Cuentos contra el Hambre en Centroamérica. "Quisiera ser un pescadito" Autora: Mirna Yescas...

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QUISIERA SER UN PESCADITO Mirna Raquel Yescas Morales, 24 años. Nicaragua. Entre la jungla del basurero, envueltos con el ahogante calor de la tarde y el frío quebrantador de la noche, respirando el aire fétido que exhalan los volcanes de basura y el hambre que los atrapa y no cede, viven hombres y mujeres. Nacen niños que crecen con tristes historias y sueñan de noche con ricos pasteles, aunque en la mañana el hambre aparece; así viven la Carmen y el Chino, con sus sueños e ilusiones de niños. Una mañana Carmen le dijo al Chino: —Levántate, Chino, levántate. —Ay, no, tengo sueño, Carmen. —Vamos, Chino, vamos al mercado, ¿que no tenés hambre? Dio un brinco el Chino. —¡Sí, Carmen, yo siempre tengo hambre! —Bueno, entonces te lavás la cara, te ponés las chinelas y nos vamos. Y obedeció el Chino. Se lavó la cara con una panita de agua y se puso sus chinelas. Salieron de la casa que estaba hecha de plástico, cartón y zinc, pero, gracias a los cuentos que le contaba la Carmen en la noche para ahuyentarle el hambre y hacerlo dormir, el niño soñaba que era un palacio. Y empezaron a caminar entre la jungla de basura, hasta que salieron a los andenes. El estomago les gruñía. Mientras caminaban, el Chino le dijo a la Carmen: —Sabés, Carmen, anoche soñé que era el príncipe del cuento que me contaste. —¿Cuál, Chino? —¡Pues aquel que se comía un montón de pasteles! —¡Ah, ese! —¡Sí, ese! Yo estaba feliz, y vos también comías pasteles conmigo. —Ah, con razón amanecí con dolor de barriga, Chino, por tantos pasteles que comí —dijo la Carmen riendo. —A lo mejor, Carmen, pero después tuve una pesadilla; fíjate que todo se empezó a poner oscuro, oscuro, yo estaba en el basurero y sentí que me perseguían y yo me corría. —¿Y quién te perseguía, Chino? —Pues no sé. Yo no podía ver quién era, solo oía cuando tiraba las montañas de basura y corría detrás de mí. ¡Yo corría rápido! Pero de repente me caí, me agarró y se metió en mi panza. —¡Huy! Y entonces, Chino, ¿qué pasó? —Pues… me desperté asustado y con mucha hambre. —¡Ay, Chino, vos ya estás quedando loco! —¡No, Carmen! Sabés, yo creo que lo que me perseguía era el hambre; el hambre es un señor gordo y malo que se mete en mi panza y me pide comida. Pero como yo no le doy, porque no tengo, se va haciendo más grande, ¡tan grande que siento que la barriga me va a estallar! Y hace que me duela mucho, que me dé sueño, y me quita las ganas de jugar. Carmen sonrío y le dijo: —No, Chino, el hambre no es un señor gordo, es una señora que se nos mete en la panza y nos dice que comamos, porque si no comemos nos vamos a morir; ella nos cuida, Chino. —¿De verdad, Carmen? —¡Sí, de verdad! —¡Ay, Carmen! Pues a mí me cuida más, porque yo siempre tengo más hambre que vos. Se rieron y entraron en el mercado, donde flotaba el olor de las comiderías. Miraban a la gente sentada en las grandes mesas comiendo gallopinto con tortilla caliente, queso y tomando café. —¡Qué rico!, dijo el Chino. —Sí, pero nosotros vamos a comer algo más rico, ¡vas a ver! Y siguieron caminando; de pronto la Carmen se detuvo y jaló al Chino hacia un tramo cuyo letrero decía: “Se venden pescaditos”. Preguntó si el Chino quería ver los pescaditos, él dijo contento que sí, y entraron al local; adentro había cinco peceras con muchos pescaditos de diferentes colores. El Chino los miraba, se reía y se los enseñaba a la Carmen. —¡Mirá qué bonitos! Me gusta ese, el que tiene la colita de colores. ¿Y a vos, Carmen? —A mí me gusta el doradito, Chino. —¡Sí, está bonito, Carmen, se parece a vos! Se sentían tan felices que hasta el hambre se les olvidó. El vendedor llevaba rato mirándolos y se les acercó para preguntar si iban a comprar algún pescadito. Carmen lo miró detenidamente y le preguntó cuánto valían. Cuento ganador del Tercer lugar

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Cuentos del hambre."Quisiera ser un pescadito". Autora: Mirna Yescas (Nicaragua) Cuento ganador del Tercer lugar en el Concurso de Cuentos contra el Hambre en Centroamérica (2011) promovido por Acción contra el hambre (ACF) Centroamérica a través de la iniciativa AlimentARTE. El cuento forma parte de la Antología "Cuentos del hambre" publicado y distribuido por la editorial Alfaguara.El concurso y la publicación forman parte del Proyecto "Gestión Innovadora del conocimiento sobre hambre y alimentación" ejecutado por Acción contra el Hambre (ACF Centroamérica) en consorcio con la Universidad Centramericana (UCA), la Asociación Soya de Nicaragua (SOYNICA) y la Asociación Nacional de Productores Asociados (UNAPA) con el financiamiento de la Unión Europea.

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QUISIERA SER UN PESCADITOMirna Raquel Yescas Morales, 24 años. Nicaragua.

Entre la jungla del basurero, envueltos con el ahogante calor de la tarde y el frío quebrantador de la noche, respirando el aire fétido que exhalan los volcanes de basura y el hambre que los atrapa y no cede, viven hombres y mujeres. Nacen niños que crecen con tristes historias y sueñan de noche con ricos pasteles, aunque en la mañana el hambre aparece; así viven la Carmen y el Chino, con sus sueños e ilusiones de niños.

Una mañana Carmen le dijo al Chino:—Levántate, Chino, levántate.—Ay, no, tengo sueño, Carmen.—Vamos, Chino, vamos al mercado, ¿que no tenés hambre?Dio un brinco el Chino.—¡Sí, Carmen, yo siempre tengo hambre!—Bueno, entonces te lavás la cara, te ponés las chinelas y nos vamos.

Y obedeció el Chino. Se lavó la cara con una panita de agua y se puso sus chinelas. Salieron de la casa que estaba hecha de plástico, cartón y zinc, pero, gracias a los cuentos que le contaba la Carmen en la noche para ahuyentarle el hambre y hacerlo dormir, el niño soñaba que era un palacio. Y empezaron a caminar entre la jungla de basura, hasta que salieron a los andenes. El estomago les gruñía. Mientras caminaban, el Chino le dijo a la Carmen:—Sabés, Carmen, anoche soñé que era el príncipe del cuento que me contaste.—¿Cuál, Chino?—¡Pues aquel que se comía un montón de pasteles!—¡Ah, ese!—¡Sí, ese! Yo estaba feliz, y vos también comías pasteles conmigo.—Ah, con razón amanecí con dolor de barriga, Chino, por tantos pasteles que comí —dijo la Carmen riendo.—A lo mejor, Carmen, pero después tuve una pesadilla; fíjate que todo se empezó a poner oscuro, oscuro, yo estaba en el basurero y sentí que me perseguían y yo me corría.—¿Y quién te perseguía, Chino?—Pues no sé. Yo no podía ver quién era, solo oía cuando tiraba las montañas de basura y corría detrás de mí. ¡Yo corría rápido! Pero de repente me caí, me agarró y se metió en mi panza.—¡Huy! Y entonces, Chino, ¿qué pasó?

—Pues… me desperté asustado y con mucha hambre.—¡Ay, Chino, vos ya estás quedando loco!—¡No, Carmen! Sabés, yo creo que lo que me perseguía era el hambre; el hambre es un señor gordo y malo que se mete en mi panza y me pide comida. Pero como yo no le doy, porque no tengo, se va haciendo más grande, ¡tan grande que siento que la barriga me va a estallar! Y hace que me duela mucho, que me dé sueño, y me quita las ganas de jugar.

Carmen sonrío y le dijo: —No, Chino, el hambre no es un señor gordo, es una señora que se nos mete en la panza y nos dice que comamos, porque si no comemos nos vamos a morir; ella nos cuida, Chino.—¿De verdad, Carmen?—¡Sí, de verdad!—¡Ay, Carmen! Pues a mí me cuida más, porque yo siempre tengo más hambre que vos.

Se rieron y entraron en el mercado, donde flotaba el olor de las comiderías. Miraban a la gente sentada en las grandes mesas comiendo gallopinto con tortilla caliente, queso y tomando café.—¡Qué rico!, dijo el Chino.—Sí, pero nosotros vamos a comer algo más rico, ¡vas a ver!

Y siguieron caminando; de pronto la Carmen se detuvo y jaló al Chino hacia un tramo cuyo letrero decía: “Se venden pescaditos”.

Preguntó si el Chino quería ver los pescaditos, él dijo contento que sí, y entraron al local; adentro había cinco peceras con muchos pescaditos de diferentes colores. El Chino los miraba, se reía y se los enseñaba a la Carmen.

—¡Mirá qué bonitos! Me gusta ese, el que tiene la colita de colores. ¿Y a vos, Carmen?—A mí me gusta el doradito, Chino.—¡Sí, está bonito, Carmen, se parece a vos!

Se sentían tan felices que hasta el hambre se les olvidó. El vendedor llevaba rato mirándolos y se les acercó para preguntar si iban a comprar algún pescadito. Carmen lo miró detenidamente y le preguntó cuánto valían.

Cuento ganador del Tercer lugar

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—Los más chiquitos valen 10 córdobas.—¡Huy! —dijo el Chino—. No tenemos dinero. ¿Y no podemos seguir viéndolos?El vendedor se quedó pensando y les respondió: “Bueno, pero solo un ratito más”.

“¡Sí, sí!”, —gritaron el Chino y la Carmen al unísono y con emoción. El Chino no se cansaba de ver cómo los pescaditos jugaban nadando de un lado al otro, y pensaba: “Deben comer bastante, para tener tanta fuerza para nadar”. Entonces, le preguntó al vendedor qué comían los pescaditos. Aquel se rio y le susurró al oído: —Agua…—¡Solo agua! ¿Y les quita el hambre? —exclamó el Chino sorprendido.—Sí. Con tanta agua siempre tienen llena la barriga —contestó el vendedor.—Entonces, si uno vive en el agua, ¿nunca tiene hambre? —preguntó Carmen.—¡Nunca! —respondió el hombre riéndose de los niños.—Los pescaditos viven en el mar, ¿verdad? —inquirió el Chino.—Sí, y también en los ríos, en las lagunas y algunos, en las peceras.—Pero los que viven en el mar, en los ríos y en las lagunas deben ser más felices porque ahí tienen más agua y se les llena más la barriguita —dijo el Chino.—Ajá—contestó el vendedor, sin darles importancia a sus palabras. El Chino se fue otra vez a ver la pecera y dijo en voz alta: “¡Quisiera ser un pescadito!”.—Bueno —dijo el vendedor—, ya se tienen que ir.—¡Un ratito más!— suplicó el Chino.—No, no… Ya están viniendo los clientes y este lugar es muy chiquito para tanta gente. Además, ustedes no van a comprar.

Salieron tristes del lugar, y muy pronto volvió el hambre. Mientras caminaban, la Carmen recogía del piso frutas podridas y les pedía sobras a las personas que estaban sentadas en las mesas de las comiderías. A regañadientes se las arrojaban.Carmen decía gracias y juntaba todo lo recogido en una bolsa para comerlo luego con el Chino. Aquel, desde que salieron de la tienda, no dejaba de pensar en los pescaditos y se decía a sí mismo: “Quisiera ser un pescadito”.—¡Chino, Chino! ¿No tenés hambre?—Un poquito nada más.—¿Qué? Si vos siempre tenés mucha hambre… Mejor vámonos a comer lo que traigo.

Subieron a la loma, donde iban siempre a comer lo que conseguían o a pasar horas platicando y buscando formas en las nubes, tratando de matar el hambre. Se sentaron y empezaron a comer las sobras, pero el hambre seguía en sus barrigas. Se acostaron en la hierba y se pusieron a mirar las nubes, y todas tenían forma de pescaditos.—¿Ya te fijaste que todas las nubes parecen pescaditos? —dijo la Carmen al Chino.—¡Sí, verdad! Sabés Carmen, yo quisiera ser un pescadito.—¡Ay Chino, vos estás loco! Así me dijiste la vez pasada, ¿te acordás? Hace tiempo íbamos caminando en el andén y vimos una hormiguita con un granito de arroz, y me preguntaste si la hormiguita se llenaba con tan poquito. Te dije que sí; entonces vos dijiste que querías ser una hormiguita, porque un granito de arroz o de frijol lo encontrás en cualquier parte. Nos venimos a la loma y decías que las nubes parecían hormigas. Después nos fuimos a la casa, te dormiste y al día siguiente ni te acordabas.Y otro día miramos un montón de pájaros que volaban en el parque, y me preguntaste qué comían los pajaritos, te dije que gusanitos, y vos me dijiste que querías ser un pájaro, porque los gusanitos los encontrás en cualquier lado y vos sos bueno sacándolos de sus hoyitos. Nos fuimos a la loma y decías que las nubes tenían formas de pájaros. Después nos fuimos a la casa, te dormiste y en la mañana ni te acordabas.O la otra vez te quedaste mirando unas plantitas y me preguntaste qué comen las plantas. Te dije que se alimentan de lo que absorben de la tierra, de los rayos del sol y del agua de la lluvia, y dijiste que querías ser una plantita, porque el sol todos los días sale, en invierno siempre llueve y en la tierra ibas a estar plantado, y nunca ibas a tener hambre. Ese día, todas las nubes parecían plantas. Después nos fuimos a la casa, te dormiste y al día siguiente ni te acordabas.

—¡Noo, Carmen! —dijo el Chino—. Esta vez sí quiero ser un pescadito. Es cierto, antes quería ser una hormiguita pero me puse a pensar. No me gusta dónde viven y tienen que caminar mucho, la gente las aplasta. Y un pajarito tampoco, porque me dan miedo las alturas, y me acordé de cómo los chavalos del basurero les tiran piedras con las tiradoras y los matan. Y una plantita tampoco, porque no se pueden mover, la gente las corta, pasan todo el día debajo del sol. A mí me gusta el sol pero me da mucho calor y hace que me duela la cabeza. Y cuando llueve, las plantas pasan mojándose todo el día, y tanta lluvia hace que me enferme. Acordate, Carmen, una vez no teníamos dónde escondernos de la lluvia y nos mojamos tanto que nos llevaron al hospital con mucha

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fiebre y casi nos morimos.—Sí me acuerdo, Chino.—Pero los pescaditos, Carmen, no necesitan ni un granito de arroz, los chavalos no les tiran piedras y viven felices en el agua, sin enfermarse porque están acostumbrados, nadie los puede aplastar y se mueven por todos lados.Carmen se quedó pensando y le dijo: —Pero a los pescaditos los pescan y los venden en el mercado para la comida.—Eso si ellos se dejan, Carmen. Pero si viven en lo más hondo y salen solo en la noche, nadie los agarra; ¡de esos pescaditos quiero ser yo!—Sí, es cierto —dijo la Carmen—. Debe ser bien bonito ser un pescadito de esos, pero ¿cómo hacemos para ser pescaditos?

Suspiraron y volvieron a ver al cielo, pensando en cómo convertirse en pescaditos. El Chino pensaba: “Qué alegre sería si la Carmen y yo fuéramos pescaditos; nadaríamos felices en el agua y nunca tendríamos hambre. Pero el mar está lejos de aquí y no me gusta el agua salada. Aquella vez cuando la Carmen y yo conocimos el mar, tragamos agua y nos enfermamos de dolor de panza y vomitamos. Y el río… el río ni sé dónde queda. Y la laguna… ¡la laguna sí la conozco!, la Carmen y yo vamos allá a tirar piedritas. ¡Huy!, espero no haberle dado a ningún pescadito… Mmm.... No creo, los pescaditos de la laguna solo salen de noche. Y el agua es transparentita, dulce, y es profunda”. Pegó un brinco y gritó: —¡Ya sé, Carmen, dónde vamos a vivir cuando seamos pescaditos!—¿Dónde? —preguntó la Carmen ansiosa.—Vení, ya vas a ver.Caminaron y caminaron bajo el sol. La emoción de convertirse en pescaditos alejaba el calor, el hambre y el cansancio. Hasta que por fin llegaron.—¡La laguna! —gritó la Carmen sorprendida.—¡Sí! —respondió el Chino—. La laguna, Carmen, aquí vamos a vivir.—¿Cómo, Chino?—Pues nos vamos a convertir en pescaditos.—¿Y cómo nos vamos a convertir?El Chino empezó a recordar todos esos cuentos que le contaba la Carmen en las noches, para que se le olvidara el hambre y se durmiera.—¿Cómo hacen los niños, las princesas y los príncipes de tus cuentos, para que sus sueños se hagan realidad?—Pues eso es muy fácil, Chino. Para que todo se haga realidad, hay que tener fe, mucha fe en el corazón.—¡Sí, Carmen! Eso vamos a hacer: nos vamos a meter a la

laguna y cuando nos hundamos, tenemos que pedirle a Dios con todo el corazón que nos deje ser pescaditos. —No sé… Tengo miedo, Chino, yo no sé nadar.—Yo tampoco, pero cuando nos convirtamos en pescaditos vamos a poder. Además, Carmen, va a ser alegre y nunca vamos a tener hambre, acordate de lo que dijo el vendedor.—Sí, es cierto, Chino, ¡hagámoslo!

Sonriendo se tomaron de la mano y caminaron hacia la laguna; poco a poco el agua los fue cubriendo, hasta que se hundieron totalmente. Al día siguiente, encontraron flotando en la laguna dos cuerpecitos, y desde entonces se dice que dos hermosos pescaditos recorren de noche la laguna de cristal nadando sin cesar, y el brillo de la luna los ilumina: uno con su hermosa cola llena de colores y el otro dorado, tan brillante como el oro. Ya Carmen y el Chino no sueñan más, su ilusión de niños se hizo realidad, no hay calor ni frío, todo es felicidad y en sus barriguitas, hambre no habrá más.