Cuentos de Ciencia Ficcion

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Fredric Brown

CUENTOS DE CIENCIA FICCION (Recopilacin)

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Texto de dominio pblico. Este texto digital es de DOMINIO PBLICO en Argentina por cumplirse ms de 30 aos de la muerte de su autor (Ley 11.723 de Propiedad Intelectual). Sin embargo no todas las leyes de Propiedad Intelectual son iguales en los diferentes pases del mundo. Infrmese de la situacin de su pas antes de la distribucin pblica de este texto.

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Abominable

Sir Chauncey Atherton se despidi de los guas sherpas, que iban a acampar all y dejarle continuar solo. Estaban en tierras del Abominable Hombre de las Nieves, varios centenares de kilmetros al norte del monte Everest, en el Himalaya. Los Abominables Hombres de las Nieves se haban dejado ver ocasionalmente en el Everest y en otras montaas tibetanas o nepalesas; pero el monte Oblimov, al pie del cual dejaba ahora a sus guas nativos, estaba tan lleno de ellos que ni siquiera los sherpas se atrevan a escalarlo; aunque le aseguraron que esperaran all su regreso, en el caso de que regresara. Haba que ser muy valiente para aventurarse ms all de aquel punto, Sir Chauncey era muy valiente. Adems, era un verdadero perito en cuestin de mujeres, razn por la que se encontraba all y a punto de intentar, en solitario, no slo una peligrosa ascensin sino tambin un rescate an ms peligroso. Si Lola Grabaldi an viva, se hallaba en poder de un Abominable Hombre de las Nieves. Sir Chauncey nunca haba visto a Lola Grabaldi en persona. En realidad, haca menos de un mes que se haba enterado de su existencia, al ver la nica pelcula cinematogrfica que ella haba protagonizado, y gracias a la cual se convirti sbitamente en un personaje legendario, en la mujer ms hermosa de la Tierra, en la estrella cinematogrfica ms encantadora que Italia haba engendrado jams; y sir Chauncey no lograba comprender que siquiera Italia lo hubiera hecho. En una sola pelcula remplaz a la Bardot, la Lollobrigida y la Ekberg como la imagen de la perfeccin femenina en la mente de todos los peritos del mundo, y sir Chauncey era el mejor perito del mundo. En cuanto la vio en la pantalla, comprendi que deba verla en persona, o morir en el intento. Pero, entonces, Lola Gabraldi ya haba desaparecido. A fin de tomarse unas vacaciones despus de su primera pelcula, hizo un viaje a la India y se uni a un grupo de escaladores que pensaban conquistar el monte Oblimov. El resto del grupo haba regresado, pero Lola no. Uno de ellos testific haberla visto, a demasiada distancia para alcanzarla a tiempo, secuestrada, arrastrada a la fuerza por una

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peluda criatura, ms o menos humana, de casi tres metros de estatura. Un Abominable Hombre de las Nieves. El grupo la haba buscado varios das antes de darse por vencidos y regresar a la civilizacin. Todo el mundo coincida en afirmar que, ahora, ya no haba ninguna posibilidad de encontrarla con vida. Todo el mundo menos sir Chauncey, que inmediatamente haba volado de Inglaterra a la India. Nada pudo detenerle, y ahora ascenda hacia la regin de las nieves eternas. Y, adems del equipo de alpinismo, llevaba el pesado rifle con el que, slo un ao antes, haba cazado tigres en Bengala. Si el arma poda matar tigres, razonaba, tambin poda matar Hombres de las Nieves. La nieve se arremolinaba en torno suyo mientras avanzaba hacia la lnea de nubes. De repente, a unos doce metros de l, que era hasta donde su vista alcanzaba, divis una monstruosa figura que no era totalmente humana. Alz el rifle y dispar. La figura cay, y sigui cayendo; se hallaba al borde de un precipicio de varios miles de metros de altura. Y, en el mismo momento del disparo, unos brazos se cerraron en torno a sir Chauncey. Unos brazos gruesos y peludos. Y despus, mientras una mano le inmovilizaba fcilmente, la otra le arrebat el rifle y lo dobl en forma de L con la misma facilidad que si se tratara de un palillo, tirndolo despus. Se oy una voz procedente de un punto situado a unos sesenta centmetros por encima de su cabeza. - Estate quieto y no te pasar nada. Sir Chauncey era un hombre valiente, pero una especie de gemido fue todo lo que pudo articular, pese a la aparente garanta de las palabras. La criatura situada a su espalada le mantena tan fuertemente apretado contra s, que no pudo alzar ni volver la mirada para ver que cara tena. - Te lo explicar - dijo la voz a sus espaldas -. Nosotros, a los que llamis Abominables Hombres de las Nieves, somos humanos, pero transmutados. Hace

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muchos siglos formbamos una tribu, igual que los sherpas. Por casualidad descubrimos una droga que nos permiti cambiar fsicamente y adaptarnos, gracias a un aumento de estatura, pilosidad y otros cambios fisiolgicos, a un fro y una altitud extremos, as como trasladarnos a las montaas, a regiones donde otros no pueden sobrevivir, excepto los pocos das que dura una expedicin de alpinismo. Lo entiendes?. - S-s-s - consigui articular sir Chauncey. Comenzaba a entrever un rayo de esperanza. Acaso la criatura iba a explicarle estas cosas, si pensara matarle? - En este caso, continuar. Nuestro nmero es reducido, y cada da lo es ms. Por esta razn ocasionalmente capturamos, tal como te hemos capturado a ti, a un alpinista. Le damos la droga transmutadora, sufre los cambios fisiolgicos y se convierte en uno de nosotros. De este modo mantenemos nuestro nmero relativamente constante. - P-pero - balbuci sir Chauncey - acaso es eso lo que le ha sucedido a la mujer que estoy buscando, Lola Grabaldi? Acaso es ahora... peluda, de casi tres metros de estatura, y...? - Lo era. Acabas de matarla. Un miembro de nuestra tribu la haba tomado como compaera. No nos vengaremos de ti por haberla matado; pero ahora debes ocupar su lugar. - Ocupar su lugar? Pero... yo soy un hombre. - Me alegro de que lo seas - dijo la voz a sus espaldas. Se vio obligado a girar bruscamente, y se encontr frente a un enorme cuerpo peludo, con la cara al mismo nivel de dos montaosos senos peludos -. Me alegro de que lo seas... porque yo soy una Abominable Mujer de la Nieves. Sir Chauncey se desmay, siendo inmediatamente recogido y alzado en brazos, con la misma facilidad que si de un osito de juguete se tratara, por su nueva compaera. FIN

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Algo verdeEl enorme sol carmes brillaba en el cielo violeta. En el limite de la planicie marrn, salpicada de arbustos marrones, se extenda la selva roja. McGarry avanz hacia ella dando zancadas. Explorar esas selvas rojas constitua una tarea ardua y peligrosa, pero era preciso hacerla. Haba explorado un millar de selvas; sta era, simplemente, una ms. Dijo: - En marcha, Dorothy. Todo listo? La pequea criatura de cinco patas que descansaba sobre su hombro no respondi, en realidad nunca lo haca. No saba hablar, pero era algo con lo cual hablar. Era una compaa. Por su tamao y su peso, se pareca asombrosamente a una mano que reposara sobre su hombro. Tena a Dorothy haca... cunto tiempo? Cuatro aos, supona. Estaba aqu haca aproximadamente cinco, segn calculaba, y la haba encontrado alrededor de un ao despus. De cualquier manera, daba por sentado que Dorothy perteneca al bello sexo, por la sencilla razn de que reposaba sobre su hombro como lo hara la mano de una mujer. - Dorothy - anunci -, creo que debemos preparamos para enfrentar problemas. All debe haber leones o tigres. Deshebill la funda de su pistola solar y apoy la mano en la culata del arma, listo para sacarla rpidamente. Era por lo menos la milsima vez que agradeca a su buena estrella que el arma que haba logrado rescatar de los restos de su nave espacial fuera una pistola solar, la nica arma que funcionaba prcticamente siempre, sin recarga ni municin. Una pistola solar absorba energa y, al apretar el gatillo, la descargaba. Con ningn arma, salvo con una pistola solar, hubiese subsistido siquiera un ao en Kruger III.

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Incluso antes de llegar al lmite de la selva roja, vio un len. No se pareca en nada a los leones que se ven en la Tierra, por supuesto. ste era magenta brillante, un color tan diferente de los purpurinos arbustos tras los que se agazapaba que l poda distinguirlo ntidamente. Tena ocho patas totalmente desarticuladas y tan flexibles y fuertes como el tronco de un elefante, y una cabeza escamosa con un pico semejante al de un tucn. McGarry le llamaba len. Tena tanto derecho a llamarlo as como de cualquier otro modo porque jams se le haba dado nombre. De lo contrario, el nombrador nunca haba regresado a la Tierra para informar sobre la flora y la fauna de Kruger III. Por lo que mostraban los archivos, una sola nave haba llegado all antes que la de McGarry, y jams haba vuelto a levantar el vuelo. Ahora l se dedicaba a buscarla; la haba estado buscando sistemticamente durante los cinco aos que llevaba all. Si la encontraba, era posible - slo posible - que contuviera intactos algunos de los transistores electrnicos que se haban destruido cuando su propia nave se estrell. Y si tena un nmero suficiente, podra regresar a la Tierra. Se detuvo a diez pasos escasos del borde de la selva roja y apunt con la pistola solar a los arbustos tras los cuales se agazapaba el len. Apret el gatillo y se produjo un brillante destello verde, fugaz pero hermoso - y qu hermoso! - y los arbustos desaparecieron, igual que el len. McGarry ri suavemente entre dientes. - Has visto eso, Dorothy? Era verde, el nico color que no tenis en vuestro rojo y sangriento planeta. El color ms hermoso del universo, Dorothy. Verde! Y yo s dnde existe un mundo que es casi totalmente verde, y llegaremos a l, t y yo. Seguro que lo haremos. Es el mundo del que he venido, y el lugar ms bello que existe, Dorothy. Te encantar. Se volvi y ech un vistazo a la planicie marrn con arbustos marrones, el cielo violeta en lo alto y el sol carmes. El sol de Kruger eternamente carmes, que nunca se pona en el lado diurno del planeta y una de cuyas caras siempre lo miraba, igual que una cara de la luna de la Tierra siempre mira a la Tierra.

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No existan el da ni la noche..., a menos que uno pasara la lnea de sombra a la cara nocturna, que era demasiado glida para albergar vida. Tampoco se sucedan las estaciones. La temperatura era uniforme e invariable, no haba vientos ni tormentas. Pens, por milsima o millonsima vez, que no estara mal vivir en ese planeta, si tan slo fuese verde como la tierra, si existiera algo verde en l, adems del ocasional destello de su pistola solar. Su atmsfera era respirable, la temperatura moderada oscilaba entre los cuatro grados cerca de la lnea de sombra y alrededor de treinta y dos directamente debajo del rojo sol, donde sus rayos caan en lnea recta y no oblicuamente. Rebosaba alimentos y, tiempo atrs, haba aprendido qu vegetales y animales eran comestibles y cules le hacan dao. Nada de lo que haba probado era declaradamente venenoso. S, un mundo hermoso. Incluso se haba acostumbrado a ser la nica criatura inteligente que lo habitaba. Dorothy era til: algo a lo cual hablar, incluso aunque no respondiera. Salvo que - oh, Dios! - quera volver a ver un mundo verde. La Tierra, el nico planeta del universo conocido donde el verde era el color predominante, donde la vida vegetal se basaba en la clorofila. Otros planetas del sistema solar, vecinos de la Tierra, no tenan nada que ofrecer salvo las vetas verdosas de sus raras rocas, una ocasional y minscula sombra animada que podra considerarse verde pardusco, si as lo preferas. Podas vivir durante aos en cualquier planeta, en cualquier lugar del universo, y no ver nunca el verde..., salvo en la Tierra. McGarry suspir. Haba estado pensando para sus adentros, pero ahora habl en voz alta para Dorothy sin interrumpir la lnea de sus pensamientos. A Dorothy no le import. - S, Dorothy - coment -, es el nico planeta en el que merece la pena vivir... la Tierra! Verdes campos, prados llenos de hierbas, rboles verdes. Dorothy, cuando

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regrese a ella jams la abandonar. Me har una choza en el bosque, entre los rboles, pero no rboles tan frondosos que la hierba no pueda crecer a sus pies. Hierba verde. Y pintar la choza de color verde, Dorothy. En la Tierra tambin tenemos pigmentos verdes. Suspir y contempl la selva roja que se extenda ante sus ojos. - Qu me has preguntado, Dorothy? Ella no le haba preguntado nada, pero simular que lo haca era un juego, un juego que le permita a toda costa conservar la cordura. - Si me casar cuando vuelva? Eso has preguntado?. - Reflexion un momento -. Bien, Dorothy, depende. Quiz s, quiz no. T has recibido el nombre de una mujer que est en la Tierra, lo sabes. Una mujer con la que iba a casarme. Pero cinco aos es mucho tiempo, Dorothy. Fue informada de que yo estaba extraviado y probablemente muerto. Ignoro si ella ha esperado todo este tiempo. Si lo ha hecho, bien, me casar con ella, Dorothy. Preguntas qu ocurrir si no ha esperado? Bueno, no lo s. No nos preocupemos por eso hasta que regresemos, eh? Claro que si encontrara una mujer que fuera verde o incluso una que tuviera el pelo verde, la amara con locura. Pero en la Tierra casi todo es verde, excepto las mujeres. Ri ante semejante idea y, con la pistola solar preparada se intern en la selva, la roja selva en la que no haba nada verde, excepto el ocasional destello de su pistola solar. Resultaba gracioso. En la Tierra, el destello de una pistola solar era violeta. Aqu, bajo el rojo sol, cuando la disparaba, emita un destello verde. Pero la explicacin era sencilla. Una pistola solar extraa energa de una estrella cercana y el destello que emita al dispararse era del color complementario de su fuente de energa. Cuando absorba energa del sol, un sol amarillo, el destello era de color violeta. Si se trataba de Kruger, un sol rojo, el destello era verde. Tal vez eso haba sido lo nico - adems de la compaa de Dorothy - que le haba mantenido cuerdo, pens. Un verde varias veces al da. Algo verde que le recordaba

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cmo era el color. Y que mantena sus ojos habituados a ste, si es que alguna vez volva a verlo. Result ser un pequeo fragmento de selva, como todos los fragmentos de selva de Kruger III, uno entre lo que pareca incontables millones de fragmentos. Y tal vez eran realmente millones: Kruger III era ms grande que Jpiter. Pero menos denso, de modo que la gravedad resultaba fcil de soportar. De hecho, le hubiera llevado ms de una vida recorrerlo. Lo saba pero no se permiti pensar en la cuestin. Por lo menos no ms de lo que se permita pensar en que la nave podra haberse estrellado en la cara oscura, la cara fra. O no ms de lo que se permita dudar de que, una vez que diera con la nave, encontrara los transistores que necesitaba para hacer funcionar nuevamente la suya. El fragmento de selva apenas meda una milla cuadrada, pero tendra que dormir una vez y comer varias veces antes de terminar de recorrerla. Mat dos leones ms y un tigre. Cuando concluy, rode la circunferencia, quemando cada uno de los rboles ms grandes que crecan a lo largo del borde exterior: as no volvera a explorar esta misma selva. Los rboles eran blandos; su cortaplumas separ la roja corteza del centro rosado con tanta facilidad como si hubiera pelado una patata. Volvi a atravesar la montona planicie marrn, esta vez con el arma expuesta al sol con el propsito de recargarla. - sa no, Dorothy. Tal vez la prxima. Aqulla, cerca del horizonte. Quiz est all. Cielo violeta, sol rojo, planicie marrn. - Las verdes colinas de la Tierra, Dorothy. Oh, cmo te gustarn! La interminable planicie marrn. El invariable cielo violeta. Haba sonado algo all arriba? Era imposible. Jams haba ocurrido. Pero levant la mirada. Lo vio.

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Una minscula mancha negra se mova en el cielo violeta. Una nave espacial. Tena que ser una nave. En Kruger III no haba pjaros. Y las pjaros no dejaban estelas de fuego tras ellos... Saba lo que deba hacer. Haba pensado un milln de veces cmo hara seales a una nave, si alguna vez apareca ante su vista. Levant su pistola solar, la apunt directamente al aire violeta y apret el gatillo. No se produjo un gran destello, dada la distancia de la nave, pero fue un destello verde. Si el piloto estaba mirando, o si tan slo mirara antes de salir del alcance de la vista, no podra pasar por alto un destello verde en un mundo donde no haba otra cosa verde. Volvi a apretar el gatillo. Y el piloto de la nave lo vio. Apag y encendi sus reactores tres veces - la respuesta clsica a una seal de socorro - y empez a dar vueltas en crculo. McGarry comenz a temblar. Una espera tan prolongada y un final tan repentino. Se palp el hombro izquierdo y toc al ser de cinco patas, cuyo contacto fue para sus dedos - as como para su hombro desnudo - como el de la mano de una mujer. - Dorothy - le dijo -, es... - Se qued sin palabras. La nave se acercaba girando para aterrizar. McGarry se vio a s mismo - sbitamente consciente y avergonzado de su cuerpo - tal como aparecera a los ojos de su salvador. Iba desnudo: slo llevaba el cinturn que sujetaba su pistolera y del que colgaba su cuchillo y unos pocos utensilios ms. Estaba sucio y probablemente ola mal, aunque no perciba su propio olor. Bajo la mugre, su cuerpo era flaco y consumido, casi viejo, pero eso se deba, naturalmente, a las deficiencias de su dieta; unos pocos meses de alimentacin adecuada, de alimentos de la Tierra, lo solucionaran. La Tierra! Las verdes colinas de la Tierra!

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Empez a correr, tropezando a veces a causa de su impaciencia, hacia el lugar donde la nave estaba aterrizando. Pudo ver que se trataba de un aparato de una sola plaza, igual que el suyo. Pero eso estaba bien: en caso de emergencia podra llevar a dos personas, al menos hasta el planeta ms cercano, donde l conseguira otro medio de transporte para volver a la Tierra. A las verdes colinas, los verdes campos y los valles verdes. Rez y maldijo alternativamente mientras corra. Las lgrimas rodaban por sus mejillas. Estaba all, esperando, cuando la portezuela se abri y sali un joven alto y delgado vestido con el uniforme de la Patrulla Espacial. - Me llevar de vuelta? - grit. - Por supuesto - dijo el joven serenamente -. Hace mucho que est aqu? - Cinco aos! - McGarry saba que estaba gritando pero no poda evitarlo. - Santo Dios! - exclam el joven -. Soy el teniente Archer. Claro que le llevar de vuelta, hombre. Tan pronto como mis reactores se enfren lo suficiente para el despegue. De cualquier manera, le llevar hasta Cartago, en Aldebarn II; all puede abordar una nave hacia cualquier parte. Necesita algo ahora mismo? Comida? Agua? McGarry mene la cabeza en silencio. Comida, agua... qu importaba todo eso ahora? Las verdes colinas de la Tierra! Regresara a ellas. Eso era lo que importaba, lo nico que importaba. Una espera tan larga y un final tan repentino. Vio que el cielo violeta ondulaba y sbitamente se ennegreca, mientras se le doblaban las rodillas. Estaba tendido; el joven sostena un frasco junto a sus labios y l bebi un sorbo de la fuerte bebida que contena. Se incorpor, animado ahora. Comprob con la mirada que la nave segua all y se sinti maravillosamente bien.

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El joven dijo: - Anmese, veterano; saldremos dentro de media hora. Dentro de seis estar en Cartago. Quiere charlar mientras se repone? Quiere contarme todo lo que ocurri? Se sentaron a la sombra de un arbusto marrn y McGarry cont todo lo ocurrido. Los cinco aos que pas buscando la otra nave que, segn haba ledo, se estrell en ese planeta y que tal vez conservaba intactas las piezas que l necesitaba para reparar la suya. La prolongada bsqueda. Le habl de Dorothy, que segua sobre su hombro, y de que haba sido algo con lo cual conversar. Pero por alguna razn, el rostro del teniente Archer cambiaba de expresin a medida que McGarry hablaba. Se volva an ms solemne, an ms conmovido. - Veterano - pregunt Archer con tono amable -, en qu ao lleg aqu? McGarry lo vio venir. Cmo poda uno tener idea del tiempo en un planeta en el que el sol y las estaciones eran invariables? Un planeta donde siempre era de da, siempre verano... Dijo resueltamente: - Llegu aqu en el dos mil doscientos cuarenta y dos. Por cunto me he equivocado, teniente? Cuntos aos tengo... en lugar de treinta, como yo pensaba? - Estamos en el dos mil doscientos setenta y dos, McGarry. Usted lleg aqu hace treinta aos. Ahora tiene cincuenta y cinco. Pero no se preocupe por eso. La medicina ha avanzado. Todava tiene una larga vida por delante. - Cincuenta y cinco. Treinta aos - dijo McGarry quedamente. El teniente le mir con pena. Luego pregunt: - Veterano, le cuento de una sola vez el resto de las malas noticias? Hay varias cuestiones. No soy psiclogo, pero pienso que quiz para usted sea mejor saberlo

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ahora, de una vez, mientras todava est a tiempo de reconsiderar la idea de volver. Est en condiciones de orlo, McGarry? No poda haber nada peor que lo que ya saba: treinta aos de su vida desperdiciados aqu. Claro que podra or el resto de lo que fuera, con tal de regresar a la Tierra, la verde Tierra. Mir fijamente el cielo violeta, el sol rojo y la planicie marrn. Luego respondi en voz baja: - Puedo orlo. Adelante. - Se las ha arreglado estupendamente, McGarry, teniendo en cuenta que han pasado treinta aos. Puede dar gracias a Dios por haber credo que la nave de Marley se estrell en Kruger III; en realidad cay en Kruger IV. Jams la habra encontrado aqu pero la bsqueda, como usted dice, le mantuvo... razonablemente cuerdo. - Hizo una pausa. Cuando continu, su voz era cordial -. No hay nada sobre su hombro, McGarry. Esa Dorothy es un invento de su imaginacin. Pero no se aflija, esa ilusin probablemente le ha salvado del colapso total. McGarry levant la mano y se toc el hombro. No haba nada. Archer continu: - Dios mo, hombre, es prodigioso que, sin embargo, est usted bien en todos los dems sentidos. Treinta aos solo; es casi un milagro. Y si su ilusin persiste, ahora que sabe que es una ilusin, un psiquiatra de Cartago o de Marte puede curarle en un santiamn. McGarry dijo con voz apagada: - No persiste. Ya no est. Teniente... ni siquiera estoy seguro de haber credo realmente en Dorothy. Creo que la invent a propsito, para hablarle, as que salvo por eso, me he mantenido cuerdo. Ella era... era como la mano de una mujer, teniente. O ya se lo he dicho?

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- Me lo ha dicho. Quiere que le cuente lo dems ahora, McGarry? McGarry le mir fijamente. - Lo dems? Qu ms puede haber? Tengo cincuenta y cinco aos en lugar de treinta. He malgastado treinta aos, desde que tena veinticinco, buscando una nave que jams encontrara, puesto que cay en otro planeta. He estado loco, aunque slo en cierto sentido, la mayor parte del tiempo. Pero ahora que voy a regresar a la Tierra, nada de eso importa. El teniente Archer meneaba la cabeza lentamente. - No regresar a la Tierra, veterano. A Marte, si lo desea, a las hermosas colinas marrones y amarillas de Marte. O, si no le molesta el calor, al purpreo Venus. Pero a la Tierra no, McGarry. Ya nadie vive all. - La Tierra ha... desaparecido? Yo no... - No ha desaparecido, McGarry. Sigue all. Pero es una bola carbonizada, oscura y rida, desde la guerra contra los arcturianos, hace veinte aos. Ellos nos atacaron y tomaron la Tierra. Nosotros los tomamos a ellos, vencimos, los exterminamos, pero la Tierra sucumbi antes de que empezramos. Lo siento, pero tendr que establecerse en algn otro sitio. McGarry dijo: - La Tierra ya no existe. - No haba expresin en su voz, ni la ms mnima expresin. Archer prosigui: - se es el resultado, veterano. Pero Marte no est tan mal. Se acostumbrar a l. Ahora es el centro del sistema solar y en l viven tres mil millones de terrqueos. Echar de menos el verde de la Tierra, claro, pero no es un mal lugar.

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Cuentos de ciencia ficcinMcGarry repiti:

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- La Tierra ya no existe. - No haba expresin en su voz, ni la ms mnima expresin. Archer asinti: - Me alegro de que lo tome as, veterano. Debe ser un golpe para usted. Bien, supongo que podemos marchamos. Los tubos ya deben haberse enfriado lo suficiente. Lo comprobar para asegurarme. - Archer se puso de pie y se encamin hacia la pequea nave. McGarry desenfund la pistola solar y le dispar. El teniente Archer desapareci. McGarry se levant y camin hacia la pequea nave. Apunt contra ella la pistola solar y apret el gatillo. Parte de la nave se evapor; media docena de disparos y desapareci por completo. Los pequeos tomos que haban constituido la nave y los pequeos tomos que haban sido el teniente Archer de la Patrulla Espacial podan estar danzando en el aire, pero eran invisibles. McGarry volvi a poner el arma en la pistolera y ech a andar hacia la roja mancha de la selva cercana al horizonte. Levant la mano hasta su hombro para tocar a Dorothy y ella estaba all, como haba estado all durante cuatro de los cinco aos que l llevaba en Kruger III. Ella pareca, en contacto con sus dedos y su hombro desnudo, la mano de una mujer. McGarry le dijo: - No te preocupes, Dorothy. La encontraremos. Quiz la prxima selva sea la que corresponde. Y cuando la encontremos... Ahora estaba cerca del borde de la selva, la roja selva, y un tigre sali corriendo a su encuentro para devorarle. Un tigre color malva con seis patas y una cabeza semejante a un barril. McGarry apunt su pistola solar y apret el gatillo; se produjo un brillante destello verde, fugaz pero hermoso - y que hermoso! - y el tigre desapareci.

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Cuentos de ciencia ficcinMcGarry ri entre dientes:

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- Viste eso, Dorothy? Era verde, el color que no existe en ningn planeta salvo en aquel al que iremos. El nico planeta verde del sistema, y de l provengo. Te encantar. - S que as ser, Mac. - La gangosa y suave voz de Dorothy le result absolutamente familiar, tan familiar como la suya propia; ella siempre le haba respondido. Levant la mano y la toc mientras ella descansaba sobre su hombro desnudo. Pareca la mano de una mujer. Se volvi y contempl la planicie marrn tachonada de arbustos marrones, el cielo violeta en lo alto, el sol carmes. Ri; su risa no era una risa enajenada sino apacible. No tena importancia, porque pronto encontrara la nave y as podra regresar a la Tierra. A las verdes colinas, los verdes campos, los valles verdes. Una vez ms, acarici la mano que descansaba sobre su hombro, le habl y oy su respuesta. Luego, con el arma preparada, penetr en la selva roja.

FIN

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ArmagedonTuvo lugar, entre todos los lugares del mundo, en Cincinnati. No es que tenga nada en contra de Cincinnati, pero no es precisamente el centro del universo, ni siquiera del estado de Ohio. Es una bonita y antigua ciudad y, a su manera, no tiene par. Pero incluso su cmara de comercio admitira que carece de significacin csmica. Debi de ser una simple coincidencia que Gerber el Grande - vaya nombre! - se encontrara entonces en Cincinnati. Naturalmente, si el episodio hubiera llegado a conocerse, Cincinnati se habra convertido en la ciudad ms famosa del mundo, y el pequeo Herbie sera aclamado como un moderno san Jorge y ms celebrado que un nio bromista. Pero ni uno solo de los espectadores que llenaban el teatro Bijou recuerda nada acerca de lo ocurrido. Ni siquiera el pequeo Herbie Westerman, a pesar de tener la pistola de agua que tan importante papel jug en el suceso. No pensaba en la pistola de agua que tena en un bolsillo mientras contemplaba al prestidigitador que ejecutaba su nmero en el escenario. Era una pistola de agua nueva, comprada en el camino hacia el teatro cuando engatus a sus padres para que entraran en la juguetera de la calle Vine; pero, en aquel momento, Herbie estaba mucho ms interesado por lo que ocurra en el escenario. Su expresin revelaba la ms completa aprobacin. Los juegos de manos a base de cartas no suponan ningn misterio para Herbie. El mismo saba hacerlos. Eso s, deba utilizar una baraja pequea que iba en la caja de magia y era del tamao adecuado para sus nueve aos de edad. Y la verdad es que cualquiera que le observase poda ver el paso de la carta de un lado a otro de la mano. Pero eso no era ms que un detalle. Sin embargo, saba que pasar siete cartas a la vez requera una gran fuerza digital as como una habilidad sin lmites, y eso era lo que Gerber el Grande estaba haciendo. Durante el cambio no se oa ningn chasquido revelador, y Herbie hizo un gesto de aprobacin. Entonces record el siguiente nmero. Dio un codazo a su madre y le dijo: - Mam, pregunta a pap si tiene un pauelo para dejarme. Por el rabillo del ojo, Herbie vio que su madre volva la cabeza y en menos tiempo del necesario para decir Presto, Herbie haba abandonado su asiento y corra por el pasillo. Se senta satisfecho de su hbil maniobra de despiste y su rapidez de reflejos.

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En aquel preciso momento de la actuacin - que Herbie ya haba visto en otras ocasiones, solo - era cuando Gerber el Grande peda que algn nio subiera al escenario. Lo estaba haciendo en aquel preciso instante. Herbie Westerman se le adelant. Se puso en movimiento mucho antes de que el mago formulara la solicitud. En la actuacin precedente, fue el dcimo en llegar a las escaleras que unan el pasillo y el escenario. Esta vez haba estado preparado, y poco se haba arriesgado a que sus padres se lo prohibieran. Quiz su madre le hubiera dejado y quiz no; le pareci mejor esperar a que mirase hacia otro lado. No se poda confiar en los padres en cosas como sa. A veces, tenan ideas muy raras. ...tan amable de subir al escenario? Los pies de Herbie se posaron en el primer escaln antes de que el mago terminara la frase. Oy un decepcionado arrastrar de pies a su espaldas, y sonri vanidosamente mientras atravesaba el escenario. Herbie saba, por anteriores representaciones, que el truco de las tres palomas era el que necesitaba un ayudante escogido entre el pblico. Era el nico truco que no consegua descubrir. Saba que en aquella caja tena que haber un compartimiento oculto, pero ni siquiera poda imaginarse dnde. Sin embargo, esta vez sera l quien aguantara la caja. Si a esa distancia no era capaz de descubrir el truco, lo mejor que poda hacer era dedicarse a coleccionar sellos. Sonri abiertamente al mago. No es que l, Herbie, pensara delatarle. El tambin era mago; por eso comprenda qu entre todos los magos deba existir un gran compaerismo y que uno jams deba revelar los trucos de otro. No obstante, se estremeci y la sonrisa se borr de su cara en cuanto observ los ojos del mago. Gerber el Grande, desde tan cerca, pareca mucho ms viejo que desde el otro lado del escenario. Y adems, distinto. Mucho ms alto, por ejemplo. Sea como fuere, aqu llegaba la caja para el truco de las palomas. El ayudante habitual de Gerber la traa en una bandeja. Herbie desvi la mirada de los ojos del mago y se sinti mejor. Incluso record la razn por la que se encontraba en el escenario. El criado cojeaba. Herbie agach la cabeza para ver la parte inferior de la bandeja por si acaso. No vio nada. Gerber cogi la caja. El criado se alej cojeando y Herbie lo sigui con la mirada. Era realmente cojo o se trataba nicamente de un truco ms? La caja se dobl hasta quedar totalmente plana. Los cuatro lados reposaron sobre el fondo, la superficie repos sobre uno de los lados. Haba pequeas bisagras de latn.

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Herbie dio rpidamente un paso atrs para ver la zona posterior mientras la anterior era mostrada a los espectadores. S, entonces lo vio. Un compartimiento triangular adosado a un lado de la tapa, cubierta por un espejo, y unos ngulos destinados a lograr su invisibilidad. Un truco muy gastado. Herbie se sinti un poco decepcionado. El prestidigitador dobl la caja y el compartimiento oculto por el espejo qued en su interior. Se volvi ligeramente. - Y ahora, jovencito... Lo que ocurri en el Tibet no fue el nico factor; fue el ltimo eslabn de una cadena. El clima tibetano haba sido inslito durante esa semana, realmente inslito. Hizo un relativo calor. La nieve sucumbi a las elevadas temperaturas en cantidad superior a la que se haba fundido a lo largo de los ltimos aos. Los riachuelos crecieron, y todos los ros aumentaron de caudal. A lo largo de los ros, los molinillos de oraciones giraban a ms velocidad de la que haban alcanzado jams. Otros, sumergidos, se detuvieron. Los sacerdotes, con el agua hasta las rodillas, trabajaban frenticamente, acercando los molinillos a la ribera, donde el veloz torrente no tardara en volver a cubrirlos. Haba un pequeo molinillo, uno muy antiguo que haba girado sin cesar durante ms tiempo del que ningn hombre poda recordar. Haca tanto tiempo que se encontraba all que ningn lama recordaba la inscripcin que ostentaba, ni cul era el propsito de aquella oracin. Las turbulentas aguas rozaban su eje cuando el lama Klarath se acerc para trasladarlo a un lugar ms seguro. Demasiado tarde. Sus pies resbalaron sobre el barro y la palma de su mano toc el molinillo mientras caa. Liberado de sus amarras, se alej con la corriente, rodando por el fondo del ro, hacia aguas cada vez ms profundas. Mientras rod, todo fue bien. El lama se levant, tiritando a causa de la momentnea inmersin, y se dirigi hacia otro de los molinillos. Qu importancia poda tener un pequeo molinillo?, pens. No saba que - ahora que otros eslabones se haban roto - slo aquel diminuto objeto se interpona entre la Tierra y Armagedn. El molinillo de Wangur Ul sigui rodando y rodando hasta que, a dos kilmetros ro abajo, choc con un saliente y se detuvo. Ese fue el momento. Y ahora, jovencito...

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Estamos nuevamente en Cincinnati, Herbie Westerman levant la vista, preguntndose por qu se habra interrumpido el prestidigitador a mitad de la frase. Vio que el rostro de Gerber el Grande estaba contorsionado por una gran impresin. Sin moverse, sin cambiar, su rostro empez a cambiar. Sin transformarse, se transform. Despus, lentamente, el mago se ech a rer. En aquellas suaves carcajadas se reflejaba todo el mal del mundo. Ninguno de los que las oyeron pudieron dudar de su personalidad. Ninguno dud. Los espectadores, todos y cada uno de ellos, supieron en aquel horrible momento quin se encontraba ante ellos, lo supieron - incluso los ms escpticos - sin ninguna sombra de duda. Nadie se movi, nadie habl, nadie contuvo el aliento. Hay otras cosas aparte del miedo. Slo la incertidumbre causa miedo y, en aquel momento, el teatro Bijou estaba lleno de una espantosa certidumbre. La risa se hizo ms fuerte. Alcanz un crescendo, reson en los rincones ms polvorientos de la galera. Nada - ni una mosca del techo - se movi. Satans habl. - Agradezco la atencin que han prestado a un pobre mago. - Hizo una exagerada reverencia -. La representacin ha concluido. Sonri. - Todas las representaciones han concluido. El teatro pareci oscurecerse, a pesar de que las luces siguieran encendidas. En medio de un silencio mortal, pareci orse el ruido de unas alas, unas alas correosas, como si invisibles criaturas se estuvieran reuniendo. En el escenario reinaba un mortecino resplandor rojo. De la cabeza y cada uno de los hombros de la alta figura del mago surgi una minscula llama. Aparecieron otras llamas. Surgieron a lo largo del proscenio, a lo largo del escenario. Una de ellas surgi de la tapa de la caja doblada que el pequeo Herbie Westerman segua teniendo en las manos. Herbie dej caer la caja. He mencionado que Herbie era cadete de salvamento? Fue una accin puramente refleja. Un nio de nueve aos no sabe gran cosa acerca de temas como Armagedn, pero Herbie Westerman debera haber sabido que el agua jams habra podido apagar aquel fuego. Pero, como ya he dicho, fue una accin puramente refleja. Sac su nueva pistola de agua y lanz un chorro de lquido sobre la caja destinada a ejecutar el truco de las

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palomas. Y el fuego se apag, mientras gotas del chorro de agua mojaban la pernera unas de los pantalones de Gerber el Grande, que se encontraba de espaldas a l. Se produjo un ruido sibilante, repentino. Las luces brillaron nuevamente con toda su fuerza, y todas las dems llamas se apagaron, el ruido de alas se desvaneci, ahogado por otro ruido, el murmullo de los espectadores El prestidigitador tena los ojos cerrados. Su voz son extraamente forzada cuando dijo: - Conservo todo mi poder; ninguno de ustedes recordar lo sucedido. Despus, muy lentamente, se volvi y recogi la caja del suelo. Se la dio a Herbie Westerman. - Debes tener ms cuidado, nio - dijo - sujtala as. Dio un ligero golpecito en la tapa con su varita mgica. La puerta se abri. Tres palomas blancas se escaparon de la caja. El susurro de sus alas no era correoso. El padre de Herbie Westerman baj las escaleras con semblante pensativo, descolg el suavizador de la navaja de afeitar de un clavo de la pared de la cocina. La seora Westerman levant la mirada y dej de remover la sopa que estaba haciendo. - Pero, Henry - dijo -, no irs a castigarle por lanzar un poco de agua por la ventanilla del coche mientras volvamos a casa, verdad? Su marido mene la cabeza. - Claro que no, Marge. Pero no recuerdas que compramos esa pistola de camino al teatro, y que no nos acercamos para nada a un grifo? Dnde crees que la llen? No aguard la respuesta. - Cuando nos detuvimos en la catedral para hablar con el padre Ryan acerca de su confirmacin, entonces fue cuando la llen! En la pila bautismal! Poner agua bendita en la pistola de agua! Subi pesadamente las escaleras, con el suavizador en la mano. Rtmicos golpes y gemidos de dolor se escaparon hacia el piso inferior. Herbie, que haba salvado al mundo estaba recibiendo su recompensa.

FIN

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Barba brillante

Ella estaba asustada, terriblemente asustada, desde que su padre la concediera en matrimonio al extrao hombre de la barba de color encendido. Haba algo tan siniestro en l, en su gran fuerza, en sus ojos aguileos, en el modo como la miraba...! Adems corra el rumor - slo un rumor, por supuesto - de que tuvo otras esposas y que nadie saba lo que les haba ocurrido. Y tambin el extrao asunto del cuarto al que le prohibi entrar, y ni siquiera slo asomarse al interior. Hasta hoy lo haba obedecido especialmente despus de intentar abrir la habitacin y encontrarla cerrada con llave. Pero ahora est de pie enfrente de la puerta, con la llave, o con lo que crea era la llave, en su mano. Era una llave que haba encontrado, apenas una hora antes, en el escritorio de su esposo; sin duda se desliz de uno de sus bolsillos, y pareca del tamao justo para el agujero de la cerradura de la puerta del cuarto prohibido. Ella prob y result la llave adecuada; la puerta se abri. Al otro lado, sin embargo, no estaba lo que tema hallar. Pero en cambi encontr algo ms sorprendente: un equipo electrnico tremendamente complicado. - Bien, querida - reson una sardnica voz a sus espaldas -, sabes qu es eso? Ella se dio media vuelta para enfrentarse a su esposo. - Bueno... creo que... parece un... - Exacto, querida, es una radio. Pero una radio extremadamente poderosa, que puede transmitir y recibir a distancias interplanetarias. Con ella, puedo establecer comunicacin con el planeta Venus. Como vers, querida, yo soy venusino. - Pero no entien... - No necesitas entenderlo; de todos modos, me explicar. Soy un espa venusino, la vanguardia de una prxima invasin a la Tierra. Qu creste? Que como mi barba es azul encontraras un cuarto lleno de mis anteriores esposas asesinadas? S que padeces daltonismo, pero seguramente tu padre te dijo que mi barba es roja. - Por supuesto, pero... - Pero tu padre est tambin en un error. l la vio roja, ya que cada vez que salgo tio mi barba y cabellos de rojo, con una tintura fcilmente lavable. En casa, sin embargo, prefiero conservarla con su color natural, que es verde. Por esa razn escog una esposa daltnica, ya que as no se percatara de la diferencia.

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Por esa razn siempre he elegido a mis esposas, daltnicas. - Suspir pesadamente - Por desdicha, adems del color de la barba, tarde o temprano cada una de ellas ha pecado de curiosidad excesiva, como t. Pero no las conservo en esta habitacin, todas estn enterradas en el stano. Su mano, terriblemente fuerte, se cerr en el brazo de ella. - Ven, querida, y te mostrar sus tumbas.

FIN

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Carrera de caballos

Garn Roberts, tambin conocido - aunque slo para los altos oficiales de la Federacin Galctica - como agente secreto K-1356, dorma en una astronave para un solo tripulante que viajaba a catorce aos luz por hora en control automtico a doscientos seis aos luz de la Tierra. Un timbrazo le despert repentinamente. Se apresur a llegar al Telecom y lo encendi. La cara de Daunen Brand, ayudante especial del Presidente de la Federacin, ocup la pantalla y la voz de Brand lleg hasta l por el altavoz. - K-1356, tengo un mensaje para usted. Conoce el sol llamado Novra, en la constelacin...? - S - dijo Roberts rpidamente; la comunicacin a aquella distancia consuma mucha energa, y quera ahorrarle al ayudante especial todo el tiempo que pudiera. - Bien. Conoce su sistema planetario? - Nunca he estado all. S que Novra tiene dos planetas habitables, eso es todo. - Correcto. El planeta interior est habitado por una raza humanoide, no muy distinta de nosotros. En el planeta exterior vive una raza muy semejante a los caballos terrestres, solo que cuentan con un tercer par de patas rematadas en manos, lo que les capacita para alcanzar un cierto grado de civilizacin. El nombre que se dan a si mismos es impronunciable para los terrestres, de modo que los llamamos, sencillamente, caballos. Saben lo que quiere decir el nombre, pero no les importa; no son muy sensibles a esas cosas. - S, seor - replic Roberts. Brand hizo una pausa. - Ambas razas conocen el viaje espacial, aunque no tienen motores ms rpidos que la luz. Entre los dos planetas - puede buscar sus nombres y sus coordenadas en la gua estelar - hay un cinturn de asteroides semejantes al de nuestro sistema solar, pero mucho ms ancho: Es lo que queda de la destruccin de un gran planeta que alguna vez orbit entre los dos mundos habitados. Ninguno de los dos planetas contiene metales; los asteroides, por el contrario, son muy ricos y constituyen la fuente principal de abastecimiento de ambos mundos. Hace cien aos que pelean por el control del cinturn, y la Federacin Galctica ha arbitrado en el tema para terminar con el conflicto haciendo que ambas razas, humanoides y caballos, reconozcan que cada individuo de cada raza puede reclamar, en vida, un asteroide y solo un asteroide.

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- S, seor. Recuerdo haberlo ledo en la Historia Galctica. - Excelente. Aqu viene el problema. Hemos recibido una queja de los humanoides alegando que los caballos han roto el tratado, reclamando asteroides bajo el nombre de caballos falsos para hacerse con ms asteroides que ellos. Pues bien, estas son sus rdenes: aterrizar en el planeta de los caballos. Use como identidad falsa la de un comerciante; no sospecharn, pues all existen ya muchos. Son amistosos y no tendr problema. Ser bien recibido si se presenta como comerciante terrestre. Su misin ser comprobar si es cierta o no la aseveracin de los humanoides sobre la violacin por parte de los caballos del tratado y averiguar si estos ltimos han exigido ms asteroides que los que justifique su nmero. - S, seor. - Infrmeme en cuanto haya cumplido su misin y abandonado el planeta. - La pantalla se qued en blanco. Garn Roberts consult guas y mapas, reajust el control automtico y volvi a la hamaca para seguir durmiendo. Una semana ms tarde, cuando hubo cumplido su misin y estaba ya a salvo a diez aos luz del sistema de Novra, envi una seal al ayudante especial del Presidente de la Federacin Galctica; pocos minutos despus, la cara de Daunen Brand apareca en la pantalla del Telecom. - K-1356 informando acerca de la situacin en Novra, seor - empez Garn Roberts . He podido echar un vistazo al censo de los caballos; su nmero no sobrepasa los dos millones de ejemplares. A continuacin, estudi las reclamaciones de los caballos sobre los asteroides. Tienen peticiones para ms de cuatro millones. Lo obvio es que los humanoides tienen razn y los caballos han violado el tratado. As que, cmo iba a haber ms asteroides de caballos que caballos?

FIN

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El ltimo marcianoEra un atardecer como todos, pero ms aburrido que la mayora. Yo haba regresado a la redaccin para hacer una resea de un soporfero banquete al que me haba tocado asistir, en el que nos sirvieron tan mal que, aunque el cubierto no me haba costado nada, me senta estafado. A pesar de todo, yo escriba una larga y encomistica resea de diez o doce columnas. El corrector de pruebas, luego, la dejara reducida a uno o dos prrafos fros y formularios. Slepper estaba sentado con los pies encima de la mesa, evidentemente sin hacer nada, y Johnny Hale pona una cinta nueva en su mquina de escribir. El resto de los muchachos haba salido a realizar diversos cometidos para el peridico. Cargan, el dire, sali de su despacho particular y se acerc a nosotros. - Od, chicos: Alguno de ustedes conoce a Barney Welch? - nos pregunt. Pregunta estpida. Barney era el dueo del bar que llevaba su nombre y que estaba situado al otro lado de la calle, frente a la redaccin del Tribune. No hay un solo reportero del Tribune que no conozca lo bastante a Barney para atreverse a sablearlo con frecuencia. As que todos hicimos un gesto de asentimiento. - Acaba de telefonear - dijo Cargan -. Dice que tiene a un tipo en el bar que pretende proceder de Marte. - Es un loco, un borracho, o ambas cosas a la vez? - quiso saber Slepper. - Barney lo ignora, pero ha dicho que este sujeto podra proporcionarnos temas para un artculo humorstico, si uno de nosotros va a entrevistarlo. Como es al otro lado de la calle y como vosotros tres estis mano sobre mano, uno de vosotros podra ir un momento. Pero nada de bebidas a cuenta del peridico. - Voy yo - dijo Slepper, pero la mirada de Cargan se haba posado sobre m. - Tienes algo que hacer, Bill? - me pregunt. Tiene que ser un artculo de humor, y t haces muy bien esas cosas. - Muy bien - gru -. Ir yo. - Tal vez se trate de nicamente de un individuo que ha bebido ms de la cuenta, pero si se tratase de un autntico chiflado, avisa a la polica, a menos que creas que podrs sacarle una historia divertida. Si se lo llevan detenido, redactas una gacetilla para la seccin de sucesos. Slepper intervino para decir:

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- T, Cargan, seras capaz de hacer que detuviesen a tu abuela para obtener una gacetilla. No puedo acompaar a Bill? - No, t y Johnny qudense aqu. No pienso trasladar la redaccin en peso al bar de Barney. Despus de estas palabras, Cargan volvi a meterse en su despacho. Puse punto final a la resea del banquete y la envi por el tubo. Tom el sombrero y la chaqueta. Slepper me dijo: - Bebe una copa a mi salud, Bill. Pero no bebas demasiado... no vayas a perder tu particular estilo humorstico. - Desde luego - respond; y, saliendo de la redaccin, comenc a bajar por la escalera. Cuando entr en el bar de Barney, ech una mirada a mi alrededor. No vi a nadie del Tribune, excepto a un par de tipgrafos sentados en una mesa ante sendas copas de ginebra. Aparte del propio Barney, que estaba en el fondo del bar, haba otro individuo en el saln. Era un hombre alto, flaco y de tez cetrina, sentado solo en uno de los reservados, contemplando con expresin lgubre un vaso de cerveza casi vaco. Me pareci conveniente conocer primero la opinin de Barney; me aproxim a la barra y deposit un billete sobre ella. - Lo de siempre - le dije -. Y ponme tambin un vaso de agua. Ese individuo larguirucho y fnebre de all es el marciano de quien hablaste a Cargan? l asinti mientras me serva la copa. - Cmo tengo que enfocar el asunto? - le pregunt -. Sabe que un periodista va a entrevistarle? O me limito a pagarle una cerveza y tirarle de la lengua? Crees que est loco? - Ya me lo dirs t mismo. Dice que ha llegado de Marte hace dos horas y est tratando de adaptarse. Afirma que es el ltimo marciano viviente. No sabe que eres periodista, pero est dispuesto a explicrtelo todo. Yo he preparado las cosas. - Cmo? - Le dije que tena un amigo muy inteligente que le aconsejara muy bien acerca de lo que deba hacer. No le di nombres porque no saba a quien iba enviar Cargan. Pero est dispuesto a contrtelo todo. - Te dijo cmo se llamaba? Barney hizo una mueca.

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- S, dijo que se llamaba Yangan Dal. Oye, no le pongas furioso. Aqu no quiero escenas de violencia. Deje la copa de licor y beb un sorbo de agua. Luego dije: - Muy bien, Barney. Oye, destpame dos cervezas e ir a tomarlas con l. Yo mismo las llevar. Barney tom dos cervezas y las destap. Yo recog el cambio y fui al reservado con las cervezas. - Es usted el seor Dal? - dije -. Yo soy Bill Everett. Barney me ha dicho que tiene usted un problema y que yo podra ayudarle a resolverlo. l levant la mirada hacia m. - Es usted el amigo a quien l telefone? Sintese, seor Everett. Y muchas gracias por su invitacin. Yo me sent al otro lado de la mesa, frente a l. Apur su cerveza y sujet con manos nerviosas el vaso que yo acababa de llenar nuevamente. - Supongo que me creer usted loco - dijo -. Y tal vez tenga razn, pues ni yo mismo lo entiendo. El dueo del bar tambin me considera loco, verdad? Oiga, es usted mdico? - No, exactamente - le ment -. Digamos que soy un psiclogo consultor. - Cree usted que no estoy en mi juicio? Yo repliqu: - La mayor parte de los dementes no quieren reconocer que lo son. Pero todava no me ha expuesto usted su caso. Bebi un buen trago de cerveza y dej el vaso sobre la mesa, pero sujetndolo fuertemente entre sus manos. Tal vez lo haca para que no se notase su temblor. - Soy un marciano - dijo -. El ltimo. Todos mis semejantes han muerto. Vi sus cadveres apenas hace dos horas. - Hace dos horas estaba usted en Marte? Y cmo lleg hasta aqu? - No lo s. Esto es algo espantoso. Que no lo s. Lo nico que s es que todos estaban muertos y sus cadveres empezaban a descomponerse. Fue algo horrible. ramos cien millones, y ahora slo quedo yo. - Cien millones? Se refiere usted al nmero de habitantes de Marte? - S, a eso. Tal vez algo ms de cien millones. Pero esa era la poblacin del planeta. Ahora todos han muerto, excepto yo. Visit tres ciudades, las tres ms populosas e importantes. Yo estaba en Skar y, cuando descubr que todos haban muerto, tom un targan (no quedaba nadie vivo para impedrmelo) y vol con l a Undanel. Nunca

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haba pilotado uno, pero los mandos eran muy sencillos. En Undanel todos haban muerto tambin. Repost y segu volando. Volaba muy bajo para ver si quedaba alguien con vida, pero slo vi muertos. Despus vol hacia Zandar, la ciudad mayor... tena ms de tres millones de habitantes. Pero todos estaban muertos y comenzaban a descomponerse. Era un espectculo horrible, se lo aseguro. Verdaderamente espantoso. Todava no he conseguido reponerme de la impresin que aquello me caus. - Lo comprendo - dije. - Usted no puede comprenderlo. Desde luego, Marte ya era un planeta moribundo; slo hubiramos vivido poco tiempo ms... una docena de generaciones a lo sumo. Hace dos siglos, la poblacin ascenda a tres mil millones... la mayora de los cuales se mora de hambre. Luego vino el kryl, la misteriosa enfermedad transportada por el viento del desierto y para la cual nuestros sabios no hallaron remedio. En dos siglos redujo la poblacin del planeta a una trigsima parte de lo que haba sido, pero la cosa no termin ah. - Entonces, la poblacin muri a consecuencia de este mal que usted llama... kryl? - No. Cuando un marciano muere de kryl, se momifica. Los cadveres que yo vi no estaban momificados. Se encogi de hombros y apur el resto de su cerveza. Yo vi que me haba olvidado de beber la ma y tambin la apur de un trago. Luego mir a Barney, que nos miraba con aspecto preocupado, y levant los dedos. Mi marciano segua hablando: - Quisimos iniciar viajes interplanetarios, sin conseguirlo. Pensbamos que si algunos de nosotros conseguan librarse del kryl, podramos perpetuar nuestra raza en la Tierra o en otros mundos. Lo intentamos, pero el xito no acompa a nuestros esfuerzos. Ni siquiera pudimos llegar a Deimos o Fobos, nuestras dos lunas. - Si no crearon una astronutica, cmo explica, pues...? - No lo s. Le digo que no lo s. Hay para volverse loco. Soy Yangan Dal, un marciano. Y estoy aqu, en este cuerpo. Terminar por enloquecer, se lo aseguro. Barney se acerc con las cervezas. Segua con aspecto muy preocupado, y yo esper a que no pudiese ornos para preguntar a Dal: - En este cuerpo? Quiere usted decir que...? - Naturalmente. ste no soy yo, ni este cuerpo es el mo. No ira usted a creer que los marcianos tuviesen exactamente el mismo aspecto de los seres humanos, supongo. Apenas tengo un metro de estatura, peso lo que aqu en la Tierra seran

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unos nueve kilos y tengo cuatro brazos con manos provistas de seis dedos cada una. Este cuerpo que ocupo me asusta. No lo entiendo, como tampoco comprendo cmo he llegado hasta aqu. - O cmo es que habla usted ingls. O acaso puede explicrmelo? - Ver usted... hasta cierto punto, s. Este cuerpo pertenece a un tal Howard Wilcox, de profesin tenedor de libros. Est casado con una hembra de esta especie. Trabaja en un sitio llamado la Compaa de Lmparas Humbert. Poseo todos sus recuerdos y puedo hacer todo lo que l haca; s todo cuanto l saba, o sabe. Hasta cierto punto, soy Howard Wilcox. Tengo documentos en mi bolsillo que lo demuestran. Pero esto no tiene pies ni cabeza porque, en realidad, soy Yangan Dal, y marciano. Incluso tengo las aficiones y gustos del cuerpo en que me alojo. Por ejemplo, me gusta la cerveza. Y cuando pienso en la esposa de este cuerpo... me doy cuenta que la amo. Yo le mir de hito en hito y, sacando el paquete de cigarrillos, le ofrec uno. - Usted fuma? - Este cuerpo... es decir, Howard Wilcox... no fuma. Gracias de todos modos. Permtame que le invite otra cerveza. En mis bolsillos hay bastante dinero. Hice una sea a Barney. - Cundo sucedi esto? Dice que slo hace dos horas? Tuvo usted alguna sospecha, antes de esto, que fuese usted marciano? - Sospecha? Yo era un marciano. Qu hora es? Consult el reloj de pared de Barney. - Acaban de dar las nueve. - Entonces, hace ms tiempo del que yo supona. Tres horas y media. Deban de ser las cinco y media cuando me encontr en este cuerpo, que entonces volva del trabajo a su casa. Por sus recuerdos supe que acababa de salir de la oficina haca media hora, es decir a las cinco. - Y usted, o l, se fueron a casa? - No, me hallaba demasiado confuso y aturdido. No era mi casa. Yo soy marciano, le repito. No lo comprende? Bien, no le censuro por ello porque yo tampoco lo entiendo. Comenc a pasear sin rumbo fijo. Entonces yo, es decir, Howard Wilcox, tuve sed y l... o sea yo... - Se interrumpi para reanudar el hilo de su relato -. Este cuerpo tuvo sed y yo me detuve aqu para beber una cerveza. Despus de dos o tres vasos, pens que tal vez el dueo del bar me poda dar algn consejo til y me puse

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Yo me inclin sobre la mesa: - Escuche, Howard - le dije - tena usted que llegar a su casa a la hora de cenar. Su esposa estar llena de inquietud si usted no telefonea. Le llam? - Que si le telefone?... No, desde luego que no. Yo no soy Howard Wilcox. Pero una preocupacin distinta se pint en su semblante. - Sera mejor que le llamase - dije -. Qu pierde con ello? Tanto si es Yangan Dal como Howard Wilcox, hay una mujer esperando y dominada por la inquietud. Debe telefonearle. Sabe el nmero? - Naturalmente. Es el mo... quiero decir que es el de Howard Wilcox. Djese de hacer distinciones gramaticales y vaya a telefonear. De momento no se preocupe por inventar un pretexto; est todava demasiado confundido. Limtese a decirle a su esposa que ya se lo explicar todo cuando llegue a casa, pero que est bien. l se levant como un sonmbulo y se dirigi hacia la cabina telefnica. Yo me acerqu a la barra y ped otra copa de ginebra. Barney me pregunt: - Es un...? - Todava no lo s - dije -. Hay en l algo que no acabo de entender. Volv a nuestra mesa. La cara de l mostraba una sonrisa desvada. Me dijo: - Estaba hecha una furia. Si yo... es decir, si Howard Wilcox vuelve a casa, tendr que inventarse una buena coartada. - Tom un trago de cerveza -. Mejor que la historia de Yangan Dal, desde luego. Por momentos se iba volviendo ms humano. Pero no tard en volver a su obsesin. Me mir de hito en hito y dijo: - Deba haberle contado cmo ocurrieron las cosas desde un principio. Yo estaba encerrado en una habitacin, en Marte, naturalmente. En la ciudad de Skar. No s por qu me metieron all, pero all estaba. Y encerrado con llave. Luego pas mucho tiempo sin que me trajesen alimento y, cuando el hambre me domin, consegu levantar una piedra del suelo y excav un tnel para huir. Tard tres das... tres das marcianos, o sea unos seis das terrestres, para salir y, sin poder apenas con mi alma, comenc a recorrer los edificios hasta que encontr la despensa. No haba nadie a la vista y pude calmar mi hambre. Y entonces...

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- Prosiga - le dije -. Le escucho. - Sal del edificio y vi que la gente yaca tendida por el suelo, en el arroyo, en mitad de las calles. Todos estaban muertos y comenzaban a descomponerse. - Se cubri los ojos con las manos -. Registr algunas casas, otras construcciones. No saba exactamente lo que buscaba, pero comprob que todos haban muerto en la calle, al aire libre, y ninguno de los cuerpos estaba momificado... Por lo tanto, no fue el kryl quien los mat. Entonces, como le dije, rob el targan (en realidad no deba decir que lo rob porque ya no perteneca a nadie) y vol sobre la ciudad en busca de algn superviviente. En la campia haba sucedido lo mismo... todo el mundo yaca en el exterior, cerca de las casas, sin vida. Y en Undanel y Zandar encontr el mismo espectculo. Le haba dicho que Zandar es la mayor ciudad de Marte y la capital del planeta? En el centro de Zandar existe una gran extensin descubierta llamada el Campo de los Juegos, que tiene casi dos kilmetros terrestres cuadrados. Y all estaba toda la poblacin de Zandar o, por lo menos, as me pareci. Tres millones de cadveres, tendidos uno junto a otro, como si se hubiesen reunido para morir all al aire libre. Como si ya hubiesen sabido la suerte que les esperaba. Como si todos hubiesen salido al exterior de sus casas, pero all se haban reunido tres millones de seres... todos los habitantes de la ciudad. Presenci este espectculo desde el aire, mientras volaba sobre Zandar. Y en el centro del campo haba algo, puesto sobre una plataforma. Descend y permanec inmvil con el targan (me olvidaba de decirle que es un aparato algo parecido a sus helicpteros), cernindome sobre la plataforma, para ver lo que haba en ella. Era como una columna hecha de cobre macizo. El cobre en Marte es como el oro en la Tierra. En la columna haba un botn colocado sobre una montura adornada con piedras preciosas. Y un marciano cubierto de azules vestiduras yaca muerto al pie de la columna, frente al botn, como si lo hubiese pulsado antes de morir. Y todos murieron con l. Todos, menos yo. Entonces me pos con el targan sobre la plataforma, sal del aparato, me acerqu al botn y lo oprim, pues tambin deseaba morir; todos mis semejantes haban muerto y yo deseaba morir. Pero en lugar de morir, me encontr viajando en un tranva de la Tierra, de regreso a casa despus de salir de la oficina, y me llamaba... - Escuche, Howard - le interrump, mientras haca una sea a Barney -. Le invito otra cerveza y despus regrese a casa junto a su esposa. La pondr verde y, cuanto ms

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la haga esperar, peor ser. Y le aconsejo que le compre por el camino una caja de bombones o unas flores, y vaya urdiendo una buena excusa para el retraso. Pero no la historia que me ha contado. l dijo: - Bueno... - Ni bueno ni malo - le ataj -. Usted se llama Howard Wilcox y su lugar est en su casa, junto a su mujer. Le voy a decir lo que debi haber sucedido. Conocemos muy poco acerca del cerebro humano y en el terreno del espritu ocurren cosas muy extraas. Tal vez en la Edad Media estaban en lo cierto al hablar de posesos. Quiere usted saber cul es mi opinin acerca de lo que le ha ocurrido? - Cul es? Por el amor de Dios, si puede ofrecerme alguna explicacin, la que sea..., excepto que me he vuelto loco... - Creo que terminar por volverse loco de verdad si sigue pensando en ello, Howard. Suponga que existe alguna explicacin natural para lo sucedido y despus trate de olvidarlo. Poco ms o menos, puedo conjeturar lo que sucedi. Barney nos sirvi las cervezas y yo esper a que hubiese vuelto a la barra. Entonces dije: - Howard, es muy posible que un individuo, quiero decir, un marciano, llamado Yangan Dal, falleciese efectivamente esta tarde en Marte. Tambin es muy posible que l fuese en verdad el ltimo marciano. Y quiz su espritu se aloj en usted en el momento de su muerte. No digo que fuese esto lo que sucedi, pero cae dentro de lo posible. Vamos a suponer que as fue, Howard, y no pensemos ms en ello. A partir de ahora, piense usted que es Howard Wilcox... y si lo duda, mrese a un espejo. Vuelva a su casa y haga las paces con su mujer; vaya a trabajar maana por la maana y eche al olvido lo sucedido. No le parece que esto es lo mejor? - S, tal vez tenga usted razn. Las pruebas que me proporcionan mis sentidos... Terminamos nuestras cervezas, salimos y le met en un taxi. Le record que se detuviese a comprar unos bombones o unas flores y que preparase una buena excusa, que pareciese lgica y razonable, en lugar de dar vueltas y ms vueltas a lo que acababa de referirme. Volv al edificio del Tribune, sub al piso donde estaba la redaccin, entr en el despacho de Cargan y cerr la puerta detrs mo. Plantndome ante el director, le dije: - Ya est arreglado, Cargan. Lo he resuelto. - Qu ha sucedido?

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- Es un marciano, efectivamente. Y fue el ltimo que qued con vida en Marte. Solamente que l no saba que habamos venido aqu; crea que habamos muerto todos. - Pero, cmo...? Cmo es posible que nos olvidsemos de l? Y cmo es posible que l no lo supiese? - Es un cretino - repuse -. Se encontraba recluido en una institucin mental de Skar y, por lo visto, se olvidaron de l y lo dejaron encerrado en su habitacin cuando fue oprimido el botn que nos envi a todos aqu. Como no se encontraba al aire libre, no le afectaron los rayos transportadores que llevaron a nuestras psiquis a travs del espacio. Consigui escapar de su encierro y descubri la plataforma erigida en Zandar, donde se haba celebrado la ceremonia, y no se le ocurri otra cosa que oprimir el botn. Por lo visto, an quedaba suficiente energa para enviarle a l tambin. Cargan emiti un suave silbido. - Le dijiste la verdad? Y ser lo bastante astuto como para no divulgarla? Mov negativamente la cabeza. - No, ni una cosa ni otra. Su ndice de inteligencia es quince, poco ms o menos. Pero eso le permite ser tan listo como los terrestres normales y, por lo tanto, pasar completamente inadvertido. Consegu convencerle que era verdaderamente el terrestre dentro del cual se meti su psiquis. - Fue una suerte que se le ocurriese confiarse a Barney. Telefonear a Barney inmediatamente para decirle que no se preocupe. Me sorprende que no le sirviese un licor drogado antes de llamarme. - Barney es uno de los nuestros - repuse -. No hubiera dejado salir de all a ese tipo. Lo hubiera retenido hasta que llegsemos. - Pero t lo dejaste ir. Te parece prudente que ande suelto? No debieras...? - No har nada. Asumo toda la responsabilidad y me encargar de vigilarlo hasta que llegue el momento de hacernos amos de la Tierra. Despus, supongo que tendremos que internarlo de nuevo en un asilo mental. Pero me alegro de no haberme visto obligado a matarle. Despus de todo, es uno de los nuestros, aunque sea un imbcil. Y probablemente se alegrar tanto de saber que no es el ltimo marciano que no le importar que le encierren de nuevo. Volv a ocupar mi mesa en la redaccin. Slepper se haba ido a cumplir alguna misin. Johnny Hale levant la vista de una revista que estaba leyendo. - Has conseguido un buen reportaje? - me pregunt.

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- Qu crees? - repuse -. No era ms que un borracho. Me sorprende que Barney nos haya llamado para eso. FIN

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El experimento

- La primera mquina del tiempo, caballeros - Inform orgullosamente el profesor Johnson a sus dos colegas -. Es cierto que slo se trata de un modelo experimental a escala reducida. nicamente funcionar con objetos que pesen menos de un kilo y medio y en distancia hacia el pasado o el futuro de veinte minutos o menos. Pero funciona. El modelo a escala reducida pareca una pequea maqueta, a excepcin de dos esferas visibles debajo de la plataforma. El profesor Johnson exhibi un pequeo cubo metlico. - Nuestro objeto experimental - dijo - es un cubo de latn que pesa quinientos cuarenta y siete gramos. Primero, lo enviar cinco minutos hacia el futuro. Se inclin hacia delante y movi una de las esferas de la mquina del tiempo. - Consulten su reloj - advirti. Todos consultaron su reloj. El profesor Johnson coloc suavemente el cubo en la plataforma de la mquina. Se desvaneci. Al cabo de cinco minutos justos, ni un segundo ms ni un segundo menos, reapareci. El profesor Johnson lo cogi. - Ahora, cinco minutos hacia el pasado. - Movi otra esfera. Mientras aguantaba el cubo en una mano, consult su reloj -. Faltan seis minutos para las tres. Ahora activar el mecanismo - poniendo el cubo sobre la plataforma - a las tres en punto. Por lo tanto, a las tres menos cinco, el cubo debera desvanecerse de mi mano y aparecer en la plataforma, cinco minutos antes de que yo lo coloque sobre ella. - En este caso, cmo puede colocarlo? - pregunt uno de sus colegas. - Cuando yo aproxime la mano, se desvanecer de la plataforma y aparecer en mi mano para que yo lo coloque sobre ella. Las tres. Presten atencin, por favor. El cubo desapareci de su mano. Apareci en la plataforma de la mquina de tiempo. - Lo ven? Est all, cinco minutos antes de que yo lo coloque! Su otro colega mir el cubo con el ceo fruncido. - Pero - dijo - y si ahora que ya ha sucedido cinco minutos antes de colocarlo ah, usted cambiara de idea y no lo colocase en ese lugar? No implicara eso una paradoja de alguna clase?

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- Una idea interesante - repuso el profesor Johnson -. No se me haba ocurrido, y resultar interesante comprobarlo. Muy bien, no pondr... No hubo ninguna paradoja. El cubo permaneci all. Pero el resto del universo, profesores y todo, se desvaneci.

FIN

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Pesadilla despierto

Todo empez como un sencillo caso de asesinato. Esto ya era bastante malo, porque era el primer asesinato cometido durante los cinco aos que Rod Caquer llevaba de Teniente de las Fuerzas de Polica, en el Sector Tres de Callisto. Toda la poblacin del Sector Tres se senta orgullosa de aquella marca, o por lo menos se haba sentido, hasta que aquel rcord haba dejado de significar algo. Pero antes de que aquel caso se terminara, nadie se habra sentido ms contento que Rod Caquer si el asunto hubiese sido un simple caso de asesinato sin complicaciones csmicas. Los sucesos empezaron a ocurrir cuando el zumbido del aparato hizo que Rod Caquer dirigiera la mirada hacia la pantalla de su telecomunicador. La imagen de Barr Maxon, Director del Sector Tres, le contemplaba severamente. - Buenos das, Director - dijo Caquer, amablemente -. Me gust mucho el discurso que pronunci la noche pasada sobre los... Maxon le interrumpi. - Gracias, Caquer - dijo -. Conoce a Willem Deem? - El propietario de la tienda de libros y films? S, algo. - Est muerto - anunci Maxon -. Parece asesinato. Ms vale que vaya en seguida. Su imagen desapareci de la pantalla, antes que Caquer pudiera hacer ninguna pregunta. Pero las preguntas podan esperar. Caquer ya se diriga a la puerta, mientras se abrochaba el cinto de su espadn.

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Un asesinato en Callisto? No acababa de creerlo, pero si era cierto lo mejor que poda hacer sera llegar all cuanto antes. Con toda rapidez, si es que quera poder echar un vistazo al cuerpo antes de que no lo incineraran. En Callisto, los cadveres no pueden preservarse ms de una hora despus de su muerte, debido a las esporas de hylra que, en pequeas cantidades, flotan siempre en el ambiente. Desde luego, son inofensivas para los tejidos vivos, pero aceleran enormemente la putrefaccin en los tejidos animales muertos, de cualquier clase. El Dr. Skidder, mdico forense, atravesaba la puerta de la tienda de libros y pelculas cuando el Teniente Caquer llegaba, casi sin aliento. El mdico seal con el pulgar hacia atrs. - Ms vale que se apresure si quiere echar una mirada. Se lo llevan por la puerta trasera. Pero he examinado... Caquer pas por su lado corriendo y alcanz a los sanitarios en la parte de atrs. - Hola, muchachos, djenme echar un vistazo - dijo Caquer mientras levantaba la tela que cubra la cosa depositada en la camilla. Despus de verlo se sinti un poco marcado, pero no haba ninguna duda de la identidad del cadver o de la causa de la muerte. Haba tenido la esperanza que aquello podra resultar en una muerte por accidente, despus de todo. Pero el crneo estaba partido hasta las cejas, un golpe dado por un hombre fuerte con una pesada espada. - Deje que nos marchemos, Teniente. Hace casi una hora que lo han encontrado. La nariz de Caquer confirm esta observacin y volvi a colocar la sbana en su lugar rpidamente y dej que los sanitarios se dirigieran a su brillante ambulancia blanca, estacionada delante de la puerta.

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Volvi a entrar en la tienda, pensativo, y lanz una mirada a su alrededor. Todo pareca estar en orden. Las largas estanteras de mercancas envueltas en celofn estaban limpias y arregladas. La fila de cabinas en un extremo del local, algunas equipadas con visores para los clientes que deseaban examinar libros, mientras otras disponan de aparatos de proyeccin para aquellos que estaban interesados en microfilms, estaban vacas y ordenadas. Un pequeo grupo de curiosos se haba reunido en el exterior y Brager, uno de los policas, estaba ocupado en impedir que entrasen en el local. - Oiga, Brager - dijo Caquer. El patrullero entr en la tienda y cerr la puerta detrs de l. - Diga, Teniente. - Sabe algo de esto? Quin lo encontr, cundo, etc.? - Yo lo encontr, hace casi una hora. Estaba haciendo mi ronda, cuando o el disparo. Caquer lo mir, sin expresin. - El disparo? - repiti. - S. Entr corriendo y lo encontr muerto sin que se viera a nadie por aqu. Estaba seguro de que nadie haba salido por la puerta principal, de modo que fui a la trasera y tampoco se vea a nadie. De manera que regres y llam por telfono. - A quin? Por qu no me llam a m directamente? - Lo siento, Teniente, pero estaba excitado y sin duda marqu el nmero mal y sali la comunicacin con el Director. Le dije que alguien haba disparado contra Deem y me orden que me quedase de guardia y que l llamara al forense, a la ambulancia y a usted.

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Lo habra hecho en aquel orden?, se pregunt Caquer. Sin duda, ya que l haba sido el ltimo en llegar all. Pero puso aquel detalle a un lado para concentrarse en la cuestin ms importante, que Brager haba odo un disparo. Eso era absurdo, a menos que, pero no, aquello era tambin absurdo. Si Willem Deem haba sido muerto de un tiro, el mdico no le habra abierto el crneo como parte de su autopsia. - Qu es lo que quiere decir por un disparo, Brager? - pregunt Caquer -. Un arma explosiva de las de tipo antiguo? - S - dijo Brager -. No ha visto el cadver? Tiene un agujero en el pecho, justo en el corazn. Creo que es un agujero de bala. Nunca he visto uno antes. No saba que existiera una pistola en Callisto. Fueron prohibidas antes que las armas radinicas. Caquer asinti lentamente. - No has visto ninguna otra seal de... ejem... alguna otra herida? - insisti. - Caramba, no. Por qu tendra que haber alguna otra herida? Un agujero en el corazn es suficiente para matar a un hombre, no? - Adnde se fue el Dr. Skidder cuando sali de aqu? - pregunt Caquer -. Dijo algo antes de irse? - S, me dijo que como usted le pedira su informe se marchaba a su oficina y que esperara hasta que usted fuese all o le llamase. Qu quiere que haga yo ahora, Teniente? Caquer pens por un momento. - Vaya a la casa de al lado y use su visfono, Brager, yo tengo que comunicar por ste. - Caquer orden por fin al polica -. Llame a tres hombres ms y los cuatro se dedican a visitar a todas las casas de la manzana y a preguntar a todo el mundo.

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- Quiere decir si vieron a alguien escapar por la puerta trasera, o si oyeron el disparo y todo eso? - pregunt Brager. - S. Tambin todo lo que sepan de Deem, o de quien pudiera haber tenido un motivo para matarlo. Brager salud y se march. Caquer llam al Dr. Skidder por el visfono. - HoIa, Doctor - dijo -. Sultelo todo - Nada ms que lo que haba a la vista, Red. Un arma radinica, desde luego. A corta distancia. El Teniente Red Caquer trat de dominar sus pensamientos. - Repita eso, por favor, Doctor. - Qu sucede? - pregunt Skidder -. Nunca ha visto una muerte por arma radinica antes? Es posible que no la haya visto, Red. Pero hace cincuenta aos, cuando yo era estudiante, las tenamos de vez en cuando. - Cmo lo mat? El Dr. Skidder pareci sorprendido. - Ah, entonces no alcanz a los sanitarios. Crea que habra visto el cuerpo. En el hombro izquierdo tena quemada toda la piel y la carne, y el hueso chamuscado. La muerte fue debida a shock; el rayo no alcanz ninguna rea vital. La quemadura hubiese sido mortal de todos modos, pero el shock hizo la muerte instantnea. Los sueos deben ser algo parecido a esto, pens Caquer. En los sueos pasan cosas que no tienen ningn significado - se dijo a s mismo - pero ahora no estoy soando, esto es real.

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- Ninguna otra herida o seales en el cuerpo? - pregunt lentamente. - Ninguna. Le sugiero, Red, que se concentre en la busca del arma. Registre todo el Sector Tres, si es necesario. Ya sabe cmo son las armas radinicas, no? - He visto fotografas - dijo Caquer - Dgame, Doctor Hacen ruido? Nunca he visto el disparo de una. El Dr. Skidder movi la cabeza. - Hay un destello y un sonido silbante, pero no producen estruendo. El doctor se lo qued mirando. - Quiere decir un disparo de arma explosiva? - Desde luego que no. Slo un dbil s-s-s. No se podra or a ms de cinco metros. Cuando el Teniente Caquer hubo cerrado el visfono, se sent y cerr los ojos, tratando de reunir sus ideas dispersas. De alguna manera tendra que encontrar la verdad entre tres observaciones contradictorias. La suya, la del polica y la del Doctor. Brager haba sido el primero en ver el cuerpo y haba dicho que tena un agujero en el corazn. Y que no haba ms heridas. Que haba escuchado el ruido del disparo. Caquer pens, supongamos que Brager miente. Segua sin haber lgica. Porque de acuerdo con lo dicho por el Dr. Skidder no haba agujero de bala, sino una quemadura por rayo. Skidder haba visto el cuerpo despus de Brager. Alguien poda, por lo menos en teora, haber usado un arma radinica en el intervalo, sobre un cuerpo ya muerto. Pero...

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Pero aquello no explicaba la herida de la cabeza, ni el hecho que el mdico no haba visto el agujero de bala. Alguien poda, por lo menos en teora, haber golpeado el crneo con una espada, entre el momento que Skidder haba hecho la autopsia y el instante en que l, Caquer, haba visto el cadver. Pero... Pero aquello no explicaba porque l no haba visto el hombro quemado cuando haba levantado la sbana que cubra el cuerpo de la camilla. Poda haber dejado de observar el agujero de la bala, pero no era posible que no se hubiera fijado en un hombro en el estado que lo haba descrito el Dr. Skidder. Sigui trabajando en aquel rompecabezas, hasta que al fin decidi que slo haba una explicacin posible. El mdico forense menta, por la razn que fuese. Ello significaba, desde luego, que l, Rod Caquer, no se haba fijado en el agujero de la bala; pero aquello segua siendo posible. Mientras que la historia de Skidder no poda ser cierta. El mismo Skidder, durante la autopsia, poda haber hecho la herida de la cabeza. Y despus, poda haber mentido sobre la quemadura del hombro. Caquer no poda imaginarse por qu - a menos que el hombre estuviese loco - habra cometido ninguna de las dos cosas. Pero sa era la nica forma en que poda hacer encajar todas las piezas del problema. Pero ahora el cuerpo ya haba sido incinerado. Sera su palabra contra la del Dr. Skidder... Pero, espera!... los sanitarios, dos de ellos, tenan que haber visto el cuerpo cuando lo colocaban en la camilla. Rpidamente, Caquer se puso en pie delante del visfono y obtuvo comunicacin con el Hospital. - Los dos sanitarios que retiraron un cadver en la Tienda 9364, hace menos de una hora, han llegado ya al Hospital? - pregunt.

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- Un momento, teniente... S, uno de ellos ha acabado su guardia y se ha marchado a casa. Pero el otro est aqu. - Que se ponga al aparato. Red Caquer reconoci al hombre que se situ delante de la pantalla. Era uno de los enfermeros que le haban pedido que se apresurase. - S, teniente - dijo el hombre. - Usted ayud a poner el cuerpo en la camilla? - Desde luego. - Qu dira usted que fue la causa de la muerte? El hombre vestido de blanco se qued mirando a la pantalla incrdulamente. - Est bromeando, Teniente? - sonri -. Hasta un tonto poda ver lo que le haba sucedido a aquel tipo. Caquer arrug el ceo. - Sin embargo, hay declaraciones contradictorias. Quisiera su opinin. - Mi opinin? Cuando a un hombre le han cortado la cabeza, no pueden haber diferencias de opinin, Teniente. Caquer se oblig a hablar tranquilamente. - El otro hombre que fue con usted, podr confirmar eso? - Desde luego. Por Jpiter! Tuvimos que colocarlo en la camilla en dos trozos. Primero, nosotros dos colocamos el cuerpo y luego Walter cogi la cabeza y la

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coloc al lado del busto. El asesinato se cometi con una onda desintegradora, no fue as? - Usted coment el caso con su compaero? - dijo Caquer - No hubo diferencia de opiniones respecto a... uh... los detalles? - En realidad, s que la hubo. Por eso le pregunt si el arma usada era un desintegrador. Despus que llevamos el cuerpo al incinerador, mi compaero trat de convencerme que el corte tena la apariencia de que alguien le hubiese dado varios golpes con un hacha o algo parecido. Pero era un corte limpio y recto. - Vio alguna seal de herida en la parte superior del crneo? - No. Oiga, Teniente, no tiene muy buen aspecto. Le pasa algo? Esa era la situacin con la que se enfrent Rod Caquer y no se le puede culpar por desear que todo hubiese quedado en un simple caso de asesinato. Unas cuantas horas antes le haba parecido bastante mal que se hubiesen interrumpido la serie de aos en que no se haba registrado ningn asesinato en Callisto. Pero, desde entonces, las cosas se haban complicado. El an no lo saba, pero an se iban a complicar ms y aquello era slo el principio. Ya eran las ocho de la tarde y Caquer segua en su despacho con un ejemplar del formularlo 812 delante de l, encima de la brillante superficie de duraplstico de su escritorio. En el formulario haba unas cuantas preguntas impresas, aparentemente preguntas muy sencillas. Nombre del difunto: Willem Deem. Ocupacin: Propietario de una tienda de libros y films. Residencia: Departamento 825. Sector Tres. Callisto. Residencia comercial: Tienda 9364. St. Tres. Callisto.

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Hora de la muerte: Aprox. 3 tarde. Hora Oficial Callisto. Causa de la muerte:... S, las cinco primeras preguntas haban sido contestadas en un abrir y cerrar de ojos. Pero, y la sexta? Haba estado contemplando el impreso durante ms de una hora. Una hora de Callisto, no tan larga como las de la Tierra, pero inacabable cuando se est considerando una pregunta como aqulla. Fuese como fuese, tendra que escribir algo. En vez de hacerlo, apret el botn del visfono y un momento ms tarde Jane Gordon le estaba contemplando desde la pantalla. Y Rod Caquer le devolvi la mirada, porque era algo que vala la pena. - Hola, Jane - dijo - Me temo que no podr venir esta noche. Me perdonas? - Desde luego, Rod. Qu sucede? El asunto de Deem? El asinti sombramente. - Papeleo. Montaas de informes impresos que tengo que preparar para el Coordinador del Distrito. - Oh, cmo fue asesinado, Rod? - El artculo sesenta y cinco - dijo l con una sonrisa - prohbe dar detalles de ningn crimen sin resolver, a ninguna persona civil. - Lstima del artculo sesenta y cinco. Pap conoca a Willem Deem y ha estado en casa a menudo. Mr. Deem era prcticamente un amigo nuestro. - Prcticamente? - pregunt Caquer - Entonces debo entender que no te gustaba, Jane?

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- Bien, creo que no. Era una persona de conversacin interesante, pero un tipo sarcstico, Rod. Pienso que tena un sentido pervertido del humor. Cmo lo mataron? - Si te lo digo, me prometes que no hars ms preguntas? - pregunt Caquer. Los ojos de ella brillaron esperanzados. - Desde luego. - Le dispararon con una pistola del tipo explosivo y con otra radinica. Alguien le abri el crneo con una espada, le cort la cabeza con un hacha y tambin con una onda desintegradora. Despus que estuvo colocado en la camilla, alguien le volvi a pegar la cabeza, porque no estaba separada cuando yo la vi. Y cerr el agujero de la bala, y... - Rod, deja de decir tonteras - le interrumpi la muchacha -. Si no me lo quieres decir, conforme. Rod sonri. - No te enfades. Cmo sigue tu padre? - Mucho mejor. Est durmiendo ahora, pero muy mejorado. Creo que podr volver a la Universidad la semana que viene. Rod, pareces cansado. Cundo tienes que entregar esos informes? - Veinticuatro horas despus del crimen. Pero... - Pero, nada. Vente aqu en seguida. Puedes escribir tu informe por la maana. Ella le sonri y Rod sucumbi.

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- Muy bien, Jane - dijo -. Pero voy a pasar por el Cuartel de Patrullas. He puesto algunos hombres investigando en el barrio donde se cometi el crimen y quiero sus informes. Pero el informe, que encontr le estaba esperando, no lanzaba ninguna luz sobre el asunto. La investigacin haba sido completa, pero no haba conseguido descubrir ninguna informacin de importancia. No se haba visto a nadie entrar o salir de la tienda de Deem, antes de la llegada de Brager, y ninguno de los vecinos de Deem saban que ste tuviera ningn enemigo. Nadie haba escuchado el disparo. Rod Caquer gimi y se meti el informe en el bolsillo. Mientras caminaba hacia la casa de los Gordon, se pregunt cmo iba a dirigir la investigacin. Qu es lo que haca un detective en un caso como aqul? Cierto; cuando l era un chico que iba a la escuela, all en la Tierra, haba ledo novelas de detectives. Los policas generalmente conseguan atrapar a alguien, descubriendo discrepancias en sus declaraciones. Casi siempre lo hacan de un modo dramtico. Haba Wilder Williams, el ms grande de todos los detectives de novela, que poda mirar a un hombre y deducir toda su historia por el corte de su traje y la forma de sus manos. Pero Wilder Williams nunca se haba encontrado con una vctima que haba sido muerta de tantas formas diferentes como testigos. Pas una tarde agradable - pero intil - con Jane Gordon, a quien pidi en matrimonio de nuevo y de nuevo fue rechazado. Pero ya estaba acostumbrado a eso. Ella estaba un poco ms fra que de costumbre, esa noche, probablemente porque estaba resentida, ya que l no haba querido contarle lo de Willem Deem. Luego se fue a casa a dormir. Desde la ventana de su departamento, despus que hubo apagado la luz, poda ver la monstruosa bola de Jpiter colgada baja en el cielo, el verdeoscuro cielo de medianoche. Se tendi en la cama y la mir hasta que poda verla despus de cerrar los ojos.

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Willem Deem, muerto. Qu iba a hacer con Willem Deem? Sus pensamientos giraban en crculos, hasta que al fin una idea clara surgi del caos. Maana por la maana hablara con el doctor Skidder. Sin mencionar la herida de espada en la cabeza, le preguntara si haba notado el agujero de bala que Brager deca haber visto sobre el corazn. Si Skidder an deca que la quemadura radinica era la nica herida, llamara a Brager y le dejara que discutiese con el mdico. Y luego... Bien, ya pensara en ello cuando llegase el momento. De otro modo nunca conseguira dormir. Pens en Jane, y se durmi. Despus de un rato, so. Era aquello un sueo? Si lo era, entonces so que se encontraba en la cama, casi, pero completamente despierto y que haban murmullos que le hablaban de todos los rincones de su habitacin. Susurros que salan de la oscuridad. Susurros! - Mtalos. - Los odias, los odias, los odias. - Mata, mata, mata. - El Sector Dos tiene todos los beneficios y el Sector Tres hace todo el trabajo. Explotan nuestras plantaciones de corla. Son malos. - Mtalos, apodrate de ellos. - Los odias, los odias, los odias.

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- Los del Sector Dos son incapaces y usureros. Llevan la mancha de sangre marciana en las venas. Derramar, derramar sangre de Marte. El Sector Tres debe gobernar a Callisto. Tres es el nmero afortunado. Estamos destinados para gobernar a Callisto. - Los odias, los odias, los odias. - Mata, mata, mata. - Sangre marciana de villanos usureros. Los odias, los odias, los odias. Susurros. - Ahora, ahora, ahora. - Mtalos, mtalos. - Ciento noventa millas a travs de la llanura. Iremos all en una hora con los monocoches. Ataque por sorpresa. Ahora, ahora, ahora. Y Rod Caquer estaba levantndose de la cama, vistindose apresurada y ciegamente sin encender la luz, porque eso era un sueo y los sueos suceden en la oscuridad. Su espada estaba en la vaina de su cinto y la sac y prob el filo, y la hoja estaba afilada y dispuesta a verter la sangre de los enemigos a quienes iba a matar. Ahora su espada iba a lucir en arcos de roja muerte, aquella espada que nunca haba probado la sangre, aquella anacrnica espada que era la ensea de su profesin, de su autoridad. l nunca haba sacado la espada para luchar, aquel corto smbolo de una espada, slo de cincuenta centmetros de largo; suficiente, sin embargo, para alcanzar el corazn; diez centmetros para llegar al corazn. Los susurros continuaron.

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Cuentos de ciencia ficcin- Los odias, los odias, los odias. - Derrama la mala sangre; mata, mata, mata. - Ahora, ahora, ahora, ahora.

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Con la espada desenvainada en su puo crispado, haba atravesado silenciosamente la puerta, bajado por la escalera, por delante de los otros departamentos. Algunas de las otras puertas tambin se abran. No estaba solo, all en la oscuridad. Otras figuras se movan a su lado, en la negrura. Se desliz por la puerta hacia la oscuridad fra de la calle. La oscuridad que deba haber estado brillantemente iluminada. Esta era otra prueba de que estaba soando. Las luces de la calle nunca se apagaban, despus de anochecer. De las primeras horas de la tarde hasta el amanecer, nunca estaban apagadas. Pero Jpiter, an por encima del horizonte, proporcionaba suficiente luz para poder ver por dnde caminaba. Era como un dragn redondo en los cielos y la mancha roja con un maligno ojo. Los susurros suspiraban en la noche, murmullos que llegaban de todas partes alrededor de l. - Mata, mata, mata. - Los odias, lo