CUADERNO MONOGRÁFICO Nº 64: EMANCIPACIÓN DE AMÉRICA

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INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL XLIII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA EMANCIPACIÓN DE AMÉRICA CICLO DE CONFERENCIAS - DICIEMBRE 2011 CUADERNO MONOGRÁFICO N.º 64 MADRID, 2011 MINISTERIO DE DEFENSA

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INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVALXLIII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA

EMANCIPACIÓN DE AMÉRICA

CICLO DE CONFERENCIAS - DICIEMBRE 2011CUADERNO MONOGRÁFICO N.º 64

MADRID, 2011

MINISTERIO DE DEFENSA

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INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL

XLIII JORNADASDE HISTORIA MARÍTIMA

CICLO DE CONFERENCIAS - DICIEMBRE 2011CUADERNO MONOGRÁFICO N.º 64

MADRID, 2011

EMANCIPACIÓNDE AMÉRICA

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CUBIERTA: Vista del ataque dado en El Callao por la escuadra chilena del almirante lordCochrane a la española del brigadier Vacaro (28 de febrero de 1819). Rafael Monleón y Torres (1843-1900).Óleo sobre lienzo, 65 x 103 cm.Museo Naval Madrid.DIRECCIÓN Y ADMINISTRACIÓN:

Instituto de Historia y Cultura Naval.Juan de Mena, 1, 1.a planta.28071 Madrid (España).Teléfono: 91 379 50 50.Fax: 91 379 59 45.C/e: [email protected]/[email protected]

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© Autores y editor, 2011Depósito legal: M-44894-2011ISBN: 978-84-9781-718-9NIPO: 075-11-291-6 (edición en papel).NIPO: 075-11-292-1 (edición en línea).Imprime: Servicio de Publicaciones de la Armada.Tirada: 1.000 ejemplaresFecha de edición: mayo, 2011

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MINISTERIODE DEFENSA DIRECCIÓN GENERAL

DE RELACIONESINSTITUCIONALES

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La emancipación de la América hispana, comporta una serie de situacionespeculiares que han sido valoradas con diferentes criterios. ¿Qué papel habrade jugar la Marina Española en los escenarios del conflicto? En las fasespercursoras de la independencia, la Marina tiene encomendada la defensa delas costas, puertos y ciudades de las acechanzas y ataques externos, y mantie-ne su presencia firme en apostadoros y arsenales. Nombres como los deMontevideo, El Callao, Puerto Cabello, Veracruz, Cartagena de Indias y LaHabana serán exponentes de ese esfuerzo, mantenido desde una eficaz, subor-dinada y, en pocos casos, heroica.Pero la Marina en las guerras de independencia no contaba con la suficien-

te capacidad operativa para hacer frente a las insurrecciones y obtener brillan-tes resultados, aunque supo asumir su papel con dignidad y decoro y unacapacidad de sacrificio por propios y extraños, en una guerra en la que criollospeninsulares buscaban fortalecer su herramienta marítima.El Instituto de Historia y Cultura Naval afronta en estas Jornadas los plan-

teamientos esenciales para una mejor comprensión del tema, la evolución delos acontecimientos políticos y militares que con diferentes signo se sucedie-ron tiene una repercusión mediática en el ingrato papel que a la Armada lecorrespondió, merecedor sin duda de reconocimiento y gratitud.

Gonzalo RODRÍGUEZ GONZÁLEZ-ALLERContralmirante director

del Intituto de Historia y Cultura Naval

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La REVISTA DE HISTORIA NAVAL realiza periódicamente la actuali-zación de la lista de suscriptores que comprende, entre otras cosas, lacomprobación y depuración de datos de nuestro archivo. Con estemotivo solicitamos de la amabilidad de nuestros suscriptores que noscomuniquen cualquier anomalía que hayan observado en su recep-ción, ya porque estén en cursos de larga duración, ya porque hayancambiado de situación o porque tengan un nuevo domicilio. Hacemosnotar que cuando la dirección sea de un organismo o dependenciaoficial de gran tamaño, conviene precisar no sólo la Subdirección,sino la misma Sección, piso o planta para evitar pérdidas por interpre-tación errónea de su destino final.Por otro lado recordamos que tanto la REVISTA como los Cuader-

nos Monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval están a laventa en el Museo Naval y en el Servicio de Publicaciones de laArmada, c/. Montalbán, 2.— 28071 Madrid, al precio de 4 euros, larevista, y 6 euros, los cuadernos monográficos. .La dirección postal de la REVISTA DE HISTORIA NAVAL es:INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL.C/ Juan de Mena, 1, 1.ª planta28071 Madrid (España).Teléfono: (91) 312 44 27Fax: (91) 379 59 45.C/e: [email protected]

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S U M A R I O

Apertura, por el director del Órgano de Historia y Cultura Naval,CA Gonzalo Rodríguez González-Aller .......................................

España y la América española a comienzos del siglo XIX. El pórticode la emancipación, por Enrique Martínez Ruiz .........................

La Marina española en América, por Jesús Bernal García ...............Los marinos de la emancipación, Un protagonismo histórico, porJosé Cervera Pery .........................................................................

Las independencias americanas. Reflesiones historiográficas conmotivo del bicentenario, por Pedro Pérez Herrero .......................

De la emancipación a la independencia, por Mario HernándezSánchez-Barba .............................................................................

Págs.

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INTERVIENEN EN ESTAS JORNADAS

Enrique Martínez Ruiz, es catedrático de Historia Moderna en la Universidad Complutense deMadrid. Profesor invitado en numerosas universidades y centros de investigación europeos y americanos,ha sido ponente en congresos, seminarios y reuniones científicas nacionales e internacionales, director deuna treintena de Memorias de Licenciatura y una veintena de Tesis Doctorales, es autor de más de doscien-tas publicaciones de su especialidad, en las que se ha consagrado como gran especialista en Historia Militare Institucional. Entre sus libros están, por ejemplo, La Guerra de la Independencia (1808-1814). Clavesespañolas de una crisis europea (Madrid, Silex, 2007), La Iglesia española contra Napoleón (Actas, 2010) yLos soldados del rey. Los ejércitos de la Monarquía hispánica (1480-1700) (Madrid, Actas, 2008), que hamerecido el premio Villa de Madrid de Ensayo y Humanidades «Ortega y Gasset» del 2009. Su actividadacadémica e investigadora se ha visto reconocida con el nombramiento de Comendador de la Orden de laEstrella Polar (Suecia), así como con la concesión del Premio Nacional de Historia de España. Por susobras sobre el ejército y las instituciones de Seguridad en la Edad Moderna, particularmente en los siglosXVI y XVII, ha merecido la Gran Cruz de Plata al Mérito (distintivo blanco) de la Guardia Civil, la GranCruz de Primera Clase (distintivo blanco) del Ejército, la Gran Cruz al Mérito Naval (distintivo blanco) y laMedalla de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Educación a Distancia.

Es asiduo colaborador en la organización de las Jornadas de Historia Marítima que lleva a cabo el Insti-tuto de Historia y Cultura Naval, en las que ha impartido varias conferencias, es enlace del Instituto con laUniversidad Complutense de Madrid, y como tal ha conseguido que esa Universidad conceda créditos a losalumnos de Historia que asistan a las Jornadas, lo que ha supuesto un muy considerable incremento de asis-tentes jóvenes a las Jornadas. Desde junio de 1998 es vocal de la Junta Facultativa del Instituto de Historiay Cultura Naval y del Consejo Rector de la Revista de Historia Naval y en varias ocasiones ha sido miem-bro del Jurado de los premios Virgen del Carmen. Por su permanente y desinteresada colaboración con laArmada le fue concedida en 2008 la Gran Cruz del Mérito Naval.

Jesús Bernal García es capitán de navío de la Armada y natural de Cartagena. Ingresó en la Armadaen octubre de 1966 en el Cuartel de Instrucción y Centro de Formación de Especialistas de San Fernando ydespués de diversos destinos y ascensos, consideró que su mejor opción era ingresar en la Escuela NavalMilitar, atravesando la puerta de Carlos I el 20 de agosto de 1973, siendo encuadrado en la promoción 378del Cuerpo General de la Armada. El 16 de julio de 1978 ascendió a alférez de navío. Durante su trayecto-ria militar, a lo largo de estos años, ha ocupado diferentes destinos a bordo y en tierra, destacando losmandos del Patrullero Mouro, Patrullero de Altura Ferrol y la Comandancia Dirección de la Escuela deSuboficiales de la Armada.

Es especialista en Electrónica y Guerra Electrónica y ha realizado diferentes cursos y aptitudes, desta-cando el Curso Avanzado de Pedagogía, y el curso de capacitación para el ascenso a almirante/general. Seencuentra en posesión de la Placa, Encomienda y Cruz de la Orden de San Hermenegildo, de dos cruces alMérito Militar y de tres Cruces al Mérito Naval, así como varias menciones honoríficas y dos felicitacionespersonales. Desde el pasado mes de febrero se encuentra destinado como Jefe del Departamento de Culturaen el Instituto de Historia y Cultura Naval.

José Cervera Pery, es licenciado en Derecho y Geografía e Historia. Periodista de titulación oficial.Autor de más de treinta y cinco libros publicados en los campos de la historiografía, narrativa, reportaje,poesía y derecho.

Como historiador naval tiene publicados entre otros La estrategia naval del Imperio (Auge, declive yocaso de la Marina de los Austrias), Marina y política en la España del siglo XIX, La Marina de la Ilustra-ción (Resurgimiento y crisis del poder naval), El poder naval de los reinos hispánicos, La guerra naval del98 (a mal planteamiento, peores consecuencias), Juan Bautista Topete: Un almirante para una revolución,El almirante Cervera: Un marino ante la Historia, la Marina española en la emancipación de Hispanoaméri-ca…

Sobre la guerra en el mar dentro del contexto de la guerra civil, Alzamiento y revolución en la Marina,La guerra naval española (1936-1939 y La historiografía de la guerra en el mar. Como jurista, El Derechodel Mar (de las bulas papales al convenio de Jamaica) y La problemática de la Pesca en el nuevo Derechodel Mar.

Es académico correspondiente de la Real de la Historia, y académico de número de la Real Academiadel Mar, Real academia de San Romualdo y de la Sociedad Heráldica Española, así como de otras institu-ciones españolas e hispanoamericanas.

Pedro Pérez Herrero es catedrático de la Universidad de Alcalá. Doctor en Historia por El Colegio deMéxico (México) y la Universidad Complutense de Madrid (España). Miembro correspondiente de laAcademia Mexicana de la Historia. Director del Máster Universitario en América Latina contemporánea y

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sus relaciones con la Unión Europea: una cooperación estratégica y del Doctorado en América Latinacontemporánea ofrecido por la Universidad de Alcalá. Director del Instituto de Estudios latinoamericanosde la UAH y de la Cátedra del Exilio de la Universidad de Alcalá. Autor de diversas publicaciones sobre lahistoria y la realidad actual de América Latina.

Mario Hernández Sánchez-Barra. Estudió Historia en la Universidad de Valencia. Doctorado en laUniversidad de Madrid (1952). Tesis Doctoral: Dinámica histórica-política de la provincia de Sonora en lasegunda mitad del siglo XVIII. Publicada en 1957 con el título: La última expansión española en América(Madrid. Instituto de Estudios Políticos). Permios extraordinario de la Universidad Complutense. Profesoren la Facultad de Historia de la Universidad Complutense: Profesor adjunto por oposición de HistoriaModerna y Contemporánea de América, catedrático por oposición en el año 1968 de Historia Contemporá-nea de América, Extensión de Cátedra y fundador de la Facultad de Filología inglesa en la UniversidadComplutense, Desempeña la cátedra de Historia de Inglaterra y la de Historia de Estados Unidos. Ha sidocatedrático extraordinario de Historia de América en la Universidad San Pablo CEU (1993-2008). Catedrá-tico emérito. Catedrático de la Universidad Francisco de Vitoria. Emérito de la misma. Pertenece a variasacademias hispano-americanas. Ha publicado cincuenta y cuatro libros de su especialidad y más dedoscientos artículos monográficos de su especialidad en revistas españolas, americanas y europeas. Directorde la colección La Corona y los pueblos americanos. 10 vol. Entre sus publicaciones destacan: HistoriaUniversal de América. 2 tomos. Editorial Guadarrama, Historia de América. 5 tomos. Editorial Alhambra,Simón Bolívar, una pasión política. Editorial Ariel, Las independencias americanas (1767-1878). Génesisde la descolonización. Madrid, 2009, América y el mar. Colección Mapfre. V Centenario. Fundador ydirector de la revista Mar Océana (desde 1981). Ha dirigido 112 tesis doctorales de alumnos españoles,hispanoamericanos, norteamericanos y europeos. Ocho de sus alumnos han conseguido por oposición cáte-dra de universidad.

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REVISTA DE HISTORIA NAVALPetición de intercambio

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APERTURA

El proceso emancipador de la América hispana tiene una serie de causas deorden político, económico, social y jurídico, cuyo análisis y reflexionespueden abordarse desde muy distintas ópticas y desde valoraciones contra-puestas. El Instituto de Historia y Cultura Naval, atento siempre al papel deEspaña en la mar, en circunstancias bélicas o pacíficas, no podía sustraerse alintento de situar en estas jornadas, el difícil, esforzado y meritorio posiciona-miento de la Armada en los diferentes conflictos surgidos en el aluvión inde-pendentista. Porque la independencia de los territorios ultramarinos no es unfenómeno que convenga analizar de un modo aislado, sino que forma parte deun conjunto mucho más amplio que abarca todo el occidente europeo y sedesarrolla entre 1770 y 1825, sobre poco más o menos.En los albores del siglo XIX la faz del mundo cambia profundamente: la

independencia de las colonias inglesas de Norteamérica, a la que Españaayudó, la revolución francesa de 1789, los trastornos que ocasionan a Europalas guerras napoleónicas, el nacimiento del orden constitucional español en lasCortes de Cádiz y la posterior reacción absolutista, entre otros, fueron aconte-cimientos de la mayor importancia que dejaron su impronta.La emancipación o independencia hispanoamericana puede entenderse que

se realiza en tres fases: un periodo de antecedentes o de gestación anterior a1808, otro entre 1808 y 1815, con los primeros levantamientos y, por último,la fase entre 1816 y 1825, con la obtención de la independencia y la organiza-ción de los nuevos estados. Desde 1826, por tanto, el imperio trasatlánticoespañol deja de existir y el continente americano se convierte en un mosaicode repúblicas independientes, mal avenidas entre sí, y sobre las que EstadosUnidos extenderá su creciente influencia.No por ello se romperán los vínculos entre la vieja España y la joven

América, y buen ejemplo de ello estará contenido en la proclamación de inde-pendencia de Méjico por Agustín de Iturbe el 21 de febrero de 1821, cuandoel sol español había iniciado su declive en aquellos territorios donde parecíafijo. Trescientos años, decía Iturbe, estuvo la América septentrional bajo latutela de la nación más católica y piadosa, más heroica y magnánima. Españala educó y engrandeció formando esas ciudades opulentas, esos puebloshermosos, esas provincias y reinos dilatados que en la historia del mundo vana ocupar lugar muy distinguido.

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Gonzalo RODRÍGUEZ GONZÁLEZ-ALLERContralmirante-director

del Instituto de Historia y Cultura Naval

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Durante todas estas fases, la Armada afirma con su presencia su indeclina-ble misión histórica, su habitual exigencia. En las situaciones precursoras dela independencia, la Armada en América defiende puertos, crea y protegeapostaderos, realiza transportes de tropas y material y está en primera líneafrente a los ataques externos, como en Cartagena de Indias en 1806. De aquíque las provincias costeras de la Nueva España se fortifiquen y artillen, refor-zando en lo posible los apostaderos en los principales puertos que habían deconvertirse en focos de resistencia hispánica cuando les alcance el movimien-to expansionista insurreccional. En la guerra de América, como también havenido llamándosele, la Armada tendrá que apoyar y en muchos casos conso-lidar las operaciones de tierra o combatir en acciones navales de forzadasestrategias.En estas jornadas se aborda desde una amplia perspectiva no sólo el papel

de la Armada como institución en los escenarios de confrontación, sino lapuesta en situación con los orígenes y antecedentes del conflicto. Así, dentrode breves momentos, el profesor Martínez Ruiz, preclaro colaborador de esteInstituto, nos descubrirá con su indudable solvencia el posicionamiento deEspaña en la América española a principios del siglo XIX con sus luces y sussombras. Mañana (D.m.), el capitán de navío Bernal y el general auditorCervera Pery fijarán las directrices de la Armada en América y los marinosprotagonistas de la emancipación. Un necesario contraste entre el protagonis-mo de la Armada, como institución, y las personas que jugaron los papelesmás relevantes. Y, en la última jornada, trataremos el periodo desde la Eman-cipación a la Independencia, de la mano de los prestigiosos catedráticos donPedro Pérez Herrero y don Mario Hernández Sánchez Barba. Todo un lujopara el remate de unas Jornadas que inician un recorrido de planteamientosesenciales, de confrontaciones mediáticas, de posicionamientos que a vecesno eran tan antagónicos porque, en la lucha de las ideas, absolutistas y libera-les combatieron a un enemigo en el que a veces se fundían y entremezclabantales antagonismos, que en no poco la emancipación americana fue una guerracivil trasplantada a otras orillas y a la que la Armada no quiso ni pudo sustraer-se, con el cumplimiento del deber como premisa esencial.

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ESPAÑA Y LA AMÉRICA ESPAÑOLAA COMIEnzOS DEL SIGLO XIX. 

EL PÓRtICODE LA EMAnCIPACIÓn (1)

Desde nuestra perspectiva actual, y a la vista de los acontecimientos que sesuceden a lo largo de la segunda mitad del siglo XvIII y hasta 1808, tal vez nosea exagerado decir que España y  la América española estaban al  final de unproceso de  intereses divergentes que no necesitaba más que un  factor externocomo precipitante para que se rompiera la relación existente entre ambas partes,y ese factor sería la invasión napoleónica de España y sus consecuencias.

El proceso, las tensionesSe ha dicho que con Carlos III se consolida la tendencia por la que España

quiere  acentuar  el  rendimiento de  sus  colonias  americanas,  siguiendo  lospasos marcados, sobre todo, por Inglaterra, con la que estaba en pugna desdeprincipios  del  siglo XvIII y  que había  salido muy  favorecida de  la  paz deutrecht de 1713. A este respecto, Carlos III, sobre el reformismo precedentede  su padre, Felipe v,  y  de  su hermano, Fernando vI,  aplica  una  serie  demedidas económicas y administrativas de indudable repercusión social. 

tres son los objetivos fundamentales que se persiguen:— acabar  con  el  contrabando y  el  fraude,  la  principal  amenaza de  la

hacienda regia, que ve mermados sus ingresos por el abundante tráficoilícito;

— potenciar los lazos administrativos y económicos a fin de que la metró-poli pudiera obtener mejores rendimientos en sus posesiones excluyen-do la injerencia extranjera;

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Enrique MARtínEz RuIzCatedrático de Historia Moderna

universidad Complutense de Madrid

(1)    Este trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación HAR 2009-11830, financiadopor  el Ministerio  de Ciencia  e  Innovación,  titulado «El  ejército  de  la  Ilustración:  novedadesorgánicas, tácticas y logísticas».

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— mejorar la defensa y las infraestructuras para preservar el dominio espa-ñol  de  los  ataques  enemigos y  facilitar  la  conexión  entre  las  áreasamericanas y entre estas y la metrópoli.

tres  objetivos  que  están  íntima-mente  conectados  entre  sí. El  hechode  que  las  economías  española  yamericana  fueran  semejantes  en  vezde  complementarias  agravaba  lasdificultades,  pues  algunos  sectoresde la demanda colonial favorecían lallegada  de  productos  extranjeros  ypotenciaban  el  contrabando. uncomercio  ilícito  que  sólo  se  podríaatajar  si  se  aumentaban  los  contro-les,  se  potenciaba  la  armada  y  elejército,  se  flexibilizaba  el monopo-lio  y  se  dinamizaba  la  organizaciónadministrativa;  en  suma,  era  precisofrenar  la  capacidad  económica  ymilitar de los enemigos y mejorar lapropia.

A  comienzos  del  reinado  deCarlos  III,  el  panorama  económicoamericano  presentaba  la  realidadque  podemos  ver  en  el mapa  (2),donde  comprobamos  que  hay  una

gran coincidencia entre las zonas de contrabando más intenso y las áreas deintegración  económica  creciente,  donde  encontramos  los  núcleos  criollosmás activos y de donde saldrán las principales fuerzas independentistas.

El 16 de octubre de 1765 se publicaba la autorización de libre comercio delos  puertos  de Alicante, barcelona, Cádiz, Cartagena, Sevilla, La Coruña,Gijón, Málaga y Santander  con  las  islas  de Cuba, Santo Domingo, PuertoRico y Margarita. Para entonces ya se había creado un nuevo virreinato, el denueva Granada, que se puso en marcha en 1717 por unos breves años y fuerecreado a partir de 1740 (3), desgajándose del virreinato del Perú, que con elde nueva España (México) eran los dos existentes desde el inicio de la coloni-zación. A  estos  tres  virreinatos  se  unía  un  cuarto  en 1776,  el  del Río de  laPlata, y a fines del siglo XvIII poseían una organización autónoma del virreina-to  de nueva España  las  capitanías  generales  de Guatemala, Cuba, Caracas,

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Monopolio y contrabando en la América espa-ñola en vísperas del libre comercio.

(2)    MARtínEz RuIz, E.; MAquEDA AbREu, C., y DIEGO, E. de: Atlas histórico de España,t. II. Madrid, 1999, p. 24.

(3)    vid. MAquEDA AbREu, C.: El Virreinato de Nueva Granada (1717-1780). Estudioinstitucional. Madrid, 2007.

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Puerto Rico y Luisiana,  a  las  quehabía  que  añadir  las  de Caracas  yChile (mapa 2) (4).

En  abril  de  1779, Carlos  III  sedecide a intervenir en la guerra contraInglaterra,  al  lado de Francia  y  enayuda de  las  sublevadas trece Colo-nias  inglesas  de norteamérica,  queluchaban  contra  su metrópoli  desde1766. una guerra de la que España noobtendría  ningún beneficio,  puesmientras  duró  supuso  un  nuevoenfrentamiento  con Gran bretaña ycuando  concluyó,  el  3  de  septiembrede 1783 por el tratado de versalles, seratificaba  la  independencia  de unascolonias, lo que constituía un referen-te de primer orden, pues se demostra-ba que las viejas metrópolis europeaspodían  ser  derrotadas,  algo que nopasó desapercibido para  los  elemen-tos sociales y económicos desconten-tos con el dominio español, y si al norte del continente americano aparecía unnuevo país,  los Estados unidos de norteamérica,  podía ocurrir muy bien  lomismo al sur de Río Grande.

testigo  especial  de  estos  acontecimientos  fue  José de Gálvez,  secretariodel Despacho universal de Indias y presidente del Consejo de Indias, lo que leconvertía  en uno de  los personajes  españoles más poderosos y  en  el  tiempoque gozó de la confianza de Carlos III, desde 1776 a 1786 fue ministro másimportante  del  equipo de gobierno del  rey  español, ministro  al  que  algunosresponsabilizan de  los  logros y  realizaciones de  la política  indiana, mientrasque otros le reprochan la aplicación de unas medidas en América tan restricti-vas que espolean el descontento contra la metrópoli, pues la política reformis-ta rompe el consenso colonial y fractura la relación de España con la Américaespañola (5).

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(4)    MARtínEz RuIz, E., GutIÉRREz CAStILLO, A. y DíAz LObÓn, E.: Atlas histórico. EdadModerna. Madrid, 1988, p. 202.

(5)    En la primera postura, con un juicio muy favorable al ministro, nos encontramos, porejemplo,  a GÓMEz. M.: Forma y expedición del documento en la Secretaria de Estado y delDespacho de Indias,  Sevilla,  1993,  pp.  50-51, mientras  que  como exponente  de  la  posturacontraria, la que responsabiliza a Gálvez de acelerar la marcha de las colonias españolas haciala  independencia,  tenemos a LYnCH,  J.: «El  reformismo borbónico e Hispanoamérica»,  en Elreformismo borbónico. Una visión interdisciplinar. Madrid,  1996,  pp.  37-59,  pues  consideraque  el ministro  español  pone  en marcha «una nueva  colonización de América» que  llevó  al«segundo  imperio», y  fue  el «causante último de  la  ebullición del  sentimiento que  llevó a  laindependencia».  

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En cualquier caso, la aparición de la nueva república americana y la persis-tencia de las tensiones con Inglaterra mantendrán en primer plano las líneas deactuación que hemos  señalado,  lo que  explica  los  abundantes y variadosproyectos que se hacen para América tanto a fin de acabar con los viejos plan-teamientos  económicos  como con vistas  a potenciar  la defensa y  afirmar  elEstado,  traduciéndose  en una política  centralista y unificadora que  altera demanera irreversible las relaciones imperantes entre España y América (6). unarealidad que se  irá agravando a medida que caminamos hacia el  fin del sigloXvIII y arranca el XIX. La ocupación de España por las tropas napoleónicas, lamarcha de la familia real a bayona y la introducción de una nueva dinastía enla persona de José I bonaparte marcan el comienzo de una sublevación contratal estado de cosas tanto en España como en las colonias españolas de América,pero esa sublevación seguirá caminos diferentes a uno y otro lado del Atlántico.

Semejante divergencia  tiene para  la Monarquía una complicación añadida,pues no se trata de rechazar a un enemigo externo ni de sofocar una más de lasrevueltas  internas que  se venían produciendo,  sino de afrontar,  además de  laguerra en la Península, otra guerra en las colonias de duración imprevisible, congraves dificultades  logísticas y con  las  comunicaciones  interrumpidas con  lametrópoli. Así que, en no poca medida, sólo se podrán emplear contra la suble-vación  los  recursos militares  allí disponibles,  es decir,  las  fuerzas militaresterrestres y navales existentes en el continente americano. Como las navales sonobjeto de otra conferencia en estas jornadas, analizaremos aquí las terrestres. 

El ejército español en América: organización y componentestradicionalmente se viene considerando a Carlos III el artífice del ejército

español del siglo XvIII, y esa consideración descansa en la publicación de dosdocumentos a los que se ha dado una gran importancia orgánica, pues se les

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(6)    La profesora MAquEDA AbRÉu, C., que me ha dejado consultar el trabajo que ultimasobre Gálvez, resume con acierto y precisión los resultados de esa política en un párrafo que nonos resistimos a recoger, en el que hay unos entrecomillados que toma de vIvES AzAnCOt, P.:«los  Ilustrados parten de  la  consideración de que América  estaba  inmersa  en un proceso derecuperación económica desde el final del siglo XvII y una explosión demográfica desde 1758,así como de una especialización regional producida por los latifundios,  la expansión del régi-men de plantaciones de productos como el cacao y el café,  la producción manufacturera, o elavance en la ganadería,  la minería y  las comunicaciones,  lo que con frecuencia conduce a unengrandecimiento proclamado y deseado por los ilustrados españoles como ya hemos visto enCampillo, Campomanes y otros;  pero  sin  duda  también  esta  bonanza  económica había  idodando independencia a las Indias del abastecimiento de la metrópoli. Por lo dicho se puede afir-mar que el espíritu de la Ilustración ahormó y articuló la conciencia americana hacia su afirma-ción,  cambió  el  “letargo  escolástico de  las  universidades” y provocó que  “tomara  cuerpo  laopinión pública  americana”  con  la  consecuente  aparición de  intereses  y  un  choque  entre  “laélite de funcionarios enviados de España y la otra élite americana identificada con la tierra (unapoderosa clase de colonos criollos)” (…) entre “la clase dominante criolla y una casta burocráti-ca que detentaba el poder político como representante de la metrópoli».

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atribuye  la  consolidación de  la  estructura militar  esbozada  a  principios  desiglo XvIII y mantenida hasta más allá de mediados del XIX. Se trata del Regla-mento de Milicias de 1766 y de las Reales Ordenanzas de 1768. 

Con el Reglamento se trataba de remediar la pésima situación en la que seencontraban las Milicias Provinciales, que constituían uno de los dos pies enque descansaba la organización militar española establecida por los borbones.En  efecto,  este  contingente  constituía  la  denominada  estructura  territorial,cuyo empleo, en principio, se reduciría a actuaciones dentro de su propio terri-torio provincial —algo que luego no se cumplirá estrictamente—; el modeloque se sigue es el de las Milicias Provinciales francesas, cuyo impulsor funda-mental fue Louvois (7), ministro de Luis XIv. 

Con  las Ordenanzas  se  buscaba  consolidar  el  nuevo perfil  que  se  queríapara el ejército  regular español, el cual constituía el otro pie de  la organiza-ción militar,  la  denominada  estructura  orgánica,  y  es  el  contingente  que  seutilizaría en la Península y, sobre todo, en los conflictos internacionales. En sucontenido  se  abandonaba  la  influencia  francesa y  se  implantaba  el modeloprusiano en lo concerniente a instrucción, táctica y disciplina, regulando todaslas dimensiones de la milicia hasta convertirse en un referente posterior. Pesea  la  influencia  prusiana,  estas Ordenanzas  son  consideradas por muchos  lasrestablecedoras  de  la  vena militar  tradicional  española  y  las  impulsoras  delestablecimiento del nuevo espíritu que se quiere para las tropas hispanas. Deambas disposiciones,  la primera ha  tenido menor consideración y  relevanciaque la segunda. 

En efecto, el Reglamento de Milicias de 1766 apenas ha merecido atencióny no se ha ponderado en su proyección práctica, aunque, dada la trayectoria delas milicias, su eficacia es cuestionable. En su contenido no hay grandes nove-dades, pero se hace eco de los intentos de mejora habidos en los años prece-dentes: los regimientos se amplían de 33 a 42 de 720 plazas cada uno, siendoel total de 31.920 efectivos. tampoco se aplicó en los reinos de la Corona deAragón ni en las provincias exentas, afectando sólo a Castilla; su sostenimien-to se haría mediante una contribución única, dos reales por fanega de sal, quese cobraría en todos los territorios, cuya administración correría a cargo de lascabezas de partido. todas las cargas anteriores establecidas con esta finalidadcesarían. Por  lo  demás,  la Milicia Provincial  vive una  época dorada  en  ladécada de 1780, por estar la mitad de la infantería de línea en América y sernecesario  reforzar  la  defensa peninsular,  pero después no hace más quelanguidecer hasta su disolución definitiva en el siglo XIX.

no  sucede  lo mismo con  las Ordenanzas de 1768, valoradas  en  excesocomo consecuencia de una generalización en la estima de su contenido; esta-

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(7)    unidades que desde el  siglo pasado atrajeron  la  atención de  los estudiosos. véanse.HEnnEt, L.: Les Milices Provinciales. París,  1882,  y Les Milices et les troupes provinciales.París, 1884 ; GEbELIn, J.: Histoire des Milices Provinciales (1688-1791). París, 1882; SAutAI,M.: Les Milices Provinciales sous Louvois et Barbezieux. París,  1909. Más  recientemente,ROnDEAu, M. : Histoires des Milices Royales. Le Mans, 1991.

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ban divididas  en ocho  tratados,  que  constituyen una  especie de  enciclopediamilitar,  pues  abordaban  todos  los  temas  castrenses:  organización, vestuario,tratamientos, honores, actos, obligaciones de los soldados y sus mandos, leyespenales,  régimen  interno,  táctica,  servicios de guarnición y  en  campaña,  etc.todos  estos  aspectos  fueron modificados posteriormente,  de  acuerdo con  laevolución de  los  tiempos,  salvo el  tratado  II, un verdadero compendio de  lasvirtudes morales que debe reunir un soldado, muy completo entonces, aunqueactualmente se evidenciaran sus carencias al estar redactadas en una época quepoco  tiene que ver  con  la  actual,  pero que giran  sobre unos  conceptos  clavesiempre vigentes:  subordinación, obediencia,  servicios,  disciplina,  espíritu yhonor. Son valores imperecederos en el mundo militar, por eso el título II se hamantenido hasta 1979 y su vigencia se ha hecho extensiva a todas las Ordenan-zas, generalizándose la creencia o afirmación —inexacta— de que permanecie-ron en vigor desde el momento de su promulgación hasta las Ordenanzas quehoy rigen en el Ejército español, promulgadas en el ya citado año de 1979. 

Las  excelencias  de  las Ordenanzas de 1768  se  han venido  repitiendo demanera generalizada  (8), merced  a  unas valoraciones más  influidas  por  lavigencia posterior del texto que por su verdadera eficacia, ya que en el ejércitoque las recibió no se advirtieron los efectos reparadores y transformadores quese les atribuyen. Especie de abstracción en la que sólo se valorara intrínseca-mente el  texto, particularmente el  referido  tratado II, sin  tener en cuenta susefectos prácticos. Por eso se las ha calificado de «sabias», «bellas», etc. Perouna cosa  es  su  contenido y otra muy distinta  la ponderación de  sus  efectos,porque  afirmaciones  tan  laudatorias  difícilmente  pueden  congeniarse  coniniciativas registradas a poco de ser publicadas (9).

Desde hace unos años se viene produciendo una revisión de los supuestoshistoriográficos «tradicionalmente  laudatorios» de  las Ordenanzas  (10). Pornuestra  parte,  ya  hemos manifestado  las  reservas  que  tenemos  respecto  aellas (11), en el sentido de que no se articuló ningún medio para comprobarque las prescripciones se aplicaban y se cumplían adecuadamente. 

A  la  vista  de  lo  sucedido  en  los  años que quedaban para  que  acabara  elsiglo XvIII, no podemos menos de preguntarnos por qué las alabadas excelen-

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(8)    una muestra  de  esa  consideración  en GáRAtE CÓRDObA,  J.M.:  «Las ordenanzas deCarlos III. Estructura social de los ejércitos», en Historia social de las fuerzas armadas españo-las, t. I. Madrid, 1986, pp. 119 y ss. 

(9) véase, AnDúJAR CAStILLO, F.: «El Conde de Aranda y la Capitanía General de Casti-lla la nueva», en Actas del IV Congreso de Historia Militar. «Guerra y milicia en la Españadel X Conde de Aranda». zaragoza, 2002, pp. 57 y ss.  

(10)    Como muestra puede servirnos, el libro de AnDúJAR, F.: Los militares en la Españadel siglo XVIII. Un estudio social. Granada, 1991, que es un buen exponente de la «actitud revi-sionista» a la que nos referimos.

(11)    véase,  por  ejemplo, MARtínEz RuIz, E.:  «Ejército  y Milicias  de  la Guerra  de  laConvención a la Guerra de la Independencia», en Torre de los Lujanes, núm. 29, 1995, pp. 45-59,  y  en «El  largo ocaso del  ejército  español  de  la  Ilustración: Reflexiones  en  torno  a  unasecuencia  temporal», en Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante,núm. 22, 2004, pp. 431-452. 

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cias de las Ordenanzas no tuvieron resultados prácticos. La respuesta hay quebuscarla en varias dimensiones a la vez. Por un lado, tenemos las discrepan-cias de la clase política, y por otro, la aplicación de la Ordenanza no tuvo unseguimiento adecuado.

Por  lo  que  se  refiere  a  la  primera  cuestión,  el  conde  de  Floridablancatenía unas  ideas muy diferentes de  las de  su  rival,  el  conde de Aranda. Ladiferente visión y concepción política de estos dos personajes tuvo su reper-cusión en el ámbito militar, pues Floridablanca recelaba de las ambiciones yproyectos del  jefe del partido aragonés, aristócrata y militar convencido deque los grupos que dirigía, militares y aristócratas como él, debían recuperarla preeminencia nacional,  a  lo que  se oponía decididamente Floridablanca,quien era partidario de que el ejército regular actuara en las colonias,  lejosde la metrópoli, mientras que las milicias provinciales serían la salvaguardiametropolitana.

Esta  falta  de  entendimiento ha  sido destacada  en numerosas  ocasiones,pero se ha situado en el contexto de la oposición política que ambos protago-nizaban. no  se  ha  considerado  lo  que puede  suponer  para  el Ejército,  puesFloridablanca no puso especial empeño en que las Ordenanzas se aplicaran yel paso de Aranda por el poder fue tan breve que no tuvo oportunidad de hacernada en este sentido. Al no producirse la colaboración de los dos líderes políti-cos y  sus diferentes puntos de vista,  se  frustra  la oportunidad de comprobarlos efectos de las Ordenanzas de 1768.

tampoco se ha tenido en cuenta en el sentido que comentamos lo sucedidoen la guerra del Rosellón (1793-1975), un fracaso que en la historiografía noha sido considerado en relación a los efectos de las Ordenanzas en el Ejército,como  tampoco  fue valorado  adecuadamente  en  la  época,  aunque unos  añosdespués Godoy se propusiera la elaboración de unos reglamentos con vistas amejorar  el panorama existente en nuestra milicia. En cualquier  caso, da quepensar que, veinticinco años después de promulgadas las Ordenanzas —todauna generación—, el ejército español padeciera una derrota semejante.

En cuanto a la aplicación de la Ordenanza, su promulgación y órdenes deaplicación no bastaron para garantizar la perdurabilidad de sus buenos efectos;por otro lado, al no haber un seguimiento, no se pudo comprobar en qué medi-da su implantación había calado en las estructuras militares, y no nos pareceque sea justificación suficiente de lo ocurrido hacer recaer la responsabilidaddel «fracaso» de las Ordenanzas en los reglamentos que deberían complemen-tarlas  y  que no  se  llevaron  a  efecto hasta más de  treinta  años después porGodoy, con  resultados muy mediocres y  sin capacidad de cambiar el  rumboque llevaba nuestro ejército.

Desde mi punto de vista, las ordenanzas de Carlos III tienen más de culmi-nación de un proceso que de novedad, parecer que gana en entidad, pues seabre paso en la historiografía la convicción de que sin las reformas emprendi-das  por  Felipe v  y  continuadas  por  Fernando vI,  las  realizaciones  deCarlos III no hubieran tenido lugar, y esta realidad es aplicable tanto al ejérci-to peninsular como al ultramarino. 

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no obstante, hemos de ser justos ydejar constancia de que  las Ordenan-zas de Carlos  III  no  sólo gozaron enEspaña de una larga vida, gracias a laperdurabilidad de su espíritu; tambiénfueron  aplicadas  en América por  losmilitares españoles allí destinados, deforma que cuando comienza la guerrade  la  Independencia,  los  ejércitosrebeldes de la América española esta-ban organizados de  la misma  formaque nuestro  ejército  peninsular  y  yaen plena  independencia,  en  ejércitoscomo el  argentino,  el  chileno y  casitodos los de América central y los delnorte  de América del  sur,  su  espírituse mantuvo durante mucho  tiempo yson  consideradas  el  arranque de  suejército nacional (12). 

Pues bien,  ¿cómo era  el Ejércitoespañol  cuando  se  inicia  el  procesode  independencia  en  las  coloniasamericanas? un  espacio dividido  en

cuatro virreinatos y siete capitanías generales, más o menos autónomas, cuyodespliegue operativo  se  escalonaba  en  cientos  de plazas,  fuertes,  castillos,baluartes, baterías, destacamentos, presidios, fortalezas, puertos, torres, reduc-tos y casas, cuya reforma se  lleva a cabo, se ha dicho, en  tres momentos: elprimero debido  a Felipe v entre  1719 y 1740;  el  segundo,  lo  protagonizaFernando vI entre 1753 y 1759 y el último  Carlos III, entre 1764 y 1788 (13).

Así pues, tenemos que remontarnos a la época de Felipe v, que es quien enrealidad  emprende una  reforma  total  de  los  planes de defensa vigentes  enAmérica desde la época de la conquista, de forma que hasta 1719, año en quese crea la primera unidad fija en América, no se inicia el proceso que culminaunas décadas después, estableciendo la estructura operativa del ejército colo-nial (14), que quedó organizado, básicamente, en tres elementos (15):

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Infraestructura  portuaria  y  defensiva de  laAmérica  española  y Filipinas  (h.  1760-1780).

(12)    Es una consideración bastante generaliza a ambos lados del Atlántico. una muestraen SALAS LÓPEz, F.  de: Ordenanzas militares en España e Hispanoamérica. Madrid,  1992,particularmente en  la parte  tercera. véase  también, por  ejemplo, ARAnCIbIA CLAvEL, Patricia(ed.): El ejército de los chilenos (1540-1920). Editorial biblioteca Americana, Santiago, 2007.

(13)    MARtínEz RuIz, E.; MAquEDA AbRÉu, C., y DIEGO, E. de: Atlas histórico…, p. 24.(14)    véase,  por  ejemplo, GÓMEz RuIz, M. y ALOnSO JuAnOLA, v.: El ejército de los

Borbones, t. III, vol. I. Salamanca, 1989,  pág. XII.(15)    MARCHEnA FERnánDEz, Juan: «El ejército de América y la descomposición del orden

colonial. La otra mirada en un conflicto de lealtades», en Militaria. Revista de Cultura Militar,núm. 4. Madrid, 1992, pp. 63-91.

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— Ejército de Dotación— Ejército de Refuerzo (de tropas peninsulares)— Milicias. 

El Ejército de DotaciónEl Ejército de Dotación, núcleo del  ejército  colonial,  tenía  como misión

defender aquellos territorios, lo que lo convierte en el ejército regular america-no,  constituido por unidades  repartidas por  todo el  continente. Pero  es uncontingente pequeño: en la primera mitad del siglo sus efectivos se sitúan entrelos 5.000 y los 8.000 hombres para América y Filipinas, aunque en la segundamitad aumentarían mucho, hasta alcanzar los 35.000 hombres. Estaba formadopor unidades fijas, es decir, destinadas en una plaza, y raramente se movían deella. Eran fuerzas veteranas o regulares ubicadas en las ciudades más importan-tes y en plazas fuertes como tropas de guarnición y con misiones básicamentedefensivas. tenían un número determinado de soldados y oficiales, recogido enel reglamento específico que se elabora, prácticamente, para cada una de talesunidades. Esos reglamentos empezaron a emitirse en 1719 tomando como refe-rente, en principio, las Ordenanzas peninsulares y luego atendiendo a la especi-ficidad de cada plaza, como quedó recogido en cada uno de esos reglamentos,que  fueron  jalonando el  siglo hasta 1799  (16),  siendo  su  contenido bastanteparecido, diferenciándose en el número de efectivos asignados a cada lugar, lanaturaleza del arma a la que pertenecen las diferentes unidades y la cuantía delos situados asignados a su mantenimiento. 

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(16)    En nueva España se publican los siguientes: en 1749, para la guarnición de veracruzy San Juan de ulúa; en 1765, para el Cuerpo de Artillería de ese virreinato; en 1772, para lospresidios que forman la Línea de Frontera de nueva España, y en 1780, para la guarnición deAcapulco. En el Yucatán, su guarnición recibe el reglamento en 1754, la del presidio de nues-tra Señora del Carmen, en 1774, y la guarnición veterana del Yucatán y Campeche, en 1778. Enlas Antillas los reciben: en 1719, el presidio de La Habana; en 1738, la guarnición de la plazade Santo Domingo; en 1739, el presidio de San Juan de Puerto Rico; en 1741, Puerto Rico y loscastillos de su jurisdicción; en 1753, las guarniciones de la plaza de La Habana, con los casti-llos y fuertes de su jurisdicción: Santiago de Cuba, San Agustín de la Florida y San Marcos deApalache;  en 1754  se  emite  un  suplemento para  los  reglamentos de La Habana, Santiago deCuba y San Agustín  de  la Florida,  y  en 1765,  el  reglamento para  todas  las  tropas de PuertoRico. En nueva Granada, la primera guarnición en recibir su reglamento es la de Cartagena deIndias, en 1721, que se amplía en 1736 con otro que  incluye a dicha plaza y a  los castillos yfuertes de su jurisdicción; en 1738 entra en vigor el reglamento para las guarniciones del presi-dio de Panamá,  del  de Portobelo  con  sus  castillos  y  fuertes,  del  de San Lorenzo  el Real  deChagra y de las provincias del Darién y veragua. En venezuela tenemos en 1767 el reglamentopara la guarnición de la provincia de Guayana; en 1769, el de Cumaná y trinidad, y en 1799, elque aumenta la guarnición de Cumaná. En Perú, en 1753, reciben sus reglamentos la plaza delReal Felipe de El Callao y en Chile; en 1753 también los reciben la de valdivia con sus casti-llos, las plazas fronterizas de la Concepción, valparaíso, las islas Chiloé y las de Juan Fernán-dez, y en 1777, el plan general del Ejército del Reino de Chile. véase MARCHEnA FERnánDEz,Juan: Oficiales y soldados en el Ejército de América. Escuela de Estudios Hispanoamericanos,CSIC, Sevilla, 1983, pp. 52-55.

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La estructura de estas fuerzas era idéntica a las peninsulares, y en tiem-pos  de Carlos  III  se  emiten  unas  disposiciones  que  agrupan  a  todas  estasunidades como Ejército de América, prevén intercambios logísticos entre lasguarniciones, y la defensa del imperio se plantea a base de la conjunción deesfuerzos de todos los elementos establecidos. Dentro de este colectivo mili-tar,  y desde 1772,  los presidios van  a  tener  su propia  entidad,  pues  en  esafecha  se  le  da  un  reglamento  que  los  diferenciaba  dentro  del Ejército  deDotación.

Pero si estructuralmente el Ejército de Dotación y el peninsular eran igua-les, el elemento humano que los componía era diferente, caracterizando al deDotación como un ejército específicamente americano, en lo que fue determi-nante la recluta y la oficialidad. En efecto. La recluta constituyó un constantecaballo de batalla en América, donde el embrión del ejército fueron las guarni-ciones o compañías de presidio, cuyos componentes eran soldados profesiona-les, peninsulares, que se mantenían y equipaban con sus pagas. Pero cuando elsistema de plazas  fuertes  se  amplía  y  se  complica,  no  resulta  fácil  llevar  agente  desde España y  ello  impulsa  a  las  autoridades  a  crear  allí  una  fuerzapermanente,  cuyos objetivos  eran  tan vastos  que hay que  recurrir  a  levas,provisionales  al  principio,  institucionalizadas más  tarde,  apareciendo  en  lalegislación  impedimentos  a  la  recluta  de negros, mulatos  y mestizos  y  decuantos  no  reunían  las  condiciones que marcaban  las  ordenanzas y  cédulasmilitares. 

Aun  así,  se  alistaron  individuos  no  aptos  para  el  servicio  (borrachos,jugadores, inválidos…) y fueron pródigos los abusos (a veces, los soldadosno  aparecían  por  su  plaza,  repartiéndose  su  haber  con  los mandos  de  lacompañía).  El  resultado  es  que  en  la  tropa  de Dotación  nos  encontramoscon

— españoles que son reclutados en aquellas tierras y cuyo número dismi-nuye a lo largo del siglo;

— soldados  españoles  que  llegan  a  Indias  con  las  unidades peninsularesque  forman el Ejército de Refuerzo y que  se quedan allí por  la mejorpaga y la mayor consideración social (son españoles en un mundo crio-llo, mestizo o indígena);

— españoles enviados a Indias como castigo (desertores, vagos, condena-dos a penas no infamantes, estafadores…);

— criollos  reclutados,  cuyo  número  va  aumentando  a  lo  largo  delsiglo. 

A  finales del  siglo XvIII, estas  tropas  eran  criollas  casi  en  su  totalidad,algo  de  gran  trascendencia  en  los  sucesos  que  se  desatarían  a  partir  de1810. En cuanto a los oficiales, constituyen el grupo social más alto, puespertenecen al Ejército Real; si son peninsulares, proceden de una élite espa-ñola, y si son criollos, pertenecen a la aristocracia americana o a la oligar-quía acaudalada. 

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El Ejército de RefuerzoMantener al completo  las unidades del Ejército de Dotación era  imposible,

como era impensable que la dotación de una plaza, compuesta por 1.000 o 1.500hombres, pudiera hacer frente con éxito por sí sola a la fuerza de desembarco deuna flota enemiga que podía superarla ampliamente (por ejemplo, una escuadrainglesa desembarcó 15.000 hombres en 1741  frente a Cartagena de  Indias).Había, pues, que enviar,  en caso de guerra, un contingente de  refuerzo a  lospuntos más débiles del dispositivo defensivo y a aquellas plazas que se pensabapodían ser atacadas. Se trata de las tropas peninsulares de refuerzo, Ejército deRefuerzo, llamado también en ocasiones Ejército de Operaciones en Indias.

tal  ejército  estaba  formado,  pues,  por  unidades peninsulares  enviadasocasionalmente desde España para  rechazar  una  invasión,  neutralizar  unaamenaza o realizar alguna campaña contra  territorios enemigos, mientras  lastropas de dotación quedaban  a  la  defensiva;  desaparecida  la  razón de  supresencia  en América,  estas  tropas  regresaban  a  la Península. En  realidad,regresaban algunos de los oficiales y sus banderas, pues la tropa permanecíaen América cubriendo las bajas de los regimientos del Ejército de Dotación.

Los puertos de desembarco solían ser los de la América central y antillana:Portobelo, Panamá, Cartagena de Indias, veracruz, Santo Domingo, La Haba-na y San Juan de Puerto Rico, si bien algunos contingentes desembarcaron enbuenos Aires y Colonia del Sacramento y tuvieron destinos en Lima y SantaFe de bogotá. Los  efectivos que  componían  estos  contingentes  variaban  enfunción de la gravedad de la situación: con motivo del estallido de la denomi-nada Guerra  de  la Oreja  de  Jenkins,  en 1739-1740  se  enviaron unos 3.500hombres;  a  raíz  de  la  entrada  en  la Guerra  de  los Siete Años,  entre  1760 y1762  llegaron  a América  en  torno  a  unos 6.000  soldados. Posteriormente,entre 1764 y 1766 arribaron otros tantos y desde 1768 a 1771 lo hicieron másde 10.000, unas cantidades que fueron en aumento con motivo de la guerra dela independencia de las trece Colonias inglesas de norteamérica y del sempi-terno enfrentamiento con Inglaterra en la fase final del siglo XvIII. 

Sus oficiales  eran peninsulares,  salvo  los  de  los  regimientos  extranjeros(ultonia, bruselas, Hibernia),  que  eran de  la misma nacionalidad que  loshombres que mandaban. transcurrido el plazo de permanencia en América, seles daba la opción de permanecer allí incorporándose al Ejército de Dotación,cosa que aceptaban bastantes por las mayores posibilidades de ascenso, por elsueldo más alto que percibían y por la significación social que allí tenían, loque les permitía ventajosos matrimonios con hijas de las oligarquías criollas.

Las miliciasLas milicias  constituían un grupo heterogéneo de unidades  regladas y

urbanas o territoriales; se las consideraba un ejército de reserva y sólo fueronmovilizadas en contadas ocasiones, cuando se producía algún ataque exterior

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o se desataban tumultos o revueltas de indígenas y mestizos, en aumento a lolargo de la segunda mitad del siglo XvIII.

El Ejército de Dotación y  las milicias  fueron organizaciones  sedentarias,por  su  carácter defensivo;  su despliegue  se hizo  esencialmente  en plazas yposiciones importantes costeras, mientras que en el interior hubo guarnicionesmás pequeñas, una compañía o el contingente de un presidio (17). En general,su vida fue de una gran inactividad, pues las amenazas eran esporádicas. Cuan-do  se  recibía  alguna  información de  la  llegada de una  escuadra  enemiga,  sealertaban  todas  las guarniciones  costeras,  por no  saber dónde descargaría  elgolpe, y cuando el ataque se producía a una plaza, las más próximas seguían enalerta,  pero  en  las  alejadas  la  tensión  se  relajaba. Por otra parte,  al  estar  lavertiente  atlántica más  expuesta que  la pacífica,  en  ella  se  concentraron  losmayores esfuerzos de cobertura. El ámbito de actuación fue el  interior de  lasfortificaciones, pero también tuvieron que luchar en las playas contra las tropasde desembarco.

Las milicias  se  clasificaban  de  acuerdo  a  su  composición  social:  tene-mos Milicias de nobles, de Españoles (comerciantes y hacendados, básica-mente), de blancos, de pardos, de mestizos, de morenos, de cuarterones, detodos  los  colores,  etc.).  En  ellas  se  alistaban  varones  comprendidos  entrelos  dieciséis  y  los  cuarenta  y  cinco  años  en  un  reclutamiento  forzoso  deacuerdo  con  los  padrones  de  población que había  en  todas  las  ciudades  ylugares, afectando a los hombres de la localidad y a los soldados licencia-dos  con menos  de  20  años  de  servicios;  sólo  quedaban  excluidos  quienestenían defectos  físicos graves,  los empleados públicos y algunos profesio-nales considerados necesarios; en ocasiones, este reclutamiento se realizabapor gremios o por grandes propietarios, quienes a cambio del mando de launidad la levantaban a su costa. Sólo cobraban sueldo cuando eran movili-zados en caso de ataque y realizaban ejercicios de instrucción los domingospor la mañana.

En cuanto a  la oficialidad miliciana,  sus componentes no eran militares,de tal forma que no pueden optar a plazas del Ejército, ni reciben sueldos nitienen mando sobre los soldados regulares, ya que no han recibido la forma-ción  y  preparación  que  se  exige  a  los  oficiales  profesionales. Además,  notienen obligaciones de guarnición y visten anualmente el uniforme una doce-na escasa de ocasiones. Las unidades milicianas se organizaban en regimien-tos  y  batallones  dentro  de  un  plan  provincial  trazado  sobre  el  papel;  senombraba  un  subinspector,  un  oficial  del  ejército  regular  que  recorría  lasvillas  y  lugares  de  la  demarcación  clasificando  a  los  hombres  (blancos,pardos, morenos,  etc.)  y  tratando  con  los  elementos más  acaudalados  ofre-ciéndoles  las plazas de  la oficialidad y como eran cargos no  retribuidos,  seles compensaba con la concesión del fuero militar, cuyas exenciones y bene-ficios  serán  un  poderoso  atractivo  para  los  criollos,  que  verán  realzada  su

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(17)    véase MARCHEnA FERnánDEz, J., y  GÓMEz PÉREz, M.ª Carmen: La vida de guarni-ción en las ciudades americanas de la Ilustración. Ministerio de Defensa, Madrid, 1992.

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importancia y ascendencia social, vinculándose a una estructura militar quesólo se activa en caso de peligro.

El funcionamiento del sistema defensivo americanoEl sistema defensivo americano puesto en marcha por Felipe v y sus cola-

boradores, basado, como acabamos de señalar, en esos  tres elementos  (dota-ción,  refuerzo y milicias),  funcionó  aceptablemente hasta  el  estallido de  laGuerra  de  los Siete Años. Su objetivo  era  la  defensa de plazas  fuertes  deimportancia  estratégica o  económica,  al  ser  las  principales  colectoras  delcomercio  colonial  y,  por  ello,  presa  apetecible  para  los  ataques  enemigos.Protegidas por las fortificaciones y la flota encerrada en el puerto, las unida-des militares  españolas,  ayudadas por  los  paisanos  encuadrados  en  las mili-cias,  se  enfrentaban  a  tropas británicas  recién desembarcadas después demeses de navegación y que tenían que adaptarse a las condiciones climáticasen plena batalla,  lo que daba grandes posibilidades de éxito a  los defensores(Cartagena de Indias, Puerto Cabello, Guantánamo, etc.)

La Guerra de los Siete Años alteró completamente la situación, y en 1762,cuando los ingleses se apoderan de La Habana y Manila, dos plazas fortifica-das  y  bien dotadas, mostraron  las  deficiencias  del  sistema defensivo de  lascolonias. Dos ejemplos pueden servirnos de ilustración.

La defensa de La Habana se mantuvo durante dos semanas más que la deCartagena de Indias en 1741; su guarnición veterana era más numerosa que lade Cartagena y  sucumbió  ante  el  ejército  inglés,  pues de 2.330 hombres  serindieron 631,  que  eran  los  supervivientes;  los  defensores  hundieron  losbarcos en el puerto al no poder hacer ninguna maniobra; los marineros fueronutilizados en  los castillos porque faltaba  infantería;  los  ingleses  llegaron consoldados  aclimatados  en  las trece Colonias,  abrieron varios  frentes  y  a  losprimeros disparos ahuyentaron a las milicias por su falta de experiencia.

Las otras plazas del Caribe no pudieron enviar refuerzos, preocupadas porsu propia  defensa  al  desconocer  los  planes del  enemigo,  al  que ni  siquierapudieron cortar sus rutas de suministros, y el sistema defensivo español, quedebía tener algunas conexiones, no fue capaz de estar a la altura de las exigen-cias,  sin  conexión  entre  las  diversas  piezas  e  incapaz de  enfrentarse  a  unasofensivas planteadas con otras concepciones bélicas más modernas.

El otro ejemplo es México o nueva España. Cuando se produjo la caída deLa Habana,  se  enviaron  tropas del  interior  a veracruz,  en previsión de unataque inglés, y el virrey Cruillas pudo comprobar los desastrosos resultados:los soldados morían por la falta de aclimatación de las tropas del interior a lacosta; la deserción fue en aumento, y las élites criollas y el pueblo se negarona  secundar  las movilizaciones por  temor  a  lo  que  les  esperaba  en veracruzante un enemigo que era considerado ya invencible.

tal panorama, del que hemos ofrecido una muestra, evidenció la perento-riedad de una  reforma para  la  que  se  necesitaba dinero,  y  ello  entrañaba  el

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incremento de la carga fiscal, que produjo sublevaciones en los territorios delinterior. Por ejemplo, en 1765 el reino de quito, el Ecuador actual, fue escena-rio  de un gran  conflicto  para  cuyo  control  se  enviaron  tropas veteranas dePanamá y Lima. En Popayán, Cali, Cartago y buga, en el conflicto surgido,subyacían no  sólo  las protestas contra  las medidas borbónicas,  sino  tambiénotros problemas locales. 

toda esta  serie de acontecimientos obligó a  tomar medidas precipitada-mente para reorganizar la defensa, tanto frente a un enemigo exterior comoante  los  problemas  interiores. una  reforma  que  se  pone  en marcha  con  elenvío de jefes militares desde España: el conde de Ricla a Cuba, como capi-tán  general  de  la  isla,  encargado  de  reorganizar  el  ámbito  financiero  yocuparse de las cuestiones políticas; con él iba O’Reilly, bajo cuyas órdenesquedaba el ejército de América y a quien correspondía reformarlo, mejorar-lo,  organizarlo  y  dejarlo  en  situación  operativa,  para  lo  que  pasó  a  PuertoRico, para reformar la defensa, insistiendo en la instrucción y disciplina. Porestos mismos objetivos fue enviado a nueva España el teniente general Juande villalba y Angulo, pero allí tropezó con el virrey Cruillas, capitán generalde las tropas de ese virreinato, quien no estaba de acuerdo con las medidasde villalba,  inspector  general  de  las  tropas,  al  imponerlas  sin  consultarse,originándose  un  conflicto  jurisdiccional  que  no  se  resolvió. Al Río  de  laPlata  se  enviaron  instrucciones  a  Pedro  de Ceballos,  gobernador,  para  queacelerara  la  reforma  ante  el  conflicto  con brasil  y  la  presión  inglesa,  y  enPerú  el  virrey Amat  puso  en marcha  las  instrucciones  de  reforma  llegadasdesde España y Cuba.

Cada uno de estos oficiales, después de inspeccionar el espacio que se lehabía encomendado, elaboró una memoria sobre las necesidades de la refor-ma,  llegando  a  conclusiones muy  parecidas:  era  imprescindible  crear  unsistema  que  garantizara  la  seguridad  de  las  colonias  contra  la  penetracióninglesa y asegurara la aplicación de las directrices de la política borbónica;de esta forma se empezó a utilizar a los militares como apoyo y sostén de laautoridad y política gubernamental, una nueva  función que  los virreyes nosólo  aceptaron,  sino  que  reclamaban,  como hicieron Messía  de  la Cerda  yCaballero y Góngora en nueva Granada.

Se abría así el debate de cuál debía ser la defensa territorial de las colo-nias españolas, abriéndose paso el parecer de que, por su experiencia, todala responsabilidad debería corresponder al ejército veterano. Así pues,  lasmilicias  se  desmantelarían  y  a  los  puntos más  expuestos  se  enviaríanunidades  peninsulares,  bien  dotadas  y  pagadas.  En  las  ciudades  estastropas  se  encargarían  de  instruir  a  la  población masculina  por  si  fueranecesario utilizarla en la defensa, una instrucción que supervisaría el ejér-cito. Así opinaban O’Reilly, Ricla y villalba, por ejemplo. un parecer queabonaba  el  lamentable  estado  de  las milicias  y  el  peyorativo  juicio  quemerecían  a  los  profesionales  de  las  armas,  como  el  capitán  general  deChile,  el  coronel Ambrosio  de benavides,  quien  decía  de  los milicianosque eran: 

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«enteramente  inútiles  (…) por  ser  los más de  ellos  unos vagantes  cuyamejor  ocupación  es  la  de  sirvientes  en  las  diversas  faenas y  cultivos de  lashaciendas de  campo,  variando  con  frecuencia  su  residencia… acostumbradapor naturaleza a la desidia, ociosidad y libertinaje». 

Por eso, desde 1767 se decide que la defensa americana debería basarse enlas tropas peninsulares, para lo que se enviarían desde España a guarnecer lasciudades principales, así que los regimientos de Infantería se dividieron en doslistas,  cada una bajo un  inspector general,  los mariscales de  campo AntonioManso y Alejandro O’Reilly. Parecía que tomaba cuerpo la formación de unEjército  de Campaña para  tomar posiciones  en América,  adonde deberían  irlos regimientos de «Guardias Españolas, Lombardía, Galicia, Saboya, zamo-ra, Sevilla, Irlanda, ultonia, España, Aragón, Granada, Murcia, los de Infante-ría Ligera de Cataluña, los Dragones de la Reina, Sagunto, numancia y diezregimientos de Caballería». (18)

Pero la realización de este plan tenía que superar graves obstáculos, entreellos  el  alto  costo,  perspectiva que venía  a  añadirse  a  los  problemas de  laAdministración real cuando intentó aumentar la carga fiscal en América parapagar  esas  tropas. tampoco  el  reclutamiento ofrecía mejores  perspectivas,pues no había  posibilidad de  incrementarlo;  además, muchos oficiales  senegaron a  servir al otro  lado del Atlántico, y por  si no bastará  todo eso, erapreciso contar con las dificultades de la travesía y la distribución y manteni-miento de la gente en sus nuevos destinos. El mismo José de Gálvez, secreta-rio de Indias, reconocía las dificultades de la empresa en una carta al virrey denueva Granada, Flores:

«El edificar todas las obras de fortificación que se proyectan en Améri-ca  como  indispensables,  enviar  las  tropas  que  se  piden  para  cubrir  losparajes  expuestos  a  invasión y  completar  las dotaciones de pertrechos detodas las plazas, sería una empresa imposible aun cuando el Rey de Espa-ña tuviese a su disposición todos los tesoros, los Ejércitos y los almacenesde Europa».

Así que el plan quedó en entredicho y con pésimas perspectivas, pues enPuerto Rico, por ejemplo,  se desmovilizó al Fijo de  la  isla y  lo sustituyerondos batallones del peninsular Ejército de Refuerzo, sin conseguir otra cosa queduplicar  los  gastos,  pues  a  los  seis meses  la mitad de  esos  efectivos habíanmuerto o desertado y el resto presentaba un aspecto y una conducta lamenta-bles. En Panamá sucedía lo mismo, teniendo que sustituir la tropa de dotaciónpor tropa peninsular de refuerzo, enviando a los Regimientos de la Reina y denápoles, cuyo mantenimiento creaba problemas de abastecimiento. En defini-tiva, los inconvenientes y problemas a superar eran tales que la sustitución delEjército  de Dotación  formado por  los Fijos  americanos  era  inviable,  como

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(18)    Ibidem, p. 80.

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demuestra el hecho de que, ocho años después de iniciadas las reformas, esafuerza mantenía 35.000 hombres.

Por  otra  parte,  la  desproporción  entre  los  efectivos del Ejército  de Dota-ción y los objetivos a cubrir, añadida a la imposibilidad económica de mante-ner al Ejército de Operaciones peninsular de manera permanente en América,exigía la reorganización de las milicias, a las que se les da un reglamento y selas convierte en Disciplinadas (19), como las españolas, mandadas por oficia-les  veteranos para mantenerlas  instruidas  e  incorporando  a  su oficialidad  amiembros de  las minorías elitistas  locales y animando a  la población a  inte-grarse en sus unidades.

Este sistema empezó a aplicarlo O’Reilly en Cuba y Puerto Rico y luego seextendió a los demás territorios, organizando en múltiples unidades repartidaspor todo el continente a casi toda la población urbana y rural, otorgando a suscomponentes el fuero militar y, en algunos casos, a las élites beneficios diver-sos para asegurar su permanencia en  la milicia, a fin de facilitar  la recluta ymantener  y  aumentar  el  control  sobre  la  población dependiente  de  ellos,  loque los convertía en elementos mantenedores de la política reformadora de laCorona. En general, podemos decir que las milicias de las costas próximas auna plaza fuerte, y cuya misión era defender sus hogares de manera inmediata,fueron las mejores. Sobre todas destacaban las de La Habana, Santo Domingo,Cartagena de Indias y San Juan de Puerto Rico, que mantuvieron bien sus alis-tamientos,  sus  entrenamientos  rutinarios  y  contribuyeron  con  eficacia  a  ladefensa de sus plazas respectivas.

La participación del patriciado fue decisiva, al poner sus recursos económicosy humanos y su prestigio social a disposición del plan de milicias, a cambio deconcesiones y permisos comerciales y financieros antes, incluso, del libre comer-cio. En Cuba, por ejemplo, en pocos años las milicias alcanzaron un funciona-miento operativo excepcional: cuando  la  tropa de La Habana hubo de marcharcon bernardo de Gálvez a Panzacola y  la Luisiana,  las milicias asumieron  ladefensa de La Habana. De los batallones de Cartagena, 250 soldados marcharoncon el ejército destinado a Santa Fe en 1781 a habérselas con los Comuneros.

La mayor parte de los gigantescos gastos defensivos se cargaron sobre lossituados mejicanos,  sin  tener que  recurrir  apenas  a  las Cajas Reales  locales,aumentando el circulante en la isla, pasando a manos patricias gran parte de laadministración militar  (suministros,  pertrechos,  abastecimientos,  etc.)  y  elcontrol sobre la deuda generada por los exorbitantes y crecientes gastos mili-tares. Pero no  en  todas partes  fue  tan  fácil  integrar  al  patriciado  local:  ennueva España, Cruillas y villalba tuvieron serios problemas; en cambio, paraAmat  resultó fácil en Perú, donde se consiguió el mayor número de milicia-nos: en  la Guerra de  los Siete Años  llegó a movilizar 50.000 hombres y, sin

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(19)    KuEtHE, Allan  J.:  «Las Milicias  disciplinadas  en América»,  en KuEtHE A.J.,  yMARCHEnA, J. (eds.): Soldados del Rey. El ejército borbónico en América colonial en vísperasde la Independencia. universitat Jaume I, Castellón de la Plana, 2005, pp. 101-126 (es la reedi-ción de un trabajo publicado en 1988).

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adaptarse al nuevo plan, en la guerra de las Malvinas contra Inglaterra aumen-tó  sustancialmente  este  número. Empero,  las milicias  no  funcionaron  con  lamisma eficacia en todas partes, pues si las del Caribe mostraron una prepara-ción aceptable —lo mismo que las de la Capitanía General de Caracas desde1771, por la mejora impuesta por O’Reilly en el gobierno caraqueño—, las debuenos Aires  sólo mostraron su eficacia en época muy  tardía, y en México,como ya hemos adelantado, fue donde el sistema de milicias registro su mayorfrustración.

En cuanto al fuero militar, su concesión y aceptación no fue uniforme entodo  el  territorio  americano. En  los  lugares  donde  las  autoridades militarescolocaban al frente de las milicias a un grupo peninsular con fuerza, el patri-ciado criollo rechazaba pertenecer a  la  institución, por entender que el  fueromilitar  los  subordinaría comercial y  socialmente a ese grupo peninsular. Asíocurrió en nueva Granada y nueva España en  la década de 1770 y algunosaños después. Sin embargo, en las zonas donde los peninsulares eran pocos ysin fuerza se dejó a  los criollos el control de  las unidades de  la milicia —loque  significaba ponerlas a  su  servicio—, de modo que  las élites patricias  seincorporaron  rápidamente. Así  ocurrió  en Perú,  donde ocupaban más del  80por 100 de las plazas de oficial.

La reactivación de la milicia hizo que esta se transformara en un medio decontrol  social  y  político de  la  población por  las  élites  locales,  creándose unfuerte clientelismo que estas podían utilizar en función de sus intereses. Perotambién originó grandes recelos en el personal de la administración colonial,que veía un gran error armar e instruir a los sectores populares después de lasgrandes sublevaciones de la década de 1780. En efecto, en Perú, las alteracio-nes de la Sierra Central y de Arequipa fueron un prólogo de las grandes suble-vaciones de túpac Amaru y túpac Catari. La situación fue tan crítica que enese ancho espacio de  la América del Sur sólo quedó un puñado de ciudadesbajo la autoridad real (Potosí, La Plata, Cochabamba —estas dos cercadas porlos hermanos Catari—, La Paz —sitiada por túpac Catari—, Puno y Cuzco—cercadas por túpac Amaru— y Arequipa). Desde buenos Aires y Lima sólose pudieron movilizar 500 veteranos; el resto de la tropa con la que había quecontar para sofocar la revuelta eran miliciana y en 1781 estalló la sublevaciónde  los Comuneros de Socorro  en  el  virreinato de nueva Granada y  surgíannuevas sublevaciones en venezuela y nueva España.

A la vista de tan graves acontecimientos, armar e instruir a la población eraconsiderado un peligro  innecesario,  cuestión que plantea  abiertamente  elvirrey de nueva España, el marqués de Cruillas, al secretario de Indias, Juliánde Arriaga,  y  que  incluye  en  su memoria  de gobierno  el  virrey de nuevaGranada Gil y Lemos,  exponentes de  la  sensación de peligro que  la medidahabía generado y de su elevado costo. Por eso, se propuso mantener las mili-cias en cuadro y movilizarlas en caso de necesidad (lo que se hacía antes de1762 y que no dio resultados).

tan encontrados pareceres no desembocaron en ninguna solución y el deba-te  sobre  la propuesta más pertinente  se prolongó. vencido ya 1810 aún  se

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seguían acumulando argumentos en ambos sentidos, pero para entonces el ejér-cito de América era un contingente criollo, en el que las disposiciones sobre laoficialidad acabarían vinculándolo aún más a  los grupos de poder  locales, yaque a  comienzos de  la década de 1790 acababa equiparándose  la nobleza deAmérica a la española con tal de que aquella pudiera acreditar la limpieza desangre, un requisito fácil de conseguir, sobre todo para quien podía pagarlo. 

Así parecía cumplirse el objetivo de la Administración: vincular el Ejércitode América a las clases altas criollas como defensa de sus propios intereses ycon facilidades para que esa oficialidad nativa no  tuviera que abandonar susocupaciones y negocios. Parecía  haberse  alcanzado  la  situación deseada:disponer de un medio de defensa sin  tener que enviar unidades peninsularesenteras, disminuyendo  los costos y aumentando  la eficacia. Además, dada  lanegativa de la oficialidad peninsular de pasar a América, los oficiales españo-les disminuyeron muchísimo en el último tercio del siglo XvIII, y de  los quefueron,  la mayoría  se casó allí con  rapidez con criollas de elevada posición,pues para conseguir la licencia matrimonial la candidata debería ser de buenafamilia y aportar una dote, tal como establecía la legislación militar. Se produ-cía así una alianza entre el poder económico y social americano y los mandosmilitares, representantes y ejecutores de la autoridad. Y los descendientes deestos matrimonios  eran  jóvenes oficiales,  nobles  y muy vinculados  al  podereconómico y social americano: es decir, integrantes de las oligarquías criollas. 

Los  altos mandos —capitanes  generales,  coroneles,  sargentos mayores  ytenientes coroneles, peninsulares— fueron dejando en manos de la oficialidadcriolla el control directo de sus unidades y de quienes las componían. El tras-paso de la responsabilidad a  los criollos hizo que la dominación española sebasara  en un  respeto a  la dignidad  real,  pero no en un dominio efectivo delcontinente.

Otra realidad a destacar es la progresiva disminución del número de solda-dos españoles en las tropas americanas, pues de suponer a principios del sigloXvIII más del 80 por 100, a finales apenas rebasaban el 15 por 100, mientrasque los criollos superaban el 80 por 100, un cambio de gran trascendencia convistas a lo que sucedería en 1810: en 1800, de los 35.000 efectivos del Ejérci-to  de Dotación  sólo 5.500  eran peninsulares,  lo  que parece  indicar  que nodieron  resultado  las  disposiciones  sobre  la  leva peninsular  expedidas  por  laadministración  colonial,  por  lo  que  el  orden  colonial  parecía  sustentado porlas  élites  criollas  y  por  la misma  administración  colonial,  continuando unapolítica que favorecía a ambos.

Pero el soldado americano va a ser considerado por sus oficiales miserable,desidioso,  flojo y nada motivado por  la  gloria militar. La verdad  es  que  lamayoría eran vecinos de las ciudades, que se dejaban reclutar para gozar delfuero militar y sumar unos  ingresos extra a sus menguadas economías, a  lasque se dedicaban cuando no vestían el uniforme, pese a estar prohibido por lasOrdenanzas y Reglamentos. A esto hay que añadir deserciones, sublevaciones,colaboración con los contrabandistas, robos, intimidaciones a los paisanos porparte de los soldados, etc.

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Además,  la  relación existente entre  las oligarquías dirigentes de  las mili-cias y  los elementos de  las clases populares componentes de  las mismas eraun  fiel  reflejo  de  las  relaciones de poder  existentes  fuera  del Ejército  entreambos grupos,  pues  tanto  en  las  ciudades  como en  el  campo  los  artesanos,asalariados del comercio y campesinos dependientes de las principales fami-lias  de  cada  lugar  y  al  servicio de  sus  intereses,  ahora quedaban  sujetostambién a la interpretación que los jefes de las milicias, las oligarquías, hacíandel fuero militar.

Cuando finalizaba el siglo XvIII, los intereses de todo tipo en juego habíaninfluido en el ejército colonial hasta hacer desaparecer, prácticamente, la iden-tificación entre ese ejército y el Ejército Real, sobre todo en la  tropa y en laoficialidad del Ejército de Dotación y en las Milicias, pues salvo los brigadie-res, coroneles y algunos capitanes, la oficialidad era tan criolla como la tropa,por lo que el ejército español allí existente estaba del lado de los independen-tistas.

El Ejército de Refuerzo era inexistente, máxime después del agravamientode la guerra en Europa y de las derrotas de cabo de San vicente y trafalgar,pues ya no había barcos en que poder llevar tropas, si es que las había y comocontrapartida, los intentos de reforzar el espíritu castrense, la lealtad y la disci-plina  en  las  unidades poco podían  conseguir. En  realidad, América  sólo  sepodía  defender  bien  si  los  naturales  asumían  el  peso de  su defensa,  comopretendiera José de Gálvez, pues no dieron resultado ni el envío de unidadesdesde la Península, ni las levas forzosas de todo tipo de gente.

Sobre  ese  entramado,  en  el  que  el  control  de  las  tropas milicianas  y  deDotación pasaba a depender de las élites criollas,  incidirán irreversiblementelos sucesos que se desatan en la Península en 1808, creando una situación enprincipio secundada en el continente americano, pero que desde 1810 toma supropio rumbo encaminándose hacia la independencia, pues del control de lastropas  allí  existentes  a  la  creación de  ejércitos  nacionales  había  un  cortotrecho que las colonias sublevadas, transformadas en repúblicas independien-tes, van a dar entre 1810 y 1815, mientras en España se desarrollaba nuestrapropia guerra de la Independencia contra las tropas napoleónicas. Justamente,a partir de ese año, para neutralizar la marcha hacia la independencia america-na,  la Corona  tendrá que enviar ejércitos enteros, un esfuerzo de  tal  entidadque no pudo realizar en la medida necesaria al estar por encima de sus posibi-lidades y recursos.

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ínDICESDE  LA  REvIStA  DE  HIStORIA  nAvAL

Están a la venta los ínDICES delos  números del  76  al  100 de  laREvIStA DE HIStORIA nAvAL,cuyo contenido es el que sigue:

•  Introducción (estudio históricoy estadístico).

•  Currículos de autores.•  índices de los números 76 al 100.•  Artículos  clasificados  pororden alfabéticos.

•  índice de materias.•  índices de autores.•  índice de  la  sección La histo-ria vivida.

•  índice  de  la  sección Docu-mentos.

•  índice de  la sección La Histó-ria Marítima en el mundo.

•  índice de la Sección noticiasGenerales.

•  índice  de  la  sección Recen-siones.

•  índice de ilustraciones.

un volumen extraordinario de doscientos doce páginas, del mismo formatoque  la REvIStA, se vende al precio de 9 euros (IvA más gastos de envíoincluidos).también están a disposición del público los índices de los setenta y cincoanteriores, en dos tomos, actualizados, al precio de 9 euros.Se pueden adquirir en los siguientes puntos de venta:·  Instituto de Historia y Cultura navalJuan de Mena, 1, 1.º.  28071 MADRID. tef: 91 31 44 27 y Fax: 91 379 59 45C/e: [email protected]

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·  Museo navalJuan de Mena, 1, 1.º  28071 MADRID. Fax: 91 379 50 56. venta directa.

InStItutO  DE  HIStORIA  Y  CuLtuRA  nAvAL

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LA MARINA ESPAÑOLAEN AMÉRICA

IntroducciónDon Salvador de Madariaga, en El auge y el ocaso del Imperio español en

América, dice textualmente: «La defensa de las Indias fue siempre insuficienteen casi todas sus partes durante los tres siglos de dominio español».Como todo problema político militar, la defensa naval de Ultramar depen-

día de tres factores esenciales: tiempo, lugar y medios. Es decir: el cuándo, eldónde y el cómo.En lo que se refiere al cuándo, nos situaremos en el primer tercio del siglo

XIX, que es prácticamente el período que abarca la emancipación americana.En lo que atañe al dónde hay que puntualizar que la situación estratégica

era distinta en los diferentes espacios marítimos que rodeaban el Ultramarhispánico. En América había tres, separados y diferenciados: el Caribe; el Mardel Sur, que cubría toda la costa americana del Pacífico, y las aguas adyacen-tes a las provincias del Río de la Plata. Y, en lo que se refiere al cómo, parece obvio que no es lo mismo defender-

se de una fuerza expedicionaria organizada, como sucedió a lo largo del sigloXVIII con Inglaterra, que defenderse de unas fuerzas insurgentes que enmuchos casos se acercaban más al corso y al pirateo que a una fuerza organi-zada.A comienzos del siglo XIX, la división de los territorios españoles en

América respondía a distintos conceptos: virreinatos eran Nueva España(actuales México, Texas, las Floridas, Guatemala, Honduras), Nueva Granada(hay, Colombia y Venezuela), Perú y Río de la Plata. Con el rango de capitaní-as generales figuraban Guatemala, Venezuela, Chile y la isla de Cuba (conFlorida); unos y otros se agrupaban administrativamente en circunscripcionesllamadas intendencias. En el ámbito marítimo, la organización de las fuerzasnavales en Ultramar obedecía a un despliegue acorde con los virreinatos ycapitanías generales. Tras los descalabros sufridos en 1762, se decidió construir nuevas fortale-

zas y reforzar las existentes, así como crear los apostaderos de Ultramar. Enun principio el concepto de apostadero se homologó con el de base naval:

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Jesús BERNAL GARCÍACapitán de navío, jefe del Departamento

de Cultura del IHCN

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puerto abrigado y fortificado, estraté-gicamente situado respecto a unazona de interés. En él los buquessurtos debían estar a cubierto deataques enemigos y poder recibir elapoyo logístico necesario.

Virreinatos y capitanías generales Pero, tal y como se concibió

entonces, un apostadero era algo másque una simple base naval: se aseme-jaba a lo que en la Península se insti-tuyó como departamento marítimo,con sus correspondientes líneas coste-ras de responsabilidad.En dicha zona costera, el coman-

dante del apostadero tenía comomisiones principales la represión delcontrabando, la vigilancia y defensade la costa impidiendo el asentamien-to en ella de extranjeros, la habilita-ción y armamento de los buquesguardacostas y de los que se dedica-ban a correos marítimos. Ejercíatambién de juez de las causas, tanto

civiles como militares, que se sustanciasen en la demarcación de su apostade-ro, y en las de presas, naufragios y navegación. Misiones que tenía que llevara cabo con las fuerzas ligeras de vigilancia marítima debía asignadas, apoya-das por algunas fragatas y navíos puestos a sus órdenes. Orgánicamente, losapostaderos contaban también con oficiales de Cuenta y Razón, matrículas demar, maestranza y montes. Todos ellos formaban parte de la junta del aposta-dero, que ejercía, en plenitud de poderes, la regulación de las materias guber-nativas con el mismo alcance que las que ejercían las juntas de los departa-mentos peninsulares, teniendo independencia sobre cualquier jurisdicción paraatender los asuntos económicos y gubernativos de la Marina que ocurriesen enel recinto, sin otras obligaciones con respecto a virreyes y capitanes generalesque rendirles las respectivas cuentas y tener los buques alistados para realizarcualquier servicio requerido por dichas autoridades. En caso de guerra, casisiempre declarada por Inglaterra, tenían que hacer frente al enemigo con suspropias fuerzas y los refuerzos enviados desde la Península. Aunque comoveremos más tarde, lo sucesos acaecidos, a principios del siglo XIX, fue redu-ciendo de una forma vertiginosa las fuerzas navales tanto de un lado como delotro.

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Mapa 1. La América española hacia 1800.• Apostaderos.

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Cuando tiene lugar la ocupación francesa de la Península, los apostaderosprincipales de Marina establecidos en América eran los siguientes:— Montevideo, sustituto de Buenos Aires y base de vigilancia de lasMalvinas;

— El Callao,primer apostadero establecido en la costa del Pacífico y últi-ma plaza en arriar la bandera española en el continente americano;

— Valparaíso, cuyas fuerzas se distinguieron notablemente durante el sitiode Talcahuano;

— San Blas de California, sucesor de Acapulco en el mantenimiento delgaleón de Manila.

— Puerto Cabello, de excelente situación estratégica;— Cartagena de Indias, base de la escuadrilla de Costa Firme;— Veracruz;— La Habana, que siendo también apostadero, disponía de oficinas, talle-res y un importante astillero de construcción.

Las capitanías de puerto dependían funcionalmente de los apostaderosasignados, y algunas de ellas coincidían físicamente con el emplazamiento delos apostaderos.Como puede observarse, el entramado organizado podía garantizar el

despliegue de nuestras fuerzas navales en todo el litoral atlántico y pacífico;sin embargo, estos efectivos irán disminuyendo en la medida en que losconvoyes, armas y pertrechos van dejando de llegar y los insurgentes vanconsolidando sus conquistas. Pero los apostaderos también tuvieron su

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momento peligroso, como fue el intento de supresión de ellos, una idea desca-bellada que surge, como de costumbre, por la apetencia de otros, en este casode los virreyes. Sirva como ejemplo El Callao cuando el virrey Pezuela, suce-sor de Abascal, discurre que sería conveniente relevar al jefe del apostadero,capitán de navío Vácaro, por un brigadier del Ejército. Curiosamente, losvirreyes siempre mostraron su oposición a que el mando del apostadero sedesempeñase por persona de categoría de oficial general, entendiendo que conun capitán de fragata era suficiente.

Apostaderos Cartagena y Puerto Cabello La Marina pudo conservar los apostaderos contra viento y marea —nunca

mejor dicho—. Lo que no consiguió es que estuviesen bien dotados y abaste-cidos. Las autoridades terrestres cedieron de mal grado la adscripción de losapostaderos a la Marina, pero se reservaron lo más importante, es decir, laadministración presupuestaria, con lo cual quedaban prácticamente en susmanos.Si en España, como veremos más adelante, los astilleros se estaban

desmantelando, en Ultramar las cosas no podían ir mejor. Lo que sí se puedeafirmar es que no ello no obedeció a falta de notificaciones sobre sus caren-cias y malísimo estado de conservación.Con motivo de la rebelión emancipadora que arrancará con la invasión

napoleónica, todos los apostaderos de la América hispánica debían desempe-ñar una misión específicamente bélica, al crearse juntas valedoras de los dere-chos de Fernando VII que asumirán la autoridad como verdaderas depositariasdel poder público.Los movimientos iniciales serán controlados sin mayor dificultad, pero

será a partir de 1818 cuando comience a advertirse una franca tendencia sepa-ratista. La Marina, en su doble vertiente peninsular y americana, tendrá queasumir y contemplar de cerca una serie de condicionantes propios de lasguerras civiles. Es evidente que marinos peninsulares y criollos participaronen las guerras de emancipación en ambos bandos, como por ejemplo el oficialde la Marina Real Celestino Negrete, que fue destinado por el virrey de NuevaEspaña a las campañas de tierra, donde alcanzó el grado de brigadier y,aunque persiguió con saña a los insurgentes, cuando Iturbide proclamó el Plande Igualada cambió de bando y fue uno de los tres miembros encargados delpoder ejecutivo en México, siendo el único peninsular que alcanzó la más altamagistratura del México independiente.En la iniciación, desarrollo y, más tarde, en las consecuencias del conflicto,

la Marina tendrá asignado un papel de primer orden por muchas y lógicasrazones; ya que hombres destacados de la Armada ocupan también un primerplano político (virreyes como Liniers, Ruiz de Apodaca, Hidalgo de Cisneros,etc; y jefes destacados como Laborde, Gutiérrez de la Concha, Córdova,Porlier, Romarate...)

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Unos necesarios antecedentes históricosPara ver los problemas acaecidos a la Marina en el siglo XIX es necesario

retrotraernos a finales del siglo XVIII para analizar una serie de hechos:La influencia de la Revolución francesa en los destinos de España es deter-

minante. Aunque si bien es cierto que la Revolución Francesa afectó a todaEuropa occidental y a sus colonias, a la Monarquía española le afectó aún mássi cabe. No solamente por su proximidad geográfica, sino porque práctica-mente, a partir del segundo tercio del siglo xVIII, la política exterior de Españaestaba basada en un alianza con Francia para hacer un frente común contraInglaterra. También fueron muchos los momentos en que combatieron nues-tros buques junto con los franceses frente al enemigo común, así como nues-tros regimientos junto a los franceses. Un ejemplo claro lo tenemos en laGuerra de la Independencia de Estados Unidos frente a Inglaterra y a favor delos rebeldes de las Trece Colonias, lo que supuso una dolorosa derrota para losingleses, decidiendo el resultado de la contienda la participación de las flotasespañolas y francesas, al no poder disponer los ingleses de todas sus fuerzasen el escenario norteamericano.Hemos pasado de un siglo XVIII, el de la Ilustración, el de las Luces, donde

la Marina había conseguido ocupar un lugar destacado en el mundo junto aInglaterra y Francia, a un siglo XIX del que se puede decir que fue el másanodino y doloroso para nuestra Marina.Durante buena parte del siglo XVIII, pero sobre todo durante el reinado de

Carlos III, puede ya constatarse cómo el gobernante español —el político—ha entendido el alcance de la proyección exterior de la Marina. La justifica-ción de una Marina moderna tiene su razón de ser casi por necesidad física yvital, porque la vida, en aquella época, era de dependencia exclusiva con lasposesiones de Ultramar, y el vínculo de estas con su metrópoli era el comer-cio y las comunicaciones, mantenidos naturalmente por la mar, lo que exigíauna Marina fuerte y adecuada. Si el marqués de la Ensenada, para cubrirestas necesidades, solicitaba, mediado el siglo XVIII, 60 navíos y 65 fragatas,en 1788, año de la muerte de Carlos III, el extracto del estado numérico de laArmada española arrojaba la cifra de 67 navíos y 44 fragatas como parteprincipal de un total de 280 unidades, y en 1796, la Marina española cuentacon 76 navíos, 50 fragatas, 49 corbetas, 20 bergantines y unas 140 unidadesmenores. Todos estos buques eran de excelente factura y provenían de los programas

navales desarrollados entre 1782 y 1786 con la tecnología naval imperante ensu época. Sin embargo este esfuerzo finalizaría en 1798, año de la últimabotadura en Ferrol de un navío de 80 cañones, el Argonauta.Como observamos de la prosperidad del siglo XVIII, donde se construyeron

229 navíos, catorce de los cuales tenían más de 112 cañones, y con excelentesconstructores donde destacaron Gaztañeta, Jorge Juan, Gautier, Romero

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Landa y Retamosa, que construyó el célebre Montañés, caemos en la Gloria,abandono y miseria, como dice nuestro ilustre Fernández Duro: «Gloriaporque se vence a Napoleón en nuestra Guerra de la Independencia y miseriapor el abandono de nuestros arsenales y hombres». Si a todo esto se une el resultado de la guerra contra Inglaterra abierta

desde 1796, y que concluye en el verano de 1808 con alguna pequeñatregua, y los reveses sufridos tanto en Trafalgar, en 1805, como en las bata-llas precedentes —cabo San Vicente o Finisterre—, las consecuencias parala Marina fueron desastrosas, no por la pérdida excesiva de buques, sinoporque aquellas derrotas determinaron la práctica inmovilización de losnavíos supervivientes y la consiguiente desprotección del tráfico marítimocon las colonias americanas, que quedaron indefensas ante los ataques ingle-ses.En Trafalgar se inicia nuestra decadencia marítima, pero no se consuma, ya

que tres años más tarde de la derrota, en 1808, contábamos en total con 42navíos, 30 fragatas, 20 corbetas y más de 130 buques auxiliares, pero al llegar1816 no quedaban más que unos 18 navíos de línea, 15 fragatas y 11 corbe-tas, aunque 17 navíos no podían navegar por falta de obras de mantenimientoy otro tanto pasaba con las fragatas y corbetas existentes.En 1817, el entonces por segunda vez ministro de Marina Vázquez Figue-

roa, ilustre marino de una integridad absoluta, empeñado siempre en defenderel honor y el prestigio de nuestra Marina, elaboró un Plan Naval para lareconstrucción de la flota que consistía en adquirir 20 navíos, 30 fragatas,26 bergantines y 18 goletas, pero al ser el Ministro posteriormente apartadopor Fernando VII, su Plan Naval quedó aparcado y, según informa Fernández-Duro, a lo largo de todo el reinado de Fernando VII sólo se dieron de alta enla Lista Oficial de Buques de la Armada una serie de unidades menores, comoson: ocho buques construidos en Burdeos, bajo la supervisión de Bouyón,entre los años 1817 y 1818 y que debían de formar parte de la «Gran Expedi-ción», con la ambiciosa misión de recuperar los territorios perdidos durante laemancipación; el bergantín Jasón en Cartagena en 1819; dos goletas enMahón y Barcelona en 1822; tres fragatas en Ferrol de 1824 y 1827, y unacorbeta y dos bergantines adquiridos en Estados Unidos, además de la adqui-sición de la famosa «escuadra rusa» que ya comentaremos más adelante. A la muerte de Fernando VII, en septiembre de 1833, la Marina sólo dispo-

nía de 3 navíos, 5 fragatas, 4 corbetas y 8 bergantines, y los arsenales langui-decen en un estado penoso. Esto nos puede dar una idea de la actividad de nuestros astilleros durante

esta época.

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AÑOS1796 1808 1816 1833

Navíos 76 42 18 (1) 3Fragatas 50 30 15 (2) 5Corbetas 49 20 19 4

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(1) Sólo uno armado(2) Sólo cinco armados

Todo esto nos llevará a un falta de adiestramiento y de dotaciones inade-cuadas para desempeñar sus cometidos debido en parte a la pérdida de nume-rosos marineros, con gran experiencia a bordo, como consecuencia de lasepidemias de fiebre amarilla y cólera que asoló la Península de 1800 a 1804, ya la política seguida cada vez que finalizaba una campaña, que no era otra quela de recalar en puerto, licenciar las dotaciones y desarmar los barcos sinsometerlos a sus preceptivos mantenimientos, «para ahorrar dinero al realerario». Todo esto repercutió negativamente en la operatividad de nuestraMarina que tenía que recurrir, para reclutar personal al procedimiento de laslevas, que consistía en desembarcar destacamentos y recorrer las poblacionesde la costa, apoderándose a la fuerza de cuantos hombres fuesen aptos para elservicio a bordo, y a la recluta de vagos y maleantes, en todas las ciudades delreino, entre las que destacaba Madrid por su numeroso contingente.Esta flota que, a principios del siglo XIX, cuantitativamente representa una

buena potencia, cualitativamente es muy débil, se encuentra mal abastecida,los buques son viejos y mal pertrechados y la moral de sus dotaciones es muybaja pues se les paga muy poco y mal y las deserciones están a la orden deldía.Como reflejo de esta circunstancia queda la carta enviada por el joven

oficial Churruca a su padre comentándole las penurias que está pasando aconsecuencia de las seis pagas que la hacienda española le debe. Del 15 deoctubre de 1808 al 29 de enero de 1810 fue ministro de Marina Escaño, quienenvió a la Junta Central un escrito en el que empezaba diciendo: «La Marinasufre un atraso en sus pagas que puede llamarse escandaloso». Y el 3 de agos-to de 1810, el capitán general de Ferrol escribía al ministro de Marina:«Hambre, estragos, lamentos y ruinas; tal es el cuadro que presenta esteDepartamento». Al principio de 1815, se debían a los oficiales destinados enlos departamentos un promedio de 58 mensualidades. El 7 de abril de 1816falleció por extenuación y hambre el teniente de navío José Lavadores, díasdespués de haberlo hecho el capitán de fragata Pedro Quevedo por idénticascausas.Todo lo anterior queda reflejado, durante el período de 1797 a 1819, en un

continuo goteo de pérdidas de buques por accidente que irá mermando lacapacidad de la Armada, su eficacia y su confianza. El 12 de julio de 1801 elnavío inglés Superb, que horas antes había salido de Gibraltar, se colocó sigi-losamente tras la estela de nuestros navíos Real Carlos y San Hermenegildo.Alcanzándoles y situándose entre ambos, descargó por ambas bandas todo el

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AÑOS1796 1808 1816 1833

Bergantines 20 — 22 8Unidades menores 140 130 53 —

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fuego de sus cañones, huyendo rápidamente. En el desconcierto de la noche,los buques españoles se tomaron como enemigos y se cañonearon entre sí, ysolo cuando las llamas de las cubiertas de ambos navíos iluminaron la nochese dieron cuenta de su gravísimo error, aunque fue tarde para remediarlo, yaque en ambos buques volaron casi al mismo tiempo. En esa noche aciagamurieron más marinos que en la Batalla de Trafalgar. En 1810 se perdieron cinco navíos y una fragata en un temporal en la bahía

de Cádiz al romper sus amarras en puerto y carecer de personal capacitadopara gobernarlos, en noviembre de 1810 naufragio, en la ría de Vivero debidoa un fuerte temporal, de la fragata Magdalena y del bergantín Palomo; en1816 el Reina Luisa y en 1819 los navíos San Telmo navegando al sur delCabo de Hornos, y el San Pedro de Alcántara en un incendio en el fondeaderode Cumaná, en las proximidades de la isla de Coché. Además de los indica-dos, hasta 1815 se perdieron diecisiete por falta de carenas y mantenimiento, yotros trece por abandono en los propios arsenales.En oposición a lo anterior tenemos los adiestramientos realizados por las

dotaciones inglesas, que permanecían en la mar más de 200 días al año, encontinuos adiestramientos y ejercicios de fuego real. Esta diferencia, basadafundamentalmente en el apoyo y en la importancia que cada gobierno daba asu Marina repercutió necesariamente en el auge de la Armada de Inglaterra yen la decadencia de la nuestra.

Situación de los astillerosVolvamos al hilo de nuestra historia para conocer el estado de los astilleros

disponibles en esa época. Se disponía de astilleros en la sedes de los tresDepartamentos de Marina, Cádiz, Cartagena y Ferrol; y en los puertos deMahón, Pasajes y Guarnizo, más los ultramarinos de Manila, El Callao y LaHabana. En teoría, y según Vázquez de Figueroa, «podían competir con losmejores de Europa», pero los astilleros no podían constituir una excepción ysufrieron las mismas desatenciones que el resto de los ramos.Sin astilleros en condiciones no se podían reparar buques ni construir otros

nuevos. La situación de abandono total a la que llegaron fue, de nuevo,expuesta por Vázquez de Figueroa en uno de sus innumerables informescursados al ministro de Estado: «… ahora son unos páramos desiertos, ningu-no está útil para realizar trabajos; todo aquel que no haya visto los Departa-mentos no podrá creer sin repugnancia el mal estado de cuanto tiene relacióncon la Marina…».En palabras de Fernández Duro, el desmantelamiento se había efectuado a

base de «fraudes, robos, destrozos y saqueos, porque la marinería no tenía quécomer (…), la maestranza se veía obligada a buscarse la vida pescando». Elestado de desatención de nuestros astilleros fue una de las causas de disminu-ción del número de buques reparados y de nueva construcción. En el diqueseco esperaban inútilmente tiempos mejores, pero mientras tanto las maderas

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se terminaban por pudrir y los pertrechos iban desapareciendo por las razonesapuntadas.Las operaciones navales llevadas a cabo en tierras americanas se vieron

seriamente afectadas por el estado de los astilleros. Los comandantes de lasexpediciones que se estaban preparando para reforzar las posesiones en Ultra-mar, veían pasar los meses sin que los buques estuviesen en condiciones denavegar y, cuando lo hacían, las reparaciones eran tan defectuosas que losbuques soportaban una sola navegación a Ultramar. Un informe del Cuerpo deIngenieros de Cádiz explicaba estas causas indicando que «muchas de lasobras se hacen sin conocimiento de este Cuerpo; sólo las conoce el comandan-te de la bahía, y son hechas por carpinteros y calafates».Faltaba dinero y personal capacitado, pero sobraba burocracia. Los expe-

dientes de reparaciones de buques pasaban de un departamento a otro, retrasan-do las operaciones hasta anularlas, en un momento determinado, por completo.Este estado de postración en el que fueron quedando los astilleros, debido prin-

cipalmente a la caótica situación económica, a la desidia y al desinterés por nues-tra Marina, nos llevará a la adquisición en otros países de buques de nueva cons-trucción y de segunda mano, como veremos más adelante con más detenimiento.

El regreso de Fernando VII y sus consecuenciasSi el regreso de Fernando VII, una vez finalizada la guerra de la Indepen-

dencia, hubiera logrado mantener la unidad de los españoles, la emancipaciónde las colonias podría haberse prolongado durante bastante tiempo, pero estenefasto monarca actuó dividiendo, en lugar de buscar la unión de aquellos quehabían luchado por su regreso y que ingenuamente le habían llamado elDeseado. Su desastrosa política favoreció la propagación del ambiente revolu-cionario, y su intransigencia, unida a la camarilla de la que se hacía rodear—constituida por un grupo de individuos de baja estofa y dudosa moralidadque, a cambio del más absoluto servilismo al monarca, gozaban de su confian-za y de numerosos privilegios—, produjo fatales consecuencias.Valga como muestra el recordar que los territorios americanos se declara-

ron independientes de la España napoleónica, pero mantuvieron sus lazos conlas autoridades de Cádiz, hasta el punto de que representantes de las coloniasparticiparon en la redacción de la Constitución de Cádiz. Los diputados ameri-canos fueron llamados y admitidos en las Cortes de Cádiz con plenitud dederechos, y sus voces resonaron y clamaron con las de los restantes represen-tantes de la nación.Pero la situación de España no permitía atender a sus lejanos dominios.

Las citadas Cortes, frenéticamente entregadas a la aplicación de las nuevasdoctrinas constituyentes, fueron más bien, como apunta Menéndez Pelayo ensu Historia de España, «instrumentos de dispersión más que de cohesión», ylas nuevas ideas revolucionarias llevadas a América por criollos surtieron sunatural efecto e implantaron en Caracas la primera república independiente.

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Sin embargo, cuando Fernando VII fue repuesto en el trono, todas las colo-nias, excepto Argentina, volvieron a unirse a la corona española. Aunque conel decreto del 4 de mayo, emitido en Valencia y conocido como «el manifiestode los persas», se inició un triste período caracterizado por la anulación de lasreformas emprendidas como la disolución de las Cortes, la abolición de laConstitución de 1812 y la vuelta al Antiguo Régimen y al absolutismo. Aldecreto siguieron medidas tan duras como libres y audaces habían sido las delgobierno provisional. Los regentes, los ministros, los diputados más significativos, fueron

encarcelados y sometidos a breves procesos cuyas conclusiones fueron eldestierro en los presidios de África o la retención en los castillos y monaste-rios por el delito de lesa majestad; en fin, se dispuso la formación de expe-dientes de purificación, en la que todo funcionario público, civil o militar,había de justificar los actos de oficio o privados durante los seis años delinterregno.El gobierno de Fernando VII quiso sofocar la aspiración de las colonias

por la fuerza y el terror, en vista de que las Cortes no habían sido capaces deresolver el problema definitivamente, durante el último período constitucio-nal. Don Fernando quería que las cosas volvieran al estado y forma en que seencontraban en 1808, y que en las colonias, al igual que en la metrópoli, setuviera por señor absoluto al monarca.La tozudez del rey en imponer en sus dominios ultramarinos su siste-

ma de intolerancia y rigor no conseguirá otro objetivo que la consolida-ción de la independencia de sus antiguos virreinatos y capitanías genera-les.

El conocido como «escándalo de la compra de los buques rusos»Para conocer un poco más la figura de Fernando VII, voy a exponer a

grandes rasgos el conocido como «escándalo de la compra de los buquesrusos»La desidia de Fernando VII hacia su Marina y sus oficiales era tal que en el

año 1817 se produjo un caso escandaloso: la gestión y compra de una «pode-rosa» escuadra rusa compuesta por cinco «magníficos» navíos y tres «extraor-dinarias» fragatas, que fue llevada a cabo por miembros influyentes de lacamarilla del rey, como Antonio Ugarte, su secretario particular, el aguadorChamorro y el embajador ruso en Madrid, Tatischoff, y todo a espaldas de lostécnicos de la Armada y de su propio ministro, Vázquez de Figueroa, algoinaudito y único en los anales de cualquier Marina, y ¡cómo estarían losbuques rusos que el propio zar añadió por su cuenta, y como regalo, algunasunidades más!Cuando la «flamante» escuadra llegó a Cádiz, los buques, a instancias del

Ministro Vázquez de Figueroa, fueron reconocidos por técnicos de la Marina,informando el ministro a su majestad que estaban todos inútiles, sobre todo

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para largas navegaciones, y que representaban un verdadero peligro para suscomandantes y dotaciones. Ante este informe, Fernando VII hizo lo propio deuna persona absolutamente absolutista: destituyó a su ministro de Marina y lodesterró a Santiago de Compostela.El escabroso asunto de los buques rusos no solucionó nada; todo lo

contrario: contribuyó al desmantelamiento total. El responsable de estedesaguisado fue Fernando VII, y el fraude de que fueron objeto él y suscolaboradores no estuvo sólo en el estado de ruina de los buques, loscuales llegaron a Cádiz desmantelados, cuando los convenios de compra,al parecer, estipulaban su completa dotación en aparejos y municiones deguerra. El coste total de la operación nunca se supo, según constataFernández Duro: «No es posible consultar la documentación, porque fueextraviada, quizá por el mismo Fernando VII, para evitar cargos ante lasCortes».El tiempo demostró muy pronto, pero demasiado tarde, que los detractores

de tan lamentable asunto tenían toda la razón. Sólo uno de los barcos rusos, lafragata Ligera, se mantuvo a flote hasta 1822, gracias a las continuas repara-ciones que le hizo su comandante, don Ángel Laborde. Todas las demás,incluidas las tres fragatas de propina, se hundieron en 1820 en puerto o a laprimera travesía.Esa total inefectividad naval se pondría de manifiesto durante esos

años, al permitirse a los insurrectos americanos, especialmente argentinos,enviar en 1817 seis corbetas de 24 cañones y seis goletas de 12 a 18 caño-nes, con la misión de bloquear el tráfico entre Canarias y el cabo de SanVicente y entre Cádiz y La Coruña, llegando a efectuar diversos apresa-mientos en el estrecho de Gibraltar y a la vista de Cádiz, entre ellos, dosfragatas mercantes de la Compañía de Filipinas, en las que iban embarca-dos el capitán general y el obispo electo. Ataques similares sufrieron elbergantín correo Voluntario y el bergantín goleta Nereida, que fue apresa-do el 22 de febrero de 1819 por otro llamado Irresistible, al mando de unnorteamericano.Todas estas acciones dejaban a España muy alejada de la fuerza naval

que, según Vázquez de Figueroa y el brigadier don Juan Espino, resultabaimprescindible para «conservar las Américas y mantener el decoro nacional».Ambos afirmaban con toda rotundidad en sus informes que para cumplir esosfines eran absolutamente necesarios «20 navíos, 30 fragatas, 16 corbetas, 25goletas, 6 urcas, 6 místicos y 30 cañoneras, obuseras y balandras». Comovenía siendo habitual a lo largo de nuestra historia, las sugerencias anterioresno fueron tomadas en cuenta y la predicción se cumplió al poco tiempo; laAmérica continental hispánica se declaró independiente sin demasiada oposi-ción metropolitana y sin haber suscitado reacciones en la mayoría de losespañoles. Como dijo Cernuda, «como el español nunca dejó pasar sinprotestas tormentosas eso que en la convivencia nacional va contra su sentiríntimo, si entonces no dijo palabra, ni se echó a la calle es que nada le iba enello».

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Las operaciones navales en Hispanoamérica y las expediciones de apoyoEl proceso y evolución de los distintos movimientos emancipadores en un

escenario tan amplio como la costa americana atlántica requiere también dife-rentes actitudes y comportamientos, y las expediciones de apoyo a la causarealista, que necesariamente tienen que ser marítimas, imprimirán un signoparticular a las operaciones bélicas.La situación de la Marina española en América, como ya se ha comentado,

distaba de invitar al optimisto. A gran distancia de la metrópoli, los escasosbarcos estacionados en sus apostaderos tenían como misión la vigilancia desus costas y la represión del contrabando. Su limitada autonomía no les permi-tía una amplia cobertura como la exigida por un teatro de operaciones navalestan amplio como el de la América atlántica. La Marina tendrá que hacer frentea esta situación con una gran penuria de medios y elementos, y a las nuevasmarinas americanas que a medida que avanza el movimiento emancipador sevan definiendo y desarrollando, aunque muchos de sus dirigentes o impulso-res sean extranjeros o mercenarios, no olvidemos que en sus cuadros demando también figuran marinos españoles y criollos, ya que aunque la mayo-ría de los oficiales de Marina se identificó con la causa realista, otros lucharonen bando distinto.En 1809 al frente del apostadero de Montevideo se encontraba el jefe de

escuadra don José María de Salazar, que dispone de los siguientes mediosnavales: fragata Ifigenia, corbetas Indagadora y Mercurio, bergantines Belén,Cisne, Gálvez, Casilda y Panamá, goleta Invencible, zumaca Aránzazu y falu-chos Fama, San Luis, San Carlos y San Martín. Muchos de estos barcos no seencuentran en plena operatividad, pero tendrán que prestar sus servicios cuan-do sean requeridos para ello; y la primera ocasión se les va a presentar el 2 demarzo de 1811, cuando los bergantines Cisne y Belén baten, en aguas cercanasal río Paraná, a tres buques de la primera escuadrilla argentina al mando delmaltés Juan Bautista Azopardo. Los buques apresados fueron conducidos aColonia de Sacramento, siendo esta acción la que da inicio a las operacionesnavales en la guerra emancipadora del Río de la Plata. Buenos Aires esbloqueado por el capitán de navío don José Ángel Michelena, quien se veobligado a levantarlo dos meses más tarde por la intransigencia británica, quejunto a Estados Unidos dificultaba cuanto podía la presencia española enAmérica, siendo esta circunstancia una constante a la largo de nuestra guerraemancipadora.El capitán de navío don Jacinto Romarate, encargado de la defensa de

Montevideo, con sus varias victorias sobre diversas escuadrillas de insurgen-tes llevó a estos a solicitar una tregua al virrey Elío, tregua que aprovecharonlos insurgentes para buscar una flota que les permitiese el dominio del mar.Para ello reclutaron dotaciones extranjeras de marinos mercantes. Será el cata-lán Juan Larrea, antiguo marino mercante, el encargado de dirigir la gestión yla compra de varios buques. Al irlandés Guillermo Brown se le nombra como-doro y almirante de la incipiente flota. Brown estuvo pronto en disposición de

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enfrentarse a Romarate, y después de diversas escaramuzas donde los insur-gentes se apoderaron de víveres y municiones que tanto escaseaban, derrotó aRomarate el 14 de mayo de 1814, lo que le permitió el bloqueo de Montevi-deo, rindiéndola el 20 de junio, dos años antes del congreso que proclamó laindependencia argentina. España se quedaba así sin su única base en el Atlán-tico sur.Respecto a las posesiones del Pacífico, partiremos del gobierno de don

José Fernández de Abascal, virrey del Perú entre 1806 y 1816 y que supomantener el virreinato con una política dura e inteligente, Abascal hizo frentecon eficacia a todos los frentes inestables que se le presentaron. Realizó diver-sas expediciones contra focos independentistas en Chile y el Alto Perú. Alfinal de su mandato se produjo el primer incidente significativo en las costasperuanas, cuando el oficial irlandés Guillermo Brown, al servicio de la JuntaGubernativa de Buenos Aires, las invade al mando de cuatro buques, tripula-dos en su mayoría por marinos ingleses. A finales de enero de 1816, Brown,desde la isla de San Lorenzo, bombardea El Callao.Así se llegaría al año 1817, en el que los patriotas chilenos, liderados por

O’Higgins y San Martín, cruzarían los Andes y, tras derrotar a los españolesen Chacabuco el 12 de febrero de 1817 y Maipú en abril de 1818, sentencia-rían definitivamente la suerte de Chile.Centrándonos ahora en las expediciones que partieron de la metrópoli para

auxiliar a las fuerzas realistas americanas y que, como se había comentadoanteriormente, era empeño del Monarca que en Ultramar se le tuviese comoseñor absoluto, resolvió enviar una fuerza expedicionaria de 12.254 soldadosde Infantería, Caballería y Artillería y 1.547 marinos, al mando del generalMorillo, veterano de la recién terminada Guerra de la Independencia, cuyodestino, en principio, iban a ser Montevideo, Costa Firme y Nueva España. Ante los reveses sufridos por los realistas en el Río de la Plata, con la

pérdida de 11 embarcaciones en el combate naval que tuvo lugar frente aBuenos Aires el 16 de mayo de 1814, se intentó reforzar las tropas de la expe-dición de Montevideo y aunque la situación en Costa Firme era también críti-ca, a partir del mes de julio todos los documentos apuntaron en una sola direc-ción: Montevideo.

El cambio definitivo a Costa Firme se tuvo que realizar posiblemente en elmes de diciembre de 1814, ya que mediante instrucciones secretas fueronentregadas a Enrile el 17 de enero de 1815. Los componentes del convoy notuvieron certeza de su destino hasta después de rebasar las islas Canarias. Estafuerza se componía de 65 buques de transporte, en su mayoría requisados oembargados, lo que provocó protestas y un gran malestar entre los armadoresnacionales. La escoltaban el navío San Pedro de Alcántara, las fragatas Dianae Ifigenia, la corbeta Diamante y la goleta Patriota, y a su frente se hallaba elbrigadier Pascual Enrile. La preparación de este numeroso convoy fue máslenta de lo deseado. Los buques necesitaban importantes reparaciones y éstasse hacían con una lentitud desesperante, a esto se unían las constantes dificul-tades que los armadores ponían en intentar retrasar indefinidamente la salida

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de Cádiz, aleccionando a sus capitanes para que dificultasen lo más posible elavituallamiento de los buques e incluso que abriesen vías de agua cuando losbarcos se encontraban completamente abastecidos.Ante estas circunstancias, y para acallar los rumores que circulaban sobre

su falta de interés en la preparación de los buques, el brigadier Enrile tomómedidas tajantes con los problemas planteados y el día 3 de febrero de 1815repartió a todos los transportes de la expedición un comunicado en el que sedecía: «El capitán que no cumpla con su obligación será enrolado de últimogrumete en el navío San Pedro, y si un barco hace agua y el capitán no locomunica de inmediato para remediar la avería será juzgado en Consejo deGuerra». Estas disposiciones tan duras acabaron de inmediato con todos losproblemas y el día 10 de febrero todos los buques-transporte estaban listospara su salida. Todo esto nos puede dar una idea del retraso que acumuló esta importante

expedición cuando urgía enviar las tropas lo antes posible pues la situación delos españoles en América, a comienzos de 1814 era muy apurada; en concreto,el vasto territorio de Costa Firme estaba casi completamente ocupado por losinsurgentes. Los realistas conservaban tan solo las plazas de Puerto Cabello,Coro y la Guaira. Por fin, el 17 de febrero de 1815 zarpó de Cádiz el convoy,llegando en abril de 1815 y con su llegada cambió el rumbo de los aconteci-mientos. La llegada a tierras de Cumaná de la expedición de Morillo clarificóla situación, al lograr reducir en parte los focos rebeldes de Venezuela, espe-cialmente una vez rendido el que parecía ser su último bastión, la isla Marga-

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rita. Sin embargo, la Armada pagó un tributo muy alto al sufrir el 24 de abril,como ya se ha comentado anteriormente, la pérdida del navío San Pedro deAlcántara en el fondeadero de Cumaná, al oeste de la isla de Coché, comoconsecuencia de un incendio, lo que supuso una gran pérdida tanto de perso-nal como de material ya que actuaba de buque logístico, y almacén de víveres,pertrechos y pólvoras.La pacificación de la costa venezolana aconsejaba proseguir las operacio-

nes en el litoral colombiano, para eliminar los puntos que servían de basenaval, especialmente Cartagena de Indias, que actuaba de puerto y base opera-tiva de las fuerzas insurgentes y que con sus 18 buques habían logrado hacer-se dueñas de las aguas del Caribe.El 1 de septiembre de 1815 las fuerzas españolas sitiaron Cartagena de

Indias, quedando por ello bloqueadas las fuerzas navales adversarias. Tal vezlo más práctico hubiese sido atacarla, pero Morillo prefirió bloquearla,buscando su rendición a través de la amistad que tenía Enrile con los insur-gentes defensores. Cartagena, extenuada por el hambre y las penalidades,capituló el 6 de diciembre, no sin antes intentar una salida en la que se enfren-taron a la escuadrilla española al mando de teniente de navío don José de laSerna, perdiendo los insurgentes, en la acción, 15 embarcaciones. Estas accio-nes navales contribuyeron a paralizar la acción naval de los insurrectos, favo-reciendo de paso la campaña de pacificación del territorio que llevaban a caboel general Morillo en Nueva Granada y Ruiz de Apodaca en México.Pero la actividad marinera desplegada por los insurgentes a mediados de

1816 hizo ver al propio Enrile las limitaciones de las fuerzas navales disponi-bles, y en carta dirigida al ministro de Marina le exponía: «Margarita seperdió por falta de Marina (…) y sin Marina no se puede tomar otra vez». Las posibilidades navales de la metrópoli seguían siendo escasas, y el

ministro de Marina dio permiso para habilitar sólo dos corbetas: la Descubier-ta y la Diamante. Esta última, perteneciente a la expedición de Enrile, habíaregresado a Cádiz con un convoy el 16 de agosto de 1816. Dirigía la nueva expedición un veterano de la anterior, don Francisco de

Paula Topete, quien había llegado a Cádiz también con la Diamante. La expe-dición, compuesta de nueve transportes y las dos corbetas, salió de Cádiz el 1de abril de 1817, con 1.600 hombres del regimiento de Navarra y rumbo aPortobelo y La Habana. Antes de llegar a su destino definitivo, debía pasarpor Margarita, y en contacto con Morillo y Enrile trataría de someter a la Isla.El 9 de mayo llegó a Tobago, en cuyas proximidades apresó una balandraenemiga que transportaba pólvora para los insurgentes de Margarita. Comoquiera que un buque holandés le anunció que Barcelona había sido tomada porlos realistas, se dirigió hacia allí, aunque no pudo contactar con Morillo pararecibir instrucciones. Desde Barcelona se dirigió Topete a Cumaná, en cuyopuerto entró el 23 de mayo. El mal estado de sus buques y las órdenes deMorillo le impidieron proseguir el viaje hacia Portobelo; las tropas que trans-portaba y que quedaron bajo la jurisdicción de Morillo eran necesarias para lasegunda reconquista de Margarita. Las corbetas llegaron en tan malas condi-

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ciones que Topete ni siquiera se atrevió a enviarlas a la Habana para su repa-ración. La expedición no representó ningún refuerzo naval.Hasta 1820, la actividad de las fuerzas navales insurrectas sería intermiten-

te. Entre las fuerzas que disponían, cabe citar la escuadrilla de siete bajelesque puso a disposición de Bolívar un armador de Curazao, cuyo mando otorgóa los mulatos Luis Brión y José Padilla, quienes habían combatido comocontramaestres a bordo de buques españoles en Trafalgar.Hubo aún otra expedición, a la que se dio el pomposo nombre de «división

de Costa Firme» o «expedición de Laborde». En realidad, desplazó tan solo1.500 hombres y estaba integrada por cinco buques de guerra: las fragatasLigera y Viva, la corbeta Aretusa y los bergantines Hiena y Hércules, a losque guarnecían cuatro transportes. Los primeros pasos para organizar estaexpedición se debieron a sendas cartas de Chacón y del capitán general interi-no de Caracas, don Salvador Moxó, donde exponían la necesidad urgente dela escuadrilla de Venezuela de pertrechos y de buques de guerra, porque habíanoticias de que Brión atacaría La Guaira o cualquier otro punto. El ministro deMarina ordenó al capitán general de Cádiz que comenzara la habilitación dealgunos buques, aunque el capitán general le contestó que de momento eraimposible atender esa petición, ya que se estaba preparando la llamada «gran

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Combate entre el bergantín El Voluntario con el corsario argentino Independencia del Sur(5 de junio de 1819). Museo Naval

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expedición» (la que debía transportar las tropas de Riego a Buenos Aires). Locierto es que esa «gran expedición» de la cual se venía hablando desde 1816,nunca salió de Cádiz, y la «división de Costa Firme» tuvo que esperar más deun año. A don Ángel Laborde se le nombró comandante de Puerto Cabello el 23 de

diciembre de 1819. Laborde conocía perfectamente las tribulaciones que pade-cían los marinos destacados en Ultramar y las casi nulas posibilidades de laescuadrilla e hizo una serie de peticiones, unas encaminadas a conseguir yasegurar la subsistencia de su mujer y su hija y la otra indicando que PuertoCabello debía tener bien determinados y seguros los canales de financiación.Ante la sorpresa de Laborde, ambas peticiones fueron aprobadas. De la primerapropuesta no se tienen conocimientos de su incumplimiento, aunque en la refe-rente a que Puerto Cabello tuviese asegurado el abastecimiento fue algo muydistinto, los subordinados de Laborde carecían hasta de lo más elemental eimprescindible para su ración alimentaria. La concesión de la «Banda deComendador de la Real Orden Americana de Isabel la Católica» aunque con laimportante coletilla : «de cuya insignia usará luego que llegase al punto de sudestino», ablandó el estado de ánimo de Laborde y dejó aparcadas las renunciasal mando de la expedición que había cursado con anterioridad.La División de Costa Firme salió de Cádiz el 11 de noviembre de 1820,

llegando sin contratiempos al apostadero de La Guaira el 18 de diciembre,pasando después por Cumaná y, por fin, el día 28 del mismo mes recalaron enPuerto Cabello. Indudablemente, la División constituyó un considerablerefuerzo para la escuadrilla, pero las expresiones triunfalistas del gobierno nose correspondían en absoluto con la realidad y la desfiguraron completamente,y no fue por desconocimiento ya que Laborde a lo largo de 1821 envió unaextensa correspondencia, relatando los acontecimientos del apostadero dePuerto Cabello, las fatigas sufridas con las evacuaciones, la pérdida de losapostaderos de La Guaira y Cumaná, el prolongado bloqueo de Puerto Cabelloy los padecimientos y hambre soportados durante todo el año y todo ello debi-do, fundamentalmente, al abandono que el gobierno de Madrid sometió a susfuerzas de Ultramar.El Departamento de Ultramar conocía perfectamente que la fragata Viva

(exrusa) se había hundido en Portobelo casi inmediatamente después de sullegada; igualmente, que la corbeta Aretusa regreso a España a los pocos días;que la fragata Ligera necesitó reparaciones constantes y que el bergantínHércules se desplazó a La Habana con el fin de someterse a reparaciones.¿Dónde estaba el refuerzo poderoso que el gobierno con tanto ahínco queríadifundir a la opinión pública?Hubo también una primera y pequeña expedición a Costa Firme, que salió

de Cádiz el 5 de agosto de 1813, que se denominó «expedición de la fragataVenganza», compuesta por la citada fragata como único buque de guerra ycinco trasportes con 1.000 hombres del regimiento de Granada. Esta expedi-ción no supuso ningún refuerzo para la escuadrilla de Costa Firme, ya que susinstrucciones era de regreso inmediato a la Península, como así hizo.

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Como ya se ha comentado anteriormente, la llamada «gran expedición»,también conocida como «Ejército de la Isla», cuyo objetivo era reforzar a laexpedición del general Morillo, nunca llegó a salir, al sublevarse en Cabezasde San Juan, el 1 de enero de 1820, el comandante del Regimiento Asturias,Rafael de Riego, exponiendo en sus proclamas que dicha actitud obedecía alsentimiento generalizado que sentían los oficiales y soldados del ejércitoexpedicionario que aguardaba en Cádiz para su embarque con destino a Ultra-mar, que la partida significaba: «la muerte en buques podridos y en tierraslejanas en una guerra inútil». Este cambio o revolución se estaba gestandodesde hacía mucho tiempo y respondía a otras muchas motivaciones y seextendió muy rápidamente por toda España, de tal forma que el 7 de marzoFernando VII se vio obligado a jurar la Constitución promulgada por lasCortes de Cádiz en 1812. Entrando en la historia en el período denominado«trienio liberal».El cambio de régimen dio lugar al licenciamiento del cuerpo de ejército

destinado a las posesiones de Ultramar y al desarme de la escuadra encargadade transportarlo, siendo este uno de los objetivos de muchas personas a uno yotro lado del Atlántico, con lo que los insurrectos, al conocer las noticias,cobraron nuevo impulso al disponer de mayor libertad de acción y menosoposición.En líneas generales, durante el Trienio Liberal la Marina iba a continuar

olvidada y sumida en idéntica crisis que en años anteriores, a lo que no fueajena la inestabilidad ministerial —¡hasta ocho asumieron la cartera en tresaños!—, por lo que fue prácticamente imposible llevar a cabo cualquieracción eficaz.

Conclusiones No fue la derrota en San Vicente, ni en Finisterre, ni siquiera el cataclismo

de Trafalgar la causa del hundimiento de la Marina; lo fue la Guerra de laIndependencia. Para la Armada, la lucha contra el Francés fue otro largo calvario, en el que

a través de su espontánea contribución a ella fue labrando cada día su ruina,hasta llegar a su total inefectividad. Aunque hay que tener en cuenta que ellofue en parte obligado por la necesidad de acomodar su personal y sus servi-cios a las modalidades de la lucha en tierra y de ahí el expolio sin tasa a quefueron sometidos sus arsenales, depósitos y hasta los pertrechos de susbuques. Los barcos fueron desarmados y se dejaron pudrir los depósitos de losarsenales; sus fábricas de armamento pierden su carácter eminentemente navalpara pasar a fabricar armas portátiles y artillería de campaña; gran parte delpersonal de la Marina fue a engrosar las fuerzas de Ejército; tropas de Marinaparticiparon en la defensa de la Puerta del Carmen de Zaragoza; los jefes deescuadra Cayetano Valdés, Felipe Jado Cagigal y el brigadier FranciscoRiquelme, fallecido en el combate, participaron en la batalla de Espinosa de

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los Monteros, el propio Enrile en febrero de 1811 pasó al Ejército como coro-nel del recién creado Cuerpo de Estado Mayor, participando en la batalla deLa Albuera, en el segundo sitio de Badajoz y en operaciones en el Condado deNiebla, para reingresar en la Real Armada como brigadier en 1814 a fin deformar parte de la expedición de Morillo; otros formaron parte de la guerrillay otros se derivaron a tareas políticas como Escaño, Císcar, Cayetano Valdés,etc. Tan mísera situación puede comprobarse cuando, en esa época, no hay más

remedio que aceptar que buques de la Royal Navy le den escolta a los escasosconvoyes enviados o recibidos de América. La deuda contraída por el Estadocon la Marina alcazaba la cifra de 272 millones de reales, lo que convertía a laReal Armada en un cuerpo muerto sumido en la indigencia más absoluta. Si laMarina hubiera recaudado las rentas dedicadas a su conservación y manteni-miento, con entera independencia de las tesorerías del reino, quizás no hubie-ran faltado en sus astilleros acopios de maderas y pertrechos para habilitar losbuques de guerra que quedaban, reparar los viejos y, tal vez, construir algunonuevo; y el gobierno no se hubiera visto en el triste espectáculo de enviar aInglaterra a carenar navíos y fragatas, ni los jefes del apostadero de Mahón sehubieran hallado en la dura necesidad de vender los aparejos de sus buquespara dar de comer a sus tripulaciones. Otro de los factores a tener en cuenta es que, pese a depender del mar

para mantener su imperio, y a pesar de su larga vinculación con él, en Espa-ña nunca se estimó en demasía el oficio de marino. La Marina era conside-rada, frente al Ejército, un destino de segunda, por lo que su presupuestosiempre fue escaso: barcos viejos y mal equipados, salarios que se retrasa-ban meses o años y una marinería mal formada y sin motivación alguna.Muchos marineros eran reclutados a la fuerza por el sistema de levas y lamarinería quedaba formada, en su mayoría, por presidiarios, enfermos,campesinos y obreros que nada sabían de la mar. La fiebre amarilla de 1802acarreó la pérdida de muchos marineros experimentados en Andalucía, loque agravó la situación de la Marina y fue, entre otras, una de las causas deldesastre de Trafalgar.El abandono de la Marina por la falta absoluta de cuidados en las materias

primas; el mal sistema educativo del personal; el desprecio a los arsenales,antaño impulsados por grandes ministros, y el desafortunado nombramientodel Príncipe de la Paz para regir los destinos del almirantazgo, del que pocosabía, fueron factores decisivos para el inevitable ocaso de la Marina. Elproceso de reconstitución será lento y penoso a consecuencia, sobre todo, delretraso en la industrialización del país. La definitiva pérdida para España de sus posesiones americanas, con la

excepción de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, representará, en primer lugar, lapérdida de su condición de gran potencia, mantenida ya con grandes dificul-tades, y la falta de unos recursos para las arcas reales que causaron grandesolación en la ambición de algunos. La separación de los virreinatos ameri-canos sólo podía haber sido contenida con unas fuerzas navales capaces de

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reforzar las guarniciones militares; pero sin ese apoyo naval insoslayable, lasfuerzas realistas americanas fueron dejadas a su suerte y su sentencia quedófirmada.La Monarquía en particular y los sucesivos gobiernos en general no llega-

ron a concienciarse nunca de que unos territorios con extensos litorales ymagníficas vías fluviales de acceso ofrecían una mayor vulnerabilidad si no sedisponía de una Marina amoldada a estas circunstancias. La Marina españoladel siglo XIX no lo fue por la falta de interés, en unos casos, y por la animad-versión que hacia ella sentían amplios sectores de la esfera política nacional.Todo ello llevó a una ausencia total de directrices y penuria de medios quepropiciaron la debilidad manifiesta de los apostaderos e instalaciones navales,descuidadas y desatendidas por quienes manejaban los caudales públicos y,que por celos no invertían cantidad alguna en su mantenimiento y conserva-ción.También la falta de visión política llevó a situaciones irreversibles en

América y a estancar posturas españolas, lo que irremediablemente rompiótoda posibilidad de diálogo descolonizador. La reacción fernandina en suvuelta al trono y sus consecuencias, la sublevación y las proclamas deRiego al frente de las tropas destinadas para América y la llegada de losCien Mil Hijos de San Luis, acabaron desatendiendo a la metrópoli de susintereses en Ultramar, y de las ofertas conciliadoras de Iturbide, Rivadaviay San Martín, que se mostraron propicios a sentar en los tronos mejicano,rioplatense y peruano a infantes españoles e, incluso, pensaron en el ancia-no Carlos IV.Tampoco nos podemos olvidar del grave aislamiento internacional al

que sometió nuestro ínclito Fernando VII a España. En este período crucialen la historia de Europa, cuando se estaba dirimiendo el equilibrio de fuer-zas tras la derrota de Napoleón, Fernando VII se mostró sorprendentementedesinteresado por los asuntos externos; Así, pese a haberse enfrentadocontra el emperador francés y haberle derrotado, España quedo marginadade los beneficios que las potencias vencedoras de Napoleón recibieron enla segunda paz de París y en el Congreso de Viena de 1815. Nuestro país,destrozado por la Guerra de la Independencia, con las arcas vacías y roto elcomercio con las colonias americanas, quedó relegado a un papel secunda-rio en el concierto internacional y, lo que es peor, se vio encerrado en unaislamiento internacional que se fue haciendo, con el tiempo, cada vez másvisible. El prestigioso profesor y maestro Ruméu de Armas nos emite sujuicio sobre el nefasto aislamiento español del siglo XIX con estas palabras:«España vive al margen de los acontecimientos políticos del mundo, ence-rrada en un aislamiento internacional absoluto. Salimos de la guerra de laIndependencia ligados a Inglaterra por una imperceptible alianza en 1814.Ensayamos luego un estéril acercamiento a Rusia, para encerrarnos porúltimo, como acorralados en un rincón de Europa sin más horizonte que laconservación del statu quo, es decir, de los últimos vestigios de nuestroimperio ultramarino»

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España, de ser una nación de carácter geopolítico eminentemente maríti-mo, adoptó, durante todo el calamitoso siglo XIX y la primera mitad del XX,una mentalidad política y estratégica erróneamente continental. Podemosdecir que 1817 es el año que marca la consumación de la pérdida de nuestropoder naval y el inicio de nuestro grave aislamiento internacional. Fruto de este aislamiento internacional y de la candidez del monarca fue

la confianza que tenía en la protección de los soberanos de Europa paradominar el levantamiento americano y recobrar las antiguas posesiones,cuando el gobierno inglés, por una declaración del 1 de enero de 1825,reconocía como potencias independientes varios de los Estados emancipa-dos, haciendo pública su resolución por una nota dirigida a los agentesdiplomáticos de todos los gobiernos con quienes mantenían relaciones deamistad. Lo mismo había hecho los Estados Unidos, comprendiendo en unageneral declaración a todos los que habían proclamado su independencia.En aquel mismo año nos vimos obligados a evacuar el castillo de San Juande Ulúa, abandonando así el último baluarte de España en el territorio meji-cano.En el año clave de 1834, la Marina española ya no existe, reducida a tres

navíos inútiles, cinco viejas fragatas y menos de 20 unidades auxiliares. Y eneste fatídico año de 1834 se produce el cerrojazo definitivo de nuestro aisla-miento, víctima de la alianza entre Francia e Inglaterra contra Alemania,anulando por completo a España, que desaparece políticamente del mapaeuropeo hasta la firma de los tratados hispanonorteamericanos del año ¡1953¡Y, por último, es justo reconocer que nuestras actuaciones y consolidación

en América durante más de tres siglos, no hubiesen sido posibles sin el ejer-cicio de un poder marítimo, ya que sin él difícilmente se hubiese podidosoportar el corso y la piratería a lo largo de tan extenso litoral, ni de respon-der, durante siglos, a los continuados ataques de franceses, holandeses eingleses a los territorios de Ultramar. También es de reseñar, por ser recono-cido por los historiadores, que nuestros marinos destacaron por su entrega,arrojo y decisión, a pesar de las innumerables dificultades por las que tuvie-ron que pasar: falta permanente de víveres, pertrechos, personal y con unpésimo material a su disposición, y lo que es más importante, tuvieron queluchar contra los celos, la incomprensión y las ambiciones de unas autorida-des que no vacilaron en descargar su ira sobre ellos cuando las cosas en tierrano iban bien.Muchos marinos se vieron obligados a lavar su mancillado honor por

acusaciones injustas y demostrar, una y otra vez, que habían sacado elmáximo rendimiento posible al pésimo material del que disponían. Losmarinos, en general, recibieron un pésimo trato, fueron sometidos anumerosos expedientes de los cuales salieron indemnes, en la mayoría delos casos, y es de justicia reconocer que ellos no fueron responsables nide la escasez de los buques puestos a su disposición, ni del mal estado enel que se los entregaron. Navegar en la mayoría de ellos ya era en sí unaheroicidad.

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LOS MARINOSDE LA EMANCIPACIÓN.

UN PROTAGONISMO HISTÓRICO

No sería totalmente sincero si no reconociera que el tema que trato deexponer ante ustedes exige un ejercicio de concreción que ofrece no pocasdificultades y, sobre todo, que demanda un criterio clasificador que puedecomportar críticas o controversias. Las nóminas de los marinos que a bordo delos buques de la vieja España o de las jóvenes repúblicas americanas lucharonen defensa de sus ideales es amplia, dinámica y generosa. No es posible portanto configurar un censo de protagonismos con la rigurosidad y precisiónadecuada. El hombre —se ha dicho muchas veces— es consustancial a sucircunstancia, y en este caso la acción o actitud naval desplegada en los esce-narios estratégicos del Atlántico o el Pacífico, en sus orillas americanas, vaunida indisolublemente a los hombres que la posibilitaron.En la iniciación, desarrollo y más tarde consecuencias del conflicto, la Mari-

na tendrá asignado un papel de primer orden por muchas y lógicas razones. Enprimer término, porque hombres destacados en los escalafones de la Armadaasumen protagonismos esenciales; virreyes como Liniers, Apodaca, Hidalgo deCisneros, etc., y junto a ellos, jefes de gran prestigio como Laborde, Gutiérrezde la Concha, Porlier, Chacón, Monteverde, cuyas breves semblanzas iránconformando esta ponencia. En segundo lugar, porque el único medio de enlaceentre España y América es el marítimo, y los convoyes de armas, pertrechos ytropas se tendrán que hacer necesariamente por mar y con el apoyo esencial dela marina militar, cuando no en sus propios buques. Y, en tercer término, porquebuena parte de las operaciones se plantean y ejecutan como navales. Se imponepor tanto un trazado de líneas maestras que permitan seguir, dentro de los obli-gados límites de tiempo y espacio de una conferencia, el contenido de esta apor-tación marítima en el proceso emancipador de la América española.La situación creada por la cobarde abdicación de Fernando VII desde su

prisión dorada en Francia, y la heroica y despiadada lucha contra los ejércitosnapoleónicos invasores del suelo español, propició la creación de las diferen-tes Juntas Provinciales y de la Junta Central, lo que planteó tanto en Españacomo en América problemas políticos de extraordinaria importancia nuncahasta entonces manifestados. El fenómeno independentista se inició como unarepercusión del sistema de autodefensa surgido espontáneamente en España

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José CERVERA PERYGeneral Auditor

Correspondiente de la Real Academia de la Historia

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para hacer frente a la invasión napo-leónica. El último lazo que manteníala unión era la Corona, y al faltar sutitular, todo se desquebraja. Puede serpor tanto la emancipación, y así lo haconstatado Suárez Verdaguer, el findel Antiguo Régimen en AméricaPero si en la Península las Juntas

Provinciales reconocerían con nopocas reticencias la suprema autori-dad de la Junta Central Gubernativadel Reino, que más tarde transmitiríasus poderes a un Consejo de Regen-cia, en América se discutió su autori-dad y se buscaron otras soluciones. Yla razón fue obvia. La Junta Suprema,y la Regencia después, no quisieronreconocer la facultad de los pueblosamericanos para formar sus propiasjuntas, pretendiendo mantener lasubordinación de los mismos a lasautoridades españolas persistentes, ylos antiguos virreinatos no aceptaronla doctrina. La lealtad se dirigía al

trono y a la persona del rey cautivo, pero no se extendía al pueblo peninsular,parte como el americano de la unidad de la Monarquía. Este principio será eldetonante que, desde los diferentes teatros de operaciones, deberá conducir ala proclamación de las independencias y a promover las guerras de emancipa-ción, en las que la Marina española tendrá asignada una importarte cuota departicipación.Así, el oficial de Marina de la España de Ultramar se verá inmerso en la dureza de

unas implacables campañas, desasistido la mayor de las veces de toda comprensión yestímulo, y cuya única recompensa al retorno —los que puedan hacerlo— será la dehaber sido fiel a las instituciones que sirvió y haber mantenido el juramento de fidelidad ala bandera. Con el deber cumplido y la obediencia y disciplina mantenidas en una seriede extrañas situaciones y cumplimentando discutibles ordenes de mediocres estrategasde limitada visión.Es importante por tanto, antes de seguir el hilo conductor trazado, recordar

que en la guerra de la independencia americana, que no por ello dejaba de seruna guerra fratricida, hubo españoles e hijos de españoles nacidos en Europaque estuvieron al lado de la revolución desde sus comienzos, mientras queespañoles criollos o naturales del nuevo continente lucharon hasta el fincontra el intento de emancipación. En principio ambos bandos definieron susposiciones como patriotas o realistas, aunque más tarde habrían de hacersefrente bajo más concretas derivaciones que las de una simple semántica.

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José Rodríguez de Arias.

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Siguiendo el orden de los sucesos en la América atlántica, la Junta deCaracas, después de su proclamación como «soberana», formó un ejércitopara imponerse a la de Maracaibo y departamento de Coro, reafirmada enfavor de la Regencia. Hubo que mantener por parte española un bloqueo enregla —primeras operaciones navales de la campaña— a la provincia subleva-da, ejerciéndolo la fragata Cornelia, al mando del capitán de navío JoséRodríguez de Arias, bloqueo al que se incorpora la corbeta Príncipe y sietebuques menores traídos de Puerto Rico y La Habana. Y, aunque no eran sufi-cientes fuerzas para el control de tan amplio litoral, Rodríguez de Arias, cuyasemblanza es la de un ilustre marino que llegaría a la más alta escala del almi-rantazgo, pudo lograr con acierto su objetivo, ya que el gobierno revoluciona-rio estaba huérfano aún de medios navales.El 5 de julio de 1811 proclamaba Venezuela su independencia, pero el

partido realista reaccionó en su contra iniciándose una serie de encarnizadoscombates. Será un conflicto horrible —escribe José Ramón Alonso—, en elcual un débil grupo de militares españoles, casi nunca apoyados desde lametrópoli, trata de conservar Venezuela para Fernando VII, todavía huéspedpreclaro de Napoleón.En febrero del año siguiente, el capitán de fragata Domingo Monteverde,

del que se ha dicho que fue un marino que se distinguió por su valor en cuan-tas operaciones marítimas o navales intervino, al frente de una compañía deInfantería de Marina traída de Puerto Rico, cumpliendo órdenes del virreyCevallos, derrotó a los rebeldes en tierra, al mismo tiempo que se iniciabanrealmente las operaciones navales, ya que los sublevados habían conseguidoadquirir los buques necesarios para hacer frente al bloqueo español, amén deexpedir numerosas patentes de corso. Monteverde obligó a capitular a Miran-da —su principal antagonista— tras la derrota de sus tropas y la recuperaciónde Puerto Cabello y enterado el gobierno español de los hechos realizados porel marino, no sólo lo ascendió a capitán de navío, sino que lo nombró capitángeneral de la provincia de Venezuela y presidente de la Audiencia de Caracas,honrándole además con el título de Pacificador.A Monteverde se le subieron los iniciales triunfos a la cabeza y creó

problemas al negarse a entregar el mando al virrey Cevallos una vez termina-da la campaña que se le encomendó, actuando por su cuenta y ejerciendo unadura represión en ruptura de los pactos contraídos -lo de Pacificador quedó enaguas de borrajas- volvió a encender la guerra en la que las cosas no le fuerontan bien. En los primeros meses de 1813, Bolívar —que tiempo atrás habíaentregado a Miranda a Monteverde— obtiene señaladas victorias, entrando enCaracas y proclamando la guerra sin cuartel, mientras Monteverde se ve obli-gado a retirarse a Puerto Cabello y a repatriarse obligado por sus propiossoldados. No obstante, vuelto a España, continuó brillantemente su carrera. En1817 fue ascendido a brigadier y le fueron concedidas la Gran Cruz de Isabella Católica y la Laureada de San Fernando. En 1824 fue promovido a jefe deescuadra, empleo en el que falleció. Es un personaje indiscutiblemente contro-vertido, pero de acusado protagonismo en las luchas de Costa Firme.

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Se mantenía tranquilo el territorio de Guatemala, gobernado por el antiguocomandante de la Atrevida, el jefe de escuadra José de Bustamante y Guerra,cuando surgieron los graves acontecimientos en el virreinato de Nueva Espa-ña, (Méjico) con el particularismo de que el movimiento insurreccional tuvoaquí acusado carácter popular y no criollo, y sus instigadores fueron en sumayoría humildes clérigos, un poco versión ultramarina de los curas guerrille-ros españoles de las guerras de la independencia o carlistas, que manejaban deigual suerte trabuco y sotana.El apoyo marítimo a las batallas de tierra, reñidas con notable desigualdad

numérica, no fue despreciable. Las dotaciones de los buques de guerra surtosen Veracruz, llamadas por el virrey don Francisco Javier Venegas y conduci-das a marchas forzadas por el capitán de navío Rosendo Porlier, comandantede la fragata Atocha, coadyuvaron notablemente en el rechace de los ataquesinsurgentes, pero el cura Mercado puso sitio a la ciudad de San Blas en elPacífico y la rindió, sin que parezca justificada, en opinión de FernándezDuro, la conducta de su gobernador, el teniente de navío José de Lavayen.Restaurado el orden a medias, se encendió la guerra en las provincias del sur

y fue incomunicada Veracruz principal puerto por donde llegaban los recursos ylas gentes de los buques de guerra tuvieron que guarnecer los fuertes de San Juande Ulúa y costa de Tampico en precarias condiciones. Llegaron algunos navíosde refuerzo, pero la lucha se intensificó en 1813 con la pérdida de Acapulco, perola Marina brilló en la sangrienta guerra de los cinco años fuera de su elemento,cubriendo la falta que se hacía sentir de jefes y oficiales del Ejército y sus jefesdestacaron cumplidamente en aquellas no muy eficaces operaciones de unaforzada campaña. Así, la columna que mandaba el capitán de fragata Porlier sebatió bravamente, ganando la batalla de Zatoplan contra Morelos, sucesor deHidalgo. Destacaron también los capitanes de fragata Llanos y Ulloa, defensoresdel puerto de Alvarado contra fuerzas diez veces mayores que las suyas; lostenientes de fragata Argüelles y Casasola, que llevaron a cabo acciones califica-das de heroicas; los tenientes de navío Cárdenas y Soto; el capitán de navío donJosé de Quevedo en cuyas manos se puso la ciudad de Veracruz, puerta delvirreinato y el heroico capitán de fragata, Céspedes, que prisionero de los insur-gentes prefirió morir fusilado a que la Marina Real de España pudiera avergon-zarse de ver su nombre en la lista de sus oficiales.En Buenos Aires, la semilla de la insurrección estaba abonada desde 1805,

pero no habría de germinar hasta cinco años más tarde. El virrey SantiagoLiniers, que de capitán de fragata había sido jefe del apostadero de BuenosAires y quien gozaba de un merecido prestigio en todo el Río de la Plata, fuesustituido por razones poco convincentes por el teniente general de la Armadadon Baltasar Hidalgo de Cisneros, que para no caer en la desconfianza quehabía provocado el cese de Linniers adoptó medidas de indudable acierto polí-tico como la de decretar la libertad de comercio, pero lo mismo que Venezue-la, fue la noticia de la entrada de los franceses en Andalucía, la disolución dela Junta Central y el sitio de Cádiz, los determinantes más inmediatos de lasublevación, instalándose una Junta Soberana el 25 de mayo de 1810, que

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proclamando, los derechos deFernando VII, bien pronto asomó suverdadera imagen destituyendo alvirrey y embarcándolo para Cana-rias, con lo que tuvo más suerte quemuchos de sus subordinados quequedaron para siempre en tierraargentinaAnte tal estado de cosas, el desti-

tuido Liniers, que se encontraba enCórdoba de Tucumán junto al gober-nador de aquella provincia, capitánde fragata Juan Gutiérrez de laConcha, intentó oponerse a la suble-vación reuniendo tropas y efectivos,pero la Junta de Buenos Aires, a laque no se le ocultaba el peligro quesuponía el prestigio del antiguovirrey, le ganó por la mano obligán-dole a ponerse en camino hacia Perúen compañía de los comprometidos por la causa española, buscando una tomade contacto con el ejército realista, sin ver conseguido sus deseos, ya quevendidos y abandonados por sus guías fueron alcanzados por la caballería yfusilados sin contemplación. Con ello los rebeldes estuvieron en posición deatacar Montevideo, punto importante por ser base de estación de la MarinaReal, sin conseguir tampoco sus propósitos, pues los marinos gobernados porel jefe de escuadra don José María de Salazar se impusieron, encerrando a los

dirigentes enemigos en la goletaProsperidad y reconocida la Regen-cia en comunicación con España sereafirmó el poder existente.Con ayudas no regateadas por parte

de Inglaterra y de Estados Unidos, laJunta de Buenos Aires pudo contar conuna escuadrilla compuesta de unbergantín de 18 cañones, una goleta de10 y una balandra de tres. En subúsqueda salió rápidamente el capitánde fragata Jacinto Romarate con losbergantines Cisne y Belén y dos falu-chos, dándoles alcance, abordándolosy hundiéndolos haciéndose dueñodespués de la batería de tierra cuyoscañones pasó después a sus buques.Fue esta el llamado combate del Arro-

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yo de la China y la primera derrota delmercenario maltés Azzopardo, primerjefe de la Marina argentina. Poco tiem-po después, reforzadas sus fuerzasnavales con la compra de diferentesbuques, se nombró comodoro de laincipiente flota a un inglés, antiguocontrabandista del Río de la Plata,William Brown, que en poco tiempoestuvo en disposición de atacar aRomarate, quien con una división debuques ligeros barajaba la costaatacando los puertos insurgentes,correrías con las que se procuraba, enbrillantes golpes de efecto, los víveresy municiones que tanto escaseaban. Enlos combates que se libraron, Romara-te consiguió llevar de entrada la mejorparte, pero los rebeldes lograron laventaja de aislar Montevideo y separar

la escuadra, ejerciendo Brown un bloqueo tan efectivo que obligó al capitángeneral don Gaspar de Vigodet a capitular, si bien en honrosas condiciones queno fueron cumplidas por los insurgentes.Hay coincidencia de opiniones en historiadores y analistas en que, tal

como iba la revolución de los dominios de ultramar en el momento del regre-so a Madrid de Fernando VII, hubiera sido fácil acabarla por medio de unapolítica de tolerancia y comprensión concediéndoles el disfrute de ciertaslibertades, sobre todo en los ámbitos políticos y administrativos, mentalizandoa sus naturales con la idea familiar de la patria común. Pero Fernando VII nolo entendió así, y al igual que dispuso para la metrópoli la vuelta al antiguoorden, dispuso también, con equivocada visión de futuro, un riguroso planpara la todavía América española, preparando la expedición de Morillo contajantes órdenes de asentamiento del pabellón real en su versión autoritariapor los medios que fuesen. Esta imposición absolutista desacertada, de mani-fiesta miopía política, sería un nuevo y poderoso factor disgregante para losterritorios españoles del nuevo mundo.Una considerable fuerza de 10.000 hombres, repartidos entre 18 navíos,

fragatas y transportes, partió de Cádiz a finales de 1814 bajo la jefatura delgeneral Pablo Morillo, que había sido soldado y después alférez de Infanteríade Marina en sus años mozos, y que llegó a la costa venezolana cuando estabaprácticamente pacificada. Una parte de la expedición pasó por mar a SantaMarta, mientras que los buques mayores perseguían a los corsarios de Carta-gena, ciudad a la que rindió después de someterla a un duro bloqueo. El jefede las operaciones navales también era un prestigioso marino, el brigadier donPascual Enrile.

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No vamos a seguir la trayectoria ydesarrollo de los acontecimientos quea la postre conllevaron la independen-cia de la América española, pero sífijar la atención en los marinos queestuvieron inmersos en sus principa-les avatares, y no solo referido a losespañoles, puesto que también crio-llos como Blanco Encalada, MatíasZapiola, José Padilla o Luis Brióntuvieron mucho que decir. Morillosostuvo no obstante la lucha conalternativa de éxitos y reveses, hastaque a fines de 1820 suscribe unarmisticio con Bolívar y regresa aEspaña desmoralizado y deshecho. Laayuda que a través del Cuerpo expe-dicionario sublevado por Riego en lasCabezas de San Juan debía haberrecibido, no pudo hacerse efectiva, yel nuevo cambio de rumbo de la polí-tica española tendría de inmediato sus repercusiones en América. Tras la repatriación de Morillo, siguiendo instrucciones del gobierno, las

tropas que aún permanecían en América quedaban al mando del mariscal decampo don Miguel de la Torre, que dejaba estipulado con Bolívar un armisti-cio de seis meses para tratar de encontrar durante esa acordada suspensión dehostilidades la fórmula de una prórroga indefinida. Se designaron comisionesoficiales para cada región y el gobierno los buscó entre oficiales de Marina enrazón de sus conocimientos de tierras y personas sin profundizar en el terrenode las ideas. Así para Venezuela fueron nombrados el brigadier José Sartorio yel capitán de fragata Francisco Espeliú, para Santa Fe en Nueva Granada, elcapitán de navío Tomás Urrechea y el de fragata Juan Barri, para el Perú elbrigadier José Rodriguez de Arias y el capitan de fragata Manuel Abréu y paraMéjico el brigadier Carlos de Irisarri. Nombres todos, grandes desconocidos oinjustamente olvidados, pero con derecho propio a figurar en las listas de losbeneméritos de la patria.Por los límites de espacio y tiempo no podemos extendernos en el estudio

de la presencia naval en la cornisa del Pacífico, sobre todo en el proceso inde-pendentista de Chile, en el que hay nombres como los del brigadier AntonioPareja, capitán de fragata Joaquín Bocalán y capitán de navío Tomás BlancoCabrera, quienes obligaron a las fuerzas chilenas de O’Higgins a levantar elsitio de Talcahuano. Las derrotas españolas de Chacabuco y Maipú, el increí-ble paso de los Andes del general José de San Martín y la incorporación a laescuadra chilena de otro mercenario, el almirante ingles lord Cochrane, queantes había luchado a favor de los españoles en la guerra de la independencia,

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favoreció la suerte de los insurgentes.Pero las divergencias entre SanMartin y Cochrane estuvieron a puntode causar serias complicaciones en lamarcha favorable de la independenciachileno-peruana.El año de 1824, el de Ayacucho, se

pudo socorrer a los defensores deChiloé con la llegada del navío Asia ydel bergantín Aquiles, a las órdenesdel jefe de escuadra Roque Gurucetaa que obró con prudencia y parsimo-nia y pudo haber sacado más fruto desu honrosa comisión. Quizá pensaraque la suerte del Pacífico estaba echa-da de antemano.No quisiera terminar este urgente

recorrido, a todas luces incompleto,sin el recuerdo a los dos ilustres jefes

de la Armada que cerraron el ciclo histórico de la presencia española enAmérica, cuando ya las nuevas banderas de las republicas independientesflameaban sus pliegues. El jefe de escuadra don Ángel Laborde y el brigadierdon Juan Bautista Topete y Viana (padre del que tambien sería famoso,aunque por otras causas, don Juan Bautista Topete y Carballo). A don Ángel

Laborde, gaditano, se le considera unmarino excepcional cuya proyecciónamericana será notable. El 11 denoviembre de 1820, siendo capitan defragata, salió de Cádiz al mando de ladivisión naval integrada por las fraga-tas Ligera, Viva y Aretusa y losbergantines Hércules y Hiena.También se le había nombrado gober-nador de Puerto Cabello. Las extraor-dinarias dotes y virtudes castrenses deeste gran marino contribuirían amantener el pabellón nacional alzadopor más tiempo que en otros territo-rios. Y ello gracias a la campañamarítima sostenida prodigiosamentesin recursos de ninguna especie.Notable campaña. Con escasísi-

mos medios, hizo frente a los corsa-rios colombianos teniendo que formarconvoyes de escolta hasta Puerto

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Rico. La decisiva victoria de Carabo-bo, conseguida por los hombres deBolívar, trajo como inmediata conse-cuencia el abandono de Caracas y elinsostenible puerto de La Guaira. Elgenio de Laborde sobresalió en laevacuación hasta Puerto Cabello,donde permanecían unos 4.000 o5.000 veteranos del Ejército Real. Laarriesgada misión de Laborde entra-ñaba conducción de convoyes a Puer-to Rico, formando otros de provisio-nes para la plaza bloqueada ymanteniendo comunicación con Cura-zao, de donde se obtenían recursos.Todo ello manteniendo en jaque a lasfuerzas insurgentes, mandadas por elsucesor de Brión —un aventureronorteamericano apellidado Daniels—,disponiendo solamente de la fragata Ligera, una de las famosas y ruinosasembarcaciones compradas a los rusos.El nombramiento del general don Francisco Tomás Morales como gober-

nador de Venezuela tuvo para el historiador Fernández Duro consecuenciasnegativas, ya que, subvalorando la importancia de Puerto Cabello y la conve-niencia de mantenerlo a todo trance, concentró sus ideas en la reconquista deMaracaibo, empleando cuantos elementos tuvo a su alcance. El caso es que,durante casi un año, Morales fue el árbitro de Venezuela, aunque sin refuer-zos, y limitado a sus precarios recursos, tuviera que capitular finalmente.Laborde hizo lo imposible por impedirlo, ya que acudió con la Ligera ensocorro de Maracaibo teniendo que hacer frente a nuevos ataques insurgentes,ferozmente combatido por el mulato Padilla —que había sido contramaestreespañol en la batalla de Trafalgar— en la posesión del lago caribeño. Moralescargó las tintas contra Laborde injustamente, lo que promovió que, en defensade su buen nombre, publicara un opúsculo de contestación a las imputacionesque directamente le hace el mariscal de campo don Francisco Tomás Morales,excapitán general de la provincia de Venezuela, en su parte del 31 de agostodel presente año, dirigido al «Excmo. Señor Capitán General de la Isla deCuba». El folleto está impreso en Nueva York en 1823 por George Long.Ascendido a brigadier, y nombrado comandante general del apostadero de

La Habana, realizó notables comisiones con su incrementada escuadra (refuer-zos peninsulares, como el navío Guerrero, las fragatas Lealtad, Iberia Perla,más los buques menores con que contaba) por la Costa Firme, ante Cartagena,La Guaira, Santa Marta y Cumaná. Morales logró que los colombianos desar-maran sus buques grandes, limpió aquellas aguas de corsarios y, apoyadoúnicamente en el dominio español de Cuba y Puerto Rico, organizó el servicio

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de Marina en ellas, manteniendo elapostadero de La Habana en constan-te estado de actividad y eficacia.Don Juan Bautista Topete y Viana,

nacido en Cartagena de Indias en elseno de una familia de ilustres mari-nos (su padre, don Juan de DiosTopete y Fuentes, fue uno de ellos),comparte con Laborde el mérito testi-monial de las ultimas defensas delpabellón nacional en la Américahispana con la defensa del castillo deSan Juan de Ulúa, en México, que nose hubiese prolongado hasta fines de1825 sin los esfuerzos, pericia y ardorcombativo de quien nos ocupa, obli-gado tras la inevitable rendición acompartir destino con Laborde en ladefensa de las costas de la isla deCuba, la dirección de los trabajos delarsenal de La Habana y otros impor-

tantes cometidos. Vuelto a España, su currículum seguiría creciendo, pues fuecapitán general del Departamento de Cádiz e incluso ministro de Marina enuno de los gobiernos del general Narváez.En 1829, Fernando VII hizo un supremo esfuerzo por rescatar el virreinato

de México, en el que creía contar con una mayor predisposición. NuevamenteLaborde, con 13 unidades bajo su mando, desembarcó en Cabo Rojas a 4.000hombres que se apoderaron de Tampico. Pero, poseído de una absurdaconfianza —quizá de ese complejo de superioridad, tantas veces evidenciado,del soldado sobre el marino—, el jefe de la expedición, general Barradas, hizoregresar a la escuadra, entendiendo que por sí solo podía someter al país sindificultad. Pero los mejicanos rechazaron una nueva sumisión a España, por loque la fuerza expedicionaria, diezmada por el hambre y las enfermedades, sevio obligada a aceptar una vergonzosa capitulación, regresando a Cuba losmaltrechos soldados que quedaban en muy penosas condiciones.A don Ángel Laborde, que en aquellas fechas ya era jefe de escuadra, le fue

ofrecida la cartera de Marina, pero prefirió conservar el mando del apostadero alque tantos esfuerzos había dedicado. Sus desvelos se vieron de nuevo premia-dos con la Gran Cruz de Carlos III, que venía a unirse a la de Isabel la Católicay la de San Hermenegildo, amén de otras distinciones, como la diadema deMarina de San Fernando de primera clase y otras por servicios especiales.Laborde, nacido en Cádiz, murió en La Habana en 1833. Un mismo mar

Atlántico, con sus lejanas orillas contrapuestas, marcó el comienzo y fin de suvida. Le sucedió don Juan Topete, su segundo en el apostadero y al que, comose ha dicho, le quedaban aún reservadas páginas de creciente gloria.

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Poco queda ya que decir del esfuerzo naval en los mares de la Américaespañola perdida totalmente su vinculación peninsular. Gestiones de paz sehicieron a la búsqueda de una concordia que tardó mucho tiempo en llegar. Enla América atlántica, todavía en vida de Fernando VII no quedaba otra presen-cia española que Cuba y Puerto Rico, y en ellas habrá de evidenciarse nueva-mente la capacidad de sacrificio de una Marina que, en sus hombres y susbuques, ha de soportar con increíble disciplina y patriotismo los incoherentesbandazos de la política.

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CUADERNOS MONOGRÁFICOS DEL INSTITUTODE HISTORIA Y CULTURA NAVAL

1.—I JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado)ESPAÑA Y EL ULTRAMAR HISPÁNICO HASTA LAILUSTRACIÓN

2.—II JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado)LA MARINA DE LA ILUSTRACIÓN

3.—SIMPOSIO HISPANO-BRITÁNICO (Agotado)LA GRAN ARMADA

4.—III JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado)LA ESPAÑA MARÍTIMA DEL SIGLO XIX (I)

5.—IV JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado)LA ESPAÑA MARÍTIMA DEL SIGLO XIX (II)

6.—FERNÁNDEZ DURO (Agotado)7.—ANTEQUERA Y BOBADILLA (Agotado)8.—V JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA

LA MARINA ANTE EL 98.–ANTECEDENTES DE UNCONFLICTO

9.—I JORNADAS DE POLÍTICA MARÍTIMA LA POLÍTICA MARÍTIMA ESPAÑOLA Y SUS PROBLE-MAS ACTUALES

10.—LA REVISTA GENERAL DE MARINA Y SU PROYEC-CIÓN HISTÓRICA

11.—VI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA LA MARINA ANTE EL 98.–GÉNESIS Y DESARROLLODEL CONFLICTO

12.—MAQUINISTAS DE LA ARMADA (1850-1990)13.—I JORNADAS DE HISTORIOGRAFÍA

CASTILLA Y AMÉRICA EN LAS PUBLICACIONESDE LA ARMADA (I)

14.—II JORNADAS DE HISTORIOGRAFÍACASTILLA Y AMÉRICA EN LAS PUBLICACIONESDE LA ARMADA (II)

15.—VII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA POLÍTICA ESPAÑOLA Y POLÍTICA NAVAL TRASEL DESASTRE (1900-1914)

16.—EL BRIGADIER GONZÁLEZ HONTORIA17.—VIII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA

EL ALMIRANTE LOBO. DIMENSIÓN HUMANA Y PROYECCIÓN HISTÓRICA

18.—EL MUSEO NAVAL EN SU BICENTENARIO, 1992(Agotado)

19.—EL CASTILLO DE SAN LORENZO DEL PUNTAL.–LAMARINA EN LA HISTORIA DE CÁDIZ

20.—IX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA DESPUÉS DE LA GRAN ARMADA.–LA HISTORIADESCONOCIDA (1588-16...)

21.—CICLO DE CONFERENCIAS (Agotado)LA ESCUELA NAVAL MILITAR EN EL CINCUENTE-NARIO DE SU TRASLADO

22.—CICLO DE CONFERENCIAS (Agotado)MÉNDEZ NÚÑEZ Y SU PROYECCIÓN HISTÓRICA

23.—CICLO DE CONFERENCIASLA ORDEN DE MALTA, LA MAR Y LA ARMADAESPAÑOLA

24.—XI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMAMARTÍN FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, EL MARINOHISTORIADOR (1765-1844)

25.—XII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA DON ANTONIO DE ULLOA, MARINO Y CIEN-TÍFICO

26.—XIII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA ÁLVARODE MENDAÑA: EL PACÍFICO Y SU DIMENSIÓNHISTÓRICA

27.—CURSOS DE VERANO DE LA UNIVERSIDADCOMPLUTENSE DE MADRID (Agotado)MEDIDAS DE LOS NAVÍOS DE LA JORNADA DEINGLATERRA

28.—XIV JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA D. JUAN JOSÉ NAVARRO, MARQUÉS DE LA VICTORIA,EN LA ESPAÑA DE SU TIEMPO

29.—XV JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA FERROL EN LA ESTRATEGIA MARÍTIMA DEL SIGLO XIX

30.—XVI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA ASPECTOS NAVALES EN RELACIÓN CON LA CRISISDE CUBA (1895-1898)

31.—CICLO DE CONFERENCIAS.–MAYO 1998LA CRISIS ESPAÑOLA DEL 98: ASPECTOS NAVALESY SOCIOLÓGICOS

32.—CICLO DE CONFERENCIAS.–OCTUBRE 1998VISIONES DE ULTRAMAR: EL FRACASO DEL 98

33.—LA CARPINTERÍA Y LA INDUSTRIA NAVAL EN ELSIGLO XVIII

34.—XIX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado)HOMBRES Y ARMADAS EN EL REINADO DE CARLOSI

35.—XX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado)JUAN DE LA COSA

36.—LA ESCUADRA RUSA VENDIDA POR ALEJANDRO I AFERNANDO VII EN 1817

37.— LA ORDEN DE MALTA, LA MAR Y LA AR-MADA38.—TRAFALGAR 39.—LA CASA DE CONTRATACIÓN DE SEVILLA. APROXI-

MACIÓN A UN CENTENARIO (1503–2003)40.—LOS VIRREYES MARINOS DE LA AMÉRICA HISPANA41.—ARSENALES Y CONSTRUCCIÓN NAVAL EN EL SIGLO

DE LAS ILUSTRACIONES42.—XXVII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA. LA INSTI-

TUCIÓN DEL ALMIRANTAZGO EN ESPAÑA43.—XXVIII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA

LA ÚLTIMA PROGRESIÓN DE LAS FRONTERAS HISPA-NAS EN ULTRAMAR Y SU DEFENSA

44.—LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (1739-1748)45.—HISTORIA DE LA ARMADA ESPAÑOLA EN EL

PRIMER TERCIO DEL S. XIX: IMPORTACIÓN VERSUSFOMENTO (1814-1835)

46.—XXIX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMAPIRATERÍA Y CORSO EN LA EDAD MEDIA

47.—XXX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMAANTECEDENTES BÉLICOS NAVALES DE TRAFAL-GAR

48.—XXXI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMAEL COMBATE DE TRAFALGAR

49.—CRUCEROS DE COMBATE EN ACCIÓN50.—V CENTENARIO DEL FALLECIMIENTO DE CRISTÓ-

BAL COLÓN51.—XXXII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA.

DESPUÉS DE TRAFALGAR52.—XXXIII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA. EL

COMERCIO MARÍTIMO ULTRAMARINO53.—VICENTE YAÑEZ PINZÓN Y LA CARABELA SAN

BENITO (EN PRENSA)54.—XXXV JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA. LA

ARMADA Y SUS HOMBRES EN UN MOMENTO DETRANSICIÓN

55.—XXXVI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA. LA MARINAEN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (II)

56.—III JORNADAS DE HISTORIOGRAFÍA NAVALLA HISTORIOGRAFÍA DE LA MARINA ESPAÑOLA

57.—XXXVII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA. PLANFERRANDIZ: PODER NAVAL Y PODER MARÍTIMO

58.—XXXVII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA. VCENTENARIO DEL NACIMIENTO DE ANDRÉS DEURDANETA

59.—XXXVI Y XXVIII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTI-MA. LA MARINA EN LA GUERRA DE LA INDEPEN-DENCIA II Y III

60.—XXXIX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA. JOSÉDE MAZARREDO Y SALAZAR

61.—XLI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA. LA EXPUL-SIÓN DE LOS MORISCOS Y LA ACTIVIDAD DE LOSCORSARIOS NOTEAFRICANOS.

62-—XL JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA. LAPROTECCIÓN DEL PATRIMONIO SUMERGIDO

SUSCRIPCIONES:Para petición de la tarjeta de suscripción:INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVALJuan de Mena, 1, 1.º - 28071 MADRIDTeléf.: 91 379 50 50Fax: 91 379 59 45C/e: [email protected]

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LAS INDEPENDENCIASAMERICANAS.

REFLEXIONES HISTORIOGRÁFICASCON MOTIVO DEL BICENTENARIO

(1)

IntroducciónLos movimientos de las independencias americanas de comienzos del

siglo XIX están siendo a comienzos del siglo XXI un tema importante de deba-te. El motivo no es casual. Tras décadas de un paciente acopio de materiales,conocemos mejor los procesos y estamos en mejor disposición para ensayarnuevas interpretaciones. La situación actual de la región está haciendo ademásque se investigue cuáles son las debilidades-fortalezas del pasado, a fin depoder diseñar con más libertad el modelo de sociedad que se quiere construiren el futuro. Los bicentenarios fueron diseñados en su origen como unaconmemoración de la libertad política alcanzada en los campos de batalla —trasno haberse llegado a un acuerdo pacífico de cómo volver a organizar lamonarquía imperial tras la crisis derivada de la abdicación de Fernando VII en1808—, un reconocimiento de la esencialidad del modelo liberal del Estadomoderno y una reclamación de la necesidad de potenciar los sentimientosnacionalistas, considerados en peligro ante los embates de la globalización.No obstante, la dureza de la crisis financiera internacional (acelerada por laquiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008), con el consiguien-te recorte en los gastos presupuestados para financiar los fastos conmemorati-vos, hizo que, ante las resquebrajaduras del modelo de desarrollo existente

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Prof. Dr. PEDRO PÉREZ HERREROUniversidad de Alcalá

(1) Una primera versión de este artículo fue publicada en Cuadernos de Historia Contem-poránea, núm. 32 (2010), pp. 51-72. Se ha obtenido el visto bueno de dicha revista para sureproducción en este volumen (firmado, con fecha de 17 de octubre de 2011, por el profesor Dr.Antonio Niño Rodríguez, en su calidad de director de la mencionada publicación periódica).

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(político, económico, social, cultural), surgieran voces que se preguntaranhasta qué punto la libertad política alcanzada tras las guerras de independen-cia logró transformar las dinámicas plurales de las sociedades estamentales deAntiguo Régimen en verdaderas naciones con sentimientos unitarios y econo-mías integradas. El análisis histórico de la independencia cobró nueva impor-tancia para estudiar en profundidad cómo se construyó el Estado-nación acomienzos del siglo XIX; y los bicentenarios acabaron convirtiéndose (porventura para el medio académico) en espacios de reflexión en vez de merosactos patrióticos conmemorativos cargados a menudo de una combinación deorgullos nacionalistas con ocultos complejos de culpa (2).

Este texto tiene como finalidad ofrecer una reflexión general sobre losavances historiográficos realizados en las últimas décadas (especialmentedesde 1960) referidos a los movimientos de las independencias americanascon la explícita misión, antes que de tratar de cerrar un debate, de intentarordenar el diálogo académico que se ha abierto en la disciplina. Por motivosde espacio, se han seleccionado sólo unos temas y se ha optado por citarúnicamente las obras más emblemáticas, tratando de incluir en la muestraseleccionada la diversidad regional del continente americano.

¿Historia continental, nacional, local? ¿Visión de largo, medio, cortoplazo?Hasta mediados del siglo XX existía una imagen bastante extendida en los

libros de texto de primaria y secundaria utilizados en América que transmitíala idea de que los movimientos de sus independencias se podían explicarpartiendo de un modelo continental cuasi uniforme. Se interpretaba (con lige-ros retoques según las distintas regiones) que los libertadores se enfrentaron alos absolutistas en sangrientas guerras de liberación; que la modernidad y lailustración triunfaron sobre el oscurantismo y la tradición; que los valerososguerreros libertadores, convertidos en héroes nacionales, eran la encarnaciónlos sentimientos nacionales, y que las batallas habían funcionado como unfuego purificador para las nacientes repúblicas independientes. No obstante,cada proceso independentista era narrado como una historia nacional excep-cional y diferente.

Las investigaciones realizadas en las últimas décadas han mostrado quetras las historias nacionales existía una rica diversidad de experiencias regio-nales y que el modelo explicativo era más complejo de lo imaginado, tenién-dose que incluir más tonalidades a fin de poder construir una narración másrica del proceso histórico. Se ha comprobado que las historias continental(revoluciones atlánticas), nacional (nacionalismos) y regional (localismos)

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(2) Un buen texto de reflexión sobre la situación de los bicentenarios en 2010 puede verseen, TENORIO TRILLO, Mauricio: Historia y celebración. América y sus centenarios. Tusquets,Barcelona, 2010.

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tuvieron ritmos, ideales, causas, discursos y protagonistas diferentes, pero nopor ello hubieron de ser excluyentes o antagónicas.

A su vez, se ha constatado que las independencias deben analizarsecombinando las perspectivas del tiempo largo (punto de inflexión entre lossiglos de la época colonial y los de la independiente), medio (finales delsiglo XVIII y mediados del siglo XIX) y corto (entre 1808, entendido como elorigen del proceso, y 1826, como el final del ciclo bélico) (3). La primeraperspectiva acostumbró centrar el análisis en variables económicas y socia-les; la segunda, en aspectos políticos, haciendo especial referencia a lasideas, y la tercera, en temas militar-estratégicos, con profusión de datosbiográficos sobre los héroes. A todo ello hay que añadir que una constanteen esta literatura de mediados de siglo pasado fue interpretar que unaconcatenación de crisis coyunturales (corto o medio plazo) podían explicarlos procesos de cambio estructural de comienzos del siglo XIX (largoplazo). La subida de precios, el impulso demográfico, la exportación masi-va de metales preciosos o la llegada de un número elevado de nuevosgestores-administradores procedente de la península ibérica, el deterioro enla relación del intercambio, la llegada de nuevas ideas políticas, la evolu-ción de los acontecimientos internacionales (independencia de EE.UU.,Revolución francesa), la abdicación de Fernando VII en Bayona fueron, sinduda, elementos necesarios que pueden ayudar a entender el proceso encada región y momento histórico, pero no deben ser entendidos comovariables suficientes exclusivas, tomadas por separado, para explicar laprofundidad de los cambios que se generaron a partir de 1808. También eneste caso se ha aprendido que una correcta combinación de variables delarga, media y corta duración es preferible a la utilización de un enfoque uotro como si se tratara de argumentos independientes, excluyentes o inclu-so antagónicos.

Una buena distinción geográfica general de partida sigue siendo la querealizó Jaime E. Rodríguez O. a comienzos de la década de 1990. Dicho autordiseñó cuatro modelos de comportamiento: 1) zonas centrales de Nueva Espa-ña, Guatemala, Nueva Granada, Quito, Perú, Alto Perú, caracterizadas por lacomplejidad de sus sistemas económicos (minero-manufactureros) y sociales;2) Nueva Galicia, América Central, Chile y Río de la Plata, en tanto zonasagrícolas surtidoras de las demandas de productos básicos a los mercadosinternacionales y a las zonas centrales; 3) Cuba, Puerto Rico, Venezuela ypartes costeras de Nueva Granada, Guayaquil, Nueva España y Perú, con agri-culturas de exportación de productos tropicales basadas en mano de obra

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(3) CHUST, Manuel: «Independencia, independencias y emancipaciones iberoamerica-nas: debates y reflexiones», en Carmen Corona, Ivana Frasquet, Carmen María Fernández(eds.): Legitimidad, soberanías, representación: independencias y naciones en Iberoamérica.Universitat Jaume I, Castellón, 2009, pp. 147-164. El autor plantea, en un excelente ensayode reflexión, una división temporal parecida, aunque propone una cronología concretaparcialmente diferente.

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esclava, y 4) las zonas de frontera, como el septentrión de la Nueva España, elsur de Chile y Río de la Plata, la Banda Oriental y la región del interior deParaguay (4).

La apertura de nuevos centros de investigación regionales en bastantespaíses americanos y la llegada de fondos para algunos archivos locales duran-te la década de 1990 (resultado en parte de los procesos de descentralizaciónpolítico-administrativa), han ayudado a potenciar las investigaciones sobre lasrespectivas realidades municipales. En algunos casos, siguiendo el esquemainterpretativo de las historias nacionales, se ha acumulado una ingente canti-dad de datos con la misión de ensalzar el protagonismo de los héroes locales ode subrayar la relevancia de las historias regionales como apoyatura de lasdemandas de autonomía; pero en otros se ha comenzado a realizar una impor-tante tarea reflexiva sobre las diferencias y coincidencias observadas en cadacaso.

Hay que mencionar también que la tendencia de excepcionalidad del casode las independencias americanas que caracterizó a buena parte de la historio-grafía latinoamericana al menos hasta mediados del siglo XX ha comenzado arevisarse. Vigorizado por los sentimientos nacionalistas, cada país se recreódurante décadas en su propia historia, sin ver la necesidad de levantar la mira-da para preguntarse si lo que sucedía en la región tenía alguna conexión con loque había acontecido en otros rincones del planeta. Sólo la historia de EstadosUnidos parecía importar. Las últimas investigaciones están subrayando que nose puede seguir sosteniendo que la falla durante la primera mitad del siglo XIXen los territorios americanos fue la carencia de ahorro interno suficiente quefomentara adecuadamente las inversiones productivas, de burguesías empren-dedoras y competitivas, de clases medias numerosas y participativas, de unsistema de partidos digno de tal nombre, de trabajadores sanos y cualificadoscomo consecuencia de la insuficiente inversión en sanidad y educación (locual se tradujo en una reducción de los años reales laborales y de su producti-vidad), de infraestructuras que facilitaran la extensión de mercados internos.Sin negar la importancia de todas estas variables, se ha comenzado a sostenerque no tienen la suficiente potencia explicativa por sí solas para entender loscambios en el largo plazo, ya que buena parte de estos mismos males fueroncompartidos por una gran cantidad de países europeos durante la primera

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(4) E. RODRÍGUEZ , Jaime O.: «La independencia de la América española. Una reinterpre-tación», en Historia Mexicana, XLII:3, 1993, pp. 571-620. En los últimos años se ha avanzadobastante en el conocimiento de las dinámicas regionales. Véase al respecto ÁVILA, Alfredo, yPÉREZ HERRERO, Pedro: Las experiencias de 1808 en Iberoamérica. Universidad de Alcalá,Universidad Nacional Autónoma de México, Alcalá-México, 2008; CHUST, Manuel, y SERRA-NO, José Antonio (eds.): Debates sobre las independencias iberoamericanas. AHILA, Iberoa-mericana, Vervuert, Madrid, 2007; FRASQUET, Ivana (coord.): Bastillas, cetros y blasones. Laindependencia en Iberoamérica. Fundación Mapfre, Madrid, 2006; IDEM y SLEMIAN, Andréa(eds.): De las independencias iberoamericanas a los estados nacionales (1810-1850), 200 añosde historia, Iberoamericana, Vervuert, AHILA, Madrid, 2009; CHUST, Manuel, y FRASQUET,Ivana: Las independencias en América. La Catarata, Madrid, 2009.

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mitad del siglo XIX. América ha comenzado a dejar de ser vista como lapermanente excepción, pero urge seguir potenciando la realización de trabajoscomparativos.

¿Revoluciones liberal-burguesas, guerrillas, reacciones étnicas, lucha declases? La historiografía nacionalista acostumbró interpretar durante décadas que

la Nación se forjó en América sobre la base de la existencia de una ciudadaníahomogénea, que optó de forma unánime por la independencia a comienzos delsiglo XIX para superar las estructuras opresivas estamentales de Antiguo Régi-men y alcanzar las libertades y la movilidad social propias de las sociedadesliberales.

Las últimas investigaciones han puesto de relieve que hubo diferenciasen el comportamiento de los distintos grupos sociales en cada momento yregión. Cada día sabemos mejor que en las guerras de independencia partici-paron tanto el grupo de los notables (reclamando mayor participación políti-ca y económica) como el resto de la sociedad (campesinos, sectores urbanosde bajos ingresos, comunidades étnicas, esclavos, etc., demandando mejorasen sus condiciones de vida), pero también es verdad que se ha podido defi-nir que cada grupo lo hizo de una forma distinta. No puede interpretarse quegrandes conjuntos de la sociedad fueron las víctimas pasivas del sistemaimperial, que se levantaron como una clase explotada contra los abusoscometidos por una metrópoli absolutista, o que sus luchas fueran el resulta-do del despertar de un nacionalismo dormido (5). No resulta tampocoadecuado interpretar que cada grupo social se comportó de una forma dife-rente en función del color de piel. Las categorías indio, negro, blanco,mestizo, mulato, zambo, etc. transmiten una fuerte carga racista, al identifi-car una relación directa entre un comportamiento sociopolítico-identitario yun color de piel. Los trabajos realizados en los últimos años están demos-trando que los cambios fueron bastante más complejos de los imaginados yque se combinaron continuidades y transformaciones en un intrincado pano-rama en el que primaron las pluralidades. Inés Quintero ha subrayado parael caso de Nueva Granada que, si bien las guerras de independencia nopueden entenderse como el resultado de una tensión de clase, no debe olvi-darse tampoco que la introducción de la lógica liberal (movilidad social),con la consiguiente superación de los privilegios estamentales propios de lassociedades de Antiguo Régimen, permitió que grupos como el de los comer-ciantes, que no tenían el debido reconocimiento social por no pertenecer alinajes ni disponer de títulos, pudieran encumbrarse a partir de entonces a laélite. Los cambios favorecieron más a los grupos que ya gozaban de ciertos

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(5) ANDERSON, Benedict: Imagined communities. Reflections on the origin and spread ofNationalism. Verso, Londres, 1991.

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privilegios que al resto de la población de menos recursos e influenciascomo el de los pardos (6).

Para el caso concreto de las comunidades étnicas (especialmente para elmundo andino y Mesoamérica), algunas investigaciones han comenzado aponer el acento en la complejidad de las luchas, poniendo de relieve que, sibien no fueron sujetos pasivos en las guerras de independencia, no pelearonsiempre por las mismas causas y propósitos. Sin duda, no se pueden identifi-car sus luchas como las de unos campesinos que exigían un cambio en lasrelaciones de producción y una modificación de la estructura del sistema polí-tico. Tampoco pueden etiquetarse como las de un colectivo que, tras haberestado relegado durante siglos, se vio obligado a tener que usar las armas parareclamar su derecho a ser parte de la Nación. Hoy día sabemos mejor que porlo general fueron luchas locales de ámbito rural que demandaban a veces laperpetuación de derechos comunitarios tradicionales o la resolución deconflictos sobre límites y uso de las tierras, apoyándose parar ello tanto en losprivilegios que les concedía el Libro VI de la Recopilación de las Leyes deIndias de 1680 como en la ventana de oportunidad política que les abrió laConstitución de Cádiz, al potenciarse la creación de pueblos (con la consi-guiente adquisición de la entidad jurídica de representación política que hastala fecha no habían gozado). Fueron luchas violentas, pero cortas en el tiempo.Por lo general, las reclamaciones y los conflictos se establecieron entre lascomunidades y las autoridades locales y los propietarios de la región, en vezde en contra del virrey o del monarca. Tampoco se aprecia una vigorizaciónen intensidad y cantidad de las mismas antes o después de 1812 (7).

Algunos autores han calificado a estos movimientos de rebeliones e insu-rrecciones campesinas, subrayando que las comunidades participaron en lasluchas exigiendo tierras para poder seguir alimentando (con una tecnologíarudimentaria) a una población que iba en aumento en unas tierras quemenguaban ante el avance de las haciendas (cultivos para la exportación o

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(6) QUINTERO, Inés: «Sobre la suerte y pretensiones de los pardos», en Ivana Frasquet(Coord.), Bastillas, cetros y blasones. La independencia en Iberoamérica. Fundación Mapfre,Madrid, 2006, pp. 327-345.

(7) VAN YOUNG, Eric: «Etnia, política local e insurgencia en México, 1810-1821», enCHUST, Manuel, y Frasquet, Ivana (eds.): Los colores de las independencias iberoamericanas.Liberalismo, etnia y raza. CSIC, Madrid, 2009, pp. 143-169; VAN YOUNG, Eric: La otra rebe-lión. La lucha por la independencia de México, 1810-1821. Fondo de Cultura Económica,México, 2006; IRUROZQUI, Marta: A bala, piedra y palo. La construcción de la ciudadaníapolítica en Bolivia, 1826-1952. Diputación de Sevilla, Sevilla, 2000. IRUROZQUI, Marta (ed.):La mirada esquiva. Reflexiones históricas sobre la interacción del Estado y la ciudadanía enlos Andes (Bolivia, Ecuador y Perú). Siglo XIX. Consejo Superior de Investigaciones Científi-cas, Madrid, 2005; SOUX, María Luisa: «Tributo, constitución y renegociación del pacto colo-nial. El caso altoperuano durante el proceso de independencia (1808-1826)», en Relaciones,núm. 115 (verano 2008), pp. 19-48; PERALTA, Víctor: En pos del tributo. Burocracia estatal.Élite regional y comunidades indígenas en el Cusco rural 1826-1854). Centro Bartolomé LasCasas, Cuzco, 1991; ANNINO, Antonio, y BUVE, R. (coords.): El liberalismo en México.AHILA, Hamburgo, 1993.

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para el consumo urbano). No obstante, cuando se leen sus peticiones seconfirma con claridad su enojo y angustia por la situación de pobreza yhambre en la que vivían, pero no se aprecia un plan independentista, ni sedetecta un discurso revolucionario con la explícita misión de promover uncambio en la estructura del Estado, una modernización del sistema social, unamodificación de la estructura productiva y una transformación de las identida-des colectivas. Muchas investigaciones suelen coincidir en señalar que, si susformas de lucha (la propensión a los litigios por parte de las comunidades fuealgo habitual desde el siglo XVI) no variaron mucho a partir de 1808, sícambió en algunas ocasiones su discurso político (8). En otros casos se hacomprobado que algunas comunidades desarrollaron una sociabilidad políticahíbrida (republicano-representativa liberal y comunitaria de Antiguo Régi-men) que les permitió ser parte integrante de las nuevas sociedades sin tenerobligatoriamente que transformar de forma radical su identidad para entrar aformar parte de la nueva nación (9). Todo ello se ha traducido en que lasnuevas investigaciones hayan abierto el abanico de las preguntas, superándoseen consecuencia los enfoques centrados en el color de la piel como variableprimordial para explicar los comportamientos sociopolíticos (10).

A su vez, la nueva historiografía puso de relieve hace años, a través delestudio detallado de la microhistoria de la dinámica de algunas familias, delanálisis de los discursos políticos empleados por cada uno de los grupos y dela reconstrucción de los ingresos y gastos de la Monarquía, que no hubo unaguerra civil entre peninsulares y criollos, entre el absolutismo tradicionalistapeninsular y el reformismo liberal americano, tan frontal como repitió lahistoriografía nacionalista durante el siglo XIX. Durante bastantes décadas seinsistió en la validez de la capacidad explicativa de la tesis que interpretabaque la independencia era el resultado de una lucha entre dos bandos: los defuera —los extranjeros, los peninsulares, los colonialistas, los imperialistas,los propietarios de las haciendas—, contra lo propio —lo local, los de dentro,los desposeídos, los sin tierra y los defensores de la autonomía—. Se repitióque, con motivo de las políticas recentralizadoras borbónicas, se vigorizó elconflicto colonial entre los nuevos administradores peninsulares y los tradi-cionales grupos de poder locales americanos, subrayando que los segundos seenfrentaron a los primeros para recuperar lo que consideraban sus espaciosnaturales de influencia, arrebatados de forma brusca por la nueva política,etiquetada de neocolonialista (reconquista de los espacios americanos por lanueva administración borbónica, identificada con la figura de Gálvez). Seexplicaba que el aumento de la presión fiscal, la llegada de nuevos gestores

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(8) HERRERO BERVERA, Carlos: Revuelta, rebelión y revolución en 1810. Historia social yestudios de caso. Porrúa, México, 2001.

(9) GUARISCO, Claudia: Los indios del valle de México y la construcción de una sociabili-dad política, 1770-1835. El Colegio Mexiquense, México, 2003.

(10) CHUST, Manuel, y FRASQUET, Ivana (eds.): Los colores de las independencias iberoa-mericanas. Liberalismo, etnia y raza. CSIC, Madrid, 2009.

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políticos nombrados por la administración borbónica y la entrada en escena decomerciantes andaluces como resultado de la apertura comercial se habíatraducido en una reducción de la autonomía de gestión política de los gruposde poder locales americanos sobre sus territorios, con el consecuente aumentode la tensión entre los criollos y los peninsulares (11). Jorge I. Domínguezsostuvo en las mismas fechas que las guerras de independencia fueron laconsecuencia de un regateo político entre el gobierno y las élites americanas,mal resuelto tras una etapa de crecimiento caracterizada por una mala distri-bución de los ingresos (espacial y social) (12). A su vez, fue habitual insistiren el mismo período, partiendo de un esquema colonialista, en que las comu-nidades indígenas (se defendía que estaban compuestas por campesinos) serebelaron contra una situación rural insoportable que habían ido creciendo a lolargo del siglo XVIII y en especial durante su segunda mitad. Fue habitualhablar de un ciclo de rebeliones, haciendo especial referencia a Túpac Amaruen el caso del Perú, debatiéndose en este caso si debía entenderse como unprecedente o no de la independencia (13).

Desde finales de la década de 1980 distintos trabajos pusieron de manifies-to, una vez analizados algunos casos concretos de dinámicas de historias defamilia y estudiado las cuentas de ingresos y gastos de la Corona, que dichomodelo explicativo, basado en la tensión criollo-peninsular, no funcionabacorrectamente. Los peninsulares y los criollos no actuaron como si se tratarade dos grupos sin ninguna vinculación entre sí, y los beneficios fiscales ycomerciales no estuvieron siempre monopolizados por el primer grupo (14).Los recién llegados no podían ser considerados como extranjeros en elcontexto de la Monarquía imperial, ni se mantuvieron como un grupo externo,ya que en bastantes casos acabaron vinculándose (matrimonio, negocios, inte-reses) con los notables locales. Además, no debe olvidarse que el aumento del

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(11) Esta tesis fue defendida por la denominada «escuela de Londres»: BRADING, David:Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810). Fondo de Cultura Económica,México, 1975; FARRIS, Nancy: La sociedad maya bajo el dominio colonial. La empresa colecti-va de la supervivencia. Alianza América, Madrid, 1992; FISHER, John: Gobierno y sociedad enel Perú colonial. El sistema de intendencias, 1784-1814. IEP, Lima, 1981; HAMNETT, Brian:Revolución y contrarrevolución en México y el Perú (liberalismo, realismo y separatismo,1808-1824). Fondo de Cultura Económica, México, 1978; HAMNETT, Brian R.: «Process andpattern: a re-examination of the Ibero-American independence movements, 1808-1826», enJournal of Latin American Studies, núm. 29 (1997), pp. 279-328; MCFARLANE, Antony: Colom-bia before independence. Economy, society and politics under Bourbon rule. CambridgeUniversity Press, Cambridge, 1993. Esta tesis ha sido defendida de nuevo últimamente porFLORES CABALLERO, Romeo: Revolución y contrarrevolución en la independencia de México,1767-1867. Océano, México, 2009.

(12) DOMÍNGUEZ, Jorge I.: Insurrección o lealtad. La desintegración del imperio españolen América. Fondo de Cultura Económica, México, 1985 (1.ª ed. en inglés, Harvard UniversityPress, Cambridge, 1980).

(13) BONILLA, Heraclio, y otros: La independencia en el Perú. Instituto de EstudiosPeruanos, Lima, 1972.

(14) PÉREZ HERRERO, Pedro: «Los beneficiarios del reformismo borbónico: metrópoliversus elites novohispanas», en Historia Mexicana (1991) XLI: 2, pp. 207-264.

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gasto público (militar, gestión de lo público) en bastantes casos acabó benefi-ciando a los grupos indianos. Que hubo enfrentamientos entre uno y otro no seha puesto en duda. Lo que han subrayado las últimas investigaciones es que ellugar de nacimiento no debe seguir entendiéndose como uno de los elementoscentrales explicativos de los movimientos de las independencias. Prueba deello es que tras las guerras de liberación no se produjo de forma automáticauna fractura o escisión de las estructuras familiares de los notables. Lo quenos están mostrando los datos recientes es que fueron más importantes lasformas en que se gestionó el poder y se controlaron los intereses económicosque el lugar de origen de los individuos o su color de piel. Los cambios denombres en las familias ayudan a entender que unos grupos no desaparecieronde forma masiva de la noche a la mañana; y que la tan citada expulsión depeninsulares a comienzos del siglo XIX no fue tan masiva como se presentó(15). Que el modelo imperialista y los procesos de recentralización fuerandefendidos y apoyados con mayor vigor por individuos que habían nacido enla península Ibérica, y que la autonomía en la gestión local-regional-municipalfuera la bandera de casi todos los grupos de poder locales indianos, no permiteestablecer una relación mecánica entre una interpretación del funcionamientode la Monarquía imperial y el lugar de nacimiento. Tampoco puede sostenerseque estos acabaran defendiendo las tesis republicanas-liberales y aquellos lasmonárquico-absolutistas.

El enfrentamiento entre lo nacional y lo extranjero ha demostrado tambiénser un argumento teñido de tesis colonialistas que no reproduce bien las diná-micas de la época (16). A mediados del siglo pasado se subrayó que las inde-pendencias no fueron una consecuencia mecánica de la incorporación de lasideas revolucionarias francesas o estadounidenses, (como se defendió en elI Congreso Hispanoamericano de Historia, celebrado en Madrid el octubre de1949), sino más bien una tensión política entre el mundo americano y laPenínsula provocada por el resquebrajamiento de la estructura política demonarquía imperial tras la abdicación de Bayona (17). Desde entonces se haescrito mucho mostrando la dificultad de interpretar que fueron una meracopia de la revolución de independencia de los Estados Unidos (18).

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(15) SIMS, Harold D.: La expulsión de los españoles de México (1821-1828). Fondo deCultura Económica, México, 1984.

(16) MARTÍNEZ PELÁEZ, Severo: La patria del criollo. Ensayo de interpretación de larealidad colonial guatemalteca. Fondo de Cultura Económica, México, 1998 (1.ª ed., 1970).

(17) Las obras de Julio F. GUILLÉN: Independencia de América: índice de papeles deexpediente de Indias, 3 vols. Archivo General de Marina, Madrid, 1953; GANDÍA, Enrique, de:La independencia americana. Mirasol, Buenos Aires, 1960, no han sido convenientementeconocidas.

(18) HALPERIN DONGUI, Tulio: Reforma y disolución de los imperios ibéricos, 1750-1850. Alianza Editorial, Madrid, 1985; RODRÍGUEZ O., Jaime E.: México, Estados Unidos ylos países hispanoamericanos. Una visión comparativa de la independencia. Documentosde Trabajo, Institutito de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Alcalá, Alcalá deHenares, 2008.

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A su vez, el entendimiento de las guerras libertadoras como revolucionesburguesas ha sido motivo de un amplio debate que no ha acabado de cerrarse.Unos autores se inclinaron por interpretar que no se trató de revolucionesburguesas, sino de levantamientos que terminaron precisamente subrayando lacondición rural del continente y la subida al poder de los militares para mante-ner el orden (19); otros optaron por denominarlas revoluciones inconclusas (20),y otros siguen defendiendo que fueron revoluciones liberal-burguesas (21).François-Xavier Guerra sostuvo a comienzos de la década de 1990 la necesidadde entender las independencias en el cruce de influencias entre las dinámicas delas sociedades de Antiguo Régimen que no acaban de desaparecer y la moderni-dad liberal que no terminaba de enraizarse (22). Se escribió también muchodurante las décadas de 1970-1980 sobre la procedencia de interpretar si las inde-pendencias fueron la cristalización de los sentimientos del patriotismo criollo(23), pero recientemente se ha puesto de manifiesto lo inapropiado de identificardicho planteamiento con un discurso protonacionalista (24). Hace poco se harecordado que el miedo a la invasión napoleónica (suponía una centralizaciónen la toma de decisiones que se traducía en una pérdida de autonomía de lasdistintas piezas de la antigua monarquía imperial hispánica) fue gestionado enbastantes ocasiones tanto por el clero (construyó un discurso que identificaba ala Francia posrevolucionaria como profundamente anticatólica y por tantoenemiga de la Monarquía católica hispánica) como por diferentes grupos civi-les, para preservar los valores autonomistas, contarios a cualquier proceso quesupusiera una centralización política (del signo que fuera). Ha quedado patenteque el discurso antifrancés y antibonapartista no puede ser entendido en modoalguno como independentista. Los leales americanos reclamaban el regreso alorden y a la tradición del mundo hispánico, no la ruptura y la modernidad,recordando para ello ser los garantes de los derechos legítimos de Fernando VIIy los enemigos jurados de Napoleón (25).

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(19) HALPERÍN DONGHI, Tulio: Reforma y disolución de los imperios ibéricos, 1750-1850,Alianza Editorial, Madrid, 1985.

(20) Manfred Kossok se especializó en este tema. Una selección de sus importantes obraspuede verse en ROURA, Lluís, y CHUST, Manuel (eds.): La ilusión heroica. Colonialismo, revo-lución e independencia en la obra de Manfred Kossok. Universitat Jaume I, Castellón, 2010.

(21) CHUST, Manuel, y FRASQUET, Ivana (eds.): Los colores de las independencias iberoa-mericanas. Liberalismo, etnia y raza. CSIC, Madrid, 2009

(22) GUERRA, François-Xavier: Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revolu-ciones hispanas. Ed. Mapfre, 1992

(23) BRADING, David: Los orígenes del nacionalismo mexicano. Ed. Era, 1980 (1.ª ed.,SepSetentas, 1973); Orbe indiano. De la Monarquía católica a la República criolla (1492-1867). Fondo de Cultura Económica, México, 1991.

(24) SUÁREZ CORTINA, Manuel, y PÉREZ VEJA, Tomás (eds.): Los caminos de la ciudada-nía. México y España en perspectiva comparada. Biblioteca Nueva, Madrid, 2010.

(25) RODRÍGUEZ O., Jaime E.: Nosotros somos ahora los verdaderos españoles. La transi-ción de la Nueva España de un reino de la Monarquía Española a la República Federal Mexi-cana, 1808-1824, 2 vols. El Colegio de Michoacán, Instituto Mora, México, 2009. AlfredoÁvila y Gabriel Torres Puga, «Retóricas de la xenofobia: franceses y gachupines en el discursopolítico y religioso de la Nueva España (1760-1821)», en Revista 20/10. Memoria de las revo-luciones en México, núm. 2 (2008), pp. 26-43.

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Hay que aclarar también que bajo la etiqueta de liberales y liberalismo sedieron diferentes planteamientos y discursos en la época que variaron tanto en eltiempo como en el espacio; y que los diputados americanos que participaron enlas discusiones de las Cortes de Cádiz no presentaron un esquema homogéneo.Joaquín Fernández de Leiva fue un liberal radical; Vicente Morales Duárez, unmoderado; Antonio Joaquín Pérez y Salvador Sanmartín, claros defensores delabsolutismo. Mariano Mendiola y Juan José Guereña son de difícil adscripción,por moverse entre una y otra tendencia, mientras que Andrés de Jáuregui secaracterizó por la defensa del continuismo y el inmovilismo, y Ramos Arizpe yMejía Lequerica se distinguieron por su radicalismo (26). También hay querecordar que no todos los grupos americanos estuvieron de acuerdo con las ideasde Cádiz. Sirva de ejemplo que, en septiembre de 1811, el Consulado de Comer-ciantes de la ciudad de México sometió a debate en las sesiones de las Cortes undocumento que defendía que en el continente americano no todos los individuosdebían ser considerados iguales (no pudiéndose hablar en consecuencia de unaciudadanía única), subrayando que había indios, castas, negros (a los que se cali-ficaba, literalmente, de «asquerosos, indecentes, zafios y monos gibones»). Eraevidente que, si bien los comerciantes del Consulado de México estaban deacuerdo en lograr un mayor grado de autonomía para la gestión de sus asuntos,disentían frontalmente de la tesis liberal de transformar la sociedad de privilegiosdel Antiguo Régimen en otra marcada por la igualdad ante la ley de todos losciudadanos (27). Hay que recordar también que los términos de «independencia»y «autonomía» se manejaron en muchas ocasiones de forma casi indistinta entre1808 y 1821, por lo que la tesis del enfrentamiento entre el absolutismo peninsu-lar y el liberalismo criollo americano parece ser más una simplificación.

En suma, no parece oportuno seguir hablando de una tensión entre lasélites coloniales liberales americanas y el gobierno central absolutista deEspaña. Menos aún entre poseedores de tierras y desposeídos, hacendados ycampesinos, esclavistas y esclavos. La historia de los siglos XVI, XVII y XVIIImuestra que en muchos casos se dieron luchas sociales y revueltas a vecesviolentas tanto en la península ibérica como en los espacios americanos, peroen ningún caso se planteó un cambio (revolución) en la estructura de gobiernoy menos aún la independencia. La monarquía imperial hispánica estaba inte-grada por distintos reinos con características y dinámicas propias; no todos los

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(26) BERRUEZO, María Teresa: La participación americana en las Cortes de Cádiz, 1810-1814. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1986; CHUST, Manuel: La cuestión nacio-nal americana en las Cortes de Cádiz, 1810-1814. Instituto de Investigaciones Históricas,Fundación Instituto de Historia Social, Valencia, 1999; CHUST, Manuel (ed.): Constitución,independencia, doceañismos. La Constitución de 1812 en Iberoamérica. Mapfre, Madrid, 2006;RODRÍGUEZ O., Jaime E.: «La revolución gaditana: el papel de los diputados novohispanos enlas Cortes de Cádiz», Revista 20/10. Memoria de las revoluciones en México, núm. 6 (2009);pp. 92-109. CHUST, Manuel: «Los diputados novohispanos y la Constitución de 1812», enRevista 20/10. Memoria de las revoluciones en México, núm. 5 (2009), pp. XXX-LV.

(27) BREÑA, Roberto: El primer liberalismo español y los procesos de emancipación deAmérica, 1808-1824 (una revisión historiográfica del liberalismo hispánico). El Colegio deMéxico, México, 2006.

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súbditos de los reinos de América (por el hecho de residir en el continenteamericano) se enfrentaron a la Junta Central y la Regencia en 1810, ni debeentenderse que dicha oposición pueda interpretarse como un rechazo a laMonarquía; no puede identificarse de forma automática a todos los habitantesde la península ibérica de centralistas, absolutistas; es inapropiado hablar deEspaña en 1808-1812 como de un Estado y una nación (ya plenamente cons-truidos y cerrados), ya que las independencias supusieron también para losreinos de la península ibérica que tuvieran que redefinir su identidad políticaal romperse la articulación de la Monarquía imperial; los términos de realistas,americanos, liberales, conservadores, patriotas, constitucionalistas, etc. escon-den diversas connotaciones y denotaciones cambiantes en el tiempo y región,y las comunidades no pueden identificarse de forma mecánica como campesi-nos, extrapolando con ello una lógica y comportamiento de clase. Sin duda,necesitamos de buenas historias de vida que reflejen las biografías de diferen-tes actores sociopolíticos para analizar con precisión dónde estuvieron lasrupturas y las continuidades, los solapamientos y las diferencias, en una pelí-cula en color en vez de una foto fija en blanco y negro. Ni todo acabó en 1808ni todo comenzó en 1812.

¿Maduración de unas naciones preexistentes?Las independencias fueron entendidas por buena parte de la historiografía

tradicional durante décadas como procesos de maduración histórica de lassociedades y por tanto como historias inevitables. Se defendió que la propiaevolución de las sociedades latinoamericanas a lo largo de los siglos y deforma especial a partir de mediados del siglo XVIII (apoyado por el crecimien-to demográfico y cambio social, el impulso e internacionalización de suseconomías y la extensión de las ideas liberales), junto con la aplicación de laspolíticas recentralizadoras impulsadas por los últimos borbones (Carlos III yCarlos IV) se tradujeron en una llegada masiva de nuevos administradores-gestores (visitadores, intendentes, subdelegados) procedentes de la penínsulaIbérica, lo cual produjo un enfrentamiento entre los grupos de poder localesamericanos y los recién llegados de la península Ibérica al sentirse los prime-ros desplazados. Esta interpretación (bautizada con los términos de neo-impe-rialismo o neo-colonialismo y popularizada por John Lynch a comienzos de ladécada de 1970) (28) tuvo una gran aceptación en América por vincularseadecuadamente con otras dos tesis. La primera defendía que las independen-cias no eran sino la superación de la época colonial y por tanto la recuperaciónde las tradiciones de la época precedente a la conquista (29). Los seguidores

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(28) LYNCH, John: Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826. Ariel Historia,Barcelona, 1976 (1.ª ed. en inglés, 1973).

(29) Esta tesis fue popularizada por GALEANO, Eduardo: La venas abiertas de América Lati-na. Siglo XXI, 1971.

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de estas tesis coincidían en señalar que las guerras se habían hecho contraEspaña y representaban el triunfo de la libertad de los pueblos americanoscontra la opresión metropolitana (30). La segunda tesis sostenía que antes de1808 una multitud de luchas (algunas de ellas bastante violentas) habíanpreparado el camino para una explosión revolucionaria, impulsada por unasubida de precios a comienzos del siglo XIX, causante de un profundo malestarsocial (31).

Estas tesis (de gran difusión en las décadas 1970-1980) fueron analizadasen profundidad en los años siguientes, procediéndose a contrastar sus argu-mentos y revisar sus fuentes. En dichos trabajos quedó patente que los movi-mientos anteriores a 1808 no pueden ser entendidos como prolegómenos de laindependencia, ni deben etiquetarse como explosiones protonacionalistas omovimientos antimonárquicos. Cuando se analizan sus reclamaciones no sedetecta que reivindicaran la independencia. Casi todos los participantes dedichas revueltas coincidieron en gritar la conocida consigna de «¡viva el Reyy muera el mal gobierno!». Unos luchaban por entender que habían recibidouna abusiva injerencia en la gestión de sus asuntos por parte de los poderescentrales o locales, otros protestaban contra la subida de impuestos o de losprecios, otros se quejaban contra el desabastecimiento de bienes básicosocasionado por el monopolio en coyunturas de malas cosechas, y otros pedíanmayores libertades para comercializar sus productos o gestionar sus giros,pero en ninguna de ellos se planteó un cambio en la estructura política ni sediscutió una alternativa clara al sistema monárquico (32). Desde el punto devista conceptual se ha subrayado también la dificultad de aplicar el conceptode Nación (con la acepción de identidad histórico-cultural compartida por elconjunto de la ciudadanía) en los distintos momentos históricos, sin hacer lasdebidas distinciones las dinámicas de las sociedades estamentales de AntiguoRégimen y las liberales. En la Monarquía imperial católica de finales del sigloXVIII, por nación se entendía a todos los integrantes de la misma (relaciónsúbditos-rey), incluyendo a todos los miembros de los distintos reinos, gruposlocales, pueblos o etnias. El propio Sieyès no diferenciaba en Francia en laépoca de la revolución de 1789 entre nación y pueblo. Las relaciones de poderen la Monarquía católica se basaban en la vinculación entre el vasallo y el rey(tesis pactista). Con la aparición del liberalismo, por Nación pasó a entendersea los ciudadanos (iguales ante la ley) de un territorio dado que conformaban

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(30) Un excelente repaso de estas interpretaciones puede verse en QUIJADA, Mónica:Modelos de interpretación sobre las independencias hispanoamericanas. Universidad de Zaca-tecas, Zacatecas, 2005.

(31) PÉREZ, Joseph: La emancipación en Hispanoamérica (movimientos precursores). Ed.Alhambra, Madrid, 1986; FLORESCANO, Enrique: Precios del maíz y crisis agrícolas en México(108-1910). El Colegio de México, México, 1969.

(32) RODRÍGUEZ O., Jaime E.: La revolución política durante la época de la independen-cia. El Reino de Quito, 1808-1822. Corporación Editora Nacional, Quito, 2006; VAN YOUNG,Eric: La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810-1821. Fondo de CulturaEconómica, México, 2006.

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un Estado con una Constitución aprobada que definía sus derechos y obliga-ciones. En consecuencia, no parece procedente, al menos teóricamente, hablardel pueblo náhuatl o aymará como nación preexistente de los Estados mexica-no, peruano o boliviano del siglo XIX, respectivamente. Hoy sabemos que enel caso de América primero se proclamaron las soberanías (derechos políticos)y después se fueron construyendo lentamente las naciones (derechos civiles),a diferencia del caso europeo, en que primero se fueron adquiriendo los dere-chos civiles para posteriormente conquistar los derechos políticos y los socia-les (33).

Al mismo tiempo, la tesis de que el tercer cuarto del siglo XVIII fue unaetapa de crecimiento, orden, progreso e ilustración en todo el continenteamericano ha recibido críticas en los últimos años. Durante bastantes décadasse defendió que la etapa del reformismo borbónico se había comportado comouna época protoliberal (las medidas liberalizadoras comerciales y los cambiosadministrativos fueron identificados como precedente del liberalismo). Sedefendía que las medidas reformistas habían impulsado el crecimiento de fina-les del siglo XVIII y se interpretaba que la independencia era el punto de llega-da de un proceso de cambio que había comenzado a mediados del siglo XVIII(o incluso antes, según algunos autores) (34).

No obstante, tras años de paciente trabajo de archivo para confeccionarseries estadísticas completas (aún no contamos con un mapa completo detodas las regiones del continente) se ha podido constatar que el aumento en laproducción no debe ser entendido como sinónimo de elevación de la producti-vidad, pudiendo entonces interpretar que aquella se dio en buena medidasobre la base de un aumento de los factores de producción (tierra y trabajo) yde una vigorización de la compulsión política. Con ello no se puso en dudaque se produjeran y exportaran más kilos de metales preciosos (plata y oro) yde mercancías (cueros, cacao, añil, sebo, henequén, azúcar) durante la segun-da mitad del siglo XVIII y que se abrieran nuevos puertos y rutas al comercio.Solamente se recordó que la capacidad adquisitiva de cada uno de los kilos demetal producidos fue mermando conforme aumentaba la inflación; que elcrecimiento no se transformó en desarrollo; que no se crearon economías deescala con eslabonamientos internos hacia adelante y hacia atrás, no generán-dose en consecuencia mercados internos debidamente integrados e interconec-

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(33) ESCOBAR OHMSTEDE, Antonio; FALCÓN VEGA, Romana, y BUVE, Raymond(coords.): La arquitectura histórica del poder. Naciones, nacionalismos y Estados enAmérica Latina. Siglos XVIII, XIX y XX. El Colegio de México, México, 2010. Una buenareflexión sobre la complejidad de la construcción de las identidades nacionales partiendo deestructuras sociales estamentales de Antiguo Régimen puede verse en ROJAS, Rafael: Lasrepúblicas de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica. Taurus,Madrid, 2009.

(34) LYNCH, John: op. cit.; BRADING, David: Mineros y comerciantes en el México borbó-nico, 1763-1810; Fondo de Cultura Económica, México, 1975; DOMÍNGUEZ, Jorge I.: Insurrec-ción o lealtad. La desintegración del imperio español en América. Fondo Cultura Económica,México, 1985 (1.ª ed. en inglés, Harvard University Press, Cambridge, 1980).

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tados; que el aumento de la producción dedicada a las exportaciones debióreducir la producción destinada al consumo interno, provocando tensionesentre ambos sectores; que la expansión de las exportaciones de metales setradujo en una reducción notable de la oferta monetaria en las economíasamericanas, con los consiguientes desajustes derivados del encarecimiento delcrédito; y que el aumento en la compulsión política y la elevación de lapresión fiscal generaron numerosas tensiones sociales (35).

En suma, algunas investigaciones pusieron de relieve que el aumento enlas exportaciones y en los ingresos fiscales debió ir acompañado de tensionesregionales, desequilibrios entre los distintos sectores productivos, enfrenta-mientos entre los grupos de poder y la expansión de un cierto malestar social.Evidentemente, ninguno de estos factores explica por sí solo los movimientosde las independencias, pero ayuda a comprender que las independencias nofueron el final de una etapa de crecimiento y que la época inmediata posteriora la independencia no se caracterizó por el fracaso debido a la masiva destruc-ción de infraestructuras y de la eliminación de un porcentaje elevado de lamano de cómo resultado de las guerras (36). Parecería entonces más apropia-do interpretar que si los años de la postindependencia no fueron sino el resul-tado de un crecimiento desequilibrado heredado de décadas de contradiccio-nes, de luces y sombras, las guerras de independencia no deberían ser vistascomo la causa de la desaceleración de la primera mitad del siglo XIX (37).

Esta revisión de la interpretación de la segunda mitad del siglo XVIII sevinculó con la tesis desarrollada especialmente a partir de 1990 que recordabaque las guerras de independencia no debían ser entendidas como un parte-

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(35) COATSWORTH, John H.: Los orígenes del atraso. Nueve ensayos de historia econó-mica de México en los siglos XVIII y XIX, Alianza Editorial Mexicana, México, 1990; PÉREZHERRERO, Pedro: Plata y libranzas. La articulación comercial del México borbónico. El Cole-gio de México, México, 1988. IDEM: «El crecimiento económico novohispano durante el sigloXVIII: una revisión», Revista de Historia Económica, VII-1 (1989), 69-110; IDEM: “Crecimien -to” colonial versus “crisis” nacional (México 1765-1854). Conside racio nes acerca de unmodelo explicati vo», en HERNÁNDEZ, Alicia, y MIÑO GRIJALVA, Manuel (coord s.): Cincuentaaños de Historia en México, 2 vols. El Colegio de México, México, 1991c, vol. I, pp. 241-272; IDEM: «Los beneficiarios del reformismo borbónico: metrópoli versus élites novohispa-nas». Historia Mexicana, XLI: 2 (1991b), pp. 207-264; IDEM: «El reformismo borbónico y elcrecimiento económico en la Nueva España», en GUIMERÁ, Agustín (ed.): El reformismoborbónico, Alianza Editorial, CSIC, Mapfre América, Madrid, 1996, pp. 75-108; Pedro PÉREZHERRERO: «El México borbónico: ¿un “éxito” fracasado?», en VÁZ QUEZ, J.Z. (coord.), Inter-pretaciones del siglo XVIII mexicano. El impacto de las reformas borbó nicas, Nueva Imagen,Mé xi co, 1992, pp. 109-152.

(36) HALPERIN DONGHI, Tulio: Hispanoamérica después de la independencia. Consecuen-cias sociales y económicas de la emancipación, Paidós, Buenos Aires, 1972, HALPERIN DONG-HI, Tulio (Comp.): El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Editorial Sudamericana,Buenos Aires, 1978.

(37) LUCENA GIRALDO, Manuel: Naciones de rebeldes. Las revoluciones de independen-cia latinoamericana. Taurus, Madrid, 2010. El autor soluciona el problema interpretando que laépoca del reformismo borbónico no se debe conectar con los movimientos de independencia.Textualmente dice: «Todo indica que constituyeron procesos separados, por mucho que susrelaciones existan» (p. 14).

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aguas entre un antes (colonial, dependiente) y un después (republicano), trasdetectar que, una vez establecidas las repúblicas y eliminadas en teoría todaslas trabas que habían impedido el desarrollo autónomo, la región no habíadiscurrido por los canales adecuados esperados. Una abundante historiografíacomenzó a subrayar que las independencias no se tradujeron en el cambioradical en las estructuras productivas y sociales imaginado, poniendo de relie-ve que siguieron perdurando muchas de las dinámicas heredadas del sistemadel Antiguo Régimen. La famosa frase pronunciada por Simón Bolívar en elCongreso Constituyente de la República de Colombia el 20 de enero de 1830(«¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bienque hemos adquirido a costa de los demás») se repitió una y otra vez en lostextos académicos. En esta ocasión los excelentes trabajos de François-XavierGuerra pusieron de manifiesto que la modernidad se resistía a aparecer y quela tradición perduraba más de lo imaginado (38). Diferentes monografíasrecordaron que la Iglesia siguió ocupando un papel relevante en las nuevasrepúblicas; la división de poderes fue más nominal que real; la ciudadanía nosurgía de forma automática como resultado de la simple proclamación deelecciones, ni sus dinámicas y efectos eran los esperados en todos los casos(en algunas localidades fueron empleadas para perpetuar las desigualdades,las exclusiones, las diferencias y los privilegios del pasado); el discurso de laviolencia y la permanente alusión al desorden eran empleados por algunosgrupos sociales para legitimar su posición y seguir controlando el poder; lasestructuras familiares siguieron siendo la base para el diseño del reparto delpoder; los sentimientos de la nación no acababan de generalizarse; las estruc-turas económicas no sólo no cambiaron, sino que se fortaleció la orientaciónexterna monoexportadora; las desigualdades sociales no se redujeron; no seconstruyó una fiscalidad adecuada; la administración pública profesionalbrilló por su ausencia; los territorios se fragmentaron generándose una balca-nización; y los poderes centrales no pudieron frenar los impulsos autonómicosde los municipios.

Con todo ello se puso de manifiesto la procedencia de analizar el período1760-1840 para rastrear cambios y continuidades, en vez de seguir mirandolos años de 1808-1812 como fechas mágicas que simbolizaban un cambio derumbo en las dinámicas sociales y económicas.

¿Influencia de las ideas revolucionarias y de modernización francesas yanglosajonas?Durante casi todo el siglo XIX fue bastante habitual que muchos historiado-

res defendieran que las independencias fueron en buena medida el resultadode la aplicación de las ideas revolucionarias que se habían originado en el

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(38) GUERRA, François-Xavier: Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revolu-ciones hispánicas. Ed. Mapfre, Madrid, 1992.

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pensamiento francés y anglosajón a finales del siglo XVIII y comienzos delsiglo XIX. Esta interpretación resultaba útil para argumentar que la moderni-dad había llegado con la incorporación de los planteamientos teóricos políti-cos y económicos que habían dado origen a las nuevas formas del Estado libe-ral y al capitalismo, con la consiguiente superación del absolutismo y delmercantilismo. Dado que se argumentaba que lo nuevo había llegado de fuera,las tradiciones hispánicas debían ser arrinconadas al baúl de los recuerdos porinservibles y caducas. La tesis desarrollada por Max Weber en 1904 de que laética protestante, y en especial la calvinista, había ayudado al desarrolloeconómico al favorecer el comportamiento racional fortaleció aún más laextensión de esta oposición entre la modernidad (Gran Bretaña, Francia, Esta-dos Unidos) y el atraso (España). Puesto que había que superar esta maldiciónbíblica, se hizo necesario demostrar que América se había desvinculado de susanclajes tradicionales hispánicos, que lastraban su desarrollo. Fue así como lasbatallas de comienzos del siglo XIX fueron presentadas como guerras de depu-ración que sepultaban para siempre las hipotecas del pasado y abrían las puer-tas del futuro (39).

Estos argumentos han sido profusamente analizados en las últimas décadas.A mediados del siglo XX, Manuel Giménez Fernández y Carlos Stoetzer (40)demostraron que muchas de las ideas manejadas por los pensadores america-nos para comprender, explicar y legitimar las independencias no procedían deFrancia, Inglaterra o Estados Unidos, sino de los pensadores neoescolásticosespañoles del siglo XVI. En las mismas fechas publicó Jean Sarrailh su magnaobra sobre la Ilustración española, en la que demostró la originalidad de pensa-dores como Cabarrús, Jovellanos, Campomanes, Feijoo o Cavanilles, ademásde anotar la importancia de los autores italianos para comprender la época (41).Coincidente en el tiempo, Nettie Lee Benson, en una obra pionera, demostró laconexión entre las ideas políticas del primer federalismo mejicano y las Cortesde Cádiz, poniendo de manifiesto la existencia de un pensamiento hispánicoque conectaba ambas orillas del Atlántico (42).

Recientemente, Jaime E. Rodríguez O. y Mónica Quijada han analizado laimportancia y relevancia del pensamiento escolástico (Francisco de Vitoria,Diego de Covarrubias, Domingo de Soto, Luis de Molina, Juan de Mariana,Francisco Suárez y Fernando Vázquez de Menchaca) para la construcción delas ideas que se manejaron el ámbito atlántico en el momento de las indepen-dencias (43). Ivan Jacsik ha puntualizado a su vez que figuras como Andrés

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(39) HUMPHREYS, R.A., y LYNCH, J.: The origins of the Latin American Revolution, 1808-1826. Knopft, Nueva York, 1965.

(40) GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, Manuel: Las doctrinas populistas en la independencia deHispanoamérica. CSIC, Madrid, 1947; STOETZER, O. Carlos: The scholastic roots of the Span-ish American revolution. Forham University Press, Nueva York, 1979.

(41) SARRAILH, Jean: La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII. Fondo deCultura Económica, México 1957 (1.ª ed. en francés, 1954).

(42) LEE BENSON, Nettie: La diputación provincial y el federalismo mexicano. El Colegiode México, México, 1955.

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Bello, Domingo Faustino Sarmineto, Juan Bautista Alberdi, Lucas Alamán,José Victorino Lastarria, al tener un temor al desorden generado por los esque-mas de la Revolución francesa, optaran por el gradualismo y la relectura delos autores clásicos de tradición hispánica, sin dejar por ello de ser confesosliberales y defensores de la independencia (44). Por su parte, Javier FernándezSebastián ha trabajado sobre lo que ha denominado iberconceptos, poniendode relieve la importancia de la recuperación de las investigaciones de las ideaspolíticas en el ámbito hispánico (45). Esta visión del problema ha posibilitadoentender que los procesos revolucionarios latinoamericanos no fueron unacopia fallida del modelo anglosajón y francés, sino una revolución que tuvoprincipios, metas y fases distintas, que evolucionó con ritmos diferentes y quetransitó por otros derroteros.

Paralelamente, en la primera década del siglo XXI bastantes autores hansubrayado la importancia de analizar las independencias en el contexto atlán-tico, y de forma especial en el marco hispánico (entendiendo este como lasuma de todos los reinos integrantes de la monarquía hispánica), que noespañol (península ibérica). Una de las consecuencias de este enfoque eshaber subrayado que los distintos pensamientos liberales (venezolano, argen-tino, chileno, español, portugués, italiano, mejicano, venezolano, colombia-no, etc.) decimonónicos tuvieron un sustrato común hispánico (46), y que laConstitución de Cádiz de 1812 debe ser comprendida como una pieza clavepara entender los orígenes del constitucionalismo latinoamericano del siglo

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(43) QUIJADA, Mónica: «Las dos tradiciones. Soberanía popular e imaginarios comparti-dos en el mundo hispánico en la época de las grandes revoluciones atlánticas», en RODRÍGUEZO., Jaime E. (coord.): Revolución, independencia y las nuevas naciones de América. Mapfre,Madrid, 2005, pp. 61-86; RODRÍGUEZ O., Jaime E.: «Una cultura política compartida. Los oríge-nes del constitucionalismo y liberalismo en México», en MÍNGUEZ, V., y CHUST, M. (eds.): Elimperio sublevado. Monarquía y naciones en España e Hispanoamérica. CSIC, Madrid, 2004,pp. 195-224.

(44) JACSIK, Iván, y BELLO, Andrés: La pasión por el orden, Editorial Universitaria,Santiago de Chile, 2001.

(45) FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, Javier: «Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamerica-no: liberal como concepto y como identidad política», en Jahrbuch für Geschichte Lateinameri-kas, núm. 45 (2008), pp. 149-195. IDEM: «Iberconceptos. Hacia una historia transnacional delos conceptos políticos en el mundo Iberoamericano», en Isegoría. Revista de Filosofía Moral yPolítica, núm. 37 (julio-diciembre, 2007), pp. 165-176; IDEM: Diccionario Político y Social delMundo Iberoamericano. Tomo I: Iberconceptos; Sociedad Estatal de Conmemoraciones Cultu-rales, Madrid, 2010.

(46) BREÑA, Roberto: El primer liberalismo español y los procesos de emancipación deAmérica, 1808-1824: una revisión historiográfica del primer liberalismo hispánico. El Colegiode México, México, 2006; ROJAS, Rafael: La escritura de la independencia, CIDE-Taurus,México, 2003; IDEM: Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispano-américa. Taurus, Madrid, 2009; PALTI, Elías: La invención de una legitimidad. Razón y retóricaen el pensamiento mexicano del siglo XIX (un estudio sobre las formas del discurso político).Fondo de Cultura Económica, México, 2005; RODRÍGUEZ O., Jaime E.: El nacimiento de Hispa-noamérica. Vicente Rocafuerte y el hispanoamericanismo, 1808-1832. Fondo de CulturaEconómica, México, 1980 (1ª ed., 1975).

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XIX (47). Incorporaba la figura de los ayuntamientos constitucionales y lasdiputaciones provinciales; creaba una estructura integrada con leyes igualespara todas las partes (en la práctica se partía de un esquema de federación dereinos dentro de la Monarquía española); restringía el poder del monarca;ampliaba el papel político de las Cortes; otorgaba el derecho al voto a todoslos hombres (exceptuando a los de origen africano, por su condición deesclavos), sin condicionarlo a tener estudios o propiedades; abolía la Inquisi-ción, el tributo, el trabajo forzado; subrayaba la supremacía del Estado sobrela Iglesia; establecía un gobierno divido en tres niveles (municipio, provin-cia, monarquía), y permitía a las poblaciones de más de 1.000 habitantesconvertirse en pueblos (ayuntamientos) (48).

Autonomía e independencia: la recuperación del enfoque político en elcontexto atlánticoEn las últimas dos décadas ha habido un cambio importante en el enfo-

que de las investigaciones sobre las independencias (americanas y españo-la), al haberse subrayado la necesidad de partir de análisis esencialmentepolíticos. Jaime E. Rodríguez O., retomando los planteamientos que amediados del siglo pasado hiciera Nettie Lee Benson (49), demostró acomienzos de la década de 1990 que las guerras de independencia no podíanentenderse como guerras de liberación nacional (luchas patrióticas abande-radas por los libertadores entre buenos y malos), reacciones anticolonialescontra la metrópoli, lucha de clases entre oprimidos y opresores, poseedoresy desposeídos, enfrentamientos entre la modernidad liberal de las socieda-des americanas contra el absolutismo opresor de la Madre Patria; respuestas

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(47) Diferentes autores negaron o minimizaron durante años este papel de la Cortes deCádiz: ANNA, Timothy E.: Spain and the loss of America. University of Nebraska, Lincoln,1983; IDEM: La caída del gobierno español en la ciudad de México, Fondo de Cultura Econó-mica, México, 1981; IDEM: La caída del gobierno español en el Perú, Instituto de Estudiosperuanos, Lima, 2003; HAMNETT, Brian R.: La política española en una época revolucionaria,1790-1820. Fondo de Cultura Económica, México, 1985. COSTELOE, Michael P.: La respuesta ala independencia. La España imperial y las revoluciones hispanoamericanas, 1810-1840.Fondo de Cultura Económica, México, 1989.

(48) LEE BENSON, Nettie (ed.): México y las Cortes españolas. 1810-1822, Ocho ensayos.Cámara de Diputados, México, 1985 (1.ª ed. Austin, 1966); RODRÍGUEZ O., Jaime E.: La inde-pendencia de la América española. El Colegio de México, México, 1996; CHUST, Manuel: Lacuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz, 1810-1814. Instituto de InvestigacionesHistóricas, valencia, 1999; FRASQUET, Ivana: «Cádiz en América: liberalismo y constitución»,en Mexican Studies/Estudios Mexicanos, 20:1 (2004); FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, Javier: «Cádiz yel primer liberalismo español. Sinopsis historiográfica y reflexiones sobre el bicentenario», enÁLVAREZ JUNCO, José, y MORENO LUZÓN, Javier (coords.): La Constitución de Cádiz, historio-grafía y conmemoración: homenaje a Francisco Tomás y Valiente. Centro de Estudios Políticosy Constitucionales, Madrid, 2006, pp. 23-58.

(49) LEE BENSON, Nettie: La diputación provincial y el federalismo mexicano. El Colegiode México, México, 1995.

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a las reformas recentralizadoras borbónicas; o consecuencia del vacío depoder generado tras la abdicación de Bayona en 1808.

El mismo autor subrayó que dichos procesos debían comprenderse en elcontexto atlántico y en especial en el espacio político (revolución hispáni-ca) generado tras la disolución de la monarquía imperial hispánica (50);que no debían etiquetarse como luchas frontales contra «España»; que enun primer momento las juntas de gobierno no reclamaron la independenciasino la autonomía política dentro del marco de la monarquía hispánica, conla misión de defender la patria de los ataques franceses, apoyándose paraello en la tradición jurídico-política hispánica, no pudiéndose en conse-cuencia entender como movimientos revolucionarios derivados de ideasfrancesas o anglosajonas; que era necesario estudiar el proceso desde laóptica de los municipios; que no era posible confeccionar una interpreta-ción única para todo el continente y uniforme para todos los grupos socia-les (notables y grandes masas empobrecidas); que había que volver a estu-diar el papel de las Cortes de Cádiz en el escenario político atlántico(contrarrestaron las medidas centralizadoras borbónicas, crearon las diputa-ciones provinciales y los ayuntamientos constitucionales, reacomodaron laestructura política organizativa de la monarquía imperial con la consiguien-te ampliación del electorado y la descentralizaba en la toma de decisiones);que las mayoría de las elecciones que se celebraron en territorio americanoen el período 1808-1830 deben considerarse modernas (en contra de lastesis sostenidas por algunos autores que las etiquetan de fraudulentas o lasdefinen como una mera ficción) (51); que el vació de poder generado trasla muerte de Carlos II, la subsiguiente Guerra de Sucesión (1700-1714) y elcambio de la dinastía de los Habsburgo por la casa de Borbón a comienzosdel siglo XVIII no debían ser etiquetados como hechos comparables con lossucesos acaecidos en 1808, debido a que no hubo a comienzos del sigloXVIII una convulsión institucional ni se puso en riesgo la legitimidad de lamonarquía (las Cortes aprobaron el cambio de dinastía) (52); y que eraurgente entender las fases del proceso histórico distinguiendo bien cada unade ellas entre sí, a fin de no confundir los argumentos manejados en cadaperíodo o región.

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(50) VÁZQUEZ, Josefina Zoraida: «La era de las revoluciones y las independencias»,Revista 20/10. Memoria de las revoluciones en México, 4 (2009), pp. 14-49 ha abundado sobreeste aspecto. A semejantes conclusiones ha llegado HAMNETT, Brian: «El derrumbe de lamonarquía hispánica y el triunfo del separatismo americano», en Revista 20/10. Memoria de lasrevoluciones en México, 1 (2008), pp. 13-47.

(51) GUERRA, François-Xavier: «El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis delciudadano en América Latina», en SÁBATO, Hilda (coord.): Ciudadanía política y formación delas naciones. Perspectivas históricas de América Latina, Fondo de Cultura Económica, Méxi-co, 1999, pp. 33-61.

(52) RODRÍGUEZ O, Jaime E.: «El juntismo en la América española», en ÁVILA, Alfredo; yPÉREZ HERRERO, Pedro (comps.): Las experiencias de 1808 en Iberoamérica. UniversidadNacional Autónoma de México-Universidad de Alcalá, México-Alcalá, 2008, pp. 69-88.

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En concreto, señaló que en un primer momento (1808) se identificó aFrancia con el terror, la revolución, el anticlericalismo y el desorden, y aNapoleón, con las formas de gobierno imperialistas y centralistas que veníana poner en entredicho la autonomía de los reinos de la monarquía hispánica;que el regreso de Fernando VII y la suspensión de la Constitución pusieronen entredicho los espacios políticos ganados y quebraron las dinámicas de lasJuntas de gobierno; que la vuelta a la Constitución en 1820 volvió a cambiarel juego político; que los diputados americanos siguieron peleando porgobiernos autónomos dentro del sistema imperial hasta el último momento; yque la independencia en el caso de México llegó no por haber sido derrotadala Corona, sino por el hecho de que los novohispanos dejaron de seguirconfiando en el sistema monárquico hispano por no recibir de las Cortes(1812 y 1820) la autonomía política que reclamaban (53). La confederaciónde reinos hispánicos (una especie de Commonwealth pedida por muchos delos representantes americanos en las Cortes de Cádiz de 1812 y de Madrid de1820 con la intención de recrear la antigua estructura imperial —austriaca enmayor grado, ya que la borbónica se caracterizó por potenciar el podercentral del monarca—) no se materializó no por no haber sido discutida yanalizada, sino por haber sido negada repetidamente por la mayoría de losrepresentantes de los reinos de la península ibérica, al entender que laproporcionalidad de la representación política beneficiaría al continenteamericano por tener más población (54).

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(53) RODRÍGUEZ O, Jaime E.: «La independencia de la América española: una reinterpre-tación» Historia mexicana, 42, núm. 167 (enero-marzo, 1993), pp. 571-620; IDEM: La indepen-dencia de la América española, El Colegio de México, México, 1996; IDEM: The Independenceof Spanish America. Cambridge University Press, Cambridge, 1998. IDEM (coord.): Revolución,independencia y las nuevas naciones de América. Mapfre, Madrid, 2005. IDEM (ed.): The divinecharter. Constitutionalism and liberalism in nineteenth century Mexico, Rowman & LittlefieldPublishers, Lanham, 2005. IDEM: La revolución política durante le época de la independencia.El reino de Quito, 1808-1822. Corporación Editora Nacional, Quito, 2006; IDEM: «La ciudada-nía y la constitución de Cádiz», en FRASQUET, Ivana (coord.): Bastillas, cetros y blasones. Laindependencia en Iberoamérica. Mapfre, Madrid, 2006, pp. 39-56. IDEM: «Interpretacionessobre las independencias», en ÁVILA, Alfredo, y GUEDEA, Virginia (coords.): La independenciade México. Temas e interpretaciones recientes, UNAM, México, 2007, pp. 201-218. RODRÍ-GUEZ O., Jaime E.: «La naturaleza de la representación en la Nueva España y México», enCORONA, Carmen; FRASQUET, Ivana; FERNÁNDEZ, Carmen María (eds.): Legitimidad, soberaní-as, representación: independencias y naciones en Iberoamérica, Universitat Jaume I, Caste-llón, 2009, pp. 165-191; IDEM: Nosotros somos ahora los verdaderos españoles. La transiciónde la Nueva España de un reino de la Monarquía Española a la República Federal Mexicana,1808-1824, 2 vols., El Colegio de Michoacán, Instituto Mora, México, 2009.

(54) José María Portillo ha demostrado que la idea de una «confederación» que garanti-zara la autonomía de las distintas piezas del conjunto político resultante estaba más aceptadade lo se había pensado, y que no fue exclusiva del conde de Aranda. Estudia para ello la obrade Victorián de Villava, nacido en Zaragoza y fiscal de la Audiencia de Charcas a finales delsiglo XVIII. PORTILLO, José María: La vida atlántica de Victorián de Villava. Mapfre, Madrid,2009.

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Paralelamente, han ido apareciendo numerosas contribuciones historiográ-ficas de alto valor de autores tanto latinoamericanos como europeos que,partiendo de una mirada atlántica, han confirmado la importancia de recuperarla visión política del proceso de las independencias. Se ha hecho una correctarevisión del período del primer liberalismo hispánico, distinguiendo entre«tradición/reforma» y «liberalismo/absolutismo» (55); se está avanzando en elentendimiento de las elecciones, la representación política y la transformaciónde las identidades colectivas, poniéndose de relieve la necesidad de compren-der dichos procesos en el contexto de sociedades liberales nacientes conherencias de Antiguo Régimen (56); se está comprendiendo la necesidad deestudiar los cambios políticos como resultado de un conflicto de soberanías,en vez de un choque entre naciones (57); se sigue trabajando a buen ritmo enel papel que jugaron los municipios, subrayando la diversidad de situacionesregionales (58); se ha profundizado en el tema de la legitimación (59), y sehan realizado trabajos sólidos sobre el funcionamiento de la fiscalidad (60).

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(55) PORTILLO, José María: Crisis atlántica. Autonomía e independencia en la crisis de lamonarquía hispánica. Marcial Pons, Madrid, 2006; Roberto BREÑA: «El peso de las interpreta-ciones tradicionales en la historiografía peninsular actual sobre el primer liberalismo español ylos procesos emancipadores americanos (una interpretación alternativa)», en ÁVILA, Alfredo, yGUEDEA, Virginia (coords.): La independencia de México. Temas e interpretaciones recientes.UNAM, México, 2007, pp. 179-199.

(56) IRUROZQUI, Marta: «De cómo el vecino hizo al ciudadano en Charcas y de cómo elciudadano conservó al vecino en Bolivia, 1809-1830», en RODRÍGUEZ, Jaime (Comp.): Revolu-ción, independencia y las nuevas naciones de América. Fundación Mapfre, Madrid, 2005, pp.451-484). CHUST, Manuel, y SERRANO, José Antonio (eds.): Debates sobre las independenciasiberoamericanas, AHILA, Iberoamericana, Vervuert, Madrid, 2007. ANNINO, Antonio (coord.):Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, BuenosAires, 1995. ANNINO, Antonio: «El pacto y la norma. Los orígenes de la legalidad oligárquicaen México», Historia Mexicana, (1994), pp. 3-31. GUEDEA, Virginia: En busca del gobiernoalterno: los Guadalupes de México, Universidad Nacional Autónoma de México, México,1992. GUEDEA, Virginia: «Representación, legitimidad y soberanía. El proceso de independen-cia novohispano», en FRASQUET, Ivana (coord.): Bastillas, cetros y blasones. La independenciaen Iberoamérica. Fundación Mapfre, Madrid, Madrid, 2006, pp. 21-38; ÁVILA, Alfredo: Ennombre de la Nación. La formación del gobierno representativo en México, 1808-1824. CIDE-Taurus, México, 2002.

(57) MARTÍNEZ GARNICA, Armando: «Vicisitudes de la soberanía en la Nueva España», enFRASQUET, Ivana (coord.): Bastillas, cetros y blasones. La independencia en Iberoamérica.Fundación Mapfre, Madrid, Madrid, 2006, pp. 93-122; SUÁREZ CORTINA, Manuel, y PÉREZVEJO, Tomás (eds.): Los caminos de la ciudadanía. México y España en perspectiva compara-da. Biblioteca Nueva, Madrid, 2010.

(58) MORELLI, Federica: Territorio o Nación. Reforma y disolución del espacio imperialen Ecuador, 1765-1830. Centro de estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2005; ORTIZESCAMILLA, Juan, y SERRANO, José Antonio (eds.): Ayuntamientos y liberalismo gaditano enMéxico. El Colegio de Michoacán, Universidad Veracruzana, Zamora, 2007.

(59) QUIJADA, Mónica: Modelos de interpretación sobre las independencias hispanoame-ricanas. Consejo Nacional de Ciencia y tecnología, Universidad Autónoma de Zacatecas, Zaca-tecas, 2005.

(60) JÁUREGUI, Luis: «Las finanzas en la historiografía de la guerra de independencia», enÁVILA, Alfredo, y GUEDEA, Virginia (coords.): La independencia de México. Temas e interpre-taciones recientes. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2007, pp. 163-178.

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En suma, se ha avanzado mucho en el conocimiento sobre las independen-cias en los últimos cincuenta años. Se ha dado respuesta a antiguas preguntas,recopilado una ingente información de archivo y abierto nuevos temas deinvestigación. Sin duda, quedan incógnitas que se irán resolviendo en los añosvenideros, a la vez que formulando renovados interrogantes de la mano de larevisión de nuevas fuentes y la aplicación de técnicas de análisis más sofisti-cadas.

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JÁUREGUI, Luis, y SERRANO, José Antonio (coords.): Las finanzas públicas en los siglos XVIII-XIX. Instituto Mora, México, 1998; JÁUREGUI, Luis (coord.): De riqueza e inequidad. El proble-ma de las contribuciones directas en América Latina, siglo XIX. Instituto Mora, México, 2006.PÉREZ HERRERO, Pedro: «El tratamiento de la fiscalidad en las constituciones del mundo atlánti-co (1787-1830)», en PÉREZ HERRERO, Pedro, y SIMÓN RUIZ, Inmaculada (coords.): El liberalis-mo. La creación de la ciudadanía y los estados nacionales occidentales en el espacio atlántico(1787-1880). Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga (Colombia), y Universidad deAlcalá (España), Bucaramanga-Alcalá, 2010, pp. 163-258.

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La REVISTA DE HISTORIA NAVAL es una publicación periódica trimes-tral del Ministerio de Defensa, publicada por el Instituto de Historia yCultura Naval, centro radicado en el Cuartel General de la Armada enMadrid, cuyo primer número salió en el mes de julio de 1983. Recogey difunde principalmente los trabajos promovidos por el Instituto yrealizados para él, procediendo a su difusión por círculos concéntricos,que abarcan todo el ámbito de la Armada, de otras armadas extranjeras,de la Universidad y de otras instituciones culturales y científicas,nacionales y extranjeras. Los autores provienen de la misma Armada,de las cátedras de especialidades técnicas y de las ciencias más hetero-géneas.

La REVISTA DE HISTORIA NAVAL nació pues de una necesidad quejustificaba de algún modo la misión del Instituto. Y con unos objetivosmuy claros, ser «el instrumento para, en el seno de la Armada, fomen-tar la conciencia marítima nacional y el culto a nuestras tradiciones».Por ello, el Instituto tiene el doble carácter de centro de estudios docu-mentales y de investigación histórica y de servicio de difusión cultural.

El Instituto pretende cuidar con el mayor empeño la difusión denuestra historia militar, especialmente la naval —marítima si se quieredar mayor amplitud al término—, en los aspectos que convenga para elmejor conocimiento de la Armada y de cuantas disciplinas teóricas yprácticas conforman el arte militar.

Consecuentemente la REVISTA acoge no solamente a todo el perso-nal de la Armada española, militar y civil, sino también al de las otrasMarinas, mercante, pesquera y deportiva. Asimismo recoge trabajos deestudiosos militares y civiles, nacionales y extranjeros.

Con este propósito se invita a colaborar a cuantos escritores, espa-ñoles y extranjeros, civiles y militares, gusten, por profesión o afición,tratar sobre temas de historia militar, en la seguridad de que serán muygustosamente recibidos siempre que reúnan unos requisitos mínimos decorrección literaria, erudición y originalidad fundamentados en recono-cidas fuentes documentales o bibliográficas.

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DE LA EMANCIPACIÓNA LA INDEPENDENCIA (1)

Introducción«Emancipación» e «independencia», ¿pueden diferenciarse? Se usan indis-

tintamente, pero en un movimiento discursivo, y puesto que yo, en mis inves-tigaciones americanistas, los he tratado como dos etapas de un fenómenohistórico de la historia de América, me siento obligado a insistir inicialmenteen esta cuestión, cosa que no me parece baladí en el territorio en el que yo mesiento a gusto, que es el de la Historia analítica. Creo que ya en el terreno filo-lógico, sobre el cual tanto insistió el saber del venerable don Ramón Menén-dez Pidal, puede apreciarse una cierta diferencia, porque «emancipación» esliberarse de autoridad, tutela o cualquier clase de subordinación, e «indepen-dencia», capacidad de acción con libertad, sin dependencia de cualquierinfluencia extraña. Es decir, con referencia a una entidad política, aunque sinposibilidad de hacerla acción en espacio internacional, sino en un acotamientohistórico, que yo he situado en la historia de España en América (2) en untiempo serial cuyos momentos importantes serían 1767, inicio de las reformasde los ministros de Carlos III, que culminan en 1776, las novedades adminis-trativas del primer ministro de Indias del gobierno carlotercerista, José deGálvez, son de reorganización territorial en respuesta de seguridad ante dosimportantes coincidencias internacionales cuyas consecuencias hay que preve-nir, que son la publicación de la obra mayor de Adam Smith (3), en la que sesienta las bases del liberalismo económico.El segundo hecho del momento de 1776 de fuerte incidencia internacional

es la Declaración de Independencia de los colonos ingleses de América delNorte, cuyo redactor principal fue Thomas Jefferson. Basándose en los princi-

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Mario HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBACatedrático de Historia Contemporánea de América

(1) Conferencia pronunciada en las XLIII jornadas de Historia Marítima del Instituto deHistoria y Cultura naval sobre Emancipación de América.

(2) HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Mario: Historia Universal de América, 2 t. Guadarra-ma, 1962; Madrid, Alhambra, 1988 (2.ª edición), 5 tomos.

(3) Economista y filósofo británico (1723-1790) que en 1763 ha preparado el «Esbozo dela riqueza de las naciones», anticipo de su obra mayor, en Investigaciones sobre la naturaleza yla causa de la riqueza de las naciones (1776) sustentada en una premisa: el trabajo humanoproduce toda riqueza y todo incremento de esta.

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pios del derecho natural, la Declaración defiende la igualdad de los hombres ysu dotación de derechos inalienables, en contra de los cuales incluye una largalista de agravios. Se apoya en dos fuentes: una, la obra de James WilsonConsideratios on the Autority of Parliament; la otra, la filosofía política ingle-sa del siglo XVII, muy especialmente John Locke (1632-1704) y sus importan-tes tratados sobre gobierno civil (1690).Hay que tener en cuenta el paralelo mantenimiento en el Atlántico de una

serie histórica de enfrentamientos en una campaña naval atlántica que culminaen 1805: Guerra de Sucesión de España, Guerra de Sucesión de Austria,Guerra de los Siete Años, guerra de independencia de las colonias inglesas deAmérica del Norte, guerras revolucionarias por el imperio entre el continenta-lismo napoleónico y el imperio marítimo, que enfrenta a las tres grandespotencias europeas continentales: Gran Bretaña, España y Francia. Cada unade estas guerras acaba en sendos tratados diplomáticos: Utrecht (1713),Aquisgrán (1748), París (1763), Versalles (1783), Viena (1815). En cada unode ellos puede apreciarse que las más discutidas negociaciones se refieren acuestiones relativas a la obtención de ventajas comerciales sobre territorios ymaterias primas que en ellos se producen, tales como pieles, melazas, materiastintóreas... (4).Todo ello ocasiona en las sociedades americanas una atención preferente

respecto a los cambios que se producen, y en las cancillerías europeas, elcrecimiento del interés político y económico por los asuntos y sucesos quevan surgiendo en el Nuevo Mundo, insertos claramente en el proceso culturalde lo que se conoce como Ilustración (5).

La formación del ambiente emancipador: las ideas de la Ilustración y surecepción por los criollosLa Ilustración no es simplemente una época histórica visualizada desde

una atención preferentemente cultural. Es más bien una actitud, un estilo, endefinitiva, un concepto que permite el desarrollo de una idea, a partir de unaposición racional y crítica. Es, en fin, una preocupación sobre la realidad parasu comprensión por parte del colectivo humano. Un proceso intelectual queimprime una permeabilidad social impuesta por los mecanismos económicos,más bien lentos, y simultáneamente por los rápidos cambios políticos. Elloorigina una dialéctica histórica en la que se producen las discontinuidades, los

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(4) Véase HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Mario: «El bicentenario de 1776: América y laestrategia de seguridad atlántica en el reformismo español», separata de la Revista de la Univer-sidad Complutense, Madrid, 1977.

(5) Cuando llegó a Londres la noticia de la derrota española frente al ejército criollo enAyacucho (1824), que ponía fin al dominio de España en América, el ministro de AsuntosExteriores George Canning pronunció una frase que es todo un inventario de intenciones:«Hispanoamérica ya es independiente; pronto será inglesa».

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conflictos políticos y sociales en el que aparecen nuevas sensibilidades (6)que pugnan por imponerse, creando inestabilidades y traumas.La Ilustración es, en rigor, un estado de conciencia que en la América espa-

ñola canalizó las inquietudes políticas de los criollos —no se olvide, hijos deespañoles y de otras naciones europeas, nacidos en América—, centradas endos puntos básicos: la comprensión racional de las cosas como había mostra-do fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764); en segundo lugar, una particularsensibilidad para entender los planteamientos del arraigo como formulacióndel patriotismo, en gran parte por el nuevo humanismo que la Compañía deJesús introdujo por vía educativa en la sociedad criolla (7). Lo más importantede la Ilustración en cuanto a la configuración de un ambiente fue la formaciónde una opinión pública, tronco de una multiplicidad de ramas: la mentalidadcomercial criolla, las inquietudes del humanismo jesuítico, el nacionalismoliberal doblado de reformismo político y administrativo, y una óptica de apro-ximación a la realidad vital y social señalando metas de progreso. Ello originauna generación activa en orden a las ideas y propósitos, con polarizaciones deobjetivos y una generación de intelectuales de los que emerge un importantepensamiento ilustrado hispanoamericano (8).En la primera mitad del siglo XVIII la ética humanista jesuítica ejerció

una fuerte influencia en la cohesión de la mentalidad criolla. Debemosentender esto como una instancia de ética humanista liberal con un inevita-ble choque con la ética de autoridad prevaleciente en la América españolaen la poderosa corriente estatista virreinal (9). A ello debe unirse el espírituracionalista de la Ilustración que irradió de las universidades, las SociedadesEconómicas y Científicas, fundadas en todas las ciudades, que proporciona-ron nuevos y plurales puntos de vista respecto a la comprensión de la reali-dad, tanto antropológica como biológicamente. Naturalmente todas estascorrientes se orientaron hacia la búsqueda de la libertad de opinión política,si entendemos esta como la convivencia en el triple orden vital, social eideal. Puede apreciarse en la literatura, así como en el incremento de lacomunicación mediante gacetas, panfletos esquineros y tertulias donde seintercambiaban noticias y comentarios. Es un verdadero pluralismo ideoló-

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(6) Véase VALVERDE, José María: Vida y muerte de las ideas. Pequeña historia del pensa-miento occidental. Ariel, Barcelona, 1989.

(7) El eminente historiador jesuita P. Miguel Batllori ha rebatido con sólidos e incontesta-bles datos y razones la teoría de Madariaga según la cual los jesuitas se consideran promotoresde la independencia: «Teoría históricamente falsa y responsable del desvío de los hechos hastadejar seco e inexplorado el verdadero cauce de la historia», afirma Batllori en El abate Viscar-do. Historia y mito de la intervención de los jesuitas en la Independencia de Hispanoamérica.Caracas, 1953.

(8) HERNÁNDEZ Y SÁNCHEZ-BARBA, Mario: prólogo y colaboraciones sobre administra-ción, ilustración, sociedad en la Historia de España Menéndez Pidal. Tomo XXXI: Las Indias yla política exterior. Madrid, Espasa-Calpe, 1988.

(9) La ética humanista parte del principio de que sólo el hombre puede determinar por símismo el criterio acerca de «virtud» y «pecado», lo cual induce al bienestar humano. VéaseGERBI, Antonello: Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo. Lima, 1946.

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gico que donde mejor puede advertirse es en el constitucionalismo, de modoespecial en la decisiva participación de los criollos en las Cortes de Cádiz yen la Constitución de 1812. En la inauguración de las Cortes (14 de septiem-bre de 1810) quedó sancionado un importante principio: «Los dominiosespañoles en ambos hemisferios forman una sola y única Nación y una solafamilia y, por lo mismo, los naturales que sean originarios de dichos domi-nios europeos o ultramarinos, son iguales en derechos a los de esta Penínsu-la». Los principios de igualdad entre «criollos» y «peninsulares» nocambian, pero el constitucionalismo participativo produce una crisis deconciencia jurídica que discurre sobre tres líneas de acuerdo: la titularidadde la soberanía nacional, la legitimidad de organización política y el carácterde la autoridad civil.De manera, pues, que en el bienio 1808-1810, como consecuencia de los

acontecimientos ocurridos en la Península y de la culminación en América delproceso histórico criollista, por mor de las reformas introducidas en América,política y administrativamente, por los ministros de Carlos III (10), se produceun complejo cambio histórico en América paralelo con la crisis de la monar-quía española —simultánea, a su vez, con la derrota naval de Trafalgar (11),que originó un relativo aislamiento en las comunicaciones oceánicas entreEspaña y América— y, en fin, con el inicio de la hegemonía inglesa, rubricadacon la derrota de Napoleón en España y Rusia y el comienzo del espíritu de larestauración con el Congreso de Viena y la Santa Alianza. Este decisivo ycomplejo proceso de cambio histórico en la generación finisecular del sigloXVIII y primiceria del siglo XIX, proponiendo el año 1814, regreso de FernandoVII, derogación de la Constitución de Cádiz y restablecimiento de la políticaabsolutista.

El movimiento criollo de independenciaExiste, de hecho, un movimiento criollo de independencia, en el sentido de

acción con libertad y proyecto propio, que origina otro sentido a lo que hasido, propiamente, formación de un ambiente se caracteriza como una fuerzade acción —valga la redundancia— para alcanzar la meta propuesta. El deto-nante del cambio, según hemos visto, está en 1814 con el regreso al trono deFernando VII y cuantas disposiciones tomó contra el movimiento liberal deCádiz, adoptando una política absolutista. La primera manifestación de la acti-tud criollista, expresada en la etapa de formación ambiental, es una fase histó-

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(10) La mayor innovación consistió en el establecimiento de las Intendencias, con elintento de regionalizar la Hacienda en la América española y recuperar la iniciativa económica.Véase GARCÍA BAQUERO, Antonio: Cádiz y el Atlántico (1717-1778). Sevilla, 1976.

(11) Véase la excelente monografía, lo mejor que hasta ahora se ha investigado sobre eltema, de O’DONNELL, Hugo: La campaña de Trafalgar. Tres naciones en pugna por el dominiodel mar (1805). La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.

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rica en la cual se produce el choque entre dos mentalidades sociales (12): lamentalidad colonial hispánica, defensora de las reformas «liberales» y losefectos originados por ellas. La tensión entre ambas mentalidades —la criollay la colonial hispánica— preside el antagonismo entre ambos grupos de lapoblación blanca americana en el siglo XVIII, reconocida incluso por la legisla-ción. Entre españoles europeos y españoles americanos dio lugar a la forma-ción de una tensión entre ambos sectores de población, de modo singularmanifiesta en primer lugar en la provisión de cargos civiles y eclesiásticos.Alejandro von Humboldt, en su Ensayo político sobre el Reino de la NuevaEspaña, menciona una anécdota enormemente ilustrativa, pues durante suestancia en México capital, paseando por la Plaza Mayor, se cruzó con unblanco y le preguntó: «¿Es usted español?», a lo que aquel le contestó: «Noseñor, soy español americano». Es enormemente interesante el antagonismoentre criollos y peninsulares, que alcanzó una formulación de mutuo menos-precio, produciendo que los criollos iniciasen el cambio de denominación de«españoles» por el de «americanos», de modo que crearon una fuerza de basetelúrica e ideas de desprecio hacia España y los españoles. Correlativamentese supervaloran a sí mismos. El propio Humboldt también expresa que desde1789 fue corriente oír decir «yo no soy español; soy americano». Los criollostambién muestran su preferencia por cualquier extranjero antes que por losespañoles peninsulares. Se trata de un movimiento de inconformismo cadavez mayor, conforme aumentaba el ansia de los españoles de absorber lasfunciones y cargos de la Administración. Los datos que se poseen denotan elaumento de esta circunstancia (13) y, en consecuencia, las autoridades virrei-nales, al advertirlo, para tener una mayor prevención de riesgos políticos reco-mendaban a las autoridades centrales que no nombrasen criollos para loscargos públicos de responsabilidad política (14).El camino para la revolución está preparado. Raymond Aron define la

revolución como «la sustitución por la violencia de un poder por otro», más

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(12) La escuela histórica francesa de Annales lo considera el tercer nivel de la historia yse estudia, en especial por el historiador Georges Duby, como una actitud colectiva constituidapsicológicamente por interacción de ideas capaces de originar una revolución entendida comocambio; se trata de un tiempo oblicuo que interfiere al tiempo diagonal. El concepto procede dela revolución inglesa del siglo XVII, expresado por John Lilburne en su documento Agreementof the People, acuñado con el término «mentality».

(13) Un memorial del Cabildo de México al rey (2 de mayo de 1771) lo expresa clara-mente: «Días ha reflexionábamos no sin el mayor desconsuelo, que se habían hecho más rarasque nunca las gracias y provisiones de Vuestra Majestad a favor de los españoles americanos,no sólo en la línea secular, sino en la eclesiástica, en que hasta aquí habíamos logrado atención.

(14) El 14 de diciembre de 1795 el presbítero Cipriano Santiago Villota decía que habíaciudades en las que desde el alcalde hasta el último regidor eran españoles. En vísperas de laindependencia, el virrey del Río de la Plata, Baltasar Hidalgo de Cisneros, proponía al rey quelos magistrados americanos de las Audiencias de Buenos Aires y Charcas fuesen reemplazadospor peninsulares. Cfr. HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Mario: «La sociedad colonial americana enel siglo XVIII», tomo III de Historia social y económica de España y América, dirigida porVICENS VIVES, Jaime.

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recientemente caracterizado por Eric Voegelin (15) como el resultado demovimientos agnósticos de masas a partir de ideas generadas por intelectua-les. La revolución representa una ruptura con lo que se considera pasado, yun cambio profundo y radical de los fundamentos políticos, económicos yculturales de una sociedad. Pero en ella alienta no sólo esto; también palpitala esperanza de que lo nuevo tendrá el alcance de una solución definitiva.Pero en el caso que nos ocupa parece imperar un modo de impaciencia histó-rica que impide la reflexión inicial para madurar un proyecto que le ofrezcaposibilidades, al menos relativas, de triunfo. Parece que este es el caso deBolívar, que he tenido ocasión de estudiar con profundidad como la expre-sión de una pasión política (16).El movimiento de independencia de la América española se ha iniciado

formando parte de una estructura histórica de signo universal en el continenteamericano; un long runn de cien años y cinco formas distintas de cambiomanifestadas en áreas geohistóricas y culturales diferentes (17): la Américaespañola y el área inglés en las colonias de explotación y comercialización,que fueron origen en los Estados Unidos de América del Norte, a partir de1783. Las formas de independencia son cinco: las colonias inglesas, la revolu-ción negra de Haití, la compleja independencia de la América española, laindependencia de Brasil y, por último la diplomática semi-independencia deCanadá. De ellas, ahora y aquí interesa la independencia de la América espa-ñola, de enorme complejidad, en la que adquiere importancia relevante lafigura de un criollo caraqueño, Simón Bolívar, cuya nervadura histórica, sobrela cual gira toda su personalidad, fue la pasión política, que le incitó a crear unproyecto revolucionario continentalista de acción belígera, convencido de que,mientras España tuviese bases en territorio americano, no habría posibilidadde mantener la soberanía propiamente americana. Y en esto tuvo plena razón,porque después de Ayacucho (1824), todavía durante bastantes años, persistie-ron con bandera izada en las costas americanas los apostaderos de la Marinaespañola. De ahí su proyecto de un nuevo orden constitucional, para que laAmérica española adquiriese peso en la política internacional (18).El movimiento de independencia de la América española se inicia antes de

que Simón Bolívar ingresase en él con su proyecto, que pretende salir delámbito provincial para alcanzar una rotunda totalidad continental de identi-dad. El movimiento fue instado y promovido, desde 1808-1810 por la socie-

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(16) HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Mario: Simón Bolívar. Una pasión política. Ariel,Barcelona, 2004.

(17) HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Mario: Las independencias americanas (1767-1878).Génesis de la colonización. Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, 2009.

(18) El historiador CARRERAS DAMAS, Germán: «Casos de continuidad y ruptura: génesisteórica y práctica del proyecto americano de Simón Bolívar», en el tomo V de la Historia gene-ral de la América Latina. UNESCO, Trotta, 2003. Carreras estructura el proyecto de Bolívar entres niveles fenomenológicos: independencia (1.er nivel), para lo cual es esencial una integra-ción multiterritorial (2.º nivel), a fin de conseguir una acción continental que permitiese unnuevo orden constitucional (3. er nivel).

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dad criolla urbana, utilizando la estructura básica de cabildos y regimientoslocales, es decir, la misma base de la pirámide institucional creada por Españaen América, sostenida por una cúpula que era la Corona. Naturalmente ellosupuso la intervención de infinitos intereses localistas, un verdadero mosaicode intereses cuya mentalidad política era conflictiva y contradictoria. Bolívaralentó la unidad sin conseguirla, porque prevaleció el individualismo y toda-vía no había madurado la idea de un Estado nacional continental.

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Con objeto de facilitar la labor de la Redacción, se ruega a nuestros colaboradores que se ajusten a lassiguientes líneas de orientación en la presentación de sus artículos:

El envío de los trabajos se hará a la Redacción de la REVISTA DE HISTORIA NAVAL, Juan de Mena, 1,1.° 28071 Madrid, España.

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A la entrega de los originales se adjuntará una hoja donde figure el título del mismo, un breve resumen,el nombre del autor o autores, la dirección postal y un teléfono de contacto; así como la titulación académicay el nombre de la institución o empresa a que pertenece. Además un resumen curricular que no exceda dediez líneas, donde podrá hacer constar más titulaciones, publicaciones editadas, premios y otros méritos.

Los originales habrán de ser inéditos y referidos a los contenidos propios de esta REVISTA, y sin maque-tar. Su extensión no deberá sobrepasar las 25 hojas escritas por una sola cara, con el mismo número de líne-as y convenientemente paginadas. Se presentarán mecanografiados a dos espacios en hojas DIN-A4, dejan-do margen suficiente para las correcciones. Podrán enviarse por correo ordinario o en CD-ROM o DVD, opor correo electrónico [email protected], con tratamiento de texto Microsoft Word Windows, u otros afines,para facilitar la maquetación.

Las ilustraciones que se incluyan deberán enviarse en archivo aparte y de la mejor calidad posible, estaren formato JPG ó TIFF, y con resolución de 300 p.p.p., como mínimo. Los mapas, gráficos, etc., se presenta-rán preferentemente en papel vegetal o fotográfico, convenientemente rotulados y no se admitirán fotocopias.Todas irán numeradas y llevarán su correspondiente pie, así como su procedencia. Será responsabilidad delautor obtener los permisos de los propietarios, cuando sea necesario. Se indicará asimismo el lugar aproxima-do de colocación de cada una. Todas las ilustraciones pasarán a formar parte del archivo de la REVISTA.

Advertencias• Evítese el empleo de abreviaturas, cuando sea posible. Las siglas y los acrónimos, siempre conmayúsculas, deberán escribirse en claro la primera vez que se empleen. Las siglas muy conocidas seescribirán sin puntos y en su traducción española (ONU, CIR, ATS, EE.UU., Marina de los EE.UU.,etc.). Algunos nombres convertidos por el uso en palabras comunes se escribirán en redonda(Banesto, Astano, etc.).

• Se aconseja el empleo de minúsculas para los empleos, cargos, títulos (capitán, gobernador, conde)y con la inicial mayúscula para los organismos relevantes.

• Se subrayarán (letra cursiva) los nombres de buques, libros, revistas y palabras y expresiones enidiomas diferentes del español.

• Las notas de pie de página se reservarán exclusivamente para datos y referencias relacionadosdirectamente con el texto, cuidando de no mezclarlas con la bibliografía. Se redactarán de formasintética.

• Las citas de libros y revistas se harán así:— APELLIDOS, nombre: Título del libro. Editorial, sede de ésta, año, número de las páginas a que serefiere la cita.

— APELLIDOS, nombre: «Título del artículo» el Nombre de la revista, número de serie, sede y añoen números romanos. Número del volumen de la revista, en números arábigos, número de larevista, números de las páginas a que se refiere la nota.

• La lista bibliográfica deberá presentarse en orden alfabético; en caso de citar varias obras delmismo autor, se seguirá el orden cronológico de aparición, sustituyendo para la segunda y siguien-tes el nombre del autor por una raya. Cuando la obra sea anónima, se alfabetizará por la primerapalabra del título que no sea artículo. Como es habitual, se darán en listas independientes las obrasimpresas y las manuscritas.

• Las citas documentales se harán en el orden siguiente:Archivo, biblioteca o Institución.Sección o fondo.Signatura.Tipología documental.Lugar y fecha.

A PROPÓSITO DE LAS COLABORACIONES

Page 98: CUADERNO MONOGRÁFICO Nº 64: EMANCIPACIÓN DE AMÉRICA