le mordió dos veces en

la pierna derecha y lo hubiera hecho por tercera vez si no se hubieradefendido con el cayado el cual partió sobre su lomo.

Esto produjo gran indignación en el propietario que le acusó dehaber agredido al perro teniendo que defenderse el animal y luego leamenazó con partirle la cara y le denunció al sindicato de cuyodirector recibió una buena reprimenda viniendo de quien venía ladenuncia siendo lo peor del caso que no le permitiera relatarle su

versión de los hechos.La huerta de Alicante tiene una media anual de 179 días de sol

42nubosos y 44 cubiertos. Al bueno de Tonet le había correspondidocomenzar su oficio en éstos últimos y llevaba ya diez días que apenashabía visto el sol. Le había mordido un perro denunciado un reganteamonestado el director y aquel mismo día había tenido unas ásperaspalabras con un regante que prentendía regar más de lo que en albalaestenía. Hubo insultos por parte del huertano Tonet sacó el flamantereglamento para que el hombre se convenciera pero éste se lo tiró a lacara tomándolo como burla pues él no sabía leer.

Se estaban acumulando muchos contratiempos y ya no pensabatanto en la belleza del paisaje y en lo saludable del medio; pero decidióarmarse de paciencia pues pensaba que era preciso que así ocurrieradebido a su inexperiencia y de alguna manera tenía que pagar lanovatada.

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-Ten paciencia Tonet-, se decía a sí mismo, -que la huerta no eshuerta así lo dicen los libros); a lo sumo es un secano mejorado, y

haciendo honor a la palabra días vendrán en los que no habrá una gotade agua y este trabajo ser6 m6s llevadero. Entonces lucirá el sol y notendrás que ir a resbalones por esa urdimbre de senderos que a vecesno son m6s anchos de un palmo. Encontrarás en cualquier lado esosracimos negros y apretados que te deleitan, y melones; que ú sabesque los dejan amontonados en los bancales y no se molestan loshortelanos porque un «martaver» refresque la boca con ellos. Beberás

agua fresca de la botija que la tienen colgada del algarrobo cerca deltajo, y disfmtarás con ellos de la fresca sombra charlando animada-menk de ese tema eterno que es el agua,C de los privilegios clirnAticosde esta comarca, para terminar unánimemente proclamando que latierra de esta huerta sirve para abonar la de Valencia. Y cómo no,tendrás ocasión de demostrar a todos ellos lo mucho que ú sabes delpantano, desde que se les ocumó la idea de la presa a los vecinos de

Muchamiel, Pedro Cano Izquierdo y Miguel Alcaraz, hasta el día dehoy.

Este era su consuelo, pensar que así ocurriría; hasta que unainfortunadanoche, la del 17 al 18 de marzo de aquel año, los elementosle sometieron a una prueba durísima.

Eran las ocho de la noche cuando comenzó a llover copiosamente.Terminaba de entregarle la cuenta el penúltimo regante del brazal y

recibía la «dula» el «darrer», se disponía a marchar al pueblo en buscadel merecido descanso. El labrador le aconsejó que con semejantenoche debería posponer la marcha y esperar en la casa a que amainarala tormenta o llegara el nuevo día.

Toni, aunque cansado, prefirió tres cuartos de hora de caminobajo la lluvia hasta llegar a su casa, mudarse la ropa y cenar para irseluego a la cama. Desoyó los consejos del hombre, que parecía buena

persona, y enfiló el camino de San Juan con la única protección de lapequeña manta de borra que llevaba consigo por las noches.

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Comenzó a andar con paso vivo por el camino que bordeaba laacequia para tomar luego la senda que en un tramo como detrescientos pasos se extendía teniendo a un lado el brazal y al otro una

hijuela tan profunda como éste y que con la lluviaestaba más de mediade agua. Así pues tenía que guardar equilibrio por doble razón.

Hasta este momento sólo el rumor del chaparrón oía Tonet; perode pronto un relámpago cegó sus ojos teniendo que detenerse alpropio tiempo que se oía un trueno potente que le produjo una jamássentida sensación de fno y terror.

Se repuso enseguida pero la oscuridad era tal que de momentono pudo reemprender la marcha y cuando tanteando con el cayadocomenzó a andar vacilante otro relámpago con más viva luz que elanterior le volvió a dejar ciego y un centenario algarrobo que noestaría a más de diez pasos de distancia se desplomó partido por elrayo en dos mitades a ambos lados de la senda mientras el trueno máspotente desgarrado se oía. Luego quedó todo envuelto en laoscuridad flotando en el ambiente un fuerte olor a azufre.

Tonet no pudo aguantar más y desplomándose como un muñecode trapo cayó al agua cuya comente comenzó a arrastrarlo.

Si de momento se encontró perdido y se desplomó al caer en lasgélidas aguas sintió como un latigazo por todo el cuerpo y abando-nando la manta y cayado empezó a dar zarpazos para agarrarse a algofuera hierba árbol o la misma zarza punzante.

Así estuvo por espacio de unos segundos hasta que se agarró a lacisca que crecía abundante en los márgenes y haciendo un granesfuerzo logró encaramarse sobre la senda. Luego como pudo selevantó y comenzó a andar sin miedo saltando sobre el árbol caído conla idea fija de llegar pronto a casa.

Al cabo de media hora llamó a su puerta. Su madre le abrió y alverle en tal estado se apresuró a poner agua a calentar y darle ropa

limpia para que se mudara. Cuando comenzó a desnudarse comprobóque había perdido los albalaes que llevaba así como todas las

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ampolletas, la libreta de notas, el lápiz, la manta y el cayado. Luego,cuando ya se había lavado y vestido, tomó una taza de malta calienteestuvo con su madre al amor de la lumbre, y se fue a la cama. lamañana siguiente fue al sindicato y despues de relatar lo ocumdo, sedespidió.

Cuando regresó a su casa se encontraba muy aliviado, se habíaquitado de encima un gran peso y lo primero que hizo fue entrar en sutaller. Abrió la ventana y fue mirándolo todo y acariciando susherramientas; el banco, su silla, los cueros; se paró y recordó loshechos. Era curioso; ya no sentía lo mismo sobre la huerta; seguíanatrayéndole los espacios abiertos, si, pero ya no deseaba tanto ver lasviñas con sus apretados racimos y los almendros floridos sintiendosobre su rostro el soplo del viento y los rayos del sol, y algo extrañoestaba sucediendo. El olor del taller no era repugnante, y las herra-mientas unos objetos ingeniosos e interesantes. El trabajo no era malo,pues tenía su aliciente: el perfeccionamiento constante y la satisfac-

ción de la obra bien hecha. -iAy Tonet -, pensó. -¿por qué te empeñasen hacer lo que no sabes? ¿por qué crees que otro trabajo es mejor?Pensabas hallar la felicidad de acequiero y has comprobado que laventura soñada no estaba allí. Y así suele ocumr: el poderoso cree enla felicidad de un pastor de ovejas; el mendigo en la del rico, lacosturera en la de la princesa, y tú, que ya has pagado un alto preciopor esta creencia, tienes que

felicidad, cada cual la lleva

ir haciéndote

dentro.

idea verdadera

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Al día siguiente los dos hermanos esperaban media horaantes de lo convenido a que llegara el narrador. Tenían lacerteza de que aquellos cuentos eran historias con nombressupuestos e iban a aprender de la huerta y sus gentes quizá

más de lo que lo hubieran hechopor sus propios medios. Asípues, cuando llegó Tomás que asíse llamaba el padre de lacasera) apenas tomado asiento, viendo las caras de ansiedadde sus oyentes, comenzó la narración.

-Hoy hablaremos de algo que siempre ha influidopode-rosamente sobre las personas -dijo-, de algo que, a veces,hace parecer buenos a los malos y malos a los buenos, que

cierra unas puertas y abre otras, que da la vida y también lamuerte. En fin, creo que ya saben de qué se trata, de, eldinero.

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L FUERZ DEL DINERO

a tia Josefina se había enterado de que su hijo Frasquito-Quito- cortejaba a una chica del pueblo, y, natural-mente, ardía en deseos de saber qué cualidades adorna-

h n a la joven que, en su día, sería la esposa del hijo de su corazón.Corno el mozo ya había pedido permiso al padre de la prome-

i tid para cortejarla -paso decisivo para un noviazgo en regla-, llegadogpi hubo el día de Pascua de Resurrección merendó en casa de la' tura esposa en compañía de sus padres y demás familia así como de

jdvenes y amigos.Esta era la costumbre y también lo era que el día de la feria de

anta az el novio comprara un gran pafiuelo, especial para estason el que obsequiaba a la novia con la «pes&», onjunto deles, con otras golosinas, en cantidad y calidad, con arreglo

bolsillo del novio en cuestión.El bolsillo de este caso era fuerte y asi lo fue la pesh ; tanto,manta de «comial» con que la envolvió, pues no cabía en el

levó al hombro el fornido muchacho, no cupo por el huecomida puerta de la casa de la novia, y del tirón que pegó al

ancó el marco de cuajo con el consiguiente disgusto y placer-que era algo tacaño-, viendo lo fuerte del yerno y pensando

ra que luego de arreglada la puerta le pasaría el carpintero.Entregado el obsequio por el novio tenía entonces la novia el

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deber de bordar el pañuelo, y con parte de los dulces y demás golosinasenviárselo a la madre de él.

Hecho esto, la señora y futura suegra examinaba el trabajo delpañuelo, que venía a ser, como un certificado del gusto y habilidadmanual de la chica.

Realizado el concienzudo examen venían los comentarios,que, según la calidad del trabajo, pasaban a ser buenos o malos y noen pocas ocasiones quedaba la futura suegra contenta sin que laavispada muchacha supiera coger la aguja habiendo pagado por ello

sus buenos reales a una profesional que, calladamente, realizaba eltrabajo. esto, precisamente, fue lo que ocurrió en esta ocasión.Carolina, que así se llamaba la novia de nuestra historia, no era muyexperta en estos trabajos y para quedar bien ante la futura suegra, quetenía fama de entendida, pidió consejo a una vecina discreta, de todaconfianza, quien la aconsejó que diera a hacer la labor a una amigasuya que ignoraría la procedencia de la tela y tendría un bordadoextraordinario; eso sí, pagando el doble de su valor.

Así se hizo, y la bordadora al tomar el pañuelo para ejecutarel bordado sólo supo que era de una joven que tenía poca habilidadpero mucho dinero.

Realizó un primoroso trabajo pensando en que iba a cobrarbien, teniendo una pena en el fondo de su corazón, que no fuera una

chica acaudalada como aquella, la que tan en serio había tomado suFraricisco.Com an tiempos en que la pobreza era grande y a pesar de ser

muy estrictos en aquella sociedad en cuanto a moral y otras prendaspersonales, un billete de mil bien podía cubrir una mancha por muygrande que ésta fuera. Normalmente los billetes de esta cuantía sólolos conocía la gente de oídas, y la sucia calderilla era la protagonista

de la mayoría de las transacciones comerciales que, normalmente, sereducían a la adquisición del sustento de cada día; unos pocos duroslos tenían los acomodados y un billete de mil, poquísimos privilegiados.

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nite éstos se hallaba la novia de nuestra historia que además poseíauna media con cierta respetable cantidad de doblones de oro que habíaheredado de su tía abuela que con ellos vivió y que era viuda de unoficial caído en la guerra de Filipinas.

: Como habrán podido apreciar quienes ésto leyeran las dosas señoras deseaban saber una quién era la nuera y la otra quién

el novio pero lo bueno del caso era que ambas conocían a los dosjóvenes perfectamente. La amiga discreta sabía que el novio sellamabaFrancisco y no se le ocumó arnhs pensar que en realidad fuerael hijo de la misma bordadora que se llamaba «Quito»; ella no sabíaque «Quito» y Francisco eran el mismo nombre. Don Francisco era elseñor coronel dueño de la hacienda donde trabajaba su marido y¿cómo iba a llamarse «Quito» aquel gran señor?E , . a aprovechada bordadora repasaba mentalmente una y otravez todas las familias de la pequeña villa y no acertaba a dar en el clavo;esto tenía su explicación y era que esta familia vivía en el campo ensu magnífica casa de labor por deseo de la abuela que allí había nacidoy allí quería morir. que nada más fallecida ésta habíanse trasladadoa su casa del pueblo a donde sólo iban anteriormente a pasar las fiestaspatronales.

Estas circunstancias: la del nombre de la primera y la de laresidencia en la segunda hicieron que ambas desconocieran porcompleto de quienes se trataba y así llegó a las manos de la madre deFrancisco un buen día el pañuelo con los dulces de ritual.

Como es de suponer cuando lo desenvolvió se llevó la gransorpresa tanto que el hijo lo notó en su rostro y muy angustiadoinquirió titubeante sobre la calidad de la ejecución del trabajo.

Ella dominando el primer impulso que fue el de llamarla«desmanota» y otras lindezas semejantes recordó las fincas de lachica y la media con los doblones heredados de la abuela sonrió con

una sonrisa ancha mitad sorpresa y mitad satisfacción asegurandoseguidamente a su hijo que se trataba de una labor primorosamenteejecutada.

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jcuánto poder tiene el dinero y cómo hace cambiar a laspersonas de actitud hasta en las cosas más importantes La tía Josefina

alabó la «buena m no» de su futura nuera y luego, le faltó el tiempopara ir a decirle a la que le trajo el pañuelo para bordarlo, que por nadadel mundo dijera lo que de verdad había sobre aquella cuestión.

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Ayer les relaté una historia en la que el dinero uegaun primordial papel, dijo Tomás con una leve sonrisairónica. En ella aparece unapersona que, por él, es capazde entregar o negar un hijo. Seres avarientos que jamásse verían satisfechos por mucho dinero que tuvieran; encambio y porque los hay , hoy será nuestra historia la quehablará de un Personaje al que le pesaban en su bolsillo,jtoneladas unos pocos billetes.

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P L U

adie sabía su verdadero nombre y las gentes de la huertale llamaban Palau. ¿Quién no conocería a Palau? y jaquién no conocería el? En este plano llevaba ventaja

sobre los huertanos que le conocían superficialmente y decían que eraun pobre loco un infeliz.

Un pobre loco él sabía eso perfectamente aunque pocos cayeron

en la cuenta; pero infeliz no era; hacía la vida que le gustaba elegíapatrono o lo abandonaba sin más cuando le parecía; y ya se le podíadecir que estaba loco.

Cuando menos se esperaba marchaba a la capital con lo ganadoen muchos meses y en una semana o en menos tiempo lo gastaba todoen mujeres en bebida de mala manera. como su aspecto tenía pocoque desear en todas partes antes de servirle le exigían que mostrara

su dinero.El ya lo sabía y normalmente cuando llegaba a uno de esos

establecimientos decía al tiempo que mostraba algún billete -no todoslos que tenía:-

-Hay educación ¿sabe? hay educación.Llamaba así al dinero y probablemente no había elegido esta

palabra al azar.

Sabía qué huertano era más o menos económicamente fuerte;del que llevaba el negocio limpio o estaba endeudado hasta la cabeza;

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del que malcriaba a los hijos; de quien era un dictador, y hasta paraaquella familia que haciendo un gran esfuerzo estaba dando la carrerade magisterio a su hijo (que no era ninguna lumbrera y se dabaimportancia en los estudios); hasta para éstos tenía su agudo comen-tario y al chico le llamaba el "anquitecto".

Decía muchas verdades en sus tonterías y cuando tomaba doscopas gritaba proclamando con cierta gracia los defectos y problemasajenos.

En una de sus salidas compró un décimo de lotería y dos meses

más tarde supo que había sido premiado. Fue a cobrar y cogió el dineroque le dieron, dos fajos gruesos de billetes, jmucho dinero No se paróa contarlo y empezó la juerga, su juerga, y estuvo gastando hasta queno le quedó nada y tuvo que regresar a la finca en donde trabajaba,andando, sin poder tomar siquiera un taxi; todo esto ataviado con susalbarcas de desechos de neum6ticos de automóvil, su pantalón gris desarga y el jersey de lana viejo y desbocado y de dudoso color.

Como para61 no existía horario, sólo día y noche, regresó al lugarde trabajo por la carretera a las dos de la mañana tranquilo y satisfechocomo si fueran las ocho de la tarde.

La noche era oscura y en los años cincuenta el tráfico nocturnoera casi nulo hasta en las principales carreteras, y así no es de extrañar,que la pareja de la guardia civil que iba de servicio de carretera no leviera venir pero sí le oyera.

Palau que en aquellos instantes iba felizmente acompañado de suhermoso caballo blanco al que llamaba «L,eÓn», y que extrañamentesólo le acompañaba en las noches que había tomado cuatro copas, hizoque los ageiites del orden al oírles se detuvieran y aguzaran el oído.

-¡Hola, hola, quieto, León, ñas, toma , iquietoo -. Esto escucharonacompañado del clásico sonido del trote nervioso de un caballo.

Pero, veamos cómo sucedía este extraño hecho, y que enrealidad no existía el caballo; aquel que estaban escuchando acercarsea toda prisa los civiles.

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Como ya sabemos, Palau cuidaba muy poco su indumentaria ya s sandalias o abarcas de goma que calzaba, aparte de llevar algo en

S pies le ayudaban a la ficción del caballo; esto sucedía porque, aPalau, a pesar de ser fuerte físicamente se le podía apreciar ciertadeformación en toda la parte izquierda de su cuerpo, producto delguna parálisis infantil o malformación congenita quizas. El ignora-a su defecto y si no era así parecía que no le importaba demasiado;l caso era que golpeaba algo más fuerte el pie derecho sobre el suelode esta manera la suela de goma producía un cierto repiqueteo al

hocar con el piso, y luego de rebote con el pie, al tiempo quecompañado del ruido del izquierdo, producía ni más ni menos, que ele un caballo al trote, digamos, poco reposado.

Quieto , ¡quieto León -, volvieron a escuchar los guardias yamcho más cerca. Y como es de rigor en estos casos, le dieron el alto.

-¡Alto ¿quién vive?-, dijo el jefe de pareja adelantándose unosasos.

El ruido cesó de súbito y la voz blanda del tonto sonó temblorosaaniñad~ omo tan bien sabía 61 hacerlo en tales ocasiones.

-¡Un hombre , ¡soy un hombre . ¡ O me mate señor "guaria", nome «despare» el «fosil».

-A ver, acérquese-, dijo el guardia, nervioso, ante la extrañaspuesta.

Poco a poco, cojeando más que nunca, se acercó Palau sin dejaru retahíla.

-¡NO me mate señor guaria" no me «despare»Mas no por esto dejaron de apuntarle con sus armas y extrañados

verle aparecer solo preguntáronle al unísono: -Y el caballo, ¿dóndetá?

-Yo no tengo ningún caballo-, repuso con su vocecita.

cómo que no?, ¿y el que traía ahora mismo?-¿Qué caballo, señor "guaria"?, si yo tuviera un caballo no iría

pie. ¡YO no he visto ningún caballo, yo no tengo caballo, ¡ay señorguaria" -. Y comenzó a llorar.

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Entendieron que era un pobre loco pero no por estadejaron de pedirle la documentación, que no tenía, y a preguntarle y

a mirarle hasta que se convencieron, plenamente, de que no era.rn6sque un pobre hombre; que no se trataba de ningún espía de los"maquis", quienes se hacían pasar por los más diversos personajes.

Así pues, tras un buen sermón y de aconsejarle o m6s bienamenazarle con una inconfundible señal con la mano abierta -señal dezurra- de que no anduviera bebido y más a deshoras de la noche, ledejaron marchar sin aclarar a dónde había ido a parar el caballo, pues

ellos estaban muy seguros de que lo llevaba.-Bueno, señor "guarian-, dijo Palau con su vocecita más inocen-

te; muchas "grasias", no me verán mhs, hasta pronto-. apenas huboandado veinte pasos reanudó su trote y comenzando de nuevo surepresentación se le oyó vocear:

Quieto «León» , toma, ñas , jreeea , quietoEh oiga, vuelva enseguida -, gritó uno de los guardias. Pero

Palau con su hermoso caballo blanco, caballero al trote vivo, no le oy6y siguió con su algarabía hasta perderse por la curva próxima,satisfecho, extrañamente satisfecho, de haberse reído de ellos y por iracompañado de su brioso «León».

Cuando llegó a la hacienda se dirigió a una vieja ermitasemiderruída que hacía de pajar: aposentó antes a «León» en unaespecie de establo o invernadero de cristal y mármol blanco y luego se

tumbó sobre la paja hasta el día siguiente, que le encontró el aparceroy le despertó de una patada gritándole:

-Hola, sinvergüenza, conque has vuelto, jvenga, a trabajar , jatrabajar que ya es tarde

marchó al trabajo para estar un mes, dos, tres, medio año; Diossabe cuánto: Hasta que le diera la gana y de nuevo le tomara aquellaextraña ventolera y marchartia gastar todo su dinero, hasta el últimocéntimo.

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Aquella rn iurn del día cuatro de septiembre se levantóTomás muy temprano. Sería más o menos a la salida del sol; ydigo, sería, porque estaba nublado y había tormenta siendo lostruenos los que le despertaron.

A Tomás, como buen labrador, la lluvia le emocionaba;y aunque él ya hacía varios años que había abandonado el agrodespués de lapartición de la haciendapaterna con sus hermanosy de ver la clara decadencia de la huerta. Aun así erandemasiados años de mirar al cielopara que la inminencia de lalluvia no le acelerara el corazón; y, oído que hubo los truenosse levantópara comprobar si iba en serio o se trataba de una deesas nubes locas de verano.

Mirando estaba la tormenta, que por la sierra de Cabe@se dirigía arrolladora hacia la huerta, vio pasar en bicicleta porel cercano camino a un antiguo conocido.

jVa a t'ploure" -dijo con su vocecilla afautada . Teníael individuo la cara terrosa, era de corta estatura y de menoscarne que la bicicleta.

-;Vaya pájaro murmuró bajito Tomás. Yen verdad queera un pájaro rurísimo: voz infantil, eo, endeble, retraído,^ enel fondo un chulo como un castillo; pero no podía usar suchulería consciente de que decían verdad sus conocidos cuandoaseguraban que no tenía fuerzas ni para levantar nun gat delrabo». Pero hete aquíque, cuando cumplió los veinte años y selo llevaron al servicio militar, se puso el hombre a estudiarver zmente el articulado del manual porque en unos galonesveía la posibilidad de sacar a relucir lo que era. Y vaya si losacó, tanto, que cuando se licenció le dieron suelta unos díasmás tarde que a sus compañerospara evitar que estos le dieranla paliza que le tenían prometida.

-¡Hombre pensó Tomás, este mocetón me ha hechorecordar la his to ~a del cabo Pérez, y por la tarde relató a losdos hermanos lo siguiente.

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EL C BO PEREZ

1capitán Carmona le había asegurado que si pasaba ungramo más de tabaco por su jurisdicción le arrancaríalos galones personalmente. El cabo había jurado al

capitán, por lo más sagrado, que ésto no ocumría; y aquella noche enmenos de media hora había descargado un velero a cuatro pasos delcuartel. Por todos los demonios, que él, el cabo Pérez, mantendría supalabra; no conseguirían llevar muy lejos el cargamento, pobres de

ellos cuando les echara la mano encima, porque iban a recordarlodurante mucho tiempo.Eran las dos de la madrugada y los tenía prácticamente cercados

en medio de la huerta. Sentía unos deseos locos de apresar a aquelloshombres que había perseguido y acorralado, como si de los mássanguinarios criminales se tratara.

Tenía perfectamente controlados los tres caminos por los queaquellos malditos carros silenciosos podían escapar. Poco a poco ibaestrechando el cerco en un lugar de la espesura en donde estaba segurode que, como perfectos conocedores del terreno que pisaban, se habíanrefugiado.

Era una noche fría de enero y en el cielo limpio lucían lasestrellas, el leve rumor de la resaca que al oscurecer se oía por el malpas había desaparecido, la calma era absoluta la escarchada intensa;pero, el celoso servidor de la ley, ante la culminación de un brillanteservicio no lo notaba, ni sentía el menor atisbo de frío; no así sus

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subordinados que maldecían por tener que andar a trompicones enaquella noche sin luna y con tal temperatura.

Aunque sabían que los contrabandistas no resultaban peligrososy que eran pobres hombres que sólo pretendían ganar unas pesetas,pensaban que, en caso de apuro, podrían sacar las uñas; y habíacañares, grandes olivos cuyas ramas pendían hasta cerca del suelo,espesos viñedos y sombra jmuchas sombras

El cabo Pérez no era un compañero, era un superior y había quetener mucho cuidado con él, guardar las distancias y acatar las órdenessin rechistar. Tenía mujer, pero parecía que vivía sólo para él, susgalones, y aquel inseparable código del que tantos artículos sabía dememoria y del que sacaba la fuerza que su endeble cuerpo no tenía. ussoldados lo sabían ésto muy bien, y también que el cabo Pérez, conaquellos galones en la bocamanga, sólo tenía miedo a una cosa en elmundo: a sus jefes; y aquel sentimiento pretendía inculcarlo a sussubordinados consiguiendo solamente que llegaran a temerle a él.

Estuvieron por espacio de dos horas pensando a cada instante

que había llegado el momento de la aprehensión; pero, inexplicable-mente, habían desaparecido y en la silenciosa noche no se escuchabamás que el rumor de algunos insectos y el desapacible canto de unmochuelo lejano.

De pronto se oyó como un tenue tintineo metálico o de vasos quese entrechocaban.

Aguzaron el oído conteniendo la respiración.

-¿Ha oído, cabo?, dijo uno de ellos.-Sí, he oído, pero, ¿qué es ese ruido? ¿vosotros lo sabéis?Nadie respondió, porque desde el recodo de una senda que

bordeando el brazal entre la frondosidad de la viña salía al caminovecinal no lejos de allí, viéronse unos resplandores al propio tiempoque aumentaba el extraño ruido.

El cabo y los dos números prepararon sus armas y se situaron de

manera que pudieran rodear en el instante preciso a aquello que alparecer se dirigía hacia allí.

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Tenían la vista fija en el punto en donde iba a aparecer lo que seacercaba, tensos y dispuestos para actuar de un momento a otro; mas,

de pronto, el cabo Pérez soltó una palabrota, y abandonando aquellapostura que semejaba a la que adopta una fiera cuando se dispone asaltar sobre su presa, trató de arreglarse un poco el uniforme y ponerderecha la gorra.

iCielos, un cura - dijeron los soldados asombrados.Hala, hala - dijo el cabo-. Poneos firrnes, que cuando pase por

aquí hay que rendir armas.

Y así lo hicieron, cuando la solemne comitiva compuesta por unsacerdote revestido que era portador del Santo Viático, y dos acólitos,uno llevando en una mano un farol y en la otra una sombrilla con la quecubna al ministro de Dios y a las supuestas Sagradas Formas y el otroque tocaba sin parar una campanilla. La voz del cabo mandó un¡rindan perfecto y el sacerdote le correspondió con una leve reverencia.

Apenas habían transcumdo quince minutos se escucharon unos

ruidos extraños y viendo no muy lejos unas sombras que parecían toroso caballos,tras pedir el alto inútilmente, abrieron fuego precipitando lahuida de los animales, que eran caballos en realidad.

El cabo Pérez estaba confuso y trató de aclarar sus ideas.¿Qué clase de caballena era aquélla que no respondía ni obedecía a suvoz de alto?: primero había pensado que se trataba del capitán y de suayudante y ésto le hizo titubear un poco al ordenar fuego; pero, luego,

él juraría que aquellos caballos no llevaban jinete, y ¿qué hacían unoscaballos. Demonio ¿serían los de los carros de los contrabandistas?

En esto se vio un resplandor por detrás de los grandes algarrobos.-Parece fuego, cabo-, dijo uno de los soldados. Y en efecto, ya

las llamas se remontaban sobrepasando la altura de los árboles y su luzllegaba clara hasta ellos.

-Vamos a ver qué ocurre-, ordenó Pérez con viveza-, jrápido,

paso ligeroSe dirigieron a todo correr al lugar viendo que se trataba de los

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carros de los contrabandistas que estaban ardiendo con toda su carga.El cabo creyó que, a pesar de tanto fuego, la sangre se le iba a

helar en las venas cuando vio las hogueras.-¡Lo he perdido todo -, murmuró abatido. -Los cmos, el tabaco,

los caballos; y a esos tres sinvergüenzas, a los que ademiis de dejarlesescapar les he rendido armas; se han burlado de mí. Pero, no es eso loque más siento, con ser ya mucho, si no la reprimenda del capitánCannona-. Y lanzando un suspiro entre apenado y rabioso se pasó lamano por los galones como acariciándolos en un tierno acto dedespedida. Luego hizo sonar un silbato que era la señal convenida conlos otros cuatro soldados que esperaban en los distintos caminos, ycuando los tuvo reunidos les dio la orden de regresar al cuartel.

-¿Qué ha pasado?-, preguntó uno de los recién llegados muyquedamente.

Y a tí iqué puñetas te interesa eso -, le gritó Pérez col6rico.¡Armas al hombro - ordenó. ¡Paso de naniobra , jmaarchen

Y se encaminaron hacia la casa cuartel cuando ya el alba

comenzaba a insinuarse en el horizonte.

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a tormenta del día anteriorfueseria pero nodio disgustosy Tomás que por un momento temió que sucediera lo quetantas otras veces; recordó una de estas tormentas habidaspor los años de su infancia. Aquella vez cayó mucha aguay

tampoco hubo desgraciaspersonales pero tuvo su historia;veamos lo que sucedió.

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TOM SET QUIN IGU C U

ra una tarde de las postrimerías de septiembre; lashojas de los almendros amarilleaban los granadosofrecían sus frutos sangrantes; no se notaba la más leve

brisa; Los caminos estaban terregosos y los árboles colindantesblanquecinos por las polvaredas que levantaban los rebaños carrua-jes a su paso. Las golondrinas volaban en la altura del cercano marllegaba como una neblina húmeda y calurosa.

-Este blancor del mar me tiene preocupado- dijo el tío Tomásquitándose el sombrero de paja secando con la manga de su camisael sudor de la frente- ese blancor nos puede dar un disgusto.

Su acompañante asintió con la cabeza dando por válida laaseveración los dos ancianos siguieron su paseo por la desiertacarretera.

Al día le llegó su ocaso éste cedió el paso a la noche; los dosviejos hablando del tiempo de viñas de almendros llegaron a suscasas cuando ya empezaban a encenderse las luces. Eran vecinosdespués que hubieron cenado siguieron hablando volviendo a suspresagios; pero esta vez con mas auditorio que no estaba de acuerdocon sus pronósticos. El tiempo era seco más seco iba a seguir siendo

a los jóvenes les divertía oír decir a los viejos que iba a llover.

-Para que vean el miedo que tengo yo a esas lluvias de ustedes-dijo Quico un vecino que estaría por los cuarenta -que tengo toda laalmendra la cabra en la caseta que poseo al lado del «Gualeró».

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-iAy, Santísimo Cristo de la Paz -, exclamó el tío Tomás-,engancha el carro y vé a traerte la almendra y esa pobre cabra que notiene culpa de que tú seas tan calabaza, icorre sin perder tiempo .

Quico se reía a gusto oyendo los «disparates» del tío Tomás.Le insistió el anciano; pero, por mucho que lo hizo, no consiguió

más que carcajadas de Quico y otros jóvenes que se habíanreunido conellos.

Para poner más rabioso al vejestorio comenzaron a cantar lapopular canción de: «Ay, Tomaset, Tomaset / Tomaset, quina aiguacau»/. hasta que consiguieron que el hombre, con un temble disgus-

to, se marchara a dormir diciéndoles algunas verdades que los cantoresno parecieron escuchar.

La luna llena alumbraba el pueblo con su lechosa luz. Un haloenorme la rodeaba y el viento seguía sin aparecer; el calor era intensoy el silencio conforme iban atrancándose las puertas acentuAbase hastaque llegó a ser absoluto. El p e m del tío Tomás había quedado en lacalle y se revolcaba ante la cerrada puerta de la casa como si quisiera

echar de sí aquel maldito calor que le atormentaba.Fue roto el silencio por el reloj de la iglesia que dio las doce.

cuando la quejumbrosavoz metálica se marchó rebotando de tejado entejado, quedó todo sumido en un nuevo silencio que la mayoría de losvecinos ya no p o d h percibir.

Nadie hizo caso de las dotes prospectivas del tío Tomás, porqueél decía lo que iba a ocumr pero no por qué, ni cuáles eran esos

elementos de juicio que poseía secretamente, y no quería revelar. Así,pues, todos dormían cuando empezaron a asomar unas nubes por elalto de La Cmsqueta, unas nubes redondas y blancas como grandescapullos de algodón. Fueron aumentando rápidamente y ennegrecién-dose hasta que formaron un «sell» que abarcaba desde el monteCabe@ hasta Puig Maigmó en dirección a la huerta.

De pronto se dibujó en el cielo la desigual silueta de un relám-

pago y el trueno fuerte y profundo llegó hasta el pueblo. Esto se repitió

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al cabo de un minuto, con más intensidad, y, después, casi continua-mente iluminó y atronb el espacio de una manera como pocas veces sehabía visto.

Quico tenía el sueño fuerte pero la tempestad le despertó.-¡Dios mío -, exclamó-, ¡truenos , esa temble lluvia que

vaticinaba el t o Tomás. Y yo, riendome se sus consejos, ¡Dios quieraque llegue a tiempo -, y vistihdose aceleradamente aparejó la mula yfue a engancharla al carro; pero, cuando lo hubo hecho y se disponíaa salir hacia su barraca cayó la primera ramalada y luego más y más,dando el desolado Quico, por mojada, su cosecha de almendra.

Desenganchó la mula quitándole luego los aparejos y la ató a supesebre; luego, fue a la puerta de la casa para «ver» la lluvia cuyasaguas ya empezaban a correr calle abajo en tal cantidad que le hicieronpensar en poner el apartiom pero se detuvo indeciso porque no queríaque los vecinos le tacharan de exagerado; en esto estaba cuandoescuchó que en la calle una voz gritaba:

Aiguadut, aiguadut

Entonces si que puso la tabla tapando todas las grietas y juntascon yeso tal como lo estaban haciendo la mayoría de los vecinos, y enaquel momento le gritó el tío Tomás desde su casa.

Quicoo , ¿cantamos Tomaset quin aigua cau?Vaya usted a la m.. .-murmuró. No estaba él para bromas.-Quicoo -, volvió a gritar-. ¿ la cabra?-iVálgame el Señor -, dijo-, jse habrá ahogado la cabra . Le

tenía mucho cariño; ella había criado con su leche a «Sunsioneta» yaún valiendo mucho menos que la cosecha de almendra la hubieradado por bien perdida a cambio de que no se ahogara su «Oliva».

El nivel del agua subió más que en ninguna otra ocasión y enalgunas casas llegó a rebasar la madera, movilizando a grandes ychicos en el desagüe a base de cubos.

sí las cosas amanecib el nuevo día; todo el mundo era espec-tador de la riada y ya viendo que se estabilizaba el nivel de las aguasempezaron las bromas.

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¿Y o habrá un día una lluvia de aguardiente?-, gritó uno desdesu portal, a lo que respondieron de otro:

-¡Seguro que tú no ponías la tabla -. así estaban riendo ybromeando cuando Quico, que no pensaba en otra cosa mas que consu «Oliva» vio venir un bulto negro flotando sobre el agua que le dejósin respiración. Ser& balbució, -si, es ella-, y tomando en brazosa la niña que no entendía exactamente lo que sucedía a su «Oliva»gimió lastimosamente: -jMira «Sunsioneta», mira lo que viene porahí -. la cabra ya llegaba cerca de su portal, echándose a llorar laniña y callando todos en sus chirigotas.

La cabra pasó hinchada como una bota dejando desolados aQuico y su familia. Ya no hubo más bromas y el tío Tomás estabacomo si él tuviera parte de culpa por enfadarse y no insistir más en suvaticinio; pero, sea como fuere, el caso es que sucedió y tan prontoamainó fue Quico a su caseta encontrando toda la almendra que consecarla al sol nuevamente estaba todo arreglado. Pero, ja «Oliva» jasu «Oliva» ya no la volvería a ver.

Es curioso como se llega a tomar cariño a un animal a fuerza detratarlo y ver su buena casta. «Oliva» fue uno de esos animalesdom6sticos que se hacen de amar y, eso, cuando se sabe, es cuandollega el momento de la separación.

El tiempo pasó y las gentes olvidaron el asunto, que si loconsideramos bien tampoco era para poner una placa conmemorativa;pero a Quico no se le olvidó así como así; los viejos saben por suexperiencia y para él aquel caso había sido aleccionador.

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En la huerta de Alicante son dos principalmente lasavenidaspluviales a las que se les tiene cierto respeto: el RíoSeco y el Barranquet del Juncaret que tantas veces hainundado el caseríb de la Santa Faz. También h causadoproblemas el barranco que confluyendocon eldelJuncareten tierras de La Condomina viene a desembocar en el marpor La Albufereta en donde suceden los acontecimientos dela hirtoria que les voy a contar.

Existen otras pequeks avenidas de vertientes en las quecasi todas controladas y aprovechadas en pequeñas presaso «pantanets» como ocurría en la fincas de Las Balsas ElPantanet El Pi y algunas otras más servían para domar

esas impetuosas aguas que a veces caen abundantes enunos minutos.

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EL TR BUCO MEDI LEGU

abuelo nos contaba unos cuentos muy interesanteso así nos parecían a nosotros en aquellos días que sólorelatos verbales nos llegaban a los niños de la Albufereta.

Era en plena guerra; entonces aún no había entrado en nuestrascasas el invento de la televisión. No íbamos al cine; pues por miedoa los bombardeos nunca nos llevaban a la capital y ya en los

establecimientos apenas quedaba literatura infantil. Así las cosas elabuelo era el único que con sus cuentos nos trasladaba a ese mundomaravilloso de la infancia.

Recuerdo que una noche se hizo muy tarde y no nos habían dadode cenar; el abuelo sabía que nuestra madre había ido con su hermanaa un molino en donde a veces les vendían harina de cebada. El viajese hacía a pie y estaba lejos así que el pobre abuelo contaba y contabapara distraer nuestra hambre hasta que llegara la harina.

Llegó un momento en que parecía haber agotado su repertorio;pero no porque cuando le pedimos otro más se rascó la cabeza yentornando los ojos nos dijo en un tono de seriedad que nos lo pusomuy interesante.

-Voy a relataros una historia que hace muchos años ocumó aquíen la Albufereta.

-Era esto que voy a contaros cuando por estas tierras no habíacarreteras ni ferrocaml y sólo las antiguas casas de campo había; y

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cuando aún las naves entraban hasta el puerto romano que ahora estásepultado lejos del mar.

-Fue en una tarde de abril, cuando la huerta entera'estaba

primorosamente cultivada por las gentes que de ella vivían, cuandotodo era verdor y abundancia y los huertanos se sentían todos comohermanos.

-Por la mañana había llovido copiosamente y los labriegosdescansaban de sus tareas de la t ima refugiándose en sus casas, ycomo en la tarde siguiera la lluvia, los grandes amigos que erah el

labrador de la antigua casa del monte Tosal, el de la «Senieta» y el de

Fresneda o Sarri6 tomando sus trabucos (pues se había visto un lobopor aquellos días) se encaminaron a la torre de Aguilas que era la casade su común amigo Tomás.

Se enfrascaron, como siempre que llovía, en una partida debrisca que prometía durar toda la tarde y parte de la noche; y mano vay mano viene, pasaron más de dos horas entretenidos, hasta que oyeronladrar al perro desaforadamente. Tenía cerrada la puerta de la calle y

Tomás descorrió la mirilla para ver qué le sucedía a «Fatiras».Nada más abrirla la cerró precipitadamente y volviéndose a sus

amigos, que se pusieron de pie al verle la cara descompuesta, les dijotomando el trabuco:

-¡Moros , son muchos y están muy cerca.Todos empuñaron sus armas y siguieron a Tomás que comenzó

a subir por la escalera interior de la torre. En un instante estuvieron

amba y viendo que la lluvia había arreciado trataron de cubrir lasarmas con el cuerpo para que no se mojaran.

-Yo dispararé desde aquí; vosotros hacedlo desde el piso deabajo, dijo Tomás.

Y los moros, que parecían ir confiados, siguieron avanzandohacia la casa cargados con armas y herramientas para dembar la puertao escalar las paredes.

No iban confiados, era que no estaban al alcance de las armas yno tomarían precauciones hasta que llegaran a prudencial distancia;

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pero en esto se equivocaron; en cuanto menos uno, porque, de pronto,se oyó el disparo de «medialegua» que así llamaban al trabucón deTomás, y un africano cayó al suelo atravesado por el plomo. Esto

enfureció a los moros que rodearon la casa y comenzaron a dispararestrechando el cerco poco a poco.

Uno de ellos emprendió la carrera para llegar a la puerta de lacasa hasta donde no era posible dirigir el fuego desde arriba; pero fallóen su intento, porque uno de los trabucos del segundo piso tronó y elasaltante cayó al suelo rodando; el segundo que lo intentó com6 igualsuerte; pero, apenas caído éste, iniciaron la carrera cuatro de ellos que

sí llegaron hasta la puerta mientras los defensores cargaban las armas.Al instante comenzaron a oírse los primeros golpes con que

intentaban dembar la puerta y el vecino de la «Senieta» bajó hasta elúltimo peldaño de la escalera de caracol dispuesto a disparar alprimero que intentara penetrar en la casa.

Mientras acababan de dembar la puerta habló unos instantes conel de arriba, era encomendar su alma a Dios, y lo dijo así el abuelo

porque en la guerra era peligroso hablar de Dios.- Y apuntando eltrabuco a donde iba a aparecer de un momento a otro la chusmaafricana, contuvo la respiración. Pero, en aquel instante dejaron deoírse los golpes y disparos y con gran griterío echaron a correr losmoros hacia el puerto romano en donde estaban ancladas las naves.

- i Q ~ 6 curre?-, gritó el de la «Senieta» desde su puesto-No sé-, le respondió el de Fresneda-, se marchan todos coniendo.

-¡Ya sé qué es lo que ocurre -, gritó Tomás desde arriba-. Se oyeun rumor. ¡Es que ha salido la rambla . Y en efecto, a causa de latorrencial lluvia había salido el «barranquet» y ante el aviso de los quehabían quedado de guardia levaban anclas antes que la comente lesarrastrara a su paso.

Calló el abuelo, pues había terminado su histoiia. Y nosotrostardamos unos instantes en reaccionar, tanto nos había afectado la

desesperada situación de los cuatro huertanos.

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-El trabuco Medialegua lo heredé yo-, dijo el abuelo-, pues soyhijo del tataranieto de Tomás; lo tengo muy bien guardado algún díaos lo mostraré.

-iQueremos verlo, queremos verlo - gritamos todos, impacientesde ver la histórica arma; y mi abuelo con tal de tenemos entretenidosy que no sabía decimos que no, sacó su viejo trabuco de l bodega quenos dejó a todos asombrados.

¿Y es verdad que esta «escopeta» hacía esos disparos tanformidables?-, dijo mi hermano.

-Sí, en su tiempo fue el mejor de toda la huerta.

-Dispáralo abuelo, dispáralo-, le pedimos todos-, y él, paradamos gusto, hizo como que apuntaba tirando del gatillo dijo, ipum ,ocumendo algo increíble. Pues exactamente en ese instante seescuchó una detonación que hizo temblar la casa, rodar un jarro que serompióen cien pedazos y desengancharel candil de su clavo, dejándonosa oscuras.

Todos nos apiñamos alrededor del abuelo. Eran las doce de la

noche en el preciso instante en que un hidroavión partía el puerto deAlicante de lado a lado, con un torpedo que iba dirigido al petroleroque descargaba sin cesar su codiciada mercancía.

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Aquella tarde era la séptima que T o d s ba a contar su

historia a los hijos del general.Estos dudaban mucho que aquel hombre tuviera un relato

para cada día del mes que era el tiempo que iban a perma-necer en lafinca. Esa era su duda, o almenos, que los tuvieramanteniendo el nivel de interés que hasta aquel momentohabían tenido. Yla verdad era que aquella tarde tenía Tomássus dudas sobre qué tema decidirse;y como quiera que había

pensado en un relato cuyo factor principal era la lluvia,decidió dejarlopara más adelante no uera a suceder que lasentendederas de los chicos resultaran demasiadopermeablesy les encharcara la sesera.

De esta manera, oyendo que uno de ellos decía que enAlicante anunciaban una buena corrida de toros, decidiócontarles algo sobre esta fiesta, un suceso que había acae-

cido hacía muchos años cuando suspadres, ya dsfu ;eran< L :

aún jóvenes. F$y*. . ,

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UN T RDE DE TOROS

osé era arrendador de una finca de la Condomina; deotra muy extensa en Orgegia; de una tercera en Tángel,y de alguna parcela más en el corazón de la huerta de

Alicante.Poseía ganados de ovejas, pesados carros de transportes de

vinos con tiros de cuatro y cinco caballerías, gran cantidad de aperosy herramientas para atender a sus diversos cultivos y por todo ellomuchos trabajadores a sus órdenes.

En la casa principal, que era donde residía, tenia muchaspersonas bajo su tutela: su madre y tía ancianas, una cuñadahuérfana, dos hermanas viudas, otras dos solteras y una larga lista desobrinos e hijos, todos mantenidos por él pero que obedecían sus

órdenes sin rechistar: y para acabar de redondear la numerosa grey detal mandatario, Dios le había dado una esposa inteligente y sumisa quesólo vivía para endulzar su vida.

En la cámara alta de la casa tenía vanas escopetas, cañas depesca y redes de caza, y todo esto teniendo en cuenta que estaba cercade la inexplotada costa, el monte con perdices y conejos, la huerta conliebres y diversas especies con relativa abundancia.

Imagínese a un hombre joven con mucha salud y más tempe-ramento a finales de siglo) y piensen, si en tales circunstancias no

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sería verdad lo que cierta juiciosa persona, totalmente convencido,decía de él:

-Este Josd tiene mlis poder y dominios que algunos reyes.Pero no por ese poder y dominio se sentaba en su trono y

enviaba a sus huestes al campo de batalla, no; era él quien iba delantey así le podremos ver en este suceso del día 29 de junio (Sant Pere) alas cuatro de la tarde con un sol que quemaba, cubierto de polvo y enla era trillando con siete de sus asalariados.

El aire no -era propicio para aventar y esto hacía retrasar lalimpieza del grano y redoblar el trabajo de los trilladores.

En esto estaban cuando oyeron dar las buenas tardes: era unvecino al que se le atendía por educación, y no por otra cosa, ya quesu conversación tenía siempre un regusto de pedante fanfarria.

-Vosotros aquí en la era y en Alicante, dentro de tres cuartos dehora empieza la corrida de toros-, dijo con su sonrisita burlona.

José dejó de aventar, apoyó la pala de madera en el suelo y selimpió el abundante sudor de la frente con el dorso de la mano. -Si nospagas la entrada-, dijo-, ahora mismo vamos para allá.

-Eso está hecho-, respondió ya sin la sonnsael vecino-, pero conuna condición: tendis que ir tal como vais ahora, sin quitaros siquierael sombrero.

José tiró violentamente la pala y extendiendo la mano dijo conun gesto que no daba lugar a dudas: -¡Hecho , venga el dinero.

el fanfarrón que no esperaba aquella reacción, tragó saliva, yechando mano al bolsillo sacó tembloroso de una bolsita de badana losocho duros de plata como ocho soles, que costaban las entradas.

i Serán capaces de ir con semejante atuendo a los toros estosdesalmados? pensó.,

-Xiquets, anelm -, dijo Josd con energía. con los calzoneslargos, camisa de sarga sin cuello, sombrero ancho de palma, cubiertostodos ellos de polvo y sudor, con barba de siete días y descalzos,

emprendieron el camino de la capital.

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El vecino incrédulo con cierta esperanza de recobrar sus ochoduros les siguió a distancia hasta la plaza viendo con amargura cómosacaban sus localidades y entraban en el coso taurino.

El no entró pero este ahorro poco pudo hacer para que no lesaliera carísima la corrida de San Pedro.

El burlón ofrecimiento le había costado cuarenta pesetas deentonces que no las ganaba el campesino en un mes de duro trabajo.Aunque este castigo según oí decir algunas veces a José había hechoa 61 y a sus hombres pasar más verguenza aquella tarde que en todoslos días de su vida juntos.

ún le parecia estar viendo las caras del público a su alrededorque les hicieron lado suficiente no queriendo rozarse con aquellosocho individuos de tan extraña catadura.

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Aquel día ue un grupo de domingueros los que lepropor-cionaron la idea a Tomás de lo que les iba a relatar a losmadrileños hijos del general. Eran como dos docenas demujeres y hombres con algunos niños que se instalaron con

sus capazos de viandasy sus sillas plegables bajo un olivogrande y copudo,y cuando ya era la hora de comer y habíantomado el prolongado aperitivo, recitaron a coro y plenooulmón el eslogan alicantino que dice así:

-Soc Alacantís í ,Soc alacantí

s í ,Visca el paVisca el viVisca la mareque m ha parit.Ypor estos preciados bienes que son el pan y el vino,

protagonistas importantísimos en la vida de los huertanos enlos diferentes aspectos de su existencia,decidió cual iba a serel relato de aquella tarde.

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L DECISION DE J UMOT

uando estoy ante un borracho «gracioso» se me notaaunque trate de aparentar lo contrario que no meencuentro a gusto; y mucho menos si se trata de uno de

esos que dicen que tiene «mala sombra». La verdad es que pienso quetienen su razón quienes afirman que en el borracho se descubre laverdadera personalidad del individuo; y si cuento este relato es por

nombrar de alguna manera a uno de los adictos al vino que tuvo lahuerta y de uno de los casos en que se demuestra cual es la típicareacción de estos enfermos. S610 por esto y por anotar sus virtudesque las tuvo relato este breve cuento ya que y lo digo una vez mása mí sólo me gustan los borrachos de la confitería.

Creo que todos los huertanos que vivieron desde los años veintehasta los cuarenta conocieron a «Jaumot» pero para cualquiera de

ellos decir quien era aquel hombre hubiera sido problemático conarreglo a la verdad. Hubo quien aseguró que pertenecía a unaacomodada familia de labradores de Benisa; pero por mi parte nadamás averigüé de sus ascendientes; lo que sí supe y afirmo es que aquelhombre era un superdotado físicamente.

Parecía tonto cosa que nunca llegué a saber con certeza. vecesa los hombres se nos quiebra la vida y las sorpresas que llegan a

nublar nuestro entendimiento nos hacen seguir caminando por elmundo ebrios como lo estaba casi constantemente aquel hombre.

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Su trabajo era cavar. Y hay que reconocer que cavar en la huertade Alicante era algo muy seno, porque nueve o diez horas de estetrabajo tal y conforme se hacía en aquellos tiempos, era cuestih dedescubrirse ante quien lo pudiera hacer y los que se descubrían antelos demás eran ellos). Jaumot» era el mejor cavador.

Mediría uno noventa de estatura, estaba un poco delgado, -sepodían apreciar sus huesos, sus nervios y sus múculos-, y aunque nose le podía llamar un atleta era unportento de fuerza y resistencia.

Una noche, despues de terminar su jornada, subió al pueblo élsabría a qué, y ocumó que mientras se tomaba unos vasos de tintollovió un buen chaparrón y la senda por donde tenía que qgesar a la

finca en donde estaba aquellos días cavando se encontraba muyresbaladiza y bordeaba la acequia por donde bajaba crecida el agua delpantano.

Caminó como pudo hasta un lugar en donde tenía que saltar laacequia para seguir la senda por donde tenía que regresar a la dichahacienda. Lo intentó dos veces y a la tercera que se decidió, hizo cortocayendo a la adula» que estaba fría y en aquel lugar le llegaba casi a

la cintura. El levantaba los brazos para que no se le estropearan losvaliosos tesoros que en ambas manos llevaba. Enormes manos las de«Jaumot»). Con la izquierda sostenía una «coca» de pan dorado, ycaliente aún, recién sacado del horno, y con la derecha, UNA BOTE

LLA DE VINOPugnaba por salir, pero no lo lograba; lo intentó una y cien veces

pero no era posible sin agarrarse a la cisca del margen salir del agua.Era pues, forzosamente necesario, tener libre una mano y para ellotenía que perder el pan o el vino que en soltándolo lo arrastraría lacomente rápidamente y ya no lo podría recuperar.

Pensó una y otra vez qué dejaría perder y dirigiendo una miradade pena a la hogaza, la soltó y agarrándose a la cisca salió del atolladeroconservando en su mano derecha la botella del vino con un aire desatisfacción y de tiunfo.

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De este tipo, se han contado muchos casos del fuerte hombretónque era el popular «Jaumot»: el cavador mas cavador de la huert deAlicante, que no molestaba a nadie y que demostrabaun odio profundopor todo aquel que comiera uva queqara 61 era sagrada, pues suobsesión consistía en que toda uva debería convertirse en vino.

La filoxera terminó con las viñas de la huerta; se acabb aqueltinto de diecisiete grados y el aromático y delicioso aloque, y cuandoempezó la guerra del treinta y seis, no sé por qu6 razón, hubo un tiempoen que el vino que se vendía era todo amontillado, y «Jaumot»añorando los antiguos caldos maldecía por tener que beber aquella«puntilla» como 61 llamaba al dicho vinillo.

Una mañana de enero, recuerdo que hacía frío, me envió mimadre a hacer un recado a un vecino y yo cogí la bicicleta; pedaleealegremente hasta que llegue a un lugar en donde fui aminorando lamarcha porque en medio del camino había un gran tronco atravesado.Me acerqué despacio y cuando estuve cerca v que no se trataba de untronco si no de «Jaumot» ¡que estaba muerto

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El pan y el vino en sus diferentes aspectos como comidabebiday símbolo le trajeron a la memoria a Tomás una viejahistoria del pueblo de Muchamiel que no hacía muchotiempo había relatado a alguien. Era un caso en el que porabuso del vino anduvo cercano un labrador de perder supan y su familia. Veamos como fue esto.

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LAS TRIBULACIONESDE UN F ST R

Moros y Cristianos, podría pensarse que si no es esto en su vida lo quemas ama, es sin duda un capítulo de sus afectivos quehaceres muydigno de tener en cuenta. Es, aunque parezca exagerado, algonecesario para su vida esa fiesta que resulta compatible con todos losideales, actividades y condición social; es el aire que respira el buenmutxamelero, es la sal de sus alimentos, es lo que le hace diferente detodos los demás habitantes de la huerta, es, jsu orgullo

Pere había vestido por primera vez el traje de fester a los dos añosde edad y desde entonces no había dejado de hacerlo ningún año,excepción de los de la maldita guerra que le retuvo por esos frentes deTeme1 y Extremadura sufriendo mas de nostalgia que de las penosas

calamidades inherentes a la contienda.Cuando todo acabó volvió sano y salvo a su casa, y cercano a los

treinta que andaba, se endeudó con muebles y el arreglo de la casa paracasarse pensando que con la hortaliza que había plantando y trabajandolos dos pronto sanearían su economía; pero se equivocó. La esposacomenzó a sentirse enferma pasado el primer mes y anduvo de mal enpeor y de un médico a otro hasta que nació la hija que tuvo que ser en

una clínica -cosa poco comente en aquellos tiempos- quedando más

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empeñado que antes de la boda y con una peligrosa hipoteca sobre lacasa y el «roalet».

La esposa quedó imposibilitada para futuros embarazos muymermada de salud y bajo la seria advertencia facultativa de: Nada defrío nada de trabajos pesados y sometida a periódicas revisiones ycontinua medicación.

Así pues con tanta calamidad Pere se había quedado flaco y lasonrisa había huido de sus labios agriado el carácter y lo que era peorse sentía aficionado a la bebida; bebía los «nuvolets» por docenasnervioso con afán y discutía con el primero que se le presentaba.

Discutía siempre y en casa le daba por gritar insultar amenazar y nocenaba con su familia que era secular costumbre entre los suyos. Losamigos que a veces ríen de las cosas más tristes viéndole tandependiente del anís le llamaban Pere Monfort. Pere Monfort va PereMonfort viene él cada día bebía más comenzando alguna que otra veza hacer algo que no había hecho en toda su vida: faltar al trabajo porcausa de las borracheras; parecía que ya no le importaba nada ni su

hija ni su esposa ni él mismo con el mal espectáculo que daba a vecestirado por los suelos y los escándalos en el hogar que gritaba y le dabapor romper loc ue se le ponía por delante.

No valieron los consejos de los amigos las duras reprimendas delos mayores ni los ruegos y el llanto de la esposa y la «xiqueta». Elquerría haberles hecho caso no podía a pesar de que todas lasmañanas al levantarse de la cama hacía propósito de enmienda que

no daba resultado; parecía que estaba en un callejón sin salida nodependiendo de su voluntad atrapado totalmente por el alcohol;estaba convencido de haber entrado en la recta final de su vida.

Pero uno de los amigos preocupado al ver que ni los consejos nilas amenazas ni siquiera la propia razón y voluntad de Pere erancapaces de frenarle en su desbocada carrera hacía un trágico y próximofinal se le ocurrió una idea que fue la solución del problema: Propusoa los compañeros y amigos convocar una junta y comunicar a Pere que

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se había tomado la general decisión de echarle de la comparsa si nodejaba de beber. Así de sencillo y de claro, y para ello se le concedíael plazo de un mes en el que según la conducta observada sería, o no,separado del grupo por votación.

Esperaban que la decisión le sentaría a Pere como una puñaladay que tal vez comenzara a escandalizar, incluso que les agrediera; perono fue así, nada de esto ocumó. Se puso lívido al escuchar la noticiade boca del presidente y no respondió palabra alguna; las piernascomenzaron a temblarle y se sintió abatido, desconcertado, deshecho.Y como esto sucedíaen la sede de la sociedad tomó asiento en una silla,

que por primera vez encontró fría, y comenzó a mirar a todos como sifueran extraños, unos jueces con especiales prerrogativas y visible-mente parciales que atentaban contra sus más legítimos derechos.

Separarle a 61 de la comparsa , echarle a él , al hombre que másamaba la fiesta. -Dios mío-, murmuró asustado. lo que he llegadopor la cochina bebida; pero a mí no me echan, no; yo tengo que salira la fiesta, yo soy «fester» de nacimiento; me moriría como un «teuladí

engabiat» si llegado la « are de Deu» no vistiera el traje de «fester>>y empuñara la cachiporra. Y sin mirarles salió a la calle tomando unadirección incierta, sin rumbo, que le llevó a la huerta en donde se paróy estuvo quieto como un pasmarote hasta que de pronto sintió comoun latigazo por todo su ser y las lágrimas que se agolpaban a sus ojosante la angustiosa sensación que sentía viendo peligrar el más firmepilar de su identidad.

Era de noche, a la hora que a diario iba a tomar un «nuvolet»antes de la cena, que luego ni siquiera probaba porque en vez de unohabía tomado una docena. Regresó al bar y entró decidido pidiendouna botella de anís.

El dueño se la entregó sin rechistar ante la general expectaciónde los amigos y el resto de la clientela que estaba perfectamente alcomente de lo que sucedía. Entonces y ante su silencio, tomó Pere consolemnidad la botella sosteniéndola fuertemente por el cuello comocon un peligroso rival correspondía hacer, y trazando sobre su vientre

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una invisible cruz con el dedo corazón la miró con profundo desdén y

luego la estrelló contra el suelo dejando a continuación sobre elmostrador las treinta pesetas de su importe. Luego dio las buenasnoches y salió del establecimiento: Desde aquel instante los amigos y

no le llamaron Pere Monfort su nombre pasó ser el de Pere«Matapalomes».

La situación de nuestro hombre experimentó un cambio notable.Hizo de la vida lo que desde lo miís profundo de su corazón siempredeseó y como los buenos vientos soplaron en nuestra tierra sueconomía reverdeció volviendo la sonrisa a su labios y algunos kilos

a su cuerpo que hicieron ostensible la curva de la felicidad; consecuenciade todo ello la esposa mejoró de su dolencia y la casa de Pere volvióa ser la que no había sido desde sus años mozos. había logrado todoaquel bienestar aquella maravillosa convivencia gracias a una sublimey firme decisión que tan s610 pudo motivarla la espantosa idea de serseparado de la fiesta.

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-El hambre es un mal que puede evitarse, o al menosretardarse, aislándose del suelo. Nada más efectivo mi másdiflcil que elevarse para no correr el riesgo de sufrir estecastigo,pues a la sociedad le llega siempre esta lacra por laparte más baja, allí es donde se ceba y causa estragos,llegando raramente a las alturas, en contadísimos casos. Asícuando en la huerta, en épocas malas, todos los labradorestenían al menos su pan y su plato de «olleta borda ,habíajornaleros que lo pasabaiz muy mal,y sobre todo, aquellos,que residían en el pueblo donde todas las cosas había queconseguirlas con dinero.

Esto dijo TomCis con naturalidad aunque con ironía muydisimulada.

-Buenapedrada- pensaron los generalitos mirándose unoal otro y llegando de pleno a la conclusión de que el rústicoera prudente pero no lerdo.

-Yahora, continuó éste, les voy a relatar lo que le sucedióal bueno de mi tío Frasquito que vivía en <-el arrer Baix» de

San Juan.

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PESC INSOLIT

rasquito siempre le había tenido un gran respeto alotoño y quizá fuera todo por aquello del popular refránde quan caiguen els p h p o l s se voran els nius y tenía

a esta sentencia verdadero miedo porque había visto varios casos deenfermedades graves manifestarse en esta estación del ano, aparte deque cara al inviemo, con la escasez de leña y de mantas y la ausenciacasi total de frutos, higos, uvas, melones, alamendras, etc, la vida le

era más dura; en inviemo sólo pillaba algún «bolet» de algarrobo ycontadas verduras si el año se mostraba propicio.

Aquel día había tenido todo el tiempo a flor de labios la popularcoplilla de: Mala cara fan els gossosfquan no hay figues, ni raim/mésmala la fan les xiquesf quan no veuen als fradrins/ y él, aunque no erachica ni perro, se había contagiado de la mala cara de la canción, y eraque aquel mes de noviembre se presentaba el más desastroso de su

historia. Se encontraba desde que acabó la vendimia, sin trabajo, ygracias a que le dejaban recoger regaliz en el Raiguero (que para losagricultores era una plaga) y con esto iba capeando el temporal; pero,el otro temporal, el de levante que ya llevaba casi dos semanas sin pararde llover y la huerta era puro barro que la tierra no se podía tocar, leponía las cosas peor.

No le quedaba un céntimo en el bolsillo ni crédito en la tienda, ylos tres niños que tenía no los convencía con palabras, querían comer.

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La verdad era que 61 tampoco podía alimentarse con razones aunquefueran de peso, y así la situación, aquella noche no pudo dormir y lapasó dando vueltas en la cama y cavilando cómo remediaría la falta dealimentos.

Decidió que apenas amaneciera se marcharía a pescar al Cabo delas Huertas en donde en aquel tiempo, que era muy poco explotada lapesca, abundaba el pescado. El no era un entendido pero pensaba quepor poco que pescara sería algo m que quedándose al «racó de lacuina>~. sí pues, como no podía dormir se levantó de noche aún ytomando la caña y la «barsa» fue en busca del mar.

No sabía la hora que era, muy temprano sí que le parecfa; más, nopor eso se paró, y oscuro como pocas veces lo había visto Frasquito,pues estaba nublado y no había luna, se dirigió al Cabo y, en llegandoa la playa, a las primeras rocas, le pareció un buen sitio e instalándoselanzó el aparejo al agua llevando por toda camada un caracol de viña.

La caña plantada no le quedó otra cosa que hacer más que esperar,pero no fue demasiado larga la espera, pues le llamó la atención una

sombra en el agua, que, de momento, le pareció un pez muerto quepoco apoco sacaba el mar.

Quiso acercfse al borde de las rocas para tratar de averiguar qu6era aquello en iealidad y al hacerlo tropezó con otro objeto de lasmismas dimensiones y características, pero que no tenía la traza de serun pez muerto. Lo palpó y comprobó que era un saco que contenía algoblando. Como no podía desatarlo porque estaba cosido echó mano a

la navaja de vuelta que siempre llevaba consigo y le hizo un tajoapareciendo algo que por el tacto parecía harina; la olió y probó y alcomprobar que no se equivocaba su corazón dio un vuelco de alegría.

-jEs harina, Dios mío, harina de trigo -. ya no pensó más queen llevar uno de aquellos sacos para casa; luego comprobó que habíamuchos esparcidos cerca del agua y con el nerviosismo no sabía cualcoger.

Se decidió por uno de ellos y trató de cargárselo a las espaldaspero no pudo, y para ello lo arrastró hasta una roca que formaba

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escalón donde con muchos esfuerzos cargó con él decidido a no pararhasta su casa; mas pronto comprobó que era mucho peso cuandohubo andado por espacio de cinco minutos optó por esconderlo en unlugar que crecía abundante isca. Entonces regresó donde tenía lacaña y recogi6ndola junto con la «basa» fue de una carrera hasta elpueblo regresando con la carretilla de llevar los cántaros del agua dela fuente en donde cargó la harina.

En el transcurso del tiempo que tardó en ir y volver había acudidogente probablemente carabienros había luces; entonces vio la proaenorme de una nave en posición poco comente. Era un barco que habíaembarrancado tirado la harina al mar tratando de salir de allí allibrarse del peso. Luego se dijo que aquello había sido un negocio y elembarrancamiento intencionado. Vaya usted a saber el caso es queFrasquito comprendiendo que era urgente poner tierra por medio yagarrando con energía las varas de la carretilla enfiló decidido elcamino de regreso cubriendo la distancia en un tiempo record.

Aunque la mañana era fresca sudaba abundantemente cuandoparó la carretillla a la puerta de su casa; entonces comenzaba ainsinuarse la aurora en el oriente.

Debió madrugar mucho el bueno de Frasquito y con razón dicenque a quien madruga Dios le ayuda; porque antes de que despertara sufamilia sin que ningún vecino se enterara tenía a buen recaudoaquella harina que venía a ser la resolución de sus difícil prob1ema.Yno sentía peso de conciencia pues estaba seguro de que cuando lasautoridades fueran a darle giro al asunto la harina se habría recalentado

no serviría ni para los gorrinos. Así pues estaba contento y satisfechode su suerte y la satisfacción le impedía notar el cansancio. Fue a lacocina en donde preparó una cumplida cazuela de «gachamiga»;cosa extraña que a pesar de seguir durmiendo todos con el trajín quehabía llevado de carretilla y de puertas cuando llegó hasta su cama elapetitoso olorcillo del guiso se despertaron y levantaron como soldadosa toque de cometa. La esposa que fue la primera le preguntórestregándose los ojos.

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-¡Chico , Lpues no habías ido a pescar?-Sí, ya he ido-, le respondió.¿Y no has pescado nada?.

-Sí, uno, pero grande; ven y lo ver6s-. la llev6 hasta la pajeraen donde tenía la saca de la harina.

Ella hacía ojos de espantada y él hablando en voz baja la puso alcorriente de la aventura que había tenido, recomendándole la mayordiscreción.

Regresaron a la cocina. Los tres chicos miraban la cazuelaasombrados, pero sin hacer preguntas, e imitando a sus padressentáronse a la mesa y cuchara en mano se dispusieron a dar buenacuenta del inseperado desyuno.

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El miedo siempre ha sido utilizado para manejar a lasgentes; los fantasmas y duendes de antaño y el terrorismoorganizado de hoy vienen a ser la misma cosa pensabaTomás.Ycomo no quería dejar de tocar aquelpunto quefu

creencia arraigada entre nuestros antepasados les contó elcuento que sigue a sus devotos oyentes:

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LOS DUENDES DE BEL NDO

arece ser que coincidió exactamente la aparición yprogresiva divulgación de las armas de fuego con elinicio del declive y la casi total extinción de duendes y

fantasmas. Al propio tiempo las gentes han poseído una cultura mássólida y entre unas cosas y otras esas historias no asustan hoy ni a losmás timoratos y no las cree nadie; pero retrocedamos ciento cincuenta

años situáridonos allá por los 1835 y veamos quién es el valiente quele dice a El Banderes que los duendes no existen y no es que ésteindividuo fuera el tontito de la huerta o un ignorante servidor de noblesin nobleza amedrentado por los gritos del amo; no nada de eso ElBanderes era un tipo muy lanzado que medía casi dos metros pesabacien kilos muy bien repartidos y ejercía una profesión liberal: ladrón;mejor dicho capitán de una cuadrilla de cacos con un «curriculum

vitae» muy interesante.Veamos pues por qué con este hombre singular y no con otro

sea con quien nos trasladamos a aquellos días en que la huerta era unmar de cepas medio de vida de sus moradores y en la que aún teníancabida estas creencias llegando a ocasionar hondas preocupaciones.

Era una noche fría de finales de enero en que la tramontana teníaateridos a los huertanos poco acostumbrados al verdadero frío. Por

aquellos días se habían producido varios robos en la huerta desapa-reciendo ganado aves de corral grano y hasta vino de la mano de los

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rateros en la oscura noche, siendo atribuidos todos estos robos alBanderes. Fuese o no, éste, su autor, el caso es que aquella noche del

26 de enero de 1834 caminaba por un sendero que conducía desde lasafueras de Alicante hasta la famosa partida rural de La Condomina.Sus hombres iban disgustados porque no les atraía la idea de

robar en el de Belando, una casa en la que sus moradores -medieros oarrendadores- duraban poco tiempo a causa de que los duendes seencargahan de hacerles la vida imposible con voces y ruidos nocturnoshasta que es hacían marchar aterrorizados. Habíanle hecho algunas

consideraciones sobre este particular, pero 61, por mantener su pres-tigio y autoridad, como capitán, les respondía que el que tuviese miedopodía quedarse en casa, que los duendes y fantasmas eran paparru-chas, y que a los hombres de carne y hueso, y más si iban provistos dearmas, era a los que había que temer. sin haber otras palabras lostemidos y temerosos ladrones decidieron obedecer a su jefe propo-niéndose hacer la «cosa» lo más rápida posible y alejarse cuanto antes

de aquella maldita casa.En cuanto llegaron al De Belando, a cuyas paredes se acercaron

sigilosamente, pusi6ronse a escuchar porque a pesar de ser las dos dela mañana bien pudiera ocumr que estuvieran de guardia temiendo serrobados como a otros huertanos les había ocumdo.

El Banderes no era individuo que se encogía por cualquiercircunstancia, pero, la unanimidad en la creencia de los duendes, en

sus hombres, le había impresionado. El sabía perfectamente que noeran de los que se arredraban por cualquier nimiedad, pues estabancurtidos por la vida y en su haber acumulaban riñas, cárcel, e inclusocrímenes; por eso, en el fondo, le causaba cierta preocupación quetomaran tan en serio la leyenda que sobre aquella casa pesaba, la cual,contada por boca de viejas, siempre le habría causado indiferencia,pero, dicho con tanto respeto por aquellos hombres duros le producía

seria inquietud y abría en su mente una confusa interrogante.Los siete hombres, como ya hemos dicho, se pararon junto a la

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casa y su capitán se acercó a escuchar auna ventana sabedor de que erala de la cocina puesto de guardia de todas las casas huertanas.

El arrendador de la finca de Belando era un labrador que estaría

por los sesenta y que tenía esposa y cinco hijas. Aquella noche habíadecidido que montarían la escucha las dos mayores hasta que a las tresde la mañana las relevaría él para el resto de la noche. Así pues lasmuchachas se sentaron oído atento junto al fuego y para matar eltiempo se entretuvieron jugando a las cartas; pero no estaban en estomás de media hora se reunieron con ellas las otras tres menores quepensando en los ladrones y con la falta de las mayores en la común

alcoba no podían conciliar el sueño.Con el juego del «cau» la «brisca» el «set y mig» y otros

estuvieron hasta cerca de las dos; mas ya hartas de juego pensaron enalgo que las distraería tanto o más que los naipes y era mirar porenésima vez el ajuar que como de costumbre en la huerta habíaempezado a comprarles la madre desde muy tierna edad.

Con esto del ajuar no se seguían unas normas determinadas en

cuanto al orden de adquisición y así como otras madres comenzabanpor comprarles sábanas la de nuestras jóvenes amigas lo habían hechocomenzando por los cubiertos y otros objetos metálicos. De este modotenían en los cajones de una vieja cómoda cuchillos cucharas y otrosutensilios domésticos. El viejo mueble tenía cinco cajones desde elprimero de amba que era de la mayor hastael de abajo que correspondíaa la menor y en él guardaba cada una su preciado tesoro.

Sacaron los cajones y los pusieron en el suelo de la cocina y cadauna iba revisando sus cosas quitándole el hipotético polvo con unpaño. El silencio era casi absoluto ya que estaban todas ensimismadasen su quehacer quien sabe si acompañadas mentalmente por algúnapuesto galán. El caso fue que así como estaban en su tarea seescucharon pasos muy cerca de la ventana: todas levantaron la cabezay cruzaron una inteligente mirada sin pronunciar palabra viendo

entonces que faltaba la mayor pero por estar encendida la luz de la

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alcoba comprendieron que se encontraba alli; una de ellas entró paraavisarla de lo que sucedía.

Esta que desde un cierto tiempo cuidaba mucho de su palmito,

terminaba de embadurnarse la cara con una untura de manteca decerdo y azufre que le habían recomendado para curar unos barrillosque la afeaban. Los cabellos se los había atado en manojitos con un s

cintas formando «piules», y entre una y otra cosa le proporcionaban asu rostro delgado y anguloso un singular aspecto de bruja cómica decuento infantil.

l saber lo que ocum'a salió presurosa de la alcoba, entró en la

cocina y tras una rápida mirada colocó una silla bajo de la ventana queestaba alta; sobre la silla puso los cinco cajones de la dote con todoslos cacharros.

-Ayudadme a subir-, dijo muy quedo mientras colocaba la tabladel pan tapando el último caj6n-. Voy a ver si me entero lo queocurre ahí afuera.

La ayudaron y cuando estuvo arriba se enderezó quedando sucabeza a la altura de la ventana que no era muy graxide. Descomó el&ti110 con mucho cuidado pero en vez de abrir despacio y dejar unadelgada rendija para atisbar, con el nerviosismo abrió de un tirónquedando su cara a escasos centímetros de la de El Banderes que enaquel instante se acercaba para escuchar, como ya sabemos.

La chica lanzó un grito desgarrador y se desplomó de su

andamio cayendo al suelo con los cinco cajones de cacharros metalicos, la tabla de poner el pan y la silla formando con los gritos de lashermanas una algarabía temble.

Por el cuerpo de El Banderes circuló un escalofrío de terror.-¡LOS duendes , gritó. Y soltando una barra de hierro que

llevaba en las manos emprendió alocada carrera por el camino vecinalde la «Creu de Fusta». Sus subordinados le siguieron e incluso le

superaron en velocidad y cada uno terminó la desbandada, solo, y porsu cuenta, sin saber a dónde habían ido a parar los demils.

El arrendador y su esposa se levantaron sobresaltados con elf,I

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estruendo enterados de lo que había ocurrido el hombre echó manoal trabuco rodeado de sus hijas esposa apiñaditos en silencioestuvieron en la cocina hasta que amaneció. El buen hombre estabaalgo incrédulo por si todo era obra del miedo de sus hijas; pero cuandosalió e inspeccionó el terreno supo que en realidad habían estado allílos ladrones pues se veían claras sus huellas sobre una capa de cenizaque había extendido la tarde anterior para tal efecto sobre todo porel testimonio de la barra que al huir arrojara el temido Banderes.

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La primera historia que recordd Tomás cuandofue reque-rido por su hija para <<informar» los dos hermanos, ue lade <<ElTraje Azul-marino >. Pero por si esta relaciónarrendador-a rrendatario y las calamidades que sufrió Juanlas creían exageradas en una tierra productivay de cristianasgentes, la dejd para más adelante cuando ya hubiesenescuchado varias historias y tuvieran un mínimo de ideasobre la problemática hwrtana en aquellas echas. Asípues,escuchemos ahora esta triste historia de Juan y su traje:

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EL TRAJE ZUL M RINO

Sta historia no es la de una determinada familia consus personas concretas; es la de decenas de ellastomando como personaje central al cabeza de familia

que era el que se llevaba la peor parte.estos huertanos curtidas por el sol y el viento generalmente

delgados y ligeramente encorvados. todos sin excepción dedico

esta pequeña narración que no tiene otro valor más que el del recuerdovaya como homenaje de esas generaciones de hombres que vestían

muy poco alguno sólo dos veces el simbólico traje azul marino.El panorama de su situación era aterrador; estaba mal y se

desvivía por estar peor; el horizonte gris era para Juan una aurorasonrosada de abril.

Juan y Carmen se conocían de toda la vida y eran novios casi

desde niños y ya hacía dos años queé

había regresado del serviciomilitar y no había manera de reunir trescientas pesetas para losmuebles y alguna ropa. Era jornalero agricultor y como en aquellostiempos se trabajaba de sol a sol no había forma de aportar dinero extrapara el ajuar pero aún así se quedó siega a destajo y segaba en lanoche después de trabajar duro doce horas.

Terminó la siega y logró reunir los sesenta duros de sus sueños;ro no estába todo hecho faltaba dinero para el traje el traje de novio

algo imprescindible.-

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Se quedó otro destajo nocturno y reunió el dinero para el dichosoiraje y aún le sobraron unas pesetas para el viaje de novios. iEl viaje

de novios . Ya lo tenían acordado, consistiría en ir por la tarde a laciudad, meterse en el teatro y regresar luego a su nido de amor.

Al día siguiente no iría a trabajar porque era domingo; pero ellunes, el lunes al amanecer, estaría en el trabajo; no podía permitirseel lujo de tener una luna de miel ni siquiera de una semana.

La situación era ésta: Juan tenía ya largo tiempo a su ancianamadre muy delicada a la que mantener; su padre había muerto-decían

que de fiebres- pero él sabía que era de un atracón de azada cavandorastrojo con un sol de mil demonios, comiendo pan y melva y algunpuchero viudo de vez en cuando. La fiebre le devoraba, pero nadatenían que ver las sufridas maltesas a las que se les achacaba aquellatemble anemia que le mató.

No sólo tenía Juan en lo venidero que mantener a los suyos, sinoque iba a aumentarle la familia con la esposa, que aportaba suegratambién con achaques. Así pues, er n cuatro para comer y uno paraganar, y lq peor no era esto, pues para botica iba a necesitar una buenaparte de su exiguo jornal.

Pero estaban enamorados, y ese mal no hay pócima en el mundoque lo cure; sólo con el matrimonio se mejora y prologándose éste,muchas veces llega a desparecer.

Con el matrimonio iba acceder a una jefatura pesada de llevaraunque como ya sabemos, Juan lo veía todo de color de rosa, y nodigamos Carmen que, con sus veinte años creía que iba a descubrir unanueva América. América no, en cambio un nuevo mundo si lo iba adescubrir y tocar con sus propias manos.

Fueron al sastre para lo del traje y al decirle Juan que lo dejaba asu elección le repondió con su dudosa vocecilla: -Haremos lo decostumbre, un traje de lanilla azul marino.

Juan se lamentaba por tener que hacer aquel gasto para usarlo tansólo una vez, a lo qu le repondió el sastre con encubierta guasa: -No,muchacho, no; en esto te equivocas; por lo menos dos veces sí lo

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llevarás, es lo que normalmente se hace-. Y no le aclaró que le serviríacomo traje nupcial y de mortaja.

Se casaron una lluviosa mañana de noviembre; quizá sería que elcielo lloraba por el principio de una calamitosa etapa de su vida. Unanueva vida que el joven matrimonio iniciaba con la más noble de lasilusiones, formar una familia y luchar por ella hasta el fin. Y paya silucharon , lo primero serio que les ocumó fue comprobar que con losingresos que tenía no podían vivir, y Juan, sin pensarlo mucho, a lospocos días de haber nacido su primera hija, se marchó a Francia parahacer la vendimia. Cuando regresó pagó deudas

yvivió unos meses

con un poco de holgura económica; pero los gastos de m6dico y boticase acrecentaron y pronto volvió al punto de partida; luego nació otrahija y muri6 la achacosa madre dejando tras sí una deuda con el médicoque se avino a cobrarla p b ~ o poco. Y todo esto, a bautizos, entierrosy demas actos, asistía vestido como todo hombre de la huerta: con unpantalón gris o negro de dudosa calidad y la clásica blusa negra de

merino, sombrero de fieltro y calzado con unas alpargatas de lonablanca o negra, dependiendo su color si estaba de luto o no. Mientras,el traje azul marino estaba guardado en el ropero con las bolitasblancas en los bolsillos para evitar ser pasto de las polillas.

Lo intentó; dejó de ser jornalero para ascender a la categoría dearrendador; pero, por lo visto, no daba la medida. No porque no fueratrabajador y buen labrador, sino porque se había embarcado en aquel

negocio sin un duro y no pudo hacer frente a los pagos de la mula,aperos, herramientas y el arrendamiento de la tierra; aunque estoÚltimo se hubiera podido remediar, pues el «senyoret» era muy rico ysi Juan hubiese sido más dado a cepillarle la chaqueta quizá sehubieran aplazado los pagos y puede que alguno, hasta olvidado; pero61no servía para eso y por mucho que lo intentaba, le hablaba con eldebido respeto con arreglo a la época y nada más.

Aquella experiencia fue una calamidad y sólo con ir tres añosconsecutivos a la vendimia a Francia pudo pagar todas cuantas deudashabía contraído en su época de arrendador.

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obedecer. Mas en esto se equivocaron aceptó a la primera y al díasiguiente fue con el yerno a conocer las tierras y formar un plan de

actividades.Carmen contaba las horas hasta que regresara su marido y le

contara cómo le había ido el primer día de jefe y se sentía felizpensando que aún eran jóvenes y podrían vivir unos años sin lasestrecheces de siempre. llegó la noche; cenaron animadamente ytras de estar un rato en buena conversación padres e hijas se fuerontodos a la cama.

Carmen iba a preguntarle que tal le había ido pero se adelantó élpara explicarle porque había aceptado aquel trabajo: se encontrabaenfermo; hacía dos meses que se notaba cansado casi no podíacumplir y aquel nuevo empleo había llegado justo a tiempo; por esohabía aceptado sin poner ninguna objeción aunque lo suyo no eramandar.

A la maiiana siguiente se levantó y marchó al trabajo le dolía el

brazo izquierdo y notaba en el pecho como una pesadez al respirar; loachacó al tiempo húmedo de levante que presagiaba lluvia.

Todo el día estuvo pensando en su familia: la mayor ya la teníacasadi y en caso de necesidad ayudaria a su madre y hermanas; lasegunda y la tercera las tenía empleadas en la fábrica de papel que aúnfaltando su sueldo podrían vivir mejor que cuando eran todas pequeñas.Eso le llenaba de tranquilidad y estaba dispuesto a todo; aquella

mañana antes de ir a la finca había pasado a ver al padre Francisco yhabía arreglado las cosas que tenía un poco descuidadas pasando eldía tranquilo mas lleno de aquella felicidad que se había posesionadode 61 hacía poco tiempo. En la noche cuando llegó a su casa le pidióa Carmen que le preparara una cena ligera; apenas comió y cuando sefueron a la cama le dijo con aire que parecía divertido:

-¿Sabes que el sastre estaba en lo cierto?

¿Qué sastre?- preguntó ella extrañada.-Aquel que me hizo el traje de novio. Me aseguró que en cuanto

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menos dos veces sí que lo usaría. Creo que ha llegado la segundaocasión.

Y no se equivocó pues al cabo de una semana acompañado defamiliares y amigos se marchó para no regresar jamás vestido con suflamante traje azul marino.

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Aquella tarde día trece víspera del día del Cristo le tocóel turno del agua del pantano a la hacienda. Los dos óvenesno entendían aquello del turno del agua y quisieron saberlo

todo acerca del riego. Tomás se lo explicó con lujo dedetalles y para ilustrar más la explicación el relato de aqueldía versó sobre el riego y los regadores..

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NOBLES REG DORES

rato recuerdo el de las reposadas conversas con elbuen amigo limpio de corazón educado lúcido ágilde mente. Compañero de infancia inolvidable granseñor.

Siempre recordaba así al amigo el bueno de Bautista y más aqueldía dos de diciembre en que a sus veinticinco años iba a contraer

monio con María tras largo tiempo de austeridad y de ahorro.Bautista era el bracero de la finca; su padre ya lo fue y de ahí quera gran amigo del hijo del amo que tenía su misma edad. Ahora

era capitán de caballería en Valencia y había prometido asistir a laboda; cumplió la palabra y así aquel mismo día a las nueve de lamañana una hora antes de la ceremonia llegó a la hacienda el apuestocapitan y marqués de Sierraparda que no era un personaje enquistado

Fue un día de esos dorados de nuestros apacibles otoños con quela madre naturaleza nos obsequia con abundancia en esta tierraafortunada. La ceremonia en la iglesia de nuestro patrón San JuanBautista bonita con profusión de flores; la novia guapa como todasas novias o un poco más y Bautista menos guapo pero muy

y contento e inmensamente satisfecho.

Le habían puesto casa en los bajos del caserón rural de la finca;o como su padre que siempre vivió en Benimagrell. «Así tendría que

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andar menos», había dicho el dueño y padre del capitán -y estaría máscerca para servirle mejor- y aunque muy modesta, tenía casa inde-

pendiente que era lo que soñaban los dos ya de mucho tiempo comonormalmente ocurre a todas las parejas.

Aquel matrimonio, a los ojos del amo, era, para la finca, ,unasemilla cargada de futuro; tan trabajador era el mozo y consciente desu responsabilidad.

Así pues, el día, tan al gusto de todos, duró menos que los demás.Los novios marcharon después de la comida, ya al anochecer, al teatro

de la capital; y terminada la función regresaron a San Juan en un cochecuyo caballo era blanco, por casualidad, dándole esta circunstancia, alregreso, un cierto toque de romanticismo aunque la pareja no era muydada a caer en estos detalles.

La noche era fría desde el pueblo fueron andando hasta la fincabajo la plateada luz de la luna, reina en el cielo virginal. Llegaron a lacasa, a su casa; apenas probaron bocado, y cinco minutos después se

cerraba la puerta de la alcoba. Esto era justo la una de la madrugada;a la una y quipce minutos ladró el perro y sonaron unos discretosgolpecitos en la ventana.

-¿Quién es?-, dijo Bautista sobresaltado.-jEl martaver - respondieron-, dentro de un cuarto de hora te

toca el agua del pantano.El joven capitán de caballería y marqués de Sierraparda se quedó

hasta muy tarde hablando con su padre, al que hacía varios meses queno veía. Al lado de la lumbre, en el confortable salón, era grata laestancia y la larga ausencia habida prolongaba la conversación entrepadre e hijo. Eran las dos cuando Carlos, que así se llamaba el militar,dijo a su padre:

-Creo haber oído como golpes metálicos por hí afuera-, ¿quéserá?

-Sí-, respondió el padre con naturalidad, -es que está en el brazalel agua del pantano.

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-¿En alguna finca cercana?-No, en la nuestra.El joven se puso en pie como movido por un resorte mientras

decía:-¡Pero no me dirás que es Bautista quien está regando-Sí, 61 mismo; es su obligación, así está tratado.¿Y sabías tú que iba a venir el agua esta noche?

-Sí, claro, suelen avisar con tiempo.-Padre, esto no está bien, esto es una falta de humanidad, debes

reconocerlo-. al tiempo que esto decía trataba de mantener lacompostura no sin grandes esfuerzos.11 -Escucha hijo-, repuso el padre con la misma calma-, cada unoen nuestro puesto en la vida tenemos nuestras obligaciones; nosotrostenemos las nuestras y el labrador.. .

Zarandajas -, grit6 el hijo-, jzarandajas, padre . tomando laescalera que conducía al campo, se dirigió hacia donde estaba «Batiste»cuyos golpes al clavar las estacas le orientaron inmediatamente.

-Buenas noches Bautista-, dijo al llegar j u n t ~ l regador.-Buenas noches, «senyoret».-iCarlos , le recalcó-, ya te he dicho cien veces que cuando

estemos solos me tienes que llamar Carlos y si no fuera por mi padre,soJos y acompañados.

-Sí, Carlos, no te enfades, hombre; pero debes reconocer que túeres el amo, eres rico, tienes un título y has estudiado una carrera; losconocimientos crean prestigio y has de comprender..

-Bien Bautista-, cortó Carlos enérgico; todo eso está muy bien,pero, idame el legón

Bautista le entregó la herramienta, extrañado, y, entonces dijoCarlos adoptando un aire muy militar:

-Tú te marchas ahora mismo y te acuestas con tu esposa, yo voya regar lo que falta. ¡Es una orden

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-iSoy el amo -, gritó, -y te he dado una orden; Les que no me hasentendido?

-[Largo -, bramó de nuevo Carlos-, largo y haz lo que te he dichoo te rompo la cabeza de un legonazo. Ah y toma; veinte duros paraque cuando os levantbis os marchbis de viaje y no volváis por aquíhasta la semana que viene. jRápido , a lo que te he dicho-. Y levantóel legón amenazadoramente.

Bautista se marchó corriendo con lágrimas en los ojos y elcorazón lleno de agradecimiento; y Carlos comenzó la tarea porque el

agua seguía comendo y el bancal estaba ya rebosando.El viejo amo sentado en un sillón junto a la lumbre, liando un

cigarro tras otro, siguió escuchando los metálicos golpes del legón alclavar las estacas y no se molestó en ir a pedirle a su hijo que desistiera;le conocía perfectamente y sabía que lo que más feliz le hacía eraapearse de vez en cuando del tiovivo. Y lo malo no le parecía eso, sinoque aquella era una actitud que se vislumbraba en algunos jóvenes y

esta actitud podría traerles a «ellos», a los de su clase, fatales conse-cuencias.

-~sp&emos-, ijo para si cuando por in decidió ir a la cama adescansar; -esperemos, que esto sólo sean las disconformidades delmozo que los años atemperan y matizan.

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Sucesos acaecidos el día del Cristo de la Paz hubierapodido relatar Tomás docenas de ellos. Eran las fiestas desu pueblo y conocía pegectamente la problemática de éstaso mejor dicho la problemática de sus gentes. Suele ser el mes

de septiembre tiempo de siembra y si las lluvias veníantempranas y caían aprimeros de mes para los días del Cristohabía mulas caras entre algunos jóvenes. Grande era ladevoción a su Santo Cristo de la Paz pero no mucho menossu afición a torear la vaca; esto en cuanto a los chicos y delas chicas entre otras por estrenar vestido. De los mayorespor reunir a la familia y de muchos por comer un buen

cocido. Pero como todo no podía relatarlo Tomás en el breveespacio de un cuento se decidió por aquella historia deMaría que le pedía al Cristo un milagro

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M RI PEDI U MIL GRO

sí como pasan los tiempos cambian las formas de viday los problemas que hoy nos afectan son aunque conuna apariencia distinta en el fondo exactamente los

mismos de siempre. Contratiempos dificultades; la lucha por la vidaque es antigua y actual que no cesa. Así pues antes podía presentarse

tiempo lluvioso y aguarles la fiesta a los mozos y las ilusiones

puestas en ellas verse en un aprieto porque eran agricultores y el[empero les requería.

Ahora las matemáticas o la lengua suspendidas en junio puedenser la causa de turno o esas oposiciones que se auguran tan reñidasconvocadas para estos días.

B Esto es algo repetido año tras año que ya habrá dado lo suyo qu6pensar a muchas generaciones de jóvenes en vísperas de LAS FIES-

T S DEL CRISTO.Llovió copiosamente el día de la Virgen de Loreto y se podía dar

por hecho que la tierra no estaría en condiciones para la siembra antesdel dieciséis; esto era magnífico para la mayoría de los mozoshuertanos pero no para aquellos que poseían un «rodalet» de secano:uyas tierras arenosas el día doce estaban en su punto para la siembra.

De esta manera el padre de María se disponía a comenzar lasementera de las catorce tahúllas que poseía en el Cabo de las Huertas

no era necesario decirle a la chica que tenía que ir detrás del arado

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desgranando entre sus dedos la cuentas del largo rosario que suponíala siembra de catorce tahúllas de guisantes.

¡Ella, que se había propuesto realizar un negocio sentimental tanimportanteCompraría dos cirios y, descalza, tomaría parte en la procesión

pidiendo a cambio, al Cristo, que empujara un poquito a su galán paraque se le acercara y le dijese al oído no sé cuantas cosas que ellanecesitaba oír tanto como el pan que comía y el agua que apagaba u

sed. Mas, todo se había malogrado con la inoportuna lluvia del día

nueve que le había dado siembra para los tres días de fiesta; así, el trecese lo pasó María, mientras sembraba, pidiendo a Dios una nube quedescargara y posponer la siembra dos o tres fechas. Pero, pasó el trecesin novedad y amaneció el catorce raso y con el sol más ardiente detodo el verano; cuando llegó el medio día ya no rezaba María, mirabaal cielo con resignación, un cielo limpio y azul que prometía una tardepreciosa. Perdida la esperanza, en la comida apenas probó bocado y

tras el descanso, que fue corto, reemprendieron la tarea.@a apenada, con la cabeza inclinada sobre el pecho, formando

sus &os el largo cordón de blancos guisantes en el surco, y, contrala costumbre, los dos callados. Solo se oía el fatigoso respirar de lamula que tiraba del arado hundiendo sus cascos en la tierra húmeda.

De pronto alguien les dio las buenas tardes. Volvieron la vistay era Juan, el joven por el que María quería ofrecer su promesa al

Cristo.El padre detuvo la mula, y secando el sudor de su frente con el

dorso de la mano, dijo extrañado:-¿Cómo ú por aquí? Es día del Cristo y deberías estar en la fiesta.-No me interesa la fiesta, tío Pepe-. Contestó con el aplomo y

seriedad que le caracterizaban. -Pensaba encontrar allí a una personay s6 que esto no ocumrá a no ser que el Cristo haga un m i l a o . Y miró

con tristeza a Mm'a.El hombre, que como es de suponer, por su edad, estaba de

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vuelta de muchas cosas y no era lerdo, adivinó algo que su hija nosupo ver.

-Voy abeber un trago de agua, Juan, dijo-, ¿quieres hacer el favorde vigilar la mula?; se espanta de cualquier cosa; cuando tenga misaños ya verás como no le ocurre esto. se alejó murmurando muy bajounas palabras de las que los dos jóvenes sólo pudieron entender algode «milacre».

-Juan-, dijo María-. ¿ que persona deseabas ver en la fiesta?¿puedo saberlo?.

Ella'esperaba que le contestara con una excusa; no veía laverdad, ni remotamente pensaba que estuviera él allí por ella; y, poreso, se quedó muy sorprendida al escuchar sus palabras.

-Debía ver a una persona, pero creo que ya no hace falta pues hesabido por tu hermano el «xiquetet>> ue tienes hecha una promesa alCristo para que le remueva el corazón a cierto individuo; siendo así yano me interesa la fiesta ni me interesa nada en absoluto.

-En ese caso, dijo ella enrojeciendo, ¿debo suponer que era a mía quien deseabas ver?

-Sí, jera a ti pero tú.. . . de pronto se quedó maravillado delo que veía; iiba a llorar , illoraba María -Eso quiere decir, gntó locode alegría-, que soy yo el de la promesa, ique soy yo .

perdieron la noción del lugar y del tiempo; y hablaron,hablaron sin ver al tío Pepe que volvía ni oír su repetida tos.

El hombre miró a los dos lleno de ternura y satisfacción; pues siadoraba a su hija, mucho apreciaba a Juan y no creía que María pudieraencontrar mejor partido en toda la huerta. El sabía lo importante quees para la convivencia en una pareja la bondad y el cariño, y por ello,pensando que si la siembra era importantísima, más pudiera serloaquel suceso, así que, sin perder un segundo, dando la vuelta a la mulamandó a la muchacha recoger las cosas porque se había acabado la

jornada de trabajo por aquel día y regresaban a casa..Todos fueron muy rápidos, hasta la mula que cara al pesebre

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solía doblar la velocidad, y contentos y bien compuestos llegaban alpueblo cuando ya las campanas comenzaban a repicar se iba

formando la procesión.María, aunque ya no precisaba de la cooperación del Cristo paraatraer a Juan, cumplió la promesa en acción de gracias, ella en elcentro él en una fila lateral, comenzaron el recomdo. No escuchabannada ni veían a nadie, sus ojos prendidos los unos en los otros seembarcaron en una nube color de rosa que cada instante era más densay los llevabaen volandas. S610 aquellaextraña tos que parecía haberse

apoderado de la garganta del tío Pepe les pudo despertar entoncesllegaron claras hasta ellos las palabras pronunciadas en el campo.>>Milacre» . ú querías que lloviera para no seguir sembrando.

ú querías un milagro ya lo tienes. »Redeu» qué bonitos son estos«milacres» de la juventud.

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Aquel día era el quince de septiembre y la tarde anteriorhabía asistido Tomás a la procesión del Cristo; tambiénhabía hablado con muchos amigos que no veía hacía muchotiempo y había c e d o en casa de su primo las famosasbotifarretes. Cuando esto hacía le duraba unos días lanostalgia después se hacía el ánimo y seguía al ritmo de suvida de ciudad en donde residía. Así pues muy influenciado

aún por cuanto había hecho visto y oído el día anteriorrelató a sus amigos la siguiente historia verdadera de la queél conocía bien a todos sus protagonistas.

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UN NOCHE DEFIEST

,,.:.:<..p.,...... ... .: ....<.:......,:.........,$ gpwgjy ....\:.**:*,. .::5.:: > :.::

@ 5<.&F;<e y .: : .... j $@ >;..%.....*........._ mo iba a ser posible que Joséy Mercedes dejaran de; @ ,:.: .E < .:,.:....,..ya:; @.?A.

- .g ~~~~~ acudir el día del Cristo por la tarde a la fiesta? El puebloi,S ,:..:@:W,... i...:.:, .@@ff :.:.; .. .: tenía para ellos una atracción formidable,y tanto uno

omo el otro, no olvidaban su cita del catorce de septiembre.i h p

La jornada había sido dura, agotadora; estaba la tierra en su puntotoda la huerta en plena tarea de siembra. José tenía muchas tahúllas

preparadas y en ocho días, antes de que decreciera la humedad, era~recisoenerlas listasy para ello había que aprovechar toda la luzsolar;y aún así, tras la extenuante tarea de catorce horas casi ininte-rrumpidas de duro trabajo, marchó con su esposaa la fiesta.

La tartana iba dando saltosy bandkos por el desigual camino.Hondos carriles tras la lluvia de la anterior semana, charcos cenagososacáy allá, prisas por llegar a la hora de la procesión; todo hacía que lajaca bien cebada y poco andada -pues no era empleada para lalabranza- llegara a Benialí cubierta de sudor. Dos minutos másyparaban ante la casa de sus amigos que esperaban impacientes.

- Hombre, José, casi llegáis , vamos a desenganchar rápido-.Y elamigoToni comenzó a ayudarle al propio tiempo que le decía que lajaca ya tenía puesto el pienso en el pesebrey él, ya estaba arreglado.

José, que aparte del saludo nada más había dicho hasta entonces,habló sosegadamente para asegurar a su amigo que, arreglado síestaba, porque andaba a remolque de su mujer.Le aconsejó que les

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dijera a «ellas» que marcharan delante y ellos luego con ás

tranquilidad les irían a buscar.

Así se hizo y antes de que terminaran de alojar al sudorosoanimal aparecieron dos amigos y vecinos de Toni sabedores ellos deque la presencia de José significaba vino en abundancia de suexcelente cosecha y no menos abundancia de todo lo demás que sesolía remojar con el mosto.

Decidieron a petición de estos últimos tomar alguna cosilla yque según ellos la procesión ya había salido y no estaba bien que la

acompañaran a medias.Así pues comenzaron por lo que diríamos «aperitivo típico»

base de almendras mollares blandas y sabrosas higos secos guardadoscon primoroso cuidado por Mercedes y aromático aloque que habíaviajado desde la bodega de José hasta el pueblo en panzuda calabaza.Todo tan huertano como ellos mismos hasta el pan que aún estabatibio; pan dorado de trigo duro amasado con agua de lluvia y cocido

con sarmientos de La Albufereta. Pero el pan era para la cena; mientrastanto irían pasando el tiempo con aquellas menudencias y está claroque tan bien «acompañados» a los cuatro amigos les sorprendió el finde la procesión sin explicarse cómo había transcumdo tan rápido eltiempo.

Las mujeres murmuraron algo entre dientes acerca del cachazudofestejar pero en un santiamén tuvieron dispuestos sobre los blancos

manteles «les botifarretes de ceba» y todo cuanto es tradición en lacena de esta noche.

Ellos pasaron del aperitivo a la cena mientras que ellas nerviosastras acompañarles unos minutos se reunieron a la puerta de la casa conotras vecinas que no veían a Mercedes desde hacía meses y empren-dieron una conversación sea cual fuere pero eso sí de lo más animadoya que hablaban todas la vez.

Desde el canal en construcción hasta los prodigiosos resultadosde un nuevo abono llamado nitrato de no sé qué lugar salieron acolación durante la cena todas las novedades sobre la huerta y el

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ecuerdo de situaciones unas cómicas y otras no tanto pero todas ellascargadas de ambiente huertano lleno de confraternidad.

El aloque tenía fama de bueno pero no estaba ajeno de ciertomalintencionado proceder ya que mientras estaba en el barril eraquieto y suave mas una vez que atravesaba la garganta se calentaba eimpacientaba de tal forma que hacía cambiar de talante a las mássesudas personas y en el mejor de los casos producía una gran pesadezen las piernas. Por esto José que lo conocía y que gozaba de ver a losque le perdían el respeto levantando el codo más de lo prudente luchara brazo partido con sus endemoniados dieciocho grados creyó quedebía ir tratando de dar fin a la fiesta; pues ésta y no otra fue la suyaporque en cuanto se disponía a decir a sus amigos que deberíanmarchar a ver algo de la calle llegó hasta sus oídos un trueno quepareció haber entrado por la chimenea.

Los cuatro quedaron inmóviles y en su cara se reflejó la sorpresa;sabían perfectamente de qué se trataba pero no creían que el tiempohubiese transcurrido tan aceleradamente.

José habló y lo hizo pausadamente sentenciosamente como élsiempre lo hacía

-Amigos- dijo. -Esa explosión como todos muy bien sabemoses el «tro gres» el fin de la fiesta. Cada uno hacemos la fiesta a nuestramanera.

Mercedes durante todo el año había soñado con ver a su maridoen la procesión y luego dar un paseo en su compaiiía. Y no fue asi; perotodavía tuvo fuerzas para sonreirle cuando se dispusieron a emprenderel regreso.

Marcharon a la hacienda se acostaron hasta que con el albadespertaron al nuevo día. Luego vinieron muchos días más meses yaños. José refirió lo ocumdo aquella noche en muchas ocasiones; peronunca llegó a pensar lo triste que estaba Mercedes de regreso en lasaltarina tartana.

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El tan manido <<finel mundo» ha dado mucho quepensara la humanidad a lo largo del tiempo dijo Tomás muy serioa sus oyentes. Yclaro los habitantes de la huerta no iban aser menos. Cada uno tomaba la cuestión a su manera: unosse preparaban espiritualmente otros hacían cosas que noharían en circunstancias normales otros los hubo quelloraron y se desesperaron ante el inminente fin pero lafamilia de Julián arrendador de Orgegia una familia nor-mal y corriente de la huerta. Veamos que hizo ante una deesas ocasiones en que se anunció machaconamente el temidofin del mundo.

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L NO HE DEL FIN DEL MUNDO

nada mejor podía hacer aquella noche que bien pudiera ser la últimaie su vida mandó preparar a su esposa una buena cena y marchar conws seis hijos a cenar a la playa.

Era ésta una costumbre muy arraigada entre los h u e r t w la deir a cenar a la playa algunas noches de verano; era como salirse de locotidiano y entrar en un ambiente diferente y es cierto que por no sé

ué raro motivo saben a la orilla del mar y contemplando el brillo desus negras aguas en la noche mucho mejor los alimentos; Julián losabía y le deleitaban estas cenas y aunque habitualmente era de muchocomer. aquella noche «picó» por encima bebió un sorbo de vino y

mi6 una tajada de melón cuando él solía comer uno entero paraedar satisfecho. Y entre palabras afectuosas como las de unapedida que no otra cosa era aquella cena llegaron las doce de lahe que era la hora señalada y no ocumó nada que se saliera de la

rmalidad. Pero dejemos ahora el reloj parado en la hora cumbre ytrocedamos a las ocho de la tarde cuando María comenzó a hacer la

Tenía un hermoso pollo del que pensaba sacar buen p c i o porermosura -que aparte del peso cuenta mucho- pero lo mató; itotal

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era el fin del mundo , qué más daba. Empleó todos los huevos qu

tenía en hacer una fabulosa tortilla, por lo mismo, y así todo, prepa-

rando una cena como para veinte personas.La hija mayor tenía novio, huertano él, muy fuerte e impetuoso,

que desde que supo lo del fin del mundo le había propuesto ciertoasunto a lo que ella dijo que no; pero él, constante, no se dio por

vencido y llegada la noche la decente chica, que tambikn había caídoen la psicosis de final, accedió ante la inminencia de la colectivamuerte.

Jaime, el benjamín de la casa, arrojó al fuego toda la colecciónde cromos que le había costado más de un año reunir.

Antoñito introdujo por bajo de la puerta de su vecina Punta unacarta confesándole su gran amor, cosa que en condiciones normalesjamás hubiera hecho.

Manolito destapó la cajetilla de excelente picadura que teniaguardada para regalarla a su flamante suegro. Asimismo Jos6 echó alfuego su preciosa caña de b mbú y Juan rompió en mil pedazos lainstancia que tenía preparada para ingresar en la marina.

Los padres hicieron otro tanto y tiraron al estercolero dinero y

papeles de importancia; era su actuación como una protesta ante un in

que no consideraban justo.Regresaron de la playa las tres de la madrugada con la alegría

de no haber perecido y contrariados por haber creído firmemente enlos vaticinios de un loco que les hizo actuar como ignorantes. Juanitolloraba por sus estampas. Antonio temblaba pensando en qué diríaPunta cuando la viera. Manolito lamentaba no poder halagar al suegrocon la selecta picadura. José lloraba su caña de bambú y Juan estabapreocupado por si habría tiempo para preparar de nuevo sus papeles.María se quedó sin el mejor gallo de su corral y Julián s61o pensó en

encender un buen farol para ir a buscar al estercolero.Pero si todos tenían su problemas, la hija y el novio tenían suproblemazo. Ella pensaba decírselo a su madre que era tan comprensiva,y él, al que su fuerza e ímpetu parecían haberle abandonado, temblaba

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ante el conflicto que se había buscado, estaba hecho un lío y noacertaba a pensar qué diría a sus padres llegado el temble momento.Mas, aquella vez obraron con prudencia, callaron ambos por si nadahubiese ocumdo y esperaron a que transcumera un larguísimo mes.Pasarón minuto a minuto todo aquel largo tiempo que les tuvo en vilo,apenas sin probar bocado ni dormir a gusto, teniendo sueños en los quesus mayores les trataban como si hubieran cometido un horrendocrimen.

Aquel día que era sábado se cumplía, debía cumplirse, el plazo

de su incertidumbre y al galán le parecib interminable; llegb por fin lanoche y fue a casa de la novia cuya costumbre era los festivos, martes,jueves y sábados. La vio pálida y el corazón le dio un vuelco, lasmujeres en gestación se ponen maluchas, tienen náuseas, caprichos,-1Di0s mío, qué compromiso -, pensó; pero cuando pudo acercarse aella y hablar quedito, le sonrió y le dijo estas palabras:

-Pepe, ya puedes respirar hondo, ocupar toda la silla y relajarte.

-Quieres decir, ¿que ya sabes que no hay nada?.-Completamente segura, y para celebrarlo e he dicho ami madreque hoy vas a cenar con nosotros.

-Pero jno le habrás dicho lo que ocum'aella con una ancha sonrisa de satisfacción le respondió:

-Soy de la huerta, chico, pero, eso no quiere decir que me chupoel dedo.

Este cuento es una reducida estampa de las consecuencias quepuede acarrear uno de esos bulos del fin del mundo, maremotos y otrasperturbaciones por venir que hacen mella en personas normales quepierden el control de sí mismos ante el «inminente peligro». aunquealeccionados por la experiencia de otras situanciones similares, cuandollega una nueva, vuelven a sufrir la misma crisis.

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De día en día estaban más convencidos los dos hermanosde que aquellos relatos correspondían a hechos reales y queTom ás aunque hablaba mucho tenía sumo cuidado en cómohacerlo.

Hiciéronselo notar con muy buenas palabras y Tomástras una sonrisa de agradecimiento les anunció por todarespuesta

Hoy les voy a relatar un suceso que tuvo lugar cuando yoera muy joven es algo que le sucedió a un individuopor tenerla lengua larga

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L ENFERMED D E ROS

osa era una muchacha agraciada de discreta bellezaregular estatura y cierta elegancia; ligeramente morenay con un pelo negro abundante y sano que le proporcio-

naba cierta exuberancia. Pero lo que más adornaba a Rosa era suproverbial simpatía.

Todo el pueblo era amigo suyo y ella con su tacto especial

trataba a todos conservando prudente distancia sin herir a nadie yponiendo las cosas en su sitio. Poseía una circunspección muy agra-dable.

Casi desde niña Vicente la había cortejado de una manera extraña;diciendo siempre que poseía esto y lo otro a menudo presumiendo derico ante ella; pero en realidad su riqueza consistía en su pedazo dehuerta y la casa del pueblo; aparte de que su madre era una hormiguita

y todo lo aprovechaba y recogía siendo sólo un poco abierta de manopara comprarle ropa y zapatos a su Vicente para que pareciera de casabien; cosa que el chico por su escasa brillantez mental y falta deapostura no terminaba de conseguir y no lucía como ella quería.

Rosa le pegaba sus buenos cortes aunque con su simpatíaparecíanle al constante galán actitudes favorables para la realizaciónde sus sueños.

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que Rosa no lo quería; si bien no le despedía de mala manera porqucaparte de no ser dada a las asperezas le unía gran amistad a la familia

Ocumó que en aquellos tiempos se instalaron los tranvías eléctricos y llegadas las fiestas del Cristo acudieron al pueblo ás

alicantinos que nunca y entre ellos uno que le gustó a la chica y ella kgustó a él. no era que le parecieran mejores los chicos de la capitalpero sí influía en esto ese algo de temor que por tan estupendamuchacha sentían los jóvenes del pueblo.

Sea como fuere, el caso es que a Vicente le sentó como una patada

en el vientre ver a Rosa tan feliz con el alicantino; porque era así, lafelicidad le asomaba a los ojos, se había enamorado por primera vezy era correspondida. Así que, apenas podía sujetar aquel corazón quecomo un potro joven se desbocaba ante tan nueva, para ella, sensaciónde felicidad.

Vicente, entre el gentío, les seguía y no perdía detalle, les espiabay no quería que nadie se apercibiera de la operación, sintiendo oleadas

de odio hacia aquel que se adueñaba de la mujer de sus ilusiones.iEho Vicente -, le dijeron sus amigos-, te han quitado la noviajhuuu jte han puesto los cuemos jte han puesto los cuemos .

-No, jque va -, respondió él, intentando una sonrisa-. Es que la hedejado yo.

-¿Sí?, ila has dejado , y ¿por qué, dinos por qué?-Hombre, eso es una cosa muy seria-, se le ocurrió decir, en u

tono muy despectivo.-¿Muy sena?, ¿qué cosa es?, debes decírnoslo; nosotros somostus amigos y si no lo crees ahora mismo vamos a decirle a ese chalado,que la novia de un sanjuanero ningún forastero se la quita, y si se ponechulo, le pegamos dos guantazos y ya está.

jNo, no ; eso no-, se apresuró adecir, pensando que si así hacían,jmenudo ridículo iba a hacer ante Rosa

-Entonces, dinos. ¿Por qué la has dejado?Sí, sí - nsistieron los demás-, dinos esa cosa tan seria por la quele has dado esquinazo.

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-Bueno, escuchad-, les respondió disfrutando anticipadamentedel efecto que pensaba iban a causar sus palabras. Era como unavenganza.

-Pues se trata-, y esto lo dijo soltando las palabras lentamente-, setrata de que Rosa tiene una enfermedad incurable, una enfermedadoculta.

Oh juna enfermedad oculta e incurable , ¿quién lo diría así alverla?

-Has hecho bien, hombre; esa clase de asuntos se zanjan así, izasse corta por lo sano y a correr. Que la cuide su madre Oye Sento, pero

no nos has dicho que clase de enfermedad tiene, porque te repito, queno lo aparenta.

-Sí, si; ya lo sé, eso no os lo puedo decir y creo que os he dichodemasiado, aunque pienso que sois mis amigos y me guardaréis elsecreto, ¿o no?.

-Claro hombre, claro-. a los cuatro días lo sabía todo el pueblo,todo el pueblo menos Rosa y los suyos.

Todos los amigos no tenían las mismas luces y había uno tanzoquete como Vicente que, quiso la casualidad que un domingo seencontrara viendo una comda de toros en la capital, sentado justo allado, con aquel muchacho que era novio de Rosa. Le saludó y trabóconversación con él, ansioso como estaba el alicantino de haceramistad con los sanjuaneros que le miraban, sobre todo los jóvenes, sino con cara de perro, sí con fingida indiferencia.

Hablaron y hablaron durante la comda y al amigo de Vicente lepareció que el chico era muy cuerdo y nada fanfarrón, y así, de repente,fue como una inspiración, se decidió a hablarle de la enfermedad de sunovia. Le di6 lástima un muchacho que parecía tan bueno y quecargara con Rosa, con aquella esfemedad oculta.

El chico se quedó estupefacto, porque, la verdad, Rosa aparen-temente no daba señales de enfermedad alguna. si se hubiera tratadode otra cosa no habría hecho caso, lo hubiera achacado a la envidia ynada más, pero esto era algo muy serio y aquel joven lo decía con

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evidente preocupación, luego no era una broma; una enfermedadincurable podía ser su perdición, y acaso fuera hereditaria, luego conlos hijos.

Pues bien, hasta aquí llegó la amabilidad y las ganas de haceramigos en el pueblo. Ante cuestión tan espinosa, con palabras seriasy tono duro puso al chico en un puño por saber que había de cierto entodo aquello, y por fin le obligó a decir el nombre de quien le habíapuesto en antecedentes de tal enfermedad.

-Vaya, hombre-, pensó-. Ya sabía yo que m presencia le habíasentado a ese como una purga; ha jugado sucio, y el juego le va a salircaro.

Aquella misma tarde informó a la familia de lo que ocurría ycalmando sus iras les hizo desistir del propósito de romperle lascostillas de una paliza; 61 había preparado algo mejor.

Hablaron con Vicente. El novio, el padre, el hermano y aquelamigo que le puso al comente del bulo. Lo hicieron con cara de pocosamigos; le expusieron las condiciones, le detallaron bien lo que tenía

que hacer y, le aseguraron, que en caso de no cumplir, pondrían elasunto ephanos de un abogado y le juraron que no paran an hasta verloen la cárcel.

Las coridiciones eran duras, pero ante el temor de unos gastos, dela cárcel y sobre todo, de su madre, accedió aterrorizado por el maltrago que iba a pasar.

Era domingo por la mañana, uno de esos días luminosos de abril

que la temprana primavera sonríe en esta bendita tierra llena de sol yazul en el inmenso cielo.

Salían los fieles de misa mayor y el mercado estaba en todo suapogeo. En la puerta de la iglesia esperaba el guardia municipalrogando a todos que se dirigieran a la plaza, que tenían que decirlesunas palabras, y, de esta manera, en cinco minutos, hubo una expec-tante multitud en espera de aquellas importantes palabras.

Se veía un grupo en el que estaba el padre de Rosa; el hermano,

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-Cada vez que miro el calendario y por casualidad es díadieciocho, suelo recordar la guerra del año treinta y seis,asegurt T o d s .

-Aunque yo era muy pequeño la recuerdo perjectamente.Hacía más o menos un año que había empezado a leer paramífue un extraordinariodescubrimiento la 1ectura)yestomeayudó mucho a saber de qué iba la algarada. Podria contarlesmucho de aquellos infaustos dias, porque durante los tresaños que duró, los acontecimientos se sucedieron ininte-rrumpidamente,mas,hubo dos cosas que se quedaron en mimemoria como grabadas a fuego: los bombardeos de laaviación y los días quepasé unto a un hombre extraordinario,un militar, el sargento Morales. Qué les parece a ustedes sihablamos de él , si le recordamos un poco?.

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k m ECORDANDO AL SARGENTO MORALESI

ranscum a el año 1937; yo contaba siete años de edady vivía con mis dos hermanas y mis padres; los treshermanos mayores se encontraban en el frente.

Nuestra casa estaba situada a cuatro kilómetros de la ciudad, enla huerta, no lejos de la carretera. Era un caserón grande con bodega,granero, patio enorme ante la casa, y, frente a ella, un viejo almacén

o caballeriza.Cierto día vinieron unos soldados y nos dijeron que por orden de

la supenondad se instalaban en el almacén: mi padre accedió sonriente.Sabía que era lo mejor que podía hacer y esta actitud le granjeó laamistad de los militares que resultaron ser magníficas personas.

Yo me hice muy pronto amigo de todos ellos; el sargentoMorales, que era quien mandaba, me llamaba camarada escolar,

viéndome asistir indefectiblemente todos los día a la escuela. Era unaescuela rural mixta con maestra un poco fascista como se les solíallamar entonces a todos los que eran, y a los que, en tiempos de paz,durante la república, iban a misa y calzaban zapatos.

Mis padres también iban a misa, pero eran de los que calzabanalpargatas, y esto y el haber regalado infinidad de pollos y conejos parael «frente» hacía que resultaran, aunque no rojos, tampoco fascistas.

En el almacén pusieron muchas cajas, bidones y pilas de sacos.Al poco tiempo supe que aquello eran, casi todo, comestibles, y

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también que el sargento por la noche cuando nadie le veía llevaba ami casa habichuelas harina café y otras cosas que entonces no estabana la venta.

Por la noche después de cenar jugaban una partida a las cartas;mi padre el sargento con alguno de los soldados y el tío Batiste unviejo vecino que se portaba mal con todo el mundo menos connosotros. En casa decían que no había que hacerle caso que era undesdichado y solitario solterón.

Vivía en una vieja casucha cerca de la nuestra junto al camino

viejo. Recuerdo que una noche hubo una cuestión desagradabledespués de la partida que perdió el tío Batiste.Este se puso a decir que si la guerra iba mal era porque había

muchos fascistas y cobardes camuflados en retaguardia en puestos quepodrían ocupar mutilados o inútiles para el frente.

El sargento calló y mirando al tío Batiste con una mirada duraque me parece estar viendola aún dijo:

-Bien camarada. Si no me equivoco tú crees que yo deberíaestar en el frente y no aquí.~i padreqbiso intervenir pero el sargento intentando mantenerse

sereno casi le ordenó:-Por favor José no digas nada. Sé lo que vas a decir y también

que estoy en tu casa-. encarándose con el tío Batiste continuó: -Túcrees que soy un «facha» y un cobarde jno es eso?.

El tío Batiste se puso lívido. -Camarada- dijo -todo el que setenga por buen antifascista y por hombre se marcha al frente adefender la causa y tú..

-Y yo ¿qué?. Por menos he visto pegarle un tiro a un bocazascomo tú; pero no pienso malgastar una bala de esta pistola para d ameese gusto aunque voy a darte una buena respuesta delante de estossoldados y de José cuyo cnteno me importa muchísimo.

Yo creo que el tío Batiste pensó que el sargento -que dicho seade paso tenía treinta años pesaba noventa kilos y no estaba gordo- ibaa darle un par de bofetadas pero se equivocó.

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Sin decir palabra alguna comenzó a quitarse la guerrera, luego1 ersey de lana, -pues era en pleno invierno-, después la camisa, yentamente, la camiseta.

Antes de mostrar el pecho se detuvo lanzando una mirada

Todos estaban intrigados y el único que intuía el resultado era mique iba conociendo la clase de hombre que era el sargento

¿Qué le iba a mostrar su superior? pensaban los soldados.El tío Batiste seguro que ya estaba arrepentido de lo dicho y

pensaba que aquel individuo, de no haberle pegado un tiro o cuatrobofetadas era porque iba a hacerle bastante daño.

Yo estaba detrás de una silla temblando de emoción. Creo quenadie respiraba.h De un tirón se quitó la camiseta. Y en la cara de todos hubo comouna sacudida eléctrica.p El lado derecho del pecho lo tenía terriblemente mutilado,

hundido, quemado y con muchas y profundas cicatrices.Hubo un silencio.Por fin mi padre dijo: -Sargento. ¿Cómo es posible que con todo

eso estés vivo?.En los labios del sargento se dibujó una sonrisa forzada y

respondió comenzando a vestirse:-Estaba escrito que tenía que conocer a un hombre prudente,

honrado y buen amigo como tú. Y aquel día en la sierra de Guadarramaaún no había visto un ejemplar tan raro.

Y abrochándose la guerrera salió de mi casa.iSalud, camaradasjSalud -, respondieron mi padre y los soldados.

-¡Salud -, dijo el tío Batiste con un hilillo de voz.Llegó el día de San José lleno de tristeza y añoranza, nadie se

atrevía a nombrarlo porque se tenían muy presentes los pasados añoscon toda la familia reunida; desde la víspera del santo no se dormía,

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haciendo buñuelos y chocolate cantando riendo bailando.. Nosabíamos si aquello se repetiría.

De mañana entró muy temprano el sargento en mi casa apenashacía un instante que mis padres se habían levantado de la cama.

Saludó y les entregó dos extraños envoltorios.-Tomad- dijo y les estrechó la mano. Mis padres tarnbi6n se

llamaban José y Josefa como vosotros.Luego notando que se le llenaban los ojos de lágrimas salió de

la casa dejando a ambos tan sorprendidos que tardaron en abrir los

paquetes.El de mi madre era un ramo de claveles rojos y el de mi padre

una increíble caja de puros habanos.-¿Tú crees- dijo mi madre- que esto es el regalo de un sargento

tan «eso» que dicen algunos?.-No- respondió mi padre-. Es el regalo de un hombre de

corazón.

Mi padre guardó los habanos como el tesoro que era en aquellosdías y mi madre puso las flores en agua en un jarrón de Manises quetenía en el aparapor.

Por lo demhs el día transcurrió normalmente sin traslucirse nadaque hiciera pensar en la fiesta de precepto para la familia cristiana.

Yo estaba obsesionado por tener una bicicleta. A cada instantele iba pidiendo a mi padre que me la comprara.

El le daba largas al asunto diciéndome que en las tiendas no lasvendían porque se les habían terminado y la fábricas estaban en «laotra España».

Un día me dijo el sargento: -Camarada escolar ¿quieres aprendera montar en bicicleta?.

Como es natural acepté complacido y estuvimos toda la tardepracticando hasta que logré dominar la máquina después de algunas

caídas.Aquel aprendizaje hizo que me volviera insoportable; tal era mi

insistencia por la compra de la bicicleta.

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Mi padre me prometió que en cuanto tuviera ocasión compraríala dichosa máquina aunque fuera de tercera mano. Y mientras estaocasión no llegaba el sargento me dejaba la suya algún rato haciéndo-me prometer que no me alejaría de la casa ni iría a la carretera.

Todo esto y otras cosas más o menos importante que ocumeronhizo que toda mi familia le tomara gran afecto a aquel hombre.

Así transcumeron dos años y ya el fin de la guerra era algo quetodos comprendíamos. Mis tres hermanos habían tenido la suerte desobrevivir y mi madre contaba las horas esperando el anheladomomento.

Todas las noches antes de retirarnos a descansar terminada latertulia de después de la cena rezábamos el rosario pidiendo a Diosque acabara la lucha. Digo rezábamos porque yo desde la camadonde me imaginaban dormido rezaba lo que sabía. Batiste aunsiendo tan amigo creo que de haberlo sabido nos habría denunciado.

Los soldados eran poco conocidos pues en los dos años loshabían relevado varias veces y el sargento aunque era tan bueno connosotros y tan respetuoso y justo con todos había sido dirigentesocialista y luego voluntario a filas y ascendido por méritos de guerra.Más de una vez estuvo mi padre tentado de invitarle a los rezos peropor fin desistió pensando que era una temeridad.

finales de marzo una noche cuando estaba mi familiaenfrascada en el rezo ocumó algo que les dio un susto fenomenal.

Mi madre y mis hermanas estaban sentadas junto a los restos dela lumbre. Mi padre dijo tener frío en la espalda pues últimamentehabía refrescado el tiempo y hacía unas noches verdaderamente frías;así que se sentó de espaldas al hogar quedando de cara a la entradade la cocina.

La cocina era espaciosa y hacía las veces de comedor eimprovisada sala de juegos y tertulias.

C-Gloria al padre gloria al Hijo gloria al Espíritu Santo- dijo mi

madre.Mi padre se quedó mudo.

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-Co*ra en un principio-, respondió el sargento con naturali-dad-, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

Las tres mujeres se levantaron espantadas y se quedaron mirándolesi saber que decir.

El sonrió levemente dijo: -He vuelto porque he olvidado elencendedor. Sé que he cometido una incorrección entrando sin llamar,y pido perdón; pero, me alegro de que esto haya ocumdo así, ya quede haber sido otra persona, seguramente os hubiera dado un disgusto.Ya he cerrado la puerta al entrar; por favor, continuad me quedar6si me permitís que os acompañe.

Todos comenzaron a respirar nuevamente.-Sí, sí, claro-, tartamudeó mi madre-, vamos aempezarde nuevo.Al día siguiente comenzaron a pasar por la carretera vehículos

que se dirigían al puerto en donde esperaba un barco. Aquel barco eraun reclamo engañoso que atraía a todos los comprometidos comoúltimo puente de salvación. Nunca llegó a partir, y los fugitivos seapiñaron en el puerto hasta llegar a los sesenta mil.

Los vehículos eran abandonados en cualquier sitio, y algunoslos tiraban al mx en un último esfuerzo por dejar a los vencedoresmenos cosas útiles y más trabajo que realizar.

Uno de estos vehículos, un camión Dodge apenas usado, de lasúltimas remesas enviados por los Estados Unidos -no regalados- separó cerca de mi casa por falta de gasolina.

Sus ocupantes lo abandonaron siguiendo el viaje a pie, cargandocon sacos pesadas maletas. Dos chavales de la vecindad yo pre-senciamos la maniobra y sin pensarlo mucho nos dirigimos al almacénen donde sabíamos que había gasolina.

Entramos por una ventana por la cual sabíamos que lo hacían lossoldados por muy parecidos motivos, y sin ser vistos por nadie, en uninstante, estuvimos en el camión con un bidón de cinco litros quevaciamos en su depósito.

Enseguida nos pusimos a manipularlo y sin saberlo tocarnos lapuesta en marcha.

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Como por lo visto tenía una velocidad puesta anancó de unalto y empezó a correr poco más o menos que yo con la bicicleta del

sargento Morales.Los tres nos aferramos al volante tratando de enfilar el vehículo

por alguna parte libre de impedimentos olvidando que aquello deberíatener un freno y sólo pensamos en sortear obstáculos y esperar a quese agotará nuevamente la gasolina.

Así sin pensarlo nos dirigimos por el camino viejo y pasamos.por delante de mi casa sin que se apercibieran de nosotros. Mi madre

estaba en la huerta con mi padre y mis hermanas por dentro de casa.

Seguimos camino adelante y al llegar a la cerrada curva junto ala casita del tío Batiste uno de mis compañeros por casualidad pisóa fondo el acelerador y el camión se precipitó en un abrir y cerrar deojos sobre la vieja casucha.

Se produjo un gran esmiendo y densa polvareda y al propiotiempo parte de la humilde vivienda se derrumbaba.

El motor dejó de funcionar. Y los tres amigos que salimos ilesos

del accidente abandonamos el lugar comendo pensando que el viejopropietario nos perseguía esgrimiendo su cayado.

Nadie nos persiguió nadie nos vio y el accidente fue adjudicadoa los fugitivos rojos que extrañamente había venido a chocar con lacasa.

Aquel día lo pasé muy mal esperando que alguien nos descubrierapero se empeñaron todos en que habían sido los fugitivos y no iba a

ser yo quien dijera lo contrario.El sargento salió muy temprano y como pasado el medio día los

soldados que había de servicios en el almacén vieran que no regresabanos dijeron que iban a buscarlo y cogiendo sus maletas se marcharon.Yo no sé si lo buscarían o no lo cierto es que no regresaron y a lamañana siguiente aparecieron muchas banderas blancas. Entonces síque de verdad se había terminado la guerra.

No me explico de dónde sacó la gente tantas banderas rojas yamarillas tan nuevas y relucientes. n cualquier casa ondeaba alguna

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en sustitución de la blanca del día anterior. A m í me parecían muyextrañas sin el color morado, pero pronto me acostumbré al cambio.

Al ir a guardar los naipes mi madre encontró entre las cartas un

papel. Era una nota del sargento despidihdose de nosotros y acon-sejándonos que tornAramos lo que había en el almacén a cambio detodo el tiempo que habíaestado el ej6rcito utilizándolo sin abonar nadapor ello.

También estaba la llave entre las cartas y cuando abrimos lapuerta lo primero que vimos fue una gran caja de madera con una notapegada dirigida a mí «Para mi amigo el camarada escolam, decía.«Disfrútala y sé buen chico, estudia mucho, obedece a tus padres yprocura ser como ellos; incapaz de hacer daño a nadie».

Abrimos la caja, y lo que yo esperaba. ¡Una bicicleta comple-tamente nueva . ¡Qué buen amigo era el Sargento Morales .

-¿Cuando crees que vendrá?-, pregunté a mi padre-No lo sé, hijo-, me respondió pensativo-. Creo que tardará; o tal

vez, no volvamos a verle nunca.Y no volvi6. Tres meses más tarde supimos que lo habían

fusilado.*

Recuerdo que mi hermana la mayor lloraba mucho. Mi otrahermana y mi madre también lloraban pero era a ella aquien consola-ban. Aquello fue algo que entonces no supe comprender.

Dos días más tarde vinieron mis hermanos, y para mi familia,que había sido neutral y que había tenido la suerte de no tener ningún

enemigo entre los vencedores, comenzó una etapa de paz y de trabajo.Aún conservo la bicicleta, y cuando la miro recuerdo perfecta-

mente aquellos días. Ahora tengo conceptos diferentes de muchascosas y creo ver con claridad lo que ocumó. Puede que en algo meequivoque, pero no al pensar que el sargento Morales era un hombremagnífico, ilástima que no sea más abundante esta rara especie depersonas

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Aquella tarde Tomás quiso hablar de historia a susamigos pero sólo consiguió contar otro cuento; o comomucho una leyenda. Es verdad que aseguran que hayaexistido el moro Ben-Haimet que vivía en la finca hoyllamada «Re jas~ j?nca ntigua no sabemos cuanto porquelas hay edijcadas de pie y otras reconstruidas sobre baseárabe. En cuanto a Lloixa Loja Loxa o como se llamaraaún quedan hoy sus restos.

En Lloixa hubo lucha a muerte y bien pudiera ser quefuera como Tomás cuenta que este ataque uese concertadocon los piratas por Ben-Haimet en el «Llogaret» o en supropia finc de «Rejas>> como entonces se llamara segúncrónicas.

Es posible que sucediera como Tomás relata porquetiene cierta lógica; lo del herrero-mercachifle pasa; yseguro que él lo cuenta convencido; ¿lo del sacerdote? esposible y también que nuestro narrador se informara malytodo resultara una solemne mentira.

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L VENG NZ DE BEN-HAIMET

-1oixa era una pequeña aldea que situada en una suaveelevación del terreno miraba al mar. Eran sus casas niricas ni pobres de sólida construcción; diríase que sus

gruesos muros habían sido construidos con un cierto sentido dedefensa; pero no contra guerreros o invasores de importancia sinopensando en algunas pequefias bandas de malhechores que casi

siempre actuaban por sorpresa y con noctumidad.Eran ganaderos y labradores la totalidad de sus habitantes

excepto un artesano antiguo guerrero que construía y reparaba en suherrería-carpintería-fundición todo lo necesario en la pequeña loca-lidad y hacía las veces de humilde mercachifle.

Dicho guerrero refería a menudo sus pasadas glorias y con sushistorias aleccionaba a las gentes que medio en serio medio en

roma se habían procurado algunas armas y aprendido malamente sumanejo.

En Lloixa se trabajaba el esparto que crecía recio y abundante enlos cercanos cerros. También se hilaba y tejía la lana de las ovejas queluego compraba y teñía el guerrero con cortezas de pino y otrosproductos solamente conocidos por él.

Tenía estrechas relaciones comerciales con un hombre que toda

la población aborrecía un moro llamado Ben-Haimet que sosteníatratos con extranjeros arribados de allende el mar. De él conseguía

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preciosas telas que vendía a las mujeres más ricas de Lloixa Dios sabecon que beneficios y al moro le pagaba con manufacturas de esparto

que eran muy apreciadas por los navegantes. Así pues la gente delpueblo sospechaba con sobrados motivos que las arcas del guerreroestarían repletas de oro producto de su hábil y larga vida comercial.

Todos los habitantes se confesaban cristianos viejos y cumplíancon los mandamientos interpretados según la época bajo la direcciónde un clérigo austero e intransigente que los tenía en un puño. Sutemplo era una ermita distante del pueblo construida toda ella e

sillares procedentes del Cabo del Alcodre y que por su estilo arqui-tectónico bien pudiera ser que en ella se hubiesen practicado cultos enlos tiempos pretéritos a los falsos dioses de otras civilizaciones. Masésto al adusto cl6rigo parecía no importarle demasiado o ignorarloquizá y era su preocupación más visible el exacto cumplimiento de lossagrados preceptos y acatamiento a la soberanía del Rey Sabio suseñor cuya real autoridad también él representaba en el poblado.

En cierta ocasión cuando los hombres de Lloixa acompañadosde una doceqa de mozas lavaban la lana de sus rebaños en las limpiasaguas del dar cerca de un bello paraje en el que había una pequeñaalbufera vieron como Ben-Haimet con sus carros abastecía e

provisiones a las naves de un conocido pirata berberisco en el puertoromano de dicho lugar; y este hecho puesto en conocimiento delsacerdote y luego del Justicia Mayor de Alicante unto con las graves

sospechas que de él se tenían le costó una enérgica amenaza real y elpago de una fuerte suma en oro que casi dejó al moro en la ruina. Estehecho fue el final de su deteriorada amistad con sus vecinos cristianosy empezó a clamar venganza desde lo más hondo de su corazón.

Es justo decir que el hombre no había demostrado ser de malossentimientos ni dado a la venganzas sangrientas pero sí creyenteacémmo en su religión y por ello colaborador con los de su raza a

ambos lados del mar. Su fe islámica le decía que todo cuanto hicierapor bien de los de su estirpe era su más sagrado deber y así lostropiezos tenidos on los cristianos hicieron germinar en su cerebro la

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dar una buena lección a los habitantes de Lloixa que nocon que 61 hombre rico y poderoso y contrario a su fe no

Sara ningún problema le espiaban y denunciaban al Justicia

ra una tarde soleada y tranquila de otoño cuando las aceitunasras atraían a los voraces estorninos que acudían a estos lugares

pesas bandadas como nubes oscuras y tornasoladas. Entonceso las redes y algunas rudimentarias trampas intentaban diezmar la

i n; pero era insignificante su efecto ante la avalancha migratona.

El viejo Daniel tenía su cuidado olivar justo en una pequeña ymiave loma situada al este del poblado lindando con el camino quemducíade LlÓixaal caserío de Beni-Alí. La recolección de aceitunasy estaba terminada y puesta en el secadero en espera del turno de laalmazara faltando sólo dos olivos dulces cuyas aceitunas pasasmaduraban al sol.

Daniel preparaba año tras año con amor aquel fruto especialque adobado con orégano sal y flor de aceite guardaba en tinajas paraacompañar las sencillas comidas de su casa en las que familia ycriados compartían la mesa que él presidía.

Iba pues al olivar para evitar que las voraces aves terminaranon el rico fruto sus preciadas «perlas negras» y junto a los dos

olivos pasaba todas las horas de luz entretenido trenzando el espartonicado que utilizaba en la confección de enseres cuerdas y calzado.

Ocupado como estaba con la pleita entre sus hábiles dedosescuchóel clásico rumor de la bandada de estúmidos y se incorporóal instante esgrimiendo su cayado para espantarlos. Mas al dirigir lavista a la lejanía vio en el mar dos naves cuyo aspecto le llamópoderosamente la atención. No podía apreciar exactamente por ladistancia y su vista que ya comenzaba a debilitarse pero la traza deaquellos veleros era la de los piratas berberiscos que faltas devigilancia las costas estaban siendo el azote de toda la mediterráneaespañola.

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Marchó sin perder tiempo al poblado y dando la señal de alarmacon el toque de la caracola acudieron prestos labriegos y pastores que

recogiendo cuanto de valor había fuera de sus casas s aprestaron a ladefensa atrancando puertas y ventanas.

aniel pensó que si en realidad el pueblo de Lloixa era erobjetivo de los hombres de aquellas naves de poco les iba a servir sudefensa y mucho mejor sería dejar parte del ganado y algunos sacos degrano a extramuros y probar su codicia así para ver si con esto secontentaban desistiendo de una contienda en la que sus inexpertoshombres iban a ser los perdedores.

Así se hizo mas no por esto el «guenero» dejó de organizar ladefensa; y entregando las armas a quienes mejor uso pensaba que d

ellas podrían hacer planeó su estrategia.Lo primero que hizo fue enviar a su mejor jinete para que hiciera

un reconocimiento minucioso de la costa y le informara de los

movimientos de sus posibles enemigos número armas dirección..Y regresó éste antes de anochecer; supo que eran más de sesentahombres.bien armados que ancladas sus naves y habiendo dejado enellas fuese escolta se dirigían recto hacia allí como se temía.

Entonces el «guerrero» sacó de su taller dos ballestas que 6mismo había fabricado fiel copia de las que había manejado durantelos años de su juventud luchando con el Rey San Fernando en la

conquista de Ubeda y Córdoba y entregándolas a los dos jóvenes queya estaban iniciados en su manejo los apostó en las casas que teníanmás altura y en los improvisados ballesteros en que se convertían susventanas quedaron temblorosos a laespera de los moros bien provistosde bodoques y flechas.

Los demás hombres aptos para la lucha empuñaron cada uno elarma que poseían algunos arcos espadas rudimentarias lanzashachas; todos estaban dispuestos al fin a defenderse pero rezaban ensilencio para que los piratas se conformaran con lo que les habíandejado y podían coger sin peligro alguno. No pensaban si aquellos

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hombres tan diestros en el manejo de las armas curtidos en cienbatallas les consideraríí a ellos un peligro.

Así pues cuando ya comenzaba a oscurecer llegaron losberberiscos frente a Lloixa. El pueblo parecía estar deshabitado masellos sabían muy bien que cientos de ojos les miraban con temor o másexactamente con un miedo cerval y que sus manos estaban aferradasa un arma fuere cual fuere su naturaleza pero arma cortante opunzante al fin que sólo sería arrancada de sus manos a la fuerza conla lucha.

Hablaron entre ellos y en breves instantes decidieron su actua-ción; coger todo aquello que tan inteligentemente habíanles ofrecidoy cargar en sus naves un botín fácil que siempre es un botín. Tomaronel ganado cargaron el grano en las caballerías y se dispusieron aregresar a la costa; pero entonces ocumó lo inesperado apenasandados tres pasos se escuchó un ruido con un temblor como el tañidode un bordón destemplado y luego un golpe hueco: fueron el ballestazo

el impacto del bodoque sobre la espalda de un pirata que se desplomólanzando un grito desgarrador.

Todos sus compañeros volvieron la vista sobre 61; era el capitánque se retorcía en el suelo atravesado de parte a parte. A uno de los dosballesteros con el nerviosismo habíasele disparado el arma hiriendomortalmente precisamente al jefe de los piratas.

Entonces aquellos hombres que hacía unos instantes habíanpensado y razonado se lanzaron como fieras hambrientas hacia elpueblo obedeciendo una voz interior que les ordenaba exterminiodespiadado y total para los cristianos.

De nuevo las ballestas fueron disparadas a un blanco seguro ydos africanos rodaron por el suelo; pero ya no dieron lugar para queesto volviera a suceder. Llegaron a las puertas de las viviendas y enbreves instantes los contundentes golpes de los arietes las dembaroncomenzando una desigual lucha cuerpo a cuerpo; eran guerreros muyejercitados y los labradores que oponían resistencia brava pero torpecomenzaron a caer bajo las armas enemigas cuando ya era cerrada lanoche

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Ben-Haimet acompañado de cuatro de sus hombres regresabaa su hacienda con media docena de mulos en los que transportaba una

carga de sal. Había salido a media tarde de la salina de su primo Ziryabtras conversar largo rato de los recuerdos de juventud en casa de susmayores. Pasaron por la playa junto l viejo Alakant entre el barriocristiano de «La Villa» y el mar al pie del monte Bena Kantil cuandoya caía la noche. Luego cuando casi teminaban de coronar la cuestadesde la que se dominaba la huerta llamó su atención un vivoresplandor que provenía del norte.

Espoleó su cabalgadura para llegar pronto a la cima y al instantepudo ver la causa de aquella luz: era una gran hoguera un formidableincendio que devoraba el poblado de Lloixa. El corazón le dio unvuelco en el pecho no sabía el origen de aquella catástrofe pero bienpudiera ser que su amigo el corsario hubiese obrado en su ausenciapor cuenta propia y fuera él el causante del desastre. Dio instruccionesa sus criados de lo que debían hacer con la carga de sus mulos y partió

al galope en dirección al fuego.n p c o s minutos llegó hasta allí el fuego ya había consumido

la mayor parte de todo cuanto pudiera arder y no se escuchaba ni unlamento; sólo algún leve crujido turbaba el silencio que se hizosobrecogedor. Silencio de muerte era aquel que se cernía sobre losrestos calcinados del poblado cristiano.

Ben-Haimet se quedó como clavado en el suelo contemplando

el vandálico cuadro. Así permaneció inmóvil viendo cómo se ibaapagando el fuego hasta que lo sacó de su inmovilidad un tenue ruidode pasos.

Volvióse en un nervioso movimiento y vio que eran genteshumildes vecinos de Ben-Alí que después de ver marchar a lospiratas y ante el prolongado silencio se acercaron medrosos y llenos decuriosidad.

-¿Sabéis quién ha hecho esto? preguntó con sequedad.-Sí- respondió el más viejo que le había reconocido. -Ha sido

Hisharn el pirata y sus hombres.

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-¿Estás seguro?-, preguntó Ben-Haimet con quebrada voz no- .

tando que se le helaba la sangre en las venas.-Estoy seguro-, respondió el anciano. Le conozco bien, tan bien

como tú e vi el año pasado en tu casa un día que le proveíste de comiday municiones y vi como le abrazabas y le llamabas hermano, así que,has teminado para nosotros Ben-Haimet, a mí y a los demás pobla-dores de Ben-Alí no te atrevas a llamarnos hermanos porque teescupiremos la cara aunque seas rico y poderoso. Y no estés ahí pormás tiempo contemplando tu obra, que ya nadie te necesita, pues lospocos supervivientes están entre buenas gentes que les atienden.

Entonces Ben-Haimet, con la cara temblemente descompuesta

abriendo los brazos y mirando al cielo exclamó:-¡Esto es homble -, yo sólo encargué a Hisham que robara

ganados y su grano, que quemara sus pajares y destruyera susalmazaras, lagares y molinos hidráulicos; causarles un perjuicio, un

. gran quebranto econ6mico como ellos me lo han causado a mí, perono quería sangre; yo deseaba a toda costa respetar sus vidas, y, hemeaquí, joh Ala culpable de esta matanza, impotente ante esta terrible

Y súbitamente, montando a caballo, comenzó a gritar deses-peradamente emprendiendo alocada carrera en la negra noche.

Nadie supo qué dirección tomó Ben-Haimet; nunca volvió a sufinca de la huerta, y dos años después, hasta el lugar, lleg6 la noticiade que le habían visto por las calles de Córdoba, loco y envuelto enharapos mendigando la caridad. Caro precio, pero quizá justo castigo

por atribuirse la potestad de hacer justicia, por su ligereza en ladisposición de una venganza.

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«La tartanau es el producto elaborado la profundaadversidad que Tomás sentía por aquellos parásitos comoeran a lgunos señoritos hijos de papás pequeños burguesesque crecían como la esparraguera borde a la sombra de unatapia , -boba boba y para arriba- y que tenían infravaloradoal labrador que les daba de comer.

E n La tartana* Tomás no se remiró demasiado en surelato, pero aún les mostró a sus amigos oyentes algunosaspectos de la vida huertana que o conocíany que les sirviópara entender la diferencia que pudiera haber entre dosclases de ae ño re tsu ; un pequeño propietario como el padrede Juan y un general como el suyo.

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L T RT N

uan compró una tartana que era el no va más tartanero;pero Juan podía comprar una y doce tartanas; su padretenía un abultado fajo de caigua vella» dos casas

ueblo una finca magnífica en la huerta y un arcón conmedia arroba de duros en piata.

El vehículo era precioso; estaba pintada la madera de castaño el

herraje de negro rojos los radios y amarillas las pinas y el cubo. Susasientos laterales bien mguatados tapizados de terciopelo verde buentoldo buen momón todo bueno; hasta «Chispa» la jaca reluciente yhermosa con sus aparejos de buen cuero claveteados y limpios como

Salió la tartana del pueblo por el camino de Sant Roc a un troteligero que daba gusto verla; dentro Juan y sus tres amigos: Tonico

Pepe Batiste; señoritos de quiero y no puedo que siempre que seterciaba acompañaban a Juan a su finca o a donde él quisiera ir.Por el camino que habían tomado veíanse espléndidas viñas a

ambos lados que recientemente habían sido regadas del pantano deaquella agua del pantano de Tibi que confería vitalidad a las plantas.

a todo esto Juan feliz con sus tartana y más felices susamigotes que se relamían pensando en el conejo frito con tomate quehabitualmente solíantener para la merienda. no era por esto por loque más se congratulaban de acompañarle si no pensando en aquel

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tonel de viejo «fonMlol» que había en un rincón de la bodega y quepara ellos no tenía tasa.

Llegaron pues a la finca y desengancharon a «Chispa», sirviéndoleun buen pienso en un pesebre que fuera de la casa había bajo elfrondoso almez y que era utilizado para m rr r las caballerías entiempo de calor.

Después dieron un paseo por la finca. Los trabajadores saludabana Juan que se hinchaba como un pavo real y les respondía con ciertamajestad a sus serviles muestras de afecto. Y así, con la vuelta por la

propiedad y charlar un rato con la hija del casero que era digna émulade tan buena finca, llegó la hora de la merienda.

La esposa del casero ya tenía preparado el fntorio en la ampliacocina con la ensalada de verduras coronada con las moradas aceitunas,y la rubia y tibia hogaza recién sacada del horno junto a la calabaza devino del rinconero tonel.

-Deben saber los señores-, les dijo María, -que lo que tienen esta

tarde en el frito no es conejo.-¿No es conejo?-, dijo alarmado Juan, -pues ¿que es?.t

Miau - maúllo Toni haciéndose el gracioso-. iMiauu .-No señor, nada de eso-, atajó María-, que lo que hay en esa

fuente es liebre.-iAh, sí -, aseguró Juan-, el marido de esta mujer tiene ojo de

lince y liebre que ve, la que tumba.

Y así, con la liebre frita con mucho tomate y verdes lonchas detierno pimiento, el pan calentito y la generosa calabaza del tinto, s

pusieron los cuatro jóvenes que se sentían ante la humilde María, capitanes generales como poco.

Así de cargados de poder estaban los cuatro amigos cuandaescucharon gran alboroto de voces en la amplia entrada de la casa.

-¿Qué ocurre?-, preguntó Juan a María.

-No pasa nada «senyoret»-, dijo el casero que le había oído-. Esque hay una nube por poniente que trae agua.

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-Caramba-, dijo Juan, con impertinente tono, a sus amigos-. Elseñor Copémico anuncia lluvia-, y dirigiéndose al casero, terminódiciendo: -NoAsabía ue le dabas a eso de la astronomía.

-«Vosté» perdone-, respondió el casero con una ancha sonrisa -que en su interior sentía unas ganas terribles de pegarle mediomanotazo y meterle la cara en el plato del fritorio-; «vosté» perdone,pero antes de un cuarto de hora estará lloviendo-. Y le rogó con todorespeto que se marcharan pronto ni no querían manchar de barro latartana, aunque si lo preferían podían estar allí hasta que cesara lalluvia que bien podía ser al día siguiente. Yo, si usted lo desea-, agregó

el hombre-, puedo llevarles al pueblo con el carro y la mula si noquieren ensuciar tan bonito carruaje.

Juan se reía con una desfachatez tremenda y terminó con sussandeces diciendo que se marcharían cuando hubieran dado fin a laliebre; y siguiendo con su festín del que ya les quedaba poco cuandoel casero les aconsejaba, viendo el fondo de la calabaza se dispusierona fuma? unos cigarros como estacas cuando un trueno fortísimo hizo

temblar la casa.Los cuatro se pusieron en pie de un salto y Juan ordenó: -iA la

tartana .Fue ésta enganchada entre todos'en un decir Jesús.-iArre -, gritó Juan al propio tiempo que propinaba un latigazo

en la grupa de la jaca que, no estando acostumbrada a tales tratos,dando un espectacular salto, salió al galope aterrada por el brutal

castigo. ante el grito de las mujeres, la exclamación de asombro delos hombres, el salto de la jaca y el raudo partir de la tartana, todo alunísono, el pobre perro que contemplándoles estaba como panquiloespectador, huyó con el rabo entre las piemas cobijándose en laperruna caseta.

así las cosas, mal transcumó el final de la campestre excursiónde los cuatro amigos, que tuvo quien les mirara a la ida y también le,s

miró a la vuelta. Fue lo siguiente:-S , . ,,

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Salieron a toda la velocidad que podía ser con arregloanimal joven y vigoroso, pero que le faltaba bastante para dar la tallaque al carruaje comspondia. sí y todo enfiló por el camino que enaquel lugar, en los hondos carriles había su buen palmo de polvoblancuzco que caliente por el sol fuerte de todo el día semejaba harinacaída por la boca de un horno o cal recién molida.

Ni que decir tiene que dejaban una estela tras de sí como la m

'potente locomotora por las llanuras manchegas. Mas no fue todo quese pusieran como molineros, no, que de pronto otro trueno mucho m s

potente que el anterior les dijo que ocum'a al tiempo que un relámpagoencendía los cielos. .1

La jaca se asusto, dio un salto y cruzó la tartana en el camino quecon la velocidad que llevaba volcó y quedóse ruedas arriba haciendoel afilador. La jaca se debatía en bruscos movimientos pugnando porsalirse de las varas en donde estaba bien enganchada, e inmediatamentey tomando precauciones para que con sus aspavimentos no les hiriera,trataron de desengancharla. En aquellos momentos comenzaroncaer gruesas gotas precursoras de la gran lluvia que llegaba, marcandasu impronta en el calcinado camino.

jYa está lloviendo-, protestó uno de ellos; pero sin casi dejarleterminar de decirlo llegó el primer chaparrón que los empapó; y conel polvo del camino, cuando lograron sacar la jaca de las varas, estabantodos que parecian haber reñido con chocolateros. Colocaron entoncesla tartana en su debida forma volviendo a enganchar la jaca, y con l

oscuridad que produjo la gran nube, el trueno prolongado, y loscegadores rel mpagos, metidos en aquel mar de barro invirtieron tresveces más tiempo del normal llegando al pueblo ofreciendo un cuadralastimero con tanto barro y el toldo de la tartana destrozado por elvuelco.

Así como fue llegando el enfangado y maltrecho carruaje alpueblo fuéronse apeando los amigos de Juan poco menos qu sin

despedirse. Pero llegado que hubo Toni, que fue el último en bajar,la puerta de su casa, saltó a tierra y dijo con maliciosa sonrisa:

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-Aquí me quedo Juan voy a desembarrarme y ve haciéndote ala ide de que tu casero será «Copémico» o no- y recalco la palabra-

ero que entiende del tiempo y más de lluvias eso es incuestionable.

Y desde aquel día trató J u q ~ su casero con el debido respetosobre todo le hacía caso en sus pronósticos meteorológicos en los

que raramente se equivocaba.

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No era general pero si comandante de la guardia civil eldueño de la hacienda de la presente historia. No estabaseguro Tomás de si era bueno no el sistema por el quesubsanó el problema el mandamás. Los agricultores creyeronver en él la justa aplicación de la razón; los transeúntes unirtropello; mas lo cierto fue que aquel ño las uvas de lascepas a la vera del sendero maduraron gozosas por primeravez en su historia.

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L SEND « ELS BANDOLERSB

uso de caminos veredas sendas pasos de agua parariego y otras servidumbres han originado a lo largo delos siglos no pocos conflictos entre propietarios y

usuarios intrusos o legales; si bien es cierto que la mayoría de estasfricciones siempre fueron por el paso de ganados carruajes gente dea pie -que entonces sonaba feo el nombre de peatones- y no tanto por

el paso de aguas y estiércol que según el adagio siempre es beneficiosopara quien las autoriza.

El caso es que con razón o sin ella -que gente hay que le molestahasta el aire que respira- por causa de estas cuestiones ha habidosiempre trabajo para peritos y letrados que fueron los que indefecti-blemente salieron ganando de tales diferencias.

Hace muchísimos años cuando la Huerta de Alicante podríamos

decir que era una gran viña en todos los sentidos de la palabra existíaen el extremo sur de las tierras regadas por el agua del pantano unantiquísimo paso conocido por el nombre de «senda dels bandolerw.Calculo que debería cruzar por lugares que hoy ocupan grandesurbanizaciones porque atravesando tres conocidas fincas de la partidade La Albufereta provenía de la ciudad y tenninaba bordeando la«marchal» internándose en el Cabo de las Huertas.

Según seculares costumbres cuando un camino era usado públi-camente y sin que nadie lo impidiera por espacio de un año pasaba

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éste, automáticamente, a ser de derecho y ya nada ni nadie podiaimpedir por él el libre paso. Y esto es lo que sucedió con la senda e

nuestra historia, y, como es lógico y natural, cuantos por ella transita-ban, se sentían atraídos por aquellos hermosos y apretados racimosque a ambos lados de la vía se ofrecían a su vista; y es fácil comprender,que muchísimos de ellos pasaran de la cepa madre al capazo delviandante, o cesta, tan al uso.

Sabiendo que la uva era la única cosecha sena y por ello su mediade vida, es muy comprensible el natural malestar que causaba la dichasenda a los hortelanos que, en más de una ocasión, pillaron a lostranseúntes con las manos en la masa, cruzándose palabras malsonantes.algún palo, y a veces, peligrosas perdigonadas aunque sí es verdadque más con la idea de espantarles que de causarles un daño físiccserio.

Pero, vean por donde, la más oriental de las fincas por las quícruzaba la senda en cuestión, fue adquirida por un señor que ademáide rico terrateniente era el Comandante en Jefe de los bigotudoguardias civileqde la capital y su provincia.

Al apercibirse el usía de aquel paso de a pie, y ver que a ambolados no había apenas uva, entendió que aquella senda era una sangríaaunque pequeña, pero, a fin de cuentas, sangría de su apetitos;cosecha.

Así pues, luego de llamar al casero y enterarse de cual era el papede aquel molesto camino, se dirigió a su despacho de la comandanciiy llamó a dos números de los más arriscados de su plantilla, dándole:órdenes para que acabaran con la fastidiosa vía de comunicación.

A la mañana siguiente, cuando intentaba apuntar el alba, yestaban los agentes del orden montando la guardia en donde s

comandante les había indicado; y como era la hora propicia para e

paso de algunos jornaleros, pronto avistaron a un par de ellos que coicapazo de esparto al

Alto , ¿a dóndeuno de ellos.

hombro caminaban aprisa.van ustedes por aquí? dijo repleto

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Los dos obreros, ante los imponentes representantes del ordenaviados con lustrosos correajes y todo su arsenal, casi no tuvieron

dor para responder; pero uno de ellos, estirándose un poco, dijocuetamente: -Vamos al trabajo.Conque al trabajo, teh? -dijo hinchando el pecho y levantando

cabeza en un gesto muy teatral el mismo guardia que les había dadoalto. ¿ quién les ha dado permiso para pasar por aquí?

-Nadie-, volvió a decir el hombre, cuya voz apenas le salía de larganta-, esto es una senda; la senda « eis bandolers~.

Ah , entonces, ¿son ustedes bandoleros?.-¡No, no , qué vamos a ser bandoleros , somos..Pues si no lo son no pueden ustedes usar un camino destinado

iicamente para ellos; así que, se dan media vuelta y por el caminoijo del Raiguero, a su trabajo, jale

De esta manera la existencia de aquella senda ya no tenía ningúnntido, no servía para nada, pues de pronto se había quedado sinuarios; estaba claro que si eran bandoleros irían a presidio,

ysi no

eran, no podían transitar por un camino que parecía estar dedicadoiicarnente para tales malhechores; ; d i pero si no hubiera sido elñor amo Comandante en Jefe dueño de la finca, habría habidoones. iPueden estar ustedes seguros .

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-Justo el día dieciocho les hablé de la guerra del treinta

y seis, días de triste recuerdo- dijo Tomás con seriedad en surostro como queriendo guardar un respeto para aquellasluctuosas echas.

-Pero hoy, voy a hacerlo de la post-guerra, época nomenos triste, de hambre y privaciones en que las gentes,como siempre, trataban de sobrevivir, y como siempre,existía la picaresca. Aunque, si bien es verdad, los pícaros

que no llevaban uniforme ni tenían carné del partido, se lajugaban m s que ahora.

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EN TIEMPOS DEL ESTRAPERLO

i se preguntara a un entendido qué es un estraperlistaprobablemente respondería que se trataba de un indivi-duo que comerciaba ilegalmente con artículos interve-

nidos por el Estado. Eso será así no lo dudo pero los que yo conocíallá por los años cuarenta eran unas pobres personas que ni esto sabíanexactamente.

Ellos estaban enterados de que si los cogía la guardia civil lesquitaba la mercancía que llevaban y encima les ponía una multa perono muy grande porque si no el infeliz iba a parar a la cilrcel y sequedaban temporalmente sin cliente.

Se podrían relatar decenas de casos en los que sus principalesprotagonistas eran la pareja de la guardia civil y el portador de latalega y no digo el hombre de la talega porque era frecuente que

nujeres viudas de la guerra y otras que tenían a sus mandos en la cárcel:ogieran el tren o el autobús y se encaminaran en busca del trigo el

z otra análoga mercancía por esos campos de Dios.También existía el estraperlista al por mayor que hacía su

i~gocio or camiones o vagones que tenía sus contactos su infor-mación y que llegó a amasar cuantiosas fortunas. Pero éste no es elcaso que nos ocupa ya que vamos a narrar lo que sucedió en un lugar

frecuentado por estos ilegales comerciantes de talega viendo que aúnlos había más ilegales que ellos mismos.

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El tren de la Marina de entonces, y últimamente, el «trenet», erael medio de transporte para un numeroso grupo de estos traficantesque, sabiendo lo peligroso que resultaba llegar hasta la estacibntérmino con el saco del arroz, habían elegido un lugar a cincokilómetros de la ciudad, donde alguno de los suyos les esperabarecogiendo los bultos que les tiraban con mucha maestría. Era algodigno de ver: cuando se aproximaba el tren a la curva, pitaba, y al salirde ella aparecían los que esperaban, que identificaban rápidamentecual era su saco entre todos lo*e arrojaban.

Andrés, Andrés -, gritabauna mujer asomándose a laportezueltoda despeinada.Josele, aquíVa, aquí estoy, tíralo

¡Paco -. así, todos los sacos, fuertes, de lona o metidos unos

dentro de otros para no romperse en la caída, iban llegando a la cunetadespués de dar cien vueltas, y en un instante desaparecía cada uno ccr

su carga y andando con rapidez a campo travks, llegando los del treihasta la ciudad, como si de turistas se tratara.

Algunas veces era de noche y resultaba más difícil la identificación de los sacos; pero, era tal la práctica que pronto cargaba cada UL,con lo suyo y desaparecían llegando a sus casas por senderos y atajosevitando posibles encuentros con las autoridades.

Algunos de estos comerciantes que tuvieron sentido de l

situación lograron hacer su pequeña fortuna; pero, los más, se gastab,el dinero con más facilidad que lo ganaban, creían que aquellisituación iba a durar toda la vida.

Una mañana cuando asomó cabeceando por la curva del kilómetro cuatro la vieja locomotora arrastrando pesadamente una docena dicrujientes vagones, y los diarios receptores de los sacos se aproximaron atentos a la vía, surgieron, sin saber de dónde, dos desconocidopuestos de traje y corbata llamándoles a grandes voces diciéndosemuy ufanos, agentes de la policía.

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Al principio algunos intentaron escabullirse, pero, viendo queaquellos llegaban uno por cada extremo de la curva justo en un lugar

n que la vía discum a entre la cerca de dos fincas, viéndose acorrala-dos y ante la posibilidad de que llevaran amas o que les reconocieran-tanto era el temor que se tenía a la autoridad- optaron por no huir yobedecer como corderitos.

Cuando les tuvieron a todos reunidos les tomaron la filiación yles obligaron a que dejaran los bultos en el cercano camino paralelo al vía donde decían iría pronto un camión oficial a recogerlos.

Un poco separados del grupo discutían entre sí en voz baja, perono tanto que no se les oyera perfectamente, diciendo si llevarlesdetenidos o dejarles escapar dada la escasa importancia de lo decomi-sado.

Entre los asustados estraperlistas, uno de los más decididos,pensando que haciéndose el ignorante podría probar suerte, se acercó

los dos personajes y con un tonillo de voz que verdaderamente movíalástima, les rogó por lo más sagrado, que les dejaran marchar,

asegurándoles, que si así hacían, jamás volverían a verles metidos enaquel ilegal negocio.

No pareció hacer mella en tan rectos cumplidores de la ley ellastimoso ruego del hombre, aunque quizá por esto, hablaron larga-mente entre sí, hasta que uno de ellos, que aparentaba ser el «bueno»,acercándose al grupo, con un tono que parecía de protección les dijoque

sepodían marchar, mientras que el otro seguía refunfuñando con

una cara de todos lo demonios.En un santiamén se perdieron por la curva del camino, contentos

por no tener que vérselas con comisarios y jueces; pero, a los tres díasestaban que rabiaban cuando supieron que aquellos dos tipejos no eranpolicías, eran como se empeñó en llamarles Tito el más joven delgrupo, dos «estraperlistas».

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Tomás recordaba con nostalgia pasadas noches de SanJuan en su casa paterna de la huerta. Se reuniíin allíamigosde otras haciendas y del pueblo; sus primas de Orgegia, yalgunos vecinos mayores.

El motivopor el que se reunían en aquella casa no era otroque, la buena mesa y la cordialidad. Las «cocas en tonynay el conejo frito con tomate, el vino rancio, cena huertana

tlpica de esa noche unido a la simpatía de sus padres eran elatractivo. Se encendían hogueras y se tiraban muchoscohetes; las chicas cuando se veían acosadaspor esos uegoshuían a la era, junto a los pajares donde los mozos seguardaban muy bien de tirar un cohete.

Tomás lo recordaba y se le hacía un nudo en la garganta,y cuando lo contaba, se tranquilizaba, se quedaba sereno.

Así, satisfecho, aquel día, como era un veingfres, o recorddy les relató a sus amigosuna historia de la noche de San Juan.

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NO HE BRUJ DE S N JU N

e podía asegurar que, el tío Miquel era un hombre ricosin tener más propiedades que la casita del pueblo y lascatorce tahúllas cercanas a la casa, porque poseía unau familia. Tenia tres hijas preciosas, altas, morenas,

garbosas, simpáticas y buenas. La esposa, digna madre de aquellastres joyas que además de lo dicho, tenían gran renombre por su buena

mano para las labores; y entre esto, y que el hombre cuidaba primoro-samente sus tierras, no les faltaba la saca de harina y la tinaja del aceite,b se de la sabrosísima cocina que, con los productos del «roalet» y desu corral, tenía fama aquella casa.

Como aparte de, entendido labrador, tenía aquel hombre, buensentido de la estética y era pulcro en sus trabajos -que en la huerta estose notaba mucho- el «roalet» era algo que llamaba la atención de

cuantos por allí pasaban, tal era el verdor, tamaño de su árboles, y lalabor de sus tierras.

De esta manera no es extraño que, el marqués, al verlo, decidieracomprarlo para ensanchar su hacienda con tan singular parcela.

-¡Red& - ijo el tío Miquel al saber que el señor marqués queríair a su casa para hablarle. -Será cuestión de decirle a mi mujer que lotenga todo bien arreglado para recibir tan importante visita, pero, ¡qué

caramba si mi casa es la más limpia y ordenada del pueblo.Y así las cosas, el señor marqués fue a hablar con el tío Miquel,

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, aunque éste no le quiso vender su tierra, quedó maravillado, el señor,

de tan particular familia. La casa era un espejo y el matrimaunque mesurado en sus palabras; muy simpático, y, las tres hij- Santo cielo -, exclamó elmarques al verlas, jsi esto son tres áng

Despues que el padre se las presentó cruzó unas palabras conellas, y el hombre que era muy fino de ojo, se dio cuenta al instante deque, aparte de ser bonitas como flores del campo, eran tres buenaschicas.

Como era de costumbre, el tío Miquel quiso obsequiar a su

visitante y, para ello entró en la bodega en busca de la calabaza del«vino rancio de Alicante» -como llamaba el marques al fondillón- ytambien la esposa fue a la cocina para sacar el recipiente llamado«setiet» con las sabrosas almendras mollares y los higos secos dulcesy olorosos.

Este momento lo aprovechó el marqués para hablarles a laschicas, y enterándose de que no tenían novio, les explicó, uy

divertido, la manera de saber con quien se tenían que casar.-Ya veréis-, les dijo - l procedimiento es muy sencillo-. Y les

explicó, que, en la noche de San Juan escribirían el nombre de varioschicos que ellas conocían, cada uno en un papelito, los tirarían debajode la cama, y luego, con la luz apagada y habiéndose desnudadopreviamente, cuando sonara la primera campanada de las doce selanzarían bajo de la cama, y con el primer papelito que pillaran,saldrían, para encender la luz y saber quien era el agraciado. Ah perotambien había que dejar un papelito en blanco, y si a alguna le tocaba,sabía que se iba a quedar para vestir santos.

Les hizo gracia el procedimiento a las muchachas, y reían a gustocuando apareció el tío Miquel con el vino y su esposa con el «setietxiehigos y almendras.

-¿Qué ocurre, xiquetes? jpero, qué risas son esas?-, lespre

guntqmp.Es un secreto, jverdad chicas?-, dijo el marques divertido.

así tan contento, después de probar y hacer las alabanzas del buen vinoi l

. O.

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-

tos;ofreciéndose a la familia, en lo que fuera bueno, se marchó1 ío Miquel.a el matrimonio un sobrino estudiando en el seminario de

la que había ido a pasar parte de sus vacaciones de verano conlia. El chico se llamaba Gabriel, y como este nombre no era

y conocido por estas tierras, quizá creyendo que, se trataba delismo nombre del famoso héroe italiano, le llamaban Garibaldi.

Llegó el día de San Juan, en cuya noche, ya de siglos, tenían porbmstumbre encender una hoguera las doce en punto, quemando

rozas y trastos viejos, y tirando cohetes, divirtiéndose un buen ratoque sólo quedaban las brasas.Aquel día Garibaldi no quiso comer porque se encontraba algo

indispuesto, y cuando cerca de las doce le dijeron si quería ir a lahoguera, respondió que iría después, cuando terminara de leer cuatroo cinco paginas que le quedaban del libro.

En realidad, no se encontraba bien y tenía la fiebre alta, y, así,cuando terminó de leer en vez de ir a la hoguera fue a acostarse pero,

n turbado estaba, que se confundió de habitación y se acostó en lacama de sus tíos, tanta era la fiebre que tenía.

F tío Miquel vio que había muchos jóvenes esperando queencendieran la hoguera, mas, al no ver a sus hijas, pensó que estan'anen las de los vecinos, pues eran varias las que se encendían en el pueblo

su entorno. No sabía que, como iban a dar las doce, estaban haciendola prueba de los papelitos que el marqués les había enseñado.

Cuando sonó la primera campanada del reloj fue a encender suhoguera, y, viendo que no llevaba el encendedor, marchó a la casa abuscarlo.

Las chicas habían pensado que para hacer lo que se proponíansería mejor la cama de sus padres que era más grande y alta, y entreunas cosas y otras, comenzó el reloj de pared a tocar las docecampanadas cuando ellas, desnudas, se echaban bajobusca del deseado papelito.

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el tío Miquel era uno de los contados v e c h o . ~u la te~faa

Asi pues, a llega ;d C Q ~ ~ ~ O Fme labDniqu ya h a b h cogido swpapebto se a~ostamn recipicama para que, fueni quien fmera, no as v i c des sila habitación.

Al instan&entróenelcuapt~, encen<tiendolaluz, h e

hacia su mesita de noche en busca del enoen dor, pero, al vetres hijas acostadas con el sobrino, se etuvo asombrado, nocrédito a sus ojos

Las tres chicas, al verle y ver también a GaribaMi, salrápidas de la cama conociendo la intención de su padre, cogeEcayado, que tení unto a la cabecera y que era buen tamaño.

Grandísimas puercas -, grit6 el tfo Miquel fuera de sí.Garibaldi al escuchar el alboroto, incorporándose en la

comenzó a decir sin saber lo que ocuda: Qu6pasa, que pasa?-,no tuvo tiempo para seguir preguntando, porque el hombre, encid0 mo estaba, le propinó una solemnlsima bofetada que leYde aspirina.

La madre al ver que su marido no regresaba para encendehoguera, fue hacia la casa gruñendo qu los hombres para buscarunos desmaiiados, lejos de imaginar lo que estaba sucediendo. M

cuando lleg6 a la casa y se enteró, descalzándose les sirvió una racde alpargata a las tres que las puso moradas, sin dejarles dar excaciones, pues para ella sobraban todas &sp& de lo que le habladicho su marido.

Allí se acabó la fiesta, y toda la noche la pasó el matrimonio eaun rincón pensando que la deshonra se cemia sobre su casa; porque sial menos, hubieran sorprendido al curita con una sola, puede que se

hubieran arreglado las cosas, pero, con las tres, si el asunto tenia«consecuencias», ¿cómo iban a casarlo con las tres?.

-iSeñor, Virgen Santa -, ¡qué deshonra , ¿que dirá el pueblo denosotros?.

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-;Ay, ay, Santísimo nombre de Jesiis . Y asi toda la noche hastacuatro de la mañana que oyeron llamar a la puerta.

ExtraAado de que llamaran a aquella hora, fue a abrir el tíoq ~ l o con poca curiosidad, quedando sorprendido, al ver que era~arqués.

Ay «senyoret», ¡qué desgracia -, dijo con lastimera voz. ¿Ya seenterado usted?.

-Si me he enteado-, dijo con enfado, pero, no de ningunagracia. Tu hija la mayor escalza para no hacer ruido, ha venido

asa y me ha puesto al comente de lo que ha sucedido, que nadane de malo, aparte de la tanda de «espardenya» que, aquí, tu mujer,ha dado sin ellas haber hecho ninguna bajeza.

Y sin dejarles hablar, ni al tío Miquel ni a su esposa, que poníanS ojos como platos, les informó de lo que en realidad había

xdido y que era tan distinto a lo que aparentaba.Después, ya contentos, comentando o ocumdo y, hasta haciendo

mas, se acordaron de Garibaldi que por lo visto estaba enfermo dedad -Pues, tenéis razón-, dijo el tío Miquel. -Vamos a verlo-,i entrar y preguntarle cómo estaba; un poco asustado, el chico, de

tanta gente, respondió que tenía mucho calor y que le habíanzdido cosas extrañas, o que quizá podrían haber sido en sueños, yr tambih sentía dolor en la mejilla izquierda, así como si hubierapezado con algo duro.

Dos días después, aquel suceso , había pasado de ser una fea:stión a un paso de comedia. Garibaldi, que ya estaba muy mejoradosu dolencia, y había aclarado lo sucedido, no cesaba de decirles ai a instante a sus primas, que, si la bofetada -que había sido por susiterías supersticiosas- y que si esto y que si lo de más allá; hasta queIneta», la más joven de las tres, y posiblemente la más graciosa;niendo los brazos en jarra y con la viveza que empleaba algunas

es para decir las cosas, le respondió:-Tú siempre estás diciendo, que si la bofetada y que si la

fetada. Pero, bien que nos has visto a las tres en «porreta» y de esohas dicho ni pío.

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-Yo creo - comenzó diciendo Tomás aquel día que elturismo es la mejor desgracia que nos ha sucedido aunquehay quien asegura lo contrario por motivos de moralecológicos y otros más; pero el caso es que a todos nos hadado de comer y muchos los ha enriquecido.

Las playas perdieron su apacible encanto a veces susaguas se enturbiaron la pesca costera casi desapareció el

medio ambiente se deterioró; y al propio tiempo el indígenallenó su despensa construyó su cuartito de baño y dejó dellevarpantalones remendados. ¿Ha valido la pena perder loque perdimos por poseer lo que poseemos?. No es el casode hacerpropaganda a la mayor uente de ingresos de lpa íssólo voy a contarles una historia verdaderapara quepodam osestablecer la diferencia. Escúchenme si gustan y conocerán

cómo era un trozo de nuestra- huerta en-- E-? a T.= écada de los- b 5 - \-/ . - - -

veinte. d

-1.

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UN DL4 DE PL Y

manece; es el día 25 de Julio de 1924, festividad deSantiago Apóstol, (Sant Jaume); el cielo está limpio denubes; el mar es una llanura de plata; la playa de la

ve desierta; todavía no existen El Vivero, RepublicanBar las barracas de madera, ni la caseta de la canoa de Don Fernando.B610 se ve por la playa un carabinero que vuelve cansado de su ronda

conel fusil al hombro y cara de sueño, precedido por un perro de aguasqu juega con el esqueleto de una sepia.

Dentro del agua y a veinte pasos de la orilla, con los pantalonesmangados y empuñando el gancho pulpero, hay un zagal (catorce-quince aííos), que con un palillo moja repetidas veces en el pequeñofrasco de cristal que pende de su cintura, goteando su aceite, como sihiciese bendiciones, para que se aclare el agua y ver su presa; pone lam no sobre sus ojos a manera de visera, pues ya el sol lanza sus rayoscasi horizontales y hiere la vista. Se queda un instante parado, ¡algoha visto , introduce el gancho en el agua, y haciendo unos rápidos ycano nerviosos movimientos, saca a la superficie un pulpo de cam-biantes colores que abre y retuerce sus tentáculos en buscade agarradero.Elmuchacho acerca el cefalópodo a su boca y, hábilmente, le muerdeen sitio vital para que deje de retorcerse; el animal, como últimointento defensivo, lanza inútilmente la camufladora tinta que manchalacara del muchacho; éste no hace caso, lo pasa por la larga varilla del

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gancho, a manera trofeo, sigue búsqueda rociandosuperficie marina.

A lo largo de la playa quedan las huellas del carabinero y su setterque van a la casa cuartel. No se percibe el m& leve rumor. Descansanlas aguas, descansan los vientos; la grandiosidad del mar essobrecogedora. I

La isla de Tabarca está dormida sobre las aguas y el cabo deSantapola con su faro se le acerca tanto que parece tocarla; en el puertode Alicante parpadean débilmente sus luces.

Cerca de la arena comienza la huerta; los olivares son susavanzadillas; luego, las viñas, lujuriosas de verde, que semejan otromar con islas coronadas de torres, moteando el verdor que se extiende

sta los lejanos montes que la cercan y protegen del frío.Por el camino del Raiguero, procedentes de an Vicente

Villafranqueza, se acercan dos c&os con muchos viajeros; sonvecinos del Raspeig y el Palamó que han tomado la costumbre de pasareste día en la-Albufereta; son, sin saberlo, pioneros del turismo; llegan

y acampan placer sobre la arena. Con mantos de arpillera formantieqas entre carro y carro y en las zagas, pesebres para las mulas.CerEa hacen hogariles con piedras de la Serra Grosa y, a poco, tomanel primer baño, para muchos, o quizá el único del año; los pequeños,desnudos; los hombres en calzón largo, y las mujeres en bañadores desaco (algo distanciados del monobikini) a modo de túnica que les tapadesde el cuello hasta los pies.

Llegan otros carros procedentes del Rabosal, del Clot y deTángel; se saludan, se invitan unos a otros a la «mañanita» de hierbao cantueso ; luego, llegan otros, quizá de la Cañada; más bañistas conla misma indumentaria. Algunos remojan las caballerías y les restreganel cuerpo con un trapo; salen del agua relucientes y las más jóvenes serevuelcan en la arena. Luego, termina el baño y los hombres jueganal «cau», a la sombra, y traguean; los niños hacen castillos en la arenay las mujeres comienzan a preparar la comida hablando todas a la vez;un viejo hace un hoyo en sitio apartado y entierra las tripas y pieles de

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conejos. Mientras, el sol aprieta de firme y una leve brisa se mueve porlevante.

Llegala hora de comer. Las doradas paellas se retiran del hogarily reposan sobre la manta en la arena o sobre la improvisada mesamientras toman alguna cosilla con buen vino del terreno (que hoydirían aperitivo). Luego atacan al arroz «en conill» con voracidad, noestando aún establecida entre ellos l sana costumbre del platoindividual.

Hay unos instantes de silencio general, a nadie se le ocurrencomentarios, atareados como están en tan provechoso quehacer.

-iAjo - dice uno.-iTrago - responde otro. comienza a correr la catalana, la

botella con el «canuet>> e caña, o la calabaza con sus peones, los vasosde «ditaes»; y, así, largo rato hasta que partida la roja sandía (me16d'aigua), todos comen y los chicos se ponen perdidos; pero, es igual,porque están desnudos y no pueden mancharse la ropa.

Luego llega la hora de la siesta y cada uno busca su pedacito desombra; alguno que ha levantado el codo con exceso, al instante,duerme a pierna suelta.

El silencio vuelve y permanece por mas de dos horas; luego,empiezan a levantarse y se suceden los baños; y así, sin darse cuenta,la sombra de la sierra llega hasta allí y les avisa de que se aproxima la

partida.Se limpian la paelleras, se van recogiendo algunas cosas, lasmulas se enganchan a los carros, los niños piden la merienda y a pocoel lucero de la tarde comienza a lucir en la altura. Luego, suenanacompasados los cascabeles con el discorde golpeteo de las ruedasindicando que ya los primeros están en marcha. Se escucha la popular((Golondrinas de amor» y en cinco minutos se ha perdido su voz más

allá de la subida de les «penyetes».La playa está desierta quedando, como testigo de la visita, los

restos de paja, ceniza, corteza de sandía y otros residuos, esparcidos

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por el suelo. Y al instante, se ve pasar el carabinero con su fusil y u

perro de aguas, que inicia la ronda nuevamente.

En la cocina de una casa de labradores de la huerta, un joveconversa con su madre; es el que en la mañana pescaba pulpos apenapuntaba el sol.

-Madre-dice-. Hay que ver el auge que est6 tomando 1aAlbufereinada menos que doce carros han venido este año a pasar el díaincreale como se ha puesto de moda nuestra playa.

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-Cuando un individuo es nervioso inseguro vacilanteestá expuesto a los más disparatados sucesos y si alpropiotiempo está sometido a la vigilancia y dominio de otrapersona que tenga superioridad; erárquica sobre él tantomás anulada queda su personalidad pero a veces el ser quemenos lo parece resulta estar muy por encima de ellos y lesda una lección.

Esto decía Tomás y al escucharle no supieron a cienciacierta los hijos delgeneral si él estaba entre los dominanteslos dominados o entre aquellos subalternos insignificantesque a veces nos dan una lección.

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EL NONIMO

osé tenía cerca de treinta años y aunque había ido aservir al rey que eso ilustra estaba muy verde encuestiones de letra. De chico había ido a la escuela era

una escuela particular de pueblo cuyo maestro militar retiradoutilizaba la vara como principal y casi único material didáctico. Laescuela estaba a más de una hora de la hacienda así que a los tresmeses se cansó de tanta vara y tanto caminar.

José sabía mucho del campo cultivaba la tierra perfectamentecon arreglo al uso y costumbre de buen labrador pero en quitándolode ahí ya nada o poco menos sabía aunque si hemos de decir verdadsí conocía algunos rezos que había aprendido de su buena madre paracuando lo de la primera comunión. Así pues de letra nada; sabíafirmar porque en alguna que otra ocasión había tenido que hacerlo.m0 cuando compró el caballo o lo de la herencia pero escribir.. Silesde que le escribió dos jcartas? a su madre cuando hizo la mili yano había vuelto a coger el lapicero. Ni escribía ni leía; y así metidon el campo el hombre estaba tan flojo en lo cultural que cuando oyóhablar de que al señorito el amo de la hacienda le habían enviado unamónimo los anarquistas de la fábrica se quedó pensando para qué loquerríaen la casa señorial y si sena rubio o moreno. Luego supo queel susodicho anónimo no era más que un pedazo de papel una nota sinh n a que le habían metido por debajo de la puerta.

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-¡Vaya por Dios -, pensó, lo que aprende uno de comunicarsecon la gente de la ciudad; estoy seguro de que mis vecinos no sabe

ninguno lo que es un "amónimo" de esos, ni siquiera Miguel Pozo elde la carretera, que es tan leído.

El día anterior había quedado con el tal Miguel en ir por la nochedespués de cenar, a eso de las once, antes de que saliera la luna, a matarun par de conejos para el arroz del día siguiente que era domingo.

Hacía dos semanas que ponía todos los días algarrobas, y losroedores acudían a comerlas y sembrar de cagarrutas aquel sitio.Miguel no acudió a la cita y él estaba muy preocupado, porque cuandoregresó del campo de labrar la viña con el caballo, su madre estaba enla finca de al lado, en el primer rezo de los tres que le iban a hacer latía Margarita, que había muerto el ueves pasado, y se encontró con quehabían tirado por debajo de la puerta un condenado "amónimo" deesos, como el del señorito.

Lo había leído no sin gran trabajo, y estaba nerviosísimo pen-sando en la lección que iba a darle a aquel tipo arrogante que se atrevíaa escribirle de aquella manera. ¡Ni que él fuera una vieja asustada .

No dijo nada a su madre y fingió dolor de muelas para no comer,pues no le pasaba el bocado, y se fue a la cama pronto, no sin antesrevisar bien la escopeta y completar todas las faltas de la canana.

Se había ido a acostar con la excusa del dolor de muela, pero bien

que necesitaba la cama; hacía tres días que había llovido, y cuando fuea llegar a la casa con el caballo estaba empapado y había cogido un

buen catarro; tenía la cabeza como un tambor y le dolía la espalda.Pero aquello ya no le ocurriría jamás, había comprado un capote dealgodón a los pescadores y aunque era algo incómodo, por lo tieso,por el olor de aceite de linaza, ya no volvería a mojarse. Aunque consemejante prenda colocada sobre el cuerpo parecía un espantapájaros,lo importante era evitar aquellos catarros moquiteros y dolorosos.Para eso se había gastado catorce pesetas cantantes y sonantes.

Acostado en la cama no cesaba de pensar en el anónimo. ¿Quiénsería el sinvergüenza que había escrito aquello? bumo, no quería ni

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pensarlo; si se llega a enterar su madre, menudo pánico tendría la pobreaestas horas. El caso era que estaba entre dudas de decírselo o no, no

bwxieraa suceder que el individuo resultara un lanzado y les diera ungusto a todos. Lo que no comprendía era, que, si quería robarles los

conejos ¿por qu6 se daba el postín de anunciarse?; a lo mejor era puraMmonería o ganas de hacerle pasar un mal rato, a 61, que no eracapaz de matar una hormiga ni decirle a otro: quita de hí el pie que mee~tss isando.

-«Te robo esta noche dos docenas de conejos, imierdoso P decía

l papelucho. -Vaya un tío cochino. No sé que pretenderá con todaesta chufla, pero seguro que se acordará de mí si no es que todo resultauna baladronada, ¡por mi padre ; si alguien penetra en mi casa le hago

ás agujeros que a un colador.Tenía fiebre y por su mente pasaban extrañas figuras saltando la

tapia de su corral; llenando un pellejo de vino en la bodega, o cogiendohábilmente los conejos después de haber taponado las madrigueras.

Eran extraños sueños que casi veía despierto, mientras trataba deaveriguar si su madre se había ido ya a dormir. Por fin escuchó cómocerraba la puerta de su cuarto, los crujidos de la cama al acostarse,luego, el soplido fuerte para apagar el candil y al cabo de un rato, loscl6sicos ronquidos de la vieja.

Al asunto - ijo decidido, abandonando el lecho.Se vistió y púsose, además, una gruesa bufanda de lana para

abrigarse la garganta. Luego cogió la escopeta, le colocó los doscartuchos, se ciñó la canana, y se encaminó hacia la ventana de lacámara que daba al corral: en esto, el viejo reloj de pared dio las docede la noche.

-Un poco temprano es para esta clase de negocios-, pensó. -Estagentuza suele hacer su trabajo algo más tarde, cuando saben que estádurmiendo hasta el gato, pero, este caso es diferente y tampoco a míme importa esperar.

Iba a subir a la cámara, y ya apoyada la mano en la barandilla dela escalera, pensó en si habría cerrado la ventana de la bodega. Todas

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las noches, cuando se recogia, lo primero que hacía era pasar revistaa las trancas, y puertas y ventanas eran aseguradas fuertemente dsta

era una buena costumbre que había heredado de su difunto padre -mas,aquella noche, con el recelo, no estaba seguro de nada, y sin abandonarla escopeta se dirigió a la bodega para hacer la comprobación.

Con una mano el arma y con la otra el candil, entró en laanchurosa nave, en donde, una larga hilera de orondos toneles llenosde sabrosos caldos esperaban el alza de unos precios que estaban porlos suelos.

En invierno el ambiente de la bodega era tibio y aromático; alabrir y percibir sus pulmones el delicioso aroma, José respiró hondo,con fruición, llenando el pecho de aquella emanación sana que,además de la satisfacción que proporciona el trabajo bien realizado,representaba toda la poesía de su ciencia vinatera y el calor de unaeconómica seguridad a pesar de la depreciación reinante.

Después de abrir la puerta miró al suelo, pues para entrar en el

recinto había que bajar un escalón que; como es bien sabido, lamayoría de las bodegas, por no decir todas, están en hondo; o comopoco, a un nivel inferior que el resto de la casa campesina.

Bajó el escalón y al levantar la vista y echar a andar, vio ante éluna descomunal figura humana, que, erguida, y en posición de ataque,con los brazos extendidos, estaba a punto de echársele encima.

-iEl ladrón -, pensó. Y soltando el candil y enfilando el arma al

bulto, disparó en un abrir y cerrar de ojos, tanto que, al no llegar aapoyarse la escopeta en el hombro se le cayó al suelo impelida por elretroceso.

Al perder el arma iba a abalanzarse sobre el enemigo y rematarcon sus propias manos lo que suponía yaestaba muy iniciado con aquelescopetazo a bocajarro, pero, con otro impulso tan rápido como el quele había empujado al ataque, se retrajo y quedóse como clavado en elsuelo, no sabía si presa de risa o temor. Acababa de pegarle un tiro alcapote de agua que había colgado el día anterior de una viga para quese escurriera.

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A todo esto, llegó comendo la madre con una vela en la mano yndada en un camisón que la hacía más homble que el agujereado

te de aguas. Detrás, llegó el pastor asustado por el trueno,so, por cuanto ocum'a y asombrado de la facha de su patrona.-¿Que ocurre, hijo mío?-, preguntó la madre asustada. ¿Es que

matado algún «vicho»?.-No, madre-, respondió Jos6 ya un tanto repuesto; -ni bicho nisólo esto, yaves, que me ha cogido desprevenido y le he pegadoal impermeable creyendo que era un ladrón.

Y pensando que más no podía asustarse la madre, le dijo lo delimo y marcharon a su alcoba a mostrárselo.-¡Mira, madre, mira -, dijo; enterate de lo que dice estenimo", si será desgraciado este tío. Y sacando del bolsillo del

talón, que tenía doblado sobre una silla, el papelito, ley6 a la luz dea con temblorosa mano y casi sin mirar el papel: «te robo estados docenas de conejos, jmierdoso »

La madre abría los ojos desmesuradamente a la vista del papelpensaba que había que tener muchos arrestos quien, si tenía verdadera

intención de hacerlo, avisara, a alguien que poseía una escopeta, deque le iba a robar los conejos.

El pastor, que, hasta el momento no había abierto la boca, dijoalgo mas animado que la mujer:

-¿Me dejas que eche un vistazo a ese papel?.

-Sí hombre-, le respondió José. -Pero, Les que tú sabes leer?-Sí algo aprendí de chico-, dijo sin jactancia. Y tomanuo el trozo

de papel lo ley6 una y otra vez, para luego, tragando saliva y contartamudeos, empezar a decir bastante cohibido:Ii sta¿Cómo?-,ota es xclamimne Miguel Pozo,adre el deijo.a carretera.

-Sí-, respondió ya más calmado el pastor al propio tiempo queesbozaba una ligera sonrisa de burla; en realidad dice lo siguiente: «te

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-Quizá no sea sólo por hablar de individuos con malauva por lo que les cuente esta h istoria- dijo Tomás algoconfuso;y creo que el abuso de autoridad es recuente encualquier lugar actividad. Es también este relato paraseñalar que las épocas de escasez van aparejadas a estosabusos.

Los guardias Pérez y Cortés no eran más que dospobres hom bres casi analfabetos que con el uniformey elsable creían valer algo. Es lógico que si hubieran tenidoun real en el bolsillo no les hubiese atraído galopar tres

qu ilúm e~ros ara tomar un trago. Eran por así decirlodos pobres hombresy dos hom bres pobres; veamos puessi no lo que ocurrió aquella tarde.

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ABUSO DE AUTORIDAD

abuso de autoridad es una lacra que la humanidadviene arrastrando desde hace mucho tiempo; probablemente desde siempre. Hoy que no debería existir este

mal se oye a menudo que alguien protesta de ello y ocasiona más deun serio conflicto.

Quizá no se pueda ejercer la autoidad sin caer en este defectoporque quien la administra es humano y como tal susceptible deenvanecimiento y así ver como a enemigos a quienes no se doblegana sus exirzencias.

Sea como fuere el caso es que ahí está el defecto con todas susconsecuenciac; defecto que quien lo padece suele ser siempre a causade un servicio el que se hace a uno mismo que los hay; o ese que suele

hacerse por ganar prestigio ante los ojos del jefe y en el menor de loscasos el que se da por verdadera vocación y amor al oficio.En esta ocasión voy a relatar algo que ocumó hace mucho

tiempo y que según creo se identifica con los dos tipos de servicioprimeramente nombrados dejando como intocable y por verdaderorespeto al último de ellos que bien merece esta distinción.

Era una tarde veraniega de esas que las palmeras dejan de

abanicarse y resisten el sol como desafiándole mientras las chicharrascantan su canción y las gentes se levantan de la siesta.

Pkrez y Cortés eran dos guardias municipales curtidos por

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muchos cientos de horas de servicio, que, en aquellos instantes,igual que las palmeras, resistían el sol como la cosa más natural.

Se les había encomendado un servicio de vigilancia, pero llegque hubieron detrás del hospital provincial, dijo Pérez a Cortés.-¿Qué te parece si en vez de andar por estas miserables cal

olisqueando alhábegas nos vamos a hacerle una visita a nuestro migJosé y olemos aromas de vinos de la Condomina?

-Eso no se pregunta-respondió Cortes-. El es íntimo del sefinalcalde y tiene buena mesa y mejor bodega.

Y como José tenía su hacienda cerca de la capital, desabr,chándose las guerreras picaron espuelas y los cansinos caball-aenfilaron al galope el polvoriento camino de la huerta.

Cuando llegaron a la casa lo primero que vieron fue al pequcJosé María que lloraba desconsoladamente.

Desmontaron y Pérez se acercó al pequeño diciendo de esmanera:

-Pero, hombre, ¿por qué llora un niño tan mayor y valiente comctú?k1 niño, sin cesar en sus lloros, y creyendo que aquel singul

guerrero podría ayudarle, comenzóa b a l b u c e a r ey pronto P6rez supo que Jos6 María lloraba porque había perdidobola de aquellas de hierro que entonces se usaban para el juego.

-¿Por eso lloras? -le dijo consolador-. ¡Pues ya puedes secarti

esas lágrimas y no llorar másY montando diestramente en su caballo y emprendiendo veloz

carrera, se dirigió al «Fondo de Roenew en donde unos minutos nteshabía visto jugar a dos jovenzuelos al dicho juego de las bolas.

Cuando regresó al mencionado lugar aún'estaban los dos chicoenfrascados en la caliente partida.

iEh, sinvergüenzas , bramó Pérez cuando llegó hasta ellos

¡Con que jugándose el dinero , ¿no sabéis que está prohibido?-Pero, señor guardia-respondieron los asustados jóvenes-, si no

sotros no tenemos dinero, ¿cómo quiere usted que nos lo juguemos?.

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Aquella tarde estaba sentado nuestro amigo rente a susoyentesy aún no había decidido qué relato ofrecerles. Pero

como el mayor de los hermanos por no sé qué motivopronuncid la palabra valor él se decidió a relatarles lahistoria de «Tomás el valiente>>.Y no es que su tocayotuviera gran valor mas si mucha necesidad y esto unido ala astucia le proporcionó la fama de valiente. Esta es unahistoria típica de aquellos años que la vida de los hombrestranscurría casi por completo entre el lugar de trabajo y la

taberna. Trasladémonospues si gustan a primeros de lasegunda mitad del siglo dieciocho en una lluviosa noche enque sucedieron los siguientes hechos.

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Y así fue,Vicente, que llevaba la voz cantante, dijo a sus amigosque si alguno era capaz de ir a la sepultura de su tío y traer la tablilla

de madera con las iniciales A G que había, clavada en el marco delnicho, él le daba cuarenta duros.jcuarenta duros -, dijo para si Tomás. Con cuarenta duros pasa

mi familia todo lo que queda de invierno, el verano, y aún tendría yocinco para las fiestas del Cristo. Así pues, marchó a su casa cuandohubo finalizado la partida y en la noche volvió al bar para ver si volviaVicente y sus amigos y reanudaban el tema de conversación.

Y a,sí fue; entró en el establecimiento y a poco lo hacían loscuatro amigos que al instante hablaron nuevamente de la escasez devalientes.

Tomás había procurado estar cerca p r si surgía esta conversacióndarse por enterado y proclamar que 61 no se sentía cobarde; y así lohizo; y ante el asombro de todos, pues por el cariz de la conversaciónya los parroquianos que en aquel momento había en el bar prestaban

atención y que creían de 61 un ser incapaz de mayores proezas quecavar viqa de sol a sol, se asombraron al oirle decir:-Yo, como todos sabéis, no me tengo por más hombre que otro,

pero por cuarenta duros salto lapared del cementerio aún en una nocheoscura y lluviosa como ésta. Hab6is de teneren cuenta que los muertosestán muertos y nada malo o bueno os pueden hacer; por eso creo,sinceramente, que saltai la tapia del camposanto es menos expuesto

que hacerlo en la del corral de cualquier vecino.¿ ú arías eso?, -dijo Vicente incrédulo.

-Que pruebe alguien a darme cuarenta duros y lo sabrá.-Tuyos son los cuarenta duros -dijo con sonrisita burlona-, si vas

a la sepultura de mi tío y traes la tablilla que hay clavada encima conlas letras A G que son sus iniciales.

-Delante de hombres-, quiso asegurarse Tomás.

-jDelante de hombres -, repitió solemne Vicente mirando atodos muy seno-. ¡Palabra

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Tomás cogió la manta del «martaver>> el pantano que acababade su trabajo y echándosela por encima para guardarse de

la lluvia emprendió en la oscura noche el camino del cementerio.Anduvo a buen paso y cuando llegó fuera del pueblo se guarecióbajo un viejo algarrobo desde donde comprobó que no le seguían; yconvencido de que nadie le veía metió el brazo en un agujero del añosoárbol y sacó la tablilla con las iniciales A. G. que por la tarde y en undescuido del camposantero había arrancado del nicho del tío deVicente.

Esperó como una hora larga mucho más de lo que se precisabapara hacer su «trabajo» y luego emprendió el regreso al pueblo no sinntes restregarse por un murete de piedra que allí había y que dejó

qeñales inequívocas en sus ropas de haber escalado alguna pared.Mientras tanto se había comdo la voz en el pueblo y en el bar

esperaban muchos curiosos por ver si el sencillo Tomás era capaz derealizar tamaña valentía.

La tardanza hizo caldear el ambiente y se hacían comentariospara todos los gustos; siendo los más que no sería capaz de cumplirsu palabra. Y de esta manera las cosas cuando le vieron entrar todosle rodearon expectantes mientras él se desenrollaba parsimonioso lamanta del cuerpo y mostraba sonriente la carcomida tablilla.

Vicente nada respondió y entregó los cuarenta duros a Tomásmientras sonreía y su cara se ponía pálida.

Siguió lloviendo otros tres días pero a Tomás ya no le pre-ocupaba la lluvia ni el paro que esta representaba; con cinco durosllenó su esposa la despensa y compró calzado para los niños. El estabatranquilo y dormía toda la noche de un tirón sin la agobiante idea dequ comeremos mañana; iba al bar y aunque no se extralimitaba en labebida tomaba alguna copita para justificar su presencia.

A Vicente mientras tanto se le veía meditabundo y esquivo noacababa de digerir la proeza de Tomás y cada día estaba más convencidode que en ella había habido alguna anomalía; de que había sido timadopor el pusilámine destripaterrones y aquello no podía quedar así.

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Una noche que se pasó un poco en la bebida exteriorizó sus

pensamientos y provocó a Tomás, que se vio forzado a aceptar un

nueva prueba de valor que le proponía; se trataba de lo siguiente: Teníaque escalar nuevamente la tapia del cementerio y a las doce en puntoencender una pequeña lámpara de aceite que había en el nicho del tlode Vicente; éste y algunos amigos irían al c e m del calvario desdedonde se distinguía perfectamente el lugar de la sepultura y ver con sus

propios ojos si era t n valiente como decían lo habia sido la otra vez.Tomás aceptó lleno de terror, pero con la condición, de que y

que se habia puesto precio a aquellas locuras, tendría que entregar1otros cuarenta duros si quería que aceptara. iConsultó Vicente con sus compañeros y Bstos decidieron paga1

entre los cuatro esta cantidad en caso de que 61 cumpliera su parte.De esta manera habia a la noche siguiente gr n expectación nte

la apuesta; pero, expectación desde el bar, ya que al cementerio nadietuvo la intención de acercarse; s610 Vicente y sus amigos dijeron

marchar a observar desde el monte calvario, pero que en realidad loque hicieron fue entrar en el cementerio y esconderse desde dondesa ldan al encuentro de Tomás, cuando Bste penetrara en el mortuoriorecinto, cubiertos con sábanas que para esto llevaban escondidas bajode sus ropas.

Mientras tanto, Tomás le habia pedido prestado el reloj a su

vecino y cuando creyó que era buena hora se encaminó al cementerio

temblando de miedo pero con la convicción de que los difuntos nok

iban a causar daño alguno.Era una noche oscura que amenazaba lluvia nuevamente, no

soplaba la más leve brisa y el silencio era absoluto y sobrecogedorTomás saltó la tapia y rhpidamente sin fijarse más que en su

camino se dirigió a la sepultura y se dispuso a abrir la puertecilla delnicho encendiendo una cerilla para maniobrar la cerradura, pero antes

consultó el reloj.-1Válgame Dios -murmuró-. Por lo visto antes me he equivo-

cado al ver la hora, son aún las once menos diez; y como estabi

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fosa en construcción

La lluvia persistía Tomás decidió esperar hasta las doce allí

c6modamente sentado sin mojarse.Mientras tanto Vicente los suyos entraron en el cementerio

se apostaron formando círculo en derredor al lugar que tenía que irTomás; como fueron con media hora de antelación para no ser vistospor él pronto se impacientaron los minutos les parecían siglosaguantando bajo la lluvia. Cualquier crujido les ponía sobreaviso antela inminente llegada de Tomas así cuando fueron las doce menosdiez estaban en tal tensión que hasta el más leve rumor de la lluvia lesponía al borde de la desbandada.

Cuando era aproximadamente esta hora la lluvia amainó un pocoTomás al no oír su rumor sacó el brazo fuera de la fosa para

comprobar si en realidad había cesado de llover.Vicente y otro compañero vieron como el brazo de Tomás salía

de la fosa tirando la sábana y lanzando un desgarrado grito de terrorsalieron comendo seguidos de los otros que nada habían visto peroque les imitaban imaginando mil esqueletos comendo tras de ellosesgrimiendo la dalla exterminadora.

Tomás advirtió el alboroto pero cuando salió de la fosa nadavio todo estaba quieto como antes y a pesar de que su teoría sobre losmuertos seguía vigente en él encendió con mano trémula la lamparillade aceite cerrando la puertecilla regresó al pueblo sin pérdida detiempo.

Cuando llegó supo que Vicente sus compañeros estaban en susrespectivas casas que el médico se ocupaba de ellos pues habíanregresado corriendo aterrorizados echando espuma por la boca sinpoder articular palabra.

El dijo no saber nada que había cumplido con su palabra y enel fondo comenzó a sospechar que el haber sacado la mano desde elinterior de la fosa bien pudiera haber sido la causa de aquella locacarrera.

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Vicente y sus amigos tras ingerir sendos vasos de agua de z h rrecobraron el habla y la cosa quedó en un gran susto. Por su p rtenunca más pusieron en tela de juicio la valentía de nadie y Tomáspensando que habían pagado con creces su fechoría creyó prudente o

pedirles los cuarenta duros de la apuesta.

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-Nunca sabemos qué es lo que nos aguarda a la vuelta dela esquina. La huertana de esta historia se quedó aterradacuando dio la vuelta a esa esquina y ella que no se creíacapaz de afrontar la mínima adversidad vean ustedes enqué situaciones se vi6 involucraday cómo se desenvolviópara salir airosa de ellas. Y les cuento las peripecias que

sufrió para que sepan ustedes del temple que son lasmujeres de esta tierra-. Y así diciendo empezó Tomássuhistoria contando de esta manera..

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GU RD R L VIÑ

a finca de Ramón era pequeña y quizá por eso mejorcuidada que otras; amón adoraba sus viñedos losmimaba y no había unamala hierbaen toda la propiedad

a labor superficial o a destiempo. Estas atenciones se convertíanspléndidas cosechas que junto a la austeridad de vida y la

ración de la esposa hacían que la familia tuviera en lugar seguro

ntaro con una sustanciosa cantidad de duros de plata.Tenía tres hijas guapas y sanas que aparte del ejemplo de sus

padres habían recibido una buena educación de lawonjas Clansas delconvento de la Santa Faz que las convertía en un tipo poco común dechicas en aquellos tiempos en que la instrucción se basaba en eltrabajo.

Como podemos ver Ramón era un hombre afortunado; tenía

familia que le adoraba una reserva económica en su caja fuerte deAgost buena salud y las viñas jóvenes en perfecto estado de produc-ción.

Pero un día de Agosto cuando yalos apretados racimos negreabany las chicharras cantaban a coro ignorando el peligro de reventar llególa desgracia a la casa de la manera más inesperada. Había ido Ramónaquel día al mercado de la ciudad y efectuadas sus compras y negocios

se dispuso a regresar a casa. En el Portal de Elche compró a unosimprovisados cantores unas hojitas con la letra de las coplillas con que

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herían la dulce paz de la plaza, y así, efectuado el gasto de cincocéntimos que cobraban por su obra de arte, regresó por el polvorientocamino de la Cruz de Piedra leyendo y releyendo las coplillas, que

cuando llegó a su casa, ya las canturreaba de memoria.Como era su costumbre, se cambió la ropa nueva por la de trabajonada más llegar en cuanto hubo salido de su cuarto se encontró conla comida servida en la mesa y las hijas sentadas a su alrededoresperando que él tomara asiento y diera las gracias a Dios por losalimentos y la autorización para que todos empezaran a comer.

Se comió en paz la sencilla «olleta» rematando el «dinar» con un

dulcísimo melón tendral de esos que, cuando maduran, espontánea-mente, se desprenden de la mata y que en la huerta llaman«despessonats».

Luego se acostó a dormir la siesta (que era costumbre tomarladesde la Vera Cruz hasta el Cristo 1) pasada la hora fue la esposaa despertarle de su sosegado sueño.

-Ya voy-, respondió él como de costumbre-, abre la ventana, haz

el favor.La esposa se quedó perpleja; este hombre no se ha despertado,pensó, añadió en alta voz:

-La ventana está ya abierta, Ramón-, a lo que él, desconcertado,respondió con unas sencillas pero dramáticas palabras:

-Si la ventana está abierta es que yo me he quedado ciego-. Y enefecto, así era, jestaba ciego .

Aquel suceso fue un golpe temble para la familia y la esposacomprendió que no había otra alternativa más que intentar suplir almarido en lo que fuese justo y posible.

Y aprendió a aparejar la mula, engancharla en el carro o la tartanaconducir ambos vehículos haciéndolo todo con ánimo sin tenerse

lástima de sí misma, ser un buen lazarillo hasta el extremo de hacerleal marido más llevadera su desgracia.

Pero, en el fondo, sabía que no era más que una débil mujeresta condición no la podía transformar por mucho que se lo propusiera,

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la de mujer, no la otra que el tiempo podría mudar en cuanto menos eno tocante en carácter, en arrestos.

Comenzó a comprobar la tal mudanza una mañana de Noviembrecuando ya los olivos comenzaban a negrear y los estominos acudíana la huerta en grandes bandadas.

Delante de la casa había una higuera cuyos últimos frutos aúnpermanecían agarrados a las ramas y Bstos debieron llamar podero-samente la atención de las aves que se posaron en gran número que mástarde, ella, al referirlo, decía que eran más que hojas tenía la higueraen verano.

El peculiar canto de los estominos lo escuchó Ramón, y llaman-do a su esposa le pidió que se asomara con cuidado a la ventana para

er en dónde estaban los hambrientos Stumus vulgans. como ledijera que estaban en la higuera, le mandó coger la escopeta para haceruna buena cacería.

-¡Qué horror , disparar ella una escopeta, pensó. No, no, eso eracosa de hombres, pero.. Allí el hombre que había lo era como elprimero, mas no podía disparar razonablemente un arma; y tomandola escopeta sin más dilación dijo con firmeza al marido:

-Explícame qué tengo que hacer-. cuando él le hubo detalladolo de la ranura, el punto de mira y el objetivo, apretó el gatilloescuchando a continuación el estampido más tremendo que en su vidahabía imaginado quedando como paralizada al tiempo que comenzaba

a respirar el humo del disparo; y cosa rara, aquel olor fuerte de lapólvora quemada le produjo una sensación de decisión y fuerza que noolvidaría jamás. Dejó la escopeta sobre las rodillas del ciego y comóhasta la higuera en donde entre muertos y heridos cogió treinta y unpájaros que casi amedianaron un capazo de esparto de los de dos«barcelles» 11).

Aquello había sido el primer paso importante, el primero de una

larga andadura que debería durar muchos años, todos los que le

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Así pues, se acostumbró a comprar agua para el riego, a pagaarriendos y jornales, a tratar con hombres y a ocuparse de un sinfín d

asuntos que anteriormente le habían pasadoinadvertidasEn algunos casos se desenvolvió bien, en otros no tanto; pero n

ninguno pasó por su imaginación la idea de capitular y luchó sin treguapara resolver problemas, que para un hombre, sólo por el hecho de serhombre no hubiera sido tanto el problema. Pero llegó un día en que sele presentó el más grave de todos; ;le estaban robando la cosecha .

Pensó, indagó, observó, y por fin llegó a la conclusión de que los

ladrones llegaban por el mar.Al marido e hijas les pareció descabellada la afirmación pero ellastaba muy cierta y a la vez muy decidida a no permitir que continuaran

los robos.Así que, decidió defender su propiedad con las armas, salir a

vigilar sus viñas durante la noche que era cuando se cometían losrobos. Y en efecto, eran pescadores que habían descubierto el negociode atracar sus barcas durante la noche y hacer la vendimia mientras loshortelanos, vigilaban los caminos pensando que los ladrones llegaríanen algún vkhículo por tierra.

Se dirigió a donde tenía sus viñedos lindantes con el mar y porespacio de tres noches nada anormal ocurrió; mas, sí a la cuarta, quea eso de las dos vio cómo se acercaban las siluetas de dos barcas de lasque media docena de hombres desembarcaron y provistos de grandes

cuévanos se adentraron en la viña comenzando presurosos su tarea.La valiente y celosa guardiana se echó el arma a la cara ycuidando de apuntar de manera que no fuera a herir a ninguno pero sípara que oyeran silbar las postas, tiró del gatillo con resolución.

Los ladrones, de pronto, con el susto, se quedaron indecisos,pero viendo a una sola persona y ante la circunstancia de haberdiaparado el arma (que entonces no se cargaba rápidamente) en vez de

emprender la retirada, envalentonados por la superioridad numéricaarremetieron contra ella dispuestos a todo, al parecer.

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Pero la mujer que no era tonta y había previsto el caso, echó manoa una segundaescopeta 111) y disparó sin miramiento sintiendo algunoel quemazón del plomo en sus carnes; esto les detuvo, y con ademánde duda miraron queriendo descubrir un segundo tirador, mas sudubitativa actitud no se prolongó pues un tercer disparo sonó máscerca y tirando sus navajas y cuévanos emprendieron alocada carreralhacia sus barcas, las que un instante después fuéronse m r adentrocomo si provistas estuvieran de los motores que cincuenta años másltarde se inventaran.

Aquel suceso fue el punto final de su experiencia. Regresó a casacon un ataque de nervios que parecía no iba a cesar, y tras vanas tazasde azahar caliente y dos horas bajo techo en compañía de su familia,fue remitiendo el mal hasta que serena tomó una solemne decisión: quefuera lo que Dios quisiera, pero ella no volvería a salir a guardar laviña. Si preciso fuera dejarían la hacienda y se pondrían coser,bordar, o irían a vendimiar y a escardar mieses, y las armas de fuegoy las noches oscuras las dejaba para la guardia civil.

Mas no se vio precisada detal decisión la preciosa joya que erala bien cuidada finca; porque aquella misma noche hubo peticiónformal de hija y el arriscado yerno se ocupó en lo sucesivo de todos losasuntos concernientes a la tierra, y Ramón y su esposa vivieron felicese inseparables los muchos años de vida que Dios tuvo a bien conceder-les sin llegar a ver el fondo de la caja de caudales que era su famosocántaro de Agost.

1) Día tres de mayo-catorce de septiembre.

11) La Barchilla «Barcella» medida de capacidad que se usabaantiguamente era genuinamente valenciana con diferente capacidad

en cada provincia. En Valencia equivale a 1.675 centílitros, enCastellón, a 166 decílitros, y en Alicante a 2.077 centílitros.

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111) El antiguo dueño de la fincaera un militar de alta graduación;y tenía infinidad de armas en la casa que a buen seguro opinaba

Ramón le habían costado muy baratas.

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-Las grandes decisiones conviene meditarlas bien antesde tomarlas- dijo Tomás con aire de convencimiento.

Al personaje de la siguiente historia le supuso mucho laúnica decisión importante que se vi6 obligado a tomar porcuenta propia; las demás en toda su vida no fueron tales

le llegaron rodando. El servicio militar era una imposiciónla novia dado su cortedad de carácter todo m hacesuponer que fue un arreglo familiar; y la boda cuando lodispusieron los respectivos padres; los suyos pagaron losmuebles y arreglaron con el amo la transmisión delarrendamiento de la flnca. Todas estas mutaciones se ledieron amasadas y cuando tuvo que tomar una como ya

hemos dicho por su propia cuenta el sólo -porque laesposa ella de «esor no sabía- se le hundió el mundoveamos cómo fue.

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tierra «su» hacienda y la Única preocupación sena que le embargabaera pagarle el arrendamiento anual al «senyoret». La esposa un bulto:comía bebía hacía las tareas de la casa bien o mal y criaba hijos. Dela educación sí se ocupaba les pegaba sus buenos cachetes y algunavez les soltaba alguna sentencia moralista aprendida de carrerilla; porlo demás que cada uno se arreglase como pudiera.

Así crecieron los hijos que rehusaron ser campesinos de oficioy se hicieron respetables albañiles mientras Manolo cuidaba más ymás la tierra llegando a ser su r i e n d a un espléndido resultado deentrega y buen hacer. Pero lleg la contienda y en aquellos primerosdías vio con asombro cómo los partidos se incautaban de las fincascuyos dueños eran desafectos al nuevo régimen -casi todos- y lastierras requisadas pasaban a formar la gran colectividad o comenzabana ser cultivadas en solitario por los diversos partidos políticos.

Ante esta situación y viendo el peligro que coma la hacienda deir a parar a manos de alguna de estas organizaciones alguien aconsejóa Manolo que se incautara de las tierras y que a escondidas siguierapagando al amcj; a , a los ojos de los revolucionarios resultaría unproletario de lo más avanzado matando de esa forma dos pájaros deun tiro y todos contentos logrando el principal objetivo que era que latierra no sufriera el detrimento que suponía pasar a manos de unosindividuos que no habían sudado la hermosa realidad presente de lafinca.

Así lo hizo Manolo; habló con unos conocidos del partidoquienes le aconsejaron lo que debía hacer y al día siguiente clavó enla fachada de la casa la tablilla blanca con letras negras de molde quedecían: Incautado por la C.N.T.

Pasadas dos semanas en que cumplía el año de arrendamientofue a casa del «senyoret» dispuesto a hacer efectivo el pago como decostumbre pero se encontró con que el hombre había puesto tierra por

medio temiendo por su piel y por más que indagó no pudo averiguarsu paradero.

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Cuando llegó a casa abatido por el contratiempo, la esposa, quenunca intervenía siguiendo la norma de allá te las arregles, dijo,haciendo gala de una desfachatez asombrosa:

-Hombre, Manolo, pues no es cosa para tanto disgusto; túguardas el dinero y si ganan la guerra ellos, cuando vuelva le pagas,si no, pues jeso que te has ganado mientras tanto ya veremos quearbitra el gobierno para estos casos.

Manolo la miró con los ojos de quien mira algo despreciable; élsabía que su esposa tenía la cabeza llena de paja y que no iba a discurrirmucho, pero creía que en el fondo era más honesta.

-Sí; tú crees que el «senyoret» se chupa el dedo, pensó. Si así lohiciéramos y no ganáramos la guerra pagaríamos con buenos interesesel arrendamiento y con mucha suerte iríamos a la calle o acaso mepasaba una temporada a la sombra, o, ja saber .

No le respondió y guardó los duros de plata en una antiguaarquilla cuya llave pendía siempre de su cuello con un cordón; huboun tiempo en que era más confiado cuando llegó el día del pago delarriendo faltaba la mitad del dinero; ella ante sus preguntas se hizo latontita y sus evasivas dieron a conocer al sencillo Manolo que estabamuy solo en la vida. Desde entonces su carácter alegre sufrió uncambio radical, rara vez se le veía gastar una broma o sonreir, ~610ocurría esto fuera de su casa cuando se encontraba con algún buenamigo de toda la vida.

Así las cosas fue acostumbrándose ano compartir sus inquietudes

suprimiendo los frecuentes comentarios sobre el tiempo y la evoluciónde los cultivos, y llegado que hubo aquella comprometida situaciónapenas hablaba y siempre tenía el pensamiento en lo mismo, en aquelenojoso asunto de la incautación, aunque él iba reuniendo el dineroque le correspondía pagar por si averiguaba el paradero del amo.

Transcurrió el tiempo y ya se cumplían los dos años y mediodesde que había comenzado el conflicto, cuando a primeros del treinta

y nueve ya se ~ e r d í a n la zona republicana toda esperanza de victoria.Se sucedían los rumores de arreglos, de componendas, de rendición;

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luego, viendo Manolo que llegaba el fin de la contienda y ante los ojosde todos parecería que, sin más, se había apoderado de la finca, sintióun gr n temor. Se le meti6 entre ceja y ceja que acabaría la guerra y

vendrían los fascistas y lo mataxían por rojo y por ladrón.-Sí, sí, vendrán y me matarán, decía cerrado a todo razonamiento.

¡Me matarán, me matarán ; y con la mirada ausente iba de un lado aotro visitando a veces a algunos vecinos de confianza diciendo a todoslo mismo sin que las palabras de ánimo de estos llegara siquiera aoírlas.

Apenas comía, y si en las largas noches lograba conciliar

brevemente el sueño, sufría pesadillas y despertaba aterrorizadoimplorando clemencia a aquel enemigo implacable que le acusaba y

le exigía cuentas.La guerra acabó tres meses más tarde, pero Manolo no comó

peligro alguno de represalias por parte de los vencedores, pues, seisdías antes de izarse la banderas blancas murió con la mirada perdiday murmurando sin cesar:

-1Vendrán y me mataran . ¡Sí, sí ime matarán, me matarán .

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Había llegado el treinta de septiembre y con él elfin de lasvacaciones de los dos muchachos. Aquella noche tomaríanel tren de las once que les conduciría a Madrid, y no llevabanmás documentación sobre la huerta que las narraciones deTomás.

Pero era suficiente; que teniendosumo cuidado de anotartodo cuanto les había relatado nuestro cuentista y tomundosus propias conclusiones, redactaron un diario; el cual,

hacía suponer al leerlo, que por la huerta habían estado yhablado mucho con sus gentes.

Aquel mismo día lefue quitada la escayola al accidentadoy de esta manera no sabría el viejo general nada acerca delpercance. De saberlo, les habría supuesto quedarse sin lamotocicleta.

A la hora de costumbre estuvo Tomás puntual, y aquella

tarde, llevando en su rostro un cierto aire de preocupación,empezó diciendo de esta manera:

Al pensar en el relato que les proporcionaría hoy, decidíhacerlo a la manera de e s ~ s ~ ir o té c n ic o suestros,sabedoresde su oficio, que nos delietan con sus obras de bellascombinaciones de técnica y color; y cuyo fínal suele serverdaderamente hermoso. Pero pensando que eso siempre

lo he visto por el «cielo yo suelo andar por el suelo, me hedecididopor un relato que pudiera tener cierta parentela conel resto de historias que les he contado a lo largo del mes, lascualespodrían ser hermosas si se sabe contarlas. Mas, comola voluntad no basta para conseguirlo, y siempre temiendoverme ante el oidor inteligente como un maestro ciruela delos cuentos, me he decidido por éste, deseando, que como

todos los que le anteceden, esparezca entretenido,anhelandono guarde esa temida relación a la que acabo de referirme.

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EL CONCIERTO DE TONICO

ra una tarde tranquila de agosto a esa hora en la queya las mujeres huertanas habían terminado el trabajode la casa y acometían, aguja en mano, esa deslucida

e inagotable labor de los remiendos peassos). Aunque en estaocasión, hay que puntualizar, porque, de las cuatro que a la sombra dela casa -orientada al mar como casi todas las de la huerta- estaban en

sus labores, no todas zurcían calcetines ni remendaban calzones ocamisas, ya que una era casada y las otras tres solteras casaderas queandaban inmersas en sus vainicas y sus ganchillos para el ajuar.

Trabajaban calladas, quizá acertaría, si dijera que pensando ensus respectivos galanes, no así la casada que tenía el oído atento a laventana próxima, en cuya habitación, dormía en el improvisadomoisés de una banasta de mimbre, su tercer hijo, qu andaba algo

delicado con una tos persistente.Sólo se escuchaba la monótona canción de las chicharras queabundaban en el recolectado almendral y de vez en cuando, por dentrode la casa, a Tonico, joven y dicharachero peón que se ocupaba aquellatarde en hacer limpieza en las cuadras y el establo.

De pronto, alguien llegó dando las buenas tardes en alta voz; eraMaría, una cuñada de las cuatro costureras, que habitaba en la contiguahacienda e iba a hacer labor con ellas porque en su casa estaba uy solay no tenía con quien cotorrear; pero, el caso era, que por el calor

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reinante o por aquella modorra que infundían las pertinaces chicharrasen su invariable repertorio pronto aría acabó de hablar y se concen-

tró en la ejecución del remiendo que en el trasero del pantalón de suesposo pretendía trasplantar con decoro.

Hay que decir que Tonico tenía ganas de hablar y más si eracon mujeres jóvenes y todas ellas bonitas o en cuanto menos nodesprovistas de las redondeces que volvían loco al gañán. Pero el casoera que estaba María que disfrutaba de buen repertorio y agilidadverbal a la que le caía muy mal el muchacho y del que decía que era

un «fanfaqia».El tierno infante de la banasta de mimbre comenzó a toser y alloriquear y la solícita madre acudió rápida en su cuidado; más comono cesaba con la tos y el llanto aría dejó el parcheado pantalón sobrela silla y acudió al cuarto para interesarse por el pequeñín. Mientrastanto Tonico había hallado en su limpieza un extraño «instrumentomusical» lleno de polvo y telarañas en una estantería entre útiles yaparejos de caballerías.

Le quitó la saciedad con un trapo; lo miró y remiró y por finllegó a la conclusión de que aquello era una flauta; extraña de verdadporque estaba compuesta de dos elementos sumamente simples. Setrataba de una calabaza de las que suelen llevar los aficionados en lascomdas de toros y que tenía un orificio en el extremo grueso y en elotro un trozo de tubo de caucho como de dos palmos a guisa deboquilla; el que poniéndoselo sin más en la boca comenzó a imitarmúsica tururú tarará pareciéndole que ampliada mucho la voz ysonaba muy bien. Luego se asomó por la ventana del establo y viendoque aún estaban allí las chicas ocupadas en su labor y no estaba Maríacomenzó a interpretar una tonadilla popular de ligero ritmo.

Las chicas al verle comenzaron a reír y tal fue la risa quedejaron sus labores sólo para admirar al improvisado músico. El al vertanto dxito redobló el volumen y siguió adelante con la interpretación.

-Vaya- pensó qué gracioso soy nunca me hubiera figuradoque la música se me diera tan bien.

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Y, así de ufano, continuó con la copla, a la que siguió otra y otra.Mientras tanto, en la habitación ya el pequeño había dejado de

toser y cogido el sueño nuevamente y las dos mujeres salieronentornando la puerta; y así, cuando llegaron a la entrada de la casa sesorprendieron viendo el ataque general de risa que les había dado a laschicas.

De pronto, y con el jolgorio, no se apercibieron de Tonico y suinstrumento musical, mas al inquirir sobre el motivo de las risas, lesseñalaron la puerta del establo -que no podían responder con tanta risa-

y en esto vieron al músico que, inmensamente feliz con el éxito yacalorado por el esfuerzo, remedaba un saxófono en plena polca.

l principio del concierto apoyaba sobre sus labios el tubo decaucho, que tenía un color dudoso, pero ya luego, así como ibaenardeciéndose por el exito, casi lo chupaba como a un caramelo deaquellos redondos con sabor a miel que vendían en la feria de la SantaFaz; y ya su poquito de baba, le caía por las comisuras de los labios.

La madre del niño, aunque era muy comedida en sus cosas,también comenzó a reír como las demás, pero no así María que, seriacomo un guardia civil, -que nada más le faltaba el uniforme y el bigote-aunque de esto último si que tenía un poco, se mantuvo seria mirandocon tan dura mirada al chico, que éste dejo la interpretación.

Las chicas amainaron en sus risas, y poco a poco, hasta quecesaron, secándose las lágrimas y tratando de reanudar su labor.

-Tonico-, dijo María con palabras claras y buen timbre de voz.-¿Tu sabes por qué se ríen las chicas?.

-¿Yo?-, repuso Tonico, siempre temeroso de lo que aquellamujer le pudiera decir. -Yo, no sé, creo, pienso, que será la música.

-iAh -, crees que les has hecho tanta gracia como para que serían de esa manera, no, hombre, no por favor , no es por eso; se tratade otra cosa muy diferente.

-¿Muy, diferente?-, tartamudeó Tonico, seguro de que Manaiba a fastidiarle bastante. -Pues, la verdad que..

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¿Tú abes, qué es, ese artilugio que manejas en plan de flauta?-¿Yo?-, y loamiraba ratando de averiguar, pero, jca-No te esfuerces, hombre-, dijo María impaciente por soltarle la

cruda verdad-. Tonico, eso que tú has creído una dulzaina o flauta, noes ni más ni menos que, una usada y más que usada imgadora paramulas y caballos; una lavativa, jso tontarrón .

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