CUENTOS ALUCINÓ JENOS IgnacIo BoBadIlla · Este libro se terminó de imprimir en diciembre de 2010...

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C UENTOS A LUCINÓ J ENOS IGNACIO BOBADILLA Dibujos de Martín Daiber

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CUENTOS ALUCINÓJENOSIgnacIo BoBadIlla

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Dibujos de Martín Daiber

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c u e n t o s a l u c i n ó j e n o s

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c u e n t o s a l u c i n ó j e n o sIgnacIo BoBadIlla

Dibujos de Martín daiber

CUENTOS ALUCINÓJENOS© Ignacio Bobadilla BrinkmannRegistro de propiedad intelectual N ° 132.666

© Chancacazo Publicaciones Ltda.Santa Isabel 0545, Providencia, Santiago de Chile

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Editor: Diego Alamos Mekis

Diseño y diagramación: Alejandro Palacios Anguita

Dibujos de la portada y el interior: Martín Daiber Luco

Chancacazo Publicaciones es una editorial expresiva, cuyo objetivo primordial

es la publicación y divulgación de escrituras significantes, tanto textuales como

gráficas. El criterio de lo significante radica en el ser humano, en su urgencia

creativa y de comunicación. Chancacazo Publicaciones, bajo esta enseña, se incrusta

en el medio cultural como una plataforma de participación y realización individual y

colectiva.

Este libro se terminó de imprimir en diciembre de 2010 IMPRESO EN ChILE / PRINTED IN ChILE

I.S.B.N: 978-956-8940-08-9

La reproducción textual y digital de esta obra depende del previo consentimiento

de su autor o la editorial, conforme a las leyes 17.036 y 18.443 de Propiedad

Intelectual.

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Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por el Reino Peligroso, pero su misma plenitud

y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está allí le resulta peligroso

hacer demasiadas preguntas, no vaya ser que la puerta se cierre y desaparezcan las llaves.

J.R.R.Tolkien Sobre los cuentos de hadas

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ePilePsia

cada vez que cierro los ojos y me duermo, se corta la electricidad alrededor mío. El otro día estaba en la oficina, cuando a causa de repetir labores administrativas empecé a pestañar y a medida que me ganaba el sopor, se caía el Internet, las máquinas dejaban de funcionar, las pantallas de los Pc se iban a negro, y la cafetera dejaba de escupir ese mosto negro, atiborrada de borra. En esos días no me asusté, porque no relacionaba mi inoperancia productiva a los continuos cortes energéticos de la oficina.

la noche que me di cuenta de esta ex-traña patología que padezco, estaba viendo una serie sobre los romanos, al tiempo que tenía una lucha interna entre levantarme

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a apagar la televisión o quedarme dormido con esta funcionando. En ese momento bre-ve y fuera de mí en que me entregué a los brazos de Morfeo, sentí una pequeña explo-sión, como cuando se pisa algo hueco. Hasta ahí llegó mi TV, la voy a echar de menos: ya no las fabrican en blanco y negro, tal como me gusta ver las películas.

Me asustó esto de andar soltando descar-gas eléctricas a diestras y siniestras. averigüé a través de Internet lo que me ocurría, mis síntomas eran las convulsiones electrotóni-cas-clónicas, descritas por primera vez por el doctor Staforelli en 1886, bautizándolas como «El mal de Volta». Staforelli se per-cató que pequeñas dosis de razón aliviaban los síntomas de las ratas a las cuales se les indujo esta enfermedad por medio del elec-troshock, estos estudios quedaron inconclu-sos debido a la muerte de sir Staforelli en septiembre de 1890. Posteriormente, Freud continuó estos estudios farmacológicos, des-cubriendo que dosis continuas de razón (50

mg. diarios) controlaban los síntomas pero

causaban un daño irreparable a la espiri-tualidad del paciente. Por tanto, lo único recomendable era alejarse de cualquier artefacto que funcione eléctricamente.

Me acostumbré a leer a la luz de las velas, luego de la semana en que reventé cinco ampolletas intentando leer una novela de Vargas llosa. El miedo empezó a ceder, me sentía seguro y tranquilo: mientras mantu-viera mi rutina, la situación estaría controlada. Pensé que volvía a ser feliz.

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Traté de acostumbrarme a mi nueva vida, pero era difícil. Por las noches siempre me daban ganas de orinar, y como desconecté todo el sistema eléctrico, iba a oscuras lo cual me produjo varios inconvenientes; paso de pato (duckwalk), camino marcando un cuarto para las tres, y me pego en los de-dos de los pies. lo otro fue que, a oscuras, nunca le acerté a la tasa, así es que decidí comprarme una chata, con la práctica pude mear de lado y costado. El problema era que, al levantarme en la mañana, la pasaba a llevar y dejaba todo mojado y perfumado.

cuando vino la dueña del cité a cobrar el alquiler me dijo:

—caballero, acá está todo pasado a pichí, ¿tiene niños? Ud. sabe que está prohibido.

la despisté echándole la culpa al gato, pero la doña era tan sapa fisgona, que no creo que lo haya creído. además, dándose cuenta de que no había corriente, creyó como era lógico que me habían cortado la luz.

—Me debe tres meses de arriendo ¿cuándo me va a pagar?

Había que tener cuidado: acababan de echar a Inti, un amigo peruano de la ha-bitación contigua, por deber 4 meses. Me dijo que se acercaba el plazo fatal y si no pagaba a fin de mes encontraría todas mis pertenencias en la calle.

Esta viejuja huesuda y usurera con lo único que sonreía era con dinero. Una vez, haciéndome el lindo, le pregunté por su sig-no zodiacal, a lo que ella respondió que su único signo era el signo $.

Pero, como todos, tenía su debilidad: había sido operada del corazón y tenía un desfibrilador, que es una versión moderna de marcapaso.

El día que volvió a cobrar la encontraron muerta a los pies de mi cama, donde yo dormía plácidamente. nadie supo explicar su muerte. Según los médicos forenses, ese día hubo un tsunami solar que pudo haber afectado el funcionamiento del marcapaso.

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Don GenaRo Y su PaloMita san Basilio

como todos los días, subía al campanario de la catedral, que más bien era un palomar. don Jenaro tenía la piel oscura, curtida por el sol, y allí arriba alimentaba las palomas con manzana picada, maíz y semillas de cáñamo. les conversaba como si fueran a entender el asunto de la jubilación. les te-nía nombres, a la más linda, una palomita blanca, le puso la San Basilio.

Inti era un buen chibolo, no le hacía daño a nadie. Unas palomas menos, nadie debería de echarlas en falta, además estaban tan obesas que apenas podían volar. Inti las veía así como Silvestre a Piolín. casi siempre cayó alguna en la olla, le llamaba al menú: Cazuela de gallina negra.

don genaro notó que las palomas dismi-nuían en número. Hasta que un día todas las palomas terminaron en la olla de Inti, menos la San Basilio. don genaro se en-cerró en el palomar, nunca más bajó a la plaza.

Final 1

El día que intentaron bajarlo: se encontra-ron, de súbito, con un poderoso chiflón que levantó cientos de plumas negras y blancas, que estaban esparcidas el palomar.

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Final 2

El día que intentaron bajarlo: se encon-traron con un nido de palomitas celosamente alimentadas por un palomo viejo y negro.

Final 3

El día que intentaron bajarlo: se encon-traron con el cuerpo de don genaro tendido y cubierto de plumas, al tratar de levantarlo se desvaneció suavemente.

la Mesa VolaDoRa

Existe una leyenda en Parinacota de una mesa que vuela sobre las personas que van a morir.

de vuelta de las lagunas de cotacotani, luego de presenciar el eclipse total de sol.

―Por favor, baja la velocidad, Pelao, mira que la ruta esta llena de camiones.

―No podemos Keka, el Escarabajo quedó tuerto, murió el foco izquierdo. Si nos pilla la noche, vamos a tener que dormir en el auto.

―Estay loco, ni cagando duermo en el pocho, no sabes que estos autos son herméticos, si te encierras mucho rato te ahogas, de verdad, Pelao.

―Yaaaaa, son mitos, de cuándo...

a Los Granujas, en especial, a Rodrigo Astorga

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―Si no me crees que son herméticos, hagamos la prueba, y fumémonos este cuetecito con las ventanas cerradas.

Keka sabía que Pelao no iba a rechazar una invitación de esas, quería gastar las horas para pasar la noche en el altiplano.

Pararon en un tambo, prendieron el cue-te, y quedaron lelos mirando una familia de cóndores que planeaban sobre las ruinas mientras atardecía.

―Sabías, Pelao, que Castañeda dice que los atardeceres son la raja entre dos mundos.

―Yaaa oh, vámonos mejor, bruja, per-dimos mucho tiempo viendo planear esos jotes.

―Ese es tu problema, vive el momento, Pelao. además no son jotes, son cóndo-res, ¿no ves que el macho tiene un collar blanco?

―Tienes razón, pero igual tenemos que irnos, ¿o quieres que choquemos con un ca-mión a la bajada? no viste a la subida que el camino tiene por lo menos una animita por curva.

―Oye, Pelao, ya está casi oscuro. Mejor yo te invito el alojamiento, ahí en las luces que se ven abajo.

llegaron a Parinacota, pueblo casi fantasma. a pesar de llegar de noche entrada, los reci-bió don Manuel Mamani, máxima autoridad y dueño del único kiosco con provisiones y artesanías locales.

Sacó un manojo de llaves, les dijo sonrien-do, enseñando su verde dentadura, típica de quienes acostumbran a masticar coca.

―Esto es lo único que vale la pena de ver en este pueblo, la iglesia, aparece en casi todas las postales del altiplano.

abrió la puerta y comprobaron que por dentro no era gran cosa. Más bien humilde, sólo había una imagen de la Virgen del carmen y una mesa de madera encadenada a una de las columnas, al parecer para que no se la robaran. Esta mesa era baja y robusta, y se conservaba en buen estado no obstante su notoria antigüedad.

don Manuel les preguntó si tenían dónde dormir. a cambio de una módica suma, les

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permitía alojar en la iglesia siempre que no hicieran escándalo.

aceptaron de inmediato, la noche estre-llada iluminaba el blanco campanario.

―Oye, Pelao, pensar que en el día estuvi-mos a oscuras por el eclipse y ahora de noche se ve clarito con tanta estrella.

El sr. Mamani volvió a sacar su manojo de llaves y condujo a la pareja al kiosco, frente al campanario, lo abrió y les ofreció provisiones y artesanías.

Keka compró un par de velas y un gran tejido de lana de alpaca.

cuando ya estuvieron solos en la iglesia, oyeron un lastimoso silencio, se sintieron ob-servados y se asustaron. Hablaron superficia-lidades banales para alejar el miedo, lo que les resultó, a los 5 minutos discutían sobre declaraciones de don Marcelo Bielsa. Según Pelao, eran palabras sabias; según Keka, Don Marcelo hablaba sólo ambigüedades. En eso estaban cuando escucharon primero un crujir de madera para luego sentir golpear la mesa en el piso. la vela que se encontraba en la

mesa rodó por el piso. la mesa baja y robusta tambaleaba como si fuera sacudida por un temblor. Por un momento le pareció a Keka que era como un perro encadenado tratando de estirarse para alcanzar una presa. Pelao se recagó de miedo, pero Keka no se asustó, al rato pareció que la mesa se cansó y dejo de tironear la cadena. Keka le habló al ob-jeto suavemente como si fuera un niño, le cantó, lo arrullo y limpio su plana arboreidad con un trapo. Todo esto hizo que la mesa se sosegara. a ratos levitaba, pero ya no tiraba de la cadena.

Permanecieron en armonía y sin moverse, hasta que Pelao cogió su cámara para fotografiar la mesa flotando.

―Esta foto va a salir genial teniendo dos planos: en el primero tú y al fondo la mesa voladora.

En eso, la mesa jala tan fuerte que rompe la cadena y, abalanzándose por el aire sobre Pelao, le pega directo en la frente con uno de sus bordes, se lo piteóselo. Turisticidio en la iglesia, cometido por una mesa que arrancó volando de la escena del crimen.

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Keka lo lloró un buen rato, pero al ama-necer razonó fríamente: «Quién me va creer que una mesa (y no yo) asesinó a mi pololo de un golpe en la frente.» Envolvió el cadá-ver de Pelao en el tejido que compró en el kiosco, para llevarlo al maletero antes que las pocas personas del pueblo se levantasen. Sin despedirse se fue.

Manejó confundida un buen rato, se le vinieron a la mente muchas cosas: el eclipse, la altura, Pelao, los cóndores, la iglesia y la mesa. Se sentía mareada, cuan-do estuvo a punto de desmayarse llegó a Socoroma, vergel del orégano. Ese día se practicaban una fiesta local, consiste en que las indiecitas se sueltan las trenzas una vez al año, y agarran a membrillazos al chiquillo que les gusta, si el aludido re-siste el chancacazo se van a lo oscurito a desatar pasiones. Keka aprovechó la si-tuación: llevó a Pelao a la posta señalando que una indiecita había acertado un mem-brillazo en la frente de Pelao, que en ese momento se había desplomado.

Cuando Keka llegó a Santiago, nadie del grupo quería juntarse con ella; la culpaban de la muerte de Pelao. Yo fui el único que la acompañó, y el único al que le contó esta historia, que aunque sea tirada de las mechas, la creo, porque la Keka nunca fue cuentera.

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DiaRio De un PsicóPata

Día 1

abajo del departamento: zona de carrete, inconvenientes, escándalos por la noche y suciedad.

Día 2

Me uno al carrete, salgo.

Día 3

no pasó nada. no volver a salir y quedar paralizado bajo el efecto estatua o conejo encandilado. El reggaeton la lleva, puras pendejas. Me falta limar, la falta de sexo me puede descompensar, pensamientos asesinos mejor ni escucharlos. Escucho los picantes, para endieciocharme. cuelgo un cartel en la puerta invitando a pasar a las mujeres, no entra nadie.

Día 4

El departamento del frente tiene en la puerta una bandera paraguaya, fantaseo con la silueta de una paraguaya que se pasea en colaless.

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Día 5

Error: la bandera y la silueta son holandesas, viven 2 minas, posible rollo lésbico, le abrí la puerta de la reja a la gringa rucia, ni pescó, tampoco dio las gracias. a veces la timidez se disfraza de mala educación, la otra parece que es chilena (contextura gruesa tipo camión ¾).

Día 6

domingo por la mañana: aseo profundo. descubro un nuevo deporte: absorber las moscas con la aspiradora. Por la tarde, sa-lir a ver zombies, el centro vacío parece post holocausto, rollo paranoico, todos son zombies, sobretodo en el metro. Me aho-go, baja de presión, sudo frío, difícil res-pirar. llego al depto. Suena el timbre, es la gringa, la invito a pasar, tomamos unos chufláis, me mareo y me quedo dormido, despierto por la madrugada, solo, atontado

y con dolor de cabeza. abro el armario en busca de aspirinas, y encuentro el cadáver de la camión ¾. no sé como llegó ahí. no me acuerdo ni me arrepiento de nada. la vieja historia del dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Día 7

Voy a trabajar: se empieza a media a máquina la semana: no llega la jefa: libertad para roc-kear. Recordar sacar el cartel de invitación y bienvenida de la puerta, nadie puede vi-sitarme hoy, debo eliminar la evidencia. Por la noche intento meter a la camión ¾ en una maleta grande, imposible, la debo seccionar, el corte va debajo de las costillas, el corte de la columna vertebral es un arte, con mi cuchillo suizo de una sola pieza, de acero qui-rúrgico, pareciera estar trozando un pollo. como he estado de mudanza durante el mes, nadie sospecha de mi salida un poco escan-dalosa con la maleta a rastras, por lo bajo

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estimo el peso en 120 kilos. la juventud no sabe alimentarse de forma sana. arrastro la maleta hasta el canal San carlos. cuando no viene nadie, abro la maleta y arrojo el ca-dáver al torrente. Vuelvo al depto a lavar la maleta. la camión ¾ tenía una sangre mora-da, pobrecita, debió haber tenido anemia.

Día 8

llega investigaciones para averiguar posible desgracia, denuncia de la gringa.

Día 9

Encuentran la parte inferior del cadáver por Pudahuel, los ratones hicieron su trabajo. Se espera confirmación del SMl. Vuelven los detectives Sanhueza y Peralta, reunión con la junta de vecinos, dicen que somos todos sospechosos, partiendo por la gringa. la

acusación es gratuita, pero ella se pone ner-viosa, al parecer oculta algo. En una reacción kamikaze me ofrezco de coartada, la gringa engancha en breve, y señala que pasamos la noche juntos.

Día 10

la gringa me hace una visita al depto. Me da las gracias por la coartada. Se pone a llorar, me cuenta que la camión ¾ se llamaba Elizabeth, era su pareja, que la echa mucho de menos, la con-suelo y, como en una catarsis sexual, la pena se transforma en pasión. Pasó de todo, luego me cuenta que hace años no lo hacía con un hombre y que no había estado mal.

nos hicimos pareja, nunca hablamos del homicidio, hasta una noche en que se emborrachó y habló hasta por los codos. dijo la gringa:

―Ese día conocí a un turisto, un poco artis-to en Bellavista, tomamos un micro, cuando

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1 Servicio Médico legal.

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estamos en depta. llegó la Eli, hizo show celos. El turisto se fue por el show. Se me pasó el mano, le pegue con un caño. Y Eli, caput. Te fui a visitar porque tú, imbécil caliente, tener cartel en puerta invitando pasar mujeres, bebimos alcohol y aprovecho drogarte con pils para dormir, luego fui a bus-car cadáver de Eli, la escondí en tu clóset, y te dejé durmiendo.

las caRtas De Dios

dios me envía cartas. Su lápiz es una mosca que escribe en la ventana. El mensaje siempre es el mismo:

«no estás loco»«no estás loco»«no estás loco»

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el HeRMano De joGe

En la casa nadie me quiere. Bueno, en el co-legio tampoco, pero aquí es distinto porque yo tampoco los quiero, total, ya se leer, con eso estoy listo. la loly me dice que estudie, para que no sea como mi hermano, el Joge, yo le digo que el Joge es bacán, además es el único que juega conmigo, bueno, jugaba, cuando vivíamos en la casa, ahora parece que anda viajando, se lo llevaron a canadá, bien por él, siempre he querido conocer el mun-do, me gusta la música que escucha, música de estrellas fugaces o astronautas, Los Pin-floi. Entrar a su pieza, que estaba llena de humo, era como entrar a una nube, camina-ba en cámara lenta y le decía así, con eco: «Joge, Joge, Joge», y él decía: «acá, acá,

acá.» no es que la pieza fuera tan grande pero no se veía nada, y nos gusta el weeo. El Joge se la pasaba jugando con diario, hacía unos sobres gorditos que parecían empana-das, parece que tenían dulces dentro, cuan-do le venían a comprar las empanadas, les decía: estos sí que están ricos. Un día que entré a su pieza estaba fumando, me pre-guntó si quería fumar, casi le dije que no, pero para no dejarlo solo acepté, me dio va-rias piteadas, me sentía grande fumando con mi hermano, nos parecíamos a esos grupos de reggaeton, aunque sin minas, mejor así porque estoy pololeando, la dani todos los días me traía cosas ricas para comer, un día me preguntó si quería pololear con ella, me acorde de los sandwichs y juguitos, y le dije obvio, me dio un beso y se fue. después de un rato, el Joge volvió a prender el cigarro que era bueno para apagarse, lo terminamos hasta que me quemé los deditos, ahí se puso místico.

―Cáspitas, ya se voló el bebe, dijo.

a Daniela Alfaro que me aguantó, ayudó y la amé por tanto tiempo