Cuatro Interpretaciones

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Cuatro interpretaciones La influencia y repercusión de Bobbio en Latinoamérica es cada vez mayor. Con ella los demócratas han logrado enfrentar exitosamente en las últimas décadas a extremistas que negaban el valor y trascendencia de la democracia, y perturbaban el funcionamiento de sus instituciones; apelando al uso irracional de la violencia o al desprestigio de sus instituciones representativas. Quizá esa realidad, característica de los países subdesarrollados lo llevó a proclamar: “Yo soy un demócrata convencido, hasta el punto de seguir defendiendo la democracia aun cuando sea ineficiente, corrupta y corra el riesgo de precipitarse en los dos extremos de la guerra de todos contra todos o del orden impuesto desde arriba. La democracia es el lugar donde los extremistas no prevalecen (y si lo hacen, se acabó la democracia). Esa es también la razón de que en las alas extremas de una formación política pluralista, la izquierda y la derecha, estén unidas por el odio a la democracia, aunque por razones opuestas”. Aportó un contundente argumento frente a los escépticos, cuando hizo notar que era sorprendente que la tacha, ya bisecular, a la democracia representativa, como forma de gobierno débil e ineficaz “Haya sido repetida luego que las alicaídas democracias, llamadas despectivamente ‘mediocrácias’ ganarán nada menos que dos guerras mundiales contra Estados antidemocráticos”. Así como había que defenderla y acreditarla, también era importante precisar una acepción valedera académica y políticamente de democracia. En último análisis, es, para él, “un conjunto de reglas procesales para la toma de decisiones colectivas en el que está prevista y propiciada la más amplia participación posible de los interesados”. En primera instancia su función es preservar la libertad de las personas frente a la prepotencia real o posible del Estado y, desde luego, de la propia sociedad. Presupone, en consecuencia, cuando menos, el sufragio adulto, igual y universal, derechos que garanticen la libre expresión de opiniones y la libre asociación, la libertad de movimiento y de opinión, la adopción de las decisiones por la mayoría numérica y, naturalmente, el respeto del derecho de las minorías. La democracia “directa” que Bobbio considera una suerte de “fetichismo” lo ha llevado a criticar sus más conocidas fórmulas institucionales como el referéndum, las asambleas y los “nefastos” mecanismos de revocación, característicos de las autocracias de inspiración marxista, y cuya manifestación subsistente es, en cierta forma, el mandato imperativo. Las admite, a regañadientes, como complemento, pero, en ningún caso, como sucedáneo de la representación popular. A Bobbio no se le ha impedido descubrir y denunciar no solo las falsas promesas de la democracia como experiencia real, sino los obstáculos que, desde dentro y desde fuera, la acechan permanentemente. El estado administrativo, su lógica de poder, su burocracia y tecnocracia debilitan al estado representativo que se asienta en una lógica inversa de poder y que

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Ensayo, sobre la obra de Norberto Bobbio con influencia en América Latina.

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Cuatro interpretaciones

La influencia y repercusión de Bobbio en Latinoamérica es cada vez mayor. Con ella los demócratas han logrado enfrentar exitosamente en las últimas décadas a extremistas que negaban el valor y trascendencia de la democracia, y perturbaban el funcionamiento de sus instituciones; apelando al uso irracional de la violencia o al desprestigio de sus instituciones representativas. Quizá esa realidad, característica de los países subdesarrollados lo llevó a proclamar: “Yo soy un demócrata convencido, hasta el punto de seguir defendiendo la democracia aun cuando sea ineficiente, corrupta y corra el riesgo de precipitarse en los dos extremos de la guerra de todos contra todos o del orden impuesto desde arriba. La democracia es el lugar donde los extremistas no prevalecen (y si lo hacen, se acabó la democracia). Esa es también la razón de que en las alas extremas de una formación política pluralista, la izquierda y la derecha, estén unidas por el odio a la democracia, aunque por razones opuestas”. Aportó un contundente argumento frente a los escépticos, cuando hizo notar que era sorprendente que la tacha, ya bisecular, a la democracia representativa, como forma de gobierno débil e ineficaz “Haya sido repetida luego que las alicaídas democracias, llamadas despectivamente ‘mediocrácias’ ganarán nada menos que dos guerras mundiales contra Estados antidemocráticos”.

Así como había que defenderla y acreditarla, también era importante precisar una acepción valedera académica y políticamente de democracia. En último análisis, es, para él, “un conjunto de reglas procesales para la toma de decisiones colectivas en el que está prevista y propiciada la más amplia participación posible de los interesados”. En primera instancia su función es preservar la libertad de las personas frente a la prepotencia real o posible del Estado y, desde luego, de la propia sociedad. Presupone, en consecuencia, cuando menos, el sufragio adulto, igual y universal, derechos que garanticen la libre expresión de opiniones y la libre asociación, la libertad de movimiento y de opinión, la adopción de las decisiones por la mayoría numérica y, naturalmente, el respeto del derecho de las minorías. La democracia “directa” que Bobbio considera una suerte de “fetichismo” lo ha llevado a criticar sus más conocidas fórmulas institucionales como el referéndum, las asambleas y los “nefastos” mecanismos de revocación, característicos de las autocracias de inspiración marxista, y cuya manifestación subsistente es, en cierta forma, el mandato imperativo. Las admite, a regañadientes, como complemento, pero, en ningún caso, como sucedáneo de la representación popular.

A Bobbio no se le ha impedido descubrir y denunciar no solo las falsas promesas de la democracia como experiencia real, sino los obstáculos que, desde dentro y desde fuera, la acechan permanentemente. El estado administrativo, su lógica de poder, su burocracia y tecnocracia debilitan al estado representativo que se asienta en una lógica inversa de poder y que presupone publicidad, transparencia y apertura. Tampoco ha ignorado los obstáculos de la estructura social moderna; tamaño y complejidad de las sociedades industriales, la libre conjugación de voluntades individuales en una voluntad general, la creciente tecnificación y especialización de las tareas del gobierno y la paralela incompetencia de los ciudadanos frente a la tecnocracia, la masificación de la ciudadanía, las presiones corporativas de los medios de comunicación, los poderes ocultos detrás de lo que Sartori llama la “video política” y la encuestocrácia. La política rehúsa dirigir el destino social que, cada día, depende más del variante y errático humor de las encuestas que los gobernantes siguen con total atención. No menos graves son las amenazas de la sociedad civil. No sólo a la democracia sino incluso a la libertad. La autocracia de la clase que sea, dice Bobbio, sigue siendo la regla. Ello en el contexto en que los poderes privados abiertos o encubiertos siembran temores o dudas respecto a la libertad, los totalitarismos políticos que provocaron ese sentimiento que Erich Fromm identificó precisamente como una forma de “miedo a la libertad”. Sin duda todos los centros modernos de poder escapan a todo control de la democracia. Pero también, en una sociedad democrática el poder autocrático todavía se encuentra más difundido que el poder democrático. La democratización social es inaplazable, aun en las democracias consolidadas del primer mundo. Se requiere de un empeño en un ansia de participación, transparencia y racional equilibrio entre los poderes facticos y los poderes formales, que interactúan en el seno de una

Bobbio rechaza la democracia ideal, la dicotomía procesal y sustancial que Karl Friedrich defendió, Bobbio prefiere oponer a democracia real, la cual no la concibe como un conjunto de reglas;

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reconoce que también se inspira en valores. El ideal de la igualdad entre los hombres como forma eficaz, tiene como base el reconocimiento de la dignidad de cada uno de los ciudadanos y su participación en las decisiones colectivas da vida y consistencia real a la libertad. Mediante la solución pacífica de las controversias, la tolerancia a los pensamientos diferentes dan sustento al sueño de la solidaridad como clima de convivencia universal y civilizada. “El estado democrático es aquel en el que se realiza, con mayor adecuación al modelo ideal, la libertad en la coexistencia, es decir la coexistencia de los seres libres, y por ende la más próxima realización, entre cuantas la historia contemporánea conozca de la comunidad personal y en definitiva del ideal de justicia”.

Cuestiones contemporáneas como la democracia, economía y la vida social son afectadas por la creciente interdependencia entre pueblos y estados. El futuro de la democracia reside, hoy más que nunca, en la democratización del sistema internacional, ya por extensión de los Estados democráticos que son una minoría y ya, sobre todo, por la ulterior democratización de la organización universal de los Estados. Sólo el aumento de los Estados democráticos podrá favorecer la posterior democratización del sistema de Estados. Bobbio Advierte en ellos signos negativos y positivos. Uno muy turbador es la creciente desigualdad entre pueblos ricos y pobres, la condición de dominio de los primeros y de conflicto entre los segundos y también su creciente pauperización. El proteccionismo, practicado ahora por quienes en el pasado abrían fronteras a cañonazos, es la más cabal expresión de la inequidad, falta de solidaridad e igualdad. Ahora usando como avanzada bélica al FMI, Banco Mundial, Banca Privada, conquistan mercados siempre en contra de países deudores obligándolos a abrir sus mercados impedirles todo mecanismo de defensa de sus producciones, asegurando sus mercados y sus producciones. La democracia internacional pasa, sin duda, por reconocer la existencia de Estados iguales y con derechos iguales al desarrollo, a la supervivencia y también a la paz y a la felicidad.

Bobbio ve como un signo favorable la intensidad con la que se plantea el tema de los derechos humanos en foros internacionales; el, ve en esto, la posibilidad de un trastrueque en la cual la relación política en donde el punto de vista de los gobernantes comienza a observarse desde los gobernados, nos dice que en este trastrueque se encuentra la concepción individualista de la sociedad, en donde el individuo tiene la convicción de que tiene un valor en sí y que el Estado está hecho para y él, y no el individuo está hecho para el Estado, lo llama: Individualismo ético, para distinguirlo del metodológico y el ontológico, es el fundamento de la democracia con la regla; una cabeza, un voto.

La libertad, los derechos políticos y sociales, refiere, a que se abre paso a una nueva generación de derechos, defendidos frente a las amenazas a la vida, a la libertad y a la seguridad que provienen del crecimiento cada vez más rápido, irreversible e incontrolable, del progreso técnico. Considera, que una teoría general del derecho y de la política ideal debería estar integrada por una tríada indisoluble: derechos humanos, democracia y paz. Por ello, afirma resueltamente que son tres momentos necesarios del mismo movimiento histórico: sin derechos del hombre reconocidos y protegidos, no hay democracia, sin democracia no existen condiciones mínimas para la solución pacífica de los conflictos sociales; para él la democracia es la sociedad de los ciudadanos, es decir, de los súbditos gozando de derechos fundamentales. “Sólo habrá paz estable, una paz cuya alternativa no sea la guerra, cuando haya ciudadanos no sólo de este o aquel Estado sino del mundo ordenado en un sistema jurídico democrático”.

Bobbio se declara socialista, él ve mayor capacidad de creación de la democracia por parte del socialismo que del liberalismo. Para Bobbio, la democracia es compatible con políticas opuestas, en torno de la economía y la organización social, tales como el liberalismo y el socialismo; en medida que respeten los procedimientos y los valores fundamentales que ella presupone: la libertad, la igualdad, la tolerancia y el respeto de las minorías, la alternancia en el poder, la eliminación de la violencia personal, social e institucional y la solución pacífica de los conflictos sociales. El liberalismo democrático o el socialismo democrático, pueden y deben contribuir a la construcción de una sociedad justa y solidaria, con base en fórmulas de concertación y consenso que el maestro reputa, precisamente, como único fundamento de la legitimidad jurídica y política.

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Bobbio postula, que la autonomía de la democracia se funda en las reglas procesales inspiradas en el respeto a los valores y principios que presupone la política; del reconocimiento expreso e implícito de aquellos valores y principios, he de aquí su fortaleza. Fracasan las políticas, pero no la democracia, que es un instrumento de la sociedad y de los gobernantes, de llegar a acuerdos pacíficos y civilizados para tratar de tener una política diferente. Tal, es el juego de diversos sistemas democráticos, que entre oposiciones escogen y optan. Así las sociedades civilizadas están descubiertas de tentaciones autoritarias o totalitarias, en ese contexto, el fracaso de una política nunca debe tener como alternativa una autocracia. Esto, habría ahorrado a América Latina la inestabilidad jurídica y política emanadas de dictaduras (liberales, conservadoras, etc.), que después añadieron a sus deseos el desorden o la corrupción típicos de ellos y falta de libertad, que las democracias a menos preservan.

Bobbio respaldaba el compromiso del intelectual por la política; en donde una conducta ideal en la que el intelectual sea participe de las luchas políticas y sociales de su tiempo; que al mismo tiempo debería estár signada por esa distancia crítica que le impida identificarse complemente con una parte hasta quedar atado de pies y manos a una consigna: independencia pero no indiferencia. “Los intelectuales deben huir de dos actitudes, ambas negativas: la politiquería o compromiso político con finalidades personales, y el apolitismo, entendido como indiferencia hacia la política”. “Quien quiere hacer política día a día debe adaptarse a la regla principal de la democracia, la de moderar los tonos cuando ello es necesario para obtener un buen fin, el llegar a pactos con el adversario, el aceptar el compromiso cuando éste no sea humillante y cuando es el único medio de obtener algún resultado”.

El mundo marcha hacia la democratización a pesar de la injusticia clamorosa de la globalización que vivimos. Bobbio, a medida que el tiempo transcurra, irá cobrando la enorme dimensión que le confieren la fecundidad de su obra y la lucidez de su talento excepcional, y logrará, por fin, la cosecha del sembrío que ha hecho a lo largo de su vida y de su gloriosa ancianidad con la magia de su pensamiento cristalino y transparente al que todos, ahora, desde aquí, rendimos homenaje.

Bobbio es un constructor incansable de modelos conceptuales para la comprensión y la valoración de la realidad humana. El método, entendido en sentido amplio. Utilizando una metáfora diría que su trabajo consiste en forjar lentes claros, de transparencia cristalina, para observar el mundo histórico y para orientarse en su complejidad. El método bobbiano es la elaboración de esquemas conceptuales estructurados a partir de una lógica binaria: el pensamiento se desarrolla por dicotomías, parejas de términos recíprocamente excluyentes, que son articuladas y ramificadas hasta formar una red capaz de abarcar el universo de los problemas morales, jurídicos y políticos o sea, el objeto de la filosofía práctica. Su concepción del mundo: una concepción dualista que, en cuanto tal, puede encontrar a su vez una expresión adecuada en una fórmula dicotómica. La más apta para aplicarse al propio pensamiento bobbiano es la que acuñó como título del tercer epígrafe de El futuro de la democracia, uno de sus ensayos más famosos: “Los ideales y la materia bruta”. En el pensamiento de Bobbio el mundo humano, como universo histórico, posee una naturaleza objetivamente dualista. Bobbio reconoce ser “un dualista impenitente”, pero atribuye a esta expresión un significado principalmente metodológico y gnoseológico. Un dualismo sustancial: la suya es una concepción del mundo casi platonizante, marcada por una fractura fundamental similar a la frontera que Platón trazaba entre el mundo inteligible de las ideas y de los valores, y el mundo visible de las cosas y de las acciones. Ésta concepción se refleja en toda la obra de Bobbio. No se debe confundir el contraste objetivo que Bobbio observa en la estructura del mundo humano, con el contraste, por así decir, subjetivo entre lo que Bobbio ha llamado, refiriéndose a sí mismo, “la vocación de la utopía y la profesión del realismo”. Bobbio es, al mismo tiempo y sin contradicciones, un realista y un idealista. Un constructor de modelos normativos, de proyectos para una “sociedad buena” o para una “sociedad justa”, ya que considera que la aspiración hacia un mundo mejor debe ser elaborada a partir de un análisis atento y objetivo de la cruda realidad. No se detiene en el diagnóstico pesimista de los males del mundo, sino que alimenta constantemente la reflexión sobre las terapias posibles: que son, para Bobbio, la democracia y los derechos humanos.

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La historia muestra que algunos ideales se adaptan a la realidad, y esto implica, en cierta medida, una contaminación de los propios ideales, que se ven obligados a someterse a las exigencias de la práctica pero no supone necesariamente una degeneración de los mismos. El choque entre el ideal democrático y la “materia bruta” no ha sido tal, hasta ahora, como para “transformar un régimen democrático en un régimen autocrático”. Otros ideales fracasan, o peor se transforman en “materia bruta”: El comunismo como una utopía negativa similar a la de Orwell. La explicación del diferente destino de los ideales en su encuentro con la “materia bruta” no debe buscarse. Si así fuera, algunos ideales resultarían por su propia naturaleza adaptables a la realidad, mientras que otros de por sí tenderían a romperse en su encuentro con ella o a pervertirse. Creo que Bobbio sugiere que el principio de explicación no debe buscarse en el contenido, sino, por decirlo de algún modo, en la forma de los diferentes ideales; es decir, en las distintas formas en las que los ideales pueden concebirse y perseguirse. Según Bobbio los ideales que acaban al revés, son aquellos que se persiguieron sin tomar seriamente en cuenta la existencia y la persistencia de la “materia bruta” del mundo, ideales de quienes creen poder transformar y sustituir la “materia bruta” por un mundo nuevo, diferente, perfecto: “los inmodestos defensores de la teoría revolucionaria”.

Los ideales que, a pesar de no contar con garantía alguna de éxito, podrían evitar el fracaso, el choque contra la “materia bruta”, su transformación a “materia bruta”. Ideales que conservan la doble naturaleza (kantiana) de piedra de toque y de idea regulativa: ideas regulativas, no dogmáticas, permiten interpretaciones diferentes y siempre mejorables; juicios valorativos, como modelos dúctiles y flexibles, “adaptables”, sin que ello implique una cesión o degeneración. Existe una relación compleja entre los ideales y la “materia bruta”. Los ideales no pertenecen a un supermundo eterno y perfecto, surgen históricamente de la elaboración de las diferentes necesidades de los hombres, de su infelicidad. Los ideales surgen de la misma “materia bruta”, como una reacción ante esta. La dificultad de penetración de los ideales en la “materia bruta” del mundo depende, de la profundidad (objetiva) de las causas que los han hecho nacer y, en parte, de la equivocada percepción (subjetiva) de dicha profundidad. Frecuentemente, quienes persiguen ciertos ideales, no miden seriamente esa profundidad, lo que puede provocar que, en el intento por curar a la materia de su carácter “bruto”, se termine actuando de manera todavía más “bruta”, infligiendo al mundo, guiados por la presunción de regenerarlo, mayores y diferentes males.

Utilizando las fórmulas del gran “dualista” clásico, Immanuel Kant, tenemos que el ser humano es, por un lado, “persona moral”, dotada de valor intrínseco, o sea, de “dignidad”; pero, por el otro, y al mismo tiempo, es “madera torcida”, que no sirve para construir nada totalmente derecho. Dos caras, positiva y negativa, de la antropología kantiana se reflejan en los dos elementos de la gran dicotomía bobbiana entre ideales y “materia bruta”. Primero, tres componentes, o quizá tres rostros, de la negatividad o “maldad” del mundo, que corresponden a tres aspectos de la cara negativa de la antropología bobbiana: el hombre es un animal violento, un animal pasional y un animal mentiroso. Siempre ha habido conflictos entre los hombres que no se resuelven sin recurrir al uso de la fuerza. Quizá ahí se encuentra el origen primero y la razón de ser de la política. Supone que es absurdo contraponer a esta dura realidad el sueño abstracto de una convivencia espontánea y armoniosa (como la que se produciría en una sociedad sin Estado). Segundo, en el mundo de las relaciones sociales prevalecen las pasiones y los intereses particulares por encima de las razones universales. Cuando estas últimas parecen afirmarse, las primeras terminan obteniendo casi siempre una clamorosa victoria. No significa que el hombre pasional esté destinado a triunfar, sobre el hombre moral; implica que no es posible contraponer a la realidad, ideal abstracto de una sociedad compuesta de individuos desapasionados y desinteresados. Tercero, “el hombre es un animal ideológico”: mentiroso. Ello no significa que debamos resignarnos al engaño en las relaciones humanas, sociales y políticas, privadas o públicas; es decir, al reino del fraude, si no que resultaría ingenuo confiar en la honestidad de las intenciones, en la sinceridad de los hombres para construir una sociedad transparente.

¿Cuáles son los ideales de Bobbio? Bobbio los ha identificado explícitamente más de una vez, con la tríada: democracia, derechos del hombre y paz. No resulta difícil reconstruir, en sus líneas principales, la relación de contraposición entre los tres “ideales” y las tres dimensiones de la “materia bruta” que he señalado al contemplar el rostro negativo de la antropología de Bobbio (el

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que mira a la “madera torcida”). La paz se opone a la violencia; principio universalista de los derechos del hombre se opone al mundo particular de las pasiones y de los intereses. La democracia como transparencia, gobierno público en público se opone a la cortina ideológica de los engaños y la opacidad del poder. Bobbio señala la interdependencia de los tres ideales entre sí, la persecución de cada uno de ellos obliga a perseguir a los otros, así como la definición de uno exige el uso de nociones correspondientes a los otros dos. La definición de cada uno de los tres ideales (la determinatio) se corresponde de forma implícita o explícita a la antítesis (a la negatio) los tres aspectos de la “materia bruta”. Bobbio define brevemente a la democracia como “gobierno mediante el control y el consenso” “sustitución de la fuerza por la persuasión”. Los tres ingredientes de la “materia bruta”, frente a la fuerza, la persuasión; frente a la opacidad, la trasparencia, sin la cual ningún control del poder resulta posible; frente al dominio de los intereses parciales, el consenso alcanzado por la mediación y el compromiso. Los ideales que progresivamente aparecen en la historia, con toda su variedad y contradicción recíproca, no son sólo engaños y autoengaños, sombras ilusorias, humo evanescente que acompaña a las vicisitudes humanas. Por el contrario, son parte integrante y constituyente de la propia realidad del mundo humano: son el hemisferio “celeste”, es decir, “noble y alto” por emplear los términos de Pasternàk, del universo histórico. Bobbio considera a los ideales acogiendo unos y rechazando otros y no como simples ideologías en sentido peyorativo. Los ideales son, o mejor dicho, pueden ser, “verdaderos”, en un doble sentido. Tanto en el sentido de que “existen” es decir, que nacen y renacen continuamente en la historia auténticos ideales, que no pueden considerarse meramente ilusiones y falsas representaciones (pese a que sus pretendidas “verdades” sean múltiples y con frecuencia incompatibles entre sí), como en el sentido de que son efectivos y reales. Bobbio considera a los ideales como una fuente (aunque no la única) de energía dinámica que recorre, sacude y empuja la realidad. El realismo sustancial de Bobbio es decir, del realismo metodológico impide cualquier fe ingenua en la fuerza de los empujes ideales y muestra la intensidad de la resistencia de la realidad muestra cuáles son los empujes en sentido contrario que vienen de otras fuentes de energía, a los que la acción pasional e interesada recurre con frecuencia; el realismo invita al pesimismo. Bobbio, invita a “no ser tan pesimista como para abandonarse a la desesperación” (aunque “tampoco tan optimista como para hacerse presuntuosos”). De aquí la permanente reafirmación de la aspiración ilustrada profundamente laica y consciente de sus límites hacia un “mundo más civil y más humano”.

Actualmente, democracia, derechos y paz son, todos ellos, ideales en crisis, no, porque sean abiertamente impugnados o porque se les opongan algunos ideales alternativos sino, porque aumenta la distancia entre estos ideales y la realidad. Bobbio declaraba insistentemente que el único aspecto favorable de un progreso moral de la humanidad era la creciente atención por los derechos del hombre en todos los niveles del debate contemporáneo. Citaba, haciéndola propia, una afirmación del teólogo Walter Kasper según la cual “los derechos del hombre constituyen, en nuestros días, un nuevo ethos mundial”: 15 añadiendo que “un ethos representa el mundo del deber ser” y que “el mundo del ser nos ofrece, por desgracia, un espectáculo muy diferente”: el de la “sistemática violación” de los derechos “en casi todos los países del mundo”. En la última década, las violaciones de los derechos se han multiplicado sin medida. Pero, no se puede decir que la atención por los derechos haya disminuido. Sin embargo, en los últimos tiempos el propio ideal de los derechos humanos ha padecido impugnaciones manifiestas, ataques directos y trastornos inauditos. Por un lado, las clases dominantes de las nuevas potencias económicas orientales han izado la bandera de los «valores asiáticos», desafiando abiertamente el universalismo de los derechos, también eventos como la Conferencia de Viena en 1993. También en occidente, en la realidad y en las conciencias, con el pulular de separatismos, movimientos secesionistas y neonacionalismos sostenidos por ideologías culturalistas, comunitaristas y republicano-patrióticas (en cuya difusión tiene cierta responsabilidad una buena parte de la filosofía política contemporánea), hostiles a la cultura de los derechos universales. Por otro lado, el ataque también proviene de las lógicas de la globalización económica, adoptadas o apoyadas bongré malgré por varias clases de gobernantes nacionales y territoriales; contra derechos sociales y contra las garantías de trabajo. El ataque se extiende hasta los derechos de libertad, amenazados por las tendencias hacia la represión (incluso brutal) del disenso y la exclusión de los indeseables, que son tales a los ojos de quién ve en ellos una amenaza para las condiciones de expansión y

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para el goce y disfrute de la economía global. El trastorno del ideal de los derechos en primera instancia, a la guerra de Kosovo, rebautizada como «guerra humanitaria» y justificada en nombre de la defensa de los derechos; también a la guerra desencadenada en contra de Afganistán después del atentado del 11 de septiembre de 2001 que fue presentada como una guerra indispensable para la autotutela de la humanidad en general y para la defensa de la civilización de los derechos; por no hablar de la ilegal intervención, y posterior ocupación militar, de los Estados Unidos y sus aliados en Irak desde 2003. La guerra como tal, es el medio más poderoso y seguro para la violación masiva de los derechos humanos; amenaza con sofocar, en primer lugar, el ideal de la paz. En los años ochenta y en el umbral de los años noventa, Bobbio dirigía su atención hacia el tema de la democracia. En la introducción a la segunda edición de 1991 de El futuro de la democracia, invitaba al lector a reflexionar sobre la conexión entre el desarrollo de la democracia y el problema de la paz: La paz se funda en la realización de dos condiciones; el aumento de estados democráticos en el sistema internacional que en su mayor parte son guiados por gobiernos no democráticos, y el avance del proceso de democratización del sistema internacional, que a pesar del reforzamiento del poder de la comunidad de los Estados previsto por el Estatuto de la ONU, de frente a lo contemplado por el Estatuto de la Sociedad de las Naciones, ha quedado incompleto. Entendía por democratización en lo internacional la creación de un conjunto de instituciones políticas universales dotadas de poderes eficaces y fundadas en el consenso democrático “El sistema ideal de una paz estable puede expresarse con esta fórmula sintética: un orden universal democrático de Estados democráticos”. Concluía: “No necesito agregar que, como todas las fórmulas ideales, también ésta no pertenece al mundo del ser sino al del deber ser”. Lo que se encuentra en el mundo del ser, no se pretende insistir tantas veces comentado, de la crisis de la ONU en general y, en particular, del papel (o no papel) que dicho organismo ha desempeñado en los eventos bélicos de la última década. Se limita a una simple constatación: desde 1945 hasta ahora, han sido combatidas muchas guerras y muchas otras no han sido combatidas (entre las que destaca la tercera guerra mundial, entre los Estados Unidos y la Unión Soviética) independientemente de la acción de la ONU. Después de la caída del Muro, hemos vivido una efímera estación de triunfalismo democrático; pero la democracia global no llegó. El proceso de democratización internacional no llegó, parece que ha invertido la marcha. Debido en gran medida dependen de los efectos combinados de la globalización económica ejemplo; la crisis de soberanía de los Estados nacionales ha sido compensada sólo parcialmente y, en formas, hasta ahora, no democráticas por las uniones políticas regionales, como la Unión Europea; La formación en el nivel trasnacional de oligarquías híbridas, político-económico-financieras, institucionales e informales, incluido el “directorio del mundo”: el G8. La mayoría de las decisiones globales, que tienen efecto en todos los rincones del globo, carecen de control o legitimidad democrática. El mundo de los poderes globales parece oscilar entre la oligarquía y el estado de naturaleza. El proceso de expansión de la democracia sugerida por Bobbio: la multiplicación de regímenes democráticos en el mundo. Pareciera que el proceso de democratización aunque no ha avanzado demasiado al menos no se ha invertido. En algunos lugares reapareció la “inversión” golpista, pero después desapareció de nueva cuenta. En la última década estamos asistiendo en el mundo un modelo uniforme de democracia degenerada cuyos elementos principales son: colusión y confusión entre poder económico y poder político y entre esfera pública y esfera privada; promoción publicitaria, creación mediática de los candidatos y líderes políticos, inventados e impuestos como un marketing, verticalización del sistema institucional a través del «reforzamiento» del Ejecutivo, llegando a la legislación por mandato o por decreto, personalización del enfrentamiento político y de la gestión del poder; búsqueda del consenso plebiscitario con técnicas populistas. Patrimonialismo, populismo mediático, personalismo con o sin carisma coinciden hacia la degeneración de la democracia, que tiende a identificarse con una especie de autocracia competitiva, al menos en apariencia, hasta que un autócrata electivo no encuentre el modo de falsear definitivamente el juego electoral, sustituyéndolo con las encuestas o eliminándolo completamente. El régimen llamado democracia, en su práctica se reduce a la competencia electoral entre ciertos personajes “leaders”, para ganar un poder político casi absoluto, siendo una nueva forma de gobierno creciente entre las instituciones democráticas. Algunas configuraciones institucionales (presidencialismo) están más expuestas a la degeneración de la democracia. Cuando la degeneración se cumple trae consigo resultados fatales: la supervivencia política del más apto; no vencen los mejores, sino, darwinianamente, los más aptos para ése ambiente. En la

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democracia degenerada los individuos más aptos son individuos degenerados, los peores. Kakistocracia: Gobierno de los peores. Estamos presenciando en el mundo la tendencia a la globalización de la kakistocracia.

Pareciera que en la actualidad la “materia bruta” del mundo plantea una fuerte resistencia a los ideales de la democracia, derechos y paz, no solamente ha frenado su afirmación sino que ha provocado su crisis. Todavía no tenemos ideales nuevos y diferentes; lo que tenemos que hacer es dar mayor vigor a aquellos ideales que heredamos de la mejor parte de la cultura política del siglo XX, para enfrentar nuevos peligros, renovar la reflexión sobre las condiciones socioeconómicas y culturales para lograr la paz. Afinar las técnicas jurídicas y reforzar las instituciones para la defensa universal de los derechos del hombre para hacer frente a los múltiples efectos perversos de la globalización económica. Recuperar el sentido mismo de la convivencia democrática para hacer frente a las nuevas formas de concentración y absolutización del poder. Continuar estudiando la lección de Bobbio, su doble lección de realismo y de idealismo, justamente para intentar desarrollarla cada uno según sus modestas capacidades. No es fácil pero vale la pena.

Para Bobbio hablar de democracia es hablar de ideas y no de un único concepto homogéneo, automáticamente nos distancia forzosamente del mundo de la política real. Cuando hablamos de democracia nos referimos a los diversos regímenes políticos, que muestran diferencias mayores o menores que los distinguen entre sí, sistemas democráticos o el de formas de gobierno democráticas, a pesar de usar un mismo calificativo. Hablar de democracias sin distinciones es un error. Ya que no se toma en cuenta entre lo que un gobierno democrático debería ser y lo que es; entre el ideal democrático y la democracia real o realizada. La democracia ideal implica una definición normativa o prescriptiva, mientras que hablar de democracias reales conlleva una definición descriptiva. Estos dos planos de la democracia (real o ideal) no están desvinculados, ya que mantienen un vínculo que podríamos llamar de aproximación, en medida que las reales aspiran a acercarse, a ser, a las primeras. Michelangelo Bovero, para quien resulta la democracia ideal se identifica con la definición misma de democracia, mientras que las democracias reales son aquellas formas políticas que solo se les atribuye ese nombre. Así, el sentido ideal y real de la democracia se reduce a la distancia que media entre el significado y la realidad concreta. Bobbio sentencia que la democracia perfecta no puede existir; no ha existido nunca. La materialización de una idea que, por definición, es conceptualmente “pura” resulta imposible dada la impracticabilidad absoluta de los principios que la inspiran. La democracia ideal, en su carácter de prescriptiva, nos permite diferencias a las democracias concretas. Los sistemas democráticos se distinguen por las diferencias materiales que entre ellos que hay entre uno y otro: uno adopta el sistema electoral mayoritario, mientras que otro adopta un sistema electoral proporcional y uno más el sistema mixto; o bien porque en uno el Ejecutivo depende directamente del Legislativo y deriva de éste, como es el caso de los sistemas parlamentarios, mientras que en otros el Ejecutivo es independiente y es elegido de manera autónoma frente al Legislativo, como ocurre en los sistemas presidenciales. Pero en el plano real, las diferencias de los sistemas democráticos serán siempre de tipo descriptivo, que nos impide valorar alcances, bondades de las formas de gobierno llamados democracias. Sólo comparando las formas reales con el concepto prescriptivo de democracia podremos hacer una valoración de las primeras. “...existen en el mundo democracias muy distintas entre sí, y se pueden distinguir con base en el diverso grado de aproximación que tienen con el modelo ideal”. La valoración es en la medida respecto a las democracias reales, en virtud de su aproximación a la forma ideal de democracia: grado de democraticidad; “termómetro para calcular la democracia”; aplicable a todos y cada uno de los sistemas políticos realmente existentes, cualquier forma de gobierno puede ser sometida al cálculo de su democraticidad. De acuerdo al filósofo turinés, la democracia ideal no puede realizarse en los hechos, por dos razones: a) por la tensión existente entre los valores primordiales en los cuales se funda: la libertad y la igualdad, y b) por la dificultad para aproximar nos al ideal-límite del individuo racional. Los valores que inspiran a la democracia son la libertad y la igualdad, ayudan a distinguir los gobiernos democráticos de los que no lo son. No son un punto de partida, son una meta a alcanzar. La plena realización de ambos principios simultáneamente es imposible, medianamente son compatibles, si se lleva a cabo uno de ellos a sus últimas consecuencias implicaría la negación del otro. La medida para que estos dos principios que subyacen al concepto ideal de democracia sean compatibles y se realicen

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mutuamente, no depende tanto de una cuestión de grado o intensidad que debe tener cada uno, sino más bien en el tipo de cada uno en el que debe pensarse. No sólo hablar genéricamente de democracia es incorrecto, sino también el hablar genéricamente de libertad y de igualdad; no hay un solo tipo de libertad, ni un solo tipo de igualdad. Desde que Benjamín Constant distinguió la que él llamaba “libertad de los antiguos” frente a la “libertad de los modernos”, el concepto de libertad tiene dos significados, siguiendo a Bobbio: libertad negativa y libertad positiva (o política). Negativa: posibilidad de hacer o de no hacer algo, sin ser obligado a ello o sin ser impedido por otro(s) sujeto(s); implica una falta de impedimentos (o de prohibiciones) o una falta de constricciones (o de obligaciones), de ahí su carácter negativo, posibilidad real de hacer o no hacer lo que se quiera. Positiva o política: Situación en la que alguien puede orientar su voluntad hacia un objeto, tomar decisiones sin verse determinado por la voluntad de otros, coincide con la autodeterminación y autonomía. Su carácter es positivo porque implica la presencia de algo, la capacidad de cada uno para decidir por sí mismo. El que inspira a la democracia es la libertad política, supone un régimen político en el que las decisiones colectivas son adoptadas a través de la participación de los individuos que se verán vinculados por ellas y en medida de su participación podrán ser considerados autónomos. Lo que hace a la idea de libertad, la democracia es la forma de gobierno en la que los ciudadanos adoptan las decisiones colectivas por sí mismos, directamente o a través de representantes que actúan en nombre y por cuenta de ellos. Respecto al otro principio que inspira a la democracia se puede distinguir una igualdad de tipo material y una igualdad de tipo “formal” (que coincide con el concepto griego de isonomía, es decir, de “igualdad de ley” o “igualdad establecida por la ley”). Para conocer sus alcances se deben responder las preguntas de igualdad: ¿entre quién? y ¿en qué cosa? Según las respuestas se encontrarán distintos significados del concepto igualdad. Ej. Igualdad de todos en todo-igualitarismo. El tipo de igualdad que interesa a la democracia es el que da como respuestas: igualdad de todos los ciudadanos en sus derechos políticos. Derechos políticos: prerrogativa de participar en el proceso de toma de las decisiones colectivas o siguiendo a Bovero “la igualdad entre todos los destinatarios de las decisiones políticas, en el derecho-poder de contribuir a la formación de las decisiones mismas”. Siendo libertar e igualdad valores últimos de la democracia deben ser entendidos en su sentido de libertad positiva o política y de igualdad en derechos políticos, una idea de igualdad compatible con isonomía. La segunda razón por la cual la democracia ideal resulta irrealizable es el hecho de que es imposible materialmente el concepto de individuo racional: capaz de decidir por sí mismo, prever y valorar consecuencias de sus propias decisiones, capaz, en virtud de su razón, de adoptar decisiones de manera autónoma. Con la concepción del individuo, idea de la cual parte la democracia, le permite a Bobbio afirmar que esta es la mejor forma de gobierno imaginable: fuerza moral, presuposición de que cada individuo tiene la capacidad de decidir por sí mismo y no hay ninguna razón para excluirlo de las decisiones colectivas. Los integrantes de una sociedad democrática, en cuantos individuos racionales, autónomos, deciden por ellos mismos su destino colectivo. Con ver los sistemas políticos de la historia llamados democracias para notar que dicho individuo no existe. Dicho ideal del individuo al igual que la democracia constituye su fundamento ético, y en cuanto tal es por definición inalcanzable. La realidad debe conformarse con ser una aproximación a ese ideal. La distancia entre democracia real e ideal depende del contenido que se le dé a ésa idea, ya que estas permiten eventualmente, una aproximación mayor de las democracias reales al ideal en el que se inspiran. La democracia debe concebirse como un método o conjunto de reglas de procedimiento para la constitución del gobierno y para la formación de las decisiones políticas (es decir, de las decisiones vinculatorias para toda la sociedad)”. Serie de directrices, con las competencias y con los procedimientos (el quién y el cómo) establecidos para determinar la voluntad colectiva, que traen consigo los principios del sufragio universal, otorgamiento de un derecho-poder de decisión al mayor número posible de individuos (respondiendo al primer planteamiento), y de la regla de mayoría como instrumento para decidir (respondiendo al segundo). ¿Quién decide? y ¿Cómo se decide?, son los principales parámetros usados a lo largo de la historia del pensamiento político como para clasificar las formas de gobierno. Bobbio fue receptor e intérprete del pensamiento kelseniano, como filósofo del Derecho y sus ideas en La doctrina pura del Derecho, fueron determinantes en su planteamiento como filósofo de la política. No sería equivocado afirmar que la teoría democrática de Bobbio constituye una reinterpretación y desarrollo de lo que formuló Hans Kelsen, hay convergencia entre los dos autores. Para Kelsen la democracia es aquella forma de gobierno en la cual los destinatarios de las

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normas o de las decisiones colectivas, si se quiere participan de alguna manera directa o indirectamente en el proceso de creación de esas normas. No solo en la definición de democracia, sino en el carácter consensual que la inspira. Para Kelsen la libertad nos permite distinguir entre las democracias y las autocracias, y también juzgar a las primeras como preferibles frente a las segundas (coincidiendo con Bobbio). El sentido originario de la libertad debe ser buscado en el instinto primario del individuo que lo coloca en contraposición con la sociedad, corresponde a una naturaleza anárquica, antisocial y, en consecuencia, ilimitada. Así, Kelsen considera que esa idea debe sufrir modificaciones, restricciones, para subsistir en un sistema de vida colectivo “mutaciones o metamorfosis de la idea de libertad”. Tiene tres fases sucesivas y el ideal libertario se va restringiendo de manera natural. La primera fase, la transformación de la libertad originaria en libertad política, la libertad negativa que no veía ningún límite, se pasa a un tipo de libertad más acotada, compatible con la vida en sociedad ( ya no se hace lo que cada individuo quiera sino que todos ellos participan en la toma de decisiones colectivas). Las dos fases sucesivas, apelan a la necesaria adopción de dos principios: el de la regla de la mayoría y el de representación, que si bien reduce alcances de la libertad, son los mejores remedios contra la persistencia de la unanimidad y de la participación directa de todos los individuos en el momento de toma de las decisiones, características de todos los Estados modernos. Coincide precisamente con el concepto de libertad positiva o política de Bobbio. Kelsen no duda, la única alternativa democrática es la que busca maximizar la libertad y, en consecuencia, sólo es viable la regla de mayoría, ante la imposibilidad material de lograr la unanimidad “estén de acuerdo con el mayor número posible de individuos y en desacuerdo con el menor número de éstos”: alternativas: o decide la mayoría o decide la minoría. Debe existir una mayoría y en consecuencia una minoría. La democracia como sistema impone ciertos límites a la capacidad de decisión de la mayoría. Siguiendo a Kelsen, la primera, la minoría tiene derecho a existir (independientemente de que la mayoría pretenda otra cosa), la segunda, la minoría debe tener la posibilidad real de convertirse, a su vez, en mayoría y, por ello, se impone que la renovación del órgano en el que se toman las decisiones sea periódica, la tercera y quizá la más importante de todas ya que esta se desprende la esencia de la democracia, la minoría debe tener el derecho de ser tomada en cuenta, es decir, debe poder tener alguna participación en el proceso de toma de decisiones. Esa participación es la que permite, a través de la lógica parlamentaria que caracteriza el mismo proceso decisional democrático, la interacción de la minoría en la discusión, negociación y, finalmente, aprobación de las medidas que van a vincular a todos. Para Bobbio, muchas de las decisiones colectivas, agregaría, las más importantes, “son tomadas mediante negociaciones que terminan en acuerdos, contrato social, instrumento de gobierno que se utiliza continuamente, y es para Bobbio la base de la democracia, acuerdo de cada uno con todos los demás: pactum societatis, y que es un proceso pacífico de resolución de los conflictos a través del consenso libre. Las advertencias de Michelangelo Bovero sobre la difusión de la kakistocracia (el “gobierno de los peores”) como degeneración de la democracia, parecen confirmarse día con día en un número creciente de realidades políticas, fenómeno claramente más presente en aquellos países con larga tradición democrática, como si estuviesen cansados de la democracia. También es notorio la “vuelta a la derecha” y crecimiento de una derecha antidemocrática plebiscitaria, de las “democracias consolidadas” europeas: discriminatoria, racista, separatista y ultranacionalista. En Latinoamérica, pareciera que la democracia es reciente, y no acabamos de comprender que es y cómo funciona. Le han impuesto tareas que difícilmente pueden resolver, no es por definición el remedio para la enorme pobreza y marginación en la que vive una importante parte de la población latinoamericana. La existencia de una cierta igualdad en las condiciones materiales mínimas, constituye una precondición no una consecuencia necesaria de la democracia, indispensable para su buen funcionamiento. La precaria situación económica, crisis económicas vueltas casi una costumbre, los reiterados casos en los que gobiernos autoritarios fundándose en la popularidad de sus líderes y disfrazados bajo el manto del populismo, aprovechan los anhelos de cambio para concentrar el poder, son parte de los principales peligros para las democracias latinoamericanas. Ya con la democracia asentada en América Latina, lograr la gobernabilidad parece haberse convertido en la nueva prioridad, en el reto político por alcanzar; Argentina, con su alucinante crisis económica y política actual; en Brasil, donde desde hace casi un lustro viven una etapa de severa recesión; en los recientes eventos políticos y sociales en Venezuela; en México, en donde, desde que en el año 2000 finalmente se dio una alternancia en el poder, Perú, en donde el “cambio” hoy busca traducirse en condiciones

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estables y viables de gobierno. El anhelo de por lograr condiciones de estabilidad y de capacidad de los gobiernos para poder enfrentar problemas comunes a nuestras realidades, que es el principal peligro de nuestras democracias latinoamericanas. Pero, pensar en meros términos de gobernabilidad, sin atender a las eventuales implicaciones que ello tendría sobre la calidad democrática de un sistema político, puede convertirse en un costosísimo y tal vez irreparable daño en el funcionamiento de la democracia y degenerarla, ello hace necesario hacer una serie de consideraciones en torno a la relación entre los conceptos de gobernabilidad y democracia.

No debemos olvidar los objetivos y las razones que dieron origen al concepto “gobernabilidad”. Fue acuñado y difundido hacia mediados de los años setenta a raíz de un estudio colectivo que pretendía dar respuesta a la situación de “sobrecarga” de demandas características de los países occidentales y dejaba en descubierto la capacidad de respuesta de los gobiernos, que consecuentemente entraban en una crisis de legitimidad. La gobernabilidad nace, pues, como contraposición al “Estado de bienestar” (o “Estado social”), caracterizó a las democracias de la posguerra. Un Estado gobernable, es aquel en el que la capacidad de tomar decisiones se caracteriza por un alto grado de rapidez, eficiencia y eficacia. Que se contrapone al Estado social (democrático) en el que las decisiones deben pasar por lentos, complicados y deficientes sistemas de discusión y de deliberación como aquellos que, se sostiene, caracterizan a los sistemas parlamentarios. Un sistema democrático y plenamente gobernable, es una contradicción son los dos extremos opuestos del instrumento de medición de la democraticidad, son excluyentes, lo que no quiere decir que no sean conciliables, su conjugación implica, necesariamente, una mediación entre ambos: a mayor gobernabilidad, menor democracia; a mayor democracia, menor gobernabilidad. Los equilibrios entre ambos puntos, variarán caso por caso. Pensar hoy sólo en términos de gobernabilidad puede revocar los logros democráticos alcanzados. Una democracia ingobernable no tiene sentido; no sirve para nada y es insostenible. Se trata de lograr una armonía entre ambos conceptos, una llamémosle así “democracia gobernable”. En la que es indispensable retomar el carácter pacticio, que le atribuyen tanto a Kelsen como a Bobbio y que Kelsen llega a considerar como la esencia de la democracia. La democracia no significa dominio de la mayoría y exclusión de la minoría, sino interacción e influencia recíproca entre ambas. Una decisión democrática, es el producto de la inclusión y no de la exclusión de todas las partes en el proceso decisional, de la libre discusión, de la ponderación y, de ser posible, de los acuerdos. Negociar, llegar a compromisos, generar acuerdos, que es la esencia de la democracia, es también la clave que puede servirnos para determinar la idea de “democracia gobernable”. La gobernabilidad de una democracia no depende tanto de la rapidez y de la capacidad de imponer eficazmente la decisiones desde el gobierno, sino de lograr los consensos suficientes, a través de la discusión abierta, franca, y de la negociación, que permitan que la decisión cuente con el mayor número de adhesiones. La gobernabilidad de un sistema democrático se traduce no en el establecimiento de mecanismos que permitan a los gobiernos una rápida, eficaz y eficiente toma de decisiones frente a un Parlamento hostil o frente a una situación de crisis política, económica y social, lo que sería una merma del grado de democracia de esos sistemas; sino en el establecimiento de mecanismos que favorezcan el compromiso entre los distintos actores políticos y sociales que participan en la toma de las decisiones colectivas. No es algo irrealizable, ya que hay muchos ejemplos que dan prueba de ello. Sería muy complicada, pero a la larga, sería mucho más estable y redituable porque estaría revestida de ese formidable factor de legitimación que inventó el jusnaturalismo moderno: el consenso.

Estas breves reflexiones en torno a la relación que media entre los conceptos de gobernabilidad y democracia no pretenden ser una receta para los actores políticos y sociales latinoamericanos, sino simplemente una advertencia frente a los riesgos que se corren al pensar, sin más, en la rapidez, la eficacia y la eficiencia. A la larga, esos objetivos pueden traducirse no sólo en algo que nos alejaría irremediablemente de la idea de democracia, sino también, paradójicamente, constituyen la vía menos apropiada para lograr el tan ansiado equilibrio entre democracia y gobernabilidad que, abrevando de las ideas de Kelsen y de Bobbio, conjugo en lo que he llamado “democracia gobernable”.

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Muchos de los trabajos de Bobbio están inspirados por su deseo ‘militante’ de invitar a ‘amar’ a la democracia, a pesar de las objeciones de sus detractores y, por lo mismo, de velar por ella. Pero en estos también prevalece un planteamiento antiretórico; una crítica atención a los límites, a los defectos y a la fragilidad de la forma de gobierno democrática. Quien verdaderamente ama a la democracia y pretende velar por ella, no debe limitarse a obsequiarla con homenajes meramente formales; ésa es, precisamente, la actitud de los peores enemigos de la democracia, la vacían desde su interior, confundiéndola con formas populistas y plebiscitarias.

En contra de este peligro interno de la democracia Bobbio ofrece, conforme a su propio método reflexión filosófica y análisis histórico, el antídoto teórico más convincente. Dicho antídoto, Bobbio llama “universales procedimentales” de la democracia; es decir, los principios normativos pertenecientes a los procedimientos de discusión colectiva, que todas las democracias deben tener en común, y que, por ello, definen a la propia democracia frente a las demás formas de gobierno. Bobbio nos propone que reconsideremos la historia de la idea de la democracia para evitar desfiguraciones y prejuicios (tanto desfavorables como favorables). Distinciones que encontraremos entre la democracia de los antiguos y la de los modernos. Bobbio parafrasea, es plausible identificar como generalmente se hace dos diferencias: la primera analítica (descriptiva) y la segunda axiológica (referida a un juicio de valor).

La primera diferencia, entre la democracia de los antiguos y la de los modernos, se refiere a la forma en la que se ejerce el poder del pueblo, es decir, el kratos del demos. La democracia de los antiguos es directa, la democracia de los modernos es representativa. El ideal de la primera es la asamblea plenaria de la polis, en la que todos los ciudadanos cuentan con la misma facultad de palabra y con el mismo peso político y discuten acerca de los asuntos de interés público; al final de la deliberación, la decisión que deberá ser obedecida se adopta por mayoría (una cabeza, un voto). Los cargos públicos se otorgan principalmente por sorteo y no por elección: igualdad sustancial de valor moral o político entre los ciudadanos. El alto grado de exclusión de la ciudadanía (mujeres, esclavos y extranjeros) que caracterizaba a la democracia de los antiguos es totalmente fundada desde el punto de vista ontológico o antropológico, pero no constituye una objeción estrictamente política. La democracia de los modernos es esencialmente representativa: una mesa electoral en la que los ciudadanos depositan su voto en la urna no para decidir votar algo sino para elegir quién deberá decidir en su lugar, como su representante en aquellas asambleas mucho más pequeñas que son los parlamentos o congresos. Se encuentra contaminada, vinculada, con el principio aristocrático de la elección (obviamente de los mejores), niega implícitamente que el arte de la política sea distribuido igualmente entre todos los seres humanos. No se envían al Parlamento ciudadanos sorteados, ni se les vincula con un mandato preciso; se les escoge, al menos idealmente, en función del programa general del partido al que pertenecen y en virtud de su valor personal.

La segunda diferencia, encuentra parcialmente su fundamento en la primera, en la diferencia descriptiva-analítica. En el pensamiento antiguo la democracia fue objeto de un juicio radicalmente negativo: la democracia era el régimen de la libertad sin freno de un pueblo ignorante e incapaz, peligrosamente arrogante, que decidía insensatamente acerca de todo guiándose por el capricho y el arbitrio. Una masa dividida en facciones que a su vez eran dirigidas por hábiles demagogos que no buscaban el bien común, si no a sus enemigos personales. Nos dice Bobbio que en la modernidad, en el siglo XX el juicio acerca de la democracia se ha invertido, se ha convertido en la forma de gobierno que todos consideran mejor, al grado de que algunas dictaduras, sostienen que reconocen en valor de la democracia. Tratando de explicar ésta inversión, sería que no se trata de un juicio sobre el mismo objeto; es decir, por las razones que hemos visto la democracia de los antiguos no es la democracia de los modernos. Según algunos teóricos contemporáneos el único parentesco que comparten es el nombre: democracia. El rechazo de la primera y la valoración positiva de la segunda no constituyen una contradicción. Sería cuestionar hasta qué punto la democracia de los modernos y sobre todo la de los contemporáneos sigue siendo democracia.

La democracia, no diversamente de la monarquía o de la aristocracia, está integrada por individuos. El hecho de que en una democracia sean muchos los que deciden no transforma a

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estos muchos en una masa que pueda considerarse globalmente, porque la masa, en cuanto tal, no decide nada.

En Bobbio, la preocupación por distinguir la decisión democrática de la aclamación: eso significa, poner en duda la calidad democrática de las formas decisionales que se parecen a esta última; todas aquellas en las que la respuesta obligada, predefinida es, simplemente, un sí o un no: “democracia del pulgar apuntando hacia arriba o hacia abajo”.

Bobbio parece sugerir, al articular su posición a partir de dos diferencias tan radicales (democracia directa o representativa, juicio negativo o positivo) que la respuesta más convincente es la segunda; es decir, que no existe ninguna continuidad entre la democracia de los antiguos y la de los modernos. La forma ideal de la democracia representativa ha padecido transformaciones al intentar realizarse traicionando sus promesas originarias, alejándola del ideal igualitario del poder distribuido entre los ciudadanos. Estos procesos de transformación, deben comprenderse y aceptarse realistamente sin caer en tentaciones antidemocráticas. Por el contrario, tomar conciencia de los límites de la democracia.

Partiendo de la relación que ha delineado entre la autonomía individual y la democracia, Bobbio, señala precondiciones ontológicas, éticas y metodológicas necesarias en cualquier época para toda forma de gobierno democrático, nos indica cuál es el mínimo común denominador de los procedimientos decisionales democráticos que son dignos de dicho nombre.

El ensayo “El futuro de la democracia”, sigue siendo un interesante punto de referencia para un análisis sobre el estado de salud de las democracias contemporáneas. En él, Bobbio discute seis promesas no cumplidas de la democracia, algunas teniendo el ideal democrático del siglo XVIII, otras orientadas desde una versión mínima de la democracia como democracia procedimental. Versión, como una forma de gobierno “caracterizada por un conjunto de reglas (primarias y secundarias) que establecen quién está autorizado a adoptar las decisiones colectivas y con cuáles procedimientos”. La democracia sugiere que los sujetos a decidir sean un número muy alto (excluyendo a los menores de edad y a otros individuos en especiales condiciones). En cuanto al procedimiento la regla principal es la regla de la mayoría. Existe una tercera condición: los sujetos llamados a decidir puedan optar entre alternativas reales y suficientemente conocidas. Todo esto en la medida de que se garanticen los derechos de libertad (opinión, prensa, asociación, reunión, etcétera). El Estado liberal es un presupuesto no sólo histórico sino jurídico del Estado democrático” que, a su vez, es la mejor garantía de las libertades fundamentales. Libertad y democracia, uno implica a la otra, y parecen garantizarse recíprocamente. Para que los derechos civiles y políticos sean disponibles a los individuos y puedan ejercerlos es necesario un mínimo de Estado de bienestar; refiriendo a la “tercera vía” liberal-socialista.

No es una casualidad que los llamados “derechos sociales” sean uno de los mayores problemas de las democracias contemporáneas. En sociedades plurales, permeadas por el asociacionismo de los ciudadanos, la redistribución de los recursos entre grupos sociales, diferentes en número introduce una difusa y continua conflictividad estratégica entre intereses, y no un conflicto entre ideologías y modelos de vida que buscan representar el interés general. El modelo ideal de la sociedad democrática era el de una sociedad con un solo centro. La realidad, es una sociedad centrífuga, que no tiene un centro de poder, sino muchos y merece el nombre de sociedad policéntrica o poliárquica (policrática). La sociedad real, que está a la base de los gobiernos democráticos, es pluralista. Del pluralismo social deriva la “revancha de los intereses”. Revancha que se traduce en una violación comúnmente aceptada de la prohibición del mandato imperativo: los parlamentarios no representan a la nación, sino a su partido, respetan la llamada disciplina de partido (sino es que de lobbies aún menos transparentes). Decisiones que se transforman en acuerdos neocorporativos entre grandes organizaciones que el gobierno garantiza y el parlamento habitualmente ratifica; no es difícil entender “la persistencia de las oligarquías” como tercera promesa no cumplida, ni posible de cumplir, de la democracia. En aspectos de la vida social, las decisiones son tomadas por personas “técnicos”, ocupando roles políticos, debilitando la cuarta promesa (la extensión del proceso de democratización desde la faceta del individuo como ciudadano hacia otras estudiante, trabajador, soldado, consumidor, enfermo, etcétera). La quinta

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promesa no cumplida, la de la trasparencia en el ejercicio del poder: los “poderes invisibles” la razón de Estado (y de partido) siguen vigentes tanto en la arena internacional como en la política interior, siempre que la democracia siga siendo una competencia por el poder entre diferentes oligarquías.

La última promesa no cumplida, la educación del ciudadano, la convicción de Mill o de Dewey de que la democracia tenía en sí misma una función educativa, que obligaba a las personas a casi informarse, a razonar para escoger adecuadamente a favor de su interés, dejando en su lugar a la apatía política ya identificada por Hobbes o Tocqueville, o a elecciones irracionales o emocionales, por consecuencia de la publicidad política.

Promesas no honradas por la democracia; lo complejo de los problemas que exige expertos que decidan, multiplicidad de las prestaciones que se exigen al Estado democrático produce un aparato burocrático desmedido y estructurado jerárquicamente desde el vértice hasta la base, que es exactamente lo opuesto al principio de la democracia como poder desde abajo. Un poder político invisible, que dicta con frecuencia los tiempos de las decisiones legislativas. Ante esto el sistema democrático puede ser acusado de tener un bajo rendimiento, deficiencia e ingobernabilidad, lentitud ante la toma de decisiones ante la rapidez con que la sociedad cambia así como sus expectativas.

Bobbio fue catalogado entre los autores productores de “teorías sociológicas de la democracia”: del pluralismo y de los centros de poder. Las teorías del pluralismo son, siguiendo a Habermas la conexión entre los modelos normativos de democracia y las aproximaciones llamadas realistas (o sea la teoría económica de un lado y la teoría sistémica del otro)”. Siguiendo esto, Bobbio simplemente habría recorrido con cuarenta años de retraso el camino teórico que siguió Schumpeter en Capitalismo, socialismo y democracia y según Habermas, Schumpeter considera a la democracia la elección de jefes. Según Habermas, Bobbio no atrapa la sustancia genuinamente procedimental de la democracia” negándose a aceptar que su esencia no consiste tanto en ‘reglas del juego’ entendidas en sentido técnico, como en el otorgar una dimensión institucional a “discursos y negociaciones, utilizando aquellas formas de comunicación que pueden fundar una presunción de racionalidad de todos los resultados que fueron alcanzados mediante el procedimiento democrático”. Pero, Bobbio no está hablando, en esta ocasión, de la democracia como debería ser, sino de la democracia como efectivamente es. Al renunciar a sus promesas originales parece que termina por desnaturalizarse, o al menos, por renunciar a una de sus dimensiones esenciales, intrínsecas y constitutivas.

El peligro de declinar la democracia procedimental en términos schumpeterianos, convertirla en lo que se define como la paz internacional, o precario equilibrio entre actores de muy distinta consistencia territorial, económica, estratégica, etcétera, en la que prevalece la voluntad, en el mediano y largo plazos, de enfriar los conflictos entre intereses nacionales a través de acuerdos ampliamente reconocidos y generalmente respetados. La superioridad de los sistemas políticos democráticos sólo debería consistir en hacer tendencialmente pacífico el enfrentamiento entre fuerzas económicas y sociales, absorbiendo y conteniendo los impulsos subversivos y, sobre todo, permitiendo el recambio pacífico de las clases dirigentes, según las enseñanzas de Popper en un régimen democrático “los ciudadanos pueden deshacerse de sus gobernantes sin derramamientos de sangre”. Parece ser un pobre resultado respecto a las expectativas que la propia democracia evocaba, al evitar los derramamientos de sangre en los conflictos políticos y sociales; lo que implica elegir un régimen del catálogo idóneo para enfriarlos. Pero si volteamos nuestra mirada hacia la debilidad institucional de importantes regímenes democráticos y, aún más, si la orientamos hacia la situación internacional, este resultado podría ser un logro no despreciable para los hombres y mujeres del siglo XXI. Sin embargo, como he señalado con anterioridad, el pensamiento de Bobbio en su conjunto es seguramente más exigente.