Crueldad de los miserables

6
También merece respeto el ros- tro rudo, apergaminado y sucio, con su sencilla inteligencia, por- que es el rostro de una persona que vive como debe vivir un hombre. Thomas Carlyle Los más miserables EXISTE EN Los miserables una escena conmovedora, pocas veces recordada. Seis de junio de 1832, once de la maña- na, Jardín de Luxemburgo, en París, junto al estanque grande, detrás de la casita verde de los cisnes, dos pobres ni- ños tiemblan por el hambre, que no les deja siquiera escuchar el tañir de las campanas. Las quejas del menor hosti- gan el tedio sin resolver el problema. Casi a la par de los niños, un hombre, rondando los cincuenta, se acerca con su hijito de seis al estanque. Son vecinos acomodados con la facilidad de disfrutar el parque cuando las puertas están ya cerradas puesto que su casa da di- rectamente al parque. El niño llora. Su pastel está duro, ya le repugna. Los ojos hambrientos de los pobrecitos no con- mueven al burgués aquel, más bien, le incomodan: “Éste es el principio. La anarquía entra en el jardín”. Y entonces, en un acto de perfecta ecología, el hom- bre arroja el bollo a los cisnes. El viento arroja hasta allí, al mismo tiempo, los siniestros ataques a las Tullerías: se había desatado la revuelta. La prudencia acon- seja al hombre volver a casa, y se va con su hijo. Victor Hugo mitiga el dolor de esta escena: los niños desgraciados se ayudan con una ramita y consiguen rescatar el pan, anticipándose a la car- rera de los cisnes. No importa que esté mojado, lo devoran. La injusticia social del siglo XIX en- cendió la sensibilidad de numerosos autores. Dickens, Stevenson y Hugo combatieron la crueldad y el escritor francés la consideraba el peor de los males morales. Con frecuencia aparecen en Los miserables pasajes crueles. En la amplia gama de miserables, los peores son quienes infligen sin motivo dolor a los inferiores. Ése es el núcleo de la cru- eldad: el dolor sin provocación, deliber- ado, a un ser inferior, donde inferior es casi siempre sinónimo de indefenso. Las últimas semanas hemos asistido a episodios de guerra profundamente re- pugnantes: las torturas en la prisión Abu Ghraib. Al parecer, los soldados de Esta- dos Unidos reivindicaron in situ los mis- mos abusos de Sadam Hussein. La pre- tensión de liberar a Irak de un dictador y establecer una democracia donde se reconocieran los derechos humanos se revirtió en el peor de los desprestigios. Inventaron sus argumentos, pisotearon a los más indefensos, de modo gradual y progresivo: la mayoría de los presos fue- ron arrestados sin cargos, escasean los abogados y los juicios, y ahora, con la novedad de que torturan. La indigna- ción es global. Se han escuchado dos o tres lamentos por discutir este asunto con mayor escándalo o vehemencia que otros, don- de más vidas están comprometidas. De acuerdo. También es ingenuo suponer que sólo en esta guerra se ha torturado, o sólo en esa cárcel. La tortura ha estado presente en todas las guerras; la guerra misma es ya una tortura colectiva, tanto para el pueblo atacado como para los soldados que combaten. Se había dejado de practicar abiertamente la tortura para tolerarse, y se dejó de tolerar para pro- hibirse; ahora, cuando las garantías indi- viduales, en teoría, están mejor protegi- das que nunca, las fotografías son una poderosa llamada de atención para las fuerzas implicadas, en primer lugar, y para la inteligencia humana. Cualquier persona debería sentirse apelada. La vida como aburrimiento Los países miembros de la ONU firma- ron en 1984 la Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos y degradantes (1984, Con- vention Against Torture and Other Cruel, Inhuman or Degrading Treat- ment or Punishment, G.A.). Entró en vigor el 26 de junio de 1987. El artículo primero de dicha Conven- ción define a la tortura como “any act by which severe pain or suffering, whether physical or mental, is intentio- nally inflicted on a person for such pur- poses as obtaining from him or a third person information or a confession, punishing him for an act he or a third person has committed or is suspected of Agosto 2004/2 galaxia gutenberg La crueldad de los miserables Enrique G. de la G.

description

La vida como aburrimiento Los más miserables También merece respeto el ros- tro rudo, apergaminado y sucio, con su sencilla inteligencia, por- que es el rostro de una persona que vive como debe vivir un hombre. Thomas Carlyle Agosto 2004/2 Agosto 2004/3 Una tradición iniciada por Aristóteles, continuada en nuestros días con Paul Ricoeur y McIntyre, entre otros, insiste Agosto 2004/4 Agosto 2004/5 Dolor e intimidad Agosto 2004/6

Transcript of Crueldad de los miserables

Page 1: Crueldad de los miserables

También merece respeto el ros-tro rudo, apergaminado y sucio,con su sencilla inteligencia, por-que es el rostro de una personaque vive como debe vivir unhombre.

Thomas Carlyle

Los más miserables

EXISTE EN Los miserables una escenaconmovedora, pocas veces recordada.Seis de junio de 1832, once de la maña-na, Jardín de Luxemburgo, en París,junto al estanque grande, detrás de lacasita verde de los cisnes, dos pobres ni-ños tiemblan por el hambre, que no lesdeja siquiera escuchar el tañir de lascampanas. Las quejas del menor hosti-gan el tedio sin resolver el problema.Casi a la par de los niños, un hombre,rondando los cincuenta, se acerca con suhijito de seis al estanque. Son vecinosacomodados con la facilidad de disfrutarel parque cuando las puertas están yacerradas puesto que su casa da di-rectamente al parque. El niño llora. Supastel está duro, ya le repugna. Los ojoshambrientos de los pobrecitos no con-mueven al burgués aquel, más bien, leincomodan: “Éste es el principio. Laanarquía entra en el jardín”. Y entonces,en un acto de perfecta ecología, el hom-bre arroja el bollo a los cisnes. El vientoarroja hasta allí, al mismo tiempo, lossiniestros ataques a las Tullerías: se habíadesatado la revuelta. La prudencia acon-seja al hombre volver a casa, y se va consu hijo. Victor Hugo mitiga el dolor deesta escena: los niños desgraciados seayudan con una ramita y consiguenrescatar el pan, anticipándose a la car-rera de los cisnes. No importa que estémojado, lo devoran.

La injusticia social del siglo XIX en-cendió la sensibilidad de numerososautores. Dickens, Stevenson y Hugocombatieron la crueldad y el escritorfrancés la consideraba el peor de losmales morales. Con frecuencia aparecenen Los miserables pasajes crueles. En laamplia gama de miserables, los peoresson quienes infligen sin motivo dolor alos inferiores. Ése es el núcleo de la cru-eldad: el dolor sin provocación, deliber-ado, a un ser inferior, donde inferior escasi siempre sinónimo de indefenso.

Las últimas semanas hemos asistido aepisodios de guerra profundamente re-pugnantes: las torturas en la prisión AbuGhraib. Al parecer, los soldados de Esta-dos Unidos reivindicaron in situ los mis-mos abusos de Sadam Hussein. La pre-tensión de liberar a Irak de un dictadory establecer una democracia donde sereconocieran los derechos humanos serevirtió en el peor de los desprestigios.Inventaron sus argumentos, pisotearon alos más indefensos, de modo gradual yprogresivo: la mayoría de los presos fue-ron arrestados sin cargos, escasean losabogados y los juicios, y ahora, con lanovedad de que torturan. La indigna-ción es global.

Se han escuchado dos o tres lamentospor discutir este asunto con mayorescándalo o vehemencia que otros, don-de más vidas están comprometidas. Deacuerdo. También es ingenuo suponerque sólo en esta guerra se ha torturado,o sólo en esa cárcel. La tortura ha estadopresente en todas las guerras; la guerramisma es ya una tortura colectiva, tantopara el pueblo atacado como para lossoldados que combaten. Se había dejadode practicar abiertamente la tortura paratolerarse, y se dejó de tolerar para pro-hibirse; ahora, cuando las garantías indi-viduales, en teoría, están mejor protegi-das que nunca, las fotografías son unapoderosa llamada de atención para lasfuerzas implicadas, en primer lugar, ypara la inteligencia humana. Cualquierpersona debería sentirse apelada.

La vida como aburrimiento

Los países miembros de la ONU firma-ron en 1984 la Convención contra latortura y otros tratos o penas crueles,inhumanos y degradantes (1984, Con-vention Against Torture and OtherCruel, Inhuman or Degrading Treat-ment or Punishment, G.A.). Entró envigor el 26 de junio de 1987.

El artículo primero de dicha Conven-ción define a la tortura como “any actby which severe pain or suffering,whether physical or mental, is intentio-nally inflicted on a person for such pur-poses as obtaining from him or a thirdperson information or a confession,punishing him for an act he or a thirdperson has committed or is suspected of

Agosto 2004/2

g a l a x i agutenberg

La crueldad delos miserablesEnrique G. de la G. ❚

Page 2: Crueldad de los miserables

having committed, or intimidating orcoercing him or a third person, or forany reason based on discrimination ofany kind, when such pain or suffering isinflicted by or at the instigation of orwith the consent or acquiescence of apublic official or other person acting inan official capacity.” Poco después añadeque “an order from a superior officer ora public authority may not be invokedas a justification of torture”.

Susan Sontag en “Regarding the tor-ture of others” (New York Times Maga-zine, mayo 23, 2004) delata la estrategiadel gobierno estadounidense de hacertrucos con las palabras. No han recono-cido, advierte la escritora, en especialRumsfeld, que se trate de tortura (ladeclaración paradigmática es la del 4 demayo). En discursos y declaraciones hanempleado eufemismos como abuso (ohumillación). Sin embargo, abuso yhumillación no son palabras exactas.Faltan a la verdad. Torturar es más queabusar, rebasa también el sentido dehumillar. Tortura tiene una connotaciónmás fuerte e implica siempre la presen-cia física de la víctima. En cambio, nosiempre se abusa enfrente del otro; dehecho, la ausencia del implicado esmuchas veces la ventaja para abusar deél, como los típicos abusos de confianzao de autoridad. Los abusos tienen carác-ter de cotidiano; la tortura no.

La definición habla de severe pain.

¿Acaso se refugian en el adjetivo severe?¿Qué tan fuerte es el dolor de los presosen Abu Ghraib, o qué tan fuerte debeser para que Rumsfeld lo llame tortura?La Cruz Roja encontró en octubre de2003 prisioneros en Abu Ghraib “pre-senting signs of concentration difficul-ties, memory problems, verbal expre-ssion difficulties, incoherent speech,acute anxiety reactions, abnormalbehavior and suicidal tendencies” causa-dos por los eufemísticos métodos deinvestigación (Mark Danner, “Tortureand truth” y “The logic of torture”,ambos en The New York Review ofBooks).

La Inteligencia estadounidense con-templa diversos métodos de investi-gación en Afganistán, Guantánamo eIrak, que de facto se deslindan de laConvención de Ginebra. Los testimo-nios de los soldados acusados dejan verun sistema condescendiente con la bru-talidad de los métodos. Los soldados delescalafón más bajo tienen amplia liber-tad para actuar a su antojo. Está com-probado que en muchos casos de torturano había un móvil de Inteligencia,como denota el ejemplo extremo de losreporteros de Reuters (Mark Danner,“The logic of torture”).

Tras seguir los pasos de Eichmann enJerusalén, Hanna Arendt acuñó laexpresión mal banal (banal evil) paraconjuntar los porqués de los nazis contra

Agosto 2004/3

g a l a x i agutenberg

Page 3: Crueldad de los miserables

Agosto 2004/4

g a l a x i agutenberg

los judíos. El mal radical se presenta conun rostro feroz, casi demoniaco. El malbanal, en cambio, se disfraza de triviali-dad y emerge en un contexto culturaldonde la facultad de juicio no se ejerci-ta, ni se mantiene viva la diferenciaentre el bien y el mal en la memoria delos hombres. Los nazis llegaron a matarjudíos sin percatarse de la gravedadmoral de sus acciones, y algunos inclusoconvencidos de obrar bien. Un sofismapolítico, utópico, racial les animaba.

Aunque la situación en Irak es análo-ga a la descrita por Arendt, existe unadiferencia perversa: ninguna ideologíamotivó a los soldados a torturar a losprisioneros, ni siquiera la urgencia deuna confesión. Indigna constatar queactuaron por mero aburrimiento.1 Todaguerra desgasta, es tediosa, se debensoportar largos periodos de inactividad yel espíritu está pronto a desquiciarse.Bien, lo acepta cualquiera. Pero ni esascircunstancias ni otras peores justificanlas torturas. Mucho menos por parte de(supuestos) soldados profesionales. Lassonrisas, los ojos divertidos, los thumbsup!, las miradas de aprobación y triunfocon los brazos cruzados de los verdugosno dejan lugar a dudas: deseaban pasarun rato divertido.2

En la sociedad estadounidense dehogaño, el consumo de entretenimientono parece tener fin. Los recursos sonmúltiples y abarcan todo el espectroimaginable, desde viajes comerciales alespacio hasta antidepresivos. Peer Gynt,el personaje de H. Ibsen, observó concerteza: “lo que gusta es lo extravagantecuando se ha disfrutado de lo corrientehasta la saciedad. En lo regular se frustratoda fascinación. […] ¡Lo normalcansa!” Quizá el programa de la cadenaFox de hace un par de años, The cham-ber, de corte sadomasoquista y con mu-cho dinero de por medio, fuera unapremonición de lo acontecido en Irak.Robert Fisk resumió el fenómeno con laexpresión torture as entertainment en suartículo del 10 de mayo pasado (“Ra-cism and torture as entertainment: fromHollywood to Abu Ghraib”, The Inde-pendient). Sólo así se puede comprenderel horror de Abu Ghraib.

La razonable conmoción de la opi-nión pública por las torturas de los sol-dados a los prisioneros iraquíes queda

gravada por otros factores. Es necesariorepudiar la ironía, tras haber invadido elpaís, supuestamente para restablecer unEstado de derecho, el carácter sumariode los encarcelamientos y las implicacio-nes sexuales de las torturas.3 Y por sifuera poco, el hecho mismo de hacer fo-tografías transmuta la ironía en cinismo.

La connotación sexual de las torturasposee una gravedad particular. El hom-bre debe ocultar algo, explicaba hacepoco Gabriel Zaid (“Pudor y curiosi-dad”, Letras Libres 62, febrero 2004): “esuna expresión del sujeto que se niega aser objeto. Yo soy más de lo que estásviendo, y ese más no reside en lo queoculto sino en lo que soy; una persona acargo de mis actos, no un simple objetode los tuyos.” La faz es la parte del cuer-po más significativa, donde residen casitodos los órganos sensoriales, y por lacual se nos reconoce públicamente.Todo documento oficial incluye unafotografía del rostro, por ser, de lo pro-pio, lo más público. No hay pasaportescon fotos de rodillas o dedos meñiques,a pesar de que cada rodilla y cada dedomeñique es también distinto. Por eso esun factor de especial gravedad quecubrieran los rostros de los presos y losdesnudaran.4 Se oculta lo más público yse expone lo más privado. Como si esono bastara, se les esposan los pies y lasmanos, los únicos recursos de un hom-bre desnudo para defenderse o parahuir. El prisionero, ese objeto sin rostro,esa cosa tan sucia y despreciable provo-caba tanto asco, que los verdugos usa-ban guantes de limpieza.

Frank Rich asegura incluso que lacultura de lo sexy y el consumo masivode pornografía (desde MTV y BritneySpears hasta Paris Hilton) pueden expli-car mucho de lo sucedido en Abu Ghr-aib. La dieta cotidiana de violencia ysexo en la televisión y el cine junto a ladepravación harto conocida de la clasemedia estadounidense son responsables,en buena parte (“It was the porn thatmade them do it?”, New York Times,mayo 30, 2004).5

Mirar el dolor de los demás

Una tradición iniciada por Aristóteles,continuada en nuestros días con PaulRicoeur y McIntyre, entre otros, insiste

Page 4: Crueldad de los miserables

Agosto 2004/5

g a l a x i agutenberg

en la necesidad de entender la propiavida como narración. La sabiduría po-pular (mexicana) también lo ha visto.Juan Rulfo lo escribe así: “Está bien queuno no esté para merecer. Ustedes sa-ben, uno es arriero. Por puro gusto. Porplaticar con uno mismo, mientras se an-da en los caminos” (“La herencia de Ma-tilde Arcángel”). Todo hombre platicaconsigo mismo a lo largo de la jornada.La vida es una historia que nos conta-mos a cada momento, al cónyuge por lanoche o a dios los domingos. Para con-figurar esta autobiografía es precisoreflexionar sobre la propia vida y asu-mirla como una narración.

Sin embargo, el imaginario colectivose ha transformado con la televisión y elcine. A la teoría de la narración podría-mos añadir la necesidad de hacer connuestra vida un álbum fotográfico. Así,se pueden sintetizar algunos recuerdosen una imagen, de la que uno mismo esactor. De la infancia más remota, sobretodo, generalmente se poseen algunasimágenes sueltas, que las historias de losmayores han terminado por apuntalar ysostener. Todos los días se discriminanmillones de imágenes. Sólo unas pocas,significativas en extremo, perdurarán alo largo de los años. De la misma ma-nera, la autobiografía que uno se cuentaa sí mismo cada momento es una histo-ria con ilustraciones.

Escribir un diario o tomar fotografías(videos, ahora) son recursos para exten-der la memoria y vigorizarla. Sucede enocasiones que habíamos olvidado algúnsuceso, pero cuando alguien nos lorecuerda, o lo leemos en una vieja agen-da, ya no lo podremos olvidar. El mis-mo fenómeno acaece con las fotografías.La realidad, sea como sea, se pone enuna cartulina fotográfica, y se la mira,porque recordar es vivir, revivir y volvera vivir.

Una fotografía captura lo instantá-neo. Cartier-Bresson, acaso el fotógrafomás reconocido del mundo, señaló queuna fotografía busca captar un instanteque resuma la situación, con todas susacciones y personajes. Hay un instantepreciso en que las tensiones se conjurany acuden a la lente. Eso, al menos, sepretende.

Por eso es cruelmente lógico que lostorturadores acudieran a las cámaras

para congelar esos momentos y enviarlasa sus amigos y familias. Tal vez les escri-bieran que, de vez en cuando, la guerrase hacía llevadera. O tal vez, como su-giere Sontag, se trataba sólo de conser-var esos recuerdos, pues en su condicióntrivial de guerra, Irak ofrecía nuevasmaneras de hacer turismo. Las fotosserían souvenirs, quizá incluso trofeos dela guerra ya agotada. ¿Qué imágenes seperpetuarán en sus memorias? ¿Qué con-tarán a sus hijos y nietos? ¿Qué tipo deautobiografía están escribiendo? ¿Conestas fotografías quisieran ilustrarla?

Que los soldados hayan posado concadáveres y hombres torturados es unacto de absoluto cinismo y crueldad vil(pleonasmo). La fantasía pornógrafa delos soldados redujo a los prisioneros a lomás bajo. Joanna Burke señaló, conacierto, que borraron las fronteras entrela pornografía y la tortura (“Torture aspornography”, The Guardian, mayo 7,2004).

¿Qué experimenta uno con las fo-tografías? Los sentimientos son nume-rosos. Pena y compasión por el victima-do, sin duda, y ánimos de remediar susituación. Auténtico asco por el tortu-rador, pero también pena, pues al finalquedan más empequeñecidos que losmismos prisioneros: si éstos fueron obje-tivizados, los otros se redujeron libre-mente al objetivarlos. Y eso es peor. Denuevo Zaid: “ofrecerse como objeto delos que ven sin ser vistos, o reducir unapersona a eso, degrada la inteligencia.No asumirse como una inteligenciafrente a otra, sino como un objeto frentea un sujeto, o como un sujeto frente aun objeto es no entender la realidad: serpoco inteligente.” Los soldados inspiranpena y repulsión, pues la tortura es frutode una deliberación prepotente y calcu-lada. Elegiríamos como amigo antes aun torturado que a un verdugo, de ma-nera similar a como, en el pasaje de loscisnes en París, los niños merecen todanuestra compasión, y el hombre nuestravergüenza.

En algunas fotografías se ven, a lolejos, soldados y personal militar encompleto desenfado. Pareciera que no seenteraban de lo que sucedía a unos me-tros de ellos o que no llamaba su aten-ción, como si se tratara de algo insignifi-cante. ¿No es signo de la banalidad de

Page 5: Crueldad de los miserables

g a l a x i agutenberg

Agosto 2004/6

las torturas? ¿No muestran que eso yatambién les parecía cotidiano, pocoextravagante, como para divertirse? ¿Otendrían cosas más importantes quéhacer?

Dolor e intimidad

Algunas fotografías dieron la vuelta almundo, y se dice que existen muchasmás, por lo menos mil, y videos. Esmuy difícil imaginar que algunos ciu-dadanos con acceso a prensa y televisiónno hayan visto algunas de estasfotografías. Las vio el mundo entero.6

¿Pero tenemos derecho a verlas? ¿No nosconvertimos también en consumidoresdel dolor ajeno, en un grado ínfimo conrespecto a los torturadores, pero con-sumidores al fin y al cabo?

El exhibicionismo es una ingenui-dad. “La contribución del pudor al de-sarrollo de la especie es, precisamente,subir de nivel la inteligencia, pasar de lazafia mirada depredadora al mutuo res-peto de saberse autónomos, inabarca-bles, irreductibles”, explica Zaid. De ahíque consumir exhibicionismo sea un ac-to tan degradante como el exhibicionis-mo mismo. La inteligencia se atasca enlo inferior y no encuentra respiradero.

Al parecer, algo de esto hay en laemisión pública de las fotografías de lostorturados. Se debería aprovechar lacoyuntura para aclarar la frontera, escu-rridiza como las anguilas, entre respeto ala intimidad y derecho a la información.Porque los periodistas inoportunosparecen abundar. Muchos noticierostransmiten entrevistas a personas sol-lozantes, justo después de la tragedia,cuando aún no se ha asimilado. Lacámara, el micrófono, el bombardeo depreguntas es insoportable. En ciertosentido, las fotografías de Abu Ghraib seinsertan en el mismo tipo de discurso.

El planteamiento se comprenderámejor si imaginamos a un familiar cer-cano en el lugar de la víctima. Así esmás fácil cobrar conciencia de lagravedad de publicar las fotografías. ¿Siestuviera allí mi hijo me opondría a supublicación?

Hay motivos para estar en contra:mostrar el dolor humano en unmomento vil es exhibicionista. Laopinión pública no tiene derecho a

conocer los detalles de las torturas, quepertenecen a la intimidad de las vícti-mas; interesarse por ello es morbo. Sepodría incluso esgrimir el paupérrimoargumento de que en toda guerra yprisión, se sobreentiende, se hancometido actos similares, como si nohubiera novedad.

Existe una solución menos sencillapero que intenta ser más justa. Por unlado, no se puede exigir el derecho apublicar las fotografías, pues no existetal derecho. La opinión pública carecedel derecho a verlas. Tiene derecho arecibir la información, sí, por tratarse deuna injusticia en una sociedad demo-crática. Pero sin extremismos, puestransparencia no significa voyeurismo.

Sin embargo, las fotos están allí, yafueron vistas. Trajeron consigo ventajasinnegables: presión internacional paracastigar a los culpables, sirven paratomar providencias en otros lugares ypara revisar los derechos humanos enotras prisiones (al menos, estadou-nidenses), y sensibilizan, en cierto senti-do, pues nadie podrá seguir indiferenteal sufrimiento del pueblo iraquí.

¿Se deberán publicar todas y cadauna de las fotografías restantes? No locreo. La posibilidad de que nuevasfotografías aún puedan traer efectosbenéficos sobre la opinión pública inter-nacional es remota. Se corre el riesgo deproseguir con la revelación de nuevasimágenes sin que éstas ayuden al debatey a la corrección de los errores. Paradecirlo con otras palabras, el sensa-cionalismo podría ser el primero de losincentivos.

En el futuro se deberán aceptar(aceptar no es exigir un derecho) nuevasfotografías, siempre y cuando cumplanciertos requisitos: a) censuradas, comohan aparecido hasta ahora –un acuerdotácito; b) con la autorización expresa delas víctimas; c) con previa advertencia alos verdugos; d) que la publicación sig-nifique verdaderamente una ventajapara la opinión pública.7

Quizá sea oportuno detenerse en esascondicionantes. En primer lugar, la vidadel prisionero se transforma no sólodespués de la tortura sino tambiéndespués de la publicación de las fo-tografías. No puede regresar a su casaigual a como salió de ella, como es el ca-

Page 6: Crueldad de los miserables

g a l a x i agutenberg

Agosto 2004/7

so, por citar un solo nombre, de HaydeeSabbar Abd (el prisionero número13077). De manera que los prisionerostorturados tienen derecho a reservarse loque sucedió allí dentro. También la vidade los verdugos cambia radicalmente.En el imaginario colectivo estadou-nidense, el soldado era el héroe sacrifica-do en favor de la nación y la paz mun-dial. Esa imagen ya se desplomó enmuchos. La soldado Lynndie England,por ejemplo, encontrará (o encontró),sin la menor duda, un ambiente hostil asu regreso a West Virginia.

Victor Hugo supo remediar la cruel-dad del hombre que arroja el pastel a loscisnes: los niños no guardaron ningúnrencor contra ese señor, les bastó saciarel hambre. ¿Sencillez de niños o pragma-tismo? Sin saberlo, Bush ha encontradouna solución cercana cuando declaróque “esos soldados no representan a losEstados Unidos que yo conozco”. Si losiraquíes ultrajados e invadidos logranpercibir la diferencia entre EU y lapolítica estadounidense,8 y si adviertenque Estados Unidos no es idéntico aOccidente, dicho con otras palabras, sievitan las generalizaciones injustas, sederramará menos sangre. Ojalá tambiénque en lugar de odiar y golpear al hom-bre cruel les baste saciar su hambre: jus-ticia no es venganza ❚

1 La prensa internacional ventiló ya quemiembros del gobierno autorizaron métodos vio-lentos de interrogación. No me interesa ahoradiscutir eso, sino todos los otros momentos en losque los soldados torturaron sin que hubiera unmóvil de inteligencia de por medio, que fueron,me parece, los que capturaron en las fotografías.

2 Dejo de lado a propósito la discusión acercadel complejo de superioridad típico y la manipu-lación mediática del pueblo estadounidense, ele-mentos imprescindibles de todas las campañasabusivas por la geografía planetaria que la CasaBlanca ha sabido orquestar.

3 Otro tipo de tortura fue obligarlos a violarleyes del Corán. En ocasiones, con previas dosisde aguardiente. Pero tampoco puedo discutir estepunto aquí.

4 Kate Zernike y David Rohde registran condetalle este asunto en su “Forced nudity of Iraqiprisoners is seen as a pervasive pattern, not isola-ted incidents”, New York Times, junio 8, 2004.

5 Para un estudio serio sobre la pornografía ysus relaciones con la violencia cfr. Caroline West,“Pornography and censorship” en The StanfordEncyclopedia of Philosophy (Summer 2004 Edi-tion). Ella ofrece una amplia bibliografía.

6 Una encuesta del periódico Reforma indicaque 90% de los mexicanos vio las fotografías (29de mayo, 2004).

7 Esta última condición repite, en parte, unade las razones aducidas, y controvertidas, el pasa-do abril por el Pentágono para prohibir la publi-cación de fotos de los marines caídos.

8 Roger Cohen apunta que los franceses inten-tan hacer esta distinción, y discute esta postura en“France says, Love the U.S., hate its chief”, NewYork Times, junio 6, 2004.

MINUCIAS DEL LENGUAJE

José G. Moreno de Alba

¿Uve, uvé, ve chica, ve baja, ve corta, ve labiodental? ¿Doble u o doble uve?

EN ESTA NOTA pretendo referirme, sobretodo, al nombre de la vigésima quinta le-tra del alfabeto (la v). Sin embargo, antesde ello es necesario explicar brevementecómo se pronuncia. En el Diccionario

académico de 2001 se nos dice que esa le-tra “representa un mismo fonema bilabialsonoro, el mismo que la b”. En otras pala-bras, la b y la v se pronuncian exacta-mente igual. Sin embargo, en un intere-sante libro (Historia de las letras, Espasa,Madrid, 2001), Gregorio Salvador y JuanLodares nos enseñan que, dado que en lalengua latina las letras b y v tenían sonidodiferente, desde el Renacimiento se creyóque lo mismo debería suceder en laespañola, hija de aquélla. Se ve que estasopiniones, entre las que se cuenta la del

mismo Antonio deNebrija, no tuvie-ron éxito, pues enel Diccionario deAutoridades (1739),en la entrada v, leemos losiguiente: “su pronunciación es casi comola de la B; aunque más blanda [?] paradistinguirla de ella”. Sin embargo, poraquellas épocas, en palabras de Salvador yLodares, esa “larga tradición de eruditosque han tratado de llevar al español lo queera propio del latín o de lenguas