Cuarto Domingo de Pascua
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Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
DOMINGO 4° DE PASCUA 21 de abril de 2013 – Ciclo C
El acontecimiento de la resurrección está vinculado a un mandato. Cristo resuci-
tado tiene un encargo, un mandato, una propuesta para sus discípulos. De muy diversas
maneras les encarga la tarea misionera, la obra de evangelización, el proyecto de anun-
ciar, a todos, la buena noticia de la resurrección y la salvación y la tarea de congregar
como un nuevo pueblo de Dios a los que acepten y crean el mensaje. La resurrección de
Jesús tiene como fruto la obra misionera y evangelizadora de la Iglesia. El libro de los
Hechos de los Apóstoles da testimonio de esta vinculación. El libro narra episodios que
se remontan a los primeros años de la Iglesia y, con más amplitud, narra también la obra
misionera de san Pablo. El acontecimiento de la resurrección imprime en los creyentes
una fuerza de difusión, que por eso mismo se convierten en evangelizadores. Esa fuerza
de difusión llega hasta nosotros el día de hoy, pues también hoy, el encuentro con Jesús
resucitado tiene como consecuencia el propósito de anunciar a todos la obra de Dios a
favor nuestro.
Hoy hemos escuchado, en la primera lectura, el relato de un episodio de los inicios
de la obra misionera de san Pablo. Él y Bernabé, su compañero en ese primer viaje mi-
sionero, llegan a la ciudad de Antioquía de Pisidia, en la actual Turquía. Ellos tienen
como primeros destinatarios de su anuncio a los miembros de la comunidad judía de la
ciudad. Por eso se dirigen a la sinagoga el día sábado y toman asiento. Como era usual
en aquella época, en la sinagoga no sólo hay judíos, también hay gente extranjera, que
simpatiza con la fe judía. Son los “temerosos de Dios”. Los jefes de la sinagoga, al ente-
rarse de que Pablo y Bernabé son judíos que vienen de Antioquía de Siria, los invitan pa-
ra que digan una palabra a la asamblea. Pablo aprovecha la ocasión y expone en un am-
plio discurso la buena noticia en la que anuncia que Dios ha cumplido en Jesús las pro-
mesas hechas desde antiguo al pueblo de Israel, y que la muerte y la resurrección de Jesús
es el acontecimiento en que se realiza la salvación para los judíos pero también para to-
dos los pueblos del mundo. (Este discurso de Pablo ha sido omitido en la lectura de hoy.)
El anuncio de Pablo logra captar la atención de muchas personas, que le piden que el
sábado siguiente vuelva a habla sobre el tema.
La noticia corre en la ciudad acerca del predicador que ha llegado, y el sábado si-
guiente casi toda la ciudad de Antioquía acudió a oír la palabra de Dios. Estas personas
no son judías, son gente pagana que se interesa por saber más acerca de ese anuncio de
salvación accesible también a los no judíos que anuncia Pablo. Y ahí viene la reacción.
Los dirigentes judíos sienten envidia, sienten que Pablo no solo les quita la clientela, sino
que suprime la diferencia entre judíos y los demás pueblos del mundo, pues lo que Pablo
anuncia es que el Dios de los judíos ahora se presenta como salvador no sólo de los jud-
íos, sino de todos los pueblos del mundo, a través de la muerte y resurrección de Jesús.
Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
Los judíos ahora se ponen contra Pablo y Bernabé y los contradicen. Pablo toma una de-
cisión: La palabra de Dios debía ser predicada primero a ustedes; pero como la recha-
zan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos.
Muchos paganos se adhirieron a la fe anunciada por Pablo y Bernabé. La alegría
cundió, la esperanza surgió, la Iglesia se formó en Antioquía de Pisidia. La decisión de
Pablo causó alegría a los paganos, pero suscitó las maquinaciones de los dirigentes judíos
para provocar una persecución contra Pablo y Bernabé hasta lograr echarlos de la ciudad.
Este acontecimiento tiene varias enseñanzas para nosotros. Por una parte nos en-
seña la amplitud de la salvación de Dios. No hay nadie excluido de antemano. La única
exclusión que hay es la autoexclusión. Dios a todos tiende la mano, a todos ofrece la vi-
da, a todos invita a la salvación. En segundo lugar, aprendemos la intrepidez y valentía
de Pablo y Bernabé que anuncian con ardor la buena noticia de la resurrección. Nosotros
también debemos imitarlos, también nosotros debemos ser evangelizadores en la medida
de nuestras posibilidades. En tercer lugar, el episodio nos trae a la conciencia qué impor-
tancia tiene que haya personas que como Pablo y Bernabé se dediquen por entero al
anuncio del Evangelio y a la formación de la Iglesia. Hoy es el día que la Iglesia propone
para orar por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. La Iglesia, y especial-
mente nuestra Arquidiócesis de Los Altos, necesita muchas más personas que quieran
consagrar su vida a Jesucristo y al anuncio del Evangelio, que quieran ponerse a disposi-
ción total de Jesús con el fin de dedicar su vida a la guía de la Iglesia. Si la salvación de
Dios se ofrece a todos, es necesario que haya testigos que lleguen hasta las personas más
alejadas de Dios para convocarlas a la fe. Si Pablo y Bernabé llegaron hasta los lugares
más distantes, necesitamos hoy el mismo ardor y valentía para llegar hasta tantas perso-
nas que viven como si Dios no existiera, y por eso se pierden lo mejor de la vida. Ore-
mos por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada y animemos a nuestros jóve-
nes a responder con generosidad a la llamada de Dios.
El apóstol Juan, en la segunda lectura, contempla en visión el fruto de la obra de
evangelización. Vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran indi-
viduos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de
pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca y llevaban pal-
mas en las manos. … Son los que han pasado por la gran persecución y han lavado y
blanqueado su túnica con la sangre del Cordero. Efectivamente el pueblo de Dios está
formado por creyentes y mártires de procedentes de todas las naciones, razas, culturas y
condición social. Pablo rompió la barrera del particularismo religioso al romper la barre-
ra que dividía a los judíos de los demás pueblos del mundo. Nosotros hoy debemos se-
guir rompiendo las barreras de las múltiples segregaciones que siguen existiendo, no sólo
fuera, sino incluso dentro de la Iglesia. Dentro de la Iglesia también creamos muros de
división y exclusión, cuando rechazamos la variedad de las espiritualidades y formas de
Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
vida cristianas legítimas y auténticas, para proponer solo un modo de ser cristiano, un
modo de participar en la Iglesia, un modo de hacer pastoral, un modo de ser creyente.
Nuestra unidad está en la comunión con Jesús. Él es el buen pastor de todos. Hoy
Jesús se presenta como el pastor que convoca a sus propias ovejas: Mis ovejas escuchan
mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás.
Somos seguidores de Jesús y escuchamos su voz. Pero atención, somos seguidores de
Jesús, no como nos lo imaginamos cada uno, porque entonces cada uno se hace un Jesús
a su propio gusto y medida. Tampoco somos seguidores de Jesús como lo presenta según
su gusto tal predicador o tal o cual teólogo. Somos seguidores de Jesús como lo enseña la
Iglesia en su tradición de fe. La voz de Jesús se oye en la Iglesia, a través de los pastores
auténticos que enseñan, no sus propios gustos, sino que enseñan la fe de la Iglesia. Esa es
la garantía que tenemos de que seguimos al Jesús real, y no a uno de ficción. Esos son
los pastores que necesitamos cada día más, por los que debemos orar para que el Señor
Jesús tenga quien anuncie su Evangelio y lo haga presente en medio de su pueblo.