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José Aricó y el marxismo en diálogo

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EL SOCIALISMO INDGENA DE MARITEGUI

Universidad de Buenos AiresFacultad de Ciencias Sociales Instituto de Estudios de Amrica Latina y el Caribe

Aportes del Pensamiento Crtico LatinoamericanoComment by 21850684: Cambiar ilustracin y ttuloJos Carlos Maritegui y lo original latinoamericano

Martn Corts Editor

Nmero 2Otoo 2015

Aportes del Pensamiento Crtico Latinoamericano N 21

Autoridades de la Facultad de Ciencias Sociales

DecanoLic. Glenn PostolskiVicedecanaDra. Patricia FunesSecretara AcadmicaDra. Ana AriasSecretara de Estudios AvanzadosDra. Mercedes Di VirgilioSecretara de Gestin InstitucionalLic. Gustavo BullaSecretara de Cultura y ExtensinLic. Stella Maris EscobarSecretara de HaciendaLic. Horacio RovelliSecretara de Proyeccin InstitucionalLic. Pablo HernndezInstituto de Investigaciones Gino GermaniDirectora: Dra. Carolina MeraInstituto de Estudios de Amrica Latina y el CaribeDirectora: Dra. Mabel Thwaites ReyBiblioteca Norberto Rodrguez BustamanteDirector: Daniel Comande

Instituto de Estudios de Amrica Latina y el CaribeFacultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos AiresMarcelo T. de Alvear 2230, C1122AAJ Ciudad Autnoma de Buenos Aires, Argentinawww.iealc.sociales.uba.ar [email protected]

Directora: Mabel Thwaites ReyComit Acadmico: Mabel Thwaites Rey, Emilio Taddei, Ruth Felder, Miguel Mazzeo (miembros titulares por el claustro Investigadores), Hernn Ouvia, Diego Raus, Nstor Kohan, Ins Nercesian (miembros suplentes por el claustro de Investigadores). Miguel Leone, Maisa Bascuas, Andrs Tzeiman (miembros titulares por el claustro de Investigadores en formacin), Ariel Goldstein, Liliana Pardo Montenegro, Martn Ribadeiro (miembros suplentes por el claustro de Investigadores en formacin).Asistentes de la Direccin Acadmica: Silvia Demirdjian, Ruth Felder y Lucila de Marinis.

Edicin tcnica: Ruth FelderAportes del Pensamiento Crtico Latinoamericano N 22

ndice

Jos Aric, el marxismo en dilogo. Presentacin4

En los pliegues de la modernidad latinoamericana. Cultura y poltica en Jos Mara Aric

Guillermo Ricca10

Jos Aric: Variaciones sobre la autonoma

Vernica Gago y Diego Sztulwark27

Aric y Portantiero en el espejo del exilio mexicano: los textos malditos y la bsqueda del nexo orgnico entre economa y poltica en el marxismo

Andrs Tzeiman41

Weber y Amrica Latina. Las dos ediciones de Weber de Jos Mara Aric

Esteban VernikY en el principio fue el Estado Jos Aric crtico del societalismo58

Jorge Orovitz Sanmartino88

Acerca de los autores107

Aportes del Pensamiento Crtico Latinoamericano N 23

Jos Aric, el marxismo en dilogo.PresentacinMartn CortsEn 1963, Jos Aric participa de la publicacin de una nueva revista, gesto casi obligado para toda generacin intelectual que aspira a marcar una diferencia. En el caso de aquella empresa, la clebre revista Pasado y Presente, exista una pretensin al menos a simple vista- relativamente modesta: intervenir, desde la juventud intelectual, en los debates tericos y estratgicos del Partido Comunista argentino. El estilo de la intervencin apuntaba tanto a la bsqueda de nuevos horizontes tericos divergentes del marxismo-leninismo oficial, como a una pregunta por la relacin entre comunismo y masas en la Argentina. El destino de esa intervencin es bastante conocido (desafortunado en su intencin, virtuoso en la empresa intelectual que se desat, por al menos dos dcadas, a partir de entonces) y esta breve presentacin no es lugar para explorarlo nuevamente. S quisiramos subrayar una propuesta de lectura de la tradicin marxista que all apareca. La editorial del primer nmero, firmada por el mismo Aric, propona, entre otras cosas, un ambicioso retorno a Marx en el marco de una necesidad de actualizar las herramientas de la tradicin que con l se fundaba, para ponerla a la altura de los desafos de la poca. stos reclamaban, casi con urgencia, una torsin crtica respecto de las ortodoxias que dominaban el panorama de las izquierdas bajo la sombra de la Unin Sovitica. A tono con las transformaciones del campo intelectual que se sucedan contemporneamente en Europa, Pasado y Presente acusa recibo, en la pluma de su editor, de los vasos comunicantes existentes entre marxismo y ciencias humanas. Y lo hace celebrando esa ligazn como un preciado acervo que se remontaba hasta el propio Marx. Una lectura astuta de la poca supona:[] no dejar de lado por consideraciones polticas del momento a diversos aspectos del conocimiento humano (psicologa, sociopsicologa, antropologa social y cultural, sociologa, psicoanlisis, etc.), abandonando a la ideologa burguesa contempornea campos que ya el marxismo en 1844 reclamaba como suyos. (Revista Pasado y Presente N1, Editorial, 1963)Haba, claramente, algo de desmesura en la propuesta de Aric: como si existiera un gran malentendido en aquello que se fue constituyendo con el nombre de marxismo desde el Siglo XIX, que adems pudiera remontarse con un apropiado retorno a los Manuscritos de 1844, aparentemente escritos a la medida de esas nuevas subjetividades polticas que surgan en los aos sesenta. Sin embargo, tambin aparece cifrada en la afirmacin de Aric una clave de lectura de la tradicin marxista que, de algn modo, sign su trayectoria como editor y como autor: la idea de que el marxismo no poda ser concebido como un cuerpo terico cerrado y autosuficiente. Esto implicaba, muy rpidamente, la necesidad de un dilogo con otros mundos culturales y tradiciones tericas, sabiendo leer qu ncleos de saber desarrollados en otros campos eran apropiables para el horizonte crtico del marxismo. Al mismo tiempo, preanunciaba un tipo de operacin de lectura antagnica a toda pretensin de pensar el marxismo como un cuerpo cerrado de frmulas conclusas, para lo cual privilegiara la bsqueda por revalorizar sus referentes opacados o desplazados de los relatos oficiales que el Siglo XX haba ido consolidando.Como editor y como autor, la trayectoria de Aric muestra un ejercicio de tensin de las fronteras internas y externas del marxismo difcil de parangonar. Entre los Cuadernos de Pasado y Presente (editados entre 1968 y 1983) y la Biblioteca del Pensamiento Socialista de la Editorial Siglo XXI (que dirigi durante su exilio en Mxico, entre 1976 y 1983), por mencionar solamente sus dos experiencias editoriales ms significativas, es posible reunir casi doscientos ttulos que permiten afirmar de manera categrica que Marx y el marxismo asumen, en lengua castellana, una espesura totalmente renovada en virtud de su intervencin. Esto incluye la reedicin de clsicos (muy especialmente el monumental trabajo de traduccin y edicin de El Capital en la Editorial Siglo XXI) y la publicacin de inditos en espaol de Marx (entre los que se destacan los Grundrisse, editados entre 1971 y 1976, que slo conocan algunas ediciones parciales en los aos anteriores). Asimismo, la tarea editorial de Aric iluminaba recovecos oscuros mediante la publicacin de correspondencias, textos fragmentarios y otras intervenciones no sistemticas de Marx. Aparecan tambin infinidad de autores poco editados o relativamente desconocidos, en algunos casos pertenecientes a distintos tramos de la heterodoxia marxista, en otros, simples ejercicios de reposicin de debates o discusiones que parecan querer mostrar que aquello que se conoce como marxismo es algo mucho ms complejo e inabarcable que lo que sus voces oficiales podran admitir. Por otro lado, en estricta continuidad con la cita de la editorial de la revista, los personajes ajenos a la tradicin tenan tambin una presencia relevante en la imaginacin editorial de Aric. Desde Levi-Strauss y Lacan hasta Max Weber y Norberto Bobbio, es posible encontrar numerosos ejercicios de puesta en dilogo del marxismo con otros cuerpos tericos, acaso con el ejemplo ms extremo en el inters de nuestro autor por la figura de Carl Schmitt en los tempranos aos ochenta.Como autor, oficio que todava permanece injustamente- opacado por la tremenda magnitud de su trabajo editorial, Aric tambin despleg esta vocacin de dilogo, intentando poner en juego a los ms diversos exponentes del marxismo y de otras tradiciones en pos de comprender las complejidades de su poca. Esto es notorio en sus libros: en Marx y Amrica Latina al abrigo del Marx tardo que permita criticar la filosofa de la historia e indagar en la vieja cuestin nacional desde una perspectiva original; en las Nueve lecciones de economa y poltica en el marxismo, recuperando infinidad de debates perdidos en los albores del Siglo XX, para pensar el siempre enigmtico lugar de lo poltico; en La hiptesis de Justo, visitando al lder socialista argentino para preguntarse, una vez ms, por los infortunios de las izquierdas en el mundo popular argentino y latinoamericano. Y tambin es notorio en la infinidad de presentaciones, prlogos y advertencias con que acompa sus ediciones, donde stas son colocadas en la direccin de responder dilemas terico-polticos especficos.No se trata aqu de pasar una extensiva revista sobre el trabajo de Aric, sino de sealar una virtud que podra recorrerlo: estos ejercicios de descomposicin y recomposicin de la tradicin marxista, de entrecruzamiento con otras formas del saber, de confrontacin con las ms diversas realidades, est construida siempre con un ojo en el presente. Quiz paradjicamente, Aric es el responsable de que hoy podamos conocer una importante cantidad de debates y personajes que podran permanecer perdidos en la historia del pensamiento de izquierdas, pero sus ejercicios tenan poco y nada de vocacin historiogrfica estricta. Las visitas a la historia estaban construidas desde una inquietud por responder a dilemas tericos y polticos que la realidad presente colocaba. Claro que se trataba de una estrategia de respuesta muy particular: una suerte de rodeo a travs de los modos en que esos mismos problemas fueron pensados y abordados, una especie de apuesta por rearmar las respuestas posibles a partir de la revitalizacin de sentidos que pertenecieran a otro tiempo pero que pudieran ser actualizados.Esa vocacin de dilogo (con el pasado, con otras tradiciones, con la propia tradicin) aparece como una estrategia para abordar una realidad siempre difcil, cambiante, indescifrable si se la pretende ceir con herramientas que no se ponen en juego en el propio ejercicio de lectura de la coyuntura. Opera all la hiptesis de que el marxismo como tradicin cuenta con muchos infortunios que deben ser tensados o repensados para hacer de la crtica un ejercicio fructfero. As aparecen, en Aric, preguntas por el progreso, por las clases sociales y los sujetos polticos, por la Nacin, por el Estado, por la teora poltica del marxismo, por la democracia. Algunos de estos problemas pusieron al marxismo contra las cuerdas en las ltimas dcadas, e incluso sirvieron de va de salida para muchas relevantes figuras intelectuales. No fue el caso de Aric, quien con terquedad busc en los armarios olvidados de su tradicin, y en la puesta en relacin de sta con los ms diversos mundos culturales, posibles respuestas para seguir pensando dentro de un horizonte socialista, a sabiendas incluso de que el sentido mismo de ese horizonte era cada vez menos preciso.En esta direccin, el presente compendio de textos pretende mostrar algo del inters que la figura de Aric viene suscitando en los ltimos tiempos. Desde distintos ngulos, los textos aqu presentes ayudan a trazar el contorno de un personaje crucial del pensamiento latinoamericano en las ltimas dcadas. El primer escrito, de Guillermo Ricca, nos sirve para instigar un tipo de lectura de Aric que privilegia, en el sentido de lo que venimos planteando, el problema del presente. All la poltica, con distintos nombres, aparece como una preocupacin fundante de las empresas crticas de Aric, siempre dispuestas a pensar la coyuntura en su delicada complejidad, a distancia de los privilegios deductivistas que algunos procedimientos de lectura, tambin patrimonio de las izquierdas, auspiciaban.Los otros cuatro textos nos permiten experimentar con Aric lo que l se propuso hacer con el marxismo. Una vez ms con la poltica como punto de partida se trata de ejercicios que ponen en relacin las contribuciones del cordobs con otras figuras o tradiciones, para preguntarse por los saldos tericos que estos vnculos pueden ofrecernos para leer nuestra propia poca. El trabajo de Vernica Gago y Diego Sztulwark indaga en la persistente relacin de Aric con el problema de la autonoma. Relacin que slo parcialmente remite a la efectiva atencin de nuestro autor por el autonomismo, para nombrar as las distintas derivas de las problematizaciones obreristas que aparecen en los sesenta italianos de la mano de Mario Tronti. La pregunta por la autonoma es tambin la compleja indagacin en torno de la relacin entre la poltica y lo que est ms all de ella (la economa?). El enigma del espacio donde se constituyen los sujetos populares quiz demasiado politizado en los ltimos tiempos- aparece como una invitacin de los autores para volver a recorrer, con atencin, las indagaciones de Aric.El texto de Andrs Tzeiman, por su parte, indaga en un dilogo de Aric que es tambin la historia de una gran camaradera intelectual, aquella que lo uni con Juan Carlos Portantiero. En este caso, para indagar en un momento de afinidad menos explorado que los tiempos de Pasado y Presente: el espacio del exilio mexicano como escenario donde la pregunta por la relacin entre economa y poltica en el marxismo atac a ambos personajes, que bucearon atentamente en el siempre ledo Gramsci, pero tambin en muchos otros, para intentar dar respuesta a aquel persistente dilema. Tambin en los tiempos de exilio se inscribe la problemtica que aborda Esteban Vernik, que nos invita a visitar la breve pero prolfica relacin de Aric con Max Weber, a quien edita en el contexto mexicano. El texto no solamente nos muestra las inquietudes de Aric que Weber poda ayudar a pensar (la relacin entre conocimiento y poltica, la necesidad de una reflexin verstil frente a los grandes cambios de poca y, una vez ms, la relacin entre economa y poltica), sino que contribuye a resaltar la tarea editorial de Aric: su publicacin de Weber, aun si ste no constitua el centro de sus intereses tericos, implicaba un sustantivo enriquecimiento de los materiales con los cuales los lectores latinoamericanos contaban para acercarse al gran terico alemn.Por ltimo, acaso para defender tambin aqu una lectura en este caso de Aric- desde el presente, el escrito de Jorge Sanmartino pone en dilogo las reflexiones de nuestro autor con los desarrollos de una de los pensadores ms destacados de la actualidad latinoamericana: lvaro Garca Linera. Tomando una polmica que ste iniciara contra las tesis de Aric de Marx y Amrica Latina, se nos muestran los distintos ngulos desde los cuales puede abordarse el recurrente problema de la relacin entre Estado y sociedad civil en nuestra regin. Los caminos sinuosos que cada uno de los dos autores recorre en sus perspectivas tericas respecto de esta materia, muestran de manera contundente tanto la complejidad del propio objeto como la permanente conmocin de certezas que suele producir la vocacin por pensar Amrica Latina.

Precisamente porque Amrica Latina reclama reflexiones capaces de no ser dogmticas pero tambin de construir certezas efectivas, Jos Aric es una figura imprescindible para estos tiempos. Su pregunta por la emancipacin en las condiciones especficas de la vida latinoamericana es profundamente actual. Un tiempo en ebullicin como el nuestro, que se pregunta por las nuevas condiciones de la emancipacin, por los sujetos sociales que pueden construirla, y por los modos de comprender la poltica y la reflexin que hacen falta para ello, no puede privarse de una obra que esperamos que este cuadernillo invite a seguir leyendo.Aportes del Pensamiento Crtico Latinoamericano N 29

En los pliegues de la modernidad latinoamericana. Cultura y poltica en Jos Mara AricGuillermo RiccaEl problema a resolver es de qu modo queremos los latinoamericanos, ser modernosJos M Aric, 1917 y Amrica Latina (1991)

La imagen de Aric como un pensador arborescente y de escritura fragmentaria, una escritura que configura una textualidad abierta, jalonada por la urgencia de la intervencin poltico cultural y, a la vez, por la derrota de esa intervencin, tiene un consenso sedimentado en el mbito de la investigacin universitaria. Emilio de pola, siguiendo cierto esquema evolutivo de la historia social argentina, tributario de una opcin poltica por el proyecto liderado por Ral Alfonsn en los aos ochenta, ha periodizado la trayectoria de Aric como un camino cuyo primer mojn est dado por la militancia juvenil en el Partido Comunista, en el marco del marxismo leninismo y, el ltimo, por una socialdemocracia secularizada, despojada de cualquier nfasis en la herencia de Marx (De pola 2005, 9-22). Aun cuando esta periodizacin se haya sedimentado como verdadera para la mayor parte del arco intelectual de la izquierda y la centroizquierda con valoraciones opuestas, claro est, su efecto tranquilizador en trminos de enfoque acadmico obtura otras dimensiones del pensamiento de Aric, por caso, algunas insistencias a la hora de pensar las relaciones entre cultura y poltica.Dadas las caractersticas breves de este escrito, asumir la sugerente diferenciacin de Slavoj iek entre historicismo e historicidad[footnoteRef:1] como una gramtica desde la cual es posible des sedimentar la normalizacin de la trayectoria de Aric en clave de historia intelectual y recuperar la potencia heurstica de un pensamiento de la poltica que, como l mismo no deja de repetir, al enunciarse como una prctica de intervencin, ha de resolverse como una crtica del presente. Al mismo tiempo, la lectura que aqu propongo intentar no forzar el carcter fragmentario de esa textualidad sino asumirlo como modulacin de nuestra propia escritura. En ese sentido, lo que sigue, puede ser ledo como un montaje, un collage o una constelacin de ciertos destellos o iluminaciones, propios de la textura de un discurso fraguado en una de las orillas o fronteras del materialismo histrico. Aquello que alumbraran estos montajes es el carcter diferencial y singular de algunos momentos de la modernidad latinoamericana. [1: La historicidad difiere del historicismo porque presupone algn ncleo traumtico que persiste como lo mismo no histrico, y las diversas pocas histricas son concebidas como intentos frustrados de aprehender ese meollo (iek 1998, 140).]

I. Marxismo crtico (1963)En el primer editorial de Pasado y Presente, Aric inscribe la actividad del grupo y de la revista en la huella de la ya concluida experiencia de Contorno. Este anclaje en un pre construido cultural equivale a una estrategia de toma de la palabra que busca esquivar la rigidez de la ortodoxia doctrinaria al interior del Partido Comunista Argentino; ms que una ruptura con el orden zhanovista del discurso se trata de una suerte de trampa, o emboscada a ese orden. En ese marco, afirmar queTodo movimiento cultural, todo proceso de modificacin de estructuras culturales envejecidas, casi siempre estuvo vinculado a rganos de expresin [] las revistas cumplen en la sociedad un papel semejante al del Estado o de los partidos polticos. (Aric 1963, 3)Esta manera de formular el problema deja ver marcas que remiten a Lenin. En efecto, en su Plan para un peridico poltico destinado a toda Rusia, responde en forma afirmativa a la pregunta Puede un peridico ser un organizador colectivo? (Lenin 2013, 185), y polemiza contra quienes acusan a Iskra, rgano que responda a sus iniciativas, de querer sustituir al Partido de la Socialdemocracia Rusa en la tarea de organizar una poltica revolucionaria, eran vsperas de la revolucin de 1905 y, efectivamente, doce aos despus, los bolcheviques hegemonizaron el movimiento de la socialdemocracia rusa.Esta operacin metonmica por contigidad es un ndice auroral del tipo de marxismo crtico que alentar en lo sucesivo la prctica de Aric. La crisis de la teora no es una instancia a ser resuelta en el terreno de la teora, de manera doctrinaria o cientfica. En la lectura de Aric se trata ms bien de un espacio inestable a ser habitado de manera poltica, esto es, en el litigio por el lugar de enunciacin de una praxis material, como lo es toda prctica poltico/discursiva y particularmente, Pasado y Presente.La disputa por ese lugar puede ser entendida como una secuencia de momentos de aceleracin/radicalizacin de la modernidad latinoamericana, en el caso de Pasado y Presente, modernidad que se inscribe en la vasta espectralidad marxista y sus traducciones en Nuestra Amrica, algo que adems representa como un jaln en el prolongado conflicto entre modernidad y tradicin en esta orilla del mundo, o como gustaba decir Aric, entre una modernidad diferente, diferencial y una cultura de contra reforma.En efecto, si remontamos como lo hace el propio Aric en sus intervenciones tardas (1989; 1991) las relaciones entre prctica intelectual y prctica poltica en Argentina durante el encendido Siglo XX, al emergente de la Reforma Universitaria, encontramos el mismo esquema: la disputa por el lugar de enunciacin de una verdad histrica frente a quienes de manera defensiva vociferan una dogmtica amparada en resguardos metafsicos. En efecto, ms que la continuidad entre la jerga del juvenilismo y la proclama del Manifiesto Liminar, como supone Arturo Andrs Roig (1998, 147-175), lo que se pone en primer plano, desde una perspectiva de anlisis discursivo, es la disputa por el lugar del enunciador. Si el discurso juvenilista encarnado de manera emblemtica en el Ariel de Rod, hace de los jvenes los destinatarios privilegiados de su mensaje, el Manifiesto Liminar, desde su primer enunciado constata una toma por asalto del lugar del enunciador de ese discurso: La juventud argentina de Crdoba a los hombres libres de Sudamrica. Aun cuando el imaginario espiritualista sea la gramtica desde la cual se empodera a la juventud como nuevo sujeto legtimo de la hora americana, el carcter agonstico de esa disputa cultural y la secuencia a la que dar lugar en la historia cultural y poltica latinoamericana, esperan ser dimensionadas como momentos de una modernidad con inflexiones particulares, diferenciales, no asimilables a la modernidad eurocntrica ni a la colonialidad del saber (Mignolo 2003) con la que los estudios culturales norteamericanos suelen caracterizar toda experiencia moderna de manera unidimensional.La ambigedad ideolgica de la Reforma es hoy un registro narrativo de amplio consenso (Halperin Donghi 1961; Moniz Bandeira 2008; Ansaldi y Giordano, 2012), pero no puede pasarse por alto que el mismo acontecimiento de la Reforma fue objeto de disputas culturales tempranas y de praxis discursivas anudadas a su movimiento emergente. Jos Carlos Maritegui, en los Siete ensayos sobre la realidad peruana, da cuenta de algunas y muestra la estrategia defensiva de los sectores reaccionarios: mantener la reforma al interior de los claustros. Frente a esto, afirmar:[...] las vanguardias universitarias [] nicamente a travs de la colaboracin cada da ms estrecha con los sindicatos obreros, de la experiencia del combate contra fuerzas conservadoras y de la crtica concreta de los intereses y principios en que se apoya el orden establecido, podan alcanzar una definida orientacin ideolgica. (Maritegui 2010, 131)Maritegui, como se sabe, es otra de las gramticas destinada a dejar profundas huellas en la prctica discursiva de Aric, como tendremos oportunidad de ver ms adelante.En continuidad con estos momentos de la modernidad latinoamericana, el sujeto de la experiencia Pasado y Presente es enunciado en los trminos de una nueva generacin iconoclasta, dispuesta a hacer el inventario por s misma (Aric 1989, 1). Esta formulacin que sustituye en un mismo movimiento de discurso al partido por la revista de ideologa y cultura y a la disciplina de cuadros por una nueva generacin que no reconoce maestros (Aric 1989, 2), es inscripta en la herencia de Gramsci: hacer ese inventario por s misma es narrar la historia del pas desde una perspectiva monogrfica; de esa manera concibe Gramsci, en el Cuaderno especial sobre Maquiavelo, la historia de un partido poltico en tanto historia de un grupo social determinado. Lo cual supone un importante desplazamiento: los intelectuales, desde la mirada de Gramsci no constituyen una clase, esto es, un grupo social en permanente ascesis y escisin respecto de su clase de origen, en una suerte de odisea por la autonoma. Por lo tanto la historia de esa generacin que Aric enuncia como tarea, es la historia de un problema, de una fractura histrica producto de un orden excluyente incapaz de hegemonizar de manera poltica el proceso social total y de ningn modo resultado de una estratificacin estamental espontnea, propia de la evolucin de nuestras sociedades a partir de los flujos migratorios, ni de una anomala a ser superada por la adscripcin a un modelo normativo de modernizacin el europeo respecto del cual, nuestras sociedades, se revelaran como el atraso. La brecha entre intelectuales y pueblo es uno de los efectos de la nacin irrealizada, como dir Aric aos ms tarde, siguiendo el diagnstico de Maritegui. En esta dramtica se inscribe para l, a comienzos de los aos sesenta, uno de los desenlaces de la crtica poltica marxista. Slo que, en la enunciacin del problema, la teora es descentrada hacia su terrenalidad concreta: los obstculos para constituir una hegemona nacional popular, para conformar un nuevo bloque histrico de fuerzas capaz de suturar aquella brecha, no admiten ya los dictados de un depositario universal de la ciencia proletaria, protector bienaventurado de las masas indefensas.La respuesta de la dirigencia cultural del Partido Comunista Argentino centr sus argumentos en la apuesta por el sin partidismo de la posicin de Pasado y Presente; De lo que se trata, en ltima instancia, es de abolir la funcin dirigente del Partido Comunista (Agosti 1964, 2); esta lnea editorial bajaba desde las primeras pginas del N 66 de Cuadernos de Cultura, titulado enfticamente Afirmacin militante del marxismo-leninismo, y era ortodoxamente acatada por Abel Garca Barcel y Samuel Schneider en artculos que advertan sobre la desembocadura de la libertad crtica y del seguidismo populista: el anti comunismo, identificado, sin ms, con el sin partidismo, o con la crtica de la dirigencia. Para la doctrina partidaria el marxismo leninismo es una verdad compacta y externa a la cultura contempornea; a su vez, es la sntesis dialctica que niega y supera todo saber burgus. Frente a ello, Aric sealar la conveniencia de estudiar a travs de la historia de las revistas culturales el desarrollo del espritu pblico en el pas [] el proceso de formacin de sus intelectuales (Aric 1989, 9). La apuesta estratgica es la traduccin creativa de Gramsci: las revistas pueden cumplir con esa verdadera accin de organizacin de la cultura slo en cuanto devienen centro de elaboracin y homogeneizacin de la ideologa de un bloque histrico (Aric 1989, 9), ms que su repeticin erudita; una suerte de hacer como destinado a trazar otra genealoga del presente frente a una monoltica filosofa de la historia, en orden a intervenir en ese presente.Este ncleo de problemas que vincula la praxis poltica de las clases subalternas con una transformacin del concepto tradicional de cultura (Aric 1989, 9), transformacin que implica su desplazamiento al terreno de la praxis poltica en un sentido que disputa la propiedad del partido sobre esa poltica, permanecer en Aric, aun cuando se modifiquen y disloquen las condiciones de su prctica discursiva. Si aqu la interrogacin retoma la categora gramsciana de bloque histrico, en aos posteriores asumir las de movimiento social latinoamericano o la de sujeto poltico, fuerza poltica o clase nacional[footnoteRef:2] en una dislocacin de las condiciones de una poltica revolucionaria o de una reforma democrtica en clave de nueva hegemona de parte de las fuerzas populares. [2: Algunos de estos desplazamientos adquieren particular relieve en Jos Aric (2012), sobre todo en las lecciones Octava y Novena.]

II. Nacin irrealizada y socialismo (1978)Uno de los giros, o cambio de punto de miras en el tipo de intervencin que Aric emprende en el exilio, se vincula estrechamente con el redescubrimiento de la obra y la figura de Maritegui. Ciertas marcas en los textos sobre el marxista peruano, dan cuenta del tipo de historicidad que impregna la lectura de Aric:Quiero advertir que rescatar la figura de Maritegui es rescatar un problema del marxismo latinoamericano. Un problema que hace referencia a sus potencialidades, pero tambin a sus profundas limitaciones [] existieron corrientes mariateguistas de opinin dentro de los partidos comunistas consideradas por stos como graves deformaciones latinoamericanas del marxismo en la dcada del 30 y muchos aos despus. (1980, 83-84)La lectura de Aric pone en relieve algunos ncleos perseguidos ya en sus intervenciones en la etapa pasadopresentista: a) los caracteres de un marxismo crtico-poltico, esta vez no ya en los lmites de una coyuntura nacional sino en su morfologa latinoamericana; b) el carcter abierto de ese marxismo en tanto su relacin con la cultura contempornea es ms un problema a enunciar creativamente que una frmula universal a repetir en forma doctrinaria y, c) en continuidad con lo anterior, la lectura de lo nacional popular como problema constitutivo de las relaciones entre estado y sociedad en Amrica Latina y por lo tanto, la imposibilidad de reducir lo nacional popular a un desvo o disrupcin, desde un prejuicio antiestatista o antipopulista. Aric destaca tres aspectos de la originalidad del marxismo critico de Maritegui, aspectos difciles de procesar para el marxismo leninismo del Comintern. Sus vinculaciones ideolgicas con el aprismo, su supuesto populismo denostado por la Internacional, y su filiacin soreliana (Aric 1978, 13). Estos tres aspectos hacen de Maritegui, en la lectura de Aric, un caso paradigmtico a la hora de asumir la problematicidad de la relacin entre marxismo, cultura contempornea y movimiento poltico. De acuerdo a esta aproximacin, Aric considera que:Maritegui ley a Marx con el filtro del historicismo italiano y de su polmica contra toda visn trascendental, evolucionista y fatalista del desarrollo de las relaciones sociales, caracterstica del marxismo de la II Internacional. (1978, 14)La piedra de toque del modo como lo comunistas procesaron el legado de Maritegui es, para Aric, el cambio de perspectiva adoptado entre el VI y VII Congreso del Comintern. La consigna de clase contra clase, basada en una teora catastrofista del futuro inmediato de la sociedad capitalista, dar lugar despus de la derrota y aplastamiento fsico del Partido Comunista Alemn y el surgimiento del nazismo a una poltica de amplios frentes integrados por comunistas y sectores pequeoburgueses. Si el APRA, desde la fundacin del Partido Comunista del Per haba sido definido como un fascismo criollo, o como aprofacismo (Aric 1978, 14), la conformacin de un amplio frente capaz de nuclear a sectores populares y pequeo burgueses bajo la direccin de los comunistas implicaba purgar a Maritegui de sus errores y transformarlo en un marxista leninista cabal o en una figura intelectual de la izquierda cultural, marginal al proceso poltico. Como seala Aric, en ese proceso lo que se pierde es, precisamente, la originalidad propia del pensamiento poltico del Amauta, el carcter nacional e histrico de su leninismo:El leninismo de Maritegui est en su traduccin a trminos peruanos de una problemtica que solo puede evitar la recada en las tendencias ms economicistas y chatamente descriptivas de la sociologaque caracterizaron las elaboraciones de la III Internacionalsi se pone en el centro de la reflexin, como hizo Maritegui, el nudo de las relaciones entre masas y poltica. (1978, 23)Aric vuelve a poner en el centro de la reflexin los caracteres centrales de su propia concepcin de un marxismo crtico: traduccin (creatividad), contextualidad poltico cultural (antieconomicismo) y atencin al movimiento real de las masas (componente nacional); todo ello desde las demandas del presente.Como muestra Aric, la campaa contra el mariateguismo lanzada por el Bur Sudamericano entre 1930 y 1934 cumpli una funcin ejemplar, paradigmtica, en el seno mismo del Comintern:Como indican Semionov y Shulgovski, en la dcada del 30 la crtica a Maritegui fue, no podemos afirmar hasta qu punto, sistemtica, pero s frecuente en las publicaciones soviticas. Dichas crticas versaban sobre su supuesto populismo y sobre una gama de desviaciones derivadas de aqul: opiniones liberales sobre el problema indgena al que se neg a considerar como una cuestin nacional, concesiones al aprismo, resistencia a la formacin del partido del proletariado, etc. (1978, 24) La acusacin de populismo, en las dcadas del 30 y del 40 tena implicancias muy ominosas e infamantes en el universo comunista como seala el mismo Aric:En una poca caracterizada por la colectivizacin forzada del campo, por la represin a sangre y fuego de la resistencia campesina, por la liquidacin fsica de las corrientes intelectuales vinculadas al mundo rural, por el silenciamiento de la historia del movimiento populista ruso [] todo intento de indagar nuevos caminos de transicin revolucionaria que apuntaran a la revalorizacin del potencial transformador de las masas rurales, estaba condenado de antemano, como la peor de las herejas. (1978, 24)La consecuencia de ese silenciamiento se tradujo en el establecimiento de una relacin de discontinuidad entre el movimiento comunista y las formaciones sociales nacionales que le precedieron: Tal es lo que ocurri, por ejemplo, con China y con el grupo dirigente maosta, fuertemente criticado en la direccin del Comintern por sus desviaciones campesinistas y por tanto, populistas (Aric 1978, 25). En su trabajo de 1985 sobre Maritegui, Aric estrecha an ms las semejanzas entre la concepcin del marxista peruano y los populistas rusos:Y fue sin duda, la sorprendente proximidad de las posiciones de Maritegui con los narodnikis rusos lo que atrajo sobre l el mote de populista con el que lo descalific la Tercera Internacional. (1985, 10)La conclusin que se sigue de este proceso es de una importancia histrica fundamental para la izquierda latinoamericana y se reitera, como veremos, en otras intervenciones de fines de los setenta y comienzos de los ochenta:La condena del populismo encubra en realidad la negacin de toda posibilidad eversiva y revolucionaria de movimientos ideolgicos y polticos de las masas populares que no fueran dirigidos directamente por los comunistas. (Aric 1978, 25)Esta relacin de discontinuidad contribuy fuertemente a aislar a los comunistas de las fuerzas sociales y polticas potencial o efectivamente comprometidas en las transformaciones revolucionarias (Aric 1978, 25). La lectura de Maritegui ampla para Aric algunas certezas crticas ya alcanzadas en aos anteriores: no hay un locus social privilegiado para encender la crtica. sta no es un privilegio iluminista de la ciencia marxista, ni una propiedad inequvoca del partido, frente a la pasividad de las masas. La nica verdad que admite la filosofa de la praxis es de orden poltico: como sostiene Gramsci, la unidad de teora y praxis es un acto crtico, nunca repetible, nunca dado de una vez y siempre inestable. De ah los lmites porosos, abiertos, de la filosofa de la praxis, obligada a medirse con lo ms avanzado de la cultura contempornea y con las fuerzas populares en acto.III. Condicin subalterna y poltica: la distorsin socialista (1978)En los aos de Pasado y Presente, Aric ya haba enunciado una dura crtica al modo como la II Internacional concibi las relaciones entre partido y masas rurales. Si, en una primera aproximacin, esa crtica fue formulada en los trminos generales del discurso de una generacin sin maestros, despus de la expulsin del Partido Comunista, la misma hace foco en el modo como las corrientes socialistas y comunistas, conformadas inicialmente por inmigrantes europeos, concibieron su relacin con el interior rural y criollo. La crtica se nutre de un tema que alentaba desde Contorno pero que haba sido largamente desarrollado por Juan Carlos Portantiero en Realismo y realidad en la narrativa argentina: una cida crtica del liberalismo como expresin decadente, defensiva, de la cultura de las lites argentinas de la primera mitad del Siglo XX. Por su parte, Aric extremar ese diagnstico al postular la virtual incomprensin de las formaciones de izquierda frente al peronismo como hecho de masas. Aric remonta esa incomprensin a las matrices positivistas y evolucionistas de la II Internacional. Desde una hermenutica tributaria de Gramsci, Aric emprende una lectura desde abajo para decir que[] el peronismo signific el primer intento serio de establecer un nuevo equilibrio de fuerzas, en el que la oligarqua terrateniente fuese desplazada del poder poltico mediante la utilizacin por parte de la burguesa de la enorme capacidad de presin que encerraba la clase obrera. (1964, 258)Para Aric las formaciones de izquierda, socialistas y comunistas, no pudieron superar la sedimentacin evolucionista que les llev a concebir la relacin entre partido y masas como la relacin entre dos razas: una autoproclamada superior y otra inferior. En realidad, la posicin crtica de Aric en Examen de conciencia (1964) se revela tempranamente irritante, tanto para la izquierda forjada en la fragua doctrinaria de los Partidos Comunistas, como para los mistificadores del espontanesmo popular. Ese ncleo duro de la crtica aricociana permanecer con los aos, an bajo otras figuras y otras gramticas de produccin discursiva. Reaparecer como necesidad de un nuevo punto de partida desde abajo para la historia poltica latinoamericana en Marx y Amrica Latina (Aric 2010, 181).En el curso en el Colegio de Mxico sobre economa y poltica en el marxismo, Aric volver sobre las relaciones entre poltica y sujetos sociales desde una lectura que recupera la nocin de hegemona en una dislocacin de cualquier concepcin sustantiva y economicista de la categora de clase. Aric distinguir entre fuerza poltica y clase social, e introducir el concepto de clase nacional como crtica de toda concepcin economicista y no poltica de la condicin de clase. Dice Aric: Hoy sabemos que transformar una sociedad capitalista en socialista no significa planificar la produccin [] no significa torcer un mecanismo econmico, sino distorsionarlo (2012, 277). Qu significa aqu distorsionar? Si poltica es la ms alta expresin de la accin humana, debe ser universalizada en tanto funcin o actividad de todos los hombres (Aric 2012, 277). Forma de borramiento de la diferencia entre gobernantes y gobernados y a la vez, forma de otra relacin, radicalmente distinta entre economa y poltica: no naturalizando la continuidad entre libre mercado y libertades polticas, sino anteponiendo a cualquier economa, la afirmacin poltica de todas las dimensiones de la existencia humana. Democratizar la poltica, para Aric, es el proceso por el que una clase o grupo socialen la multiplicidad singular de sus formas de afirmacin--deviene sujeto, voluntad capaz de instituir nuevas reglas, establecer nuevos sentidos, alcanzar, como dir unos aos despus, el lugar de la decisin. Esa distorsin equivale, en el terreno de la praxis, a una de las formas posibles de la crtica de la economa poltica: un largo proceso de reforma que[] hunde sus races en la cultura popular y se despliega en una multiplicidad de formas de conciencia hasta alcanzar ese nivel de reforma intelectual y moral vista ante todo en trminos de adquisicin de una nueva visin de mundo. (Aric 2012, 288)Visin de mundo que no es sistema o creencia, sino afirmacin: despliegue de una multiplicidad de afirmaciones. Es decir, la transformacin de las relaciones sociales es pensada como despliegue, acto crtico, de fuerzas existentes. En palabras del propio Aric: No hay un hiato, no hay un salto, no hay una transformacin, no hay un cambio operado por un elemento exterior a la accin de los hombres (2012, 289). Si, ya en Pasado y Presente, Aric (2013, 7) postulaba la accin poltica como la ms elevada forma de actividad humana[footnoteRef:3], aqu ese desplazamiento de lo poltico es aproximado an ms a la dimensin cultural: [3: Ver al respecto el comentario de Oscar Tern (2013, 204).]

Desde este punto de vista, toda actividad humana de transformacin de la sociedad es, de una manera u otra, una actividad poltica, y el hombre se realiza en ese mismo proceso de constitucin de esa actividad que l llama poltica, asuma sta la forma que asuma. (2012, 286)Si hay cierta corriente subterrnea en las intervenciones que van desde los aos de Pasado y Presente hasta el exilio y an despus, es el de un desanudamiento, un desplazamiento en la destinacin de la poltica. Del partido a los grupos disidentes en relacin a la accin revolucionaria, a las revistas de ideologa y cultura, capaces de expresar a una generacin sin maestros en medio de una inmensa crisis cultural y poltica como la de los aos sesenta en Argentina; del proletariado internacional en sentido economicista y sustantivo, a la clase nacional como fuerza poltica y sujeto proyectado de una reforma intelectual y moral, lo cual supone para Aric, recuperar un captulo enterrado en la historia de la izquierda latinoamericana: el comn origen de las corrientes autonomistas (nacional populares) y leninistas en el continente, es decir, la necesidad de recuperar una soterrada memoria comn a las dos corrientes del movimiento social latinoamericano: populismo y marxismo. De la poltica como prctica profesional de cuadros, a la poltica como prctica de afirmacin emancipadora extendida a todos los hombres, en cualquier mbito de accin. Si la distorsin del capitalismo es posible, lo es para Aric sobre la base de esa politizacin de toda prctica humana en cualquier esfera, capaz de transformar las visiones de mundo en mltiples formas de afirmacin, esto es, tendientes a borrar la separacin entre gobernantes y gobernados por la creacin/construccin de nuevos sujetos polticos. Esa construccin supone entonces, una actitud radicalmente distinta frente al mundo popular subalterno (Aric 2012, 290); esto es, distinta a la postulada en la relacin partido/clase como se muestra en Lenin. Sin una comprensin creciente[...] de lo que significa el sentido comn, el proceso de conformacin histrica de un pueblo, no se puede lograr una concepcin de la hegemona ni elaborar una teora de la hegemona que exprese esta concepcin de la clase obrera como clase nacional; o sea, una clase que representa al conjunto de la nacin y en la medida en que lo representa es el proceso de constitucin histrica de un pueblo. (Aric 2012, 290)Como puede apreciarse, en Aric, la categora mundo popular subalterno o, clase subalterna, no designa a una masa inorgnica, tampoco a rebeldes primitivos o a grupos de insurgencia fragmentaria, como el bandolerismo rural, sino a un sin nmero de espacios de actividad a partir de los cuales se afirma una voluntad popular.IV. Cultura crtica o poltica (1985-1991)La crtica del Partido como sujeto preconstituido, la necesidad de superar la dicotoma reforma/revolucin desde la bsqueda de una autonoma de la poltica dentro de la misma tradicin marxista, se profundizarn en las intervenciones de Aric de los aos ochenta. Respecto de lo primero, en 1986, en una entrevista con Waldo Ansaldi, dice Aric:[...] las fuerzas sociales de transformacin no estn prefiguradas, se constituyen permanentemente a travs de procesos polticos que rompen los estancos cerrados de las clases y fuerzas tradicionales [] la poltica en definitiva produce los sujetos transformadores y no, como se tiende a pensar, los expresa, los representa. (1999, 174)Aric sigue pensando por entonces que la articulacin de ese sujeto demanda un proyecto que permita colocar en el horizonte un futuro verosmil es decir, demanda la intervencin poltica de los intelectuales, desde la dislocacin de esa figura, introducida por Gramsci. Aric insiste aqu en temas que han ocupado sus intervenciones desde los aos sesenta, no sin importantes desplazamientos. La necesidad del proyecto reformador (Aric 1999, 175) no puede ser escindido de las consideraciones de Aric sobre el mito que permean su lectura de Maritegui, de Gramsci y de Carl Schmitt y, a la vez, torna ms ntido el sentido de la distorsin que una democratizacin de la praxis poltica puede producir en trminos de emancipacin; de ah que Aric aclare que es necesario que emerja en la sociedad un proyecto reformador capaz de ver los procesos sociales no en trminos de productividad sino en trminos de capacidad de liberacin de los individuos (1999, 175). Esa capacidad de liberacin es vista por entonces por Aric como capacidad de organizacin y como una salida hacia delante de las visiones prisioneras de la crisis que neutralizan la poltica desde visiones tecnocrticas y funcionalistas o desde un izquierdismo antipoltico, de mera contestacin. Pero adems, la insistencia en la capacidad de liberacin, debe ser leda en continuidad con la democratizacin de la poltica como afirmacin mltiple, capaz de distorsionar la relacin entre gobernantes y gobernados, en la leccin sobre Gramsci del seminario en el colegio de Mxico.No hay hiato, no hay una instancia trascendente a las fuerzas en acto que traman el presente; como dir en esa misma entrevista con Waldo Ansaldi:Esa idea de Marx de que la utopa era la posibilidad de realizar algo cuyos elementos ya estaban presentes, esa idea de la terrenalidad de la utopa pienso que debe ser rescatada porque tiende a darle a la necesidad y a la posibilidad de conquista de una sociedad mejor una encarnadura material que los hombres deben saber descubrir en la propia lucha de su poca en los propios movimientos de su poca. (Aric 1999, 165)Desde los mismos presupuestos enfrenta Aric las acusaciones de reformismo procedentes de la izquierda tradicional:No es cierto que haya objetivos reformistas y objetivos revolucionarios, porque los objetivos se convierten en uno o en otro en virtud de las fuerzas que contradicen la necesidad de alcanzarlos [] lo revolucionario o reformista de una propuesta no estriba en cuan magna, pequea o grande es, sino en cmo se instrumentan las fuerzas para llevarla a cabo. (1999, 148)En un contexto en el que la democracia es pensada como lo otro de la revolucin, de acuerdo al diagnstico trazado por entonces por Norbert Lechner, Emilio de pola y Juan Carlos Portantiero, entre otros, Aric no parece dispuesto a pensar la democracia como mero orden institucional posibilista renunciando as a un proyecto transformador en demanda de un nuevo sujeto histrico. Lo cual no implica en Aric ningn tipo de neutralizacin o patologizacin de una conflictividad que l concibe como constitutiva, sino la conformacin de bloques histricos de fuerzas capaces de alcanzar el lugar de la decisin. Un captulo aparte merecera la recepcin de Carl Schmitt en Aric, que dista de ser episdica ya la que no podemos ms que mencionar aqu por razones de espacio. Slo digamos que es otro de sus desplazamientos para seguir pensando, en otras condiciones histricas, una cultura crtica desde la herencia de Marx y de Gramsci.BibliografaAgosti, Hctor P. 1964. En defensa del marxismo-leninismo. Cuadernos de Cultura 66Ansaldi, Waldo y Giordano, Vernica. 2012. Amrica Latina, La construccin del orden, Tomo II. Buenos Aires: Ariel.Aric, Jos. 1963. Pasado y Presente. Pasado y Presente 1---------------. 1978. Maritegui y los orgenes del marxismo latinoamericano. Socialismo y Participacin 5: 13-42---------------. 1980. Maritegui y la revolucin latinoamericana. 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Siete ensayos de interpretacin de la realidad peruana. Buenos Aires: Capital Intelectual.Mignolo, Walter. 2003. Historias locales, diseos globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. Madrid: Akal.Monz Bandeira, Luis A. 2008. De Mart a Fidel, la Revolucin Cubana y Amrica Latina. Buenos Aires: Norma.Roig, Arturo A. 1998. Deodoro Roca y el Manifiesto de la Reforma de 1918. En La universidad hacia la democracia. Bases histricas para constitucin de una pedagoga participativa, 147-175. Mendoza: EDIUNC.Tern, Oscar. 2013. Nuestros aos sesenta, la formacin de la Nueva Izquierda Intelectual en Argentina. Buenos Aires: Siglo XXI.iek, Slavoj. 1998. Porque no saben lo que hacen. El goce como factor poltico. Buenos Aires: Paids.

Aportes del Pensamiento Crtico Latinoamericano N 226

Jos Aric: variaciones sobre la autonomaVernica Gago y Diego SztulwarkRenacidas durante la coyuntura de los pases del llamado socialismo real de fines de los aos 50, las nociones de autonoma y autogestin que conocern su apoteosis a fines de los 60 y comienzos de los 70 forman parte de pleno derecho de la tradicin del marxismo revolucionario del Siglo XX. Luego de las derrotas de los movimientos insurgentes de los aos '70 en Sudamrica, la autonoma se deslig de su connotacin clasista (con relacin al estado y el capital) y oscil entre significaciones diversas, entrando en una serie de variaciones. Ellas pueden sintetizarse as: 1. Un proyecto de recomposicin del sujeto social explotado a partir de las mutaciones en las dinmicas del capitalismo postfordista; 2. un conjunto de rasgos propios del desarrollo de diversos movimientos sociales e indgenas con relacin a las instituciones sindicales, patriarcales, estatales y partidarias; 3. la propiedad de una instancia estructural, declinada como la autonoma relativa de lo poltico con relacin a otros rdenes estructurales (como lo econmico); 4. el retorno a un liberalismo poltico de cneo moral kantiano combinado a veces con un nfasis sociolgico en torno a la idea de sociedad civil. La obra del pensador cordobs Jos Aric constituye un sitio privilegiado para detectar, en diversos perodos, el juego de las yuxtaposiciones, transiciones y tensiones de estas distintas derivas. Recostada sobre la nocin de anomala, Aric rastrea una y otra vez la cuestin de la autonoma con relacin a Marx, a Gramsci y a Maritegui.I. Del guevarismo al obrerismoEn una novela mtica de los aos '70 italianos, titulada Vogliamo tutto! y escrita por Nanni Balestrini, los hechos transcurren fundamentalmente entre las fbricas automotrices y la calle. Una especie de corriente elctrica militante conectaba ambos espacios. Pero no slo los italianos. En una escena, los trabajadores jvenes de la Fiat cuentan que hay otra fbrica que est directamente vinculada a la misma lucha: es la Fiat de la provincia argentina de Crdoba. Esa imagen novelada nutri la imaginacin del autonomismo obrero en Italia y encontraba, no casualmente, resonancia en nuestro pas. En ese mismo momento, Jos Aric se entusiasmaba con la ebullicin fabril de la provincia que protagonizara la alianza obrero-estudiantil en 1969. Pensando en su afinidad con Gramsci, Aric escribe en La cola del diablo, preguntndose a posteriori por el origen de esa conexin tan viva: Porque ramos gramscianos al publicar la revista nos imaginbamos vivir en una Turn latinoamericana, o accedimos a Gramsci porque de algn modo Crdoba lo era? (1988, 72). Crdoba devena efectivamente una Turn latinoamericana: se haba convertido desde los aos '50 en centro de la produccin automotriz, adems de las fabricaciones militares, constituyendo un acelerado proletariado industrial y dando espacio luego a la formacin del sindicalismo clasista.Un punto primero para poner de relieve en lo que llamamos las variaciones de la autonoma en Aric: la pulsin por la bsqueda de la autonoma de clase toma un giro decisivo al calor del ciclo de alza de luchas obreras en Argentina durante los aos '60 y mediados de los '70. Este momento tiene una conexin directa con otro, inmediatamente anterior: el momento guevarista de Aric explicitado en el N 4 de la revista Pasado y Presente, aquel experimento terico fundado desde el interior del Partido Comunista pero, desde el inicio, dispositivo de la ruptura de un grupo de su militancia juvenil. As, el laboratorio poltico y organizativo que fue Crdoba durante toda la dcada del '60 y principio de los '70 va tiendo la bsqueda del grupo de Pasado y Presente y forjando, en sus lecturas, un Gramsci argentino, atravesado por la influencia de elementos castristas-guevaristas, primero; por los mpetus clasistas del sindicalismo obrero del Cordobazo; y hasta por cierta proximidad con Montoneros ya en 1973 cuando stos se alan a las Fuerzas Armadas Revolucionarias y ensayan un acercamiento al marxismo.En este punto diferimos con la interpretacin de Burgos (2004) que habla de desvo foquista para calificar el momento de acercamiento entre Aric y otros miembros de Pasado y Presente a la guerrilla del Ejrcito Guerrillero del Pueblo liderada por Jorge Masseti, del que se saldra por la cuestin obrera. Ms que desvo, como trmino peyorativo que vincula ese encuentro a una especie de error o ilusin, lo interesante es pensar su conexin. El momento guevarista de Aric no puede reducirse a un error juvenil, como a veces se lo intenta postular. Sino, ms bien, un indicio de esa pulsin que, en combustin con la poca, radicalizaba la investigacin por la materialidad de la efectuacin de una autonoma.II. La condicin obreraDesde el primer nmero de Pasado y Presente, esta pulsin o cuestin de la clase se da como polmica con el Partido Comunista Argentino, en un contexto mundial dominado por las tensiones ruso-chinas, continentalmente por la Revolucin Cubana y a nivel nacional por el problema de los intelectuales comunistas con relacin a las masas obreras peronistas que la izquierda no haba asumido producto de su desdn a pensar en trminos nacionales.En el ltimo nmero de Pasado y Presente de su primera poca (1963-1965), Aric presenta un dossier que titulado La condicin obrera que incluye su texto Algunas consideraciones preliminares sobre la condicin obrera y un Informe preliminar sobre el conflicto de Fiat. Textos que sera interesante contrapuntear con el escrito del italiano Paolo Virno, implicado en la corriente obrerista, y titulado Do you remember counter-revolution? All Virno analiza de manera fabulosa en tres escenas cmo se desenvuelve una huelga ejemplar en la Fiat italiana, en 1979, y al igual que hace Aric para dcadas anteriores se describe despiadadamente el papel del Partido Comunista y los elementos centrales para la normalizacin del conflicto a los que acudir la patronal. Escribe Aric entonces: El verdadero rostro de Fiat, del 'benessere Fiat', apareci cuando lleg a los grados ms extremos de presin para humillar y destrozar la organizacin obrera (1965, 51).La condicin obrera se propone el reconocimiento del fenmeno del clasismo, el activismo fabril dentro de las empresas, y la bsqueda de un interlocutor de clase como horizonte y tono para la revista en tanto proyecto poltico. Queda as precisada la orientacin de Pasado y Presente en los umbrales de ese fin de primera poca: buscar puentes entre intelectuales y obreros de las grandes empresas de las areas industriales ms avanzadas del capitalismo, en los sectores claves de la acumulacin. La preocupacin central del grupo de gramscianos que se aglutinaban en la revista se desplaza ahora, entre referencias del obrerismo italiano, hacia el conflicto obrero en la fbrica y en el nexo cada vez ms estrecho entre fbricas y sociedad, de la oposicin siempre ms profunda entre proceso de socializacin del trabajo y apropiacin privada de la produccin social (1965, 48). Una extensa cita del artculo La fbrica y la sociedad de Mario Tronti (1962, 23), permite a Aric explicitar metodolgica y polticamente la unilateralidad cientfica del punto de vista obrero y no es menor que en una nota al pie Aric (1963) vincula esta insistencia con dos singularidades: la necesidad de entrelazar la idea de desarrollo e imperialismo a partir de las teoras de Prebisch y la discusin entre filsofos marxistas italianos sobre el mtodo marxiano (Luporini, Colletti, Badaloni, Paci, Della Volpe, Natta). Ambas cuestiones traman la singularidad del desarrollo desigual y combinado en un pas latinoamericano como cuestin inevitable para repensar el modo de entender el marxismo y la composicin entre luchas diversas.Se plantea as de un modo ms claro y acuciante la cuestin de la relacin entre industria y cultura, de la autonoma ideolgica y organizativa y sobre la unidad prctica entre jvenes proletarios e intelectuales a partir de una vasta y sistemtica actividad de estudio y de iniciativas prcticas (1965, 48). El desafo de la hora es vincular a las luchas obreras (envueltas aun en una contradiccin entre movilizacin con potencial socialista y su insercin en la mquina productiva del capital roles profesionales, divisin tcnica del trabajo, modos de consumo, jerarquizaciones burocrticas que induce a una ideologa corporativa), con el movimiento ms amplio en los territorios por fuera de la fbricas, subrayando su relacin cada vez ms ntima. La cuestin de la democracia, sus lmites evidentes al interior de la fbrica y su carcter ficticio mientras se fundamente en el poder de un pequeo grupo sobre el hambre, la fatiga, el trabajo, la vida misma de los trabajadores, lleva a Aric a hacer suya la pregunta de Vittorio Foa: Por qu la democracia no entra en la fbrica? (1961, 10).Regresemos al tema del desarrollo desigual que le interesa a Aric repensado bajo este vnculo entre la fbrica y otros espacios y conflictos: este problema aparece claro desde el punto de vista obrero en su preocupacin por la incomunicacin entre las luchas obreras de las zonas caractersticas del atraso argentino luchas caracterizadas por explosiones de violencia estriles y discontinuas y por cierto tono popular que las caracteriza y las luchas de los obreros de las reas ms dinmicas del pas (1965, 52-53). Aric se est refiriendo a los obreros del azcar en el Noroeste argentino, de explotacin latifundista. Las zonas que Aric conoci y valoriz precisamente en su acercamiento a la guerrilla guevarista. Los dos tipos de conflictos y de luchas, dice Aric, son las dos caras de una misma moneda (1965, 53).El Cordobazo muestra, unos pocos aos despus, un tejido plural abierto y las elecciones de 1973 permiten plasmar la disponibilidad de las masas en antagonismo poltico. Desde Pasado y Presente entienden, en esta fase, al peronismo como envoltorio poltico de un fenmeno social en el cual lo determinante resulta ser la presencia masiva de los trabajadores que lo reivindican como experiencia propia. Lo que se pone en el centro, entonces, es el problema de la conquista del poder, que Pasado y Presente describe como un prolongado proceso, una larga marcha, ya que no se trata simplemente de apoderarse de unas instituciones, sino de un sistema de relaciones que hay que subvertir en sus races. En esta nueva coyuntura, se trata de lograr una tendencia de izquierda socialista en el interior del movimiento peronista, lo cual implica tambin una disputa por Gramsci. El papel de la izquierda clasista se reformula como garanta socialista interna al proceso nacional popular de masas. Para Pasado y Presente en su segunda poca, el peso entero de la coyuntura recaer sobre el peronismo revolucionario.Si en la primera poca la interlocucin con el clasismo era combinada por Pasado y Presente con una apelacin al Gramsci de la voluntad nacional y popular que apuntaba a articular las luchas clasistas con la dimensin hegemnica de la poltica nacional, en este perodo enteramente nacional popular Pasado y Presente desempolva al Gramsci de los consejos, del movimiento vivo y radical que se plantea la necesidad de que la lucha poltica no se autonomice del poder proletario, del cual debe emerger la teora y las formas polticas de la superacin del capitalismo. Este intento de articular a Gramsci con un momento peronista (o montonero) estuvo precedido por una confrontacin con quienes venan elaborando lecturas gramscianas desde la izquierda peronista. De todos modos, la pregunta de la autonoma vuelve una y otra vez por entonces: es la pregunta por las instituciones propias de la clase obrera.III. Autonoma del trabajo vivo Ya en el exilio, Aric vuelve a Tronti en su libro Marx y Amrica latina. En el eplogo a la segunda edicin (1982), Aric al interior de una discusin sobre la crisis del marxismo recoge la idea de que es la fuerza de trabajo autonomizada del capital la que provoca las brechas de apertura en las relaciones de dominio y, por tanto, la va catastrfica de superacin del capitalismo.La anttesis descubierta por l (Marx) entre desarrollo de la productividad social general y reduccin al tiempo de trabajo funda la posibilidad de pensar una forma poltica de la crisis, que en las condiciones de las sociedades actuales se expresa como una diseminacin de las fuerzas productivas en su negativa de ser modeladas por el tiempo de trabajo. (Aric 1982, 216)La cuestin clave para Aric es el momento en el cual la fuerza de trabajo deviene trabajo vivo autnomo, por eso:[] el dominio capitalista, en adelante, deber redundarse en una posicionalidad de poder colocada fuera de la relacin econmica que representaba el capital, pero la crisis de gobernabilidad que involucra una fase semejante muestra obstculos insorteables que plantea la no asimilabilidad de la subjetividad separada de lo social dentro de la sntesis sistemtica. (1982, 219)La crisis de la forma Estado y de la forma Partido se produce porque han perdido el monopolio de la poltica (Tronti 1982, citado en Aric 1982: 219) y se vincula directamente a la expansin de la subjetividad en el nexo entre mundo del trabajo y mundo social. Las consecuencias de ingobernabilidad se expresan como corolario, planteando la centralidad del mando poltico frente a la crisis.Resulta curioso que alguien con tanta sensibilidad respecto de la dimensin propiamente poltica o de la articulacin hegemnica haya realizado con inters estas tempranas lecturas de lo que dcadas ms tarde se discutira en la Argentina con la traduccin de los textos de Antonio Negri. De hecho, Aric coincide en una expresin que titular el libro del italiano, publicado en 1978, y surgido de un curso que Negri realizara en Francia por invitacin de Althusser y en el que analiza en particular las tesis de Marx desarrolladas en los Grundrisse: Marx ms all de Marx. Escribe Aric: Dentro del espacio de las proyecciones morfolgicas fundamentales de Marx, vale decir dentro suyo, hoy es preciso ir ms all de l (1982, 218). Y lo sorprendente es que resalte lo que stas tienen de apertura a una redefinicin de lo poltico a partir de la propia saturacin del espacio poltico estatal, escenario tradicional de la lucha hegemnica.Lo poltico, seala Aric, aparece en el momento de trabajo de Marx sobre los Grundrisse como un autnomo lugar de resistencia contra el dinamismo revolucionario de la sociedad civil. Recordemos que Marx empieza a escribir los Grundrisse durante su exilio en Londres, mientras estudia la poltica internacional y la historia diplomtica, mientras trabaja como un loco, como un condenado, tal como le escribe a su amigo Engels en 1857. Anomala marxiana, anota Aric. Cuando Marx investiga los mecanismos de la poltica internacional, reconoce la resistencia que la poltica de las relaciones de fuerza entre los estados le opone al despliegue de las fuerzas productivas. Aric encuentra en el Marx del exilio londinense, en el escritor de artculos para el New York Daily Tribune, un Marx que, forzado a ver lo poltico y lo estatal como un obstculo real, se ve empujado a subvertir la supuesta relacin de determinacin entre base y superestructura para analizar los casos nacionales. Es slo en el anlisis de los casos concretos advierte Aric como paradoja, y no en sus otros textos, donde privilegia la autonoma de lo poltico. Aquello que Aric subray como puntos de fuga de Marx aparecen en los escritos que debe hacer pane lucrando, normalmente considerados sus escritos menores.Aric lleva a fondo esa anomala marxiana que se desata para pensar las realidades coloniales. Otro modo de volver sobre el desfasaje del desarrollo que lo preocupaba para pensar la articulacin de luchas obreras bien diversas all por los aos 60. Poner de relieve las anomalas, sin embargo, puede ratificar la norma o el sistema que stas desafan o ponen en cuestin. Lo que le interesa a Aric de Marx y creemos que es el mtodo que toma Aric para su propia investigacin y que se trama con la pulsin autnoma es la anomala en s misma, irreductible en su propia singularidad, sin tributos ni referencias al sistema global. Porque precisamente la fuerza de esas anomalas en tanto tales no reside en ser capaces de mostrarse como una excepcin que confirme la regla, sino en pensar las diferencias, el paralelismo, la discontinuidad temporal de los procesos de transformacin, tal como le interesa a Marx en palabras de Aric cuando cuestiona la idea misma de un paradigma.IV. Autonoma y nacinA la cuestin de la autonoma de clase, que Aric encuentra en Gramsci articulada al problema de la nacin y la formacin de un bloque histrico, hay que agregar el descubrimiento del peruano Jos Carlos Maritegui quien, a partir de una serie de problematizaciones llamativamente comparables a las del comunista italiano, plante durante la dcada del '20 una serie de dilemas que se volvern fundamentales para Aric.Ellas giraban alrededor de la articulacin de un socialismo peruano en trminos de composicin entre lo proletario y lo campesino-indgena, entre la esfera nacional y la internacional y sobre la estructuracin de la realidad peruana a partir de la historia concreta de sus configuracin econmica y social, pero tambin religiosa y literaria. Adems de sus mticos Siete ensayos de la interpretacin de la realidad del Per, y de documentos de la Tercera Internacional referidos al Partido Socialista Peruano, y luego ya sin Maritegui- devenido Partido Comunista del Per, los temas que anudan las preocupaciones de Aric durante el exilio sobre lo nacional como particularidad poltica concreta se encuentran tanto en parte de la compilacin de artculos mariateguianos reunidos bajo el ttulo Ideologa y poltica (centrados en sus textos sobre el Frente nico, la formacin de la Confederacin General de los Trabajadores del Per y el Partido Socialista) como, especialmente, en Peruanicemos el Per. En su artculo Lo nacional y lo extico escribe:La realidad nacional est menos desconectada, es menos independiente de Europa de lo que suponen nuestros nacionalistas. El Per contemporneo se mueve dentro de la rbita de la civilizacin occidental. La mistificada realidad nacional no es sino un segmento, una parcela de una vasta realidad mundial. (Maritegui 1924)Y particularmente es en el texto El problema primario del Per donde ms claramente se expresa: El indio es el cimiento de nuestra nacionalidad en formacin; sin el indio no hay peruanidad posible; finalmente, cercano al Marx deLa cuestin juda: la solucin del problema del indio tiene que ser una solucin social. Sus realizadores deben ser los propios indios (Maritegui 1925). La cuestin del indio como sujeto poltico y la cuestin de la nacin heterognea: dos elementos que ponen a prueba el marxismo en nuestro continente.En su celebrado artculo Heterodoxia de la tradicin defiende un concepto vivo de tradicin, con Proudhon, Marx y Sorel, vinculado a lo concreto, lo heterogneo, contra toda cristalizacin o tradicionalismo: la facultad de pensar la historia y la facultad de hacerla o crearla se identifican (Maritegui 1927), dando por falsa toda contrariedad entre el revolucionario y la tradicin.La lectura que hace Aric de Maritegui, un Gramsci sudamericano, se desarrolla en abierta polmica con la vieja ortodoxia del movimiento comunista internacional, incapaz de captar la importancia de una comprensin profunda de lo nacional-situado, imprescindible para la investigacin de las condiciones efectivas de emergencia de sujetos histricos desprendidos de todo dogma ligado a la categora abstracta de clase. Aric encuentra en Maritegui la posibilidad de pensar la produccin poltico-cultural, la cuestin de la productividad de las superestructuras, a partir de una nueva comprensin de los vnculos entre intelectuales y masas a partir de la dimensin nacional.De nuevo: el asunto de lo poltico-cultural o la superestructura, pasa por comprender el papel y el tipo de relacin entre intelectuales y masas y, sobre todo, por la dimensin nacional de este encuentro deseado. Tema que no har sino crecer hasta Marx y Amrica Latina, su gran obra.Ms tarde, hablando sobre Juan Bautista Justo, Aric notar su nfasis en una autonoma del momento tico-poltico que impulsaba su hiptesis para la nacionalizacin de las masas trabajadoras. De ese modo, Justo aspiraba evitar el catastrofismo economicista, pero al mismo tiempo Aric sealaba su futuro fracaso: esta idea se inscriba en una concepcin evolucionista del socialismo que opacaba casi por completo el momento disruptivo de la transformacin social (2006, 25). El otro dficit de Justo sobre la autonoma poltica y organizativa de la clase obrera tena que ver con su imposibilidad de ser pensada en relacin a la cuestin del poder; de eso modo se transformaba en un modo de aislamiento corporativo y en una incapacidad manifiesta para definir el problema de las alianzas con la democracia burguesa (2006, 27). El populismo radical y el anarquismo tendrn, de modos divergentes, una posicin ms clara y efectiva al respecto. El contraste con Juan B. Justo, entonces, pasa por lo que podramos llamar hoy el problema de la produccin de subjetividad, tema que Gramsci tomaba para s en sus enfrentamientos con el determinismo histrico y con el determinismo economicista.V. Autonoma en clave kantianaEl momento del exilio podramos caracterizarlo como un desplazamiento evidente del problema de la autonoma hacia la cuestin democrtica a travs de la crtica a la violencia.Como dijimos, un punto fundamental se da a partir del trabajo de Aric sobre Jos Carlos Maritegui. La dificultad de adaptacin del sujeto latinoamericano a las imgenes del socialismo europeas que impulsaron al peruano a un anlisis minucioso de la poblacin indgena y rural encuentran un eco precioso en Aric en el momento donde aquel sujeto obrero ejemplar de la agitada Crdoba ya no aparece como capaz de sustentar la imagen del sujeto revolucionario.Ac pueden precisarse dos vertientes analticas que convergen en Aric en el exilio. Una de izquierda, que prosigue con la bsqueda de la autonoma pensando en identificar desde abajo (o autnomamente) los sujetos de la revolucin (Maritegui). Y otra, donde se plasma la tendencia que tiene que ver con la derrota, la coyuntura eurocomunista y el desplazamiento del problema de la autonoma hacia una idea politicista de la democracia (Crespo 1999). En la medida en que esta ltima domina, vale la pena invertir Aric, contra el politicismo y el culturalismo que se har fuerte como tono de la transicin democrtica y que, en los ltimos aos, encuentra en Ernesto Laclau una actualizacin vigorosa.Hablamos, al inicio de este texto, del retorno, justamente en el exilio, de una corriente que empapa cierto modo de elaboracin poltica, ligado a los efectos de una derrota. Lo describimos como un liberalismo poltico de cneo moral kantiano combinado a veces con un nfasis sociolgico en torno a la idea de sociedad civil, como una de las variaciones en las que se declina la nocin de autonoma.Sabemos que el aporte de Kant es decisivo para el pensamiento poltico moderno porque fue el primero en dar cuenta de la necesidad de enunciar las coyunturas epocales como situaciones de pensamiento. El viejo liberalismo, en efecto, dio pasos fabulosos durante la poca de la ilustracin proponiendo la autonoma de la razn (correlato de la autonoma econmica del propietario) como fundamento para la emancipacin del despotismo que condena a las personas a la minoridad. Desde entonces ese ideal de autonoma viene concebido como una capacidad de desligarse de las ataduras y de las dependencias. El sujeto moral acta slo por responsabilidad y por deber y no bajo constriccin de las determinantes de la situacin. He aqu una idea de libertad como liberacin de todo determinismo.Tal vez sea esta vieja tradicin de la autonoma liberal la que queda en pie cuando lo que se frustra es un proyecto de autonoma de clase. Pero en todo caso son ideas de autonoma bastantes diferentes, puesto que la autonoma de clase asume (para trastocarlas), y no meramente rompe, con las determinaciones histricas. Su idea de la libertad es extra-moral y apunta a apropiarse ms que a independizarse- del tejido mundano.Tras la derrota y el exilio la autonoma no pareca encarnar en sujeto histrico alguno. Como ideal de convivencia, ms que como expresin de dinmicas de lucha, la autonoma adopt una connotacin clsica y estrech sus compromisos con la tarea de reconstruccin democrtica en luchas contra la cultura del autoritarismo y los corporativismos.Como resultado de este maridaje y en el contexto de los debates de los '80 sobre la transicin democrtica surgi una nueva comprensin de la categora de sociedad civil, ya presente en Hegel y en Gramsci. Al ltimo Aric lo vemos indagando en aquella coyuntura la posibilidad de constituir experiencias de autonoma cultural e intelectual en ese campo gelatinoso de la sociedad civil, buscando como quien no quiere la cosa, a travs del rabillo marxiano de su ojo -o de su memoria- indicios de subjetividades capaces de historizar y encarnar esta autonoma desontologizada y formalista incapaz de prolongar la experiencia comunista.VI. Aric a contrapeloEs necesario volver a Aric para retomar sus intuiciones fundamentales sobre la autonoma ms all de su confinamiento al momento de la transicin democrtica.Los aos '80 han sido los aos del politicismo. Una democracia marcada por la derrota y la imposibilidad de desanudar tendencias radicales sin desestabilizar el estrecho juego poltico parlamentario redund en una sobreestima de lo poltico endgeno y una percepcin desconfiada y negativa de las dinmicas sociales y econmicas. La revolucin neoconservadora en el occidente ampliamente considerado reforz esta tendencia a resguardarse en el pacto poltico y en la defensa de las clusulas jurdicas como razn ltima de la convivencia pacfica. Seguramente la afeccin ms importante que sufre la coherencia interna de lo poltico as concebido haya sido la modernizacin de las lgicas mediticas. Como sea, la ausencia de sujetos sociales productivos y el desencanto con el llamado mundo socialista encerr al pensamiento poltico democrtico sobre s mismo y lo alej de las premisas que durante por lo menos un siglo lo constituyeron en alianza con el lenguaje del marxismo.La cumbre de este movimiento intelectual fue el llamado postmarxismo y ms precisamente el libro Democracia y hegemona socialista, de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. All los autores situaban en Gramsci el lugar preciso en el cual se podra desanudar un pensamiento autnomo de lo poltico respecto de sus determinaciones econmico-objetivistas. La nocin gramsciana de hegemona se abra ya al nuevo paradigma: el juego interno a esa nocin entre contingencia y multiplicidad era mucho ms a fin al dinamismo del lenguaje que al de las clases sociales de la era industrial. Toda una idea de intelectual orgnico fue liquidada en el pasaje, casi sin que se note, y mutado por el intelectual acadmico populista. Vale la pena sumar a Aric a ese recorrido? A contrapelo, leemos a Aric como a un pensador que a partir del exilio requiere ser ledo bajo estricta operacin de inversin. El valor de los textos de Aric, sobre todo su obra sobre Maritegui y Marx, no se despegan tanto de los procesos de constitucin subjetiva, ni se encandilan con las combinatorias simblicas de Laclau. Quizs Aric guarde las pistas para cuestionar esa autonoma de lo poltico volviendo a Gramsci y entretejiendo el proyecto hegemnico con la constitucin de sujetos plurales de lucha que encuentran las posibilidades de la recreacin de una autonoma en un movimiento crtico radical, mucho ms prximo a aquel que animaba a sus queridos Marx, Maritegui y Gramsci que a la aceptacin de lo poltico como reduccin a un mundo de discursos sin sujetos.BibliografaAric, Jos 1965 La condicin obrera Revista Pasado y Presente 9----------------1982. Marx y Amrica Latina. Buenos Aires: Catlogos.-------------. 1988. La cola del diablo. Buenos Aires: Punto Sur.-------------. 2006. La tradicin socialista. Buenos Aires: La Vanguardia.Burgos, Ral. 2004. Los gramscianos argentinos. Buenos Aires: FCE.Crespo, Horacio, comp. 1999. Jos Aric. Entrevistas. 1974-1991, Crdoba: CEA.Foa, Vittorio. 1961. Lotte operaie nello sviluppo capitalistico. Quaderni Rossi 1 (cit. en Pasado y Presente 9, 50).Gago, Vernica. 2012. 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Aric y Portantiero en el espejo del exilio mexicano: los textos malditos y la bsqueda del nexo orgnico entre economa y poltica en el marxismoAndrs TzeimanEn los trusts la libre concurrencia se trueca en monopolio y la produccin sin plan de la sociedad capitalista capitula ante la produccin planeada y organizada de la naciente sociedad socialista. Claro est que, por el momento, en provecho y beneficio de los capitalistas. Pero aqu la explotacin se hace tan patente, que tiene forzosamente que derrumbarseFederico Engels, Del socialismo utpico al socialismo cientfico (1877)I. IntroduccinLa dismil estela que han dejado los diferentes textos escritos por los padres fundadores de la tradicin marxista constituye uno de los problemas ms significativos que ha debido atravesar esa familia terica durante el transcurso del Siglo XX. Pues luego de la muerte de Marx y Engels, la difusin de su obra ha resultado ambigua: por un lado, algunos de sus trabajos han alcanzado una distribucin masiva -adquiriendo de esa forma un amplio conocimiento popular-; y por el otro, libros o artculos que resultan de enorme utilidad estratgica para los movimientos populares a escala global han sido vctimas de la oclusin o en muchos casos, del ocultamiento- por parte de las organizaciones socialistas. Sobran los ejemplos para dar cuenta de esta ambivalencia. Escritos tan importantes como las cartas con los populistas rusos no han corrido la misma suerte que el mundialmente conocido Manifiesto Comunista. As como la fundamental Introduccin a la lucha de clases en Francia tampoco ha tenido la fortuna con la que s cont el Anti-Dhring, por solo nombrar algunos ejemplos. En ese sentido, si bien es correcto sealar que han habido determinados textos cuyo propio carcter y registro los destinaba a la masividad y a la extensa distribucin y difusin en los sectores populares, no es menos cierto a su vez que tambin ha habido textos malditos, cuyo contenido, al romper con las ortodoxias que le fueron contemporneas, debi esperar ms tiempo del deseado para ser dado a conocer, y ms an, para alcanzar la popularidad de la que otros escritos haban gozado. Un hecho que se expresa cabalmente en el notable desconocimiento del conjunto de la obra de Marx con el que convivi el nacimiento del movimiento socialista (Arico 2011, 8).Pero uno de los textos de Engels que s logr conseguir un alto grado de irradiacin en el seno de la clase trabajadora fue, sin dudas, Del socialismo utpico al socialismo cientfico. Difundido durante los ltimos aos de vida de Marx, sus hiptesis principales no demoraran en convertirse en doctrina poltica para los partidos socialdemcratas europeos a fines del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX. En ese entonces, afirmaciones bastante polmicas tanto de Engels como de Marx -del estilo de la que hemos citado al inicio de este trabajo- pasaran a formar parte central de la ideologa del movimiento obrero en pases como Alemania, donde la clase obrera ostentaba un notable podero, difcilmente equiparable en otras partes del mundo. El derrumbismo se converta as, en aquella poca, en una de las hiptesis polticas ms fuertes del movimiento obrero europeo.Ahora bien, refirindonos al fatalismo que justificadamente se puede inferir del trabajo de Engels citado en el prrafo anterior, quisiramos destacar a propsito de ese escrito un comentario realizado por Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la crcel acerca de la obra de los padres fundadores del marxismo. En las notas sobre la Traducibilidad de los lenguajes cientficos y filosficos, haciendo referencia a ciertas metforas acuadas por Marx y Engels, Gramsci sostiene que el carcter grosero y violento de algunas de ellas, utilizadas en vistas de garantizar la popularidad del marxismo, ha resultado necesario para promover una reforma intelectual y moral en los estratos populares. Pese a ello, Gramsci al mismo tiempo lanza una advertencia premonitoria al respecto: no deben perderse de vista los lmites de las metforas, pues en caso contrario se vuelve difcil evitar su mecanizacin, y con ella, la generacin de fuertes distorsiones en la interpretacin de la realidad (2003a, 72-74).El autor de los Cuadernos de la crcel supo plantear en su encierro carcelario aunque ya lo haba hecho tambin tempranamente en artculos ordinovistas como La revolucin contra El Capital- uno de los mayores problemas que haban emergido con fuerza luego de la muerte de Marx y Engels, al abrirse la discusin sobre la herencia de sus textos originales: la sacralizacin del legado terico de los padres fundadores del marxismo. Gramsci no dej de advertir sobre la peligrosidad de una posible difusin de una lectura esttica de ciertos textos de los autores del Manifiesto Comunista, que pudiera derivar en conclusiones fatalistas o derrumbistas. La cual implicara dejar de lado no solo el ejercicio productivo (eminentemente poltico) del lector, sino tambin muchos textos malditos que por un largo tiempo debieron conformarse con un papel de reparto en el seno del movimiento popular a escala internacional, o que incluso, tuvieron que luchar de forma prolongada contra su sostenido ocultamiento.Recogiendo aquellas reflexiones de Gramsci, el propsito de este trabajo es indagar en las siguientes pginas en el ejercicio de lectura sobre diversos textos de Marx y Engels as como del marxismo posterior a ellos- realizado por Jos Aric y Juan Carlos Portantiero en dos textos, respectivos a cada uno de stos dos autores. Trabajos en los que seran puestas en cuestin ciertas lecturas cannicas del marxismo, as como tambin tendra lugar en ellos un rescate de algunos textos malditos u olvidados en la tradicin. Los escritos de Aric y Portantiero a los que nos referimos son las Nueve lecciones sobre economa y poltica en el marxismo (1977), en el caso del primero, y Estado y crisis en el debate de entreguerras (1981), en el segundo[footnoteRef:4]. Dos trabajos cuya similitud consideramos verdaderamente sintomtica, en la medida en que constituyen intentos que podramos adjudicar al emprendimiento de una bsqueda comn en ambos autores: la de encontrar tericamente el nexo orgnico entre economa y poltica en el marxismo. [4: Nos abocaremos fundamentalmente a dichos textos, aunque utilizaremos otros complementariamente, pertenecientes a la etapa exiliar de ambos autores.]

Reflexiones las dos, que al igual que las de Gramsci, fueron concebidas desde la derrota, en este caso en el exilio mexicano, luego de la instauracin de las dictaduras militares en el Cono Sur de Amrica Latina. Y como aliciente, fueron construidas mientras en la Europa latina se estaba produciendo un cuestionamiento terico en el seno de los pensadores marxistas -conocido como crisis del marxismo- donde la pregunta por el lugar de lo poltico y de lo estatal en esa tradicin ocupaba un papel protagnico.Consideramos las notables similitudes existentes entre los dos trabajos mencionados como un producto tanto de aquel tiempo histrico y de aquel clima intelectual en los que fueron concebidos, como de la mmesis terica de Aric y Portantiero. Destacando en relacin a esto ltimo, que en el caso de las Nueve lecciones... de Aric -texto elaborado en base a clases dictadas de forma anterior a la escritura de Estado y crisis en el debate de entreguerras- estamos hablando de un libro publicado de forma pstuma, incluso de manera posterior al fallecimiento de Portantiero. Es decir, que al menos en su versin impresa, ste ltimo no lleg a conocer en vida.En ese marco, trataremos en las siguientes pginas de repasar la indagacin de Aric y Portantiero en los textos mencionados, prestando especial atencin a su elaboracin terica que, en un mismo haz analtico, conjuga un cuestionamiento del derrumbismo y una relectura de ciertos textos esenciales del marxismo mucho de ellos malditos u olvidados-, construyendo de esa manera un interesante aporte terico sobre la relacin entre economa y poltica en la crtica del capitalismo.II. Un problema: la crisis de fines del Siglo XIXSi decamos ms arriba que han existido textos malditos en la tradicin marxista, debemos sealar que tambin ha habido autores malditos. En ese sentido, aquel que probablemente se haya convertido en uno de los ms famosos anti-hroes en la historia del marxismo ha sido Eduard Bernstein, dirigente de la socialdemocracia alemana a fines del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX y uno de los ms importantes receptores del legado terico de Engels tras su muerte. Un personaje cuya sola mencin de su nombre ha sido (y contina siendo en muchos casos) motivo suficiente de sospechas en el movimiento socialista. Representante principal de las posiciones revisionistas, sus intervenciones terico-polticas resultaron el blanco fundamental de las crticas desarrolladas por las cabezas ms destacadas en el movimiento obrero de la poca. Sus afirmaciones, segn las cuales la nueva etapa que atravesaba el capitalismo de fines de siglo conduca a un proceso de democratizacin creciente, cuyo movimiento significara en s mismo la realizacin del socialismo, suscitaran duras respuestas por parte de otros miembros salientes de la dirigencia socialdemcrata de su tiempo.Resulta sugestivo entonces que tanto Aric como Portantiero comiencen su bsqueda sobre el vnculo entre economa y poltica en el marxismo a travs de la indagacin en una figura tan maldita de la historia del movimiento socialista como Bernstein. Pues tanto Lenin, como Trotsky y Rosa Luxemburgo, entre otros revolucionarios radicales, haban sido los principales contendientes de aquel en los comienzos del mil novecientos. Sin embargo, ste personaje maldito se presenta en nuestros dos autores como una interesante puerta de ingreso a uno de los problemas que consideran ms significativos en los momentos primigenios del movimiento obrero internacional, atendiendo a las repercusiones que tendra en etapas posteriores. El Bernstein-Debatte, originado en 1899 como producto del clebre escrito de ese autor, titulado Los presupuestos del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, resulta expresivo, tanto para Aric como para Portantiero, de las respuestas que la II Internacional se vea obligada a ensayar frente a la crisis econmica que atravesara el capitalismo europeo entre 1879 y 1895. Ambos encuentran en esos ensayos, producidos al calor de la crisis del marxismo gestada por la conflictividad econmica existente en Europa- la aparicin de un problema sustantivo frente al cual un desarrollo de la teora resultaba ineludible. Mientras los mximos exponentes de la II Internacional (como Kautsky y Plejanov) haban acuado sin ms la concepcin derrumbista que podemos leer en la frase de Engels citada al inicio de este trabajo -segn la cual la concentracin capitalista conducira a una debacle forzosa del modo de produccin-, Bernstein escogera otra opcin analtica. Y sera precisamente esa opcin alternativa la que concitara la atencin tanto de Aric como de Portantiero.Haber planteado problemas tales como el papel de las sociedades annimas, el desarrollo de los carteles y los trusts, la socializacin de la produccin y la democratizacin del capital, resultaba una lectura premonitoria de la nueva fase de desarrollo capitalista que se estaba produciendo en Europa en aquel entonces (Arico 2011, 86). De esa forma, los dos autores destacan la visin alternati