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Crónica urbana

Editorial Universidad de Antioquia®

Cuando la felicidad costaba dos pilas

Juan Guillermo Valderrama Santamaría

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Crónica urbana © Juan Guillermo Valderrama Santamaría© Editorial Universidad de Antioquia®

ISBN: 978-958-714-735-3ISBNe: 978-958-714-736-0

Primera edición: mayo del 2017Montaje de cubierta: Carolina Velásquez Valencia, Imprenta Universidad de

AntioquiaMotivo de cubierta: serigrafía de Julián Carvajal (2009)Diagramación: Erledy Arana Grajales, Imprenta Universidad de AntioquiaCoordinación editorial: Larissa Molano Osorio

Hecho en Colombia / Made in ColombiaProhibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia®

Editorial Universidad de Antioquia®

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Valderrama Santamaría, Juan Guillermo Cuando la felicidad costaba dos pilas / Juan Guillermo Valderrama Santamaría. -- Medellín: Editorial Universidad de Antioquia; 2017. 196 páginas. -- – (Colección Periodismo / Crónica Urbana) ISBN: 978-958-714-735-3 ISBN: 978-958-714-736-0 (versión electrónica) 1. Crónicas periodísticas. 2. Crónicas urbanas. 3. Barrio Aranjuez (Medellín) - Vida social y costumbres. 4. Vida urbana – Medellín. I. Título. II. SerieLC F2291070.44-dc23

Catalogación en publicación de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz

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A Danger,

el perro que me enseñó a amarlos a todos

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Contenido

Prólogo .......................................................................................... xi

Por Jaime Jaramillo Escobar

Aranjuez ........................................................................................ 1

Y así fue como en siete días “Dios” creó el mundo ...................... 3

Carrera 50B entre 90-91 (el Maracaná) ........................................ 12

Cuando la felicidad costaba dos pilas ........................................... 40

La mesa de planchar ...................................................................... 45

Danger, un perro modelo 66, estrato dos ...................................... 50

La negra Juana .............................................................................. 54

Mi triciclo rojo .............................................................................. 56

Un recuerdo en blanco y negro ..................................................... 59

El primer León enjaulado en Antioquia ........................................ 63

Una mañana con el capo de capos ................................................ 77

Partes iguales ................................................................................ 82

Don Joaquín .................................................................................. 86

El camión de la basura .................................................................. 90

Un recuerdo vestido de rosa .......................................................... 94

Cartas en tinta roja ........................................................................ 97

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x

La Tejedora ................................................................................... 101

La culpa la tuvo El Pacho ............................................................. 105

Leche con sabor a madrugada ....................................................... 112

Yolanda ......................................................................................... 115

Las gafas de carey ......................................................................... 118

El guayo derecho ........................................................................... 121

El doctor Basuco ........................................................................... 127

Un trato ......................................................................................... 132

Don Eligio y Cambalache ............................................................. 136

En Casa Verde ............................................................................... 139

Enmarcando historias .................................................................... 141

El hacedor de pesebres .................................................................. 144

Mi lazarillo .................................................................................... 148

Polvo eres y en polvo te has de convertir ...................................... 150

Que las hay, las hay ....................................................................... 155

Un día de lluvia ............................................................................. 168

Barrio Triste .................................................................................. 171

El Suave ........................................................................................ 173

Ahora los viejos somos nosotros ................................................... 177

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Prólogo

Por Jaime Jaramillo Escobar

La prolongada situación bélica en Colombia ha constituido un fre-no para el desarrollo del país, pues si bien hay ciudades populosas y ricas, las consecuencias son generales. Entre estas los reductos que con múltiples disfraces sobreviven de la delincuencia y el vi-cio, y a los que muchos se arriman a falta de otras oportunidades, o por la atracción que tales lugares ejercen sobre la curiosidad de espíritus aventureros. Uno de ellos, el autor de este libro, cuya obra anterior, La verdad sin calzones, ha tenido múltiples ediciones, legales y piratas. Estas últimas son las que más se venden, según nuestra mentalidad transgresora.

Imagina el prologuista que el éxito de su primera obra ha lleva-do al autor a componer este segundo libro a partir de sus años esco-lares. En la primera parte, recrea su vida desde la niñez en el barrio, dando a cada relato una singularidad realzada por el estilo visual que le permite poner al lector frente a cada episodio de un modo que termina convertido en testigo de todo lo que cuenta el libro.

La amenidad es su estilo. Agudo, inteligente y brillante, cautiva de principio a fin por el interés de sus asuntos, la sorpresa conti-nua y la identidad de autor sonriente y amigable. Si en ocasiones conmueve, en otras sacará risas o chispas de indignación. Sin amargura, entre risas y lágrimas.

Se muestra a la vez impulsivo y sereno, sufrido y alegre, pasando por las vicisitudes de los años hasta una madurez no desencantada, producto de la experiencia que confiere sabiduría.

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Comprender lo humano en sus contradicciones, establecer el ba-lance literario entre las partes del relato, y sopesar los altibajos en que se mezclan sentimientos altruistas con las consecuencias de la ignorancia, la pobreza y la ausencia de principios, todo entremez-clado en una sociedad turbulenta que ha atravesado un siglo de guerra continua, son características de un escritor que sorprende en este inesperado libro.

Y termina muy alto en la segunda parte, que resulta de especial interés e importancia por los temas y el tratamiento, producto de sus inquietas pesquisas. Verdadero experto en averiguática, como Carrasquilla, anda metiendo sus narices en todo para saber por experiencia propia cómo es que son las cosas en su verdadera dimensión y significado.

A principios del siglo anterior la guerra se dio entre libera-les y conservadores por motivos aparentemente religiosos. Los conservadores tachaban de ateos a los liberales. En las honras fúnebres de monseñor Miguel Ángel Builes atravesaba el recinto una gran pancarta que decía “Ser liberal es pecado”. Lo muestran las fotografías.

Después, los conflictos han seguido uno tras otro, sin que falten motivos para la descomposición social.

El tratamiento literario no deja lugar a dudas sobre la verosi-militud de los relatos y el respeto del autor por sus fuentes. Su método en las entrevistas suele ser periodístico: lleva disimulado el común dispositivo electrónico de grabación, y después transcribe los fragmentos seleccionados sin correcciones académicas que desfigurarían su autenticidad. Así, el libro resulta testimonial por su conocimiento directo de lugares y personajes, así como de los temas abordados. Es, pues, historia vivida, sentimientos padecidos, sincera y auténtica experiencia, más el humor que evita caer en situaciones sin salida.

La maestría del autor está en que resulta instructivo además de ameno. Ilustra y conturba. En cosas de mínima apariencia en-cuentra su sentido profundo y su importancia social.

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Conmovedor es el texto del lazarillo ciego, ilustrativo y gra-cioso el de Eva la segoviana, reveladoras las historias de prosti-tución y delincuencia callejera en el centro de la ciudad, curiosa y muy interesante la visita de Pablo Escobar a un barrio popular, sorprendente la historia del primer secuestro en Medellín. Todas las crónicas de este libro son descripciones de la vida realizadas con exhaustivo conocimiento, sagacidad y comprensión, verídicas, minuciosas y acríticas. El autor refleja la realidad de una parte de la ciudad que es otro mundo. La invitación a entrar en él —llamado bajo y pintoresco por superficial apreciación— sorprenderá por la novedad de los enfoques y la fuerza y arte de la narración.

“Una mañana con el capo de capos” muestra con suficiente claridad cómo era la cosa. Pablo contaba con protección de lo alto, como también lo atestigua el muy culto y distinguido periodista E. Livardo Ospina en amena e instructiva crónica radial de la época, grabada para perdurable memoria.

La verdad histórica asusta a los colombianos, porque tal ver-dad es en realidad asustadora, en todos los campos y en todas las épocas. Una noche de toque de queda, en que la ciudad había quedado medrosa y desierta, estrictamente patrullada por las fuer-zas militares, estallaron catorce bombas en otras tantas entidades bancarias del centro. Las autoridades culparon a Pablo, cuya tumba hoy en día continúa adornada con flores frescas como lugar de peregrinación del muy culto y dolarizado y bien recibido turismo extranjero, en particular los privilegiados, inocentes y despreveni-dos (que nunca saben lo que hacen) europeos y norteamericanos.

“El primer León enjaulado en Antioquia” se refiere al secuestro de don Leonidas Garcés en Itagüí. Cuenta todo tal y como suce-dió, con los menores detalles, porque el autor, casualmente, pudo conversar con uno de los secuestradores después de que purgara su pena en la tristemente famosa prisión de la isla Gorgona en el Pacífico.

“Mi lazarillo” es el conmovedor episodio del joven ciego que guía al autor por entre las calles y recovecos de un barrio central

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por la ubicación, pero marginal por su destino. Como el famoso barrio Antioquia, rebautizado después por el Obispo como San-tísima Trinidad, que vino a quedar en Trinidad, vaya a saber de qué, pues en un año reciente el Gobierno municipal pagó una de esas exhaustivas investigaciones ¡para averiguar si allí existían ventas de marihuana!

“Que las hay, las hay”, es la muy divertida historia de una de las tantas adivinas estafadoras que medran en edificios centrales, Eva la segoviana, atrayendo incautos parroquianos para leerles la mano y vaticinarles el futuro, o revelarles las infidelidades de sus respectivas parejas.

Y así, una tras otra, estas crónicas (historias y recuerdos que adquieren trascendencia en la voz del autor) develan secretos de-trás de la información convencional, las costumbres y las formas de vida en ciertos lugares de la ciudad y los barrios populares emblemáticos, y una parte importante de la historia de Medellín que no se encuentra en los comprometidos historiadores oficiales.

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Aranjuez

Mi barrio fue labrado en las laderas de la ciudad por humildes artesanos de la tierra, llegados de distintas regiones del país; en su gran mayoría desplazados por la sanguinaria violencia, que, según contaban nuestros padres y abuelos, tiñó de rojo el verde de sus veredas y pueblos. Yo les creí, porque desde que tengo memoria nunca he podido ver ese añorado verde que ellos describían en sus pláticas, pero sí conozco el rojo encendido que emana cada vez que una bala acalla a un ser humano.

De pronto fueron surgiendo casas alrededor de una incipiente iglesia, construida con el empuje de un cura con sotana negra y estampa de santo, y la venta de empanadas de las piadosas viejitas del naciente barrio. Se trazaron calles por los caminos que antes eran paso obligado de mulas y arrieros, se levantó una escuela y frente a esta, en una ruinosa casa, una inspección de policía para que los hijos de fundadores heredaran educación y tranquilidad.

Mucho tiempo después, ya con el barrio cimentado, sus calles asfaltadas, una ruta de buses, electricidad, acueducto, alcantarilla-do, alumbrado público, teatros, tiendas, centro de salud, colegios y peluquerías, llegué yo, el postrero retoño de mi padre y la última intranquilidad de la vieja. Me tocó ya casi todo construido; úni-camente faltaba por construirme yo. Y de a poco mis pisadas se fueron haciendo más grandes por esas calles tapizadas de negro, por esas aceras matizadas de gris, mientras mi corazón también crecía.

Cuando cursaba esa edad en que ni somos hombres ni somos niños, apareció en mi barrio esa violencia de la que tanto hablaban

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los viejos; la vi con mis propios ojos, la acaricié con mis manos aún infantiles, la vi a cada momento caminar detrás y a veces en frente de mí. Aunque ya no mataban por un color político, o por un caudillo, sí lo hacían por aquel polvo blanco que embarcaban desde mi ciudad para un país del norte, del que devolvían un papel impreso de verde con la foto de un señor de crespos y un extraño edificio en el reverso.

Y aquellas calles tapizadas de asfalto se mancharon con el rojo que brotaba sin distingos de hombres y de mujeres, desde ancia-nos hasta niños. Cada esquina fue testigo de algún asesinato que nunca tuvo homicida conocido; cada casa, en ventanas, puertas o paredes, recibió el impacto de las balas perdidas. Y entonces fue un barrio de nadie, donde imperó el miedo colectivo, donde un bandido, denominado El Patrón, hizo cuanto quiso con el poder del dinero y la justicia de sus fusiles.

El barrio se fue desocupando. Unos se fueron con sus pocas pertenencias a tratar de labrar una ladera nueva, y otros salieron con sus seres queridos convertidos en sufragios. Muy pocos nos quedamos para contar la historia, o quizás cansados de ser siempre judíos errantes, de ser siempre desterrados, de ser unos desplaza-dos más en este país de desplazados.

Ahora, a mis cincuenta y tantos nunca he podido conocer ese verde esperanza del que hablaban mis abuelos, pero anhelo que nuevas generaciones, algún día no muy lejano, logren disfrutarlo.

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Y así fue como en siete días “Dios” creó el mundo

Hernando Barrientos Cadavid, de los Barrientos de Fredonia, sacerdote diocesano, nieto de José María Barrientos Jaramillo —padre de don Marco Fidel Suárez— llegó al barrio Aranjuez de Medellín una mañana de 1951, con treinta y un años cumplidos, sombrero de fieltro, sotana de paño y portafolios de cuero, todo negro. La iglesia no existía más que en su cabeza repleta de uto-pías, que luego fue concretando en planos. Al día siguiente celebró la primera misa en una ramada y le dio el nombre del patrono del pan y del trabajo, san Cayetano, sellando así el pacto adquirido por la Curia con la familia Álvarez, que años antes había donado el lote para la construcción. Por eso la iglesia se llamó así, y no Nuestra Señora de los Dolores, o simplemente La Dolorosa, como él lo deseaba.

Unas semanas después, en un cobertizo al lado derecho del lote, comenzaron algunas señoras a freír y vender las famosas empanadas de iglesia. En otro cobertizo, los mismos materiales que habían sido donados por empresarios amigos de Barrientos (varillas, adobes y bultos de cemento), se vendían a los feligreses, que a su vez debían donarlos para la construcción del templo.

Quienes no quisieran escuchar la misa de pie debían comprar algunos adobes para sentarse. Los más pudientes, o más pecadores, se lucían con un bulto de cemento. La campaña era pregonada des-de el altar cuando Barrientos, orador consumado, daba paso a sus famosos avisos parroquiales: “Y no se olviden de que un mísero

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aguardiente cuesta lo mismo que un adobe, y con lo que se paga por una botella le donaríamos a la iglesia un bulto de cemento. También se reciben donaciones en fuerza laboral. Y recuerden dejar vacías las pailas de las empanadas y llenas de mercado las canastas para los pobres, puestas justo debajo de donde quedará el inmenso Cristo, en la puerta de la nave central”.

¡Era un mago! Vendía la parroquia sobre planos.Desde el altar, armado sobre adobes superpuestos y con rús-

ticos tablones como mesa, disimulado por un mantel blanco, lo imaginaba todo y lo hacía imaginar.

Pocos años después allí fueron quedando el atrio, la nave cen-tral, el inmenso Cristo y alrededor un barrio llamado San Cayetano.

El Club Astorga

En 1951, diez años antes de que el padre García Herreros iniciara sus obras con el Banquete del Millón, su colega Barrientos ya había comenzado las suyas en Aranjuez creando un club, El Astorga, nombre que tomó del pueblo de sus antepasados.

Convocaba a sus amigos ricos al Astorga, y tras las viandas se servía licor a gusto de los invitados. A falta de reinas, la atención de seminaristas. No cobraba a la entrada sino a la salida, por tratarse de una donación voluntaria que recibía en la puerta. De megáfono en mano la perifoneaba a todo volumen con nombre, apellido y cantidad del donante. Al calor de los tragos cada rico trataba de exhibir su generosidad y su ego.

Cuentan socios sobrevivientes del Astorga que así fue como en la carrera 51 con la 90 se construyeron la iglesia, la plazoleta de su admirado precursor Antonio Nariño con su estatua en bronce y, en el sótano, el teatro parroquial y el colegio Arzobispo García.

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Además, en varias manzanas a la redonda, propiedad de la parroquia: el Club Astorga, el Colegio de María, la panadería de Cáritas, el convento para las misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, que trajo de España con su colegio el Emilia Riquelme, y la escuela de artes y oficios Artesanías.

Y en terrenos que después se convirtieron en más colegios, supermercados, Campos de Paz, bloques de apartamentos y algu-nas casitas, todas iguales, que prestaba a los pobres mientras les cambiaba su situación económica.

Con lo que sobraba, porque le sobraba, ayudaba a las iglesias vecinas.

El Crucificado

El padre Barrientos soñaba en grande. Muestra de ello son el majestuoso Cristo supuestamente importado de Italia que domina la fachada y el ingenioso techo del templo —réplica de la carpa que resguardaba el Arca de la Alianza— según un arquitecto eclesiástico.

Para desilusión de sus fieles devotos, que lo proclaman como el Cristo en bronce más grande y más milagroso de Colombia, debe revelarse que su material no es bronce, sino concreto (al darle pátina, se asemeja mucho al bronce); y que tampoco es italiano, pues el Crucificado es obra del artista antioqueño (peñolero) Josúé Giraldo, elaborada en su taller del centro de Medellín.

Así que las cuatro toneladas de bronce que algunos le atribuyen al descomunal Jesús, solo son arena y cemento sostenido por oxi-dadas varillas de hierro. Y los rectangulares y pulidos maderos son de zinc maquillado con anticorrosivo marrón. Me decía su último restaurador, Guillermo Crespo, quien lo retocó en el 2007, que lo único en bronce del crucificado es el INRI.

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El sagrario

El sagrario en plata repujada fue el último esfuerzo de la comu-nidad para adornar el altar. Dentro y fuera perduran grabados los nombres de cada uno de los donantes que colaboraron en la construcción del templo. Los más dadivosos quedaron custodiando al Altísimo en la puerta adornada con incrustaciones de nácar.

“Dios”

El padre Barrientos era polifacético: lo mismo se veía en la pri-mera misa —la de seis— con iglesia llena, erguido en el púlpito sacando chispas con una de sus tantas polémicas homilías, que una hora después, jugando fútbol con su sotana negra remangada a la rodilla, en su amado colegio Arzobispo García, el que fundó para recibir en sus salones a los alumnos que no aceptaban en los demás del barrio, o al mediodía sentado en una de las sillas des-tinadas a los miembros de las juntas directivas más importantes de la ciudad. Más tarde aparecía por la empinada Cuatro Bocas, en su Volkswagen verde oliva para visitar e impartir la Palabra y la comunión en el manicomio a los loquitos de la ciudad. Luego pasaba a Cáritas, la inmensa casona donde funcionaba la pana-dería de la parroquia, que le daba leche y pan al estudiantado de todo Aranjuez. Después, en su escarabajo, visitaba uno por uno los colegios del sector como vaquero responsable cuidando sus potreros. Y a las siete, de nuevo con iglesia llena, y con el padre Mira como segundo a bordo, volvía a subirse al púlpito igual de fresco que en la mañana. Y comenzaba su sermón:

Desde aquí puedo ver a muchos de los rostros que vi en la homilía de la mañana. Les digo que no descuiden sus hogares, ni maridos ni hijos por

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venir a misa, y mucho menos dos veces al día. Con una misa a la semana es más que suficiente. Nuestro primer deber está donde seamos más útiles. Recuerden que sus hijos seguirán su ejemplo; no su consejo. La educación es la salvación. Además —antes de que se me olvide— les agradezco a las señoras que tres veces por semana, a las cuatro de la mañana, vienen a rezar el rosario de los Siete Dolores por las rendijas de la puerta de la iglesia, que, aunque es verdad que soy fiel devoto de la Dolorosa, tanto ella como yo necesitamos dormir, así que les suplico que más bien se reúnan a rezarlo en alguna de sus casas.

También quiero aclarar dos cositas: la primera: agradecerle a quien está metiendo en la ponchera el billete de diez pesos para dar de limosna dos y pedir ocho de devuelta en una de las misas del domingo. La caridad es una de las virtudes del cristiano, pero ni a la Curia y mucho menos a mí nos re-ciben billetes falsos. Y la segunda: el yeso de las imágenes, el mismo que me contaron que están revolviendo en las sopas, el café o la leche, o echándoselo a sus maridos en la cerveza es falso que sirva para dejar el trago. No sirve, eso no hace milagros, lo único que están logrando es descascarar todas las imágenes. Y la parroquia no tiene más dinero para estar restaurándolas. Si no, miren el bulto de san Cayetano, ya al niño le faltan dos deditos del pie derecho y ni qué decir del pobre negro de san Martín de Porres, es cierto que es muy milagroso, no hay duda, pero de tanta uña que le están metiendo ya lo tienen blanco.

Cuando se trataba de la fiesta del patrono, en agosto, todo era pensado en grande: olimpíadas interbarriales con deportes incluidos: fútbol, ciclismo, boxeo, lucha libre… serenatas a las familias que se habían ido del barrio, concurso a la mejor banda de guerra, ya que cada escuela y colegio tenía la suya propia, desfile de carrozas, reinados, y el popular cine manga que se proyectaba en un enorme telón sostenido por dos postes, en la manga detrás de la iglesia, o el cine camión: la imagen era proyectada en uno de los costados del carro de la Coca-Cola, cuya lona había sido previamente pintada de blanco, y que estacionaban en la calle de la parroquia.

Al llegar Semana Santa no había nada como la de Aranjuez. Para bizcochitos, los de San Nicolás, y para sermones los de Barrientos, decían. No era un secreto que cuando él predicaba el