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A POLOGIA CRISTIANISMO, DR. FRANCISCO HEINGER. http://www.obrascatolicas.com

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A PO LOGIA

CRISTIANISMO,

DR. FRANCISCO HETTINGER.

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DEMOSTRACION CRISTIANA

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ENCICLOPEDIA CATÓLICA.

DEMOSTRACION CRISTIANA,

DR. FRANCISCO HETTINGER,

VERTIDA DE L.-\ S·" EDICION GERMÁNICA

D. F. G. AYUSO.

DIRECCION Y ADl•UNISTRACION. F. G. Ayuso.

COIUIInll.\ �bu, , 110 M¿m¡,.,

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EatutrsioaBSpn.pledaddeloaeclilon!o.·,

MADRID. Eot.'l'ip.dclosS.U..IONBclcRll'adn&y-. ''""'-181111 ........... -

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_,_ Scipion, refii'iéndose á los dioses ( Fragntetlt.

ex sol., lib. xx) . No sólo los poetas como él, como Virgilio, 0\·idio, Horado, sino los hom­bres de Estado , como César y Caten, estaban de acuerdo en que con la muerte todo conclu­ye. (Sa/ushO, Catiltiz., 5 I y sig.) Muy particular­mente Lucrecio babia hecho ya vacilar la fe en los dioses, y la filosofía , despues de Ciceron, sólo ofrecia probabilidades. « Los que se ocupan en la filosofia creen que no existen los dioses.•

Desde aquel dia , por siempre memorable, está Jesucristo delante del mundo, repitiendo sin cesar: "'Yo he \'enido d dar testimonio de la verdad.• El Cristianismo esta en el mundo y no consiente que se le niegue ni que se mofen de él. Está en el mundo á despecho del mundo, que le combate; mas no permite que se le ig­nore. Ahf está como la más alta, la más pode­rosa, la más universal manifestacion que jamas apareciera en la tierra; él mismo provoca y excita al esplritu humano, que no puede esqui­varle ¡ por todas partes le sale al camino, qrni:re, dehe ser explicado. Bien puede repetirse aquel doble juicio que se formó acerca del Se­ftor á su primera aparicion. « Un?S dicen que

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es órut�o .J otros, no , que seduce al pueblo.» (San Juan, VII, u.) Tal es la fe manifiesta y

categórica, y tal la manifiesta y categórica in­credulidad. Esta última sólo se encuentra en unos pocos , pues la corriente del espíritu , en la actualidad, vuelve á inclinarse más a la re­ligion¡ y aquel ódio fanático al Cristianismo, que pudo parecer á la generacion de Voltaire señal de cultura filosófica, es ya únicamente la herencia de algunos enfermizos hijos póstumos del «siglo filosófico». Hasta el primer campeen del racionalismo en Francia, E. Renan (Es/,. dios sohre historia religiOsa, 1857, prólogo), con­fiesa que «la generacion siguiente, vuelta á la vida interior, ha encontrado en sr misma la necesidad de creer y de estar en comunico re­ligiosa con otras almas ....• y, tntes que conti­nuar en un sistema de negacion, que se babia hecho intolerable 1 ha vuelto á ensayar las mis· mas doctrinas que derribaron sus padres.,. Tambicn en Alemania está en su ocaso el mo· vimiento materialista del Ultimo decenio, bien que , en general, no babia echa.do profundas raices , ya que estaba únicamente sostenido por "las opiniones de algunos dilctlanli, como dice

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-·-Liebig ( Cotiferetzcias sobre la naturale•a inrn·� gdmCa y la vida orgtft�ica¡. en la Gaceta Uni­

versal deAugsburgo, atio 1 8 s6, págs. 37o y sig.), á quienes cree un público ignorante y crédulo como poco Antes creyera en las mesas girato­rias , escribientes y parlantes , y en una fuerza especial de la madera vieja. •

Mucho mayor es el número de los indiferen­tes , de los indecisos , de los que dudan. Éstos no son, en manera alguna , adversr.rios decla­rados de la verdad cristiana, de la cual los re­trae con frecuencia un temor inlerior, de que ellos mismos no saben darse cuenta ¡ es la fuer­te propension del alma hácia Cristo , la cual, segun las profundas palabras de Tertuliano, es de suyo cristiana, pero no por eso se decla­ran de la misma confesoreS animosos é incon­trastables ( I ). Ellos reconocen 1 no sin aparien­cia de imparcialidad y libertad de espíritu 1 la i_mportancia del Cristianismo para el total des-

(1) /)11 lt�fin��nitl a11ilmu, ca¡1. V. Es1os testimonios delalmasonl::r.nseneilloso:omoVilrd:aderus,lan\"U]ga.res eomosendllos, 1an eomunes romo vulgares, tan nalu­ral�s como eomunes, tan divil1o& como natW"ales.­(Apolog.I70C.Marc.,r,zo.)

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envolvimiento del hombre, así en lo individual como en lo colectivo y lo grande; y no· pocas veces se le reconoce com? fuente sublime de inspiracion en la poesía y el arte. « Para la inmensa mayoría de los hombres, la religion establecida es la parte que se deja en la vida al culto de lo ideal » , dice el ya menciona­do escritor frances contemporáneo. Pero se equivoca cuando, siguiendo á Schlt:iermacher, hace de la religior.. un mero asunto « del senti­miento » , que nada tiene que ver con el claro pensamiento. El sentimiento y el pensamiento no pueden separarse uno de otro, pues el hom­bre es un sér uninatural ; un sistema religioso que no se sostiene ante el pensamiento , tam­poco puede satisfacer al sentimiento. De una manera análoga se expresaba -Goethe en sus j uveniles aftos : u Quien posee la ciencia y el arte tiene tambien religion. Quien aquellas dos no posee, tiene al ml:nos religion.:to

Mas en cuanto se refiere á los principios fun­damentales sobre que descansa el órden cris­tiano , tan fecundo , tan lleno de trucendenta­les soluciones para la vida real de la sociedad y el engrandecimiento moral y material de los

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imperios, el pensamiento humano duda, se rebela , y en medio del enigma histórico que su fantasía le ofrece , interroga, ávido de des­cifrar el misterio de la vida y de la historia, ¿qué es la verdad? Esta indecision en las más altas cuestiones de la vida , la duda sobre las verdades fundamentales, morales y religiosas, gravita sobre el espirito de las generaciones contemporáneas , como la gigantesca mole del Etna sobre Encelade ¡ paraliza todas las fuer­zas del alma y devora lo mas precioso de la vida; porque sólo donde existe una conviccion profunda hay entusiasmo y" esa fuerza miste­riosa que engendra las acciones elevadas, que produce todos los sacrificios, áun los más pe­nosos 1 en la vida del hombre. Y no tememos engañarnos ai'sel\alar como la más profunda herida de que adolece nuestra época, esta ten­dencia enfermiza y escéptica, la incredulidad. La duda sólo tiene poder para destruir; pero es completamente incapaz de producir algo nuevo ó bueno , y en general, de crear cosa alguna. « Siempre aprendiendo , dice ya el Apóstol ( 2 , Timoth., 1111 7) , y jamas llega al conocimiento de la verdad. •

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Poniéndolo todo en tela de juicio, obra en el espíritu la duda infernal como un veneno destructor que corroe y compenetra el más sano y vigoroso organismo, pues la duda no tiene baireras: una vez invadido el hombre por esta maligna dolencia, duda de todo, y áun alcanza esta plaga de la duda a todos los do­minios de la vida religiosa, moral y social.

Claro está que el hombre , cuando quiere, puede dudar de todo; y esta suposicion, q.ue parece arriesgada , es perfectamente exacta, como que no tenemos ningun conocimiento perfecto ni saber absoluto¡ esto sólo es propio de Dios y á Él únicamente le corresponde, como Verdad absoluta que es y fundamento y medida de toda verdad. Sea cualquiera el asun­to que consideremos,Dios ó el átomo, el mun­do externo 6 el interno, siempre queda alguna oscuridad , algo que no comprendemos, y que, por tanto , no se presenta ti nuestra inteligen­ciá con claridad perfecta: de donde puede pro­ceder 13. duda. Y tanto más es así , cuanlo que la misma limitacion de la inteligencia ofrece infranqueable barrera a1 progreso de su cono­cimiento, ya que, no comprendiendo con entera

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claridad y plenitud la esencia y la naturaleza de su entendimiento , hasta se agolpan á su mente dudas respecto á la facultad cognosciti­va de su espfritu. La tendencia i la duda que de esto resulta produce un estado enfermizo de la mente, que difiere de la vida sana de la inteligencia. Únicamente aceptando los altos principios del pensamiento puede el espíritu caminar por la !irme senda de la certeza, si­quiera no sean demostrables. Por el contrario, si se parte de la duda como supremo principio, nunca se llega i vencer esa enfermedad horri­ble; triunfo que no puede alcanzarse sin admitir previamente la existencia de un Sér supremo, principio y origen de todas las cosas.

Por eso deja la duda 1 así en el individuo como en las masas de que se ha apoderado , un vacío monstruoso, y en pos de él va la noche, la desolacion , la m_iseria espiritual y moral, la muerte.

El objeto de este nuestro· primer discurso será 1 pues , investigar de cerca y profundizar las cnrtsos de que procede la duda.

¿ De dónde proviene la duda en materia- de religion? ¿Cómo es posible el imperio de la

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- 14-duda en presencia del Cristianismo, de ese hecho tan grande como el Universo? La ver­dad cristiana se halla en él , desarrollando las fuerzas y virtudes , que son exclusivas de su seno divino, fecundando con su loz y con sus dones al género humano, y ofreciendo i todas las mi­radas la maravilla divina de una institucion que dura millares de años y que nunca envejece. Ella es , con entera verdad, el irbol que da sombra al Universo (San Mateo, xm, 32), la madre que ha llevado en su seno á todos los pueblos y les ha infundido el génnen de una vida sobrenatural. Sobre la mttdable escena del mundo han figurado infinidad de naciones que ya no existen: la Iglesia permanece inmu­table. Nuevas razas han sucedido i las anti­guas y han venido nuevos tiempos¡ todo ha perecido¡ sólo la divina Institucion de Jesu­cristo permanece siempre :a misma, ¡ Cutntas veces, sin embargo , se han vanagloriado sus enemigos de haberla aniquilado ! ¡Cuántas ve­ces se han apresurado i abrir una fosa para la que creian un cadá.vcr! Desde el momento que la veían-perseguida , tenian por seguro que iba t desaparecer ¡ pero siempre la vieron salir

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-rs-ilesa de enmcdio del incendio de la persecu­cion. «Hablando con propi"edad , dice Gcethe, no hay más que un solo tema en la historia¡ y este tema principal , al que se hallan subor­dinados todos los de mas , es la lucha entre la incredulidad y la fe. ,. «Todas las épocas en que la fe domina, continúa, lo son tambien de gloria , que elevan las almas y producen opi­mos frutos para el presente y para lo porvenir. Por el contrario, las épocas en que ha prevale­cido la incredulidad no dejan en pos de si más que un resplandor pasajero , que se desvanece á los ojos de la posteridad, pues nadie quiere consagrarse al estudio de las cosas estériles.» (Di'van del Noroeste.) « La incredulidad es propia de los espiritus débiles , raquiticos, re­trógados , egoístas y vanos.• (Teorla de los co­

lores, n, 1 63.) Thiers ha dicho tambien: « Si tuviera en mis manos el beneficio de la fe , le derramaría sobre mi patria. Pues por mi parte, aprecio cien veces más á una nacion creyente que á una incrédula, porque la primera se ha­lla más inspirada si se trata de obras de la in­

teligencia, y es mis heroica tratándose de de­fender su grandeza.» (Dupanloup, Escrito con-

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-16-lra RcnmJ, 1864, 185.) Si hay alguna cosa que se halle evidentemente demostrada en todas las péginas de la historia, segun la expresion de un padre del siglo r, es la incorruptible vi� talidad de la Iglesia depositaria de la fe. Nos� olros hemos recibido nuestra fe de la Iglesia, y guardamos con cuidado este dón que el Es� píritu Santo no cesa de rejuvenecer. La fe en la Iglesia es como una preciosa joya guardada en un excelente vaso , que nunca pierde su hermosura. Es un dón de Dios , que ha sido confiado á la Iglesia para vivificar á todos sus miembros; por ella se establece la comunica� cion entre Jesucristo y �u Iglesia , y por ella participa ésta del Espíritu Santo , prenda de in­corruptibilidad.:e-(S. Ircneo, adv.Hmres.1 1IJ1 2 4.)

Si todos los acontecimientos y todas las pá­ginas de la Historia nos descubren, de una ma� nera clara, la mano, al parecer invisible , pero patente , de la Providencia , que la conduce á su fin, ¿ cómo explicar, pues , la duda en ma� teria de re!igion ? La ignorancia acerca de la verdadera naturaleza y de las necesidades del espíritu humano , asi como el falso ó parcial concepto de la ciencia que predomina en la

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- I7 -edad presente, son ciertamente el origen y causa de la duda en materia de religion.

Obsérvese con atencion lo que pasa en la marcha del desarrollo intelectual de un jóven. Una madre piadosa, un sabio maestro, han de­positado la semilla de la fe en la tierna alma de un nii\o que llegará á ser un jardin en donde florezcan, bien pronto y con lozanía, las her­mosas flores de la paz , la castidad, la esreranza y la felicidad. Pero el niilo ha crecido; se le ha dicho que tiene inteligencia, y si otros no se lo anuncian, se lo dice él á si mismo, y áun le parece que tiene más de lo que dice. Mas, puesto que tiene inteligencia, debe hacer 11so de ella. Ved, pues , este jóven y valeroso enten­dimiento dispuesto á probar sus fuerzas. Abar­carlo todo, comprenderlo todo , penetrarlo todo, conquistar por completo la verdad: ésta es su \mica aspiracion. Se encuentra en la fogosidad de la juventud ¡ cuando las facultades intelec­tuales crecen y se desarrollan , no tiene la me­nor experiencia en los trabajos científicos y di­reccion del pensamiento, ignora hasta la natu­raleza del conocimiento humano , y se halla, por otra parte, expuesto á esa engaiiosa sirena,

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mal llamada ciencia, que se jacta de rehusar toda tradicion , toda autoridad, toda verdad¡

que se _precia de reformar el juicio de los siglos y se desdeña de admilir como verdadera una proposicion que no haya examinado, contras­tado y aprobado 1 hasta con evidencia 1 ante la propia razon.

A este propósito dice Descartes: cAsi, pues, rechazando todo aquello que de cualquier modo puede dar lugar i duda 1 y á un suponiendo que es falso, con facilidad llegamos á imaginarnos que no hay Dios , ni cielo ni cuerpos.• Y en otro lugar : « En cuanto á las demas cosas que en otro tiemp'l se me ensef'l.aron, no tuve duda de que me fuera lícilo borrarlas todas de mi mente,. (1). Ni áun la fraccion deista de la moderna filosof"m ha podido hasta el dia exi­mirse de este punto de partid1.

En semejantes condiciones, ¿ cómo no caer en la ih1sion , tan maravillosamente descrita por el autor del jattslo, de que podemos pene­trar la esencia de todas las cosas y rasgar el

(1) Pri��e�pitl pAi'-flA�;. 1, HIINI. 7· Disserl11fHide Me­IAI)(/<J,t1Hm.3.

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velo que oculta i la mirada de los mortales los secretos de la Naturaleza y los misterios del espirito? Él no sabe, sirvitlndonos de la ex­presion del mismo poeta, que la Naturaleza se halla llena de misterios, áun en pleno dia, é ignora que , segun un profundo dicho de Pas­cal, cuanto más penetra el espíritu en los arca­nos de la ciencia, más profundo es el abismo que ante él se descubre.

«Quiero penetrar los arcanos del Universo, descubrir las virtudes secretas y los gérmenes misteriosos de las cosas, y no comerciar con pa­labras vanas ; por eso me dedico á la magia,,. Esfuerzo vano el de Fausto, pero gigantesco, para llegar á la ciencia absoluta é intuitiva, que pertenece sólo á Dios. Y tambien la más poderosa tentacion que puede ofrecerse al espí­ritu sediento de saber. (Gen. m, 5) : «Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.• El espirito humano, por sí, no conoce de las cosas y de si mismo más que aquello que apa­rece de los hechos, cuyo conocimiento no pue­de igualarse, en modo alguno, con la intuicion inmediata de la esencia.

Mas ¿ censurarémos por esto los esfuerzos

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llevados á cabo para ensanchar los limites de la ciencia y del saber humanos ?

Léjos de nosotros semejante propósito, y estos discursos son una prueba palpable de lo contrario, Lo que condenamos es el principio que hace de la duda el punto de partida de to· dos nuestros conocimientos¡ principio falso, inadmisible é impracticable, no sólo en mate­ria de religion , sino !un en el terreno de las verdades puramente naturales. El hombre cul­to no se diferencia del que carece de instruc­cion en que éste adquiera en seguida la certeza de las verdades morales y religiosas, al paso que el primero tenga que comenzar, como sos­tienen algunas escuelas, por la duda para le­vantar el edificio de la ciencia sobre nuevos ci­mientos. No¡ la ventaja del espíritu ilustrado estriba únicamente en poder establecer de una manera sólida 1 pcr medio de la ciencia, y evi­denciar plennmente las ideas que el pueblo tie­ne inmediatamente por verdaderas, no sin ftm· damento, pero si ántes de toda rellexion. A este propósito, dice con mucho acierto el in­mortal B<i.lmes: e La certeza no nace de la refle­xion; es un producto espontineo de la natura-

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leza del hombre , y va aneja al acto directo de las facultades intelectuales y sensitivas. Como que es una condicion necesaria al ejercicio de ambas! y que sin ellas la vida es un cáos ; la po­seemos instintivamente y sin reüexion alguna, disfrutando de este beneficio del Criador, como de los demas que acompa1ian inseparablemente nu�tra existencia. El objeto más razonable que en esta cuestion puede proponerse la filosoffa, es el examinar simplemente los cimientos de la certeza sólo con la mira de conocer más á fondo el espíritu humano, sin lisonjearse de producir ninguna alteracion en la práctica, á la manera que los astrónomos observan la car­rera de los astros y procuran averiguar y de­terminar las leyes á que está sujeta, sin que por esto presuman poder modificarlas.»- (Ft1os.

(utJdnm., 1 1 3.) Si la filosofia se empeñára en no admitir más

que cosas demostradas y en dudar de los obje­tos del pensamiento hasta su completa demos­tracion· , no llegariajamas á la certeza; porque precisamente los primeros y más altos princi­pios del pensamiento, los puntos de partida de toda demostracion , son indemostrables.

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Esto explica por qué los grandes pensadores, asl paganos como cristianos, Aristóteles, San Agustin , Santo Tomils, etc. , no dieron al co­

gito ergo s11m la importancia que Descártes, el cual creyó hallar en él la piedra fundamen­tal de una nueva fiilosoffa. San Agustin (Cite­

dad rle Dios 1 n, 26 ¡ Soliloc., u, 1 ) y Banto Tomás de Aquino (Stema. I, q. 141 art. 2)

se apoyaron de un modo positivo en la incon­testable certeza de los hechos de conciencia: «.nadie puede creer, dice, con visos de certeza, que no etxiste¡ pues al pensar descubre ya que existe (De ver., q. 11 art. 91 12)¡ pero no veian en eUos un principio absoluto, sino relativo 1 y una especie de remedio contra el escepticismo. Por otra parte, la verdad y la certeza del prin­cipio de Dcscártes descansan sobre la certeza de las leyes del pensamiento, sin las cuales no hay lógica ni conclusion posibles.

Nada más antiteológico que establecer, como queria Hermes, la teologia ó la ciencia de la fe sobre la duda , que es la apostasía de la fe , del mismo modo que no hay nada más antifilosó­fico que establecer la filosofía, que es la ciencia de la razon, &Obrela duda¡ es decir, en la nega-

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-33-cion de la razon , que no es tal sino por la cer· teza de sus primeros principios.

Como acertadamente observa un teólogo mo­derno, «pretender llegar de la duda á la.' verdad y á la certeza , no es un procedimiento recto ni conforme á la naturaleza del espíritu 1 ántes, por el contrario, es un acto por el que, de una manera arbitraria y :ficlici a , se fuerza su pro­pcnsion al conocimiento de la ''erdad. De este punto de partida se va, por uno pem!iente na­tural , al idealismo y al panteismo , que, siendo patrimonio particular de ciertas escuelas filo­sóficas, no constituye lo que la conciencia uni­versal admite como verdad¡ ni su principio fundamental puede ser otro que la negacion de

la verdad inmediata , la duda de todo lo que hasta el presente se ha tenido por verdadero. Existe una direrencia infinita entre estos dos puntos de partida: el que, considerando la ver­dad como una potencia objetiva, se la apropia y la guarda con cuhlado, y aquel otro que pre­tende producir la verdad por medio del pensa­miento, y constituyendo á éste en fuente de la verdad, considera la facultad intelectual como una potencia absoluta.» ( Kuhn , Teologia tlog-

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- 2.¡.-fnáh'ca, n , 496.) Mas volvamos á nuestro inter­rumpido asunto.

¿ Qué hará nuestro jóven 1 tan ávido de sa­berlo todo, pero tan ignorante de la Naturalela como del método científico? Es evidente que sus primeras investigaciones se encaminarán i las ideas religiosas 1 muy particularmente á las que ensenó nuestro divino Salvador, ya que la religion cristiana encierra en si todos los prin­cipios de la verdadera mela física 1 igualmente que un sistema completo de ética y de histo­ria del hombre. En sus primeros ensayos pro­cede sin preocupacion 1 sin intento formal de destruirlo todo. No desea, tal ve:c, otra cosa que pasar revista á su caudal cientifico, exami­narle y depurarle de la incertidumbre y de la oscuridad en que cree se encuentra 1 á fin de establecerle de nuevo y en plena luz sobre fun­damento más sólido y más firme ; porque es necesario que todas las cuestiones tengan solu­cion ante la clara luz de su inteligencia¡ que todas las alturas y los abismos de la creacion se allanen , á fin de que pueda ofrecerse á su vista el despejado campo de una ciencia sin nubes.

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- 25-Pero la religiC'n no se encarga de satisfacer

los deseos de su espfritu, que se mece todavia con los ensue11os de una ciencia absoluta. El conocimiento pleno y adecu:-!do de todo lo que existe, conocimiento que, sin arrastrarse por los tortuosos senderos de una penosa dialécti­ca, abarca de una mirada el cot:�junto del mun· do inteligible, es un ideal que no tiene reali­dad más que en Dios , que es la misma \o'erdad; pero es eternamente inaccesible á todo espíritu creado. ¡ Cómo no ha de serlo á nuestro jóven sabio, que se halla en el último escalon de la jerarquía de los espíritus, por estar anegado y envuelto por todas partes en la pequefiez de b materia.! « La perfeccion del Universo requeria que hubiese diferentes grados en las cosas, y es evidente que, entre las sustancias intelectua­les, segun el orden natural , ocupa. el último lugar el alma. humana.» (Santo Tomas, Sum.

Teo/. 1 1 q. 89, art. 1 ."} No puede , pues , sa­tisfacer sus aspiraciones y sus ensuei\os de cien­cia absoluta ; la religion únicamente le habla de Dios y de las cosas divinas.

Él ansia saberlo todo y sin dilacion 1 y la re­ligion 1 por única respuesta, le muestra la eter-

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nidad , porque la religion exige la fe, y no per­tenece á la fe procurar al hombre , en este mun­do, el gran dia de la clara vision¡ ántes bien propone misterios que el hombre no puc.de comprender.

El pensador maduro por el trabajo y por la edad , que ha recorrido todo el camino de las ciencias, no ve en el misterio más que el limite natural del espíritu humano¡ reconoce en él el sello más auténtico de la divinidad de la re­ligion , la marca cierta de la inteligencia in­creada, cuya existencia puede sospechar el hu­

mano entendimiento, mas no profundizar. Sabe que Dios no obra sin razon, y su palabra careceria de objeto si revelase, en vez de mis­terios, verdades que el hombre sabe 6 puede saber , q:Je comprende ó puede comprender por sí mismo y sin ayuda-de la revelacion¡ y sabe ademas que cuando Dios cree prudente reve· larse, se revela siempre de un modo digno. Para el pensador novel, por el contrario, todo lo que es superior é incomprensible á la razon es opuesto á eUa, y se apresura á declarar absur­do todo lo que no comprende. Hé aquí por qué, en la creencia en el misterio que la religion

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exige 1 no ve m!s que una pretension irracio­nal indigna del espíritu humano.

La tentacion es tanto más fuerte cuanto que lo que en esa forma se opone á la fe es una de las mejores y mis nobles inclinaciones del hombre, la propension á la verdad. Los más poderosos é influyentes adversarios del Cris­tianismo combaten nuestra divina religion en nombre de la cienci a , ya de la filosofía, ó de la historia, 6 de las investigaciones naturales. Por de contado se olvidan, al proceder de este modo, de que su ciencia no da de sí todo lo que debiera dar para satisfacer cumplidamen­te al hombre, ni ha sufrido aún la prueba de­finitiva.

Ya San Agustin se vió expuesto á esta ten­tacion seductora. -e Bien sabes, dice en su carta á Honorato ( D4 rlhlit. crcdtmdl, c. 1 ) , que si me he entregado en manos de estas gentes ( los :;\{aniqueos) es porque aseguraban que, ha­biendo rehusado la terrible autoridad de la fe, conducian á sus sectarios al conocimiento de Dios exclusivamente por el camino de la ciencia y que les emancipaban á todos del do­minio del error. ¿ Qué otra cosa me indujo á

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_,_ que, despreciando la religion que desde los más tiernos al1os habian implantado en mi corazon mis padres, siguiese con entusiasmo i esas gentes y prestase oidos á sus palabras, sino el oirles declamar contra b. suFersticion de que éramos esclavos y contra la fe que se exi­gia de nosotros con preferencia á los dictados de la razon ¡ diciendo al propio tiempo que ellos á nadie imponian la obligacion de creer, ántes bien examinaban y desarrollaban la ver­dad ? ¿ Cómo no habia de ser seduddo por se­mejantes promesas el corazon de un jóven que ansiaba por conocer la verdad y que, envaneci­do con las alabanzas y los triunfos alcanzados en las disputas públicas de escuelas frecuenta­das por cierta clase de sabios, despreciaba las verdades de la religion como si fueran cuentos de viejas, y ardia en deseo de contemplar y de poseer aquella verdad prometida? :t

No debe perderse de vista la inftuencia que el ejemplo de la mayoria ejerce en nuestra época en el desarrollo intelectual de la juven­tud estudiosa. «La educa.ci'ln de los antiguos, dice Montesquieu (Esjtritu de las ley., 47), te­nfa una gran ventaja sobre la nuestra : la de

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-2!1-no contradecirse. Epaminóndas, en el último a1i0 de su vida , hablaba, escuchaba, veia y hacía las mismas cosas que en la edad en que babia empezado á instruirse. En el dia recibi­mos tres educaciones distintas y contrarias : la de nuestros padres, la de nuestros maestros y la del mundo. La última que se nos da tras· torna todas las ideas de las dos primeras.,. Bajo el pretexto de preparar lct ántes posible á la juventud para las ocupaciones de la edad ma­dura, la ensenanza no tiene otro objeto que el de suministrar los conocimientos que condu­cen , por un camino rápido y seguro, á ocupar una posicion en el mundo. De aquí proviene que se dé en los estudios la mayo'r importan­cia á las ciencias naturales, por las que reina el hombre sobre la materia, y de las que se sirve para satisfacer sus necesidades corpo­rales y proporcionaHe riquezas. Li'. mayor l_)ar­te elimina del catálogo de sus estudios toda ciencia que no sirva, directa ó indirectamen­te, para los intereses materiales, y son muy m­

ros los que áun cultivan otra clase de conoci­mientos. De aquí proviene que esta tenden­cia exclusivamente realista de nuestro siglo

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_,_ ahogue en las almas toda aspiracion ele\·ada y verdaderamente humana, Ha des:tparecldo la

afi.cion á los estudios metafísicos, y no se sabe lo que es meditar sobre la esencia y el fin de las cosas ¡ 6 por mejor decir , se ha perdido hasta el sentido y la inteligencia del verdadero objeto de la filosofía.

Esta tendencia exclusiva y esta direcdon parcial de los espíritus tienen consecuencias necesarias que no es posible desconocer. « Es una cosa indudable que las ciencias naturales no podrán jamas constituir la base de la ver­dadera cultura intelectual, ni responder á to­das las exigencias del corazon y del espíritu, y en donde qUiera que se las establezca como el fundamento único , ó principal á lo ménos, de la educacion, no se logrará otra cosa que fc:-­mar una generacion fria., vana , sin espirito y sin corazon , en la cual languidece;·án las más nol:lles facultades del hombre. Un mate­rialismo grosero, una estúpida adoracion del becerro de oro , es la consecuencia ine\·itable de este culto de la Naturaleza. Ya se dh•isan hoy los principios de este fetiquismo degra­dante y se muestran bajo dos distintas direc-

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cienes, en la ciencia y en la vida, en la ap.'· teósis de la materia y en el afan insaciable de riquezas y placeres.• ( Rodolfo Wagner, La lu·

cka por el alma hojo el jimio de fJ1$1a cienll·

fico, 6 .) Todo el que haya adquirido el hábito de no tener por real y verdadero más que lo que se mide, cuenta y pesa, de hecho y en prin­cipio vive afiliado i la bandera del materialis· mo. Por otra parte, todos esos estudios tienen una api.riencia de �laddad y un aparato cien­tífico que halagan extremadamente i las inte­ligencias superficiales, y engendran cierto sen­timiento de independencia intelectual que se­duce de una manera indecible á los espíritus apocados. Y como estos espíritus, ademas, no pasan mis alhi de la superficie de las cosas, la regularidad de las leyes que rigen los cuerpos y que pueden formularse matemáticamente, ejer­ce sobre ellos una influencia tal , que les aparta de todo otro objeto en que no se hallen esta claridad uniforme y agradable y esta facilidad superficial¡ y su cabeza se desvanece desde el ¡5unto y hora en que tiene que abordar cues­tiones rebeldes al método físico-matemático.

Cuestiones como la del origen del mundo y

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de su fi n , la del tiempo y la eternidad , de la libertad y de los destinos futuros , le parecen asunto.s accesorios. Queriendo atenerse exclu­sivamente á lo potitivo, como él dice , á lo sensible, medible y tangible, cesa de pensar en el momento mismo en que debiera con más atencion pensar y reflexionar¡ es de­cir , cuando la regularidad de los fenómeno.s debe traer á la memoria la causa primera de lo.s mismos y el origen y naturaleza de estas leyes , cuya periodicidad diaria debe hacernos remontar al primer dia , al principio de los tiempos y de todas las cosas. « Cuando el pen­samiento produce fatiga 1 entre mil hay uno solo que piense »- , dice muy oportunamente Lessing. El defecto de muchos que repudian la fe bajo pretexto de la ciencia , no estriba. en haber ido demasiado léjos en su esfuerzo por llegar al conocimiento de la verdad¡ antes, por el contrario, como no han llegado al grado que debieran, la \"trdad cristiana se les oculta por su sublimidad y perfeccion. « Guardémonos, dice Hamann , de apreciar la verdad de las co­sas segun la mayor ó menor facilidad con que podemo¡ representarlas. Hay hechos en el ór-

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den sobrenatural ;i los cuales es imposible com� parar ninguno de los elementos de este mun� do.� «Cuanto más avanzamos en la senda de la experiencia , más n99 aproximamos ;i los misterios impenetrables . • ( Gcethe , Senten.ci'as

en pr. 3, 325). «La ceguedad del naturalista que exagera la

importancia de su ciencia , no estriba en que sirva ;i sus propios intereses con perjuicio de la verdad , sino más bien en que no los sirve

lo suficiente , ya que se pone al servicio de in� tereses mezquinos , estrechos y bajos, con dalle de otros más altos y de mayor importancia, que son, á la vez, base, principio y fundamento de los primeros, ó en que obedece exclusiva� mente ;i sus particulares intereses sin tener para nada en cuenta los generales¡ procediendo de esta manera es como se pone en· contradiccion con la verdad.� (Fechner, Los tres motivos y fmulaJnc1tlos de In fe, II4.)

«Ante todo séame permitido observar que ei rechazar por completo cuanto tenga carácter de extraordinario no siempre es signo seguro de mucha filosofía. Esta incredulidad puede nacer de ignorancia . . .. . ¿ De dónde ha salido el

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hontbre? ¿ Admite V. la narracion de l\foiscs? Si la admite, ¿ qué dificultad tiene V. en que Dios, que cria al hombre, que le ensetia1 que le habla una vez, le hable y le ensef\e otras mu­chas ? Lo extraordinario no se halla ménos en un caso que en otro. Si no admite V. la rela­ción de Moises, pregunto nuevamente : ¿ De dónde ha salido el hombre? ¿De las en trallas de la tierra y repentinamente ? Hé aquí una cosa bien extraordinaria. ¿ Por qué una vez nacido ha podido propagarse? He aquf otra cosa no ménos extraordinaria. ¿ Se ha formado por un desarrollo sucesivo, pasando por diferentes gra­dos en el órden animal , de manera que los as­cendientes de Bossuet, Ncwton y Leibnitz sean ilustres monos, que, á su vez , hayan descendi­do de reptiles terrcst�es ó de monstruos acuá­tiles , hasta bajar al ínfimo grado de los vivien­tes ? Todas estas cosas creo que no dejarian de ser bastante extraordinarias ; y es lo cierto, sin embargo, que es preciso admitir la narracion extraordinaria de Moises ú otra semejante , ó bien apelar á las apariciones repentinas ó á las trasformaciones sucesivas ¡ cosas todas muy extraordinarias. :t (Bálmes, Cartas, 3?Z.)

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L a cuestion del origen del mundo abarca tambien algo que es igualmente dificil incluir en la serie de los hechos ordinarios. Que adop­temos un sistema, sea el quc qniera; que llame­mos en nuestro auxilio á Dios ó al cáos , i la historia ó á la fábula, á. la razon ó á la imagi­nacion , todo viene á. parar al mismo resultado, en lo que i la precedente cuestion atal1e ¡ el problema relativo al origen de los seres se es­tablece siempre bajo esta base : es imposible explicar la existencia y el órden del Universo sin que la maravilla detenga nuestros pasos.

Cuando en serena noche dcsplega el cielo ante nuestros ojos su manto de azul sombrfo tachonado de diamantes , ¿ qué es lo que ocul­ta detras de esas profun�idades? ¿ Qué signifi­can esos globos que tantos siglos ha centellean en la inmensidad del espacio, prosiguiendo sus revoluciones con una regularidad que ja­mas se altera? (Bálmes , Ca,·tas, p. 251.) La evidnzci'tz es lo excejcio�Zal 1 /o "ormal e/111iste­

rio. La naturaleza intima de las cosas encierra tal grandeza , que burla todos los esfuerzos de la razon. Si tal vez no percibimos esta grand�­za y este misterio, es porque no reflexionamos.

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_,._ Cuando el hombre se abstrae y cop.sidera el vasto encadenamiento de los seres en cuya in­mensidad se extravia, hállase dominado por un profundo sentimiento 1 mezcla de orgullo y de abatimiento , de alegría y de terror. ¡ Cuán pequeila le parece entónces esa filosofía que, aferrada á lo oráilmdo y vulgar, siente horror á lo extraordl11nrio y misterioso. « Citadme un sistema que carclca completamente de miste­rios, decia el mismo Rousseau.:. (Ca,·tn d 111.)

Si á todas estas cosas agregamoa la necesi­dad del progreso 1 pretension justa en sí y har­to fundada en verdad , pero que con exagera­cien ai>usiva se extiende á la misma esencia de la religion, hasta aquello que constituye lo más intimo de su sustancia, se hace más pa­tente la triste lucha contra la fe, especiosa­mente sostenida en nombre de la libertad, has­ta d� la libertad de conciencia¡ y despues de observar esto, ¿ quién podrá admirarse de ver qu.: la relig:on positiva queda relegada al se­gundo término , á veces á completo olvido, ante el conjunto de preocupaciones que pesan sobre los espíritus , y al ver que nuestro jóven la desdeüa por pueril, y se aparta de ella como

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si no mereciese mis atencion que los juguetes y las ilusiones que han entretenido su infan­cia ? Vemos, pues , que tan luégo como aban­dona esta almo�. la fe de su juventud 1 recibe en cambio el ¡:érmen de una lucha penosa que dura toda la vida. Cuantos conocen el mundo y la sociedad 1 enantes tienen l a costumbre de observarse a si mismos, reconocerán, á buen se­

guro , en esta pintura , la historia exacta de la vida íntima de muchísimos hombres.

CuaJes sean las condiciones y la naturaleza de un progreso legftimo en la doctrina cristia­na, lo.expuso ya San Vicente de Lerin con mano firme y segura en los primeroS siglos de la Iglesia. e¿ Quiere esto decir, por ventura, que no haya de haber progreso alguno en la Igle­sia de Dios ? Al contrario , le hay , y en altfsi­mo grado; pero de tal naturaleza, que es ver­dadero progreso , en armonía con la fe 1 no trastorno ni trasformacion. El verdadero pro­greso implica el acrecentamiento dentro de la identidad ¡ la trasformacion es, por el contra­rio, la desaparicion de la identidad, de tal suer­te, que una cosa deje de ser lo que era para convertirse en lo que no era. Que cada fiel, que

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_,._ la Iglesia entera crezca en ciencia y en sabidu­ría, mas á condicion de permanecer dentro de la misMa doctrina 1 del mismo sentimiento y de la misma creencia. Las doctrinas de esta divina filosofía del Cristianismo pueden des­arrollarse, aclararse y revestir una forma más perfecta; pero fuera un crfmen alterarlas, amen­guarlas y mutilarlas, Pueden ganar en eviden­cia , en luz, en claridad , mas es preciso que con&erven toda su plenitud , su inte�fidad y su naturaleza propia.• (Vincent Lirin. Com-

11UJII1"t., XXVII, 30.) El breVe dirigido por el papa Pío IX á los obispos de Austria , en 17 de Marzo de 1856 , cita y confirma estas palabras. (S. Thom. in I . Et!Jic. , lib. n , y Stun, Teol. z , z , q. I , art. 1 0¡ Suarez , D e Fiáe., disp. z , sect. 4 , 14 . ) Acerca del progreso en la Iglesia, con la Iglesia y por la Iglesia, consúltensc las actas de l a décimasexta asamblea general de ]a Asociacion católico-alemana, 1864, 1 56.

Verdad es que muchos logran, despues de haber caido en la duda , la fortuna de salvar su fe como de un naufragio, y que despues guardan joya tan preciada con un amor y un cuidado tanto mayores , cuanto mis próximos

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-39-á perderla se han visto. Pero tambien lo es

que cuantos vagan al azar en el mar de la duda, sin poder andar en ninguna conviccion sólida y finne , arrastrados de una á otra parte por los vaivnus de tm1 doctrillas 1 son víctimas de una intestina guerra , que devora y aniquila las más brillantes facultades de su espíritu, y que no les permite considerar la vida con ele­vacion y fije7.a suficientes para apreciarla con ánimo sereno, y para mirar á Dios y á su con­ciencia sin turbacion ni temores. Y por cierto que las n1turalczas más levantadas y más no­bles son con harta frecuencia las que de esta suerte son lanzadas del buen camino por un desordenado amor á la ciencia. Por lo mismo no debemos desesperar de ellas. e Al que: lucha i) se esfuerza puede salvarle nuestra ayuda»-, hace decir el poeta á un coro de ángeles, (/i'tws­

to, :z.�, acto 5.) Y es axioma teológico que Dios no niega su gracia á quien pone de su parte cuanto de él depende. Es decir , que Dios con­cede á todos la gracia de la fe, siempre que no se la opongan obstáculos voluntarios. (Suarez, .Disput. thUJio,r., tom. VI, :z.a p. , l . 41 c. 12-15.) Cabe, por tanto, esperar que estas inteligen-

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_.,., _ cias privilegiadas acabarán por sentar su plan­ta en la tierra firme de. la verdad eterna, si no existen nuevas y mb profundas causas que les oculten la verdad é impidan que brille en su espíritu la luz eterna,

Las principales de estas causas serán : cierta repugnancia del espíritu á volver sobre si ; el miedo á un exámen concienzudo de la religion; el completo abandono con que muchos se en­tregan á las disipaciones de la vida exterior; una cabal indifere.tcia hacia todo lo que rebasa el nivel de los intereses terrenales, y como consecuencia , muchas ideas falsas , mil preocu­paciones, y no pocas veces la ignorancia mas crasa y vergonzosa de todas las cuestiones re­ligiosas y filosóficas un tanto profundas. e LC'l' que falta á numerosas gentes ,,afirma Fenelon, · no .es tan sólo la religion , sino tambien el en­tendimiento.:. Muchos 1\Cntian en sus añosju· veniles una especie de atraccion instintiva há· cia un mundo superior ; las palabras Di0$1 Verdad,Imnorlalidnd, encontraban en su alma poderoso eco ; mas pronto ha cesado de obrar ese resorte. El peso de la vida real ha paraliza· do la natural aspiracion :1. las cosas elevadas.

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-4[-Toda la actividad se ha concentrado, mis y más de dia en dia 1 en el estrecho circulo de lo tangible 1 de lo material y de lo útil. El estado y la profesion estrechan aún el circulo del pen­samiento 1 marcando a la atencion una direc­cion determinada y uniforme. Los deberes de estado y el trabc:.jo que prescriben absorben todo el tiempo , toda la energia del hombre. «La semicultura intelectual, dice Huberto Bec­kers (So!Jr� la necesidad de rtna /mata di'sjo·

st"ciotz m lo.r est11dios de las Uni'vern'dades de

Alematu"a, 11), que se contenta con desflo(arlo todo , que pasa rápidamente sobre la superficie de las cosas y que rehuye todo estudio profun­do de las ciencias, ofrece peligros, tanto mayo­rc!s cuanto que el campo de los conocimientos ,.humanos se ensancha de un dia para otro, las exigencias de la verdadera instruccion van en aumento 1 y nos vemos expuestos á. no asegu­rar nada queriendo abarcarlo todo. La maléfica influencia moral de esta disipacion de las fuer­zas del espfritu , de este embrutecimiento inte­lectual, se muestra principalmente en ciertos desgraciados casos , en que llega hasta el abso­luto desprecio de todo cuanto tiende á elevar-

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se sobre el nivel ordinario 1 lo mismo en la es­fera de la ciencia que en la de In vida; despre­cio que muy pocas veces deja dt: ir acompaila· do de la desmoralizacion más grosera y más desenfrenada. »

La instruccion religiosa, por su parte, tam­poco hace progresos, permanece tal como fué en la infancia¡ sep:Jitada, olvidada bajo el pol­vo de los cotidianos quehaceres, de los cuida­dos y de las penas, de las disipaciones y de los goces. Todas las facultades y las fuerzas de un hombre de esta in dele se han desarrollado¡ so­lamente se achica y perece el sentimiento reli­gioso, que es , á pesar de todo , el primero de nuestros atributos-naturales. Se cultivan todas

1�nes del espíritu, excepto la m4s profunda 1 intima y esencial, que permane� desierta 1 estéril y desolada , como un campo erial y baldio. En esta gran liza de la vida, en que se lanzan y concurren todos para lograr el premio de la rique.;:a , del placer y de los hono­res 1 cada uno trata de adelantar y sobreponer­se á los otros, ¡cuán pocos tienen tien1po y \'Oiuntad para dedicarse á cultivar con paz y sosiego la tierra sagrada de su espíritu! La

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_..,_ inmensa mayoría ni áun se ocupa de que tiene un alma,

Es un hecho incontestable y psicológicamen­te necesario que, á medida que un hombre se entrega á la bulliciosa vida del mundo exterior y á sus goces groseros 6 refinados, sensuales ó estéticos, se empobrece en él más y más el mundo interior y se agota la única vida ver­dadera, la vida espiritual. Cuanto más se vive en este torbellino de negocios , ocupaciones y placeres, más profundas y duraderas son las impresiones que deja en pos de sí esa vida con­sagrada á la nada de las cosas sensibles y pere­cederas. Cuando el alma se sumerge en ese elemento de corrupcion · y se abisma en las olas de las cosas terrenas 1 no puede leva11tarse jamas. Olvidase que hay una vida más elevada y un mundo distinto de este que nuestros ojos ven y tocan nuestras manos, ¿ Cón•o se ha de desear aquella en que no pensamos siquiera? El sentimiento religioso se apaga, el corazon muere.

En pocas pero muy apropiadas palabras des· cribe Gcethe este abandono con que los hom� bres se entregan a los placeres más ó ménos

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- 44 -groseros, cuando dice : «Sois felices los ilustres ociosos que con alegre y moderada satisfaccion sacudls todas las noches el polvo de vuestros piés y os gozais como dioses en el trabajo que habeis hecho durante el dia.• (Carta á la Con­desa de Stolberg.) De L. Feuerbach ( Alu/ardo

y EloiSa) son estas palabras : cLlamais á vues­tra intdigencia el sano entendimiento del hom­bre , porque no habiéndoos jamas molestado con el penoso trabajo de discurrir y pensar, nunca os ha amargado la comida ; y en reali­dad ese entendimiento es un patrono tan mez­quino como vosotros ¡ no es otra cosa que vuestro comensal.•

Muchas de nuestras modernas teorias econó­micas tienen el gran inconveniente de �o co­nocer otro fin de la vida social que el de ofre­cer la mayor suma posible de goces, al alcance del mayor n6mero posible de participes , y pro­curarles DJedios para alcanzarlos, ya que el di­nero es el todo para vivir. Conocer i fondo las propiedades de la materia para gozar DJejor de la materia , hé aquí toda la civilizacion para los economistas. Segun ellos, el espiritu hu­mano ha cumplido dignamente su mis:on , ha

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_ ...,_ tocado la meta de su destino con sólo multi­plicar los goces, aminorar las miserias de esta vida , y descubrir el secreto de pasar aquí bajo unos pocos y fugaces anos de cómoda y agra­dable existencia. Aunque divididos acerca de otros principios , la mayor parte de los parti­dos políticos están en esto de acuerdo. Los co­munistas , empero, son los únicos que han tra­tado de aplicarlo hasta en sus últimas cense· cuencias, en tanto que los otros se detenian á medio camino. «El destino del hombre es ser feliz. Ahora bien ; sólo es dichoso quien puede satisfacer sus necesidades y trocar esta satisfac­cion en deleite. La medida de la dicha depende, por consecuencia, de la cantidad de goces, y éstos, á su vez, dependen de la multiplicidad de las necesidades. Cuantas m:'&s necesidades tiene el hombre , más obligado se ve a produ­cir p;;ra mejor satisfacer sus necesidades y sus placeres, }"a que, multiplicadas las necesidades, multipllcanse los goces; correlacion , reciproci­dad sobre la cual descansa todo el progreso de la felicidad social. Tal teoría ha hecho más para sacar de quicio á la vieja Europa, que todas las hinchadas especulaciones de los verdaderos

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políticos de la Revolucion.» (Radowitz, DiiJ/o­gos sohre asrmtos de actualidad en la Igluia y el Est:zdo , u5.) En este sistema la educacion y la ensenanza han de revestir forzosamente el mismo carácter que la teoría 1 y son comunis­tas y utilitarias. Y ;l pesar de esto 1 asf como la razon halla en la fe su último refugio y su ga­rantía, as{ para el mejoramiento de la vida física sólo encontramos direccion fecunda y pro­greso seguro en la subordinacion de los intere­ses materiales á los más elevados del órden in­telectual y moral. «Preciso es , sea con relacion al individuo 6 á la sociedad, que el desenvol­vimiento económico no estorbe ni impida el desarrollo religioso, moral y artístico. La vida económica y material del individuo pertenece á una region inferior que guarda con la vida superior del espfritu la misma relacion que el medio con el fin; es necesario , pues , que la materia se ponga al servicio del espíritu , á fin de que el espfritu la realce á su vez , morali­zándola y espiritualiz:i.ndola. La vida económi­ca muere si se aparta de la ley moral y religiosa, y se extraviacuando se aleja de las ideas del bien, de la belleza y de la verdad. Las épocas de

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gusto degradado, de costumbres corrompidas y de irreligion y de trastornos sociales son tambien indefectiblemente épocas de ruina eco­nómica en la historia de la humanidad 1 y recí­procamente, siempre que las buenas costum­bres, la libertad y la honestidad florecen en el seno de la familia, en la sociedad , en el Esta­do y en la Iglesia 1 con las letras y las artes, es­

temos seguros de que tambien prospera á su vez el des.envolvimiento económico. Esta no­table coincidencia que se observa en todos los periodos de la historia, no es, á buen seguro, un erecto de la casualidad.»- ( Schiime , La Ecollo­

mfa N..Jcirmal, 24.) «Los simples servidores de Mammon , en economia social y doméstica, ob­serva Roscher (�J!nm�al de Eco,om{a Politi­

cn, 4 ) , pueden considerar el comunismo como el reflejo de sus propios absurdos.» «En tiem­

pos , dice el mismo Condillac (E/ ComerciO y el Goóie,-,,o, 1 776, n, 18) , en que se juzga que todo lo puede el dinero, la ruina universal es el fin inevitable de las especulaciones comer­ciales , financieras y politicas.» Así , pues , la ciencia, particularmente la ciencia de la Natu­raleza, al abandonar la religion 1 se abandona á

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_ .. _ si propia, ya que, apartándose del objeto más elevado de toda ciencia , y de las existencias'

todas , se rebaja al rango de sierva de los inte­reses más viles y se convierte en esclava del trafico y del lucro.

Al decir esto estamos muy ajenos de desau­torizar la ciencia que trata especialmente de los intereses materiales. Fuera poco cuerdo d deplorar las conquistas de todo género que ha realizado el espíritu humano, particularmente con el auxilio de las ciencias naturales. Y si esta tentacion nos acometiera, el poeta cristia­no por excelencia , Dante Alighieri , nos daria una leccion bien diferente , puesto que califica á la industria de hija de Dios é imitadora del poder divino que creó y gobierna el Universo. {Infienlo, I I , 103 . ) « La religion , el Estado y el comercio formaR parte de un mismo plan general. De aquf resulta que toda institucion perteneciente :: cua1quiera de las tres ramas no podri ser buena cuando evidentemente se oponga a la prosperidad de las otras dos ' por la sencilla razon de que las obr-.ts de Dios no pueden contradecirse.• (J. Tucker, cuatroopús­culos y dos sermones sobre asuntos polfticos y

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comerciales.) Que la práctica y mejora de una industria hábil y atrevida, que el recto y legi­timo goce de los bienes mundanos no sólo pueden, sino que deben, conciliarse armónica­mente y marchar al par de la vida mb ideal C indiferente á las cosas materiales, habialo ya observado F. Bacon (r) , célebre autor del Estu­diO para las cie�tcias ruzturales, cuando dfce : «La riqueza es á la virtud lo que la impedi­menta á un ejército. Dista tanto de la verdad el que la explicacion de los fenómenos, por causas frsicas, aleje de Dios y de la Providen­cia , que, muy al contrario, vemos que no ob­tuvieron éxito alguno los filósofos que en estas cuestiones se ocuparon sino cuando , por fin, acudieron á Dios y á la Providencia .:. e Santo Tomts (De regimi"e pntzcipum , u , 7 ) quiere que el prlncipe busque las riquezas; pero hace notar que las riquezas no constituyen toda la felicidad de un pueblo. ( Stunma Theolor. , n,

q. 2 1 art. I , e, Gent. m, 1 33.) Los escritores anteriores i Smith , áun los fisiócratas, cuando se ocupaban de cuestiones económicas insistian

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- so --principalmente sobre el fondo moral de las co­sas ( 1) . Con Adam Smith , jefe de la escuela sensualista, cuyos servicios bajo otros respectos seria imposible desconocer, se descartó de la teoria económica la relacion moral.

A nuestra vez tenemos de esto una pruel:la efectiva en ese admirable periodo de la Edad Media , que al presente surge poco á pC'co dt:l olvido en que estaba sumido anteriormente. En esta época, en que el espiritualismo brilla­ba en todo su esplendor, veíase elevar al pié de poderosas catedrales, entre un bosque de torres, esas ciudades formadas de palacios, asiento del comercio y de la riqueza, con cuya grandeza no puede ni remotamente comparar­se el falso brillo de nuestras poblaciones m.o­dern:l.s. Y estas espléndidas maravillas de la magnificencia y dd arte, cuyos raros y escasos restos apénas podemos conservar 1 no tenian por fundamento , por apoyo y condicion nece­saria, como el lujo moderno , la repugnante mi­seria de un proletariado numeroso 1 pobre pie-

(1) Schnlze, .:lfrrnrufl ti� Er(lntm�ltr NuW.al, 185 , y Ctontlen, Saulo Tomds clltn(let(lll(lmÍ"#a, 1 1 .

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- SI -be que sufre entregada á los \'Íentos de la casualidad. Un historiador contemporáneo digno de crédito , el italiano Guicciardini 1 ha­blando de Flándes, donde el lujo y la indus­tria florecían en el más alto grado 1 asegura que allf se babia extendido el bienestar hasta las últimas capas sociales. Las obras que , áun contando con la escasez relativa de medios de que disponía 1 ejecutaba el hombre endere?:án­dolas á la mayor gloria de Dios y al honor de la religion y de la piedad, demuestran super­abundantemente que no es incompatible con el espíritu m:rcantil y de conquistas industriales una vida verdaderamente cristiana , que sabe igualmente domenar la Naturaleza y hacerla servir á ;us fines. ( Reichensperger, La MrSirm á� Alemania , 73 ¡ Mascher, La Itultub"t'a a/e­rmma 1 27 8 .)

Pero cuando los intereses materiales han llegado á dominarlo t-;Jo , hasta el punto de absorber todos los pensamientos del hombre, todas sus aspiraciones y toda su vida, el alma no hallarA jamas , ni áUil por breves momen­t05; la calma. celestial ni el recogimiento inte­rior, en los que, no hallándose ensordecida por

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- 52 -el tumulto de las preocupaciones terrestres,

puede escuchar la voz de la verdad y el since­ro llamamiento de su verdadera naturaleza. Poco importa que en las horas 1 muy frecuen­tes por cierto, en que la vida se entrega re­pentinamente a una gran melancolia1 6 en que cualquiera desgracia imprevista parece desva­necer todas nuestras esperanzas 1 se apodere del alma cierto presentimiento de la vida fu­tura y la naga estremecerse, y parezca romper el encanto de este mundo, que domina el sen­timiento y la inteligencin, ya que estas emo­ciones son muy débiles y fugitivas para poder cambiar la direccion definitiva que un largo hábito ha impreso en nuestros pensamientos.

De esta manera permanecen muchos en con­tinua fiuctuacion entre la fe y la incredulidad, como los co�1denados del infierno de Dante , t quienes el cielo no quiere admitir y el riifier­"o rechaza (btjienzo, m , 40.) El mismo que ha dicho: « La ciencia y el poder vienen t ser umL misma cosa »- , Bacon de Verulamo, ha dicho tambien que una ciencia á medias aleja .de Dios , miéntras que la verdadera ciencia con­duce t Él. «Es cierto, y la experiencia plena-

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mente l o comprueba, que las ligeras adquisi­ciones en filosofía conducen, de ordinario, al ateísmo, miéntras que los grandes acopios en ella llevan á la religion :o (r); verdad confirma­da una vez más por Niebuhr en lo que á la historia se refiere. Y J. R. Meyer, descubridor de la mecánica del calor, dice: « Desde lo más íntimo de mi corazon proclamo este principio: la \'erdadera filosofía no debe ni puede ser otra cosa más que la propedéutica de la religion cristiana . » La frase de Bacon tiene adecuada aplicacion á la raza actual de semisabios, más numerosa de .lo que se cree.

Éstos, apénas han gustado el �éctar de la ciencia, han cafdo en la embriaguez, presa del desvanecimiento y del vértigo. Beban este li­·cor .á grandes tragos, y su vi�ta aparecerá cla­ra, recto su sentido, y susjuicios sobrios. Para conservar su fe con la sencillez del niño y con piadosa humildad , están demasiado engreídos de lo poco que sa,ben. En cuanto á reemplazar la fe sencilla con una profunda conviccion

(1) Fr. Baconis Nwnm t�l',rtfll111111 Aphoñsm. 111 ; 06 .,.,,t, uilnt. r , col. s.

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religiosa, asentada por lodos lados en sólidos estudios filosóficos é históricos, por una con­viccion en que reposa el alma con certeza in­quebrantable y consoladora y que nos pone en condiciones de e dar satisfaccion á cualquiera que nos pida razon de la esperanza ó religion en que vivimos » (S. Pedro, cart. 1 , 3 1 1 5 ) ;

para esto filtanles todas las condiciones nece­sarias, ya que ni poseen la verdadera ciencia, ni siquiera el gusto pc.r ella , ni la seriedad en el pensar , ni el amor hicia la verdad llevado hasta la abnegación , pues como dice Male­branche (llledilacümes, 35) : R EI trabajo de la investigacion filosófica, instituido por la ver­dad eterna, es hoy absolutamente necesario. Necesitamos saber que nos es imposible. com­prender claramente la verdad sin trabajo y sin esfuerzo, porque, como pecadores, estamos condenados a procurarnos la vida con el sudor de nuestra frente , lo cual no debe referirse únicamente á la vida del cuerpo, sino tambien á la vida y alimento del alma , esto es, á la ver­dad.» ¿Qué es la v�rdad? preguntan con el ade­man de uno que todo lo ha investigado y ha reflexionado en todo; pero, cual otro juez ro-

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- ss -mano, se alejan sin esperar CC:llestacion. ( San Juan , xvm , 38.) Estas almas son semejantes á un mar muerto en el que no se mueve ningun sl:r viviente, á. un inmenso desierto en el que nc prospera ni un hierbajo.

« Pero , según la excelente observacion de Pascal . { Pcllsamielllos sohl'e lo ,·eh'girm, p. 2,

artrculo 1 7 ) , es la religion una cosa tan gran­de, que con justicia se ven excluidos de ella los que no quieren tomarse el trabajo de bus­carla 6 de estudiarla .»-

y en efecto, adornándose con los pomposos nombres de filosofia , tolerancia, ciencia ene­miga de los misterios que no vacila en adop­tar esta ignorancia, esta incuria , esta estúpi­da locu�a del espirito , declara que todas las religiones son igualmente ,·erdaderas é igual­mente buenas. Proclama que toda religion consiste csens;ialmente en la práctica de los deberes , sin haber examinado lo que es deber, ni dónde radica el origen y la medida del bien moral y del deber. « Muchos imaginan , como hace notar acertadamente Mam:oni ( 0/Jse,.va­cümes so!Jre la moml católica , prólogo ) , que esta indirerencia es el fruto de profundos estu·

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- s6 -dios y el resultado del progreso en las cien� cias , cuando es el más terrible enemigo de la religion, el que ha de venir al fin de los siglos pa:-a terminar un.:1 victoria bien preparada ya por tantos combates. Pero la verdad es aquí precisamente

· todo lo contrario, pues esta in­

diferencia fué el primer enemigo con quien tuvo que luchar el Cristianismo en su marcha triunfal por el mundo. Desde su aparicion fué despreciado y se creyó que no merecia un se­rio exámen. Anuncian los Apóstoles á los pue­blos esas doctrinas, que desde entónces serian la luz, el alimento y el consuelo de las mts grandes almas ; asientan los cimientos de una nueva civilizacion destinada á cambiar la faz del mundo, y se les trata como i gentes ebrias. « Pero hubo algunos que se mofaban de ellos diciendo : «éstos sin duda están llenos de mos­» to. • (Act. n , 13 . ) Expone San Pablo ante el Areópago verdades que, por lo que respecta á los descubrimientos filosóficos, colocarán á la mujer más humilde sobre todos los sabios de la antigüedad; mas de los sabios que le escu­chan, «algunos se burlaron de él, y otros le dije­ron : «Te volver�mos á oir otra vez sobre esto.»-

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(Act. xvu, 32 . ) Creian aquéllos que podian ocuparse de asuntos más importantes que de Dios, el hombre, el alma y la redencion. Y F,,sto, procónsul romano, interrumpió tant­bien al mismo San Pablo, que le explicaba la doctrina de la redencion , diciéndole : e Pablo 1 tú estás loco, las muchas letras te han trastor­nado el juicioJo; y Pablo le respondió: eN o deli­ro, óptimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura.• ( Act. xxvr, 24.) Ese ene�igo permanece siempre en guardia, com­bate aún la religion cristiana como en un prin­cipio : sólo perecerá al fin de los tiempos 1 por­que la Iglesia ha recibido la promesa, no de que destruirá á sus enemigos 1 sino de que ella no será destruida por éstos. •

Hasta el mismo H. Heine reconoció que «los verdaderos impfos son los indiferentes y los que se llaman prudentes, que no quieren ma­nifestar lo que piensan acerca de Dios. El principio y fin de todas las cosas está en Dios.• Schelling ha caracterizado cumplidamente esta disposicion de espíritu, no solamente contraria al Cristianismo 1 sino 6. toda doctrina elevada. cJúzganse iluminados algunos espíri-

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- ss -tus que son únicamente espiritus sin ideas.» (Leccr'ones sohre el rnétodo de los est�tdios aca· t/Qni'cos, 104.)

Y San Cirilo de Alejandría : « La más grosera ignorancia se une á un orgullo ilimitado cuan· do ciertos espiritus incultos hacen alarde de

su incredulidad tocante á una cosa que no pueden comprender, y rechazan como falso todo lo que sobrepuja al aJcance de su inteli· gencia. » (In Joan., vr , 53.) «Una gracia pedi· mes solamente, decia Tertuliano en el siglo tercero : que no se nos condene sin oirnos.» (Tertull., Apolocet. 1 .)

Réstanos examinar una tercera causa de la duda en materia de religion. Tal es la pasion, cualquiera que sea su nombre, sean cualesquie· ra los esueciosos pretextos bajo los cuales se oculte. Si ésta se posesiona de un corazon , no le otorga tregua ni reposo. Cubre la vista inte­rior del hombre con un velo que se hace más tupido de dia en dia. Con\·ierteel alma en una especie de circo, donde las pasiones, desencade­nadas como bestias feroces , rh'1en tan confusa batalla, que ahoga Jos acentos de la verdad.

« Hé aqui por qué , al decir de.Platon (.n:.

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11110 , 90), quien se abandona, ya al deleite, ya á la cólera 1 sólo tendrá pensamientos mortales. Pero el que, por amor á la verdad 1 se esfuerza por meditar en lo inmortal y lo divino , ése conseguirá la inmortalidad. Alc.-..nzará una so· berana ventura, porque ha culth-ado lo divino dentro de si 1 y ha llevado á Dios en su alma.•

No exigimos en manera alguna, como nece· saria condicion para llegar á la posesion de la verdad religiosa, que reine en el alma una cal· ma constante, que nunca la rebeldía de los pen· samientos y el alboroto de las pasiones la con· mueva y turbe, ya que conservar el corazon en tan completa paz , mantener al hombre interior y exterior en tan perfecta y armoniosa disci· plina , no a todos es. dado: esto es privilegio de reducido número, y efecto de la verdad reli­giosa arraigada profundamente en el alma. «La verdad os hará libres.» (San Juan, vm, 32.) Tam­poco pedimos que se dé por tenninado el com­bate entre el hombre inferior y el hombre su­perior, entre la sensualidad y el espíritu, entre la razon y la pasion ; solamente deseamos que comience, que al fin tome el alma por lo serio la obra de su emancipacion¡ que no resista la

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_ ., _ verdad que únicamente ha de libertarla¡ que no se entregue como esc1ava sin voluntad á aquellas potestades de las tinieblas y á las se­ducciones y encantos del mundo, que con el inmenso poderio que laS cosas sensibles ejercen de ordinario sobre el corazon, nos encadenan y arrastran al abismo. Es preciso, empleando una profunda y expresiva frase del Apóstol, que cese de reltmn· la fln•daá de Dí'os cartliva de la til}tah"cia. {Rom. , 1 , J8 . ) Es preciso que reciba la luz de arriba 1 la ctuzl ilurmiza d todos

los hombres r¡ue vienetJ á este mtmdo, ( San Juan, I , 9. )

La verdad divina retenida cautiva de la in­justicia , tal fué, segun San Pablo, el más se­fialado y verdadero origen del antiguo paga­nismo , de sus espantosos errores, de sus mons­truosos vicios 1 y tal es aún la causa más activa del paganisnto de todos los tiempos, y en parti­cular de la incredulidad moderna. La aberra­don intelectual es consecuencia necesaria del desórden moral, pOrque la razon hu�ana tiene sus Ultimas y profundas raíces en el corazon.

« Es necesario ser desinteresado, dice el mis­mo autor del Sistema de la Naturaleza (t. 11 1

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- 6t -c. xm) para juzgar cuerdamente de las cosas¡ se necesitan luces y consecuencias en el espiritu para comprender un gran sistema. Sólo al hombre de bien corresponde examinar las prue· bas de la existencia de Dios y los principios de toda religion . . . . . El hombre honrado y virtuoso es el único juez competente en un asunto de tanta monta . •

c El corazon, dice Pascal , tiene sus motivos, que la misma razon no conoce.• El hombre mcr nlmente corrompido y degradado huye de la luz, como la tvita el ojo enfermo, porque le hiere¡ « pues quien obra mal aborrece la luz y no se arrima á ella para que sus obras no sean reprendidas.� (San Juan , 1 1 1 , zo. ) c La luz, dice· un escritor moderno ( Feuéhtersleben1 0/Jras co,n¡Jettls, m, 2 1 9), se ha hecho para to· dos los ojos, pero no todos los ojos se han he· che para la luz. » Refiriéndose á las palabras del Se11or, hace notar el Apóstol que «algunos por haher desechado de si la buena conciencia vinieron á naufragar en la fe.» ( I , Tim., I 1 19.)

«Y no sin razon, dice San Juan Crisóstomo comentando al Apóstol , pues de tal vida tal doctrina¡ por eso se ha visto á muchos caer en

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el paganismo. A fin de no verse atormentados por el temor al porvenir 1 tratan de persuadir­se á toda costa de que no hay verdad alguna en todo lo que la religion enseii.a.• (Hom. v, 1 . it� Ejn'st. 1 ad Iiin.)

Cuando San Pablo compareció ante el pro­cónsul romano Félix, como hablase á este juez

inicuo de la justicia, de la castidad y del juicio venidero, despavorido Félix , dijo: c Por ahora véte, que á su tiempo te volveré á llamar.• (Actas, 241 25-)

Esta es la historia de la lucha interna de muchos hombres. La verdad les hace palide­cer , por " lo cual sacuden de su espíritu todo pensamiento que les condena 1 como Me11tor importuno que no hace más que fatigarles con sus avisos. e ¿ Quién podria soportar, hace de­cir Ciceron (De 11atura deorttm , 1, 54) al ipicUreo Veleyo, el yugo de un Maestro Eter­no, á quien debt= uno temer dia y noche, que á todo se halla atento y no olvida nada?• Y Lu­crecio (De t�altwn renun 1 1 1 63) se expresa del modo siguiente : «Aspecto despreciable presen­taba la vida humana yaciendo sobre la tierra, oprimida poderosamente bajo el peso de la

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- 6 3 -religion que , mostrando S"-1 cabeza desde las regiones celestes con horrible aspecto, amena­zaba á los mortales. •

Aun despues que la edad y el desfallecimien­to que cons=go trae, dcspues que la saciedad y la fatiga han debil i tado la pasion, quedan en el alma huellas de su destructor dominio , ya que la direccion de los pensamientos en su conjunto, la manera de ver tl mundo y la vida, estan siempre detenidas más ó ménos por las impresiones y la manera de ver del pasado y por un largo hábito de las agitaciones enfer­mizas y fantasías del cora7.on.

Este es un fenómeno cuya causa no es difí­cil conocer. Un átomo de polvo en el ojo basta para turbar la vista y desfigurar los objetos de

la vision. El corazon y la voluntad ejercen so­bre el espfritu una influencia dulce, oculta, á veces casi imperceptible, pero no por eso ménos poderosa, y bastante para oruscar la inteligen­cia más perspicaz y para turbar el juicio más claro. Véase lo que 1 respecto a este particular, 'dice con muchísima verdad un filósofo contem­poráneo : « La voluntad del hombre· penetra en toda ciencia y en todo conocimiento inmedia-

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tamente y como u n principio determinante. Porque, en último resultado, la voluntad no es más que la determinacion

. de la inteligencia

por la voluntad misma , en virtud de la cual puede abandonar el dominio sobre todos sus pensamientos, lo mismo al pensar necesario que al voluntario. Si yo no quiero comprender, si no quiero seguir mi pensamiento necesa­rio , sin concebir mi propia esencia 1 mi yo par­ticular 1 en conrormidad con este pensamiento necesario , no llegaré jamas á entenderme.• (Ulrici , Pritlcipi'o jWJdame�,lol de la filoso­

jia , I , 73· ) Ciertamente que la religion tiene un punto

de apoyo en los hechos primithros é inmediatos de la conciencia¡ � verdad que se nos presenta como la primera, la más general y apremiante de nuestras necesidades 1 como una ley de la humanidad ¡ ciertamente que las pruebas de la verdad y de la divinidad del Cristianismo nos ofrecen una certeza que no puede compararse con ningun otro hecho histórico. El mismo Rousseau dice : « ¿ Habrá quien se atreva á de­cir que el Evangelio es una invencion? No es asf como se inventa. Los acto.s de Sócrates, de

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- 65 -quien ninguno duda , están ménos atestiguados que los de Jesucristo.» ( E111ile, 4.) Pero esta& razones de nada servirán contra una voluntad rebelde, ya que la voluntad humana es la que determina al espiritu á reflexionar y la que, de hecho, elige el objeto cuyo estudio debe ocu­par la inteligencia. Por eso la voluntad es, bajo ciertos aspectos, más alta, más fuerte y más universal que la inteligencia, puesto que ésta se determina siempre, en mayor ó menor esca­la, por el impulso de aquélla. El Doctor Angéli­ca lo dice explícitamente: cl.a voluntad, obran­do á manera d� agente 1 determina á todas las potencias del alma a la ejecucion de sus actos. Si la voluntad se considera segun la razon co­mun de su objeto, que es lo bueno , y el en­tendimiento segun que es cierta cosa y poten­cia especial , en tal sentido está contenida bajo la comun razon de lo bueno , como algo espe­cial, y el entendimiento mismo y el mismo en­tender y su objeto 1 que es lo verdadero. Y en este concepto, la voluntad es de más categoría que el entendimiento y puede mover á éste. »­(Smn. Theol., J, q. 821 art. 4-)

El hombre, pues , queda duel1o de separarse

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- 66 -de todo aquello que contraria sus inclinaciones, 6 de no ocupar�e en ello sino superficialmente y como de pasada , para dejarse llevar, con mucha mayor satisfaccion, á donde quiera que él se sienta atraido, bien por una inclinacion determinada, ó bien por su propio interes. Y ésta es , oomo ha hecho notar Leibnitz (Teodi­

cea, l. 2 ) , la razon que explica cómo el alma encuentra tantos ntcdios de resisLir á la ver­dad : « Nuestro sistema intelectual, dice Fich­te , ordinariamente no es otra C05a que la historia de nuestro corazon.• ( O!J,·ns comple­

tas, u, 253.) Como es el hombre, asf es su Dios¡ de aquí proviene que frecuentemente aquél convierte á Dios en objeto de menosprecio. (Gcethe, Gem"of t�umsos, 4.) «Amigos mios, ¿qué son todas sus negaciones y todas sus du­das sino el reflejo de la miseria de su alma?» ( 1 ) . «Toda mi conviccion procede de los senti­mientos del corazon, y no de las fuerzas de mi espíritu. La pureza del corazon es el camino de 1¡¡. sabiJuria. Jo «Todo depende propiamenle de las opiniones , dke Grethe. Donde éstas

(l) Chelalcddin Ru.m i , Tholu.ck, .E/s•./is,., , r¡o.

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_ , _ existen, allf se destacan los pensamientos, cuya forma guarda perfi.octa analogía con aquéllas.» (.A·ov. etljrosu, m, 238.) Es, pues , natural que el hombre, cuando tiene el corazon dañado, se valga de toda su penetracion para hallar objeciones contra la religion y contra la fe¡ que trate de justificarlas y que esté ávido , por decirlo así , de beber el veneno de la duda¡ pues éste obra en él como una copa embriaga­dora que le adormece y le sumerge en una cal­ma aparente, especie de letargo en el cual no oye el grito de la conciencia, y continúa so­nando con el sueiio de los sentidos. Atládase i esto que en todos los ramos del saber y de la vida es infinitamente más fácil presentar difi­cultades y objeciones, y áun comprenderlas, que hallar la respuesta y penetrar el sentido de la solucion. Resuéh•anse todas las dudas del escepticismo; él logrará oponer siempre otras nuevas. Porque habiéndose de antemano pasado al campo enemigo del Cristianismo, tendrá sus argumentos, como siempre acon­tece en toda discusion en que se ventilan principios , por mil veces más importante!:, mis cliro& y más convincentes que los del

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- 68 -eontrario, sin más motivo que el de ser sus argumentos, y a1iadirá1 sin duda, que los ha examinado con más detenimiento, porque es su voluntad que pasen por verdzderos. No se pretende con esto negar detalles que no pue­den siquiera ponerse en duda¡ pero es lo cier­to que, en un espíritu falseado por las preocu­paciones y las pasiones, la imigen de la \•erdad se halla alterada, desfigurada y puesta, por de­cirlo así , en caricatura en sus rasgos más ca­racterísticos, i la manera que en un espejo cóncavo todos los objetos pierden sus propor­ciones naturales. Aun cuando la certeza de los hechos sea tal que obligue al .espíritu á prestar su asentimiento, la voluntad sabe hallar siem­pre medios y libertad bastante para poderse declarar contra la doctrina católica. En efecto, sublime y misteriosa como es, y no siendo su�tible de poderse comprender de un modo absoluto por la inteligencia, no se presenta ja­mas i la mente humana con el carácter ava­sallador de la evidencia que obligue al es­píritu á su sumision , como sucede en un teo­rema de geometrfa 1 por ejemplo. Todo el que pretende entrar i examinar el Cristianismo

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_ ., _ sin preocupación de Binguna especie y con completa indiferencia, no hace otra cosa que pronunciar frases huecas y faltas de sentido, porque ninguno es absolutamente despreocu­pado, mucho ménos en una cuestion que abra­za y, por decirlo así, penetra á todo el hombre, que renueva y trasforma todo el dominio de su pensamiento, que seftala á toda su existen­cia una determinacion y una dircccion obli­gatoria, y que es , por eso , de una importancia sin igual para toda la vida.

Strauss se jactaba mucho de su imparciali­dad para hacer creer que poseia una aptitud especial para erigirse en critico de los Evan­gelios¡ pero desde los primeros capitulas de su Vida tú jesus nada aparece más parcial que su imparcialidad. Así, en su NuC'I)a vie1a de jes1ts para el tiSO del p11ehlo aleman 1 pág. I 3 1 se lee lo que sigue: «Cuando se escribe sobre las mo­narquías ninivitas 6 sobre los Faraones egip­cios, puede muy bien no darse al asunto más que un valor puramente histórico. El Cristia­nismo , por el contrario, es un poder de tal modo viviente, y la cuestion de averiguar" cómo se ha formado desde su origen implica conse-

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'- 70 -cuencias de tal importancia para el presente,

que era necesario que el crítico fuera estúpi· damente insensible para no dar ii la decision de e5ta cuestion mis que un valor puramente histórico.»

Por lo que respecta á la investigacion his­tórica, Dollinger hace la observacion siguien­te , que encierra una gran verdad (E,·ror,

áZ�da , verdad. Discurso, 33) : «Los unos se de· jan guiar con interior satisfaccion por escrito­res que embrollan la memoria del pasado y que adulan al maJicioso demonio, que se halla siempre en acecho del corazon del hombre, asignando á los hechoo más importante<� mo· tivos indignos, causas muy mezquinas, y so· bre todo, procurando oscurecer todas las cues· tienes religiosas por la alteracion voluntaria de los hechos, por pinturas puramente fantás­ticas 1 y haciendo qu� se destaque muy parti­cularmente lo que hay de terrestre y munda­no en ellas. Hay otros, por el contrario, que guiados por un senlido moral rectísimo y por un sentimiento exquisito de la "erdad1 rehu­sarán sin duda alguna toda creencia y toda confianza á tales historiadores; por una especie

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- 7I -de adivinacion instintiva podrán 1 iun en aquellos casos en que no les sea dado acudir i 1� fuentes, descubrir tan pen-ersas tramas, y reconocerán, no pocas veces, la verdad , ó á lo ménos la vislumbrarán á traves del velo de tan artificiosa alteracion. De lo que llevamos dicho tesulta que todos nuestros c�mocimien· tos, ó bien descansan inmediatamente en una base moral , ó t ienen alguna rdacion con la misma. Si fuera de otra manera , los hombres de perspicaz inteligencia 1 los sabios , llevarian una ventaja infinita sobre los ignorantes y los pobres 1 áun en el discernimiento del bien y del mal ¡ pero, muy al contrario, en virtud de una ley tan sábia como justa, el hombre no puede hacer penetrar en su inteligencia lo que no ha recibido primero en su corazon, y cuan· do aparta su voluntad del bien , cierra tam­bien su inteligenda á la verdad.•

En la cuestion relativa á la verdadera rcli­gion es donde se manifiesta prinCipalmente esta correlacion intima entre todas las fa.::ul­tades , fuerzas, aspiraciones y tendencias del hombre, como no puede ménos de suceder en un toi;o orginico, á la par que grandioso, cu-

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- 72 -yas partes se hallan fntímamente ligadas en una perfecta unidad ; ya que el espirito es uno y la inteligencia y la voluntad tienen su raiz en la unidad de un alma simple é indivisible, unidad eo la que y por la que las facultades que la ciencia distingue y trata separadamen· te se compenetran y determinan entre sí. La pureza de intencion y la rectitud del corazon conducen de un modo directo á la verdad cris­tiana , y ésta refluye, á su vez, sobre la volun· ta.d y las demas potencias del alma , ennoble­ciéndolas, purificindolas y elevándolas. Tal es el sentido de una frase notable y bien conocida de Leibnitz : e Existe intima relacion entre la metafísica, la moral y la geometria.»- Todo error, pues, principalmente en las cuestiones del órden religioso y moral , de$cansa, como ya lo hizo notar Aristóteles, en la libre volun· tad , y es , por consecuencia, inmediata ó me· diatamente culpable¡ porqu� el espirito del hombre tiende por su naturaleza á la verdad, y sólo ella tiene poder para obligarle a que preste asentimiento. «La mayor parte de los hombres, dice un célebre patricio, muy cono­cedor de ellos (Ciceron , De oratore, n, 42) 1

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se deja llevar en sus juicio.s por el amor 6 por el ódio, por el deseo ó por la cólera, por el do­lor ó la alegría, por la esperanza ó el temor, 6 por cualquiera otra pasion ¡ sólo un corto número juzga conforme á la verdad, la equi­dad 6 la ley. •

Se puede, pues, sostener con toda seguridad lo que S. Agustin y Suarez habian ya dicho y que ha repetido despues el ya mencionado Ulrici (l. c., I1 Z53) 1 á saber: «que todo error tiene, en cierto modo, su raíz en el pecado.• « Por donde se ve que el error SI origina , no pr:rque eng:u'\en las mismas cosas, que no ha­cen mis que mostrar al que siente la propia especie que recibieran , segun el grado_ de su hermo.sura, ni porque cnganen los mismos sentidos, los cuales, participando de la natu­raleza del cuerpo á que van unidos , sólo anuncian bajo la influencia del alma sus afec­ciones ; más bien es el pecado el que engar..a á las almas cuando van en busca de lo verdadero, despues de haber abandonado y descuidado la verdad.» (August., De vera nligi'oue, c. XXXVI.)

« Por consecuencia, el error actual , ó en que incurre el juicio del momento, tiene siempre

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- 74 -su inmediato orfgen en la voluntad humana.:. (Suarez, Metaphys. tliSput., IX1 sec. 2 . ) Los gus­tos , dice Ulrici , las inclinaciones, los deseos, las pasiones 1 provocan la intervencion del li­bre a!bedrio en las operaciones del pensamien­to. Infiérese de esto que el error depende ne­cesariamente del libre albedrio, que de él le viene su moralidad , y por lo tanto , que puede afirmarse con razon que « todo error se funda en el pecado.,. Tiene tambien gran importan­cia esta declaracion de Dollinger (l. c., p . zs) : -cEs cosa cierta que en el terreno de la moral el ert'll' no es una necesidad, una casualidad ó una fatalidad, sino algo en que interviene la eleccion personal , una accion propiamente dicha, y áun cuando se haya recibido de otros, es libre produccion de nuestro espiritu y de nuestra propia voluntad. Es verdad que el error nace en nuestro espfritu por efecto del ofuscamiento de la inteligencia¡ pero ¿de dón­de proviene tal ofuscamiento sino de la cor­rupcion de la voluntad y de su apartamiento de Dios ? Porque si atentamente lo considera­mos, tendrl:mos que reconocer que la verda­dera madre de todos los errores no es la igno-

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rancia , sino la ilusion voluntaria, ese engafto de nosotros mismos por nosotros mismos , en virtud del cual creemos saber lo que en reali­

dad ignoramos, juzgamos de lo que nada 6 muy poco conocemos y queremos decidir sin tener motivos suficientes.

:�oEn el fondo de todos los errores del espfritu humano se halla siempre una falta de volun­tad. El hombre juzga de lo que no conoce }r se engalla de esa suerte á sí mismo , y esta es­pecie de ignorancia es ya voluntaria 6 culpa­ble , puesto que es una consecuencia de la pe­reza, de la negligencia y de la indiferencia con relacion á la \'erdad. Pero la voluntad corrOmpida es causa tambien del error cuando el hombre, dejando á un lado y sofocando, por decirlo asi , las ideas puras de las co�as, tales como se le presentan y como realmente son en sí, se entrega á la engallosa ilusion de sus sentidos y de su imaginacion. Las fuentes de nuestros errores se deben buscar en la volun­tad , en el amor propio , en el orgullo, en la var.idad, en la sensualidad y en los demas vi­cios. En realidad no comenzamos á descubrir el carácter moral de un error sino cuando le

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hemos ·¡encido y rechazado 1 porque sólo en­tonces vemos claramente la relacion intima que en n0$0tros tenía este error con ciertas in­clinaciones y con ciertos defectos morales.• (Ulrici, t. n, zsz.)

Estamos, sin embargo, muy distantes de su· poner moralmente culpable á todo el que duda 6 se equivoca¡ para que asl sea es necesario que, sin haber terminado toda lucha interior, y renunciando á todo esfuerzo para salir de su estado, se entregue á las dulzuras de tal vida, sin procurar pasar de la duda á la certeza. Pero si finalmente penetra hasta la verdad, verá en ella misma cuán fí1tiles son los moti­vos en que se apoyaba su duda. En cuanto á nosotros, no nos toca juzgarle, porque una de dos : 6 el hombre tiene miedo á la verdad cris­tiana, 6 la desea; en el primer caso, cuanto más profunda sea su degraclacion moral, mayor será su temor y su aversión hácia una verdad que le condena, y no habrá nada que no tien­te á fin de sustraerse á sus pesados reproches. Mas aquel que no tiene ninguna razon por que temer, aquel á quien se abre una fuente abun­dante de luz celeatial, de preciosos conocimien-

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- 77 -tos y de elevacion moral , ése la buscari con ansiedad y marchará. con paso rá.pido por el camino que á ella conduce.

El papa Inocencio XI ha condenado (Bula del 2 de Mayo de 1 679) las dos proposiciones siguientes : ProjotihO 4: «Ab ;,,¡;a�tilate �xc� snbí'tur infid�lis "Otl a·�de11s, ÓlldUS opimOtU minus prolmbr'li. • Proposi'lio 2 1 : «Assmsus ftdei supen1alurah's et utilr's ad snlutem stnt aun nolitia solu.m probaln1i revelatrOni's, imo cu.m fonnidine, r¡11a r¡ut's forlnitlct, t1e mm sit locutus D�us. » La razon de tal condenacion es clara : destinado el espíritu a la verdad, tie­ne necesidad de la certeza, principalmente en la ciencia religiosa. El estado de duda no pue­de ser , por consecuencia, más que un estado transitorio, un motivo que nos debe conducir á. la certeza. No hay estado más normal para el e�píritu que aquel en que descansa en la ver­dad , como en el elemento que conviene á su naturaleza¡ por tanto , querer reposar en la duda , complacerse en ell a , es atentar contra la naturaleza y el destino del espiritu. Si el hom­bre que duda quiere salir de tal estado, y su voluntad es pura 1 llegara seguramente al co-

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nocimiento de la verdad cristiana, que es de­masiado evidente para que deje de atraer la atcncion de todo espíritu de buena voluntad. (Suarez, Disp. tkeolog-., t. IX1 tract. I, disput. 41 sect. 3; Santo Tomas, Smna, z, q. J , art. 4.) El mismo Grethe lo comprendió así cuando dice (Eckermann, Co11versaciones, t, 350) : «No es posible l:accr asiento en la duda, puesto que ésta incita al espíritu á nueva investigacion, ! un eximen más profundo, el cual, si se hace de una manera completa, tiene por resultado la certeza, Ultimo objeto del espíritu, en el que el hombre halla el reposo completo. Ciceron, despues de haber citado el testimonio de Ar­quitas de Tarento respecto á la degradacion moral, dice : -« Nada hay más detestable y pes­tifero que el deleite sensual , ya que cuanto más arraigado se halla 6 más conlinuado ha sido, tanto más borra las luces de la inteligen­cia ... . . Pues los placeres, enemigos de la razon, ofuscan todo consejo, y. por decirlo así , ciegan los ojos de la inteligencia, impidiendo hasta la prictica de toda virtud. • (De sc11ect., 1 2 .)

cAcaso se preguntará por qué hay tantos in­crédulos y enemigos de la Religion Católica,

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Rowseau ha dicho : «Hijo mio, ten tu alma en estado de desear siempre que haya Dios , y jamas dudarás de él :o ¡ expresion que no se puede aplicar en tod� su fuerza y valor sino á la doctrina católica y á la rc:ligion revelada.

Pero no es dado á los hombres pasar de la duda., del error y de la incredulidad á la fe y á la verdad, porque esto es obra de Dios y de su gracia. La cual se halla, en cierta manera, asociada al alma incréJula y, acechándola con sus misteriosos rodeos, se apodera de ella con una dulce pero irresistible violencia, hasta que al fin el alma abre su seno á la luz de lo alto, como la flor abre su caliz á la luz del sol, y se rompe el velo que hasta entónces se la ocultaba.

San Agustio describe la accion de la gracia (Dc peccatorwn merih"s, l. z, 1 7 ) : «Para que se haga patente lo que estaba oculto y resulte agradable lo que no lo era » ¡ y en otro pasaje (cap. XIX) dice que es da luz que ilumina las tinieblas y la suavidad en virtud de la cual la tierra produce sus frutos.»

Esta es la razon por que toda conversion de la duda y de la. incredulidad a l a verdad y á la

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fe es como un renacimiento al que puede el hombre prepararse y cooperar, pero que sólo la gracia de Dios principia y termina; de suerte

que ella sola puede explicar el maravilloso mi­lagro de todas las conversiones que se han ope­

rado entre los hombres desde la de San Pablo, el fanático perseguidor del Cristianismo na­ciente, hasta las de nues.tros dias. Asf lo ensetla terminantemente el Concilio de T rento (ses. 61 can. 3) : « Si alguno dijere que sin la previa inspiracion del Espíritu Santo y sin su auxilio puede el hombre creer, esperar, amar y hacer penitencia como debe .••.. sea anatematizado.• Y San Agustin dice (De dono psrsevu. , 23) :

e Porque, ¿ cuándo no se ha orado en la Iglesia por los infieles y por sus enemigos á fin de que crean? Y sin embargo, si la Iglesia pide estas cosas á Dios , creyendo que ella puede dárselas á si misma, no pronunciaría oraciones verdaderas, sino de pura fórmula , cosa que es­tamos muy distantes de creer; pues ¿quién hay que con sinceridad dirija una plegaria con el deseo de recibir de Dios lo que pide , si cree que puede recibirlo de sf propio, y no de Dios?• La cooperacion del hombre á la obra de la fe

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y de la justificacion se halla tambien expresa­

mente ensenada por el Concilio de Trente {ses. 6, can. 4 ) : « Si alguno dijere que el libre albedr[o del hombre, movido por Dios , no puede cooperar, con su asentimiento, á la obra de Dios que le excita y llama, disponiéndose y preparándose de este modo para obtener la gracia de la justificacion y que no puede di­sentir si quiere, sino que se encuentra sin a.c­cion , como una cosa inerte , y se conduce de una manera meramente p.'lSiva , sea anatema­tizado. :. La gracia obra en nosotros, sea que ejerza su acdon inmediata 6 mediatamente, por ensei\anzas interiores y exteriores. En la historia del mundo son como sus agentes aque­llos tres jinetes de que habla el Apocalipsis, montados respectivamente en un caballo blan­co, bermejo y negro; es deci r , la guerra , la peste y el hambre : en la vida individual lo son principalmente el dolor, los padecimientos y las opresiones. Déjase sentir en el interior una pena profunda que nace del doloroso des­encanto que el hombre experimenta cuando lo espera todo de la ciencia humana y busca su salvacion en la verdad que no pueden dar

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_ ,. _ los hombres. Perciben el aguijen de la con­cienciá que ansia el perdon , la inmensa des­gracia del pecado, de la que no podemos librar­nos por solas nuestras fuerzas. Ó bien nos oprime un penoso sentimiento de soledad y de abandono que agobia el alma en medio del tumulto y de las alegrfas del mundo , obligán­dola i buscar un corazon sincero que la pro­porcione la paz perdida mediante el sacrificio de sf misma. Las Cotifesiones de San Agustín, en las que el Santo tan á maravilla describe los caminos por los que Dios conduce hácia Él las almas, son un bosquejo de lo que en el inte­rior de cada uno pasa.

Resumamos brevemente esta discusion. Las causas que hemos considerado como las más ordinarias y más generales de la duda en ma­teria de religion 1 pueden reducirse á tres : rma falsa idea de la cienda y tle Sil o6jeto , la

indifermcia y el vado del es}iri'tt1 , y por últi­mo, las pasümes. Por más que las hayamos se­parado en nuestro estudio y las hayamos tra­tado aparte , no se excluyen unas á otras; ántcs bien las hallamos unidas en la vida, eo cuyo caso la discordia interior es mucho más pro•

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- ss -funda y el combate más rudo. Lo que acaba­mos de decir bastará para darnos una idea del estado y situacion de los espíritus que se hallan más 6 ménos altjados de la verdad cristiana.

Es fácil , muy fácil , dudar y extender la duda á todo el campo de la vi.da superior y e!­piritual, á todo lo que no pueden ver los ojos ni tocar las manos ; y muy seductor 1 por otra parte, darse á tan poca costa la apariencia de un gran sabio. «El placer de decir algo ex­traordinario 1 ha dicho un célebre naturalista, es el mayor enemigo de la verdad en el estu­dio de la Naturaleza.» (Oerstedt, El Espiritu

etz la Naturaleza , 1 , 192 . ) Para dudar , para negar, para contradecir,

no es necesario inventar una ra..:on extraordi­naria , ni áun hay necesidad de razon alguna, pues basta sólo el monosílabo 110. «Nuestros co­

legiales hinchados, d:ce Feuchtersltben, creen darse toda la importancia de que son personas de nota con sólo manifestar á los demas que para ellos fe y grandeza son palabras vanas, y que todos los hombres, á excepcion de ellos, son malvados y mentecatos .• ( Obras, m, 1 8.) cHe conocido algunos hombrea, dLce A. de

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_ ,. _ Tocqueville , que creian enmendar su ruin ba­jeza ante los mis bajos representantes del poder político, haciendo alarde de su audacia contra Dios , y que , miéntras repudiaban lo que hay de franco y noble en la revolucion , se figura­ban permaneter fieles al espirito de ésta per­severando en su incredulidad . ,. (El tmh"g110

rlgilmm y la kevolt1drm 1 p. 6.) Muchos conle­ten el lastimoso error de rendir , ante todo, culto al espiritu de la negacion , como si nc fuese más noble y elevado estudiar y recono­cer la verdad que atao:arla y rehusarla. ¡ Cosa extrana! La contradiccion de un idiota , que no conoce ni sospecha las maravillas del mag­netismo O de la electricidad, jamas se ha con­siderado como set'\al de l!lla rara profundidad de espíritu; pero cuando se trata de la Re1i­gion, que resume en si todos los re:tulta.jos de la ciencia y todo lo qu� hay de más sublime en la cultura del espíritu h1:mano 1 basta :ter ignorante, indiferente 6 fatuo para tener de· recho á cubrirse con el manto de filósofo. Esta despreciable mania de quererse distinguir de los dcmas hombres por medios tan innobles y vergonzosos, era. conocida por el noble Silv:io

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Pellico, el cual la condenó en una de sus car­tas. « No os avergonceis , dice , de \"ivir al iado de Jesucristo con las gentes del pueblo. La gente vulgar es voluntariamente religiosa¡ mas no se sigue de aquí que la religion sea una cosa vulgar. •

Cuando se tiene llena la cabeza de las ilu­siones de una juventud fogosa¡ cuando uno se siente en la plenitud de sus fu-erzas y vive en el seno de la dicha fascinado y halagado por to­das las pasiones, puede parecerle acaso cómo­do esquivar, bajo cualquier pretexto ingenio­so, las cuestiones más grandes y de mayor importancia para el hombre, cuales son las cuestiones de Dios , del alma y de la inmorta­lidad ; mas esto no evita que el alma que no tiene fe se encuentre en un estado desgracia­do ¡ pues en la copa de la vida el placer no es otra cosa que ligera espuma que bien pronto se desvanece, y de la que no quedan más que las revueltas y amargas heces. Pronto la vida no ofrece al hombre otra cosa que disgustos, y se convierte e!l una pesada y enojosa carga que él dejaría con placer, pero á la que le su­jetan mil ligaduras.

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_ ., _ Nadie ha trazado jamas una pintura más

verdadera y más gráfica del alma que ha per­dido la fe que el desgraciado Lamennais (Di's­

cusiot�es criticas y jJc11samimtos varios soóre

/a re/igion y la filos•ifla 1 2 2 ) : «Cuando la fe que unia al hombre con Dios y le elevaba ha­cia él , llega á faltar , pasa en e1 alma una cosa horrible. Arrastrada ésta al abismo, como si dijéramos, por su propio peso , se hunde sin cesar cada vez mú, llevando consigo su propia inteligencia , que se halla desde entónces des­prendida de su principio, y se adhiere, unas veces con dolorosa inquietud y otras con una alegría semejante á la risa del insensato, á cuanto encuentra cñ su caida. Atormentada constantemente por una insaciable sed y deseo de vida, ó se agarra á la materia, que en vano intenta fecundar , espiritualizar y aun divini­zar , ó persigue, á traves del vaclo, fantásticas abstracciones , las sombras fugitivas 6 formas sin sustancia de su fantasía. Si algun resto de amor queda en ella , es el instinto que anima la naturaleza bruta. Ya no comprende la so­ciedad como una manifestacion del espíritu y de Sus leyes, sino como un trabajo mecánico

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de coordinacion , 6 á lo más de cristalizacion más ó ménos regular. Todos los instintos no­bles se hallan adormecidos en un profundo sueño , y todos los poderosos secretos que presiden al. la formacion del mundo moral y al desarrollo del sér , en su esencia invisible , se amortiguan en parte, y en parte le crean una especie de suplicio , cuya causa, desconocida por él , le sume en mil angustias y en una desesperación indescriptible, Su alma está hambrienta, y no tiene alimento que darla : ¿ qué hacer ? matar su alma, para sustraerla i este tormento interno. Sufre porque todavfa

no ha descendido bastante : descienda, pues, descienda hasta el animal , hasta la planta, conviértase en bruto, truéquese en piedra; pero esto no es posible : en el tenebroso abismo en que se engolfa , arrastra consigo su esencia inexorable, y los ecos del uni verso repiten, de regiOn en region , los desgarradores ayes de esta criatura, que, arrancada del sitio asignado por el Supremo Ordenador en su vasto plan 1 é inhabilitada para detenerse ya , flota sin cesar en el seno de los seres, no de otra suerte que un navío desmantelado 1 atraido y repelido en

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_ ,. _ todos sentidos por las olas de un océano de­sierto.»

En realidad de verdad, no valdria la pena de con_servar esta vida, si no tuviera para nos­otros ningun aliciente sobrenatural é impere­cedero, ya que sin éste sería una gota de ale­gría desleida.en un vaso de amarguras. En tal caso á nada conduciria el trabajar, si solamen­te trabajásemos para este mundo , si ha de derribar la muerte el edificio de nuestros es­fuerzos, como castillo de naipes que elevan in­fantil�s manos. ¿Y qué harémos en aquel m o · mento e n que la vista se turba, en que todos los sentidos se debilitan, en que nuestro cuer­po, esta casa de barro, amenaza ruina y en que la muerte se aproxima rastreando , semejante á una bestia feroz que se acerca para arrebatar su presa? «Dadme grandes pensamientos�, ex­clamaba Herder al morir. Y en efecto , el hombre, en hora tal , necesita grandes pensa­mientos, como tablas de salvacion á que pue­da asirse en el naufragio universal, para que le liberten 1 colocándole sobre la superficie de este abismo del no sér en que zozobra y se su­merge el mundo sensible.

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- gr -Si tuviera que hablar á un escéptico 1 acep­

tandC' las palabras del más sublime y noble pensador de la antigüedad, de Plat"n, le diria: «No sois tus amigos ni tú los primeros que ha­beis sustentado esta opinion respecto á los dioses ; en todo tiempo ha habido hombres más 6 ménos inficionados de esta enferme­dad , y yo mismo he COJ)ocido á. muchos por haber vivido en su compafiia¡ puedo, empero, afirmar que ninguno de ellos, despues de abra­zar en su juventud el error de que Dios no existe, ha perseverado hasta la vejez. Aconsé­jate, por lo tanto, q•1e en la época media de tu \"ida te abstengas de cometer ninguna impie­dad contra los dioses. ,. (Leyes, x , 888.) Antes de pronunciar la menor palabra contra la exis­tencia de Dios , medita tres veces, reflexiona diez , porque llegará el dia , y llegará sin tar­dar, en q uc espiren las burlas en tus trémulos labios. No está léjos el dia en qt�e necesites de Dios y de su eterna verdad para consolar tu alma desolada, vacfa y presa del dolor.

«¿Qué sistema, entre todos los contrarios al Cristianismo, dice Mcntalembert, ha consola­do jamas un corazon aligido, 6 fecundado un

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- 9' -corazon desierto? ¿ Quién , entre esos doctores, ha enseñaoo alguna vez la manera de enju­gar una lágrima? Desde la creacion del mun­do, el Cristianismo, y solamente el Cristianis­mo, ha prometido consolar al hombre en las inevitables aflicciones de la vida , depurando las tendencias de su espirito, y únicamente él ha cumplido su prom,ssa. Por eso entendemos que ántes de pensar en reemplazarle , fuera preciso comenzar por desterrar de la tierra los dolores.:t ( Vida de Santa Isahcl de Hungrla,

prólogo.) Guarden , pues , todos fielmente en su corazon lu verdades religiosas. «Pues cuan­do examinamos, dice Schelling (prólogo á las 0/Jrns pdstmnas de Stefftm) , las doctrinas que han aceptado muchos á catT!bio de los tesoros de verdad y de conocimiento encerrados en Cristo, recordamos involuntariamente al rey que, segun Sancho Panza refiere, vendió su reino para comprar una manada de gansos.,.

Unicamente aquí brilla el sol que disipa las tinieblas de esta existencia terrenal, la mano maternal que derrama el bálsamo para calmar todos los dolores, la divina mens�era que sostiene á todos los débiles y que guia

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hacia Aquel que es eterna fuente de toda

verdad. Bálmes ha trazado un cuadro verdadero y

conmovedor del alma de un escéptico. (Cartas, 11 1 5 ) : «El escepticismo religioso sirve única­mente en medio de la dicha terrena, sólo se alberga tranquilamente en el hombre cuando, rebosando de salud y de vida, mira como even­tualidad muy lejana el instante supremo en que le será preciso al espíritu el despegarse del cuerpo mortal y pasar á otra vida. Pero desde el momento en que la existencia está en peli­gro , cuando vienen las enfermedades como heraldos de la muerte á indicarnos que no esti léjos el terrible trance, cuando un riesgo imprevisto nos advierte que estamos como suspendidos de un hilo sobre el abismo de la eternidad, entónces el escepticismo deja de ser satisfactorio ¡ la mentida seguridad , que poco ántes nos proporcionára, se trueca en incerti­dumbre cruel , angustiosa, llena de remordi­mientos, de sobresalto, de espanto. Entónces el escepticismo deja de ser cómodo, y pasa á ser horroroso¡ y en su mortal postracion busca el hombre la luz, y no la encuentra ¡ llama i

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- 94 -la fe, y la fe no le responde ; invoca á Dios , y Dios se hace sordo á sus tardías invocaciones.

:t Y para ser el escepticismo duro, cruel tor­mento del alma , no es necesario hallarse en esos trances formid�bles en que el hombre fija azorada su vista. en las tinieblas de un incierto

porvenir¡ en el curso ordinario de la vida, en n::.edio de los acnntecimientos más comunes, siente mil veces el hombre cuál cae gota il gota sobre su corazon el veneno de la vlbora que en su seno abriga. Momentos hay en que los placeres cansan, el mundo fastidia , la vida se hace pesada , la existencia se arrastra !;Obre un tiempo que camina con lentitud perezosa. Un tedio profundo se apodera del alma¡ un indecible malestar la aqueja y atormenta. No son los pP.sares abrumadores destrozando el corazon , no es la tristeza abatiendo el espirito y arrancándole dolo1 osos suspiros por medio de prnzantes recuerdos¡ es una pasion que nada tiene de vivo , de agudo¡ es una langui­dez mortal , es un disgusto de cuant:;, nos cir­cunda, es un penoso entorpecimiento de todas

las facultades , como aquel desasosegado estu­por que, en ciertas dolencias, anuncia crisis pe-

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ligrosas. l A qué estoy yo en el mundo ? se dice el hombre á sí mismo. ¿ Qué ventajas me trae el haber salido de la nada ? ¿ Qué pierdo apartándome de la vista de una tierra para mí agostada, de un sol que para mi no brilla? El dia de hoy es insfpido como el dia de ayer, y el de maflana lo será como el de hoy : mi alma está sedienta de gozar y no goza; ávida de dicha y no la alcanza¡ consumiénd05e como una antorcha que por falta de pábulo desfa· llece. ¿ No ha sentido V. repetidas veces, mi estimado amigo : este tormento de los afortu­nados del mundo, ese gusano roedor de los es­pfritus que se pretenden superiores? ¿ No aso­ma jamas en su pecho ese movimiento de desesperacion que se ofrece al hcmbre como el único remedio de un mal tan insoportable? Pues sepa V. que uno de sus funestos manan­tiales es el escepticismo, ese vacío del alma que la desas05iega y atormenta, esa ausencia espantosa de toda fe, de toda esperanza; esa incertidumbre sobre Dios, sobre la Naturaleza, sobre el orígen y destino del hombre. Vacfo tanto más sensible cuanto recae en almas ejer­citadas en el discurso por el estudio de las

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- g6 -ciencias, excitadas en todas sus facultades men· tales por una literatura loca que sólo se pro· pone producir efecto, aunque sean los sacudi­mientos de la electricidad ó las convulsiones del galvanismo; almas que sienten avivadas y aguzadas todas las pasiones por un ·mundo s�­gaz , que les habla en todos los idiomas y las conmueve de tan vária.s maneras, echando mano de infinidad de recursos.»

¡ Quién al leer estas palabras del profundo filósofo espai'tol no recuerda los Ultimas versos del malogrado Lenau , escritos poco tiempo ánte¡s que la locura oscureciese para siempre su inteligencia ! : e Nada hay que atraiga mis miradas ¡ la vida es una peregrinacion traba­josa, un árido esfuerzo al caminar de un lado para otro 1 y en el trayecto se agotan nuestras fuerzas. Y si todavía pudiese uno llegar á la meta , con el vigor del jóven1 en el mismo es­tado en que empezamos la carrera, áun po­driamos reirnos del juego ¡ pero de un mo­mento á otro nos arrastra una fuerza, y nos lleva como el cantarito que se rompe contra la roca de la fuente, derramándose su conteni­do poi"' el suelo . . • � .•

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CONFERENCIA SEGUNDA.

LOS TRES ÓRDENES DE VERDADES.

Las causas de la duda en materias religio­sas , cuya exposicion nos ha ocupado en la an­terior conferencia, nos han dado á conocer va­rios puntos de partida para apreciar esta enfermedad del espíritu que, bajo muy diver­sas formas , se ha hecho notar en los siglos todos como opuesta á la fe cristiana. Si inves­tigamos la importancia de esta duda , verémos que no existen motivos para atribuirla valor alguno cientifi.co¡ es una debilidad del espirito más bien que prueba de su fuerza. Sin embar-

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_ , _ go 1 el poder de la duda no es por eso menor, ni su influencia más I:mitada , por lo mismo que halaga la vanidad de los espfritus mezqui­nos , por encontrar en ella una excusa y un pretexto la repugnancia que sienten muchos hácia todo pensamiento serio, porque justifica, en apariencia, li los aficionados á sumergirse en lo material y terreno, y porque no inquie­ta en sus goces á los esclavos del placer.

Esta Conferencia nos hará penetrar más y más en la investigación de la verdad y la cer­teza. La misma naturaleza del espíritu huma­no demuestra la posibilidad y la certeza del conocimiento en el triple dominio de la ver­dad, á saber: El conoclillimlo sensihle, el cono­cimümto it�ülectllnl y el COIIOCtinie11/o soiJI·ma­iul'ai d reli'gioso. Por tanto, la esencia del espfritu humano rechaza la duda, bajo las tres formas que ésta reviste en la época presente: escejticismo, se11S11ali'smo y 1'aci(mali8nw.

Hay en el hombre, segun ensenó ya Aristó­teles (.1Uctajis., 11 1 ) , y segun lo atestigua ma­nifiestamente la conciencia intima 1 un impul­so natural é irresistible al saber. Porque, como ya hizo notar Platon (De Repttóli'ca, x, p. 6 1 1 ) ,

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_ , _ la inteligencia es precisamente lo divino en el hombre ; por ella pertenece á la raza divina. Segun dijeron algunos de vu¡;stros poetas, «so­mos de raza divina•· (Aclns, 1 7 1 z8 ) : ella es su corona y su adorno, pues lleva en si misma la imágen de la divinidad y un rayo de la ver­dad eterna. «Porque, segun Santo Tomas dice, asi como el sol exterior y visible ilumina el mundo corporal, así Dios , el sol inteligible, alumbra nuestro interior. Por donde se ve que la luz natural de la razon 1 inherente i nuestra alma, es una divina iluminacion que derrama luz en �osotros, una imágen de la misma sustancia divina. » ( Smmnn Tkcolog. , x, z ¡ Quaest. 109, art. J . ) Ahora bien ; toda facultad intelectual 6 sensible propende naturalmente hicia el objeto que la corresponde, para el que ha sido creada y en el que baila su propia satis­faccion y su complemento. Así , pues , lo que la luz es al ojo es la verdad para el espiritu humano. Es ésta el peculiar objeto para que ha sido creado y en el cual descansa¡ es la única atmósfera en que puede respirar y al­canzar la vida , el contento y la ventura. c.Nr1 sólo de pan vive el hombre»-1 tambien su esvi-

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ritu reclama alimento, con necesidad ineludi­ble y más imperiosa. El jHnJ áel espirit" es la verdad. El espfritu del hombre sólo puede vi­vir de la verdad. La mentira anonada su alma, miéntras que la verdad satisface á su natura­

. itual , responde á la más noble, fuer­

ble de sus necesidades. (Sahitiu-

habrá saboreado aún ei delicio­uién no habrá experimentado la

,:jnef.,hl�._ií ría que nos arrebata cuandO , tras ���,. osa lucha por descubrir la verdad, ésta se manifi.::sta , por fi n , á nuestro espíritu en toda su plenitud y en su esplendor más ca­bal ? ¿Quién no advierte el profundo gozo del pensador que , después de laboriosas investiga­ciones, contempla al cabo la verdad que mu­cho ántes presintiera, mas cuyo fundamento ignoraba, bien sea ésta umt. verdad de consi­derable alcance, pre11ada de grandes conse­cuencias , como el descubrimiento de las leyes que regulan los movimientos de las estrellas y de los mundos , ya una verdad insignificante y digna apénas de fijar la atención un mo­mento, siquiera se tratára de una hierbecilla

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desconocida y repentinamente hallada sobre la falda de solitaria colina?

¿ Qué es, pues , la verdad ? ¿ Qué es lo ver­dadero ? La verdad es lo que es, lo que como tal reconoce el espíritu. «De esta suerte defino yo la verdad, dice San Agustin ¡ sin miedo .á.

que se rechace mi definicion bajo el pt:etexto de que es breve en demasía, paréceme g�te es verdadero lo g�te es. ( Solilot¡., 2, 8.) La false­dad , por el contrario, la que admite como existiendo lo que no es.» (De vera relig., c. 36.} Así , pues , una cosa es verdadera en tanto que realmente existe y miéntras existe.

¿ Puede el esplritu descubrir la verdad y co­nocer qué sea ? ¿ Ó dirémos que sus aspiracio­nes á. la verdad no se verán satisfechas y que nunca ha de apagarse la sed que de ella tiene? Imposible. Observemos las flores en primave­ra : todos los botones buscan el sol ; ved el pe­quenueln sobre las rodillas de su madre : sus ojos giran hácia la luz. ¿Y la flor encuentra y absorbe el rayo c!.el sol , el ojo del ni n.o recibe la luz , y únicamente el espiritu humano , el espíritu creado para la verdad , no habrá de encontrar la luz que necesita, el mundo de los

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espíritus habrá de estar privado de sol y no asomará nunca el dia para este mundo? ¿ Ha­brá de verse condenado el ojo del espiritu á buscar constantemente la luz sin poder des­cubrirla jamas ? ¿ Deberá tener el hombre pe­rennemente esta pregunta en sus labios para no obtener jamas respuesta? Y á pesar de todo, el espíritu ama la verdad, y la estima más que á su propio cuerpo y la ama más que á si mis­mo. (San Agust., De Mmdac., c. 7.) A ser esto verdad, nada habria más cierto que estas pala­bras del poeta griego: c Entre todos los seres que respiran y se mueven sobre la tierra, es el hombre el más c!esdichado.:. (I/inda, 17 1 446 ¡ Odisea , t 8 , 130.) Realmente éste seria entónces tal cual le ha descrito un escéptico romano, en un momento de angustia, inspi­rado por su desesperacion y por la universal decadencia que contemplaban sus ojos. �El hombre t¡,a un sér lleno de contradicciones, es la criatura más miserable, toda vez que las demas criaturas no tienen necesidades despro­porcionadas á sus facultades, en lanto que el hombre está lleno de necesidades y de deseos, que nunca puede ver satisfechos. Su natura-

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- 103 -leza es un artificio, conjunto de la mayor mi­seria y de las más exageradas pretensiones. En medio de tantos males , su mayor ventaja es , al ménos , el poderse quitar la vida. » (Pii­nio; Hist. 11at., :z, 7 .) Si esto es verdad, la vida entera del hombre no es más que un esfuerzo de Sísifo, y el más hermoso presente de la Naturaleza el suplicio más cruel. « No poder saber nada es para mi corazon un fuego que le consume,., hace dedr Grethe á un espirito que en vano se esfuerza por alcanzar la ver­dad. Cuando Pyrron, el padre del escepticis­mo, se apartó de un perro rabioso que encon­tró en su camino, dícese que se excusó con estas palabras: cEs dificil despojarse por com­pleto de la naturaleza humana.» (Dióg., Laerc,,

91 66,) Y tiene razon, porque marchar siempre en bu�ca de la verdad sin poder jamas entre­verla, fuera un suplicio peor que el del fuego, en el cual el corazon se consumiria desespera­do. «A no ser con este destino (el coñocimien­to de la verdad) , no valia la pena de haber na­cido ; ¿ á qué venía el alegrarme de vetme colocado en el número de los vivos? ¿Acaso para ... . . cebar este cuerpo, que ha de perecer y

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- lO-f. -sucumbir , y para vivir esclavo de la miseria?:. (Séneca, Qunest. fJahtr. pr2!f) Pero el hombre, que ha nacido para coronar y completar la Creacion, no está en ese caso, no es posible que se halle destinado á ser el más 1esventurado de los seres.

Por eso el escepticismo, la doctrina que en­set\a la incertidumbre en todos los conoci­mientos, la duda absoluta y universal, siem­pre ha sido la herencia de algunos espiritus extraviados y aislados, y nunca ha podido ejer­cer un dominio duradero. Donde q.1iera que se ha manifestado, por ejemplo , en la época en que caminaba á su decatiencia en Grecia la vida política, cuando el viejo Imperio romano, minado por la corrupclon de costumbres, co­mienza á vacilar sobre sus cimientos , el es­ceplicismo no fué otra cosa que un síntoma de desfallecimiento político y debilidad interior, ó bien una reaccion necesaria, inevitable, con­tra el progreso de las doctrinas panteísticas, reaccion analoga á la que ha caracterizado los comienzos de este siglo. (Zeller, La Filostifia

griega , 3 1 3 r6 . ) Pero los mismos escépticos se han limitado siempre á serlo en teoria ; en

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- lOS -

la práctica han renegado constantemeo.te de su sistema.

« En la práctica, ha dicho Hume , el cual ponía en tela de juicio la existencia de los ob· jetos sensibles, siempre debcrémos conducir· nos segun las apariencias sensiblt:s 1 y limitar la duda i la especulacion.»- (ñlfJesh"caci'oJUs so­

hre la inleh"gmcia kt�ma�ta, secc. I 2.) Con esto el escepticismo se ha destruido siempre á si mismo, en el mero hecho de que 1 al admitir que las ideas son determinadas por las impre­siones exteriores, pone en duda la existenc!a objetiva de las cosas que producen las impre­siones y que estin en correspondencia con éstas,

Y en verdad que no puede ménoa de suce­der asi , porque es imposible de todo punto la vida social y iun la individual , i ménos que se apoye en el profundo y seguro fundamento de la verdad conocida con plena certeza. «Aquello que la voz pUblica proclama es im· posible que sea totalmente falso; pues la opi­nion falsa es una enfermedad del entendi­miento y, puesto que el defecto es accidental, no puede existir siempre y en todos los seres.»

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- lo6 -

(1J:om. contr. Gmt., 21 34· Véase Arist. Ethic. Nic., 6, IZ j ¡, 14 ¡ Poli1., 2 , S i Cicer. De ftal,r.

deor., 1 , 17 . ) Asi la universalidad es ya, has­ta en la esfera de la ciencia humana, el cri­terio de la verdad : El vood u6ivtte, guod a!J

omnilms creditmn esl, lo que siempre, lo que en todas partes, lo que por todos se ha creido (Vicente de Lerin, Common., 3, 5), es el signo de la verdad en la esfera de la razon como en la de la revelacion. La humanidad en su tota­lidad y conjunto (y sólo en ella se ve al hom­bre verdadero, en el que se manifiesta la na­turaleza humana tal cual es) ha considerado siempre el escepticismo como lo que realmen­te es , como un estado enfermizo en la historia del espíritu humano, como un fenómeno ais­lado y fortuito 1 como una excentricidad inte­lectual 1 reprobada cuantas veces se ha repro­ducido, sin lograr nunca verse aceptada en sério, provocada en mil ocasiones por su con­trario, el exagerado dogmatismo, q1le sostiene la pretension, igualmente falsa en principio, de saberlo 1 de probarlo y de comprenderlo todo. Porque al querer abarcarlo todo , áun lo incomprensible, acaba el hombre por no com-

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- "'1 -prender nada y, viendo que no puede tocar 6. la cima de la verdad, cae en completo des­aliento, desesperando basto�. de abarcar lo que se halla á su alcance.

Estas dos maneras de ver son igualmente erróneas. La inteligencia humana no es inca­paz de poseer conc-�imientos ciertos y seguros, pues, como ha observado Jacobi , ¿qué seria de un entendimiento que nada entendiera? Nues­tr,) conocer, empero, es un conocer finito , re­lativo y limitado , como nuestro espíritu y como toda nuestra esencia, que en todas sus operaciones y manifestaciones está necesaria­mente sujeta .t la relatividad y al límite, Tan­to el progreso científico como la separaclon de los conocimientos humanos en várias ramas, son impc»ibles é inexplicables en la hipótesis de que exista una ciencia absoluta. Únicamen­te al espíritu infinito y absoluto cuadra un conocer absoluto1 sin limites y completamente adecuado al objeto 1 porque él es 1 á la vez , in­inteligencia y sér 1 idea y realidad 1 que reune en sí toda verdad como en su origen y centro, y que es la fuente de toda luz en el órden in­teligible� como lo es el sol en este mundo que

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contemplamos. (Plat . , De rep., 61 508.) Este conocer, plenamente adecuado á su objeto,

que le abarque y le agote por entero, donde exista una perfecta igualdad entre el objeto conocido y el sujeto que conoce, sin que que­de una partícula del objeto que no entre en el pensamiento¡ tal conocer es un ideal para la ciencia, al cual puede muy bien aspirar un es­píritu finito, pero sin alcanzarle jamas. Lo más grande y lo más pequei\o que existe, Dios y el átomo, se escapan á la penetracion de la inteligencia de mil maneras, segun hizo notar ya Aristóteles. (Metnf, 2, 1.) Nuestro saber se extiende hasta allí donde llega nuestro poder para percibir lo verdadero y distinguirlo de lo falso, y nada más ¡ pero esta facultad está limi­tada , depende de la accion que sobre nosotros ejercen los objetos y de las impresiones que éstos nos coiDunican. El espiritu encuentra, pues, aqu[ una l inde trazada naturalmente, lfmite que le es dado hacer retroceder más y más, per� sin llegar nunca á romper la fatal barrera.

Es, por lo tanto, un error sostener que el espiritu del hombre no conoce nada¡ pero lo

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- rog -es igualmente afirmar que lo sabe 6 que puede saberlo todo. «Estas cuestiones sobre las ela­boraciones misteriosas de la Natural�za y so­bre la primordial fuerza creadora, tienen que ser para nosotros impenetrables; hay en ellas regiones apartadas é inaccesibles, á la manera que en los problemas sobre la luna que oculta á nuestra vista las tres séptimas partes de su superficie por·compieto y para siempre, á mé­nos que, contra toda probabilidad , nuevas fuerzas vengan á perturbar el órden existente.» (A. de Humboldt, Cosmos, 11 164.)

Y efectivamente, ¡cuánto no ha investigado el hombre armado con su inteligencia, y cuán­to no ha extendido el imperio en que su espí­ritu domina! Sólo ocupa en la tierra un punto insignificante en la inmensidad del espacio, y esto no obstante, ha pesado el globo, ha me­dido sus alturas, sus longitudes, sus profundi­dades. La Astronomia ha clasificado las estre­llas que se mueven en inmensurables espacios, ha calculado sus revoluciones y ha reducido á fórmulas y á números el mecanismo del cielo. La Geologia ha descendido á las entra­ñas de la tierra, y ha penetrado los misterios

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de su constitucion y de su formacion. La Físi­ca. ha determinado las leyes á que se aj o.�stan los movimientos y cambios de estado en el mundo de la materia. La Química ha determi­nado los elementos cuya union 6 separacion compone 6 descompone los cuerpos¡ establece, con seguridad matemática, la naturaleza de su constitucion , y crea un tBi'crocosmos en el la­boratorio de la ciencia. (Humphry Davy, Los

úlhinos dias de rm t�aluralisla.) Estas dos cien­cias humanas . han penetrado profundamente hasta en esos misteriosos laboratorios en que las fuerzas elementales de la Naturaleza ope­ran y se agitan , deshacen y construyen sorda 6 invisiblemente, pero sin parar y eficazmente. La Fisiología descubre la formacion progresiva de los organismos y demuestra la continuidad de sus tipos fundamentales, desde el mis bajo grado de la escala hasta el más alto , 6 sea el cuerpo humano. Por la estrecha relacion esta­blecida entre todas las ciencias naturales, por la convergencia de todos los descubrimientos hácia un foco comun , particularmente en el campo de las investigaciones químicas, físicas ó anatómicas, se ha abierto una nueva era

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para el arte de curar. El rápido desenvolvi­miento de las ciencias naturales ha puesto hoy al hombre en condiciones de hacer que sirvan á sus necesidades las fuerzas de la Naturaleza en un grado tal , que ni siquiera se hubiera so­nado no há mucho tiempo.

Miéntras que la vida del hombre sólo dura un instante y pasa rápidamente como �ana sombra, su mirada abarca la universalidad de los tiempos : la Filología y la Historia hacen comparecer ante él y le reproducen todo el pasado del género humano, todo el conjunto de su existencia. La ciencia resucita , para que desfilen ante nuestros ojos todos los pueblos de la antigüedad 1 hace miles de afies sepulta­dos en el polvo , y evoca una nueva vida en las antiguas ciudades de los muertos. El estu­dio comparativo de las lenguas nos ha hecho penetrar basta en la estructura intima del len­guaje, y al revelarnos sus misteriosas relacio­nes ha demostrado la existencia de una admi­rable unidad en que todos los idiomas de la tierra , á pesar de su variedad infinita , apare· cen como dialectos de una lengua madre del g(:nero humano. Partiendo de este parentesco

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de las lenguas, la ciencia ensetla, autorizada, el parentesco de los pueblos y áun ha seguido la huella de sus emigraciones 1 desde las extremi· dades del Oriente hasta las riberas del Medi· terráneo 1 para revelarnos sus destinos.

La ciencia, pues, ha hecho grandes conquis­tas. Y sin embargo, estos magníficos resultados no satisfacen todas las aspiraciones del espí· ritu ¡ porque, si bien contienen verdades, no contienen toda la verdad 1 y mucho n1énos se muestra ésta en todo su poderío. El estudio del mundo exterior y visible 1 el conocimiento de cuanto aparece en el tiempo y en el espacio, dos formas bajo las que se presenta toda exis· tencia terrestre y finita, la ciencia empírica, en una palabra, no lleva el espíritu á la esen­cia Intima de las cosas, ni le dice la última pa­labra sobre nada. Aquél quiere avanzar siem­pre más y más , y darse cuenta del principio fundamental y último de todos los fenómenos, conocer el origen y fin de todas las cosas que le rodean y 1 sobre todo 1 conocerse a sí mismo. No se contenta con conocer únican1ente lo sensible, tal como lo muestran las ciencias ex­perimentales¡ pretende ver lo supra-sensible,

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lo imperecedero, lo durable, es decir 1 el sé!' verdadero, que es el que aspira á conocer ante y sobre todas las cosas. « Sólo puede aspirar al título de sabio, dice Aristóteles, el qn ha in­vestigado los primeros prir.cipios y el fondo de las cosas .:. (A11al. Post. , 2 1 u . ) «Segun, Platon (De Rep., 7, 5 14) 1 el saber empfrico, fundado únicamente en los datos de los sen­tidos , es á la ciencia de la razon pura lo que son entre sí las ideas de los que viven en plena luz y las del que habita una lóbrega caverna, quien ante una !lama sólo percibiria las sombras de los objetos cp.ae se interpusieran y n9 los objetos mismos. ,. De aquí la necesi­dad , para el espfritu que; busca: la ciencia, de concentrarse; en sf mismo y penetrar profun­damen�e en su in�ior. Lo que pretendia Só· crates (r) cuando llamaba la atencion .de sus discípulos sobre la antigua máxima sacerdotal escrita, con letras de oro , en el frontispicio del templo de Delfos: « Hombre, conócete á U mismo :. , lo ha explicado San Agu�tin de un

(1) Pla.lon, FnlrD, p. l, g. Prt�ltlfW., p. :U3. Cieeron, L6p$, 1, 22.

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- u4 -modo más cabal , diciendo: (De vera relig., c. XXXIX.) «No salgais de vosotros para descubrir

la verdad¡ entrad en vosotros mismos , que es donde la verdad reside. • Esta concentracion en nosotros mismos hace surgir un nuevo mundo superior al otro , el mundo del espíri­tu , el reino de las ideas, mucho más vasto y sublime que el

. mundo visible que nos rodea;

porque apénas es éste una mínima parte del todo y un pensamiento del espíritu, como lo ha notado Hegel , de acuerdo con Pascal y

Aristóteles (Melaj , 4, 6), ántes que ellos , es más grande que todo esto¡ todos los cuerpos, el firmamento, la tierra y los reinos, no valen lo que el más inferior de los espíritus, pClrque este conoce todas catas cosas y se conoce á sí mismo, y lO! cuerpos no conocen nada. (Pase. Pem. :z , art. Jo . ) cToda criatura corporal, por grande que sea cuantitativamente, es, sin em­bargo, inferior al hombre por razon del enten­dimiento.» (Santo Tomas, 2 1 dist., 11 qu. 2 a, 3·) Si hasta ahora hemos examinado y formulado las leyes del mundo exterior, constituye, des­de este momento, nuestro mismo espirito el objeto de nuestras reflexiones, inquirimos sus

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- us -leye5 vitales, su naturaleza, su c:arácter y el alcance de su actividad.

Estas leyes que la razon del hombre lleva consigo, son ciertas por si mismas. Su certeza, sin embargo 1 no descansa sobre el mero senti­miento, sobre la simple fe, sobre un acto de fe racional (1), sino sobre su evidencia inmediata.

Por eso Aristóteles (Metaf. , 4 , 4) considera como una falta de cultura filosófic.t el intentar una demostracion de estos primeros principios y de las leyes más elevadas de nuestro pensa­miento. Pero la imposibilidad de demostrarlas no es, en manera alguna, consecuencia de la falta de claridad, sino más bien un efecto de la abundancia de luz , de su irresistible verdad, de su triunfadora evidencia. Únicamente ne­cesita dcmostracion lo que es oscuro, no lo que es evidente en si y por si. El error del escep­ticismo consiste precisamente en querer de­mostrar lo que es inmediatamente cierto , lo que no necesita ser demostrado , lo que es más

( ! ) Aaf &e upresa]aeobi. (<Z�Wr., a, :0, 59i 31 32. SS.) El P. Gmtry (b6l COIIflcimi�llltJ J6 bin, t. 11, p. z6oj habla ta.mbien de una !c de la razon, pero tieneeuidado de c:��:. pl.kar el sentido que da a esta upresion.

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- n6 -claro que toda demostracion, lo que sirve pre­cisamente de base á la demostr;�.cion. La razon no se ha impuesto por si misma estas leyes¡ por el contrario, está sometida á ellas al fun­cionar por necesidad imprescindible, y se de­bilita y cae en el error desde el momento en que descuida estos primeros principios que condicionan su actividad. Asf como la vida física del hombre está sometida á las condi­ciones y determinada por las leyes de su orga­nizacion corporal , y toda perturbacion de aquéllas produce la enfermedad y la muerte, asf la vida intelectual se halla regulada y de­terminada por los principios fundamentales de la razon. Es, pues , una expresion sin senti­do, 6 una afirmacion radicalmente falsa la que se hace cuando se quiere mantener la existen · cia de una verdad objetiva , como subsistiendo fuera y sobre el espíritu subjetivo , el hablar aún de una libertad absoluta de pensar. El hombre es ciertamente dueilo de pensar 6 no¡ no existe condicion exterior que le obligue á

ello; pero no es dueño de pensar lo que le plaz­ca y en la forma que le plazca. Porque sola­mente en la evidencia, en la necesidad interna

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que siente de pensar de cierta manera y no de otra, descansa el criterio y la suprema garan­tía de la verdad. Esta evidencia le liga y le determina, como liga y determina al ojo el objeto que cae en su campo visual. El albedrío en pensar, un pensamiento que marcha contra y fuera de las leyes del espíritu pensador, ¿qué es sino un error voluntario y un extravío de­liberado, consecuencia de las inspiraciones del capdcho y de la sofistica de las pasiones? En este universo visible todo está ordenado segun sus leyes propias y determinado por reglas fijas: sobre estas leyes y estas reglas descansa la armonfa del todo, el cosmos ( órden, belleza, annonfa universal), segun el vocablo profun--

:: significativo con que los griegos de­_,gnaban este mundo. Por eso el mundo del espirito, t su vez , y más que ningun otro, sólo puede fundar:;e y descansar sobre esta re­gularidad¡ únicamente en ella encuentra su complemento, el cual no es otra cosa que la felicidad por inedio de la verdad. Fuera de la regla sólo hay falsedad, error y mentira, i lu­sion y delirio.

Est�? sentado, si considera el espirito su pro-

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pia esencia y su vida interior, áun cuando sea reflexionando superficialmente, ¿qué descubre en sí mismo ? ¿ Halla su razon CQmpletamente vacfa? ¿ Es una tabla rasa ? ¿ Es el pensar una facultad puramente pasiva, una copia de las impre';iones sensibles, un producto de la acti­vidad cerebral ? Ó por el contrario , ¿ lleva en s[ aquella fuerza con la que, apoyándose en el mundo exterior y excitada por él , puede des­arrollar ciertas concepciones generales, ciertas ideas primordiales y fundamentales de las que procede toda la ciencia como de su fuente y sobre las cuales estriba, si se quiere, por com­pleto la vida intelectual, moral y social ?

Así es en verdad. La razon, precisamente por ser la razon, engendra muy luéga actividad , las ideas de ser y de existenc1;¡., verdad y de bien , de deber y derecho, de cau­sa y de efecto , de lo finito y de lo infinito 1 del mundo y de Dios. «Porque el espíritu, dice Santo Tomas, y con él Leibnitz, tiene su esen· cia innata en si mismo ¡ » es decir , aquella fuer­za que, despertada pqr el mundo exterior, des­arrolla por si misma las ideas necesarias y eternas. (DI mmte, art. 6 . ) Ó acaso ¿ podria-

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- ug -mas llamar racional al que no entendiera estas lfneas? Cuando las manifestamos no las des­pertamos por vez primera en quien nos escu­cha , no las importamos, por decirlo así , en su espíritu ¡ nos limitamos i facilitarle ocasion para que él las conciba por s[ mismo, y evoca­mos los pensamientos que en él dormitan como en gérmen. « Preexisten en nosotros ciertas semillas de las ciencias, ó sea las prime· ras concepciones de la inteligencia¡ de estos principios universales se derivan todos los de­mas principios¡ por consecuencia, cuando el entendimiento sale de estos conocimientos universales para conocer, de hecho, las cosas particulares que ántes se conocían potencial­mente y como en concepto universal , entónces se dice que el individuo adquiere conoci­miento científico ; de donde se infiere que la ciencia preexiste en el que aprende por poten­cia no meramente pasiva sino activa.• (Santo Tomas, Qttwst. de .Mapitr., a. 1.) Y San Agus­tín (De .MaiJI"sir. , u ) : e en cuanto á las ideas universales que son objeto de nuestra inteli­gencia, no tanto nos guiamos por el que hiere nuestro oido con su palabra, como por la luz

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que ilumina en el interior nuestra mente para descubrir la verdad, inducidos, tal vez, por las palabras mismas para reRexionar 6 deliberar sobre la verdad. •

De aquf que 1 miéntras las ciencias experi­mentales son el privilegio de reducido núme­ro , el conocer idea l , las ideas de la verdad , del bien , de la belleza, de lo justo y de lo injusto, de lo finito y de lo infinito 1 son el patrimonio ccmun de todos. Las ciencias experimentales forman el sabio¡ el conocimiento de estas ideas forma al hombre y ie corresponde como tal hombre, pertenece al más humilde, al m.énos instruido desde que se desarrolla en él la esen­cia del hombre , la conciencia, ya que sobre este conocimiento descansa la !DOral y toda la vida humana. Las ciencias propiamente dichas forman al sabio, y estas ideas al hombre pru­dente. «En este torbellino de la vida , decia Pi­tágoras á. Leon, tirano de Fliunte , en que los unos sirven á la gloria, los otros al dinero, son pocos los que juzgan bien y prefieren á todo lo demas la naturaleza y el conocimiento de la verdad. Estos son los que aspiran á la verdad.» (Cicer. T!lscr�l., 51 3i Diog. Laercio, 8, 8.)

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Aquí tropezamos de nuevo con la contra­diccion del sensualismo y del materialismo, Verdad es que lales escuelas no establecen la incertidumbre y la imposibilidad de conocer en todas las esferas , como la duda universal y

absoluta, pero restringen los verdaderos cono­cimientos del hombre al estrecho cfrculo de lo put.arnente sensible y experimental : de ahi su denominacion. Sólo , dicen , lo que podemos tocar y observar con los sentidos, lo que se pue­de medir y determinar con una medida mate­rial, tiene el derecho de ser incluido en la cien­cia; todo lo que está situado fuera de este limite se encuentra en un terreno ;nabvrdable, tras­cendental , sobre el cual no puede el hombre sentar la planta de ninguna manera. Las ideas de la verdad y del bien , de lo &nito y de lo infi­nito, de la creacion . del Creador, son palabras vanas ; porque fuera de la experiencia no hay ciencia, no hay nada real y sensible. Lo demas, nos dicen , es cuestion de fe. Sólo que por fe no entienden éstos una certeza fundada en una base real y objetiva, sino simplemente una opi­nion arbitraria, verdadera tan sólo para el es­pirito que se recrea en aceptarla, sentimiento

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vago, fantástico antojo de una imaginacion sotiadOI a , en que puede pensar cada cual lo que le plazca, sin poder reivindicar nunca la verdad y la objetividad para sus concepciones. (Virchow, Ardzivo para los estudios de patolo­

gta, 21 9.) « El naturalista sólo conoce los cuer­pos y sus propiedades. Todo lo que no es esto , es para él trascendental, y la trascendencia es , á sus ojos, una aberracion del espíritu.• ( Mole­schott, Circulo de la vida , 387 :) c He desarro­

llado este hecho en mi segunda carta, á saber : que fuera de las relaciones del mundo material con nuestros sentidos, nada podemos percibir.•

Czolbe, Büchnea· y otros, hablan de la misma manera. Estas doctrinas, que el Ultimo siglo ha descubierto, están tomadas de los antiguos representanles del empirismo, del sensualismo y del materialismo de Locke (E1zsayo sohre la

inte/igeiJCJ'a humana) , de Condillac (Ensa;•o

sohre el orlge�t de los COitocimi"entos humanos),

de la Mettrie (Historia "atural del alma, y Del kombre-mdt¡tti1la 1 el komln·e pla,la ) , de Diderot, d'Alembert y otros autores de la en­ciclopedia, del Baron d'Holbach, autor del Si"s­Uma rú la Nabwaluuz, de Helvetius y otros.

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« La religion, dice uno que pretende pasar por impugnador del materialismo, no es, como quiere el escepticismo, una ficcion que se ha inculcado caprichosamente al hombre, más bien debe decirse que la ha imaginado el hom­bre 1 que es esencialmente poeta. Y precisa­mente esta necesidad de crear algo con ropaje poético, que traspase los límites de la expe­riencia sensible y constituya la obra maestra de nuestro conocimiento, es tambien la verdad de la idea religiosa! » (Schulz-Bodmer, La Ba­

tracomr"omar¡r�ia mire los pedantes de la fe y

de la i'ncredtdidad, 85.)

San Agustín ha juzgado bien el sensualis­mo cuando dice: «El hombre carnal toma la experiencia por medida de sus conocimientos; creen lo que ven con sus ojos y niega11 lo que no ven .» (Serm. 242 in Pasch., c. 1.) Santo To­mas (Smmua Tñeolog. 11 qu. 7 5 1 art. r; qu. 41

artfculo r ; qu. 90, art. r) asigna por funda­mento psicológico al sensualismo, la exube­rancia de imaginacion y de impresiones sen­sibles. «Los filósofos antiguos, no atreviéndose á. trasponer los lhnites de la imaginacion, p.>· nian lo corporal como principio del conocí-

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- U4 -miento y del movimiento, suponiendo que Unicamente las cosas sensibles son objetos rea· les y que no es nada lo que no es cuerpo . . . . . Los antiguos, desconociendo la fuerza de la in­teligencia y no sabiendo distinguir entre sen­tido y entendimiento, creyeron que nada existe en el mundo fuera de lo que puede percibirse con ayuda de los sentidos y de la imaginacion¡ de entre éstos nació el error de los saduceos que negaban la existencia del alma. • Y antes Pla­teo babia sentado una verdad profunda cuan­do dice : « Deberiase mejorar moralmente, án· tes de instruirles' a los que todo lo materia­lizan y aceptan sólo como verdadero lo tangi­ble. Entónces comprenderían la verdad del alma, verian que la justicia y la sabiduría son algo, áun cuando no sean visibles y palpables.• (Sojist. , 246.)

Lo dicho prueba con harta evidencia la nu­lidad del sensualismo. La exclusion absoluta de toda idea supra-sensible, de todo conoci­miento superior al que adquirimos por los sen­tidos, llevarla il suprimir hasta la ciencia de la Naturaleza, como tal ciencia. Es, en efecto, demasiado patente que toda ciencia tiene por

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principios y fundamentos ciertas ideas genera­les y necesarias, como las de sér y existencia, de unidad , de órden, de fin y de medio , de causa y efecto, las leyes lógicas , particular­mente la idea de ley y regularidad , y sobre todo, la de la verdad; ideas que no pueden apreciar los sentidos puesto que no tienen co­lor ni figura sensible, En efecto, ¿cómo Podria ser representada sensiblemente la idea de la verdad y de la razon suficiente? ¿Por qué pro­cedimiento podria ser medida , con una me­dida fisico-matemática, la

-idea cuando ella

sirve precisamente para medir y determinu dicha medida? ¿ Qué seria la Naturaleza para n05otros sin espíritu que la contemple y que perciba su órden, sus leyes y sus relaciones? ¿De qué nos servirian, en tal caso, los sentidos que, suponiénjolos separados del espíritu pen­sador, percibirían tan sólo lo contingente y lo particular, mas sin comprend(lr el · pensamien­to , ni In signi6cacion de nada, ni las íntimas relaciones, ni el conjunto de las cosas y que, léjos de poder a�estiguar la exisl.�ncia de la ley , ni áun podrian concebir lo que es ley? e Algunos, dice San Agustin , juzgan que sólo

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debcn admitir como origen de nuestros pen­

samientos las impresiones que por los sentidos se trasmiten al espíritu , cual si no tuviéramos mil y mil conocimientos completamente in­dependientes de toda imágen sensible, tales como la misma idea de la verdad. Si estas gen­tes, empero, no reflexionan sobre la verdad, ¿ por qué disputan acerca de ella ? Si reflexio­nan sobre ella , ¿podrian decirnos bajo qué imágen sensible está. representada ? Quisiera que me dijesen cuál es el color de la verdad. Podemos reftexionar sobre la idea

· de la justi­

cb., mas no podemos percibirla con el oido , ni con el olfato, ni con el gasto. Hay , pues , algo que ve el espíritu sin percibirlo por los senti­dos y que aquél conoce por sf mismo. » « Por la razon y no por los sentidos, prosigue San Agustin , adquirimos la idea de la unidad, puesto que nada de cuanto los sentidos alcan­zan es tmo, sino necesariamente 1núlh"ple.�

(Epist., 56, in Ps. 4 1 . ) El espíritu es quien es-­parce la luz en toda la Naturaleza, ó más bien, él es quien ccnoce la luz esparcida en la Natu­raleza, la razon objetiva que se nos presenta en la creacion.

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- U7 -Algo existe aún que nos saca mejor que todo

eato del mundo de los sentidos para traspor­tarnos á una esfera superior, y este algo es la idea moral , á la que es forzoso reconocer un alcance universal, necesario y eterno, «Dos co­sas, dice Kant, excitan mi admiracion : el cielo estrellado sobre mf, y la voz de la conciencia dentro de mí .,. ( c,iti'ca de la rason prdch"ca.)

Las ideas del bien , del deber y de la justicia no son el penoso sueno de algun infeliz calen­turiento, ni sutilezas de escuela 1 ni yo no sé qué resabi� de antiguas preocupaciones. Pe­netremos, examinemos los hechos que se suce­den en el fondo de nuestra conciencia, anali· cémosles con toda la exactitud que aplica la Quimica al análisis de los cuerpos, y verémos que necesariamente, á. la corta 6 á la larga, se pronuncia un juicio en nuestro interior sobre el mérito 6 demérito moral, tanto respecto d. nuestros propios actos 1 como respecto á los de otro cualquiera. Cometido un crimen donde quiera que sea 1 en seguida preguntan todos: ¿ Cu!ndo ? ¿ por quién ? ¿ por qué causa? Y to· dos formulan un juicio acerca del carácter mo­ral de semejante acto.

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- ua -Si os dijese que acaba de comt.l�rse un ase­

sinato, podriais prescindh· de preguntarme: ¿Cuándo? ¿dónde? ¿por quién? ¿por qué causa? Esto quiere decir que vuestro espfritu está di­rigido por los principios universales y necesa­rios del tiempo, del espacio, de la causa y !un de la causa final. Si os contestase que es el amor 6 la ambicien quien ba realizado el cri­men , ¿ no imaginariais al instante un amante, un ambici0$o? Esto quiere decir, á su vez, que

no hay accion sin agente, cualidad y fenómeno sin sustancia, sin sujeto real. Si os manifestAra que pretende el acusado que no se halla en él la misma persona que ha concebido, deseado y ejecutado el asesinato y que , por intervalos, au persona se ha cambiado más de una vez, ¿ no diriais que estará loco si es sincero, y que, si los actos y accidentes han variado, la perso­na y el sér permanecen idénticos? Suponga­mos que el acusado se defiende alegando que el crimen cometido debe procurarle á él la di­cha; que adetnas la de�gracia pesaba de tal ma­nera sobre el muerto, que la vida era para él una carga¡ que la patria nada pierde, puesto que, en vez de dos ciudadanO.$ inlitiles, ad-

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- 129 -quiere uno que le será útil y, en fin 1 que el género humano no perecerá por falta de un individuo , eic. , ¿ no opondríais á todos estos razonamientos la contestacion bien sencilla de que est·� asesinato , ·útil acaso á su autor, no por eso deja de ser injusto y que : por lo mis· mo 1 bajo ningun concepto era permitido?• (Vict. Cousin, Dr� vmi, du lJerm ct dr� hi'tm1 24.)

«Por superior ilustracion 1 dice Bossuet ( Co·

nocinu'múo.Qe .Dios, 4) 1 vemos las reglas inva· riables dé nuestras costumbres, y vemos que hay cosas de imprescindible deber. Asf un hombre .de bien deja que :aS leyes civiles regu4 lt:n el órden de la herencia y de la policia, pero oye dentro de si una ley ·invariable que le prohibe causar daf1o á las penonas. El hom­bre que comprende estas verdades se juzga á sí mismo segun ell.as, y se condena siempre que de ellas se aparta. Ó más bien , quien le juzga son estas verdades , puesto que no son ellas las que se amoldan á los juicios humanos, sino éstos los que á ellas se ajustan. ,.

N o puede e l espirito humano dar un paso sin ir guiado por estos principios, los cuales no son miis que las condiciones fundamentales

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- 1JO -determinanteS y las reglas constitutivas del sér mismo. e Si las leyes de nuestra razon no estuvieran en la Naturaleza, vanos fueran nuestros esfuerzos para impon6rselas, y si las leyes de la Naturaleza no estuvieran en nues­tra razon , nos sería imposible comprender estas leyes.• " (<Erstedt, El Espíritu mt ln .Nn·

lt�rale::a, 11 4 1 . ) « ¿ Por qué se encuentran le·

yes iguales 6 semejantes en el sér y en el pen­samiento, en el espíritu y en la N �.turaleza, que se unen en el conocimiento? Porque estas leyes tienen todas una causa comun ·más alta,

. una razon primordhl , que es á la \"ez poder primOrdial , en una palabra 1 que es Dios mis· mo. »- ( Passavant, Coleccirm de escrüos vari.os,

9 1 .) Cuando un moderno campeen del sensua­lismo pretende que la cuestion de saber cuán­do ha comenzado este mundo visible y por qué existe no es asunto científico , porque la ciencia debe ocuparse exclusivamente en las cosas que existen sin inve�tigar de dónde pro­ceden ni adónde van , este autor (Büchner, Mnkrokosmos) ha negado y desconocido, no solamente el fin más elevado de la ciencia, el m;ts importante , su fin supremo y uni\•ersal,

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sino que ha negado y desconocido hasta la naturaleza íntima. del espíritu humano ; por­que en tanto que el cspiritu humano no haya adquirido este conocimiento, ningun otro pue­de proporcionarle la pleM y perfecta tranqui­lidad que necf'sita.

«El simple nombre t!e sabio se reserva á aquel cuya consideracion versa sobre el fin del universo; . . . . . de donde se infiere que es propio del sabio el considerar las cosas supremas.» (Santo Tomas, Co1ztra gc�tles, J1 r ; Arist., lffet., I, I, rs; Anal. Post., n, J I ¡ Plat. , Spnf¡rA. 2 J I .)

El espíritu no necesita esas ideas sino en pequeno núntero, mas de infinito contenido; son para él un terreno sobre el cual funda, no diré un edificio, sino todo un mundo de cono­cimientos nuevos y de un órden superior : /fJ;o.' amocbt�imtos raciomzlcs , la ciencia del cspi· ritu. La idea de lo.verdadero conduce impres­cindiblemcnte al espíritu hácia una verdad primordial , asi como la idea del bien le lleva á un bien soberano y primordial , y la idea del sér á un sér ilimitado, infinito , absoluto¡ es decir , á Dios.

·

Asi 1 pues , está tan al alcance del espirito el

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conocer la Divinidad, que la Escritura dice esta profunda sentencia : /� vnnos por doqtu"e1· , 1�

oimos y le tocamos, porque tlO es tri lcj'os de todos

tzosolros. (Job, xxxv1, 2 5) : «Todos los hombres le ven, cada cual le percibe i lo léjos.» (Ps. x.vm,

1}: « Los cielos publican la gloria de Dios, y el firmamento anuncia las obras de sus manos.: cada dia trasmite, con abundancia, al siguien­te dia estas voces 1 y una noche las comunica á la otra noche. »- (Act. xvn , 27) : e Dios hizo nacer el género humano de un solo hombre , á fin de que, al buscarle á Él , los hombres le per­ciban y le encuentren, porque no está muy ll:jos de cada cual de nosotros .» Por eso el hombre no puede desconocer á Dios sin hacer­se criminalmente culpable, puesto que la mi­rada del espíritu le revela á Dios, y su pensa­miento le conduce á Él por una induccion necesaria. (Rom. 11 18 1 19 , 20) : «La cólera de Dios se manifiesta desde Jo alto de los cielos sobre la impiedad y la injusticia de aquellos hombres que retienen la verdad de Dios cau­tiva de la injusticia. Porque ellos han conoci­do lo que es posible conocer de Dios ; pues Dios se lo ha manifestado. En efecto, hasta lo

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- 1 33 -quc e� en :Él invisible, como su poder y su di­vinidad , se muestra á la inteligencia, desde la

creacion del mundo, por las cosas creadas; de modo que estas gentes no tienen disculpa.» Al punto que abrimos los ojos vemos la luz¡ pero nue�tra segunda mirada se dirige hácia el foco mismo de la luz, hácia el sol. Asf, cuan­do se abren los ojos de la inteligencia, ven la verdad¡ pero su segunda mirada se dirige há.­cia Aquel de quien toda \·erdad se deriva, há­cia el sol del mundo de los espíritus, hácia Dios. (Plat . , De rep. , \'111 508.) De aquí que Santo Tomas! al explicar esta expresion de Platon , haya podido decir , con la profundidad y con la exactitud habituales en él , que todo

lo conocnnos en Dios. (Santo Tomas, Suma

Tenlóg., 11 cuest. t :Z, art. u.) «Dícese que todo lo vemo!l y juzgamos en Dios , porque conoce­mos y juzgamos todas las cosas por participar de su luz.» La propia razon natural es una par­ticipacion de la luz divina.

Por a:o la razon conduce á la verdad, y la verdad nos 11eva á Dios; porque Dios es la verdad ntisma, la fuente y el principio de toda verdad. (San Juan, VI, 1 4 ) : « Yo soy la senda,

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la verdad y la. vida ¡ nosotros hemos visto su glori a , gloria del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. » Por consecuencia , el ateismo sólo es posible para un espfritu vacío de pensamientos y esencialmente frfvolo. Co­nocido Dios, es tambien conocido el principio de toda vida moral y social ; el órden moral ha encontrado en Él su pUnto de partida y su

fin, la sólida base en que descansa. sin que pue­da ser quebrantado. El hombre reconoce á DiO! y confiesa su existencia¡ su inteligencia y su corazon , su razon y su voluntad están determinados y fegulados por un principio . divino: hé aqu[ la esencia, el fondo, In sustan­cia de toda religion.

Esto nos da á entender que la religion es la última palabra de la ciencia: !!in ella todos los conocimientos humanos Se detienen en la mi­tad de su carrera; sin ella el hombre, segun una notable expresion de la Sagrada Escritura (Prov. xn, 1 3 ) 1 no e s verdadero homb1·e, n o es completo, no es el hombre en toda su perfcc­cion. «Teme ;i Dios y ob�erva sus manda­mientos, porque en esto consiste el ser hom­bre.» Todas las vías que sigue

_el espíritu que

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piensa y que, partiendo de un punto, sea el que fuere, trabaja por ensanchar el círculo de los conocimientos humanos , todas estas vías Ie conducen á su centro comun , á Dios. Pues e Dios , dictJ Platon , es el comienzo 1 el medio y el fin.�> (De l�c., rv , 7 1 5.) Todas las cosas, el cielo y la tierra , el dia y la noche, la estrella y el :itomo, el Océano y la gota de rocfo sobre la blanca flor , todo anuncia á Dios. La ciencia de Dios es la piedra final que corona el gran c;:lificio del saber humano.

Por eso hasta no llegar á Él el espiritu del hombre no se siente satisfecho. Por fortuna no le eslá \'edado este conocimiento, y su más hermosa tarea consiste precisamente en subir, cle\'ándose gradualmente , por la escala de las causas finales 1 hasta la Divinidad. Y ¿ por qué se le habia de ocultar Dios? Dios es el 1]1111 es¡

es decir, la plenitud del sér, un Océano de sér y de \-crdad , la \'erdad misma. (Exod. m, 14.) Ahora bien , cuanto existe 1 desde el grano de polvo que pi!amos hasta b. Divinidad , es inte­l igible , y por consecuencia objeto del conoci­miento. La inteligencia, pues , conoce la ver­dad , pero r.o toda, ni de l a manera más per-

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fecta ¡ ya que el pensar de nuestra alma no es el absoluto pensar; es más bien la operacion de una sustancia contingente y condicional, operacion, por lo mismo, relativa y finita , li­mitada en sus funciones y �metida, ademas, por todas pa.rtes, á las influencias del mundo exterior que ella determina, pero que la de­terminan á su vez. Luego su cohocimiento nunca es un conocimiento completamente adecuado, aunque se acerque más y más á los objetos en progresion indefinida. No solamen­te no puede tener nuestro espíritu un conoci­miento adecuado de lo absoluto , que es la ple­nitud infinita y el origen de la verdad , sino que ni áun puede comprender enterantente la creacion. e Sólo Dios conoce perfectamente sus obrau ( 1 ) ¡ su pensamiento es el pensamiento ti priori por excelenci'!-, por ser un pensamien­to creador¡ en cuanto á la inteligencia finita, no le corresponde otra cosa que meditar los grandes pensamientos que el Creador del uni­verso ha producido y realizado á imigenes y formas vivientes.

(1) Ps. 91, 6; 103, 24.-Rom, u, 33-34-

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- 137 -Por donde se ve que es propio de la Natu�

lcza del conocer relativo , finito y condicional, tender á desarrollarse y á progresar¡ pero lo es tambien, por otra parte 1 el exponerse al en­gano. La posibilidad del error es uno de sus caractéres¡ la infalibilidad es el sello y la mar� ca cierta de lo divino. Asf , la historia de la marcha y del progreso de las c;encias no es otra cosa que la historia del espíritu huntano, minero infatigable que desciende, y desciende continuamente, en los pozos tenebrosos y pro� fundos, para sacar á luz las doradas pari:iculas de la ciencia y que , al buscar la verdad , en­cuentra 1 si 1 la verdad, pero no toda la verdad, antes por el contrario, raras veces la encuentra sincera y perfectamente pura de toda aleacion con el error, puesto que sobre la region del conocer humano se extienden espesas sombras que nunca logra disipar completamente la luz del conocimiento. « Dios es In verdad, dice Juan de Müller, á nosotros toca descubrirla.• «La mayor dicha del hombre que piensa es te­ner que investigar lo que , por su naturaleza, puede ser investigado, y permanecer lleno de calma y de veneracion en presencia de lo que

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es inaccesible i sus investigaciones. » (Gc:ethe1 Prw. en prosa, 111 , 302. ) En los libros Santos leemos esta bella expresion: « Al presente ve­mos como por espejo en oscuridad; mas en­tónces le v��:rémos cara á cara. Ahora cono2co en parte , mas eutónces conoceré como yo soy conocido . » ( 1 . Cor. xm, u.) El má.s grande pensador de );o_ anligtiedad, Aristóteles, atesti­gua en favor de esta ''erdad , cuando dice : « A l a manera que los ojos d e las aves nc.cturnas se hallan dispuestos en relaci01véon la clara luz del sol , asi nuestra inteligencia, que es el ojo de nuestra alma 1 está en relacion con las cosas que , por su naturalezoa 1 son las m�! evi­dentes de todas. » ( �lfetnf, n, 1, 3.)

Pero si el conodmiento humano no puede. ser el conocimiento absoluto y nuestra inteli­gencia se halla circunscrita, por lo tanto , á un límite fuera del cual nada percibe la mirada más penetranlc; prt:cisamcnte este limite , por lo mismo que existe, nos suministra la prueba más segura de 1m mundo supel'ior1 de un nue­vo reinado de la verdad, y descubre en el es­pirito humano una segunda necesidad arrai­gada profundamente en él , y que exige tan

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imperiosamente que se la satisfaga , como el deseo ardiente de saber¡ esta necesidad es la de creer 1 la de la fe':"

Es cierto que la razon lleva en sí las ideas de la verdad y del bien, de la justicia y del de­recho, y que estas ideas despiertan necesaria­mente las de Dios y de la inmortalidad; pero :iun asf , ¡ cu:intos enigmas sin solucion1 cuántas cucstion�s sin respuesta! ¿Qué es Dios y cuá.l es su esencia y su vida intima ? ¿Qué es la inmortalidad y cómo será ? La razon enmu­dece por no hallar respuesta que dar : tiene conjeturas , probabilidades, pero rara vez cer­teza. A medida que el espíritu penetra en las profundidades, ye descubrirse ante su vista por todas partes nuevos abismos¡ y cuanto mas reflexiona sobre los. misterios de la \•ida, se cnrcd"a y embrolla con dificultades más oscu­ras l: intrincadas. cLa naturaleza de Dios, dice Grethe (CrmverSaC'I'ones, 111 q8)1 la inmor­talidad , la esencia de nue:,tra alma y su co­mercio con el cuerpo, son problemas que sub­sisten siempre, y en cuya solucion no han podido hacer los filósofos ningun adelanto.» « Estamos sumergidos en milagros, dice en

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otra parte, y todas las cosas se escapan á nues­tra penetracion en aquello que tienen de me­jor y mis sublime.» « Siempre me ha parecido temeridad extrema h de aquéllos que preten­den tomar la capacidad humana como medida de cuanto sabe y puede ejecutar la Naturaleza, siendo así que , muy al contrario, no hay en é!lta hecho alguno, por pequeno que sea , que puedan llegar á conocer con entera perreccion los ingenios más perspicaces. Esta vana pre­tension de entenderlo todo reconoce por causa el no haber entendido jamas cosa alguna.»­(Galilei, DM/ogo de los Sistemas, J .) e Cuanto más a\·am:a el espíritu pensador en sus im·es­tigaciones, con tanta más evidencia conoce que hay una infinidad de cosas que le superan, y es muy débil s!no llega á penetrarse de ello. »- (Pascal, .Fe,snm. ,

·J J , 6 , 1 1 2 . ) Mucho

tiempo Antes que Pascal , Sócrates, recono­ciendo la insuficiencia del saber humano 1 ba­bia explfcitamente declarado que la ventaja de reconocer su ignorancia 1 sobre todo en com­paracion con la ciencia divina , era el Ultimo resultado de sus investigaciones filosóficas. «Sabeis 1 dice , que Querefon hizo una vez un

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viaje á Délfos y que, habiendo consultado al oráculo, se atrevió á preguntarle si babia al­guno que fuera más sabio que yo¡ á lo que res­pondió la Pitonisa que no babia ninguno mAs sabio. - Desde que conocí tal respuesta, me puse á reflexionar sobre ella , y me hice á mí mismo esta pregunta: ¿ Qué quiere decir el dios , y qué da á entender con esto ? Pues yo tengo conciencia de mi ignorancia 1 y sé que nada 1é¡ ¿ qué hay, pues, en esto y por qué �n:e designó como �� mis sabio y el más pru­dente ? Fui , pues , á buscar á uno de los que pasan por sabios, le sondeé, y conocí que 1i los demas le t.:nian por 1abio, él , más que ningun otro , era de esta misma opinion ; que

.. no era más que una ilusion que se hacia á sr mismo y á los otros, y que su : sabidurla y su ciencia eran nulas. Me retiré p<:!nsando que yo era más prudente y más sabio que tal hombre; porque, si bien era cierto que ni uno ni otro teniamos ningun conocimiento del bien y de la belleza, ex.istia, sin embargo, entre nosotros la diferencia de que él se imaginaba saber lo que no sabía, al paso que yo, si bien nada sé , ten­go la conciencia de que no sé nada. Tengo,

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pues , "SObre este hombre la ventaja de no pre­tender saber lo que en realidad ignoro. Por eso me pareció el oráculo muy sabio, y que no queria significar otra cosa sino que la ciencia humana es tan poca cosa, que bien puede , sin que se le hag� injuria, consideránela como nada, y me pareció tambien que babia quui­do simplemente servirse de mi como de un ejemplo , cual si hubiera querido decir: Hom­bres, el más sabio entre vosotros es el que, como Sócrates, sabe que su sabiduría es de tan poca monta , que apénas men.>ce ten ene en cuenta.» (Piaton, Ajol., :21-23¡ Fedo111 85 .)

La mision y el deber ineludible de todo pen­sador, por lo tanto, es investigar y ex:�.minarsi e.l espí

.ritu �e Dios se ha manifestado á la int

\ --.

hgenc1a fi;uta de otra manera que pcr la Na,.., turaleza y la rzzon ¡ y si el JTed)(J divino, por el que suspiraba Platon, ha hecho, al fi n , su aparicion enlre los hombres pa,·a D)'Udar d es­tos poDres pnsnj'e,·os d alrcrvuar ei !Jormscw·o mal" de In fJida, y reci/Jirlos como ell tm 1uwfo

al aOrigo de las olas. Importa, pues , que nues­tra razon esté lntimamente convencida de su condicion finita y limitada , y que sepa que

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su ciencia conoce verdades 1 pero no la "-erdad mi.sma, y que su saber no es un saber absolu­to; porque cuanto mayor y más poderosa sea tal conviccion, más excitará en nosotros la abrasadora sed de la verdad , de una verdad entera� plena 1 inalterable. De este modo la misma condicion limitada de nuestro espíritu vendrá á ser como el pórtico ó vestíbulo por el que penetremos en el santuario de la ver­dad , segun cxpresion de Cesar Baronio¡ y nuestra razon escuchará atenta la palabra que le ha enviado el 3upremo Espíritu 1 y recibid. con fe la re\•elacion que descenderá á ella des­de el reino de la verdad infalible y divina. He

nqui por qué Sócrates, en su deseo de saber, de­jaba ancho campo á la fe, al iado de la razon (1).

El autor del diálogo compuesto á estilo de Platon, y titulado El scpmdo Alcihiaclcs , ha dado la exprcsion más legitima y más noble á todas las tendencias de una verdadera filosofía, cuando dice : «Debemos esperar uno, bien sea un Dios, 6 un hombre inspirado por Dios , que

{1) Jcnof. , ,;i/tmortl!.. Secrtll., 11 11 2-10 : «Y si Sóaa­tes tenia fe en los diose&, ;: �P'Io podrill dud11r de su e�:i•· tencia ? ,.

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nos enseñe nuestros deberes religiosos, como dice Minerva á. Diomedes en Homero, que di­sipe de nuestros ojos la espesa niebla que los cubre. »

¿ Acaso esta comunion de vida, este comer· cio espiritual entre el Espirito divino y el es­píritu criado, tiene algo de inconcebible é inad­misible ? ¿ Acaso la inteligencia absoluta que ha abierto en el espirito humano, depositando en él los gérmenes del pensamiento, fuente viva de conocimientos ¡ esta inteligencia abso· Juta que siempre se halla presente en las pro­fundidades de nuestro corazon , no habria po­dido pronunciar la palabra mas alta , la última palabra que sirva de coronamiento á la obra, y la imprima el sello de la pcrfeccion? Pues quC, ¿ sería imposible al espíritu creador manifes­tarse á los espíritus creados por el mismo me­dio que sirve para ponerse éstos en comunica­cien directa é íntima , es decir, por la palabra¡ ya sea por una palabra exteriormente percep­tible, como es la palabra humana comunicada á los hombres por el Hombre-Dios, 6 bien por una palabra interior inmediata que , introdu­ciendo ideas nuevas en el espiritu humano,

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- 145 -lc esclarezca, le comunique nuevas riquezas y le ensalce? � Aun cuando se admitiera que entre los hombres no es posible la accion in­mediata de un a1ma sobre otra:, no seria esto una razon par:t negar la posibilidad de una ac· cion divin:t ejercida inmediatamente sobre el alma hum:�. na. Es mucho más razonable decir que la idea de Dios implica, no solamente la posibilidad , sino la realidad de semejante ac­cion .» ( Ulrid , Dios y la Nntrera/eaa, 6 14.)

Prt.'Cisamente la fe empieza en el momento en que nos :tba.ndonan las fuerzas de nuestra razon; pero la fe no es una conviccion pura­mente subjetiva, ni una opinion caprichosa 6 una loca creencia, ni una crédula sencillez, ni una ci-cadon de la fantasí;t, ni la simple ex­presion 6 manifestacion del sentimiento reli· gioso , sino que es, segun la frase exacta de Pascal, el acto más sttblinte de la razon que, teniendo conciencia de su condicion finita y limitada , y hallando en el camino de la ciencia, con una evidencia que excluye toda duda, el hecho verdadero, real y constante

,de la re­

velacion , admite l ibremente y sin otro moti­vo que el ascendiente poderoso de la verdad ,

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los hechos qne son objeto de la revelacion, Dios ha enviado el Verbo que reconoció

Platon como necesario: El Vei'IJo se hizo caNte, J ka{J;trJ ettfre ttosotros, lfnw de rracr"a y de

verdad. Es, por lo tanto , posible y real un se. gundo conocimiento de Dios, mo\5 elevado que el conocimiento natural¡ puesto que la verdad divina, que traspasa los limites de la razon, se ha manifestado y descendido á nosotros, diin· dosenos á ver y conocer, no como· una verdad adquirida por la demostracion 1 sino revelán­dosenos por el lenguaje de los misterios que debemos creer. « Hay, pues , en el hombre tres clases de conocimiento de las cosas divinas : la primera es aquella en virtud de la cual el hom­bre , con la luz natural de la razon , sube por medio de las criaturas al conocimiento de Dios¡ la segunda es aquella segun la cual la ver· dad dh·ina sobrenatural desciende á nosotros

.por medio de la revelacion, aunque no como una verdad demostrada, sino como una verdad revelada por la palabra para que la crealllOSj la tercera es aquella segun la cual la inteligen­cia hum:ma se eleva hasta las cosas reveladas, percibiéndolas con claridad perfecta. ,. ( Santo

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Tomas, C. Gmt., IV, 1 .) La misma fe, empero, es para nuestro espiritu una preparacion que le hace presentir un tercero y más alto grado de conocimiento, en el cual no percibe solamente imágenes, resplandores 6 revelaciones de la verdad, sino la verdad misma , la verdad esen­cial que se encuentra en Dios 1 que es Dios mismo , lo que babia reputado ya Platon como el objeto supremo y la. plena sa.tisfaccion de toda investigacion y estudio.

He aqui por qué un profundo pensador di­ce ( 1 ) : cEl hombre po!ee unjl triple vida; la vida animal ú orgánica, la vida intermedia, ó sea la vida del hombre libre y moral; y superior á esta segunda vida hay otra tercera que toma el principio de su actividad de un origen más elevado. La segunda vida, 6 sea la vida de la libertad y de la razon, parece no haberle sido dada más q1.:e para elevarle á una tercera, que tiene su asiento en una region más elevada que la vida de los sentidos, y mucho más alta aún que la vida de la razon y de la voluntad.

(1) Jfn¡,tt tfe Birt:u, t:t �-i.i.1 )' sHs jllnsnmÜNitu, 1'"� E. Naville. Dic. l82J ¡ Set. I823·

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La. verdadera filosofía consiste en reconocer esta tercera vida, más superior y que eleva to­das las facultades de nuestra alma, pero la cual no puede alcanzar por si mis:na ; para ello es necesario que obre el espíritu de Dios que do­mina en nuestras �!mas. En dicha vida se des­cubre una sabiduria y una perfeccion de la na­turaleza humana que supera en mucho á la más alt.1. sabiduría que , de suyo y por sí mis­mo, es capaz de alcanzar el hombre.» En su consecuencia, distinguirémos una triple luz y una triple vida : la luz de los ojos y la vida de los sentidos; la lu?. de la razon y la vida racio­nal , y la luz de la gracia y la vida de la fe. « El justo vive de la fe• (Rom. I1 1 7 ), y de ella se ha dicho: «que luzca para ellos la luz eterna.»

Por lo demas, esto no es otra cosa que la paráfrasis de una frase de Santo Tomas: « La verdadera sabiduria llega por dos caminos al conocimiento de la Divinidad .» ( Contra Getl/.1 1 , 9. )

El mismo Platon babia presentido este Ult i­mo grado del conocimiento cuando habla del esfuerzo del alma que penetra hasta la esencia de las cosas, y no halla reposo hasta que cono-

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ce el bien en sí 1 el bien esencial de donde emana toda verdad para el mundo inteligible, á la manera que el sol alumbra á todo el mundo sensible 1 en lo cual , segun dicho filósofo, con­siste el fin supremO de todo conocimiento ( r ). Mas la filosofía sola no puede conducirnos á tal extremo. « Los filósofos (platónicos ) , dice San Agustin (Epist. 1 .201 4), h:nt presentido la invisibilidad, la inmutabilidad y la inmateria­bilidad de la naturaleza divina¡ pero han des­preciado el camino que á ella conduce por pa­recerles este camino, ó sea el Cristo crucificado, una locura, y hé aquí por qué no han podido penetrar en el santuario de esta paz divina, cuya lu:l! deslumbra su espíritu como 1111_ res­plandor lejano . •

Para elevarse á esta cumbre divina, necesita el hombre tres co.sas : fe , con la que tiene por verdade•o el objeto hácia el que se dirigen las miradas del espíritu ¡ esperanza, que nos dé la confianza de contemplar un dia cara á cara á Dios, que al presente atrae nuestrns miradas¡ y caridad� para desear verle y gozarle. A esta

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mirada del espfritu hácia Dios, la verdad eter· na, sigue la contemplacion del mismo Dios, que es el término y el lin de tal mirada, como tam· bien de la fe, de la esperanza y de la caridad. La verdadera perfeccion consiste, pues , en que la razon consiga su fin y nw:ezca la hiena ven· turanza; por consiguiente, esta contemplaciou de Dios consiste en una relacion íntima entre el objeto contemplado y el que contempla. ( A tfC. Sol., 11 6 . )

«He aquí, pues, al Cristianismo, dice Bálmes (Filos. fimdnnmtlal, Iv, u), haciendo la dife· rencia entre el conocimiento intuitivo y el dis· cursivo ; entre el conocimiento por el cual el entendimiento se eleva á Dios procediendo de los efectos á la causa , y reuniendo en éSta las ideas de sabiduria, de omnipotencia, de bondad, de santidad, de perfeccion infinita; y el conoci· miento en que el espíritu no necesitará andar recogiendo discursivamente varios conceptos p:ua formar con ellos la idea de Dios, en que el Sér infinito se ofrecerá claramente á los ojos del espíritu, no en un concepto elaborado por la razon, n i bajo los sublimes enigmas ofrecidos por la fe, sino tal como es en sí propio, siendo

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un objeto dado inmediatamente á la facultad perceptiva¡ no un objeto encontrado por la fuerza discursiva, ni presentado bajo sombras augustas.

cAqui encontramos otra prueba de la profun­didad luminosaquc se oculta en los dogmas de la religion cristiana. ¿ Quién pudiera sospechar que la religion nos enseiaase una distincion tan importante en la ciencia ideológica? Y sin em­bargo, esta distincion se halla en el Catecismo. El nifto1 si se le pregunta quién es Dios , res­ponde enumerando sns perfecciones y, por con­siguiente, manifestando que le conoce; cuando i este mismo niilo se le pregunta cuál es el fin para que el hombre ha sido criado 1 responde que para ver á Dios, etc.¡ hé aqu[ la dislincion entre el conocimiento discursivo 6 por concep­tos 1 y el intuitivo: al primero se le llama sim­plemente t·otwccr¡ al segundo, ver.'Jl

La religion de Jesucristo viene á. ser 1 por consecuencia, el complemento necesario de to­da filosofía : en ella la razon encuentra su más alta elevacion 1 el espirito el reposo á que as­pira , y el corazon la paz que necesita. La fe no excluye los conocimientos racionales¡ ántes

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- 15:1 -por el contrario, los admite y se sirve de ellos para remontar su vuelo. Léjos de oponerse á la verdadera. ciencia, se halla en intim.1. rela­cion con ella ¡ efectivamente : ¿cómo puede contradecirse á sí misma la verdad ? La fe par­tiendo de los resultados científicos, y poniendo á su sen•icio las mejores fuerzas de la inteli­gencia, ha creado, por si misma, una cienci:o . Esta admirable ciencia de la fe se asemeja á nuestras severas y misteriosas catcdrah:s 1 cuya sublime grandeza se hace sentir tanto mis, cuanto más tiempo se perntancce bajo sus bó­vedas sagradas. La fe y la ciencia racional se apoyan mutuamente una á otm. « Aunque la

fe esta por encima de la razon 1 sin embargo,

nunca puede haber en ellas verdadero coafiic­to ni divergencia, pu�to qu� ;,111bas proct:den de Dios óptimo máximo, que es fuente de la inmutable verdad, por lo cual se prestan mutuo auxil io» ( 1 ) ¡ y así como la fe influye en el co­nocimiento racional , esclan.-ciéndole, dirigién­dole, elevándole y completándole, la ciencia,

(!) l'top. 1. S:�cr. Congrcg. lndic. 11, jun. 1�55- Conc, Vatic. Const. Dogm. 01fjiJu.,llw/. e, rv.

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- rs3 -a su vez, presta ;i. la fe grandes servicios¡ ya que ella establece y comprueba las verdades fundamentales que preparan el camino á la fe, como la existencia de Dios , la inmortalidad del alma, cte., ella demuestra la necesidad de lo�. rcvclacion ; y contrasta Jos hechos revela­dos por medio de la crítica histórico-filosófica; ella expone las definiciones y los principios ló­gicn:; y ontológicos, en los que y con los que la ciencia de la f� (Teología) procura abrazar y formular las matt.'Tias de In revelacion, buscan­do los medios de exorcsar las verdades sobre­

human:ls en cl leng�aje de los hombres, y el la ,

en fi n , prc�cnta ordenadamente las verdades

reveladas , formando un cuerpo de doctrina, y las defiende contra los ataquCs del racionalis­mo, que no es otra cosa que el abuso de la

«Aua cuando la razon, dice Santo Tomas, no pud iera ad<1u ir ir más que un conocimiento muy ''ago de las verdades reveladas, no por eso ha de renunciar á su estudio, porque es muy ventajoso al espiritu avanzar, siquiera sea dentro de una reducida esfera , en el conocimiento de materias tan importantes y tan sublimes ; y

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aunque no sacára más fruto de su estudio que entreverlas á lo léjo.s, es:t.tria bastanterecompen­sado su trabajo ( 1) . Y San Anselmo(contra Ros­ce!., L. 2)»: El cristiano siempre debe, en cuanto le sea posible, y sin perder la integridad de su fe, buscar los motivos en que se funda.» San Buenaventura (in I. Sen ten t. Proem. Qurest. 2): c E! método racional contribuye al afianza­miento de la fe de tres maneras, segun otras tantas clases de hombres : unos son enemigos de l a fe, otros son perfectos en la fe, y los terceros flaquean en ella. El método de investigacion sirve en primer lugar para confundir á los ene· migos. Por lo cual dice San Agustin : cContra los argumcnLadores charlatanes, más engrei­» dos que sabios, deben emplearse argumentos »Católicos y símiles apropiados para la defensa »y conscrvacion de la fe.» En segundo lugar,sir­

ve para fortalecer á los débiles , pues así como Dios enciende la caridad de los flacos por me­dio de beneficios temporales , así reanima la fe de los dCbiles por medio de argumentos dignos de crédito; porque si los flacos echasen de ver

(1) SHmiiiii T/mJbr. r, Qu�est. l , att. s.

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- rss -que no existían argumentos en favor de la fe y que abundaban las razones en contra, ninguno seria constante en ella. En tercer lugar, sirve para agradar i los perfectos¡ por cuanto el al­nia halla un pl.i.cer extraordinario cuando comprende lo que ya cree con fe perfecta; por lo cual dice San Bernardo: «Nada ·entendemos »con más gusto que lo que ya crciamos por l a fe.»

Clemente de Alejandría ( Stromnt. , vu 1 3 ) consideraba ya e n s u tiempo, y con razon, á. la filosofía griega como una especie de iniclacion preparatoria y una predisposicion á la recep­cion de l:1s verdaderas creencias, as! como tam­bien para la institucion de la ciencia de la fe. « Del mismo modo, dice Orígenes 1 que, se­gun la doctrina helénica, las de mas ciencias, tales como la Geometría, la Müsica, la G1·amáti­ca, la Retórica y la Astronomia, eran una pre­paracion para b. Filosofía , así tambien la mis­ma filosofía griega puede considerarse como una preparacion al Cristianismo.» (Epist. ad

Gngor., J .) Esta es la razon por quC este doc­tor, segun el testimonio de su biógrafo San Gregario Taumaturgo, obligaba á. sus disclpu-

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- rs6 -los al estudio de la sabidurfa antigua, tanto he­lénica como bárbara¡ y por qué Teodoreto, obis­po de Circne, exhortaba á los paganos de su tiempo á creer en s�tS filósofos, cuya enseflan­za seria como una preparacion previa qne les predispon�ria á recibir el Cristianismo; segun he demostr�do con gran copia de datos en mi obra El Orgn,ÜIIIO de las t:itmcias s�tperi'orcs,

y cl /t�g-ar que t:JzJrc rllns ocupa lrr Teologla, 1862. (De Grmcor. AffecJ. ,·llrtmd, 11 1 20.)

Sólo el Cristianismo ha creado una teologfa, una ciencia de la fe¡ las religiones antiguas te­nian sólo mitología, pero no teología. La rcli­gion cristiana Unic:uncnte posee esta discipli­na, porque es la religion absoluta , y ella sola posee la verdad, y con la verdad un poder que nada teme 1 nada ignora y todo se lo asimila. Cuo�.ntas conquistas intelectuales. ha hecho el espíritu ·humano en la Naturaleza y en la his­toria, así en la esfera de las cosas sensibles corno en la de las insensibles ¡ cuanto anuncia el ciclo estrellado y habita en el polvo de la tierra, todos los conocimientos de la metafí­sica }' todas las leyes de la moral , todo condu­ce á la fe, y demuestra, esclarece y asegura

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la. verdad. Cuenta Tomas Celano de San Fran­cisco de Asís, que recogia y guardaba. cuidado­samente cualquier papel escrito que hallaba; y que, preguntado por qué obraba de tal modo; respondia: Hifo mio , so, las letras d� 911� se

comprm� �/ g/orr"osf.stillo tzombre de Dios. ¡ Pa­labras que encierran un pensamiento profun­do! La ciencia universal , en efecto , no es otra cosa que el alfabeto de que Dios se vale para imprimir su nombre en el espíritu humano, asf como se sin•e de las estrellas para escri­birle en los cielos.

La filosofía racional , pues 1 es 1 segun una frase notable de José de Maistre, el prefaciO

lmma"o del Evat�gelio.

A su vez, la verdad cristiana refleja su luz resplandeciente sobre todos los horizontes de la ciencia y de la vida , y en esta luz hallan el mundo y la humanidad su destino y sus leyes; ella proyecta su resplandor sobre nuestras as­piraciones secretas y sobre nuestros errores, disipindolos y dándonos una satisfaccion com­pleta y acabada; ella ha resuelto el problema que ha \"cnido trabajando y trabaja aún á la razon 1 es decir, el enigma del mundo propues·

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to á todos, y que debe ser resuelto por todos, pues como dice Gcethe : « eternamente nos vemos rodeados de problemas, el hombre es un sér oscuro¡ sabe muy poco del mundo y ménos de sí mismo»¡ estrella polar del mundo moral, que permanece inmóvil muy por en­cima de las movedizas nubes de los errores humanos y en la cual , fijando su mirada 1 el espíritu humano descubre su derrotero y se orienta con seguridad á medida que avanza en el camino de la vida.

Mas á pesar de esto, el naturalismo y el ra­cionalismo la rechazan. Segun tal sistema, la Naturaleza es un todo perfecto en si mismo y acabado! que no depende en modo alguno de Dios , su Creador¡ y la razon, la razon limitada del hombre, es la medida y el principio de toda verdad. Por eso niega la posibilidad de una revelacion y de una accion sobrenatural de Dios en el mundo , y principalmente en el espíritu humano¡ 6 si la admite, es á condicion que

' no ha de promulgar más que verdades

generales comprensibles p¡¡ra el llamado buen sentido. El racionalismo es el terccl' grado ele duda que se opone á la fe. En oposicion al es-

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cepticismo absoluto, establece la certeza del conocimiento humano y afirma la verdad in­material y racional contra el sensualismo y el materialismo que no admite ningun conoci­miento superior al sensible. Para él la Natu­raleza es la única revelacion de Dios , fuera de la cual no hay ningun otro órden superior, y la razon es , por tanto, la única fuente de todo conocimiento, asf religioso como moral. Fuera

de la razmt, se ha dicho expresamente , 110 kay

1tadtlJ e11 ella se halla todo (Schelling, en la Revz'Sia de Ji'lsr"ca espectdah"va , 111 cuad. z); opinion verdadera si se refiere á la razon divi­na , pero de ningnn modo á. la limitada razon humana .

.5i admite la posibilidad y la necesidad rela­tiva de la revelacion , no es , como ya lo hemos dicho, sino á condicion de que se deje medir con la medida del pensamiento humano.

«Una religion, dice Kant (La Reli'girm derz­

tro de los litnites de la 1"aztJ" hummza, TV1 154), puede ser, por su contenido, meramente natu­ral , y ser , sin embargo, revelada por la forma de su primera divulgacion, sien1pre que sea de tal naturaleza que los hombres hubiesen podi-

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do y aun debido llegar á su conocimiento si1. otro auxilio �que el de la razon; en tal caso debe considerarse como muy oportuna su re­

velacion , en lugar y tiempo determinados , y

como altamente saludable para el género hu­mano; pero una \"CZ establecida la religion por estos medios, es preciso que cada uno pueda adquirir certeza de su \>erdad , sin otro auxilio que el de su razon. ,. Sin duda alguna , la cer­teza de la verdad de la religion revelada la exigen de consuno la razon , la revela cien y la misma Iglesia, segun hicimos notar intes¡ pero ésta no se halla determinada por una eviden­cia i ntern a ; es decir , que el conocimiento de los d"gmas no se obtiene por intuicion de la razon y por argumentos internos , sino por evidencia externa , que no es otra cosa que el convencimiento que tenemos de la credibilidad de la revelacion , como de un hecho histórico y de la divinidad de su Autor.

Esta filosofia, á quien se hace mucho favor llamándola racionalismo, siquiera esta palabra signifique más bien 3.buso de la razon, las for­mas con que se ha revestido desde las teorías delirantes del panteismo, que establecia ti

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pri'on' á. Dios y al mundo , al cielo y i la his­toria , hasta el racionalismo vulgar y estrecho, verdadero shibóolclh de una ignorancia pe­dantesca, que se parece, segun la expresion de Gcethe (Fn.uslo, pte. z.a) , á aquel rey indio que negaba la nieve por no haberla visto nunca; toda esta pretendida filosofía se halla al pre­sente plenamente convicta del crimen de lesa ciencia, y se ha demostrado su falsedad por el solo hecho de haber confundido la conciencia subjetiva y limitada de cada uno, con la razon absoluta; porque, como dice muy bien Leibnitz, -«en esta filosofia la parte se da por medida del todo , la gota de agua por medida del Océano, Jo finito por medida de lo infinito .» (Di'sctu-so

p1·eli1n.inar sohre la annrmia de la fe con In t·nmm, § 46.)

Clemente Breutano se ha burlado con ra­zon de esta mam:ra. dc juzgar las cosas en su .PI�t1r'ster. Hume da la razon al rey indio (Et�sa)'O sobre el nrJemhin.iimto luunatlo , c. x) , por lo mismo que se preciaba de no cre�r más que lo que podia verse y tocarse. « Los llama­dos racionalistas, dice Schelling (prefacio de Jas Ohras p6stmnas de Steffen ) , se equivocan

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- I6a -al imaginar que el uso que hacen de su libre pensamiento provoca enojo. Mejor deberia re­proch.irseles por confundir el libre pensamien­to con la libertad de no pensar , y por el uso indebido que de ésta hacen .»

El racionalismo, por lo tanto , no tiene nin­gun derecho a tomar el nombre que lle\·a, porque la sana razon no se desdeí\a de admitir un órden superior al estrecho círculo en que gira la inteligencia reducida á sus propias fuer­zas¡ la sana razon conduce á la fe, y en ésta se completa y perfecciona.

En el estado actual de la filosofía , dice Strauss (Doctrit�a de laft, 1 1 350) : «¡Cómo po­drfa el espfritu partir del derecho y del j uicio más allá de lo que reconoce como por él mismo e��tablecido ! Aun tratándose de aquello que él ha creado como espfritu natural inconsciente; del modo como ha ordenado las relaciones de los astros, como ha dispuesto los minerales y los metales, como ha clasificado la estructura orgánica de las plantas y de los animales , no se habrá desvanecido en el espíritu su recuerdo hasta el punto de no poder refrescar su memo· ria y reconocer sus leyes con la investigacion

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y el estudio; en general, ¿es posible que algo de lo que el espiritu humano ha producido cons­cientemente, una vez salido de su esfera, se ha­ya mudado de tal suerte que ya no pueda re· conocerlo ?» En contra de esto hace notar Schelling (Filosofia de la rcve/adrm, 11 6 ) : « Nuestra propia conciencia n o es, en manera alguna , la conciencia de aquella Naturaleza que todo lo compenetra¡ no es más que nuestra conciencia, y de ningun modo encierra en sí un conocimiento de todo lo que ha de ser ¡ este sér general en formacion es para nosotros tan e."trano y tan impenetrable como si jamas hu­biese tenido ninguna relacion con nosotros.» Aquella manifestacion de Strauss nos· trae,

.¡"lretenderlo , á. la memoria , estas pala­delantiquísiinolibro de Job (xxxvm, 4 y

.,.., : « ¿ Dónde estabas cuando yo echaba los cimientos de la tierra? Dime , ya que tanto sabes : dime ¿quién tiró sus medidas, si lo sabes ? ¿ Has entrado tú en las honduras del mar, y te has paseado por lo más profundo del abismo? ¿Se te han abierto acaso las puertas de la muerte, y has visto aquellas entradas tenebrosas ? ¿ En qué parte reside la luz , y

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cu:U es el lugar 6 depósito de las tinieblas?• Del mismo escritor racionalista son estas

palabras : « El carácter de la noble 1·aza persa y la naturale7.a del país que habita nos dan la norma para comprender el culto que tributaba al sol ; consideramos aquel alegre cóncla"e del Olimpo como natural engendro del espíritu heleno y del ciclo que contemplaba ; los intrin­cados mitos de nuestros antepasados germanos no ofrecen á nuestra investigacion histórico­filosófica simples enigmas que �escifrar 1 ni mucho ménos hallamos. incon\'enienle en me­dir todos estos conceptos con sujecion á nues­tra teor(a de lo absoluto y su relacion á lo finito ¡)ara determinar, segun ella, su valor 1 ¿ y h a d e hacer única cxcepcion d e este pt"('f miento la religion cristiana ?• ¡ Como si admitiese comparacion con. los absurdos y ......... \"arios del paganismo ! Pe�o la historia tiene juzgada desde hace ntucho tiempo esta cues­tion, porque la razon no se ha separado jamas de la fe sin que haya sufrido en seguida el merecido castigo.

En nuestros mismos tiempos se ha visto á lOs sabios del panteismo , cual los audaces tita-

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nes de la fibula, levantando una nueva torre de Babel, con la pretension de arrebatar i la Divinidad el secreto de la ciencia absoluta y de sentarse en el trono del Eterno¡ han recha· zado la fe como indigna de ellos, porque detie· ne el vuelo de la razon que aspira á penetrar en las más altas regiones del conocimiento, pero la razon no ha tardado en volverse con· tra si misma, en suicidarse. En efecto, la razon que no aspira á traspasar, en Dll\teria de cono­cimientos, el nivel ordinario y comun por me­dio de la fe se hace sofistica, y la sofistería es el suicidio del espíritu. Por eso, des pues de este loco ensueno de una ciencia absoluta , igual á la de Dios, la incredulidad germdnica se ha arrojado en el extremo opuesto, es decir, en el escepticismo y en el materialismo, y muy h!c­go se viü obligada á confesar que su pretendida ciencia universal y absoluta no tenia nada de real, sino que era liD vano sue110. Por donde se ve que, cual ha sido la infancia de esta am­biciosa filosofm., tal es el cUmulo de nubes de que está prenada. ,

Oigamos á este propósito la. confesion de u n campean del racionalismo, de Fichte (Sobre d

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r/tsÜtlO del komlJre, tomo n ) : «Nada hay estable en mí, ni fuera de mf ; todo está sujtto á un cambio perpétuo. Yo no sé absolutamente nada de ningun sér, n i áun de mi propio sér ; mejor dicho, no hay sér. Yo mismo no sé nada, ni tampoco- soy nada. Figuras , apariencias, hé

ahí todo lo que existe , y que se conoce á ma­nera de sombras flotantes que no tienen sobre qué flotar; sombras que flotan sobre la nada¡ sombras de sombras, y nada más que sombras¡ figuras que nada figuran , que nada significan y que no tienen fin. Yo mismo soy una de esas figuras, ó mejor dicho, no soy siquiera esto, sino una confusa imagen de estas sombras. Toda la realidad se reduce á un puro suelio, sin que haya una vida que sea el objeto, n i un espfritu que sea el sujeto de tal sueno. Todo se reduce, pues, a u n sueno 1 que no es otra cosa que un suetio. La vision es un suei'lo, y el pensamiento, fuente de todo sér y de toda la realidad, que yo me forjé de mi sér, de mi fuer­za y de mi destino, es el suel1o de los suenos!:o

Y Goeti1e , dirigiéndose ll sus contemporá­neos, dice con amarga ironía (Los Ce11ti'tulas su!Jterrdtuos 1 z." parte rle La Flatda etlCantn-

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- Ifi7 -da) : «En vano trabajais 1 porque vuestro tra­bajo es atéril¡ el hombre corre, pero mb rá­pido va el tontadizo destino. En vano intenta rasgar el \"Cio que cubre el misterio de su vida. En vanc pregunta al cielo y al abismo, porque no encuentra respuesta • . El cielo permanece encapotacb, y el abismo resplandece un mo­mento, pe:o bien pronto se disipa el resplan­dor y quedt sumido en la oscuridad más com­pleta. Que !Uba 6 baje, de sueño en sueño el

hombre ca lUna siempre á la aventura.»-.

La razon aa culpable por haber repudiado la fe, su �cjJr y más segura salvaguardia, y por habet, á semejanza del ángel rebelde, y des­vanecida :omo él de su propia belleza, rehu­sado 6. Die la obediencia que le es debida. Era menester 1n. castigo y acabamos de ver levan­tarse el nt�ialism_o, ese dios tan arrogante con su cienia y tan embriagado de sf mismo, que niega bdo conocimiento supra-sensible, toüa verdad ute\ectual ¡ que rehusa á la razon toda especie e vida y de movimiento propio, relega su esetia misma á la categoría de las ilusiones de ua fantasía enfermiza y -la rebaja hasta el nivel le los brutos: « El alma-dice

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Vogt (Figm·ag de la v;da aminal), y con él todos los materialistas modernos-!l.o es más que una expresion colectiva, que S'ignilica las diversas funciones de los nervios en los anima­les de organizacion superior. El ho:nbre, lo mismo que el animal, no es más qut: una má­quina, y su pensamiento no es otra �osa que el resultado de una organizacion cor¡:oral deter­minada.:. Mucho tiempo hace que �1 autor del ./<ñusto habfa hecho notar! con tarta profundi­dad como verdad, el destino del alma que se separa de Dios. « Para igualarme á los dioses soy demasiado miserable ; más bE:n ne aseme­jo al gusano que se revuele;\ en e: pdvo.» Y el mismo poeta nos presenta á Faustr que, ha­biendo oido resonar en una iglesia fóxima los cánticos de la festividad de la Pasq.a, se sien­te d_ulcemente inclinado á vol\·er ;'/la fe ; pero el espíritu maligno le retiCne, valfdose de la antigiia palabra: «Seréis como dj'SCS1 conoce­dores del bien y del mal.» Fasci�do por esta mágica promesa, renuncia á la f1 pero, al pre­tender de ese modo elevarse sote si mismo y sa1ir de su esfera , llegó bien p1·nto á. ser pre­sa de una sensualidad vulgar y .byecta.

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y el siglo XVIII que, haciendo mofa de .;f pro­pio, se llamaba el siglo de la filosofia, tan Iué­go como quiso separarse por completo de Dios y fundar la llamada religion de la razon ¿ qué hizo? Colocar en los altares al vicio , bajo la figura de una prostituta, á la que llamó drOsa

de la razotJ1 y establecer un culto digno de tal divinidad , que tenfa por altar la guillotina y la sangre humana por ofrenda.

Por eso la pretension que afecta la razon subjetiva , individual , finita y limitada, de comprenderlo todo y de ajustarlo todo á su es­trecho criterio 1 hasta los misterios de la vida divina: conduce fatalmente, 6 bien á las regio­nes vacías y desoladoras de la duda universal,

�.._ bien al fango del más grosero materialismo, cuyas consecuencias, no ménos incontrastables que funestas 1 revelan á las claras la falsedad del principio de donde emanan.

Desde que uno de los principales órganos del racionalismo y de la re\igion natu1·al del sentimiento ha dicho : « ¿ Qué crimen puedo cometer al honrar a Dios segun mis luces pu­ramente naturales? Cuando puedo, por sola mi razon, formarme una idea de Dios , digna de él,

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¿ á qué la revelacion ? ¿ i qué la obligacion de la fe ? ,. Tal lengu.'\je y. cualquiera otro seme� jante á él , no prueba más que la irreflexion y

la ligereza de aquéllos que le emplean , como son : Rousseau (Emile, m , 1 2 2 ) , Tindal y los deistas del Ultimo siglo. W:ase en los términos en que babia propuesto esta objecion Santo Tomas (Smnma theolog. , 11 1 2, qu. 21 art. 3 ) : « Parece que e l creer algo supra-natural no es necesario para la salvacion. Al parecer basta, para la salud y perfeccion de una cosa, aquello que la conviene segun su natumleza. Pero las cosas que pertenecen á la fe sobrepujan á la razon natural del hombre.:. Y en nuestros dias se ha refutado nuevamente tal doctrina (E�t;. c;•cl . .Pii lX, 9 , Nov. 1 846 ) : « Como si la fil...­sofia, que se ocupa de toda la verdad de l a Na.turaleza q u e puade ser objeto de investiga� don, debiera rehusar las cosas que Dios, autor

supremo y clementfshno de toda la Natura­leza , por singular beneficio y misericordia , se ha dignado revelar, á fin de que ellos consigan la salvacion y la verdadera felicidad . » Y el Concilio Vaticnno (Const. Dog111. J , c. m) :

«Toda vez que el hombre depende enteramen-

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te de Dios , como de su Creador y Senl,)l', y

puesto que la razon creada se halla completa­mente sujeta á la Verdad itte�•enda , estamos obligados á prestar á la revelacion divina , por la fe, el homenaje de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad.• (Véase suplemento).

El espíritu finito y creado no puede sei\alar límites al espíritu absoluto, ni limitar su ac­cion ; sus planes y su influencia sobre la hu­manidad , ni mucho ménos querer prescribirlt: la norma y la esfera de la revelacion. Por otra parte , la vida religiosa y moral de todos los pueblos se ha alimentado 1 desde su principio, de la rcvelacion y de la fe. En efecto, una re­ligion puramente natural y racional , que for­me la regla y el principio determinante de la vida religiosa de un pueblo, es una cosa que

jamas se ha visto , que no puede existir y que nunca existir!. Porque en su religion 1 como en su nacionalidad , en su gobierno como en sus costumbres, los pueblos viven de tradicio­nes y tienen súSiiíces en la historia. La reli­gion del raciOnalismo es un vano fantasma, una fórmula muerta, sin calor ni vida , que no inspira á ningun hombre valor para la prác-

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tica de las virtudes heroicas y le expone inde· fenso á ros ataques del vicio ¡ es una cosa des·

conocida que no lleva el sello de la historia y

que 1 no siendo producto de la vida, es por tanto, á. su vez , incapaz de producir ésta. La sola filosoría y la cultura intelectual no salvan jamas á los pueblos. Por eso los griegos se

pierden en la frivolidad , en el refinamiento de Jos goces sensibles y artíst icos , y en la disolu­cion intelectual y política. Aun en el mejor período de la vida helénica, cuando este pue­

blo se hallaba en toda su grandeza y apogeo, el lado serio 1 el sentido profundo y doloroso de la vid:�. se hallan como relegades al olvido y de ningun ntodo esclarecidos; las disonan­cias que producen los trasportes de la alegría, ensordecidas y no expresadas de una manera cumplida ; los ojos del ídolo permanecían cer­rados y el espíritu no estaba aún desprendido de la Naturaleza. e Este dolor turbaba la sere­nidad de la poesía griega; se oia en los cantos del coro, se )Jercibia hasta en la loca alegria de un Aristófanes , y un ojo ejercitado sabe des­cubrirla aún en el arte plástico. » ( Schnaase, Histori'a del nrte , n, 353.)

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- rn -Echemos ahora una mirada escudrinadora

sobre el camino recorrido. Hemos examinado las dif�entes formas y los diversos grados de la duda, siguiendo una gradacion ascendente, y emitido nuestro juicio acerca de cada una de ellas. Hemos visto que : ó rechaza toda verdad, cualquiera que sea , y ésta .es la duda abso­luta , el escepticismo univer.sal , ó rechaza todo conocimiento de un 6rden superior, es decir, todo Conocimiento puramente intelectual, y tenemos el sensualismo y el materialismo; 6 bien rechaza la verdad religiosa y revelada, y tenemos el naturalismo 6 el racionalismo. En oposicion á esto, hemos demostrado la certeza del conocimiento humano , en general , y la existencia de la verdad en y para el espíritu humano. Ella se nos ha presentado bajo un triple órden : como conocimiento st.nsible, por la operacion de los sentidos¡ como conocimien­to intelectual por la operacion de la inteli­gencia y del pensamiento 1 y como conoci­miento religioso, por la fe en la Divinidad que se nos ha re\•elado.

Ni una sola de cuantas verdades ha descu�

bierto el hombre en la Naturaleza y en la bis-

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toria , en las ideas de su espíritu y en las leyes vitales del mundo, permanece extratia á la verdad religiosa. Todas las ciencias se ponen al servicio de la religion , .al servicio de la ver­dad , al servicio de Dios ¡ son los signos y la voz del Señor que le revelan , y que conducen todas á la grande y suprema revelacion en Je­sucristo. Esta es el punto de partida y el tér­

mino para todos los ramos de la ciencia, la unidad dominante que reune todos los sonidos de la verdad en una bella y pura armonía, el punto central adonde a8uyen todos los cami­nos por que marcha la ciencia, por diversos que sean y por más extraños que parezcan al juicio de un observador superficial. De este modo, toda ciencia , todo humano conocimiento, se halla subordinado á la verdad suprema que nos conduce á Dios , es decir, i la verdad por esencia¡ y ese conocimiento que el espirito busca y desea hace el oficio de precursor de la fe, que es como apellidan los teólogos á la filosofía (1). Así es como halla su mas comple-

(r) Pra�m/.11/ajitlti. Prop(I. S. C. J die l l }un. J855· Prop. 2. L:a r:�.zou puede probareon certeza la existencia de Dioa, la. espiritualidad del alllla y la libertad del hom·

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ta aplicacion la palabra del Apóstol : e Todas las cosas son vuestras; el mundo, la vida , la muerte, lo presente, lo futuro: todo es vuestro¡ pero vosotros sois de Jesucristo.:. ( r , Cor. m, 22.) «La filosofía, dice San Clem�nte de Alejan­dria, ha sido para los griegos lo que fué la ley para Ir<> hebreos, un pedagogo que les preparó para recibir á Jesucristo. En su consecuencia, la filosofía es una prcpara�ion y u n camino abierto para el que quiera recibir de Cristo la plenitud de la ciencia.• e El Logos, que es el maestro de todos, asf de los griegos como de los bárbaros, dice el mismo escritor, el Logos,

que es el corifeo de los dos Testamentos, asf del· Antiguo como del Nuevo , !1a dado á los griegos su filosofía, por la cual el Todopode­roso es glorificado entre ellos de tal modo que si la filosofla de los bárbaros y de los griegos no con tenia toda la verdad , la contenia á lo

bre. La fe es posteriorli. la rc\"elacion, y por consecuencia no puede tu:lucirse con propiedad como prueba. de la uil­tencia de Dios cor.trn el steo, ó pa.m probar la e&pirhua­lidad del alma r:r.cional y la libertlld , contrn los sect::r.rio1 del rncionalismo y del fatali&mo. Prop. 3: el uso cle la ra· zon es anterior :1. la !e y conduce a] hombre b:l.cia ella con ayuda de la revelacion y de la ¡ncia.

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ménos en parte, y podia considerársela como un fragmento de la verdad eterna.» (Strom., 1 1 5 , 1 3 ; v1 ; 5, t o ; vu , 2 . )

Por donde s e v e que l a verdad r , velada reco­noce que las ciencias profanas tienen por efecto preparar, conducir y simbolizar las revelacio­nes que ella ha recibido de Dios. Las cien­cias profana.� á su vez reciben de la verdad re­ligiosa su üllimo esclarecimiento, su plena luz, su fundamento sólido, su más alta significacion,

su verdadero valor, su posicion exacta y su úl­tima significacion.

Esta es una nueva condenacion de la dud:t religiosa, sea cualquiera la forma que preten­da afectar, y de la indiferencia relativa i las cuestiones religiosas, bajo cualquier pretexto

que se encubra. ¿ Cómo podria el hombre per­manecer por un momento indolente é indife­rente de saber s i está en la verdad ó en el error, y esto precisamente en la más vital é importante de todas las cuestiones, que encier­ra en si todas las demas 1 de la que depende

la armonía entera de nuestra vida intelectual y moral, en la cucstion religiosa? Podria atri­buirce A ligereza 6 á necedad tan extraf\o fe-

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nómeno, si precisamente los hombres en quie­nes le observamos no mostrasen al misnto tiempo gran inteligencia y una extraordinaria aplicacion en cuestiones de mucha menor im­portancia, como son , por ejemplo, los proble­mas de la ciencia, las luchas de la politica y los negocios de la vida pública ó privada. (Su­plemento).

De mano maestra ha descrito Lamennais esta

situacion del espirito, tan comun en el dia (EtUa)"O SOÓI"8 la indif. re/l"gr"osn, 1, 8) : « Em­

plean su vida en combinar palabras, en estudiar las relaciones de los números, las propie­dades de la materia, y en realidad no es nece­sario más pa.ra satisfacer a estas poderosas in­teligencias. ¿ Qué hablais de Dios al sabio que llena el · mundo con el brillo de su nombre? ¿ Cómo quereis que os escuche? ¿No veis que en este momento su espirito se halla entera­mente ocupado en la descomposicion de un ácido, hasi:a la fecha tan rebelde al análisis quí­mico? Esperad á que haya hecho conocer al mundo su nuevo in\"ento¡ entónccs acaso os será permitido, como por distraccion, hablarle del Sér que ha creado el universo y todo cuanto

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éste encierra. Este otro compone una historia, una comedia, una novela , qn poema, del que se imagina que depende su glolia. No le tur­beis ; e5 preciso que lo acabe, por que la muer­te se acerca¡ ¡ y qué ineparable pérdida para la humanidad si aquella llegára ántes de haber dado la última mano á su trabajo ! Verdad es que ignora su propia naturaleza, el lugar que ocupa en el órden de los seres, sus destinos futuros, lo que puede esperar y lo que debe temer ¡ cierlo es que ignora tambien si hay un Dios , si existe una religion verdadera, un cielo ó un infierno¡ pero no lo es ménos que él tiene tomado, hace mucho tiempo, su parti­do respecto á tales cosas¡ y sobre todo, obra como si todo esto no fuese más que un vano SUeliO.»

-cEstos tienen nombre de vivientes y están muertos.:t (Apocal., m, 1). Ya se contemplen á si misrilos enorgullecidos con sus conocimien­tos, ya se encierren friamente en su individua­lidad, pretendiendo bastarse a sí mismos y prefiriendo la débil y vacilante luz de su inte­ligencia á la luz resplandeciente de la palabra de Dios, 6 ya sean seres desgraciados que pa-

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- 179 -san su vida en ·el gran camina de la vida con el hambre en las entrai\as y la ansiedad en el cora"'zon , á todos pucdel} aplicárscles las pala. bras que Sócrates, al moi-ir, dirigió á susjurces (Plat. , Apol. de Sócrnt. , I/) : «Atenienses, yo os amo y os respeto¡ pero obedeceré á Dios in­te! que a vosotros, y miéntras vh-a no cesaré de filosofar, dándoos siempre consejos, repren­diéndoos segun mi costumbre y diciéndoos: Hombre de bien, ¿cómo no te ayergüenzas de no pensar mis que en amasar riquezas, en ad­quirir crédito y honores, en despreci�r los te­soros de la verdad y de la sabiduria, y nada te cuidas en trabajar por hacer i tu alma tan buena como puede serlo? Si alguno me niega que-se halle en tal estado, y sostiene que tiene cuidado de su alma, le preguntaré, le examinaré y le re· futaré, y si hallo que no es virtuoso, sino que aparenta serlo, le avergonzaré por preferir cosas tan viles y perecederas á las que son de mayor estima. Toda mi ocupacion es trabajar en per­suadircs que no hay necesidad de inquietar::e tanto por el cuerpo, por las riquezas y por todas las demas cosas como por el alma , porque no cesaré de deciros que la virtud no proviene de

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- t8o -la;; riquezas, sino que, por el contrario, las ri· quezas provienen de la \"irtud, de la cual nacen todos los dema.s bienes ptiblicos y particu· lares.»

Aunque el espíritu y el corazon, la inteli· gencia y la voluntad sean facultades diferentes, sin embargo, son facultades de un alma sola é indivisible; por esta razon no puede el espirito conocer la verdad, miéntrns rehuse el cora;;:on ponerla en práctica, porque la verdad no es únicamente luz para la inteligencia, sino tambien orden y regla para la voluntad. « El que practica la verdad, viene á la luz» (San Juan, m, : H ) . Pero cuando «el corazon se rebela contra la luz, el espíritu se sumerge tambien en las

.tinieblas y sus caminos se hacen cada

vez más tenebrosos • Uob, xxiv, 1 3) . cA ménos que aspiremos con todas las fuerzas de nuestra alma al conocimiento de la verdad, no la ha· llar-!mos, dice San Agustin ¡ pero si la �osea· mos como debe buscarse, no pem:mneccrá ocul· ta por mucho tiempo á nuestros ojos. Pedid, y recibiréis; buscad, y hallaréis¡ llamad, y S(; os abrirá. El amor á la verdad nos insta y llama á nuestra puert�» (De nw1·ilms Eccles., J 1 3 1 ) .

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SUPLEMENTO. - Véase lo que dice Pascal acerca del deber de buscar la verdad religiosa (A11satni'entos , n , 2 ) :

cNuestra religion sostiene ante todo estos dos principios: Que Dios ha establecido sella· les sensibles en la Iglesia para hacerse recono­cer por aquéllos que buscan sinceramente la verdad , y que ha encubierto, sin embargo, de tal modo los dogmas de la fe, que no serán re-­conocidos con interna evidencia más que por aquellos que la buscan de todo corazon. Por consiguiente , ningnn valor tiene la objecion que, en sentido de reproche , se hace contra la fe católica al dccil· que no hl:y señal que la descubra; puesto que esta oscuridad en que se hallan envueltos sus dogmas, y que objetan á la Iglesia, establece una de las dos cosas que ella sostiene sin perjudicar á la otra , y afirma su doctrina en \"ez de destruirla.

:.Con,·endria, para combatirla, que demos· trasen que han hecho todos los eofuerzos posi· bies para busc.·lrla en todas partes, y áun en lo que la Iglesia propone, pero sin resultado al· guno. Mas no se conducen de este modo los in· crédulos. Creen haber hecho grandes esfuerzos

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- 112 -para instruirse cuando han empleado algunas horas en la lectura de un libro de la Escritura, y cuando han preguntado á cualquier ecle­siástico acerca de las verdades de la fe. Y tal descuido es insoportable, pues no se trata aquf de un interes pequei10 para que se observe tal conducta, sino de nosotros mismos y de lo que más nos interesa.

»La inmortalidad del alma es una cuestion que nos importa tanto y que nos toca tan de cerca, que es menester haber perdido todo sentimiento para estar en la indiferencia de saber en lo que consiste, ya que es bien segu­ro que de la rcsolucion que demos, depende la direccion que hemos de imprimir á todas nuestras acciones y todos nuestros pensa­mientos.

:. Me causa profunda lástima todo el que viYe atormentado por la duda y hace esfuerzos para adquirir certeza en cuestiones de tan vi­tal importancia. Pero hay muchos que pasan su vida sin pensar en el fin (!!timo de ella . . . . . Esta negligencia en un negocio en que se trata de ellos mismos, de su eternidad, de su todo, me irrita en vez de darme lástima ¡ tales hom-

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- t83 -bres me producen asombro¡ son para m{ verda­deros monstruos. En realidad de verdad 1 no se necesita ser un lince para comprender que el hombre no puede encontrar completa y ver­dadera satisfaccion en la tierra, donde todos los goces son efímeros y por doquier nos ro­dean los padecimientos. La muerte, que nw amenaza á cada instante, debe infaliblemente sumirnos dentro de pocos aflos en la horrible necesidad de ser eternamente dichosos ó des­graciados. Entre nosotros y el infierno 6 el cie­lo no hay más que la vida, que es la cosa más frágil del mundo. No hay nada tan cierto y tan terrible. Hagámonos todo lo valientes que queramos: hé ahí el fin inevitable que espera á la más bella .,.ida del mundo. La duda es1 pues, una injusticia y una gran desgracia. •

Hé aquí como se expresa el que duda : -« Yo no sé ni de dónde vengo ni adónde voy ¡ sólo sé que, al acabar esta vida, iré á pasar t �n tor­mento eterno ó á la nada. Por consecuencia, sólo aspiro á pasar mis dias de la mejor mane­ra posiWe, sin pensar en el porvenir, siguiendo mis inclinacionés, sin preocuparme de lo de­mas. Tal vez me sería posible hallar la solu-

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- 184 -cion de mis dudas, pero no quiero tomarme el trabajo de intentarlo . . . .. »

En realidad, es una ventaja para la religion tener que habérselas con enemigos tan fuera de razon, cuya oposicion sólo sirve para justi­ficar su doctrina, relativa á la profunda cor­rupcion de nuestra naturaleza, que semejante procedimiento hace más visible. Porque, á to­das luces , esta completa indiferencia respecto á la vida fut�ra no puede constituir un estado normal para el hombre que nunca se muestra indiferente en las cosas que verdadcramenle le interesan. Más bien parece un encanto ma­ligno que una alucinacion cuya Causa no está en él mismo. A tal extremo ha llegado la de­cadencia del hombre que no pocas veces hace alarde de esla intlifer�tncia, y á un la finge por ligereza 6 por espíritu de imitadon .. . . . Nada prueba tanto la flaqueza del espfritu humano como el no comprender que la mayor de las desgracias es no creer en Dios, y nada caracte­riza tanto un alma raslrera como el no mostrar deseo de tener parte en las promes,as eternas. El mayor de los cobardes es aquel que preten­de hacer el papel de valiente atacando á Dios.

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- rss -Y Bossuet (Di'sc. sobre la HistoriO Univer­

sal, u ) : « Dios permite que haya incrédulos para instruccion de sus hijos. Sin los ciegos, sin los salvajes, sin los incrédulos que todavfa quedan, á.un en el seno mismo del Cristianis­mo, nosotros no conoceríamos perfectamente la corrupcion profunda de nuestra naturaleza, ni el abismo de que Jesucristo nos ha sacado. Si su santa verdad no fuera combatida, no verfa­mos la maravilla que la hace durar en medio de tantas contradicciones y nos olvidarlamos al fin que hemos sido salvados por la gracia.»

El P. Gratry ha descrito exactísimamente el método de invcstigacion religiosa ( Crmoci­

mrim!JJ de Dr"os, u, 266) : «Ordinariamente se estudia la fe cl"istiana por vra de controver­sia, por fuera y superficialmente, en detalles, pero jamas en conjunto ; y se fija la atencion mucho ménos sobre el dogma mismo y lo que expresa, que sobre algunas razones humanas imperfectas é incorrectas que da algun maes­tro 6 algun autor. ¿ Es éste el medio de llegar, no digo á la fe, pero ni siquiera al conoci­miento de ella y á la inteligencia de sus ense­ñanzas auténticas? Hé aquí el procedimiento

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- 186 -contrario que pensamos ha de reportar gran fruto á muchas almas. Tomad las fórmulas de la fe tales como las presenta la Iglesia y afia. did algunas palabras del Evangelio sobre las que se apoyan tales principios. ¿ Qué hariais si ,

..... teniendo en mi mano algunos granos de

polvo, os dijese : Esto son gérmenes , de esto saldrán plantas y de aqui frutos? Si dudais, evidentemente no habrá. otro medio de llegar i la verdad 1 que confiar estos gérmenes á la tierra 1 y poner este polvo en estado de germi­nar y demostrar á la vista lo que no se veia.

»-Lo )lropio acontece con la fe. Arraigad sóli· da y firmemente en vuestro espíritu los peque­ftos granos, lasJórmulas de la fe. Arraigad, os digo , todos estos gérmenes en el seno de vues· tro espíritu, y despues vivid con ellos. Dejad que pasen sobre esta semilla el movimiento de la vida , sus estaciones, sus arideces, sus pme­bas , sus dolores , sus flaquezas, sus esperanzas y sus alegrías. Dejad que esta mies se desarro­lle en vuestro espfritu y tome incremento, con la savia de que se alimenta, con la luz en que se despliega. Comparad la ensef1anza qJlC en ella está contenida con vuestras necesidades,

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- t87 -vnestros pesares, vuestras dudas , vuestras pe­nas , vuestras esperanzas y conjeturas.

» Dejad que se duarrollen estos gérmenes de la fe por las misteriosas fuerzas que hacen cre­cer todo lo que vive en el hombre, y de las que se alimenta cuanto en él crece y prospera y que adquieren tanto mayor incremento cuanto más se aproxima su alma á Dios , fuen­te de toda luz y de toda verdad. Obrad de este modo y veréis si los gérmenes se desarro­llan , y si Jesucristo ha tenido razon al decir : La palabra de Dios es nna semilla que, arro­jada en un corazon bueno, produce tr�inta, sesenta y ciento por uno. •

Hé aquí el principio del diálogo ántes cita­do (p. 143) , que generalmente se halla entre los de Platon ; pero que es obra de un discí­pulo suyo , ;�unque conserva el espíritu de su maestro:

« Sócraks.-¿Vas á pedir á los dioses, Alci­bfades?

»Aiciói'tules.- Si , Sócrates. »Sóc. -Pero vas triste y llevas "l.a vista baja

como si estuvieras sumido en profunda medi­tacion.

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y,A/c.-¿ Qué objeto podrfa hacerme meditar de tal modo ?

•Sóc. - A mi parecer, un asunto importante. En efecto; dime , por Júpiter, ¿ no crees que los dioses conceden unas veces y niegan otras las súplicas que , privada ó públicamente, se les dirigen ¡ que son propicios para Jos unos y se­veros para los otros?

» A/c. - Ciertamente. » Sdc. - ¿ No sabes tambien que la súplica es

una obra que exige mucha precaucion de parte de quien la hace, por el temor de que pida al­guna cosa funesta 1 creyendo pedir un gran bien 1 sobre todo 1 cuando los dioses otorgan con gusto lo que se les pide ? •.••• Ves, pues, que no es prudente pedir sin reflexion , por el temor que hay de que Dios , al oir la blasfemia que sale de nuestra boc.1. mezclada con la súplica , no admita tu ofrenda , 6 te conceda otra cosa distinta de la que pides. En mi opinion , el mejor partido que pode· mes tomar, es esperar con paciencia, hasta que venga alguno A ensefiarnos cómo nos hemos de portar relativamente á los dioses y á los hombres.

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»A/c. - ¿ CuindO vcndri ? ¿Y quién es ése que nos ensenará estas cosas? pues me parece que siento un deseo ardiente de conocer á tal personaje.

»-Sóc. - Aquel de quien se trata, se interesa más de lo que pensamos en todo cuanto nos atafte¡ pero lo hace, segun creo, á la manera que cuenta Homero que lo hacia Minerva res­pecto de Diomedes. Minerva disipó la niebla que aquel tenía delante de los ojos , para que pudiese distinguir a los dioses de los hombres. Es igualmente necesario que se disipe la es­pesa niebla que cubie ahora los ojos de tu entendimiento, á. fin de que, en Jo sucesivo, puedas distinguir con exactitud el bien del mal.

•Ale.-Venga, pues , y disipe cuando quiera estas tinieblas. Estoy dispuesto á hacer cuanto él guste prescribirme , con tal que pueda lle­gar á ser mejor de lo que soy.

» Sóc.- Te lo aseguro de nuevo. Aquel de quien estamos hablando, desea infinitamente nuestro bien.

»Aic. - ¿ No seria conveniente diferir el sa­crificio hasta que él venga?

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- II)O -

PS6c.- Tienes razon; pues eso es m;is seguro que correr la eventualidad de no saber si, ofre­ciendo sacrificios, agradarémos á Dios 6 le dis­gustarémos.

!t>A.Ic. - Pues bien , cuando llegue ese dia, presentarémos á Dios nuestras ofrendas. Es­pero de su bondad que no se hará esperar mu­cho ticmpo.»-

Acerca de las relaciones de la ciencia y de la fe; de la filosofía y de la teología, leemos, c:1tre otras cosas, en el Breve de Pio IX al Arzobispo de Munich, con fecha 11 de Diciem­bre de 1 862 :

« Vera ac sana philosophia nobilissimum suum locun1 habet , cum ejusdem philosophiae sit , veritatcm diligenter inquirere; humanarn­que rationem Jicet primi hominis culpa obte­nebratam, nullo tamen modo eYtinctam recte ac sedulo excolere, illustrare, ejusque cognitio­nis objectum ac permultas veritates percipere, bene intelligere, promovere earumque pluri­mas , u ti Dei existenti:.m, uaturam , attributa, quro eliam fides credenda proponit , per argu­menta ex suis principiis petita demonstrare,

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- lVI -

vindicare 1 defendere atquc hoc modo viam munire ad hoec dogmata fide rcctius tenenda et ad illa etiam reconditiora dogmata, qure sola fide percipi primum possunt, ut, illa ali­quo modo a ratione.intelligantur. Hac quidem agere et in bis versari debet severa et pul­cherrima verre philosophiro scientia ... . . At vera in hoc gravissimo sane negotio tolerare nun­quam possumus1 ut omnia ternere permi5cean­tur, utque ratio illas etiam res quz acl fidem pertinent1 occupet atque perturbet, cum cer­tissimi, omnibusque notissimi sint fines , ultra quos ratio nunquam suo jure est progrcssa, vel progredi potest. Atque ad hujusmodi dog­mata ea maxime et apertissirne spectant, qme supernaturalem hominis elevationem, ac su­pernaturale ejus cum Deo comercium respi­ciunt 1 atque ad hunc fincm revelata noscun­tur. Et sane , cum ha::c dogmata sint supra natura m, idcirco naturali rationc ac naturali­bus principiis attingi non possunt . . . . .

:tlfzc justa philosophire libertas (ita, ut nihil in se admitteret, quod non fuerit ab ipsa suis condilionihus acquisitum 1 aut fuerit ipsi alie­num) suos limites noscere et experiri debet.

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Nunquam enim non solum philosopho, verum etiam philosophia: licebit , aut aliquid contra­rium dicere iis, qure divina revelatio et E<.-cle­sia. docet, aut aliquid ex eisdcm in dubium vocare, propterea quod non intelligit , aut ju­dicium non susciperc quod Ecclesire auctoritas de aliqua philosophim conclusione, qure hu­cosque libera erat, proferre constituit.

:.Cf. Syllab. d. d. 8 . Dec. 1864: 111. Humana. ratio, nullo prorsus Dei respecto habito, uni­cus est veri et falsi , boni et mali arbiter, sibi ipsi est lex et naturalibus suis viribus ad bo­minum ac populorum bonum curandum sufli­cit. IV. Omnes religionis veritatcs ex nativa human:c rationis vi derivant¡ bine ratio est princeps norma , qua horno cognitionem om­nium cujuscunque generis veritatum assequ.i possit ac debeat. VI. Christi fides humanm re­fragatur rationi¡ divinaque revelatio non so­lum nihil prodest, verum etiam nocet hominis perfectioni. VIII. Quum ratio humana ipsi religioni requiparetur, idcirco theologicm dis­ciplinre perinde ac philosophica: lractandm sunt. Cf. IX. X. XI. XIV.

»tone. Vaüc. Constitutio dogmatic!l. dc Fidc

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catholica. Cap. In. De Fide: Quum homo a Deo tanquam Creatore et Domino suo totus dependeat, et ratio creata increatae Veritati penitus subjecta sit, plenum n:velanti Deo in­tellectus et voluntatis obsequium pr.estare tenemur. Cap. l. Si quis dixeril, rationem hu­manam ita independentem esse, ut fides ei a Deo imperari non possit, a. s. Cap. IV. De fide et Ratione : Neque solum fides et ratio inter se dissiderc nunquam possunt , sed opem qua­que sibi mutuam ferunt , cum recta ratio fidei fundamer.ta demonstret, ejusque lumine mus­trata rerum divinarum scientiam excolat; fides vero rationem ab erroribus liberet ac tueatur, eamque multiplici cognitioni instruat. Qua­propter tantum abest, ut Ecclesia humanarum artium et disciplinarum cultune obsit, u t hanc multis modis juvet atque promoveat. Non enim commoda ab iis ad hominum vitam di­manantia aut ignorat aut despicit¡ fatetur imo, eas, quemadmodum a Deo , scientiarum Domino, profectz sunt , ita si ritc pertracten­tur , ad Deum , juvante ejus gratia, perducere. Nec sane ipsa vetat, ne hujusmodi disciplinae in suo quzque ambitu propriis utantur prin-

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- rg.¡. -

cipiis et propria methodo¡ sed justam hanc libertatem agnoscens, id sedulo cavet, ne divi­me doctrinte repugnando errores in se susci­piant, aut fines proprios transgress:c , ea, qwe sunt fidei 1 occupent et perturbent. •

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CONFEREN CIA TERCERA.

DJOS1 SU EXISTI!!NCIA1 SU KSJI!NCJA,

¡ Oros 1 Esta palabra la hemos pronunciado todos desde los primeros dias de nuestra in­fancia, y á un siendo niiios la hemos compren­dido sin dificultad. U na \'erdad geométrica 6 una ley de filosofía nos ha parecido mucho ménos inteligible, ménos evidente¡ éste es el hecho. ¿Y qué prueba ?

Prueba que la ide.1. de un Sér Supremo es natural al espíritu humano; que la creencia en Dios se encierra, como en gérmen, en nuestra alma , y que sigue los progresos de la concien-

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cia , creciendo y desarrollándose con ella, del mismo modo que la semilla se desarrolla bajo el suave infiujo de la primavera. Esta creencia es la v07. misma de la Naturaleza, V07. sincera y sin alteracion ; y es verdadera, porque el jui­cio inspirado por la Naturaleza á la generali­dad d.: los hombres es , por necesidad , verda­dero. El esplritu lleva dentro de sí el presen­tintiento íntimo de un Sér superior, de un Sér divino; y la palabra exterior no hace más que desenvolver esta aspiracion profunda del alma á lo infinito , este sentimiento instintivo , esta tendencia natural á lo divino. En este sentido, Jacobi tiene razon cuando dice que la idea de Dios es una idea innata é inmediatamente cierta. (San Buenavent.1 Birler. ment. , c. I y sig., y en la Di'st. I, cuest. 1.) Los Santos Pa­dr� , á causa de este conocimiento de Dios in­manente "'en nosotros, dan al hombre el califi­cati \·o de Zeodt'dnktos. (TOmasino, Dogm. tkeol., De .Deo , l. r, c. m. ) Y en las Constituciones Apostólicas (vm, u) se dice : « Vos habeisdado al hombre una ley innata, nomrm cmfü/0111 á fin de que tenga en sf mismo el gérmen del cono­cimiento de Dio.u

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- J91 -0igamos acerca de este particular una justf­

sima observacion de M. Claudius (en su Chria):

«La :filosofia ensena, de un modo especial , la existencia y la naturaleza de Dios , y sin ella no se podria tener idea perfecta de Él ¡ esto es lo que ensenan los grandes maestros. No pue­de ningun bombre demostrarme, con funda­mento de verdad, que yo sea un filósofo¡ y sin embargo, no paso nunca. por un bO!ique sin que me asalte la idea de quien hace crecer Jos árboles; entónces se apodera de mí cierto se­creto presentimiento de un Sér desconocido, y apostaria á que en aquel momento pienso t:n Dios ¡ como lo prueba el temblor 1 me:;:clndo de respeto y gozo, que entónces experimento.»

Y cuando se acerca el instante en que la vida se va á desvanecer, y todo el mundo visi­ble desaparece ya á los ojos dt:l moribundo, como al amanecer desaparecen los sue11os de la noche, entónccs hay un pensamiento que se escapa del alma con nueva fuerza y que flota , saliendo de entre los despojos de un mundo que se descompone. Es el único pensa­miento que sostiene al alma sobre la nada, é impide que se sumerja en los mis horrorosos

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- !gil -abismos: es el pensamiento de Dios , al que vuelven !; mayor parte de los que, durante su vida , han renegado de él , y fueron los apósto­les de la incredulidad , tales como Bufon , La Harpe , Laplace, Maupertuis, Montesquicu, Fontenclle, Bayle y muchos otros. «A la apro­ximacion de la muerte, decia ya Plinio el Jó- . ven , se cree en la divinidad y se acuerda uno de que es hombre. • (Ep., l ib. vu, 26.)

Por donde se ve que el pensamiento de Dios vive en nosotros desde los primeros dias de nuestra vida , y no abandonamos este mundo sin que vuelva otra vez á visitarnos¡ él senala el principio y el fin de nuestro paso sobre la tierra y es como el arco iris de paz; que abraza toda nuestra existencia. El torrente de los si­glos se precipita mugiendo en el abismo¡ las generaciones de los hombres se sepultan en la tumba¡ pero sobre las oleadas de millones de seres humanos, que pasan sin cesar, Rota la idea de Dios en su majestuosa inmovilidad, como un sol que alumbra el mundo de las inteligen­cias, y en todos los cOrazones resuena esta pa­labra : «Yo soy el Sellor tu Dios. • (Det,ler.,

v, 3- )

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- r99 -Pero la existencia de Dios y su esencia se

presentarán á nuestro espíritu con más clari· dad y conviccion, Iuégo que hayamos consi· derado su manifcstacion :

En la historia anterior á nosotros. En la naturaleza que nos rodea. Dentro de nuestro propio espíritu. Si recorremos la tierra habitada en todas

sus direcciones; si atravesamos las estepas del alta Asia¡ si vamos á habitar entre las tribus salvajes y los indígenas de América¡ si pene­tramos hasta los hielos del Polo ; si visitamos, en ñn, las abrasadoras arenas del interior del Afr:ca , donde quiera que respire una criatura rac:onal, por salvaje que sea, verém.os que di­rige sus miradas al cielo¡ donde quiera que haya una inteligencia humana que piense, aunque se halle en el último grado de desar­rollo intelectual, ese espíritu tiene idea. de lo divino¡ donde quiera que lata un corazon hu­mano, ese cora:ron se haHa penetrado del pre­sentimiento de lo infinito ¡ en cualquier lugar del mundo que la lengua hnmana articule so­n:dos, por pobre y grosero que sea su idioma, posee un vocablo para nombrar á Dios. Si re-

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corremos igualmente todos los siglos de la historia, reconocerémos la verdad constante de estas palabras escritas hace dos mH aiios: c N�ste ningun pueblo, por bárbaro y sal�

hay Dios, áun Despues de Ci­

plorado la Amé� rica )§\f Australia¡ nuevos y numerosos pue� ·1;11os·�¡;_ entrado á formar parte de la historia¡ ��ó embargo, estos hechos, léjos de desmentir la palabra del filósoro romano , han venid,:, á confirmarla mucho más. Cada siglo de la his� toria es una demoslracion de su verdad ( Cic., De legg. , 1, Z4i Aristóteles, De c«lo, 1 , 3 ;

Sénec., Ep. 1 1 7) : e En todos los pu(;blos existe la creencia en los dioses; y no hay uno solo, por degradado y abyecto que .sea , que no ad� mita algunos dioses. :t-

Este hecho incontestable tiene , en su uni­versalidad misma , un sello cieno de verdad, porque, como dice el ismo autor , la opinicn que tiene en su ravor el testimonio positiv:J del género humano , no puede menos de se� verdadera. ( De Nat. DI!Or., I, 1 7 . ) Santo To­más demuestra tambien esta misma tesis con

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su profundidad acostumbrada (Cot#. Gentes, u, 34) : cEs imposible, dice , que una cosa que todos los hombres afirman unánimemente, sea falsa. En efecto , una opinion errónea proviene: de una flaqueza ó de un defecto intelectual, mas no de la naturaleza del espíritu. El canic'­ter constante de semejante opin ion · es acci­dental¡ pero lo que es a.ccidenlal no puede jamas ser universal. Puede hallarse un hom­bre que tenga el gusto físico alterado, enrer­mo¡ pero nunca se hallarán todos los hombres en igual caso. Del misnto modo en las cue.s­t:oncs religiosas y morales, el juicio que todos los hombres convienen que e.s verdadero , no puede en manera alguna ser falso.» Antes de Santo Tomás ya babia dicho Aristóteles: e Lo que es inherente á la esencia , es comun á to­dos los individuos; lo que todos los hombres tienen instintivamente por verdadero , es una verdad naturabJ. (Rhct., J , 13) ; y Plinio el Jóven (Patuc. Traj. , n. 62) dice : e Nadie ha engailado á. todos ni todos han inducido á error á uno. »

Antes de pasar más adelante 1 responderé­mes á una pregunta que, por si misma , se

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abre paso. De que el sentimiento religioso se manifieste en todas partes viviendo en In hu­manidad, ¿ se sigue que esté fundado en razon y en verdad ? ¿ No podria acontecer que des­cansára en una ilusion ? No , esto no es posible. Tomada en su generalidad y en conjunto, la humanidad no se equivoca. jamas

' en las cues­

tiones fundamentales de la vida. Su voz es la voz misma de la Naturaleza y la manifesta­cion de la verd;td, porque la Naturaleza es ne­cesariamente verfdica.

Pero ¿ no habrán podido inventar la religion los sacerdotes y los legisladores? ¡ Singular origen de la religion ! ¿ Se inventan , por ven­tura , los sentimientos del corazon ? ¿ Habia sa­cerdotes ántes que hubiera una religion ? La aparicion del sacerdocio en la Historia, ¿ puede explicarse de otra manera que por la preexis­tencia del sentimiento religioso? El hecho mis· mo de que legisladon..-s Ctlmo Minos 1 Solon, Li­curgo, Nt"ma, etc., han admitido el sentimien­to religioso como fundamento necesario para la esta'tilidad del órden político 1 corno otros han tenido en consideracion para ese objeto los sentimientos del patriotismo, honradez, etc.,

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demuestra precisamente que el sentimiento religioso vivia ya en las almas de una ma· nera profunda 1 poderosa y universal. Por otra parte 1 la Historia 1 que nos da á conocer los principios de las artes y de los inventos útiles desde Tubalcain 1 no hace mencion de una sola religion que haya sido inventada. La hipótesis que atribuye origen humano á la religion , tie­ne su digna compailera en la doctrina no me­nos absurda de f,Iobbes, y sobre todo de Rous­seau 1 que suponen por base del Estado "" cott·

trnto social, resultado de una inteligencia 6 de un acuerdo entre muchos. Esta es una hipóte­sis anti-bbtórica y anti-filosófica. Pues el hom· bre no ha vivido, ni podrá vivir jamas de otra manera que en sociedad, ya se le considere ba­jo el punto de vista religioso, ya bajo el polili· co. Para vivir de otro modo , es necesario ser Dios 6 bruto. «Tan grande sería la facilidad de mcnlir, que no solamente engou1;j.r;.n á los ig­norantes, sino tambien á Platon y á. Sócrates, y otros principes de ilustres escuelas filosófi­cas.» (Lactant. De -i'ra Dei, c. IO.)

« Cuando los racionalistas han pretendido explicar el origen del Estado por un pacto pri-

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- 104 -mordia1, acordado en una especie de asambtCa de prohombrU ; el del lenguaje por una con­vencion expresa de servirse de ciertos sonidos como del mejor medio de comunicacion posi­ble ; el de la moral , en parte 1 por la utilidad de ciertas maneras de obrar, utilidad reconoci­da generalmente despues de un periodo más ó ménos largo de vacilaciones, y en parte por las ensefianzas de los hombres, habida consi­deracion i sus miras y á sus designios 1 y en fin, el establecimiento de la religion por una propension natural á la supersticion, propen­sion que explotó hibilmente la astucia sacerdo­tal ; cuando de esta. manera razonan, los racio­nalistas no hacen otra cosa que tomar por cau­sa original del desarrollo social una combina­cien concertada y calculada, que no era posi­ble sino prévia la existencia de este desarrollo mismo.:e- ( Lotze , .iJli'a·oc., m, 54. )

Acaso ¿ no p;xiria considerarse como la razon primera y como el origen de la rel igion , el te­mor concebido por los hombies en vista de los grandes fenómenos de Ja Naturaleza? No ¡ por­que tal temor, por ser puramente material, re- · baja al hombre á la condicion del bruto , y di-

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- tos -ftere absolutamente del temor religioso, que es un temor nacido del respeto. «Los hombres, al dar á Dios los nombres de Senor, 1\fa.estro, Pa­dre , demuestran suficientemente que la idea de la divinidad no ha podido ser hija del te­mor. Se puede obse�var tambien que la. músi­ca , la poesía, la dariz"", en una palabra, casi to­das las artes agradables formaban parte de las ceremonias del culto , y que la idea de alegrfa iba siempre tan íntimamente unida á la de fiesta , que esta última palabra ll�gó á ser sinó­nima de la primera.» ( De Maistre, Veladas.)

« Si eres Dios , dec:ian los escitas á Alejandro, debes manifestarlo haciendo á los hombres bien y no mab (Quinto Curcio, vn, 8.) El dicho ci­tado por Petronio : « el temor creó á los prime­ros dioses que se han venerado en el mundo », le han repetido en el siglo pasado Raynal, Hu­me y Voss, y en nuestros dia:� v .. gt y Strauss en Sll obra Las a1lh'gun� y las mlt!Vas creell­

cias, 1 873. Por donde se ve que el sentimiento religioso

no se reduce 11nicamentc al sentimiento del te­mor ; es temor de Dios 1 es verdad ; pero al mismo tiempo es amor divino , esperan:lt'a, ¡ra-

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- 2o6 -titud , bienaventm·anza. Por otra parte , si el sentimiento de lo divino no existiera en el al­ma, ¿ qué fenómenos naturales serian capaces de producirle? La Naturaleza , por medio de sus grandes fenómenos, ¿ puede hacer nacer en el espíritu del observador otra cosa que el sen­timiento de ella misma ? ¿ Cómo una causa pu­ramente sensible ha de producir un efecto su­pra-sensible ? Lo que sí se concibe perfecta­mente , (:S que por la explosion terrible de sus fuerzas, por s1,1s catlistrofes formidables, la Na­turaleza despierte y reanime el sentimiento re­ligioso que de antemano lleva el hombre en su alma. De esta manera se explica tambien cómo l!e ha dado culto divino ;L la Naturaleza, y có­mo, por ejemplo , en los errores mitológicos, las fuerzas elementales se han considerado co­mo dioses ó diosas, porque el hombre las ha aplicado la idea de Dios que le es innata.

Para. descubrir la 'existencia de seres divinos en fenómenos puramente externos 6 naturales, como ocurre en la in lima escala del sentimien­to religioso , el fetiquismo, que tiene por divi­nidades á diferentes objetos materiales, sin re­Iacion mutua ni jerarquía que establezca uni-

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- 2� -dad , debe el hombre obrar por impulso inter­no y natural. Si busca seres divinos en los ob­jetos inmediatos de la Naturaleza, es porque, hallándose en la última escala de cultura inte­lectual , la reflexion apenas ha llegado i des­arrollarse, y la fantasía es sobremanera accesi­ble á las impresiones del mundo externo. 1\las, áun prescindiendo de esto, la explicacion ma­terialista es á todas luces falsa , ya que parte de un supuesto doblemente erróneo, á saber : que el primitivo estado del hombre, era el estado salvaje , y que el primer grado de la vida reli­gios:l ha sido el politeismo. Ambas hipótesis son manifiestamenteJalsas, como nos propone­mos demostrarlo más tarde.

« El salvaje, dice De Maistre, ve nuestras ar­tes , nuestras leyes, nuestras ciencias, nuestra delicadeza , nuestros placeres de toda especie , y nuestra superioridad , sobre todo¡ lo que no puede ocultárscle, y que podria, sin embargo, excitar algunos deseos en los corazones que de ello fueran susceptibles¡ pero nada de esto le mueve, y constantemente vuelve i vivir entre los suyos. Si, pues , el salvaje de nuestros dias, teniendo conocimiento de los dos estados, y pu-

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diendo compararles diariamente en ciertos paí­ses , permanece inquebrantable en el suyn, ¿ cómo se quiere que el salvaje primitivo haya salido de su estado , por vra· de deliberacion, para pasar á otro del que ningun conocimien­to tenía ? Por lo tanto , la sociedad es tan anti­gua como el hombre , y el salvaje no es n i pue­de ser otra cosa que un hombre degradado.» ( JTeladas, n, 1 ¡ . ) No es posible que" un hecho como la religion , es decir, un hecho tan pro­fundamente arraigado en el alma humana , y tan universal, que abraza á toda la huo:aanidad existente en el tiempo y en el espacio , haya nacido de causas fC?rtuitas, externas y aisladas. Tal efecto no puede hallar su razon de ser sino en una causa igualmente universal , necesaria y poderosa, y esta causa no puede ser otra que la misma naturaleza humana en toda su pure­za natural y no alterada, naturaleza criada por Dios y para Dios , que es siempre y en todas partes la misma , que siempre y en to­das partes muestra el mismo impulso bácia Dios , y que, por lo mismo que ella deja �-er pura y simplemente su manera de ser más in­tima , no puede errar jamas ni equivocarse

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_ ,.., _ nunca. Esta simple observacion destruye la teoria. de Feuerbach (Esmcia de la r�ligjoiJ).

Segun él, Dios no es mils que el ideal personi· ficado y rele�do á otro mundo , la suma de todos los deseos de la humanidad. Cuando el hombre nombra á. Dios , piensa única y exclu· sivamente en sí mismo. Esta extravagiltlte ocurrencia se ha popularizado y propagado de mil maneras, y sin embargo, la consecuencia inmediata que se deduce de ella es que toda la naturaleza humana está fatalmente condena· da á gravitar hácia el error 1 y que su esencia miis intima es ilusion. Bien claro sc ve que esta galana teoría se contradice á si misma r se des­truye, porque no es mis que un nuevo engallo de la falaz naturalez'a. Porque, ¿en dónde esta-. ria la posibilidad de un conocimiento verdade­ro , si nuestra misma naturaleza fuese la pri­mera en inducirnos á error en aquello que la es más esencial ?

«En cuanto á las explicaciones corrientes y puramente empiricas acerca del origen de la religion, dice Schelling, algunos hacen prove­nir la primera idea de Dios, ó de los dioses, del temor, del reconocimiento 6 de otros afee-

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tos del alma, y no ven en eslo más que un fe· nómeno_ puramente psicológico¡ otros, por el contrario, la consideran como invcncion inge· ni osa de los legisladores¡ pero ni unos ni otros pueden explicar de qué manera ha podido un hombre solo concebir el pensamiento de hacer­se el legislador de un pueblo, ni, sobre todo, cómo le habrá. venido la idea de servirse de la religion como de un espantajo, sin que prime­ramente haya recibido por otro conducto las ideas de ley y de religion. Entre la multitud de escritos de estos últimos tien1pos, tan llenos de falsedades como vacios de ideas, es preciso con­tar en primera línea las pretendidas historias de la humanidad primitiva , que toman todas las teorías que emiten acerca del primer estado de nuestra raza, de las relaciones de los viajeros, y no son mb que una compilacion miserable de los rasgos caracterfsticos que constituyen la barbarie de Jos pueblos salvajes, los cua­les desempeflan constantemente en ellas el principal papel. No hay estado de barbarie que no se derive de una civilizacion anteriormente corrompida.• (El 1mltoáo de los estt�áios ncadl· micos, 1 6¡.) La verdad es que en ninguna par·

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te se ha hallado al hombre en ese prettndido estado natural , como plenamente ha demostra­do V. Wait:z:. (A11fhrop. 1 1 336.) Aun en pleno sah·ajismo se han encontrado en todas partes los vicios ml:nos naturales : la poligamia, la borrachera, el embrutecimiento, la lujuria, etc.¡ y áun ántes de todo contacto con los europeos, muchas enfermedades y una poblacion gradual­mente decreciente. (lJJitl. , 1 60. ) El hombre de la Naturaleza de Rousscau, lo mismo que el hombre de la Naturaleza de algunos modernos, por lo mismo que no es más que un mono en­uoblccido, perfeccionado , no es otra cosa que pura y ridícula invencion.

La decadencia progresiva del estado religio­so del mundo antiguo, particularmente del sentimiento religioso, es un hecho atestiguado entre los pueblos de raza indogermánica por la fábula de las cuatro edades del mundo. (V. Kleu­ker, Znulav. , 1 part., 172 . ) « Cuanto más se aproxima el hombre al estado salvaje mayor es la paralizacion en que se encuentra la actividad de su espíritu. Las mermadas hordas errantes que hallamos en algunos puntos formando los limites del mundo conocido de los antiguos,

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•o han dado un solo paso hácia la civilizacion. Los habitant� de las costas que visitó N car­eo , almirante de Alejandro Magno, son iun en el dia los mismos que eran hace dns mil anos. Los mismns son los salvajes descritos por Agatarquides 1 cien años antes de Jesucristo, que Jos descritos en nuestros dias por el caba­llero Brucio. Millares de anos han pasado so­bre estos pueblos sin que hayan hecho mejores progresos ó descubrimientns.:e- (Benjamin Cons­tant en Dechamps 1 El CriSto y los Atlh"­

Ct·l'slos, 2 54·)

La creencia en Dios es la fe de toda la hu­manidad. ¿ Cómo ha venido esta fe al mundo? Todo efecto tiene su causa. ¿Le ha sido impues­ta por alguna ley ? Imposible. ¿ La ha introdu­cido alguno por haberle parecido bueno obrar de esa manera? Necedad. ¿ Se la han comu­nicado los diferentes pueblos entre si ? Locura. Por consiguiente: ¿ de dónde procede este he­cho universal? Esta conviccion comun a todos lns hombres, tan arraigada en sus corazones y tan indestructible , sólo ha podido ponerla en su alma Aquel que la ha creado y la ha hecho lo que 6s¡ únicamente Aquel que es la razon

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- 113 -suprema, determina la ra¡:on de todos los hom­bres sobre todos los puntos del espacio y del tiempo. Hay , pues , en esto una tendencia que precede ti toda reflexion é independiente del alma que , por esta nocion de Dios , que ella gu:�rda firmemente, aspira á permanecer ligada á su origen y á su principio.

e La gran fábula de Dios y de la vida futura, dice Fechner (Los /res motWos de creer, 62)1

se hubiera propagado y afii"mado ménos si no fuera más que una fábula. El error y la verdad tienen de comun el que se pueden propagar en el dominio de la historia; pero entre ellos hay la diferencia sus!:ancial de que para la ver­dad la propagacion no tiene limite, al paso que acaba por encontrarse siempre cuando se trata del error. La propagacion fa"vc.;ece á la verdad y fomenta sus progresos; por el contra­rio , es un constante enemigo dd error. Una creencia que no se apoya, en su dt·sarrollo, so· bre la naturaleza misma de las cosas y no obe­dece á una necesidad verdadera y general de la humanidad, nunca puede durar mucho tiem­po. Cuanto más dure, cuanto más s� extienda, más se descubrirán sus confiictos con la natu-

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- n.t. -raleza de las cosas y de los hombres 1 y más se aglomerarán y extenderán sus funestas conse­cuencias, porque se acerca al límite fatal que no puede traspasar. Asl vemos caCr las fábulas unas en pos de otras 1 al paso que la verdad se consolida , se establece siempre con más forta­leza 1 y echa más profundas rafees á medida que gana más terreno. De esta- manera la eficacia de los principios demuestra su exis­tencia, sin que haya necesidad de exponer con entera claridad los · principios mismos, que seria diricil 6 casi imposible abarcar en su con­itmto.

•.La creencia en la existencia de Dios ha to­mado una extension universal en todos los pue­blos de la tierra. Ren1óntase hasta el origen de los tiempos ; se ha conservado sin decaimiento durante el trascurso de los siglos ; se presenta como nna planta natural , no sólo entre los pueblos civilizados, sino áun entre aquellos de quienes puede dudarse si son susceptibles de civilizacion ; aumenta sin interrupciou á me­dida que la humanidad avanza y progresa; continúa reinando á pesar de los ataques ince­santes de las opiniones contrarias á este prin-

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cipio fundamental ; es el lazo más universal que une á los hombres en la tierra 1 y está en vias de llcgario á ser más y más cada di a, ya que muestra. incesantemente su vitalidad y su poder por las creaciones más grandes y más duraderas; en fin, los casos de incredulidad no so1i sino fenómenos aislados ó excepcionales, que se declaran en los individuos ó en los pue­blos de la más infima cultura intelectual, ó en los que se hallan dominados por una mala voluntad y afiliados a un partido desacreditado.

»Rn una palabra, de cualquiera manera que se mire y que se pregunte á la historia, tiene siempre mil respuestas que dar en favor de la creencia en la existencia de Dios. Seria, por lo tanto,· una contradiccion el que se consen·ase y desarrollase tal creencia sin que lle\·e en si una razou suficiente de su universalidad en el espacio y en el tiempo. »

El ateismo , pues , si por ventura existe el ateismo verdadero, es decir , la negacion de Dios fundada en una conviccion profunda , no es más que un fenómeno aislado, especie de planta parásita y malsana , nacida de 1.1 cor­rupcion y de los excesos de nuestra civiliza-

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cion ¡ y no será jamas la expresion de la huma­nidad sincera· y pura. de tbda alteracion. Pre­cisamente su aislamiento en presencia de mi­llones y millones de confesores de la Divinidad le convence de error, ya que en las cuestiones fundamentales rolativas á la vida moral y so­cial, únicamente el individuo puede errar, pero la humanidad jamas se ha equivocado; porque esto sería negar, por su parte, la con­dicion esencial de su propia existencia. «Se ha objetado-observa Fecjmer-que no todos los hombres creen en Dios¡ pero esta cuestion debe decidirse segun el parecer del mayor nú­mero y el mayor peso de las adhesiones. No solamente los más numer011os sino los más sa­bios y los mejores de entre los hombres creen en Dios , áun cuando se conceJa que algunos ateos pertenecen á la clase de los mejores y mb sabios, lo cual implica una especie de con­tradiccion. Algunos casos aislados de incredu­lidad entre los individuos, ó áun entre los pue­blos, no son dignos de tenerse en cuenta tra­tindose de una creencia siempre dominante, uni.,-ersalmente extendida, que se desarrolla constantemente á traves de la serie de los ticm-

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pO! , sobfe todo cuando estos casos aislados se explican por la influencia exclusiva ó parcial de ciertas razones particulares, siempre acci­dentales, al paso que la creencia universal, predominante y segura, supone principios de una energía universal, concordantes y dura­deros.•

«La existencia de Dios ( Cic., De Na!., tko-1"t�tn, n, 44) es una cosa tan manifiesta que no puedo creer en el buen sentido de quien la nie­ga.• cEI ateo puede muy bien negar á Dios con la boca y con el corazon, á fin de en ga-narse 4 sl propio y á los dcmas ; porque ninguno niega á Dios , á excepcion de aquel que tiene interes en que no le haya.:.(August. Tract. ¡o in joan.)

« No conozco á nadie que tenga más miedo que el ateo a dos cosas que él mismo asegura que no deben infundir ningun miedo, y de las que continuamente se está ocupando , es decir, á Dios y á la muert� .)!l. (Cic. l . c. I 1 3 1 . ) c Es muy natural- observa Minucia-que odies al que te causa temor, y que combatas á DiO!, puesto que te inquieta.• e Yo querria encon­trar un hombre sóbrio, moderado, casto, jus­to, que negara la existencia de Dios y la in-

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mortalidad del alma ; ése al ménos hablaria sin interes; pero un hombre semejante QO se en­cuentra.• (La Bruycre, Cnrncl. 16.) No pone­mos en duda el ateismo del corazon y de las mal;{s pasiones. Éste 110 solamente existe, sino que ha formado escuelas en las que trata de justificar sus principios. c ¿ Quii:n se atreveria á scstener que Dios no puede permitir que al­gunos , e�l su ceguedad, lleguen á tal extremo, abandonando á los insensatos que pretenden negar su existencia ;i sus reprobados pensa­nlientos . . . . . ? ¿ Puede darse mayor castigo para la humana inteligencia, que el de verse aban­donada de Dios paro�. caer en el terrible delirio de negar su existencia?» (Balmes , Teod., 3·)

AsegUrase que el hecho de la universalidad de la religion ofrece notables excepciones. El men­cionado Büchncr, fundándose en el dicho de

¡, �urmeister (Fttcrsa y mat. 18 5), nos en sella que «los antiguos soberanos d.c la provincia de llio­ja · t:iro no habian sentido la necesidad de nin­guna religion. El salvaje indigena de la Amé­rica Meridional no tiene ninguna nocion reli­giosa, y si se deja administrar el bautismo 1 es sin saber lo que esto significa. L:t idea de U"

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- 219 -Dios, Criador y Se11or del mundo, segun el tes· timonio de Hascarl , falta entre los indfgcnas de la .Australia , y todas las tentativas hechas para instruirles respecto a este particular son infructuosas y no tienen sentido alguno para ellos.»

Basta echar una ligera ojeada sobre esta ob· jecion, para reconocer su poco valor. Los jui· cios de esta especie son tan poco scgurcn, las observaciones de los viajeros tan superficiales y contradictorias, que hay sobrada razon p:;,ra ponerlas en duda bajo m<is de un punto de vista. Schelling, en su Fllosoftn de la mi"tologln,

distingue a este particular al viajero Azara de todos los demas y tiene en mucho sus juiciós. Ya los espfritus fuertes del siglo pasado se ha· bian dedicado a buscar un pueblo de ateos que Aun no se ha descubierto. Por tanto , la frase de Artemidoro, sabio autor del Tm1t1do de los

Sllet1os , subsiste en toda su \'erdad. « No existé pueblo sin Dios ¡ unos le honran de una ma­nera, otros de otra ( Om:it-o�dtil.-6111 1, 9). »-

Por otra parte , esta falta aparente de senti­miento religioso se explica por la razon de que los viajeros, ordinariamente juzgan tomando

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por regla su propio modo de ver 1 y tambien porque las razas salvajes no conservan frecuen­temente de su religion primitiva , por ejem­plo, más que el temor ;i los malos espíritus, lo cual puede muy bien hacer creer á un obser­vador superficial y distraído, que no hay entre ellos rasgo ninguno de religion. Pero áun cuando se debiera convenir en que exis��n al­gunas familias, entre las que falta por comple­to el sentimiento religioso 1 éste sería un fenó­meno aislado 1 excepcional, que debe explicarse por la sencillísima razon de que entre tales fa­milias no se ha desarrollado el sentimiento humano por excelencia, y que su estado no es otra cosa que el embrutecimiento más prorun­do, y su vida más animal que humana. Segun el testimonio de Azara, estas familias sin relí­gion no tienen de hombre más que el e:�terior, y viven fuera de toda sociedad, como las bes­tias de los bosques. Se trata , por lo tanto , de una degradacion llegada hasta el atolondra· miento y la estupidez más completa, degrada­don que se manifiesta aisladamente, entre los pueblos sah-ajes, en algunas familias del mis· mo modo que se descubre tambien, con los

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mismos rasgos áun en medio de nuestra civili­zacion corrompida, en algunos individuos. En cuanto á que haya pueblos enteramente pri­vados del sentimiento religioso, no puede, has­ta la f.:cha, citarse un solo hecho de -este gé­nero, ya que todos los viajeros modernos ates­tiguan haber encontrado, áun entre los más salvajes, á lo ménos ciertas funciones sacerdo­tales 1 ceremonias mágicas 1 y sobre todo el te­mor de los malos espiritus y de sus fetiches (1).

De esta maner.l la histo�ia de todos los pueblos y de todos los tiempos demuestra la existencia de Dios. Y este hecho innegable de que en todos los pueblos, áun los mas abyectos, está más 6 ménos vivo el sentimiento religioso que se ntanifiesta siempre que la Naturaleza les ofrece algun fenónteno misterioso, demues-­tra con entera evidencia que la naturaleza hu­mana no puede prescindir de la religion.

El antropologista Waitz se expresa en estos .érminos (A.rltrojologla, I , 324) : «Es verdad que

(1) Waitz, 1btrop. r, au ; Quatrefages, R�ltJ fk (,,m MHruit�s, 186o, S29 i r861 , 354· Y sobrelol Anda­llana, •ntes teuidot por un pueblo .sin rtlil(ion, Au•­and, 18621471.

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n"O todos los pueblos poseen la creencia en dio­ses tales como los conciben los pueblos civili­zados , es decir , en seres de u n órden superior que , dotados de un poder y una inteligencia sobrehumanos, dirigen las cosas de este mun­do á los fines de su voluntad; pero si por creen­cia religiosa se entiende el convencimiento en la existencia de poderes invisibles y miste­riosos, c11ya volu1_1tad puede influir en todas partes del modo mas diverso en el curso de la Naturaleza, de tal suerte que de ellos dependa el destino del hombre, bÍen podemos asegurar que todos los pueblos profesan una religion. No cabe negar que esta religion, en los pueblos que se etlcuentroc�.n en la última esfera de cul­tura , no es otra cosa que una serie de &upen­liciones en grande escala, pero no es posible desconocer el elemento religioso que en ellas se encierra.,. Y Tylor en sus Prürcipi'os de c�tl·

htra ( 1 , 4 18) dice: «preciso es confesar, en cuan· to nos es dado juzgar por los innumerables Les timonios que tenemos a la vista , que en toda: las razas humanas de que tenemos conocimien tos seguros, áun las mas alrasadas en cultura se encuentra la creencia en seres espirituales

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y que las tribus entre las que se cree haber no­tado la falta de esa creencia apénas son cono­cidas 6 sólo tenemos de ellas noticias muy su­perficiales . . . . . La opinion de que existen tribus sin religion alguna descansa ordinariamente en datos mal comprendidOs y nunca en testimo­nios convincentes¡ semejante afirmacion corre parejas con las fábulas en que se afirma la exis­tencia de pueblos que desconocen completa· mente el uso del lenguaje y del fuego ; nadie ha podido descubrir el paradero de estas tribus. De la misma manera nadie ha sido capaz de probar con datos positivos la existencia de pueblos sin religion alguna , cual tenemos derecho á exigir en asunto de tan capital im­portancia.• El mismo Strauss se '\<"C precisado á confesar : «Todos los pueblos de quienes los viajeros han dudado si tenían 6 no religion, pertenecen, bajo todos conceptos, á la última escala de la raza humana , y son los que más se acercan á las bestias¡ pero subiendo en esta escala nos demuestra siempre la historiaque el desarrollo de las religiones marcha paralela­mente al progreso intelectual de los pueblos.» (L. c. 45·) Esta prueba histórica es convincente

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- J'-4 -para la sana razon y para un espfritu recto que no recur'?:!. al arte de los sofistas en busca de subterfugios. Por consiguiente, cuando el ateis· mo nos diga : probad me vuestro Dios; nosotros podrémos darle esta sencilla respuesta : la hu­manidad siempre ha crcido en Dios ; como que se halla , desde su origen, en posesion de tal creencia. Probadnos vosotros 1 que tal posesion intelectual no es legitima , que esta confesion de Dios , que hallamos en todas partes y siem­pre en los labios de la humanidad 1 no es más que la reminiscencia de un largo sueno. Este razonamiento , que cualquier individuo invoca en favor de un derecho que le pertenece de tiempo inmemorial , puede tambien invocarle la humanidad para reivindicar su más preciosa riqueza 1 su más preciada joya, la religion. Ella no tiene que probar !a justicia y la legitimidad de su posesion; al adversario toca demostrar que esa posesion no es legitima y válida. « El ateísmo , dice el materialista Cabanis (Cm·ta ac4rca de las causas primeras) 1 está. en oposi­cion con nuestras impresiones diarias más ínti· mas y con la voz universal de la naturaleza humana. »-

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- 2�5 -Esta demostrGcion no ha podido presentarla

jamas el atcismo. Habrá podido dudar y hallar insuficientes las pruebas suministradas por el buen sentido en el trascurso de los siglos y la sana razon en favor de la existencia de Dios; pero ningun ateo ha demostrado todavía la tésis contraria ¡ es decir, que no hay ni puede haber Dios.

Pero ¿ tenemos nosotros pruebas que dar de su existencia, ó es necesario que las busquemos muy léjos ? Nada de eso. Yo no veo á Dios , y sin embargo le percibo en todas partes. No doy un solo paso sin tener i Dios á mi lado ¡ pcr cualquiera parte que vaya le encuentro en mi camino ¡ pues no hay un solo palmo de terreno donde no se halle estampado el sello de su existencia. Cada movimiento de mi respira­cien, cada latido de mis arterias y de mi cora­zon me le revela¡ porque Dios 'Ir) dejd de dar

tcsti'motlio de si mismo. (Act., XIV 1 16.) La Crea­cien entera es un libro abierto que, en un len­guaje silencioso si, pero muy claro, h�.ce visible lo invisible á las miradas de nuestra alma. «El tener que demostrar la existencia de Dios-dice Mcehler-es sei\al cierta de que la imágen divi-

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na se ha oscurecido en nosotros; pero el poder· la demostrar 1 es tambien señal segura de que esta imágen no se ha borrado ni destruido por completo (Ohras1 1 11 1 54). «Ellcs han conocido claramente lo qnc se puede conocer de Dios, porque Dios se lo ha manifestado. En efecto, las perfecciones de :Él invisibles , áun su eterno poder y su divinidad , se han hecho \'isibles despues de la creacion del mundo , por el co­nOcimiento que de ellas nos dan sus criaturas, y así tales hombres no tienen disculpa.»- Con el magnifico testimonio del Apóstol de las gen­tes concuerda de una manera sorprendente el de Aristóteles : cAu.nque invisible a la mortal naturaleza , se reconoce á Dios por sus mismas obras.»- (De Mtmtl., 6), asf como el de Ciceron : «No ves á Dios , pero le reconoces por sus obras.» {Tusc., I 1 29).

El Apóstol no habla en el pasajecitado(Rom., z , 1 9 ) de la conservacion, ni del esclarecimien· to , ni del afianzamiento de la verdadera fe co­municada ya por la revelacion, sino de la po­sibilidad de conocer ! Dios , sin revelacion, por la obsen>acion atenta de la Naturaleza, pues expresindose de una manera general dice sim·

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plemente: «La naturaleza invisible de Dios se manifiesta al espíritu por medio de las obras creadas.» Esta proposicion sería errónea si para interpretarla hubiera de suponerse de ante· mano la existencia de la revelacion primitiva. En segundo lugar, el Apóstol opone aquí �a rc­velacion positiva de los judíos , la ley de Moi­ses y el pecado contra esta ley , á la ley natu­ral de los paganos, y á la violacion de esta ley ( 1 1 2 1 -2 3 ¡ n, 1 2 , 1 5 ) , escrita en Jos corazones y dada á la naturaleza inteligente corito su con­firmacion más profunda. Ademas, es muy fácil ver que en este pa�aje, segun resulta eviden· lemente de la identidad de muchas expresio­nes , se refiere a otro del libro de la S:zln"d,ria (xm , l) en el cual se trata igualmente del cono­cimiento de Dios , por l a sola observacion de la Naturaleza, prescindiendo de la revelacion. Precisamente la tradicion hubiera disculpado á cada pagano en particular, y le hubiera ex­ceptuado de pecado, puesto que trasmitía una falsa idea de Dios. Finalmente , si la observa· cion inteligente de la· Naturaleza no puede pro· curarse el verdadero conocimiento de Dios, ménos se le procurará un sentimiento oscuro

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y falseado, puesto que sólo una verdad cono· cida es capaz de rectificar -el error. Los tet."lo­gos deberian meditar bien estas palabras de Ulrici (Dios y Nolttralu:a) : «Despues de la fa· masa critica de Kant , sobre las pruebas de la existencia de Dios , se ha exténdido cada di a más la opinion , así entre los creyentes como entre los incrédulos, de que no se puede pro­bar la existencia de Dios. Hasta algunos teólo­gos son de esta opinion , se rien de los esfuer­zos que .se han hecho para conseguirlo , los mi· ran como enteramente inütiles , y lo que es más particular, creen servir así mejor á la fe que ellos predican. La Teología moderna 1 al dejar de esta manera caer en el olvido las prue­bas de la existencia de Dios 1 no sólo abdica como ciencia 1 sino que mina por su base la fe y la religion, cuya ense1ianza se propone. No tie­ne en cuenta que la creencia sobre la autoridad supone la creencia en la autoridad 1 y que esta creencia, si no se- halla sostenida por razones, no es más que una adhesion arbiLraria y subje­thra.,.

Ahora bien : ¿ qué testimonio da acerca de Dios el mundo ?

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El mundo visible existe¡ por consiguiente existe uno por quien ese mundo existe : DJos . .

En el mundo visible liay movimiento, acti­vidad, vida; luego existe alguno del que trae sn origen tal movimiento : Dros.

En el mundo que vemos se encuentra taro­bien órden ; luego existe alg1ino que ha dis­puesto y arreglado tal órden , y este espíritu ordenador no es otro que Dios.

Desarrollemos esta triple prueba. Hay un Dios, de quien proviene el mundo

visible , y en general todo lo que existe á nues­tro alrededor; existen los objetos visibles; exis­timos nosotros mismc:;. ¿ De dónde procede­mos ? ¿ De dónde proceden las cosas que hay en el mundo ? ¿Existimos por nosotros mis­mos ? No, porque hemos empezado á existir en el tiempo , y si existiéramos por nosotros mismos , existiríamos desde toda ctcrn¡dad, existiríamos necesariamente y siempre. N ues­tra existencia no hubiera tenido principio en el tiempo , ni seria tatnpoco contingente. Las cosas visibh..-'S que nos rodean ¿ existen por si ·mismas ? De ninguna manera. Si el hombre no ex�te por si mismo , mucho ménos podrá

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decirse esto de los objetos exteriores, porque tienen ménos derecho á la existencia absoluta que el espíritu pensador del hombre que, por otra parte, les ve nacer y desaparecer. Todo lo que existe tiene, pues, su fundamento 6 ra­zon de ser , no en si mismo 1 sino en otro q)le no tiene su razon de ser fuera de si, sino en si mismo ; en otro que posee la existencia de si mismo, y que no es, por tanto, un sér relativo, dependiente y contingente, sino un sér abso· luto, necesario y supremo, cual es Dios. Res­pecto á la objecion presentada por Kant con­tra esta prueba 1 Hegel ( Ohrns 1 XII , 3ii ) ha observado muy bien su futilidad, cuando dice : « Kant pretende que el pensamiento no d�tbe penetrar más allá del mundo sensible : mejor seria que nos explicára cómo penetra el pensa­miento en el mundo sensible .••.. Cuando se ha­bla de razon, ¿ qué sentido puede tener esta pa­labra, sino que la raton� asl como su idea, debe se1· concebida como independiente del mundo sensible ? Santo Tomás babia ya pro­pue5-to y refut:ulo esta misma objecion. (Cont., Ge�U., 1, cap. xn.)

Demos todavía una nueva forma al mismo

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argumento. Hay scn.'S que exi$len, y que sin embargo podrian no existir¡ en otros términos, seres posibles y contingentes. Luego hay un sér

.que existe eternamente, es decir, un sér

necesario¡ porque cuando un sér, que podria existir ó no, ex:ste realmente, es necesario que haya una razon por la cual exista. Esta razon no la posee él en si mismo , porque precisa· mente, porque es un sér simplemente posible, podria muy bien no existir. Por consecuencia, tiene su razon en otro que existe y debe existir en virtud de su esencia, en un sér necesario y absoluto, en Dios. Luego Dios existe canto sér absoluto , necesario , fuera y sobre el mundo, es decir, sobre este conjunto de �sas relativas, y de quien todo depende. (St,mn leol. , 1, qu. 2,

a. J. ) Sin embargo, el ateismo podria objetar to­

davía, como lo ha hecho Moleschott ( Circzdn·

cir:m de In vr'dn ) , que no ha}r necesidad de re­currir á un primer sér necesario y absoluto¡ porque una cosa tiene su fundamen_to en otra, ésta á su vct en otra , y as! sucesivamente en una serie infinita ó en un encadenamiento circular, donde cada cosa determina á otrn y

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es detenninada por ella 1 ó cada sér da la vida y la recibe á su vez.

Cualquiera que sea el aparato filosófico bajo el que se encubra esta objecion 1 cualesq�iera que sean las galas poJticas con que se la ador­ne, no poi eso deja de ser una contradiccio::l fltndamental y un absurdo palmario; porque, ademas de que asi se supone una serie ilimi­tada que, creciendo con cada &C-r que nace 1 se hace más infinita aún ¡ ademas de que así se forja un infinito que , componiéndose de cosas puramente limitadas, seria igual á una suma qUe debe componerse de la adicion de puras naderías¡ prescindiendo de tales contradiccio­nes que ninguna sana razon puede adntitir, no se hace otra cosa, por este medio , que dar \'ucltas á la Clleslion , pero de ningun modo se resuelve. Aristóteles (Mehf. , n, z . ) dice que, traU.ndose de ca.usas 1 no puede retrocederse hasta el infinito , sino que hay que admitir, por necesidad , una causa primera y superior, sin la que no puede concebirse ninguna causa intermedia. En esla p1·etendida serie tle sen.:s determinados y determinantes, no se encuen­tra uno que sea la causa completa y absoluta

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del otro , sino que todos son causas interme­di;;s y nada más. Si los seres aislados no son causa total , tampoco lo será la serie, ya que la disposicion en serie no podría quitar á las co­sas, de tal maneta d ispuestas, su naturaleza de puras causas intermedias. La serie, pues , equi­valdría á una cadena, cuyo primer eslabon, es decir, el que debe sostener la cadena, per­maneccria en el aire. Cada elemento de la se­rie depende del otro;· por consecuencia, toda la serie, ya esté en línea recta, ya en circulo, depende tambien de otra¡ de donde se infiere qt:e es preciso admitir un sér independiente, necesario, del que procede y en el que descansa toda la seri e : Dios. Finalmente, en la hipóte­sis en cuestion, sería necesario admitir tantas series infinitas como seres orgánicos existen, puesto que cada sér no puede producir mois que otros de la misma naturaleza; monstruo­sidad admitida por Czolbe (Ntta•a exposici'rm del se11malimzo , r68 ) , ya que , segun él , todas las especies de cristales, de animales y de plan­las son eternas.

Pero no solamente la sana filosoffa, tambien la historia rebate esta objecion: « Creemos con

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Deluc-dice Saussure ( Píaje d los Al)cs, § 625), --que el eslado actual de nueStro globo terr.;:s­trc no es tan antiguO como cierta filosof1a se ha imaginado.» e Me propongo defender otra verdad, que las obras de Deluc me han hecho ver claramente, que me parece · incontestable, en favor de la cual hallo pruebas en cada una de las páginas de la historia, y de la que dan testimonio todos los fenómenos de la Natura­leza: defiendo que el esi:ado actual de nuestros continentes no es muy antiguo .» (Dolomieu, Dian"o de Fisica , I, 42.) « Si hay algo bien demostrado en Geologla (I) 1 es que la su¡xdi­cie de nuestro globo ha sido teatro de una grande y sübita revolucion , la cual no puede remontarse á más de cinco 6 seis mil aftos.» (Cuvier , Dlscr�1"SO acerca de las revoluciones del cloho, 342 .) Lucrecio mismo , el poeta del ' ateismo, no ha podido prescindir de dar á la infancia del mundo y de la raza humana el

(1) l.osautores más modernos , sobrelodo Burmeister, (Hislt�ri4 tlt la CrM&iml, 270) disLingucn en ella tres pe­riodos, y el Ul�imo diee que el hombre no ::r.pareee hasta el tercero, el dilu\·ium: lo mismo dice Qucnstcdt. (EIJt!M$ tlt laNnlnl'alt8t11 61 ; .f;¡•tr y A.Iy, 235.)

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lestimonio que contienen las siguientes signi­ficativas palabras: « Si el cielo y la tierra no han tenido principio, si son eternos, ¿ por qué ántes de la guerra de Tébas, dotes de la toma de Troya, estaba tan silenciosa la poesia? ¿Por qué ántes de esta Lpoca no se encuentran ni acciones heroicas, n i obras poéticas? Por eso tengo por cierto que la antigi1edad del mundo no es grande.» (De Natura ren1m, v, 325.) Cu­vier sustenta la misma doctrina cuando dice: «La vida no ha exi�tido siempre sobre la tier­ra, y es fácil sef\alar la época en que comienza á manifestarse. » « Los filósofos han afirmado que la \•ida existia de:de la eternidad , que no babia tenido principio. La observacion exacta de la Naturaleza ha demostrado que , en una tpoca determinada, l."l tierra poseia una tem­peratura, con la que era imposible toda vida orgánica, puesto que " la sangre se coagula á los ¡8 grado�, quedando por consecuencia de­mostrado que la vi�a orgánica ha tenido un principio sobre la tierra.» (Licbig, Gaceta tmi­t·crsal de A ug-slmrgtJ, t Rs6 , 24.) Ademas, y éste es un argumento de gran fuerza, la certeza histórica se remonta en todos lllS pueblos á la

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misma época, es decir, al siglo VIII anterior d nuestra era (De Maistre, Veladas, 11 90) : «¿Es posible que una simple casualidad sea la que da un resultado tan sorprendente y la que hace remontar i poco mas de cuarenta siglos (cerca de dos mil m, os intes de Jesucristo) , el origen tradicional de las monarquías asirias, india y china? Las ideas de pueblos que tan pocas relaciones tienen entre sf , cuya len. gua , religion y leyes nada tienen de comun, ¿hubieran estado de acuerdo sobre este punto, si no hubieran tenido por base la verdad ? • « E l Pentatet'co encierra documentos que nos hacen remontar hasta muy cerca del origen del género humano. » «Este es el libro más antiguo que conocemos.• ( Renan, Hi'ston"a dcljJtt4hlo hebreo, Cuvier, l. c., Iii .)

La opinion sustenta¿a por Aristóteles (Metnj., xn, 8¡ De crrlo, r, 31 ro ¡ Poltt., vn, 10) de que cada arte , cada ciencia, se han encon· trado, perdido y vuelto i hallar infinidad de veces, no se apoya en ninguna razon objetiva y real , sino que es la t.:onsccuencia de su ma· nera errónea de considerar el tiempo como una duracion sin principio ni fin. (Jtlsic., VIII , I .)

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- 137 -«Las series interminables de siglos, por las que contaban los orientales la duracion del mundo desde su origen, no son más que ficcio­nes y mito:>. � (Lliken , Las Tradicio11es de la

raza hmnaua, 258 .) Que los antiguos mismos no atribuian ningun valor á estas series lo dan á e.1tender Ciceron ( De .Di'vi11.1 11 19 ); Diodoro ( r , 26.), y Macrobio (Sahtnt., 1 . ) Las obsen•a­ciones astronómicas n� han apoyado tampoco las exageraciones relativas á la antigüedad del mundo , ya que las más antiguas, hechas por Ptolomeo, no se remontan más allá del afio 721 ántes de Jesucristo. (Humboldt-, Kosmos , n , 196 . ) Las de los egipcios no son-mucho más antiguas, y s�gun Ritter (Afdc., 1 , 843), la edad del valle del Nilo no sube más allá de dos �il nuevecientos sesenta años ántes de Jesu­cristo. Luxory Tébás, en el alto Egipto, han sido construidas hAcia el ano 14001datos plenamente confirmados por los últimos cálculos que se han hecho acerca de esta importante materia, fun­dados en los dt:Sbordamientos del Nilo¡ las ar• tes y las ciencias, cuyo nacimiento y desarrollo ha seguido la historia desde sus primeros pa­sos hasta su estado presente, dan el mismo

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testimonio. Estos hechos tan evidentes, no de­jan , pues , lugar á suponet• una serie infinita de seres humanos anteriores á nosotros 1 ni mucho mC:nos á admitir la eternidad de La raza humana.

Pasemos á la segunda demostracion. Existe el mundo, pero no simp.lemente como una cau­sa inerte y muerta. No tenemos más que abrir los ojos Para apercibirnos del movimiento 1 de la actividad , de la vida que existe en lodas sus partes, desde los cuerpos celestes que giran con tan asombrosa rapidez en las inmensas ór­bitas del espacio, hasta los cristales cuya for­macion se efectlia lentamente en las entrru1as de la tierra; desde la mariposa que revolotea en torno áe los rayos del sol primaveral, hasta el leon que ruge en la selva ; desde el gusano que se arrastra en el polvo, hasta la marcha regular de las ideas en el espíritu humano. Pero el movimiento se COIJ'.unica siempre de un objeto i otro ¡ un acto de la voluntad mue­ve el brazo, el brazo agita la honda, y la hon­da lanza la piedra que va á herir el objeto. Del mismo modo una \·asta corriente de mo­vimiento, de actividad, de vida , Cruza ú atra-

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- 239 -viesa todo el unj. .. -erso, que no es más que mo­vimiento, actividad, vida mecánica, orgá.nica é intelectual. (De Maistre, Veladas, 1, 286.) Este movimiento proviene de una fncnle, se deriva de un principio, del que se origina toda actividad y toda vida, y que no es movido, á su vez, por ningun otro. « Cien bolas que se mueven en linea rt.'Cta , en virtud de un impul­so que se comunica sucesivamente de la pri­mera á todas las demas, ¿ no suponen una ma­no que, movida por la voluntad , haya dado el primer choque? Y si la posicion de las C!:lsas nos impide ver tal mano, ¿será por eso ménos evidente para nuestro entendimiento? Por lo cual 1 los antiguos definían el ·movimiento : ac�

tus ettiis ?il pote11ú"a, fJ"alnms ut ens i'n jolen­

h"a.• (Arist., F'l"sic., m, I¡ Santo Tomás, ¡, m Pkysic., n¡ San Juan Damasc., Dialecl., c. LXI.) Pues bien, este primer principio de todo movi­miento es Dios, que tiene la vida en sí mismo; Dios, principio y fuente de cuanto vive y se mueve en el universo¡ Dios, que no es más que vida, que es la vida misma, que es pura acti­vidad, puro espíritu. «¿ Cómo puede una cosa ser mo\·ida sin que exista una ruerza motri z ?

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- 2.f0 -Existe, por consiguient:,Dios, supremo espíritu puro,,. (Arist., Metaj., IV, 6.) Por esto Clarke, discípulo de Newton, dice, hablando de la atrae­cien, sobre la que se apoya todo el movimiento de lOs cuerpos celestes: « Podrá ser ef'ecto de un impulso , pero nada tiene de material en su principio¡ es, sin duda, el efecto de una causa inmaterial. • (Fisica de Rokar�lt, traduc. 'de Clarke, n, c. XI, 1 5 .) «El solo sér, dice Cauchy (Boletit� de la Acad. de Citmct'as, 2 1 , 1845), del que puede proceder la fuerza física, es el sér necesario. La fuerza es una expresion de su voluntad. Las diferentes fuenas productoras del equilibrio y del movimiento no son más que causas secundarias. La gravitacion uni­versal, la atraccion reciproca d6 dos cuerpos en razon inversa del cuadrado de su distancia, es una ley que es la expresion de la voluntad de Dios.• Newton mismo babia ya dicho: e Yo no afirmo que la �adezsea esencial i los cuer­pos,. ¡ y Leibnitz (Contra Alkeist.) : «La mo­vilidad es una cualidad de los cuerpos, pero no el movimiento mismo.,. « Se concibe que la materia, en la actualidad , siga las leyes in­falibles que la rigen, y que la dan una regu-

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laridad invariable; pero ha necesitado de un primer impulso , que lo ha ordenado todo en la inagotable serie de los tiempos. Las mismas desviaciones que presenta el admirable siste­ma de Jos cielos atestiguan la presencia i nma- . nente é indefectible del que los ha criado. En todas partes se encuentra lo sobrenatural... .. Solamente conviene que la ciencia se resigne á resolver ciertos problemas de distinta manera que por una observacion imposible ¡ y el del origen de todas las cosas es uno de los proble­mas cuya resolucion no se da por timidez, creyendo con eslo guardar una prudenlc ·re­serva. La cuestion del origen es inevitable, y de nada serviría el querer eludirla.• (Barthé­lemy Saint-Hilaire, Diario de lossaln"os, 1862 , 6o¡.) P. Janet, en su libro titul�do El Mn­terinlt"smo etJ Alcmam"n , ha empleado taro­bien esta prueba 1 considerada como anticuada por muchos filósofos modernos. «Conocemos las leyes del movimiento á que obedecen todos los cuerpos, pero no la causa de las mismas. Si se quiere buscar ésta en la gravitaclon se habrá encontrado una expresion para desig­nar la causa , pero no se habrá determinado,

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en manera alguna, su esencia ¡ y áun la gra­vitacion no basta por si sola para explicar el movimiento de los cuerpos, toda vez que áun es necesario que haya un movimiento inde­pendiente y fuera de la misma, es decir, un primer impu!so.» (Cotta, G«�logia, 321 .)

Nuestra tercera prueba esclarecerá mucho mlis todavía esta. cuestion. Este movimiento que percibimos en el universo no se veTifica casualmente sin ningun plan, n i se pierde en lo indetcrmini1o ¡ ánt¡,;s por el contrario, es un movimiento que se relaciona en todas par­tes con un objeto determinado. Todo cuanto existe en este mundo visible, ya lo considere­mos en su conjunto, ó ya se estudie cualquier organismo en particular, todo lleva el sello in­contestable del órden y de una disposicion intencional. Estos fines constituyen un gran sistema teleológico. Las byes del m�;�ndo inor­gánico tienen por objeto final l.a conservacign de los seres orgánicos ; y en éstos se halla todo de tal manera dispues� que el individuo cons­pira á la conservacion de la totalidad. Habien­do naufragado un marino fué arroja� á una isla. _que creyó deshabitada en un principio;

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- 2.43 -pero algun tiempo despues observó que babia trazada en la arena de la playa una figura geométrica, se convenció de que babia hom­bres en la isla y dió gracias al cielo. « ¿ Y ha­bria de probar ménos una figura semejante po,.­que se halle trazada en el cielo?• pregunta De Maistre. Por lo mismo que el hombre es un espíritu ordenador, reconoce la presencia del espíritu donde quiera que ve su sello, su ór­den y la relacion a un fin. « Omm's ortlittah'o

es/ rah'rmr's», es un axioma debido á Santo To­más. Pero el órden y la finalidad revelan una inteligencia que ordena y dispone en vista de algun fin. Por consiguiente, el mundo visible es la obra de una inteligencia que ha colocado las cosas en el órden que tierien y que se ha servido de ellas para expresar la belleza del órden. De donde se infiere que el mundo es una obra creada por una inteligencia infinita, Dios.

Veamos la respuesta que da el ateismo á nuestra argumentacion. Este órden , esta coor· dinacion de los medios y del fin que la Natura­leza ofrece , así en su conjurito como en cada una de sus partes, no es producto de una cau-

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sa inteligente y que obra con intencion¡ es simplemente la obra del acaso. En realidad ya babia dicho lo mismo Lucrecio (De Nafrt.ra

rermn. , ,., 420) : « Porque en realidad las pri­meras materias de las cosas no se han colocado intencionadamente y con reflexion en el órden que á cada una corresponde ...•. ; ánte3 bien, im­pulsadas desde la eternidad de diversa manera, han ensayado todos los caminos para realizar todo lo que sea posible, con sus fuerzas reuni­das .... . Y asi sucedió al fin , que, tras largo ensayar, en un espacio ilimitado de tiempo, vinieron á encontrarse juntos aquellos elemen­tos que llega1·on á ser entónces el gérmen de grandes cosas, es decir, de la tierra, del mar, del cielo , de los seres vivientes. »- 'Pero esto es pretender que el espfritu , que invenciblemen­te busca la razon de las cosas, se pague de pa­labras vaclas de sentido. Y en efecto, ¿ qué es el acaso?

Es una palabra vana y nada más; es la X de nuestro cálculo ; es la gran incógnita que es­tablecemos, porque 6 en tanto que ignoramos la \•erdadera cau�a. Mas tomar el acaso por causa, con exclusion de una causa propiamen-

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te dicha, es admitir una concepcion vana y hueca, un puro nada como causa de la exis­tencia y del órden real , es querer admitir u n

efecto s i n causa, es un mero juego de pala­bras que únicamente puede s.1.tisfacer á la irre­fl.cxion. Ya para Demócrito, la alegacion del acaso no era más que una excusa de la igno­rancia¡ porque en realidad no existe tal acaso. (En Stobéo, Ec/og-. Rthic.1 3H-) «Si el choque 6 encuentro casual de átomos, dice oportuna­mente Ciceron, ha podido formar este mundo, ¿ por qué no ha producido todavía ni un tem­plo, ni un pórtico, ni una ciudad , ni siqu iera una casa, que son obras mucho más pequcnas y más fáciles?» (.De Nat. Deor., 2.) «La admi­

rable armonía que reina entre las diferentes partes de este gran uni,·e¡-so, encierra , ;;in gC·

ncro nin¡{uno de duda, las huellas de mta vo­

luntad inteligente y l ibre en su accion . . . . . Los cometas son pruebas evidentes del gobierno del universo por una divinidad sapientfsima y omnipotente.» (Madler, Los Cometas.) «El mundo es la manifestacion de un p�nsamiento

tan poderoso como fecundo, la prueba de una bondad tan infinita como sábia, la demostra·

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- 246 -cion más palpabl� de la existencia de un Dios personal, primer autor de todas las cosas, re­gulador del universo 1 dispensador de todos los bienes. » (Agassiz, Los Peccsfóst1e.r1 I 1 1 7 1 .)

Cuando el ateísmo nos presenta la Natura­leza con todas sus fuerzas y s�; leyes necesa­rias, no hace más que buscar un nuevo subter­fugio. Oigamos lo que dice Strauss (Las A,n·­guas y las ntlevas crrn1ci'ns , 1 í 7 ) : e De que nosotros no podamos realizar una obra, cuyas partes conspiren armónicamente para produ­cir un erecto determinado, sino prévia la cons­ciente representacion de un fin y la eleccion de los medios adecuados par.a alcanzarle 1 no se deduce que las obras de la Naturaleza, dis­puestas de análoga manera, sean engendro de un creador inteligente, ya que la misma Na­turaleza nos enseila cuán falsa es la seposicion de que sólo una inteligencia consciente puede crear cosas ordenadas á un fin.:t No se nece­sita ser un lince para comprender la falsedad del raciocinio que antecede¡ porque todo fin supone uno que le estabJe:�ca, sin el cual no puede existir el fin. Precisamente esta activi­dad de fuerzas, constantemente regular, nos

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obliga con doble motivo á buscar la razon su­ficiente qúe ha determinado, de esta suerte y no de otra , tal manera de obrar. Se habla de una regularidad inconsciente que presentan los fenómenos positivos de la Naturaleza¡ pero eslo no es más que el hecho puro y simple, el hecho bruto, por decirlo así. Con esta palabra, léjos de n:�olvcr el enigma, no se hace más que agtavarla dificultad ¡ porque la cuestion está precisamente en saber cómo un Qrden tan perfecto y tan profundamente intencional, puede explicarse como producto sólo de la inconsciencia. A decir verdad, no prueba gran inteligencia pagarse asl de una vana frase que no tiene más que la apariencia de pensamien­to. (Trendelenburg, hwesh'gadWlt!'S /ógr'cas, 1 1 , p. 24.) En vano se trata de eludir las consecuen­cias de este pensamiento , buscando la razon de la diversidad de los efect.os producidos en la diversidad de las fuerzas que se ponen en juego. ¿ Qué es lo que ha hecho tan diversas estas fuerzas hasta el punto · de que puedan producir efectos tan diferentes, efectos que se apoyan en ideas dh--ersas , pero de una diver­sidad tan económica que produce la armonla

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del conjunto ? ¿ Puede explicarse que la diver­sidad produzca armonía de otro modo que por la inteligencia? . . . . . «.Mas á fal :a de una idea hay una palabra que, con oportunidad, la su­ple.• Lo que son las veinticuatro letras del alfa­beto respecto de la filada de Homero, son los átomos respecto de los di(erentes organismos, es de�ir, la causa inmediata material, mas no la cansa formal , adccUada 1 la que da la razon suficiente en cuya virtud el poema y los cuer­pos han llegado d ser lo que son 1 y no otra cosa. La idea concebida en el espíritu del poeta en el primer caso 1 y la idea concebida en el espfritn del Creador en el segundo, son las únicas que han establecido una diferencia en-lre lo que era de suyo indircrente.

Tambicn apela Slrauss al instinto de los animales: cAsi como el instinto es una especie de obrar que parece realizarse con sujecion á un fin consciente, y sin embargo no existe tal fin, lo propio sucede con las obras de la Natu­raleza . . . . . » Mas lo que el instinto hace, no sola­mente « parece realizarse con sujecion á un fin consciente » , sino que realmente tiene su fina· lidad. Es cierto que la bestia no tiene concien·

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cia de la obra que hace por instinto, pero no por eso se realiza ésta sin un fin intencional y conocido, como que hasta las plantas se de!en­vuelven segun fines determinados. De que el bruto y la planta no tengan conciencia de los fines que realizan sólo se deduce que no son ellas las que han establecido estos fines. «Los seres que no tie)len conocimiento, no tienden á un fin, sino mediante la direccion de un sér consciente é inteligente, á la manera que la saeta es dirigida por el tirador. De donde se infiere que existe un sér inteligente que orde· na todas las cosas :!. un fin .» (Santo Tomás, Swnn, 1 1 qu. 2 1 a. J.) El hombre, sin duda al­guna , obra con sujecion t fines determinados, y tiene conciencia de la finalidad de sus ac.tos. Y decimos ahora : si el hombre forma parte de la Naturaleza, como admite el materialismo, ¿en qui: se fttnda éste para negar que en la Naturaleza todo está sujeto á un fin determi­nado? '

Platon se1ialaba ya como una preocupacion de la multitud ignorante « la creencia de que todos aquellos que se ocupan en la astronomía 6 en las ciencias que con ellas tienen relacion,

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- ISO -están colocados en la pendiente del ateismo, porque no ven en todos loa fenómenos más que la accion de leyes necesa.rias, excluyendo la intervencion de una causa inteligente y libre. Pero en realidad sucede todo Jo contra­rio, puesto que el alma es lo primero y lo mas antiguo , y es el origen del movimiento y del órden. Ya enlre los hombres del tiempo pasa­do, algunas personas de instruccion, que exa­minaron detenidamente el asunto, habian pre­sentido lo que en la actualidad se baila admi­tido como verdad incontestable, á saber, que es absolutamente imposible que cuerpos in­animados y faltos de razon formáran por si solos una regularidad tan admirable y un ór­den tan exactamente calculado. Ya hubo en­tónces algunos que se ·atrevieron a manifestar francamente lo que pensaban, y á sostener que este admirable órden del universo yo puede ser obra más que de una suprema inteligen­cia.• {D4 Lcgg. , xu, 967; Apolog., Socrnt., 18 . )

La c.uestion está precisamente en saber de dónde proviene esta armenia que no tiene conciencia de sí misma , y aquí es donde co­mienza aquella admiracion que Platon y Aris-

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tóteles han set!.alado como el principio de la filosofia. « Si existieran hombres que hubiesen habitado siempre debajo de la tierra, en so­berbias moradas, adornadas de estatuas y de cuadros, y llenos de cuantas comodidades po­seen los que se tienen por dichosos, pero que .no tienen noticias de los dioses; si luégo oye­sen decir que existe una providencia y un po­der di\'inos y, en semejante hipótes is , tras­currido algun tiempo 1 la mansion subterránea se abriera y les fuera dado salir de ella y en­trar en los lugares que nosotros habitamos, cuando de repente contempláran la tierra , el mar , el cielo; cuando pudieran conocer la be­lle2:1. de las nubes, Ia fuerza de los vientos; so­bre todo, cuando ·.•ieran el sol , su magnificen­cia , su resplandor y la propiedad que tiene de marcar los dias poi la emision de su luz en todo el espacio del universo¡ cuando admira­sen , dur:mte la noche , la multitud de astros de que está sembrado y adornado el cielo, las fases sucesivas de la luna, el nacimiento y ocaso de todos los astros, sus revoluciones tan regulares y exaclas ¡ cuando contempláran, en fin , tantas maravillas, con seguridad concluí-

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rian por a6rmar que hay dioses , y que estas grandes cosas son obra de sus manos.:t ( T/Jcnt-/41. , 203¡ 1l1t1tlj. , r , 2, 1 5 . )

'

Oigamos la última objecion que se ha he· che. «Esta prueba 1 sacada del órden que reina e1� el universo, supondría todo lo más la exis­tencia de un ordenador, de un arquitecto del mundo que hubiera arreglado, ordenatlo y for­mado una m:l.tería ya existente y preparada¡ mas no la existencia de un Creador, autor y se11or de cuanto existe .:t (Kant , Cr"ilit:a de ¡, rnzrmpr�rfl, r oo. ) _ Pero esta forma intencional de las cosas no es una forma exterior y accide­ntal , sino intima , esencial y sustancial ¡ es de­cir 1 su idea, su naturalezn y su esencia misma, de las que es, por lo tanto, inseparable. La fina· lidad no utá simplementt: adapt;a.la á las cosas; está en el fondo, es el fondo mismo de ellas , ó si se quiere , constituye con ellas un todo idéntico, que ni áun se diferencia de ellas en cuanto al concepto. (Aristot., �lldaplt;•s., vr, 8.)

Precisamente la relacion á un fin es el mo­mento esencial del organismo, y no podría concebirse éste sin aquélla. Por lo tanto , el que ha puesto la forma ha puesto tambi�n la

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- 253 -esencia, porque la forma es esencial y es, por consiguiente, no sólo el arquitecto, sino tant­bien el Creador del mundo. «La necesidad na­tural , inherente á las cosas que tienen un fin determinado, es cierta impresion proveniente de Dios que las dirige á un fin , á la manera c¡uc la necesidad, e"l virtud de la cual se mueve la saeta para dar en un blanco determinado, es el impulso del tirador y no de la saeta. Pero hay la diferencia de c¡uc, lo que las criaturas reciben de Dios es adecuado á su naturaleza¡ por c:l contrario, lo c¡uc imprime el hombre á las cosas naturalu tiene el cn•·¡icter de violen­cia.» ( Santo Tomás , SmmiJ. thcol. , r, q. 103, art. 1 .0) cE! arte , dice Buffon (rx, 1 2 ) , tiene su modelo en las obras de la Naturaleza; todas las invenciones de los hombres no son más que una grosera imitacion de lo que la Natu.; raleza crea con toda perfeccion. »-

Pero ¿ es verdad c¡ue el órden y la con\'e­nicncia •·einan en todas parles en el mundo? ¿No es esto más bien una suposicion tan gra­tuita como antigua ? c Al lado del órden , ¿ no encontramos tambien el acaso en la Natura­leza ? ¿ No vemos el mal al lado del bien?

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Cuando en la primavera, por ejemplo , la llu­via y el sol han desarrollado los gérmenes de las plantas y los botones de las flores del modo más conveniente, ¿qué cosa más inoportuna que una helada que viene á destruirlo todo ?» ( Strauss1 Teor. áe la fe, u, 384.) La aparente desconveniencia ó lo fortuito de los aconteci­mientos en la historia de cada pueblo y de to­dos. los pueblos constituye, como es sabido, un asunto muy explotado por Voltaire, y que le ha suministrado materia para sátiras 6 libelos contra la divina Providencia, como Cándido, El temhlo,· de tierra tk Lisbon. (Véase Santo

•Tomás, s,,na, I , c. 22, art. 2 . ) 1 SofiStica despreciable ! ¿Es acaso necesario

para afirmar que hay conformidad y armenia en un todo, poder dar razon de cada uno de lDs detalles particulares? «Un reloj marino per­dido en los bosques de América, dice De Mais­tre, y hallado por un salvaje, le demuestra la mano y la inteligencia de un obrero con la misma certeza que se la demuestra al más sa­bio astrónomo.» Lo que parece sin objeto cuando �e le considera en un horizonte limi­tado, 6 cuando se refiere á los fines secunda-

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rios de una cosa particular, ¿tiene que aparecer lo mismo en el vasto conjunto de la Crcacion ? Así, el hecho especial arriba objetado l no ten· drá su razon y oportunidad en la distribucion, por ejemplo, del calor y del frie en toda la su· perficie del globo? «·La mision y el fin de to­das las cosas es concurrir á la perfecta belleza del Universo, de tal suerte que los detalles que, aisladamente considerados, nos causan repug­nancia, se armonizan perfectamente y nos agra­dan en el órden general.» (Deve1·a rel., XL, ¡6.) Tampoco tenemos la pretension de saber dis­cernir en todas ocasiones y cases la inten­cion y la conveniencia superior de las cosas, n i mucho ménos la de establecer rmn. tn!Jia de causas ji11alcs, 6 demostrar la relacion inme­diata y ,•isiblc que tiene todo lo existente con la utilidad y el placer rle la \•ida humana; so­lamente a6rmamos que en el mundo hay in­tencion y finalidad y que , concebida nuestra asercion en esta forma general, es incontesta­table ¡ pues , como observa un a:critor, la fina­lidad y la simetría que presenta un simple tallo de hierba, suponen que un Criador sa­pientísimo y omnipotente ha puesto el fin

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- 256 -y los medios que estin en relacion entre s(.

Como resultado de sus investigaciones pa­leontológicas, afirma ÜSil'<lldo Heer « que la Naturaleza aparece en el proceso de su desen­volvimiento como un conjunto grandioso y esencialmente armónico. Es verdad que hasta el presente apénas conocemos de este grandio­so edificio, que no alcanza á medir la capaci­dad humana , más que algunas de las columnas que le sostienen¡ pero cuanto más nos descubre el U ni verso sus maravill.as, tanto más soberbio y precioso nos parece el edificio, lanto más se van lletmndo los huecos que nos ofrecen nuestros actuales conocimientos de la Creacion, y más intimamente ligadas se presentan las partes de tan armónico edificio. Pero aunque sin igual magnifico y esplendido, únicamente se halla en condiciones de contemplarle aquel que tenga prepar.,da para tan hermosa con­templacion la vista del alma. Todo el mundo tendria por loco y simple al que se obstinase en afirmar que las notas de una siufonfa de Beethoven no son mú que puntos que se hau pintado al acaso en el papel. Pero en mi sentir, son á un mis imbéciles los que consideran como

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producto del acaso esta armonfa de la Creacion, mucho más admirable que las sinfon[as del célebre maestro . . . . . • (El Mrmdo jrimi'ttvo de Suiza , 6o4.)

El mismo naturalista Huxley pretende tam­bien que la concepcion puramente mecánica del mundo basta para explicar el concepto teleológico: «Todo el mundo, to mismo el ani­mado que el inanimado, no es otra cosa que el resultado de una reaccion reciproca 1 y suje· ta á leyes fijas, de las fuerzas de las moléculas que formaban la primitiva niebla del Universo. Si esto es verdad 1 no es ménos cierto que el mundo actual estaba comprendido potencial­mente en los vapores del universo y que una inteligencia capaz hubiera podido, partiendo del conocimiento de las particularidades ca­racterfsticas de las moléculas contenidas en estos vapores, sei\alar el estado presenJ:e de la fauna de Inglaterra 1 con la misma seguridad con que puede afirmarse lo que será del va­por que produce la respiracion en un dia fria de invierno. El concepto teleológico de la Naturaleza y el mecánico no se excluyen en manera alguna; ántes por el contrario , cuanto

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_ ,,. _ más firme se coloca el naturalisla en el punto de \·ista mecánico, es tanto mlis seguro que aceptará un arreglo primitivo del que son con­secuencia todos los fenómenos del Unh·erso.• (La Acati.,:Í, 13 1 1 869.) Lycil admite explicita­mente esta finalidad : «.Cualquier direccion que demos á nuestras investigaciones, descubrimos en tod,¡u¡ partes las pruebas mis palpables de una inteligencia creadora, de su pro\"idencia, de su poder y de su sabiduría. Por lo que toca á nos­otros, los geólogos, aprendemos con el estudio, no solamente que la dispoSicion actual del Uni­verso es la que más conviene á los millones de criaturas vivientes que le pueblan,sinoque,ade­mas , los estados anteriores eran perfectamente adecuados á la organizacion y á las costumbres de las razas de aquellas épocas. Ha cambiado la distribucion de los mares, de los continentes, de las !:olas y de los climas ; hanse modificado tambien las especies de seres animados, y sin embargo, obsérvase en todos ellos tal ao.alogía con los tipos actuales de plantas y animales , que es imposible de todo punto negar su orde­nacion áQn fin y desconocer h. armonía que pre­side á su destino.»- (Pn'uf#ios fÚ Geol., u, 6 1 3.)

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Esta ordenacion á un fin descúbrese tambien, y muy particularmente, en el terreno de la Anatomía. En nuestms dias seha hecho el im­portante descubrimiento de que la construc­cion de las fibra!i huesosas de Jos huesos del muslo en el hombre, sin duda para

· facilitar

la traccion , esta perfectamente ajustada á. las reglas de la rq.ec.inica que hoy se aplican a la construccion de ferro-carriles, fundadas en el principio matemático de presion y de tiro. (Mem. de la Soci'edad Fisico-MtdiCa de U'lb-.8·

hurgo, nr, u, de 1872 .) Quien dice Creador, dice un Sér omnipo·

tente¡ porque llamar de la nada al st!r, crear nuevos seres, echar un puente sobre el abismo que se abre entre la nada y la existencia, es únicamente prerogativa de Dios , de lo abso· l uto por excelencia; miéntras que la idea de ser creado sólo significa el simple tránsito de la nada al sér (mln'ltnn. sui et ntlifecti) . El es­píritu finito y contingente obra sobre una ma­teria que limita su accion y la impone sus condiciones , la forma , la adorna y la da una figura, pero no produce nada que no exista ya en sustancia. Sér condicional, su accion no

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puede méuos de ser condicional como él. e Dios , dice Santo Tomas (Srmzma Tkeolog., qu. 44, art. 4)1 es absolutamente activo, es la actividad pLlTa (agms lalllum) ; no se halla sujeto ni limitado por nadie en su accion ; al paso que las causas finitas no son puramente activas, sino activas y pasivas en su conjunto, en cuanto que están sujetas al fin que se pro­ponen llenar y condicionadas por la materia bajo cuya influencia obran. A la idea de Dios, considerado como el soberano Sér, que es acti­vidad pura, espíritu puro y absoluto, responde la creacion , pero una creacion libre que tiene en él solo su fundamento. Sólo á condicion de una creacion de la nada es Dios la causa pri­mera, absoluta y completa de todas las cosas¡ y pUesto que Él es tal causa 1 se sigue que el poder creador le convieneá ÉI exclusivamente. Conviene reducir los efectos más universales á causas primeras y tambien más universa­les ; pero entre todos los erectos el más univer­sal es el sér mismo, por lo cual conviene que sea verdadero erecto de la causa primera y más universal, que es Dios.» (Santo Tomás, r ,

qu. 45, art. s . ) Admitir, pues , un poder crea·

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dor secnndario, es una contradiccion ,;, nd�

jecto. Pero ¿ cómo hemos de representarnos el po­

der creador de Dios ? Nosotros le concebimos, le recouocemos y le proclamamos necesario, porque el mundo nos lleva á él necesariamen­Le ¡ pero en cuanto i representárnosle tal como es en si , es cosa de todo punto imposible, por­que el espfritu finito no puede representarse mis que aquello que se halla COI}lprendido en su esfera y ha entrado ya, para él , en el mun­do de los fenómenos visibles. « Nunca , dice con razon un escritor de gran penetracion, podrémos descubrir el porqué misterioso del ser y de la existencia. Pero esta cuestiou no tendría importancia :::ino en el caso de que nuestro conocimiento debiera tener por fin la creacion de un mundo. Mas como no tenemos que crear un mundo , sino únicamente com­prender el que está á nuestra vista, conocemos solamente de un modo general que el ser es una maravilla cuya eternidad en Dios debe­mos necesariamente suponer , pero cuyo ori­gen , en las criaturas 1 se nos presenta simple­mente como un hecho, sin que nos sea posible

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_ ,., _ penetrar el misterio d� su produccion.» (Lotze, Psi'colorfa médica , 1 52 .)

Por lo que hace al axioma de los �picúreos: De la nada , nada se hace, alegado de nuevo por nuestros modernos filósofos 1 con tan plena satisfaccion y con un · aire tnn marcado de triunfo, nada hay en el mundo tan superfi­cial como semejante proposicion , capaz única­mente de satisfacer á un hombre ignorante y poco versado en rriaterias filosóficas. Esta máxima con q;uc se pretende rebatir el concep­to de la Creacion se apoya en una alncinacion de la fantasía, en un concepto demasiado pue­ril , que trasporta al dominio dcl espíritu pro· cedimientos del mundo de la materia ¡ que pone en juego, no idea�;, sino imágenes fan­tásticas y representaciones sensibles¡ de ma­nera Que considera la Creacion como un trio­sito ó un cambio de la nada á cierta cosa que es el mundo , en el sentido de una causalidad material, come sería, por ejemplo , el cambio de la materia terrestre en flores y frutos , por el procedimiento orgánico de la asimilacion. Si se toma la palabra de la tl(lfla 1 en el senti­do de una ntateria preexistente Q lle se cam-

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- 263 -hiára en mundo, el axiom3. de- la 11ada, nada ss kace 1 sería incontestablemente verdadero y no es necesaria una gran penetracion para comprenderlo ; pero dista mucho de ser éste el sentido de la frase : «Dios creó el mundo de la nada » , ya que esta ex.presion se ha escogido precisamenle para excluir cualquiera materia preexistente, y de ningun modo se ha querido decir con ella que la nada sea como la madre, la fuent:.! y la materia del sér. « Cuando se dice que de la nada se hace algo ..... se significa la manera de ser de la causa material que se niega.» (Santo Tomás, Srnnma Theolog. 1 , qu. 45 , art. 1 .) « Cuando afim1amos, dice San Agustin (Ojt. it�l)el:f. cotU. jlllia,. , v, 3 1 ), que Dios ha creado el mundo de la nada, no da­mos ninguna existencia á la nada , sino que queremos separar la esencia de Dios de la esen­cia de las cosas creadas ,. Nada lleva tan mar­cado el sello de l:L incapacidad , por no decir de la est�pidez filosófica , canto el siguiente razonamiento de Broussais , uno de los princi­pales jefes de la filosofia materialista : e Opi­no como muchos, que una inteligencia lo ha coordinado todo; busco á ver si puedo deducir

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de esto que lo ha creado todo; pero no puedo, porque la experiencia no me suministra la re­presentacion de una , creacion absoluta ..... En vano se me decia : - La Naturaleza no puede haberse hecho á. si misma ; luego la ha hecho una inteligencia omnipotente--Yo respondia : Sí 1 pero o o puedo formarme idea de semejan­te poder.•

El pensamiento, y no la imaginacion 1 no ia fantasia reproductiva, debe decidir la cuestion de la creacion ó no creacion del mundo. «La naturaleza invisible de Dios , dice muy opor­tunamente el Apóstol (Ront. 11 20 ) , se mani­fiesta por las obras divinas al espfritu • , al cs­

pirihl 1 no á la fantasia y en imágenes sen­sibles.

Mas para el que rt:chaza la idea de la crea­cien libre 1 la existencia del mundo es un enig­ma indescifrable. «El primer principio de las cosas, dice Carus (Psico/og. , 2 7 ) 1 la manera como han emanado del espíritu eterno y pri­mordial , fuente necesaria del mundo , hé aqu í una cuestion envuelta en tinieblas tan impe­netrables para nosotros, en el estado actual de nuestros conocimientos, como lo son las que

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ocultan á nuestra vista la cuestion de saber cómo un dia esta emanacioo podrá entrar de nuevo en esa fuente eterna y confundirse con ella ( ? ) , y es aún más difacil saber en virtud de qué razon necesaria se ha hecho una mani­festacion del mundo. En semejante caso, so­mos en un todo del parecer de Dante que, en su Sta/e mnmza gctrlc al Qzu'n, condena al género humano al por t¡tti.»

Por consiguiente, nada hay tan verdadero, cual se ve por lo que acabamos de exponer, como la ya citada frase del Apóstol : La t�atu­ra/esa itwr'si!Jle de Di'os se tnn11ijieslt1 por la

Crcaci'o1t1 ohra de Sil Ollmipoictlct'n.

Despues del testimonio de la Historia y el de la Naturaleza, sólo nos resta oir el que da tam­bien de Dios el espíritu inteligente 1 por una voz salida de las más Intimas profundidades de su sér.

En una de las conferencias anteriores nos hemos ocupado ya en exponer los primeros principios de nuestra razon, con arreglo á los que se regula toaa la actividad de nuestra in­teFgencia ¡ principios que constituyen la esen­cia y la forma fundamental de nueslro pensa-

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- z6Q -miento , y de los cuales , como de un gérmen feCundo, parten nuestros conocimientos en to­dos los dominios de la vida intelectual y moral. Todos conocemos estas ideas fundamentales de la Lógica, de las Matemáticas, de la lletafisica y de la Mor:li ; nos son comunes á todos y, por consiguiente, no son meras concepciones subjetivas. Son siempre verdades admitidas, por ejemplo, que el todo es mayor que su parte, que se debe practicar el bien y evitar el mal. Esto no dejarla de ser cierto y verdadero, áun cuando nuestra razon , que lo con� , dejára de existir. Sin embargo, tales principios no �on obra nuestra ni nosotros los hemos producido.

¿ De dónde provienen , pues , estos primeros pdncipios, y, puesto que en ellos descansa todavcrdad pa�a el esplritu humano , de dón­de proviene la verdad misma i' ¿ qué es i' ¿ en dónde reside ? ¿ cuál es su origen y su morada, puesto que exisle ya con anterioridad y sin el pensamiento del espíritu del hombre ? l de dónde viene_ la verdad?

¿ Es acaso obra de nuestro entendimiento? No ¡ nosotros conocemos la verdad, pero no la creamos. Nuestro conocimiento es tan sólo un

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reconocimiento de la verdad. Esta existeántes que la hayamos recongcido, y permanece tal verdad 1 sea que pensemos en eJla 6 no.

«Si hubi�a creado la verdad , dice con su acostumbrada penetracion San AguStin , en­tónces podria decir: mi verdad.» Pero ¿ quié!l se ha expresado jamas de tal manera ? « La verdad no es mia ni tuya ni pertenece á nin­giln otro, es el patrimonio de todos. Vos ¡ oh Dios mio ! nos invitais á la participacion de la \'erdad , y nos Cnseñais de esa manera que no debemos considerarla como un bien de nues­tra exclusiva propiedad, á fin de que no nos veamos privados de ella para siempre. Porque el que pretende atribuirse en pro\-echo propio lo que vos habeis hecho herencia comun de todos, quedará bien pronto reducirlo, en vez del patrimonio comun , á su propio fondo , es decir 1 pasará de la verdad al error ; porque el que yerra habla de sn propia cosecha.» (San Agust in , x n , :zs). Heráclito babia notado ya que el aislamiento del entendimiento que se sustrae por completo á la razon objeth•a y di­vina es la fuente de todos los errores. ( Sexhts Empin'cta, vu, 1 33.)

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Tampoco se puede decir: la V_erdad es la que responde á nuestra razon ¡ porque la verdad permanece eternamente verdadera, aunque no existiera nuestra razon 1 ni nin!Juna otra razon creada para conocerla , del mismo modo que existe la luz en la Creacion, áun cuando no hu­biese ojos destinados á gozar de ella. Desde el momento que la razon creada existe, la inteli· gencia activa 1 6 la esencia de est.". razon con·­siste precisamente en que conozca la verdad, as[ como el ojo material no Üene más que abrirse para ver la luz, porque se halla propia­mente organizado para tal fin y los seres le re­ciben para \•er la luz. No es el ojo el que ha producido la luz ; ántes por el contrario, el ojo se ha hecho para la luz. De la misma manera, la verdad no es el producto de la razon , sino que ésta se nos ha dado para conocer aquélla. La verdad , pues , es para la razon una ley que la domina y la precede¡ la razon no puede re­negar cl.e ella sin que decaiga de su estado, sin que degenere en sinrazon.

Por consecuencia, la verdad no tiene origen en el espíritu finito; entónces 1 ¿ de dónde pro­ced e ? ¿en dóJ!de re�ide? ¿"Reside eu las cosas

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- z6g -que llamamos verdaderas ? Tampoco puede admitirse esto de ninguna manera, porque las cosas nacen y perecen 1 y la verdad permanece inmutable y eternamente la misma. Las cosas son contingentes y pueden 6 no existir, la ver­dad es necesaria. Aunque no existiera ningun sér inteligente creado, no por eso dejaría de ser siempre verdadero, que el todo es mayor que cualquiera de sus partes. Aunque }amas hubiera existido en la realidad una sola figura geométrica, no por eso serian ménos verdadero� siempre los teoremas de Geometría. Asi cuan­do decimos que cualquiera accion que ha te­nido lugar es buena, cuando explicamos un teorema de Geometría sobre una figura real no hacemos otra cosa que aplicar á la realidad la medida de la idea , la cual tiene su verdad con anterioridad , fuera é independientemente de todo lo real.

¿O existe acaso la verdad en si y por si misma , como un sér aparte? Esto es igual­mente imposible. En efecto, ¿qué es la verdad sin la inteligencia que la conozca? ¿ Qué es la idea sin el espíritu de que es tal idea ? Por consiguiente, la verdad supone una razon uni-

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versal y soberana ; razon que existe ántes y despues y sobre la razon in4ividnal ; razon so­berana, en la que y pm· la que hallan su luz y resplandor las verdades fundamentales, en lo que tienen de peculiar y dc comun á todos. Esta rar.on soberana y primordial, prototipo y principio de la razon del hombre, no es una ¡;.ura abstracci011 de las inteligencias indivi­duales, porque en semejante caso no seria in­dependiente de ellas 1 ni mucho ménos las do· m in aria. Ademas, no existe una pura abstrae­cien , tal cosa seria nada ; po1· consiguiente, si la razon soberana no fuera más que esto 1 no existida , sería nada ¡ y , ¿ cómo podria la nada ser la fuente y el principio dc la verdad y de la razon ? Pero la verdad se ha hecho sólo para el espfritu y en t:l reside ; por consecuencia, la verdad eterna·exige un espfritu eterno, una in­teligencia suprema, en la que tenga sn funda­mento. Y esta inteligencia suprema es Dios. Dios es la verdad y la verdad es Dios. Y las ideas fundamentales de la inteligencia hu maria son la imágcn , el reflejo de la inteligencia di­vina en el espíritu del hombre. Platon da á entender que conocía esto cuando dijo (De

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- Z71 -R�pu0/.1 vu, 5 I 7) : «En los U mi tes extremos del mundo inteligible habita la idea del bien , difi· eH de verse, pero que no puede percibirse sin que á la vez se reconozca que es la fuente de toda belleza y de todo bien ; que el mundo in­teligible recibe . de ella la verdad y la inteligen· cia, como el mundo visible recibe tambien de ella la luz y las lumbreras destinadas á propa· garla.» Y en otra p�rtc (Fedr. , 27) : e En este vigoroso vuelo , el alma , elevándose á las má.s altas regione5 1 contempla la justici_a , la sabi­duría y la ciencia; no aquella ciencia que está sujeta á cambios y es diferente segun la diver· sidad de seres, sino la ciencia tal como existe en el que es sér por excelencia. • La razon ver· dadcra y esencial reside en el seno de Dios; allf está su morada y su retiro y de alli parte cuando Dios tiene á bien hacer llegar á nos­otros algunos de sus rayos (Montaigne, Ensa·

yo.r, n, 41). San Anselmo Cantuariense repro­duce este peusamiento platónico, y le· hace servir para su demostracion de la existencia de Dios. « Es necesario que todas estas cosas bue­nas se1.n buenas por algo que es uno, y que este bien uno, por cuya participacion son buenas

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todas las cosas, aunque no en igual grado por­que no .,.es igual aquélla, sea por sí mismo grande y bucrno en sumo grado. (.Mmzdlogos, 1 y r 8 . De 11erz'l, x, 1 3.) La misma prueba ha­llamos en Aristóteles. (SckrJ. _.s¡. Edic. de Berlin á De Cado, 11 9.) « Los principios nece­sarios, dice uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos, son verdades elernas, no en el sentido de que haya algo eterno fuera de Dios, sino porque residen. desde toda la eterni­dad en la inteligencia dh•ina. Jo (Santo Tomás, Smmn. lk�ofrjg. , 1 , qu. I01 art. 3).

El misn o doctor Angélico ha desenvuelto con mucha"'¡:lrofundidad y fuerza la demostra­cion de la existencia de Dios , como razon su­prema : « Es de toda necesidad admitir sobre el alma humana una inteligencia más elevada, de la que dependa el conocimiento de aquélla. Por que todo lo que pertenece á un sér cual­quiera, por participacion, debe hallarse en otro esencial y originariamente. Mas el alma hu· mana no conoce esencialmente, porque de otra suerte seria todo inteligencia , y no lo es más que segun una de sus facultades, la de conocer. Luego debe existir sobre el alma humana algo

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- 173 -que sea. todo inteligencia, inteligencia segun la totalidad de su naturaleza 1 algo de donde la venga al alma y de que dependa la facultad que tiene de conocer. Por Otra parte, el acto debe ser considerado siempre como anterior f. la facultad , lo perfecto es siempre y necesaria­me�te anterior á lo imperfecto. Pero el alma humana, en un principio, no tiene más que la facultad de conocer, y no conoce sino imper­fectamente , puesto que no roncee jamas toda la verdad en esta vida. Luego es necesario ad­mitir la existencia de una ra.zon superior i la razon humana , una razon de una inteligencia siempre activa y en plena posesion de toda la "·erdad. »- De donde se sigue que todo lo cono­cemos en Dios y que Dios es e la medida segun la que todo lo juzgamos y medimos en su ver­dad , que Él nos ha comunicado.»- {Santo To­más : fjutesl. 1nn"ca de Sj. crea/o, art. 10 ¡ Sum. lhco/. I , qu. J 2 , art. 1 1 1 3). Aristóteles dice igualmente {Mctaf xn, 7): « Lo primero no es el gérmetl (la mera-facultad , lo imperfecto), sino lo perfecto. » Y Plateo : « El conductor precede, lo conducido viene en seguida.• (De /ecc. r : . ) Destártes es de la miuna l>pinion

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(Mcdi'l. 1 8 ) : e Ya por la sola razon natural se percibe que á. lo ménos debe existir tanto en la causa total y eficiente, cuanto hay en el efecto de dicha causa.» Oignmos todavía á. San Agus­tin 1 que ántes enseñó ya la. misma doctrina (qq. JU,, 83. qu. 46) : « Las ideas son los proto­tipos y formas fundamentales, permanentes é inmutables de las cosas ¡ son increadas y eter­nas , no na(:en ni mueren , pero sobre ellas se modela todo lo que nace y muere. l Y en qué otra parte residen sino en la inteligencia di­vina ? �

Refiriéndose i estas palabras de San Agus­tin se expresa Leibnitz de estA manera : e¿ Qué seria, pues , del fundamento real sobre el que debe apoyarse toda la certeza de las verdades eternas, si no existiese ningun espíritu ? Esta cuestion nos lleva hasta el 'mis profundo y úl­timo fundamento de toda verdad, hasta el Sér Supremo , que existe necesariamente, cuya ra­zoo es el origen ele las verdades eterpas, como lo ha reconocido y enseñado explícitamente San Agustin. En estas verdades eternas están contenidas las ideas determinantes y" los prin­cipios que dirigen todo lo que existe¡ en una

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- 375 -palabra, en ellas se encuentran todas las leyes del Universo. Por lo mismo que estas verdades eternas preceden A las cosas contingen,tes como leyes de su esencia, es preciso que estén fun­dadas en un sér necesario. Este es el original de las vf:rdades que yo descubro en mi espíritu.» (Ntu:vos etuayos 1 IV 1 r J .) Bossuet dice tambien, con razon ( Obras, 1, 79 ) : « Si fuéram05 105 lmicos seres inteligentes en el mundo, valdria­mos nosotros solos más , con nuestra inLeligen­cia imperfecta, que todas las demas cosas, que serian completamente brutas y estúpidas, y no se podria comprender de dónde provendria, en este todo que nada entiende , la parte que entiende 1 ya que la inteligencia no puede na­cer de una cosa bruta é insensata ..... Falta que reconozca sobre él una inteligencia perfecta, de la que toda otra recibe la facultad y la me­dida de entender.:. En su Lógica y en su Cono­cimiento de Dios y de sf mismo, Boussuet re­pite , de diferentes maneras, pero sie:npre con tanta penetracion como phicer, la demostra­cion de Santo Tomás.

Pero e: hombre no es simplemente una in­teligencia, s ino que adcmas, y sobre todo, es

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una naturaleza moral. A la manera que sobre · su razon se encuentra la verdad como nor­ma invariable de su conocimiento, del mismo modo la idea del bien moral es para él una regla, una medida de justicia con arreglo á la que aprecia toda accion libre en sf misn1o y en los demas, y falla sobre su mérito moral ó de­mérito. Esta regla es objetiva, inmutable é in­dependiente del bien y del mal sensible, á quien domina en todos los tiempos¡ permanece eficaz y conserva todo su valor independientemente del interes personal , y á veces , con perjuicio del mismo. Y al propio tiempo que el hombre distingue lo just.:� de lo injusto, lo bueno de lo malo, siente dentro de si la obligacion de prac­ticar lo que es moralmente bueno, y de reali­zar el órden moral que , bajo la forma de ley, se ensenorea de su voluntad y la determina. Esta ley es general, y no admite excepcion ¡ es imprescriptible y de todos los tiempos. Cada vez que s� realiza y practica este órden moral, lleva consigo su recompensa¡ cada ve1. que se quebranta, el castigo sigue á la violacion. La conciencia es la manifestacion que está sobre la voluntad libre del hombre, y habla y obra

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- sn· -en interes del órden moral. « Es, como dice Schelling ( Cm·tas jilosdficns so/Jre d Dog·ma­

tisnzoy el Cristitmismo, 1) , una ley absolutaqoe manda lo mismo al poder más grande que al peque11o, y no tiene otra sancion que la de la necesidad . :t ¿O acaso la ley moral tiene su fundamento en mi voluntad? ¿ Prescribiré yo una ley al Sér Sobenno ? ¡ Cómo! ¿ Una ley ? ¿ Impondré yo un límite i lo absoluto? ¿Quiéti? ¿yo , sér limitado ? Escuchemos cómo describe el poeta el imperio que esta ley ejerce : « Dios habla á. nuestro corazon bajo, muy bajo, pero nos dice claramente que debemos evitar el mal y practicar el bien . :t ( Ga/he, Tas.ro, m, 2.) Los autores antiguos se expresaron ya admirable­mente acerca del poder de la conciencia, asf por ejemplo, Tácito (Amzal., VI, 6) y Sueto­nio que, hablando de Neron, dice: «Y sin em­bargo nunca pudo sobrellevar la conciencia de su crimen , habiendo confesado él muchas ve­ces que la figura de su madre y !as furias ven­gadoras atormentaban su imaginacion como teas encendidas, :. Y Ciceron dice (De /eg-g-. , r, 14): «Sufren el castigo merecido, no tanto por las decisiones 6 fallos de tribunales . . . . . como

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- 2711 -porque los atormentan las furias, no con teas encendidas, como dicen las fAbulas, sino con el tormento y congoja de su conciencia y mal­dad.» Y en .ProR.osdo A1nen·,., c. 24: «Lo que más atormenta á cada uno es su misma maldad y el terror que su propio crfnten le infunde ¡ su locura es lo que le hostiga y afecta, y sus mallls pensamientos y remordimientos le lle­nan de espanto. Estas son las furias que acom­pafian siempre y se aposentan en el ánimo del impío. • (Esquilo , joephor, tOIO·I062¡ Eu­ripides, Ores/es, 284-292¡ Juvenal, Salir. XIII, 1 90-2 50.) Y en las leyes de Manu se lee lo si­guiente : « Los pecadores dicen en su interior: n�die nos ve; pero los dioses los contemplan, como asimismo los ve el espíritu que mora en ellos¡ los dioses tutelares del cielo conocen las acciones de todos los seres. Si dices : estoy .mio conmigo mismo, sabe que dentro de U vive siempre aquel supremo sér, como c-bservador atento y silencioso de todo lo bueno y malo; este juez que reside en tu alma , es un juez se­vero, u n remnnerador inflexible.»-

Platon pone en boca del anciano Cefalo es­tas palabras: « Cuando el hombre se cree cer-

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cano á la muerte , surge en . él un temor y un cuidado que hasta entónces no babia conoci­do . . . . . Presa del miedo y de la angustia, se po­ne á examinar entónces si ha oOrado injusta­mente con alguno. El que, como resultado de este eximen , halla en su vida muchas infrac­ciones de la justicia , se ve constantemente aco­sado de terribles suet1os , como los niiios, y · pasa l a vida rodeado d e trLtes pensamientos¡ por el contrario, aquel á quien la conciencia no acusa d3 ninguna injusticia, se siente ani­m.'\do de una alegre y dulce esperanza, que es, segun la expresion de Píndaro, la nodriza de la vejez.» (De Rept�61., 11 20.)

Preguntamos ahora: ¿ de dónde procede esta diferencia entre el mal y el bien, entre lo justo y lo inj·.:sto? ¿ De dónde proceden las leyes fundamentales del órden moral , 6 de dónde procede la conciencia? ¿ Se ha establecido tal diferencia por un capricho del hombre , por una prcocupacion de la cducacion, 6 por cual­quiera otra cosa semejante? ¿Es, en una pala­bra , la conciencia obra humana-? Imposible, Pues lo que el hombre crea, dura poco, y la conciencia es de todos los tiempos y Jugare;;

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- do -está en el hombre, no porque el hombre la haya hecho ¡ está. en el hombre f pesar suyo y contra su \•oluntad. ¿ Deberá buscarse en la ra­zon humana el motivo de tal diferencia ? La razon , como ya lo hemos demostrado, reconoce la verdad, bien sea meta.fisica 6 moral , pero no la crea, y mucho ménos puede erigirse en legisladora de la \'Oiuntad. Una ley no puede imponerla más que un superior, y el �ombre no puede ser superior y súbdito á la vez. Por otra parte, toda le�slacion es un acto de la vo­luntad. La razon no puede, pues, fundar la ley moral, puesto que no es autónoma¡ no es legh.­Iadora de sl misma , no es más que el heraldo que reconoce y promulga la ley ya existente, an­terior al espirito humano, y que le domina. Por consecuencia, si el derecho y la justiC:a no &on nombres vanos, y puesto que la idea de mora­lidad es la más preciada joya que existe en el patrimonio de la humanidad , esta gran pose­sien debe provenir de algun legislador supre­mo, colocado bastante alto para dominarlo y ponerlo todo en órden ¡ y este legislador no es otro que el Sér en quien se personifica la idea moral misma , el bien moral , es decir, Dios,

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que es el solo bien (San Mateo, XIX , 17 ) , que es el principio, la fuente y la regla del bien mo­ral ¡ y así como Él es la verdad misma, y en tal concepto, principio y regla de todo conocimien· to, es igualmente prototipo del bien. Él es quien hace brillar en la razon del hombre un rayn de su eterna verdad, y la influencia ac�iva y pene· trantc de su s:mtida.d infinita se deja sentir has· ta en el fondo de la naturaleza humana , en el que mantiene, por medio de la ley moral y de la concienci a , un foco de luz , que muestra siempre á la voluntad sus caminos y senderos. Hasta el mismo Fichte opi.1a que el órden m o· ral demuestra á Dios. «El que la voluntad de algunos individuos se imponga á la de otros, no obedece i una fuerza que sea peculiar á ta� le1 individuos , sino á un principio moral su� perior, del que no son más que instrumentos¡ á una potencia moral que todo lo ordena y obra en todas partes .:. (Datos para determinar los

caractdres dela moáemajilr.softa, 2.1 ed., 5 19.) Esto es lo mismo que Ciceron babia dicho, con mucha mb claridad : e La verdadera y prind.� pal ley para conocer lo que se manda y lo que se prohibe es la recta razon del Dios Supremo.

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- 282 -(Leyes, 11 1 4.) No es ménos interesante este otro pasaje (D� Rejmhl., ur, 22): «A esta ley no es lícito oponerse, ni está permitido abrogar una parte cualquiera de ella , ni se puede abro­gar toda, ni áun el Senado 6 el pueblo tienen autoridad para. eximirnos de su cumplinlien­to ..... El que no asintiere á esto se engaña á sl mismo y, por el hecho mismo de despreciar la naturaleza humana 1 sufrirá. los mayor�s cas­tigos , aunque escape i los demas tormentos que se tienen por tales.» La opinion de todos los hombres verdaderamente sabios ha sido siempre que la ley moral n i es invencion hu­mana , ni el resultado de una especie de ple­biscito 6 pacto social, sino .dgo eterno que sir­ve de regla al Univeno. La ley, pues, tiene su último fundamento en Dios, que manda y pro­hibe, y esta ley es tan antigua como el espíritu de Di<» mismo. Por esta ralon, la ley , funda­mento de toda obligacion , es verdaderamente el espíritu de la Dh•inidad Suprema.

Hé aqui terminado el trabajo que nos ha­bíamos propuesto como primera parte de es:ta Conferencia.

Hemos demostrado la existencia de Dios con

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tres clases de pruebas, sacadas respectivamen­te de la Historia , de la Naturaleza y del espi­ritu humano. Mas áun nos queda que exami­nar otra cuestiou. Dios existe¡ pero ¿ quién es Dios ? ¿ Podemos conocerle , ó permanece para nuestro espfritu como un n:isterio eternamen­te ina�ible ? ¿ Podemos adquirir, propia­mente hablando, verdadero conocimiento de Dios , ó permanece siempre este conocimiento en las regiones oscuras de un sentimiento ,·a­go, indeterminado é indeterminable, á quien el poeta presta su palabra cuando dice: «¿ Quién puede designarle y quien confesarle diciendo: creo en Él? ¿Quién se alreveria .i decir: no creo en Él ? . . . . . ¿Acaso no penetra, con fuerza y de lleno , en mi espíritu y en mi corazon? ¿ Por ventura lo invisible no Rota visiblemente á nu.::stro derredor en un misterio eterno? ¡Llé­nese de Él por completo tu cora.zon y, entera­mente embriagado de su sentimiento, dale el nombre que te agrade, llámale bienestar, cora­zon , amor, Dios ! ¿ Qué nombre le daré ? Él es todo sentimiento.• (Grethe, Fausto.)

Es un hecho verdadero que lo divino se nos anuncia en primer término por el sentimiento,

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- 284 -ya que desde los primeros dias de nuestra in­fancia, apénas despuntan en nuestra alma los primeros rayos de la concitjlcia , el presenti­miento de lo infinito y de lo eterno nos hace eor:perimentar una especie de temor misterioso. Mas el destino del hombre y el esfuerzo de su espiritu deben consistir precisamente en des­pertar esta nocion, que esld como adormecida desde el principio en un vago sentimiento, y ll.:::varla hasta el grado de luz que se llama co­nocimiento. Al hombre únicamente pertenece dar una expresion precisa á la nocion de Dios, :S. ese sentimiento que penetra todo su sér , á fin de llegar ti. poseer no solamente el senti­miento confuso, sino la idea clara de Dios, y hablar de Él en el lenguaje de un espíritu libre y consciente. La verdad es, en toda su extension, el objeto del conocimiento hurr.zno¡ por consiguiente, abraza todo lo que existe. Pero Dios es la plenitud del sér , un océano de sér y de verdad, es el que es , es la verdad mis­ma ¡ por consecuencia, debe ser el objeto pri­mero y Ultimo , el más rico y el mlisabundan­te1 el objeto inagotable del conocimiento hu­mano. Cierto que Dios es Aquel que nadie es

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- ::ss -capaz de nombrar, que ningun espiritu puede comprender, ningun discurso representar¡ mas esto no es motivo paro�. negar todo conocimien­to verdadero de Dios ¡ lo que únicamente debe reconocerse es la imposibilidad de llegar á un conocimiento de Dios plenamente adecuado á su objeto, de una comprension completa del fXr divino por parte de la inteligencia finita , toda vez que ningun pensamiento puede abarcarle por entero , ni puede dársel� ningun nombre digno de Él.

Hemos reconocido á Dios como el que existe y vive de si y por si mismo, como el que exis­te incondicional, necesaria y absolutamente. Y por tO mismo que no es condicional , ni se halla limitado por ninguna condicion, se de­duce que es infinito , que es el que posee sin Umite alguno la plenitud del Sér, con todas las perfecciones posibles, en la medida más completa. Siendo ilimitado, no puede ser com­prendido por lo finito, puesto que lo infinite? sólo puede ser comprendido plenamente por lo infinito; pero Dios es infinito, no en el sen­tido de una abstraccion vacía é indeterminada sin principio ni fin, n i tampoco en el sentido

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de una agregacion de -·todo lo finito, porque, en tal caso, no sería un solo Sér, sino muchos seres¡ ántes bien, es infinito porque es la fuen­te de todo sér, y porque de esta fuente ha sa­cado el sér que ha comunicado á l;,s criaturas en una medida finita. Por esta razon precisa­mente, es distinto de cualquiera otro sér y de­terminado.

No es , pues, el Sér universal é indefinido del panteísmo, el esse comm.rme de los anti· guos. Dios no es el sér ; Dios es el que es , toda vez que la expresion Dios es el st!r implica ya la denominacion panteista de lo infinito 1 con­siderado como lo universal y lo indetermi­nado. Precisamente el empleo del infinitivo tie­ne por objeto enga11ar al espfritu descuidadO, haciéndole aceptar puras abstracciones por sus­tancias. El ir, el oir1 el pens'!.r1 no existe como tal ; lo que existe es el que va , el que oye , el que piensa. «Colocando el arlículo ántes del infinitivo, observa Ancillon (Perrone, Praelect.

TJuolog., In part. 3 , sect. 1 , nota ) , se cambia lo que hay más indeterminado en un sér deter­minado¡ nadie puede figurarse las consecuen­ciaa que de esto se han originado para la filo-

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sofia alemana.» «Comprenderle solamente co­mo infinito , dice Fichte e! jóven (v. 33} es no comprenderle mis que á m�ias ; con mucha más propiedad debe ser comprendido como la unidad absoluta de su sér infinito que todo lo compenetra. Pero este concepto de la unidad de un sér real infinito , bien examinado, seg•m todas sus condiciones , sólo puede hallar su complemento en el concepto de una conciencia absoluta.• Determinar y distinguir el SCr di­vino , no es, en modo alguno , limitarle, como lo pretenden Spinosa. y los panteistas : «toda determinacion es negacion » puesto que en él se niega todo límite , es decir 1 la negacion.

Precisamente al designar i Dios como infi­nito é incomprensible, hemos adquirido cierto conocimiento de la naturaleza divina. Sabe­mos ya lo que no es Dios , que la esencia di­vina excluye todO límite, toda imperfeccion ; que Dios existe, por consecuencia , fuera y so­bre este mundo finito y limitado , y que no puede ser una misma y sola cosa con este mundo 1 por más que, por su virtud creadora y conservadora, lo penetre todo , lo sostenga. todo y lo conserve t.odo. Pero no para. en esto nues-

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tro conocimiento de Dios. Dios no es sólo el que existe, absoluta, necesariamente; es, al mismo ti�mpo, la causa y el principio de todo cuanto existe y vive en su Creacion. Por con· siguiente, todo lo que hay de verdadero, de bueno , de bello y de perfecto en lds criaturas debe , en primer término, hallarse en Dios ; pero de un modo infinitamente más elevado, más puro y más perfecto, como lo exige la idea de la esencia ilimitad a , por la sencilla razon de que todo lo que se halla en el efecto debe necesariamente estar contenido, de una manera más per�ecta, en la causa. Cuando Jacobi dice que Dios al crear al hombre tkeomorjisa , del propio modo q':!e el hombre al conocer a Dios tm!Aropommjisa , dice dos cosas, que son ver· daderas en cierto sentido; porque: fi Cada cria· tura tiene su propia especie, segun que, en cierto modo, tiene semejanza con la esencia divina.» (S. Tomás, Smna, r, tJila!St. 15, art. 2.) Dios es el modelo de todas las cosas ( I6. 451 3); y en esto precisamente estriba. la posibilidad d-;:1 conocimiento de Dios. « Nuestra inteligen· cia , as( como conoce i Dios por las criaturas, del mismo modo le conoce en cuanto que las

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criaturas le representan» (Ióitl. vuast. xm, z.) De aqul resulta que nuestro conocimiento d: O: os no Es directo, ni completo y adecuado, sino fundado en la analogia 1 en las relaciones de la criatura con su Creador, y en las concer­ciones de un espfritu limitado. «No le repre­senta cualquit:r criatura como á una cosa de su prop:o género ó especie, sino como á u.n principio muy superior cuya forma no alean· zan los efectos , por más que éstes lleguen i tener con él alguna semejanza » (Ibid.).

A diferencia de lo que pasa en los seres fini­tos , en los cuales las perfecciones se distinguen y se encuentran separadas, en Dios sblc fcr­man una pcrfeccic:n siniple, á la vez que ilimi­tada , del sér infinitamente simple y uno, si­quiera tenga lu�ar su distincion para la mirada del espíritu fini to, que no puede \'er, sino á lra­ves del espejo de la Creacion, 1"» rayos de la divina esencia que le penetran y , por consi­guiente , se refractan y dispersan. Así acontece con el sol, que siendo uno, sin embargo, el ojo distingue la di\•er�idad de sus colores en el arco iris. San Agustin procura ( Ser m. 346 de Sa1zct. n. 8) explicar de cst� manera cómo se concilia

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- 2!}0 -ia unidad de Dios con las diferencias relativas en nuestras ideas : « Lo que de Dios dices rela­tivamente :1 esus co�as no bay que entender­lo ya de un modo, ya de otro , que éste no es lenguaje digno de Dios , porq\le estas cosas son propiots de las almas que se hallan en cierto modo banada.s por aquella luz y las modifican en razon de sus cualidades, .i la manera que hiere t-los cuerpos esta luz visible ; si se quita esta luz todos los cuerpos tienen un solo color,

· mas cuando llega á i luminar ó se aplica t los cuerpos, aunque ella no tenga mis que un modo de ser, sin embargo, imprime en los cuerpos un brillo diferente , segun la diversi­dad de sus cualidades.•

Es una consecuencia necesaria de la infini­dad de la naturaleza divina el que su esencia, una , indivisible y simple , sea percibida por el esplritu finito bajo ide¡;,s y puntos de vista di­ferentes, no lógicamente_ idénticos, así como bajo las más dh•ersas relaciones. Estas ideas y puntos de vista le dan un conocimiento ver­dadero y objetivo de Dios, aunque represen len su esencia únicamente en sus analogías con la Creacion.

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- �9r -« Si las ideas atributivas, dice Schleierma­

cher (l. c. z8o) , dan un conocimiento de la esCocia divina , es preciso que cada una de ellas afirme de Dios algo que no expresa la otra.» Nada más rigorosamente verdadero¡ pero nada tambien tan falso como la consecuencia que de esto pretende sacar, cuando ai\ade : «Si el co­nocimiento fuera conforme con su objeto, como aquél está compuesto de muchas ideas, de heria decirse tambien que el objeto del conocimiento, que Dios mismo es compuesto.» Nada de eso; cada atributo es un grado del sér , pero como Dios es el sl:r mismo, se sigue que posee todos los atributos que, de diversas maneras, se ha­llan en los &eres finitos formados, Olés 6 mé­nos, i semejanza de Dios ¡ pero estos atributo!, separados en los seres finitos, forman en Dio;; una unidad perfecta. Asi es que en lajerarqufa de los seres el grado superior comprende siem­pre al inferior , pero de una manera más per­fecta , como, por ejemplo, el alma humana comprende tambien las (unciones de la vida vegetativa y de la vida puramente animal, sin dejar de ser u n sér simple , y sin estar com­puesta de tres almas. Por tanto, la distincion

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- 29Z -lógica. no justifica de ning�:n modo una difee rencia ontológica 6 una composicion. Del mis­mo modo queda reducida á la nada la objecion que hace Strauss ( Teoria de /aje, 542), cuando echa en cara á la Teología católica que Esta­blece en Dios distinciones que no pueden ha­llarse en Él , acusándola de contradecirse á sf propia. En Dios justicia y misericordia no son más que una sola y misma cosa, i causa de la infinita perfeccion y de la simplicidad de su esencia ¡ pero el concepto racional de la justi­cia no es el mismo que el de la misericordia, Hé aquí por qué nuestras ideas atributivas no pueden tener aplicacion á Dios en cuanto al modo de significar , sino solamente en cuanto al objeto significado (Santo Tomás, l. c. art. 3-)

« Si atribuyo á Dios la Omnisciencia, dice Strauss, no estoy seguro si la limitacion y el término ( !) son inseparables del concepto de la sabiduría , al punto de que su separacion completa sólo pueda lograrse destruyendo el concepto.:. En prueba de lo cual cita estas pa­labras de Spinosa (Ej. 6o) : «Si pudiera hablar un triángulo , diria que Dios es eminente­mente triangular.» Pero el quid de la dificul-

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- 293 -tad está en que únicamente el hombre puede hablar¡ es decir 1 pensar y conocer¡ en qne sólo <:1 es, aunque espíritu finito 1 imágen del Infi­nito 1 y por eso precisamente sólo él posee al­gun conocimiento de Dios.

Dios es un Sér divino, simplicisimo y único. Si no fuera único , no seria tampoco el Sér Su· prerno 1 ya que una divinidad subordinada no seria el Sér infinito y sumo 1 no seria Dios. El Sér supremo es sólo aquel que no está limitado por un segundo, y cuyo imperio se extiende il imitadamente sobre todo lo que existe (Lac­tant. De i'ra Dei 1 c. l 1 ; Tertul. Cfmtrn Mar· cio11 1 t. 2 . ) Por otra parte , la razon no exige más que un solo Sér absoluto. Si fueran po­sibles muchos absolutos seria tambien posible una infinidad de absolutos, lo cual em·uelve contradiccion. Dios es un Sér eminentemente simple , por lo mismo que es todo actividad ; es decir, puro espirito 1 porque la materia no lleva en sí ningun principio de actividad. Dios es pura actividad. Todo lo que existe en acto, existe solamente en acto en cuanto que ejerce una accion determinada. Esta accion aparece en todo lo que existe realmente: en el mineral

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_ ,. _ bajo la forma de fuerza de cohesion y de re­pulsion. Sin esta accion 1 la piedra no existiria efectivamente ; se disolveria. En Dios oada se halla en estado de reposo como pura facultad ó posibilidad (pote1Jtin , d1mdmez). Él solo es actividad pura , pura vida. Los seres creados no se encuentran en este caso, ya se trate de cosas corporales , ya de los espíritus creados, cuyas facultades no están siempre en accion.

Dios es, por lo tanto, inteligencia , la supre­ma·inteligencia. « ¿No babia de ver el que ha hecho e! ojo, ni de oir el que ha hecho el oido?• Aristóteles representa ya á Dios como la pri­mera causa de todas las cosas y, por lo mismo que es todo pensamiento, como un Sér sepa­rado de la materia, absoluto , eterno, como el pensamiento inmutable , siempre parecido á

sí mismo , y cuyo objeto es el más excelente. Él mismo es el objeto de su pensamiento, es la unidad del pensamiento y del Ser. Es el Sér que tiene el pleno conocimiento de si mis­mo y, por consiguiente, el Ser perfecto y per­fectamente dic.hoso. (Metaf. xu , 7 , 8 , 9.) Dios L"S Hbre, porque la voluntad libre no es otra cosa que la más inmediata consecuencia de la

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inteligencia. Siendo Dios infinito 1 no se halla contenido en los límites de lo finito , del es· pacio y del tiempo. Está , por consecuencia, presente en todas parte<;, es i mnutable y eterno. El mundo no es Dios 1 n i está. fuera de Dios. (Cirilo de Jerus., Cat 1 IV, S·) El mundo existe en Él y Él existe en el mundo con su esencia y su poder. El mundo proviene de Dios , y se apoya en Dios ¡ no hay fuerza , actividad y vida en el universo, sino por Él , como que todo converge hacia. ÉJ , . principio y á. la \'ez fin del mundo.

Del mismo modo que ha creado el uni"-eno por su poder , su sabiduria y su amor, asf le sostiene y le dirige con un poder igual , con una sabiduría suprema, con Uo1 amor inefable hacia Él mismo , que es su fin último ¡ y no hay nada , ni !un el mal y el pecado que per· mitc, que no deba , .en último resultado , ser­vir á su plan y ! sus designios eternos sobre el mundo 1 por lo cual dice del mal el poeta que « es sólo una parte de aqu:.:lla fuerza que siem­pre quiere lo malo y produce siempre el bien.» A la objecion de aquéllos que, contra la doc­trina de la Divina. Providencia, pretenden ha-

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cer valer que ordinariamente padece el justo en esta vida , miéntras que el malo vive en la prosperidad , tenemos dos respue!itas qce dar. Primeramente , no es verdad que el justo sea siempre, ni á un ordinariamente , desgraciado y el pecador siempre feliz. Es mucho más ver­dadero decir que el malo , tJn á menudo y áun con mis .frecuencia , es desgraciado. La cuestion debería, pues, presentarse de otra ma­nera , á saber : ¿ Por qué no es siempre dichoso el justo, y el malo siempre desgraciad o ? Así planteada 1 la cuestion se resueh'C por si mis­ma¡ porque la virtud no tendria entónces nin­gun mérito. En segundo lugar, esta vida no es el fin de la accion divina, sino un medio para arribar al término, por más que todo se haga en vista del fin.

Existe un Dios ¡ luego el ateismoJ es ralso, es un insulto á la Historia, a la Naturaleza, á las leyes del esplritu humano. Nuestro Di.)S no es un Ido! o sordo y muerto ó un fantasma relegado :1 las regiones inaccesibles y que se abandona :1 si mismo y el mundo al azar. Él está sobre el mundo 1 y existe en el nmnclo, c.londe dirige los espíritus y gura los astro3 en sus órbitas

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- 197 -con toda sabidurb, poder, amor y justicia¡ porque todo lo escudrina en el Univcr'so el ojo de Dios. ( Hesiodo, Trabajos y Ditfs , 267 .)

Ninguno l.a comprendido mejOT ni dado una idea mts exacta del deismo , que el poeta Lu­crecio (11, 46.): «Pues los dioses por su naturale­za íntima , deben gozar de una vida inmortal 1 engolfados en la tranquilidad más dichos:o, léjos de nuestra actividad y de nuestros cuidados, libres de todo dolor y exentos de todo peligro, bastándose á sr propios en la plenitud de sus bie­nes, sin necesitar para nada de nosoti"O!, ni les conmueven nuestros méritos, n i les enojan nuestros agrn·ios.��o

Por eso es falso el deismo que, negando la Providencia , quiere explicarlo toe! o por la ac­cion ciega é inconsciente de las fuerzas de la Naturaleza¡ que admite una divinidad , pero no la concede ningun poder sobre las fuerzas y leyes que son propias de las cosas creadas. No es otra cosa, pues, que el ateismo que se detiene á la mitad del camino.

Pero con sólo haber reconocido f Dios, á la vez hemos reconocido tambien , el grande y verdg.dero destino de .e-sta vida terrestre. Ésta

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- :!gS -110 es un juego de fuerzas que se suceden sin punto de partida y sin objeto ni un paso á lo in­cierto, á lo indeterminado. Es un pensamiento divino arrojado desde la cumbre de la eterni­dad , que la humanidad toda , como cada uno de sus miembros en particular, debe realizar con la guia y el auxilio de Dios , pero tambicn con la cooperacion de la propia voluntad li­bre. No pesa sobre el destino de los mortales un acaso sin plan n i una fatalidad ciega¡ es el ojo de Dios, es la mano de Dios que de léjos determina el objeto , que allana i cada uno el camino, que asimismo advierte y exhorta A los recalcitrantes hasta el di a en que acaba por abandonar ;i. la perdicion t aquellos que mues­tran cmpeiio en perderse.

cTambien vosotros ¡ ohjueces ! - hace decir Platon á Sócrates moribundo-debeis tener por cierta una cosa, y es: que no hay mal ninguno para el hombre de bien , n i durante su vida, n i despues de S l 1 muerte, y que sus asuntos no pasan desapercibidos para los dioses¡ por tanto, lo que ahora me sucede, no es tampoco obra del acaso.»- ( Apologia , 33.) El hombre puede rebelarse contn. la verda.d de Dios y contra su

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- 299 -Urden eterno; pero su rebelion nada puede contra la verdad 1 ni contra este órden 1 que continúa reinando sobre él sin turbacion ni quebranto, á traves de siglos y siglos. Todo el que pretenda detener.en su marcha este órden irresistible, se ve envuelto por él como por un engrane poderoso que, despues de haberle tri­lurado á su paso 1 le arroja á lo ll:jos en los es­pacios de la eterna noche.

El ateismo no garantiza nada ni posee nin­guna conviccion : no va más allá del "t¡uÜitl sahc,- y ¿ quién querria morir con un quién sabe en los labios? ¿ quién vivir sin certeza? « Ninguno - dice �yle- de los que vh·en en la irreligion , tiene certeza¡ no hacen más que Uudar ; jamas pueden llegar á la certeza.• (/Ac­cioll. art. Bioll.)

« Á un cuando dudáras si existe un Dios y una vida futura, deberias vivir como si real­mente la hubiera.• ¿ Pero si me consta de una manera cierta que no la hay ? « Dudo mucho que tengas tal certeza.:o (Diderot, .Pensmnien­tos .ftlosOjicos.) Por esta razon la Sagróida Es­critura llama justisimamente al ateo insen­sato. «El insensato dijo en su corazon : No

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hay Dios. » ( Salmo XII, 2.) Verdaderamente es una locura, un desvarfo ¡ porque á la ilusion, que tan poco dura , sucede un largo y eterno arrepentimiento. « Ninguno se halla tan solo en el mua1do como el ateo. Con el corazon va· cfo y desolado por la pérdida de su Creador y Padre, lleva el luto al iado del inmenso cadá­ver de la Naturaleza, á quien ningun espíritu anima ni vh'Ífica, y que vegeta en la tumba, y su duelo continúa hasta que la disolucion le se.para de� cadtver. FJ..mundo entero se pre­senta ante

-él coma una gran esfinge de grani·

to medio sepultada en la arena, y el Universo no es para él más que una fria máscara , la máscara de hierro de la vaga eternidad.» (Jcan Paul.) « De ningun modo querría estar pri· vado de la dicha de creer en una vida futura¡ me a-trevería á decir con Lorenzo de Médicis, que han muerto ya para esta vida los que no esperan ninguna otra • (Gcethe , Gm. matt· siJS)¡ y en Fausto (2 .a, S acto) : « nada de lo perecedero como ha sucedido •.. , puesto que es­tamos aquí para inmortalizarnos ¡ todo lo pe­recedero no es más que una semejanza . . . . • »

Mas quitado Dios , no hay vida futura. La

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inmorta.Hdad viene Unicamente de Dios , por Dios y pan Dios , que es el Dios de los vivos y no de los muertos, y en presencia del que todo vive , iun los muertos : « Al Rey para quien todas las cosas viven.• ( Oj, de dtJ.) Pero sin Dios, ¡en qué noche tan oscura se sumerge esta vida , tan llena por otra parte de dolores y de combates, puesto que, con cada dia que pasa , se lleva consigo una parte de nuestra \'ida , de esta vida frágil , que es todo lo que tenemos de \'ida , ya que no debe prolongarse más allá del sepulcro ; ¡ cada hora que pasa se llc\'a una parte de nuestro corazon, déspojin� dele más y m:l.s de su \'igor' de su fuego y ee su alegría ! Por esto debes acercarte i Dios , y Él se aproximará i t í , y entónces comprende� rás que en su trato no hay amargura ni deso· lac.ion , sino solamente paz y alegria. (Sa!Jidu­rln, Vlll 1 1 6.)

SuPLEMENTO, Véase cómo explica Santo To· mAs las palabras de San Pablo, que tratan de la manera con que conocemos i Dios ( Com· tntnt. i"n Epi"st. Ptmli ad Rom., r, 6) : «Ante todo es preciso obscr\'ar que, relativamente á Dios, hay algo que permanece enteramente ocult:> á

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los hombres en esta vida, á snber : In erenda íntima de Dios¡ qué cosa es Dios. La razon de esto es porque el conocimiento de !os seres empieza en el hombre por las cos:o.s que guar­dan relacion con su naturaleta, es decir , por las cosas sensibles, las cuales no pueden en manera algtma representar ! Dios completa­mente. No obstante, la obscrvacion de las cria­turas puede conducir al hombre al conoci­miento de Dios por tres vias.

»- Primeramente, por vfa de cat1salidad. Por­que, toda vez qne estas criaturas son imperfec­tas y mudables, nos obligan á remontarnos á un primer sér perfecto é inmutable, del que traen su origen, y de esta manera conocemos que Dios existe. Segundo, por vía de �.t:celen.­cia. Porque la causa primera. á la que referi­mos la universalidad de las cosas y de la cual proceden , no pasa toda entera á su efecto ni es de igual naturaleza que éste¡ asf, una causa segunda produce un efecto igual á sí misma, como por ejemplo : cuando el hombre engen­dra otro hombre¡ mas no sucede lo mismo con la causa primera, que supera siempre infinita­mente á todo lo que ha creado. Esta excelen-

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- 303 -cia infinita , necesaria, de la causa primera, nos revela i Dios. En tercer lugar, cono· cemos t�mbicn i Dios por vía de negacio11. Puesto que esta causa primera supera infinita· mente á todas las cosas creadas, siguese que no puede convenirla nada de lo que conviene a las criaturas como tales. Por io cual decimos que Dios es inmutabl e , infinito , etc. , al paso que las criaturas son esencialmente mudables y finitas.

1-Asi <.'5 como se ha manifestado Dios al hombre. Mas Dios se manifiesta al hombre de dos maneras: infundiendo en él una luz inte· rior 1 la luz de la razon 1 y presentándole las pruebas exteriores de !m sabiduria en las cria· toras visibles. Asf, pues , Dios se hace conocer de los hombres por una luz que ha puesto en su interior, y á la vez por el espectáculo de la Creacion, en la que pueden leer el nombre de Dios como en un libro.

»De qué naturaleza es nuestro conocimiento de Dios nos lo ensena el Apóstol, cuando dice que la naturaleza. invisible de Dios se hace vi­sible al espíritu. Porque el espfrittt puede co· nacer á Dios , pero no los sentidos ni la ima-

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ginacion , que no se ele\•an sobre la region de los cUerpos. Mas Dios no es cuerpo, sino es­píritu. Al decir que io invisible es percibido por el espíritu 1 entiende el Apóstol la esencia de Dios , _gue no puede ser conocida por nos­Cltros, á lo m�nos miéntras permanecemos e•t esta \'ida mortal. Habla en plural (invi'si!Jilt'a ) porque nosotros no conocemos la esencia de Dios tal cual es en su unidad , sino que se nos manifiesta segun ciert'IS analogías que descu­brimos en la Naturaleza, y que participan de divenas maner;.s de lo que en Dios es uno; por t.SO nuestro espíritu considera la unidad de la divina C$.:DCia bajo las ideas de bondad, sabi­durla , ele. La s�gunda cosa que conoce:nos de Dios es su poder , en virtud dcl cual todas las cosas prodenen de Él como de su principio. Los filósofos reconocen este pOder como eterno, por lo que se dice : s�e joder clen1o. La tercera cosa que de Dios se conoce es la divinidad , lo que significa que conocian á Dios como fin úl­timo. Estas tres cosas que conocemos de Dios, guardan relaciolt con nue.\tr-o triple modo de conocer. Porque la naturaleza invisible de Dios es conocida por vía de negacion1 su po<lu eterno

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- 305 -por via de causalidad, y su divinidad por vía de excelencia , es decir, de la grandeza con que aventaja á todos los dernas seres.

»Aun resta decir por qué medio conocian esto, y a11ade el Apóstol : « por lo que ha sido )\hecho.• Tal es el conocimiento natural que tenemos de Dios. Este conocimiento se toma de lo que ha sido creado, del espíritu que re­flexiona sobre las percepciones de los sentidos y sobre sus propios actos, y que se conoce á sf mismo, y de las demas criaturas de Dios. Se llama natural , porque es una parte integrante de la naturaleza humana, que le necesita , que le exige y sin el que sería defectuosa. :M;as como no se halla en estado de representar la divina esencia, dedúcese que no abarca este conocimiento natural, todo lo que hay en Dios ¡ por ejemplo , no sabemo!i lo qu� es Dios (r¡uidcstDcus).»

El mismo Doctor Angélico explica la esen­cia del conocimiento sobrenatural de Dios, re­firiéndose t 1, Cor. n, 7, 9 (in m Di'stinct. 23,

q. 1 . art. 4). Aquí debemos cit::.r la siguiente declaracion del Conc. Vatic. Constitutio dog­rnat. de Fidc catholica : « La Santa Madre

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- 306 -Iglesia cree y enseiia que es posible conocer á Dios , principio y fin de todas las cosas 1 por la luz natural de la razon humana.; en efecto, las perfecciones invisibles de Dios se han hecho visibles despues de la creacion del mundo por el conocimiento que de ellas nos dan las co­sas creadas¡ no obstante, en su sabiduría y bon­dad se ha dignado re\.-ela r , por vía sobrenatu­ral , al género h umano otras cosas, á sí mis­mo y las que desde la eternidad babia decreta­do su divina voluntad, segun dice el Ai;óstol: Dios, hablando en otro tiempo á vuestros pa­dres por los profetas, y en eS:tosdias á nosotros por su Hijo, ha manifestado muchas cosas y de muy di\.-ersos modos. (Cnu. r, de Rer.·elat.) : Si álguien dijese que no es posible conocer á Dios, uno y verdadero, Creador y Seilor nuestro, con la luz natural de la ra:ron humana 1 por las cosas creadas, sea anat. Acerca del órden re­gular de la Naturaleza, dice Schafrhausen (Ar­c/Uvo AlztrojGI&gico , rn, 88 ) : cEs verdad que el conocimiento de la finalidad no da todavia explicacion de los fenómenos de la Naturaleza, á pesar de que éste es el objeto de las ciencias naturales¡ pero el mismo es una recompensa

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espontánea, á la vez que inesperada, del trabajo empleado. Y ademas nos da alguna luz acerca de las relaciones del hombre con la divinidad y con el mundo, que son tambien asunto que corresponde estudiar á la inteligencia y que interesa al corazon humano ... . . Si los antiguos encontraron ya que las obras de la Naturaleza están dirigidas á un fin determinado, con más razon debemos creerlo asf nosotros que tene­mos para ello pruebas más numerosas y de mayor importancia. Al emprender el hombre una obra, al levantar una casa, por ejemplo, dirige su principal atencion á que todo sea proporcionado , á que las diversas partes cum­plan su objeto y .i que la obra sea duradera¡ persiguiendo el fin principal de llevar li cabo grandes cosas con pocos medios. Todas estas condiciones se han realizado en la creacion del mundo. En la grandiosa Naturaleza, todas las partes son proporcionadas unas á otras y se condicionan mutuamente.•

Muchos naturalistas modernos 1 estudiando esta cuestion , han suministrado a¡·gumentos á favor de la finalidad , sacados de los diversos reinos de la Naturaleza, entre los cuales mere-

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cen particular mencion: Perty, La .:.Yah,rale8a

d la lu:t de la investigaciOn jilosdjica, 1869 ;

Stüler 1 La Escritura y las cí'enci'as nahu-a/611 1869; Bach, EstudiOs y tkdrucionu del libro

tk la Natura/na , 1867 ; Masius , &httlios de

la Nah,rale;a 1 1858 ; Berrisch, La ..4./uj'a y el

aleo , J8¡o¡ Altum, E1Aij'aro y s" vida, I ll69;

Kónig 1 El testí'mCJni'o de la Naturalua en fa­

vor de la exí'slencia de Dios, 1870.

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I N D I C E .

l'agina .. 1 .-La dOOa relilio�.. . . 1-96

Estado de la cue&lion, . • , • . . , . 5·1 3 Calllu de la duda religiosa. . . • . • 13·:lO Cuneeptoserróneos aeer<:a de la dencla. . • , 30-36 Dnconoeimicnto de la naturaleza y necesidades

del esplritu humano . • . , . . , 36·)1 .'\vcrsion, indiferencia, ignorancia. . , . . . )1·�5 El indiferentismo, primer eneznigo del Cristia-

nismo. . • • • • • • ss-58 Extn.vfo morai, IIC\'a en pós de si el intdec:tua.l. 58-70 J.a s11bidurla verdadera y la sollstica. , 70-84 Destino del que duda . . . . , , &f.-9:t Oi:lser\•aeiones finales. • • • • 93-96

11.-Los tres órdenes do vtrdada. . • . 97-195

Xaturaleu de la l-erdad, es el pan del esplritu.. 97·101 El etceptidsmo estll. en contradicdon con la na-

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turaleza del cspfritu y con tu destino ¡ es una afeccion morbosa. 101-�

La cieocia humana es cierla, pero relath"ll y li-mitada. . . . . . . 107·113

Eslcm de las cienciaa experimentales. . . . nz..u4 Ciencia del esplritu ¡ sus principios y lcyes . . . 1 15·.� 17 Libertad dC llCJ\Samiento. , • , . • . . • 117·130 Sensualismo )' materialismo, su �.earladel cono-

c:mieuto, su contradiccion inllfnseca . . . . 120.124 Dios es el lin dc la lilosoffa. , • l%4-137 Lo5 lfmites cle esta ciencia demuestran la exis-

tencia de un muodosuperiorde verdad. , , 127-129 La Re1'eladon. . • • 129-133 La ciencia y la fe. • • • . . , 133·140 Los dos órdenes de eonocimlento de Di01;1 los

trcsórdenes de la vidn. bumana. • . 140-150 La fe y la razon. , • . . • . . . , , 150-158 Natundismo y racion::�lismo ; sus l1ipótcsis y sus

eonseeuencias. . . . I58-17z La religion cn la llistoria . . , • , , , , , 172-176 Estudio de la religion, obligacion y método.. , 176-181 Suplemcnto : Deber de buscar l a \-erdadreUgio-

sa ¡ BI'C\•C de Pio iX. . . 181-194

lli.-Di01; , su exineneia , su esencia • • • • • 195-308

La nocion dt Dios es natura! al espirilo buma-no, romo lo dcnJueslrn la historia. r95-218

Aparentes c:r.eepcioncs, pueblos privados del conocimienlo de Dios.. , , , . . . . 318·324

Prueba& de la existcnda de Dios deducidas de la Naturalen , y objeciones rebal.idas . • • • 334-229

Dios, causa suprema de todo euaJito exisle • . • 229·233

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Existencia tmpornl de la tierm y de la l'liZII. humana.. 232-238

Dios, principio del mo¡·imicnlo. . • . 238-242 Dios, autordcl orbe • • , • • . . :r.¡.z-243 Negacion del acaso y falta de 10entido de esta

palabra., • . 2+f.-253 Dcsórdcn aparenle. • 253-258 Lm Creaeion • . , • • 259-265 Dios, principio penonal de la ¡·crdad, intcli-

gencia!uprcma y ve�DJ por esencia . . . . 265-275 Dios, principio y lncnle dcl órden moral.. . 275-277 L:a cxisleDCill de Dios demostrada por l:1 con-

ciencia. . . . . • 277-283 La esencia de Dios se eonacc pero no se com-

prende. . • • • • • • • . 283-285 De qut!! manera conocemos oi Dios. . . :!SS-� PTopiedades de Dios. . . . 290-295 La Pro\·idend:�. dh·ina. , . , . . , 295-299 El hombre &in Dios. . . • . . • . . . • 299-301 Su�lemenlo : Modos y mcdio,s de conocer :i Dio,s. 301-308

FIN DEL fNDICE DEL TOMO PRIMERO.

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