Cuento de hadas

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ATALANTA GEORGE MACDONALD CUENTOS DE HADAS para todas las edades

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Cuentos de hadas para todas las edades. George MacDonald

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A T A L A N T A

G E O R G E M A C D O N A L DC U E N T O S D E H A D A S

p a r a t o d a s l a s e d a d e s

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«Una verdadera obra de arte ha designificar muchas cosas. Cuanto másver dadera sea, más significados con-tendrá.»

George MacDonald

Pocos autores dejan tras de sí unaestela de admiración en otros escrito-res. Lewis Carroll, John Ruskin, MarkTwain, J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis pro-fesaron a George MacDonald su másalta consideración. Amigo de Dickens,Ten nyson, Wilkie Collins, Thackeray yWalt Withman, quizá su relación máspro longada y fructífera fue la que man-tuvo con Lewis Carroll, quien, gracias asu consejo y a la entusiasta lectura desus hijos, se decidió a publicar Alicia enel país de las maravillas.Poeta vidente, como entiende la tra-

dición escocesa y céltica, creía en unmundo más allá de lo percibido por lossentidos, en donde todos los seres dela naturaleza –animales, flores y árbo-les…– tienen alma. Sus lectores son to -das aquellas personas que aún no hanperdido la inocencia: «No escribo paralos niños, sino para todos aquellos queson como niños, ya tengan cinco, cin-cuenta o setenta y cinco años».Este libro, que empieza con un es -

pléndido ensayo sobre «La imaginaciónfantástica», recoge sus mejores cuen-tos de hadas.

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AR S B R EV I S

ATALANTA

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GEORGES MACDONALD

CUENTOS DE HADAS

ATA L A N TA2012

PRÓLOGO

JAVIER MARTÍN LALANDA

TRADUCCIÓN

ANA BECCIÚ

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En cubierta: Frances Griffiths y Elsie Wright, Frances y las hadas, 1917.

En contracubierta: Retrato de George MacDonald, ca. 1870.Foto: William Jeffrey

Imágenes interior de Arthur Hughes para la edición original de George Macdonald

Dirección y diseño: Jacobo Siruela

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o

transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización

de sus titulares, salvo ex cepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Repro gráficos,

www.cedro.org) si necesita fotocopiar

o escanear algún fragmento

de esta obra.

Todos los derechos reservados.

Título original: Fairy Tales© De la traducción: Ana Becciú

© Del prólogo: Javier Martín Lalanda© EDICIONES ATALANTA, S. L.

Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. EspañaTeléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34

atalantaweb.com

ISBN: 978-84-939635-4-5Depósito Legal: GI-1568-2012

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Í N D I C E

Prólogo9

La imaginación fantástica23

La princesa liviana31

El corazón del gigante78

Cruce de propuestas101

La llave de oro124

La pequeña luz del día154

El sueño de diamante173

El sueño de Nanny182

El día y la noche en el país de las hadas195

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LA IMAGINACIÓN FANTÁSTICA

Al carecer de una palabra equivalente a la alemana Märchen,en inglés debemos recurrir a la palabra fairytale [cuento dehadas], aunque sea para referirnos a un cuento que nada tengaque ver con las hadas. Si fuera imprescindible una justificacióno excusa para ello muy bien podríamos aducir la antigua acep-ción de la palabra fairy, al menos tal como Spenser la empleaba.Si me preguntaran qué es un cuento de hadas, contestaría:

«Lean Ondina*: eso es un cuento de hadas. Luego lean ése yaquel otro también, y entonces comprenderán qué es». Si insis-tieran en pedirme una descripción o la definición del fairytale,mi respuesta sería que supondría el mismo esfuerzo que descri-bir el abstracto rostro humano o enumerar todo aquello quedebe constituir a un ser humano. Un cuento de hadas es senci-llamente un cuento de hadas, así como un rostro es un rostro; y,de todos los cuentos de hadas que conozco, Ondina es el máshermoso.Sin embargo, muchos de los que no intentarían definir qué es

una persona sí osarían decir algo respecto a lo que una personadebe ser. No me atreveré yo aquí a tanto con respecto al cuento

1. Ondina, (1811), relato de Friedrich Heinrich Karl, barón de LaMotte Fouqué.

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de hadas, puesto que la gran cantidad de cuentos de este tipoque he escrito en el pasado apenas podría servir como ejemploo reflejar mi criterio, que hoy es más maduro. Tan sólo mencio-naré algunos aspectos que podrían ser útiles para leer con la ade-cuada predisposición los cuentos de hadas que a mí me gustaescribir, o me apetecería leer.Algunos pensadores se verían en serios aprietos si única-

mente se les permitiera servirse de las formas que existen en lanaturaleza, o si no pudieran inventar más que aquello que seajusta a las leyes del mundo de los sentidos. Pero no por eso de-bemos suponer que estos pensadores desean huir de la regiónde la ley. Nada que no esté sujeto a la ley puede justificar lamenor razón de su existencia ni, en el mejor de los casos, puedetener más que una mera apariencia de vida. El mundo natural tiene sus propias leyes, y las personas no

deben interferir en ellas cuando las presentan y aún menoscuando las utilizan. Pero estas mismas leyes pueden inspirarleyes de otro tipo y, si lo desea, el hombre es capaz de inven-tarse un pequeño mundo propio, con sus propias leyes, puesposee en su interior la capacidad de deleitarse evocando formasnuevas, algo que, quizá sea lo que más pueda aproximarle a lacreación. Cuando estas formas son encarnaciones nuevas de an-tiguas verdades, las denominamos productos de la imaginación.Cuando son meras invenciones, no importa cuán hermosas, yolas llamo obras de la fantasía. En ambos casos, la ley ha interve-nido activamente.Una vez inventado su mundo, la siguiente ley suprema que

entra en acción es aquella que estipula que debe haber armo -nía entre las leyes que han dado lugar a la existencia de ese nuevomundo y, durante el proceso de creación, su inventor deberá ate-nerse a dichas leyes. En el momento en que se olvide de una deellas, provocará que la historia, por sus propios postulados, setorne increíble. Para poder vivir un instante en un mundo ima-ginado, debemos velar por la obediencia a las leyes que rigen suexistencia. De quebrantarlas, se nos expulsa de él. Sin la ley,nuestra imaginación, cuyo ejercicio es esencial para someter mo-mentáneamente la imaginación de otra persona, deja de actuar.Supongamos que las amables criaturas de alguna inocente región

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del País de las Hadas hablaran cockney o gascón. Por encantadorque fuera su comienzo, ¿no descendería el cuento instantánea-mente al nivel del burlesque, la menos estimable de las formas li-terarias? Las invenciones de un hombre pueden ser estúpidas o inte-

ligentes, pero si no se atiene a sus leyes o si provoca que una leyentre en conflicto con otra, se contradice entonces a sí mismocomo inventor y deja de ser un artista. O bien no toca correcta-mente sus instrumentos o bien no los ha afinado en las tonali-dades correspondientes. La mente humana es el producto de laley viviente: piensa con la ley, habita entre la ley, extrae de la leylo necesario para su desarrollo; en suma: sólo gracias a la ley pue -de obtener resultados. Podrán ocurrírsele a una persona ideasincongruentes, disonantes, pero si trata de aplicarlas, a la largasu trabajo se volverá tedioso, dejará de interesarle y acabará porabandonarlo. La ley es la única tierra en la que puede florecer labelleza. La belleza es la única vestidura para la verdad. Y tú pue-des, si así lo deseas, llamar imaginación al sastre que corta lasprendas apropiadas para ella, y fantasía a su ayudante, encar-gado de coser las partes o, a lo sumo, de bordar los agujeros delos botones. Cuando el hacedor obedece las leyes, trabaja de lamisma manera que su creador, y, cuando las desobedece, es untonto que apila un montón de piedras y dice que ha construidouna iglesia.En el mundo moral sucede de manera distinta: en él, un hom-

bre puede vestirse con nuevas formas, y emplear libremente suimaginación para ello, pero no debe inventar nada. No le estápermitido, por ningún motivo, subvertir sus leyes. No debe en-trometerse en las relaciones de las almas vivientes. Las leyes delespíritu humano deben conservarse y prevalecer tanto en estemundo como en cualquier otro que el hombre sea capaz de in-ventar. No sería ningún delito imaginarse un mundo en el cualtodo se repeliese en lugar de atraerse, pero estaría mal escribir uncuento que representara a un hombre supuestamente bueno quesiempre cometiera malas acciones, o a un hombre supuestamentemalo que hiciera cosas buenas: la idea en sí misma no se rige porninguna ley. Un hombre puede inventar en el terreno de lascosas físicas; sin embargo, en el terreno de las cosas morales,

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debe obedecer y trasladar sus leyes a su mundo inventado.–Usted escribe como si un cuento de hadas fuera algo im-

portante. ¿Es preciso que tenga un significado?No se puede evitar que lo tenga. Si tiene proporciones y ar-

monía, tendrá vitalidad, y la vitalidad es la verdad. Es posibleque, en un cuento de hadas, la belleza resulte más clara que laverdad, pero sin la verdad no habría belleza y el cuento de hadasno proporcionaría goce alguno. Sin embargo, quien se sientaconmovido por la historia la interpretará según su propio ca-rácter y formación: para una persona tendrá una lectura y paraotra persona una lectura distinta.–En tal caso, ¿cómo puedo yo tener la seguridad de que no

estoy leyendo el significado que yo le doy, sino el que usted leda?¿Y por qué debería tenerla? Lo mejor sería que lo leyese bus-

cando el significado que tiene para usted. Ésa sería una opera-ción intelectual más elevada que la simple lectura del significadoque yo le di. Su interpretación podría ser superior a la mía.–Supongamos que mi hijo me pregunta qué significa el

cuento de hadas, ¿qué debo contestarle?Si usted no sabe qué significa, ¿qué hay más sencillo que de-

círselo? En cambio, si usted encuentra un significado, debe co-municárselo. Una genuina obra de arte ha de significar muchascosas. Cuanto más verdadero sea su arte, más significados ten-drá. Por ejemplo, si uno de mis dibujos dista tanto de ser unaobra de arte que, a modo aclaratorio, debe especificar por es-crito esto es un caballo, ¿qué importancia tiene que ni usted ni suhijo sepan qué significa? Es menos importante transmitir un sig-nificado que despertar un significado. Si ni siquiera despierta suinterés, déjelo estar; tal vez haya ahí algún significado, pero nopara usted. Insisto, si usted no puede reconocer un caballocuando lo ve, el nombre escrito al pie no le servirá de mucho. Encualquier caso, no es tarea del pintor enseñar zoología.Pero es probable que sus hijos no le molesten con respecto al

significado. Ellos descubren aquello que son capaces de descu-brir; más, sería pedirles demasiado. Por mi parte, yo no escribopara los niños, sino para todos aquellos que son como niños, yatengan cinco, cincuenta o setenta y cinco años.

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Un cuento de hadas no es una alegoría. Puede que contengauna alegoría, pero no lo es en absoluto. Sólo un verdadero artistaes capaz de crear, de cualquier forma y en el estricto sentido deltérmino, una alegoría que no hastíe al espíritu. Una alegoríadebe alcanzar la cima de la perfección o encenagarse en el charcode la melancolía.Un cuento de hadas, como una mariposa o una abeja, vuela

de aquí para allá y liba de cada una de las saludables flores queencuentra, sin dañar ninguna. El verdadero cuento de hadas es,a mi modo de ver, muy parecido a la sonata. Todos sabemos queuna sonata tiene un significado y, cuando se posee la facultad dehablar con la vaguedad apropiada y de escoger metáforas lo bas-tante imprecisas, una mente puede acercarse a otra mente en lainterpretación de una sonata, resultando este acercamiento enuna más o menos satisfecha conciencia de simpatía. Pero si doso tres personas se sentaran a escribir aquello que para cada unade ellas significa dicha sonata, ¿podrían entre todos aproximarsea una idea precisa? No mucho, y, en todo caso, siempre lo haríanmás de lo necesario. Descubriríamos que la sonata ha suscitadoen cada una de esas personas sentimientos afines, si no idénticos,pero probablemente ni un solo pensamiento común. ¿Ha fra-caso entonces la sonata? ¿Tenía una finalidad evocadora, o debíaenseñar algo concreto, cualquier cosa que pudiera ser concep-tualmente identificable?–Pero las palabras no son música; ¡las palabras deben servir

al menos para aportar un significado preciso!Muy rara vez, de hecho, aportan el significado exacto que

sus usuarios les otorgan. En cualquier caso, se las puede utilizarpara transmitir determinados significados, lo cual no quieredecir que no deban aportar algo más. Las palabras son elemen-tos vivos que pueden ser empleados de varias maneras y confines diversos. Pueden expresar un hecho científico o arrojar unasombra del sueño de un niño en el corazón de su madre. Sonelementos que hay que relacionar y unir como pedacitos de unmapa recortado o disponer como las notas de un pentagrama.¿Acaso la música que hay en ellas no sirve para nada? Apenascontribuye a la concreción de un significado, pero ¿merece porello ser ignorada? Las palabras tienen longitud, anchura y con-

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torno. ¿No tienen nada que ver con la profundidad? ¿Su únicocometido es describir, nunca impresionar? ¿Han de usarse úni-camente para algo concreto? Puede que las lágrimas de un niñono obedezcan del todo a un motivo concreto. Entonces ¿no dis-pone su madre de ningún antídoto para tan vaga desdicha? Algocarente de un contorno definido puede poseer colores muyvivos. Un cuento de hadas, una sonata, una tormenta avecinán-dose o una noche interminable nos atrapan y nos arrastran.¿Nuestra reacción inmediata será oponerles resistencia y pre-guntar de dónde procede el poder que ejercen sobre nosotros, yadónde nos llevan? La ley que rige una sonata se encuentra en lamente del compositor; esa ley hace que un hombre se sienta deun modo y otro hombre de otro. Para uno, una sonata es unmundo de aromas y de belleza; para el otro, un mundo apacibley dulce. Para aquél, un rendez-vous en un día encapotado es unadanza salvaje que le inspira terror; para éste, un desfile majes-tuoso de anfitriones celestiales, con la verdad en su centro indi-cándoles el camino, pero con la voz contenida. Las fuerzas másgrandes residen en la región de lo inaprensible.Más aún: lo mejor que cada uno puede hacer por el prójimo,

una vez sacudida su conciencia, no es proporcionarle asuntossobre los que pensar, sino despertar aquello que anida en su in-terior; es decir: conseguir que piense por sí mismo. Lo mejorque la naturaleza hace por nosotros es propiciar en nuestro in-terior aquellos estados de ánimo que suscitan pensamientos ele-vados. ¿Acaso el respeto a la naturaleza despierta en nosotrosun solo pensamiento? ¿Acaso nos sugiere alguna vez algo enconcreto? ¿Puede hacer que dos hombres que se encuentranen el mismo lugar y al mismo tiempo piensen lo mismo? Ypuesto que no es concreta, ¿diremos que la naturaleza es un fra-caso? ¿No importa que despierte en nosotros aquello que es másprofundo que la comprensión: la capacidad fundamental de pen-sar? ¿Acaso no pone en funcionamiento la sensibilidad y, porende, el pensamiento? ¿Sería mejor que hiciera todo esto de unaúnica manera en lugar de hacerlo de múltiples maneras? La na-turaleza genera estados de ánimo y reflexiones: así debe ocurrircon una sonata, y también con un cuento de hadas.–¡Pero, entonces, una persona puede imaginarse lo que le

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plazca, incluso aquello que usted nunca ha querido realmentedecir!No lo que le plazca, sino aquello que sea capaz de imaginar.

Si no se trata de una persona honesta, extraerá el mal de la bon-dad; entonces no tiene por qué importarnos cómo aborda unaobra de arte. En cambio, si es una persona honesta, imaginarácosas verdaderas; en tal caso, ¿qué importancia tiene lo que yohe querido o no he querido decir? Esas cosas están ahí, por másque yo pretenda no haberlas puesto. Una diferencia entre laobra de Dios y la del hombre es que, mientras la obra de Diosno puede significar más de lo que Él ha querido decir, la delhombre, en cambio, debe significar mucho más de lo que haquerido decir. Porque en todas las cosas hechas por Dios haycapas su perpuestas de significación ascendente; y expresa asi-mismo el pensamiento en formas cada vez más elevadas dedicho pensamiento. Las obras de Dios, sus pensamientos en-carnados, son lo único que el hombre puede usar, modificán-dolos y adaptándolos a sus propios fines para expresar suspensamientos. Y son tantos los pensamientos vinculados a ésteo aquel otro pensamiento, tantas las relaciones implicadas encada figura, tantos los hechos a los que alude cada símbolo, queno puede evitar que sus palabras y figuras se combinen en lamente de otra persona de una manera que él mismo no habíapodido prever. Un hombre puede muy bien descubrir por símismo la verdad en lo que escribió, porque ha estado mane-jando elementos procedentes de pensamientos más allá de lossuyos propios.–Pero seguramente usted explicaría su idea si alguien se lo

pidiera.Insisto, si no sé dibujar un caballo, no voy a escribir «esto es

un caballo» al pie de algo que yo, estúpidamente, pretendo querepresente un caballo. Dar una pista, por nimia que sea, para en-tender una obra de la imaginación sería algo totalmente absurdo.El cuento no está ahí para esconder, sino para mostrar. Si nomuestra nada ante tu ventana, no le abras la puerta; déjaloafuera, en la noche fría. Pedirme que dé una explicación es comodecir: «¡Rosas! ¡Hervidlas o no nos las comeremos!». Mis cuen-tos no son rosas y yo no voy a hervirlos.

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Mientras crea que mi perro puede ladrar, yo no me pondré aladrar en su lugar.Si el objetivo de un escritor es la convicción lógica, no debe

escatimar esfuerzos lógicos; no con el objetivo de ser compren-dido, sino para evitar ser malinterpretado. Si se propone con-mover mediante alusiones y así despertar la imaginación,permitidle entonces que se abalance sobre el alma de su lector,como el viento se abalanza sobre un arpa eólica. Si hay músicaen mi lector, la despertaré encantado. Dejad que mis cuentos dehadas sean la luciérnaga que ora destella, ora se apaga, pero quesiempre puede volver a brillar. Atrapada en una mano que noama a las criaturas como ella, se convertirá en algo feo e insig-nificante, incapaz de brillar ni de volar.Con respecto a la música, lo mejor es, supongo, no consa-

grar a ella toda la energía de nuestro intelecto, sino callar y dejarque actúe en esa parte de nosotros que existe por ella. Estro -peamos infinidad de cosas preciosas por culpa de nuestra avidezintelectual. Aquel que sea un hombre y no un niño debe –nopuede evitarlo– convertirse en un hombre pequeño, es decir, enun enano. No necesitará, sin embargo, consuelo alguno, porquede hecho, cuando piensa en sí mismo, está seguro de que es unacriatura muy grande.Si un acorde de mi «quebrada música» hace brillar los ojos de

un niño, o hace que los de su madre se nublen un solo instante,mi trabajo no habrá sido en vano.

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LA LLAVE DE ORO

[…]

A la caída del sol, mientras estaba sentada al pie de un árbolescuchando una discusión entre un topo y una ardilla, en la queel topo le decía a la ardilla que lo mejor que tenía era la cola y laardilla llamaba al topo Puños-espada, en medio de la profundaoscuridad que reinaba a su alrededor, la niña se dio cuenta deque algo brillaba en su rostro. Miró a su alrededor y vio que lapuerta de la cabaña estaba abierta y que la luz rojiza del fuego sederramaba como un río a través de la noche. Dejó que Topo yArdilla resolvieran la cuestión como buenamente pudieran y co-rrió a toda prisa hacia la cabaña. Al entrar vio la olla en el fuego,hirviendo, y a la gran dama, dulce y encantadora, sentada al otrolado.

–Te he estado observando todo el día –le dijo–. Tendrás algopara comer más tarde, pero hemos de esperar a que nuestra cenaregrese a casa.

Sentó a Tangle sobre sus rodillas y empezó a cantarle unascanciones tan bellas que la niña hubiera deseado que nunca seacabaran. Pero por fin llegó el pez reluciente nadando a toda ve-locidad y se acurrucó dentro de la olla. Lo seguía un joven aquien la ropa, muy ajustada, le quedaba chica. Su rostro irra-

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diaba salud y en la mano sostenía una pequeña joya que deste-llaba a la luz de las llamas.

Las primeras palabras que la dama pronunció fueron:–¿Qué tienes en la mano, Mossy?Era el nombre que le habían puesto sus compañeros, porque

solía sentarse a leer el día entero en su lugar favorito, que erauna piedra cubierta de musgo, y ellos decían que también habíaempezado a crecer musgo sobre él.

Mossy abrió la mano. En el instante en que vio que se tratabade la llave de oro, la dama se levantó de la silla, besó a Mossy enla frente, lo hizo sentarse en su silla y se quedó parada delantede él, como una criada. Mossy no pudo soportarlo y se levantóinmediatamente. Pero la dama le rogó, con lágrimas en sus her-mosos ojos, que tomara asiento y le permitiera servirlo.

–De ninguna manera, usted es una gran dama, bella y es-pléndida –dijo Mossy.

–Sí, lo soy. Pero trabajo todo el día…, y lo hago con placer.¡Tú, en cambio, tendrás que dejarme muy pronto!

–Si me lo permite, señora, ¿cómo lo sabe? –preguntó Mossy.–Porque tienes la llave de oro.–Pero no sé para qué sirve. No puedo encontrar su cerra-

dura. ¿Podría decirme usted qué debo hacer?–Has de buscar tú solo la cerradura. Es tu trabajo. Yo no

puedo ayudarte. Lo único que puedo decirte es que si la buscas,la encontrarás.

–¿Qué clase de caja abrirá? ¿Qué hay dentro de esa caja?–No lo sé. Sueño con ella, pero no sé nada.–¿Debo marcharme ahora mismo?–Puedes quedarte aquí esta noche y cenar conmigo. Pero tie-

nes que irte por la mañana muy temprano. Todo lo que puedohacer por ti es darte ropa. Esta niña se llama Tangle, debes lle-vártela contigo.

–Lo haré con mucho gusto –dijo Mossy.–¡No, no! –exclamó Tangle–. ¡No quiero dejarte, abuela, por

favor!–Debes irte con él, Tangle. A mí también me entristece per-

derte, pero es lo mejor para ti. Ya ves, los peces también se metenen la olla y luego salen para internarse en la oscuridad. Por

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cierto, si te encuentras con el Viejo del Mar, pregúntale, porfavor, si tiene más peces para mí. Mi tanque se está quedandovacío.

Y diciendo esto, sacó el pescado de la olla y la tapó comohabía hecho antes. Se sentaron y lo comieron, y entonces la cria-tura alada salió del agua, voló en círculos por el techo y fue aposarse en el regazo de la dama. Ella le habló, la llevó hasta lapuerta y la lanzó a la noche oscura. Oyeron el batir de sus alasperdiéndose a lo lejos.

Después la dama acompañó a Mossy a otra habitación, idén-tica a la de Tangle. A la mañana siguiente, el muchacho encon-tró, bien ordenado a su lado, un juego completo de ropa. Estabamuy guapo con esas prendas. Pero quien se viste con ropa de laabuela no se fija en cómo le queda, sino que siempre piensa enla belleza de los demás.

Tangle no estaba dispuesta a marcharse.–¿Por qué tengo que dejarte? A este chico no lo conozco de

nada –le dijo a la dama.–No me permiten tener a mis niños conmigo durante mucho

tiempo. No tienes por qué irte con él, si no lo deseas. Pero undía habrás de irte, y yo preferiría que te marcharas con él, por-que tiene la llave de oro. No hay motivo alguno para que unachica tenga miedo de irse con el joven que posee la llave de oro.Y tú, Mossy, la cuidarás bien, ¿verdad?

–Claro que sí –contestó Mossy.Entonces Tangle le echó una mirada y pensó que sí le gusta-

ría irse con él. –Y –añadió la dama– si os perdéis el uno al otro, en el… el…,

nunca me acuerdo del nombre de ese país…, no os asustéis y se-guid avanzando.

Besó a Tangle en los labios y a Mossy en la frente, los acom-pañó hasta la puerta y con la mano señaló hacia el este. Mossy yTangle se tomaron de la mano y se alejaron hacia la espesura delbosque. Mossy sostenía la llave de oro en la mano derecha.

Así anduvieron, sin rumbo fijo, un largo trecho, entretenidosa más no poder con la charla de los animales. Muy pronto apren-dieron su idioma lo suficiente como para preguntarles cada vezque necesitaban algo. Las ardillas eran siempre muy amables y

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les ofrecían las nueces que guardaban en su despensa. Las abe-jas, sin embargo, eran egoístas y zafias; alegaban que Tangle yMossy no eran súbditos de su reina y que la caridad bien enten-dida empieza por la gente de casa, aunque ellas, por supuesto, nohospedaban ni un solo zángano en su hospicio. Hasta los topos,habitualmente tan esquivos, iban de vez en cuando en busca dealguna trufa para dársela; entretanto hablaban como si sus bocas,así como sus ojos y sus oídos, estuvieran llenas de algodón, o desu propia piel aterciopelada. Cuando salieron del bosque Tangley Mossy ya eran buenos amigos y se querían mucho, y la niña nolamentaba en absoluto que su abuela la hubiera enviado con él.

Allí los árboles eran más pequeños y estaban más alejadosunos de otros. El camino era ahora cuesta arriba, cada vez másempinado. Dejaron finalmente atrás los árboles y ascendieronpor un angosto sendero bordeado de peñascos. De repente setoparon con un rudimentario portal, por el que entraron en unagalería muy estrecha recortada en la roca. En su interior todo sefue haciendo cada vez más oscuro, hasta que se volvió comple-tamente negro como boca de lobo, y tuvieron que avanzar atientas. Por fin regresó la luz y, cuando salieron, se encontraronante un camino angosto excavado en la ladera de un precipicioenorme, que bajaba serpenteando por la roca hasta una ampliallanura circular rodeada de montañas. Las que veían frente aellos estaban muy lejos y eran de una altura colosal, rematadaspor picos azules esmaltados de hielo. Reinaba un profundo si-lencio. Ni siquiera el sonido del agua llegaba a sus oídos.

Desde donde estaban, no podían saber si el valle que veían asus pies era una pradera o un inmenso lago de aguas mansas.Nunca habían visto un lugar semejante. El camino era abruptoy peligroso, pero aun así descendieron por el angosto sendero yllegaron sanos y salvos. Comprobaron entonces que el valle es-taba compuesto de arenisca, muy suave y levemente coloreada,bien nivelada, aunque había algunas partes onduladas. No lesextrañó que no hubieran podido distinguir cómo era, porqueaquella superficie estaba atestada de sombras. Era un mar desombras. Principalmente sombras de hojas, de las formas másbonitas que puedan imaginarse, ondeando aquí y allá, flotandotemblorosas al soplo de una brisa que ellos no sentían ni oían.

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No había bosques en las laderas de las montañas, no se veía unsolo árbol, y sin embargo, hasta donde llegaba la vista, el valleestaba cubierto de sombras de hojas, ramas y tallos de toda clasede árboles. Pronto divisaron sombras de flores mezcladas conlas de las hojas y, de vez en cuando, la sombra de un pájaro conel pico abierto y la garganta hinchada como si estuviera can-tando. A veces aparecían las extrañas formas de unas elegantescriaturas que correteaban de arriba abajo por la sombra de tron-cos y ramas para luego desaparecer entre el follaje que agitaba elviento. Vadearon aquel hermoso lago con el agua hasta las rodi-llas. Porque las sombras no sólo yacían sobre la superficie delfondo, sino que se amontonaban encima como si fueran sustan-ciales a la oscuridad, como si hubieran sido proyectadas en elaire sobre mil planos diferentes. Tangle y Mossy levantaban amenudo la cabeza y miraban hacia arriba a fin de descubrirde dónde provenían aquellas sombras, pero no veían encima deellos más que una neblina brillante, más alta que las cimas de lasmontañas, las cuales se recortaban nítidamente en medio deaquella bruma. No se veían bosques, ni hojas, ni pájaros.

Al cabo de un rato llegaron a espacios más abiertos, dondelas sombras eran más tenues; vieron incluso tramos donde éstasse cruzaban velozmente en su camino abriéndoles un claro pordónde pasar. A veces aparecía una forma maravillosa, mezclade ave y ser humano, que pasaba flotando con sus alones des-plegados. Vieron un delicioso grupo de sombras de niños ha-ciendo cabriolas, seguidos por una encantadora forma femenina,y ésta a su vez por la gran zancada de una forma titánica; todosellos desaparecieron en el torbellino circundante del follaje som-brío. Otras veces surgía un perfil de inefable belleza y majes-tuosidad, pero desaparecía al instante. En ocasiones las sombrasse asemejaban a amantes tomados del brazo; en otras, a un padrecon su hijo, o a dos hermanos discutiendo afectuosamente, o avarias hermanas entrelazadas en posturas elegantes y complica-das. A veces eran caballos salvajes, galopando en libertad o mon-tados por la noble sombra de algún gobernante. Pero ningunode los dos tenía palabras para describir las cosas que más les gus-taban.

Tras haber recorrido la mitad de la llanura, los chicos se sen-

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taron a descansar en pleno cúmulo de sombras. Llevaban un ratosentados cuando levantaron la vista al mismo tiempo y cada unovio que había lágrimas en los ojos del otro: ambos añoraban elpaís de donde caían las sombras.

–Tenemos que encontrar el país de donde vienen las sombras–dijo Mossy.

–Sí, querido Mossy –contestó Tangle–. ¿Y si tu llave doradafuera la llave para entrar allí?

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«Nunca he ocultado el hecho de con-templar [a George MacDonald] como mimaestro… la cualidad que me encantade sus obras imaginativas resultó serla cualidad del universo real, la divina,mágica, terrorífica y extática realidad enla que vivimos todos.»

C. S. Lewis

«Uno de los escritores más relevan-tes del siglo diecinueve.»

W. H. Auden

El escocés George MacDonald (1824-1905) está considerado junto a su amigoLewis Carroll el escritor más importan-te de cuentos para niños de la épocavictoriana. Escribió decenas de novelas(como Phantastes o Lilith) y numerosospoemas, pero su obra mayor se encuen-tra en sus fairy tales.

Influido por Novalis, sus cuentoscombinan un antiguo trasfondo místicosalpicado de juegos modernos, parado-jas y absurdos, cercanos a Carroll. Aun -que sus temas son los tradicionales dela fantasía, sus historias desprenden unespíritu profundamente experimental ysubversivo.

TRADUCCIÓN: ANA BECCIÚ

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