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NOVO CONSULTORES EDUCACIONALES E.I.R.L NOVO EDUCA. Tema: Transformaciones mundiales de la primera mitad del siglo XX. PARTE 2 Tipo de documento: Guía de trabajo. Comunícate y comparte, archivos y guías de apoyo, teóricas y prácticas, en nuestro, blog. BLOG: Novoeduca.workpress.com

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NOVO CONSULTORES EDUCACIONALES E.I.R.LNOVO EDUCA.

Tema:Transformaciones mundiales de la primera mitad del siglo XX.

PARTE 2

Tipo de documento: Guía de trabajo.

Asignatura: CIENCIAS SOCIALES.

Preparado por: MIGUEL ANGEL SALINAS

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La crisis de las democracias liberales y el surgimiento de los totalitarismos.

Tras la Primera Guerra Mundial se produjo un debilitamiento de los sistemas democráticos, ya que los profundos conflictos económicos y sociales provocaron desconfianza en la capacidad de la democracia para asegurar la paz, el trabajo y la vida digna de las personas. En este contexto y como resultado del descontento social que provocaron los efectos de la crisis económica de 1929, muchas personas se inclinaron por nuevas ideologías, surgiendo de esta forma los regímenes totalitarios.

De acuerdo a la definición elaborada por Bobbio, Matteucci y Pasquino en su Diccionario de Política, el totalitarismo designaría un modo extremo de hacer política en las sociedades de masas, un modo que penetra hasta las células más escondidas de la sociedad, envolviéndola en un movimiento permanente que supone la desaparición de toda frontera entre el aparato político y el cuerpo social. El totalitarismo, de acuerdo a estos autores, se definiría a partir de cuatro elementos constitutivos: una ideología que sintetiza el proyecto de reforma social del régimen en cuestión; un partido único, organizado en función de esa ideología y que penetra en todas las capas de la sociedad modificando las conductas de la población en aras de un sometimiento total al sistema; un dictador, que ejerce un poder absoluto sobre el régimen y cuya autoridad es sostenida mediante un aparato de propaganda continua; y el terror, práctica también sistemática que inhibe la existencia de toda oposición y obliga a las masas a mantener una lealtad sin límites ante el régimen y su líder.

Ideología: conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político.

Comienzo y surgimiento del fascismo: Italia y Alemania.

A pesar de su breve paso por el poder, el fascismo constituye una de las corrientes ideológicas más influyentes en el panorama político mundial del siglo XX. En alguna medida sus raíces pueden ser detectadas en el pesimismo y la crítica cultural de ciertos intelectuales conservadores que, desde fines del siglo XIX e inicios del XX, escribieron reivindicando una tradición supuestamente “alterada” por aquellas corrientes –como el socialismo o la democracia– que habían abierto la puerta a la rebelión y los alzamientos populares.

Si bien el fascismo no tuvo un teórico que definiera en abstracto los fundamentos de la ideología, su aparición estuvo indisolublemente ligada a la figura de Benito Mussolini, quien llegó al gobierno de Italia en 1922 y fue dando forma a la doctrina en el ejercicio mismo del poder. Otro personaje asociado al fascismo, en su versión alemana, fue Adolf Hitler, quien también aportó algunos elementos distintivos al sistema desde su ascenso al poder en 1933.

Mussolini y el fascismo italiano

Como gran parte de las naciones involucradas en la guerra, Italia mostraba un panorama poco alentador hacia 1919. La devaluación de la moneda local, la lira, y las altas tasas de desempleo asociadas a la contracción industrial alimentaban la sensación de incertidumbre y el malestar en una población que además miraba con desprecio a sus autoridades.

Italia había entrado al conflicto bajo la promesa de conseguir un conjunto de territorios que le permitieran controlar el Mediterráneo y mejorar su posición en Europa, pero las potencias aliadas solo cumplieron una

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Hitler y Mussolini

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mínima parte del acuerdo. Profundamente decepcionada, la ciudadanía interpretó este desenlace como un signo de debilidad de su gobierno. A ello se sumaba el creciente temor de la élite frente al sostenido auge del socialismo. Huelgas, ocupaciones de fábricas y confiscaciones agrícolas se hicieron cada vez más frecuentes a lo largo del país.

Es en este escenario que surge Benito Mussolini (1883-1945), hombre de clase media baja vinculado inicialmente al socialismo, pero que en poco tiempo modificó su orientación política hacia tendencias conservadoras y abiertamente autoritarias. En marzo de 1919, junto a nacionalistas y ex soldados, creó las fasci di combattimento, primer núcleo de lo que después fue el Partido Nacional Fascista. Si bien en un comienzo Mussolini no criticó directamente las movilizaciones promovidas por los socialistas, al poco tiempo se declaró defensor del orden y la propiedad apoyado en la violencia de los “camisas negras”, nombre que recibían las bandas de jóvenes fascistas repartidas por toda Italia. Industriales y terratenientes, atemorizados por la fuerza que alcanzaba el movimiento obrero y que amenazaba con desembocar en una revolución al estilo bolchevique, comenzaron a brindar su apoyo al Partido Nacional Fascista y sus seguidores, que no solo prometían la defensa de sus intereses, sino también la erradicación frontal de las organizaciones de izquierda.

El atractivo del movimiento fascista era cada vez mayor –sobre todo entre las clases medias– y avanzaba a un ritmo incontenible. La debilidad del gobierno italiano, que incluso veía con buenos ojos la represión ejercida por los fascistas a favor de la ley y el orden, se hizo patente en octubre de 1922, cuando los “camisas negras” avanzaron hacia la capital desde diversos puntos para amagar un supuesto golpe de Estado. La “Marcha sobre Roma”, como se conoce a este episodio, terminó por desacreditar al primer ministro Luigi Facta, quien debió dimitir mientras el rey VíctorManuel III nombra a Mussolini en su reemplazo. El nuevo Primer Ministro fue desactivando uno a uno los resortes del sistema político para concentrar el poder en sus manos, modificando el gobierno y controlando a la sociedad de acuerdo a la ideología configurada sobre la marcha. Il Duce, como se autodenominó tiempo después, se convertía así en dictador.

En términos económicos, el fascismo italiano tuvo algunos aciertos. Gracias a un sostenido programa de obras públicas, que supuso la construcción de escuelas, carreteras, puentes, edificios y estaciones ferroviarias, redujo ostensiblemente el desempleo. Asimismo, subsidió directamente la reactivación de la industria e impulsó una serie de programas para estimular la agricultura, obteniendo altos índices de productividad en el sector. El Estado comenzó a cobrar gran importancia no solo para la marcha de la economía, sino también como árbitro en las relaciones entre patrones y obreros. Unos y otros debieron organizarse en corporaciones supervisadas en todo momento por el gobierno, principal asegurador en las negociaciones entre capital y trabajo.

Esto es lo que se conoció como Estado Corporativo, fórmula que imponía el fin de las huelgas y prohibía la existencia de sindicatos no afines al fascismo, lo que significaba un golpe letal para el movimiento obrero y los círculos socialistas. Mussolini se propuso atraer la lealtad de los trabajadores asegurando vacaciones pagadas, descanso dominical y una serie de beneficios sociales que incluían actividades culturales y de recreación.

Dictadura: forma de gobierno autocrática, en la cual el poder se concentra en torno a la figura de un solo individuo (dictador), estableciéndose un gobierno de facto que controla los poderes del Estado y legitima su poder sobre la base del dominio de la fuerza.

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Marcha sobre Roma.

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Hitler y la Alemania nazi

Como ya hemos visto, Alemania debió enfrentar una profunda crisis económica tras el fin de la Primera Guerra Mundial. Las humillantes condiciones impuestas por las potencias triunfantes mediante el Tratado de Versalles no solo obstaculizaban los esfuerzos por reconstruir materialmente el país, sino que además alimentaban el malestar de una población profundamente desgastada por las consecuencias del conflicto. La efervescencia social era casi inmanejable y las autoridades surgidas tras la derrota, agrupadas en el Gobierno Provisional Socialdemócrata, debieron hacer frente a reiteradas presiones e intentos de golpe de las diversas facciones existentes.

Intentando imprimir un rumbo claro a la política interna, se celebraron elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente que definiría un nuevo modelo de organización. Ante la imposibilidad de reunirse en la agitada Berlín, la asamblea debió deliberar en la ciudad de Weimar y en julio de 1919 se proclamaba una república democrática que pasaría a ser conocida como la República de Weimar. No obstante, la falta de experiencia y la alta fragmentación del panorama político alemán conspiraron contra el funcionamiento del gobierno. Como el sistema parlamentario sancionado se fundaba en el principio de representación proporcional, ningún partido político alcanzó jamás la mayoría en el Reichstag o la cámara baja. Ello obligaba a formar gobiernos de coalición donde los socialdemócratas siempre dependieron de los liberales de izquierda y del Partido de Centro Católico.

A la debilidad política se sumaba la postración económica. Alemania no estaba en condiciones de hacer frente a las compensaciones económicas impuestas tras Versalles y en 1922 solicitó autorización para suspender los pagos hasta que su economía estuviera en mejor pie. Francia rechazó la petición y en enero del año siguiente sus tropas invadieron la zona industrial del Ruhr para apoderarse de las fábricas. Los efectos de la invasión terminaron por minar la ya deteriorada economía germana. El marco, la moneda local, se desplomó, y la inflación terminó afectando principalmente los salarios de las clases trabajadoras.

Estados Unidos intervino mediante préstamos que restablecieron en algo el panorama y posibilitaron la salida de la paralización. Así, entre 1924 y 1929 la economía alemana experimentó un esperanzador repunte que incluso permitió reconsiderar el tema de los pagos. Pero el pilar de la reconstrucción era demasiado débil: cualquier revés económico que afectara a Estados Unidos –obligando a suspender los préstamos o exigir el retorno de lo invertido– haría tambalear la economía alemana. Y así sucedió en 1929 al desencadenarse la crisis mundial luego de la caída de Wall Street. Las exportaciones se paralizaron, los bancos y las fábricas debieron cerrar sus puertas y hacia 1932 se contaban seis millones de desempleados. La mayoría de la población no solo había perdido la confianza en el sistema económico, sino también en la República de Weimar, a esas alturas al borde de la disolución.

En ese clima de incertidumbre comenzaron a tomar fuerza las posturas políticas extremas. Los comunistas, por ejemplo, aumentaron notoriamente su representación en el Parlamento y de 54 escaños en 1928 subieron a 100 hacia fines de 1932.

Pero una parte importante de los alemanes, especialmente de los sectores medios, veía con terror la posibilidad de que el gobierno cayera en manos de los bolcheviques, por lo que resolvieron seguir, entonces, a un líder carismático que con un discurso nacionalista y antidemocrático denunciaba la debilidad de la República de Weimar y prometía reconstruir el país con mano firme, restituyendo de paso el honor del pueblo alemán ultrajado por las potencias aliadas con el Tratado de Versalles. Así, de la mano de una profunda crisis económica y excitando el resentimiento alemán por la derrota en la guerra, irrumpió en el escenario político la

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figura de Adolf Hitler (1889-1945), jefe del Partido Nacional Socialista de los Obreros Alemanes, conocido como el Partido Nazi.

Aun cuando la prosperidad económica experimentada por el país entre 1924 y 1929 estuvo a punto de borrar a los nacionalsocialistas del mapa, la crisis económica mundial y el desempleo masivo, como hemos visto, reactivaron el movimiento. Así, hacia julio de 1932 el partido se alzaba como la fuerza política más poderosa, obteniendo 230 escaños en el Parlamento, cifra que si bien representaba un triunfo significativo, no significaba el control total del Reichstag. El alto poder de convocatoria del movimiento convenció a algunos políticos de derecha de la conveniencia de formar un gobierno de coalición que integrara a los nacionalsocialistas con grupos conservadores y nacionalistas.

Suponiendo estos que sería fácil instrumentalizar a Hitler para sepultar a la República de Weimar y restaurar el Imperio fue nombrado Canciller de Alemania en enero de 1933. Sin embargo, Hitler pretendía ir más lejos, y mediante actos de violencia e inusitadas manifestaciones de fuerza a cargo de las SA (tropas de asalto) y las SS (ejército privado nazi), consiguió que el Reichstag le confiriera amplios poderes para promulgar leyes sin acuerdo del Parlamento y prescindiendo de la Constitución.

Así, en marzo de 1933 Hitler ponía fin a la República de Weimar, pero se convertía formalmente en dictador, monopolizando absolutamente la soberanía del pueblo en pos de la construcción del Tercer Reich, el tercer Imperio germano.

Al igual que Mussolini, Hitler también adoptó el título de guía, Der Führer, y su voluntad se convirtió en ley suprema para todos los germanos. Los partidos políticos fueron eliminados, a excepción del Nacionalsocialista, que siguió operando no sin antes ser purgado de aquellos miembros del ala social-revolucionaria.

Tal como sucedió en Italia, los medios de comunicación y el aparato educativo pasaron a ser directamente supervisados por el Estado. Si bien el nazismo respetó la propiedad privada, toda la actividad económica pasó a depender de las directrices de gobierno. Se creía que solo de esa manera sería posible suprimir el desempleo y convertir a Alemania en una nación autosuficiente, con altas tasas de exportación y casi nula importación. Las clases medias y los sectores obreros, que habían dejado atrás los tiempos de desocupación y miseria producto de la reactivación de la economía. Seguro de este respaldo, Hitler no dudó en consumar la parte final de su proyecto: iniciar una ofensiva campaña de expansión territorial que permitiera conquistar el lebensraum, el “espacio vital” que precisaba el pueblo germano para alcanzar su grandeza.

Al proclamar el Tercer Reich alemán, Adolf Hitler pretendía inscribir su proyecto político en una línea histórica que vinculaba el Sacro Imperio Romano-Germánico y el imperio fundado por el canciller Otto von Bismarck, considerados el Primer y Segundo Reich, respectivamente.

Mediante las “Leyes de Núremberg”, promulgadas en 1935 en Alemania, los judíos perdieron sus derechos de ciudadanía y se legitimó la discriminación racial al prohibirse los matrimonios con judíos. Todos aquellos que desempeñaban cargos públicos fueron expulsados y muchos terminaron recluidos en campos de concentración. Sus negocios particulares fueron totalmente arruinados y solo los más afortunados pudieron partir al exilio.

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El estalinismo soviético (1929 – 1953)

Al asumir el poder, Stalin dirigió la U.R.S.S. por el camino de la plena industrialización, con el objeto de sobrepasar el nivel de los países capitalistas y atraer a los obreros del mundo entero hacia la revolución.

La economía fue dirigida por el Estado mediante el establecimiento de los planes quinquenales, que trazaban los objetivos económicos por un período de cinco años e imponían los métodos para alcanzar dichos fines. En su conjunto, los planes quinquenales, sobre la base de la propiedad colectiva, organizaron el trabajo de los campos y fomentaron el desarrollo de la industria, en particular de la industria pesada. Gracias a la estricta planificación de su desarrollo económico, la U.R.S.S. consiguió afianzarse como una nueva potencia industrial hacia el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Stalin hizo adoptar una nueva Constitución en 1936, que declaraba que el Estado soviético era una sociedad sin clases, cuyas autoridades eran elegidas democráticamente. En realidad, impuso un régimen totalitario y personalista; las libertades individuales fueron suprimidas y quienes se opusieron a la política de Stalin fueron duramente reprimidos por un verdadero régimen del terror. Millones de personas fueron ejecutadas o condenadas a trabajar en campos de reclusión.

El término estalinismo fue creado para hacer referencia al sistema político y económico aplicado por Yosif Stalin, quien dirigió los destinos de la Unión Soviética por casi treinta años, a partir de 1924. Este concepto fue utilizado por aquellos que se oponían y criticaban el liderazgo de Stalin, ya que lo consideraban una ruptura con la tradición marxista clásica debido a su extremo personalismo y burocratización del aparato estatal y del Partido Comunista. El estalinismo se caracterizó, en lo político, por la dura represión que ejerció sobre la población rusa yen lo económico, por la colectivización de la tierra, el control estatal de la economía y la industrialización acelerada. Sus antecedentes, sin embargo, se remontan a la Primera Guerra Mundial y al triunfo de la Revolución Rusa, en 1917. El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 cambió totalmente el panorama en Rusia. Como referente del mundo eslavo y sin estar preparada para afrontar lo que una guerra significaba en términos económicos, militares y humanos, se vio obligada a apoyar a Serbia ante la presión impuesta por el Imperio Austro-Húngaro. La escasez de recursos no solo comprometía las posibilidades de triunfo de su ejército, sino que también agudizaba los conflictos internos.

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Yosif Stalin.

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A fines de 1916, la crisis había superado todas las dimensiones imaginadas: la derrota en la guerra era inevitable y los días de la familia real parecían estar contados. Así, en marzo de 1917 se inició un ciclo de huelgas y movimientos que comprometió a obreros, soldados y campesinos organizados en soviets para abastecer a la población y asegurar la defensa de la insurrección. El zar decretó el inmediato cierre del Parlamento, pero sin éxito. La Duma, apoyada por el soviet de Petrogrado (San Petersburgo), decidió nombrar a un Gobierno Provisional moderado donde participaba Alexander Kerensky, un socialista revolucionario que mediaría entre la nueva autoridad y los soviets (tipo de organización de campesinos, obreros y soldados en forma de asamblea o consejo).

A los pocos días el zar Nicolás II intentó huir hacia Gran Bretaña acompañado de su familia, pero fue sorprendido. El soviet procedió a su detención poniendo fin al régimen zarista. Es en este escenario cuando reaparece un grupo de revolucionarios, algunos exiliados, que seguía atentamente la evolución de la crisis. Entre ellos destacaban Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin, León Trotsky y Stalin, apodo de Yosif Vissarionovich Dzugasvili.

Conscientes del nuevo escenario, los bolcheviques advirtieron que la oportunidad de la revolución estaba dada. Luego de algunos debates internos y ante la presión que ejercían las tropas alemanas que avanzaban sobre territorio ruso, la Guardia Roja –nombre de la milicia bolchevique– encabezó una exitosa insurrección armada que tuvo lugar entre el 6 y 7 de noviembre y gracias a la cual pudieron controlar los sectores claves de Petrogrado (comunicaciones, transportes y edificios públicos). Al día siguiente tomaron el mítico Palacio de Invierno, sede del destituido Gobierno Provisional, hecho que coronó el triunfo de la revolución bolchevique. Accediendo Lenin a la jefatura de gobierno.

Quizás el tema más complejo para el gobierno bolchevique tuvo que ver con los deseos de poner fin a la participación rusa en la Primera Guerra Mundial. Luego de un armisticio establecido en diciembre de 1917, Trotsky inició las negociaciones con Alemania para firmar una paz definitiva, meta que parecía sumamente lejana ante las inmensas compensaciones territoriales exigidas por los germanos. Finalmente en marzo de 1918 se firmó el acuerdo de Brest- Litovsk, que supuso para Rusia la pérdida de un territorio que significaba el tercio de sus tierras de cultivo, un tercio de su población, dos tercios de sus minas de carbón y la mitad de su industria pesada. El gobierno bolchevique pagaba así un alto precio por cumplir otra de las expectativas presentes desde la revolución de marzo. Luego de la disolución de la Asamblea Constituyente, la oposición no tardó en reorganizarse para desestabilizar al nuevo régimen y hacia abril de 1918 impulsó una tenaz resistencia armada contra el gobierno en varias regiones del país. El Ejército Rojo bolchevique, dirigido hábilmente por León Trostky, pudo resistir estos embates y hacia fines de 1920 no solo había logrado derrotar a las fuerzas contrarrevolucionarias, sino también recuperar parte del territorio cedido tras el acuerdo de Brest-Litovsk.

Las exigencias materiales impuestas por la guerra civil obligaron al gobierno bolchevique a intensificar la intervención del Estado en materia económica. Esta política se conoció con el nombre de “comunismo de guerra” y supuso la nacionalización total de pequeñas y medianas empresas, la proscripción del comercio privado en aras de monopolio estatal y la incautación de alimentos y granos agrícolas para proceder a su redistribución entre la tropa y la población.

Las críticas que concitaba el “comunismo de guerra” obligaron al partido bolchevique a modificar la estrategia. Así, desde marzo de 1921 se aplicaría una Nueva Política Económica (NEP), sistema que mantenía el control estatal en ciertas áreas claves (industria pesada, bancos, comercio exterior, transportes y comunicaciones), pero se abría a la iniciativa privada en la agricultura y la producción de bienes de consumo.

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Si bien la NEP resultó efectiva en la reconstrucción económica de Rusia, terminó reproduciendo nuevas desigualdades sociales al concentrar los beneficios solo en ciertos grupos. Este escenario y la crítica a los elementos “capitalistas” de la NEP obligaron a un nuevo giro en 1927. Desde ese momento el Estado recuperaría el control absoluto en el sistema económico. Esta nueva orientación se expresó en los “planes quinquenales”, planificaciones pensadas para lapsos de cinco años que definían las prioridades económicas del régimen estableciendo las áreas a fomentar, las cuotas de producción y el sistema de precios.

En mayo de 1922, mientras se definía la organización de Rusia como un Estado federal en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Lenin sufrió el primero de una serie de ataques cerebrales que terminaron alejándolo de la política y de la conducción del gobierno. Los comunistas –nombre con que hacia esta fecha se aludía a los bolcheviques– debieron entonces resolver el delicado problema de la sucesión, asunto donde no solo estaban en juego intereses personales, sino también el futuro del proyecto político iniciado con la revolución de 1917. Aun cuando los candidatos más visibles siempre fueron Zinoviev y Trotsky, el poder fue concentrándose paulatinamente en un hombre que todos menospreciaban por su escaso vuelo intelectual, pero que resultó inigualablemente hábil para deshacerse uno a uno de sus contendores y alzarse, hacia 1929, como el hombre más poderoso de la Rusia comunista: Yosif Stalin. Desde ese instante, lo que sería la “dictadura del proletariado” terminará convirtiéndose en la dictadura de un solo hombre, sustentada en un fuerte aparato represivo y en la supresión de las libertades individuales.

El gobierno de Stalin se extendió desde 1924 hasta su muerte en el año 1953, período en el cual la Unión Soviética se consolidó como una gran potencia. Stalin logró industrializar el país en poco tiempo a través de sucesivos planes quinquenales. El primero se llevó a cabo entre los años 1928 y 1932, y buscó desarrollar la industria pesada a fi n de lograr crear las condiciones necesarias para cimentar las bases de una poderosa economía; era entonces necesario lograr el desarrollo de la siderurgia, la producción de carbón y la electrificación del territorio, entre otros. Ejemplo del éxito de este primer plan fueron los resultados obtenidos en la producción de acero: 4,3 millones de toneladas en 1929, 6,8 en 1933 y 18,8 en 1939. El segundo Plan se aplicó a partir de 1933 y se extendió hasta 1937. En esta segunda etapa se buscó desarrollar la industria de consumo y la producción de bienes correspondientes a la industria ligera, como por ejemplo alimentos, calzado y vestuario. Esto no significó dejar de lado el desarrollo industrial iniciado en 1928, sino complementar lo que ya se había logrado anteriormente. El tercer y último plan se inició en 1938, pero fue interrumpido por el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939. A pesar de ello, hacia fines de la década de 1930, la URSS había logrado un despegue económico considerado uno de los más rápidos y exitosos de la historia mundial.

El sistema impuesto por Stalin no resistía ningún tipo de oposición. Si bien gobernó como Secretario General del Partido Comunista, lo hizo solo con aquellos a quienes consideró personas de su entera confianza, para lo cual llevó a cabo una serie de purgas (1936-1939) para deshacerse de toda oposición al interior del partido y eliminar a eventuales reemplazantes. Los disidentes eran aprehendidos y torturados hasta lograr que confesaran crímenes de los que eran inocentes, luego de lo cual eran fusilados o enviados a campos de trabajo forzado.

En materia política, el estalinismo defendió fuertemente tres ideas: el socialismo en un solo país, el férreo control del Estado y del Comité Central del Partido Comunista y la aplicación de una moral más conservadora. La era de Stalin constituyó, así, uno de los sistemas totalitarios más extensos del siglo XX, en el cual se cometieron genocidios y múltiples abusos a los Derechos Humanos. De hecho, durante su gobierno, los soviéticos se vieron subordinados a la ideología del Estado, y sus derechos y las libertades se vieron fuertemente limitados.

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