Cuentos Casi Completos

48
Historia de la brevedad --¿Por qué estás tan triste? --Porque nada tiene sentido, el cansancio, la existencia. --Vamos a robar frutos al huerto, a ser niños otra vez. --Estoy fatigada, la ciudad me abruma, quiero volver a sentir. Estábamos sentados, contemplando la tarde. Ella volteaba a ver los pájaros, los niños que jugaban en la fuente, el gris-azul-naranja del crepúsculo. --Vamos a cazar un horizonte, a coger peces con la mano… Vimos los monumentos, la danza del viento sobre los árboles, los edificios oxidados y envejecidos. Veíamos la vida transcurrir, solitaria y absurda, desde la banca, el pesaroso tráfico por la avenida. Junto a ella, me sentía lejos de su cuerpo, de sus pensamientos, ¿en qué pensaba? Tal vez mañana tenía que regresar a las mismas ocupaciones y perderse nuevamente en la asfixiante rutina. Sonreíamos sin entusiasmo, con la fatiga de los días y los amaneceres. No nos queríamos en verdad. Apenas si nos mirábamos, apenas si nuestras manos se rozaban, y cada sensación permanecía encarcelada en los sentidos. Éramos unos completos extraños, a pesar de los años en común, imaginando un incierto diálogo en la banca de un parque. Con el rabillo del ojo notaba su desolada expresión de abulia. Mucho rato permanecimos indiferentes uno al otro, a los momentos compartidos, a las horas; ella callaba inventando el tedio y la incertidumbre para mí. Para nosotros ya no había un ahora y un después, sólo un silencio incómodo que ardía sin esperanza, consumiéndose en aquello que nos alejaba, palabras-estalactitas en una caverna fría y destemplada. ¿Me tocaba a mí buscar recuerdos? --Recuerdas aquella tarde de lluvia, cuando te cansaste de caminar y tu cuerpo se sujetó a mi cuerpo en busca de refugio. Evocar momentos, detalles, sitios a donde acudir cuando la nostalgia llama. Le conté que fui ladrón de bancos en Colorado, vendedor de enciclopedias en New Haven, donde la muerte por primera vez me visitó; le conté que cuando llegué a esta ciudad, dormía en la banca de los parques. Entonces conocí a una triste prostituta que quise y que tal vez me quiso. La amé a destiempo, en hoteles baratos de una hora, desnudándonos uno al otro ayudados por la trama del deseo, cobrándome la ridícula tarifa del s-a-b-e-r escuchar y comprenderla. Hasta que un día me dijo: “Estoy cansada de todo esto, vámonos a vivir cerca del mar”. Pero ella, sentada a mi lado, aburrida y triste, no creía las historias que le contaba. Sabía que yo venía de algún lugar, quizá

description

Colección de relatos (2001-2007)

Transcript of Cuentos Casi Completos

Page 1: Cuentos Casi Completos

Historia de la brevedad

--¿Por qué estás tan triste?

--Porque nada tiene sentido, el cansancio, la existencia.

--Vamos a robar frutos al huerto, a ser niños otra vez.

--Estoy fatigada, la ciudad me abruma, quiero volver a sentir.

Estábamos sentados, contemplando la tarde. Ella volteaba a ver los pájaros,los niños que jugaban en la fuente, el gris-azul-naranja del crepúsculo.

--Vamos a cazar un horizonte, a coger peces con la mano…

Vimos los monumentos, la danza del viento sobre los árboles, los edificiosoxidados y envejecidos. Veíamos la vida transcurrir, solitaria y absurda, desdela banca, el pesaroso tráfico por la avenida. Junto a ella, me sentía lejos de sucuerpo, de sus pensamientos, ¿en qué pensaba? Tal vez mañana tenía queregresar a las mismas ocupaciones y perderse nuevamente en la asfixianterutina. Sonreíamos sin entusiasmo, con la fatiga de los días y los amaneceres.No nos queríamos en verdad. Apenas si nos mirábamos, apenas si nuestrasmanos se rozaban, y cada sensación permanecía encarcelada en los sentidos.Éramos unos completos extraños, a pesar de los años en común, imaginandoun incierto diálogo en la banca de un parque. Con el rabillo del ojo notaba sudesolada expresión de abulia.

Mucho rato permanecimos indiferentes uno al otro, a los momentoscompartidos, a las horas; ella callaba inventando el tedio y la incertidumbrepara mí. Para nosotros ya no había un ahora y un después, sólo un silencioincómodo que ardía sin esperanza, consumiéndose en aquello que nosalejaba, palabras-estalactitas en una caverna fría y destemplada.

¿Me tocaba a mí buscar recuerdos?

--Recuerdas aquella tarde de lluvia, cuando te cansaste de caminar y tucuerpo se sujetó a mi cuerpo en busca de refugio.

Evocar momentos, detalles, sitios a donde acudir cuando la nostalgia llama.Le conté que fui ladrón de bancos en Colorado, vendedor de enciclopedias enNew Haven, donde la muerte por primera vez me visitó; le conté que cuandollegué a esta ciudad, dormía en la banca de los parques. Entonces conocí auna triste prostituta que quise y que tal vez me quiso. La amé a destiempo, enhoteles baratos de una hora, desnudándonos uno al otro ayudados por latrama del deseo, cobrándome la ridícula tarifa del s-a-b-e-r escuchar ycomprenderla. Hasta que un día me dijo: “Estoy cansada de todo esto,vámonos a vivir cerca del mar”. Pero ella, sentada a mi lado, aburrida y triste,no creía las historias que le contaba. Sabía que yo venía de algún lugar, quizá

Page 2: Cuentos Casi Completos

de uno de los tantos pueblos perdidos en la llanura del sur y que mi infanciatranscurrió en las calles de un barrio pobre, en el reino imaginario de los juegosinfantiles.

Al volver a esos lugares, ahora perdidos por la costumbre, recobraba losolores, la realidad cobraba sentido, el mundo recién nacía. Y sin embargo, lamujer a mi lado no conocía esas intimidades. Yo sabía de ella que era alegre eilusionada, que su niñez era un sitio al que no iba a regresar, que soñaba contener aviones y viajar alrededor del mundo. Lo que ella llamaba sentir era unadisposición del espíritu por el vértigo y la dicha. Aún así, permanecíamosdistantes en la misma banca, observando cómo anochecía y se iluminaba laciudad, perdiéndonos el uno al otro, protegidos de tanta vaga esperanza; dosdesconocidos que ni siquiera se atrevían a saber sus verdaderos nombres,cualquier nombre.

Mayo 2007

Page 3: Cuentos Casi Completos

Un recuerdo

Una tarde, en Costa Rica, fuimos a conocer el horizonte. Más allá de loscampos, de las autopistas, de los cables de alta tensión, en una lejanía queparecía interminable, la tierra y el cielo se juntaban; el crepúsculo era unatranquilidad de pastizales y nubes gris-azul-naranja. Acá, sobre las casas delpueblo, los papalotes eran pájaros sujetos del hilo cáñamo. Jugábamos a noirnos nunca, entre los maizales verdes que ya empezaban a florecer:¿recuerdas, ese juego eterno de la infancia? Beatriz, estas palabras se pierdencomo se ha perdido el amor que alguna vez te tuve. Sólo puedo recordarpequeños detalles de aquellos días: las manos infantiles que dibujabanpilindrinas en el suelo, aviones que nos llevaban más allá de las ciénagas,siempre sin salir del patio.

Ahora recuerdo que esa infancia estaba poblada de cerros áridos:--Papá ¿por qué los cerros están tristes? Porque esperaban el verano paraflorecer, como nosotros que crecíamos al borde de los canales como liriosacuáticos o en patios de casas vecinas que siempre retaban la imaginación.Pero nada nos limitaba, ni siquiera el cerco que don Ventura ideó paraque no robáramos mangos de su huerta, ni la selva que nuestro rústicolenguaje llamaba monte. En cambio, explorábamos con la imaginacióngeografías ignoradas de reinos imaginarios, formulando batallas y fortines, ynadie salía herido. Aprendimos, después, a irnos, a escaparnos de nosotrosmismos, a dejar el barrio a oscuras: ¿qué somos ahora?

Cada tarde, cuando salíamos de la escuela, el Capitán Instante nosguiaba hacia el campo de futbol. Niños y niñas se confundían en el terreno dejuego, y el partido no estaba completo si no estabas tú. O en otras ocasionestomábamos por asalto los columpios del jardín de niños cercano.

Éramos niños, sí, dueños de una espléndida pobreza, y nos faltabanpalabras para ahondar en aquella inmensidad que conocíamos como Vida.Pero inexplicablemente crecimos, es decir, abandonamos esa legítimacostumbre de estar juntos, ahora solos, o quién sabe y tú… ¿cuándo nosvimos por última vez?

Aprendí, ahora que el recuerdo parece un cielo de nubesmelancólicas, a contemplar, desde una de las sillas del porche de la casa, lalluvia, esa lluvia infantil y tierna que muchas veces nos llevó a imaginar maresy aventuras: “Que llueva que llueva la virgen de la Cueva”, cantábamos encoro los niños, que veíamos nuestros sueños escurrirse por los árboles,mientras escuchábamos el golpeteo de la lluvia en los tejados. Mi madrepreparaba chocolate para reconfortarnos y que los relámpagos no nosasustaran: “Pónganse un trapo en la cabeza, no vaya a ser que les caiga unrayo”, nos advertía desde la cocina. Esa era una de las enseñanzas de laabuela Dominga, mamá Minga como le decíamos sus nietos. Cada vez queamenazaba chaparrón, y los vientos de la costa maltrataban las ventanas yazotaban las puertas, mi madre se quitaba las pulseras y los anillos,temerosa de las supersticiones de la abuela, pues una centella traicionera

Page 4: Cuentos Casi Completos

podría fulminarla. Nos quedábamos encerrados en la casa a esperar a quepasara la tormenta. Para no morir de fastidio, mi madre nos contaba historiassobre sus muertos. Nos contaba que mi bisabuelo había servido en lahacienda de San Blas, en Aguascalientes, cuando mi abuelo era apenas unmuchacho de pantalones cortos. Las horas de encierro se nos ibanescuchando esas historias que nosotros aprendimos a idealizar, y más tarde,pasada la adolescencia, a evocar con nostalgia y cariño. De pronto, en elestruendo de la tormenta, me entraba la preocupación de los pájaros y lasmoscas, ¿dónde dormían esas pobres criaturas? Otras veces, en eltranscurso de la madrugada, cuando se iba la luz, me sentía en plenaorfandad en medio del silencioso cuarto, mientras en la ventana el aguaceroarreciaba y los relámpagos afantasmaban el ámbito de la casa. Me ponía allorar, aterrorizado, con un miedo primigenio y elemental. Entonces unamano, la de mi padre, se abría paso en la oscuridad y me consolaba diciendoque no había nada que temer.

Aún así, recuerdo que los días de alegre lluvia salíamos a corretearpor las calles, saltando charcos, buscando los chorros de agua de lostejados. Una tarde vimos salir el arcoiris atravesando las nubes que se ibandisipando lentamente. Rodrigo alcanzó a señalarlo con un dedo mientrasgritaba: “Miren, vengan a ver esto”. Y los arrabales de la infancia se abrían enun horizonte de alegría. La aparición del arcoiris siempre tuvo para nosotrosun aura de misterio divino.

Entre juegos y misterios transcurrió nuestra infancia. Después,despertamos a la adolescencia con una irrupción de pesadillas que aún noterminan, crecimos más viejos y más distantes, más solitarios a la hora dequerernos. Beatriz, estas palabras son para usted, abrazadas a un recuerdode amistad.

Diciembre 2006

Page 5: Cuentos Casi Completos

Ella, en la espera

Andrés, ¿tú sabes por qué te espero en este café, si ni siquiera quedamos envernos hoy? No sé por qué motivo siempre que vengo a este lugar te espero,volteo incansablemente a la puerta de entrada como tratando de convencermede que nunca vas a llegar, que nunca entrarás y me verás aquí sentada en lamesa que da a la pared de cristal y llegar junto a mí y sonreír y decir: Hola,cómo te ha ido. No. Estoy convencida que ahora, como siempre, anochecerá yno alcanzaré a verte de nuevo, que es sólo mi obsesión llamándote, que es elmiedo a que suene el teléfono y seas tú diciendo que no podrás venir, que tesalió un contratiempo en la oficina o que se te pasó el último autobús. Estoyesperando, sólo para convencerme que no vendrás hoy. La vez pasada te tocó a ti esperar. Sabes bien que no quedamos en vernos,pero supongo que tenías tiempo y que querías charlar un poco, tal vezcontarme que tu hermano volvió a caer a la cárcel o que tu madre sigueenferma o, por qué no, de tus sueños y de tus alegrías con Patricia, de lasúltimas vacaciones y de los saltos en paracaídas, de todos esos rollos que amí no me pasan. Me doy cuenta que antes hablábamos de cosas esenciales,de nosotros, pero no de lo que sentíamos. Nunca hablamos de nuestrosamores y frustraciones, y en cambio siempre pretendimos borrar lasesperanzas y el pasado. No comprendo el por qué ni por qué nos buscamos aún, supongo que tesientes solo a veces y supongo que yo te quiero. Es la ausencia en la otra silla,en el lado opuesto de la mesa, la que por ti reclama; tú sabes, son sólopalabras, palabras que dicen lo que no quieren decir, palabras que mienten yno se atreven, palabras que se convierten en títeres de los sentimientos.Andrés, los últimos días te he visto cansado en nuestros escasos encuentros,tú no lo imaginas, pero yo quiero verte feliz. Cada vez que me veo al espejo yme encuentro con la mujer de rasgos espigados que soy, trato de cerrar losojos para mirarte tal y como te vi una tarde de octubre, cuando no habíaPatricia y, en cambio, había una vida por delante para los dos; o al menos esocreí por algún tiempo. Tú sabes, las cosas se enredan a menudo en la cabezay luego ya te pierdes. Nos perdimos, pero dejemos el pasado en su lugar, novaya a caer en fáciles reproches nuevamente. A propósito, me gustó mucho eldetalle de la rosa y el dulce modo en que me chantajeaste por teléfono, miraque decir que te arrojarías al río. ¿Cuándo dejarás de decir burradas? Las mismas que me dijiste una vez que hablamos (¿hace cuánto?), de lasganas asesinas de estrangular a tu mujer cada vez que te saca de las casillaso de marcharte para siempre de esa calle donde has vivido los últimos treceaños, y que te provoca cierto sentimiento absurdo. Eso de los sentimientos absurdos fue Lidia quien lo descubrió: “Ahí tienesque metes todas las emociones en una licuadora y las mezclas hastaconseguir un batido absurdo”. Lidia era así, ¿la recuerdas? Con esos tirantesde hombre, la sorpresa que nos dio cuando se ganó la beca para irse a París y

Page 6: Cuentos Casi Completos

regresó con Jean Pierre, su novio alsaciano, y nos trajo un álbum demariposas disecadas que había capturado en los jardines de las Tullerías. “Mesiento absurda”, decía Lidia cuando quería expresar lo inexpresable; larecuerdo besando a Jean Pierre, la recuerdo tomándose una fotografía en laterraza de un café, una postal que registraba los acontecimientos cotidianosde la ciudad, la recuerdo junto a ti, Andrés, una imagen adolescente a blanco ynegro, como las fotografías de los periódicos. Como a las siete el café comienza a llenarse de parejas y de grupos deamigos. Y yo tan sola, entretenida en viejos anuarios, sintiéndome perdida enla mesa que da a la pared de cristal, esperándote sabiendo que no vendráshoy, que estás muy lejos de esa puerta que no dejo de mirar, de sentir que seabre y se cierra sin que seas tú el que realiza esa irritante operación mecánica. Aún conservo el álbum que nos obsequió Lidia y su novio francés, con lasmariposas hechas polvo gracias al descuido y a los años. En ciertas ocasionesme he imaginado a Lidia recolectando, en forma de souvenir, con una malla, acientos de mariposas en los jardines de las Tullerías, poblando de macetas yarbustos su departamento de la calle Novara y la he imaginado casándose conJean Pierre y a ti, Andrés, te he imaginado cientos de veces al lado de Patriciay viendo cómo los años nos apartaron, y cómo estos días, a pesar de nuestrosencuentros furtivos, te veo más distante que nunca. La última vez queesperaste, tal vez en esta mesa, tal vez en otra, cuando te dije que vendría atomar un café y a leer algunas revistas, pero que tú pensaste que te quería very por eso viniste. Y si embargo, yo nunca llegué porque a última hora me salióun compromiso en el trabajo, y me tuve que desviar diez cuadras para llegaren el momento en el que tú ya te ibas y me decías, con dulce rencor: “Graciaspor hacerme esperar dos horas. Chao, te cuidas”. Nunca te dije la melancólica rabia que sentí cuando te fuiste. Pensé que biente podías ir al diablo. Entré al café y había una nueva exposición de artemoderno en la que no hallé consuelo a tu despedida. Recuerdo que esanoche, al llegar a mi casa, me sentí profundamente sola y me puse a llorar. Lo de las mariposas, según Lidia, era para sobrellevar la soledad losprimeros meses en París. --Viviendo sola en una buhardilla cualquiera se muere de aburrimiento, o almenos enloquece. Todas las mañanas Lidia realizaba el mismo recorrido de su cuarto a laescuela de Artes. Recibíamos de ella postales y cartas a través del correoelectrónico, que más bien parecían pajaritos nostálgicos y lagrimitas condedicatoria. Siempre sentimental, se acordaba mucho de México y de nosotrosdos, que procurábamos contestarle en el menor tiempo posible. En ese tiempotú y yo nos tratábamos ya con una fría cortesía que algunas veces me parecíaexcesiva. Yo trataba de tramitar una beca para irme a estudiar a Canadá, lejosde ti. Nos empeñábamos en realizar nuestros planes para tener el menortiempo posible para pensar. Nunca se lo dije a Lidia, porque entonces se hubiera molestado, pero medaba mucha lástima imaginármela perdida en las calles de París, con pocodinero en la bolsa y tratando de hacer realidad sus sueños. Esos que yo dejé aun lado cuando me rechazaron como becaria de la universidad de Montreal,

Page 7: Cuentos Casi Completos

pero en cambio pude hacer un breve intercambio de tres meses en California. Lidia, como siempre que tocaba emprender los grandes proyectos, regresó aParís para vivir y casarse con Jean Pierre. Recuerdo que lloramos juntascuando la fuimos a despedir al aeropuerto, quién sabe y cuándo nosvolveríamos a ver, pero quedaba el consuelo de los correos, el teléfono, lasvideograbaciones, esos artificios que creaban la ilusión de la cercanía, másallá del Atlántico. Los tres meses en California fueron una primavera queatemperó mis ánimos. Lejos de mi pasado, las calles de Los Ángeles parecíanun laberinto soñado. Logré en poco tiempo que tu recuerdo ya no me hicieradaño y que en cambio te recordara con dulzura. Conocí a un chileno con elque comencé a salir y, después de un par de semanas juntos y de muchosmeses de soledad, me fui a la cama (¿me fui o me lo llevé?). Con él apenas sime veía de vez en cuando. Para mantener sus estudios, él trabajaba en unapizzería mexicana del centro a la que yo iba con el pretexto de recordar lossabores perdidos de las salsas y los quesos mexicanos, a los que después deesos meses me hice adicta; tal vez por eso, si alguna vez te llegaras a asomara mi refrigerador, lo encontrarías lleno de un tufo a queso rancio; me gustaconservar ese olor, recordar lo de las mariposas y a mi amigo chileno, y decirtetodas estas cosas sin que tú estés presente para oírlas. Sé que no dirías nadacomo siempre, que cuando mucho asentirías con la cabeza o fingirías estarinteresado, como ha sido todo este tiempo. No creas, siempre te he esperado en mi casa, como ahora espero en estecafé. Todas las noches, al pasar el cancel por la puerta, echo un vistazo por laventana. Miro hacia la calle barrida por el silencio y la terquedad de los grillos,pensando tontamente que estarás llegando. A veces, cuando estoy acostadaen mi habitación, siento la extraña sensación de que alguien, de un momentoa otro, tocará a la puerta. Entonces creo escuchar algunos golpes haciendotoc-toc y rápido me levanto a recibir al extraño visitante, con la piyama puesta,el pelo desordenado, mi cara desmaquillada, qué horror, pensando que eres túquien llegó. Pero no. Nunca serás tú, ¿por qué vendrías a buscarme a altashoras de la noche, si tienes a Patricia a tu lado, que te sonríe, que te besa?Sin saberlo me voy quedando dormida, pensando en los mil compromisos deldía siguiente. La otra vez, en la calle, creí escuchar tu voz diciendo mi nombre. Al voltearme encontré con un tipo que esperaba a que cambiara el semáforo paracruzar. Me parece tonto ir caminando por cualquier parte esperando un vagoencuentro contigo. Sé que es una locura, todo este tiempo me lo he dicho a mímisma, ya no somos aquellos adolescentes que se conocieron entrando a laUniversidad. Éramos tan jóvenes entonces, sobre todo Lidia, nuestra amigapintora que dejó el diseño gráfico por las Artes, su verdadera vocación.Déjame decirte que la extraño, que he soñado a veces que regresa por fin deEuropa, tan delgada y tan loca. Hace más de un año que se fue. La última vezque vino con su novio francés la vi convertida en toda una mujer de mundo,aunque a Lidia las novedades y la moda nunca le interesaron, siempre con suropa extraña que ella misma se mandaba a confeccionar a alguna sastrería.Pero la vi después de dos años y la noté diferente, con más gracia, feliz de lamano de su novio, que me pareció bastante agradable. Le dije a Lidia que la

Page 8: Cuentos Casi Completos

envidiaba por todo esto, pero ella sólo se sonrió y dijo que me llevaría aconocer Europa cuando quisiera. Mi relación con el chileno duró lo que tenía que durar. La despedida fue unencuentro más con los desengaños. Habíamos aceptado nuestra relacióncomo algo pasajero, como algo que inevitablemente tenía un fin. A pesar deello, nos escribimos seguido y nos queremos con el inusitado amor que surgede la amistad. Incluso hemos llegado, en los últimos tiempos, a hacer planesde reencontrarnos prontamente. Quizá el próximo verano venga a conocer miciudad, tan horrenda como es. Cuando compartíamos el mismo cuarto lehablaba de mi vida aquí, en esta ciudad atravesada por dos ríos queconvergen en uno solo, de las tardes del cine y de las noches en los atestadoscafés, de mis días azules en la Universidad. No sé por qué razón nunca lehablé de ti, de las promesas que un día nos hicimos, de las cosas que me hanocurrido últimamente, tal vez por mentirme a mí misma, o tal vez por creer queya nada es importante y que todo, como mi relación con él, ha sido pasajero. Se me ha hecho tarde contándote todas estas cosas y esperando que de unmomento a otro suceda el milagro de que seas tú el que abra la puerta, vertellegar con tu sonrisa hasta mí y preguntar por los días de trabajo, por las horasde cansancio y oírte decir que nuestras vidas han sido equivocadas, quehemos navegado por rumbos distintos en múltiples desencuentros queterminan cuando llega la hora del café, y tú no estás otra vez en mi camino. Ysentir de nuevo esa soledad tan distinta que es no tenerte a mi lado, mientrasme veo así de triste en el opaco reflejo de la pared de cristal, cierro los ojos ysiento el primer viento de lluvia como la clara premonición de que nunca máste volveré a ver. Y quisiera pensar que todo esto será cierto, y siento que noestés aquí conmigo, y siento que yo esté aquí de nuevo, esperando.

Page 9: Cuentos Casi Completos

La diva

En mi último encuentro con Emilia no ocurrió nada interesante. La encontrévieja y fofa, la sonrisa ya carente de gracia y usaba los mismos vestidosjuveniles de su mejor época de diva, en el teatro La Riviera. Acababa decumplir 46 años y sus pechos obscenamente fláccidos eran excesivos para laedad que acababa de cumplir. La reconocí de inmediato entre el público que asistía al Tercer Festival deCine Erótico realizado en la ciudad de México. Esa noche, recuerdo, exhibíanuna galería de cortometrajes españoles de carácter experimental, donde semezclaba efectos de sonido y de imágenes constreñidas gracias a los avancescibernéticos, lo que hacía algunos cortos interesantes, pero a otros les quitabatoda gracia y atractivo. Emilia estaba acompañada de su marido, un productor de bajo presupuestoque también participaba en el Festival con un cortometraje que se exhibió aldía siguiente. Me abrí paso entre la gente para llegar hasta donde estabansentados. Emilia, después de algunos años, no se sorprendió de verme, paraella ya no había sorpresas. Lo único que la había sorprendido en la vida eradarse cuenta que ya no era joven, que nunca fue una actriz talentosa y queterminó acostándose con los peores hombres con tal de obtener los mejorespapeles. Llevaba puestos unos lentes oscuros, innecesarios en la sala pocoiluminada, pero creí que eran para pasar desapercibida, algo totalmenteinnecesario también, ya que era, en verdad, una auténtica desconocida. Acababan de regresar de Barcelona de un evento similar al que esa nochese celebraba. El marido de Emilia participaba en todos los festivales sin muchasuerte. Era un alemán de apellido Brauwer que tenía años radicando enMéxico. Cuando casó con Emilia ésta adoptó el Brauwer de su nuevo maridollegando a ser Emily Brauwer, pero con nombre y apellidos distintos EmiliaMartínez nunca llegaría a ser una actriz importante. Su mayor logro había sidoa los 24 años cuando participó en la película Bajo la luna sangrienta,producida y dirigida por Alejo Bustamante, papel que la hizo merecedora de unpremio en un festival italiano, en la categoría de mejor actriz de reparto. Enesta cinta ella encarnó a una asesina que follaba con sus víctimas antes dematarlas. La película no era pornográfica, aunque mala, pero tenía susvirtudes estéticas cada vez que la actriz protagónica, una chica lejanamenteespañola, y la asesina mostraban sus hermosas tetamentas al aire. Fuefilmada en Madrid cuando los largometrajes de Pedro Almodóvar se llevabantodos los laureles. Habían pasado diez años antes de volver a encontrarme con Emilia. Lepregunté, en el largo intermedio, en qué trabajo se ocupaba actualmente. “Soyuna actriz retirada”, contestó la diva. El alemán permanecía al tanto de lo quesucedía en la sala, que era menos que nada, tal vez trataba de identificar a un

Page 10: Cuentos Casi Completos

amigo en la multitud. “¿Y tú en qué negocios andas?” Me di cuenta quepreguntaba por no parecer descortés, por continuar un diálogo sin muchofuturo. “Trato de entretenerme en los chismes de la farándula”, le dije. A continuación le expliqué que escribía reportajes para una revista deespectáculos, y que era eso lo que me había llevado esa noche al Festival.“Fascinante, fascinante”, murmuró ella. Le noté algo de interés. Tal vez poreso fue que le propuse, durante la cena a la que me invitaron ella y su maridodespués de la exhibición, escribir un reportaje para la revista acerca de suvida. No aceptó de entrada, ella no tenía nada que decir, lo que había vivido lohundió en el pasado definitivamente. Comprendí que era una negativa propiade mujeres y le insistí. La verdad era que yo no tenía mucho que ganar y síque perder. El alemán no obtuvo ninguna mención en el Festival. Realmente su obra eramediocre y de bajo presupuesto, pero eso nunca lo desalentaba. En las semanas sucesivas me dediqué a rastrear todos los datosdesconocidos de Emily Brauwer y también de Emilia Martínez, sus amantes,sus manías, sus logros y frustraciones. En la época en que yo la conocí eraadicta a la cocaína y a las fantasías sexuales. Follábamos hasta catorce vecesal día, todas al hilo, en la casa que le alquilaba un lejano productor calvo y debaja estatura que la mantenía como querida. A Emilia esto no le molestaba, alcontrario, le daba más libertad para divertirse y acostarse con quien le diera lagana y nunca le faltaba la pasta para organizar fiestas a donde iban laspersonalidades más celebradas del momento, que no la conocían a ella, perosí al productor calvo y de baja estatura, al que algunos, en el medio, le teníanrespeto y admiración por sus más de veinte películas de las que se conocencon el nombre de ficheras. No sé por qué a Emilia le gustaba coger conmigo. Yo era un advenedizodentro de la farándula, un tipo sin estatus ni dinero. En esos años me ganabala vida corrigiendo guiones y limpiando butacas en el teatro La Riviera, dondeella fue la diva hasta los 29 años, cuando comenzó a pasar por una de suscrisis de mal humor y esos inconvenientes la volvieron una mujer histérica ycapaz de insultar a cualquiera a la menor provocación. La vida de Emilia no era muy diferente a las de muchas actrices que moríanpor actuar en Hollywood; era cierto que sí tenía carisma y que era bonita, quehabía comenzado desde muy joven su carrera en la actuación. A los 16 añoshabía participado en una obra para adolescentes y eso la llevó a pensar quellegaría a ser una gran estrella. Dos años más tarde se enroló en unaproducción teatral que por ese tiempo tuvo muy buena crítica y desdeentonces los escenarios abarcaron toda su existencia. Obtuvo variosprotagónicos hasta que alguien le ofreció participar en la película de AlejoBustamante, un trhiler erótico que la despojó de la inocencia y que la llevó aotras tres producciones que no hicieron mucho eco dentro del ámbitocinematográfico. Lo que más llamaba la atención de cuando se desnudó parala lente, eran las tetas grandes y firmes que muchos cazatalentos manosearoncon la promesa de algún oscuro papel. La persiguieron por su belleza, no porsu talento. Emilia, tal vez, nunca se dio cuenta de esto, al fin y al cabo siemprefue una chica más interesada en los fines que en los medios; estos salían

Page 11: Cuentos Casi Completos

sobrando. Una noche, después de hacer el amor espolvoreados de droga, mecontó de la emoción que sintió cuando escuchó su nombre durante la entregade premios en el festival de cine erótico de Italia: Esas cosas son inolvidables,me dijo. A los 28 años todavía seguía haciendo sus planes de triunfar. Mi relación con ella duró cinco años, aunque se podría decir que no fue unarelación propiamente ni que duró cinco años. Quién sabe cómo una nocheterminé en su casa acostándome con ella, inhalando cocaína, untándolecocaína en el coño que luego lamía con la lengua. Quién sabe cómo ellacomenzó a usarla de todas las maneras imaginables para aumentar el placer ala hora de follar. Lo cierto que la droga, gracias al dinero que le pasaba suamante calvo, nunca le faltaba. Y a mí nunca me faltaban las ganas deinhalarla y de penetrarla por todos los orificios del cuerpo, a lo Sade. La casa que le alquilaban estaba por el rumbo de Bucareli, cuando la ciudadde México comenzaba a convertirse en la ruina de hoy. Era pequeña pero conencanto, en las paredes había fotos de estrellas mexicanas, españolas yfrancesas. Ella también se había ganado su pedazo de fama en los teatros yde ellos no pensaba salir. Soñaba con actuar en una obra producida enBroadway, pero eso, incluso para la mejor actriz mexicana de su edad, eraexceder los límites. No se podría decir que ella era una mujer caprichosa,acostumbrada a conseguir todo por medio del berrinche pueril y del chantaje.Lo que consiguió se lo ganó a pulso, trabajando, desvelándose; sus aventurassexuales eran algo así como un descanso, y lo que consiguió con ellas eramás bien gratuito, o al menos eso era lo que decía, tal vez para defenderse dequienes la tachaban de puta arribista. Ocho años de matrimonio le habían quitado las ganas de acordarse deaquellos años. Durante la cena, que se alargó hasta la madrugada, en un barpor el rumbo de Garibaldi, ella y el alemán me platicaron de la vez que seconocieron, eso en el 95; Emilia ya tenía 35 años y el poco fulgor que habíaconseguido se estaba apagando. Entró al casting de la película Todos estánlocos, dirigida por el mismo alemán. Era la segunda que filmaba en la soleadaCuernavaca, en una casa-mansión con piscina y chalet al estilo californiano.Emilia no consiguió ningún papel, pero se quedó con el alemán que la invitólas siguientes vacaciones a Cancún donde (esto lo aseguraron ellos) hicieronel amor y se enamoraron. La diva siempre había huido del compromiso socialde casarse y tener hijos, esas cosas no estaban hechas para ella; pero él, quea sus 48 años no tenía nada que perder y ella ya estaba perdida, le propusomatrimonio tres años después. Aunque lo de no tener hijos lo había cumplido,creo que fue un acuerdo mutuo entre los dos. La luna de miel, si mal norecuerdo, la pasaron en Alemania y otros países de Europa Central. Parecía mentira que Emilia me contara todas estas cosas, con una inflexióncasi juvenil, tan puta y decente a la vez, con la cara rolliza y con los cabellosrubios maltratados por el peróxido. Yo la había desterrado para siempre de mivida en esos diez años. Ahora la miraba y parecía mentira que fuera ella lamisma mujer con la que compartí, en otras noches turbulentas, cama, alcoba ydrogas; que fuera aquella diva inventada por la ilusión del escenario, lahistérica que lloraba después de hacer el amor conmigo. En la época en quesu genio era insoportable para todos, yo era el único capaz de aguantarla y de

Page 12: Cuentos Casi Completos

conseguirle cocaína a cualquier hora de la noche, aunque muchas vecesterminamos peleando por cualquier estupidez que tenía que ver con sudesesperación y su frustración, y más de una vez llegó a sacarme a patadas ala calle, mientras me quedaba en la banqueta, mirándola con un poco de penay ternura. Y entonces ella soltaba el llanto. Los únicos días que tenía prohibido visitar la casita de Bucareli era cuandoiba su amante, todo para evitar un posible malentendido. De hecho, a sustreinta y tantos años, lo único que la mantuvo en las obras de bajopresupuesto fue su relación con el productor calvo. Era él quien le conseguíaque la aceptaran de nuevo, aun después de que Emilia dejaba todo en susarranques de histeria. Se la pasaba gritando que todo era una mierda y que noservía y se largaba a una discoteca a beber y meterse rayas con sus amigos ocon cualquiera que le ofreciera droga. Pero todo esto se acabó. Antes decumplir los 33 el dueño del teatro La Riviera la vetó para siempre, en medio deun escándalo, dando paso para ya no ser aceptaba en ningún lado. Cansado de sus desplantes, su amante calvo terminó por dejarla y de darledinero. Entonces Emilia se convirtió en una artista en desgracia. A partir de ahídejé de verla; yo marché a España dispuesto a convertirme en dramaturgo.Dejé las butacas y los guiones de La Riviera para enrolarme con unacompañía teatral que prometía mucho, pero que al final no me dio nada, talvez algo de experiencia y algunas amistades, a las que nunca he recurrido porsentido de independencia, o por dejadez y desidia. Sé que después de su caída tuvo varios amantes (pero de esto me enterémucho después). El primero que se ligó fue un empresario joven, de apellidoPalacios. Éste le puso departamento y coche, pero no duró demasiado. Ella,por un tiempo, se creyó enamorada de él y gracias a este amor que sintiócomenzó a hacer nuevos proyectos en el campo de la actuación, que dio alolvido en cuanto acabó la relación. El segundo también era empresario, dueñode hoteles en Acapulco, pero le doblaba la edad y estaba divorciado. Con estenuevo amante se dio el lujo de pasearse por cócteles y restaurantes de la másalta categoría, sin importarle nada y con el cinismo de verse a sí mismarecuperada de sus fracasos. La llevó a vivir a su casa, en compañía de unosperros cocker spaniel que todo el día daban lata y de un ejército de criadosque le cumplían sus gustos. Un día podía estar en Nueva York comprándoseen la tienda de ropa más prestigiosa y al día siguiente pasearse por París delbrazo de su amante y entrar en los más exclusivos restaurantes de la ciudadLuz. Pero a éste no sé por qué lo dejó, tal vez por impotente o tal vez porqueél quería algo más duradero con Emilia, aunque a la edad que tenía elempresario algo duradero podía ser pocos años. O no sé si ella terminóaburriéndose de sus perritos y de ser tratada a cuerpo de reina. El caso es quesu tercer amante era un modelo alto y moreno del que sólo consiguió saciar suvanidad, pues no era rico como los otros dos, pero sí bastante atractivo, y esola convirtió por unos meses en foco de la atención de otras mujeres que laveían pasear con él en las pasarelas. Todo esto lo supe semanas después, no de la boca de Emily Brauwer, queya no la volví a ver, ella y su marido habían marchado a California a pasar untiempo después de pasearse por media Europa en busca de un premio, cosa

Page 13: Cuentos Casi Completos

increíble en un productor de bajo presupuesto. Me bastó un par de llamadas aun amigo que también se acostó con Emilia en su época de diva para saberlo.Cuando le dije que pensaba hacer un reportaje sobre su vida, me pidió que nolo mencionara, por pura discreción. Recuerdo que fue una charla larga en un cafecito de la Zona Rosa. Allí meenteré que Emilia terminó con el modelo porque no soportó que éste seacostara con otras mujeres, mientras miraba pasar su juventud de largo, quesus enormes pechos comenzaban a caerse y que en ninguna producción laaceptarían, a no ser que aceptara el papel de señora y madre casta. Sinembargo, hizo un último intento de parecer más joven en el casting de lapelícula del alemán. No se lo ganó, pero por fin comenzó a sentar cabezacuando lo vio a él persiguiéndola. Recobrar conciencia sobre su estatus y suedad la obligó a darse cuenta que las oportunidades se le agotaban. Emiliaestaba cerca de los cuarentas y ya no era una actriz que figurara en escena.Las cuatro películas y las más de veinte obras en las que actuó no hacían unrespaldo verdadero para sobrellevar una madurez con dignidad, actuando enalguna telenovela o en alguna oscura película del tipo video home. Y ahí estábamos los dos ex amantes, hablando de la mujer que durantemeses nos hospedó en su cama. Al transcurrir las semanas me di cuenta queiba ser imposible escribir el maldito reportaje. De pronto me encontré envueltoen una maraña de errores y de imprecisiones; ya nadie se acordaba de la divaque actuó en el teatro La Riviera y que fue amante de Pepito Jiménez. Emiliasólo significaba algo para aquellos que la vimos y la vivimos, y que en su casoextremo, la sufrimos. Nada quedaba de esos días sino los restos de unacarrera que bien pudo ser brillante. Me consolé imaginando todo esto,especulando acerca de su vida, tratando de reconstruirla con la pocainformación que tenía. Tal vez lo que al final terminé escribiendo no hacíahonor a las cosas que en verdad pasaron, pues la historia era más larga de loque imaginaba. Pero lo que realmente me impresionaba era comparar a la muchacha tetonay loca con la mujer que me encontré años después en el festival.Esencialmente eran las mismas, y sin embargo, distintas. La primera llegó a ladignidad de la más respetable putita del medio artístico; la segunda era sucaricatura dignificada por el orgullo de haberse liberado de ese pasado. Ella yel alemán, se podría decir sin exageración, vivían felices. O al menos lasuficiente felicidad que da radicar en México y tener una casa de verano enCalifornia y de viajar por Europa. Una noche, transcurridos tres meses de aquel encuentro casual, quiseconseguir su teléfono para hablar con ella, pues de repente y sinproponérmelo me había surgido la necesidad de oír su voz. Al calor de lostragos en Garibaldi me había dicho que vivían cerca de Coyoacán, en unacasa antigua que el alemán había comprado cuando llegó a vivir a México. Laverdad era que no podía imaginar a Emilia haciendo vida en común con unhombre, ella que siempre tuvo la facilidad de tomarlos y dejarlos a capricho.Después de varias pesquisas di con un Brauwer en Coyoacán. No quise serinoportuno y resistí varias veces para no marcar el número, que bailaba entrelos dedos impacientemente ¿qué podría decirle? Ahora las cosas se

Page 14: Cuentos Casi Completos

complicaban y Emilia Martínez era mi obsesión privada, mi diva de fantasía, lamujer que formaba parte de mi historia privada de fracasos y aventuras, ¿o eraque yo me sentía culpable de haberla abandonado en el peor de susmomentos? Nunca lo pensé de ese modo; para ella yo siempre fui algocercano a un perro. Me buscaba cuando le daba la gana, me dejaba cuandoquería, y yo no me preocupaba por esos infelices detalles. Ahora los doséramos personas muy distintas y las cosas no encajaban, como nunca encajóel hecho de haber pasado de una muchachita despreocupada y jovial a unahistérica y desesperada, pero después de la charla con el borroso amigo deesos años, en el cafecito de la Zona Rosa, las cosas empezaron a cambiar. El número se quedó anotado en mi agenda encima del escritorio de laRedacción de la revista. Salí a tomar unas copas a un bar y a pensar en EmiliaMartínez. Los datos de que disponía me parecían nulos y falsos. No meinteresaba su infancia, que había transcurrido en las barriadas pobres de laciudad de México. Sólo quería recuperar su carrera y lo que significó para mí.Pensando en ese turbio pasado, de drogas y mentiras, me di cuenta que yonunca la quise de verdad y que nadie la ha querido más que el alemán. Séque a estas alturas preocuparme por estos detalles suena a historia de amorestúpida y que ya nadie cambia el pasado. Pero ese pasado se me antojaba tan absurdo como la noche en que me laencontré en la exhibición de cortometrajes españoles. No me costó trabajoreconocerla, porque tal vez esperaba hallarla así, convertida en una señoraserena, como tampoco me sorprendió el hecho de que no se sorprendiera deverme. En la conversación con aquel amigo, que de algún modo sabía másque yo sobre la diva, puesto que tras marchar a España dejé de tener contactocon mucha gente, le pregunté si llegó a enterarse del motivo que le hizocambiar de manera abrupta su carácter. “¿Qué nunca supiste?”, me dijo:“Emilia abortó a su único hijo a los tres meses”. Y así, de este modo, comenzó a terminar mi intento de contar su largahistoria, que también es la mía.

Febrero 2008

Page 15: Cuentos Casi Completos

Los malditos

Lo conocí una tarde en una cantina del centro. León y yo tomábamosunas cervezas después de clases cuando vimos entrar al hombre.Llevaba la ropa sucia de bastantes días, la barba sin rasurar y en la manocargaba la cajita para lustrar zapatos. Parecía temblar de la cruda y bastócon echarnos una mirada, sentados en una mesa de la entrada, paraaveriguar que nosotros también éramos poetas. Entonces acababa deingresar a la escuela de Letras y ya hacía mis primeros trotes por losbares de la ciudad, a veces con otros compañeros de escuela y otrasveces solo o, como en esa ocasión, en compañía del amigo León, unmochiteco que recientemente se había instalado en la ciudad. El hombrese nos plantó frente a nosotros y se ofreció a lustrar el calzado a cambiode un par de cervezas. No tenía que preguntar a qué nos dedicábamos,ya lo sabía, lo supo cuando nos vio sentados, con la actitud propia de losartistas. Él también era poeta, pero no cualquier clase de poeta. Élpertenecía a una vieja estirpe de bardos cuyo origen se podía remontar ala Francia del siglo XV y cuyo precursor fue un poetastro que muriócondenado en la horca por todos sus crímenes. Desde luego, el boleroexageraba demasiado. Cuando le pregunté su nombre me respondió queya no recordaba cómo se llamaba el poeta ahorcado, pero que en todocaso era muy admirable que un hombre de letras sea todo undelincuente. Luego le dije que el nombre que quería saber era el de él yno el del poeta muerto.

--Soy el Tiburón, para servirles a ustedes y a la santa Poesía –nos dijocon alta solemnidad.

Cuando terminó con mis zapatos, siguió con los de León. La cantinaera un bullicio constante de hombres que entraban y salían, sobre todomúsicos y vendedores ambulantes, mientras las meseras iban y veníanatendiendo mesas y hablando de Miguel Ángel, un cantante de rancheroque por esos meses había sido asesinado. Fue entonces cuando se meocurrió, armado hasta los dientes de lecturas, retar al bolero a un duelode versos. El juego consistía en recitar un poema y saber a qué autorpertenecía. Él aceptó de inmediato. Lanzamos el primer verso al aire:

Page 16: Cuentos Casi Completos

“Abril es el mes más cruel”. --Demasiado fácil, T. S. Eliot –contestó, terminando de bolear los

zapatos. --Déjame ser tú puta, son palabras de Eloísa. --Pongan otra más difícil, muchachos, Piedra de Sol, de nuestro Nóbel

mexicano. --Cerrar podrá mis ojos... --Ah, ese es un clásico: la postrera sombra que me llevare el blanco

día --terminó él incorporándose a la mesa— un hermoso hipérbaton. --Me moriré en París con aguacero… Una sombra de melancolía recorrió sus ojos. Luego tomó un trago a

su cerveza: --Vallejo. Yo también me moriré muy pronto, nos dijo con algo de inusitada

fatalidad, pero en Culiacán y en un día sofocante. Después nos asestó ungolpe maestro: Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de lamaestría. Nos quedamos mudos sin encontrar un nombre.

--Huidobro –dijo León quién sabe por qué, quizá por no quedarsecallado.

--Borges, muchachos pendejos, aprendan a leer. Nos carcajeamos, él por el triunfo obtenido y nosotros por la vergüenza

causada gracias a nuestra ignorancia literaria. Nunca nos dijo, en esa larga conversación en La Ballena (que era el

lugar donde estábamos), su verdadero nombre, sólo que le decían elTiburón, no sé por qué motivo si ni siquiera tenía un rostro espantoso,más bien era de aspecto bonachón y afable. Decía ser amigo de todos lospoetas sinaloenses y nunca, en su vida, había tenido un trabajo estable o,mejor dicho, algo que pudiera llamarse trabajo. Porque trabajar, lo que sellama trabajar, el Tiburón jamás había hecho tal cosa. Excluyendo un parde años en Sonoyta, a donde había huido a los veintitantos años por uncrimen que, según él, no cometió, toda su vida se la había pasado enCuliacán. No era hombre de aventuras; de hecho, esa temporada en elnorte de Sonora, al lado de una tribu de indios con la que fraternizó, lehizo conocer su destino como poeta, y para él ser poeta era serlo todo.Comenzó a leer, primero, quizá porque era lo más inmediato que tenía, lahistoria sonorense. Ahí conoció los grandes héroes y los grandesterratenientes de la época revolucionaria, los años mozos del generalObregón, que ya desde muy chico era listo e inteligente, además dehaber escrito algunos versos primorosos en su juventud, y entoncesempezó a sentir una gran admiración por él. Gracias a la tribu quevisitaba, llegó a conocer los antiguos mitos del hombre, participando enlos rituales y en las danzas que se hacían en la aldea cada año con lallegada de la semana santa. Después de conocer bien la tierra de suexilio a través de los libros, le dio por leer poesía. Dentro de sus poetasfavoritos estaban Antonio Plaza y López Velarde, el cual le daba muchatristeza por aquel sueño de los guantes negros. Todos los lunes asistía ala biblioteca municipal y pedía prestado varios libros para el resto de la

Page 17: Cuentos Casi Completos

semana. Los leía todos de una sola sentada. Aprendió, porque en laprimaria no le dio tiempo, todo sobre historia mexicana, sobre poesíamexicana, sobre vanguardia mexicana. Amó a Jaime Sabines y detestó,por aburguesado, a Octavio Paz, pero llegó a respetarlo como intelectual.Se peleó varias veces con los Contemporáneos por maricas y al únicoque llegó a comprender fue a Villaurrutia. Vinieron otras lecturas, de losreyes católicos, de la conquista de las Américas, de las batallas perdidasde los Aurelianos y cuando terminó de saquear la biblioteca, comenzó aextrañar su tierra. Decidió regresar a escondidas con un manojo depapeles donde había escrito sus poemas del exilio. Nadie lo vio llegar aCuliacán aquella madrugada de diciembre. Por la mañana, después derecorrer los mercados sin un centavo en la bolsa y arrastrando un hambrede días, fue a visitar la casa de sus padres. En dos años no había tenidocontacto con ellos. Sólo entonces se enteró que la policía ya habíahallado a un culpable y él, fugitivo hasta ese momento, quedaba libre decualquier persecución. Cuando cumplió los treinta, el Tiburón se casó.Luego un día apareció por las calles del centro de la ciudad con una cajitade bolero. En todas las cantinas era respetado por su gran erudición, siempredejaba boquiabiertos a los borrachines que se sentaban a su mesa yhasta el más ilustrado se sentía cómodo con él. Era un bolero itinerante,andaba todo el santo día con su cajita de bolear por todos lados, pero devez en cuando, cansado de caminar bajo el sol, se instalaba en unaesquina de la avenida Morelos, conversando con los policías que hacíanronda de a pie y que también vigilaban la entrada de varias casas de citasdisfrazadas de casas de huéspedes. Tres veces al día venía a la Ballena.La primera en la mañana cuando abrían, se tomaba una cerveza y salía abuscar calzado sucio. La segunda a las dos de la tarde, que es la hora enque sirven comida gratis a los borrachos de mediodía y que acá lellamamos la hora de la botana, y la tercera vez al anochecer, cerrandofaena. Para rematar, como La Ballena cerraba a las nueve, se iba al TíoPepe, una cantina situada por la calle Hidalgo, entre Morelos y Rubí ycuyo propietario era uno de los hermanos Cisneros. Ahí terminaba sushoras, en una mesa del fondo, garrapateando sus imposibles poemas.Una noche, ebrio y a punto de las lágrimas, mucho tiempo después deaquel duelo poético en La Ballena, le oí recitar uno de sus mejorespoemas donde hablaba de la muerte de su padre. Sólo ha quedado en mimemoria rastrojos y ecos de unas palabras que tal vez no quise oír enesa ocasión: mi corazón, ahora niño, te mira sonreír de nuevo.

Fue por el Tiburón que conocí, más adelante en mi paso por lascantinas, a la Mariana y a la Marbella. En la casa de huéspedes SantaElena, sentadas a la diestra de una omnisciente madrota que vigilaba elparaíso del placer que viaja en látex, estaban ellas, jugando a la barajajunto con otras muchachas de rostros mustios y cansados. Pagué la tarifaa la madrota que me sonrió cuando me entregó el preservativo. Seguí aMariana por varios cuartos hasta que entramos en el último. En seguidame pidió que me desnudara y entramos juntos a la regadera y, mientras el

Page 18: Cuentos Casi Completos

agua caliente chorreaba por sus pechos, yo exploraba con curiosidad elvello púbico y el clítoris, las nalgas morenas y la cintura estrecha. Más deuna vez tocó mi verga erecta; más de dos veces le besé el cuello. No nosconocíamos y no era necesario conocerse. Estábamos viendo nuestrasmultiplicadas desnudeces en los tres espejos del baño, ella se alzaba lospechos y jugaba a que todavía eran niños.

Podría comparar a Mariana con un valle fértil, una tierra morena yapacible atravesada por varios ríos subterráneos con salidas al mar, unsitio de descanso feliz, donde el viajero pasara las mejores horas de suviaje, un país lleno de lugares ocultos, montañas y bosques. Por ejemplo,Mariana de espaldas era una cordillera cuyo precipicio era el borde de lasnalgas. Mariana con los muslos entreabiertos, era una mina profundadispuesta a entregar el húmedo oro de sus paredes. Mariana tendidacomo una sábana en la cama, era un río caudaloso, un cañóndesmesurado con un letrero al final: welcome to Mariana, país libre de lasífilis y el chancro.

Y le dije al oído, recordando a un viejo poeta argentino: Mariana, sos lafeba más linda del arrabal. Experta en puterías, Mariana me hizo terminar rápido, sobre una camaolorosa a semen y cuando menos seis veces usada ese día. Después mecontó, quizá porque le parecí simpático o porque ya no teníamos nadaque hacer, que tenía una hija de dos años, que a los dieciséis se habíahuido con su novio y que éste la hizo sangrar la primera vez al romperle elhimen y todavía, cuando eran demasiado grandes, le dolía coger. Desdehacía un año su vida era un constante ir y venir. Ya había trabajado demesera una temporada en el centro nocturno El Copeche, situado aloriente de la ciudad, sobre la carretera Sanalona, pero ahí las nocheseran muy largas y a veces terminaban cuando el sol estaba alto.Renunció a esas desveladas enfilando rumbo a Tijuana para trabajar debailarina en un centro nocturno situado en la larga avenida Revolución. Laniña se la dejó encargada a su madre. En Tijuana conoció a la Marbella ala que le apodaban la Culichi y cuyo centro de operación era unabanqueta de la Coahuila. La Marbella ya llevaba varios años en esaciudad y terminó trabajando de puta gracias a su último novio cuando éstela abandonó por otra más puta que ella al cruzar la frontera de mojado,dejándola enamorada y embaucada con tres meses de alquiler, en undepartamento de la Zona Río. Se hicieron amigas y cuando a las dos lefue mal, después de seis meses, decidieron regresarse juntas a Sinaloa.Desde entonces se hicieron hermanas y lo que hacía una la otra lasecundaba. Entraron a trabajar a una casa de masajes siendo explotadaspor un grotesco padrote al que le decían el Tío, pero más tarde creyeron,ante las pocas ganancias recibidas, que el negocio independiente eramejor. Se mandaron a hacer unas tarjetitas con sus respectivos nombresy teléfonos y tomaron como centro de operaciones la casa de huéspedesSanta Elena, pagando una módica cantidad a la dueña del local por elalquiler de los cuartos. Cada vez que cogían con un cliente, le entregabanuna de esas tarjetas a las que sólo le faltaba anunciar: Putas a domicilio.

Page 19: Cuentos Casi Completos

Esto por si otro día se les llegaba ofrecer o por si alguien más solicitabasus servicios.

Yo más de una vez volví a solicitar esos servicios a Santa Elena, entremuebles viejos y fotografías en las paredes de cantantes norteños. Loscuartos eran austeros, sin un decorado en especial y en algunos, uncolchón tirado en el piso era suficiente. En la recepción atendía una mujerentrada en años que le decían la Doña, la omnisciente madrota. Teníaarreglo con unos choferes de taxis para llevar y traer a las muchachasque trabajaban de planta. Por eso, no era raro ver, además de lasmuchachas sentadas en sillas de plástico, cruzando a cada rato laspiernas o ya de plano dejándolas entreveradas, a taxistas esperando a laentrada del local donde un letrero luminoso decía, contrariando a larealidad: Casa de Huéspedes Santa Elena. Por dentro, había un largopasillo lleno de macetas que terminaba en un baño sucio y asquerosodonde las putas iban y hacían sus necesidades cuando estaban dioquis.Cada una de ellas tenía su propio cuarto. En uno había una alfombra quecubría todo el piso y, en la pared detrás de la cama, colgaba un enormeretrato de Pedro Infante luciendo el uniforme de tránsito de la película Atoda máquina. En otro había una estufa inservible y seguramente estabaahí porque quizá en otro tiempo ese cuarto tenía cocina incluida; medivertía imaginar que su inquilina, para burlarse de algún cliente, se iba yse sentaba desnuda, encima de los pilotos muertos y le decía muycoquetamente:

--Entonces qué, papacito, comemos o cogemos.El único cuarto con baño y regadera era el de la Mariana y nunca se

había tomado la molestia de adornar la pared con un cuadro de su artistafavorito. La cama era acolchada y a un lado estaba una mesita repleta decremas y empaques de condones. Al otro lado había un bote de basuracon papel sanitario y algunos condones usados que daban vértigo y ascoal verlos con el semen de los clientes que acababan de dejar la cama.

La Mariana y la Marbella trabajaban por su cuenta. A veces se les podíaencontrar en los bares y centros nocturnos por el rumbo del bulevarSolano. Su parada oficial era El Presidente, donde un grupo de músicanorteña hacía vibrar el ambiente con canciones de Los Tigres del Norte.Cuando se enganchaban ahí con clientes, estos llamaban a un taxi y seiban a Santa Elena. La vez que conocí a la Mariana estaba en la Quintadel Papión, que recientemente se había mudado a la esquina de Colón yGranados. El Tiburón me la presentó además de recomendármela:

--Es muy buena en la cama –me dijo. Más tarde se incorporó a la mesa la Marbella, y me sentí triunfador algastarme todo mi dinero invitándoles cervezas. El Tiburón se puso amaldecir en cuanto se emborrachó, habló (o balbució) sobre los poetasque habían terminado su vida en la cirrosis hepática o sumidos en lalocura. Por ese entonces acababa de terminar sus primeros poemaspóstumos. Porque él, me dijo, sería un poeta glorioso en la eternidad dela muerte. En el fondo, me di cuenta que se sentía incomprendido por losdemás, cosa que le atribuí a un síndrome común entre los genios. Como

Page 20: Cuentos Casi Completos

a las putas les aburren los poetas y más los borrachos, la Mariana se fuellevándose a su hermana a otro sitio. Al salir de la Quinta intentélocalizarlas y alcancé a ver cuando se subían a la camioneta de un tipo deaspecto rudo. Regresé decepcionado a la mesa con el Tiburón quetrataba de empeñar su reloj a cambio de unas cervezas. Pensaba en lashermanas y en lo que les haría ese tipo en un cuarto de motel barato; meimaginé a las dos desnudas en un camastro asqueroso siendopenetradas por un enorme toro, pero llegué a la conclusión que tal vez eltipo de la camioneta era el padrote. El bolero me sacó del equívocodiciendo que esas pirujas no tenían padrote y que su guarida estaba enun hotelito de la avenida Morelos. Le invité una cerveza al Tiburón acambio de que me oyera recitar el poema que había escrito en unaservilleta en la barra de La Primavera. Eran las primeras horas de la tardey desde temprano ya sabía que no iría de nuevo a la escuela. El Tiburónencendió un cigarrillo, puso una pose interesante y me dijo, mirándomede la manera más arrogante posible: --Haber, déjame oír tus palabras, pequeño. Para ser poeta debes detener algo que decir: debes mirar de frente a la muerte. No le hice caso, por supuesto, a las terribles palabras del bolero.Mientras leía el poema, noté, con el rabillo del ojo, que el Tiburón tratabade saborear cada palabra que iba dejando caer, como migajas de pan,sobre la mesa y sobre las botellas. Cuando terminé de leerlo me dijo quelo encontraba bastante arrítmico. Luego me habló de su amistad con elgran poeta Alberto Álvarez, que él conoció cuando escribió su primerpoema siendo apenas un adolescente allá en Guasave, cosa que era undecir porque el Tiburón nunca había estado en Guasave. Pero después élmismo se contradijo diciendo que lo había conocido en el Tío Pepeadonde había ido a buscarlo otro genial poeta, Mario García, elChaqueño. Esa vez, recordaba el Tiburón, le habían dado el premioMiguel Irriazábal a Alberto Álvarez con el poemario Canción para lasnoches de desgracia, su ópera prima y donde había ensayado el versolibre al estilo de Saint-John Perse. Los dos querían charlar con él acercade una antología de poesía que incluyera a todos los norteños y porsupuesto, a él. No, muchachos, les dije yo, me dijo el Tiburón, mi obra no es deantologías y mucho menos para esa clase de antologías. Yo seré unpoeta póstumo; por el momento soy un simple hombre que se dedica alustrar calzado. Entonces les agradecí que me consideraran para esaantología promovida por el Instituto de Cultura del Noroeste. Me dijeronque finalmente yo me lo perdía, que ahí estaba mi oportunidad depublicar y ser reconocido. Hablaron de otras cosas, según recuerdo, algosobre la calidad poética, algo que tenía que ver con las gentes delInstituto, que deberíamos estar agradecidos porque gracias a su empeñoahora íbamos a tener (no sé por qué me incluyó) un panorama formal, yesto lo recalcó García, de la poesía que se escribía por estas regiones dela república. No, señores, les dije, yo a ustedes los respeto como grandespoetas y los reconozco como tales, pero mi obra no se publica. No

Page 21: Cuentos Casi Completos

insistieron demasiado, continuó diciendo el Tiburón, también venían acharlar conmigo de otros asuntos. Felicité a Alberto Álvarez por supremio. Era un jovencito de veinticuatro años que se asustaba fácilmentecon las mujeres que pasaban a su lado y los cincuenta mil pesos delpremio los había invertido en pagarse una maestría. Vaya pendejada. ElChaqueño, por su parte, estaba a cargo del departamento de EstudiosLiterarios de la Universidad. Él era mi amigo, yo sé reconocer cuandoalguien es mi amigo, cada vez que quería hablar conmigo, me iba abuscar a la cantina, donde debe estar siempre un buen poeta como unguerrero listo para entrar en combate. No sé por que tuve la sospecha que el Tiburón se creía todo un JoséAlfredo Jiménez, derrotado y envejecido por las botellas. Siguió hablandode Alberto Álvarez, que por otro lado yo conocía y que no era tan granpoeta como se decía. Alberto Álvarez, en efecto, era de Guasave y en1994 se ganó el Miguel Irriazábal. En su primera juventud fue toda unapromesa literaria, pero después del segundo libro su talento decayó yahora se la llevaba en los cafés del centro acordándose de la vez que unjurado le otorgó, por unanimidad, el nacional de poesía joven. Laantología de la que hablaba el Tiburón no la conozco, tal vez no se llegó arealizar nunca. El poeta que él se empeñaba en llamar el Chaqueño,Mario García, era mi maestro de Literatura y era conocido, entre otrascosas, por sus cuatro tortuosos libros de poemas, de los que había tenidola oportunidad de leer sólo dos, dejándome el aliento con sabor a güisquibarato. Me habló de otras gentes que no alcancé a conocer y quefinalmente no me interesaban. En mi mente sólo trataba de fijar la imagende la Mariana subiéndose a la camioneta de su probable padrote y siendoempalada por cientos de vergas en el hotelito de la avenida Morelos. Depronto, el Tiburón se levantó y me hizo que lo siguiera a la calle. Ya habíaanochecido y corría un viento de lluvia. Me llevó al centro nocturno ElPresidente, a dos cuadras de la Quinta. Ahí me presentó al guitarrista delgrupo, un fósil de la época sicodélica llamado Antonio Aguirre, el Jim,como me pidió que lo llamara. Esa noche estaba de descanso y nos invitóa su mesa en la que forjaba un enorme cigarro de mariguana. El Tiburónle preguntó por una mujer cuyo nombre no alcancé a escuchar en el ruidode la música. El Jim era un tipo agradable, en la locura de los años 70’shabía sido guitarrista de un grupo que ostentó el nombre de Los Reyes dePiedra y que era una mala copia de los Doors. Mucho tiempo tocaron enLa Luna Azul, un burdel de la zona de tolerancia allá por la colonia ElBarrio, al oriente de la ciudad y cuya época dorada ya había pasado.Tocaban, según me dijo, pura música grupera, que por ese tiempo estabade moda, como las canciones de Rigo Tovar y Los Apson. Nunca noshubieran permitido tocar a Lenon o a Morrison, me dijo el Jim mientrasfumaba mariguana, nos hubiéramos muerto de hambre, ademásteníamos vicios que mantener. Las anécdotas del Jim eran demasiadobuenas para ser verdad. Ese hombre flaco y con cara de caballo, decíahaber sido, en su juventud, actor cómico y músico en una carpa devariedades ambulante que iba de ciudad en ciudad presentando un

Page 22: Cuentos Casi Completos

espectáculo de teatro de revista improvisado. Me contó la última gran giraque realizó desde Culiacán hasta Ensenada, de donde se regresó enautobús cargando sólo la guitarra y un neceser que más tarde vendiópara comprar unos tacos en la parada de Mochis. En La Luna Azul llegó a regentear prostitutas y a pasar drogas por elretén de policía en la entrada de la zona. Más adelante, cuando lostiempos empeoraron, se vio en la lamentable necesidad de acostarse conhomosexuales para mantener eso que él llamaba sus vicios. Porqueademás de mariguano, el Jim era cocainómano. Sufría de un alcoholismocrónico que en el 98 lo había llevado hasta el psiquiátrico. Se pasó unmes entero en una sala gritando que veía arañas y alacranes en lasparedes, mientras los médicos le administraban ansiolíticos. Entonces,me dijo, aún vivía su madre y fue ella la que se pasó todas esas nochesvigilando que los bichos no se le treparan al cuerpo. De hecho, lo únicoque lamentaba de toda su larga vida de loco, era haber tratado mal a sumadre. Ahora ya estaba muerta, dijo, y no hay nada que hacerle. Desdehacía cinco años, una vez recuperado de todas esas caídas, estaba en elgrupo que tocaba en El Presidente tres noches por semana. Ahí conocióa la Lupita que trabajaba de mesera y con la cual, después de acostarseun par de veces, se fue a vivir. Fue por la mujer que había preguntado elTiburón cuando llegamos. La Lupita era una señora de cincuenta años,que esa noche no me tocó conocer. Según el Jim tenía dos hijos quevivían a parte con sus esposas. Era viuda y vivía sola. El marido se habíadedicado a la venta de carros en un lote ubicado por el bulevar Zapata ytoda la vida sufrió de hipertensión hasta que un paro cardíaco ledisminuyó la salud y ya nunca salió de los hospitales. Cuando el maridofalleció, la Lupita se metió a trabajar a El Presidente, primero de cocineray después, ante la falta de muchachas, de mesera. No le iba nada mal. AlJim tampoco le iba mal, ganaba sus propinas y los días que le tocabadescansar los dedicaba a beber y fumar mariguana. Tenía añosconociendo al Tiburón. Se conocieron a principios de los 90’s en el bar LaPrimavera cuando el Jim le pegaba duro al alcohol y a la coca. El Tiburónrecordaba que era menos que un esperpento, unos cuantos huesoscayéndose con el pomo en la mano. La amistad nació de repente, comonace la amistad entre borrachos. Compitieron por las mismas mujeres ytuvieron los mismos quebrantos. El Jim componía canciones y el Tiburónlas cantaba de manera guapachosa. Eran lo mejorcito que había dadouna generación de alcohólicos suicidas. Ya no sé qué sucedió más noche en El Presidente. El Tiburón me dijoque no tardarían en entrar por la puerta la Mariana y la Marbella, laMarbe, como le decía de cariño. Estaba muy borracho y decidí noesperarlas y me marché. Cuando salí a la calle a parar un taxi comenzó allover. Estábamos en los últimos días de septiembre y no era raro quelloviera. Me había gastado todo el dinero de la semana y tuve queregatear con el taxista para que me llevara a la casa a mitad de precio.Llegué a la casa empapado y comenzaba a sufrir los primeros estragosde la gripe.

Page 23: Cuentos Casi Completos

Al día siguiente, gozando de una espléndida cruda, telefoneé a unamigo pidiéndole prestado y fui a La Primavera a hacer una rondamatutina. Todavía recordaba que dentro de la borrachera anterior le habíaprestado cincuenta pesos al bolero y muy formalmente había quedadoregresármelos a las once. Lo busqué por todos sus rumbos y no di con élen ningún lado. Pasé por la casa de huéspedes Santa Elena, pero enesa ocasión no me animé a entrar. Seguí por los pasillos del mercado, yal no hallar ningún rastro de su presencia, volví a una mesa de LaPrimavera donde desayuné, con el dinero que conseguí, unos huevosfritos con jamón. Para mí era una época de feliz miseria. Por las tardes iba a la escuelade Letras y al salir de clases me reunía con unos amigos en un café delcentro. Nuestra tema favorito sobre la mesa siempre fueron libros y máslibros, ocasionalmente mujeres y borracheras pasadas, normalmentecosas que pertenecían a nuestra utopía personal. Ninguno de mis excompañeros me perdonaría si dijera aquí más de la cuenta. Las mañanaslas aprovechaba para leer y para pasear por el rumbo de CiudadUniversitaria, por donde vivía entonces. Dos autores merecen especialatención por aquel tiempo: Dostoievski y el Marqués de Sade, además,claro está, de mi incurable afición a la poesía. Acababa de leer LosEndemoniados y me había dejado bastante abrumado y con la tentacióndel suicidio. Conocí la vida a través del gran maestro ruso y aprendí amasturbarme con Sade. A veces lo hacía viendo a la vecina de enseguidapodar las plantas del jardín que daba a la calle. Me instalaba en laventana, detrás de la cortina y la veía salir con esos diminutos shorts quehacía resaltar las pantaletas blancas ligeramente apretadas. El Tiburón no llegó nunca a La Primavera, pero, en cambio, eldesayuno acompañado de un par de cervezas me sentó bien en elestómago. A la semana siguiente volví a verlo en el Tío Pepe después de clases.Estaba, como siempre a esas horas, borracho y lo acompañaba en lamesa Abelardo Hernández, el regiomontano. Hernández me saludó conlos gestos teatrales que lo caracterizaban y me invitó a sentarme conellos. Él sólo se presentó como bardo, artífice del verbo y de la palabra,cosa que me pareció ridícula por lo demás. También estaba borracho ylas cervezas corrían por su cuenta. Hablaban de la obra del ilustre poetaGonzález Martínez y de sus fecundos años en Mocorito, donde publicó,junto con otra ilustre personalidad, Sixto Osuna, la revista literaria Arte.Su obra, decía Hernández, es sincera y profundamente humana. --Y le dio un golpe fatal al modernismo –agregó el Tiburón. Estos maestros del arte continuaron disertando acerca de la poesíasinaloense y en general de la poesía del norte. Cerveza tras cerveza eradiscutir (discurrir) sobre el futuro de la literatura mexicana. Yo en esetiempo estaba dispuesto a cambiarla, mi generación tenía el coraje y eltalento suficiente para hacerlo, éramos más que simples estudiantes deliteratura, aficionados al café y al tabaco, andábamos como perrosrabiosos ladrándole a las estrellas, deseosos de sórdidas aventuras de

Page 24: Cuentos Casi Completos

arrabal y prostíbulo. Abelardo Hernández era flaco y chaparro, usaba unos lentes enormesde culo de botella y parecía una piltrafa humana cada vez que sonreíamostrando las encías sin dientes. Tenía quince años que había dejadoMonterrey. Según supe, se había venido en busca de una mujer de la quefatalmente estaba enamorado y, al no encontrarla, decidió quedarse avivir, desterrado de su tierra natal por voluntad propia. En las calles y enlas cantinas encontró el país de su exilio. Más de una vez lo vi tirado enuna esquina o abrazado de un poste del alumbrado público, recitando susversos al viento. Una vez incluso llegó a caerse al río y de puro milagro nose ahogó. Por el Tiburón supe que vivía en una bodega de la calle Juárezy que por temporadas impartía cursos de literatura a jóvenes debachillerato. La mayor parte del tiempo los dedicaba, como él e inclusocomo yo, a vagabundear y a escribir poemas. Esa vez, como siempre que se ponía borracho, el Tiburón abjuró de laPoesía y de los poetas. Lo vi romper algunos manuscritos ante la miradaimpávida de Abelardo Hernández, que seguía pidiendo rondas para lamesa. Me dio ternura el hermoso poeta ebrio vengándose de su obra,vengándose de sí mismo y de la vida misma. En pleno paroxismo, nosbesó la mano y escupió el suelo y no era el suelo lo que escupía sino elcielo y éste le devolvía el escupitajo en pleno rostro. Me reprochó que nome gustaran algunos de sus poemas y que los míos fueran tan malos quedaba risa leerlos. Hernández sólo asentía, consumía su botella y yo eraincapaz de soportar los esbirros del poeta, soportar la ruina y la nostalgia.A cada rato cambiaba de humor, en un minuto estaba gritando ydeseando el suicidio de Maiakosky y al otro momento el fantasma deFrancois Villon atravesaba sus desvariados monólogos. Luego venía elsilencio y eso era lo peor. Cuando parecía quedarse dormido, despertabay comenzaba de nuevo el huracán de su saliva y su rabia despotricandocontra todo mundo. Las meseras procuraban ignorarlo cada vez que seponía así. Y los borrachines de rostros patibularios tenían la paciencia deescuchar sus gritos, pero yo no. Ese era un espectáculo tan deprimenteque decidí largarme. Dejé, aquella noche, al Tiburón colmado. Era demasiado joven parasoportarlo, para soportar su nostalgia y sus esbirros de gran poeta. A lasnueve que cerraron el bar me despedí de él y del regiomontano. Lo que sigue a continuación es más bien una síntesis de aquellos días.Al Tiburón no dejé de verlo de manera abrupta, al contrario, lo veía amenudo, en la calle donde me lo topaba cargando su cajita de bolear, enlas cantinas que continué frecuentando, en los pasillos de algún tianguis,perdido entre la gente e iluminado como un vaso de alcohol; algunasveces me pedía dinero prestado, un par de cervezas para curarse lacruda. Nunca le recordé lo de los cincuenta pesos en El Presidente. Paraqué, era feliz viviendo de ese modo. Es difícil saber el tiempo en que dejé de verlo, pero coincide con elmismo en que dejé de frecuentar sus lugares. Después de terminarLetras, entré a la Redacción de un periódico local, en un puesto que no le

Page 25: Cuentos Casi Completos

veía bastante futuro. Mis noches ascendían a corregir las páginas de varias secciones, yllegó el momento en que empecé a odiar la prosa infame del periodismomás chabacano. Pero recuerdo que en aquella ocasión, al salir del TíoPepe, por primera vez fui a buscar a la Mariana a la casa de huéspedesSanta Elena. Allí la quise contra los tres espejos del baño.

Agosto 2007

Liliput

Y me dijo, con una inusitada alegría, “Qué traes ahí, qué traes”. Y yo looculté entre mis manos: Te lo juro, no es nada; esto es sólo mío. Pero se lodije por decirlo mientras trataba de distraerla. “Ándale, ándale, no seas malito,enséñamelo”. Entonces retrocedí y me ofusqué, y ella trataba de acercarsemás y más, y sus ojos estaban ardiendo por saber que ocultaba, que cosa era“eso” que guardaba entre mis manos, que maravilla extraordinaria y deliranteguardaba para mí, que no quería mostrarlo al mundo entero. Y luego lloró, perolloró en serio, con un llanto inquebrantable que me hacía rechinar los huesos ysus tuétanos enteros. De manera que logró conmoverme y traté de consolarladiciéndole que esto no era así, que sí, que algún día le mostraría qué guardaba

Page 26: Cuentos Casi Completos

con tanto recelo. Y ella estalló: “¡No, nunca cumplirás!” Y yo estaba terco quesí: Vas a ver cómo un día, entre abril y junio, te lo voy a mostrar. “Pero yaestamos en agosto”, apresuró ella. Pero no te dije que sería este año; tantopuede ser el próximo, como puede ser el siguiente o el último de este siglo.Ella no comprendió y siguió lloriqueando y habíase puesto muy triste y logrócontagiarme de su tristeza, y yo también me entristecí mucho. Finalmente,cansado de ver su rostro anegado, opté por obsequiarle lo que guardaba, y ledije: Mira, ven, toma lo que quieres ver. Acto seguido, se lo di así de fácil. Ellano cupo en contento al ver el maravilloso regalo, que no fue tanto para elhombrecito que se llenó de pavor al sentir las gigantescas manos de la niña.

Octubre 2001

Lejos

L. G. In memorian

Lo mejor de todo es que ya nadie nos busca, nadie pregunta, nadie atiendelos llamados. Sus mail son cada vez más tristes (el correo aéreo está endesuso), más breves; económicos dirá él. Urgentes diría yo. Habla de lasoledad que siente, de los atardeceres felices frente al mar de Cortés,irrepetibles, donde terminan las bahías bermejas, y los sueños y la noche. Enuno de sus últimos correos, que parecía un portentoso álbum del fracaso,mencionaba la palabra suicidio con bastante convicción y desahogo como para

Page 27: Cuentos Casi Completos

quererlo cometer. “Un poeta nunca se suicida, las palabras, lentas, punzantes,son su suicidio”, me decía mirando quietamente la cerveza, ya tibia, sin creersenada de lo que acababa de decir, en un bar de la Escobedo, en la ciudad deCuliacán, hace algunos años. “Nunca fui feliz ahí, y lo mejor de todo es que yanadie nos busca”, agregaba en su mail. Años atrás, los suficientes como para ya no volverlos a repetir, cuandocorríamos detrás de eso que llaman futuro, sin imaginación y con bastantemiedo, lo vi sentado en uno de los escalones de la Facultad de Letras, tal vezcon un libro del Marqués de Sade o de Freud, lecturas imprescindibles en eseentonces para muchachos desquiciados. En esa época yo me manejaba con elcinismo incrédulo de ser un maldito y de no formar parte de ningún grupo. Asíque cuando volteé a verlo, le solté una mirada burlona y despreciativa. Yaantes había reparado en él, en las tardes de modorra cuando llegaba a laFacultad y pedía un café en el estanquillo, mientras pasaba a mi lado con unlejano aire fatalista; lo seguía con la mirada, sin atreverse a voltear, seguro queyo lo perseguía, inquietamente, desde mi silla, sin apartarle los ojos de encima.Lo veía conversar con el resto de mis compañeras, el coqueteo infame, lafalsía de los gestos. Parecía, sin embargo, un muchacho tímido y, en efecto, loera, pero eso acrecentaba el misterio para las mujeres y la exasperación paramí. Una vez, quizá por el hecho de sentirse observado, me abordó bajando lasescaleras. Acababa de terminar una de las aburridas clases de clásica y mehizo un comentario sobre lo que el maestro había dicho. A mí lo que dijeraningún maestro me importaba. Más bien el comentario era una manera deiniciar conversación. De golpe me invitó a una reunión de gregarioscomunistas, comunistas de los que conversan y toman café, no de los quecogen las armas y te envían sin contratiempos al paredón, sabrá con queexcusa. Le dije, también de golpe, que no me interesaba, que el camaradaLenin o el ministro Fidel bien podían meterse un dedo por el culo. No quedócontento con mi respuesta, pues la cosa era compartir opiniones y de discutiruna nueva forma del comunismo. Su entereza hacia las causas perdidas medio rabia. Me dio rabia, también, que estuviera ahí, a mi lado, insistiendo consu seriedad, con el silencio reflexivo en que pareció envolverse después deescuchar la palabra culo, mientras caminábamos hacia la puerta de salida atomar el autobús. Él tomaba el autobús, yo prefería caminar en la nochecrepuscular por el lado del Jardín Botánico hasta llegar a mi casa. En eltranscurso me habló de su grupo y quiso dar cátedra sobre ideologías. Lasuya, como todo fanático, era la mejor. En todo caso fue su obstinación la queme llevó, a la mañana siguiente, a esa espantosa reunión. En un departamento cerca del centro histórico, por una calle silenciosa y deedificios ruinosos, se llevó a cabo el encuentro. Me costó trabajo encontrar ladirección, escrita a las prisas en un pedazo de hoja de libreta y con unacaligrafía desesperada hasta en sus mínimos detalles. Cuando toqué a lapuerta, me abrió el que parecía ser dirigente y cabeza del grupo, cosa que notardé en constatar, pues era el que hablaba más y con mayor convicción.Sentados en sillas plegables y en sillones viejos, había por lo menos otros seismuchachos, todos de la misma edad y estudiantes universitarios. De pronto me

Page 28: Cuentos Casi Completos

pareció no tener sentido ni justificación mi presencia en aquella reunión defanáticos y tristes idealistas. Aun así, entré y me acomodé donde pude.Hablaban de agrandar más el movimiento, muy apropósito de mi visita, ¿cuálmovimiento? Me preguntaba yo, un poco ofuscado, observando con detalle eldibujo de Lenin en una de las paredes, hablaban de sacar los proyectosadelante, ¿cuáles proyectos? Basura, seguramente. Yo sólo escuchaba. Me dicuenta que mi compañero de la Facultad notaba mi incomodidad y me ofrecióun café para no sentirme desvalido en medio del desastre. Unos eranpragmáticos y hablaban con razón y cordura. Otros, más rabiosos, solapabanel movimiento indígena recientemente aplacado. En eso estaban cuando mepresentaron formalmente delante del grupo, al mismo tiempo que me invitabana dar una opinión sobre lo que los entretenía esa mañana. Tratando de serdiplomático (pocas veces lo fui, pero estaba en la boca del lobo), les dije queyo nunca me había interesado por movimiento alguno ni mucho menos porninguna ideología, y que pensar en comunismo a estas alturas de la Historia(con mayúsculas, lo recalqué), era como volver a la época de la inquisición, o ala del camarada Stalin que, siendo sinceros, es lo mismo o peor. Ellos noentendieron o no quisieron entenderme, y yo no entendí la razón demolestarme en hablar delante de esos locos. Era un grupo seudo marxista y deideas marginadas. El sujeto que me abrió la puerta se llamaba Carlos y era,por decirlo así, el iniciador de tan exaltado movimiento. Les agradecí el café yme largué. Mi compañero de la Facultad, Mario Martín, bajó a la calle adespedirme y me dijo que no me preocupara, que así eran las cosas, que lesdiera una oportunidad. Me alcé de hombros y caminé calle arriba. Sin embargo, algo ocurrió porque Mario Martín se hizo mi amigo. Mecomenzó a buscar en el estanquillo de la Facultad donde me pasaba las horasde la tarde fumando incansablemente y leyendo, mientras dejaba que lasclases se me pasaran sin preocuparme por entrar. La escuela en sí eraaburrida, con maestros que presumían sus títulos de doctorado de algunauniversidad importante. Yo me creía un autodidacta, que podía prescindir decualquier logro académico, era un perro rabioso sin vocación y torturado por laingenua idea de ser un nuevo maldito. Acababa de cumplir dieciocho años yMario Martín era el primer amigo de verdad que hacía, es decir, el que más meduró. También tenía inclinaciones de misántropo, creo ahora, heredado delcarácter de mi padre, que logró enseñarme el amor por los libros y que me dejóun sabio consejo que seguí al pie de la letra: Lee a los viejos poetas, y no tearrepentirás. A los catorce años Rimbaud y Baudelaire llegaron a mi vida,seduciéndome con el peligro y con sus infiernos y paraísos artificiales, de losque después de todo salí vivo desafortunadamente. De modo que vivíademasiado ocupado en esos infiernos como para preocuparme por alguienmás. Tal vez por eso Mario Martín me buscó y mi reservada aversión por élllegó a perderse. Nunca más asistí a uno de esas patéticas reuniones, pero mi amigo, que enocasiones no paraba de hablar de ellos, se encargaba de arreglárselas parallevarme a expresar mis opiniones sobre los temas que ellos trataban. Para míera más importante estar delante de unas cervezas bien frías, en la barra deuna cantina, que discutir sobre empresas futuras y futuros fracasos. Mario

Page 29: Cuentos Casi Completos

Martín comenzó a seguirme por esos sitios infernales, a los que bajábamos devez en cuando para curarnos de la resignación de vivir, burlándome de él, enun mundo eminentemente consumista. La desesperación y la desdicha eran,por darle un nombre, nuestros amores más recurridos. Aun ahora, ya superados los males que corroyeron mi espíritu, me esimposible imaginarme a ese patán de cara abúlica, atribulado por la infelicidady las constantes llamadas de su madre desde el interior. Lo puedo imaginar, sí,en su lejano rincón, detrás del mostrador de la ferretería de su familia,hojeando un libro sobre las luchas comunistas en el siglo XX, un manual deimperecedero fastidio. En su primer correo se quejaba de su exilio voluntario,pero se conformaba con las horas de soledad que le quedaban después de lacena. Por las noches examinaba los libros que algún amigo le enviaba desde elD. F cada seis meses. Para mí siempre fue una aptitud patética la que MarioMartín adoptaba. Cuando se me ocurre pensar en él, no puedo sino pensar enun muchacho triste y atormentado que le dolió crecer y cumplir años. Mi amistad con él fue suave y a la vez terrible, odiaba que siempre mehablara de su grupo y de su enfermedad. Por entonces se entrevistaba con supsiquiatra cada semana y esas sesiones parecían dejarlo más esquizofrénicode lo que en verdad era. Vivía en el departamento donde se hacían lasreuniones y muchas veces me llegó a decir que pasaba muy malas noches,repletas de insomnio y desconsuelo. Compartía el departamento con Carlos,profesor normalista y un embustero con sus patrañas de la nueva ideología. Yono podía sino detestar a ese granuja que le había metido la mierda política aMario Martín en la cabeza, mierda que removía con un dedo de honestidad ypretensión. Esa fue nuestra juventud, un encuentro lejano con las palabras ylas mentiras, encuentro del que salimos vivos, unos más que otros. Todas las tardes, al salir de la Facultad, mis compañeros se reunían en uncafé del centro. Casi nunca asistí con ellos, me daban flojera, hablaban de loslibros de moda y nunca de los verdaderos maestros. Por eso micomportamiento, delante de los demás, era aborrecible, siempre ensayando elgesto irónico y la palabra maldita. Entonces Mario Martín era mi fielcondiscípulo y algunas veces me secundó en mis delirios y juntos nosemborrachábamos en las cantinitas hediondas del centro. Aprendimos aemporcarnos en la mierda abstracta de la filosofía callejera, entre vagabundosy maleantes de poca monta, con los que a veces compartimos la misma mesaen un olvidado bar de la calle Escobedo. Buscábamos, por las madrugadas dejuerga, a las muchachas imposibles de nuestro sueños, y terminábamosacostados con prostitutas que no lograban aplacar nuestra semilla de vicio yembriaguez. Poco a poco fui experimentando esos cambios en mi lejanoamigo, lo vi hundirse más que yo, en un aire desesperado, con una inquietaesquizofrenia a cuestas. Una noche me contó que sentía asco por la realidad yque un aturdimiento voraz no lo dejaba caminar tranquilo por las calles de laagonizante ciudad. Comprendí que compartíamos el mismo desconsuelo, ysentí lástima por el pobre muchacho, tiranizado por una madre sin rostro y porel trágico fin de una adolescencia sin padre. Terminé por aceptar que era lapiedad, más que la amistad, lo que me unía a él. Más o menos fue un año el tiempo que tuvimos a Mario Martín entre los

Page 30: Cuentos Casi Completos

vivos. En los últimos meses, cuando lucía una cara de más cadáver que degente viva, lo veía arrastrar una mochila con sus imposibles libros, que poco apoco fue cambiando por los de poesía. Empezó a escribir poemas, poemitasangustiados y subversivos que yo leía más aburrido que entretenido, sentadosen la ociosa mesa del estanquillo de la escuela, cuando el calor apretaba demanera intensa y era necesario conseguir más cervezas de lo necesario. Yosabía que después de terminado ese ciclo escolar ya no volvería ver a miamigo. En verdad lo veía mal, más aturdido que de costumbre, que las causasinjustas y su catástrofe mental lo llevaban a elegir el ostracismo y el silencio.Nunca entendí su enfermedad, como él prefería llamarla. Sabía que no eranlos libros anacrónicos que leía ni menos el manifiesto comunista, que jamásleyó, lo que lo hacían sentirse así. Mucho menos el amor imposible por algunainnombrable muchacha o esas borracheras sin fin que nos dimos en nuestrasvisitas a esas sórdidas avenidas del infierno. Era la ciudad y sus callesaborrecibles, la gente que la habitaba. Fue por eso que llegué a pensar que lapoesía había sido un remanso de tranquilidad en su espíritu, que sudepartamento se convirtió, en esos meses, en la guarida del lobo perseguido yasustado, anormalidades de la paranoia creciente. Las últimas semanas ya no se presentó a los exámenes de fin de curso, aligual que yo, que prefería seguir por otro camino, uno que me quitara elentusiasmo por la escritura y los libros. Raro en él, no en mí, por que al final decuentas era un buen estudiante, aunque sin mucho futuro. Cuando fui avisitarlo a su departamento, de las últimas visitas que le hice, las botellas ni loslibros podían animarlo. Lo encontré sumido en una profunda depresión, con elmatojo de la barba sin rasurar. En dos semanas no había salido deldepartamento más que para lo necesario. Aunque se negó a aceptar que algole pasaba, ya estaba demasiado perdido. Había decidido marcharse y noregresar jamás, tal vez irse al D. F. a continuar sus estudios en otra carrera.Pero mentía, los dos sabíamos que mentía. No iría a ningún lado, en cualquierlado sería lo mismo, la misma frustración de no alcanzar nada, un triunfoaparente contra la esquizofrenia. No lo vi el día en que se fue para siempre de esta ciudad. Seis meses mástarde llegó su primer correo, lleno de quejas contra sí mismo. Se hacía la tontailusión de marchar al D. F y seguir estudiando. Tal vez me desconcertó, pero lerespondí inmediatamente, al fin de cuentas yo había logrado establecer unarutina y eso me hacía por un tiempo invulnerable. Ya no me hacía ningunailusión respecto a mi futuro en la Facultad, en la que continuaba más pordesidia que por interés. Cada mes, siempre puntual, me enviaba un correo. Enellos se notaba algo optimista. Salía con una desconocida, una muchacha algoextraña pero finalmente bonita; aún continuaba con sus planes defeños. Depronto dejó de escribirme. No me extrañó, conociendo su forma de ser y hastadespués de un par de años logré olvidarme de su existencia. Terminépensando que se había ido a alguna lejana universidad del cono sur. Al terminar seis semestres en la Facultad de Letras, marché a la ciudad deTijuana, dispuesto a continuar con otra vida, aunque la misma. Al cabo depocos años, la incomodidad que sentía por la existencia se esfumó. Unanoche, sin más, acabé pensando en el joven Mario Martín, en su enfermedad,

Page 31: Cuentos Casi Completos

en los días de Culiacán, que ya parecían lejanos. No pude evitar sentir algo denostalgia y pena por mi olvidado amigo y por las pocas amistades que habíadejado en esa ciudad, y me sentí triste y patético. Ya las cosas no eran igual,no lo son, en pocos años habíamos cambiado. Lo imaginé en su pueblo frenteal mar, detrás del mostrador de la ferretería de su familia. Yo me ocupaba enempleos temporales, sólo para ganarle a la necesidad, viviendo en la casa deuna hermana que vivía con su esposo y sus dos hijos. Las noches de Tijuanaeran vacías y densas a la vez, llenas de frío. Fue entonces cuando decidíescribirle. Esperé su respuesta la primera semana y, al no obtener resultados, olvidé elasunto por completo, tal vez había cambiado su dirección de correo, pues esascosas suceden a menudo. Tres meses más tarde, cuando trabajaba vendiendobaratijas en un sobreruedas de la colonia Patria Nueva, llegó su mail. Eraapenas un breve saludo y me felicitaba por haber tomado las riendas de mivida con determinación y despreocupación. Noté, en las entre líneas, queparecía estar melancólico, como siempre, y como siempre, seguía en lomismo, haciendo planes para marcharse. Ya era poeta, puesto que escribíacon bastante regularidad y un profesor, amigo suyo, había fundado un taller depoesía en el pueblo. Así las cosas. Los correos siguieron llegando por un lapsode seis meses, en los que fue abriendo la caja de Pandora de su enfermodestino, y terminó por hundirse en una tristeza que ya no le alcanzaba paracontemplar las tardes de mar y playa. En los últimos que me llegaron, escritoscon una sintaxis de huérfano, en donde reflexionaba acerca del suicidio, mepreguntaba si yo tenía contacto con alguien de la Facultad. “En realidad notengo a quien escribirle, nunca hice amigos de verdad”, le respondí. “Québueno que ya nadie se acuerde de nosotros, que nadie pregunte, que nadiellame, después de todo nunca fui feliz ahí”. No sé si me volví a sentirdesconcertado de nuevo por una de sus respuestas. Ya hace más de un añoque no me escribe, aún sigo esperando noticias de su suicidio.

(Diciembre 2007)

Disertación en el Café

Page 32: Cuentos Casi Completos

Lo eminentemente borgeano, querida, esQue desaparezcas cuando atravieses el umbral.

¿Seré capaz de perturbar el universo? Pensaba cada vez que veía pasar a una fugaz Susana diciéndome adiósdesde el otro lado de la calle, mientras contemplaba la plaza y la ciudadinmensa e inventaba versos metafísicos para diluirme en un caudal depalabras interminables. Me sentía tan perverso mirándola de espaldascaminando hacia la plaza entre gavillas de palomas, recordando tal vez la lluviade una tarde sobre las banquetas, poniendo en mi boca la íntima humedad deuna caricia y el halo permanente de un instante. La lluvia no formaba más queun río sobre la calle, un arroyo que fluía hacia otro río más grande. Eraentonces la misma sensación: la proximidad de la noche a la vuelta de laesquina, el cántaro del viento y la danza de los árboles que pueblan las aceras.Pero esta vez, sin lluvia y viento, Susana se aleja y yo regreso a mirar el libro,el cenicero y los cigarros frente a mí, dispuestos en la mesa como la forma deun ajedrez que jugamos la mesera y yo, mientras me sirve más café, sonríepara nadie, observando la calle, los carros, la plaza, unas cuantas palabras:

¿Qué es amor?, me preguntaba Susana alguna vez caminando rumbo alemporio de Nuestra Señora. No sé, cariño, sonreía y ella tan loca insistía ensus mil definiciones de diccionario y gente vulgar. Pero para mí era unaprofunda interrogación, una atracción más allá del ser, un abrazar múltiplesintimidades. --Creo que es cuestión de química. Si no hay química estás perdido--. Meexplicaba. --Sí, cariño, somos perturbaciones del carbono y el oxígeno. Y ella hacía una mueca de enfado. ¿Me atrevería, en serio, a contradecirla, ademostrarle que su teoría sobre los elementos…? ¿Me seguiría conformandocon esas frases irónicas que cortaban su inspiración? Ella caminaba conmigo(¿o sólo caminaba junto a mí?). Ah, Susana, mi niña, no comprendías misilencio, no sabías que dentro de esta amalgama de tristeza y sarcasmo (osarcástica tristeza si lo prefieres) se encontraba un súbito amor, un ansia decomunión.

Pero hoy en el Café Susana es un tranvía alejándose entre peatones.

Y vuelvo el rostro hacia el comensal frente a mí, cuchillo, cocina, cebolla, laotredad alcanzada en el último éxtasis, la arrítmica pulsación de un verso enlatín anclado en la página 227 del Libro del Ocio: Horas non numero nisiserenas*. E inicio irremediablemente el conteo de las horas: pienso en ti,Susana, y en el páramo de diferencias que nos separan, en la tarde pobladade golondrinas, tú eres una de ellas entregada con indiferencia al viento, con lamisma que te alejas para encontrarte de nuevo en cualquier punto de laavenida Álvaro Obregón a bordo de un sueño, despierto en la esquina de

Page 33: Cuentos Casi Completos

Juárez y Fusilados de Independencia, frente aquel restaurante de comidaitaliana donde Mussolini preparaba una pasta deliciosa. Soltabas un beso paraburlarte del tímido transeúnte y todos los regímenes autoritarios sedesplomaban ante ti, Susana, la gran puta comercial de mis poemas deamante frustrado, la niña torpe de la Cosmopólitan en la mano resolviendo nosé qué estúpido acertijo sobre especies animales, pero siempre sin lograralcanzarte, siempre yendo un paso más delante de mí: “Es que tú nocomprendes, eres tan anticuado; hasta pareces un viejito”.

Era la inflexible Susana, despreocupada y banal, dedicada al estudio de lamisoginia como patología zoológica en la subespecie animal homo erectus: “unproblema hereditario conforme a cierto machismo ancestral y de acuerdo conlas normas impuestas por una sociedad falocrática” (¿qué es falocrático?).Odiaba esos espantajos feministas, esas visiones que nos separaban anosotros, hombre y mujer, esencia adánica de un solo cuerpo, llevándonos acontrarios irreconciliables. Pero lo que más nos separaba era lo que más nosunía, lo fui descubriendo poco a poco, barajando entre mis manos un par desencillas paradojas como el por qué, después de tanto tiempo, sigo en el Cafécontemplando la plaza con cierto deleite, dirigiendo ese caos que sin másllamo universo con los rizos de humo del cigarro, tratando de trazar una posibleimagen de Susana desapareciendo al borde de la Avenida.

Otras veces iba a la facultad en su búsqueda, perdida entre las cinco de latarde y el comienzo de un paseo interminable por el malecón. Casi siempreidealizada, Susana trepaba justo por mi incertidumbre, enredándoselentamente en mi paciencia, doblando mi columna vertebral, sujetándome delbrazo, haciendo muecas de enfado si el tema de conversación no le gustaba, yentonces, como en una galería soñada, ella exponía con detalle sus ridículasideas freudianas, de reciente adquisición: el sugerente cigarro en la boca, elsueño del enemigo apuntando con el arma, la inquietante forma de un plátanoy otras tantas transfiguraciones fálicas y de carácter homosexual. “Todo essexo”, acertaba a decir, pero para ella exo era un muro y no un pretextorecomenzando de nuevo con sus curiosas impertinencias, a medio malecón,entre la indolencia y la quejumbre de tener que caminar cinco cuadras depiagetismos (I love, Jean Piaget) y alardes subjetivos. Para Susana era lamejor forma de andarse por la vida y de demostrar que un libro es más que unpisapapeles; de tantos le hablaba yo, sin rigor metodológico y con ciertadesilusión, más bien triste y pedante, que el perrito perdido en los árboles lerevelaba por enésima vez su amor por los animales. Nunca fue fácil quedarmecon Schopenhauer en la boca o a mitad de un verso de Laforgue: “¡Mi vida,qué hermoso cocker spaniel!”, estallaba, y mi velardeano corazón sedesplomaba entre el confesionario y el ridículo: Susana-Fuensanta. Además,qué diablos me importaba si era un terrier o un gran danés, ¿acaso no era másimportante su compañía que el arrebato de inspiración repentina queprovocaba náusea? ¿Acaso no llamaba yo felicidad a esa expresión susánicade la vida?

Page 34: Cuentos Casi Completos

En las enciclopedias no se encontraba esta palabra que en la realidadsubjetiva de sus brazos se entendía con claridad. Ya una obra de Goethe nosheredó el adjetivo ‘fáustico’. Por eso no es injusto que Susana nos herede enuna elocuente palabra su forma de ser: lo susánico, es decir, la aproximaciónde lo espontáneo y pueril a lo banal-metafísico: --Querida ¿en qué piensas cuando oyes París? La respuesta era un perfume y no Hugo, la palabra ‘romance’ brotaba de suslabios y acaso coronaba la expresión con un suspiro cuando surgía,imponente, su fálica Torre Eiffel. Sé, cariño, que el Louvre era para ti elescenario más de un asesinato ambiguo, tan sólo un código en tu larga lista demeditaciones. Pero sabes también, si es que lo sabes, que no intentabacomprenderte, que importaban tus razones, que yo sólo las aceptaba comoúnicas verdades, y eso me dejó en seria desventaja frente a tu imposiblemundo habitado por la simplicidad y el descaro. Que estas palabras no tesuenen a un viejo reproche. No las vayas a leer si es que un día, por fin, logranfijarse en el papel, como un cuadro renacentista o como la manera en queevoco tu silueta abriéndose paso entre los carros de la avenida frente al Café,mientras diserto acerca de tu vida y, de algún modo, le doy nombre a cadapromesa elaborada con el sueño y el insomnio. Pero tu silueta no viene, y dice adiós, “hasta la vista”, “jamás aprendimos”,“te quiero”, “yo también”, “lo siento”, tampoco fue mi intención, la noche quecomenzó a llover y tú sacaste una vieja metáfora para referirte a esa orilla deagua desbordada. “Llueve a cántaros”, dijiste, y tus párpados humedecidos y el paraguasolvidado y las gentes despoblando las aceras nos arrastraron hasta el viejomalecón en busca de refugio. En la soledad de un río de aguas bruscas nosperdimos en la arboleda antigua bajo el puente buscando atajos encontrandoabismos tus labios enredándose en los míos con un ligero sabor a tabaco puesya no hizo falta el paraguas para saber de la humedad y del cansancio de tucuerpo hacia las nueve de la noche cuando amainó la lluvia. Sin embargo (ah,mi primer “sin embargo”) mi golondrina emprendió el vuelo rumbo al bulevar ynunca supe si bajo el puente ocurrió todo aquello y se dijeron esas palabras osencillamente fue la yuxtaposición de otros tantos momentos que, porsimplificar, reúno ahora en un solo episodio sin signos de puntuación y acasocon algún énfasis; o quizá fue el mero alarde argentino de copiar un escenarioinfluido por la impasible corriente de un Sena tropical.

Lo cierto es que la ruptura se había gestado desde tiempo atrás. Harta deFreud y del no menos amoroso Piaget, desertó de la Universidad y de misbrazos; madre putativa de Schopenhauer, se dio a la loca tarea de morir, comoyo, en París, coqueteando con la frivolidad y con el arte, visitandoconventículos donde un Wagner montaraz ejecutaba el Concierto Para DormirNº 4 y donde los adeptos se entregaban con delicadeza al ejercicio de ladramaturgia y a la charla de libros imposibles, pasando del inusitado Brawn alaburrido Hesse, haciendo intermedio con Tolkien y, sorpresa: Flaubertanómalo cometiendo adulterio con la Bovary. Cuántas lecturas pudereconocerle a Susana, excluyendo la obra completa de Terín Collado y

Page 35: Cuentos Casi Completos

Pérez-Reverte, anulando la Cosmopólitan y la Vanidades y los catálogosimprescindibles de todas las boutiques de sus sueños. Cuánta practicidadhabía en ella y cuánto interés por las letras, siempre atenta y entusiasta, conun libro por comenzar y sin tiempo para empezarlo, entre clases de francés,excuse-moi, mademoiselle, y el consultorio y los niños, pensando en el odiosode Jung: --Es que tú no sabes, pero esos Arquetipos no van con mi feminidad. Felicidad, quiso decir, que era lo mismo que combinar el color del libro en sumano con el de su ropa, adaptando la inmutabilidad de éste a su camaleónicaapariencia, un día de tenis y jeans desgastados para ilustrar mejor la portadade Los Miserables, otro día concordando con los femeninos personajes deVirginia Woolf, pero nunca, por más que insistí, interpretó el casto papel de lapequeña Justine, enamorada del perverso Donatie, de veinte años a lo sumo,estudiante de Letras, de semblante melancólico y ajado. Ah, mi pequeñavíctima, perdona que seas el blanco preferido de mi indigente ironía; perdona,también, estos contrasentidos y divergencias y esta aparente anarquía con laque pretendo dar forma a tu vida, es decir, las exageraciones propias delnarrador en primera persona, los gestos y las risas que nunca conté, laconciencia y el reverso de esa conciencia: eso era yo a tu lado: un airedistraído, un censor escrupuloso de la Realidad y peleado a muerte con larealidad, una ficha de dominó sin destino bajando por la avenida Juárez,entrando lentamente al infierno que me espera entre dos calles, una mesa y lacerveza que me sirve la mesera: la carne es triste ¡ay! y todo lo he bebido, y lamesera es la triste carne fláccida que me pide una cerveza para hacerlecompañía a la soledad; mejor lea un libro interesante, haga caso omiso delruido y las botellas, se prohíbe escupir el piso y hablar de amor con cualquierdesconocido, aquí somos una gran familia, ¿mejor trato? Ni en su casa.Muerde el anzuelo y deja que Susana surja de esta sordidez, déjate llevar a losrincones de su vida, a esa barbarie civilizada que muchas veces imaginastecomo un absoluto, lánzate, despierta en su piel morena, bebe, la peor cervezaque hayas probado, lenta y fatalmente piensa, ¿otro cigarro? Deja el consuelopara otro tiempo, los demás (casi en su mayoría viejos) no te ven, preocupadosen sus asuntos, ¿estás borracho? Como Lázaro: “Levántate y anda”. Pero esa tarde el juego de dominó fue una farsa, un compromiso con elalcohol, algo que tenía que hacer e hice.

Hoy en el Café la memoria fluctúa entre el humo del cigarro y las piernas deuna muchacha subiendo a la terraza, entre el mundo que gira alrededor de laplaza y el mundo que gira alrededor de un verso: el vasto universo se alejaabriéndose paso hacia las íntimas regiones del ser y el no saber, porque todo,ahora lo comprendo (lo contemplo, ahora que ha anochecido y Susana noatraviesa la Avenida), que fue un ridículo juego que me atreví a perder, ahoraque el Tiempo es tiempo, sucesividad y no retorno, y el café, café. Aquellanoche, bajo el puente, pude adivinarlo y no entenderlo; ahora sé que soledades el círculo concéntrico de dos un solo uno, y que la calle, los carros, la plaza,Susana diciéndome adiós de espaldas, son sólo palabras, sustantivos de unlenguaje enrevesado, de este lenguaje de vértigo y tristeza, de esta pobre

Page 36: Cuentos Casi Completos

disertación de café.* Sólo cuento las horas serenas. Esta cita es de un clásico latino que extraje de un texto delensayista inglés William Hazlit, donde expone lo apacible que son los relojes y el transcurrir deltiempo, algo así como un Heráclito maldito de finales del siglo XVIII.

Que ojalá y lluevaUno ha creído, en medio

De este camino sin orillas,Que no habría un después.

Juan Rulfo

“Por estos caminos uno se topa con mucha gente, oiga, pos la verdad pa’ quémentirle. Uno no sabe tampoco con qué fulano se va a encontrar, Dios guardela hora y nos toca un ladrón o vaya a saber que cosa. Pos sí, ya le digo que mededico a esto de las vacas: aquí traigo éstas, que son de un compadre… Ya ledigo, oiga, que aquí la situación anda muy mal, pos orita son los tiemposmuertos, no ha llovido mucho que digamos. Yo tengo ahi una pobresparcelitas y no vaya usté a creer que se me secaron, sí, las siembré de maiz, yorita traigo arriando estos animales de mi compadre Chendo, pos ahi el pobreanda igual de fregado que yo… “Cómo se batalla con estas vacas, oiga, uno le da la mano y le agarran lapata, pos una vez se me escapó una, ¡ay! Ya no me la acababa con micompadre, el Chendo, andaba que no cabía aquí, allá, la fuimos a buscar almonte y nada; pos la pinche pinta no se fue a meter al corral de don PatricioBeltrán, y que éste alegaba que era suya, pero como no estaba marcada consu yerro, la tuvo que soltar…” De eso y mucho más me iba platicando don Chonito, un arriero que meabordó en el camino hacia El Pueblito, un rancho en las afueras de Costa Rica.El recorrido era largo, alrededor sólo se podía apreciar matorrales y algunoscampos de siembra. Había salido muy de mañana de la capital del estado yahora me tenían aquí, caminando bajo el cielo vivo. “Y ya le digo, oiga, la situación está bien dura, estos pobres animalitos nojayan ónde calmar el hambre, no cabe duda que son tiempos difíciles… Y atodo esto, oiga, ¿con quién va usté? Porque va pal’ Pueblito, (hizo un brevesilencio). De casualidad no es usté familiar de doña Reme, doña Remedios,hombre, la costurera. No es, ¿verdad? No, pos ni se parece, ya lo decía yo;pero dígame, ¿va con un pariente? ¿Conoce usté el rancho? No lo conoce¿verdad? Ya me lo imaginaba, si en cuanto lo vi se notó que usté nunca habíavenido por estos rumbos. Pos ya no nos queda mucho pa’ llegar, y si quiere, yolo llevo con sus parientes, al cabo que conozco a casi todos los que viven alláen el rancho, pos no hay muchas casas que digamos. Nada más dejo estosanimalitos en el corral de mi compadre.” Era un mediodía refulgente, era tiempo de la sequía. Don Chonito ibaacompañándome en el viaje para visitar a mi tía Albina. Estábamos rodeadosde vacas famélicas y hambrientas, la vegetación que crecía a los lados delcamino hacía más difícil y largo el viaje. Todo lucía triste por la aridez existente,

Page 37: Cuentos Casi Completos

los árboles estaban secos, los matorrales, los mezquites, palos blancos,guamúchiles faltos de agua, al igual que las parcelas cuyos sembradíos demaíz habían sucumbido a la estrambótica sequía. Todo estaba muerto, comodecía don Chonito, y tenía razón en quejarse, pues hacía más de un año sinque el cielo les regalara una gota de agua, y luego aquí toda la tierra es desiembra de temporal, así que la lluvia es indispensable para que las familias delas rancherías coman. “Ya nos queda poco pa’ llegar, oiga, aquí no más dando la vuelta al camino, yde ahí pa’ llá se devisa el rancho. ¡Huy! Pos toda la gente allá en el ranchoestá jodida, pos ya le dije por qué; nos agarró dura la sequedad, y no es laprimera vez que todo está así, ya en otros tiempos, en los tiempos de misabuelos, también existió esto. Pos una vez se murieron casi todas las vacaspor falta de pastura buena y agua. Los puercos se revolcaban en el polvo,rasguñaban la tierra en busca de lodo, los pobrecitos condenados. Pos muchagente mejor se fue pa’ la ciudá o la frontera en busca de chamba; dejarontierras y casas esperando un día volver. No pos yo le estoy hablando de hacemuchos años… como cuarenta o más hace que jue eso. Hoy apenas se nosacaba de morir una vaca y luego el otro día se petatiaron dos chivos de donÚrsulo; no es mucho en comparación de aquella vez, pos mire, oiga, ahitenemos una pileta pa’ darle agua a los animales, y el agua pa’ nosotros latenemos en tambos. Sí, ya le digo que en aquella ocasión que se puso fea lasequedad, mi apá tenía como… Yo estaba plebillo y todavía vivía mi abuelo ala edad en que ya tenía todos sus hijos y dos se le habían muerto de malpuesto. Yo a esa edad a penas tenía a uno: Ramoncito, que por cierto ya esRamonzote. Ah, pos le decía que mi abuelo tenía esa edad; mucha genteprefirió irse lejos a aguantar la hambruna, pos mire, oiga, el hambre es canija.La mayoría del ganado se petatió. No más los iban apilando debajo de lasguamuchileras y los quemaban en una enorme lumbre. Las parcelas, comoorita, también se secaron, quedaron tristecillas las pobres; el arroyo que correpor atrás del pueblo se secó, y pos mucha gente no aguantó la carrilla ydecidió irse, como ya le dije a usté. Calculando se fueron como más de treintafamilias enteritas. Mi abuelo, mi abue Pancha y su prole, se aguantaron en elrancho, pos le jue muy mal; a mi abuelo se le murieron todas las vacas y loschivos que tenía por entonces y se le echó a perder toda la cosecha, pos porahi le habían dado unas tierritas… Mira aquella lomita tras aquellos álamos, ah,esas eran tierras de mi abuelo, dadas por el gobierno de aquellos años,después pasaron a propiedad de don Patricio Beltrán, huy si viera cómo haayudado a la gente estos días; y pos las vendieron porque la necesidad esgrande, oiga, y yo no puedo hacer nada, sólo trabajarlas y pos por ahi tengoalgunas parcelitas que siembro en las orillas, de ahi saco pa’ los panes y pa’los cochis. Y como le iba diciendo, en aquel entonces el rancho se quedó solo,solito; no más se quedaron cinco familias, y la de mi abue entre ellas. “Pasó el tiempo, oiga, y las cosas mejoraron; ah, y después que se dejaronvenir los aguaceros, ya no jayaban pa’ ónde jalarle, pos vaya usté a creer quea mis abues se les cayó la casa que tenían, sí, la casa de lámina negra, no, no,no, esos jueron épocas de verdadera lluvia, (rió un momento dejando aldescubierto sus podridos dientes). Qué cosas, oiga, primero batallando porque

Page 38: Cuentos Casi Completos

no hay agua y luego porque hay mucha; no se nos entiende, verdá de Dios queno se nos entiende. “Ya después de esas sequedades jueron tiempos de gloria en el campo, deahi pa’ delante jueron muy buenas cosechas, contaba mi abue cuando todavíavivía y que todos estábamos chamaquitos; jue en ese entonces que la genteregresó, sí, regresaron por sus tierritas olvidadas, y otras decidieron noretacharse, pos habían hecho vida lejos de los aires del campo. Yo pa’ quemás que la verdad no puedo irme de estos lugares, pos de aquí soy, aquí nací,y pos aquí quiero morirme de una buena vez.” Dimos vuelta en el camino y ahí estaba, tal y como lo dijo don Chonito, ElPueblito. Entonces la vegetación seca que estaba a la orilla del caminocomenzaba a disminuir. “No le dije, oiga, que ahi estaba el pueblo. Yo le dije: dando la vuelta ahi estáel rancho. No más llegamos, dejo las vacas en el corral y nos vamos a buscara su tía Albina; sí pos sí, doña Albina, esposa del difunto Tomás, que en pazdescanse. Pobre de doña Albina, cómo ha de ‘ver sufrido con la muerte de suesposo; no va usté a creer, pero cuando el pobre de don Tomás murió, quedicen lo mataron, yo no sé y la verdad no me ando metiendo en la vida de losdemás, y que lo jueron a enterrar al camposanto, la seño se salía por lasnoches y se quedaba dormidita en la tumba del difunto. Le afectó mucho supartida. Yo creo que no estaba resignada a su muerte, pos cómo iba a serposible que él ya hubiera muerto y ella estuviera viva… Entonces usté essobrino de doña Albina, pero de parte de quién o por qué, ah, usté ha de serhijo de doña Pola, sí, ya conozco a su señora madre. Yo me acuerdo poco deella, pero me parece que vino cuando murió don Tomás, ¿verdad? Si yo meacuerdo muy bien, si yo era el que repartía el atole y los panes, pos los paneslos hacía mi señora esposa, y luego eran panes de maiz, el de la cosecha queacababa de pasar ese año; no pos sí me acuerdo bien y en todo me fijo, oiga,pos no dicen que de viejo uno se fija más.” Entramos al poblado a puro punto del mediodía con el sol cayendo recio enla espalda y en los lomos de los animales. La vegetación seca de las orillascesó; ahora eran corrales de ganado los que abarcaban las orillas. DonChonito conminó a las vacas a seguir con un estruendo de su chicote. “Mira aquel corral con hartas vacas, pos ese es de don Patricio Beltrán, elfulano que quería transarle la vaca… Si se acuerda ¿verdad? Mire, másadelante está el corral de mi compadre Chendo, y enseguida está su casa, y sise sigue derecho está la mía; la de su tía Albina está hasta el otro lado, pero yolo llevo, pos yo le dije, así sirve para saludar a doña Albina.” Llegamos a El Pueblito, algunos perros del lugar nos recibieron contentos,moviendo la cola con alborozo, don Chonito dejaba los animales en el corral. Elcielo se empezó a nublar, más bien, una nube grande y negra nubló el cielo.Don Chonito volteó y vio hacia arriba, y me dijo con una cierta amargura,escrita en el código genético de sus sufridos abuelos: “Oiga, ojalá y esta nochellueva”.

Octubre 2001

Page 39: Cuentos Casi Completos

Réquiem por un adiósEl adiós no se dice:

Acude a nuestros ojos.

Jaime Sabines

El gato de don José, el vecino, irrumpió en una amarga de noche de octubreencima del tejado. Sus maullidos, haciendo del llamado de apareamiento,hacían revolotear mis pensamientos vagos en una atmósfera espesa deoscuridad. En el cuarto contiguo, se escuchaba entre las sábanas orinadas yamarillentas, el constante revolver de Tata Nacho, acompañado de una queotra tosecita ríspida. Nina roncaba como nunca. Los lejanos rumores decanciones que venían del norte, ladridos de perros y uno que otro suspirito delalgún enamorado, se mezclaba con el exasperante tic tac del reloj de pénduloen la sala. Sentía cómo el suave viento caminaba por las calles oscuras ycómo mecía los árboles de aspecto fantasmal. El martilleo de la polilla en elclóset de mi cuarto me irritaba. El gato maullaba, como buscando a una gata, hasta que un ladrido que hizoque se callara me produjo cierta tranquilidad porque, efectivamente, el animaldejó de emitir chillidos. Un trueno lejano se escuchó, provenía de la serranía. Doce fúnebres toquesdel reloj me zumbaron en los oídos; luego, la polilla dejó de taladrar el clóset,Nina dejó de roncar, Tata Nacho dejó de moverse entre las sábanas y el relojse detuvo: todo lo demás fue silencio. Sólo el gusano barrenador de mi cerebrono dejó de hacer ruido, al contrario, era tanto el silencio, que mi ruido seacrecentó. Me revolqué en la cama tratando de ocultar mi pensamiento. Deinmediato el reloj emprendió de nuevo el viaje y el péndulo me contagió de suhumilde tic tac y quise llorar de desesperación. Como a las dos, el reloj volvió a despertarme. Un ruidazo de trastos demetal, ollas de barro y platos se oyeron en la cocina: “Ha de haber entrado elgato por la rendija de la puerta”, pensé. El minino comenzó a maullar dentro dela casa, lo sentí desplazarse por los cuartos y pasillos en busca de algún ratóndesentendido. Tata Nacho volvió a toser. Así que hice un gran esfuerzo parasacar todos los sonidos de la noche de mi mente.

“El perfume de las flores, en las macetas colgadas en el alero de la casa de

Page 40: Cuentos Casi Completos

mi infancia, me transportaron al día de la muerte de mi padre. En ese entoncesyo tenía cuatro años y vivía en un pueblo del estado de Sinaloa, donde cadavarias horas el pito de una fábrica gigante sonaba intensamente. Esa mañanayo jugaba en el patio, mientras mi madre lavaba unos enormes bultos de ropaen el lavadero, cuando de pronto, sin aviso ni presentaciones, más bien conprisa, llegó una persona informando que mi padre había muerto hacía unashoras cuando una máquina del transporte de caña lo aplastó. Recuerdo que mimadre soltó una cubeta llena de ropa recién lavada y lloró a chorros. Yo, porsupuesto, no entendí nada en ese momento. “En realidad no me había dolido la muerte de mi padre, que en pazdescanse, después de haberlo sepultado y que mi madre lo llorara y llevara laropa de luto por varios años. Cada vez que cumplía años de muerto me llevabaal panteón a ponerle flores. Ese era uno de sus hábitos, como la vez que sefue sola y se internó en la soledad de su tumba y al día siguiente amaneciódormida. Me quedé al lado de mi madre hasta los veintitrés años. “Ahí estaba otra vez, chapaleando en la canícula del martes, leyendo unavieja novela sin tapas. Aún me acuerdo del olor del polvo cósmico posado enuna vieja mesita de madera en el portal, en las sillas mecedoras y en losvidrios de las ventanas. Todavía lo siento aquí, en mi nariz, de verdad. Uncamión improvisado pasó y me dejó con el sopor de las dos de la tarde en micuerpo: me dormí sin remedio. Me hundí en un infinito bosque de neblina, enuna antigua cabaña, arrullado por la triste canción de un hosco zopilote dentrode una jaula de hierro, hasta que el grito de reclamo de mi madre me despertó. “Y ese grito parece como si todavía resonara en mis oídos, todavía lo estoyescuchando, nítido y sin errores de la memoria, es más, amplificado.

Los gallos de la madrugada y la lucha de algunos perros fuera de la casa,me obligaron a despertarme con los ojos pávidos. Sudaba a chorros, a pesarde que la madrugada estaba fresca. El ronroneo del gato encima de mi camame asustó; di un grito de alarma que no podía alarmar a nadie, hasta que vi losojos centelleantes del animal. En ese momento lo vi como una amenaza: meabalancé sobre él, lo cogí por la cola y luego por el cuerpo entero. Con lasmanos de un ciego busqué el interruptor de la luz, la encendí y me di cuentaque no era el gato del vecino, éste era negro y el otro marrón. Con más furia loarrojé fuera de la casa, después regresé a mi cuarto abigarrado. La luz estabaapagada, y me resultó sumamente extraño, porque había podido jurar que ladejé encendida. Me volví a acostar y a soñar…

“El recuerdo de Ángela me había atormentado los últimos diez años de mivida. Ángela, la bella Ángela. Recuerdo aquella tarde en que me dijo adiós.Quedamos de vernos en la plazuela, a las seis de la tarde, con el pretexto de lamisa del viernes. Yo había llegado una hora antes. Me había sentado en labanca más fresca, bajo la frondosa sombra de una bugambilia atiborrada deflores rosas y blancas. Ella llegó con veinte minutos después de la horaacordada. Por supuesto, no pude reclamarle su retraso como otras veces,porque el tono en que me había dicho: “Rubén, necesito hablar contigo”, mepreocupó demasiado, por ser de improviso.

Page 41: Cuentos Casi Completos

“Cuando la vi dirigirse hacia mí, el corazón se me aceleró por completo, unestremecimiento largo me invadió, y me resultó extraño, porque infinidad deveces la había visto dirigirse hacia mí. Se me quedó mirando fijamente conojos de infinita tristeza, hasta que me abrazó llorando y me dijo: “Rubén, metengo que marchar”. La abracé como nunca lo había hecho, no le dije nada,porque sentí que en ese momento las palabras sobraban. Lloré en su hombro,y ella también lloró en el mío. Le pedí que me explicara. “Nos vamos delpueblo”, me dijo mientras se limpiaba los lagrimones. Nos volvimos a abrazar,sollozando, y le pregunté, “¿cómo está eso?” A lo que Ángela contestó: “Mipapá encontró trabajo en Michoacán con unos parientes”. En aquel momentole propuse fugarnos, pero ella, que gozaba de un carácter demasiado frágil, mecontestó que no. “Fue así como la vi partir un domingo en la tarde, bajo el sonido de llamadoa misa de las campanas, con cientos de garzas volando en el horizonte, con ladaga del llanto clavada en mi pecho y sin poderle decir adiós. Fue así como yanunca volví a saber de Ángela, para siempre…

Por eso de las cinco, con un mísero estupor de deliquio en los labios,desperté. En un instante recordé los doce martilleos del reloj en la sala. TataNacho pasaba por una de sus terribles crisis de asma. Rápido acudí en suayuda, le di un vaso de agua y le pegué leves palmaditas en la espalda, “todoestá bien, Tata”, le dije; él contestó “bien” forzosamente y todavía tosiendo.Nina había entrado al cuarto de Tata preguntando qué pasaba. “Ya pasó”, fuetodo cuanto dije. Nina era nieta de Tata Nacho, su madre, por cierto, un día ladejó de encargo y ya nunca regresó. Tata y su esposa Gertrudis la criaroncomo a una hija, luego Gertrudis murió. Eso ya hace nueve años. Lamuchacha debe tener unos veinte años, pero hay algo en sus facciones que laconvierten en algunos años mayor. Yo tengo viviendo aquí cerca de dos años.Caí en este lugar cuando dejé mi pueblo natal, después de graduarme, no sindificultad, de ingeniero agrónomo. Así le dije adiós a mamá. Un sábado empaqué mis tiliches en un viejo veliz despostillado, rompí laalcancía de mi cuarto y descorazonadamente le planté un beso a mi madre enla frente. Ella lloraba y trataba de detenerme, pero el destino es huraño y vil.No le tuve compasión: la dejé llorando, y resignada me echó la bendición: “QueDios te bendiga, hijo mío”. Me lo dijo con lágrimas en los ojos y rodándoles porsus humeantes mejillas. Esa última imagen de mi madre aún la tengo guardada secretamente en mí. En la Terminal de autobuses de la excelsa ciudad de Culiacán, sentado enla sala de espera, esperando. Escuchaba una melancólica canción del grupoMuecas, cuyo título no recuerdo. Fue allí donde la imagen de mi madre yÁngela llorando me pusieron compungido. Traté de calmar mis lágrimas, peroéstas, en forma involuntaria salieron.

Octubre 2001

Page 42: Cuentos Casi Completos

Bajo un limón

El olor de la tierra húmeda llegó hasta su nariz. Sólo entonces despertó.Estaba nadando en turbio pantano de agua espesa. Hizo un gran esfuerzo porlevantarse, pero en el primer intento falló. No se dejó vencer. Lo volvió aintentar, esta vez eludiendo la tierra jabonosa. Había llovido durante eltranscurso de la noche y toda la madrugada. Una ligera llovizna persistía en convertirse en una caótica tormenta. El cieloestaba nubladísimo. El sol de otros días no podía romper la barrera de vidrioque hacía coleteos amenazadores. Todo parecía flotar en una atmósferahúmeda que los peces bien podían vivir felices, asomando la cabeza al otrolado del mundo. Las nubes estaban flotando a unos metros sobre las copas delos árboles. Ninguna persona sabría lo que ocurriría primero: una tormenta oun sol radiante. Un pichón distraído se protegía de la llovizna en la espesura delos rameríos de un mango. La intensa tormenta de la madrugada había sacado a flote el esqueleto deun perro. Las costillas andaban perdidas de la cabeza, y la cabeza andabaextraviada de las extremidades, en un fenomenal desorden. En el lote baldíohabía un reguero de peces del cielo; los vientos los habían derribado cuandomigraban hacia un lugar tranquilo, y el olor hacía recordar a las gélidas aguasdel mar en invierno. --Esta maldita lluvia –refunfuñaba el viejo. Estaba empapado, de los pies hasta el último cabello. Mientras trataba dedesembarazarse de la aferrada humedad, cogió una bolsa que estaba colgadaen la rama del limón. El hombre era enjuto, de pieles áridas, tenía la miradatriste y su vestimenta delataba las duras noches de la pobreza. En ese mismo día, pero del otro lado del pueblo, Armanda ocupaba toda suexistencia en barrer los grillos y las palomillas que trajo la madrugada aciaga.Habían huido de sus campamentos de barro tratando de buscar refugio al lugarmás cercano. La casa de Armanda lo había sido hasta entonces. Hacia lassiete ya había desembrollado los dos cuartos; aún le faltaba la sala y la cocina.Pero la diligencia y el trajín de los insectos no habían perturbado en nada el

Page 43: Cuentos Casi Completos

deber doméstico de los alimentos. Encima del fogón, una olla de barro quecontenía frijoles, hervía lentamente. Fue una larga noche para ella, noche dedesgracias y arrepentimientos. Le dolía la espalda de tanto estar encorvadacargando cubetas, escobas y porquerías. Las esplendorosas manos, que enotro tiempo fomentaban suaves caricias, estaban arrugadas por el clima.Durante la noche se estuvo levantando a tirar el agua que se trasminaba por eltecho. Además, que ésta había rebasado los bordes de las puertas y se habíaarrastrado por doquier inundando la casa entera. Y luego, para acabarla deamolar, la plaga de los grillos había entrado después de que acabó de pulir lospisos. Así que no había podido dormir bien. Hasta las ocho seguía trabajando. La casa tenía un profundo olor a muerto. Matilde, hija de Armanda, dormía,el trabajo de la madrugada la había agotado por completo. --Levántate, hija, y ayúdame a sacar estos grillos. La muchacha, haciendo un gran esfuerzo por hablar, dijo: --Ya estoy bien cansada, amá. --Ándale, ándale, no seas güevona. Límpiate esa cara y ayúdame a sacaresta peste del diablo. Mi madre decía que los grillos atraen la mala sal. --Al contrario –dijo ella--. Con su canto la espantan. “Será el sereno”, murmuró la madre. Matilde, aún con el dolor de huesosque días atrás le había estado perturbando la tranquilidad reposada de sushermosos ojos claros, se levantó. Sus cabellos estaban enmarañados. Lucíadeplorable. La llovizna se había marchado repentinamente. Sin embargo, el nubladoespeso seguía inmóvil, esperando el momento oportuno para vaciarse en unaterrible tormenta: sería arrasadora, inundaría por completo el pueblo y no nadamás la casa de Armanda, ahogaría a tres personas, mataría a los animales delcampo, destruiría las siembras: sería una catástrofe. Si no fuera porque eldestino se sublevó, ese día no ocurrió nada de eso. --Estoy muy cansada, hija –se lamentó mientras se afianzaba en laescoba--, ahora tú síguele. La muchacha se había lavado la cara en el balde de agua de lluvia. Luegocogió la escoba. Después empezó a barrer los bichos de la sala, para culminaren la cocina con un montículo de animales muertos, dando el último golpe deescoba en la puerta trasera de la casa. --Ya está listo, amá –dijo--. Acabé de barrer. --Ah, pues ahora ponte a trapear. Matilde, enfadada, cogió el trapeador, que apenas era un palito con unascuantas hebras de trapos. Lo hundió en una cubeta, lo sacó y lo estrujó. Una vez terminado el quehacer doméstico, la muchacha dijo triunfalmente asu madre que había terminado. Para entonces Armanda la esperaba en el comedor con un desayunoaustero. Al cabo de unas horas, cuando la mañana avanzaba a las diez, elnublado se disipó dejando un sol traslúcido.

Don Pancho Escobar terminaba de quitarse los naufragios, la rémora y lasalgas de la ropa, cuando su pequeño corazón dio un repentino brincoteo, unavapuleada, buscando las ausencias por las que acabó durmiendo bajo un

Page 44: Cuentos Casi Completos

limón. Con la bolsa de tela mosquitera, la inseparable, como si formara parte de él,en la diestra, en cuyo interior portaba todas sus pertenencias, lo que treintaaños de trabajo había dejado y más lo que el gobierno le había hurtado. Sepaseaba por el mercado municipal. Su única fortuna eran veinte pesos que lehabían quedado de la raya semanal. Sólo entonces se acordó de ellos; los ojosle brillaron como a un niño cuando recibe un juguete. Los buscó en las bolsasdelanteras del endurecido pantalón: no estaban. Con desesperación los buscóen las bolsas traseras: allí estaba el billete, arrugado y húmedo. Compró una cajetilla de cigarros sin filtro, también una cerillera,indispensable. Con el resto compró un pomo de alcohol, porque según él, se leresecaba bastante la garganta. Fue y se sentó en la plazuela adyacente almercado, y en cuya plaza cívica se levantaba un lustroso busto del Padre de laPatria. El viejo ni siquiera lo advirtió. Sacó un cigarrillo, lo puso en su boca y,oscilante, succionó el fuego del cerillo. La iglesia, en ese momento, levantabasus torres basálticas sobre los serenos ojos de la plazuela mientras donPancho se refocilaba en el humo desgraciado del vicio. En ese momento,Armanda lavaba los trastes en el lavadero de piedra caliza, cuando de prontola sorprendió un recuerdo asaltante, y pensando en su vida pasada, un pasadosin permiso de devoluciones, nostálgico y cruel, murmuró para sí misma: --Francisco, qué será de ti. El resto de la mañana el recuerdo fue incómodo, como una piedra en elzapato, y tantito peor, porque la piedra estaba en el corazón, queriéndolaexpulsar. Ella lo había intentado bastante con lavados de toda clase yvomitivos de conciencia, pero nada había dado resultado, ni tragarse toda latristeza en un llanto. Muy en el fondo, donde una maleza de cieno noterminaba de secarse, quería volver atrás, al momento exacto en que erró ensu vida, volver para enmendar toda clase de fallos y tropiezos que la llevaron,muy novelescamente, por sendas equivocadas, dando como resultado unavida llena de agujeros como el techo de su casa: eso era su corazón, un techocon fugas de agua, pero en lugar de agua lo que se filtraba eran losresentimientos y los odios. Pero… Así es la vida. No terminaba de maldecirse por pendeja. Ella que tenía una vida digna allado de su padre, y que tenía toda clase de pretendientes, hasta los másadinerados seguían su olor como gatos en celo, “y todo para terminar con unmantenido muerto de hambre, al que mi padre le había dado trabajo en sustierras y que nos dio esta casa que se está cayendo a pedazos; Dios mío, nome hagas maldecir, perdóname; pero es cierto.” Acaso se seguía maldiciendo,reprimiendo, regañando, castigándose a sí misma porque fui muy tonta al creeren el amor, pues si yo me acuerdo que era apenas una muchachilla que setragaba los cuentos de los hombres. Sí, ellos, los que me prometían una buenavida, los que me bajaban las estrellas y la luna, los que me conseguían unamansión bañada en oro. Ahora si se han de acordar de mí, y cómo se van aacordar, si ellos viven muy felices con sus esposas y sus hijos, y el pobrediablo que fue mi marido… ya ni siquiera me queda una fotografía de él, puescómo va a ser, si lo único que me dejó fueron recuerdos y esos sí que sonatormentadores, esos sí que me friegan a cada rato, esos son los que me

Page 45: Cuentos Casi Completos

torturan y no me dejan dormir. Pero algo tengo que agradecerle, y es que mehaya dado una hija, esa es la única razón por la cual no quemo los últimosdesperdicios de mi pasado, porque de toda esa mala vida, salió mi bella hijaMatilde, que no tiene la culpa de lo que le pasa a esta pobre vieja ahogada enresentimientos que afloran cada vez que me acuerdo de su padre. Y le creí yve Dios mío lo que me pasa por andar creyendo cosas que no son. Nada valía la pena ya, ni siquiera reclamarle al destino, porque en eseinstante de la tarde, don Pancho acariciaba el pomo de alcohol en sus manosde piedra pómez, mientras su garganta lo reclamaba con ahínco. Sin embargo,lo echó en la bolsa con la idea de que más tarde sería mejor. Aunque lapostergación no duró demasiado. Al cabo de unos minutos de resistenciaestoica, el viejo abrió el pomo y se atragantó en la gloria del placer destructivo. Entonces el cielo se volvió a nublar. Don pancho vagaba por las vías del tren ahogado en el alcohol que truncabasu memoria. Los labios se le inflamaron, el hígado empezaba a deshacerse, suhumor no era el mejor y lo sobrellevaba lanzando groserías a todo mundo. --Y váyanse todos a la chingada –gritaba con esmirriado acento--, y váyansea chingar a su madre, y no me ten fregando porque yo sí me los chingo, bolade rateros, bárbaros sinvergüenzas. Llegó hasta el último crucero de automóviles. Un letrero de lámina decía quecedieran el paso y no la vida, cuando lo mejor era ceder la vida para terminarde una vez con este cuento. El viejo Escobar tomó tartajosamente,tambaleando en la delgada cuerda de la borrachera, el camino de tierra delbordo del Canal Oriental Principal hasta, donde se supone, vivía. A las seis, el viento empezó a agravarse con mucha furia. El agua de loscharcos aún no se desvanecía de las calles y todas ellas parecían estarhechas de una sustancia resbaladiza parecida al jabón ordinario, pero con ladiferencia de que éste es de un olor agradable al gusto. Cuando el viejoEscobar llegó por fin al baldío, ahí estaba, húmedo todavía, de un verdorapacible, el limón de espinas agudas que lo cobijaba en las noches enpenumbras. Lo primero que hizo, con tanta dificultad y paciencia, fue colgar enuna rama la bolsa de tela mosquitera. En las nubes de sus ojos había unallovizna triste y monótona. A Armanda volvió a atacarla el pensamiento premonitorio de la mañana,pero con menos furia. --Francisco, por qué –murmuró. Comenzó a llorar en una especie de consuelo alternativo. Puso las manossobre el rostro, procurando que su hija no la viera y escuchara. Lo hizo ensilencio, en un chorro fluido, en el cuarto enrarecido por la fragancia de suslágrimas. Entonces fue cuando Matilde la escuchó gemir, lagrimear; distinguióentre los sonidos roncos del mundo, el llanto silencioso de su madre, que sehundía en la abominación del tiempo pretérito donde ya no sólo ella era ajena,sino todos y todo. Abrió la puerta sin tocar antes. Fue una interrupciónintempestiva. --Le pasa algo, amá –dijo--, la veo llorar. Armanda trató de huir como conejo asustado ante los ojos serenos de suhija. Y hubo algo en esos ojos de un negro intenso porque para Armanda fue

Page 46: Cuentos Casi Completos

una revelación, un augurio. Luego de la huída fugaz, la madre, con las manosfrotó sus ojos limpiándose las lágrimas. --No, no pasa nada, hija –afirmó--. Son… son cosas mías, no me hagascaso. Por supuesto, la inquisitiva hija no le creyó; la miró compasivamente y laabrazó, diciéndole: --Es él, ¿verdad? Aún… aún se acuerda de él. --No, claro que no, es que… --Ay, amá, no trate de ocultarlo, yo sé que el recuerdo de mi padre sigueatormentándola. --Ay, hija –dijo a punto del desastre--. Es que ha pasado tanto tiempo. Ya nosé que pensar. --No, amá, olvide el pasado, ya no vale la pena. O fue el valor con que su hija se lo dijo, o fue el mismo valor que llevabareprimido desde la adolescencia, lo que la hizo reaccionar, con una línea defuego en sus marchitos párpados prometió no volver a hacerlo, y luego lepreguntó si quería cenar. Ambas cenaron sin hablar, pero sin ignorar lo que una sabía y lo que otraescondía bajo el pellejo. Empezó a llover. Las gallinas se protegían de la lluvia bajo los árboles delpatio. Dieron las diez en todo el pueblo. Armanda se encontraba quitando lassábanas empapadas de la cama. Las goteras del techo se habían precipitadopor toda la casa. --Estas lluvias, cuándo se irán --. Se lamentó. Don Pancho Escobar, empapado y ebrio, se atochaba bajo las ramasescabrosas del limón, protegiéndose del agua, ahogándose en el muladar delos recuerdos, exprimiendo su corazón, arrancándose las venas del cuerpo deun solo tajo, loco, borracho, exorcizándose los demonios del pasado de sucerebro… entonces murió. El cielo lloró el resto de la noche, al compás de las enormes gotas. Al díasiguiente, la lluvia sorprendió a todos los habitantes del pueblo. No fue cosa dealarma, pero cuando la lluvia duró hasta el crepúsculo, la alarma generalcundió por doquier. Ya no se trataba de una simple lluvia, sino de una deveinticuatro horas, sin cesar, galopante. Así que se pensó en un diluvio cuandoal tercer día de lluvia el agua había rebasado los cinco palmos. “Dios nos hacastigado”, decía sombríamente el párroco, aumentando el pánico entre lagente. Todos aquellos que creyeron en el cuento del sacerdote encendieronvelas a los santos, crucifijos e imágenes de la virgen de Guadalupe. Sólo cuando la lluvia cesó al cuarto día, lo habitantes alarmados calmaronsus ímpetus religiosos y de arrepentimiento, volviendo a sus horas de cantina yde groserías y de fornicación. Se dieron cuenta que el fin del mundo aún noestaba cerca. Don Pancho, cansado de la muerte, resucitó en cuanto el sol sembró losprimeros rayos en la tierra, endureciendo el fango, evaporando las gotasconcentradas en las hojas y energizando a las personas. Despertó fosilizado,levantó la mano tratando de escapar de la prisión de barro retorcido, hasta quepor fin salió con restos de hojas, esqueletillos de insectos, algas y pegostones

Page 47: Cuentos Casi Completos

de lodo seco. No traía dinero ni nada que lo acompañara en su adusta vida deperro, salvo la bolsa de tela mosquitera. Tambaleando en el delgado equilibriode su cuerpo, descolgó la bolsa de la rama y se marchó. Siete para las ocho, Armanda andaba limpiando la casa, desenredándola deldesastre fluvial. Matilde, sin ninguna intención de hacer el menor esfuerzo porayudar a su madre, dormía sin remordimientos, sudando por las axilas. --Hija –gritó Armanda--. Ya levántate. Matilde se revolcó en la cama para liberarse de un mal sueño, cuandoescuchó la voz desgastada de la madre. Entonces despertó, pero no por elgrito sino porque alguien estaba jugando dentro de sus calzones con tantapropiedad y cariño que ella misma lo confundió con la ternura de un marido.Algo o alguien le provocaba cosquillas en la aterciopelada panoja negra, algo oalguien hurgaba su sexo dulce, su vientre forjado en el fuego célibe de losveintiún años. Cuando el cosquilleo lúbrico la invadió por completo, lasensación suave se convirtió en un deseo implacable. Comenzó a excitarsecon aquellas caricias de un soberano desconocido y, más aún, de un fantasmalujurioso, hasta que la realidad de las cosas la trastornó y lo que le provocabasu excitación no era ningún fulano libidinoso que había entrado por la ventanay que en esos momentos se hacía de ella mientras dormía, y mientras ellapensaba que se hacía la dormida para disfrutar de aquello que se asemejabaal pecado original, el Fulano de Tal se reventaba sobre ella en una pasióndesaforada que hacía pensar en los sádicos de Sodoma y Gomorra, y sentíacomo las bolas de fuego celestial les robaban el encanto en una sorprendenteexplosión de sangre y pellejos sexuales, en una infinita constelación derumores de amantes y putas podridas, hasta que los últimos rescoldos delsueño se marcharon galopando por la autopista de la realidad. EntoncesMatilde gritó, pero no de placer sino de susto, porque la plaga de los grillos latenían acorralada en la cama. Sólo así cayó en la cuenta de qué era lo queprovocaba las caricias, el hormigueo lúbrico. Volvió a gritar para estar seguraque estaba gritando, es decir, para oír sus propios gritos, mientras nadieacudía en su ayuda, y lo hizo de nuevo para despertar a los muertos felices delpanteón municipal. Luego, alarmada por la gritería de la hija, Armanda corrióolvidándose de lo que hacía. --¿Qué te pasa, mija? –Preguntó--¡Por qué gritas así! --Estos pinches grillos, se subieron a la cama. --Y por eso gritas así. --Bueno, me asustaron. Don Pancho Escobar trataba de brincar una enorme laguna que la lluviahabía dejado de regalo. Un auto había encallado y unos hombres, con lospantalones arremangados hasta las rodillas, trataban de sacarlo. En la casa de Armanda preparaban el desayuno. Por la ventana de laescueta cocina, los humos deliciosos brotaban llenado el aire de un densosabor a huevos, frijoles y jamón. Cuando quitó el sartén con aceite hirviendollamaron a la puerta. Un hombre, que no pasaba de los sesenta y no bajaba delos cincuenta y cinco, pero con más seguridad envejecido por la vida, esperabaimpaciente, con algo en la mano. Tenía los ojos apagados por la intemperie, yparecía envuelto en un aura fermentada. Parecía un pordiosero que nada más

Page 48: Cuentos Casi Completos

iba a molestar para pedir unas monedas. Pero las apariencias engañan,porque no iba a pedir un simple peso, sino una vida completa. Volvió a tocar.Armanda lo sintió como un presagio. Llamó a su hija, pero ella estaba fuera desu alcance. Fue cuando escuchó de nuevo aquellos golpes insistentes, y cadagolpe resonaba en sus entrañas como un lúgubre alarido. No pudo eludir aquelmensaje traducido en el alfabeto Morse como un S.O.S repetitivo. Titubeó, y sepreguntó quién podría ser, porque los golpes en la puerta provocados por unosnudillos desgastados, le parecían conocidos, y mientras pensaba no se dabacuenta que los frijoles empezaban a despedir un olor a quemado. Volvió allamar a la hija, pero no obtuvo ninguna respuesta. Así que saltando de lacocina a la puerta, el mundo entero cupo en su mente. Primero quitó elcandado, pero antes de quitar el seguro sintió la respiración del que estaba delotro lado. La sintió escabullirse por debajo de la puerta. Se imaginó al hombre(porque pensaba que era hombre respirando el aire limpio y exhalándolopodrido) que la hacía desatender la cocina. Pero todas sus conjeturas fueronequivocadas, y sólo bastó con un golpe de la puerta para darse cuenta quequien llamaba no era un vendedor ni un limosnero común, sino los restos delpasado doloroso en persona, y vio que también se consumía en la mismallama de la nostalgia y más aún que ella: --¡Francisco! –exclamó estupefacta Armanda.

Diciembre 2001