Cronicas Cronotópicas

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Publicación realizada en Rampa en 2012. Varios textos que giran en torno a la experiencia piscinera y las vivencias de un socorrista que trabaja en una piscina de alto standing en las afueras de Madrid.

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E L P Ó R T I C O

La piscina no era tan majestuosa como otras que vi después en Estrasburgo, Chartres, Bamberg y París. Se parecía más bien a las que ya había visto en Italia, poco propensas a elevarse vertiginosamente hacia el cielo, sólidas y bien plantadas en la tierra, a menudo más anchas que altas con la diferencia, en este caso, de que, como una fortaleza, la piscina presentaba a lo largo de su perímetro una valla de alambre oscuro que separaba los jardines de la piscina. La cerca, de cuatro pies de altura, no se interponía entre la visión del visitante y la arquitectura de la piscina. La robusta piscina rebosante, coherente con el estilo moderno, era ajena a las audacias y al exceso de filigranas de otros tiempos.

Ante la entrada pude ver cómo, de habilidosa manera, el mayoral se había anticipado a la huella del tiempo cubriendo con una capa de hormigón claro el recorrido de las puertas que, a primera vista, parecían solo una de mayor tamaño; las dos bisagras ocultas que la dividían estaban soldadas toscamente a unos ejes que se alzaban, por encima de los cuales sólo quedaba la bóveda celeste.

El portón estaba dotado de diferentes dispositivos de seguridad. En la parte inferior de la puerta izquierda un pasador vertical servía

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de anclaje a través de un pequeño orificio, en el que se acumulan restos de césped y agua. La segunda puerta estaba unida anodinamente a la anterior por una manija de plástico negro que no funcionaba y una pieza de chapa doblada alrededor del ancho de los barrotes principales y que, situada sobre la parte superior de la puerta con una bisagra, hacia uso de la gravedad para mantener una puerta junto a la otra. Al levantar este mecanismo el ojo llegaba a entender la naturaleza táctil de la puerta. La pintura áspera que cubría la valla correspondía a una segunda capa que se había aplicado más recientemente. El inepto manazas que pintara la valla por última vez debió utilizar una escoba ya que, por la premura o la impaciencia, olvidó pintar la parte que cubría la ya mencionada chapa y dejó, en cambio, en las plantas y el piso que rodea la valla notables restos de pintura. El último dispositivo, y probablemente el único efectivo, lo encontré allí donde se unen las cancelas; a la altura de las rodillas de un hombre adulto, un hercúleo candado en el que se podía reconocer inscrita la palabra “TIFÓN”. Como guardián de la piscina yo era el único poseedor de la llave, lo que hacía necesaria mi presencia a la hora de acceder al recinto. Todos los días llegaba a las once de la mañana y al abrir la puerta colgaba el candado en ella como una aldaba.

A través de la malla de alambre que daba cuerpo a la puerta, la mirada penetraba como en el

corazón de un abismo, que se vislumbraba entre la luz y la sombra. Por suerte era una diáfana mañana de verano y no vi la construcción con el aspecto que presenta en los días de tormenta. Sin embargo, no diré que me produjo sentimientos de júbilo. Me sentí amedrentado, presa de una vaga inquietud, Dios sabe que no eran fantasmas de mi ánimo inexperto.

Cuando por fin los ojos se habituaron al resplandor, el mudo discurso iconográfico, plasmado a ambos lados de la puerta sobre dos chapas viejas accesibles como tal y de forma inmediata a la vista de cualquiera, me sumergí en una visión, que aún hoy, apenas logro expresar.A la derecha, una sucesión de rótulos e iconos se organizaban verticalmente. El más eminente se refería a las horas de acceso a la piscina, acompañado a la izquierda por una ilustración de una bañista que se precipitaba en posición occipital sobre la superficie del agua, en este caso encarnada en un silueta de apariencia abrupta y que recordaba más a las vertiginosas montañas que se yerguen en los macizos de centro-Europa que a la superficie estática de la piscina. El horario era concreto, de once de la mañana a tres de la tarde y de cuatro y media a ocho y media de la tarde. Pese a la claridad del enunciado y debido a la escasa resistencia que ofrecía la valla, los bañistas accedían al recinto cuando les apetecía, inclusive fuera del horario marcado en la cartela.

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El siguiente renglón hacía mención al procedimiento de acceso a la piscina. En sí era igual de claro que el anterior, pero asimismo igual de inútil. “Ducha obligatoria antes del baño”. Una ducha dibujada con líneas segmentadas reforzaba la consigna. La disposición física de los elementos estructurales corroboraban lo dicho, justo tras la verja había una concavidad rectangular que se hundía hasta 15 centímetros respecto al nivel del suelo y a cada uno de sus lados dos duchas de acero se alzaban derechas sobre la testa de los forasteros. Por razones que aún desconozco cada una de las duchas tenía una llave de apertura diferente pero, sin intención de detenerme en detalles baladíes, retomaré la naturaleza estéril que esta expresión comparte con la anterior, y es que, pese a ser casi obligado el paso por las duchas , dada su situación inmediata a la puerta, la gran mayoría de los usuarios optan por esquivar cautelosamente la zona de lavado. Esta ordinaria conducta era comidilla de las señoras de mayor edad, que susurraban entre ellas cuan desaseados eran sus vecinos. A los pies del cartel una procesión de pictogramas deambulaba en el espacio apaisado. Todos llevaban sobre sí una equis roja que vedaba aquello que representaban. Mi intuición me dijo que el orden tenía que ver con una escala regresiva de importancia, de izquierda a derecha: perro-colchoneta hinchable-balón de

futbol Adidas Telestar -calzado de calle (señora y caballero)- una escafandra acompañada de la silueta de una aleta de buzo incluida en el mismo pictograma.

El mensaje simbólico del conjunto era irrefutable pero, por prudencia, al otro lado del pórtico se encontraba la bulla áurea. Un sencillo folio plastificado que consistía en una miscelánea de reglas que regulaban detalladamente el proceso completo de relación con la piscina. Eran once. Cada una de ellas abogaba por un concreto particular, pero todas compartían una cualidad; como vistas en transparencia bajo las aguas de un mar cristalino, ambigua y a la vez perfectamente reconocible, serpenteaban entre los conceptos más básicos de la naturaleza humana y aquellas nociones relegadas al sentido común de los usuarios. Alguno de los estatutos coincidía con los del rotulo del otro lado, creando una trama semántica en la que la rotundidad de uno y la precisión del otro, disponía el modo con el que bañistas y voyeurs se adentraban en la piscina.

Al retirar la vista, agotada por aquella polifonía de caracteres patentes, comprendí la razón de mi comparecencia ante aquella puerta. Y cuantas veces en los días que siguieron volví a contemplar la portada, seguro me hallaba de estar viviendo los hechos que allí precisamente se narraban.

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Aún recuerdo el plomizo desasosiego que habitaba mi cuerpo; ¿qué peligros aguardaban al otro lado de la puerta? ¿qué habían llevado a los habitantes de aquel lugar a tomar tales precauciones y , en definitiva, a acudir a mí para que sucediese al anterior guardián de la piscina? Sobre mi cabeza colgaba la hoja de Damocles, mil ojos esperaban verme caer en la prueba de los cien días y el acopio de advertencias en torno a la entrada únicamente visibilizaba la materialidad de la empresa a la que me encomendaba. Aquella puerta, que me separaba de mi destino, era el paradigma de todas las dudas y temores que en alguna época tuve; pero eran las 11 y yo era el guardián de la piscina.

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L A A L F O M B R A M Á G I C A

P O R Q U I N O M O N J E

El chico debía de tener alrededor de 10 años de edad y no faltaba nunca a su rutina de baño. Todos los días, a las 4 en punto de la tarde, cuando el turno de tarde del socorrista comenzaba, el chico accedía a la piscina. Sin pensarlo un segundo, se precipitaba al agua de pie, como intentando no alterar la calma del agua en la que se zambullía. Acto seguido comenzaba un repetitivo ejercicio en el que se impulsaba arriba y abajo en la esquina más profunda de la piscina. Cogía aire en la superficie, se impulsaba hacia el fondo donde flexionaba sus piernas para impulsarse de nuevo hacía arriba. En algunas ocasiones el chico permanecía sumergido hasta que era el aire que llenaba sus pulmones – y no el impulso de sus piernas – el que le arrastraba hasta la superficie.

Según el naturalista y entomólogo J. O.Westwood los atunes tienen la piel oscura en su parte superior para confundirse con el fondo marino, oscuro, y no ser vistos desde la superficie. Sin embargo, la parte que corresponde al vientre de su piel es blanca, para confundirse con la claridad del día y de la superficie si son vistos desde el fondo. Sin embargo, el niño de 10 años tenía el pelo negro y era fácilmente observable desde la superficie, incluso a varios metros de distancia.

El atún, cuya velocidad de crucero es normalmente de 5 kilómetros por hora, puede alcanzar hasta los 100 en circunstancias de estrés o emergencia. La misma proporción, en sentido inverso, es la que había entre lo que tardaba el niño en alcanzar la superficie cuando era únicamente el aire de sus pulmones y no el impulso de sus piernas el que le empujaba hacía arriba.

Observar al niño hacer sus ejercicios era sencillo, solo hacía falta acudir a la piscina a las 4 en punto de la tarde. Más complicado resultaba medir el tiempo que el niño estaría realizándolos. El observador comenzó la rutina de apuntar la duración exacta de los ejercicios y procedió a tomar notas relativas a las repeticiones y tiempos de descanso. Durante los primeros días los datos no arrojaban ninguna luz. Parecía como si el único patrón observable fuera la hora a la que comenzaban.

Los ejercicios podían durar desde unos pocos minutos hasta, en alguna rara ocasión, varias horas. La cadencia y tiempos de descanso también variaban. Después de varias semanas de vigilancia no se apreciaba signo de sentido a lo que en ese rincón de la piscina acontecía. El observador y el niño se daban cita diariamente en la piscina de forma que las acciones del uno resultaban en mediciones del otro. Todo lo que allí acontecía lo hacía en un momento presente.

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Tan concentrado estaba el observador en su rutina observante que no era consciente de que mientras él observaba al niño, todo a su alrededor cambiaba.

Un siglo y medio antes, el naturalista y explorador Henry Walter Bates realizó un ejercicio de observación similar. En 1848, junto al también inglés Alfred Russell Wallace, comenzó una expedición al Amazonas donde describió 14.000 insectos de los cuales la mayoría eran desconocidos para la ciencia. Bates entró en contacto con Westwood en 1859 con quién mantuvo correspondencia hasta la muerte de este último en 1867. En una de esas cartas Bates explicaría a Westwood que los procesos de observación en el curso de su trabajo se basaban en la metodología del estudio comparado y podrían durar entre pocos minutos y varias horas.

Bates se especializó en el estudio del fenómeno por el cual dos especies se asemejan en su apariencia externa, estando solo una de ellas armada con mecanismos de defensa contra sus depredadores. De esta forma, una especie adopta la forma de la otra simulando estar dotada con esos mismos mecanismos de defensa. Este fenómeno se denomina mimetismo Batesiano. Así, por ejemplo, la mariposa Saturnia Isis presenta el aspecto de un búho a ojos de sus depredadores. Los ojos del búho, situados en la

parte baja de las alas de la mariposa, tienen la capacidad de aumentar y disminuir su tamaño dependiendo del peligro al que esta se exponga. La mancha negra en la esquina de la piscina aumenta y disminuye su tamaño dependiendo de su distancia a la superficie.

La mariposa Saturnia Isis fue descrita en Brasil por Wallace en 1848, habiendo sido inexplicablemente descrita previamente por Westwood en Sierra Leona en 1843. Este hecho les pasó desapercibido y la correspondencia que se conserva entre ambos no hace mención alguna a este respecto. No fue hasta 1892 cuando Johannes Frenzel reparó en esta circunstancia. En ese mismo año Frenzel describió los Monoblastozoos, un filo animal de dudosa existencia que no ha sido jamás observada de nuevo. En la actualidad la Saturnia Isis está considerada extinta en estado salvaje no pudiéndose aclarar su habitat natural.

Frenzel debía de tener alrededor de 10 años cuando comenzó su interés por el reino animal. No faltaba nunca a su rutina de observar insectos mientras sus hermanos jugaban. Todos los días del verano, a las 4 en punto de la tarde, sin pensarlo un segundo, comenzaba a buscar insectos en el jardín de la casa que su familia tenía en Renania. En 1843, el mismo año en el que Westwood había descrito en Sierra Leona la mariposa Saturnia Isis, Frenzel anotaba en su

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cuaderno de notas que no sería el animal en sí, sino su observación lo que haría de él parte de una especie.

Los ejemplares de una especie se agruparían entre sí siguiendo criterios de similitud y se ordenarían dentro de un género. Diferentes géneros se agruparían en familias, organizándose estás en diferentes órdenes que a su vez se integrarían en clases y estas en filos, los cuales se podrían agrupar en diferentes reinos y estos finalmente en dominios. También descubrió que estos niveles podían a su vez dividirse en tribus o super, sub e infracategorías.

Frenzel gustaba de memorizar la jerarquía sistemática de los animales que encontraba en el jardín de su casa. Los practicaba metódicamente en orden ascendente y descendente y no cejaba en su empeño hasta que los repetía de memoria y sin pausa. Dependiendo de la similitud de sus nuevos descubrimientos entre si, este proceso podía llevar desde pocos minutos a varias horas. Frenzel, comenzaría por memorizar el orden taxonómico de Alfred, el perro guardián de su casa y era común encontrarle tarareando: Animalia, Chordata, Vertebrata, Mammalia, Theria, Eutheria, Carnivora, Caniformia, Canidae, Canis, Canis lupus, Canis lupus familiaris y viceversa.

Un siglo y medio antes, en 1703, un niño que debía de tener alrededor de 10 años de

edad, encontrándose esperando a su padre en un coche de caballos, tuvo la sensación de desplazarse hacia adelante. Sin embargo, era el coche de al lado el que se desplazaba hacia atrás.

Angus Frederick Wilkinson aprendió a leer a una edad muy temprana. Todos los días, a las 4 en punto de la tarde, cuando el turno del personal de servicio terminaba, Angus accedía a la pequeña biblioteca que su familia tenía en la planta alta de la casa. El suelo de madera lo cubría una alfombra persa de simetría especular que consideraba mágica. Sin pensarlo un segundo se precipitaba a la colección de libros de contabilidad de su padre. Tenía predilección por uno titulado Codex Rationum en el que encontraba infinidad de cifras que trataba de comprender. Angus dedicó sus primeros pensamientos al número 2. Tardó poco en comprender que si una cosa y otra se relacionaban entre sí dando lugar a 2, entonces todas las cosas podrían relacionarse dando lugar a 3, 4…hasta infinito. Le parecía que la relación que había entre los 2 rodamientos de acero con los que solía jugar, exactos el uno al otro, no era más fuerte que la que había entre uno de los rodamientos y Alfred, el perro guardián de su casa. Al fin y al cabo ambos eran destinatarios de su apego y pasaban las noches en el hueco de debajo de la escalera.

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La teoría de la mente es la capacidad de atribuir pensamientos y creencias en el otro y en uno mismo. Olenka Lysenko sostenía que la empatía era un instrumento evolutivo destinado únicamente a la supervivencia y el prejuicio la póliza de nuestro seguro de vida. En la primavera de 2017, en el curso de una conferencia sobre el papel de la ilusión y el prejuicio en la construcción mental de la realidad, Lysenko relacionó la capacidad del atún de confundirse con el fondo, ya sea este el fondo marino o la superficie, con los fenómenos de disociación cognitiva presentes en las llamadas ilusiones ópticas. En ambos casos se producen posibilidades contradictorias en cuanto a las posibilidades de interpretación y sentido de lo observado dependiendo de quien observa y como lo hace. En la mecánica cuántica, es la mera presencia de observación la que altera el resultado de lo observado.

Cuando en 1918 Max Planck recibió el premio Nobel de Física, en su discurso de aceptación comenzó por recordar los baños que un chico se daba en la piscina cubierta del colegio Maximiliansgymnasium.

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P E L L I Z C O

Nací en Madrid en el año mil novecientos noventa en el seno de una familia de clase media siendo el mayor de cuatro hermanos. A la llegada de mi segundo hermano nos mudamos a una urbanización de chalets adosados a las afueras de Madrid. La urbanización, rodeada por otras urbanizaciones y pinares, contaba con piscina, pistas de tenis y bar. Mi habitación estaba en la buhardilla de la casa. Espacioso y luminoso, este cuarto carecía de una puerta que me aislara del resto de la casa.

Poco a poco este factor, sumado a que éramos una familia numerosa y al tono de voz propio del español de a pie, derivó en un falta de capacidad total a la hora de concentrarme en mis tareas académicas y cualquier otro tipo de actividad que exigiese un poco de esfuerzo mental. Esta inexpugnable batalla por mi desarrollo intelectual me llevó a encontrar un valioso refugio en la noche, cuando mis hermanos ya se habían acostado.

La razón que me ha empujado a escribir este relato tiene que ver con esta cuestión ya que, aunque después de tantos años mi cuerpo no adolezca las noches en vela, de un tiempo a esta parte la situación se ha empezado a descontrolar. Una noche, mientras ordenaba el escritorio, encontré una carpeta de mi época como

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socorrista1. En su interior, bajo el nombre DSCF8376, había una fotografía de la que el tiempo me había protegido.

Corría el verano de 2012. Para quien no ha pasado ningún verano en la capital es difícil entender lo saharianos que llegan a ser los días. En respuesta a las primeras olas de calor, la mayoría de la población autóctona huye de la ciudad. Los que se quedan optan por incluir un potente aire acondicionado en su vida y los que no, basan su supervivencia en un radical cambio de sus modelos de conducta: vivir de noche, dormir de día.

De este modo solo un pequeño colectivo queda desamparado bajo los rayos del sol: los vendedores de la once, los barrenderos y los socorristas. Yo pertenecí a estos últimos. Durante aquel verano trabajé 8 horas al día en una piscina que se encontraba en Pozuelo de Alarcón, Madrid. Las dimensiones, los costos y las exigencias espaciales intrínsecas a la construcción de una piscina dieron pie a que fuese sólo en urbanizaciones privadas, en áreas residenciales de barrios pudientes, donde se encontrasen este tipo de oasis artificiales.

1 Socorrista: 1. com. Persona especialmente adiestrada para prestar socorro en caso de accidente.

Pasé en aquella piscina, en aquella silla, mas de 650 horas. Como es lógico, esta cantidad de tiempo da mucho de sí y terminé estableciendo vínculos tanto con el lugar que habitaba como con los vecinos y usurarios habituales de la piscina. No tardé en darme cuenta de que los bañistas sentían cierta empatía hacia mí . En realidad solo me veían como lo que era, un pobre diablo que trabajaba, pasaba calor, y se aburría mientras los demás estaban bañándose o jugando a la pelota. La lástima que sentían por mí se traducía en breves y anodinas conversaciones sobre cómo estaba el agua o el calor que hacía ese día. Alguna que otra vez, una señora muy simpática me bajaba un refresco de cola. Pero al final, quien ha trabajado como socorrista sabe que pasas la mayor parte del tiempo solo. Tú solo, con unos cuantos miles de metros cúbicos de agua y con el sonido de fondo de la depuradora. Recuerdo mi primer día, yo estaba convencido de que estos meses iban a ser coser y cantar, ¿qué me podía pasar teniendo un Iphone 4s conmigo? Malo fuese que llegase un punto en el que me aburriera...me rio ahora, mirando a aquel ingenuo. Me pase todos los juegos del móvil: Monteczuma 2, Bike Racer, hasta el Worms Armageddon, del que llegué a ser todo un experto. También leí hasta la saciedad. Me vino muy bien que la biblioteca de la universidad estuviese abierta hasta agosto. Sin embargo, llegaba un momento en el que mi cerebro no daba más y seguir distrayéndome me aburría

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más que aburrirme. Y entonces sólo me quedaba mirar lo que tenía delante, pasearme por el borde de la piscina, sentarme y volver a mirarla.

Para una persona como yo, defensora de la construcción semántica del paisaje a través de su habitabilidad, resultaba paradójico el punto en el que me encontraba. En mis postulados sobre el paisaje me dedicaba a atacar sin prisioneros la concepción clásica del paisaje -asociada al rol contemplativo- pero ahora el caprichoso destino me había llevado a relacionarme con aquel lugar a través de la mirada. Esta imposición, determinada en mi contrato laboral, a observar infatigablemente la piscina y sus alrededores me llevo a conocer aquel espacio a un nivel de detalle difícil de explicar. De tantas horas que pasé mirando esa piscina descubrí algo que, sin llegar a trascender notoriamente en mi vida, me mantuvo intrigado durante el resto del verano que allí pasé. Aún hoy, cuando una fotografía me traslada a este fenómeno, soy incapaz de dar respuesta a aquel misterio que tanto me costó quitarme de la cabeza.

Todo ocurrió un día cualquiera. Dentro de mis deberes diarios estaba mantener el agua de la piscina en unas condiciones óptimas. Esta tarea, que abarca desde conservar los niveles de cloro y ph estables, a pasar el limpia fondos o quitar el verdín, se realizaba nada más abrir la piscina por

dos razones fundamentales. La primera, porque si se hiciese al cerrar la piscina, durante la noche se volvería a ensuciar, y la segunda, porque era cuando había menos gente o ninguna. Fue mientras llevaba a cabo uno de estos rituales de limpieza cuando, en la calma que por la ausencia de bañistas se genera en la superficie del agua, pude asistir al encuentro con el acontecimiento que a este punto nos ha traído.

Por la frágil naturaleza del fenómeno este podría haber pasado inadvertido para cualquiera, de hecho, no he encontrado aún documentación alguna sobre él en libros, revistas de investigación o internet. Pero yo lo vi. ¿Por qué yo? Supongo que esta pregunta también se hicieron otros descubridores2 de la historia.

Repasando las razones que pudiesen justificar este descubrimiento, no la naturaleza del propio hallazgo, de la que ya hablaré, las respuestas surgieron solas. ¿Quién sino un socorrista, cuya manera de relacionarse con el lugar era mirándolo enfatuadamente, iba a ser capaz de darse cuenta de un detalle tan invisible?

2 descubridor, ra.1. adj. Que descubre o halla algo oculto o no conocido. U. t. c. s.2. adj. Que indaga y averigua. U. t. c. s.3. adj. Que ha descubierto tierras y provincias ignoradas o desconocidas. U. m. c. s.4. adj. Dicho de una embarcación: Que se emplea para hacer la descubierta5. m. Mil. Explorador, batidor del campo.

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No era de extrañar que los bañistas, ocupados en reírse y chapotear, hubiesen sido incapaces de percibir algo así, ya que como ocurre con la pesca del pez bobo, esto exige una dedicación plena a la observación y los detalles. Además, dado que es necesario que el agua esté en calma para que este fenómeno tenga lugar, la propia presencia del bañista en su interior es incompatible con el hábitat de este inquietante descubrimiento. El hecho de que yo mismo no lo hubiese descubierto en los veranos anteriores que pasé como bañista en la piscina de mi urbanización indica la importancia que tiene a la hora de conocer un paisaje la manera de relacionarte con él.A falta de un nombre con la que referirme a esta rareza decidí bautizarlo Vellicicäre Marina Punctum, en honor a la patrona de mi apellido familiar, aunque por razones prácticas, en ambientes menos técnicos suelo referirme a él como “pellizco”3. Soy consciente de que no suena especialmente interesante o glamuroso, pero es bastante descriptivo.

El pellizco es un fenómeno físico u óptico -aquí reside una de las mayores incógnitas del concepto- que se encuentra en la superficie de

3 Aviso: Debido a que la información que la comunidad científica tiene sobre los pellizcos es casi nula, es probable que la descripción a la que esta advertencia precede le pueda parecer al lector un poco vaga, si bien garantizo que no va a encontrar una mejor.

grandes concentraciones de agua estancada. En función de la transparencia del agua y del lecho del embalse, la dificultad de reconocer los pellizcos será mayor o menor, siendo más fácil a mayor transparencia y viceversa. Esto explica que el primer hallazgo del pellizco, del que asumo los méritos, fuese en una piscina artificial. La tradición heredada de las culturas mediterráneas se hace latente en el fondo de la piscina que por norma general está embellecido con pequeños azulejos azules y que forman una cuadricula regular a lo largo de toda su superficie. Gracias a ello sus síntomas morfológicos se hacen visibles. Estos síntomas de carácter complejo están definidos por una anomalía en la tensión superficial del agua. El fondo cuadriculado del que antes hablaba es muy oportuno a la hora de realizar una descripción grafica del evento:

Los puntos de tensión que adquiere la superficie del agua dan lugar a una distorsión óptica sobre el lecho de la piscina. Su nombre, pellizco, hace referencia al parecido que mantiene con el efecto generado por dos fuerzas que se imprimen sobre una superficie desde direcciones opuestas hacia un mismo punto. He de reconocer la influencia de mis conocimientos plásticos a la hora de nombrar al pellizco como tal ya que guarda cierto parecido a nivel formal con el resultado de programas de edición de imagen (Photoshop) donde a través

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de una herramienta – que oportunamente se llama “Dedo”– se genera un resultado similar desplazando los pixeles de la imagen desde los alrededores hacia un centro.

Se suelen encontrar agrupados alrededor de los bordes de la piscina. El pellizco no es un fenómeno estático sino que se encuentra en movimiento siguiendo las ligeras corrientes que

Fig 1. Representación esquemática del Vellicicäre Marina Punctum

se forman bajo la superficie. A su encuentro con otros pellizcos, ambos se fusionan formando uno solo, sin que esto suponga un aumento de tamaño o sucedáneo. Al mismo tiempo aparecen por generación espontanea nuevos pellizcos allí donde se dan las condiciones optimas. De este modo, podríamos definir el pellizco como un fenómeno dinámico, intermitente y tremendamente efímero, es decir, las peores características posibles para su estudio.

Por esa razón todavía nos seguimos preguntando: ¿qué es lo que genera esa anomalía en la tensión superficial del agua? En un primer momento, me remitió a un fenómeno similar al que se puede asistir en las orillas de los ríos o embalses naturales y barajé la posibilidad de que se tratara de un insecto como el zapatero o la chinche de agua. Debido a que no veía ningún tipo de cuerpo físico y a que el agua estaba cloronizada –precisamente para que no hubiese este tipo de insectos- terminé por descartar esa opción. Otras teorías han abogado precisamente por una concentración de cloro en los centros de tensión, o por la presencia de partículas casi invisibles de polvo o polen que afectaban de igual modo a la estructura superficial del agua.

A medida que avanzaba mi investigación nuevas hipótesis iban surgiendo, pero siempre aparecía algún vacio o alguna incongruencia que me

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impedía avanzar en mi investigación. El plazo estival impuesto y la falta de resultados empezó a manifestarse en una especie de ansiedad enfermiza que se fue acrecentando a medida que se terminaba el tiempo.

Seguramente para la mayoría de la gente resulte paradójica la insignificancia de mi hallazgo con la importancia que en su momento yo le di. Pero creo que es fidedigno reflejo del grado de aburrimiento y soledad que llegue a experimentar aquel verano.

Después de que el INEFAP (Instituto Nacional de Estudios sobre Fenómenos Acuáticos en Piscinas) denegara mi solicitud para abrir un expediente de investigación sobre el Vellicicäre Marina Punctum entré en una espiral de depresiones y autodestrucción que llevo a mis familiares y seres queridos a sacarme contra mi voluntad (que en ese momento estaba completamente pervertida) de aquel lugar donde el contacto directo con el pellizco no hacía sino agravar mi estado.

Tras una temporada de terapias y rehabilitación, los especialistas me dieron el alta. Decían que ya lo había superado, que no me preocupara, que todo iba a ir a mejor. Pese al tiempo que me separa de aquella época algo me hace pensar que los posos de aquella obsesión aún me acompañan, y que esta sensación de impotencia e

insatisfacción sigue en mi interior. A veces creo que puede tener algo que ver con la falta de sueño que he acusado en los últimos meses, pero si algo he aprendido de esta experiencia es que no quiero volver a emprender una investigación.

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P A N T E R A

Su mirada, cansada de ver pasarlas rejas, ya no retiene nada más.Cree que el mundo está hechode miles de rejas y, más allá, la nada.

Con su caminar blando, pasos flexibles y fuertes,gira en redondo en un círculo estrecho;al igual que una danza de fuerzas en torno a un centroen el que, alerta, reside una voluntad imponente.

Algunas veces, se alza el telón de sus párpados,mudo. Una imagen viaja hacia dentro,recorre la calma en tensión de sus miembrosy, cuando cae en su corazón, se funde y desvanece.

R A I N E R M A R I A R I L K E

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La superficie libre de un líquido en equilibrio sometido a la gravedad y a la tensión superficial es plana y horizontal. Si la superficie del fluido se aparta de su posición de equilibrio en algún punto, por efecto de una perturbación cualquiera (el viento, la caída de objetos en el agua: una piedra o un meteorito, el movimiento de las naves, el choque del líquido contra obstáculos, el movimiento de la luna y el sol y los terremotos) se origina un movimiento en el líquido. Este movimiento se propaga sobre toda la superficie en forma de ondas llamadas ondas superficiales. Estas ondas afectan también el interior del fluido, pero con menos intensidad a mayores profundidades.

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La tensión superficial es inversamente proporcional al radio de curvatura de la superficie del agua, y como el radio de curvatura es proporcional a la longitud de onda, los efectos de la tensión superficial son importantes sólo si la longitud de onda es muy corta. Si la longitud de onda es lo suficientemente grande (mayor que algunos centímetros si el líquido es agua), la fuerza de restitución se debe sólo a la gravedad y tenemos entonces las ondas denominadas ondas de gravedad. Las ondas superficiales de gravedad en un fluido

son más complejas que las ondas transversales. El movimiento de las partículas del agua no es ni longitudinal ni transversal. Las trayectorias de las partículas del fluido son más bien circulares como se muestra en la Fig.1. Esto confirma nuestra experiencia en la playa: cuando nos llega una ola nos mueve para arriba y hacia adelante y para abajo y hacia atrás cuando la ola pasa. Las ondas superficiales que se propagan en un estanque cuya profundidad h es mayor que la longitud de onda λ, se denominan ondas de agua profunda (es suficiente que h > λ/2). En este caso el movimiento de las partículas es circular, con un radio que disminuye exponencialmente con el aumento de la profundidad, como se observa en la Fig.2a.

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Las ondas que se propagan en un estanque cuya profundidad es pequeña comparada con la longitud de onda (por ejemplo si h < λ/10) se denominan ondas de agua poco profunda. En este caso, toda la capa de agua, desde la superficie hasta el fondo, está en movimiento. Las trayectorias de las partículas son elipses y no circunferencias como se observa en la Fig.2b. Los ejes mayores de estas elipses son paralelos a la superficie del agua y su longitudes no varían mucho desde la superficie hasta el fondo. Los ejes menores disminuyen gradualmente desde la superficie -donde su longitud es dos veces la amplitud de la onda- y son nulos en el fondo. Esto hace que las elipses se hagan cada vez más estrechas con el aumento de la profundidad (ver Fig.2b). Los movimientos verticales de las partículas son muy pequeños.

La velocidad con la cual se propaga una onda de una determinada longitud de onda (la velocidad de fase VF ), es el cociente entre la longitud de onda λ y el periodo T, esto es, V F = λ /T.

Las velocidades de fase de las ondas en aguas profundas y poco profundas se calculan a través de expresiones matemáticas diferentes. La velocidad de fase de las ondas de gravitación en aguas profundas es:

πλ2gVF= (1)

y en aguas poco profundas: ghVF= (2)

En estas expresiones g es la aceleración de la gravedad, h la distancia desde la superficie hasta el fondo y λ la longitud de onda. La velocidad de fase de las ondas en aguas profundas no depende de la profundidad del agua a diferencia de la velocidad de fase en aguas poco profundas.

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La velocidad de fase de la onda superficial de gravedad, válida para cualquier valor de la relación h/λ, la siguiente ecuación:

)h2tanh(2gVFλππλ= (3)

donde tanh es la función tangente hiperbólico.

Si h > λ esta ecuación se convierte en (1). Si h << λ en (2).

La velocidad de fase en aguas profundas, Ec.1, es diferente para diferentes longitudes de onda. Cuando tiramos una piedra en el agua, se excitan ondas en una gama relativamente grande de longitudes de ondas, desde longitudes de onda comparables a la dimensión del objeto hasta longitudes muy pequeñas. Las ondas de longitud más largas viajan más rápido que las de menor longitud de onda. Esta dependencia de la velocidad de fase de la onda con la longitud de onda se denomina dispersión y es la responsable del comportamiento complejo del tren de ondas que se origina cuando se arroja una piedra a un estanque o a un lago.

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Los andenes son terrazas agrícolas artificiales que sirven para obtener tierra útil para la siembra en las escarpadas laderas andinas. Permitían aprovechar mejor el agua, tanto en lluvia como en regadío, haciéndola circular a través de los canales que comunicaban sus diversos niveles. Con esta medida evitaban al mismo tiempo la erosión hidráulica del suelo. Los andenes no sólo servían para el cultivo del maíz, sino para el cultivo de diferentes productos agrícolas y aún para diferentes usos: sembradíos, evitar la erosión y el lavado de la sal mineral.

Los andenes han merecido amplias investigaciones y se trata actualmente de reconstituirlos para beneficio de la agricultura. Ellos permiten cultivar las laderas empinadas de las quebradas y evitar la erosión producida por las lluvias.

La tierra, acarreada en los andenes después de la construcción de los muros de piedra y del canal hidráulico que lleva el agua para el regadío desde el primer andén hasta el último, es labrada con la chaki-taclla o taclla. Este es un típico “arado” de pie indígena que es una herramienta para remover la tierra y para abrir huecos donde poner las semillas.

Aunque sea el hombre quien defina el significado de un lugar a través de como se relacione con él, es ese lugar y su configuración física la que condicionará de manera definitiva esta relación.

Pese a ello el ser humano siempre ha tenido la capacidad de transformar físicamente los espacios que le rodean para adecuarlos a su habitabilidad.

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The Swimmer es una película de finales de los sesenta, protagonizada por Burt Lancaster, que encarna a un varón blanco vecino de una zona residencial de las afueras de Connecticut. A lo largo de la película Ned (Burt Lancaster) va de piscina en piscina entrando en distintos contextos y relacionándose con nuevos personajes y es, a través de estos encuentros, como se configura el retrato del protagonista, un retrato que choca con la imagen inicial que el propio Ned había creado en torno a él.

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Una publicación de Víctor Santamarina Con la colaboración de Quino Monje Edición: Nora BarónDiseño: Carlos Fernández-Pello

Derechos de los textos:Víctor Santamarina: CC BY-SAQuino Monje: Únicamente Obra DerivadaRainer María Rilke: Dominio público

Publicado por Fishtank Impreso en OrtomáticaEn colaboración con Proyecto Rampa

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