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Cuento de joven escritor marplatense

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  • RELATIVO A LA ETERNIDAD DE LOS INSTANTES

    MARTN cANTAlupi

    Ilustrado por: eRNAN ciRiANNi

  • Cantalupi, MartnRelativo a la eternidad de los instantes / Martn Cantalupi ; edi-cin literaria a cargo de Mara Ins Kreplak y Marcos Almada ; ilustrado por Ernn Cirianni. 1a ed. Buenos Aires : Ministerio de Cultura de la Nacin, 2015.108 p. : il. ; 14x10 cm. (Leer es futuro / Franco Vitali; 5)

    ISBN 978- 987- 3772-09- 2

    1. Narrativa Argentina. I. Kreplak, Mara Ins , ed. lit. II. Almada, Marcos, ed. lit. III. Cirianni, Ernn, ilus. IV. TtuloCDD A863

    Fecha de catalogacin: 10/12/2014

    Edicin literaria: Mara Ins Kreplak / Marcos Almada Diseo de tapas e interiores: Pablo Kozodij

  • cOlecciN LEER ES FUTURO

    En el marco de una serie de activida-des de promocin y fomento de la lec-tura, el Ministerio de Cultura presenta la coleccin de narrativa Leer es Futuro, que llega a tus manos en forma gratuita para que puedas disfrutar del placer de la lectura.

    En esta oportunidad, convocamos aescritores jvenes cuya carrera est apenas comenzando, con el objetivo de visibilizar su tarea, contribuir a la di-fusin de sus obras y democratizar el acceso a la palabra, en continuidad con

  • la ampliacin de derechos garantizada por los gobiernos de Nstor Kirchner y Cristina Fernndez de Kirchner.

    Tambin hay que mencionar la inclu-sin de los ilustradores de cada uno de estos libros: todos jvenes y talentosos dibujantes con ganas de mostrar su tra-bajo masivamente.

    Y en un formato de bolsillo para que la literatura te acompae a donde vayas, porque leer es sembrar futuro.

    Ministerio de Cultura

    Franco Vitali Teresa ParodiSecretario de Polticas Socioculturales Ministra de Cultura

  • MARTN cANTAlupi

    mar del plata, buenos aires, 1986. Es co-creador de un local cultural y gas-tronmico. Actualmente cursa las lti-mas materias de la carrera de Ingenie-ra Qumica en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Es autor de la novela Queda Pendiente y la saga Historia de las Almas Encerradas.

  • eRNAN ciRiANNi

    buenos aires, 1976. Es historietista y gestor de actividades en torno a la his-torieta. Historietas suyas fueron publi-cadas en fanzines, diarios y revistas de Colombia, Bolivia, Brasil, Mxico, Chi-le, Uruguay, Venezuela, Espaa, Francia y Argentina. Edita la revista Cabula, de historieta experimental y forma parte del CEO de la editorial Burlesque. Edita junto a Marco Txico de Bolivia y Noms

  • de Colombia la revista Invasor de histo-rieta, ilustracin y serigrafa. Se puede ver su obra en:

    decomomehicericoyfamoso.blogspot.com.ar

  • con jota mayscula

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    Con las dos bolsas del almacn en sus manos, a pocos pasos de estar afuera de ah, Roberto Manuel Izarutto temi por lo que se avecinaba. El tiempo pa-reci detenerse, se dilat como en esos momentos previos a una catstrofe. La campanita que sonaba siempre que la puerta se abra no haba terminado an

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    de tintinear, cuando de la boca del jo-ven, al cruzarse cara a cara con l, salie-ron las palabras que el ex rferi temi escuchar durante veinticinco aos.

    Usted dijo el chico, y ya no haba qu hacer para esquivar las pias del destino que volaban hacia su mentn. De refiln, como un fantasma que ob-serva a los vivos desde un rincn oscu-ro, atisb los colores de la camiseta del pibe. Usted es Izarutto!

    Aos atrs, antes del exilio, no habra

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    sido extraa aquella situacin. Cuando caminaba por la calle, cuando entraba a comer a algn restaurante, cuando iba al teatro, al cine, al banco; siempre lo reconocan. A veces reciba un insulto. No l, sino su madre. Otras una felici-tacin, o un agradecimiento; un sutil mimo al alma. l caminaba erguido, se impona entre la gente, responda con una sonrisa y un gracias tanto a putea-das como a gritos de aliento, y se haca respetar con solo respirar. Caminaba entre la gente como lo haca en la can-

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    cha, y ellos se ponan las manos detrs de la espalda, sujetadas, como si Izaru-tto pudiera hacer gala de su autoridad y sacarles tarjeta ah mismo; en la calle, en el restaurante, en el teatro, el cine o el banco.

    No era un gran apodo, tal vez. Pero era el suyo. Al principio le pareci poco original, liviano. Le pareca que podra flotar y escaparse volando por el aire. Pero la primera vez que lo ley en el diario comprendi dnde estaba el pe-so de aquel apodo. En la jota mayscu-

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    la. El Juez, con jota mayscula, s era un gran apodo, s lo satisfaca. Con jota mayscula no podra escaparse volan-do. Si la miraba bien, la jota mayscula hasta tena forma de ancla, de gancho; de llegar para quedarse. El Juez Izarutto. se era l. Roberto, El Juez, Izarutto. En la cancha, y afuera tambin.

    Desde que naci, Roberto Manuel Izarutto fue hincha de Deportivo San-ta Mara. Era lgico, no poda esperarse otra cosa, habiendo nacido ah, en ese barrio. En la casita en la que se insta-

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    l su abuelo despus de llegar de Italia, corta pasada anterior por un conventi-llo, y en la que naci su viejo, algunos aos despus. La casita del pasillo lar-go hasta el fondo, de baldosas gasta-das, que mora en la puerta de madera pintada de blanco, que se descascaraba siempre, sola. Desde que tena memo-ria sus colores eran el rojo, azul y blan-co. Los de la camiseta del Santa Mara. Los del barrio.

    La tarde del incidente, la previa al exilio de veinticinco aos, fue una tar-

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    de fuera de lo comn. Cmo lleg l, El Juez Izarutto, rbitro de primera divi-sin, a dirigir aquella final de una ca-tegora menor, nunca se supo. Primero se enferm tal, despus se le muri la mam a tal otro; y por esas cosas del destino, que algunas veces hace genera-la de tragedias alrededor y deja el cami-no allanado, lo llamaron a l.

    Todo el mundo hablaba de lo mismo. Pareca que la primera del ftbol ar-gentino haba quedado desplazada de la mirada del pas, solo por esa semana.

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    Cmo Izarutto va a dirigir la final, si es sabido que es fantico del Santa Ma-ra? Hasta lo dijo l, hace cinco aos, en una entrevista!. El Juez escuchaba la radio divertido, con la seguridad con la que cobraba penales. Todo el mundo arribaba a la misma conclusin. No era cualquier rbitro. No era como la vez que Antonio Guiraldo haba dirigido aquel recordado River Boca, cuando todos saban que era bostero. Ese ha-ba sido catalogado, tal vez de manera exagerada, como el peor arbitraje de la

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    historia. Pero no estamos hablando de un refer cualquiera, seoresestamos hablando de El Juez Izarutto; tipo inta-chable si los hay, dijeron en la radio, y los ecos de la amplitud modulada recorrieron la Argentina; y fueron no-ticia, fueron tinta impresa en los dia-rios, fueron charla en el caf, fueron comentario de un vecino a otro, en la vereda, con el mate en una mano y la pava humeante en la otra. Fueron ver-dad aceptada, como todo lo que se re-pite demasiado. Aceptada incluso por

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    su protagonista, Roberto Manuel Iza-rutto. El Juez tendra la capacidad tica y moral para conseguir ser cien por ciento objetivo durante los noventa minutos del partido.

    Y no solo era la final. Era el clsico. Deportivo Santa Mara versus Club A-tltico Independencia. Clubes vecinos, barrios pegados; enemigos histricos. La camiseta del Atltico Independencia era verde, toda verde. Las Cotorras, era el apodo despectivo, el que ms le gus-taba a Izarutto.

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    La tarde de la final lleg con una llo-vizna sutil. Ni siquiera tena la pinta de esas tormentas inmensas, terribles tempestades que anuncian cambios. E-ra de esas lloviznas que molestan, que obligan a los que usan anteojos a se-carlos una y otra vez. Ah estaba l, El Juez Izarutto, parado en la cancha, listo para dar la orden. De un lado el verde cotorra que le haban hecho odiar des-de pequeo. Del otro los gloriosos rojo, azul y blanco. Los suyos. Pero Izarutto lo habl consigo mismo, se dio la orden

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    antes de pisar la cancha, con la pelota en la mano. Durante noventa minutos, sera netamente imparcial, objetivo.

    Cada vez que lo recuerda, lo vive de nuevo. Como si ocurriera en ese mo-mento mismo, y la existencia tuviera las dimensiones exactas de su recuer-do; su largo y su ancho, su profundidad y su tiempo.

    Suena el pitido, y arranca el encuen-tro. La llovizna sigue insistiendo. Las hinchadas, por el momento, se limitan

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    a cantar. Hay un bombo en una de las cabeceras de la cancha. El sonido del bombo es insistente como la llovizna, y retumba mecnico y firme, dndole la-tido a un engrudo de gente unificada. Y as pasa el primer tiempo. Vaco. Y por eso Izarutto, El Juez, suspira; y descubre que arranc nervioso. Descubre que te-ma, desde el vestuario, no encontrarse a la altura de las circunstancias. Pone l mismo su objetividad en tela de juicio. Pero suspira, porque el partido es un cuerpo inerte y baboso que no camina

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    por s mismo; apenas respira.Comienza el segundo tiempo. Iza-

    rutto saca una amarilla. A quin? A Leopoldo Arnaldo Maza, el diez del Santa Mara. Imagina, entonces, a los parroquianos de los bares del barrio vecino hablando al da siguiente, ima-gina esas charlas de lunes, tomando la amarilla como prueba irrefutable de su profesionalismo. Amarilla a Maza, eso piensa que dirn, Izarutto es el mejor rbitro de la historia de la Re-pblica Argentina.

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    Se reanuda el partido. En tres pases el Independencia llega al rea rival. Que-dan solos los dos, arquero y delantero. El arquero sale a achicar. Izarutto pien-sa que el pibe del Independencia se va a cagar en las patas, porque debut solo dos fechas atrs. Y ah no ms, como vengando la fama que el rbitro le hace en su mente, el pibe, atrevido, se la pica al arquero. Y la pelota sube y le pasa por arriba, y el arquero gira sobre s mismo y corre hacia el arco; el que se supone que deba proteger, esa tarde ms que

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    ninguna otra. La pelota alcanza la altura mxima, el punto de inflexin de su tra-yectoria. Izarutto piensa lo mismo que el arquero, por unos pocos segundos esa idea se mantiene en su cabeza. La pelo-ta se va a ir afuera. Va a pasar bastante arriba del travesao. Entre las gotitas, como en cmara lenta, El Juez sabe que el arquero ve lo mismo que l. Ven, los dos, el efectito que el pibe le dio a la pelota cuando la pic. Se hace presente, ms que antes, ms que cuando suba. Y, en lugar de seguir su camino e irse

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    afuera, la pelota, girando sobre su eje continua y velozmente, empieza a bajar pero, mientras lo hace, se va frenando. Desciende como hubiese descendido sin efecto, pero no avanza tanto, se fre-na de a poco. Y el arquero se aviva, y la adrenalina saca las estacas de sus pies, y lo obliga a correr desenfrenado, como para salvar su propia vida, hacia el arco. Y la pelota baja, girando, baja. Y el ar-quero salta con la mano estirada, y no llega por poco, por cinco o seis cent-metros. Y es gol.

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    El Santa Mara, su Santa Mara, pierde por un gol. Y la jugada del gol arranc en tiro libre. Y el tiro libre lo cedi l, Roberto Izarutto.

    El partido sigue complicado. Porque a falta de goles, el Santa empieza a re-partir patadas. Y entonces Izarutto tie-ne que cumplir su rol, por ms que le pese, y sancionar. Y as, a los veinte del segundo tiempo, con tres amarillas en sus espaldas, el Santa Mara, el equipo de su vida, pierde a su primer hombre. Doble amarilla, y afuera. El tcnico, a

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    los gritos, reacomoda la defensa para que no quede discontinua, como la dentadura de un nio de seis aos. El tiro libre se va afuera. Izarutto respira, aliviado, y descubre que estaba aguan-tando el aire. Intenta activar de nuevo ese mecanismo de su cerebro, accionar esa palanquita que lo deja funcionando en modo objetivo. Falla una vez, y luego otra, y otra. Y mientras est fallando, a quince minutos del final del encuentro, a quince de que el Santa Mara pierda ante el Independencia, cobra otra falta

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    ms. Una falta de poca relevancia. No una falta violenta, ni en un lugar que comprometa al Santa Mara. Pero Ar-naldo Maza corre a protestar y se plan-ta ante El Juez Izarutto, con las manos agarradas detrs de la espalda. Izarutto lo calma y gira sobre s para seguir el partido. Pero Maza est descolocado, y de su boca sale su desesperacin.

    Izarutto y la gran concha de tu ma-dre le dice, solo para crear los cimien-tos para la simple y devastadora palabra que vuela para clavarse en lo ms hon-

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    do del pecho del rbitro. Vendido.Roja. Y el Santa Mara queda con nue-

    ve. Y toda la hinchada, los padres con sus nios, las viejitas, los que se cuel-gan del alambrado en los goles; todos, cantan, con una msica popular y pega-diza, una letra muy similar a la frase de Maza, el diez expulsado.

    El partido que sigue es de baile y fiesta para el Independencia. Toques y lujos. Media cancha en que no se juega, y otra media en la que hay ms danza que ftbol. Pero sin goles.

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    Y as, entre cantitos de aliento y es-tertores de agona mezclados, llega el minuto cuarenta y cinco del segundo tiempo. Izarutto da dos minutos de a-largue. Piensa en lo poco que falta para el final. Siente que va a lograrlo, que va a conseguir terminar el partido mante-nindose firme en su juicio imparcial, a pesar de haber titubeado, de haber es-tado al borde del flaqueo.

    Minuto y medio del alargue. El nue-ve del Independencia cabecea un cen-tro. El arquero no llega, porque es fsi-

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    camente imposible lograrlo. La pelota pega en el travesao y cae a sus manos, tocada por un ngel rojo, azul y blan-co. Y entonces todo cambia, como si la fiesta hubiese terminado y abrieran las puertas del lugar, de golpe, y dejaran escapar a todos los invitados que se api-aban en las salidas.

    El arquero saca. El pelotazo llega has-ta poco ms de la mitad de la cancha. El cinco del Santa Mara la baja con el pie, sin esfuerzo. Izarutto corre junto con el resto de los jugadores. Mira su

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    cronmetro mientras lo hace. Faltan veinte segundos. Arma en su mente la jugada que cree que podra llegar a ver, pero la borra al instante; los dos expulsados dejaron huecos demasiado grandes como para que funcione. Lo mismo debe pensar Juan Alberto Ma-riani, el cinco, que despus de bajarla, sin perder un segundo, elije la jugada individual y se manda. Pasa a uno, tira un cao para recuperar el honor, deja otro atrs. Llega al rea grande de fren-te al arco, tirado a la derecha. El cuarto

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    guerrero que intenta frenarlo se tira a barrer, y sigue de largo porque Mariani la engancha. Son solo l y el arquero del Independencia. Y las hinchadas, una marea de sonidos inentendibles.

    El Juez Izarutto llega apurado a la me-dialuna. Se planta ah, justo cuando Ma-riani mide todas las distancias; la que hay entre el arquero y l, entre la pelo-ta y el arco, entre el piso y las posibles manos extendidas hacia arriba, entre el arquero y el poste derecho, entre el arquero y el poste izquierdo, entre su

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    papel mediocre en la historia del ft-bol argentino y su pase indiscutible a la fama, el recuerdo y la tapa de El Grfi-co. Izarutto mira de reojo el cronme-tro justo cuando el cinco levanta el pie para patear. Nueve segundos.

    Y Mariani patea. La pelota no sale con comba. Es un bombazo, directo. El arquero la roza, apenas, y se le van las manos para atrs. Pero ese roce sutil la levanta, y la estrella contra el travesao, repitiendo la historia del rea contraria.

    La pelota se eleva. Mariani se toma el

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    rostro y cae de rodillas, acabado. Con l cae la esperanza de los hinchas. El San-ta Mara perdera la final. Perdera el honor, el clsico. Y la pelota sigue ele-vndose y cruza el rea chica. Y Mariani llora. Y los defensores del Independen-cia retroceden, temiendo el pelotazo de cualquiera de los jugadores que espe-ran el rebote desde afuera del rea. Y la pelota comienza a descender. Pasa por arriba del punto penal. Y sigue bajando. Los defensores festejan. No va a caerle a ninguno de los dos jugadores del San-

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    ta Mara que la aguardan desesperados. No. Con el efecto que tom al tocar las manos del arquero y rebotar, la pelota se desva. Izarutto la ve acercarse por los aires. No mira el reloj pero lo sabe, deben quedar cinco segundos, o tal vez cuatro. Debe correrse, ver cmo los ju-gadores se abalanzan sobre el baln, y pitar el final del partido.

    La pelota baja, se acerca, debe co-rrerse. El delantero del Santa Mara que ms cerca est del lugar al que caer, no llegar antes que el defensor, lo sabe

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    muy bien. Izarutto sabe eso, y sabe el partido perdido. Debe correrse, espe-rar, y pitar. No puede moverse.

    La pelota est sobre l, casi puede tocarla. El delantero corre en vano. El Juez Izarutto se muerde el labio infe-rior, desarma todas sus barreras men-tales y lo hace sin pensar, con el sil-bato an en la boca. La para de pecho y, antes de que la pelota llegue al piso, vuelca su propio peso sobre su zurda y, de volea, la revienta de un derechazo.

    En ese instante, y ni un segundo des-

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    pus, la cancha entera hace silencio. Ahoga un grito total y unificado. Todos ven lo que ocurre. La pelota se abre y sube, vuela sobre la cabeza de los ju-gadores de ambos equipos. El arquero se tira, pero no pasa ni cerca, porque el descenso del baln es rpido y, con la rapidez con la que se abri antes, de repente, se cierra. De un plumazo. Y el arquero cae al piso, mientras la pelota se clava en el ngulo.

    El grito le sale del alma, como la vo-lea. Lo grita con vehemencia abajo de

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    la llovizna, y sale corriendo para la po-pular de atrs del arco, que es la del Santa Mara. Lo grita y corre y, de gol-pe, se da cuenta de que el nico sonido en toda la cancha es ese, su propio gri-to. Entonces Izarutto se queda callado. Y pasan algunos segundos as, en los que todo es silencio. Y recin entonces El Juez cae, comprende lo que hizo. Y el alud de gritos baja desde las tribunas y lo arrastra hasta el vestuario. Gritos densos, corpreos.

    No sabe cmo, pero ah est, en el

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    vestuario. Entran a buscarlo. Sale co-rriendo con una campera en la mano. Lo corren. Sale de la cancha. Hay poca gente en la vereda. Gritan su apellido desde atrs. Justo pasa un taxi. Se sube. Indica el destino.

    Increble lo que acaba de pasar dice el taxista, sealando la radio. Vie-ne de verlo, no?

    Qu cosa? Izarutto esconde su ca-beza, se tapa el uniforme de rferi con la campera.

    El partido, hombre.

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    Ah, no, no.Y qu estaba haciendo en el club?Miraba gimnasia artstica improvi-

    sa, rogando que su mentira pase.Gimnasia? el taxista se re. En

    fin, parece que el rbitro, el Izarut-to ese, tan correctito, implacable que decan que era, vio? Bueno, perdi la chaveta. Sabe lo que hizo? no esper respuesta. La clav en el ngulo! El rbitro del partido! Porque todos sa-bamos que es fantico del Santa. Pero nunca habramos imaginado, nunca.

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    Poco serio, poco profesionalMe bajo ac Izarutto quiere abrir

    la puerta con el auto en marcha.Espere hombre, est loco, usted?Frene, le digo! y cuando lo dice, el

    taxista lo ve por el espejo.Usted! frena por la emocin. El

    rbitro! No lo puedo creer!Roberto Izarutto aprovecha y se baja

    del auto. Luego corre, lo ms rpido que puede.

    Pas la noche sin prender la radio,

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    ni salir de su casa. Por eso no se enter de que el taxista goz de una fama mo-mentnea, gracias a las entrevistas que le hicieron para la radio y la televisin. Era lo ltimo que se saba de Izarutto, y la nota con el testigo nico del hecho brillaba por s misma. A la maana si-guiente, huy. Primero del barrio, lue-go de la ciudad y, pocas semanas ms tarde, se fue de la provincia.

    Casi veinticinco aos vivi Roberto Izarutto en un pueblito de Salta, mi-nsculo, exiliado por el miedo y la ver-

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    genza. Por la deshonra. Ya no cami-naba erguido. Se vea viejo a s mismo, y no senta eso que no tiene nombre y que era lo que, aos atrs, haca que a su alrededor los hombres bajaran la mi-rada al verlo pasar.

    Los impuestos de la casa de Buenos Aires los mantena desde all. Se las ingeni, desde que puso un pie en el norte, para mantener econmicamente ambos lugares. Pero veinticinco aos es mucho tiempo, y las casas de la infancia poseen intrincados mecanismos para

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    atraer nuevamente a los adultos que las habitaron de nios.

    Por cuestiones econmicas, el ex r-feri no pudo seguir manteniendo am-bos lugares. Pens, entonces, en vender su casita de Buenos Aires, pero para ello tendra que viajar en persona. Tar-d dos meses en tomar la decisin, y la tom solo porque no exista otra posi-bilidad al analizar el estado de su cuen-ta bancaria. Izarutto volvi.

    Se dijo que sera poco. Nada ms los das suficientes para hacer los trmites,

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    arreglar con alguna inmobiliaria, y bus-carse un lugarcito para ir a parar. No le avis de su llegada al nico contacto que mantena en Buenos Aires; Norma, su prima. A las pocas semanas de estar en Salta, Izarutto le mand a su prima Norma la llave y el dinero para impues-tos que, supona, podra alcanzar para algo ms que dos meses. Tambin una hojita de papel en la que explicaba el propsito de la plata que mandaba, y le prohiba rotundamente dar a conocer su direccin a cualquier persona. Nor-

  • 50

    ma le respondi tan desesperada como el resto de su familia y de sus amigos. Izarutto vio la carta y la tir a la basura, sin siquiera pensar en leerla. Los pri-meros aos de exilio, esa historia, la de El Juez tirando las cartas de su prima sin leerlas, se repeta mes a mes. Luego dej de ocurrir. Solo llegaban las factu-ras de los impuestos pagados. A veces algn presupuesto de albail, o de pin-tor. Una vez, casi quince aos despus de su partida, lleg una llave. Norma haba cambiado la cerradura porque es-

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    taba vieja y oxidada. Nunca lleg mu-cho ms que eso. Izarutto la haba ele-gido a ella porque la conoca muy bien. Era la nica persona que no develara su paradero. No por cdigos, sino por la culpa que le generara hacerlo.

    Veinticinco aos despus, el barrio estaba bastante cambiado. Pero no tanto como Izarutto imaginaba. La cuadra de su casa, de todas las que vio en el taxi que lo llev desde Retiro hasta all, era la que menos trasmutada estaba. Las races de los rboles levantaban y rompan un

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    poco ms las baldosas, o al menos eso le pareca. El cartel del almacn era un poco ms grande, o al menos eso le pa-reca. El olor de la vereda era el mismo, eso no le pareca, de eso estaba seguro.

    Temi que la llave no funcionara bien. Funcion. Entr en su casa y el aire fresco se abalanz hacia su rostro y sus antebrazos desnudos. El piso se-gua igual. Patinaba donde patinaba antes del exilio, era rugoso y desparejo en los lugares en los que lo era antes. Cada habitacin que miraba, sin ex-

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    cepcin, pareca encontrarse detrs de una vitrina. Se senta caminando por los pasillos del museo de su vida; de su vida pasada. Norma haba dejado todo como estaba. Se haba limitado, simplemente, a que nada se deteriora-ra. Las plantas haban sido cambiadas y regadas, las paredes mantenidas en pie, las nuevas goteras arregladas.

    Le agarraron ganas de llorar, y no llor.

    Antes de salir al almacn para com-prar algo de comida, se qued clavado,

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    mirando la puerta. Dudaba. Tema que alguien lo reconociera. Le sudaban las palmas de las manos, le temblaban un poco las piernas. Respir profunda-mente, para relajarse, dos o tres veces, y arranc.

    Camin hasta la esquina, al almacn, nervioso. Lo tranquilizaba un poco, de todas maneras, saber que el gallego que lo atenda veinticinco aos atrs no iba a reconocerlo, ya que deba haber muerto. Abri la puerta y escuch la campanita. Lo atendi una chica. Su simpata lo cal-

  • 55

    m un poco ms. Pag, agarr sus bol-sas y empez a caminar hacia la puerta. Pero la campanita volvi a sonar.

    Usted le dijo el pibe que entr al almacn, con la camiseta del Santa Ma-ra. Usted es Izarutto!

    No es lo nico que pudo decir el Juez. Eso, y nada ms.

    El chico se acerc, y le mir la cara con detenimiento. Primero de frente. Luego el perfil. Se ri.

    Cmo que no? Usted es Izarutto!

  • 56

    Te digo que no pibe, no me rom-ps los huevos Izarutto trag saliva. El pibe pareca bastante convencido pero, en el fondo, dudaba. Intent es-quivarlo y salir del lugar. Se imagin corriendo por la cuadra. Corriendo pa-ra salvarse, para que no lo cagaran a trompadas. l, el culpable de la des-honra de veinticinco aos atrs. El chi-co, de menos de veinte aos, lo fren. Lo tom de los hombros.

    No lo puedo creer! temblaba. Roberto Manuel Izarutto!

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    S acept su destino. No le impor-taban si lo colgaban en la plaza del ba-rrio mientras la multitud, vestida de ca-misetas rojas, azules y blancas, obser-vaba el espectculo aplaudindolo.

    Maestro, no lo puedo creer el pibe se larg a llorar. Lo puedo abrazar?

    Sin esperar respuesta el chico lo abra-z. Estuvo un rato ah, en el hombro de Izarutto, llorando.

    Tens una fibra? le pregunt a la vendedora del almacn, que los mira-ba estupefacta. Se la dio. Para Pablo,

  • 58

    ponga, Juez. Por favor le dijo, entre-gndole la fibra y estirndose la cami-seta. No lo puedo creer. Cuando le cuente a los muchachos.

    Izarutto firm en piloto automtico. No entenda lo que pasaba.

    Venga, maestro, venga el pibe le abri la puerta. Viejo! grit. Viejo! Mir quin est ac!

    Un hombre de poco ms de cuarenta y cinco aos, fornido, cruz la calle de adoquines y se acerc a su hijo. Lo mir con una expresin que demostraba que

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    no quera que lo hiciera perder el tiem-po. Cuando vio a Izarutto, su rostro duro cambi al instante.

    No lo puedo creer dijo. Maestro! y se larg a llorar l tambin. Yo es-tuve ah, maestro. Yo estuve esa tarde en la cancha! Gracias maestro, gracias!

    Un tipo que pasaba fren a ver qu ocurra. No lo reconoci al principio. Tal vez por la panza, las canas y los an-teojos. Pero cuando entendi quien era, comenz a gritar lo mismo que el padre del chico del almacn. Luego sac su

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    celular del bolsillo y, previo pedido de permiso, se sac una foto con Izarutto, mientras el pibe hablaba desde su tel-fono con un amigo.

    As fue llegando gente. Uno tras otro. En su mayora hombres, y chicos. Pero tambin se acercaron mujeres. Abue-los, y abuelas. Fue de a poco, pero para Izarutto el tiempo volaba. De golpe es-taba all, parado en su vereda, rodeado por la mitad del barrio. Y, mientras le hablaban, lo hacan caminar. Y se saca-ban fotos. Y le hacan firmar pelotas,

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    camisetas, y hasta papeles cuadricula-dos arrancados de algn cuaderno en el apuro de la primicia de su presencia en el barrio. Cada dos o tres personas que lo saludaban, una le preguntaba lo mismo; por qu se haba ido, por qu haba desaparecido.

    Y de repente estaban ah. Era una casa, pero la puerta estaba abierta, y tena un cartel rojo, azul y blanco. Pea Deporti-vo Santa Mara, Filial Roberto Izarutto.

    Lo entraron. Casi no lo dejaban apo-yar los pies en el piso para caminar

  • 62

    por sus propios medios. De las paredes colgaban posters con las formaciones de cada ao del Deportivo Santa Ma-ra. Haba una foto suya, la vio cuando la gente se corri. Estaba tomada en el momento exacto en el que le daba de volea a la pelota, mojado por la llovizna, en la final de veinticinco aos atrs.

    En el medio del lugar haba una es-tatua. Una estatua chica, de yeso, con un Roberto Izarutto muy poco favore-cido por la mano del escultor. El Juez agradeci, aunque le pareci horrible.

  • 63

    Y otra foto, y otro autgrafo, y otro re-proche por la huida.

    Solo cuando la multitud se calm, lo-gr acercarse a la mesa del fondo. Ha-ba un libro gordo, tentador. Se sac dos fotos ms. Abri el libro. Eran recor-tes de diarios y revistas. Entre el olor a humedad y las hojas amarillentas, se esconda la parte de la historia que le faltaba a Izarutto.

    S, acept la invitacin al asado de aquella noche en la pea. Pero se lleva-ra el libro para hojearlo. Los hinchas se

  • 64

    lo cedieron gustosos.Los primeros recortes que ley en su

    casa eran de la incertidumbre posterior al encuentro. Contaban cmo el par-tido se finaliz despus del abandono de Izarutto, ya que el rbitro que deba reemplazarlo consider que el tiempo se haba cumplido en el momento en el que El Juez escapaba de la cancha. Se-guan algunos recortes con opiniones de varios hinchas y dirigentes. La mayora defenestraba al ex rferi. Pero despus de esos, el libro contena varios ms.

  • 65

    Izarutto ley uno que acompaaba a una foto suya con la cara desencajada, gri-tando el gol. El presidente del club haba objetado el resultado final del partido, el triunfo cedido al Independencia. Se basaba en que el rbitro, para el regla-mento, es un objeto ms en la cancha. La pelota rebotando en el rferi es equi-valente a la pelota rebotando en un palo. En el libro seguan varios recortes ms, todos acompaando las idas y vueltas de la discusin del reglamento. Recin en los ltimos diez recortes, de los que

  • 66

    uno haba sido extrado de un diario es-paol y otro de uno ingls, ya que la no-ticia haba adquirido fama mundial por su rareza, Izarutto encontr la pieza que le faltaba para armar el rompecabezas. Inexplicablemente, el reglamento no contemplaba la situacin ocurrida du-rante la final. Por lo que haban decidido que, sostenindose de los andamios de las reglas del ftbol, Izarutto, a la hora de patear, era lo mismo que un travesa-o, o el bandern de crner. Se decret empate. Haba que desempatar, como

  • 67

    si el partido hubiese continuado. Santa Mara gan el clsico, y el campeonato, por penales.

    Le agarraron ganas de llorar, y llor.

    Izarutto entra a la pea. El olorcito a asado se siente desde una cuadra de distancia. Camina erguido. Acepta al-gunas fotos y posterga otras. Est feliz, aunque le falta algo. No lo admite pero en el fondo, extraa que lo puteen.

  • siempre abierto

  • 70

    Se despert decidido, como si en sue-os hubiese terminado de convencerse. No tard en baarse, ni en desayunar, ni en salir de la casa. Camin hasta el centro, porque no tena ganas de espe-rar el colectivo. Iba tranquilo, aunque haca fro silbaba y sonrea. Inconscien-te de ello, ya disfrutaba de lo que iba a hacer. Lleg a la tienda. Un cartel col-

  • 71

    gaba de la puerta. Deca abierto, y le haban escrito la palabra siempre arri-ba. Siempre abierto. Gir el picaporte, empuj la puerta que hizo sonar una campanita que colgaba, y dio un paso hacia adelante.

    Caminar hacia el mostrador, cru-zando el local y las estanteras blan-cas que le parecern vacas; completa-mente vacas. Baldosa negra, baldosa amarilla opaca, baldosa negra, baldosa amarilla opaca. Cuando llegue, el Ven-

  • 72

    dedor lo estar esperando. El Vendedor y su bigote gordo y sus ojos sin brillo. El Vendedor y su traje gris con corba-ta apenas ms oscura. El Vendedor y su pelo tirante y engominado. El Ven-dedor y sus manos entrecruzadas sobre el mostrador, y su sonrisa extraa que no se puede descifrar. El Vendedor de Instantes Inasibles.

    Bienvenido le dir. Puedo ayu-darlo?

    No lo s el Hombre dudar. Quie-ro quiero comprar algunos Instantes.

  • 73

    Muy bien, muy bien. Me veo obliga-do a advertirle, sin embargo, que este tipo de transacciones

    No se preocupe el Hombre lo inte-rrumpir, pues la decisin estar toma-da desde antes de ingresar a la tienda, ya estoy decidido y s todo lo que tengo que saber al respecto.

    Muy bien, muy bien repetir el Vendedor. Lo escucho, entonces. Qu desea llevar?

    El Hombre lo resolver ah mismo, enfrente del mostrador de la tienda. No

  • 74

    tendr pensado de antemano qu lle-varse exactamente. Pero no le ser de-masiado difcil.

    Bueno, a ver pensar un instan-te. Quiero brindar. Brindar con amigos.

    Perfecto. Cuntos amigos van a ser?No lo pens an dudar un po

    co. Con uno est bien. Mano a mano.Excelente eleccin festejar el Ven-

    dedor. Y no ser el primer brindis, sino el tercero. Dos vasos vaciados ha-cen disfrutar ms los instantes.

    No me diga? Dos?

  • 75

    S, seor. Dos asentir, mientras anota con lpiz en una libretita blanca y sale del mostrador para sacar los Ins-tantes Inasibles de las estanteras de su tienda. Qu ms puedo ofrecerle?

    Estaba pensando en una sonrisa el Hombre mirar al suelo al decirlo, por timidez.

    Una sonrisa anotar en su libre-ta. La de alguien en especial? O cual-quier sonrisa?

    No, no. La de la mujer que me gusta.Est enamorado? querr saber el

  • 76

    Vendedor, con su hablar lento, pausa-do, viscoso.

    S, seor. Muy enamorado el Hombre sonreir. El Vendedor intenta-r hacerlo. Y, si puede ser, me gustara que la sonrisa sea de cerca.

    Cunto de cerca?No mucho, no mucho. Solo lo sufi-

    ciente como para sentirle el perfume.Ac, entre nos, esccheme una cosa,

    caballero el Vendedor se acercar al Hombre, y hablar casi confidentemente.

    Lo escucho.

  • 77

    No prefiere llevarse un beso de la seorita? O el nudo de excitacin en la boca del estmago al verla desnuda por vez primera?

    No, no. Le agradezco.Es ms. Mire que puedo hacerle un

    muy buen precio, eh abrir grandes sus ojos que no brillan.

    El beso se lo podra dejar casi al pre-cio de la sonrisa. Una ganga.

    No, no, le agradezco le repetir el Hombre, que ni siquiera se plantear aquella posibilidad. Una sonrisa me

  • 78

    basta. Mientras sienta su perfume.Y su perfume es fuerte? alzar

    las cejas mientras escribe en su libre-ta, como resignado y sin poder creer que el Hombre no aceptara su oferta. Le pregunto para calcular la distancia mxima a la que tendra que sonrerle.

    Es el perfume de las flores.El Vendedor dar unos pasos hacia

    adelante y hacia atrs. Supondr as la distancia entre el Hombre y la sonrisa de la mujer que ama. Luego caminar hacia una de las estanteras del fondo

  • 79

    para sacar de ella otro Instante Inasible.Qu ms puedo ofrecerle, caballero?Oler el tuco de mi abuela.Buena eleccin el Vendedor se

    acercar a otra estantera para sacar ese Instante.

    Pensaba en tomar unos mates con mis viejos

    El vendedor se pondr ms serio que antes. Se acercar demasiado al hom-bre y mirar con fuerza a sus ojos. Ms adentro que afuera. Lo mirar y hablar otra vez.

  • 80

    Sabe que no tengo eso. No puedo traerle gente que ya no est, no puedo romper las leyes de la existencia, seor.

    Lo s, lo s se excusar el Hom-bre. Debo haberme expresado mal. Quiero sentir un mate con mis viejos. Quiero recordarlo al tomar un mate cualquiera.

    Ahora nos entendemos mejor le dar unas palmadas en el hombro. Como oler el tuco de su abuela.

    Como oler el tuco de mi abuela.Con cuidado, buen hombre le dir

  • 81

    mientras busca en otra estantera del fondo de la tienda. Que en los presentes que se lleve no intente volver al pasado.

    Qudese tranquilo el Hombre vol-ver a sonrer, porque estar seguro de sus palabras. Solo busco el calor de la instantnea felicidad, no el fro de la eterna nostalgia.

    Mejor as, mejor as el Vendedor se asomar desde atrs de la estantera en la que habr buscado. El mate, dulce o amargo?

    Amargo.

  • 82

    Amargo, entonces retirar un Instante Inasible ms, con entusiasmo por la importante e inesperada venta de aquella maana. Qu ms, caballero? Mire que por semejante compra voy a ser considerado a la hora de cobrarle, eh.

    No s. No es demasiado, ya? se preocupar, por primera vez en todo el da. Siempre sucede, incluso cuando las decisiones son frreas, duras como un muro antiguo. Tarde o temprano, el de-cidido flaquea.

    Eso solo puede saberlo usted, hom-

  • 83

    bre. No creo que sea capaz de ayudarlo a decidir.

    Y el Hombre suspirar. Y sonreir otra vez, tranquilo, en paz. Y sus elec-ciones sern dichas con tanta rapidez que el Vendedor tendr que dedicarse a anotar y a acotar, a anotar y a acotar.

    Quiero hacerle un mimo a un perro.Muy bien, muy bien. Mover la cola

    en ese instante.Y quiero oler la tierra mojada del

    verano.Un clsico, nunca falla.

  • 84

    Quiero intrigarme con un libro.Se intrigar.Y cuando me intrigue el libro, quie-

    ro sentir su olor a libro.Hombre, qu tiene usted con el ol-

    fato?Quiero escuchar una parte de una

    cancin de Spinetta el Hombre no se molestar en contestar la pregunta del Vendedor y seguir con su lista de Ins-tantes deseados.

    Puede poner un disco.No, no. Quiero escucharla en un

  • 85

    momento inesperado. Que alguien la vaya cantando por la calle, que suene en la radio; no s. Quiero la parte de Doscientos aos que dice doscientos aos, de qu sirvi haber cruzado a nado la mar?. Escuch la magia que le pone ese tipo?

    Esa parte sola? Mire que puedo ha-cerle precio por la cancin entera.

    Con esa parte est bien.Voy a buscar sus InstantesQuiero sentirme atrapado por una

    pelcula lo interrumpir. Atrapado o

  • 86

    emocionado, usted me entiende. Quie-ro sentir que solo existe la pelcula. Y quiero que eso pase mientras como cho-colate. Chocolate con leche, del que se deshace solo en la boca.

    Perfecto. Algo ms? el vendedor pensar que con aquellas ventas podra cerrar la tienda durante el fin de sema-na sin que aquello lo afectara en absolu-to. Podra cerrarla, pero no lo har.

    Quiero que un chiste malo me haga rer. Y cruzarme por la calle a alguien que extrae y que no vea desde hace

  • 87

    mucho. Pero darme cuenta justo ah de que lo extrao.

    Un encuentro extenso ya no corres-ponde a esta tienda, caballero. Aqu, solo Instantes, Instantes Inasibles la voz del Vendedor seguir sonando pastosa, y sus palabras lentas y viscosas.

    No hay problema. Que sea eso nada ms, cruzarme a esa persona por la ca-lle. Vio cuando uno se encuentra a al-guien, se saluda de lejos, y sigue cami-nando sonriente sin saber por qu?

    No, nunca me pas dir el Ven-

  • 88

    dedor.Debera usted salir ms, entonces.Esta tienda es una amante exigente

    y prohibitiva. Usted entender.No, nunca me pas dir el Hombre.Algo ms? la sonrisa sin alegra

    del Vendedor volver a aparecer en su boca.

    No.Bueno, entonces djeme queBah, en realidad s. No me voy a

    quedar con las ganas. Quiero estar por dormirme en la siesta y que una lluvia

  • 89

    arranque a pegar en el techo, quiero estornudar con fuerza despus de esos estornudos truncados que nunca llegan a ser estornudo.

    El vendedor seguir anotando. El Hombre seguir pidiendo.

    Quiero sentarme a planear un viaje. Quiero festejar un gol. Uno mo. Quiero tener una toalla caliente un da de fro al salir de la ducha, pero solo si antes pensaba que la toalla iba a estar fra; as me sorprendo. Quiero quedarme dor-mido en un lugar que no sea para dor-

  • 90

    mir, no s, en el banco de una plaza, en el medio de un bosque, en la pla-ya; improvise.

    Algo ms? el Vendedor intentar ocultar su euforia.

    Nada ms. Gracias por la paciencia.Por favor, caballero. A su servicio.El Vendedor se retirar a hacer un r-

    pido viaje entre las estanteras, a travs de los pasillos de Instantes Inasibles, para recolectar todos los solicitados. Creer que ese Hombre est demen-te por derrochar de semejante manera

  • 91

    pero, por supuesto, no lo dir. Negocios son negocios, eso es lo que pensar. Ese es su lema. Esa es su vida.

    Sabe qu? sonar la voz del Hom-bre, terminando de convencerse.

    Qu? preguntar el Vendedor sin dejar de buscar los Instantes Inasibles. Temer que se arrepienta de su compra antes de marcharse de la tienda.

    Agrgueme una sonrisita ms. No me quiero quedar corto, vio?

    De Ella?S, de Ella. Y no se olvide de lo que

  • 92

    le ped de la distancia justa para sentirSu perfume. Lo recuerdo, qudese

    tranquilo.Gracias. Es que huele como las flores,

    hace que uno cierre los ojos con fuerza.Espere a ver la sonrisa antes de ce-

    rrar los ojos. Si no, se la va a perder.Voy a hacer lo posible. Si no lo lo-

    gro, valdr la pena igual.El Vendedor volver detrs del mos-

    trador, despus de un par de minutos. Colocar todos los Instantes en una ba-lanza. Una balanza de tiempo, como el

  • 93

    Hombre nunca vio en toda su vida. Una bandeja de metal cascada, sostenida por una cadena, un gran reloj de arena en la parte superior y un pndulo lar-go, del tamao de una persona, que cae por detrs. Un pndulo que va y viene, que nunca para de ir y venir pero que, al observarlo con detenimiento, puede notarse que cada vez que sube hasta su altura mxima, se queda como sus-pendido para siempre antes de bajar. Se suspende para siempre, pero baja igual. Y vuelve a subir, y a suspenderse para

  • 94

    siempre. El Hombre descubrir que el pndulo nada tiene que ver con el reloj de la balanza. Descubrir que el pndu-lo est all solo para recordar al Vende-dor, con su ruido y movimiento, que el tiempo sigue caminando; que siempre hay que asegurarse de que camine ha-cia donde tiene que caminar. Pero al Hombre eso no le importar para nada. No. Ya no.

    Bueno, caballero anunciar el Vendedor despus de dejar sus Instantes Inasibles en la bandeja de la balanza y

  • 95

    de que el reloj deje caer una importante cantidad de arena desde su parte supe-rior a su parte inferior. Voy a hacerle precio, por la importancia de su compra, y porque usted me cae muy bien.

    Se lo agradezco.Van a ser cuatro kilos doscientos de

    Futuro Asegurado trazar una larga lnea en su libreta, como cerrando las cuentas. Por ser usted, digamos tres kilos novecientos cincuenta. Le parece?

    El Hombre buscar por primera vez su Futuro Asegurado. No sabr dnde

  • 96

    hacerlo. El Vendedor, acostumbrado a compradores inexpertos, le sealar su bolsillo derecho. El Hombre tantear con la mano y luego sacar, exactamen-te, cuatro kilos de Futuro Asegurado que llevaba, sin saberlo, en el bolsillo derecho de su pantaln. Se los entre-gar al Vendedor, y este le dar dos bolsas de papel con sus Instantes Inasi-bles. Luego pondr el pago del Hombre sobre la bandeja vaca de la balanza y observar cunta arena sube al compar-timiento superior del gran reloj.

  • 97

    Me est dando cincuenta gramos de Futuro Asegurado de ms, buen hom-bre. Espere que le separo el vuelto.

    No, por favor, faltaba ms! Ha sido usted muy amable, puede quedarse con eso. Un poco menos de Futuro Asegu-rado no le hace mal a nadie.

    Seguro?No. Y creo que esa es la gracia.Tome, entonces le dir sin enten-

    der el comentario del Hombre, pero sa-cando de debajo del mostrador un cho-colate envuelto en papel violeta, que

  • 98

    desentonar sobremanera con el resto de la tienda gris y opaca, y con la inex-presividad de su rostro. El chocolate que mencion para el Instante de sen-tirse atrapado con la pelcula lo invita la casa.

    Bueno, muchsimas gracias lo to-mar contento, lo guardar en un bolsi-llo de la campera, pero no se ir an. Ahora, tengo una pregunta.

    Lo escucho.Cuando todo esto me suceda, quie-

    ro decir, cuando tenga mis Instantes

  • 99

    InasiblesQudese tranquilo, caballero lo

    interrumpir hablando lento y viscoso como siempre. Lento y viscoso porque ese tambin es el futuro que se asegu-ra da a da, un futuro lento y viscoso. Mas, un futuro asegurado. No recor-dar haber comprado sus Instantes al vivirlos, ni despus. Tal vez ni siquiera pueda arrepentirse del Futuro Asegu-rado que ha invertido.

    No me arrepiento. Aunque usted no pueda entenderlo. Le agradezco su

  • 100

    atencin.Vuelva cuando quiera. Estoy a su

    servicio.Siempre va a estar en esta tienda,

    verdad?Siempre.Suerte.Gracias, pero no la necesito. Tengo

    el futuro asegurado.El Hombre caminar hasta la puerta.

    Intentar calcular, antes de salir, cunto tiempo estuvo ah adentro. No podr ni siquiera adivinarlo, ya que descubrir

  • 101

    que perdi la nocin de los minutos y de las horas hablando con el Vendedor y con el sonido potente y eterno del pndulo de detrs del mostrador. Abri-r la puerta, sonar la campanita. Dar un paso hacia adelante.

    Las bolsas no le pesan. Ni siquiera ocupan lugar. Camina por la vereda contento por lo que acaba de hacer. Hay un suave aroma a caf en el aire y lo sigue. Las baldosas estn desparejas y levantadas por las races. La calle es de

  • 102

    adoquines. Llega a un bolichito en una esquina. Tiene las paredes amarillas. Adentro hay pocas personas, tal vez tres, tal vez cuatro. Escucha el ruido de la mquina haciendo que la leche levan-te espuma. Entra, se sienta y el mozo se acerca a atenderlo. Pide un caf, en pocillo, y una medialuna dulce. Le da lo mismo si le traen un vasito de soda o de agua. Piensa en las personas que estn sentadas en el resto de las mesas. Pien-sa si sabrn cmo se siente, si podrn acaso notar su alegra, su paz. La paz

  • 103

    de arrancarse las amarras del pasado inexistente. La paz de comprender que el futuro es solo espacio, vaco sideral. La paz de sentarse en la silla del presen-te, incmoda o no. Si, a fin de cuentas, solo eso existe. El Hombre, la silla de madera que ocupa. La baldosa que pisa, desgastada por los pasos. Y el ruido de la mquina y el olor del caf. Y el rbol de la calle, y la tierra que lo sostiene. Y las entraas del planeta, y los abra-zos, y las despedidas. Y los fuegos eter-nos de los corazones del universo, y la

  • distancia entre los ladrillos que forman cada cosa, y que es infinitamente larga y corta. Y la idea que cruza su cabeza. Un instante. Ahora. El imperfecto, eter-no y fugaz presente.

  • AUTORIDADES

    PRESIDENTA DE LA NACIN

    Cristina Fernndez de Kirchner

    MINISTRA DE CULTURA

    Teresa Parodi

    JEFA DE GABINETE

    Vernica Fiorito

    SECRETARIO DE POLTICAS

    SOCIOCULTURALES

    Franco Vitali