Cuaderno 2 Rovirosa

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2 Cuadernos Una aproximación a la vida de Guillermo Rovirosa a su persona: investigador, converso, apóstol del mundo obrero a su obra: sus escritos, la HOAC, su aportación a la Iglesia Un diálogo imaginario con respuestas reales al «escuchar» —que siempre es más que leer— este diálogo es fácil sentirse implicado en él y tocado por el testimonio que transmite Una invitación a dar sentido a la propia vida abriéndola a Jesús y a su seguimiento entregándola libremente a los hermanos empeñándola en construir comunión Dialogando con Rovirosa EDICIONES HOAC Alfonso XI, 4-4º. 28014 MADRID Teléfono: 91 701 40 83. Fax: 91 522 74 03 e-mail: [email protected] www.edicioneshoac.org

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Un diálogo imaginario con respuestas reales Una invitación a dar sentido a la propia vida Una aproximación a la vida de Guillermo Rovirosa a su persona: investigador, converso, apóstol del mundo obrero a su obra: sus escritos, la HOAC, su aportación a la Iglesia al «escuchar» —que siempre es más que leer— este diálogo es fácil sentirse implicado en él y tocado por el testimonio que transmite EDICIONES HOAC Dialogando con Rovirosa Comisión Permanente

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2CuadernosUna aproximación a la vida de Guillermo Rovirosaa su persona: investigador, converso, apóstol del mundo obreroa su obra: sus escritos, la HOAC, su aportación a la Iglesia

Un diálogo imaginario con respuestas realesal «escuchar» —que siempre es más que leer— este diálogo es fácil sentirse implicado en ély tocado por el testimonio que transmite

Una invitación a dar sentido a la propia vidaabriéndola a Jesús y a su seguimientoentregándola libremente a los hermanosempeñándola en construir comunión

Dialogando con Rovirosa

EDICIONESHOAC

Alfonso XI, 4-4º. 28014 MADRID Teléfono: 91 701 40 83. Fax: 91 522 74 03

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Dialogando con Rovirosa

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Edita:

Comisión Permanente de la HOAC.

© Ediciones HOAC. Alfonso XI, 4, 4.º 28014 Madrid Tel.: 91 701 40 83 www.hoac.es www.edicioneshoac.es

Depósito legal. M-53.327-2009 ISBN: 978-84-92787-03-6

Preimpresión e impresión:

Gráficas Arias Montano, S. A. Puerto Neveros, 9. 28935 Móstoles Tel.: 91 616 56 00

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Presentación

Tienes en tus manos el número 2 de «Cuadernos Rovirosa» que te ofrece en forma de conversación los rasgos más significativos de la vida y algu-nas ideas centrales del pensamiento de Guillermo Rovirosa. Este diálogo imaginario sólo es artificio en cuanto al modo de presentar su biografía y sus planteamientos, porque las palabras puestas en boca de Rovirosa son, prácticamente en su totalidad, expresiones literales tomadas de sus escritos, como se hace constar a pie de página.

Al hacer una presentación necesariamente breve —por el corto número de páginas de un Cuaderno— de una personalidad tan grande y con una obra tan extensa, no hemos podido más que apuntar datos y temas, dejando para ulteriores Cuadernos el desarrollo de otras cuestiones que aquí sólo quedan insinuadas. Con todo creemos que vale la pena la exposición, aunque sea somera, del conjunto de la vida y obra de este apóstol del mundo obrero, seguros de que quien haga esta aproximación a la figura de Rovirosa querrá conocerlo más a fondo.

Para un conocimiento mayor de Guillermo Rovirosa nada mejor que leer directamente sus escritos. Están recogidos en los seis volúmenes de sus «Obras Completas» (Ed. HOAC, Madrid 1995-2009). Sobre él se han escrito obras de tipo biográ!co: X. García, J. Martín, T. Malagón: «Rovirosa, apóstol de la clase obrera» (Ed. HOAC, Madrid 1985).Carlos Díaz: «Guillermo Rovirosa» (Fundación E. Mounier. Madrid 2002).Comisión Permanente HOAC: «G. Rovirosa, ¡ahora más que nunca!» (Ed. HOAC, Madrid 2006). Eduardo de la Hera: «Guillermo Rovirosa, el hombre que aprendió a crecer hacia abajo» en «El fuego de la montaña» (Ed. San Pablo, Madrid 2009).

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Su testimonio de vida no deja indiferente a quien lo conoce. La realidad so-cial que hoy vivimos, diferente sin duda en las formas, no está lejos de la que él conoció y sus planteamientos tienen hoy plena actualidad. Ojalá quien «escuche» este diálogo —«escuchar» es siempre más que leer— se sienta invitado o invitada a continuarlo en el compromiso de su propia vida.

Y también estudios sistemáticos como tesis doctorales: Carlos Ruiz de Cascos: «La espiritualidad trinitaria de G. Rovirosa» (Ed. Voz de los sin Voz, Madrid 2004).Eugenio Rodríguez: «Espiritualidad y ética del pensamiento social cristiano. G. Rovirosa (1897-1964)» (Ed. Voz de los sin Voz, Madrid, 2005).

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Diciembre de 1963. Vamos subiendo hacia Montserrat. Impresiona el paisaje. Nos acercamos a la abadía. Nos llama la atención el ir y venir de personas. Estamos un poco nerviosos. Hemos quedado en encon-trarnos aquí con Guillermo Rovirosa. Está pasando unos días, como en tantas otras ocasiones: trabajando, escribiendo… Es su pequeño refugio.

Llega vestido como un trabajador más, con su inconfundible saha-riana. Recuerdo aquella anécdota que nos contaba Ovidio cuando le conoció en un cursillo:

Un hombre de una edad indefinida (para mí), vestido con un traje de

mahón azul, una pata de madera, muy limpio y decente; supuse que

sería un recogido por caridad en la Casa al que le encargaban el cui-dado de la estufa. ¡Qué buen servicio nos hizo a todos!, pues hacía

un frío que pelaba. Al segundo o tercer día de Cursillo, cuando todos

creíamos (yo al menos) que nos estábamos convirtiendo en los únicos

sindicalistas del mundo (¡pobres!), en un momento de acaloramiento

en la discusión intervino él, disculpándose por la intervención para

luego decirnos unas palabras que a mí se me quedaron grabadas

para siempre: «En estas cosas hay que ir sin prisa pero sin pausa;

las pausas suponen retroceso y las prisas suelen llevar al fracaso…

El objetivo del cursillo no es preparar dirigentes, sino servidores».

Pregunté quién era y me dijeron que Rovirosa. Debí ponerme colo-rado por la falta de consideración…

Y pienso que una actitud así sólo se explica desde alguien que ha puesto en el centro de su vida a Jesucristo y con Él al mundo obrero.

Tras las presentaciones comenzamos el diálogo. Desde un primer mo-mento nos sentimos acogidos, recogidos en una mirada profunda.

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— Se puede decir que está en casa. ¿Nació aquí, en Cataluña?

Sí, en Vilanova i la Geltrú, un 4 de agosto de 1897. Fui el último de los tres hijos de un hogar de campesinos.

— ¿Cómo pasó su infancia? ¿Cómo era de niño?

En los primeros años fui un niño enclenque. Pero criarme en el campo hizo lo que no hubieran podido hacer los potingues, revitalizarme ¡Y todavía dura! De los cinco a los nueve no solamente era más travieso de lo nor-mal, sino lo que podríamos decir un «gamberro» en miniatura, haciendo «oposiciones» a ganarme una paliza tras otra. Pues bien, mi padre no me pegó NUNCA. Lo digo con lágrimas en los ojos, con el reconocimiento del bien que me hizo. La cosa iba así. Esperaba que hubiera pasado algún tiempo entre la fechoría y la, digamos, corrección. Me decía: Ven, hijo, ven y me sentaba en sus rodillas. Tú sabes que yo te quiero mucho, ¿verdad? Y tú también me quieres mucho, ya lo sé. ¿Sabes por qué te quiero? Porque dices siempre la verdad. Lo más asqueroso de una persona es mentir. Y me hablaba de la verdad y la mentira como habría podido hacerlo con un hom-bre de sus años. Ese amor a la verdad me ha acompañado toda la vida.

Dialogando con Rovirosa

Noticias Obreras, n.º 1.354 (16-2-2004), pág. 19.

Rovirosa Guillermo. Obras Completas. Ed HOAC. Tomo I, pág. 542.

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— Estudió ingeniería. Ésta ha sido su profesión, ¿no es así?

Finalizado el bachillerato, estudié la Técnica Eléctrica (trabajando para pa-gar mis estudios), y cuando estaba ya muy próximo a su término, cogí una tuberculosis y quedé sin certificado de estudios. Tuve la oportunidad de publicar un par de libros sobre cables eléctricos, condensadores y carretes. La técnica me ha entusiasmado siempre. Trabajé en Rifá Anglada, en el Instituto Llorente, aquí mismo en el monasterio… Puedo decir con satisfac-ción que soy un obrero de Montserrat.

— ¿Se casó?

Sí. Me casé con Caterina Canals en 1922. Era una mujer que yo no merecía: el ángel bueno de mi vida. Desde que me casé mi mujer ha sido «mi prójimo», todo mi prójimo, tal como lo quiere Dios. Nadie como ella ha entrado nunca en mi vida, en mis sentimientos de paz y amor. En 1929, tras la muerte de mi suegra, mi mujer y yo dejamos España para correr nuestra aventura en París. De vuelta a Madrid y después de lo que suelo llamar mi primera conversión, hicimos un pacto de entrega a Dios. Manifestando que dedicaríamos nuestro tiempo al trabajo apostólico y pidiendo a Dios que dispusiera las cosas de modo que pudiéramos vivir pobremente cubriendo nuestras necesidades.

Al volver de una Semana Nacional de la HOAC, en 1947, desapareció sin volver a casa. En algunas ocasiones manifestaba que no quería ser obstáculo en mi labor apostólica, su salud mental empezó a deteriorarse. Mi mujer es ahora para mí el mayor dolor de mi vida. A estas horas no sé si estará viva o muerta…

— ¿Qué otros momentos recuerda con especial significación en su vida?

Mi (digamos) primera conversión tuvo como punto de partida el siguiente hecho:

Noticias Obreras, n.º 1354, pág. 21.

O.C., Tomo I, pág. 548. N.O., n.º 1354, pág. 22.

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Era a finales de 1932 y yo iba distraídamente por las calles de París, cuando me llamó la atención el ver una gran muchedumbre ante la iglesia de San José. Por pura curiosidad pregunté qué pasaba. Me dijeron que el Cardenal Verdier hacía la visita pastoral, y que en aquellos momentos estaba predi-cando. Empujado por la curiosidad entré, como pude, para verlo. El oírle fue cosa de dos o tres minutos, y lo único que pesqué fue este concepto: El cristiano es un especialista en Cristo, y de la misma manera que el mejor oculista es el que más sabe de teoría y de práctica de ojos, así el mejor cris-tiano es el que más sabe de teoría y de práctica de Jesús. Ésta fue la semilla de Vida que la Providencia amorosa dejó caer en mi estiércol, valiéndose de las palabras de su servidor, el arzobispo de París, que nunca supo ni pudo sospechar que iban a cambiar mi vida. Con lo que me habían «incul-cado» de pequeño, yo creía que lo sabía todo del cristianismo teórico, y la práctica ya la había descubierto después por mi cuenta cuando me apercibí del «timo»; ésta era mi convicción. Pero entonces me di cuenta de que de Jesús no sabía casi nada, ni de teoría ni de práctica. Y me entraron ganas de saber algo. Mi trabajo me dejaba mucho tiempo libre para leer, y yo leía todo lo que de alguna manera se refería a este asunto. Cobré gran simpatía por Jesucristo, pero había una cosa que de ninguna manera podía admitir: Un hombre es Dios, Dios es un hombre. A consecuencia de una irritación en los bronquios pedí unas vacaciones. Fuimos al Escorial. Allí mi mujer conoció al Padre Fariña, que quiso con-cederme algunas entrevistas. El padre Fariña fue asesinado al principio de la guerra civil. Evitó desde un principio en nuestras conversaciones el tema religioso. Me regaló «Las confesiones» de San Agustín y me propuso no hablar de religión hasta después que las hubiera leído metódicamente. Cuando tomo un libro lo hago, no con un prejuicio favorable hacia él, sino como un enemigo con el que voy a batirme lealmente, si él lo consiente. Con esta disposición tomé «Las Confesiones» y luché encarecidamente con él. Toda la dificultad para mí estaba en aceptar a Jesús como verdadero Dios. La lucha duró hasta el capítulo VII, al fin del cual tuve la dicha de rendirme con armas y bagajes. Fue el descubrimiento de la humildad, la pobreza y el sacrificio encarnados en la vida de Jesucristo y fundamento de su mensaje de Amor, lo que me hizo ver la originalidad del cristianismo

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con relación a las otras religiones. Este mensaje no podía partir más que de Dios. Y no hubiera tenido valor para los hombres si no lo hubiera puesto en un Dios Encarnado.

La mayor parte de los llamados cristianos dejan estas cosas de lado, y en-grandecen los alrededores. Entonces comprendí mi apostasía a los 18 años. Yo había dejado no a Cristo ni al cristianismo, sino a un sucedáneo que se me había querido hacer aceptar como mercancía «de marca». Pero «la mar-ca» yo no la conocí a los 18 años, la conocí a los 36. En la Navidad de 1933 yo hice mi verdadera Primera Comunión.

— Entonces, ¿no siempre ha sido creyente?

Mis primeros dieciocho años empezaron con un piísmo exagerado y termi-naron con mi apostasía Mi experiencia en el colegio donde me internaron no ayudó mucho. Yo creía a pies juntillas que la base moral cristiana era ésta: «Que los buenos al final resultan siempre premiados, mientras que los malos tarde o temprano son siempre castigados». Mi madre quedó pa-ralítica total a los pocos meses de mi nacimiento. Era la encarnación de la bondad. La expresión de su rostro era siempre la de una persona feliz. Cuando yo he hablado de la cruz gloriosa de los seguidores de Jesús, te-nía siempre ante mis ojos la imagen de mi madre. Murió cuando yo tenía dieciocho años, fue el empujón definitivo para desentenderme totalmente del «tinglado católico», que se presentaba a mis ojos como un negocio bien montado. Lo que veía a mi alrededor me ponía en evidencia que la regla de juego era exactamente al revés de lo que me habían hecho «tragar»; la verdad era que «los buenos» pierden siempre y «los malos» ganan siempre. Aquello no tenía nada que ver con la verdad. Decidí, con plena conciencia, no sólo desentenderme, sino combatir la religión católica (considerándola como farsa magna) en nombre de la verdad. Yo no sabía entonces nada del slogan «opio del pueblo», si lo hubiera sabido, ésa era exactamente mi opinión.

O.C., Tomo I, pág. 550. N.O., 1.354, págs 23-24.

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En 1928 caí en un escepticismo total. Llegué a la conclusión de que no ha-bía nada que hacer con todo lo que trasciende la materia y me apasioné por mi técnica, por aquellas cosas que son verdaderamente verdaderas.

— Podemos decir que se trata de un converso

No podemos olvidar que la conversión viene siempre provocada por el con-tacto con Cristo; éste, y no otro, es siempre el punto de partida. No son los hombres los que me pueden convertir a Cristo. Éste me parece que es un gran fallo de los cristianos de hoy y de siempre: que seguimos a unos hom-bres que nos han adoctrinado, pero no nos han convertido. Y faltando la conversión, que es el contacto con Cristo, ha de tenderse necesariamente a que la religión se adapte a mi vivir, en vez de adaptar mi vivir a la religión. Cuando alguien delante de Cristo hace esta afirmación: Este hombre es diferente a todos los demás, plenamente convencido, ya ha dado el primer paso en el camino de su verdadera conversión. Cierto, Jesús no es un hombre como los demás, pero ¿qué clase de hombre era?… ¿puede un hombre ser Dios?… El Dios del Calvario. El gran milagro del Amor Absoluto que se da a sí mismo por los que ama hasta extremos inconcebibles. Es tras la experiencia del Calvario cuando se consuma la conversión. El convertido es siempre (y únicamente) aquel que está seguro de que el Crucificado es Dios… que aquella piltrafa humana clavada en

una cruz en el Calvario es el mismo Dios.

Yo aceptaba de Jesús sus milagros, centrados en los sacramentos, la gra-cia, la vida eterna, pero dejaba a un lado su concepción vital, centrada en el Amor en sus tres dimensiones de pobreza, humildad y sacrificio y me quedaba con la concepción vital de Israel, basada en cumplir externamente lo que está mandado y en la convicción vital humanista, basada en la recta razón. Jesús me dejó como un sol radiante un solo Mandamiento, el suyo, el Nuevo, pero yo me examinaba a la luz de los diez candiles de aceite de la Ley Judaica. Como Judas. Yo iba con Jesús como Judas.

O.C., Tomo I, págs. 542-547. N.O., 1.354, pág. 21.

O.C.,Tomo I, págs. 365-370. 552. N.O., 1.354, pág. 21.

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— ¿Como Judas?

Judas quiso colaborar con Jesús, y aquí radicó su pecado. Veía en él un profeta de más categoría que los antiguos… Y cuando subieron por última vez a Je-rusalén, lo consigna el evangelio, todos estaban convencidos de que entonces iban a empezar las horas decisivas… Mas para Judas, Jesús no era, no podía ser más que un hombre elegido por Yahve… Judas estaba seguro ¡segurísimo! del poder nunca visto que Yahve había otorgado a Jesús, pero no entendía nada de su manera de proceder… Cuando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén seguramente que el más entusiasmado fue Judas ¡Ahora, ahora iba de veras! Pero esto solamente sirvió para decepcionarle más. Jesús lo hacía todo exacta-mente al revés de como hubiera debido hacerlo cualquier persona razonable… iba a la catástrofe. Menos mal que él, Judas, era el hombre con talento político y con visión de conjunto que aprovecharía para «la buena causa» aquellos po-deres inauditos de que Jesús disponía, y de los que Jesús solamente sabía usar en cosas que no servían para nada… Era indispensable precipitar los aconteci-mientos… Él, Judas, facilitaría a los judíos una ocasión para poner las manos sobre Jesús…, que no tendría más remedio que recurrir a todo su poder… Los azotes, dejarse clavar en la cruz… ¡Claro, claro! Bajará de la cruz y todos

creerán en Él. De un momento a otro bajará. Pero los momentos pasan y Jesús ni se desclava, ni baja, ni nada. ¡Ha muerto! Ahí está muerto y bien muerto. ¡Todo terminó! ¡Jesús le ha engañado, Jesús ha desecho su vida!La traición de Judas fue el no respetar el trato que Jesús estableció con él, de negarse a sí mismo. Él seguía poniendo sus sueños mesiánicos, sus elu-cubraciones, su talento, «su vista»… por encima de Jesús, y aunque iba con Él, se seguía a sí mismo. Judas quiso colaborar con Jesús, y aquí radicó su pecado ¡Qué paradoja! El mismo Jesús nos da como único mandamiento (el suyo, el Nuevo) que colaboremos por amor unos con otros y en esto ra-dica «la marca» de los suyos…; hemos de colaborar con todos los hombres, menos con el Hombre-Dios, y no hemos de seguir a ningún hombre, menos al Hombre-Dios ¿Quién podrá negar que esto es de una grandiosidad y de una armonía inmensas?Jesús no llamó a los apóstoles como colaboradores, sino como seguidores… Jesús llamó y sigue llamando, con estas palabras: Si quieres ser de los míos,

niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme. Éste es el trato. Cuando se ha

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aceptado conscientemente y luego se incumple, aparece la traición. Judas traicionó su Bautismo.

— Siempre ha dado una gran importancia al Bautismo

El Bautismo cristiano es la maravilla más maravillosa del mundo. No es solamente un signo o un símbolo, sino un hecho de una trascendencia única que lo sitúa en el centro de la historia de cada bautizado y en el centro de la historia de la humanidad. El sacramento del Bautismo es la entrada plena, consciente y libre en el mundo del Amor de Dios. Jesús se me da Él mismo, que es la Vida, a cambio de mi muerte mística…, que consiste en derribar mi Yo de su pedestal situado en el centro del universo, para poner en su lu-gar a Jesús, y en vez de pretender que todo el universo me sirva a mí, servir yo a Jesús en armonía con todo el universo.

Pero el bautismo se toma como una «ganga» que no cuesta prácticamente nada y que ofrece sus ventajas, no solamente para la otra vida sino también para este mundo. Hay que bautizar a los recién nacidos. Yo lo recibí en 1987. Hasta que tuve treinta y seis años no empecé a interesarme por aquel Gran Desconocido que para mí era Jesús. Enseguida ganó mi voluntad y el corazón se me iba hacia Él, pero como Judas, yo no podía aceptar que un hombre, por extraordinario que fuese, pudiera ser Dios. No, no podía ser. La atracción de Jesús por una parte y la repulsión de mi inteligencia por otra dio lugar a una lucha agotadora que duró unos ocho meses. El empu-jón definitivo me lo dio San Agustín al hacerme entrever la humildad de corazón de Jesús. Aquella maravilla no había podido salir nunca de ningún hombre, por extraordinario que fuese. ¡Jesús era Dios! ¡Jesús es Dios! Fue un deslumbramiento que trastornó toda mi vida. Todo tomaba un sentido maravilloso y nuevo. Pero hubieron de pasar otros dieciocho años para lle-gar al descubrimiento culminante de mi bautismo.

Después de lo que se podría llamar mi conversión bautismal, todo tomó otra dirección, y ya no fue cuestión de pecados y virtudes, de méritos y

O.C., Tomo I, págs. 488-512.

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de faltas, ni de sacrificios, mortificaciones, generosidades… Todo quedaba reducido a dos polos antagónicos: fidelidad y traición.

— Impresiona oírle. Transmite entusiasmo, fuerza, convicción. Con-tagia pasión… Algo imprescindible en la tarea evangelizadora.

Evangelizar. ¿De dónde procede esa palabra? Evangelio: Buena Noticia a traer al mundo, haciéndola conocer y viviéndola… Es evidente que, como Cristo, será ante todo por nuestra vida, por lo que seamos nosotros, por nuestra Fe, por nuestra Caridad, como evangelizamos a nuestros camara-das, al mundo obrero, y también a los demás… No hay que olvidar que el mundo obrero desconfía de las palabras. La única predicación que se acepta es nuestra vida. Recordemos lo que pasa en nuestros talleres, nuestros despachos, nuestras cantinas, las salas comu-nes de nuestros hospitales, los largos viajes en tercera clase, las reuniones públicas, etc. ¿Cómo hemos podido «hablar» nosotros? Pero cuando sen-timos que es preciso hablar (el Espíritu Santo no nos faltará, si sabemos escucharle), no debemos sino aceptar las leyes dadas por el mismo Jesús: … Hay que amar a los que se habla y que ellos se sientan amados. Hay que conocerlos lo más posible, y que Dios, a quien se lo pedimos, nos dé algo de su intuición divina. Por eso Cristo nos dejó Su Mandamiento de Amor, en el que lo primero que nos exige no es amar, sino conocer: saber cómo me ha amado Cristo. A quien sabe esto (bien sabido) ya no es menester que se le mande amar a Cristo. No hay quien se resista… El Amante de Cristo le busca ¿Y dónde le encuentra? En los hermanos, en los hombres: «lo que hagáis a uno de éstos, a Mí me lo hacéis» El cristianismo se ha extendido donde los cristianos han amado a los hombres como Cristo. El cristianismo se encoge cuando los cristianos (o así) nos limitamos a mandar a los otros que amen al prójimo como a sí mismos.

O.C., Tomo I, págs. 524-529.

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La gran paradoja del cristianismo, que ha desconcertado, que desconcierta y que desconcertará siempre la razón humana es, precisamente, la de ven-cer a la fuerza con la debilidad, al poder con la mansedumbre y a las leyes con el amor.

— Pero ¿cómo podemos conocer al otro?

El conocimiento del hombre se consigue poco a poco, pacientemente. Nadie se manifiesta como es al primer contacto… El conocimiento del hombre no viene exclusivamente de fuera, sino que exige que uno se encuentre sumer-gido en el mismo destino, marinero del mismo equipaje. Presupone haberse encontrado juntos en las luchas más confusas y más intensas, como en los momentos de solaz y de alegrías inocentes. Para conocer a los hombres es necesario haber padecido hambre y sed entre los hombres, haberse jugado la vida con ellos… haber trabajado juntos, haber provocado sus mofas, su admiración o su lástima, es menester haberles visto frente al peligro y ante la muerte, es indispensable haber cedido y haber resistido ante sus capri-chos. Hay que haber tenido contactos individuales y por grupo, haberlos observado por la calle, lo mismo que en el cine y en la taberna. Es menester haber aprendido mucho de los demás, oyéndoles y viéndoles vivir…, ba-ñarse en el mar humano hasta sentir la propia alma próxima al alma de los otros hombres.

Jesús está en el «otro». Jesús se quedó permanentemente aquí entre noso-tros en esta especie de Sacramento sobre el cual nunca se insistirá bastante: Jesús está en el «otro». En cualquier «otro». Hasta el fin del mundo. Para amarle, servirle, y RECIBIRLE ya no tengo que buscarle aquí o allí; nada de esto. Le tengo siempre al alcance de la mano en «el otro». Tanto más próximo cuanto más próximo es mi prójimo.

O.C., Tomo V, págs: 286-287, 462-463, Tomo I, pág. 142.

O.C., Tomo III, págs 495-496, Tomo II, pág. 89.

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— Volvamos a Madrid. ¿Estaba allí cuando la guerra civil?

La guerra española fue una sacudida que me hizo descender de las cum-bres y me enterró en las catacumbas. Aquello fue maravilloso y algunos que estábamos en Madrid pudimos vivir los esplendores de los primeros cristianos en Roma. Cada día en nuestra casa se celebraba clandestinamen-te la misa. Nunca daré bastantes gracias a Dios por aquellas experiencias inefables de cristianismo.

Habitaba en un suburbio de Madrid en un lugar que llegó a ser frente de combate. Tuve que evacuar mi residencia hacia el interior de la ciudad y la Providencia hizo que cayese en un sótano, en el cual se habían amon-tonado los libros de los padres jesuitas de «Fomento Social». Era una biblioteca de sociología muy al día. Me creí en el deber de ponerlos en orden y comencé a interesarme. Mi interés aumentaba a medida que podía profundizar en el pensamiento de Pío XI y de ciertos sociólogos. Fue mi segunda conversión y representa con la primera un conjunto armonioso. La primera me hizo encontrarme a mí mismo en Cristo, la segunda me hizo sumergirme en el Cuerpo Místico. Los aspectos personal y social se complementaban el uno con el otro. Terminada la guerra ofrecí mi vida al Señor para quemarla en el fuego de su servicio, me puse en manos de su Providencia para no rehusarle nada, pidiéndole cada mañana que me dijera lo que quería hacer de mí.

— Luego estuvo en la cárcel

Al final de la guerra, el Señor aceptó mi oblación y pasé por la prueba de que poco después Franco me pusiera en prisión durante 11 meses (mis com-pañeros me habían hecho presidente del comité obrero de la empresa en que trabajaba). La prisión fue para mí la escuela que me faltaba, y doy siempre gracias a Dios por ello.

O.C., Tomo I, pág. 551. N.O., 1.354, pág. 26.

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Dentro de mi experiencia personal, nunca podré olvidar los meses que pasé en la cárcel. Aquello me sirvió más que el resto de mi vida para conocer a los hombres y a mí mismo. A la salida, volví al trabajo.

— ¿Empezó entonces ahí su contacto con el mundo obrero y el dedi-carse al apostolado obrero?

Debo confesar que las cuestiones sociales no me habían interesado nunca jamás, ni por mi inclinación ni por los acontecimientos de mi vida habían atraído nunca mi atención. Pero la necesidad de rescatar mis años malditos me impulsó a buscar dónde y cómo podría aprovechar yo mejor los años que me quedaban de vida. Oída la voz apremiante del Papa, entonces Pío XI, comprendí inmediatamente que mi lugar estaba en las filas del Aposto-lado Obrero. Pero yo no entendía nada del asunto y era preciso prepararse. Tuve noticias de que iban a inaugurar el Instituto Social Obrero, en el otoño de 1934. Lo frecuentaba todas las tardes a la salida de mi trabajo, y así per-manecí durante tres meses, pero salí disgustado; mis exigencias de Verdad no se satisfacían. Se me había presentado una sociología católica en la que no se trataba de comunión, ni de Humildad, ni de Pobreza, ni de Sacrificio, ni de Mandamiento Nuevo. Tomé la decisión de olvidar la sociología católi-ca. Buscaría otro espacio para laborar en la viña del Señor.

— Vivir la pobreza, la humildad y el sacrificio. Pero ¡estas palabras son muy duras!

El espíritu de pobreza es el Espíritu de Amor que se nos infunde en el Bau-tismo manifestándose de mí hacia los demás, y me inclina a compartir todo lo que tengo (en el orden físico, en el metafísico y en el sobrenatural) con los que carecen de ello o tienen menos que yo. La humildad es la segunda dimensión del Espíritu de Amor, manifestándose de los demás hacia mí,

N.O., 1.354, pág. 26. O.C., Tomo I, pág. 321.

N.O., 1.354, pág. 25.

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aceptando con gratitud todo lo que los demás pueden comunicarme. Esto es todo lo contrario del espíritu de soberbia. El espíritu de sacrificio es la tercera dimensión del Espíritu de Amor y nos invita a renunciar a nues-tros propios criterios, la oración suprema de «¡hágase tu voluntad y no la mía!».

— Se trata de partir de la vida, de la realidad concreta.

Muchas veces nos figuramos que cuando se trata de «aprender» y de «es-tudio» ello ha de ser necesariamente de libros y de conferencias, y cierta-mente que los libros y las conferencias son muy útiles para aprender, pero no son los únicos, ni siquiera los principales. Donde más se «aprende» y lo que mejor debemos «estudiar» es la vida. Éste es el gran libro… La vida es la piedra de toque. Por eso todo lo que «vemos» en los libros hemos de confrontarlo con lo que «vemos» en la vida…

Las circunstancias de mi vida han evolucionado de tal manera, que mi úni-ca razón de vivir es la Acción Católica Obrera.

— ¿Cómo surgió la HOAC? ¿Cómo fueron los comienzos?

A mí me gusta decir que la HOAC nació hace 1930 años, en las orillas del lago de Genesareth, cuando el Divino Obrero incorporó once obreros (jun-to con otro de profesión indefinida) a sus tareas apostólicas…

La HOAC fue fundada por la Jerarquía de la Iglesia, y ésta, de su sustancia le dio cuanto podía darle: su propia esencia y unas Normas Generales de acción. Simultáneamente, un grupo poco numeroso de sacerdotes y laicos fueron los fundadores encargados de dar forma concreta a la idea. Tuvie-ron que extraer de su propia sustancia no la vida de la semilla que dio la Jerarquía, sino los métodos de cultivo para que la semilla se desarrollara y

O.C., Tomo I, págs. 391-392.

O.C., Tomo IV, págs. 82-83. N.O., 1.354, pág. 26.

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diera fruto abundante. La cosa no fue fácil, ya que se trataba de una semilla nueva y los métodos y rutinas que se seguían con semillas semejantes no daban resultado con ésta. La semilla tenía una enorme vitalidad y algunos fundadores tuvieron la necesaria constancia para perseverar en el cultivo a pesar de los pedriscos, sequías, abonos inadecuados, parásitos y toda clase de contrariedades.

La HOAC quiere devolver los obreros a Cristo, y devolver Cristo a los Obre-ros. Para ello, la HOAC trata de formar apóstoles obreros. Y el apóstol es un hombre que tiene elevados al máximo sus valores como persona humana, que tiene espíritu combativo para dar la cara por todo lo que de veras mere-ce la pena, y que lo hace todo con un auténtico tono sobrenatural. Todo esto es lo que quiere forjar la HOAC.

… La HOAC no es un sindicato, ni un partido político, ni reparte benefi-cios, ni casas, ni recomendaciones. Pero forja el espíritu que necesitan tener los que se dediquen a trabajar con eficacia en la política, en el sindicato, o en cualquier institución útil para la sociedad, para que cada día haga menos falta que se den limosnas o que se repartan recomendaciones.

Es bien palpable que la HOAC no es obra de hombres, sino de Dios. Eso es lo que más apesadumbra a los contrarios, enterarse de quién está detrás de la HOAC, porque los que estamos delante somos todos tan insignificantes y tan inútiles que comprenden que la HOAC nunca puede ser obra nuestra… y como —prácticamente— no creen en Dios no pueden ni imaginar que el que está detrás nuestro (y delante y encima) es el mismo Cristo. Y ellos ¡venga a hacer trabajar a la policía para descubrir el misterio..!

— El «¡Tú!» era una pieza importantísima. ¡Debió ser muy duro vivir su suspensión definitiva!

Entre las «Normas» que la Jerarquía dio a la HOAC al crearla, figura la de que debía publicarse una revista periódica destinada a los adheridos de la

O.C., Tomo V, pág. 336. Tomo IV, pág. 113. Tomo VI, pág. 95.

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HOAC y otra para los militantes. La primera es el «¡TÚ!» y la segunda el «Boletín».

El ¡TÚ! fue nuestro militante número uno. El campeón de nuestros ambien-tes… A través de su predicación quiso el Señor dar a conocer su Verdad a muchos. El ambiente hostil hacia nosotros poco a poco se iba nivelando. El ¡TÚ! era el pensamiento impreso de todos los obreros de buena voluntad, cristianos y no cristianos. ¡Cuántas enseñanzas y cuánta experiencia apos-tólica nos proporcionó su publicación primero, y después… su suspensión! El ¡TÚ! en la cárcel estaba ganando más batallas que en la calle… El ¡TÚ!, que no puede salir, nos mueve a llevarlo a todas partes en nuestra propia vida. Ya no sale el ¡TÚ! en papel porque el ¡TÚ! se imprime ahora en el corazón de cada militante de la HOAC.

Cuando se celebró la Séptima Semana Nacional, en la Ciudad de los Mu-chachos en Vallecas, el ¡TÚ! había sido suspendido definitivamente. Supuso una crisis en la HOAC. Pero otra vez la Providencia. Esta Semana que apa-rentemente debía llevar consigo el fracaso de la HOAC fue precisamente la Semana del Plan Cíclico: La HOAC dejaba de momento de mirar fuera y centraba toda su atención «dentro» de la Obra. Hacía falta militantes «mi-litantes», y ahora se iba a conseguir. De verdad.

— ¿Empezó entonces a diseñar el Plan Cíclico?

En la HOAC el Plan Cíclico no es otra cosa que su método para la forma-ción de los militantes.

Para cualquier tarea que se acometa en la vida humana hacen falta dos co-sas: vocación y formación. Esto, que es verdad para todas las profesiones humanas, se agudiza cuando se refiere a la profesión apostólica. Ésta es más bien una superprofesión. En cualquiera de las profesiones solamente se es profesional en aquellos aspectos del vivir diario que hacen referencia con tal vocación, en cambio el apóstol lo es veinticuatro horas cada día, sin que

O.C., Tomo V, págs. 539, 210.

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haya aspecto alguno de su vida que escape a la acción apostólica: ya coma, ya beba, ya trabaje, ya se huelgue, todo, todo debe hacerse en nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Fundamentalmente «se trata de transformar en actores conscientes de la marcha del mundo a los simples espectadores» Toda la formación conspira para esto. Si los obreros que la integramos tenemos conciencia clara de nuestra responsabilidad, y nuestra mente y nuestro corazón están pene-trados del Dogma y la Moral evangélicas, cabe esperar que en el mundo del trabajo (y en lo demás) penetre el sentido auténticamente cristiano, de cuyo mensaje es depositaria exclusiva, en su plenitud, la Iglesia Católica. Los que en la Iglesia constituimos el laicado hemos de reconocer y venerar nuestra propia dignidad y responsabilidad.

— Un gran esfuerzo si a eso le sumamos la preparación del Boletín

El Boletín juega un papel fundamental en la construcción de la HOAC. Es el medio de comunicación de la HOAC. Se buscaba un estilo directo, evi-tando citas evangélicas, o patrísticas, o de encíclicas. Es necesario que los textos estén, pero asimilados en el escrito. Hay páginas teológicas, econó-micas. Por ejemplo, en varios números se incorporaron Meditaciones sobre la encíclica «Mystici Corporis Christi» dividida en dos capítulos, uno para cada mes haciendo una teología-viva, evitando, como siempre, los conse-jos, la erudición. Se publicaban las respuestas de los GOES. Se habla de los Cursillos que se realizan o se van a realizar.

Todo lo que se publica en el Boletín es fruto de un trabajo en Equipo, compues-to por el que ha escrito el trabajo, el director que lo adapta al «tono» general del Boletín, y al «tono» particular del número en que aparece, y el Consiliario Nacional, que introduce en los trabajos «el sentido de Iglesia». Los colabora-dores pueden mandar escritos sobre cualquier tema que juzguen interesante. También pueden tomar a su cargo una sección, entonces recibirán una ficha sobre el tema y orientaciones generales de sus próximas colaboraciones.

O.C., Tomo V, págs. 55, 71, 103.

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Por ejemplo, pidiendo una colaboración para una meditación de Adviento se decía: «Para el oacista todo el año es “adviento” pues en cualquier día y en cualquier hora espera que Cristo nazca en el corazón-establo de un her-mano de trabajo. Celebrar el nacimiento como los pastores.»

Recuerdo una imagen que causó mucha sorpresa. Fue en un boletín a fi-nales de 1953, en la portada, lugar que ocupaba casi siempre un militante o alguien de la HOAC, aparecía la foto de una borriquilla. Y se invitaba a meditar ligeramente sobre la borriquilla. ¿Qué papel desempeñó? La bo-rriquilla llevaba sin interés personal alguno a Cristo ¿Qué utilidad tuvo la intervención de la borriquilla? La de conseguir, sencillamente, que vieran a Cristo aquellas personas de la «masa» que estaban lejos de Él. ¿No es pre-cisamente ésta la misión que nos ha dado la jerarquía para que la realicemos conscientemente los militantes de la HOAC?

— ¿Qué son los GOES?

Los GOES, los Grupos Obreros de Estudios Sociales, pueden dar lugar a que en España se elabore un auténtico pensamiento obrero social-católi-co, del que carecíamos absolutamente. No se han hecho para que los OAC aprendan en ellos, sino para que «aporten» en ellos ideas propias los que las tengan.

Agrupan un núcleo reducido de militantes obreros de Acción Católica en cada diócesis. Su misión es estudiar las aplicaciones de las Normas de la Iglesia al momento actual de España en lo que se refiere a los diversos aspectos de la vida social. Se iniciarán desde el Boletín de dirigentes que publicará guiones y cuestionarios sobre temas concretos (la propiedad familiar, la propiedad de los medios de producción, la reforma de la empresa…). Las contestaciones no serán individuales sino que reflejarán el resultado de la discusión que el cuestionario ha provocado en el Grupo. Pero la normalidad de los GOES no podrá conseguirse hasta que los «goístas» sean hombres de Encuesta.

O.C., Tomo VI, págs. 31, 34, 79, 85, 167, 158. Tomo V, pág. 485.

O.C., Tomo VI, págs. 48-49. Tomo III, págs. 422-428.

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— ¿Hombres de Encuesta?

Llamamos Encuesta a toda investigación que se hace sobre hechos e ideas concretas, con objeto de determinar: su realidad, con las características especiales que reviste en determinado ambiente (Ver); las causas que han intervenido en su génesis y en su desarrollo y el concepto que debe me-recernos (Juzgar) y la repercusión que ello ha de tener en nuestro vivir individual o colectivo o cómo nosotros hemos de reaccionar ante todo ello (Actuar). Implica poner en ejercicio la memoria, el entendimiento y la vo-luntad. Se trata de desarrollar en las personas una formación tal que les obligue a actuar en sentido cristiano y obrero.

Una anécdota de un Cursillo Nocturno. Fue en Tárraga. Uno de los últimos días un cursillista, como hablando consigo mismo, dijo: «¡Claro! La En-cuesta es Cristo…» Ante mi extrañeza por estas palabras que me parecían excesivas, continuó: «¡Sí! ¡Él mismo lo dijo! Yo soy el camino: Ver. Yo soy la Verdad: Juzgar. Yo soy la vida: Acción». Me dejó bizco.

— Volvamos a los primeros años de la HOAC, al «Manifiesto Comu-nitarista». El título era muy sugerente y con un gran mensaje.

El «Manifiesto Comunitarista» se publica en 1949. Fue muy mal recibido en las alturas oficiales. Se dijo que se publicara como cosa mía, al margen de la Acción Católica. Una marejada bastante fuerte. Luego se desarrollaría en los cuadernos de la serie COPIN, el Cooperatismo Integral. El Copin se extendió ampliamente. Se trata más de un taller desde donde se construye la solidaridad humana y cristiana tomando como base la comunión.

El comunitarismo pretende realizar cumplidamente el ideal humano en cada hombre, de tal manera que todos lleguen a poseer los bienes materiales y los bienes espirituales para que el plan de Dios en cada hombre dependa principalmente de su libertad, y no como ahora venga ahogado y determi-nado por circunstancias exteriores al hombre que le atenazan y esterilizan.

O.C., Tomo IV, págs. 51-64. Tomo VI, pág. 131.

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Frente al individualismo feroz y caníbal de la humanidad actual y frente asimismo al comunismo de masas, a las que se ha extirpado toda voluntad para querer o para no querer, se levanta hoy la bande-ra del comunitarismo, que pretende libertar al hombre de la inmensa soledad a la que le ha conducido una sociedad en la que el hombre es lobo para el hombre, y liberarle asimismo de la pesadilla comunista, en la que el hombre tiene que renunciar a su personalidad para que se le permita vivir.

El origen de todas las desdichas arranca del miserable invento que se llama contrato de arrendamiento, por el cual se vende sin vender y se compra sin comprar… Los bienes que estaban destinados a liberar al hombre sirven para someterlo a servidumbre; los bienes que debían re-partirse «a la medida humana» entre todos los hombres, se concentran en proporciones monstruosas e inhumanas en manos de unos pocos, dejando a la inmensa muchedumbre en la desesperanza de poder jamás alcanzar la plenitud humana mediante la posesión de un mínimo de bie-nes indispensables para poder practicar la virtud… El vivir comunitario exige la posesión de un mínimo de bienes… El comunitarismo no es solamente un régimen de plena propiedad, sino que además quiere ser un clima apto para el florecimiento del cristianismo, especialmente en

cuanto caridad fraterna.

— ¿Por qué no avanzamos en la línea comunitarista?

El egoísmo propio de nuestra naturaleza actual nos empuja constante-mente a considerar «nuestras cosas» como las más importantes del mun-do. A los demás los consideramos y los apreciamos en la medida que nos son útiles o agradables. Les damos un valor que podemos llamar instrumental. Los necesitamos para nuestra vida material y hasta para nuestra santificación. Pero estas consideraciones están llenas de egoís-mo, y a base de ellas no se puede construir una comunidad. A todo lo

O.C., Tomo VI, págs. 60-61. Tomo I, págs. 70, 77-82.

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más que se puede llegar es a una sociedad humana como la que vemos a nuestro alrededor, en la que cada uno busca «sacar» al máximo y «me-ter» el mínimo…

La comunidad es otra cosa. En la comunidad el «centro de interés» no puede ser mi YO, sino el YO ajeno. Lo importante no es que los otros lleguen a pensar como yo, sino que yo llegue a descubrir todo lo bueno que hay en el pensar de los otros. Ya se comprende que un cambio de actitud tan radical no puede operarse sin la intervención de algún elemento exterior al hombre…

Únicamente Cristo, con todo lo que lleva consigo (que es el Infinito Trini-tario) puede provocar este cambio de naturaleza humana. Y no por man-dato, ni por precepto, sino por «injerto»… Él me injerta su Naturaleza en el Bautismo y además se sitúa en cada ser humano para recibir a través de ellos mi amor y mis servicios. El panorama ya no es lo que era, sino todo lo contrario. Se ha transformado todo. Podemos trasladarnos al mundo es-plendoroso de la comunión. El ideal comunitario ya no es un ideal utópico, sino que se nos pone al alcance de la mano. Y va aún más allá de lo que ha-bían podido soñar los hombres: la comunidad se convierte en comunión.

La vida del cristiano siempre ha de ser vida de comunidad, so pena de no ser vida cristiana, actualizando el amor que caracteriza la Comunidad Su-prema, formada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Debemos formar la comunidad de las familias obreras, vamos, pues, a poner un cuidado es-pecial al sentido de comunidad, que ha de conducirnos a SER UNO, como son UNO el Padre y el Hijo. Nosotros, especialmente los obreros, ¡cómo necesitamos de manera vital la comunidad, si es que queremos continuar existiendo como clase y no queremos padecer las inmundicias del indi-vidualismo, del egoísmo ladrón a que está abocado el mundo, por estar alejado de Jesús!

De tejas arriba está Dios. Y de tejas abajo está Dios. Esperamos que si el comunitarismo es su obra, Él la preservará, a pesar de todas la pruebas y contradicciones. Y si «no es» su obra, nuestra súplica sube a lo alto para que se hunda cuanto antes.

O.C., Tomo II, págs. 193-194, 183. Tomo I, pág. 88.

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— Es de suponer que habrá muchas personas que han influido en su pensamiento. Su relación con Don Eugenio Merino y Don Tomás Malagón, sin olvidar a otros sacerdotes y teólogos que usted ha tra-tado muy de cerca como J. Cardijn, Y. Congar, G. Michonneau, R. Voillaume, entre otros…

Don Eugenio, como quiso siempre que familiarmente le llamáramos, fue seguramente el mejor regalo que Dios hizo a la HOAC… Alguien dijo al-guna vez que un anciano (setenta y dos años) casi ciego no era el hombre que necesitaba la HOAC en esta etapa de dificultades de toda clase. Quien dijo esto no se percató de que una grandísima parte de su fuerza estaba en su debilidad… Don Eugenio nos había introducido en las maravillas del Cuerpo Místico y de la Gracia… Sus conceptos y sus palabras forman par-te esencial del ser de la HOAC. Su fórmula de vida cristiana «veinticuatro horas de vida honrada, llenas de gracia santificante» está permanentemente en el corazón y en los labios de todo hoacista… Más de una vez le oímos perder su habitual mansedumbre cuando, hablando con sacerdotes de temas de apostolado obrero, alguno de éstos decía, como la cosa más natural, que la religión había que dársela a los obreros «rebajada», para que la entendie-ran. «¿Cómo la podrán entender, si se la da usted rebajada?», saltaba don Eugenio. «Yo a los obreros no les doy más teología porque no tengo más»… O cuando nos decía «No recéis tanto, hijos míos, ¡orad!». El secreto de don Eugenio estaba en juntar la profundidad teológica con la sencillez evangé-lica.

Con Don Tomás ha habido y sigue habiendo una gran amistad. Sólo des-de la amistad y la experiencia compartida me atreví a escribirle en estos tiempos difíciles: «Hay que apechugar con ello, pero sigo creyendo que yo estaba en lo cierto al indicar la conveniencia de quietud y silencio…Para su temperamento esto es naturalmente imposible, pero sobrenaturalmente, ¡no! El calvario con que Dios obsequia a V.R. es mucho más duro que el mío y es hora de aguantar . Decimos muchas cosas en los Cursillos y … hay que ponerlas en práctica; es la prueba. Cada uno en lo que más le cuesta. Y no hay más que abrazarse a la cruz. No haga planes ahora, no haga ningún plan. Deje que los haga Él, y sométase, seguro del triunfo. Sepa solamen-te que si se deja llevar por el temperamento y le vienen mal dadas, a su

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lado tendrá siempre al pobre Rovirosa, abrazando a V.R. y compartiendo su suerte.»

— A finales de 1955 es destituido como director del Boletín, y año y medio después debe dejar la Comisión Nacional de la HOAC ¡Tiene que ser duro verse apartado de lo que uno ama tanto! Cuando llueven las denuncias, las críticas, los abandonos… en este momento confuso a nivel social y eclesial.

Externamente no ha habido más que dos hechos notables: uno de orden moral y muy doloroso, consistente en encontrar suspicacias y recelos don-de yo esperaba encontrar más confianza; y el otro de orden material: la amputación del pie a consecuencia de un accidente de circulación. Estos dos hechos (conjuntamente) han motivado en mí una inactividad (mejor sería decir inmovilidad) de cinco años. Esto ha sido un espléndido regalo de Dios, ya que juntando estos cinco años a los cuatro o cinco que les pre-cedieron, he podido aclarar mi vista y darme cuenta patente y consciente de mis constantes traiciones. Y poder escribir el cuaderno sobre Judas-Rovirosa.

La diferencia que hay entre estos últimos tiempos y el resto de mi vida es que ahora lo sé que soy traidor, mientras que antes no tenía ni la más leve sospecha, y me habría ofendido si alguien me lo hubiera insinua-do.

Tiempo atrás me impresionó una frase (que ha hecho carrera) de Bernanos, que dice Todo es Gracia. Pero al cabo del tiempo y buscando una síntesis del cristianismo, la cambié por esta otra: Todo es Comunión. Y esto me llevó, como de la mano, a fijarme en el Bautismo. Aquí es donde encontré mi grandeza asombrosa y mi inmensa miseria; todo a la vez… Cada nuevo descubrimiento de mi traición y miseria, trae consigo un nuevo descubri-miento de la verdad del Amor infinito de Dios y de su misericordia, sinte-

O.C., Tomo V, págs. 440- 442. Tomo VI, págs. 220-221.

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tizado en este hecho: Jesús me ama con locura ¿Y por qué me ama? Ahí, ahí está el misterio, el gran misterio. De todas las explicaciones que me han dado los «sabios» y de las que he encontrado en los libros, ninguna me ha convencido. Pero es que, en realidad, no me hace falta explicación alguna; me basta con el hecho, que es evidente; más evidente que el sol que nos ilumina.

— La experiencia de la pérdida del pie ha tenido que ser especial-mente dura

Mi accidente ocurrió el 22 de junio de 1957. Perdí el pie izquierdo en un accidente de tranvía. Hasta entonces no había conocido de verdad el dolor físico. Nunca me había pegado ni un simple martillazo. Pero ahora he sabi-do lo que es: ese estar todo mi ser concentrado allí, sin pensar en otra cosa, sin poder vivir más que para aquello. Si Dios me hubiera dicho «Toma tu pie y olvida ese dolor», yo le hubiera contestado «Quedaos Señor con el pie y dejadme esta experiencia que me enriquece y me perfecciona». Una experiencia más.

Doy gracias a Dios por este accidente por muchos aspectos, uno de los cua-les es el gran número de cartas y testimonios de afecto que he recibido de todas partes. Esta comunidad de corazones, unidos en el Corazón de Cristo, que durante tantos años se ha querido crear, es una realidad y esto llena mi corazón de gozo. El lema que he escogido para esta etapa inválida de mi vida es éste: «¡Ahora más que nunca!».

— ¿Qué le está ocupando estos últimos tiempos?

He permanecido en Madrid los últimos tres meses. El principal motivo ha sido mi intervención (secundaria) en la estructuración y constitución de la

O.C., Tomo I, págs. 553-554.

O.C., Tomo VI, págs. 206, 212.

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entidad Ediciones ZYX dedicada principalmente a la edición y difusión en ambientes populares de libros de carácter social.

Acabo de entregar el original del primer libro de la nueva editorial titulado «¿De quién es la empresa?».

La tarde avanza. Aquí dejamos nuestra conversación. Nos comprometimos

a vernos de nuevo, esta vez en Madrid, a donde Rovirosa tiene previsto ir

en breve. Han sido unas horas intensas. No podemos dejar de sentir su

mirada, el convencimiento y la fuerza de su palabra…

Gracias Rovirosa por «caldear el ambiente», por mantener encendido ese

fuego que nos permite hacer el camino que nos lleva al encuentro con Je-sucristo, con su Iglesia y con el mundo obrero. Gracias por hacernos ver

que desde fuera no se salva al mundo obrero, y así como el Hijo de Dios

se hizo hombre, hace falta hacerse una misma cosa con las formas de vida

de aquellos a quienes se quiere llevar a Cristo, hace falta compartir, sin

que medie distancia de privilegios o diferencia de lenguaje…, hace falta

antes de hablar prestar oídos a la voz, más aún, al corazón de los obreros,

comprender y respetar sus ideas y sus anhelos y, en la medida de lo posible

para un cristiano, secundarlos.

Solías decir que no podemos despedirnos los católicos. Hemos de encon-trarnos cada mañana en nuestra Misa, en nuestra comunión; por eso te

decimos: «¡hasta mañana en el altar!».

Guillermo Rovirosa falleció en Madrid el 27 de febrero de 1964.

El 8 de julio de 2003, en Madrid, se iniciaba su proceso de canonización.

O.C., Tomo II, pág. 494. Tomo VI, pág. 294.

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