Crisis del periodismo. La información y la calle

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CRISIS DEL PERIODISMO LA INFORMACIÓN Y LA CALLE Antonio Álvarez Solís Dakizuna zabaldu Antonio Álvarez Solís Crisis del periodismo. La información y la calle Haran 5

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Crisis del periodismo. La información y la calle

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CRISIS DELPERIODISMO

LA INFORMACIÓNY LA CALLE

Antonio Álvarez Solís

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Haran 5

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Director de la colección:Antxon Lafont Mendizabal

Maquetación:Erein

© Antonio Álvarez Solís© Erein. Donostia 2012

ISBN.: 978-84-9746-744-5D.L.: SS-820/2012

Erein Argitaletxea. Tolosa Etorbidea 10720018 Donostia

T 943 218 300 F 943 218 311e-mail: [email protected]

www.erein.comImprime: Martínez Inprimategia

Juan XXIII auzunea, 16. 20730 AzpeitiaT 943 815 555

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obrasolo puede ser realizado con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org.),si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

1ª. edición: Mayo del 2012

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CRISIS DEL PERIODISMO-La información y la calle-

Antonio Álvarez Solís

Haran 5

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La colección Haran quiere plantear temas de interéspopular tratándolos de manera que fomente “la lecturade una sentada”. Contenidos actuales escritos porautores de reconocido prestigio.

El director de la colección, ANTXON LAFONT MENDIZABAL.

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Sumario

ELEMENTOS DE LA CRISIS DEL PERIODISMO . . . . . . . . . 7

EL PODER Y EL PERIODISMO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

EL EMPRESARIADO DE LA INFORMACION . . . . . . . . . . . 36

NECESIDAD DE UNA DOBLE ESTRUCTURA . . . . . . . . . . 42

ALGUNAS CONCLUSIONES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

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ELEMENTOS DE LA CRISISDEL PERIODISMO

Entre las crisis sectoriales que determinan la gran cri-sis colectiva del sistema neoliberal figura en lugar des-tacado y muy preocupante, por constituir materiabásica en el mundo actual, la crisis del periodismo. Elperiodismo que se hizo en el último siglo y medio deliberalismo burgués, con un cierto compromiso con lahonestidad y libre pese a todos los defectos que arras-traba, ha desaparecido. Ha sido reemplazado por unosmedios radicalmente intervenidos, con unos periodis-tas que llegados a un cierto nivel de responsabilidad,y de modo muy profundo, han perdido la moral queacompañaba al oficio. La gravedad de esta situaciónse comprende de inmediato si tenemos en cuenta quehablamos del mecanismo básico de comunicación dela sociedad. El periodismo ha pasado de ser un enlacetransparente entre la calle y el poder o el poder y lacalle, con una eficacia indudable, a constituir una he-rramienta en manos de los poderes fácticos que se hanapoderado del Estado para hacer de él su campo demaniobras. En este momento el periodismo, dejandoa salvo respetables excepciones, ha perdido su capa-cidad de portavoz de inquietudes públicas con múlti-ples sujetos y se ha convertido en una palanca para lafabricación de pensamiento unidireccional con prota-gonista único. Se hace un periodismo de cúpula que

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desciende verticalmente sobre los lectores, a los quedeja sin las mínimas referencias alternativas para pen-sar de modo distinto al pensamiento dominante. La ca-rencia de profundidad que tiene la averiada democraciaactual se debe en buena parte a que la masa ciudadanaha quedado huérfana de una información multivalentey limpia de raíz, que ha sido sustituída por una infor-mación que ha perdido su horizontalidad y está con-taminada por diversos poderes concurrentes. Y unasociedad dominada por una información contaminadaes una sociedad muerta. El lector de periódicos, eloyente de radio, el televidente son víctimas de un pro-ceso informativo que está rígidamente intervenido porcriterios finalistas. Ese lector no recibe noticias sinoconsignas.Todas las afirmaciones anteriores se sostienen si se

contrastan con un análisis riguroso de lo que debe serel periodismo en sus variadas expresiones. El perio-dismo es un oficio sencillo y de moral muy clara. Con-siste en contar los hechos que constituyen la vidacotidiana formalmente como acontecen, de acuerdo alespíritu de la fuente productora de esos hechos y conarreglo a una expresión prudente, esto es, una expre-sión que no destruya en el lector, oyente o espectadorsu capacidad crítica ante lo narrado. Quizá tengamosahí una definición posible de objetividad. El periodistaes un simple, pero valioso, conducto de transmisiónentre el que quiere saber y el que debe contar. Esta

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modesta consideración de su quehacer es precisamentela que le hace grande. El periodista veraz escucha ytransmite lo escuchado como si protagonizara un ser-vicio público esencial. Salvo en el espacio editorial deuna publicación o en el contenido de los artículos fir-mados –que ahí es donde cada medio puede concretarsu ideología, propósito político o social– el relato y ti-tulación de la noticia han de ser asépticos, con un rí-gido respeto a las fuentes que, desde luego, han de sercontrastadas, lo que confiere a la información todo susentido. La función esencial de la comunicación pe-riodística radica en poner al alcance del usuario delsistema las claves para interpretar razonablemente losacontecimientos. Quizá este enfoque de la labor infor-mativa nos haga sospechar un periodismo frío, perocreo que la pasión es la aportación específica del lec-tor. Los grandes medios de información en la época li-beral burguesa a que me he referido se caracterizabancasi siempre por una cuidada precisión del lenguaje,una serena visión de los hechos tal como habían acon-tecido y un respeto muy cuidadoso en lo que se refierea las fuentes. Esta postura enriqueció la comunicaciónhaciéndola más fiable y eficaz.Ahora bien ¿cómo se logró aquel periodismo que

ahora, en contraste con el que vivimos, nos parece unelegante ejercicio de ponderación y elegancia? Haydos características que definieron aquel periodismo.Por una parte, la independencia del periodista aún

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dentro de su medio. Las redacciones tenían peso y lohacían valer de muchas formas. Y en segundo términoel compromiso de honestidad con los lectores, con losque se mantenía una relación cercana, ya que los pe-riódicos, salvo casos de especial magnitud, tenían unalcance territorial muy doméstico.El periodista venía de la calle. Esto es muy impor-

tante para valorar su espíritu democrático. Normal-mente llegaba al periodismo como náufrago de otrosoficios o profesiones. El periodista era resultado de unafán de vida poco reglada y se movía merced a unacomponente de curiosidad yo diría que innata en el in-dividuo. Era periodista porque no podía ser otra cosa yhabía en él una determinante sustancia de “calle”.Fundamentalmente era libre. Creo que esta libertad seha quebrado en parte por la creación de las Facultadesde Ciencias de la Información, que han dado al perio-dista una absurda relevancia social que le empuja aejercer su oficio desde una integración temprana enunos niveles sociales muy comprometidos. Esta inte-gración produce de alguna manera, aunque sea muysubyacentemente, un compromiso con lo establecido.El periodista ha dejado de ser un hombre de la calle,con una identificación viva con esa calle, para conver-tirse en un individuo de despacho penetrado por un es-quema jerarquizado de la vida. Verdaderamente elperiodista, para ser tal plenamente, ha de estar imbuídode un cierto franciscanismo laico. No me gusta hablar

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de conspiraciones, pero eso que se ha hecho con laconversión del periodista en universitario de la infor-mación –el periodismo no posee, además, saberes ta-bulados por el tiempo para ser universitario– me pareceuna maniobra más para controlar la libertad medianteuna sinuosa elevación del estatus originario. Yo conocíperiodistas con sólidos estudios universitarios a los querenunciaron para incorporarse a la gran y seductoraaventura del periodismo. Eran gente culta, con unacultura que supieron entrañar en su vida libre. Nopocas veces echo de menos esa cultura en las redac-ciones. Desde luego esta elección de existencia, con elojo deslumbrado como el búho, producía mecánica-mente dos consecuencias muy apreciables: la unión ala calle con toda la riqueza de la vida popular, a la queaportaban su formación, y el respeto o cercanía a las vi-vencias que definen a la calle comomarco de auténticacreación de existencia colectiva.Respecto a la honestidad del periodista que conocí

al margen de todo poder –hablo con carácter generalde la época en países normales, por lo que dejo aparteel franquismo– no cabe sino hablar de la espontanei-dad sencilla con que se producía la profesión. El pe-riodista era liberal en su acercamiento a la existenciay demócrata en su forma de producirse como profe-sional, ello al margen del credo político que tuviera.Solía el periodista rechazar toda auténtica tentaciónmaterial no ya de riqueza sino de simple abundancia.

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Acostumbraba a decirse entonces que el periodismoconstituía una vía segura para llegar a cualquier sitioa condición de dejar la profesión a tiempo. En rarasocasiones sucedió tal cosa. El periodista solía serlohasta el final de su vida. Creo que el periodista era, yhabría de serlo hoy, ajeno a cualquier tipo de poder.Su misma profesión de vida en la calle, porque el pe-riodismo debiera ser siempre una experiencia de vidalibre, le vetaba toda apetencia de potestad alguna. Selimitaba a contar la existencia de los demás, con susdolores y triunfos, y en ello encontraba su satisfac-ción. Recuerdo casos ejemplares de esto que digo. Enun popular café de Madrid, si no me falla la memoriaera el Café Castilla, donde solían aterrizar los profe-sionales de la prensa o la radio para tomar su café,iban coleccionándose las anécdotas de aquellos seresque sólo aspiraban a la gloria pequeña de contar lashistorias cotidianas. Uno de ellos, que vivía con aus-teridad forzosa de su reducido sueldo, conservaba unduro de plata que manejaba a modo de cuchara paratomar unos gramos de bicarbonato que el estableci-miento ofrecía gratis a sus clientes y tras ello acos-tumbraba a decir con cierta resignación: “Algoalimentará”. No estoy cantando retóricamente a la po-breza, que siempre me ha parecido criminal. Dice unteólogo alemán, Eugen Drewerman (1940), respecto ala que se estima por los católicos de catecismo irriso-rio como reina de las pobrezas, que es la pobreza

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evangélica, que realmente Cristo no predicó nunca lanecesidad de ser pobre materialmente sino que ex-hortó a desligarse de la riqueza que conlleva la des-posesión del otro. Para El la pobreza consistía en huirde toda la alienación que produce el dinero a fin deencontrarse a si mismo y, con ello, servir a los demás.Quizá la pobreza consista en esa cosa tan sencilla quemuchos periodistas practicaron para sentirse libresfrente al poder. Un poder que solamente ha de intere-sar al periodista como fuente de noticias, ya que cual-quier otro tipo de relación con sus administradorescontamina toda libertad. La consciencia de su auto-nomía profesional es lo que llevó a un informador ads-crito por su medio a un determinado Ministerio adecirle al ministro que le recriminaba con voces des-templadas, durante la rueda de prensa semanal, poruna información que no había gustado al gobernante:“No grite usted, señor ministro, porque como tiene lacabeza hueca resuena todo esto”. Y señalaba al so-lemne despacho del político.El poder era, cómo no, una fuente importante de

noticias, ante todo por entrañar la posibilidad de unarespuesta a las necesidades expresadas por los gober-nados. Pero simplemente era esto. La verdadera fun-ción del periodista, como ya he indicado antes,consistía en servir de telégrafo trasmisor de lo que elpoder y la ciudadanía querían saber uno de otro. Elperiodista, salvo algunas brillantes excepciones, como

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la de donManuelAznar (1894-1975), no ambicionababien alguno salvo el éxito de la noticia.Sé que muchos jóvenes que ahora asisten a las cla-

ses en las Facultades de Ciencias de la Informaciónpersiguen este género de vida respecto al ejercicio delperiodismo, pero cuando llega la hora de incorporarsea los medios de comunicación se encuentran perplejosal comprobar que el periodismo ha sido convertido enun radical medio de servicio al poder. De tal realidadsaben mucho la mayor parte de los directores actuales,que se han convertido en una figura dependiente dequienes, desde la política, las finanzas, la iglesia yotros poderes fácticos han transformado en un ejerci-cio de recusable nigromancia “pro domo sua” la re-presentación pública. La desaparición de la casta delos verdaderos directores con poder sólido en el medioque dirigen, ahora no más que nominalmente –un pen-sador francés dijo que sólo admitía dos dictaduras, lade capitán de barco y la de director de periódico, porser ambas menesteres de urgencia–, constituye una delas notas más relevantes y desoladoras del periodismoactual. Algunos directores han soslayado esa funcióntan triste e ingrata de puros capataces de la empresaincorporándose a la tropa de los propietarios de lamisma, que son los que, con mano férrea, dirigen losmedios a fin de de hacerles arma afilada de los inte-reses, ajenos al periodismo, que ellos protagonizan enlos consejos de administración. Esta realidad conviene

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tenerla en cuenta cuando se leen la mayoría de los pe-riódicos, se escuchan tantas emisoras de radio o se en-tretienen las horas ante un aparato de televisión. Losjóvenes periodistas, que llegan al ejercicio profesionalcon una visión tantas veces romántica y desinteresadadel mismo, saben con cuanta amargura constatan dia-riamente esto que digo.Hay también, para explicar el inconsistente ejerci-

cio del periodismo actual, un perfil de la profesión queno conviene dejar de lado. Se trata del aspecto tecno-lógico. Los periodistas se han acostumbrado a traba-jar recluídos en los cubículos de cristal de lasredacciones, solos y la mayor parte del tiempo aisla-dos y acosados por el tiempo en esas pequeñas rato-neras a las que no llega el rumor de la marea populary sí, muy enérgicamente, el caudal informativo queproyectan sobre los medios las contadas agencias denoticias que dominan, siervas de los siervos del pode-roso, el panorama de la comunicación. Este hecho ge-nera varios inconvenientes para llevar a cabo la tareaprofesional. De una parte se pierde el pulso de la callecomo productora de vida. Hablo de la calle como eseámbito donde se dan todas las verdaderas expresioneshumanas, desde las más simples a las más complejas.Ese rumor callejero era en tiempos el caldo común quealimentaba a las redacciones mediante los comenta-rios que hacían los periodistas que regresaban de susperiplos callejeros y que compartían luego en torno a

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las grandes mesas de redacción que propiciaban unacomunidad de información y un calor participativo.No existía entonces la abstracción ante los ordenado-res que suministran tantas veces una información vi-ciada. Salir a escuchar la calle era esencial paraofrecer a los lectores un buen periodismo. Lo ciertoes que aplicando bien el “fonendo” se podían obtenerdatos significativos en cualquier lugar público. Mipadre solía decir a los redactores que encontraba sen-tados sin mayor motivo en la redacción de los diarios,quizá esperando que cayera la pieza telefónicamente,que el periódico les pagaba sus salarios para que pa-searan con los ojos abiertos y tomaran café en los es-tablecimientos más apropiados. En torno a la citadamesa de redacción se distribuían luego los frutos deesa deambulación de los que iban de caza. Pues bien,la mayoría de los redactores de los distintos mediosde comunicación dejan ahora que la calle la troten pre-cisamente los llamados becarios, que son jóvenes sinla debida experiencia y con naturales dificultades deacceso a determinados centros, siempre agobiados porencontrar cuanto antes la noticia que les garantice suescaso salario, si es que reciben alguno. Uno de esosjóvenes que me hacía una entrevista me martirizó ner-viosamente a lo largo de la misma para dar cuantoantes con una frase o una información muy puntualque justificara el título del trabajo que estaba ha-ciendo. “Deme usted un titular”, me apremiaba el

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joven con verdadera ansia de acabar aquello que es-taba haciendo. Le dije al fin que el titular era cosa suyay que no siempre el entrevistado acertaba con unafrase sugestiva. “Mire usted –le advertí–, las grandesfrases que nos ha legado la historia humana son muyescasas, aunque apuntar eso no justifica la vaciedado el retorcimiento que abunda en la titulación de mu-chos medios”. El joven compañero cerró por unos mo-mentos la grabadora a cuyo servicio parecía estar, esenefasto chisme que invalida la memoria y agota laimaginación, y puso una expresiva cara de descon-suelo. Por su parte, los redactores con experiencia seencuevan en el periódico dedicados a las tareas que sebenefician de las tecnologías informáticas o están ocu-pados en demandar servicios a las distintas agenciasque abastecen la información básica de los medios, in-cluso la información local, que es la que demanda conmayor interés el lector.Los periódicos parecen ahora hacerse solos y

buena parte del personal que ocupa los despachos delas grandes y aparatosas sedes está dedicado a tareasmuy alejadas de la información, como inventar ofer-tas de variada especie en el marco de un variopintomarketing dirigido a captar audiencias al precio quesea. Un periódico de nuestra hora o una emisora deradio o televisión cuida celosamente del personal con-sagrado a ofrecer relojes baratos, libros sin garantía ojuegos de café de pieza en pieza. Parten, al parecer, de

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una convicción íntima y nunca confesada de que elcontenido noticioso de su medio no tiene frecuente-mente un gran atractivo para quien lo adquiere, escu-cha o contempla. Nada, pues, como ofrecer una sarténcon el periódico en el que al mismo tiempo se in-forma sobre alguna guerra candente o un estupefa-ciente desastre natural. A veces pienso que esteperiodismo tiene un grado importante de responsabi-lidad en el bajo nivel intelectual de la sociedad pre-sente. Triste es que los posibles lectores no acudan alos medios por saber del mundo en que habitan y quebusquen en esos medios lo adjetivo o marginal. Elloparece asimismo constatarse en la relación que elmismo periódico hace de las noticias más demanda-das, generalmente aquellas que tratan de curiosida-des muy banas o que estimulan una morbosidad debajísimo nivel humano.A propósito de las entrevistas que me han hecho o

de las que he leído con otras personas, por los motivosque sean, muchas veces absolutamente irrelevantes,he llegado a varias conclusiones que creo interesan-tes para comprender el frágil estado en que se en-cuentra la profesión periodística –y con ella lasociedad a la que sirve– que es incapaz, en imagen da-liniana, de levantar la piel del mar para ver el perroque duerme en el fondo. Siempre he creído que la en-trevista ha de partir de un hecho fundamental: el co-nocimiento y protagonismo del entrevistado, sin

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mezclar en la inquisición correspondiente razones ide-ológicas o de conveniencia por parte del periódico odel entrevistador. Me parece evidente que la entrevistaha de trasladar de modo fiel al lector, al oyente o es-pectador lo que el entrevistado quiere decir de simismo o acerca de la materia de que se esté tratando.La entrevista tiene un mecanismo muy parecido al dela confesión si se la aborda con lealtad. Para lograrlo,quien hace la entrevista ha de desposeerse de sus fo-bias o sus filias en lo que hace al entrevistado y trans-mitirle tal como éste desea ser transmitido. Más aún,creo que el entrevistador ha de respetar y sentirse pró-ximo, al menos en cierto grado, al encuestado, seapersonalidad sugestiva o individuo marginal, a fin deque la conversación llegue sin barnices desnaturali-zantes al lector, al oyente o al espectador. Lo que hade pretender la entrevista es que el personaje entre-vistado se entregue de la forma más sincera para sertransmitido tal cual quiere revelarse a si mismo. El pe-riodista no puede intervenir en la vida ajena acerca dela que pregunta convirtiéndose en juez de la misma. Eljuicio sobre el entrevistado corresponde al lector. Meentristezco cuando leo una entrevista que ha sido pre-parada para “cargarse” al personaje o, por el contrario,para dorar su personalidad o ideas. Esta forma preva-ricadora de entender el oficio ha supuesto una pérdidatremenda de credibilidad para el periodismo actual.Debo añadir a las consideraciones anteriores que un

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perfil muy valioso de estas piezas periodísticas estribaen la observación lo más aguda posible de los gestos,de los movimientos y del entorno de quien hace lasdeclaraciones. La entrevista es una forma de pinturaque tiene por fin principal descubrir el alma del per-sonaje y a ello ayuda eficazmente el paisaje que lerodea. Muchas veces pienso en la importancia quepara Velázquez debió tener el mastín que aparece a lospies de “Las meninas” ¿Se hace ahora este tipo de en-trevista? Yo creo que no. Es más, no resulta frecuenteque periodistas o escritores destacados por su famaentre el público se dediquen a entrevistar a nadie, a noser que esa entrevista constituya un acontecimiento enmedios como la televisión o en programas especialesde radio o en páginas muy visibles de un periódico re-levante, en cuyo caso el entrevistador suele hacer unaexhibición de si mismo. Estas entrevistas de autoha-lago atentan a esa sencillez y aún modestia que debenregir el periodismo más genuino, aparte de resultar in-digestas e indecorosas. Una entrevista que ponga alpersonaje al servicio de una finalidad que no deseacontribuye a degradar la profesión hasta convertirlanormalmente en plataforma de una serie variada deintereses, ninguno de los cuales debe constituir elmotor del profesional que hace el retrato.Llegados aquí creo inevitable dedicar aunque sea

unas pocas líneas a los llamados programas del cora-zón en la pantalla televisiva. Siempre he creído que

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este tipo de trabajo no pertenece a lo que ha de enten-derse por periodismo. Es un juego obsceno con las máselementales pulsiones del ser humano. En esos pro-gramas resulta extravagante que una serie de autode-nominados periodistas practiquen una demencialforma de juicio acerca de intimidades sexuales o com-portamientos de dudosa moralidad referidos a las per-sonas que son invitadas o de las que hablan lostertulianos con el propósito de emitir una especie deabsurdo veredicto. Este tipo de vulgar escatología, porlo que tiene de manipulación de la suciedad real o in-ventada, se basa además en la persecución aberrantede los juzgados sumariamente –que tienen también sutanto de culpa por prestarse al repugnante juego– me-diante el subterfugio de que se trata de una práctica deaudacia periodística, confundiendo evidentemente laaudacia con el descaro más indigno y con el asalto másultrajante a la intimidad. A los muchachos que empie-zan el oficio siempre les he apremiado para que dis-tingan con rigor entre lo que es audacia y lo que suponeentrar por la ventana de lo íntimo. Cuando yo iniciémis andanzas en el periodismo, cosa que hice mientrasestudiaba leyes, tuve la fortuna de entrevistar a unadama notable y discreta, propietaria de una poderosaempresa norteamericana de productos para el embe-llecimiento femenino.Al terminar la entrevista le soli-cité una foto suya ya que lo impensado del encuentrome había impedido avisar al fotógrafo del periódico.

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La señora me contempló maternalmente, midió a ojode buen cubero tanto mi inexperiencia como mi ho-nestidad juvenil –yo permanecía deslumbrado poraquel encuentro– y decidió prestarme el pasaporte paraque obtuviera de él su imagen, ya que no tenía otracosa a mano, si bien con la condición de devolvérseloen un par de horas. Juré mi compromiso de devolucióny corrí al despacho del director del diario, que era mipadre, para informarle de mi primer éxito periodístico.Lo primero que me preguntó fue la edad de la señora,pues le parecía un extremo a tener en cuenta dado a loque se dedicaba. Yo me defendí, dada mi ignoranciade la cuestión, alegando que no le había hecho tal pre-gunta por educación, pero que podía obtener el datodel pasaporte. Mi padre me miró fijamente y me for-muló la siguiente cuestión: “¿Te ha facilitado el pasa-porte para usar su fotografía o para desvelar su edad?”.Me azoré y sentí que había perdido pie. Mi padre ru-bricó la rápida charla con una advertencia insalvable:“Otra vez lo harás mejor, ya que en esta ocasión te hasquedado sin el dato de la edad”. Nunca olvidé aquellalección de ética periodística y eché mano de ellacuando, años más tarde, y en un centro de enseñanzabarcelonés, antes de que nacieran las Escuelas Oficia-les de Periodismo, impartí precisamente la clase deética para la información.Sé que hablo frecuentemente de mi padre, el di-

rector más joven que hubo en el periodismo español

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de su tiempo, pero en la gente de mi generación el vín-culo que establecía la práctica de algún oficio encomún, y a ser posible en la misma empresa, repre-sentaba el equilibrio y la confortabilidad en la vida. Elorden, el respeto y la solidez de la formación teníanmucho que ver con la continuidad en el mismo esce-nario laboral. Entonces hubiera constituído un escán-dalo moral que en pleno tiempo de dificultad para elempleo alguien hubiera expelido la necedad del actualpresidente del Gobierno tecnocrático italiano, Sr.Monti, al asegurar que “los jóvenes tienen que acos-tumbrarse a no tener un puesto fijo de trabajo”, bruta-lidad que redondeó con estas hirientes palabras: “¡Quemonotonía! Es mucho más bonito cambiar y aceptarnuevos retos”. Pues bien, mi larga experiencia y los es-tudios acerca del empleo y su trascendencia para la hi-giene vital me han demostrado hasta la saciedad quelos trabajadores que han edificado la Europa modernahan sido personas acomodadas por vida o por largosperiodos de tiempo en el mismo marco empresarial,donde adquirían con profundidad y conocimientofirme el oficio, sin tantos aparatosos inventos en em-pleo y productividad. La mejora social, hoy en plenonaufragio, se ha debido a dos condiciones fundamen-tales, pese al disparato y contrario parecer de los tec-nócratas: el largo empleo y las poderosas huelgas paramejorar las condiciones de existencia. En el perio-dismo la veteranía en el mismo medio produjo unos

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órganos que brillaron por su calidad. Claro que los em-presarios de esa época solían ser gente muy asentadaen el mismo sector y poco dados a la locura de la dis-persión de sus inversiones. Eso y el respeto por las re-dacciones y por los lectores fueron los pilares de unperiodismo que hoy apenas existe ya.

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