Cuadernillo homenaje (2)

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1965 -2015 BODAS DE ORO SACERDOTALES

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Cuadernillo de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño

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1965 -2015

BODAS DE ORO SACERDOTALES

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Felicitamos, con este sencillo trabajo, a quienes han de-

dicado 50 años de ministerio sacerdotal a servir a la Igle-

sia en los hermanos:

Julián Blázquez Fraile

Pedro Calvo Sáenz de Inestrillas

Juan Antonio García Cervino

Justo García Turza

Alfonso Morales de Setién Rubio

José Eduardo Mozún Ruiz-Navarro

Tomás Ramírez Pascual

Jesús Sedano Llaría

José Antonio Valderrama Aydillo

Y recordamos con cariño a

Manuel Hernáez Urraca

+ 29-12-2007

y

Francisco Javier Velasco Yeregui

+ 17.11.2009

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JULIÁN BLÁZQUEZ FRAILE

Fui llamado al ministerio sacerdo-tal una mañana radiante de primave-ra, el 20 de mayo de 1965. Celebrá-bamos aquel día en el Seminario la fiesta del entonces Beato Valentín de Berrio-Ochoa. El recorrido hasta ese día, como se puede suponer, fue largo y, a veces, dificultoso.

Todo comenzó en un pueblo pequeño, Grávalos, en el seno de una familia sencilla pero cristiana. Como otros niños fui monaguillo y, precisamente, en el des-

empeño de ese humilde servicio sentí los primeros barruntos de la llamada. Me daba cuenta,- hasta donde un niño podía razonar-, que el Señor me rondaba ... Y me dejé seducir. Casi siempre en el inicio de la llamada al ministerio, está presente un sacerdote. En mi caso fue el cura de mi pueblo, D. Juan quien, de cuando en cuando y sin forzar la máquina, dejaba caer la posibilidad de ser cura y, así, de un modo natu-ral, casi sin darme cuen-ta, se iba afianzando imperceptiblemente en mis proyectos infantiles la añoranza del sacerdocio. Y un buen día, 15 de septiembre de 1953, me planté acompañado de mi madre, con mi maleta en la puerta del Seminario. Hasta entonces no había necesitado equipaje alguno, excepto la cartera escolar. Fuimos muchos los que en ese día atravesamos la puerta, pero menos los que llegamos hasta el final.

La trama del Seminario, su organigrama, giraba toda ella, como no podía ser de otra manera, en torno al acontecimiento por exce-lencia que le daba su razón de ser: la ordenación sacerdotal, que en

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los primeros cursos alumbraba como lucecita imperceptible en una noche oscura, pero que, con el paso del tiempo, se iba agigantando hasta convertirse en sol esplendoroso que inundaba todo con su luz.

La formación seminarística, en mis tiempos, descansaba, a mi modo de ver, en dos grandes pilares: Vida de piedad, es decir, la oración, y el trabajo, o sea, formación humana y académica y todo ello entretejido en una disciplina exigente. Algunos, irónicamente, la califican de “formación bujandiana” por aquello de que el rector se llamaba don Fernando Bujanda. Después de tantos años transcurri-dos, agradezco esa formación de tanta ayuda a lo largo de mi minis-terio: la oración para un sacerdote es su atmósfera vital, como el aire para que el pájaro pueda volar, tanto la oración con la comunidad, imprescindible, que tiene su epicentro en la celebración de la Euca-ristía, como la personal, el diálogo íntimo con quien sabemos nos

ama. Santa Teresa, maestra y doctora, así lo decía: “Sin este cimiento fuerte (oración) todo edificio va falso”. Agradezco tam-bién el hábito del trabajo inculca-do, aunque a veces me quejara “de tanto estudio”: las cosas no salen solas, tampoco en la pasto-

ral y, además, si la fuente se queda sin agua, ¿qué puede dar? Hasta doy gracias por aquella dura disciplina que forjó mi voluntad para enfrentar tantos avatares y dificultades posteriores. No olvido que estrené mi sacerdocio en tiempos verdaderamente convulsos. Con-vulsos en la Iglesia posconciliar, -el Concilio Vaticano II acabó preci-samente además el año de mi ordenación-, por el oscurecimiento interesado en muchos ambientes de la “identidad sacerdotal”. Se intentó poner en solfa que el presbítero es imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote, lo que produjo una profunda crisis del sacerdote y trajo consigo mucho dolor en la Iglesia. Convulsos, también, socialmente por los intentos revolucionarios del mayo del 68 en Francia. Desde estas sencillas líneas recuerdo con agradeci-

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miento a aquellos venerables formadores que me dieron, sin duda, lo mejor de sí mismos.

Volvamos de nuevo a la mañana soleada de aquel 20 de mayo. La ceremonia de la ordenación, solemnísima, como lo eran entonces las celebraciones del Seminario: amigos sacer-dotes, seminaristas, familia-res llenaban la iglesia y la schola cantorum, con sus cantos, manteniendo el am-biente oracional propio del

momento. La profunda postración de los ordenandos bajo el bello y sugerente ábside de Arteta mientras se invocaba a los Santos , el canto del Veni Creator pidiendo un nuevo Pentecostés para los futu-ros sacerdotes, la llamada apremiante del Señor, a través del Obispo, entonces D. Abilio, para unirme a Él, Sacerdote y Pastor, me lleva-ban de emoción en emoción, -supongo que sentimientos semejantes sentirían mis compañeros, Pedro, Juan Antonio, Justo, José Eduardo, Jesús y Manolo, ya en la Casa del Padre.... Pude, no obstante, hacer un momento de calma en mi interior y pidiendo la protección de la Santísima Virgen, que la veía frente por frente, responder sin ruido de palabras: “Aquí estoy, Señor, porque me has llamado”.

Después... he sido cura de aldea, Grávalos, Villarroya, Turruncún, Pradillo, Almarza y Pinillos; coadjutor, en Rincón de Soto y párroco de Santiago de Calahorra. Superada aquella crisis del inicio en sus aspectos más radicales, re-cuerdo los años que siguieron, como una época de intensa actividad pastoral en la Dióce-sis. Por citar algunos ejemplos, la ilusión e interés de nuestros laicos en los diversos consejos parroquiales que se iban cre-ando. La “movida” con la con-

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siguiente formación que supuso la preparación del Sínodo diocesano. Las perspectivas ilusio-nadas de cara al futuro recogidas en las Consti-tuciones Sinodales. A nivel doméstico, además de la atención a las actividades comunes pa-rroquiales, se me va el pensamiento con ver-dadera nostalgia a lo que era la “niña bonita” de la parroquia: el club juvenil.

Últimamente, por razón del cargo asignado, he dejado la primera línea, pero no la pastoral. Más allá de lo jurídico, me encuentro con per-sonas en situaciones verdaderamente dolorosas que buscan afano-samente un resquicio de esperanza para rehacer su vida y a las que intento ayudar poniendo a su servicio mi leal saber y entender. He de confesar que, en el transcurso de los años de ministerio, he ido descubriendo que la pastoral más eficaz es aquella que fluye del corazón de pastor, es decir, querer. El sacerdote, según creo, debe tener el corazón en su comunidad. Con esta convicción, aunque, con cierto retraso, intenté superar esa especie de dictadura del pro-pio criterio a la que me aferraba en muchas ocasiones y que, a la

postre, haría sufrir a los feligreses. Pero, también, confieso que, a esta altura de mi vida, en la que siento ya el sol a la espalda, no caeré en la tenta-ción de llevar mi ministerio a examen, lo dejo al juicio de Dios que es infinitamente misericordio-so.

Acabo estas sencillas reflexiones dando gracias a Dios por estos cincuenta años de sacerdocio y manifestando que he sido feliz en este ministerio, que lo sigo siendo y, con la ayuda de Dios, espe-

ro, después de dar todavía bastante guerra, concluirlo, si cabe, sien-do más feliz.

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PEDRO CALVO SÁENZ DE INESTRILLAS En mis bodas de oro sacerdotales

Hoy lo primero que me sale del corazón es dar gracias al Señor que me amó y “me llamó para estar con Él” y “cu-rar a los oprimidos por el mal” La llamada de Jesús

“ven y sígueme” y la atenta escucha de sus palabras: “La mies es mucha y los obreros pocos” me condujeron a solicitar, en plena juventud, el sacramento del Orden. Desde el día de mi ordenación sacerdotal me he sentido “servidor de Cristo” y “administrador de los misterios de Dios”, como con-fiesa de sí mismo San Pablo. 1. Datos personales. Nací el Autol el 25 de septiembre de 1940. Fui el 4º de 5 hermanos (3 chicos y 2 chicas). Me bautizó D. Carlos Martí-nez y me confirmó el obispo D. Fidel García Martínez. Ingresé en el Semina-rio en vísperas de cumplir 13 años, el 15 de septiembre de 1953. Fui ordenado sacerdote por el obispo D. Abilio del Campo el 20 de mayo de 1965.

El deseo de “ser sacerdote” surgió en mi infancia. Ya en aque-llos años empecé a sentir más inclinación hacia unas “tareas” que a otras. Tenía un tío benedictino, misionero en Australia. Todos lo admirábamos En mi infancia y en el Seminario quería ser misionero como mi tío.

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También sentía interés por “los pobres”, porque el Señor había nacido en un pesebre. Me influían algunos hechos. Todos los años daba el aguinaldo a varios pobres del pueblo la víspera de Navidad, en

casa de mis abuelos. Por otro lado, mis padres ayudaban con do-nativos a las hermanitas de los pobres. Igualmente mi madre (a quien yo acompañaba) llevaba alimentos en las grandes fiestas, a una anciana de una familia que vivía en los barrios pobres del pueblo.

Los domingos, tras el Rosario, nos leían la “vida de Jesús”, (“El drama de Jesús”). Lo comprendía y me admiraba. En esos años ya era monaguillo y del aspirantado de Acción Católica (llamado más tarde Movimiento Junior). El amor a la “Virgen de Nieva” siempre estuvo presente en mi vida. Mi abuelo materno fue uno de los hombres que crearon la cofradía de la Virgen de Nieva, a principios del siglo XX. Me ense-ñaba a rezar y a cantar a nuestra Señora. En todas mis preocupa-ciones y problemas he acudido a María. También me confesaba todos los sábados y comulgaba los do-mingos, en la Misa mayor, donde lo pasaba bien. Tras la Misa teníamos la catequesis. En la escuela, los sábados rezábamos el Rosario. Y el maestro siempre me mandaba dirigirlo. Por último, y por ser lo más importante, el ambiente reli-gioso lo vivía en casa de mis padres y abuelos. En este am-biente nació y creció en mí el deseo de ser sacerdote.

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2. Mi historial de nombramientos ha sido el siguiente, por orden cronológico: Un año en el Villar de Enciso, atendiendo también a Poyales y Navalsaz Dos años en La Villa de Ocón, atendiendo a Los Molinos de Ocón, Pipaona, Aldealobos, Las Ruedas de Ocón y Oteruelo. Me eligie-ron para representar al arciprestazgo de El Redal en el primer Consejo Presbiteral que el Obispo D. Abilio del Campo creó tras el Concilio Vaticano II. Tres años en Santo Domingo de la Calzada, de Vicario parroquial. A continuación, dos años en Madrid, estudiando Teología Pastoral en el Instituto Superior de Pastoral. Fui enviado por el Obispo D. Abilio.

Desde septiembre de 1973 hasta septiembre de 1979, estuve 6 años de Delegado Episcopal de Juventud, Vicedirector del Secreta-riado de Catequesis, Consiliario Diocesa-no del Movimiento Junior y Adscrito a la parroquia de Santiago El Real de Logro-ño. A la vez, durante estos años, fui miembro del equipo de gobierno dioce-sano con el Obispo D. Francisco Álvarez, que renovó la administración diocesana en varios aspectos. En 1979, fui nombra-do primer párroco de la parroquia El Buen Pastor, con el encargo de construir el templo parroquial. Un recuerdo espe-cial a un amigo, D. Javier Velasco Yere-gui (RIP), que falleció siendo Vicario General y que este año hubiera cumpli-do sus bodas de plata sacerdotales. Perteneció al grupo de jóvenes del Buen Pastor antes de su entrada en el Seminario.

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En 1985, D. Francisco me nombró Vicario Episcopal de Pastoral y del Consejo de Consultores. Desde septiembre de 1990 a septiembre de 1999, viví en el Semina-

rio, con los cargos de Formador del Semina-rio Mayor, Vice-rector y profesor; finalizan-do como Rector. A la vez hice Licenciatura de Teología –sección Práctica- en la Univer-sidad de Salamanca. Fui, igualmente, Secre-tario del Consejo Presbiteral (varios años) y primer secretario del Consejo Diocesano de Pastoral. De 1999 a 2002 serví a la iglesia diocesana como Secretario General del Sínodo Dioce-sano Desde enero de 2003 he sido párroco de la

Sagrada Familia, y algunos años, Arcipreste de Logroño-Centro.

3. Itinerario en mi experiencia ministerial: De mi primera vivencia ministerial centrada casi exclusivamente en la liturgia y catequesis pasé, en poco tiempo, a la inquietud por llevar a cabo el Concilio Vaticano II. Mis tres primeros años de presbítero estudié cuanto pude las Constitucio-nes y algunos Decretos del Concilio. Los años siguientes fueron de una actividad y tra-bajo pastoral intenso, ya que toda la diócesis, especialmente los Obispos y sacerdotes, inten-tamos aplicar cuanto antes el Concilio a la realidad.

Todos nos encontramos con grandes dificultades. La situación era muy difícil. Así consta en “el estudio socio religioso de la dió-cesis de Calahorra” realizado el año 1970, como preparación para la asamblea conjunta de Obispos y Sacerdotes, celebrada en 1971.

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Cito algunas conclusiones que la “Oficina General de Estadística y Sociología Religiosa de la Iglesia en España” de la CEE presentó al Sr.

obispo Don Abilio: En la diócesis falta una pasto-

ral de conjunto seria y con visión amplia. Es deficitario el desarrollo co-

munitario en los cristianos de ba-se. Más aún, en su fe cristiana se

dan rupturas e insuficiencias. Muchos seglares desean asumir su mayoría de edad y su res-

ponsabilidad propia en la Iglesia. La situación del clero diocesano es muy tensa. Diferentes

mentalidades, grupos cerrados sin dialogo mutuo, relaciones problemáticas, divergencias de opinión y actuación ante los cambios de la Iglesia y sociedad.

Tensiones espirituales y existenciales. Todos se sienten criticados por los otros. En consecuencia mu-

chos viven sin integrarse en un grupo. Entre las inquietudes del clero se encuentran el estudio, los

encuentros de trabajo, y la experimentación de nuevos métodos pastorales y sociales.

Estimaban los autores de la encuesta que la edad biológica y la preparación cultural incidían en las disposiciones teóricas y prácticas del clero. Y tras definir las características de cada edad concluyen: “Por todas estas razones la tensión que existe en la diócesis entre el clero más progresivo y más fisista, así como la tensión entre los fieles y su propio clero es explicable. Las repercusiones de esta situación son de enorme trascendencia… Las tensiones del clero proyectan su problemática al pueblo.” Y finalizaban con esta contundencia: “ Si en todas partes es nece-saria la caridad y el diálogo dentro del pluralismo de las menta-

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lidades en los sacerdotes, en la Rioja es de primera y urgente necesidad”.

Tras este diagnóstico sobre la diócesis, tuvimos que rezar, re-flexionar y trabajar. Es el momento de felicitar a la mayoría del clero diocesano de aquellos años. Se centró en el trabajo minis-terial participando activa y críticamente en la renovación espiri-tual y pastoral diocesana dirigida por el obispo Don Francisco Álvarez. Por mi parte participé en todas las acciones diocesanas que voy a enumerar, coordiné algunas de ellas y dirigí otras que me encomendaron. Confieso que siempre, entre luces y sombras, he sentido que Dios me ha confiado la misión de vivir la “reconci-liación”. Dios que nos ama a todos me ha hecho sentir y gozar del ministerio presbiteral. A lo largo de mi vida he comprobado que “el Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido, me ha enviado para anunciar la salvación”. El Espíritu Santo me ha ayudado y me ha animado a ser “compañero” y amigo de todos. Creo que, por haber trabajado tantos años a nivel de “curia diocesana”, es bue-no que lo confiese, ya que dichos cargos, con frecuencia, son una cruz. A los que se sientan ofendidos por mis actuaciones, les pido perdón Enumero algunos hechos de estos años:

4. En el periodo de 1973 a 1990 se realizaron algunas acciones importantes en la pastoral diocesana. Cito aquellas en las que estuve más involucrado. Don Francisco Álvarez era el Obispo dio-cesano.

4.1. Nuevo sentido de Parroquia. En toda la diócesis trabajábamos para desarrollar una pastoral parroquial acor-de con el Evangelio, con la iglesia conciliar y con la socie-dad que nos tocaba vivir. Sin cerrar a nadie las puertas. Camino de Valvanera

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Escuchando a todos. Abiertos a toda colaboración y participando en las diversas tareas. Durante 3 años todos los sacerdotes de Logroño, a principio y final de curso, tuvimos encuentros de trabajo para unificar criterios en pastoral sacramental, pastoral familiar, pastoral de juventud, pasto-ral de caridad. En un primer tiempo nos reuníamos todos los párro-cos. A continuación, todos los sacerdotes. Y, finalmente sacerdotes y seglares. Lo mismo ocurría en la diócesis con encuentros y asamble-as de parroquias y arciprestazgos. El Sr. Obispo aprobó en ese tiem-po el Directorio Diocesano de Pastoral Sacramental.

4.2. Pastoral de conjunto o de comunión. Los campos que se atendieron fueron, entre otros:

- La formación permanente del clero: se organizaron dos cursillos generales: de “Pastoral evangelizadora” y de “parroquia evangeliza-dora”. Las charlas y comentarios fueron dirigidas por las mismas personas que habían dado esos cursillos a nivel nacional. Asistió a ambos cursillos casi todo el clero diocesano, mañana y tarde, du-rante tres días, en el seminario diocesano.

- 80 sacerdotes, durante un año, estudiaron con mucho entu-siasmo y elaboraron con esfuerzo atinados resúmenes de los mate-riales presentados por el CENIEC, dirigidos a la formación de cate-quistas.

- Primeros cursillos para los que tenían interés por la educación de niños y jóvenes en el tiempo libre, dando títulos de monitores y directores de campamentos.

- Creación de la casa de convivencias de El Ra-sillo y primeros campa-mentos del movimiento Junior, del movimiento Scout, de varias parro-quias y de colegios de religiosos y religiosas.

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- Encuentro para el estudio y evaluación de los medios de comu-nicación social (medios audiovisuales, que tanto se utilizaron duran-te varios años).

- Otro encuentro de 42 sacerdotes para la vivencia de la dinámica de grupos, dirigido por el equipo de la comisión del clero, de la CEE.

- 2 cursillos sobre “el quehacer eclesial”, por dirigentes de la HOAC.

- Cursillos, durante dos años, sobre el arciprestazgo, el arcipreste y los delegados diocesanos. Dirigidos por un equipo de la región del Duero.

- Encuentro-cursillo para la pastoral rural, preparado por sacer-dotes de pueblos pequeños. De nuevo un recuerdo a otro amigo sacerdote, D. Manuel Hernáez Urraca, párroco de Tricio (RIP) que este año cumplía sus bodas de oro sacerdotales y que participó en esta acción.

- Encuentros-cursillos de pastoral juvenil, de pastoral familiar, de Acción Católica General y de movimientos especializados, especialmente el Junior.

- Acciones realizadas du-rante algunos años por gru-pos de sacerdotes y laicos juntos: Dos Asambleas Sacerdotales. Sirvieron para unificar al clero

(unidad en la diversidad) en la organización diocesana de accio-nes pastorales, nombramientos, economía, etc. Y se dieron in-formes interesantes sobre la situación diocesana de aquel mo-mento. Para la mayoría del clero eran necesarias las Asambleas. Una minoría no las veía bien. Para mí fueron como una especie de Sínodo. Pero pienso que fuimos muy idealistas en algunas mate-rias que era imposible cumplir. Actualmente celebramos “en-cuentros sacerdotales” que son positivos, pero muy distintos de las “asambleas”.

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Encuentros diocesanos anuales: de jóvenes (600 en Santo Do-mingo de la Calzada), del Movi-miento Junior (600 en San Millán de la Cogolla), de catequistas, del Movimiento Scout, de la JOC, HOAC, etc.

Equipo de Sacerdotes para dar convivencias espirituales en Ins-titutos y en Colegios de religiosos/as. Esta acción se hizo en 3 años. Algunos pertenecían a los equipos de revisión de vida que había entonces. - Retos concretos a los que se hizo frente:

Proyecto Hombre, contra la droga. Primeros pasos de Chavicar en Logroño. Casa de acogida de niños y jóvenes por sacerdotes de la pa-

rroquia de Autol. Creación en la diócesis de un fondo económico propuesto

por el Sr. Obispo para ayudas a parados. Atención y ayuda a obreros encerrados en algunas parro-

quias, tras el cierre de dos fábricas de Logroño. Entrevista de 3 sacerdotes de Logroño con un gran empresa-

rio de la ciudad que cerró la fábrica. Fueron enviados por los mismos parados y por el clero de Logroño.

Carta firmada por 40 sacerdotes, dirigida al Sr. Obispo D. Abi-lio, al Gobernador y al Alcalde de Logroño con motivo de las mul-tas a sacerdotes, por sus homilías o por su detención en comisar-ía. Se explicaba en la carta la doctrina social de la Iglesia en algu-nos puntos que no eran aceptados por la política existente en aquellos momentos.

5. Julio de 2002: Cambio en mi vida y ministerio sacerdotal. Tras los años pasados en el Seminario y tras la celebración del Sínodo, el 16 de julio de 2002 tuve un accidente en la “nueva” casa de

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convivencias del Rasillo. Debido a ello, poco a poco se han ido mermando mis fuerzas y aumentando los dolores físicos y psíqui-cos. Llevo 12 años en la Sagrada Familia. Este año me jubilo de párro-co. Estos 12 años, junto al trabajo ministerial, he vivido momen-tos de aflicción espiritual seguidos de júbilo vital. He tenido la experiencia de sentir cómo se pasa una situación de angustia y de dolor físico y psíquico vivida en la fe. He visto cómo la oración adaptada a la búsqueda del Dios vivo y señor de la vida me ha ayudado a superar las dificultades que he tenido hasta ahora. Suelo rezar y cantar con frecuencia: “Señor, grano de trigo soy. Sembrado y trillado en tus eras. Señor, cuando quieras me puedes moler, que yo quiero ser polvillo de harina que forma tus hostias de amor. Señor, que te espero. Envía la rueda dolor. Señor, Señor aquí estoy. Señor, aquí estoy, aquí estoy”.

Por último, me identifico con San Pablo cuando escribe a Timo-teo: “He combatido el buen combate (evangelizar) he concluido mi carrera, he guardado la fe. Solo me queda recibir la corona de salvación, que aquel día me dará el Señor…” (2Timoteo 4,7-8). ¡Felicidades a los compañeros de las bodas de oro y a todos los sacerdotes en compañía de nuestro Obispo Don Juan José! San Juan de Ávila, además de nuestro modelo de vida, es nuestro gran protector. Sigamos su enseñanza e imitemos su vida.

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JUAN ANTONIO GARCÍA CERVINO

“…al servicio del pueblo de Dios” 1.- Familia e infancia.

Nací en Anguiano un 31 de octubre de 1940. Por fin mi madre traía un varón a la familia. Venía precedido de tres mujeres. Después, todavía nacería otra, la que estaba llamada a ser, según le decía el cura del pueblo, ama de cura o reina de España.

Mi infancia… muy feliz. Pobreza en casa… mucha, pero eso lo sabían mis padres, yo no me enteraba. Crecí muy mimado y consentido. Nunca me faltó cariño.

Pronto entré de monaguillo con Don José González, el primer cura que conocí. Era de Cervera. También él era de familia pobre. Tal vez por eso nos quería de un modo especial. Murió muy pronto. Está enterrado en An-guiano. No puedo olvidarlo. Recuerdo que muy pronto empecé a hacer altares por la casa y jugar a vestirme de cura y decir misas. Me gustaba la iglesia. Me considero hijo de las hijas de la caridad, pues con ellas aprendí mis primeras letras.

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2.- Seminario. Nunca soñé entrar en el seminario. Fue Sor Natividad, mi maestra, -hoy la llamo madre- la que me

preguntó un día si me importaría ir para paúl. Ella y Don José sa-ben lo que lucharon con mis padres, no porque a mis padres no les gustara la idea, sino porque no se podían permitir mandar un hijo a estudiar. Yo dejé hacer y de pron-to… que sí, que paúl no, que mejor cura. Y bajé al seminario.

Fui muy feliz en el seminario. Todo iba bien, demasiado bien, en todos los sentidos. Estoy muy agradecido al Semi-nario. Pero al final, no sé cómo ni por qué, entré en una noche oscura. Ya el concilio estaba revolucionando muchas de mis ideas. El sacerdocio empecé a verlo como una casta. Además yo no podía ser cura porque “me gustaba” serlo. Necesitaba “sentir” que era Dios quien me llamaba para cura. Recuerdo mis diálogos con el P. Espiritual. Sólo cuando me dijo: “bajo mi responsabilidad te digo que te llama Dios”, acepté dar el paso. De

repente encontré una gran paz. Alguna vez me ha venido bien po-der decir al Señor: “¡Señor, que yo no te pedí ser cura…!”. Aun-que en el fondo no quería otra cosa.

Estaba ya terminan-do el Vaticano II y se

abría la puerta a una iglesia “nueva”. Con nosotros empezaba la

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“auténtica iglesia”, la de Jesús, la de los pobres. Cayó en mis ma-nos “Un cura comunista”, de Martín Vigil y lo devoré. Aquello re-volucionó todavía más mi vida. ¿Dónde quedaba aquel seminaris-ta que yo fui?

Recuerdo que cuando terminé de leer la novela, le escribí a Don Ignacio de Oriol, comentando mis sentimientos. Don Ignacio había costeado mi beca del seminario. No me contestó. Imagino lo que tuvo que pensar de este pequeño “monstruo”, a cuya for-mación él había colaborado tan generosamente. Él era profun-damente religioso, con misa diaria en su “Cerro del Coto”. Dios le bendijo con 9 hijos. Una carmelita, cuatro sacerdotes, una consa-grada en los Legionarios, una “a su aire”, que pasó una tempora-da en África y ha fundado un monasterio benedictino en Rabanal del Camino. Dos se casaron y el último, Mauricio, un síndrome de Down maravilloso, que ha revolucionado a toda la familia. 3.- Ministerio recorrido

Primer destino: Alfaro. En Alfaro estrené mi sacerdocio. Coadjutor en la parroquia del

Burgo. Todos los domingos acompañaba a “los cantines” a las cuevas

a visitar y llevar cosas a los pobres. ¡Cuánto aprendí con ellos! Me confiaron también la adoración nocturna y la Hoac. Trabajé con Honorio Cadarso. Todo un lujo. Pero con el párroco no empecé bien.

El día de los difuntos me llamó, me dio un bonete y empezaron los responsos. Yo recogía las limosnas. Sólo recogí una, pues dejé el bonete en el banco de la iglesia y me fui.

Segundo destino: “obispo” del valle del Jubera. Un día me llega una carta del Obispado, escrita con mucho ca-

riño, nombrándome para el próximo curso: párroco de Ventas Blancas, Jubera, Robres del Castillo, San Vicente de Robres, San Martín de Jubera, Oliván, Valtrujal, Buzarra, Dehesillas y Santa

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Marina. Algunos me compadecieron. Para mi resultó el mejor regalo que recibía de mi Obispo.

Aquella felicidad no la había conocido nunca. Imposible estar peor humanamente y a la vez tan feliz. En Ventas nunca había habido cura, lo hacía el de Lagunilla. No había casa parroquial. Alquilé una casita pequeña que había sido barbería. No tenía ni wáter ni cuadra, pero era igual. Mi familia, en su pobreza, me ayudó a comprar una moto para poder atender a los pueblos. Siete no tenían carre-tera. En dos no vivía ya nadie.

Allí se me ofreció ir de misionero a Malawi con José Arellano. El proyecto, no sé por qué, se rompió. Pero el veneno del África entró en mi vida y con-tra ese veneno no he encontrado todavía medicina.

Tercer destino: Sotés. Lo de Sotés fue más fuerte. En lo más profundo, me sigo sin-

tiendo cura de Sotés. Sotés era una parroquia muy trabajada por Don Julio Chicote, un cura de Ars al que no quise imitar, pero siempre le admiré. A las siete de la mañana tocaba la campana y todos sabían que el cura ya estaba en la Iglesia.

Yo me acostaba algunos días a las tres. La misa era por la tarde. Era el concilio, era otra iglesia, era otra forma de acercarse a la gente, de estar con ellos.

Estando en Sotés conocí a los PP Camilos. De lo mejor que he conocido en mi vida. Estuve varios años de profesor en el semina-rio que tenían en Navarrete. Cuando me encuentro con José Car-los Bermejo y me dice “mi profe”, creo en los milagros.

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Cuarto destino: Logroño. Primero Yagüe con Rafa Ojeda. ¡Qué experiencia! Rafa se con-

virtió en mi cura de referencia. Consiguió que el Barrio me quisie-ra, me dejó sólo varios meses. Pero sustituirle no era para mí.

Después de un año “de noviciado” con Rafa, me mandaron a San Antonio de Padua para sustituir a Don Matías Sáez de Ocáriz. Le costó mucho dejar la parroquia. Nunca la volvió a pisar. Con la parroquia recibía también la capellanía de los HH Fossores. La compartí con Juan Antonio Sáenz hasta que murió. La eucarist-ía y el desayunar con ellos todos los días me hace mucho bien. Cuando murió Don Luis, las MM Agustinas, -hay una de Sotés-, no

descansaron hasta conseguir que el Obispo me nombrara su capellán. Llevo ya 25 años con ellas. Todos los días, ex-cepto los domingos que sube Ángel Navas, a las 7 de la mañana celebramos la euca-ristía. Es mi momento de cielo de cada día. No lo cam-bio por nada. Cuanto me han

ayudado sus oraciones y cariño.

Y de pronto lo que menos podía esperar: Profesor en los Insti-tutos Hermanos D’Elhuyar y Sagasta. Me llamó un día Don Servando y me pidió echar una mano como profesor de religión. Me costó aceptar. Pensé que era para un año y al año siguiente me resistí a volver. La experiencia había sido como para no volver. Dos Institutos, 19 clases, -nadie tenía más de 15-, horario imposible: mañana, tarde y noche. Había clases que terminaba en una hora y a esa misma hora debía empezar en el otro Instituto.

A mis compañeros les daba igual. Pero me fui haciendo poco a poco.

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El sueldo que cobraba me parecía excesivo. Mi libreta, que siempre había estado magra, empezó a engordar. Aquello me quitaba la paz. Pedí al ecónomo de la diócesis que fuera cotitular de mi cuenta. Aceptó. La verdad que encontré pronto la forma de que no engordara mucho. Empezaron mis via-jes al África, visité Burundi, Benín, To-go, Zimbabwe… Llegué a convencer-me de que las clases de religión valían la pena.

Pronto cambiaron las cosas, había menos alumnos y era más complicado conseguir horario a dedicación plena. Fue entonces cuando un día, en Valvanera, el Sr Obispo me dice que quiere hablar conmigo.

Fui a verlo y sus primeras palabras fueron: -“He pensado que, por el bien de la Iglesia, debes dejar el Sagasta”.

Sigo sin entender el sentido de esa frase. Le pedí alguna expli-cación. No me dio ninguna. Sin duda la tendría, pues mi relación con él siempre fue buena. Yo me defendía diciendo que cuando sobraban clases me las echaban a mí y ahora que faltan me quie-ren echar a mí. Además yo era el más antiguo en el Sagasta. Aun-que mi verdadero argumento era que sin las clases se acababan mis viajes a las misiones.

Pasé unos días muy mal. Lloré mucho, recé mucho y, de repen-te, me llené de paz. Volví al Sr Obispo a decirle que bien, pero que a cambio me diera esta satisfacción: que encontrara la forma de que ningún cura por nombramiento del Obispo ganara tres veces más que un cura de parroquia.

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El no esperaba esto y me habló de chantaje. Yo me derrumbé, le dije que no aceptaba dejar las clases y le entregué las llaves de la Parroquia. El me las cogió. Seguimos hablando, pero ya era como un diálogo de sordos. Sin embargo… al despedirme, me devolvió las llaves de la Parro-quia. Hoy, le doy gracias porque, a pesar de todo, el Obispo siguió con-fiando en mí. El caso pasó al sindicato. Resultó muy fácil ganar. Me dieron una indemnización, pero, “por el bien de la Iglesia”, me quitaron del Sagasta. Hasta entonces habían convivido en mi vida el hombre pecador y el sacerdote “limpio”, -eso creía yo-, siempre al servicio de la iglesia, mandara lo que mandara. Desde aquel día ya nunca me sentí el mismo.

Y aquí sigo… 34 años ya, sirviendo a la parroquia, a los Fosso-res y a las Agustinas, echando raíces junto al Ebro, en el “transti-ber”, que digo yo.

Y termino, porque si empiezo a hablar del barrio y de su Parro-quia, de su historia y de mis experiencias, llenaría un libro. Pido y espero que, cuanto antes, llegue por aquí otro cura, que se meta de lleno en el Campillo. Yo, en mi retiro, seré muy feliz, si aún puedo ver que los sueños de Don Matías siguen adelante y que no me equivocaba, cuando de-cía que tenía la mejor parroquia de Logroño, en la mejor zona de Lo-groño y con la mejor gente de Logroño. Una parroquia de pueblo en la ciudad. Y lo sigo pensando.

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Al cumplir mis 50 años de ministerio, doy gracias a Dios por tanta gracia como he recibido a lo largo de toda mi vida, pero sobre todo, porque lleno de paz, hoy puedo decir:

“Gracias, Señor, porque al final, todo resultó para bien”.

Me ha costado mucho escribir estas cosas. Pero después de escribirlas, no sé por qué, tal vez porque no quería escribirlas, me encuentro mejor.

JUSTO GARCÍA TURZA

Impresiones ante un aniversario

Más que impresiones, quiero hacer una lista de agradecimientos. A mis pa-dres, un modesto Guardia Civil y su es-

posa, que tuvieron que hacer verdaderos equilibrios para sa-carnos adelante a los tres mayo-res, Claudio, compañero tam-bién del Seminario, y Avelina, la mayor de todos.

Pasado un tiempo, vinie-ron otros dos. A todos nos dieron una salida más que airosa, en formación y estilo de vida. Su ejemplo y cariño, lo mejor que me ha sucedido nunca.

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Agradecimiento a mis maestros, de Matute y de El Villar de Arnedo. ¡Qué lecciones tan formidables nos dieron, sobre todo en aquellas excursiones por el campo en las que aprendimos a amar y respetar la naturaleza! Y los profesores del Seminario, que – con sus muchos aciertos y pequeños erro-res – nos marcaron un estilo y un ta-lante de vida que a mí, personalmen-te, me han hecho mucho bien. La criba de los años ha conseguido que aque-

llos doce años sean para mí, creo que también para mis compañe-ros, una fuente de estupendos recuerdos, que en nuestros en-cuentros celebramos gozosamente. Gracias a mis compañeros. Cada uno de los que se ordenaron conmigo ha dejado en mí una huella enriquecedora, a la hora de encarar las diversas formas de la actividad pastoral que al final y a la postre, nos ha unido a todos pese a las pequeñas divergencias.

Aquí incluyo también a los mu-chos curas que he tratado y que me han dado siempre un testi-monio de amor a la Iglesia y a la dió-cesis, un

auténtico estímulo. De manera especial quiero recordar a los compañeros forma-dores del Seminario, del tiempo en que yo también fui formador: aprendí de ellos y de los seminaristas lo que es la fraternidad y el echar una mano al que lo necesita.

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No quiero que falte a este agra-decimiento mío el bien que me han hecho los tres obispos de los que he sido colaborador. Don Francisco me mostró lo que es el orden y el aprovechamiento del tiempo; de don Ramón aprendí a relativizar las cosas, y don Juan José me enseña todos los días lo que es el interés por los sacerdo-tes, sumar siempre y no restar o dividir nunca, y poner siempre buena cara. A las gentes de los pueblitos que he atendido agradezco la colabo-ración que me han prestado, así como la paciencia que han tenido conmigo. Termino, y lo hago con todo el corazón, dando gracias a Dios porque he vivido una vida que si la volviera a repetir me gustar-

ía que fuera igual. He sido feliz y nunca, gracias a Él, he pasado momentos espe-cialmente dificultosos, entre otras razones porque nunca me he metido en enredos innecesarios.

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ALFONSO MORALES DE SETIÉN RUBIO

Nací el 7 de setiembre de 1939 en Arnedo. Soy el mayor de 5 hermanos. Mi padre era farmacéutico. Cuando yo tenía 7 años nos trasladamos a vivir a Logroño. Mis padres estaban comprometidos con la parroquia y con Acción Católica. Con ese ambiente fue algo natu-

ral que yo, a los 12 años, entrara en el Seminario de Logroño, donde estuve los cinco años de semi-nario menor. En 1956 fue a la Universidad Pontificia de Comi-llas (Cantabria), en la que estu-ve 8 años estudiando Filosofía y Teología. El curso 1964-1965 lo pasé en el Instituto Pastoral de

la Universidad Pontificia de Salamanca con sede en Madrid.

El 27 de junio de 1965 me ordené de sacerdote. Mi primer destino pastoral fue coadjutor de Rincón de Soto (1965-1967).

De 1967 a 1970: párroco de Ortigosa de Cameros.

El curso 1970-1971: estudiando en la Universidad Complutense de Madrid.

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En setiembre de 1971 vine definitivamente a Logroño con el nombramiento de coadjutor de San Pablo, que nacía entonces de

la parroquia de Santa Teresita que era demasiado grande. Diez años estuvimos Carmelo Martínez como párroco y yo como coadjutor con gestiones, proyecto y construcción, pero atendiendo a la vez pastoral-mente la zona de la nueva

parroquia de San Pablo desde Santa Teresita. Por fin en 1981 nos trasladamos a San Pablo, donde todavía se estaba terminando la construcción del templo. Lo provisional (atender pastoralmente San Pablo desde Santa Teresita) había durado diez años. Lo que parecía iba a ser definitivo (atender a San Pablo, estando en San Pablo) duró dos años.

El verano de 1983 el obispo D. Francisco quiso que fuera al Seminario como formador y profesor. En 1985 dejé de ser forma-dor del Seminario, aunque seguí como profesor hasta que los po-cos seminaristas que quedaban en el Seminario de Logroño se trasladaron a Burgos.

En 1985 volví a Santa Te-resita, esta vez sí como co-adjutor de Santa Teresita, donde he estado otros 25 años. Además de las activi-dades diversas de una pa-rroquia, creo que una cosa importante fue el grupo de jóvenes, que, en los buenos

tiempos llegó a ser muy numeroso. Teníamos reunión semanal, convivencias, campamentos, colonias de verano, Pascuas juveni-les…

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Muchos me han di-cho después que lo que vivieron aquellos años ha dejado una huella importante en sus vi-das. También, a través de ellos, hubo relación con bastantes familias. Hoy sigo manteniendo la relación con muchos de ellos.

Desde 1971 que llegué a Logroño, he compaginado mi labor

pastoral con la de profesor en diversos colegios, sucesiva o si-multáneamente: Los Boscos, COU Valvanera, Escolapios, Agusti-nas, Compañía de María… y los últimos años otra vez en Agusti-nas, donde me jubilé de profesor al cumplir 69 años. En Agusti-nas, además de profesor, he sido y sigo siendo capellán de la Co-munidad de Religiosas y del Colegio.

En 2010 fui nombrado párroco de La Inmaculada.

En todos los sitios donde he estado, he aprendido mu-cho de la gente y me he sentido muy bien acogido y que-rido. En resumen: “He sido feliz”.

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JOSÉ EDUARDO MOZÚN RUIZ-NAVARRO

“Medio siglo por esos pueblos de Dios”. En mi partida de Bautismo figura como lugar de nacimiento Alberite. ¿Mi infancia?...La hubie-

ran descrito mejor los “míos”, pero la mayor parte están en la Eterni-dad. A mi madre siempre la conocí delicada de sa-lud. Murió hace cuarenta y cinco años, el día de la Navidad. Mi padre, después de once años hemipléjico sin poder pronun-ciar ni una palabra, murió hace veintiséis años, el día dos de diciembre.

Mi hermana, aquejada de alzhéimer desde hace diez años, aten-dida escrupulosamente por su marido e hijos en Barcelona. Y mi hermano, con toda su familia en Logroño. Bien ¡a Dios Gracias!. La familia. Sólo tengo agradecimiento para ella. ¡Cómo explicaros mis sentimientos! Me siento gozoso de ella. Para mí, fue la mani-festación de… vamos a llamarle ...“Llamada”.

MINISTERIO: Etapas de mí recorrido por esos pueblos de Dios. Ilusiones. Como diría el poeta Campoamor: “Como un almendro florido has de ser en tus dolores, si un duro golpe recibes, suelta una lluvia de flores”. Primeras experiencias de ve-rano en San Román de Came-ros. Estreno de proyectos,

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convivencia inolvidable, aunque muy corta…

- Primer nombramiento oficial. Horni-llos, Torremuña y Valdeosera. En aquellos momentos sin carretera los tres pueblos. Como decían unos ami-gos que solían acompañarme en fines de semana, la luz eléctrica la repartían a cazos, como la sopa. Como todos los inicios, estas experiencias se grababan en “tabula rasa”. Inolvidables. Después de un verano de colonias de

niños en Motril (Granada), llegó el nombramiento de Santurdejo, Pazuengos y Óllora. Fueron tres años muy felices. Llenos de acti-vidades y de sueños. Cursillos de Cristiandad en pleno auge; clu-bes para jóvenes y casados; ejercicios espirituales, colonias vera-niegas en Santurde. ¡¡Colosal!!.....Ahí Lo dejamos.

- Haro y Villalba de Rioja. Mención especial merece mi relación con el Monasterio de Herrera de los PP Camaldulenses. ¡Qué ex-periencia! Fui nombrado “confesor extraordina-rio “de los monjes. ¿Se lo imaginan?. Desde aquellos maravillosos años he conservado una estrecha amistad con el monasterio. Tanto es así, que desde estas líneas os invito a todos los hombres que quieran (recalco lo de “hombres” porque es Clausura Papal) a visitar el monasterio y compartir un retiro con esta maravi-llosa gente.

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¡Qué tiempos, Dios Mío! ¡Tanto en Haro como en Villal-ba!..Inolvidables y familiares. En-trañables. ¡No sé expresarlo me-jor!...Podría decir… ¡¡¡Inefables!!!

En la segunda fase del nombra-miento, me retiraron de Haro y me incluyeron el barrio de San Felices, alternándolo con estudios en la Universidad de Navarra. Mi más sincero agradecimiento para todas aquellas personas que me ayuda-ron tan eficazmente. ¡Qué Dios os Bendiga!. - Nájera. Instituto Politécnico y Parroquia de la Inmaculada. En-cuentro con antiguos amigos que hicieron que mi labor fuera muy agradable. Desde aquí les doy las gracias más efusivas. Este capítulo fue muy breve debido a la enfermedad de mi padre, que precipitó el cambio. - Logroño. Parroquia de Sta. Teresita. Dos años maravillosos. De ahí al Cortijo, dónde estuve once años más. De ellos guardo

recuerdos permanentes, entrelazados, que acabaron con la muerte de mi pa-dre. Me vais a permitir que exprese mi agradecimiento, una vez más, a la resi-dencia de las HH de la Santa Cruz. Por mucho que lo diga, las palabras se me quedan cortas para expresarles todo mi agradecimiento… La actividad de estas dos parroquias la compartí con mi nombramiento en el I.N.E. Hermanos D’Elhuyar. ¡Veintisiete años de convivencia que marcaron posi-tivamente toda mi vida!

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Definitivamente ésta ha sido la etapa más especial de mi vida. ¿Cómo resumir en cuatro líneas lo que tan intensamente viví du-rante estos años?: clases, exposiciones, viajes… de todo. Mil ex-periencias compartidas con jóvenes de edades comprendidas en-tre los doce y los dieciocho años. Hubo unos años mejores que otros, pero de los que no quito ninguno. Es más, quiero desde aquí invitarlos a todos, ya que son ellos los mejores intérpretes de todas las actividades que llevamos a cabo en esas casi tres déca-das. Mención aparte merecen los Viajes de ESTUDIO y lo pongo con mayúsculas, porque lo fueron. Miles y miles de chavales son los que pueden atestiguarlo. Una Puerta abierta a Europa, a amis-tades, predicaciones, exposiciones, convivencias, riqueza inefable. Siembra de comunicación, sacramentos... Familias con las que mantengo una gran amistad. Montones de actividades incansa-bles que dieron paso a otro tipo de convivencias. Esta vez con padres, que fueron ampliando el ámbito de Europa a Israel, Egipto – Sinaí, Siria, Jordania, Turquía… con el salto al Nuevo Mudo. USA y Canadá, en el hemisferio norte; Argentina, Uruguay y Brasil, en el cono sur.

Una anécdota de D. Pedro Trevijano podría compendiar estas convivencias, como nos gustaba llamar-las: “Vamos de viaje con cien chavales. Pregunta.- ¿Cuán-tos responsables? Respuesta sin dejar lugar a dudas.

¿Responsables…? Ninguno. Dos Irres-

ponsables y cien chavales.”

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Veis como tengo que dejar a los puntos suspensivos ciertas ex-plicaciones. Buenos, a los puntos suspensivos vestidos de Ángeles de la Guarda, a los que nos encomendábamos en cada una de nuestras actividades. Ellos son los mejores testigos.

- ¡¡¡Etapa de jubilado!!! Vamos a llamarle así porque en la vida, entre noche y día, no hay pared. Alesón y Manjarrés, corta pero muy sabrosa. Volver a compartir con un compañero-amigo de los años de estudiante: Manuel Hernáez. Mi oración más sincera. Él lo sabe. - Ribafrecha, lugar de mis ancestros y Leza. Lo podría resumir como GRATOS RECUERDOS. En estos años vi resentirse mi capaci-dad con la enfermedad de mi hermana. Hoy aprovecho para agradecerles a todos los que me han ayudado. ¡Gracias!

- Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Siempre hay excepciones. Segunda etapa en Santurdejo, Pazuengos y Santur-de, junto a los HH Menesianos, a los que conocí durante mi pri-mera etapa cuando estaban en construcción del colegio. Con ellos tuve la gran suerte de compartir inquietudes vocacionales, actividades deportivas, y, por supuesto, una gran amistad.

- Hoy, completando este medio siglo de recorrido por esos ca-minos de Dios, me encuentro con la mano tendida en la Parroquia de San José Obrero.

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TOMÁS RAMÍREZ PASCUAL

Bajo la mirada de la edad

Voy a cumplir 75 años y el día de san José celebré los cincuenta años de mi ordena-ción presbiteral. Aún sin la obsesión por los años que se escapan como peces entre los dedos, me parece oportuna la invitación a reflexionar sobre

el pasado que queda depositado en la memoria de mi experiencia.

Nací en Albelda de Iregua y allá fue mi niñez muy gozosamente vivida con ocho hermanos que éramos y mis queridos padres. Transcurrió sin especiales circunstancias que quebraran la paz de mis juegos, lágrimas y trabajos infantiles hasta que cuando iba a cumplir los diez años se me ocurrió decir que quería ser cura ‘co-mo don Julián Matute’ el párroco de mi pueblo desde poco des-pués de mi nacimiento.

Lo cierto es que sin enterarme mucho aterricé en el Seminario en el mes de septiembre de la mano de mi primo Florencio Ramí-

rez que cursaba entonces su paso al estudio de la Teología. Y así pasaron largos años repeti-dos, apacibles, tranquilos. En conjunto fueron años vividos en una especie de segunda infan-cia. Sin adolescencia ni juven-tud real, pienso ahora. Siempre he dicho que allá no existían dos de las motivaciones que más conmueven y agitan al ser humano: ni la política ni el

Con mis hermanos Vicente y Jesús. Excursión escolar de Albelda

a La Fombera (foto) y al Seminario.

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sexo. No eran buenos ni malos: simplemente no existían. Me pre-senté en la juventud con un bagaje cultural aceptable sobre todo en los cinco primeros años de huma-nidades y con la inquietud de alcan-zar una formación mejor tras los años de filosofía, bastante inanes. Al final de aquellos años irrumpió en nuestras clases y en nuestras vidas un torbellino inesperado, don Manuel Trevijano, Manolo para todos, que alborotó nuestras inquietudes por el estudio y que en seis meses de ‘His-toria de la Filosofía’ nos abrió la men-te para los problemas y las preguntas, los planteamientos y la vida real. Eso me llevó a intentar estudiar en serio, marchando a Comillas como era muy habitual en aquel tiempo. Quisimos ir dos, Ángel Barrutieta y yo. Pero se nos denegó el permiso.

Yo no desistí, y volví a in-tentarlo el año siguiente, cuando ya cursábamos pri-mer año de teología. Parecía que todo iba bien: recibido el permiso de don Abilio y ad-mitida mi solicitud en Comi-llas. Pero justo el día de mar-char de vacaciones en junio, el mismo Obispo me vino al

encuentro para decirme ‘que aunque no entiendas los caminos del Señor ahora, un día verás que él sabe escribir con líneas torcidas’. No lo comprendí muy bien, o no quise admitirlo. (Posteriormente supe que aquella negativa se debía a la reacción de don Abilio tras la visita a sus seminaristas de Comillas de la que salió ‘escandali-

Excursión a Ezcaray. 1960.

Teatro en Filosofía. Verano de 1960

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zado y no admitiría ya enviar a nadie a dicha universidad’). Pero luego hube de darle la razón. El Colegio Español de san José de Roma abría sus puertas en un nuevo edificio y había que llenarlo. Y los obispos españoles responsables del Colegio hicieron el es-fuerzo de enviar a sus seminaristas allá. En ese lote y suerte caí yo. A mediados de agosto de aquel año, 1961, don Fernando Bu-janda me llamó para decirme en dos palabras, como solía él decir las cosas: “Si quieres puedes ir a estu-diar a Roma; el prelado te da su per-miso. Na’ más, hombre. Consúltalo con tu familia y me respondes ense-guida”. Lo consulté a mis padres y hermanos. Ellos aceptaron el reto de pagarme los estudios, lo cual supuso un esfuerzo añadido a una familia numerosa que vivía sobre la base de una agricultura y ganadería entonces suficiente a condición de un trabajo constante y duro de todos sus miem-bros. Nunca agradeceré bastante a mis padres y hermanos su generosidad.

Así llegó la primera y consciente gran transformación de mi vida. Era el año 1961. De repente me vi en un medio ambiente, una lengua, unos estudios y… una liber-tad que nunca sospeché ni que existían para mí. Asomarse a la RAI, televisión pública italiana, en el programa Tribuna Política, era contemplar la libertad política, los partidos, las disputas y en-frentamientos ¡el Partido Comunista!

Acudir a las celebraciones del Papa suponía verse inmerso en la más tridentina e imponente Iglesia de un pasado barroco en la liturgia, e inmóvil en la dogmática. La majestad de sus formas con las trompetas de plata, la silla gestatoria, los flambelos de plumas, los cardenales con sus capas de metros de cola acompañados de

Roma 1961. Recién llegado

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sus pajes… Contemplar sin embargo y escuchar las palabras del papa bueno Juan XXIII obligaba a pensar que algo nuevo se cernía sobre la Iglesia. Tuve la suerte de acudir a algunas de las salidas, que él inauguró, a parroquias y en las que dejaba hablar a su co-razón con una naturalidad…. que a veces L’Observatore Romano no recogía exactamente. Enseguida comprendí que no era esa la teología que comenzaba a imponerse en los círculos eclesiales que nos abrieron las puertas desde la Universidad Gregoriana, donde ya estábamos estudian-do.

Y no quedé menos sorprendido cuando comencé a visitar las obras de arte soñadas desde la Enciclopedia Salvat que tuvimos a nuestro alcance en la sala de recreo de nuestra comunidad de filosofía del seminario. Apenas llegué a Roma, alguien me dio un buen consejo que yo habría de repetir a muchos de mis futuros compañeros: “Si quieres conocer Roma en profundidad, has de hacerlo en el primer año de estancia; luego te acostumbras y lo dejas para más tarde… y nunca lo visitas”. Así fue cómo en mi primer año visitaba los Museos Vaticanos, guía en mano, todos los últimos domingos de mes (era gratis la entrada) y durante cua-tro horas me iba impregnando de sus tesoros. Nueve meses se-guidos. No me harté. Satisfice un deseo que hacía cuatro años había despertado en mí, y en mi hermano Jesús, nuestro hermano Melchor, estudiante entonces en Salamanca y Burgos, que duran-te una semana nos hizo conocer toda la historia del arte. Así me sucedió en Roma cuando me inscribí en los cuatro cursos de His-toria del Arte Cristiano, una asignatura opcional con el P.E. Kirschbaum SJ, el infatigable arqueólogo de la tumba de san Pe-dro. A todo ello debo mi inclinación al arte cristiano especialmente.

Y estudié teología. Mi primera sorpresa saltó cuando asistí a las primeras clases de teología: el tratado sobre la Iglesia con el P. Sullivan; algo que yo había estudiado con don Eduardo Fernández Bajos que explicaba admirablemente dicho tratado según el P.

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Salaverri. Mi sorpresa saltó con un planteamiento en el que el ’Pueblo de Dios’ llevaba el eje de la cuestión. No había yo oído hablar del ‘Pueblo de Dios’ en ese sentido. Poco después el Conci-lio lo aceptaría como concepto primordial para la Iglesia. El clima era efervescente en Roma, sobre todo en los ambientes de las universidades de estudios eclesiásticos. Crispación incluso por la suspensión de enseñanza de diversos profesores, particularmente en la Gregoriana y en el Instituto Bíblico.

Se había celebrado años antes, ya bajo el venerable Juan XXIII un Sínodo Romano que no dejaba mucha esperanza al resurgir de la Iglesia y crecía el temor de que el ya anunciado concilio universal siguiera la misma pauta del Sínodo celebrado. Pero el 25 de enero de 1962 en el pórtico de la Basílica de san Pedro, a las ocho de la mañana un centenar de personas escuchamos la lectura de la Bula Papal convocando al anunciado Concilio Vaticano II. A lo lar-go del día se iría repitiendo la misma escena en las entradas de las restantes cuatro Basílicas Mayores de Roma. Acababa yo de cum-plir los 21 años.

Aquellos años merecerían por parte de quienes los vivimos una relación personal, que habría de resultar interesante: de aquellas aguas vienen hoy estas esperanzas.

Pero paso de largo incluso mi ordenación presbiteral en la cripta de la capilla del Colegio, aún sin terminar. El gesto religioso más importante de mi vida, asumido por propia voluntad, no deja de ser la experiencia de tantos sacerdotes, compañeros de aquí y de allá. En Roma para mí fue particularmente emotivo por la llegada de familiares, mi padre y mis hermanos Ángel, Marina, Melchor y Teresa. Pero en nuestro corazón es la misma experiencia prescin-diendo del lugar en el que se celebró. Todos podríamos contar las mismas lágrimas, las mismas emociones, los mismos abrazos y oraciones.

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Al final de estos estudios otra decisión mía personal habría de enfrentarme a una experiencia particularmente significativa para

mi visión del mundo y de la vida de fe: mi encuentro con la Biblia y como preámbulo, mi estancia de seis meses en un quibbutz israelí donde trabajaba en el campo me-dia jornada y estudiaba hebreo la otra media. Acudí allá con otro compañero que se cansó de aque-lla vida monótona de trabajo agrí-cola y clases cansinas; pues el método era tan sencillo que parec-ía hecho para niños o iletrados. Y así era. Se partía del hecho de que los alumnos eran judíos prove-nientes de cualquier parte del mundo. Éramos 36 jóvenes de cul-turas, lenguas y formación distinta, de los que había que conseguirse

que al final pudiéramos expresarnos en hebreo lo suficiente como para desenvolverse en el mundo del trabajo y en la vida ordinaria. Tenían que integrarse en la sociedad israelí. Sin ese certificado no podían acceder a todas las prestaciones que el Estado de Israel facili-taba a ‘los que subían’ a Israel (casa, trabajo y primeras necesidades, como creo que se sigue haciendo). Quedé el solo cristiano en una población de 450 habitantes del quibbutz, el resto eran judíos. Era la primera vez que yo me encontraba con personas de otra mentalidad (su origen era de toda Francia, Hungría, Polonia, Ru-mania, Rusia y un grupo de Argentina, Chile y Brasil). Sin embargo me encontré con un clima profundamente respetuoso de aquella población pese a (o precisamente por) ser un quibbutz laico, don-de la religión ‘no existía socialmente’.

En la fortaleza Belvoir, del quibbutz Gesher, en el Valle del Jordán. 1965

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Sólo algunas familias, entre ellas la de mi maestra de hebreo, que provenía de Egipto, practicaban el sabbat y las fiestas religiosas judías en familia. El resto todo lo hacíamos en común con rituales desprovistos de alcance religioso. Pero con la base histórica de la Biblia leída en clave social, histórica y política sionista. Era un quib-butz fundado en 1926 por judíos provenientes de Centro Europa. Yo sin embargo podía ausentarme el mismo sábado cuando se reanudaban los autobuses, al caer el sabbat para trasladarme a Tiberíades donde celebrar el domingo en la pequeña iglesia de san Pedro a orillas el mar, junto a un anciano padre franciscano y alguna docena de católicos, casi todos ellos diplomáticos, obser-vadores de la ONU que allí vivían. Con este bagaje de ‘lengua hebrea’, conocimiento del medio y mentalidad judía que allí adquirí, estudiar Sagrada Escritura en el Instituto Bíblico de Roma fue para mí una gracia muy especial. El entusiasmo de la experiencia me hizo todo sencillo, viví y bebí con ansia aquellos dos años que suavizaron mis meses de verano en Alemania ‘intentando’ aprender alemán. Me bastó lo suficiente para llenar el expediente de lenguas extranjeras obligadas.

Así concluyó lo que sólo había sido mi ‘preparación para la vida’. En mi caso, como en el de todos los compañeros de Roma o de Logroño, para enfrentarme a la vida presbiteral al servicio de la Iglesia. Mi decisión estaba clara desde el primer momento. Me presenté a don Abilio y le dije: “Aquí estoy para quedarme”. Creo que no sabía bien qué hacer conmigo. Me envió a mi casa y me dijo que me daría unas clases en el seminario. Efectivamente, me llamaron para decirme que explicara “De Deo uno et trino”. Había ya dos especialistas de Sda Escritura: don Marcos Ortiz de Viñas-pre y el eterno don José Mª Sarnago. Pedí con insistencia ir a una parroquia. Al cabo de un mes y medio me enviaron a Clavijo. Para entonces me habían buscado los PP. Escolapios de mi pueblo para explicar Evangelios a los 21 jóvenes de primero de teología que

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habían quedado en Albelda antes de su traslado definitivo a Salamanca.

Fui el último ‘párro-co residente’ en Cla-vijo. Allá me sentí muy feliz y congenié estupendamente con aquella gente que aún recuerdo con nostalgia. Pero solo por mes y medio también. Tras un tira y afloja hube de bajar a mi pueblo, Albelda, como coadjutor de don San-tiago Lejárraga con achaques cardíacos que tres años después le llevaron a retirarse. Y allí permanecí doce años.

Si en Clavijo había percibido la cercanía, en mi pueblo se me desplegó toda la actividad que un joven cura de 28 años puede realizar. Eran otros tiempos en los que toda la actividad de un cura podía trabajar en cualquier campo. No quiero hacer crónica de lo que allá hicimos, todo el pueblo, pero sí de que enseguida me convencí de que la parroquia era el medio ambiente en que quería vivir para siempre. Por desavenencias con don Abilio por la salida de un compañero como profesor, me quedé sólo de coadjutor en mi pueblo. Muy pronto me vinieron a ofrecer la posibilidad de acercarme a la universidad tanto eclesiástica como civil adonde habían ido varios de mis compañeros de aquí y de Roma. Pero yo ya tenía

1977. En la Fuente de Piqueras con compañeros del Arciprestazgo.

Inauguración del nuevo templo de Albelda: 23/12/1979

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claro mi puesto. Tanto que trabajé como cura obrero varios años. Y de ello se acuerdan jóvenes de entonces que me dicen su sor-presa. Pero como le dije a don Julio Manzanares al ver que así ‘dilapidaba mi formación’ que, conociendo la tarea parroquial, ‘prefería quemar mis naves’. No me he arrepentido nunca.

Marché a Santo Domingo de-signado por don Francisco párroco de la Catedral, sustitu-yendo a mi buen amigo don Pelayo Sáinz Ripa que volvía a Santa Teresita de Logroño. La vida de compañerismo que vi-vimos allá no se me ha olvidado nunca de forma que la sigo de-fendiendo hasta el día de hoy como la mejor forma de convi-vencia sacerdotal. Y así lo volví a poner en marcha en Arnedo cuando dieciocho años después vine a mi actual destino.

En Santo Domingo de la Cal-zada puse en marcha toda mi

formación en arte cristiano recibida en aquellos años de Roma. Pude profundizar en el arte riojano tan abundante en la Catedral, y me dio por poner en marcha el Taller de Restauración de obras de Arte bajo las indicaciones del P. José Manuel de Aguilar O.P., entonces fundador y mentor de una Escuela de Restauración de la Iglesia en Madrid que me aconsejó en la idea, y D. Francisco Álva-rez Martínez, nuestro obispo que inmediatamente alentó el pro-yecto y dotó al Taller de personalidad jurídica dentro de la Dióce-sis. Fue el principio de tantas obras como las que realizamos en la Catedral y el deteriorado Convento de San Francisco que por aquel entonces, abandonado por los P. Claretianos, amenazaba ruina.

Celebrando en la Catedral. Santo Domingo de la Calzada. 1985

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A veces me pregunto si aquella intensa actividad pudo distraer nuestra tarea pastoral que, sin embargo, siguiendo las pautas post-conciliares marcadas por nuestros predecesores, don Pelayo Sáinz Ripa y su equipo, no hicimos sino continuarlas marcándolas con nuestra propia personalidad: Gonzalo Pascual, Narciso Corcuera y posteriormente José Ramón Pascual, además de don José Luís Palacios, que siempre ha permanecido en la Catedral y que nos trató siempre como hermanos pequeños, apoyándonos y cubriendo tantos huecos como producíamos los ‘jóvenes’. Gracias a todos ellos. Y algo que nunca les agradeceremos bastante fue encontrarnos con la existencia ya de Consejo Parroquial y Admi-nistrador Económico tan esencial para un funcionamiento leal y contable de la Parroquia y que fue la columna vertebral de nues-

tra pastoral, en colaboración con la comunidad de Religio-sas Franciscanas del Colegio de los Sagrados Corazones. Y de un Boletín Parroquial que lle-vaba ya dieciocho años de existencia y que yo continué con asombrosa (¡!) fidelidad. Y que he continuado publicando hasta el día de hoy en Arnedo. Un instrumento maravilloso de estar en contacto con todo el

Roma. 1988. En la canonización de Jerónimo Hermosilla

Confirmaciones en la Catedral. Santo Domingo de la Calzada. 1987

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pueblo y de hacer llegar a todos el pensamiento y las actividades de la Parroquia.

Finalmente, en 1998 yo mismo intuí que no tenía mucho que aportar ya a mi presen-cia en la Ciudad del San-to, y el mismo día en que me presenté a don Ramón Búa para que me permitiera pasar tres meses en Jerusalén co-mo tiempo sabático, él me propuso cambiar a Arnedo. Acordamos que fuera el siguiente curso

y que podía irme a Jerusalén. Un regalo del Señor. Tres meses libre para poder estudiar, leer, rezar, caminar por la Tierra Santa solo con mi mochila y mis libros. Visita al Sinaí, a las fuentes del Jordán, y a todos los lugares más interesantes arqueológicamente hablando de mano del padre Ravanelli, franciscano. Todos lugares que no se visitan en las Pere-grinaciones y que en mi prime-ra estancia estaban lejos del interés de mis amigos israelíes. Tres meses de silencio y pro-fundo cariño a la Tierra Santa. Y ocasión, de mano de nuestro compañero Javier Velasco de conocer de cerca a muchas familias palestinas, normal-mente formadas por palestinos y españolas que habían coinci-dido estudiando en España.

Con 40 jóvenes a pie Camino de Santiago. 1989

Llegada de don Ramón Búa a Santo Domingo de la Calzada

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En septiembre de 1999 vinimos José Ramón y yo a formar el nuevo equipo parroquial presbiteral de Arnedo junto a don Luis Cuevas. El mismo día de nuestra llegada decidimos vivir juntos y sobre todo, comer juntos siempre en nuestra casa. Sabia decisión que nos llevó a ser amigos más que compañeros en la vida perso-

nal y compañeros de trabajo más que amigos en la pastoral.

Arnedo me resultó una experiencia nueva: el cura no es el centro del pueblo. Ya no lleva la iniciativa social, ni cultural, ni la Parroquia coordina a nadie que no se acerque a ella. Por

vez primera yo entendí que no estaba en un ‘pueblo’ es decir, una situación donde, a nivel de relación social, conocimiento entre los habitantes, intereses comunes claros, prevalecen las actividades religiosas sobre otras muchas; algo que no sucedía en mis tres parroquias anteriores. Arnedo es la actividad, el trabajo… y la vida en cuadrilla.

Así fue que el mismo día, tras la reunión que la misma Parro-quia nos había preparado para presentarnos los diversos Grupos Parroquiales, acordamos que al día siguiente cada uno de ellos presentara un candidato para formar el nuevo Consejo Parro-quial. Que a lo largo de ese primer curso estudió los Estatutos por los que habría de regirse y que a final de curso, en nuestra prime-ra Asamblea Parroquial de Pastoral los presentó y que aprobados, dieron paso al primer Consejo elegido comunitariamente. Desde entonces cada dos años se renueva por mitad hasta el presente. Ello nos ha permitido cambiar constantemente a sus componen-tes. Y mantiene el vigor y ganas de colaboración como el primer día.

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Contar con el asesoramiento y las decisiones del Consejo Pa-rroquial nos han permitidos siempre caminar con seguridad en las decisiones que afectaban a toda la Comunidad Católica de nues-tras Parroquias y muchas veces a todos los vecinos del lugar. Par-ticularmente aquellas que atañen a las obras materiales y cons-trucciones o reformas en los templos. Tanto en Albelda con el derribo del templo parroquial como en la construcción de un nuevo templo, como en el traslado del Retablo Mayor de la Cate-dral de Santo Domingo como en la reforma de santo Tomás y la restauración de San Cosme y San Damián en Arnedo, siempre contamos con el consenso previo del Consejo Parroquial; y a con-tinuación con la exposición pública de los proyectos, presupues-tos y cuentas a la vista de todos, siendo siempre los seglares los que han llevado las cuentas y la información de las mismas al pueblo. ¡Cuántos problemas nos han evitado la claridad de las cuentas y contar con el Consejo! Y fue la clave del entusiasmo y la generosa colaboración económica de todo el pueblo tanto en Albelda como en Arnedo.

Arnedo ha sido para mí, para nosotros, la mejor experiencia de colaboración con los seglares que asumen las tareas que se les ceden con total responsabilidad. Nuestro convencimiento que contamos a

todo el que nos quie-ra escuchar es que ‘en cualquier lugar hay algún seglar que sabe más y mejor que no-sotros los curas de la mayor parte de las cuestiones: cuentas, catequesis, organiza-ción de la liturgia, dirección de grupos, coros parroquiales…

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Tengo que terminar, aunque soy consciente de lo disperso de

mi aportación. Y quiero concluir con la vivencia personal de mis Bodas de Oro Presbiterales que me han llevado al punto donde comencé mi aventura el 19 de marzo de 1965: Roma. Allí nos in-vitó a celebrarlo el actual Director del Colegio Español, donde estudiamos. Acudimos cinco compañeros, alejados algunos desde nuestra partida hace cincuenta años. Otros nos hemos encontra-do algunas veces. La reflexión coincidió en muchas cosas. La prin-cipal fue encontrarnos con un papa Francisco que nos hizo de-rramar lágrimas de alegría, porque tiene la voz, el talante, los ges-tos y el lenguaje popular y que todo el mundo entiende del bendi-to Juan XXIII. Y hemos escuchado en sus palabras anhelos del Concilio Vaticano II. ¡Aquel empeño del Cardenal Lercaro: “La Igle-

Iglesia de los pobres”! Que luego se convirtió en el deseo de una ‘Iglesia para los pobres’, y que nuestro buen pa-pa Francisco desea ‘Iglesia con los pobres’.

Todo esto me llena de confianza y de agra-decimiento al Señor porque ‘mis ojos han visto su salvación’; por-que lo que mis años

jóvenes me hicieron soñar con la experiencia del Concilio lo pue-do contemplar hoy en los seglares de mi parroquia y en el milagro eclesial que es el papa Francisco.

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JESÚS SEDANO LLARÍA

Datos autobiográficos Nací en Anguiano el día 19 de Abril de 1940. Recibí el bautismo, recibí la primera comunión y fui confirmado en la parro-

quia de San Andrés. Teníamos tienda de ultramarinos y mi padre era guarnicionero y mi madre con ayuda de mis dos hermanas atendían para dar comidas a guardias civiles, maestros/as, sacer-dotes, médico, etc. A los 13 años, con Juan Antonio García cervino, ingresé en el Se-

minario donde estaba mi tío Vicente. El día 23 de Mayo de 1965 fuimos ordenados sacerdotes por el entonces Obispo de Jaca Don Ángel Hidalgo, por el parentesco que tenía con mi padre, siendo párroco de An-guiano don Dalmacio Baños.

Asistieron a la celebración tantos feligreses como el día de fiestas de Santa María Magda-lena. El Ayuntamiento nos homenajeó con la baja-da de Los Danzadores por la cuesta. Mi primer nombramien-to fue la Parroquia de Mansilla de la Sierra y

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Villavelayo. En el año 1968 solicité cambio y sustituí a José Antonio Valderrama en la Parro-quia de Ábalos. Estuve hasta el año 1976, ba-jando todas las semanas a la reunión del equi-po de la HOAC. En 1975 fui nombrado Consi-liario diocesano de la Hermandad Obrera de Acción Católica.

Mi vocación de cura obrero surgió de esa espiritualidad y compromiso que siempre me llevó a luchar y defender los derechos de los trabajadores a través de manifestaciones y huelgas. Estaba de obispo Don Francisco, que valoraba la formación de la HOAC y aceptó mi peti-ción sin condiciones. En una entrevista que me hicieron el 27 de junio de 1979 en NUEVA RIOJA ex-presé la razón que me impulsó a ejercer mi ministerio como cura-obrero. Estas

son algunas de las preguntas y sus respuestas:

- ¿Por qué se hizo obrero después de cura?

Esta nueva forma de vida me planteaba unos interrogantes y fui viendo la respuesta en contacto con obreros cristianos. Ellos me ayudaron a descubrir valores y aspiraciones de la clase obrera que podían totalmente ser asumidos desde el Evangelio y vi claro que como mejor iba a realizar mi cristianismo y sacerdocio era haciéndome obrero. Comencé en Ábalos, donde estuve siete años y además de las tareas normales de un cura en un pueblo, trabajé en el campo todos los años en la temporada de la vendimia. La contabilidad de la ‘Cooperativa de Explotación Común de la Tie-rra’ la llevé tres años y otros tres estuve de peón de albañil. En el DNI no me permitieron que figurara mi condición de ‘cura-obrero’. Se realizaron gestiones necesarias en Madrid y se me

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comunicó que debía optar por seguir poniendo ‘sacerdote’, o por figurar como ‘obrero’ nada más. Ante esta alternativa opté por lo segundo.

- Entonces era una novedad. En algunos casos se criticó su actitud, hubo detencio-nes de curas en conflictos obreros, margi-nación en el trabajo y en sus parroquias, ¿cómo sucedió todo en La Rioja?

En mi caso particular, puedo decir que en la parroquia de Ábalos siempre fui

muy comprendido por la juventud, quienes veían bien que yo tra-bajase. El sector más reaccionario nunca lo vio bien y se opuso a muchas actuaciones que llevé a cabo en el pueblo. En 1974 hubo intentos ante el obispado para que abandonara el pueblo y en 1975 salí voluntariamente, por el nombramiento de consiliario de la HOAC. En Logroño he podido pasar bastante desapercibido por el hecho de no estar vinculado a ninguna parroquia. Por parte del resto del sacerdocio se pudo ver bien. Fui detenido una vez, en 1975, y requerido por el TOP, en una manifestación contra la ca-restía de la vida. …

- Sin embargo hoy en día, en Logroño, sólo existe usted como con-tinuador del doble trabajo cura-obrero, ¿por qué esta deserción de otros que había?

Varios de los que optaron por ser curas obreros es cierto que se han secularizado, pero para mí eso en nada justifica que nuevos sacerdotes no se dediquen a este apostolado tan amplio y urgen-te, si queremos una Iglesia de los pobres. No analizo las causas sino que invito a que otros compañeros se dediquen a ello; que las dificultades no son tantas si existe un convencimiento y una entrega por Jesucristo y por su causa.

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- Cuáles son las diferencias fundamentales en la labor de un cura-obrero y cura profesional, que da clase por ejemplo en un colegio.

La problemática es muy distinta en el mundo obrero y en mundo estudiantil... Toda mi vida y mi dedicación es para evangelizar el mundo obre-ro. Considero que no debe haber dualismo entre vida espiritual y compromiso con la realidad. Mi fe me lleva a ser fiel a Jesucristo y a la clase obrera. Mis prácticas unitarias y de solidaridad deben ser reflejo de testimonio evangélico. Mi opción personal por Jesu-cristo lleva consigo una renuncia explícita a las prácticas de explo-tación, opresión y dominación, que son contrarias al Evangelio. Solo así puedo hacer atractivo y atrayente el mensaje, la obra y la persona de Jesús. Estoy en total desacuerdo con aquellos que creen que, sólo acabadas las ocho horas de trabajo, ejercito mi labor pastoral.

- ¿Cuál es la tarea que desempeña en el centro de trabajo?

Como cualquier obrero normal, y el hecho de ser sacerdote en nada me debe distinguir en el modo concreto y técnico de realizar el trabajo que me marquen. Mis actitudes evangélicas, que de forma permanente debo revisar, serán de servicio y lucha por la justicia, de solidaridad y de oposición a cualquier forma de explo-tación o dominio.

- ¿Cómo ve hoy en día la labor de la Iglesia en esta nueva etapa política? La Iglesia hoy, estructuralmen-te, y tal y como la conciben los obreros, está más con los po-derosos. Debería partir del ide-al del Nuevo Testamento don-de se diese más estructura co-munitaria y colegial. Una Iglesia comprometida en la liberación

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terrena de los hombres. Debería desaparecer la distinción cléri-gos-laicos y pasar a ser Pueblo de Dios, en donde los ministerios no se conciben como poder sino como servicio. - ¿Cuándo dejará de ser obrero Jesús Sedano? Cuando por exigencias del movimiento de la HOAC, o por otras causas que hoy desconozco y que me llevasen a realizar otro tipo de trabajo, me viera obligado a dejar mi dedicación manual. Pero siempre iría orientado mi apostolado al mundo obrero. … (Hasta aquí la entrevista del 27 de junio de 1979 en Nueva Rioja) CHAVICAR Participé también, el año 1988, en los inicios de CHAVICAR: reco-ger CHAtarra, VIdrio y CARtón para dignificar esta actividad, con uno de los colectivos de exclusión de finales de los ochenta, los gitanos, quienes de forma irre-gular ya venían hacién-dolo. Cinco burros, cinco carros y ocho personas salieron, el 2 de mayo de 1988, en busca de residuos. A los 45 días llegó la primera prueba de fuego: la mayoría abandonaba. Todos cejaban en su empeño. Todos menos uno: el superviviente, Agustín Blanco. Éste, junto a su burro llamado Indio, siguió reco-rriéndose cada rincón de Logroño. Recuerdo al dedillo ciertos detalles, otros se han ido difuminando con el paso del tiempo, pero viví desde muy adentro el origen de Chavicar. En los inicios todo fue un aprendizaje continuo. Fuimos a Pamplona a aprender y ver cómo lo estaban haciendo los Trape-ros de Emaús, que también recogían ropa. De hecho ellos nos dejaron los estatutos para empezar a funcionar. Yo me saqué el carnet de camión y posteriormente el de autobús para ser parte activa e ir a recoger el material acompañado de los trabajadores.

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He ejercido también el ministerio en las parroquias logroñesas de San Millán de la Cogolla y San Francisco Javier, estuve unos meses en los pueblos del Valle de Ocón, y párroco en Nalda, Villar de Torre, Villarejo y últimamente en Villalobar y Manza-nares. Termino con esta acción de gracias: “YO HE SIDO LO QUE DIOS HA QUERIDO DE MI.

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JOSÉ ANTONIO VALDERRAMA AYDILLO

Breve reseña con ocasión de las bodas de oro sacerdotales

Nací el 22 de febrero de 1940, hace ya 75 años, en Santo Domingo de la Cal-zada. Mi familia estaba compuesta por los padres y una hermana. En ella comencé a vivir la fe y, desde el apoyo de mis padres y de la fami-lia, se inició mi vocación al ministerio sa-

cerdotal. Ingresé en el Seminario, siendo obispo Don Abilio del Campo en el año 1952, comenzando mi preparación en este Se-minario diocesano y en Comillas. El 18 de abril de 1965 recibí la ordenación sacerdotal.

Comencé la tarea pastoral en Abalos y Peciña a las que se añadió Rivas de Tereso. A los dos años me enviaron como coadjutor a Aldea-nueva de Ebro, parroquia en la que estuve hasta agosto de 1980. Ya an-tes en Septiembre de 1979, el Obis-po Don Francisco Álvarez me nombró, Consiliario diocesano de la HOAC, a propuesta del Movimiento, por lo que me trasladó a Logroño en 1980 incorporándome a la parroquia de Santiago el Real como sacerdote adscrito a ella. Posteriormente fui

como coadjutor a la Parroquia de San Millán de Logroño y estan-do en ella compaginé las tareas de consiliario de la HOAC, vicario

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parroquial y Delegado de Apostolado Seglar, estando ya como obispo diocesano Don Ramón Búa Otero.

Tuve la gran suerte de iniciar mi trabajo pastoral con la puesta en marcha del Concilio Vaticano II que en aquel tiempo significó una gran apuesta por la renovación en la Iglesia, infundiendo en ella un espíritu nuevo de apertura al mundo como lugar de pre-sencia evangelizadora. Fueron años de gran trabajo pastoral, de aciertos y también de equivocaciones en esa búsqueda llena de gran alegría y esperan-za. Así lo viví. El Concilio y la educa-ción reci-bida en el Semina-rio signi-ficaron mucho, tanto en mi vida pastoral como en mi vida personal.

Fue en Aldeanueva de Ebro, parroquia en la que estuve casi doce años, donde tuve la ocasión de reorientar mi vida con el en-cuentro que tuve con varios compañeros de parroquias cercanas. Juntos buscábamos la puesta en marcha del espíritu nuevo que el Concilio pretendía para “po-ner al día a la Iglesia”. Fuimos descubriendo que la Iglesia en su misión evangelizadora debía servir al mundo y que la Iglesia estaba formada por los bautizados, todos llama-dos, como corresponsables de ella, a evangelizar.

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Fuimos descubriendo el significado y el papel de los laicos en la Iglesia. A este descubrimiento contribuyó primordialmente des-cubrir la Acción Católica en uno de sus Movimientos Especializados, la HOAC, cuya misión era y sigue sien-do, la de evangelizar el mundo obre-ro, de acercar a Jesucristo a ese mundo.

Desde entonces, no he dejado la A.C. siendo responsable en ella de diversas tareas: desde consiliario diocesano, pasando por vice-consiliario nacional de la Acción Católica Española durante once años. En la actualidad estoy en la HOAC y acompaño como consi-liario a un grupo de la A.C. General de Adultos. De ella he apren-dido a situarme como presbítero en las diferentes comunidades en las que he estado y con las que he compartido y celebrado la fe.

Es mucho lo que me ha enseñado el contacto con los laicos, la toma de decisiones con ellos, intentar construir una comunidad de responsables compartiendo misión y tarea… Por ello doy mu-chas gracias a Dios. Este espíritu he intentado trasmitirlo, con más o menos acierto, en los diversos lugares por los que he pasado.

Actualmente estoy de párroco en San Francisco Javier de Lo-groño y de responsable en el Patronato de la Fundación Santa Justa, a propuesta de nuestro Obispo Don Juan José Omella.

Quiero recordar a los compañeros, tanto diocesanos como de otras diócesis, que a lo largo de estos cincuenta años han estado presentes en mi vida. No doy nombres, después de tantos años me olvidaría de algunos. Con ellos he compartido tareas, dificul-tades, tristezas, pero mucho más alegría y esperanza en el futuro. En este recuerdo, tengo especialmente presentes a los consilia-rios de la A.C. y a los sacerdotes de los Arciprestazgos en los que

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he estado, con un recuerdo especial a los del Arciprestazgo de Logroño-Oeste en esta última etapa.

Por último, aunque no he hablado expresamente de ninguna de las parroquias, sí quiero hacer mención especial de la Parro-quia de San Francisco Javier, en la que estoy. Al finalizar mi tarea en Madrid como Viceconsiliario de la A.C. Don Ramón me propu-so venir a esta parroquia. No me arrepiento de haberlo hecho por las personas con las que me he encon-trado en estos quince últi-mos años. Me han acogido, me han “so-portado” y me han ayu-dado a vivir el ministerio, como me han acogido todas las personas con las que, a lo largo de estos 50 años, he estado. Gracias a todas ellas.

Esto es lo que quiero destacar de estos 50 años. Una vez más, doy gracias al Señor por su presencia continuada en mi vida. Doy gracias por haber iniciado mi ministerio pastoral con el comienzo del Concilio, por haber vivido la Acción Católica, por los seglares con los que he trabajado, por los compañeros sacerdotes con los que me he encontrado, por los amigos que conservo desde la in-fancia y por la familia que tengo.

Como palabras finales, quiero decir que “está mereciendo la pena ser sacerdote”. Doy gracias al Señor por haberme llamado y haberme dado fuerza para responder a su llamada. Un abrazo a todos

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DELEGACIÓN EPISCOPAL PARA EL CLERO

Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño

Año 2015

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