Cuento para sonreir

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Cuento para sonreír Había una vez una mujer hermosa que vivía en un mundo gris y lluvioso. Era una mujer hermosa pero también trabajadora, responsable, cuidadosa, atenta y buena. Sin embargo, todas esas cualidades no lograban su felicidad porque ella pensaba que la

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Un cuento sencillo

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Cuento para sonreír

Había una vez una mujer hermosa que vivía en

un mundo gris y lluvioso.

Era una mujer hermosa pero también

trabajadora, responsable, cuidadosa, atenta y

buena.

Sin embargo, todas esas cualidades no

lograban su felicidad porque ella pensaba que la

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felicidad estaba en el mundo en el que vivía. Y

como era un mundo gris no podía ser feliz. A ella

le gustaban los colores brillantes con los que, en

otros tiempos, estaban pintadas las esculturas de

los griegos. Esos rojos, verdes y azules que son

capaces de dar vida y movimiento a las estatuas

más severas.

Y como el mundo era lluvioso

tampoco podía ser feliz porque el

agua caída del cielo borraba con

su insistencia el colorido de las

mañanas que a ella tanto le

habrían gustado y el azul del cielo

que le resultaba imprescindible

para sonreír.

Sí. Eso he dicho. El azul del cielo le resultaba

imprescindible para sonreír.

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El caso es que esta mujer hermosa, la que no

lograba su felicidad porque

vivía en un mundo gris y

lluvioso, paseaba cada día por

ese mundo llevando siempre

consigo una pequeña maleta en

la que guardaba unas cuantas

cosas que necesitaba para

viajar en cualquier momento.

Le gustaba viajar porque pensaba que

encontraría un lugar en el que el cielo estaría

limpio, no llovería y los colores se habrían

apoderado de todo. Pero cada vez que llegaba a un

sitio, aunque al principio pareciera que lo había

conseguido, pronto se daba cuenta de que el cielo

se tronaba gris y caía la lluvia.

¿Seré yo? Pensaba algunas veces en las que

el pesimismo se enseñoreaba de sus atardeceres

¿Seré yo quien trae esos días grises y

lluviosos?

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Un buen día, después de

uno de esos viajes, cuando fue a

recoger su maleta vio que sobre

ella había un pequeño paquete

que nadie parecía necesitar.

Un paquetito pequeño abandonado que incluso

le dio un poco de pena. Por eso decidió llevarlo

consigo.¿Cómo puede dar pena un paquete, por

muy abandonado que parezca? Es que esta mujer

hermosa era también una mujer compasiva y sabía

que incluso las cosas más insignificante pueden

tener alma; tienen el alma de aquellos a los que

han pertenecido.

Cuando llegó a casa, abrió con cuidado el

envoltorio azul atado con una cinta rosa, después

de mirarlo y remirarlo, darle vueltas en sus

manos, escuchar por si sonaba algo dentro e

incluso acercárselo a la nariz por si notaba algún

olor extraño.

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Abrió el paquete, como digo y ...

...¡Sorpresa! ¡Gran sorpresa!

Dentro había un animalillo pequeño y verdoso

metido entre unas virutas cuidadosamente

colocadas.

--¡Una rana! -- Exclamó más curiosa que

asustada.

-- ¡Un respeto!-- dijo

el animalillo. --No soy una rana

sino un sapo y bien hermoso

por cierto, que eso es lo que

dice mi querida madre --

La mujer hermosa quedó francamente

sorprendida y, después de unos segundos exclamó:

-- ¡Y hasta habla! --

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Sonrió el sapo y esperó a que ella

pareciera salir de su estupor. Cuando calculó que

este había pasado volvió a hablar:

-- Naturalmente has leído algún que otro

cuento, así que tienes que saber que si yo soy un

sapo y hablo, es que no soy lo que parezco --

La mujer hermosa miraba atentamente

pero no tan asombrada como uno podría pensar.

Escuchó en silencio y con un gesto, animó al

animalillo a que siguiera hablando.

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De modo que animado por esta serenidad,

el sapo continuó su discurso:

-- Lo siento mucho pero no soy un príncipe

encantado. Aunque por tu hermosura imagino que

no es un príncipe encantado lo que necesitas. Tu

atractivo los acercará a ti sin necesidad de

hechizos-- dijo sonriendo.

Y continuó:

-- Soy un genio encantado. Si. Pero soy un

genio pobre que solamente puede conceder un

deseo. Solamente uno. Así que, si te interesa,

tendrás que pensarlo muy bien. Solamente será

uno --

La mujer hermosa, abrió mucho los ojos,

unos ojos grandes, profundos y atentos y

preguntó:

-- ¿Y qué tengo que hacer? --

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-- ¡Anda esta! -- dijo el sapo con una

sonrisa. -- ¿De verdad que no sabes que hay que

dar un beso al sapo? ¡Je, je, je! Sin el beso no hay

deseo.

Ella respiró profundamente y no lo pensó

mucho porque el sapo hablador estaba empezando

a caerle bien. Cogió al animalillo con decisión, no

exenta de cierta ternura y le plantificó un beso

sonoro.

El sapo sintió un estremecimiento que se

trasmitió a toda su piel pero no se convirtió en

nada nuevo. Siguió siendo un sapo, pequeño,

gordete y hablador.

Y dijo:

-- Ahora ya puedes pedir tu deseo.

La mujer hermosa no lo pensó dos veces. Un

solo deseo satisfecho puede parecer poco pero

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ella sabía perfectamente qué es lo que necesitaba.

Por eso dijo con decisión, después de respirar

profundamente:

-- Solamente quiero que mi mundo no sea

gris ni lluvioso --

-- ¡Pero eso es sencillísimo! -- dijo el sapo

con una sonrisa divertida. -- Para eso no necesitas

gastar tu deseo. Yo te enseñaré cómo se consigue

y luego tú puedes pedir tu único deseo que tendré

reservado para ti--

Y sin esperar a que ella se repusiera de su

sorpresa le explicó con cuidado:

-- Para que tu mundo no sea gris y lluvioso,

lo único que tienes que hacer es sonreír. Sí.

Solamente sonreír de forma sincera. Pero

sincera de verdad. Hazlo ahora y verás.

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Durante un instante, la mujer hermosa miró

incrédula a su alrededor. Pero miraba con unos

ojos nuevos que querían creer lo que le habían

prometido. Y poco a poco fue asomando a su cara

una sonrisa cada vez más amplia. ¡Y sincera!

Al ver esta sonrisa, más hermosa que la mujer

hermosa, todos los vientos de los cielos quisieron

disfrutar de su dulzura y por saborear su labios

acudieron en tropel hasta su boca.

Y entonces se produjo el milagro. Los vientos

que acudían curiosos y veloces a rozar con ternura

esos labios sonrientes, agitaban la atmósfera y

arrastraban con ellos las nubes y el color gris de

los cielos.

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Desapareció la lluvia y todo quedó

cubierto por un hermoso cielo azul que llenaba de

brillos las cosas del mundo entero.

La mujer hermosa viendo ese nuevo mundo

que ella misma había fabricado no dejaba de

sonreír satisfecha de su suerte.

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Y con esa sonrisa alimentaba los días luminosos

que ya nunca faltarían en su vida.

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Seguramente te estás preguntando que qué es

lo que pasó con el deseo que la mujer podía pedir

todavía. Ese único deseo que el sapo, seguramente

torpón pero bondadoso, le tenía que conceder.

Pues la verdad es que no sé qué fue lo que

pidió.

Y no me importa.

Juan Dorado Vicente. 5 de marzo de 2010