Por: La madrina Myriam. INSTINTIVO TAMASICO PASIONAL RAJASICO TRASCENDENTAL SATAVICO.
Crimen Pasional: Contribución a una antropología de las emociones
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8/19/2019 Crimen Pasional: Contribución a una antropología de las emociones
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El crim en pasional: la acción violenta
como construcción pública
Violen cia, conflicto social y civilidad
La den om inac ión de cr imen pasional es em pleada en el lenguaje cor r ien
te para hacer referencia al cr imen ocurr ido entre parejas con vínculos amoro
sos.
Designa un conjunto de acciones in tersubje t ivas , moral y legalmente
sancionadas, que lo caracter izan frente a otras formas de homicidio o intento
del mismo. La presencia del término pasional remite al campo semántico en el
cual se inscr ibe la acción, cuyas unidades pr imarias son el vínculo amoroso, la
em oción y la rup tura v iolenta y se const i tuyen a l m ism o t iem po en den om ina
cion es de la secu encia del proc eso de la relación y los hitos d e significado de ella
misma y de su desenlace. La intensa emoción aparece envolviendo toda la ac
c ión, de forma ta l que se bo r ran las re laciones ent re sent imien to y p ensa m ien
to provocando una ambigüedad vis ib le en e l t ra tamiento jur íd ico del cr imen
pasional . Tanto la legislación colombiana como la brasi leña, t ratan el cr imen
pasional , por un lado, com o genér ico , hacien do p ar te de los cr ímen es co nt ra la
vida . Por o t ro lado lo consideran como especí f ico , mediado por sent imientos
in tensos que le dan un carácter par t icular pues d isculpan su ocurrencia y ami
no ran su gravedad, c om o se verá en el cap ítulo IV.
Al analizar procesos judiciales de violencia contra la mujer en el Brasil,
Daniel le Ardai l lon y Gui ta Deber t (1987) , arguyen que los d iscursos var ían
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según el sexo de los involu crado s, con lo que desa parece la prete nsió n de igual
dad entre hombres y mujeres. Si el acusado es hombre, lo que entra a juicio es
la evaluación del papel social que se conside ra pr op io del m arid o y padre . Afir
m an que los cr ímene s pasionales , enten didos com o aquellos que ocurren ent re
parejas, son dist intos de los demás cr ímenes contra la vida. Hay una condes
cendencia g eneral izada hacia quienes "mata n p or a m or " que se basa en la creen
cia de que estos cr iminales no son peligrosos para la sociedad, pues su motivo
fue la "pasión". Pero, al mismo t iempo, la repercusión social de los movimien
tos feministas ha hecho surgir otro argumento que le niega el carácter de 'pa
sion al ' al ho m icid io pa ra exigir que la decisión sea tom ad a en función tan sólo
de los derechos y deberes de los individu os, y no en función de las relaciones
entre hombres y mujeres. Para las autoras no es claro el argumento de defensa
de la honra en el resultado de las sentencias. Éstas dependen en exceso de la
sensibi l idad de los jurados frente al asunto. En contraste, Mariza Correa mues
tra que en los seis casos de homicidio por inf idel idad estudiados por el la en
Campiñas, cuat ro abogados defensores argumentaron como mot ivo la legí t i
ma defensa de la honra masculina y en tres de estas ocasiones los jurados po
pulares aceptaron ese motivo (Correa, 1983).
Pero antes de entrar en la discusión específ ica, considero importante de
tenerme en la arraigada creencia occidental que hace iguales ir racionalidad y
explosión em ocio nal (Lutz y W hite, 1986; y Reddy, 1999). Incluso la c on tem po
raneidad occidenta l puede entend erse com o un largo proceso de dom est icación
sociocultural de las expresiones emocionales, entendidas como aquello que se
op on e a la razón y tam bié n a la convivencia, a la civil idad. Por lo m en os dos de
las más inf luyentes propuestas que caracter izan la sociedad moderna, la de
Foucault y la de Elias, proponen interpretaciones sobre los efectos discipl ina
r ios y de autoc ontrol em ocional v inculadas con la instauración de formas m o
dernas de v ida socia l (Kr ieken, 1996) . Foucaul t argumenta que una de las
características de los movimientos sociales de los siglos XV y XVI fue la bús
que da de una nuev a man era ue suujetividad estrecham ente vinculada a una nu e
va forma de poder polí t ico: el Estado (véase su formulación más sintét ica en
Foucault, 1984). Éste se constituyó en un poder disciplinario centralizado que
penet ra nuest ras a lmas, mentes y cuerpos haciéndonos c iudadanos autodomi-
nados ;
Fouc ault se detu vo espe cialm ente en las técnicas de los "diferentes m od os
de s ubjetiv ación " {ibid.: 297).
Por su lado, Norbert Elias subrayó desde 1939 el paralelismo entre el cre
ciente monopolio de la violencia por el Estado y una estructura de la persona-
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l idad basada en la autocoerció n. Con sideró el proceso com o f ruto de la com pe
tencia entre los grupos establecidos y nuevos grupos sociales, dentro de una
tendencia global hacia la mayor interdepencia social (Elias, 1987).
Krieken hace notar que ya antes de ellos G. Simmel, M. Weber y C. Marx
se ocuparon de la acomodación de la personal idad individual a la discipl ina
fabr i l den t ro de un proceso encaminado hac ia soc iedades ' r ac iona l izadas '
(Krieken, op. ci t .) . La reorganización de 'hábitos y deseos ' en correspondencia
con nuevas formas de producción dio lugar durante el s iglo veinte a una varie
dad de enfoques , desde la Escuela de Frankfur t has ta el poses t ructural ismo,
unidos tan sólo por la preocupación acerca de la internalización de formas de
coerción y de la dom ina ció n de lo racion al. Sin emb arg o, si éste era el proceso
dominante, ¿cómo expl icar la ins is tente permanencia de formas personales y
colectivas de violencia?
G. Sim m el ([1955] 1983; véa nse c om en tar io s en C oser, 1961) desa rrolla la
tesis de que el conflicto es una forma de socialización pues ningún grupo pue
de ser ente ram ente a rm on ioso , ya que requiere una dos is de disarmo nía tanto
com o de arm on ía, de asociación tanto com o de disociación. Insiste en que los
conflictos no son sólo factores destruc tivos sino que hacen parte de la con struc
ción de las relaciones de grupo. Adicionalmente, en la vida diaria de las perso
nas,
divergencia y convergencia se enc uen tran entremezc ladas y sólo pued en ser
separa das po r razones ana lí t icas. Esta afirmación de Simm el t iene la ventaja de
restarle pod er a la esencialización del conflicto y su desarro llo en violenc ia, para
mostrarlo como un aspecto de las relaciones entre las personas en el que resal
ta su carácter interactivo. Simmel va aún más allá, y afirma que los vínculos
íntimos y una gran adscripción intensif ican el conflicto. Las relaciones prima
r ias acum ulan ma yores sent im ientos de hos t il idad. La ambivalencia presen te a
diario en las relaciones íntimas se deriva, según él, de la represión de los senti
m iento s hosti les que a su vez prov iene n de las frecuentes o po rtu nid ad es d e roce
y conflicto, corrientes en las relaciones íntimas. Dado que el objeto de amor es
al t iempo el objeto de odio, éste se t iende a reprimir pues el conflicto puede
destruir la relación, lo que t iene como efecto la acumulación de los sentimien
tos hosti les que eventualmente pueden producir la violencia. Así, s i bien el an
tagon ism o n o necesar iam ente cond uce a la asociación, cas i nun ca es tá ausente
de ella y un bu en ejem plo de ello son las relaciones am oro sas: "[. . .] las relacio
nes eróticas nos ofrecen los casos demostrativos más frecuentes. Cuan a menu
do no aparecen a nues t ra cons ideración c om o entremezclados de am or y respeto
o falta de respeto, de am or y anhelo d e dom ina r o ser dom in ad o" (ci t. en Coser,
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op .
cit . : 69). Coser advierte en Simmel una reminiscencia de los conceptos de
Freud de ambivalencia y represión. Pero lo interesante es que esta postura de
Simmel , desconocida poster iormente por e l p redominio de los enfoques de l
ord en en la sociología, apu nta a enten der el confl icto c om o un rasgo social in
he re nt e a la vida social
1
- ' aunque modelado cu l tura e h i s tór icamente .
Sólo decenios más tarde el l lamado interaccionismo recobró el papel del
confl icto en las relaciones interpersona les. Erving Goffman pr op on e la perspec
t iva dr am atúr gica para estudiar las ent idade s y las interacciones sociales. Según
ésta, los actores sociales luchan por sostener los elementos que definen una si
tuación social ta l como ha sido proyectada frente a otros. Lo dramatúrgico se
intersecta con lo cul tura l a través de los estánda res m orales, pues es all í do nd e
los va lores cu l tura lmente es tab lec idos de terminan cómo se s ien te y cómo se
define un a pers ona frente a sí m ism a y frente a los dem ás. Goffman caracteriza
la violencia como una acción social disrupt iva y argumenta que aún la forma
má s des nud a de coerción física no es ni objetiva ni desnu da, sino que funciona
co m o un desp liegue para persuadi r a la audiencia , un m edio de c om unicac ión
y no sim plem ente un m ed io de acción (Goffm an, 1959: 241).
Pero los dos procesos, el histórico hacia la autodisciplina y el de las cien
cias sociales hacia ignorar el conflicto y la violencia, se pueden ver como dos
aspectos de una misma tendencia. El proceso histórico de represión de las ex
presiones de agresión y otras expresiones emocionales t iene como su contra
part ida la relegación del confl icto social , de las emociones y del uso de la
violencia a un lugar secundario en la teoría social. La relegación en la teoría
social , lo es tam bié n de los aspectos indeseables de la con dición perso nal . La di
ficultad en las ciencias sociales para co m pr en de r los conflictos y su solución po r
la violencia, se corresponde con la exaltación histórica de los sujetos que repri
men la agresión y las expresiones emocionales, de manera que éstas son vistas
como residuos mcieseauíes y uisimuiauas como lacras.
El trabajo de N. Elias se detiene sobre los procesos sociales específicos de do
mesticación de la expresión de los sentimientos, sean éstos amo roso s o de agresión,
13
En contraste con este predominio del orden en la sociología, la psicolo
gía conservó algunos énfasis teóricos diferenciados sobre la comprensión de
la violencia, por ejemplo, dintinguiendo entre agresión y violencia o entre
agresión benéfica y destructiva para mostar la im portancia de la acresión en
la autoafirmación personal (véase Fromm,
1975,
y para u n balance general
Eron, 1994).
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y su encade nam iento con la cons trucción de los Estados nacionales europ eos. Me
diante un largo proceso sociocultural que él llama proceso de la civilización, se des
terraro n las expresiones de hostilidad de las bu ena s m ane ras cotidiana s, lo qu e corrió
paralelo con el m on op ol io d e la violencia legítima bajo co ntrol d e los Estados (Elias
[i939l> 1987 y también Elias [1989], 1997; Fletcher, 1997; otro punto de vista en
Gid den s, 1989). Elias relaciona la estru ctur a social y la pers on alid ad social e indi
vidual me dian te el concep to de habitus. C om o tal entiend e el saber socialm ente
incorporado en el proceso histór ico con un equil ibr io entre continuidad y cam
bio y aspe ctos pe rson ales y colectivos (Elias,
1997,
introd uc ció n). Para Elias el pro
ceso histór ico moderno consiste en la acentuación del imperat ivo personal de
controlar las expresiones emocionales "burdas" o "incivilizadas".
Recientemente, el poli tólogo bri tánico John Keane le reprochaba a Elias,
en forma s imi lar a como también lo hace e l sociólogo Zygmunt Bauman, que
el proceso his tór ico europeo de const rucción de la denominada sociedad c iv i l
reside en el hec ho de escond er la violencia de los ojos públicos para camu flar la
en las práct icas discipl inarias, co m o bien lo m os tró F oucau lt (Keane, op. c it.: 17).
Bauman le refuta a Elias su tesis de que la civilización significa la eliminación
de la violencia de la vida cotidian a, pue sto q ue lo qu e en verda d a contece es un
desplazamiento de la violencia hacia nuevos centros de violencia, hacia nuevas
locaciones del sistema social. La violencia desaparece del horiz on te interp erso nal,
pues ahora está monopol izada en y por fuerzas a jenas a l cont rol individual ,
como lo probó el holocausto nazi (Bauman, 1998:131-132).
Keane dice que durante el siglo XVII el término civi l idad se contraponía
expresamente al ahora olvidado término de incivilidad {uncivil en inglés, Keane,
1996). Una vez consolidado el for jamiento de la civi l idad como condición del
comportamiento del ciudadano, se olvidó que la preocupación por lo incivi l es
taba presente en los escr i tos de Thomas Hobbes y Adam Ferguson, tanto como
en los relatos sobre Irlanda de J. Swift. Lo incivil hacía referencia a hábitos rústi
cos,
no refinados; denom inab a lo bárbaro , impropio , indecoroso, ma leducado y
violen to. Tener civilidad, equivalía a ado pta r lo civilizado
14
. Hobbes trabajó du
ramente, pese a sus cr í t icos, para transformar lo civi l izado en la idea polí t ica
14
B.
Latour (1997: 26-46) señala la importancia de Hobbes en el posterior
pensam iento sociológico para la formación de la idea de la sociedad como
una macro estructura monista en la cual el énfasis está puesto en el manteni
miento del orden, idea que se corresponde con la invención de un ciudadano
calculador racional.
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m od er na de la separación entre sociedad civil y Estado. En H obb es aú n es clara la
¡dea de q ue la incivilidad, es decir, la violencia, es el fanta sm a qu e am ena za la so
cied ad civil (K eane, op. cit.: 16-26). M ás ta rde , Fergus on (1767) insistió en q ue era
en las nacione s bár ba ras d on de "los altercados no tiene n reglas sino [q ue siguen]
el dictado inmediato de la pasión terminando en palabras de reproche, en vio
lencia y
golpes"
15
.
De esta ma ne ra , la expresión d e la pas ión y la violencia q ue da
ron unid as co m o actos no civilizados, pro pios de pueb los bárb aro s o de clases no
educadas. Olvidada del lenguaje corriente, la incivilidad parece asunto resuelto,
excepto para nichos sociales especiales. Pero, en verdad la incivilidad, la pasión y
la violencia, resurgen insistentemente en actos de Estado tanto como en actos de
la vida privada, en los países "civilizados" occidentales como en las periferias so
ciales y geográficas. La incivilidad continúa actuando como el lado oculto pero
per sisten te de la civilidad (Keane, op. cit.). Esta crítica a Elias parece m ás bien se
ñalar un va do , pue sto q ue él se detiene m ás en el proc eso qu e forja com o ideal al
sujeto autocontenido, pero sin ignorar sus contradicciones como cuando estu
dia, por ejemplo, el papel cultura l de la violencia en la iden tidad individual y co
lectiva en Alemania entre 1870 y 1930 (Elias, 1997).
Podemos decir que el modelo cul tural que relaciona la civi l idad con la
capacidad personal de cont ro lar las expres iones emocionales conduce a
asociarlas con la i rracio nal ida d y con la enferm edad . La manifestación de "sen
t im ien tos " qu eda circun scri ta a ciertas relaciones o a ciertas categorías sociales.
Las mujeres, los pobres, los pueblos "primit ivos", son vistos como reductos de
emocional idad incont ro lada , a menos que mecanismos como la educación la
prevengan (véase Reddy, 1997a). Tam bién es m edian te este m ode lo com o se pro
duce una patologización de la acción violenta. De allí la dificultad para enten
der las formas más calculadas de acción violenta tales como la experiencia de
exterminio nazi en Europa. Primo Levi en sus memorias subraya el estupor de
las perso nas q ue no pod ían com pag inar el ejercicio extrem o de la violencia con
su ejecuc ión fría, me tó di ca , ritu aliz ad a (Levi [1958], 1996:14-15). En Surviv al in
Auschwi t f
6
Levi describe las num eros ísim as y com plicada s reglas y rut in as del
ca m po de prisionero s, apl icadas "con ab surd a precisión". Al com ienzo era tal el
s in sen t ido de semejante comportamiento que "no sen t íamos dolor , n i en e l
15
Ada m Fe rguso n, An Essay on the H istory of Civil Society, 1767, cit. en
Keane, op. cit.: 20, trad ucc ión mía del inglés.
16
Se questo é un nomo, M ilán, G iulio E inau di Edito re, 1958, es la p rim era
parte de un a trilogía sobrecogedora sobre su experiencia en Auschwitz,
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cue rpo ni en el espír i tu, sólo una pro funda sorpresa: ¿cóm o podría un o go lpear
a un hombre sin rabia?" {ibid.: 16). Los guardias "parecían simples agentes de
policía. Era des con certan te y de sarm ant e [...] Se co m po rta ba n con la segurida d
de personas cumpliendo en forma normal su deber diar io" {ibid. : 19) .
Ahora, el modelo de construcción de civi l idad con sus efectos sobre la
relocación de las expresiones de violencia y emoción se refiere a las sociedades
europ eas y al ascenso histó rico de nueva s clases sociales y de los Estados na cio na
les europeos. lean y John Comaroff en su trabajo sobre las misiones rel igiosas
en Suráfr ica muestran el proceso de instauración de signos y signif icados bur
gueses fuera de Europa. En particular a partir del siglo XVIII, la obra misional
en Suráf r ica se dedicó a la const i tución de un individuo autocontenido y
autoproyectado que busca maximizar su b ienestar (Com aroffy
Comaroff,
1991).
De esta forma, el proceso de const i tución de un individuo portador de un self
con cualidades básicas de auto con trol es t ra ns po rta do e im pla ntad o en las áreas
de dominio europeo a través de una mult i tud de acciones civi l izatorias de las
cuales los misioneros son un insidioso ejecutor . Por medio de este proceso se
responde a la vieja preocupación rel igiosa de desterrar las pasiones de la vida
humana, pero su versión renovada convier te en beneficio público, en interés
colectivo, el l idiar con los vicios pr ivad os (C om aro ffy
Comaroff,
1991:
61).
También en Lat inoamér ica aconteció un proceso de instauración de las
nuevas formas de subjet ividad que sólo vino a asentarse en su forma moderna
con la af irmación de los Estados nacionales. En Latinoamérica las ciencias so
cia les también adoptaron de manera predominante e l punto de v is ta de fusio
nar co nce ptua lm ente conflicto, agresión, violencia y cr im en, co mo si fueran una
única ent idad dest ruct iva . En buena medida inf luyó en e l lo e l modelo
epidem iológico pro pu esto desde me dia do s de siglo XX por Parsons (1963a y b) ,
que transformó la idea sociológica del confl icto social en la violencia como
enfermedad social (Coser, 1961). En la América de la posguerra cobró fuerza el
énfasis en la cohesión e integración social y la relegación del conflicto social al
lugar del malestar social , ya presentes en la propuesta durkheimniana sobre la
sociedad. Sin embargo, la puesta en duda de muchas cer tezas hegemónicas en
las c iencias socia les permi te in tentar o t ra aproximación a los fenómenos de
emoción y violencia.
En este t rabajo la acción violenta se en tiend e co m o un acto ancla do en las
contradicciones y confl ictos inherentes a la vida social y pr ivada, que siempre
sobrepasa su sentido instrumental gracias a su gran eficacia expresiva. Ésta re
vela su aspecto eminentemente relacional e intersubjet ivo, pues el acto violen-
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DE LAS
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to
se
refiere siempre
a
otros, y, espec ialmen te,
al
lugar
de
un o m ism o f rente
a
los otro s. La eficacia expresiva y la cap acida d coactiva del acto de violen cia p ue
d en
ser un
m e d i o
de
reaf irma ción
de la
p e r so n a
en el
m u n d o
y
una forma
de
nego ciación frente a otros. N o significa esto qu e no tenga efectos co rrosivos so bre
la sociedad y sobre las persona s, com o lo mostró bien H. Arendt (1970), aun
que ella, al insistir en
la
natura leza ins trum en tal de la violencia y en sus efectos
disgregadores y antipo lí t icos, desest im ó sus aspectos expresivos.
El cr imen pasional puede ser explorado com o un acto de violencia inscri
to s im ul táne am ente en tres grandes c am pos sociocul tura les: el de las represen
taciones de la v ida se nt imen tal y la emoció n com o neg ación de la razón; el de
los sistemas morales, las clasificaciones y las relaciones de género;
y
el de la p a
sión y la violencia c om o re duc tos de incivi l idad,
a
m enu do l igada
a
la posición
social . Los di lemas que revela el cr imen pasional parecen encontrarse, por una
pa rte, en la contrad icció n entre el im pera t ivo social de ser lo que un o deb e ser,
m a n t e n e r se en su lugar y no ser injur iado. Por la o t ra , el imp erat ivo de m an te
ne r el l ímite mo ral taxativo de no agredir , de no violentar . Este ma nd ato es un a
prohibic ión inst i tucional izada
y
reglamentada, l i teralmente codif icada. El pr i
mero está velado en los sup uestos de las in teracciones sociales q ue ap un tan a
q u e Cacta pa rte
en ia
r d a c i o n
no
puecie ser injuria da, avergonzarla
o
u e sn o n r a -
da frente al gru po social y frente a sí misma, pe ro de m anera desigual según el
gén ero. El seg und o es m ater ia de la codif icación y la interpre tació n jur íd ica. D e
all í surgen com o p reg un tas: ¿de qué m an era la r ival idad en el am or, el co nfl icto
en las relaciones pr imarias se desenvuelve en violencia? ¿Es la incivi l idad d e la
pasión
la
que asal ta
la
civilidad de
la
relación de pareja? ¿De qu é forma ac túa n
las representaciones sobre la emo ción am orosa y sobre la em oción violenta en
el cr imen pasional?
á n tr f \ nr \ l r \c r i a i r p m n r i ñ n
El interés por lo "emoc ional", dicen Ca therin e Lutz y Geoffrey White en
su balance de la an troo olo eía de las em ocio nes (Lutz v W hite, 1986), cob ró fuerza
en la sociología, la historia, la antro po log ía y la psicología desd e los añ os seten
ta, con una especial preocu pac ión po r ente nde r el papel de la emoc ión en la vida
social
y por
c o m p r e n d e r
la
exper iencia sociocul tura l desde
la
perspectiva
de
q u i e n la vive. El auge de los enfoques in terpreta t ivos en las ciencias sociales
con t r ibuyó
a
enfocar fenóm enos considerados
por lo
general com o subsidia
r ios de otros aspectos socioculturales y ace ntu ó la inco nfo rm idad con lo que se
ha considerado una relegación teórica y empír ica de la emoc ión .
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Pese a ello, W illiam Re ddy (1997a, 1997b y 1999) con sid era qu e po r fuera
de la psicología, poco se ha avanzado en las ciencias sociales en la teoría de
las em ocion es. En la antro polo gía de posg uerra el tem a se abo rdab a tangencial
mente para insist i r en la cr í t ica de la visión que natural iza las emociones y
desest ima el papel de la cultura. La cr í t ica del universal ismo en el abordaje de
la v ida emocional es tá presente en las teor ías de ant ropólogos e h is tor iadores
de la po sg ue r ra , e spe cia lm ente en Vic tor Turn er , Cl if ford Ge er tz y E . P.
Thompsom, qu ienes emplearon para e l lo e l concep to de cu l tu ra . Gregory
Bateso n (1972: 257 y ss.) pro pu so e nte nd er la em oc ión no c om o si fuera un a
"cosa" qu e se expresa en un m ensaje s ino m ás bien en enfocar el men saje em o
t ivo como const i tu ido en una re lación contextualmente codi f icada. La expre
sión emocional ser ía una verbalización de patrones culturales que existen para
el in ter cam bio de mensajes , do nd e la em oció n n o es lo op ues to a la razón y al
pens am ien to . Emocione s , pen sam ien tos e in t enc iones ha r í an par t e de una es
t ructura contextual que los v incula en una misma unidad y los remi te , s imul
táneamente , a lo que Bateson l lama contextos de contextos . Éstos son los que
se encuentran más a l lá del in tercambio que acontece ent re las personas y le
o to rgan a l i n t e r cambio sen t idos soc ia lmen te compar t idos . Cada con tex to es
así un conjunto de referencias para c ier ta c lase de respuestas . Acciones,
mensajes y estruc tura s con textúales estar ían inter l igad as pa ra Bateson {op. cit .:
275)
17
•
Sin embargo, es bueno recordar or ientaciones metodológicas anter iores
en la antropología. George Stocking Ir . al introducir su compilación Romantic
Motives. Essays on Anthropological Sensibility (1989) señala la tens ión de nt ro de
la t radic ión ant ropológica de dos mod elos , el un o prov eniente de la I lust ración
con Comte , e l o t ro de l romant i c i smo a lemán con Goe the y los he rmanos
H um bo ldt . Boas se considera hered ero de la ú l tima or ientació n. Pero , com o lo
m ues t ran a lgunos ensayos de la com pi lación, e l impu lso "rom ánt ic o" fue repr i
m ido en los sucesores pract icantes de la antropología y apenas perm ane ció com o
énfasis individuales o como acentos en a lgunas de las obras ant ropológicas
{ibid.).
Uno de estos acentos individuales que con frecuencia se menciona, es el
de Lucien Lévi-Bruhl, quien bus có rom pe r con e l e tno cent r i sm o en la com pren-
17
Sobre la unidad de racionalidad y sentimiento en la violencia, desde una
perspectiva psicoanalítica, véase para Brasil L. Band eira, en Suárez y Ban deira,
1999.
[31]
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sión del hombre en su aproximación al estudio de las sociedades "primit ivas".
Esto lo l levó a explorar c am inos al ternos par a que la concepción de la existen
cia hu m an a no fuera redu cida a la concep ción que t iene sent ido para el investi
gad or (Fern andes , 1954) . Lévi -Bruhl provo có enc ona do s debates con su
propuesta sobre la "menta l idad" pr imi t iva que in ten taba "no hacer los pensar
co m o no sotros pen saríam os si estuviéramos en su lugar" {La m ental i téprimit ive,
ci t. en F ernan des, op. cit .: 129). En su m om en to no se ente ndió su seña lam iento
sobre la diferencia que existe entre los sistemas de representación que operan
en términos de las leyes de la participación y los que operan por las leyes de la
contradicción aristotél ica (Schrempp, 1989).
Robe rto Ca rdos o de Oliveira recue rda que c uan do Lévi-Bruhl escribía, e l
telón de fondo era la fundación de una ciencia positiva de la sociedad, con un
m éto do posi tivo "apl icable a todo s los fenóm enos del universo", y en debate con
el "irracionalismo" (Cardoso de Oliveira, 1991:10-11). Pero Lévi-Bruhl se deba
t ía contra una tendencia opuesta a la comtiana, la del romaticismo alemán, so
bre todo por la influencia del fi lósofo germano
F.
H. Jacobi. Lévi-Bruhl
18
afirma
que el valor de lacobi radica en su "reivindicación apasionada de los derechos
del sent im iento individua l co ntra la inso po rtab le t i ranía de la saine raison" (ci
tado por Cardoso de Oliveira,
1991:
14). De do nd e Jacobi concluye que la intui
ción es la única fuente de certeza de saber sobre lo real. En oposición a Kant,
Jacobi pr op on e qu e la verda d se siente, no se dem ues tra . D esde ento nces , la re
lac ión sen t im iento /co nocim iento pasa a imp regna r la v i s ión de Lévi-Bruhl so
bre el "pensamiento primit ivo".
Pese a los cam bio s de enfoq ue qu e se aprec ian a lo largo de la ob ra d e Lévi-
Bru hl, desde sus pri m er os escritos filosóficos (1884 a 1900) hasta aq uellos de los
años t re in ta
1 9
, se m an tien e el legado de Jacobi {ibid.) . De cierta forma m an tu
vo el argumento presente en su tesis doctoral (L' ideé de responsabilité, 1884).
18
Jacobi. La Philosop hie. París: Félix Alean , 1894.
19
Sus obra s c ubre n el perío do de 1884 (V ideé de responsabilité, París:
Libraire Hachette, 1884) hasta 1938 (L 'experience mystique et les symboles chez
les primitifs, París: Félix Alean, 1938 y la obra postuma Les carnets de Lucien
Lévy-Bruhl, París: Presses Universitaires de France, 1949). Se destacan, Les
fonctions mentales dans les societés inférieures, París: Presses Universitaires de
France, 1910, La m entalité primitive, París: Presses U niversitaires de Franc e,
1922,
La mytologie primitive, París, Presses Universitaires de France, 1935.
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de la naturaleza ni tampoco como una unidad social determinada en forma
absoluta por la sociedad, ya que no se el imina su responsabil idad frente a su
prop ia con ciencia. Esto lo llevó a sus tesis sobre la orig inalid ad del "p en sam ien to
prim itivo " {ibid.: 39) que le hicieron relativizar la separación entre pe nsa m ien
tos y sent im ientos co m o def initor ia de nues t ra individual idad : "Mi individua
lidad es así aprehendida por mi conciencia y es circunscri ta a la superficie de
mi cuerpo, y creo que la de mi vecino es precisamente como la mía". En con
traste,
en las represen taciones de los prim itivos [...] la indiv idualid ad de cada
uno no se detiene en la periferia de su persona . Las fronteras son im precisas,
mal determ inada s y aún variables según si los individuos po seen m ás o m eno s
fuerza mística o mana
20
. La individualidad pue de, entonces, extenderse m ás
allá de mi cuerpo propia me nte dicho, en elementos disociados pero que sim
bolizan, com o sus excreciones, cabellos, pelos, uñas, vestidos, etc., en fin, todo
lo que pueda de algún m odo representarlo, y por tanto , representar la indivi
dua lidad de ese hom br e p rim itivo {V am e prim itive, 1927:134, de la edición
de 1963, cit. en Ca rdoso de O liveira, 1991:111-112, trad uc ció n m ía ).
Lévi-Bruhl no sólo añade la dimensión del sentimiento ( la afectividad, en
sus términos) en el es tudio de las representaciones colect ivas , ausente en
Du rkh eim , s ino el papel y el lugar de sent im iento y pen sam iento en la def ini
ción c ultu ral de la pe rso na y de sus fronteras (C ard oso de Oliveira, op. cit.) . M ás
allá de si su enfoque exotiza las sociedades nativas o si quedó preso de cierta
termino logía de su t iemp o, como lo sugiere la int roduc ción de Ruth Bunzel a
Ho w Native s Think
1
^ (Bunzel, 1966), Lévi-Bruh l va más allá de form ular m era
mente reparos al extremo racionalis ta imperante en las ciencias sociales o de
recon ocer los elem entos no rac ionales en la co ndu cta h um an a (Bunzel, op. ci t.) .
Esbozó el sus tento empír ico de una teor ía no dicotómica y disociadora entre
pen sam iento y sent im iento, y al reconoc er es ti los y presup ues tos di ferentes de
pensamiento desaf ió uno de los pr incipales supues tos de la moderna concep-
20
El térm ino mana es empleado com o equivalente a la fuerza mística cjue
posee un objeto o persona.
21
"I valué the substance and deplore the language", Ruth Bunzel, 1966, pág.
vi. Introducción a How Natives Think, traducción al inglés de 1966 de Les
fonctions mentales dans les societés inférieures, 1910.
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ción de la real idad, el del individuo gobernado por una conciencia racional
unificada.
En la antro polo gía de los úl t im os dece nios se ha rec upe rado el interés po r
la definición cultural de la vida emocional , como parte de un debate metodo
lógico ampl io que a t raviesa la d isc ip l ina y pre tende tomar en cuenta las
imp licacion es po líticas de la elaborac ión con cep tual. En un texto de 1984, Ren ato
Rosaldo emplea su experiencia personal con la muerte repentina de su esposa,
M ichelle Rosaldo, para a bor dar la discusión sobre la fuerza c ultural de las em o
ciones. Ella misma fue una de las promotoras de la renovación de la antropolo
gía sob re el estud io de las em ocio nes (Rosaldo, M ., 1980,1984). Renato Rosaldo
propone que para entender los sent imientos que exper imenta una persona es
preciso considerar la posición del sujeto y ésta dentro de un campo de relacio
nes. Lo ejemplif ica con el con traste e ntre su com pre ns ión l imitada de la activi
dad emocional de los Ilongot de Filipinas frente a la caza de cabezas, que fue
soluc ionad a m edia nte su recurso a la teoría antropológ ica del intercam bio. Sólo
cu an do vivió su prop ia experiencia frente a la m ue rte de Michelle Rosaldo, pud o
en ten de r el víncu lo en tre rabia y dolo r qu e estaba presente en los Ilongot . Tris
teza no es lo mismo que pena, comprendió, y sint ió "la rabia que puede venir
con un a p érdida dev astad ora" (Rosaldo, 1984; 180) .
Entre los Ilongot la fuerza de las emociones de los dolientes relaciona la
rabia con el impulso de cazar cabezas. Pero el manejo del dolor por la pérdida
de una persona querida y la rabia por ello, se realiza en forma distinta si se es
un ho m bre joven, un hom bre adul to o una mujer . La prohibic ión gub erna m en
tal de la cacería de cabezas bloqueó esas prácticas culturales para lidiar con la
pe na y obligó a real izar ajustes hacia otra s formas de exp erim enta r el duelo y a
reposicionar los dist intos sujetos. Rosaldo pretende l lamar la atención sobre la
posic ión del sujeto de la experiencia e mo cion al q ue la antro polo gía suele si len
ciar , con su predilección po r las ma nifestacione s simbólicas r i tual izadas, o bien
en favor de esferas res t r ingidas en las que toman impor tancia los eventos
repe titivos. Tal es el caso, dice, de V Tu rne r s obre el proc eso ritual y de C. G eertz
sob re los balinese s. La an trop olo gía , al privilegiar los rituales, co nti nú a Rosa ldo,
deja de lado los procesos sociales previos y posteriores de los cuales el ritual es
sólo un eslabón, y la fuerza cultural de las emociones queda así di luida. Tam
bién se desest iman aquellas áreas de la cultura que aparecen como poco elabo
radas simbólicamente y se confunde esto con escasa densidad cultural . Por el
con t r a r io , l a s emociones , pese a que no aparezcan como e laborac iones
discursivas, tienen fuerza y densidad propias (Rosaldo, 1984).
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Ca the rine Lutz (1988) parte en su trabajo etnog ráfico sobre los Ifaluk del
Pacíf ico suroccidental de la neces idad de deconstrui r la emoción para mos
t rar có m o el uso del térm ino , tan to en la vida cot idian a c om o en lo cient íf ico,
descansa en supuestos y asociaciones implícitas que le dan el sentido. Algu
nas asociaciones dependen del papel de la emoción en la comprens ión occi
dental del mundo, en par t icular , de su ambigüedad f rente a la emoción; pues
mientras és ta nombra lo pr ivado, e l self, lo s ignif icativo, lo inefable, también
habla de aspectos devaluados del mundo como lo i r racional , lo incontrola
ble, lo fem enin o, lo vuln era ble {ibid.: 3~4y
53
y ss . ) . Una imp l icación anal í t ica
de lo an ter ior l l eva a comprender l a emoción como esenc ia humana -de or i
gen metaf ís ico o biológicamente enraizada- , lo cual deses t ima el papel de la
cultura en la experiencia emocional. Para Lutz, con las relat ivas excepciones
de Rousseau e ntre los clásicos y de W ittgenste in m ás recien tem ente
2 2
, las em o
ciones son vistas po r los pensad ores occidentales com o es t ructura s pe rm an en
tes de l a ex i s tenc ia humana per tenec ien tes a l a na tura leza o l a ps ico logía
humanas y no a la his tor ia , la cul tura o la ideología (para una discus ión so
bre dist intos implícitos véase Lutz, 1988, y Reddy, 1999). Lutz desarrolla su
t raba jo e tnográf ico t end iend o a dem os t ra r , en pr im er t é rm ino , que los sign i
f i cados emoc i ona l e s e s t án e s t r uc t u r ados f undamen t a l men t e po r s i s t emas
cul turales y am bien tes ma ter iales y sociales par t iculares ; y en segu ndo lugar,
que los conceptos sobre la emoción son más út i les entendidos como dir igi
dos a propós i tos com unica t ivos y mo ra les más que a es tados in te rnos su pues
tam en te universales. Así, retom a la pro pu esta de Michelle Rosaldo en el sentido
de que las emociones son formas de acción s imból ica en ar t iculación pr ima
ria con otros aspectos de signif icado cultural y con la estructura social . Lutz
asume las teor ías cogni t ivas que recons ideran los vínculos entre cognición y
emoción (Arnold,
1960;
Beck,
1967,
cit. en Lutz) y qu e desa rrollaron críticas tan to
a la visión instintiva de la emoción como a la concepción mecánica del ser hu
mano como procesador de información, que fue caracter ís t ico del movimien
to cognit ivo de los años sesenta y setenta. La autora parte de la comprensión y
el razo nam iento sobre la em oció n que se recoge en el habla pero ente ndie nd o
que esos procesos de com pren s ión son negociados social e inte rperson alm ente,
22
Lutz no menciona una vertiente de pensadores que por la influencia del
historicismo enfatizan aspectos históricos e ideológicos de la em oción, N.
Elias,
especialmente, o la relación entre individuo, conflicto y sociedad en G.
Simmel.
[35]
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má s allá de la antrop olog ía cognit iva. Del constru ctivism o, Lutz retom a la idea
de ver los fenó m eno s psicológicos c om o u na forma de discurso en vez de cosas
internas para descubrir .
Finalmente, de la teoría cr í t ica, en part icular de Foucault , rescata la idea
del poder como un factor crucial en la const i tución de la subjet ividad. Desde
el punto de v is ta metodológico, p lantea la tarea in terpreta t iva como una la
bor de t raducción de la comunicación emocional de un contexto y lenguaje a
o t ro .
La emoción, propone, es usada para hablar de lo que es cul tura lmente
signi f icat ivo, empleando un s ími l no expl íc i to con Durkheim y la re l ig ión
(Lutz, op. cit.: 5-9).
Algunos enfoques feministas han puesto énfasis en el papel constructivo
del discurso emocional hasta desest imar el concepto de cultura, señalándolo
como opresivo. William Reddy (1999) les discute que el otogar un papel todo
poderoso a l d iscurso , como "const ructor" de la emoción, no es teór icamente
sat isfactorio ni menos opresivo que el concepto total izador de cultura. Para
Reddy, una dirección promisoria de búsqueda teórica es una reconceptualización
de lo "mental" siguiendo las l íneas que señala el concepto de cultura, pero de
m an er a lo suficienteme nte f lexible que pe rm ita colocar en su lugar la práct ica,
el pod er, la acción y la historia . Para este auto r, en esa línea es posible repe nsar
la emoción, inclusive repensar qué implicaciones polí t icas t iene en dist intas
culturas como una categoría de exclusión, opuesta a la razón y asociada a la
enferm edad , o a categorías sociales relegadas, pues m ue stra la sobrep osición ente
em oció n y género, clase, raza y etn ia
2 3
.
Desde la antropología cognit iva, Claudia Strauss y Naomi Quinn (1994),
por inf luencia de ant ropólogos como Roy D'Andrade, proponen una ver t iente
'conexionista'. Esta corriente está influenciada por la teoría de la práctica de
Bourdieu (1980) pues se sostiene en la idea de que la comprensión de las repre
sentaciones y de los hechos sociales requiere de una comprensión de la forma
como los individuos los internalizan y recrean. El modelo de la mente de este
enfoque incluye la emoción y la motivación así como también las fuerzas so
cia les que modelan y son modeladas por las personas. E l lo evi tar ía una
cosif icación de la cultura al mismo t iempo que una reducción a la mera abs
t racción anal í t ica que los ant ropólogos hemos inventado. Como en Bourdieu,
23
Desde este punto de vista es posible hacer una lectura de las "keywords"
de Ramos, 1998, con las cuales sectores hegemónicos en Brasil pretenden
categorizar a las sociedades indígenas, por ej., como "primitivos".
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este modelo no considera las representaciones como si fueran reglas estableci
das sino como redes sueltas de asociaciones que permiten reacciones flexibles
frente a si tuacione s part icu lares, y qu e son, sin em bar go, dura bles. A diferencia
de Bo urdieu, ellas enfatizan la m otivación que da im po rtanc ia a ciertos elem en
tos de la cul tura m ás que a otro s. ¿En qué consiste el m od elo 'conexionista '? En
la idea de que en la com pre nsió n c ul tural , nue stros pe nsa m iento s y nues tras ac
ciones no se toman directamente de la real idad sino que están mediadas por
protot ipos o esquemas aprendidos. Estos esquemas son las versiones sobre la
experiencia que quedan en la memoria de las personas. Pese a que la teoría de
los esque m as cognit ivos no es nueva, pues la pro pu so Piaget y la men cion a Kant
para d esignar las representacion es q ue guían la apl icación de los a prio ri a un a
exper iencia par t icu lar , el conex ionism o qu e Strauss y Q uin n pro pon en emplea
observaciones etnográficas, psicología y neurobiología {ibid.) . Supone un mo
delo del conocimiento similar a las redes neuronales, en donde algunas redes
son especial izadas, otras se act ivan o se desact ivan p or la com bin ator ia de est í
mulos y determinados mensajes. Los esquemas cul turales se asemejan a colec
ciones de unidades neuronales interconectadas {ibid. : 285-286).
Para que el aprendizaje ocurra no se requiere que exista enseñanza inten
cional, sino que éste surge en la vida diaria. Lo aprendido es flexible frente a
nuevas s i tuac iones; por e jemplo , una joven incorpora sus esquemas sobre la
maternidad a part i r de si tuaciones cot idianas en su propio hogar, que se apre
henden mediante general izaciones y asociaciones. Éstas no cubren sólo ideas o
pensamientos , s ino también sensac iones (o lores , son idos) y sen t imientos que
ent ran a conform ar el esquem a. La joven aprend e sobre la mater n idad por co
nexiones muy fuer tes en t re un idades que representan personas como su ma
dre ,
lugares, s i tuaciones, objetos, sensacione s, etc . , que están en su experienc ia
{ibid. : 286). Pero su aprendizaje no es como un programa de computador que
se repi te basado en unas pocas reglas, s ino como una red de unidades que se
conectan unas con o t ras , has ta que nuevas reacc iones subje t ivas o ex ternas ,
nuevos contex tos o exper iencias , las t ransf orm an e inc luso perm i ten la im pro
visación.
Un aspecto interesante de este modelo es que destaca el hecho de que en
el aprendizaje no sólo se captan asociaciones entre característ icas observables
sino que sim ultán eam ente se relacionan rasgos observables y ciertos se nt im ien
tos que a su vez se cone ctan con ciertas mo tivacio nes fu turas para la acción d e
la persona {ibid.: 288). Para Strauss y Quinn, la psicología y la neurobiología
permiten sustentar que las representaciones van más al lá de las circunstancias
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específicas en que se forjaron y form an conjun tos com plejos de s ent im ientos
asociados a el las y a las experiencias part iculare s, m otiv an do a la perso na a ac
tua r de cierta m an era . Esto se basa en que los estados subjetivos de sen t im iento
y deseo , as í como la observac ión sobre las propiedades de l mundo ex terno ,
pueden entenderse como unidades de act ivación (véanse también Kandel etal . ,
1997,
para un a descrip ción desde la neurobio logía, y Ferry, 2000; Berkowitz, 1994;
H ue sm an n, 1994, desd e la psico logía). En el apren dizaje no sólo se realizan aso
ciaciones entre característ icas observables, s ino que simultáneamente se efec
túa n asociaciones entre esos rasgos observables y ciertos sent im ientos que a su
vez se conec tan con ciertas motivacio nes para la per son a (Strauss y Q ui nn , op.
cit.: 288).
De cierta m ane ra, estas nuevas tendenc ias de la antropo logía en el estudio
de las em ocion es se en cu en tran ya en Wit tgenstein con su insistencia en que el
lenguaje es siempre una act ividad social que aprendemos. Con el lenguaje se
aprende todo un modo de v ida , un tono emocional y no s imples pa labras , por
lo que no existe lenguaje privado {Sobre la certeza, 1997, y véanse sus Investiga
ciones
filosóficas,
1953). Wittgenstein contrastó su propuesta sobre el conocimien
to tanto con racional istas como con empiristas mediante la r idicul ización de
las pretensiones filosóficas de la duda absoluta y de los sentidos, como los que
dan s ign i f icado a nuest ra rea l idad . No dudamos a d iar io de s i t enemos dos
manos ni tampoco sabemos de el las porque las veamos cada día ni porque las
con tem os diaria m ente. Tene mo s ia certeza ue que existen, y si a iguien nos lo ne
gara, pens aríam os que está loco. En la vida diaria ap ren de m os que esto es así, y
también cómo usarlas, en qué si tuaciones puede ser vál ido preguntarnos si las
tene m os y có m o form ular esa dud a; en qué juegos del lenguaje ella es apr opia
da {Sobre la certeza, 1997). Esto de igual manera sucede con los asuntos más
complejos que son orientaciones vi tales.
A ntho ny ivianser discute ia rda cio n entre ei tem a uei icnsuaie v ia pr eoc u
pación con el sent imiento de dolor en Wit tgenstein, quien justamente lo invo
ca como un ejemplo de la falacia del lenguaje privado (Manser, 1971). En
W ittgenstein , dice Manser, el lenguaje de sem peñ a un p apel en la form a de vida,
no pu ede ser algo inútil , "priv ado " y debe inv olucra r reglas pública s. Si Robin son
Crusoe inventara nombres para la f lora y la fauna que lo rodea esto no sería
lenguaje. El lenguaje es siem pre u na ac tividad social qu e imp lica reglas que sólo
pueden ser empleadas en una si tuación social . Más tarde, Gadamer destacó su
pr ox im iaa a con ia ioea ue que estamo s insertos en juegos de lenguaje de carác
ter social: el juego, tanto como el lenguaje no se agotan en la conciencia del ju-
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gador, en la del hablan te, y en esa me dida son "algo más qu e un co m po rta m ien to
subjetivo " (G ada m er, 1994:19). Este es el caso de la descr ipc ión de las sensac io
nes y sentimientos para Wittgenstein. Cuando se describen las sensaciones per
sonales , pese a lo indescr ipt ibles que parezcan, acudimos a las palabras de
nuestro vocabulario para hacerles referencia (Manser, 1971). Podemos dar un
no m bre especial a una sensación de dolor , pero es to presup one la palabra "do
lor". Pese a la idea co m ún de qu e el do lor es un "o bjeto privado", de que "las sen
saciones son irred uctiblem ente privadas" y que sólo conozc o las palabras a p art ir
de mi propia exper iencia , "se aprende el conc epto de 'dolor ' cua nd o se apren de
el leng ua je" (W ittg en stei n, Investigaciones filosóficas, cit. en M anse r, op. cit.: 163).
Así, no hay una única acti tud humana ante el dolor, s ino que ella varía tanto
co m o los procesos de aprendizaje del lenguaje del dolor . El niñ o a pre nd e las ex
presiones de dolor de otros niños y de forma simultánea el trato que es apro
piado ante el pro pio y el de los otro s. Ap rend e, por ejem plo, la s impa tía co n los
otr os frente al dolo r, a incluir y a excluir ciertos a nim ales y ciertas cate goría s de
personas ta les como los "enemigos", de manera que aprender la conducta del
dolor es "aprender toda una forma de vida" y una forma muy central en cual
qu ier cu ltu ra {ibid.: 161-162).
Las emo ciones como actos com unicat ivos
Las l imi tac io nes , s il enc ios y am bigü eda des de la an t rop olog ía f r en te a
la teor ía y el anál is is de las emociones pueden refer i rse a pos turas cul tura
les cul t ivadas por el pensamiento de inf luencia occidental . De al l í la impor
t anc i a de l a r ecupe r ac i ón de concep t os que pe r mi t an i n t eg r a r s oc i edad ,
cu l tura e his tor ia , com o sugiere Reddy (1999). Nuev os concepto s pued en ayu
dar a rebasar las tens ion es y divergencias teór icas y epis tem ológica s , m uc has
de ellas impro duc t ivas o falsas , en tre m ater ia l ism o e ideal ismo, pos i t ivism o e
in te rpre ta t iv i sm o, un iver sa li smo y re la t iv i smo, ind iv idu o y cu l tura , rom an t i
cism o y racion al is m o (Lutz y W hite , op. c i t. : 40 6) . La may or ía de es tas
d ico tomías descansa sobre un gran supues to en permanente debate : l a es
c i s ión en t re emoción y r azón como condic ión para l a comprens ión de l s e r
humano. E l fuer te enra izamiento cu l tura l de es ta esc i s ión impregna l a t eo
r í a . La d i scus ión contemporánea que osc i l a en t re l a concepción de l a emo
c ión como b io lógicamente cons t i tu ida , a l a manera de un t ipo espec ia l de
fuerzas que cons t i tuy en la ps iquis hum an a (por ej . H an n y Kleine ma n ci ta
dos en Lutz) , y aquel las pos turas q ue ent ien den las em ocio nes c om o con s truc
ciones s imilares a la de las ideas (Lutz, 1988) también suelen reducir su
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his tor ic idad. Lutz le as igna impor tancia metodológica a l entender la expe
r i enc ia emociona l como cu l tu ra lmente e l aborada y r esa l t a e l pape l de l a s
emociones en la const i tución de los suje tos socia les , as í como la ambigüe
dad del papel de las emociones en e l modelo cul tura l occidenta l que las con
vier te en una categor ía de exclusión (véase también Reddy, 1999) .
Red dy (1997b y 1999) se pre gu nta si es pos ible u na teoría de las em oc io
nes que recobre s imul táneamente la capacidad humana de acción, la const ruc
ción cultural y las implicaciones y relaciones polí t icas de las emociones. Los
conc eptos de d iscurso y práct ica emp leado s por la e tnograf ía co nte m po rán ea,
se pregunta Reddy, ¿pueden dar cuenta de esa unidad? ¿Es la emoción
reduc t ib le a l d iscu rso qu e la expresa? Si se ent ie nde la emo ción co m o u n t ipo
de acto comunicativo específico, ¿en dónde reside su especificidad? Para Reddy
está en su diná m ica, pues la prop ia expresión em ocio nal const i tuye u n esfuerzo
de quien la expresa para of recer a o t ros una in terpretación de a lgo que no le
es observable a los demás, y al hacerlo se al tera el propio estado emocional
del suje to que la expresa . Reddy propone, para dar cuenta de esta especi f ic i
dad , el con cep to de emotivo (emotive en inglés j que subra ya la em oc ión co m o
un a expresión pe cul iar con t res caracter ís ticas: un a apar ienc ia descr ip t iva del
estado emocional ( "estoy fur ioso") ; un in tento re lacional ( se d i r ige a o t ros) ,
y un sen t ido au toexp lo ra to r io que es a l mismo t i empo un e fec to de
autoal teración. Dada esta ú l t ima caracter ís t ica exis te no sólo una dinámica
interna en la expresión emocional , sino una acción del sujeto en el la, pese a
que l a expres ión emociona l puede adqu i r i r consecuenc ias imprev i s t as en l a
relación con los otros (Reddy, ibid.) .
El inescapable esfuerzo po r expresar las em ocio nes es esencial para nue s
tra identidad y para las relaciones con otros, y t iene un efecto remodelador so
bre la emoción m ism a. Las expresiones em ociona les (actos y elocu cione s), insiste
Reddy, t ienen un a capacida d única p ara al terar a quello a lo que se "refieren" o
lo que "representan", lo que los hace un t ipo de acto comunicativo cuya teoría
social aún es insat isfactoriaA Reddy plantea que las emociones pueden verse
como aspectos del pensamiento (o de la cognición) , sin la radical dist inción
emoción / r ac iona l idad . Para Reddy l a emoción no es una mera cons t rucc ión
cultu ral o lingüística, per o cada cu ltura la m od ela y la sitúa en plano s discursivos
24
Véase Reddy, 1997b,
posrevolucionaria, 1997a.
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y de acción pecul iares
2 5
. Esto hace que desde el punto de vista de su estudio
antro poló gico la materia básica sean estos planos discursivos. Ya la filosofía del
lenguaje nos pro po nía dirigirno s hacia los juicios de los sujetos e xpresad os en
su sent ido común, pues el los son la instancia de la apl icación conceptual
(Holguín sobre Wittgenstein, 1997: 69).
Lutz
y
W hite (1996) al po ner énfasis en la posibilidad de supe rar dicoto m ías
del sentido común incorporadas sin crít ica al análisis de las ciencias sociales
(mater ia l / idea l , p r ivado/pú bl ico , razón/em oción , cognic ión/afec to , ind iv iduo/
sociedad, etc.) invitan a dar prim acía a los aspectos co m unic ativo s y relaciónales
de la emo ción y a las dim ens ione s pú blicas y cognit ivas de la experiencia em o
cional, lo que le resta fuerza a la identificación de la em oc ión con lo irr acio nal.
También a nuest ra tendencia a en tender la emoción como una exper iencia in
te rna , p roducto de nuest ra concepción a l tamente ind iv idual i s ta de la persona
y de la motivación. La incorporación de la emoción en la etnografía va a per
mit i r recuperar lo que es importante para las personas en la vida diaria .
En síntesis, Reddy, co m o C. Lutz (1988), L. A bu -L ug ho d (1986 y 1990), U.
W ikan (1990) , C . St rauss y N. Qui nn , en t re m ucho s o t ros a n t ropó logos , se in
teresan por una conceptual ización de la experiencia emocional . Algunos subra
yan la crí t ica a la t radición antropológica, en especial al concepto de cul tura,
mientras otros real izan un rescate crí t ico al t iempo que incorporan conceptos
de otras t radiciones.
¿Existe una posibi l idad de intersección entre la antropología y las
neurociencias? Jean-Didier Vincent junto con Luc Ferry (2000) sost ienen que
las invest igaciones sobre el fun cion am iento del cerebro h um an o señalan q ue la
in terpre tac ión de l mundo reposa sobre un dúo apas ionado de sensib i l idad y
acció n, del cual el arte y el lenguaje so n la m ejor expr esión (V ince nt y Ferry, 2000:
195). El cerebro hace que el m un do sea percibido a t ravés de em ocion es con sen
t ido que son las que hacen que d ia logue m os con o t ros y con noso t ros m ism os.
Esa característ ica de nuestra conformación neurológica es compart ida con los
vertebrados que ya muestran una relación fluctuante entre el cuerpo y el me
dio. Se const i tuyen así como sujetos y no como máquinas reflejas, con dimen-
25
La antropología feminista ha trabajado en los últimos decenios el tema
de la relación entre cultura
y
emoción, en especial Benedictine Grima (1992),
Lila Abu-Lughold y Catherine Lutz (1986 y 1988, respectivamente),
y
Lutz y
Abu-Lughold (eds.,
1990).
Su campo com ún de énfasis ha sido el análisis del
habla emocional.
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s iones corpora les , ex t racorpora les
y
t e m p o r a l e s
2 6
. El hombre, sin embargo, se
diferencia de los otros verte brad os en que t iene autoc oncien cia, se-recono ce. El
sentimiento es el reflejo de la conciencia de su cuerpo
y
de su con dición de su
jeto, lo que se expresa en el lenguaje.
Por el lenguaje el hombre no t iene simplemente emoción, como los otros
ver tebrados , s ino pas ión . La d is t inc ión en t re emoción y pasión les permite a
Vincent y Ferry in t roduc i r la diferencia e ntre em ocio nes ord inarias y p r i m o r
diales. Las primeras son aquellas que describen los textos de psicología en es
pecial desde William lames {The Principies of Psychology, 1890) y cuyo carácter
adapta t ivo y com unic at ivo fuera resal tado por D arw in {The Expression ofth e
Ém otions in M an and Animáis, 1965
27
) . Las emociones primordiales son apenas
deseo, placer y aversión. El lenguaje las na rra y las vuelve pasione s: "En raison
de ses pass ions l 'homme n est pas un an im al" (Vincent y Ferry, op. cit.: 199).
Así, e l fun dam ento de las pasiones h um an as es la posibi l idad sensible de nues
tro cerebro, cuyos productos sensibles están dest inados a otros seres también
sensibles que los reciben . La sensibi lidad, es decir , la capac idad de exp erim en
tar el sufr imiento y la alegría , son nue stras m oda lidad es pr im eras co m o seres
en el m un d o y ellas se vinculan indisoc iablem ente
a
la inteligibilidad . N i in teli
gibi l idad pur a ni inst into sensible pur o existen,
n
ue s la unid ad de la conciencia
los v incula .
La
asociac ión en t re acc ión
y
rep resen tac ión
se
aseg ura al lí .
La
refo rm ulac ión del viejo lem a cartesia no sería enton ces , "Je suis parce q ue je suis
e m ú et parce q ue tu le sais {ioia.: 111),
Género y crimen pasional
Desde finales de los año s setenta, los estu dios de género h an a firm ado qu e
"hombre" y "mujer" no pueden ser asumidos como obje tos na tura les s ino que
son predominantemente const rucc iones cu l tura les , p roductos de procesos so-
ciaies ^Ortner y W niten eau ,
1981,/.
Genero, sexuai iuad y reproducción son sím
bo los ca rgados de significado por cada soc iedad en cu es tión {ibid. y véase
Strathern, 1981, en O r t n e r y W hite he ad , 1981: 167-168). La feno m eno log ía del
26
Lo corporal es un espacio de com unicación generado por neuronas y
hormonas; lo extracorporal es el mundo que el sujeto explora por medio de
los sentidos; y lo temporal es la historia del sujeto {ibid.: 193-197).
2
7 Cb RDarwn The Txtsrecdnn ofthe Fmntions in Man nnd nimnh
V^>11.
1\, L- ül
W i l l ,
1 li e
l ^ , A . L / I C j J l U l l
L/J l Lt,
i - i l l l U l l U l l j
lf l
¿ V í l i l l ÍA ílíA r í l l l l l l U l j ^
Chicago: University of Chicago Press, 1965.
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crim en pasiona l coloca en prim er plan o las relaciones de género y rem ite al sis
tema moral , simbólico y de relaciones que l iga hombres y mujeres en una esca
la de jerarquías y los v incula en u n in tercam bio de negociaciones .
Mari t Melhuus en su estudio sobre una comunidad rural mexicana propo
ne que el género es un vehículo a través del cual se expresa la mor alida d (M elhuu s,
1997:180, en H owell ( ed.) , 1997). Existen en esa co m un id ad , dice, do s órd en es sim
bólicos: en un o el mayo r valor lo tiene lo ma sculino que co ndiciona lo femenino
y es ar t iculado a través de relaciones de do m inac ión. En el otro sucede lo op ues
to ;
lo femenino es visto com o co ntine nte d e lo mas culino y se revaloriza lo feme
nino. En el pr im ero, la virginidad y la cast idad ap un tan a una c oncepción de la
vir tud femenina com o derecho m ascu lino de precedencia sobre la sexualidad fe
m enin a. En el segun do, la vir tud femenina vincula y cubre con su ho no r la hon ra
ma sculin a y la de sus familias. La m ujer n o sólo es m ed iad ora en tre los hom br es ,
sino que "representa un a am enaza p ara el ho m bre en la medida en que sus accio
nes inciden en la reputación masc ulina revelando la precarieda d de la mas culini
da d" (M elhu us, op. cit .: 179, trad uc ció n m ía del inglés).
En esta sociedad rural mexicana la v io lencia explota cuando e l honor
mascul ino es a tacado, teniendo con mucha f recuencia la cast idad femenina
como punto focal . La tensión implíci ta en la categorización de la mujer como
ser mo ral , pero tam bién pote ncia lm ente inm oral , revela la amb igüed ad del s is
tem a. Al t iem po que valoriza la cast idad fem enina, la mujer sólo es adulta co m o
madre , como sexualmente act iva . La ambivalencia se sobrepasa con e l valor
otorgad o a la m aternida d en tendida com o un gran suf r imiento , s imbo l izado en
el culto de la Virgen M aría, m ad re su fr iente y asexu ada.
Vale la pena examinar e l argumento de Melhuus para indagar por su u t i
l idad heuríst ica en el contexto que aquí interesa. Melhuus af irma que las rela
c iones dent ro del mismo sexo aparecen a l mismo t iempo como cont ingentes e
ind epe ndie ntes de las intersexuales. En un caso, la categoría de las mu jeres está
asociada a la decencia y tam bié n a su potencial indecen cia; la de los ho m br es es
un cont inuum de mayor a menor hombr ía que, s in embargo, puede ser cont i
nu am en te d iscut ido . La mayo r prueb a de la mascul in idad es la femenidad que
t iene adscr i ta , haciend o de la categor ía femenina un p un to cent ra l co m pa r t ido
por los órdenes simbólicos masculino y femenino. Melhuus enfat iza lo que sig
nif ica esto como inscripción negativa de lo femenino y como relación de poder
del ho m br e sobre la mujer . Tamb ién el uso de la violencia co m o forma par t icu
lar de autoaf i rmación mascul ina asociada a nociones de dominio sexual . Por
ot ro lado, la feminidad pued e ser auto con tenid a y revalor izada de m ane ra reía-
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t ivamente independiente. Pero lo que es importante para este estudio es no caer
en el reduccionismo de estrechar la comprensión de la violencia al reducir la a
una manifestación más del poder masculino. Por el lo es preciso profundizar en
la ir rupc ión de acciones de violencia c om o un desenlace potencial del conflicto
inherente a las jeraquías y los órdenes simbólicos y a la inscr ipción de lo mas
culin o en lo fem enino . Para m uch as vert ientes analí t icas el pu nt o crucial all í es
el del honor masculino.
Los estudios actuales sobre el honor en la relación hombre-mujer prosi
guen en buena medida los real izados en los años cincuenta y sesenta sobre el
ho n or en las sociedades m edite rráne as po r J.G. Perist iany, J. Pi t t -Rivers, J. Ca ro
Baroja y P Bo urdie u, entre otro s (Perist iany (ed .) , 1966).
Ya
en ellos se enfatizó
el tema del conflicto entre legalidad y honor, es decir, entre violencia para de
fender el ho no r y su proh ibició n legal. Tam bién la presión qu e implica p ara las
personas el que la conducta deshonrosa de alguien (especialmente si es mujer)
vulnere el honor del grupo, puesto que éste es compart ido por el grupo {ibid. :
30-35).
Numerosos estudios en América Latina enfocaron el tema del honor en
la relación de género, bien desde el punto de vista histór ico, bien etnográfico.
En Colombia sobresale la ant ropóloga Virginia Gut iér rez de Pineda con sus
influyentes estudios sobre la famil ia colombiana real izados entre los años se
senta y noventa, y su investigación específica sobre el honor en una región de
Colombia (Gutiérrez de Pineda, 1965 y 1985).
Honra y honor se encuentran como referentes expl icat ivos en Mor te em
fam ilia de M ariza C orrea (1983) y en M oreira , Ribeiro y Co sta (1992, en Oliveira
Costa y Bruschini (eds.), 1992) para la violencia conyugal en Brasil. Lo discuten
Daniel le Andail lon y Guita Debert para analizar procesos judiciales de cr íme
nes pasionales (1987). Lía Zan otta M ach ado y María Tereza Bossi de M agalháes
(1999) plantean que el manejo social de la traición femenina oscila entre ser
blanco del chisme y el humor, o convert irse en tragedia, ambos inscri tos en el
códig o de "honra". El t rabajo de tesis de Luzania Ro drigues Barreto m ues tra la
exaltación de la hon ra en textos periodíst icos de diar ios sensacion alistas en Sal
vador de Bahía. Éstos construyen una interpretación de la violencia urbana, en
especial de la violencia p asiona l , dir igida esp ecialm ente hacia y con el m ater ial
de los sectores de bajos ingresos de Salvador, en donde la inscripción de la hon
ra masculina en la femenina es recurrente (Rodrigues Barreto, 1994).
Los códigos morales del honor y su vínculo con la violencia y la sexuali
dad han sido trabajados en estudios histór icos en América Latina como el de
Natal ia Catal ina León sobre ma tr im on io y violencia conyugal en Cuen ca, Ecua-
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1
1,1 C A
dor, en el s iglo XVIII . La autora toma como eje fundamental el honor, como
ideal y co m o prá ctica, en tre dis tinto s sectores sociales, pue s es allí do nd e se plas
man "las asimetrías de poder entre mujeres y hombres" (León, 1997: vii) . Sex,
Sha me an d Violence. The Faces of Ho nor in Colonial Latin A merica es el títu lo de
la reciente compilación sobre el tema realizada por Lyman Johnson y Sonya
Lipsett-Rivera (1998). El l ibro destaca el ho no r, no c om o u n sis tema ex tern o de
normas , s ino como par te del ser mismo de las personas en aquel las cul turas
basadas en el honor y sugiere su cont inuidad his tór ico-cul tural en América
Latina (véase en Colombia, Rodríguez, en prensa). Este énfasis en la especifici
dad his tór ico-cul tural de los códigos morales basados en el honor permite in
t roducir una discus ión sobre la problemát ica de es tudio al rededor de la
pregu nta, ¿qué tan vigente cu l turalm ente es el código de ho no r o en qué sent i
do lo es? ¿Puede comprenderse bajo esa óptica el cr imen pasional en socieda
des com o las actuales brasileña y colombiana? Sólo abo rdaré estas preg unta s con
de ten im ien to en los capítulos III y IV Basta por aho ra d estacar la tensión inhe
rente a las relaciones entre h om br e y mu jer c om o locus do nd e se aloja el núcleo
de la violencia. Por esta tensión es posible tal vez comprender tanto aspectos
muy generalizados en dist intas sociedades, como aquellos más específ icos, so
cial e históricamente si tuados. Ese camino nos l leva no sólo a destacar la ten
sión dentro de la relaciones de pareja sino a situarla en sus aspectos interactivos
y relaciónales.
Puede p ropo nerse de ma ner a prov is ional , que la tens ión de las relaciones
heterosexuales res ide en la interdependencia de los órdenes s imból icos y
relaciónales. Es decir , en el hecho de que el hombre t iene que convivir con el
dilema de una supuesta naturaleza ambigua de la mujer y, sobre todo, con su
capacidad de incidir en su repu tación de ntro del gru po social (Melh uus,
op.
cit.).
También en la fragil idad de la identidad masculina que precisa de permanente
constatación y demostración (Badinter , 1993; Bourdieu, 2000). Volveré luego
sobre la propuesta de que la contención de lo masculino en lo femenino es in
tr ínse cam en te conflictiva (Segato, 1999, en S uárez y Ban deira (eds.) , 1999). M i
remos ahora los relatos sobre los crímenes pasionales.
(45¡
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