Cortando Estrellas Volumen 1

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María Alexandrina Muñiz de Ruiz Cortando estrellas vol. I

María Alexandrina Muñiz de Ruiz

Cortando estrellas

Volumen I

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María Alexandrina Muñiz de Ruiz Cortando estrellas vol. I

PRÓLOGO I

Tú, que hoy tomas éste libro en tus manos, ¿te has detenido alguna vez en tu camino a observar el maravilloso proceso del nacimiento de una rosa?, ¿la importancia de la tierra en que se siembra el brote del tallo, la salida de las hojas que darán cuna al botón, el lento desplegar de la flor, hasta que llega a la plenitud de su belleza?...

Pues a mí me tocó la suerte de presenciar, durante algunos años éste proceso que comparo al de una rosa.

Buena tierra, desde luego, regada con fidelidad, ternura, bondad y eclosión de juventud temprana en una inspiración poética, que iría creciendo de manera sorprendente y desplegándose en rimas de belleza y armonía.

Eso fue el trayecto que viví con mi queridísima hermana María Alexandrina, hasta que nuestros destinos tomaron rumbos diferentes.

Ojalá que después de saborear la hondura de esa poesía clá- sica y delicada, levantes los ojos al cielo en una noche obscura y tachonada de estrellas y se te antoje volar hacia el infinito y cortar algunas de ellas:

Estrellas de inocencia, de ternura de cariño y de dolor, que no dejan de brillar en el firmamento de nuestra existencia, y que eso te invite a pasar por el mundo sembrando amor a Dios y a los hombres.

María Cristina Muñiz García Peláez

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Mi madre es una persona excepcional, honrada e íntegra... de lo que ya no hay.

PRÓLOGO II

Yo sé que no es común que se tengan dos prólogos para un mismo libro, pero realmente en esta ocasión sería simplemente imposible que yo me callara.

Es importante que el lector sepa que las poesías que se seleccionaron para este libro representan lo mejor de la obra de mi madre.

En ellas se refleja la historia de su vida: sus anhelos, sus ilusiones, sus esperanzas, alegrías y tristezas todo escrito a través de la gran espiritualidad que la caracteriza.

Para quienes la conocemos de cerca no necesitamos ver las fechas para saber a que etapa de su vida corresponde cada poesía. Aun cuando no escribe se adivina el porqué...

No es una lectura fácil pues en algunos casos puede resultar muy mística y difícil de entender. Pero en cada pá- rrafo se podrá observar la claridad y fluidez de su inspiración reflejada en una perfecta forma de rima.

El lector podrá identificarse con diferentes estados de ánimo y encontrará consuelo y esperanza a través de es- tos poemas que tienen como fondo común la fe y el amor a Dios.

Sin embargo más que hablar del libro, creo oportuno hablar un poco de la autora.

Mi madre es una persona excepcional, honrada e íntegra... de lo que ya no hay.

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Es sencilla, tiene una admirable cultura, es ingenua y cuenta con un gran sentido del humor que ocasionalmente se opaca por los problemas y tristezas que le hemos causado sus hijos, llevándola entonces a profundas depresiones.

Toda su vida la ha dedicado a dar amor a todos los que la rodean. Las personas que la conocen la tienen por santa y refleja, cuando habla, una luz muy especial a todos los que la oyen.

Su vida han sido sus hijos y con su dedicación lo ha demostrado. Ha tenido una sabiduría muy especial para ser ejemplo y guía de cada uno de nosotros.

Ha sido grandemente admirada por la firmeza de sus convicciones y por ser inflexible en sus valores; por donde pasa va desprendiendo amor.

A nombre de todos sus hijos, sobrinos y nietos quiero dar gracias a Dios por haberla dejado entre nosotros, después de una gravedad cuando su corazón se enfermó de dolor y cansado estuvo a punto de dejar de latir para siempre.

Esto nos ha permitido reorientar el sentido de nues- tras vidas, unirnos más y retomar su ejemplo para seguir adelante y al mismo tiempo poder cumplir su sueño: Editar su libro de poesías.

Ma. Cristina Ruiz Muñiz

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Dedicatoria A mis padres, a México y España, a mi marido, a mis hijos, a mis nietos y bisnieto, a mis hermanas y parientes, a mis amigos entrañables, a todos los que sufren y a todo el que quiera buscar a Dios en la sencillez de un poe-

A mis queridos lectores:

En estas páginas que reflejan las diferentes etapas de mi vida, y en las que se puede contemplar mi desarrollo emocional y humano y donde se traslucen mis raíces hispano- mexicanas hay un mensaje y un ideal espiritual:

Siempre soñé tener la dicha de hacer correr mis sentimientos hacia los demás para llevarles lo que Dios me dio gratuitamente para entregarlo a todos.

Expreso mi profunda gratitud a mi hijo José María, gracias a su bondad y empeño fue posible dar a luz estas poesías.

A mi hija Lucía que, con su lealtad y paciencia me ayudó en la formación de este libro.

Con gran amor y ternura

Ma. Alexandrina

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Contemplación

‘‘Cantaré al amor por el bien que ha hecho;

y entonaré un himno de alabanza al Dios altísimo’’

He visto la magnífica belleza que existe en el caer de la cascada y he escuchado con líricos arrobos el bullir rumoroso de sus aguas, que al caer de la altura hasta el abismo se tornan en tupida red de plata, la cual cubre la tersa superficie del cristal do sus aguas se descargan.

He escuchado la dulce melodía que modula del ave la garganta y el cálido sonido de sus notas que, cuando en dulces trinos se desgranan, parecen el caer de ricas perlas que en hilo de cristal van engarzadas tomando en el espacio una invisible musical y sonora filigrana.

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Me he acercado de la flor a los pétalos por percibir su esencia perfumada y he querido del néctar de su cáliz probar las mil dulzuras y fragancias que entre sus hojas recelosa esconde

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ni del ave las dulces melodías, ni el caer majestuoso de las aguas podrán tener jamás el raro encanto que encierra una oración en sus palabras: hechizos que con místicos arrobos embelesan y enamoran a las almas.

Pues tiene la oración de un pecho honrado la grandiosa belleza de las aguas, del cántico del ave la armonía, de la flor la purísima fragancia, de la estrella el fulgor y el claro brillo, y además las esencias perfumadas que se elevan hasta El Dios Omnipotente en constantes y eternas alabanzas.

Yo quiero infundirle a mi poesía encantos de dulcísima plegaria, que aunque cante las bellezas de la tierra o el sentimiento místico del alma lleve siempre de oración el sello y el sabor de ardentísima alabanza y suba, de mi pecho enamorado, hasta Aquél que estos versos me inspirara.

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y como virginal tesoro guarda con miedo a que la brisa se lo lleve cuando se acerca para acariciarla.

He mirado los pálidos fulgores de la estrella que brilla en lontananza y he admirado de sus bellas luces el inquieto titilar, que con mágicas chispas de diamantes el negro manto del ancho firmamento engalana, hasta bordar en él raro dibujo con lentejuelas de bruñida plata.

He escuchado de la santa ermita el sonoro tañer de la campana y los coros incesantes de oraciones que suben hasta el cielo desde el alma; oraciones que llevan el perfume del amor, de la fe y de la esperanza y elévanse hasta el trono del Altísimo con incienso de mística fragancia.

Y ni el pálido fulgor de la estrella, ni de la flor la esencia perfumada,

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Cortando estrellas

Surge la luna clara en la noche, brilla su rostro y en un derroche de refulgencias y claridad, el cielo muestra todo un tesoro de estrellas blancas, que son el lloro de la nostálgica inmensidad.

Ven, musa mía, vamos al cielo cortando estrellas que en su fulgor, adorno presten para tu velo y a mi alma denle luces de anhelo con la caricia de un resplandor.

¡Ven!, deja el mundo con sus errores,

sigue mis pasos que, ellos al fin, van encauzados a aquellas flores

que allá en la altura, de resplandores,

fingen ser lirios de áureo jardín.

Ven, musa mía, no tengas miedo que entre las ondas del aire ledo

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y con encajes de bruma y tul, haré un carruaje de ricas galas, el que del viento veloz en alas ha de llevarnos hasta el azul.

El cielo es cúmulo de armonía

no es obra de hombre, sino de Dios;

es el Parnaso de tu poesía, tiene la llave de la alegría que un día soñamos hallar las dos. Es como el trono de la grandeza,

es basto reino de excelsitud;

entre el misterio de su belleza está escondida con sutileza de un Dios perfecto la magnitud.

Ven, musa mía, llenas de amores

vamos al cielo cortando flores

que al repartirlas entre las dos, no sean adorno para tu velo ni den a mi alma ningún señuelo… pues de Dios vienen, ¡sean para Dios!

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¿Por qué sufres, Princesita? ¿Por qué llorando has estado? ¿Por qué tus ojos nenita, de obscuro azul se han cercado?

¿Es acaso que su Alteza padece del corazón? ¿Es que encierra en su cabeza alguna loca ilusión?

Sí, tu faz me indica eso es que cruelmente te ha herido ese chiquillo travieso que denominan: Cupido.

Con su flecha envenenada

traspasó tu corazón, y has quedado enamorada… ¡y has perdido la razón!

Mas no te aflijas Princesa,

que nadie de amor se muere, cruel enfermedad es esa, que no mata pero hiere.

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La princesita enamorada

Princesa de bellos ojos, de cabello ensortijado la de los labios muy rojos y de cutis nacarado.

La de manos marfilinas

como el color de los cirios,

que son tan suaves y finas

como dos pálidos lirios.

La de risa de cristal con ecos de cascabel, que es tan dulce cual la miel ¡que se liba del panal!

La de cuerpo escultural con el porte majestuoso, la del pie de talla real,… ¡no le hay más chico ni hermoso!

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El Amor es un niñito con dardos para jugar, tiene un ojo tapadito y alitas para volar.

Entre las flores se esconde

y en la fuente de cristal su blanca mano es de conde, su piececito es ducal.

Sin conocer su poder

apunta al que se le antoja;

del corazón puede hacer… ¡un clavel que se deshoja!

Abolengos no valora, tampoco clases sociales: lo mismo al pobre enamora que a miembros de casas reales.

Mas quiero que me respondas,

¡oh, bella y graciosa flor!,

¿qué sería de este mundo si no existiera el Amor?

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A Jesús

Señor, esta mañana viniste a visitar- me, temblando emocionada, te dije mi do- lor, y Tú dulce amor mío, quisiste consolar- me como sólo Tú sabes: con infinito amor.

Señor, esta mañana, cuando estaba contigo, sentí hondos deseos de amarte y de llorar, de hacerme toda tuya, de hacerte todo mío, y estar siempre así unidos, en dulce intimidad.

Señor, esta mañana, cuando estaba a ti unida,

me sentí tan pequeña y débil cual la flor

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Quisiera

De la vela el candelabro no quisiera ser, Señor, pues aspiro a ser la llama que sólo arda por tu amor.

Del altar el mármol duro, no quiero ser ante Ti, yo he de ser sagrario puro para que mores Tú en mí.

De la custodia el pie frío, no quisiera parecerte, pues prefiero, Jesús mío,

Señor, esta mañana ante tu altar postrada te pedí me dejaras en tu pecho llorar, pues me siento sin fuerzas, tan triste y tan cansada que sólo tus caricias me pueden ya curar.

Señor, esta mañana, cuando había de marcharme

y pedí que fundieras tu vida con mi vida, tu alma con mi alma, tu Amor con mi amor.

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te pregunté bajito si habrás de retornar; si volverás muy pronto de nuevo a consolarme…

y a enjugar mis ojos cansados de llorar. mil veces antes la muerte.

No quiero ser como el lirio que agoniza lentamente, yo ansío ser como el cirio que alumbra constantemente. Como una nube de incienso quiero elevarme a tu altar, sin permitir que el perfume se me llegue a evaporar.

Y del órgano las voces arrancar yo desearía, porque así mi vida entera con cantos te alabaría.

Como campana sonora quiero que sea mi oración, porque la campana llora y llora mi corazón.

Más que nada yo quisiera que permitieras, Señor, que ardiente dardo me hiriera

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para abrasarme en tu Amor.

Y quedando así a Ti unida con dulces y fuertes lazos,

pasaré al fin de mi vida

de la muerte hasta tus brazos.

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y de nieve cada hojita.

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He soñado que yo era…

He soñado que yo era dulce como la paloma, que canta a la primavera cuando al cielo el sol asoma.

He soñado que yo era clara como la fontana, que presta luz de su espejo cuando ríe la mañana.

He soñado que yo era blanca como la alborada, que da al cielo resplandores de belleza nacarada.

He soñado que yo era pura como la azucena, que pasa el rocío y respeta su blancura de patena.

He soñado que yo era nívea como margarita, que tiene el corazón de oro

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nívea, clara, bella y tierna; ¡sueño ha sido de locura!

He soñado que yo era dulce, bella, frágil, pura,

Pues, diré como el poeta, fue tan sólo una ilusión, preciso es tomar en cuenta ¡que los sueños, sueños son!

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El cantar de los amores

-soneto-

He querido rimar cantos de amores y del cielo he juntado las estrellas,

del jardín florecillas, que son bellas por su miel, su tersura, sus olores.

Al arroyo copiele su murmullo, de la brisa tomé el dulce canto, del rocío las perlas de su llanto y palomas prestáronme su arrullo.

Yo del sol he tomado los destellos, de la nieve las albas vestiduras, de los cisnes lo suave de sus cuellos,

y una vez que junté mil hermosuras, ya rimé el “Cantar de los amores”.

Y del iris los suaves resplandores;

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Rebeldía

¿por qué yo te he de ofender? Si Tú sólo me ofreciste misericordia y amor, ¿por qué un poco de dolor que me mandas por mi bien, lo contemplo con desdén, lo rechazo con horror?

¿Por qué, Señor, me rebelo mis tristezas a sufrir, si lo que nos lleva al cielo no es el goce del vivir? ¿Por qué miro con recelo de mis penas la amargura, si no hay más dulce dulzura en el pasar de los días, que estas negras penas mías que son fuente de ventura?

¿Por qué si Tú padeciste, no he yo de padecer? Si por mí tu vida diste,

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se desgaja por tu amor, ¿por qué yo, dulce Señor, te pido borres mi pena? ¡Y… eso que quiero ser buena, y no hay bondad sin dolor! Más, ahora arrepentida te ofrezco mi amado dueño abrazar toda mi vida de la cruz el duro leño. Con el alma adolorida a tus pies estoy de hinojos,

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y en sus gorjeos te adora; y si la brisa levanta su oración encantadora; y si la campana santa te repica con amor, ¿por qué yo vil pecador debiéndote tantas cosas, tan sólo espinas de rosas puedo ofrecer en tu honor?

Y si el pájaro te canta

Y si la fuente murmura un salmo con alegría; y si la azucena pura te perfuma noche y día; y si hasta la roca, dura

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y están llorando mis ojos pues al amar el sufrir deseosa estoy de sentir de las penas los abrojos. El cáliz de la amargura quiero sonriendo tomar quiero sentir la ventura de servirte en el penar. Y con bella vestidura blanqueada por el dolor, seré digna de tu amor, y entonces… seré ya buena, pues no espinas, azucenas, he de ofrecer en tu honor. ¿Por qué, Señor, me rebelo mis tristezas a sufrir, si lo que nos lleva al cielo no es el goce del vivir?

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Descorriéndose el negro velo, ciega estuve de locura, ya comprendí la ventura de amar gozosa el dolor, puesto que él tiene, Señor, de las mieles la dulzura.

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La partida

por los que mucho se quieren; es hora de angustias llena, de tristezas y de penas que al alma sin piedad hieren.

¡Oh, cuán triste es la partida! esa hora tan temida

y tu mirada en la mía; cuando al decir el “adiós”, que nos separe a los dos, sientas penas de agonía…

Mañana, cuando temprano pongas tu mano en mi mano,

¡No quiero que llores nena!,

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pues mataríame la pena de ver tu llanto brotar, que como líquidas perlas estoy seguro, que al verlas, impediríanme marchar. Vendrá la dulce paloma cuando la aurora se asoma y quedo te he de decir: que no te olvido y te quiero, que ya sin verte me muero y por ti quiero vivir.

La luz que con tus destellos iris pone en tus cabellos mi amor te hará recordar y tejerá una corona a tu frente de madona,

Las rosas de tus jardines los claveles, los jazmines

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nívea como flor de azahar.

y de tu reja las flores te harán pensar en que un día bordaron la celosía,

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teatro, de nuestros amores.

El céfiro murmurante

lleva esencia penetrante

de la flor de mi cariño,

y te besará en las sienes, que blancas y suaves tienes como las sienes de un niño.

La clarísima fontana en su cristal, de mañana,

reflejará tu carita;

y te dirá, de amor loca, por su boca, que es mi boca, que me encanta tu boquita.

Las ligeras golondrinas con sus notas cristalinas te harán salir del sopor, de ese sueño que soñabas que soñando tú me amabas, como en un sueño de amor.

Y las gotas del rocío

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para unirnos a los dos.

harán por encargo mío, a tu cuello escultural, un collar de bellas perlas, que en tu cuello quiero verlas como presente nupcial La estrella de la esperanza que brilla allá en lontananza, cuida siempre de mirar, porque estaré siempre en ella diciéndote que eres bella y amándote sin cesar.

Pero si quieres que unida quede tu vida a mi vida en estrechísimo abrazo, y si quieres que tu alma atada quede a mi alma con indisoluble lazo…

Cuando toque la campana en la iglesita cercana y te eleves hacia Dios, entonces, tus oraciones serán fuertes eslabones

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Momentos poéticos

Momentos naturales de encantos ideales que al alma del poeta supiste inspirar, ¡misterios de la vida de gozo sois caudales, sois prenda inestimable, sois dicha convertida en gloria de la inquieta dulzura de soñar!

¡Poéticos momentos de clásicos acentos recuerdos poderosos que invitan a gozar,

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secretos delicados que al alma dais contentos: sois loca fantasía tejida en los soñados rincones silenciosos, que encuéntranse al azar!

que antójanse vivir; tenéis grandes poderes de hacer de mi poesía un álbum de canciones, un nido de quereres con frases soñadoras que forja mi sentir!

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¡Momentos de alegría que, plenos de armonía sin duda sois las horas

¡Momentos con dulzura de cálida ternura, efluvios inefables de amor y de calor; sabeis de los gloriosos instantes de hermosura

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¡Momentos de tristeza con célica grandeza que encierra la amargura más dulce del vivir; teneis fuertes sabores de amor y de pureza, tesoros infinitos de místicos valores que enseñan la dulzura de amar y de sufrir!

en donde el alma goza placeres silenciosos y dichas incontables tan ricas en amor!

¡Momentos naturales de encantos ideales, que el alma al concebiros se goza en sonreír! ¡Sois vida de mi vida, hechizos musicales! ¡Poéticos instantes!, ¡tesoros de mi lira! ¡Sentiros es gozaros, amaros es vivir!

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Contrición

Madre la más amorosa, Madre la más afligida, para ser la más piadosa fuiste por Dios escogida.

Madre de Dios, Madre mía, Reina augusta de bondad, el Señor te nombró un día Madre de la humanidad.

Madre del santo entre santos, Madre del Hijo más fuerte, fueron mis pecados tantos que le di con ellos muerte.

Por mis infames maldades

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martirizado le viste por mis culpas y frialdades en el huerto estuvo triste.

Por mi olvido y mis errores contemplaste a tu Hijo amado padecer crueles dolores en un madero clavado.

Por mi amor únicamente quedose en la Eucaristía, y espera con ansia ardiente le reciba cada día.

En la triste soledad de los sagrarios reposa y ansía el Dios de bondad que vuele hacia Él gozosa.

Fue mi ingratitud inmensa

para el Dios de tus amores;

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fueron mis desvíos y ofensas la causa de sus dolores.

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Y con las culpas mortales que cometí a cada instante, te clavé siete puñales en tu corazón amante. ¡Perdona tú mi torpeza!, pues me hiere sin piedad una profunda tristeza al recordar mi maldad.

Llora mi alma de pena porque se halla arrepentida… ¡te prometo ser ya buena para el Hijo de su vida!

Madre la más amorosa, Madre la más santa y pura, Tú, que eres tierna y piadosa Olvida ya mi locura.

Dile a tu Hijo que le quiero, que deseo siempre adorarle, dile que de amor me muero y he de vivir para amarle.

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Dile que Él es mi alegría dile que Él es mi consuelo y suspiro por el día en que le vea en el cielo.

Dile que amorosa ansío quedar siempre ante Él postrada, dile que Él es el bien mío, y estoy de Él enamorada.

Dile al Jesús de mi vida que llorando de dolor, quiero cerrarle la herida que fue abierta por mi amor.

Dile en fin, que el alma entera

le doy junto con mi vida, que haga de ellas… ¡lo que quiera! pues mi amor es sin medida.

Que sean mis lágrimas perlas para adornar tu corona y que me diga Él, al verlas, que me ama y me perdona.

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Eres madre, tú de fijo,

la más dulce, santa y pía, por eso, junto con tu Hijo, ¡perdóname, Madre mía!

Madre la más afligida

¡Oh Virgen de los Dolores!, deja que cierre tu herida enmendando mis errores.

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Virgen María

Virgen María, tierna paloma, suave armonía, dulce alegría, vaso de aroma.

Eres hermosa buena y sencilla ¡Virgen gloriosa!, eres graciosa

flor sin mancilla.

Casta doncella pura y lozana eres más bella Tú, que la estrella

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Mística rosa, linda princesa, brisa armoniosa, luz deliciosa, sol de belleza.

Tú, la alegría; y eres consuelo aquí en el suelo del alma mía.

de la mañana.

Eres del cielo

Es tu grandeza, Virgen María, toda pureza toda belleza… ¡Tú eres poesía!

¡Oh Virgen pura!, sonriendo mira que a tu dulzura con gran ternura canta mi lira.

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Ofrendas pastoriles

I Eres risa y eres llanto, eres sol y eres lucero eres Tú todo mi encanto y eres Tú lo que más quiero. Por tu gracia, tus delicias y miradas amorosas, te ofrezco con mis caricias, una corona de rosas. Como ofrenda a tu belleza hoy te traigo, Jesusito, flores para tu cabeza, para tu frente: un besito.

II Soy un pobre pastorcillo que ha venido de muy lejos,

a traerte un corderillo tres palomos, dos conejos y un ramito de tomillo.

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que me encanto, me embeleso y en mi alma hay tal ventura que llorando de ternura te doy la vida en un beso.

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yo sólo te puedo amar; ¡toma mi corazoncito!

y del viento los rigores han herido el rostro mío;

Al mirarte, te confieso,

III Yo nada puedo ofrecerte porque soy muy pobrecito más, he venido yo a verte porque te amo, Jesusito. yo no te traigo paloma ni conejo o corderito, ni tengo hierba de aroma que venirte a regalar,

IV Jesusito: yo del frío he sentido los temblores

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De los hielos los puñales mis piecitos han sangrado… ¡cuántas veces he llorado al sentir dolores tales! Hoy a obsequiarte he venido un blanco vellón de oveja para que con él te teja tu santa Madre un vestido.

V Soy, Jesús, la pastorcita que del campo en los verdores cuida siempre una ovejita

Por traerte mi cariño y un poco de miel de abeja he dejado dulce Niño,

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mientras juega con las flores.

campo, flores y hasta oveja.

Ahora, Amor de mis amores, ya se va tu pastorcita ha hacer coronas de flores mientras cuida a su ovejita.

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pan hecho de flor de harina que está rico y calientito, lo sé, porque a la cocina entré a probar un poquito.

Dicen, y yo lo confieso, que soy malo y tan travieso que a todos hago enfadar, mas por Ti voy a cambiar, sello el pacto con un beso.

VI Te traigo, lindo niñito

VII Muy temprano esta mañana, cuando aún brillaba el lucero y ya el sol, con luz de grana, iluminaba el sendero y enrojecía el horizonte, salí corriendo hacia el monte para atrapar un jilguero que del bosque en el lindero, oí trinar y cantar y aquí le traigo gozoso para que diga amoroso lo mucho que te sé amar.

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florecita del collado, agua clara de arroyuelo! Dos tortolitas graciosas te traigo, con mi cariño, para que ellas amorosas arrullen a mi Dios Niño. Duerme ya, que por Ti velo, duerme Amor recién nacido, duerme carita de cielo

duerme mientras yo te cuido;

en mis brazos permanece que por Ti siento embelesos, ríe mientras te adormece el arrullo de mis besos.

VIII ¡Rayito de sol dorado, lucerito de mi cielo,

IX Una estrella blanca y pura me guió con sus reflejos

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y he tenido la ventura de llegar, aunque de lejos, a contemplar tu hermosura. Tú sabes que nada tengo, pobre soy, muy pobrecita, pero a traerte yo vengo una linda coronita tejida con mis cabellos, que es mi único tesoro, pues me han dicho que son bellos y brillantes como el oro.

X Por cantos angelicales que se escuchan desde el cielo han venido los zagales a adorarte con anhelo. Hay quien trae oro en tu honor, hay quien con ofrendas viene y este pobre zagalillo te ofrece su ardiente amor, su honda y su caramillo porque es todo lo que tiene.

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XI Jesusito, Jesús mío, la campiña está nevada, y hace tanto, tanto frío… que creí morir helada. Te traigo pobre presente, que lo aceptes yo te ruego, es un ramito de espliego para que arome el ambiente. Qué de angustias he pasado por venir a visitarte mas, hoy, que estoy a tu lado ¡no habrá quien de mí te aparte!

XII El último yo he llegado mas, el retraso proviene por un gorrión colorado… él toda la culpa tiene. ¿Mira que llegar sin nada?… Y… eso que he tardado tanto de tristeza ya bañada mi zamarra está con llanto. Cruzaba yo la pradera

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y de sonoro cantar;

volando en loca carrera para venirte a obsequiar, un precioso gorrioncito de pecho coloradito

sonreía yo contento y de pronto… ¡qué te cuento!, escapose la avecilla de la pequeña cestilla y marchose con el viento… Mas corro ahora a buscarla, volveré muy pronto aquí y si consigo atraparla, ¡ya sabes que es para Ti!

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La poesía

Es la poesía fuente de encantos, es la belleza hecha canción: es la alegría, es la amargura, es la esperanza, es el amor.

es de la tierra aroma y flor, es en el ángel goce y plegaria, es en el hombre llanto y canción.

Es de los cielos música bella,

Es la poesía risa en el niño, es en la madre un tierno amor, es en la noche sombra y estrella, es en la aurora luz y arrebol.

sutil fragancia es en la flor, es en la brisa beso y arrullo,

Es en el ave su dulce canto,

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es en el agua mágico son.

Es la poesía gema escondida sagrada joya de gran valor para encontrarla sólo hace falta abrir las puertas del corazón.

Mientras el niño ría con la madre y ésta le arrulle con tierno amor, mientras el cielo tenga una estrella y tras las sombras alumbre el sol.

Mientras el ave module trinos

mientras perfumes tenga la flor,

mientras la brisa corra ligera y el agua entone bella canción.

Mientras contrastes haya en la tierra, haya alegría y haya dolor; mientras el alma tenga esperanzas y sienta angustias el corazón.

Mientras un pecho arda en anhelos y como fuego sienta el amor,

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habrá poesía, habrá bellezas, habrá poetas e inspiración. Es la poesía canto sublime,

himno inspirado por el amor;

y es para aquellos que amarla saben luz en el alma y el corazón.

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Inocente pecadora

bañaba en luces rojizas; cuando serenas las aves en sus niditos dormían y cerrábanse las flores y refrescaba la brisa, un ángel puro e ingenuo, una candorosa niña, una inocente criatura que seis años contaría, traspasaba presurosa el umbral de la iglesita.

Una tarde de verano cuando ya el sol trasponía las montañas y el celaje

Eran sus lindos cabellos del color de las espigas, azules como de cielo sus infantiles pupilas

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y blancas, suaves, hermosas, sus pequeñas manecitas. tan pura como azucena, graciosa, cual golondrina, transparente como el agua y ligera, cual la brisa. Con el rubor de los ángeles coloreadas las mejillas, con la tristeza en el rostro y amargura en la sonrisa entró, con paso ligero, presurosa, decidida y corriendo, más que andando, llegó hasta la sacristía. En un gran sillón sentado y sin levantar la vista del deslucido breviario que con atención leía, hallábase un Padre anciano, cura de aquella iglesita.

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Era el señor cura un santo con ochenta años de vida, con la nieve en los cabellos,

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la bondad en la sonrisa, la ternura en la mirada

Con un poco de vergüenza entró la inocente niña, por la prisa sofocada y por la pena aturdida.

¡Padre!, exclamó bajito, tan bajo que no la oía, se atrevió a toser dos veces sin lograr ser atendida.

Escuche usted señor cura, repitió la vocecita, pero ¡nada!, aquel anciano

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no daba señas de vida; dio con el pie en una cómoda, hizo ruido con la silla y al ver que no la escuchaba acercose decidida a jalarle la sotana por ver si así la veía.

y una paciencia infinita.

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“Padre, ¿está usted dormido?”, el cura alzando la vista la miró con gran asombro y conteniendo la risa al notar a la pequeña como amapola encendida, díjole en tono amistoso: – “¿Eras tú la que tosía? ¡Vamos di de qué se trata! ¿Qué es lo que deseas, hijita?” Y serenándose un poco respondiole así la niña: –“Quiero confesarme padre.” –“¿Confesarte tú, chiquita? ¿Te has preparado, criatura? ¿Estás jugando, hija mía? –“¡Que no es juego le aseguro, ¡yo no sé decir mentiras!” –“Si es así, haz el examen

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–“Ya le hice” –“Pues ahora di tus culpas, hija mía.” –“Padre, me acuso que el pelo

y te confieso en seguida.”

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todas las noches me rizan.” –“Pero eso no es un pecado.” –“En usted no lo sería, mas yo lo hago por dar celos a mi hermana y a mi prima.” –¡Pues muy mal hecho, pequeña! ¡Eso es provocar la envidia!” –Acúsome de que admiro al espejo mi sonrisa.” –“Debes tratar de enmendarte y no ser tan presumida.” –“Me acuso que no estoy quieta y que me duermo en la misa y que toso y estornudo

por despertar a mi tía; que me peleo con mi hermana y que rezo mal y aprisa y que cuando me despiertan, pues… que me hago la dormida; y que me subo a los árboles a tirar piedras de arriba, y que me robo los nidos, y correteo a las gallinas y a los gallos los encierro,

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y hago a los pollos cosquillas;

y que me gusta hacer trampas si juego a las escondidas, pues me meto en la despensa

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y… salgo llena de almíbar; que me gustan más los cuentos que las clases aburridas y que a mis primos, por tontos, les birló las golosinas; y que al rezar por la noche al Niño Dios y a María, les prometo ser ya buena pero… ¡pronto se me olvida! ¡Ah!, y acúsome que guardo tres rabos de lagartija, pues echárselos pensaba a mi hermano en la camisa. Acúsome de estas culpas y las de toda mi vida, ¿son muy graves todas ellas?” –“Humm… no mucho, hijita mía.” –“¿Cree usted que Dios me perdone?” –“Pues si estás arrepentida… pero di ¿quién te ha mandado

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a confesar, hija mía? ¿Ha sido acaso tu madre, o tu hermana o tu prima?” –“Nadie sabe que he venido pues de puntas y a escondidas he salido de mi casa, cuando nadie me veía.” –“¿Por qué lo has hecho pequeña?” –“¿Quiere usted que se lo diga? Después de rezar anoche, cuando en mi cama dormía, tuve un sueño ¡ay tan triste…!” –“Pero, ¿estás llorando, niña?” –“Pues soñé que Jesusito, el buen Jesús de mi vida suspiraba de tristeza, lloraba a lágrima viva porque yo, con mis pecados y mis faltas, le ofendía. ¿Llorar Jesús por mi culpa? ¿Causarle yo más heridas? ¡Eso nunca, lo prometo! Pues de pena moriría.” –“¡Vamos!, enjuga esas lágrimas

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y sécate esas mejillas.” –“¿Padre, me habrá perdonado?”

–“¿Por supuesto, no te aflija

esa duda, ¡te perdona!, porque estás arrepentida.” –“¿Quedará mi alma blanca?” –“¡Blanca como palomita!” –“¿Y me amará como le amo?” –“¡Mil veces más todavía!” –“Entonces ya estoy contenta.” –“¡Que Dios tu gozo bendiga! ¡Bien, y este arrepentimiento a ver si no se te olvida!” –“¿Olvidárseme? ¡Ya nunca…! ¡Yo no sé decir mentiras!” –“Rezarás en penitencia, con fe, tres Aves Marías, y ahora: Ego te absuelvo…” –“¿Cómo ha dicho Padre? -“Hijita, que en nombre de Dios te absuelvo, ¡y, anda en paz, pequeña mía!”

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Una tarde de verano cuando agonizaba el día,

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un ángel puro e ingenuo, una candorosa niña, una inocente criatura que seis abriles tenía, con infantil entusiasmo

No había en su rostro amargura que oscureciera su risa, ni una nube de tristeza le nublaba las pupilas, era su expresión serena y tan dulce su carita, que, al venerable anciano que de lejos la veía, de los ojos escapósele una lágrima furtiva y con paternal ternura, ¡es un ángel!, se decía.

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y una confianza infinita del umbral del viejo templo alegremente salía.

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Cuando de paz y consuelo me llenaste tiernamente y era mi fe cual estrella que con luces diamantinas

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Dolor fecundo

Señor: Cuando Tú, con indulgencia alegrabas mi existencia y me diste dulces horas de alegría y de valor. Cuando dichoso gozaba

de tu infinita clemencia y en un mar de goces lleno mi barquilla navegaba entre arreboles de auroras entonces… ¡Te amé, Señor!

me colmaste de dulzor;

Cuando de luces, clemente, diste a mi alma un torrente y con promesas divinas

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iluminaba mi cielo, entonces… ¡Te amé Señor!

Y hoy que triste y angustiado estoy sin fuerzas postrado, con indecibles torturas, en el lecho del dolor. Hoy que con tan cruel herida me encuentro atormentado, hoy que sufro este martirio y que pruebo de la vida la hiel de las amarguras, hoy… ¡También te amo, Señor!

Si cuando fuiste indulgente y me dabas un torrente de esperanzas y contentos

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te amé con dulce amor; hoy que me ahoga la pena, hoy que sufro inmensamente y la noche de mi vida está de tinieblas llena por causa de mis tormentos hoy… ¡También te amo, Señor!

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Sublime unión

pues en él fijó su trono el Soberano del cielo.

Mi corazón, antes triste hoy palpita de contento,

Cuán bueno sois, Jesús mío, de entregaros por completo al alma que a vos se acerca en el dulce Sacramento.

¡Cuánto os amo, Dios Bendito!, ¡cuánto os amo, Padre tierno!, al contemplar que amoroso habeis llegado a mi pecho para haceros todo mío y entregaros a mí entero, para tomar mis tristezas en celestiales contentos, dar a mis grandes frialdades las calenturas del fuego,

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Para que las bellas flores

¡Si Tú sabes que hoy te amo!

que en santo fuego me inflamo

y me consume el anhelo

de tu ardientísimo amor;

que con dulzura profunda dueño mío te proclamo, pues de aquella fácil vida plena en goces y consuelo hoy has hecho una fecunda existencia en el dolor.

exhalen ricos olores sus pétalos tersos, suaves, es preciso macerar. Así has, Señor, con mi vida, macérala con dolores para que dulces perfumes broten siempre por la herida que aunque me inmoles, Tú sabes no te dejaré de amar.

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y en el mío fijad el Cielo,

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Sed, Vos, mi único encanto, reinad en mi pensamiento y aceptadme como esclava que por Dueño yo os acepto. Sed por siempre todo mío que yo toda os pertenezco, fuera de Vos nada busco, lejos de Vos nada quiero. Sea Vuestro Corazón santo de mis delicias el centro y de mí no os aparteis que Vuestra presencia anhelo, pues la Gloria, siendo gloria, sin Vos para nada quiero. En Vuestro pecho escondedme

porque es, sin duda, la Gloria donde poneis Vuestro reino. Vuestra Voluntad, ansío cumplir en todo momento, porque es mi Cielo en la Tierra, y dicha mayor no encuentro, que cumplir siempre amorosa vuestros divinos deseos. calmar mis locos afanes, cumplir mis santos anhelos, llenar mi alma de gracias, de claridades mi pecho y aún darme un anticipo

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Por siempre a Vos me consagro, para siempre a Vos me entrego y ahora que sois de mi vida y de mis sentidos Dueño, conservadme en Vuestra gracia y después… ¡llevadme al cielo!

de las delicias del cielo. ¡Qué dicha tan inefable es la que da el poseeros!, ¡qué celestiales dulzuras!, ¡qué esprituales contentos! En mi corazón había un vivísimo deseo de amaros vehementemente y de arder en vuestro fuego. ¡Y hoy habeis, Señor, colmado mi más encendido anhelo! Siento que en mi viviente hoguera habeis tocado mi pecho y me consume la llama de un amor santo, inmenso. ¡Sí, os amo, Jesús mío!, un grande amor por Vos siento y en prueba de mi cariño para siempre a Vos me entrego.

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En el jardín de un monasterio -pintura hablada-

Ante tanta belleza se alza inquieta, del cielo a las purísimas regiones, el alma, siempre loca, del poeta, siempre llena de sueños e ilusiones.

I Agoniza la tarde lentamente. En el jardín del viejo monasterio la hora del crepúsculo sonriente llega, sublime, grandiosa, más que nunca cargada de misterio, más que nunca luminosa, más llena de bellezas, más pura en poesía, más que nunca intensa en tristezas y mágica armonía, más vibrante en rumores, más henchida de dulzuras, de purísimos aromas y frescuras, más que nunca con místicos sabores.

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vuela el pájaro a su nido para rezar la oración vespertina, que al brotar de su pecho agradecido se torna en armoniosa sonatina. III La brisa mece amorosa el tomillo que aromas da al ambiente,

II El astro rey extiende sus fulgores que de oro y fuego tiñen, con primores, del patio la cruz de piedra, donde anidan los pájaros cantores

y crece la frondosa y fresca hiedra; se eleva con donosura de la fuente el surtidor, cuyo hilillo sutil y transparente esparce grata frescura y murmura alegremente

el canto de su rumor; la flor sobre el frágil tallo, dobla la bella y pálida corola como si herida de mortal desmayo quedara cuando el sol la deja sola;

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el perfumado arrayán, la mimosa, el gran ciprés que está junto a la fuente y la retama olorosa; la madreselva que cubre los muros, la tímida violeta, los jazmines, la blanca rosa y los lirios puros que crecen del convento en los confines. Plantas y flores al moverse airosas forman, con una dulce melodía, un concierto de célica armonía cuyas notas deliciosas, por la brisa en los ámbitos regadas, se dejan escuchar más cadenciosas, ¡más que nunca concertadas!

IV Tórnase fresco el ambiente, el aire suave, aromado, y del sol el disco resplandeciente vuélvese rojo y dorado. La tarde desfallece a cada instante y del astro, cuyo brillo es deslumbrante, los postreros resplandores envuelven el paisaje agonizante,

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aunque lleno de colores: Digno lienzo trazado por la mano ¡del Artista, Pintor entre pintores, Del Señor, entre reyes, Soberano!

V Las seis en el reloj del sol ya marcan. Dan las baldosas dorados reflejos que al austero claustro en luz abarcan y a los arcos, salpicados de azulejos, con festón luminoso de oro enmarcan. La campana da el toque sonoro que a los monjes congrega a la oración y van cantando los Kyries a coro por el claustro al desfilar en procesión; deja el órgano oír su armonía que es consuelo, es vida y es encanto y al alma del justo da alegría y al pecador arrepentido, llanto. VI Baja el sol por el espacio acercándose al poniente y sus rayos fulgurantes de topacio

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se ocultan lentamente. Mientras tanto en el ambiente, para velar la belleza, flota el velo del misterio y se palpa una mística tristeza en el jardín del viejo monasterio.

VII Ante tanta grandeza se alza inquieta del cielo a las purísimas regiones, el alma, ahora muda del poeta, que, henchida de emociones, vibra con la ansiedad secreta que en las almas produce la hermosura y belleza, que Dios puso en Natura. Y quisiera elevar los corazones de toda humana criatura para que en todo lo bello alabasen al Creador, pues es todo de su Amor y su bondad un destello. ¡Oh Artífice Divino, que coloras con encanto sin par las dulces horas

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en que a dormir dispónese Natura. Tú, el que das a las fuentes sus murmullos, a las flores perfumes y tersura, a los pájaros sus trinos y arrullos, a las brisas caricias y frescura; Tú, el que al sol dotaste con destellos que al convento bañaran con belleza, Tú, Señor, el que hiciste los más bellos paisajes que posee naturaleza! Tú, en fin, ¡oh Señor de los Señores!, eres quien con tu mano poderosa, has llenado de místicos sabores la agonía de la tarde religiosa. Y eres Tú el que das a mi poesía los temas, con sus frases tan sencillas, que alabanzas serán del alma mía, a Ti, ¡Divino Autor de maravillas!

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Amanecer

I Despunta el alba, y del ancho cielo, no ha mucho engalanado con estrellas se esfuma poco a poco el negro velo y la noche, juntamente con aquellas que formaran en sus tules filigrana, retírase al llegar de la mañana la luz resplandeciente, majestuosa y potente. Las sombras se disipan, y la aurora con sus tintes de grana el celaje colora, y el cielo matiza; ya es de mañana; ya surge por oriente el sol con sus fulgores de topacio subiendo lentamente por los ámbitos celestes del espacio. Y sus rayos que son vivificantes, despiertan a la vida nuevamente a natura, que durmiente,

-pintura hablada-

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sin su luz y calor estaba antes. II Se eleva el sol con majestad y el mundo, por la noche dormido despierta del sopor denso y profundo en que estaba sumido. Y ya la naturaleza, a manera de cándida princesa, se viste y engalana con los bellos y mágicos ropajes que le da la mañana; y llena de sus mil paisajes de luz y armonía, se dispone a entonar la bella y rumorosa sinfonía que suele preludiar cuando sale el sol y nace el día.

III Es de día. La multitud de flores que alfombran la pradera y brindan a los céfiros olores, al beso que les da la luz primera se abren con rubores

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y coronan sus purísimas frentes las del rocío gotas transparentes; desde los altos nidos entonan todas las aves una gama deliciosa de sonidos brotando de sus gargantas escalas bellas de trinos suaves y desplegando sus alas vuelan del nido enseguida, con la esperanza y contento de encontrar el tan deseado sustento que ha de guardarles la vida; las brisas rumorosas acarician las frondas olorosas, y juegan con las aguas cristalinas, y mecen a las flores primorosas, y corren presurosas perdiéndose por valles y colinas; y hacen llegar a las aldeas vecinas el continuo tañer de la campana de la ermita lejana, las aguas transparentes de los arroyos y ríos, de los regatos y fuentes,

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corren y bajan con bríos bañando traviesamente las piedras y florecillas que crecen en sus orillas; y elévanse del agua hasta los cielos esos húmedos vapores que a las plantas dan consuelos y a la tierra dan vigores

IV En los campos y en los prados cubiertos de rocíos y verdores, y con bellísimas flores profusamente adornados, los becerrillos graciosos con los blancos y alegres recentales triscan saltando nerviosos, juguetean traviesos y joviales. Los cerros y las cañadas, los valles y las colinas, recogen las dulcísimas tonadas que, con notas peregrinas, de la gaita del pastor son arrancadas: tonadas que le inspiran sus amores

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y le piden sus quereres, tonadas en que canta sus placeres y en que llora sus dolores; que son suaves, cadenciosas y arrancadas por sus manos vigorosas de la gaita, van cayendo dulcemente para unirse concertadas con las notas melodiosas e inspiradas que preludia alegremente la naturaleza entera, en la inmensa y rumorosa sinfonía que se deja escuchar suave, hechicera, cuando sale el sol y nace el día.

V Se muestra el sol con regios esplendores y llena con sus luces el paisaje de múltiples colores y sus rayos, saetas poderosas se filtran por las ramas y el follaje del bosque en las umbrías rumorosas, para tejer un encaje de luces y de sombras caprichosas.

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VI El mundo ha despertado y ya la bella natura con regias joyas se ha engalanado de luz, vida y hermosura, y todo dice alegría y todo siente vigores, doquier hay luz y colores y en todo bulle armonía. Todo sonríe a la vida y canta a la existencia alegremente y del mundo la carrera inadvertida sigue su curso implacable, callada y tranquilamente, como siempre grandiosa, imperturbable.

VII Podrá llegar la noche con su velo para envolver al mundo y en un sopor profundo sumir la tierra, y podrá del cielo bordar el ancho manto con estrellas que al fin vendrá envuelta en gasas bellas y sutiles la aurora,

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y con su luz radiante, seductora y sus tintas de grana, disipará las sombras imponentes y entre fulgores potentes hará llegar la mañana. A su llegada la Naturaleza, por la noche dormida llena en sus mil paisajes de belleza despertará a la vida. Y plena de amor y de alegría entonará con notas cadenciosas la inmensa y rumorosa sinfonía que parece, con frases amorosas, decir constantemente: “¡Gloria al Señor y Dios Omnipotente, que quiso de la noche hacer el día!”

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Desencanto

¡Qué noche la de ayer tan deliciosa!, fue feliz para mí, oh, dulce amada, porque estuve a tu lado muchas horas y pude contemplar tu linda cara. Más hermosa que nunca te veían mis ojos, que de Ti no se apartaban, y lo que la emoción y la ternura me impedían expresarte con palabras, lo que expresaron, de manera elocuente, mis ojos con dulcísimas miradas. Qué noche la de ayer tan deliciosa… noche más bella… ¡nunca la soñara! Caminábamos juntos por el parque y tu mano en mi brazo se apoyaba, esa mano de blancuras de azucena y temblores de paloma enamorada, esa mano en la que puse con un beso mi vida, mis amores y mi alma. ¡Cuán hermosa te pude ver anoche!, ¡qué expresión tan feliz tenía tu cara!, pareciéronme entonces tus pupilas

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más tranquilas y azules que las aguas, tus labios cual claveles encarnados, tus mejillas sedosas, nacaradas. Estabas tan hermosa, que las flores a tu paso gentil se deshojaban, la brisa te ofrecía sus aromas y sus besos de luz la luna clara. En eso, suspendimos el paseo y clavando en tu rostro una mirada, a la vez que mi mano temblorosa los rizos de tu frente acariciaba, me atreví a preguntar de tus amores y cuando a decir ibas que me amabas… ¡oh desencanto de mi triste sino!, toda la felicidad que yo soñara se acabó por completo y para siempre porque de ese sueño despertaba. ¡Sí, fue un sueño!, un dulcísimo sueño que terminó al llegar la mañana; sueño fue el que a mi lado te tuviera, sueño fue que tus ojos me miraran y sueño fue también, el que mis manos tu rubia cabecita acariciara. Y al despertar triste de mi sueño ví,

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que en vez de tu cabeza, acariciaba con amor infinito y gran ternura las plumas suavecitas de mi almohada.

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En mi Primera Comunión

Qué mañana más hermosa es la mañana de hoy: hoy, perfuma más la rosa, la vida es más deliciosa y yo… ¡cuán feliz estoy!

en que hiciera el alma mía su Primera Comunión.

Cuando la aurora llegaba envuelta en rayos de sol, cuando el día se acercaba y el cielo se engalanaba con girones de arrebol, desperté con alegría llena de dulce emoción

porque al fin llegara el día

Hoy, Jesús, eres mi dueño ¡toma de mí posesión!, pues no tengo más empeño

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y ha sido siempre mi ensueño el darte mi corazón.

Hoy que hasta él has venido por tu infinita bondad, con toda el alma te pido que dentro tu pecho herido me guardes de la maldad.

Enciéndeme en tus ardores y enamorame de Ti; yo te daré siempre flores y guardaré con amores las espinas para mí.

Consérvame siempre pura y aumenta en mí la virtud, y haz que siempre y con dulzura te consuele mi ternura de la humana ingratitud.

Deja que cierre esa herida que fuera abierta por mí, y que consagre mi vida

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a curarla arrepentida ya que fui yo quien la abrí.

Y en fin, se Tú mi encanto,

mi alegría y mi gozar, y que, amándote tanto, sea mi vida un dulce canto que te alabe sin cesar.

Que amarte sea mi destino con delirio y frenesí, y aparta, Dueño Divino, de mi vida y mi camino, lo que me aparte de Ti.

Hoy que todo a mí te has dado en el celestial festín, te ruego, Jesús amado, no me apartes de tu lado

y me guardes hasta el fin.

Y si algún día te ofendiera y te causara dolor recuerda que un día te diera

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el alma y la vida entera con un dulce y tierno amor.

Y entonces con alegría conseguirá tu perdón el recuerdo de este día en que hiciera el alma mía su Primera Comunión.

Qué mañana más hermosa es la mañana de hoy: hoy perfuma más la rosa, la vida es más deliciosa y yo… ¡cuán feliz estoy!

Pues soy un templo viviente en donde mora el Señor, y en mi corazón ardiente siento ya el fuego potente de su dulce y santo amor.

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Comprendiendo al despertar fue soñada mi ventura, con tristeza y amargura se puso mi alma a llorar.

Qué pena es la de vivir creyendo se ha conseguido el bien deseado y querido que no se ha de conseguir.

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Triste despertar

Soñé y hube de gozar un sueño tan delicado que yo nunca había soñado se pudiera así soñar.

Tan dichosa mi alma fue con lo que soñando estaba que cuando más yo gozaba de mi sueño desperté.

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Y qué dolor da pensar, cuando se ha despertado, que la dicha se ha esfumado y sólo queda… ¡llorar!

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¡Sí!, el Dios tres veces santo dijo: “¡Inmaculada y pura!”, y con celestial encanto lo repiten en su canto los ángeles de la altura.

Desde entonces con ternura se unen, oh, Madre amada,

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Inmaculada

flor de esencia inmaculada y de virginal pureza.

Virgen santa y agraciada, centro de toda belleza, luz de una eterna alborada,

De los ángeles hechizo eres, oh Virgen Sagrada, y el mismo Dios que te hizo tan pura y santa te quiso que te nombró: “¡Inmaculada!”

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el ángel y la criatura, la luz y la sombra obscura llamándote: ¡Inmaculada!

Y ensalzando el candor tuyo canta toda melodía, y todo lo que es arrullo y todo lo que es murmullo te nombra con alegría.

Y es tan pura tu grandeza y tan grande tu hermosura, que de ti beben pureza y de ti toman belleza los ángeles de la altura.

Es por eso Madre amada, que al admirar tu pureza, al nombrarte Inmaculada y al contemplarte nimbada con la luz de la grandeza, ante ti mi alma se humilla, se inclina ante ti mi frente y mi corazón de arcilla

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al mirarte sin mancilla te dice así dulcemente:

Bendita sea tu belleza Virgen santa y agraciada, y bendita tu grandeza, pues todo un Dios se embelesa al mirarte, Inmaculada.

Benditas sean tus virtudes y tus gracias infinitas, y en todas sus magnitudes tus grandes excelsitudes sean proclamadas: ¡Benditas!

¡Bendita Tú Madre mía, y bendita tu realeza, y deja que el alma mía diga siempre, y cada día: “¡Bendita sea tu Pureza!”

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y una vez que se encuentran ya reunidas se unen en un vuelo silenciosas, fundiendo, en una sola, sus dos vidas.

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Como dos mariposas

He visto los purísimos amores de dos blancas y bellas mariposas, que vuelan persiguiéndose amorosas y encuéntranse una a otra entre las flores.

Siempre van tras los mismos resplan- dores, vuelan siempre hacia las mismas rosas y en su vuelo se unen silenciosas diciendo, sin palabras, sus amores.

Así las almas puras que se aman cual las blancas y bellas mariposas se buscan, se persiguen, se reclaman…

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Tú, la que quisiste ufana ser la Reina del Pilar, acepta siempre reinar en la tierra castellana.

¡Reina en España, Señora, llévala en tu corazón!, y si al pueblo que te implora quieren herirle con saña, Tú diles: “¡Dejad a España, porque es de mi posesión!”

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ofrecimiento A la Sma. Virgen del Pilar

del cielo para fijar tu reino en la patria hispana.

Oh, Señora soberana que te dignaste bajar

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“Mulier ecce filius tuus. Deinde dicit

discípulo Ecce Mater tua”. (Joan, cap. XIX,

V)

A la Madre de España

Un día, un triste día en que el cielo se enlutaba lleno de melancolía, en que las voces del trueno hacían retemblar al mundo que estaba de pavor lleno y sentía un miedo profundo, en que los ángeles mismos al contemplar los abismos tenían temor y pena, se presenció una escena en las cumbres del Calvario,

I

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en el Gólgota sangriento… ¡En el más triste escenario que imagine el pensamiento!

Una escena con ternura impregnada de amargura en la que un Dios hecho hombre por todo un mundo moría, y en su última agonía de su Madre el santo nombre con dulzura repetía. Sí, Jesús el Nazareno el que es del cielo la Luz y el que da potencia al trueno era, el que de sangre lleno agonizaba en la Cruz.

Al pie del Hijo inmolado estaba la Madre amante que al mirarle agonizante y tan cruelmente llagado alzaba la blanca frente y con inmensa ansiedad clamaba al cielo piedad

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para su Hijo inocente. Y de la Virgen al lado y muy cerca de la cruz, Juan, el discípulo amado, contemplaba anonadado a su Maestro Jesús.

El Mártir se desangraba, acercábase el momento, la vida se le escapaba y a la Madre, que miraba, el rostro se le mudaba del horrible sufrimiento. La hora era llegada, los labios abrió el Señor y con ternura no hallada le dirigió una mirada a la Madre de su amor.

Mirola fijo, muy fijo… y con el alma afligida

al verla tan dolorida, miró a Juan, y después dijo a la Madre de su vida: “¡Madre he aquí a tu hijo!…”,

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luego al discípulo amado que le miraba angustiado: “¡He ahí a tu Madre…!”, le dijo.

¡La escena conmovió al cielo! Moría ya el Redentor y de miedo y desconsuelo por mitad rasgose el velo del gran Templo del Señor. Y a la Virgen Dolorosa, a la Madre que angustiada contemplara temblorosa, con el llanto en la mirada de su Hijo la Pasión, se le clavó una espada en mitad del corazón.

II

Otro día, glorioso día en que el astro rey brillaba y el cielo se engalanaba con singular alegría, en que sus alas el viento

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llevaba una melodía

de un suavísimo acento;

en que alegrábanse el mundo y el cielo, con un profundo y dulcísimo contento, repitiose aquella escena emotiva del Calvario ya no de tristeza llena ni en el trágico escenario del Gólgota, la montaña que presenció la Pasión, esta vez fue en España y en las tierras de Aragón.

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La Virgen Inmaculada Madre del Dios Inmortal, por ángeles transportada llegó a España y fue llevada en alma y carne mortal. La celestial Soberana quiso su reino fijar en Zaragoza y ufana a la tierra castellana se hizo con gloria llevar.

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Llegó la Virgen Sagrada hasta la patria elegida con esplendores de sol y al momento fue aclamada y con delirio querida por todo el pueblo español. Cerca del Ebro, gozosa,

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hizo su trono fijar y a esa raza gloriosa quiso dejarle amorosa un simbólico Pilar.

En el Cielo mientras tanto, miraba el cuadro su Hijo y esta vez no con quebranto, ni entre tristezas, ni llanto,

Esta vez no agonizante, ni pendiente de una cruz, ni llagado o vacilante, ni con el cuerpo sangrante, sino con gloria y con luz. La miró con regocijo, la vio entre luces de sol,

mirola fijo, muy fijo…

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escena conmovió al cielo y al mismo Dios conmovió, que viendo el goce y consuelo que había en el hispano suelo a su Madre así le habló: “Cuida a España, Madre mía, es tuya, yo te la he dado”, y a España con alegría le dijo: “Ama a María igual que yo la he amado.”

luego con gozo le dijo mirando al pueblo español: “¡Madre ahí tienes a tu hijo…!”, y al grandioso pueblo hispano el Redentor Soberano: “¡Esa es tu Madre…!”, le dijo.

Esta vez, oh Madre amada,

no fue una filosa espada

que hiriera tu corazón, pues fue una gema engarzada a tu corona sagrada de Reina de esta Nación.

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Que otra escena de más gloria, Virgen santa del Pilar no la registra la historia del castellano solar.

Y desde entonces María con voz que ni el llanto empaña te dice el pueblo de España: “¡Oh Madre, oh, madre mía!”, y Tú a él, con emoción, le dices con gran dulzura que es muestra de tu ternura: “¡Hijo de mi corazón!” Y cuando tu pueblo amado se ve en la tribulación se abandona a tu cuidado con esta dulce oración: ¡Madre mía, Virgen pura, Reina augusta del Pilar!, eres Tú vida y dulzura del castellano solar. ¡Oh, dulcísima Señora Reina de nuestra Nación!, mira al pueblo que te llora

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y que de hinojos te implora le extiendas tu protección. Cuida de España, María, que eres de España el encanto, y si la maldad impía la amenaza con espanto… ¡sálvala Tú, Madre mía, cubriéndola con tu manto! Guarda al noble pueblo ibero que te quiere con locura,

y si el monstruo negro y fiero

de la horrible desventura quisiera herirle con saña, Tú, escóndela en tu regazo y dile sin dilación: “Alto ahí, dejad a España, porque es España un pedazo de mi propio corazón!”

Homenaje a la Sma. Virgen del Pilar, con mo- tivo de su Coronación en México, el día 15 de octubre de 1944.

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Sé una dulce golondrina que vuele en pos de la luz y que saque toda espina a la cabeza divina del Nazareno en la cruz.

Sé como el agua traviesa

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A Beatriz

Quiero que sea, niña hermosa, de tu existencia el pasar: el perfume de una rosa, la tonada deliciosa de un sentido cantar.

Ten siempre de luz de día la radiante claridad, que ilumine y dé alegría y de la noche sombría disipe la obscuridad.

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y sé la blanca azucena que de amor y dicha llena se deshoje ante el altar.

Sé la lámpara serena que ilumine sin cesar;

Sé siempre en el hogar tuyo:

que ríe y sabe cantar, la que de correr no cesa y con sus espumas besa las flores que halla al pasar.

Sé cual suavísimo aroma de una flor primaveral; sé el canto de la paloma, sé la rosa que se asoma de la fuente en el cristal.

que acarician a la flor y en notas de suave acento dicen todo el sentimiento de su dulcísimo amor.

Sé cual la brisa y el viento

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un perfume y un cantar, una brisa, un murmullo y un ave que con su arrullo ahuyente todo pesar.

Y quiero en fin, niña hermosa,

Sé de tu hogar el encanto y azucena para Dios, y verás que todo llanto, tristeza, pena o quebranto disiparás de los dos.

Dales a todos tu vida sin dejarte, oh Beatriz, más que la ilusión querida y la dicha merecida de hacer a todos feliz.

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que tú tengas que vivir una vida laboriosa, que, por buena y generosa, haga a todos sonreir.

Quiero que sea, niña hermosa,

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de tu existencia el pasar: el perfume de una rosa, la tonada deliciosa de un sentido cantar.

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y alegre como los jilgueros;

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Visión divina

I

En la pequeña casita

del humilde carpintero

reina la paz de la Gloria

y la quietud de los cielos.

En Nazareth está oculto ese pedazo de Cielo como oculta está en la concha la perla que guarda dentro.

Es la casa diminuta como el botón del almendro, blanca cual copo de nieve limpia como el arroyuelo, sencilla como los lirios

le dan frescura las brisas, suaves perfumes los vientos,

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Calor y luces de aurora le da el Sol con sus destellos y la luna la ilumina con sus pálidos reflejos; es como un nido graciosa es bella, como un ensueño es un paraíso oculto la casa del carpintero: tan pequeñita y aseada tan alegre en su silencio que diríase los ángeles de la gloria la trajeron.

y las horas son momentos; y es la graciosa casita del humilde carpintero,

las flores mullida alfombra y es su techo el firmamento.

Allí es fácil la vida, el trabajar es un premio y mezclando las faenas cotidianas con el rezo, los días parecen horas

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un dulce nido de amores y místicos sentimientos, donde la noche no existe aunque la habita un lucero que más grande no lo hubo ni lo ha habido más pequeño: grande, porque es todo un Dios Rey de la tierra y el cielo, pequeño porque es un niño de ensortijados cabellos a quien los ángeles todos por contemplarlo y por verlo se arrodillan reverentes suspendiendo el raudo vuelo.

Habitan el dulce nido y moran bajo su techo, tres humildes personajes, José, que es carpintero: un pobre y buen artesano que trabaja con empeño por ganar honradamente

II

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el necesario sustento;

María, su dulce esposa

y la Madre del pequeño;

Jesús, un hermoso niño de ensortijados cabellos: más delicado que un lirio, más gracioso que un lucero, más puro que las palomas, más que los ángeles bello.

El padre en el día ejerce

su oficio de carpintero,

trabajando en su taller

humildísimo y estrecho;

y mientras trabaja labra trozos de toscos maderos, reza y al hermoso Niño contempla siempre en silencio.

La madre trabaja ufana, hace el quehacer con esmero y cuando lo acaba hila o teje algún blanco lienzo, a la vez que mira amante

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a su rubio pequeñuelo. El Niño cuenta seis años: es tan chiquito y tan tierno, que al correr parece un pájaro que ya inicia el primer vuelo; rubio es cual las espigas su ensortijado cabello, su sonrisa, dulce y bella y sus ojos de azul cielo tienen candor de paloma y un mirar dulce y sereno.

oye el cantar de la brisa, escucha el gemir del viento, contempla el jugar del agua y el reír del arroyuelo,

El niño de linda cara y ojos color de cielo, es tranquilo, apacible y sosegado en sus juegos: juguetea con las aves corta los lirios más bellos y los más hermosos nardos

para a su Madre ofrecerlos;

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pero su mayor encanto y su más vivo deseo es jugar con los pedazos burdos de toscos maderos que, en el taller de su padre, de la mesa caren al suelo.

La vida transcurre fácil

en casa del carpintero;

los días pasan aprisa entre faenas y rezos, y trabajando afanosos, mientras oran en silencio, sus humildes moradores ejerciendo el buen ejemplo se preparan santamente para días de sufrimiento.

III

Una tarde en la hora en que arrebólase el cielo,

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en que se cierran las flores y sosiéganse los vientos;

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en que las aves dirigen hacia el nido el raudo vuelo y en que la luz del crepúsculo toma colores de fuego se presencia una escena en casa del carpintero llena de amargas dulzuras e impregnada de amor tierno: en su taller está el Padre, trabajando con empeño y en un banquillo sentada, e hilando un blanco lienzo, está la Virgen María, mientras Jesús, el pequeño, muy cerquita de su Madre está sentado en el suelo, con sus manecitas unos trozos de madera.

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Gozoso y entretenido está el Niño con su juego y de pronto... se incorpora, alza los ojos al cielo, y su faz antes tranquila

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tórnanse la una radiante y el otro de un brillo intenso; coge entre sus manecitas dos pedazos de madero, los mira como inspirado y los cruza por enmedio; y al contemplar amoroso la cruz que formó con ellos,

la estrecha entre sus brazos, dulcemente, la oprime contra su pecho, la acerca hasta sus labios cubriéndola con sus besos, y suspira cual si su alma al ver la cruz de maderos tuviera entre vaguedades un triste presentimiento.

La Virgen que ha contemplado toda la escena en silencio deja el banquillo y el huso para acercarse al pequeño, y con toda la ternura de su corazón inmenso, se arrodilla junto al Niño,

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le mira con embeleso y le dice así amorosa: -‘‘¿Qué tienes, Jesús, mi cielo? ¿Por qué miras extasiado esos trozos de madero? ¿Por qué estrechas amoroso la cruz que has hecho con ellos, y di por qué, vida mía, la aprietas contra tu pecho y la llevas a tus labios cubriéndola con tus besos?’’ -‘‘Madre, esta cruz bendita es la cruz de mis anhelos y en ella moriré un día por salvar al mundo entero; por eso Madre, la abrazo, por eso Madre, la beso, por eso ves que amoroso en mis brazos la contemplo, pues esta cruz es la llave con que las puertas del cielo abriré para los hombres que a la cruz tengan afecto.’’ -‘‘Yo bien sé, lucero mío,

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de tu muerte los tormentos, yo bien sé que has de morir enclavado en un madero y es mi más grande tortura ese triste pensamiento, pero Tú... ¡no me lo digas, estrellita de mi cielo! Pero Tú, no me lo acuerdes... ¡porque siento que me muero! al oirlo de tus labios de carmín sangrantes pétalos. ‘‘-No quiero que sufras, Madre, que hacerte sufrir no intento, no quiero ver que tus ojos al mirar estos maderos lloren, con amargas lágrimas prematuros pensamientos; no sufras ya, Madre mía, seca tu llanto te ruego, y estréchame entre tus brazos para que me duerma en ellos, he jugado tanto, Madre... ¡que ya tengo mucho sueño! ‘‘-Ven acá, encanto mío,

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ven con tu Madre al momento, quiero darte, vida mía, mis caricias y mis besos; quiero darte mis amores, ¡oh, lirio fragante y tierno, ya que los hombres ingratos, en vez de ofrecerte pétalos, te han de dar duras espinas que sangren tu blanco cuerpo. Ven, y en mi corazón pon tu cabeza sin miedo y entre mis brazos descansa que yo velaré tu sueño. No temas nada, Bien mío, que contigo estoy, mi cielo; duerme pedazo de mi alma, que con su calor intenso te harán dormir mis caricias y el arrullo de mis besos.’’

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IV

El Niño ya se ha dormido. la Virgen vela su sueño

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y entre Jesús y María está la cruz de maderos. La tarde ya ha agonizado y la noche con su velo llega poco a poco y llena el mundo con su silencio. Todo es paz y es quietud en casa del carpintero y la estrella de la tarde aparece ya en el cielo; entre girones de sombras y un profundo silencio están la Madre y el Hijo unidos con lazo estrecho, y tan sólo se percibe tras las sombras y sosiegos: la faz celestial de un Niño que sonríe entre su sueño y el sollozar de una Virgen que le arrulla con sus besos. Él es el lirio del Valle, es Jesús el Nazareno; Ella es la Mística Rosa, Madre del Dios verdadero:

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Él es el Rey de la Gloria y Ella es la Reina del Cielo. En la pequeña casita del humilde carpintero, reina la paz de la Gloria y la quietud de los Cielos.

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Fuente de inspiración

¿Artistas, buscais belleza?; ¿poetas, buscais grandeza?, ¿buscais almas, el amor?, pues de esas gracias es fuente y las posee plenamente la gran Madre del Señor.

II

De una sin par hermosura es la Virgen santa y pura Madre del Dios Inmortal: más hermosa es que la estrella y la hace aún más bella su pureza sin igual.

Es prodigio de grandeza la purísima Princesa centro de gloria y virtud, y toda frente se humilla

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y todo ángel se arrodilla ante tanta excelsitud.

Manantial es de ternuras, es torrente de dulzuras

y abismo sin fin de amor;

y une un sentir generoso a un corazón amoroso la gran Madre del Señor.

En Ella, flor deliciosa,

en Ella, Virgen gloriosa, vuestras ansias saciarés; y a Ella de gracia llena, con el alma de amor plena, vuestra vida ofreceréis.

Tú, artista, pásala al lienzo, ofreciéndole el incienso de tu grande admiración; y tú, cántala poeta, y sus glorias interpreta mientras tengas corazón.

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Tú, alma, llévala dentro y que sea María el centro de tu amor y tu gozar; sus grandezas siempre admira y con celo ardiente aspira sus virtudes imitar.

¿Artistas, buscais belleza?; ¿poetas, buscais grandezas?, ¿buscais almas, perfección? Pues saciad vuestros anhelos en la Reina de los Cielos ¡que es fuente de inspiración!

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Fe aragonesa

Parada junto a la puerta de su casa en el umbral, está a su novio esperando con gran ansia la Pilar. Ella es una guapa moza, el es un hombre cabal, los dos son aragoneses y orgullosos de ello están. El mocito que la quiere y la supo conquistar, es soldado en Zaragoza y a despedirse ahora va de la chica, pues la patria le llama para pelear. La Pilar está muy triste porque a la guerra se va el mañico que ella quiere y con el que iba a casar, y ahora piensa, pobrecica, que puede no volver más.

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Mientras estos pensamientos abruman a la Pilar, llega por la veredica y se acerca hasta el umbral de la casita pequeña, su novio, el soldado Juan. A la moza se le alegra el rostro al verle llegar, y al verla, también al mozo se le ha alegrado la faz, y entre si ‘‘hablo o no hablo’’ y entre ‘‘¡qué pena me da!’’, se decide la muchacha al diálogo comenzar: -‘‘¿Por qué has tardado maño?, hace mucho rato ya que te esperaba con ansia, tardabas tanto en llegar... que yo pensé que algo malo te habría ocurrido quizá... ¿qué ocasionó tu retraso? dime que la culpa, Juan, no ha sido tuya... que es de otro.’’ -‘‘La culpa es mía, Pilar,

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mas si tardé un poquitico no ha sido maña por mal, que mi retraso proviene de que me fui a confesar, pues como voy a la guerra nunca por demás está que con Dios quede arreglado y en buen grado de amistad; y después de esto, fui, maña, hasta a la iglesia a rezar, a encenderle unas velicas y a despedirme además, por si luego ya no puedo, de la Virgen del Pilar; y le pedí a la Señora me guarde de todo mal y si he de morir, que muera como un héroe de verdad, lo mismico que se mueren los hombres de este lugar: como un español valiente y un aragonés leal. También le pedí a la Virgen que te guarde a ti, Pilar,

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para que cuando regrese, que acaso pronto será, nos podamos enseguida, y sin dilación, casar. Pero no llores, mañica, que tu Juan regresará, pues lo cuidará la Virgen de todo peligro y mal, y... acaso hasta te le traiga con gloria y fama... y quizás, con galardones e insignias de alto valor militar.

Pero no me había fijado

en lo guapica que estás, pues pareces una rosa

que en el florido rosal

hace gala de hermosura y de belleza sin par. Y qué pañolón de seda sobre las espaldas traes, y qué carica más linda tiene ahora mi Pilar, pero... mejor te verías si no lloraras ya más.’’

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-‘‘Cómo quieres, maño mío, que no llore este pesar, si no es para mí un soldado el que a la guerra se va, que es mi corazón entero el que se marcha a pelear; pero si tu me quieres mucho yo te quiero, maño, más y testigo es la Virgen de que mi amor es verdad y aunque de la guerra tardes mucho tiempo en regresar, yo te esperaré y te ofrezco no olvidarte jamás. Pero yo sé que te marchas a sufrir y a luchar y... ¡qué quieres, maño mío!, a mí eso me duele más... que si me quitan la vida poco a poco y sin piedad. Mas aunque mucho me duela el que vayas a pelear, mi patria es la que te llama y si a dar por ella vas

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tu vida y toda tu sangre, tu Pilar, ¡ay!, no será la que te detenga maño, si a España vas a salvar.’’ -‘‘¡Así me gusta que hables!, así te quiero yo más, ¡vivan las aragonesas que así se saben portar!, y sé valiente, mañica, que tu maño volverá con galardones e insignias y el grado de capitán. Me voy ya, que se hace tarde y mañana al despertar el alba por el Oriente tu mañico partirá. Adiós, mañica de mi alma.’’ -‘‘Que vuelvas muy pronto, Juan y la Santa Pilarica te libre de todo mal. Por mí no sufras mañico.’’ -‘‘Por mí no penes, Pilar, que no me asusta la guerra ni miedo alguno me da

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dar mi vida con mi sangre si a mi patria he de salvar. Te escribiré en cuanto pueda.’’ -‘‘¿De veras me escribirás? -‘‘De veras. -‘‘Pues yo te ofrezco a tus cartas contestar, y mientras tanto recuerda que tu mañica sabrá, como buena aragonesa, sufrir y al sufrir... ¡callar! -‘‘Adiós mañica querida.’’ -‘‘Hasta muy prontico, Juan.’’

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pero de fijo que él vuelve

y con gloria ha de llegar

II

Parada junto a la puerta de su casa en el umbral, viendo alejarse a su novio con pena está la Pilar. Él parte para la guerra, ella a él esperará,

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porque lleva sobre el pecho, no corazas de metal ni un escudo que le libre entre balas al pasar, es algo más pequeñito

y también más eficaz:

la medalla milagrosa de la Virgen del Pilar.

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dámelas ya, porque inquieta mi alma loca de poeta quiere, como tú, volar.

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Golondrina pasajera

Golondrina pasajera que siempre en pos de un anhelo cruzas el azul cielo en presurosa carrera. Golondrina, ave viajera que al volar rozas el suelo, escucha, ¡para tu vuelo!, ¡detén tu viaje y espera!

Préstame, oh ave, tus alas que yo te he dado las galas de mi lira en un cantar;

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Rojo y gualda

¡Salve, bandera noble y victoriosa!, sublime emblema de la patria mía,

de esa España que, grande, augusta y pía,

diérale al mundo raza tan gloriosa.

El rojo y gualda que luces airosa es oro rico y sangre de valía y es la sangre y no el oro, yo diría, la que al teñirte te hace majestuosa.

El rojo es sangre de tu pueblo ardiente,

el gualda es oro de tu gran riqueza, y con sangre es ganado heriocamente

el oro que te adorna; y nada extraña que con tal majestad y tal grandeza el digno emblema seas de mi España.

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Ave María

Dios te salve María, de gracia llena, eres entre las flores flor de pureza; es un cáliz tu alma donde se encuentran dulzuras y perfumes de rica escencia. El Señor es contigo, casta doncella, pues cifra sus delicias en Ti y encuentra encantos inefables en tus bellezas. Bendita seas entre las hijas de Eva, Tú, que eres en las sombras brillo de estrella, fulgor del sol naciente,

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luna serena. Y por siempre bendito y amado sea el fruto generoso de tu pureza.

Dulce y santa María, Virgen y Reina, el ángel te saluda y te contempla, pues Madre de Dios eres amante y tierna.

Por nosotros, Señora, a tu Hijo ruega, que somos pecadores y en esta tierra, que valle es de lágrimas y de miserias,

sufrimos aflicciones

y hondas tristezas. Apiádate, oh María, de nuestras penas ahora; y cuando llegue

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la hora postrera de nuestra dolorosa, triste existencia, hasta Ti nuestras almas con gozo lleva. Dios te salve, María, de gracia llena, ahora y por los siglos, ¡bendita seas!

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Elogio poético

I Al besar tus manos tan bellas y pálidas, sentí que mis labios con amor rozaban los pétalos tersos

de una flor sagrada, que con su perfume, de suave fragancia, mi beso y mis labios de aroma impregnara.

II

Bendigo esas manos hermosas y pálidas: manos hechiceras de artista, de hada, de ángel bondadoso,

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de mujer cristiana, manos primorosas que poseen la santa virtud de hermosear todo lo que palpan y donde se posan, y donde descansan dejan un perfume

de flor deshojada.

Manos afanosas que en todo trabajan: que hilan y bordan cosas delicadas; que pintan tapices hermosos y rasgan con límpidas notas las cuerdas del arpa; que expresan sus goces y sus cuitas cantan en las melodiosas y dulces escalas que del viejo piano al teclado arrancan.

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Manos que acarician, que curan, que calman, que alivian dolores y enjugan las lágrimas de aquellos que sufren tristezas amargas. Manos que sostienen, que guían y levantan, que al pobre socorren y al enfermo sanan; que unidas piadosas al cielo se alzan en muda actitud de santa plegaria: por los que padecen y sus penas callan y sufren, de alivio ya sin esperanzas; por los que de angustias tienen llena el alma, que a los ojos suben deshechas en lágrimas. Manos que interceden por las intenciones

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de todas las almas. Manos generosas: porque siempre ufanas para todos hacen, sirven y trabajan, y nunca de darse se apenan, se cansan; porque de hacer bien en silencio tratan, sin querer ser vistas ni ser alabadas.

Así son tus manos, por eso al besarlas aroman a mis labios sus ricas fragancias; por eso las beso como si besara los pétalos blancos

de una flor sagrada.

Manos hechiceras

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de artista, de hada, de ángel bondadoso, de mujer cristiana; aceptad mi beso, no como una ofrenda frívola y mundana que vuestros hechizos bellos ultrajara; sino como muestra de afecto, de un alma que vuestros encantos y virtudes ama, que os beso lo mismo que si yo besara las manos benditas de mi madre amada.

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Así es la vida...

Una rosa de pálidos colores abríase al llegar la luz del día era toda belleza y lozanía, era toda fragancia y toda amores.

Cuando el astro rey con sus fulgores el lejano horizonte trasponía, la rosa era ya, en su agonía, un puño de hojas secas sin olores.

efímero es el goce del vivir, pues deja, lo que deja en sus primores la rosa que la luz hubo de abrir: al nacer, bellezas mil y amores, recuerdos, hojas secas al morir.

Igual que son efímeras las flores

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Interpretación

Mirada penetrante que todo lo interpreta, mirada suplicante, esquiva y anhelante, sutil, fugaz, inquieta.

Mirada que se posa en todos los primores y va de rosa en rosa como una mariposa que vuela entre las flores.

Mirada que suspira en cada parpadear, en cada vez que mira y aquello que la inspira la hace suspirar.

Mirada que enamora

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cuando al mirar nos ciega, que encanta cuando llora, porque al llorar implora y al implorar se entrega.

Mirada transparente en donde el alma asoma, lo mismo que en la fuente se asoma dulcemente la cándida paloma.

Mirada encantadora, fugaz y vacilante, gentil y soñadora, esquiva y seductora, sutil y penetrante.

¿De quién es la mirada que así nos mira inquieta?, o es la suplicante de una enamorada, o es la penetrante mirada de un poeta.

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El vuelo de un ángel

las flores se cierran, igual que se apaga la luz de una estrella. Ha muerto la niña... murió cuando llega la aurora brillante y el alba risueña. Está en su camita

de flores cubierta, todas perfumadas y blancas como ella; su rostro está pálido cual pálida cera, sus ojos cerrados, su expresión serena, en cruz sobre el pecho

Ha muerto la niña tranquila y serena, igual que del campo

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sus manos pequeñas y a un lado inclinada su rubia cabeza. Parece dormida, no parece muerta y por la sonrisa que en sus labios juega, diríase que un sueña feliz la recrea. ¡Ha muerto la niña!... dicen las consejas que de boca en boca por el pueblo vuelan, que murió la pobre de pena y tristeza, o que fue su muerte porque muy enferma y débil estaba, o acaso porque era graciosa y bonita... tan bonita y bella que los malos hados la quisieran muerta para su desgracia...

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¡mienten las consejas! No murió la niña de pena o tristeza, ni ha muerto la pobre porque estaba enferma, ni ha sido su muerte porque era tan bella... ¡mienten esas fábulas que la gente inventa! Que la niña ha muerto porque su alma era tan pura, tan santa, tan noble y tan buena que a la niña en ángel bello convirtiera... Y sepan las gentes que historias inventan, que nunca han podido, de alguna manera, ¡ni podrán los ángeles vivir en la tierra!

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Burbujas de jabón

Un niño, de sonrisa noble y pura, juguetea con burbujas de jabón y ríe de alegría y de ilusión al mirar de su juego la hermosura.

Cuando están las burbujas en la altura a aprisionarlas va con emoción y al tocarlas... ¡oh triste decepción!, se rompe la sutil jabonadura.

que tienen a nuestra alma enamorada y al irlas a tocar... ¡oh decepción!, pues nos dejan tan sólo espuma...: ¡nada!

Somos los hombres como las criatu- ras que abrigamos la cándida ilusión de tocar y coger las mil venturas

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Madre admirable

Estaba la Virgen a su Hijo durmiendo, al niño gracioso de rubios cabellos, al Dios hecho hombre, al Jesús pequeño, al que entre sus brazos cuna le había hecho, cuando su grandeza y poder inmenso abarcar no pueden ni podrán los cielos. Estaba la Virgen a su Hijo durmiendo, y el niño soñaba con dulce sosiego.

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La Madre amantísima velaba su sueño y miraba estática, con santo embeleso, al que entre caricias de dulces acentos le decía amoroso: ¡‘‘Madre mía, te quiero’’! Y después de hablarle de su grande afecto, se echaba en sus brazos y le daba un beso.

Qué santos amores, qué dulces contentos los que inundaban el corazón tierno de la Madre Virgen; y qué sentimientos nacían en su alma tan puros y excelsos, cuando así le hablaba el que era su cielo, el que era su vida

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y su único dueño. Y cómo le amaba su alma en silencio; y cómo sufría con el pensamiento del trágico Gólgota y el duro madero; pero ella lloraba a solas su duelo y de sus tristezas guardaba el secreto; y sólo la Virgen descubría el misterio de sus hondas penas; cuando su pequeño dormía entre sus brazos tranquilo y sereno; y entonces dejaba correr el venero de sus amarguras y padecimientos, y entre arrullos suaves y ardorosos besos al Hijo de su alma

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le decía sonriendo: ‘‘Capullito blanco, perfumado y bello, estrellita clara que alumbras mi cielo: ¿Verdad que me quieres como yo te quiero?, ¿verdad, vida mía, que en tu dulce sueño miras el cariño que para Ti encierro?... ¿por eso sonríes cuando estás durmiendo?... y, ¿hay en tu carita alegría por eso?... ¡Oh, pálido lirio de sagrados pétalos!, si es esa la causa porque estás sonriendo, trocar yo quisiera tu vida en un sueño porque no probaras, del dolor intenso, las hieles atroces

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que yo estoy bebiendo y el cáliz amargo que, al cabo del tiempo, te dará la vida con sus sufrimientos. ¡Pobrecito mío, tan dulce y tan bueno!, oh, bien de mi vida, cuando te contemplo dormido en mis brazos y en la hora pienso en que con tristeza nos separaremos, me embargan el alma dolores intensos, angustias de muerte ahogan mi pecho y a mis ojos sube, dejándolos ciegos, el llanto que nace del padecimiento. Cuando de tu vida con el pensamiento veo los afanes,

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miro los desvelos y que muchos hombres en pago de ellos te han de dar la muerte y un martirio cruento, me mata la pena y, ¡ay!... desfallezco llena de mortales estremecimientos: Te veo caminando por triste sendero, lleno de dolores y de sangre lleno; los ojos divinos mirando hacia el suelo, en cruz sobre el hombro un tosco madero y sobre los bucles de suave cabello, corona de espinas tu frente ciñendo. Después, con los ojos del alma, contemplo,

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que con fiera saña

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te clavan los miembros sobre la dureza del áspero leño; te miro sangrante, llagado y sediento, expuesto a las turbas como infame reo y después de tantos dolores acervos, Tú, que eres la vida y de mi alma el cielo te miro, de angustia traspasada, muerto... ¡Muerto mi Jesús, mi único consuelo!, ¡el dulce amor mío por los hombres muerto!... con estas tristezas me ahogo... ¡me muero!’’ De la pobre Madre al pensar en ésto, llegaba la pena hasta lo supremo, y estrechando al Niño

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a su amante pecho, como si temiese por siempre perderlo, con ternura inmensa le seguía diciendo: ‘‘Mas ahora, mi vida, conmigo te tengo, aún eres mío, aún no te pierdo; aún en mis brazos duermes sin recelos y es tu tierna infancia

flor que se va abriendo...

¿que yo sufro mucho?, sí, mucho... ¡es cierto!, pero eso, ¡no importa!, si Tú, mi lucero, aún bebes las mieles que te da mi afecto.’’

‘‘Capullito blanco, perfumado y bello; estrellita clara que alumbras mi cielo:

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¿Verdad que me quieres como yo te quiero?... Duerme hijito mío, goza de tu sueño, disfruta estas horas de santos contentos... ¿mi pena?, ¡no importa!, que mi sufrimiento es menos amargo y es más llevadero, si Tú, encanto mío, en dulces ensueños, sonríes ignorando lo que yo padezco. Duérmase mi niño, mi vida y mi dueño; duérmase el capullo aromado y tierno que arrullen las brisas con su canto bello, al que es mi alegría siendo mi tormento.’’

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Y hablando así al niño,

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la Virgen, sonriendo, ahogaba las lágrimas dentro de su pecho; y con admirable y heroico silencio, cuidaba amorosa del Dios verdadero.

Estaba la Virgen a su hijo durmiendo y el niño soñaba con dulce sosiego; y por contemplar el idilio tierno, las cantantes brisas guardaron silencio, las aves graciosas pararon su vuelo,

las cándidas flores

su cáliz abrieron, y arriba la luna, la estrella y lucero, sobre madre e hijo con amor pusieron

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de sus bellas luces

los tenues reflejos.

Y una voz divina venida del cielo, decía con palabras de dulces acentos: ‘‘¡Oh, Madre admirable!’’, y entre mil arpegios de suaves murmullos, formose un concierto del cual aún se escuchan, por tierra y por cielo, de sus bellas notas los límpidos ecos. ‘‘¡Oh, Madre Admirable del Dios verdadero... Madre incomparable del amor supremo!’’

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que alumbrais el cielo; bellas mariposas, mares y arroyuelos,

florecillas blancas

Amor verdadero

Decidme avecillas que cruzais el viento; estrellitas claras

de aromados pétalos; nubes azuladas,

ancho firmamento: espumas de encaje, perfumados céfiros,

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¿Hay algo más grande que un amor sincero, que es correspondido con el mismo afecto?

¡Sí, hay algo más grande!... dijeron a un tiempo espumas de encaje, ancho firmamento, nubes azuladas, perfumados céfiros, forecillas blancas, mares y arroyuelos, bellas mariposas, pálidos luceros

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y avecillas dulces que cruzan los vientos. ‘‘¡Sí, hay algo más grande!’’ ‘‘Pues decid, ¿qué es ello?’’ ‘‘Es un amor noble, generoso y tierno; que a pesar de ser fuerte y sincero, no es correspondido con el mismo afecto; que no pide nada y se entrega entero; que es más generoso cuanto más discreto y que siendo amante y amado no siendo, sufre mansamente su pena en secreto. Ese es un amor

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¡eso es lo más grande que encontrar podemos!’’ Sí, teneis razón, les dije sonriendo; bajé la cabeza y guardé silencio.

firme y verdadero;

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Soliloquio angelical

Un niñito de seis años, de rodillas, sobre el lecho, está rezando a la Virgen antes de entregarse al sueño. Juntas están sus manitas en ademán de respeto, sus ojos angelicales, grandes como dos luceros, puros como dos palomas y como un lago serenos, hanse posado en un cuadro que pende encima del lecho y tiene la santa imagen de la Reina de los cielos.

¡Qué cuadro más bello forma con su actitud el pequeño!;

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¡diríase que es un ángel de Murillo, que, travieso, en un arranque de vida hase escapado del lienzo! Sí, es un ángel delicado digno de ese gran maestro, pero es aún más hermoso, más gentil y más perfecto que los creados por la mano de aquél formidable genio; porque este humano angelillo tiene vida y sentimientos; porque ora y porque encierra un corazón en el pecho que sabe expresar amores y suele sentir contentos, al contemplar de la Virgen el rostro afable y risueño, y que en místicos arrobos y con deliquios ascéticos a la dulce soberana sabe decirle sonriendo: ‘‘Qué bonita sois Señora, cómo es vuestro rostro bello...

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sois más linda que las flores

que en los jardines contemplo y más dulce que la estrella

que brilla en el firmamento.

Con razón dice mi madre, cuando en sus brazos me encuentro, que de ‘‘Estrella de las almas’’ teneis el nombre hechicero; también dice que sois madre de Jesús el Nazareno, el que es Dios y hecho hombre quiso bajar de los cielos para salvar a los malos

de caer en el infierno,

que es un sitio donde queman las llamas de horrible fuego; además vino a este mundo para llevarse a los buenos, que son los que no se roban de los niditos los huevos, ni suben a los tejados para tirar agua de ellos, ni se sacan de su casa el pan, con trozos de queso,

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para dárselo a los gatos del vecino, o a los perros; los que no esconden los libros de estudiar, bajo el ropero, o se llevan a la escuela un ratoncito pequeño que empieza a roer pupitres cuando está hablando el maestro; o los que pintan con tiza en las paredes muñecos y cuando están en la clase salen gritando que hay fuego para espantar a los chicos y armar no poco jaleo; o los que cogen el barro que está más blandito y negro y lo ponen en la silla del profesor más enérgico; o los que rezar no quieren porque tienen mucho sueño y cuando por las mañanas hora es de pararse presto, abren un ojo, lo cierran y se acurrucan diciendo,

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que es temprano todavía y que, con frío tan tremendo es una pena pararse estando tan rico el lecho. Los que se portan con juicio y no hacen nada de esto, ellos son, dice mi madre, los que se llaman ‘‘los buenos’’. Por eso ya soy juicioso y portarme mal no quiero, para que merezca un día ganar ese grande premio, que será el de contemplaros tal como sois en el cielo. Qué dichoso seré entonces: estar junto a Vos y veros tal como os miran los ángeles que os alaban todo el tiempo; entonces sí que habrá dichas y emociones en mi pecho, y os podré decir mil cosas que ahora deciros no puedo, pues siendo mi amor tan grande y siendo yo tan pequeño,

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lo que aquí deciros pueda acerca de lo que os quiero, será poco comparado con lo que por dentro siento. ¿Sabeis de qué tengo ganas?, pues de daros muchos besos, más, estais aquí tan alta y está la Gloria tan lejos... que, aunque grandes son mis ansias, bien sabeis que a vos no llego. Mas, ya sé, linda Señora, para este mal el remedio: Vos que todo lo podeis y que sabeis mi deseo, venid cuando esté dormido, llegaos hasta mi lecho y a mis labios acercaos para que os de muchos besos; para que os abrace y diga muchas veces lo que os quiero. ¿Vendreis a verme esta noche?... de que vendreis ya estoy cierto, pues la sonrisa dulcísima que en vuestros labios contemplo,

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es señal de que aceptasteis venirme a ver mientras duermo. No se os olvide, Señora, que con ansias os espero y mientras venis a verme, en mi camita me quedo para soñar, dulcemente, con nuestro feliz encuentro.

Y al pronunciar esta frase el angelical pequeño,

con la firme certidumbre

de que la reina del cielo vendrá hasta él por la noche, cuando esté todo en silencio, para recibir las muestras de su volcánico afecto, se santigua reverente y salta dentro del lecho. Sus ojos claros y puros como dos grandes luceros, que están llenos de ternuras y de claridades llenos, se cierran pausadamente

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para entregarse a los sueños; está su rostro apacible, sus labios están sonriendo y su almita candorosa arde de arrobos ascéticos. Yo no sé más, porque a oscuras ha quedado el aposento; pero mi alma presiente que en torno del pequeñuelo gravitan con dulce encanto los espíritus angélicos. Ya no sé más del niñito, pero en el alma presiento que la Virgen soberana vendrá por la noche a verlo, a recibir de sus labios las palabras de su afecto y a darle ella misma, muestras, de su amor profundo y tierno.

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Esto podría yo afirmarlo, y a asegurarlo me atrevo, pues qué plegaria más bella salida de humano pecho, no la han oído los hombres ¡ni presenciado los cielos!

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Noche sevillana

Noche clara de mágica belleza, que llegas con tu encaje de mantilla velando los encantos de Sevilla, cubriendo a la ciudad de la majeza.

Tú guardas en tu inata gentileza un olor penetrante a manzanilla, a verbena y clavel: ¡la maravilla hecha aroma de fina sutileza!

Tú llegas con cantares de guitarra y pones en los vientos una queja, que tiene de fandango el dulce tono;

y bajo el ancho toldo de la parra, haces salir la moza hasta la reja, donde encuentran sus gracias, ¡digno trono!

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La mujer española

España, tierra de sol y de vida, de salero, alegría y guapeza, donde cada sentir es una copla, donde cada mujer es una reina. España, conjunto de maravillas, que se muestra con todas sus bellezas en el porte gentil de sus mujeres y sus mozas, juncales, pintureras: con encantos de moras y sultanas, con hechuras de majas y princesas, con sabores de gracia y señorío con aromas de clavo y de canela. Mujeres que deslumbran y enamoran, porque un tesoro de virtud encierran y en su alma, de temple inigualable, caudal de amores y ternuras llevan. Que son morenas: cuando el sol ardiente

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del sur, sus rostros hechiceros tuesta e imprime en su faz rasgos de mora y el tinte obscuro de la noche negra; que son rubias, de dorados rizos, cuando el sol del norte su faz respeta y les pone en la piel copos de nieve y corona de oro en la cabeza. Mujeres que son flores por lo hermosas, mujeres que son santas por lo buenas, que ríen con España, cuando ríe, con su risa que es voz de castañuela y vierten por los duelos de la patria de su llanto el raudal de ricas perlas.

Así son las mujeres españolas: majas sin par, sultanas estupendas, que en su alma de fuego, bien templada, virtudes y ternuras mil encierran; y en su rostro de mágicos contornos y en la sangre que circula por sus venas, llevan mezcla de moras y cristianas y contrastes de sol con sombras negras. ¡Españoles! Así son las mujeres que del patrio solar son digno emblema; y gritad a una voz: ¡Que viva España, en sus mozas, orgullo de la tierra!

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Arroyuelo

Arroyuelo que corres alegre entre espinas y piedras y zarzas; arroyuelo que tomas tu ruta, que sigues tu curso y nunca descansas.

Tú sonríes al saltar entre piedras y al correr entre espinas, tú cantas, y al surcar entre zarzas musitas con dulce murmullo piadosa plegaria.

Tú reflejas el cielo en tu espejo y tus aguas las flores retratan, y coronan sus pétalos tersos con hilos de perlas y gotas de nácar.

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La campiña que ríe a tu vera, de ti toma el rocío que la escarcha y a su paso las aves graciosas, suspenden su vuelo y beben tus aguas.

El viajero no en vano persigue el sonoro cristal de tu plata, que le brinda a sus penas alivio saciando sus sedes, calmando sus ansias.

¡Arroyuelo!, feliz arroyuelo que haces bien sin buscar alabanzas; ¡quién pudiera cual tú, darle vida a todo el que sufre y a todo el que pasa!

Quién pudiera llevar en los ojos, transparentes espejos del alma, de los cielos azules, tranquilos, las luces impresas, la paz reflejada.

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Quién pudiera cantar entre espinas, quién supiera al pasar entre zarzas, sonreir con la dulce sonrisa que al hielo derrite y al cielo desarma.

Quién supiera, gracioso arroyuelo, al cruzar por la vida entre lágrimas, colocar entre espinas y cardos de una sonrisa

la flor perfumada.

Quién cual tú, ¡oh, feliz arroyuelo!, al probar las tristezas amargas que nos da en su transcurso la vida, supiera sonriendo al cielo dar gracias.

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Elección

Soñé Señor que te amaba con amoroso delirio; soñé que por Ti deseaba la corona del martirio.

Soñé que en mí te tenía y uno éramos los dos, que no era yo el que vivía, pues que en mí vivía mi Dios.

Soñé que de Ti anhelante, morar deseaba contigo y me nombrabas, amante, tu confidente, tu amigo.

Soñé Jesús que me hablabas de tus íntimas tristezas;

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que a mi corazón confiabas tu poder con sus grandezas;

que me decías risueño que tu Cruz sería mi dote, y al despertar de mi sueño... ¡Me elegiste sacerdote!

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-pintura hablada- El Cristo de la ermita

I Allá, en la penumbra de la ermita vieja, bajo la techumbre de tosca madera y sobre un altar de pobre apariencia,

de talla perfecta, de rostro apacible con tintes de cera, ojos que parecen mirar a quien entra con una dulzura, con una tristeza... labios suplicantes

hay un Crucifijo

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y boca entreabierta cual si la agonía dejárala seca; purpurinas llagas, palpitantes venas que por las heridas contemplar se dejan; miembros desgarrados que a la cruz sujetan tres punzantes clavos de negra cabeza. El yerto costado ancha herida muestra; tan grande, profunda,

descarnada y fiera...

que su rojo brillo le da la apariencia de que está su sangre aún húmeda y fresca. ¡Vaya una escultura genial y maestra! Parece que el genio que la concibiera, puso en los cinceles,

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no alarde de ciencia

e innoble artificio

que fama le diera; sino toda... ¡toda su propia existencia! Pedazos de vida con ecos de pena; girones de noche con alas de niebla; hálitos de angustias, hielos de tristezas, llanto de desgracias, frío de tragedias; lágrimas, temblores y dolor sin tregua. Fue así que el artista vida le infundiera al Cristo bendito de la ermita vieja; fue así que le impuso la mirada tierna que habla de amarguras y de horas acerbas. Y aquella sonrisa,

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y la faz aquella que enmarcan los rizos de onduladas vueltas, que lleva peinados a la nazarena. Pero sobre todo... las pupilas negras... tan llenas de brillo y fulgores llenas; brillo que parece llanto que caldea, lágrimas que fulgen entre las tinieblas y cuando en el borde de sus ojos tiemblan, parece que imploran de todo el que llega, un poco de afecto que vibre y comprenda... pues solo... muy solo y triste se queda ¡el Cristo bendito de la ermita vieja!

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II ¡Qué solo está el Cristo de la ermita aquella! El santo recinto en donde se encuentra, es un pobre templo de hechuras pequeñas, que, envuelto en las gasas de sombras espesas, apenas descubre su humilde silueta. Se mira hasta el fondo, llegando a la puerta, el pobre altarcillo de burda madera, que encubren y adornan algunas macetas

de flores ya mustias,

marchitas y secas, que al soltar sus hojas, lánguidas y muertas, dan ese olorcillo a cosa ya vieja que al quedarse solas

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tienen las iglesias. Al pie de la imagen que ahí se venera, languidece un lirio de extraña belleza,

que con sus efluvios

de mística esencia, del santo recinto el ambiente impregna. La luz que en un vaso brillar se contempla, fulge débilmente titilando inquieta, y sobre los muros de parda cantera, de la cruz bendita la sombra proyecta. ¡Qué triste la ermita, qué triste y austera!, y, ¡qué solo el Cristo en ella se encuentra! Su faz dolorosa así lo demuestra; así nos lo dice

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su mirada tierna; sus labios no hablan, mas si hablar pudieran,

de fijo hablarían

de angustias y penas, de ingratitudes y frío de tristezas; de ansias sin nombre, de afanes y esperas, de anhelos y afectos sin correspondencia. ¡Qué largas las noches que frías las tinieblas!, ¡qué triste olorcillo

de las flores secas!

Y el Cristo allí habita... padece sin quejas, y pasa las horas sin más compañera, que la lamparilla que chisporrotea.

III Ha ya mucho tiempo

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que por vez primera hice una visita a la ermita vieja. Ha ya muchos años, que, con reverencia, entre las penumbras de su estancia austera, contemplé la imagen de talla perfecta, que por diestras manos cincelada fuera. Ha corrido el tiempo en fugaz carrera; la vida ha cambiado cambió mi existencia, pero en los recuerdos de mi mente queda, el recuerdo santo de la tarde aquella en que contemplara, mirando de cerca, al Cristo bendito de la faz serena. Me ha dado la vida

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sus horas acerbas; al paso del tiempo llegaron las penas; las ingratitudes con sus mil tristezas dejaron mi alma de amargura llena, y al llanto caldeante del dolor, que quema, mis ojos perdieron su antigua viveza. Y en las soledades de mis horas negras, no encontré ni un alma, ¡ni una siquiera!, que con sus palabras me infundiera fuerzas para que mis cruces más benignas fueran. Y entonces venía a mí, con presteza,

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la imagen perfecta. Veíale lo mismo

de aquel Crucifijo

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que la tarde aquella: mirarme a los ojos con una tristeza... entreabrir los labios como si quisiera decir muchas cosas... ¡como en confidencia!

Y mi alma excalmaba transida de pena: ¡Qué solo está el Cristo de la ermita aquella!, ¡qué solo y qué triste en ella se encuentra! ¡Qué largas las noches, qué frías las tinieblas!, ¡qué triste olorcillo de las flores secas! Si allá Él padece, que aquí yo padezca. ¡Ya no mora solo en su ermita vieja, el Cristo bendito de la faz serena!

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Yo ya no padezco solo mis tragedias, que el Cristo comparte todas mis tristezas; y los dos formamos, con ternura inmensa, una soledad y una sola pena.

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Quédate Señor con nosotros

Quédate, oh buen Señor, porque lloramos; quédate, oh buen Jesús, la vida es triste; quédate con nosotros, que llevamos la cruz de los dolores que nos diste.

Quédate, buen Pastor, porque atarde- ce. La vida es corta, la existencia dura; quédate con la oveja que padece y teme de la noche la negrura.

Quédate con nosotros, que sufrimos gimiendo bajo el peso de la pena, y al paso de la vida que vivimos el alma llora de amargura llena.

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Quédate por favor, que perecemos: tu presencia reclama el alma herida; sin Ti, dulce Jesús, ya no podremos resistir los embates de la vida.

Quédate con nosotros porque llora el corazón que sangra desgarrado y sufre, pide y extenuado implora te quedes por lo mucho que has amado.

Quédate, dulce Amor, te lo rogamos por la muerte de Cruz que padeciste; por lo mucho, Señor, que en Ti confiamos y lo mucho, Jesús, que nos quisiste.

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Petición

Por las horas más tristes de mi vida y lo mucho, Jesús, que me has amado, por la Cruz en que fueras enclavado, concédeme Señor, lo que te pida:

Concédeme vivir siempre adherida a las leyes divinas que has dictado, apartarme de culpa y de pecado llevando en mí tu imagen esculpida.

Concédeme formar de mi existencia un santuario de místicos amores donde alumbre la luz de tu presencia; vivir siempre a tu afecto consagrada y muriendo del mundo a los honores, terminar como Tú: crucificada.

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Perfección

Señor: ¿Qué es el vivir sencillo y recto que cifra su placer puro y austero en sufrir y en amar el sufrimiento?... ¿Qué es, dime, ese vivir? -‘‘Vivir perfecto’’. Y ya después, Señor, pasado el tiempo de ese vivir de cruz, noble y severo, di, ¿qué será morir? -‘‘Ganar el cielo’’.

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Quiero llegar a Ti

Quiero llegar a Ti, Jesús amado, aunque hiera el dolor el pecho mío y tenga que escalar el monte umbrío en que fueras por mí crucificado.

Quiero llegar a Ti, aunque cansado mi ser de caminar, sienta el vacío; aunque bañe caldeante el rostro mío el llanto por tu ausencia derramado.

Y una vez que te haya así encontrado, quiero ir de tus plantas dulcemente, tras las huellas sangrantes y divinas; acercarme a beber de tu costado y besarte mil veces en la frente, ¡aunque sangren mis labios tus espinas!

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Llamamiento

Si quisieras mirar cómo te amo, si quisieras pensar cómo te espero, vendrías a atender a mi reclamo, verías que sin Ti, Jesús, me muero.

Verías que tus plantas bañaría con lágrimas de amor, cual Magdalena, y en besos a tus pies te dejaría el alma, prometiéndote ser buena.

Habrías de sentir que en mi tristeza palpita lacerante la amargura de mi ser, que sediento de belleza, te adora, como a única hermosura. Y al sentir el contacto de tu brazo, que viene a ser apoyo en mis temblores verías que mi alma, en dulce abrazo, por siempre se entregaba a tus amores.

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Confianza

Cuando llena está mi alma de emociones y siento que de amores desvarío, exclamo en el ardor de mis pasiones: ¡Sagrado Corazón, en Vos confío!

Cuando hiere mi alma la tristeza y tengo el corazón yerto y vacío, musito despreciando mi flaqueza: ¡Corazón de Jesús, en Vos confío!

Así es que en el pasar de mis dolores y al sentir lacerado el pecho mío, así es que en el dulzor de mis amores, en Vos, duce Jesús, siempre confío.

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Plegaria a la Virgen del Tepeyac

Virgen sagrada y gloriosa, ¡oh, purísima doncella!, eres, Morena graciosa, del Anáhuac blanca rosa y del Tepeyac, estrella. Eres la flor más lozana que jamás abriera el día; y eres Tú, Guadalupana, Madre, Reina y Soberana de tu raza que es la mía.

Por la Cruz se gana el cielo y se llega hasta Jesús; si este dulce y santo anhelo nos desprende de este suelo, ¡abracemos nuestra Cruz!

En las luchas de la vida no saldré nunca vencida y seré pura y virtuosa, mientras lleve a mí pendiente con amor y con fe ardiente, tu medalla milagrosa.

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Rosa mística

Eres, Virgen María, más clara que la aurora, más bella que las flores del más rico vergel; tu alma delicada encierra, gran Señora, pureza de los lirios, dulzuras de la miel.

Eres dicha y encanto de nuestros corazones, amor de nuestras almas, que amar tienen por fin; apiádate clemente, de nuestras aflicciones, ¡oh, Tú, mística rosa, del celestial jardín!

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Fe

Señor de los Ejércitos, Maestro soberano, Tú que al alzar la mano dominas viento y mar, apiádate clemente de los que perecemos; Señor, miedo tenemos, sentimos naufragar.

Sofoca de nuestra alma la tempestad sonora y dale de la aurora la luz al corazón; tenemos fe en tu Nombre y en tu poder confiamos, ¡no digas que dudamos lo mismo que Simón!

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Señor, en nuestras vidas no existe ya bonanza y ausente la esperanza sentimos vacilar; mas Tú, todo lo puedes, si al mar le das la calma, dejar puedes al alma en el Edén tocar.

confiando a tus amores las dudas y temores que siente el corazón; Señor de los Ejércitos, Maestro soberano, sosténganos tu mano lo mismo que a Simón.

No digas que llevamos en nuestros corazones, angustias y obsesiones de un tiempo que se fue; ni pienses con tristeza en que al estar contigo tengamos, dulce Amigo, cual Pedro poca fe.

Creemos en Ti siempre

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Madrigales

Volaba una hermosa mariposa buscando las dulzuras de un vergel, mas al mirar tu boca primorosa posó en ella sus alas silenciosa, por hallarla más dulce que la miel.

Blanca flor de la campiña roja rosa del vergel; hermosa y graciosa niña de boquita de clavel. Al mirar tus hermosuras tan sólo decir yo supe: ‘‘Con sus gitanas hechuras y sus cándidas dulzuras, ¡qué bonita es Guadalupe!

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Claro sol de la alborada es tu rubia cabellera, tu carita sonrosada tiene esencia perfumada de la flor de la pradera. Mas si me dices un día: ‘‘¿Cuál es mi gracia mayor?’’ Te diré sencillamente. y sin pecar de indulgente, que eres toda, en tu armonía, un verdadero primor.

Si tu frente nacarada luce galas de azucena; si tu cara sonrosada y tu boca perfumada guarda esencias de verbena; si tu rostro en sus rubores muestra rosas de carmín, ¿por qué, di, me pides flores, si eres toda Tú un jardín?

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¡Mariposa!

Mariposa de bellos colores, de sutiles y pálidas alas; mariposa que das a las flores en besos de amores tus mágicas galas.

Tú que libas perenes dulzuras en gotitas de miel deliciosa; tú que vives probando ternuras y hollando tersuras de lirio y de rosa, tú que en torno de mí has volado, vete ya, no te quiero mirar, porque sé que al tenerte a mi lado te amaré como nadie te ha amado, o te voy sin remedio a envidiar.

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Homenaje

Hoy es día de regocijo, tañe alegre la campana y se muestra más lozana en sus pétalos la flor; hoy perfuma más la brisa y murmura más la fuente; escuchadme, solamente dos palabras por favor.

Escuchadme, pues si el dulce, grande y noble sentimiento que en mi alma latir siento, logro hacéroslo sentir, romperé de mi tristeza la cadena pesarosa y podré olvidar la prosa

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Maestros de grandes almas, los de los nobles ideales, los que vertéis mil raudales de virtud y abnegación; sois apóstoles de Cristo, misioneros de enseñanza, que sufris en la esperanza de cumplir vuestra misión.

y el dolor de mi vivir.

poneis fin a los errores de la triste humanidad.

Vosotros, los que piadosos disipais la sombra oscura de las almas, con la pura y alta luz de la verdad; sois fulgor de suave aurora, que con vuestros resplandores

perfumando dulcemente los espacios del ambiente con aromas de virtud;

Sois la flor que vive oculta

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sois la brisa que conforta sois la fe que da consuelo, ave sois que tiende el vuelo a región de excelsitud. Vuestra vida fecundante tiene horas de Calvario, las que forman un rosario de heroismo y de valor; es amarga y es acerba, ¡dolorosa es vuestra vida!, mas es rápida subida hacia un nuevo Tabor.

Maestros de grandes almas, los de los nobles ideales, los que vertéis a raudales la virtud de vuestro ser; sois apóstoles de Cristo, de la patria sois valores y también sois sucesores de Jesús de Nazareth.

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A mi padre

Podrá apagar el cielo sus estrellas, podrá ocultar el sol su luz dorada; podrá en las auras no existir perfumes ni cánticos de amor en la fontana.

Podrá morir la nota peregrina que vibra de la esquila en la cañada y las aguas rugientes del océano podrán no desflorar su espuma blanca.

Mas tu recuerdo para mí sagrado y tu memoria, para mí tan santa, no podrá salir nunca, padre mío, del santuario bendito en que se halla.

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Tu mirada

Tu mirada Jesús, es dulce beso es caricia y es rayo que fulgura; tu mirada es, Jesús, aurora pura que provoca en las almas embeleso.

Posa en mí tu pupila enternecida, mira mi alma, por culpas mil manchada, mírala y notarás que a tu mirada queda al punto y por siempre convertida.