Corazon de Perro

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corazón de perro

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Bulgakov-Mijail-Corazon-de-perro(1)

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  • corazn de perro

  • La obra de M~Ml Bulgakov (1891-1940), uno de los ms importantes eseritores rusos del siglo XX, no ha conocido verdadera divu1gacin hast~ despus de la lpuerte de su., autor, Corazn 4!e perro, obra maestra de la literatura sat-rica e imaginatva, narra en primera persona'la e:xperienca de un perro al ~ue se le injer-tan la hipfisis ,las glndulas genitales de un pr6letaro. El gobierpo sovit vO no ha au~orizado jams la )ublicacin de . estas amargas '" incIsIvas re-flexiones de un err 1- 1.

    ~ ediclGltl So liher.a. ' editorial labor s. a.

  • l./'-I ) 315 , .

    mijal bulgakov corazn de perro

    las ediciones liberales editorial labor s. a.

    barcelona

  • Traduccin del ruso de Ricardo Sanvicente. Diseo de la cubierta de Mercedes Aza. ISBN 84 - 335-9809-0 Depsito legal: B. 20.321-1974 by Editorial Labor, S. A. 1974 Calabria, 235 - Barcelona-15 Compuesto e impreso en Tipografa Emporium, S. A. Ferlandina, 9-11 - Barcelona-l

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    U-u-u-u-u-hu-huu-huuu! Oh!, mrenme, me estoy muriendo. La ven-

    tisca en el porche entona mi funeral y yo la acom-pao con mis aullidos. Estoy perdido, perdido. Un miserable con un gorro sucio -el cocinero de la cantina de los empleados del Soviet Central de Economa Naciona1- me ha echado agua hirvien-do y tengo el costado izquierdo escaldado. Qu cerdo! y para colmo proletario. Seor, Dios mo, qu dolor! El agua hirviendo me ha carcomido hasta los huesos. Ahora allo, allo, como si el aullar me ayudara en algo.

    En qu le he molestado? Acaso faltarn los vveres en el Soviet de Economa Nacional si es-carbo entre las basuras? Mrenle si tienen oca-sin la jeta: es ms ancho que largo! Ladrn con jeta de bronce. Qu gente los hombres! Al medioda el del gorro me ha obsequiado con un cubo de agua hirviendo y ahora ya ha oscurecido, sern ms o menos las cuatro de la tarde a juzgar

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  • por el olor de cebolla que sale del cuartel de bomberos de la calle Prechistenka. Los bomberos, como ustedes saben, cenan casha, pero es lo l-timo, igual que comer setas. Unos conocidos mos de la calle Prechistenka me han contado que en el restaurante "Bar" de la calle Neglinyi sirven de plato del da setas con salsa picante a 3 rublos 5 kopeks la racin. Son cosas para quien le gus-tan, es lo mismo que lamer unos chanclos ... U-u-u-u-u.

    El dolor del costado es inaguantable, y veo perfectamente claro el futuro de mi carrera: ma-ana aparecern las llagas, y me pregunto con qu las voy a curar? En verano uno puede lar-garse a Soklniki, all hay una hierba especial, muy buena, y adems te puedes hartar gratis de mondaduras de salchichn y lamer los papeles un-tados con grasa que abandonan los ciudadanos. Y si no fuera por los idiotas que cantan en el prado, a la luz de la luna, "Celeste Aida", de una ma-nera que te hacen vomitar, sera una verdadera maravilla.

    Pero ahora adnde ir? No habis recibido puntapis con las botas? S, claro y pedrada!> en las costillas? tambin, bastantes. Todo lo he probado, estoy en paz con mi destino y si ahora lloro es slo por el dolor fsico, por el fro, por-que mi nimo todava no se ha extinguido. El espritu de un perro es tenaz.

    Pero he aqu mi cuerpo destrozado, golpeado, malherido por los hombres. Y adems, lo peor es que el agua hirviendo me ha quemado el pelo y tengo el costado izquierdo sin ninguna protec-cifth. Puedo atrapar fcilmente una pulmona, y despus, queridos ciudadanos, me morir de ham-bre. Con una pulmona hay que estar acostado en la entrada principal debajo de la escalera, y quin ir a buscarme algo de comida entre los cubos de basura? Se me infectara el pulmn, me arrastrar sobre la barriga, me debilitar, y qualquier tipo me matar de un golpe. Y los porteros unifor-

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  • mados me cogern por las patas y me echarn al carro.

    Entre todos los proletarios, los porteros son la gentuza ms abominable. Son los desechos hu-manos, la categora ms baja. Entre los cocineros puede haber de todo. Por ejemplo, Vlas el de la calle Prechistenka, i cuntas vidas ha salvado! Porque cuando uno est enfermo 10 principal es tener algo que llevarse a la boca. Y era entonces, explican los viejos, cuado Vlas les tiraba un hue-so y con l un buen trozo de carne. Que Dios le tenga en su seno, porque fue un verdadero pro-hombre, cocinero de los mndes Tolstoi y no del Soviet de Alimentacin. Lo que all pueden hacer supera la inteligencia de un perro. Aquellos miserables hacen sopa de col con cecina podrida, y los pobres no se dan cuenta de nada. Corren, comen y se relamen.

    Miren aquella mecangrafa. .. Es de la IX ca-tegora y cobra cuarenta y cinco rublos al mes. Supongamos que el amante le regala medias de seda. Pero cuntas humillaciones tendr que so-portar a cambio? Por ejemplo, l no hace el amor de una forma normal, sino que le obliga a hacer-lo a la francesa. Entre nosotros, vaya cerdos estos franceses. Aunque comen ricamente, y todo con vino tinto. S... esta mecangrafa con cuarenta y cinco rublos, seguro que no ir al bar. No le llega ni para el cine, y el cine es el nico consuelo de la vida de las mujeres. Mrenla, est temblando, haciendo muecas, pero come. Y pensar que dos platos cuestan cuarenta kopeks cuando en reali-dad no valen ni quince, porque el administrador se lleva los otros veinticinco. Creen que esto es todo 10 que ella necesita? Tiene algo en la parte superior del pulmn izquierdo y una enfermedad de mujeres por 10 del amor a la francesa, en el trabajo le han descontado algo del sueldo y en el comedor ha comido cualquier cosa podrida; ah est, ya viene . ..

    Corre hacia el porche, lleva puestas las me-

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  • dias del amante. Tiene las piernas fras, el aire le llega hasta el estmago, porque el pelo que la cubre es como el mo ahora, y los pantalones son ligeros, de encaje, trapitos para el amante. Si se pusiera unos de franela, aqul empezara a chillar: "Pero qu poco elegante eres! Estoy harto de mi Matriona y de sus pantalones de franela. Ha llegado mi hora, ahora soy yo presidente y todo lo que robe ser para adornar a una mujer, para co-mer colas de c.angrejos y beber buenos vinos, por-que ya he pasado bastante hambre en mi juventud, ahora basta, a fin y al cabo despus de la muerte no hay nada".

    Que lstima me da, que lstima! pero me tengo mucha ms lstima a m mismo. No 10 digo por egosmo, oh no!, sino porque en realidad estamos en condiciones muy distintas. Ella al me-nos en su casa est caliente, pero y yo?- dnde ir yo? U-U-u-u-u!

    -Pss, pss, Sharik por qu lloras? Quin te ha hecho dao? Uh ...

    Como una bruja, la fra ventisca reson en las puertas y con su escoba golpe en los odos de la joven. La falda se le levant hasta las rodillas, mostrando las medias crema y una estrecha franj

  • lgrimas de perro, como ampollas, salan de sus ojos y se congelaban al acto. El costado herido re-saltaba con los mechones de lana helado que se caan, y entre ellos se vean las horribles manchas rojas de la quemadura. Qu estpidos, qu obtu-sos y despiadados son los cocineros.

    Ella le haba llamado Sharik... De qu va ser un Sharik! Sharik quiere decir redondo, bien alimentado, tonto, que come casha de avena, hijo de una familia eminente, y l es un perro hir-suto, invlido, vagabundo y sin amo. De todos modos, gracias por la palabra amable.

    Al otro lado de la calle, la puerta de una tien-da brillantemente iluminada se abri ruidosamente y sali de ella un ciudadano. S, exactamente un ciudadano y no un camarada, y, hasta para ser ms preciso, un seor. Se acerca, ya no hay duda, es un seor.

    Piensan que es por el abrigo? Absurdo . Ahora muchos proletarios llevan abrigo. Cierto que no con este cuello, esto ni hablar, de todos modos, de lejos uno puede equivocarse. Pero los ojos no te pueden confundir, ni de cerca ni de lejos. Oh!, los ojos son ,algo muy importante. Como un bar metro. Lo descubren todo: el que tiene un corazn de piedra, el que por menos de nada te suelta una patada en las costillas y el que tiene miedo de todos. A estos ltimos es agradable a veces mor-derles los tobillos. Si tienes miedo, toma. Si tienes miedo, te lo mereces ... Grrr, guau, guau! ...

    El caballero atraves la calle entre la ventisca de nieve y con paso decidido se dirigi al portal.

    S, de ste en seguida se sabe todo. Seguro que ste no come cecina podrida, y si en alguna parte se la dan, escribir a los peridicos: A m, FiHp Filpovich, me han dado comida en mal estado.

    Cada vez est ms cerca. Come bien y no roba. Este no empezar a darte patadas, y no tiene mie-do porque no pasa nunca hambre. Es un seor, un trabajador intelectual, con una perilla puntiaguda

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  • a la ttances y un higote crioso, suve y atrevido como el de los caballeros franceses, pero el olor que me llega por el viento es horrible, de hospi-tal. Fuma un cigarro.

    Me pregunto por qu diablos habr ido a la cooperativa de Economa Nacional. Ya est a mi lado. Qu espera? U-u-u-u-u. Qu habr podido comprar en esta desastrosa tienda? Salchichn. Seor, si usted supiera de qu hacen ese salchi-chn, no se acercara a la tienda. Dmelo a m.

    El perro, con las fuerzas que le quedaban, como un loco empez a arrastrarse por el porche hacia la acera. La ventisca dispar una salva encima de su cabeza y barri las enormes letras de una pan-carta de tela que deca Es posible rejuvenecer?.

    Naturalmente que es posible. El olor me ha rejuvenecido, me ha puesto en pie, me ha llenado de olas ardientes el estmago vaco desde hace dos das, un olor ms fuerte que el del hospital, el divino olor de una yegua descuartizada, con ajo y pimienta. Lo noto, s que el salchichn est en el bolsillo derecho de su abrigo. Encima de m. Oh, mi seor! Miradme! Me estoy muriendo. Esclava es nuestra alma! Infame nuestto des-tino!

    El perro se arrastr sobre el vientre como una serpiente, vertiendo ,abundantes lgrimas.

    Mire la obra de un cocinero. Pero no me lo dar. Oh! Conozco muy bien a los ricos! Pero, en realidad, para qu lo necesita? Para qu quiere un pedazo de yegua podrida? En ningn lugar, slo en el Mosselprom, encontrar un ve-neno as. Usted ha desayunado, usted es una per-sonalidad de renombre internacional, gracias a las glndulas sexuales masculinas. U-u-u-u-u... Qu hacemos en este mundo? Parece que an es pron-to para morir, y la desesperacin es un verdadero pecado. Slo me queda lamerle las manos'.

    El misterioso caballero se inclin hacia el perro, los aros dorados de sus gafas brillaron, y sac del bolsillo derecho un paquete blanco alargado. Sin

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  • quitarse los guantes marrones desenvolvi el pa-pel que inmediatamente desapareci en la ventis-ca, arranc un trozo de salchichn, llamado Cra-covia especial, y se lo dio al perro.

    Oh generoso caballero! U-U-u-u! -Fiu-fiu -silb el seor y aadi con una

    voz seversima-: Toma! Sharik, Sharik! Otra vez "Sharik", me han bautizado. Pero

    .por este maravilloso gesto, llmeme como quiera. Al instante, el perro arranc la piel del salchi-

    chn, clav roncando sus dientes y en dos bocados se lo trag. Se atragant con la carne y con la nieve, le saltaron las lgrimas y por poco se traga el cordel.

    Ms, ms, le lamo las manos y le beso el bor-de de los pantalones, benefactor mo.

    -Habr mientras ... -El seor hablaba entre-cortadamente, como si diera rdenes . Se inclin sobre el perro, le mir inquisitivamente a los ojos e inesperadamente le pas, ntima y cariosamen-te, la mano enguantada por la barriga.

    -Aj -dijo significativamente-, no llevas co-lla,r, es exactamente 10 que necesito. Sgueme -chasque con los dedos-o Psch, psch. .

    Seguirle? Hasta el fin del mundo. Golpeme con sus zapatos de fieltro, que no dir una pala-bra.

    Por toda la calle Prechistenka brillaban los faro-les. El costado le dola insoportablemente, pero Sharik a veces se olvidaba de l, absorto por una sola idea: cmo no perder la maravillosa visin en el tumulto y cmo expresarle su amor y su fidelidad . Lo demostr siete veces en el trayecto de la calle Prechistenka hasta el pasaje Obujov. Le bes las botas en el pasaje Miortvi, le limpia-ba el camino, con su gruido salvaje asust de tal modo a una dama que sta cay sentada en la ace-ra, y aull dos veces para mantener la compasin de su benefactor hacia su persona .

    Un gato asqueroso que pareca camuflado de si-beriano, sali de la caera del desage y pese a

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  • la ventisca oli el Cracovia especial. A Sharik se le nubl la vista al pensar que a este rico extrava-gante que recoga de los portales a los perros heridos se le ocurriera recoger tambin a un ladrn con el que tendra que compartir el producto del Mosselprom. Rechin los dientes de tal modo que el gato, silbando como una manguera agujereada, subi por la caera hasta el segundo piso. - Grrrrr! - Guau! Fuera, no habr suficien-tes reservas en el Mosselprom para abastecer a toda la gentuza que deambula por la calle Prechis-tenka.

    El seor, en premio a su fidelidad, al lado del puesto de bomberos, junto a una ventana por la que llegaba el agradable ronroneo de una trompa premi al can con un segundo trozo algo menor que el anterior, de unos veinte gramos.

    Ese tonto quiere seducirme. No se preocupe, no me ir a ninguna parte. Le seguir a donde me mande.

    -Fiu, fiu fiu, aqu! Al Obujov? por favor, cmo no. Conozco

    muy bien este pasaje. -Fiu, fiu. Aqu? Encan ... Eh, no, por favor. No. Hay

    un portero. Y no hay nada peor que esto. Una raza totalmente odiosa. Peor que los gatos. Un de-sollador con botones dorados.

    -Vamos, no tengas niedo. -Buenas tardes tenga usted, Filip Filpovich. -Buenas tardes, Pedor. Este s que es una personalidad. Dios mo ,

    dnde me llevas! Oh destino perruno! Quin puede ser este personaje que delante del portero introduce a los perros en las viviendas? Miren a este canalla, ni una palabra, ni un gesto! Claro que tiene los ojos turbios, pero, en realidad, ha hecho, como si no le importara, con su gorra y sus galones dorados. Se comporta como si todo fuera normal. i Le respeta, seores, y cmo le res-

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  • peta! Bueno, yo estoy con l y detrs de l. Qu? Te molesta? pues, te aguantas. Quin pudiera pegar un mordisco a su calloso pie de proletario. Por todas las humillaciones causadas por tus her-manos. Cuntas veces me habis dado en el mo-rro con la escoba? Eh?

    -Vamos, ven. Le entiendo perfectamente, no se preocupe,

    por favor. Ir donde usted vaya. Mustreme el camino, y yo no me alejar, a pesar de mi des-graciado costado.

    De la escalera, hacia abajo: -No hubo cartas para m, Fedor? De abajo hacia la escalera, respetuosamente: -No, Filip Filpovich, nada. (Despus, con com-

    plicidad, a media voz.) Han instalado a unos ca-maradas en el apartamento tercero.

    El gran benefactor de los perros se gir brus-camente e inclinndose sobre la barandilla pre-gunt horrorizado:

    -Qu?! Sus ojos se hincharon y los pelos del bigote se

    le pusieron de punta. El portero, desde abajo, levant la cabeza y

    con las manos haciendo de altavoz, afirm: -As es, cuatro personas ni ms ni menos. -Dios mo, me imagino 10 que va a pasar Y

    qu tal son? -Pse, nada especial. -Y Fedor Pavlovich? -Ha ido a por biombos y ladrillos . Van a ha-

    cer tabiques de separacin. - Adnde iremos a parar! ~Piensan instalar ms gente en todos los apar-

    tamentos,a excepcin del suyo, Filip Filipovich. Acaba de haber una reunin, han creado un nuevo comit, y el anterior a la calle.

    -Ay, ay, ay, qu cosas! Fiu, Hu, fiu . Ya voy, hago 10 que puedo, es que el costado

    me duele. Permtame lamerle la bota .

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  • Los galones del portero desaparecieron. En el rellano de mrmol se empez a notar el calor de las tuberas, doblaron otra esquina y llegaron al piso principal.

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    Estudiar, leer, no sirve para nada cuando se huele la carne a una legua. Adems, si viven en Mosc y tienen algo de seso, quieran o no apren-dern algo de cultura general y sin necesidad de ir a la escuela . De los cuarenta mil perros mos-covitas, incluso el ms completo idiota podr jun-tar las letras de la palabra salchichn.

    Sharik empez aprendiendo los colores. Con cua-tro meses recin cumplidos, colgaron por todo Mosc unos letreros .azules-verdosos con la ins-cripcin MSPO -comercio de carne. Rep~timos que todo esto no sirve de nada, porque de todos modos la carne con el olor basta. Y el lo se pro-dujo precisamente cuando Sharik, confundienJo el let.rero tambin azulado por el humo de un motor, en lugar de la carnicera se meti en una tienda de objetos elctricos de los hermanos Po-lubizner en la calle Mianitskaia. All comprob que los cables son ms resistentes que el ltigo de un cochero. Hay que considerar este momento

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  • memorable como el principio de la formacin cul-tural de Sharik. Ya en la acera, empez a darse cuenta de que azul no siempre significa car-ne, y, metiendo el rabo entre las patas, aullando por el ardiente dolor, se acord para siempre de que a la izquierda de todas las carniceras hay una cosa dorada o roja que parece un trineo.!

    Luego todo fue mejor. Aprendi la A en la Glavryba 2 de la esquina de la calle Mochovaya, y despus la B, que le era mucho ms fcil ver al final de la palabra porque junto al principio haba un polica.

    Los .azulejos que cubran las esquinas de algu-nas tiendas de Mosc, significaban siempre, im~vitablemente, Queso. El grifo negro de samovar con que empieza la ensea negra del expropietario Chichkin,3 se refera a las montaas de queso rojo holands, a los fieros dependientes que odiaban a los perros, al serrn en el suelo y al abominable bakstein.4

    Si tocaban el acorden, cosa que era algo mejor que la Celeste Aida, y ola a salchichn, las pri-meras letras de los letreros blancos se componan con gran facilidad en la palabra Prohib. .. que es el principio de Prohibida la palabra soez y las propinas. En estos sitios a veces se organizaban peleas, la gente se daba puetazos en los morros y, en contadas ocasiones, a golpes de servilletas y botas.

    Si colgaban de las ventanas jamones secos y haban mandarinas: guau, guau, ga ... stronoma. Si se vean oscuras botellas llenas de un extrao lquido . . . V-i-n-o, vinos ... antigua casa de los her-manos Eliseiev.

    El desconocido seor que trajo al perro a las puertas de su lujoso piso principal, Uam a la

    1. Es decir, una M mayscula. 2. Mercado central del pescado. 3. Se trata de la e del alfabeto cirilco, que en le-

    tras de imprenta se parece a nuestra hache acostada. 4. Variedad de queso de Holanda.

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  • puerta y el perro levant en seguida la vista hacia la placa negra con letras doradas que colgaba a un lado de la puerta de cristales rosa esmerilados. Compuso en seguida las tres primeras letras: Pe-erre-o ... Pro. Pero despus venan una porque-ra barriguda 5 que cualquiera sabe lo que quera decir. No ser un proletario? Levant el ho-cico con asombro, oli nuevamente el abrigo y pens convencido: No, aqu no huele a proleta-rio. Una palabra cientfica, Dios sabe lo que quiere decir.

    Detrs del cristal rosa se encendi una luz ines-perada y alegre que ensombreci ms an la placa negra. La puerta se abri sin ruido y una joven y bella mujer con delantal blanco y cofia de enca-je apareci ante el perro y su seor. Se sinti in-merso en un calor divino y de la falda de la mujer le lleg un olor de lirios.

    -Adelante, seor Sharik --dijo irnicamente el caballero, y Sharik se apresur a entrar, mo-viendo acompasadamente la cola.

    As es como yo entiendo la vida, pens el perro.

    Una gran cantidad de objetos llenaban el fas-tuoso vestbulo. En seguida le atrajo el gran es-pejo que llegaba hasta el suelo, y que reflej de golpe al desarrapado y maltrecho Sharik, adems de unos terribles cuernos de ciervo en lo alto, un sinnmero de abrigos de piel y zapatos, y bajo el techo una tulipa de palo con luz elctrica.

    -De dnde ha sacado esto, Filip Filpovich? -pregunt sonriendo la mujer , mientras le ayu-daba a sacarse el pesado abrigo de piel de zorro plateado con destellos azulados-o Madre ma! Pero qu sarnoso!

    -Tonteras. Por qu sarnoso? -pregunt el seor severa y entrec.ortadamente.

    Despus de quitarse el abrigo, apareci un tra-

    5. Es una efe que en el alfabeto cirlico se parece a la q, griega.

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  • je de tejido ingls y en su barriga brillaba alegre y suavemente una cadena de oro.

    -Espera, no te nuevas, pero estate quieto!, tonto, esto no es sam ... Diabl.. . Hum! Ah! Ah! Esto es una quemadura. Quin ha sido el

    miserable que te ha escaldado? eh? Quieto ... ! Un cocinero, un cocinero-carcelero, pensaba

    el perro con triste mirada y aull suavemente. -Zina --orden el seor-, llvalo ahora mis-

    mo a la sala de observacin y treme la bata. La mujer silb, hizo chasquear los dedos y el

    perro, algo indeciso, la sigui. Se introdujeron los dos en un estrecho y oscuro pasillo, atravesaron , una brillante puerta y luego, a la izquierda, en-traron en una oscura habitacin que al instante desagrad al perro por su odioso olor. Un chas-quido y la oscuridad se transform en una cegadora claridad y por todas partes todo empez a brillar, a .relucir.

    Eeeeh! No! -aull el perro-o Lo siento, pero no estoy de acuerdo. Ahora entiendo! el diablo se los lleve con su salchichn. Me han tra-doa una enfermera canina. Ahora me harn be-ber aceite de ricino y me cortarn todo el costado con cuchillos, como si no estuviera ya bastante mal...

    -Alto! Dnde vas! -grit la que llamaban Zina. El perro se dio la vuelta, se puso tenso, y se lanz de repente con el lado sano y todas sus fuerzas contra la puerta; toda la casa entera reso-n a causa del golpe. Retrocedi y comenz a dar vueltas como una peonza, volcando por el suelo un cubo blanco del que volaton trozos de gasa. Al tiempo que daba vueltas giraban las paredes y los armarios con los brillantes inst.rumentos; el blanco delant.al y la desencajada cara de la mujer saltaron a su encuentro.

    -Dnde vas, diablo peludo? -gritaba deses-peradamente Zina- Condenado!

    Dnde estar la escalera de servicio?, pensa-ba el perro. Se lanz como una bola contra una

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  • cristalera, con la esperanza de que sta fuera la segunda puerta. Salt una nube de cristales ha-ciendo un horrible ruido, un bote lleno de una porquera rojiza cay y al instante llen todo el suelo y empez a heder. La verdadera puerta se abri.

    - Quieto, animal! - grit el seor saltando con la bata puesta por una sola manga y cogiendo al perro por las patas-o Zina, coge por el cuello a este miserable.

    -Mi madre! Vaya perro! La puerta se abri ms y entr otro individuo

    del sexo masculino, en bata. Pisando los cristales rotos se dirigi, no hacia el perro, sino hacia el armario, lo abri y toda la habitacin se llen de un olor dulzn y nauseabundo. Despus el indivi-duo se abalanz sobre el perro, a lo que ste res-pondi con un mordisco por encima de los cordo-nes de los zapatos . El individuo peg un grito pe-ro no se amilan. El lquido nauseabundo cort la respiracin al perro y todo le empez a dar vueltas en la cabeza. Despus se le derrumbaron las piernas, se tambaleaba sin saber a qu lado caer. Gracias -pens entre sueos derrumbndo-se sobre los cristales-o Adis, Mosc! no volver a ver a Chchkin, ni a los proletarios, ni al salchi-chn de Cracovia. Me voy al cielo por todos mis largos sufrimientos. Hermanos desolladores, por qu me hacis esto?

    y llegado a este punto, se cay definitivamente y muri.

    Cuando resucit, estaba un poco mareado v sen-ta nuseas en el estmago; el costado, como si no existiera, callaba dulcemente. El perro abri su lnguido prpado derecho y vi de reojo que esta-ba fuertemente vendado por los costados a la altura del estmago. De todos modos me han fastidiado, estos hijos de perra -pens confusa-mente-, pero hay que reconocer que lo han hecho bien.

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  • -De Sevilla a Granada ... En el oscuro silen-cio de la noche 1_ cant una voz desentonada y distrada.

    El perro se asombr, abri de par en par 105 ojos y vi a dos pasos una pierna masculina apo-yada en un taburete blanco. Las perneras del pal1-taln y de los calzones estaban levantadas y la desnuda pierna amarillenta manchada de sangre seca y yodo.

    Santo cielo! -pens el perro-, debe ser el que he mordido. Esto es obra ma. Bueno, me van a dar!

    -Se oyen serenatas y el golpear de las espa-das! Por qu has mordido al doctor, pordiose-ro? Eh? Y por qu has roto el cristal? Eh?

    -U-u-u-u -gimi lastimero el perro. -Bueno, ya est, qudate aqu acostado,

    tontaina. -Cmo ha conseguido, Filip Filpovich, en-

    gatusar a este perro tan nervioso? -pregunt una .agradable voz de hombre, y el calzn de lana rod hacia abajo. Se esparci un olor a tabaco y en el armario tintinearon los frascos.

    -Con caricias . Es la nica forma posible de tratar a los seres vivos. Con el terror no se con-sigue nada de los animales, sea cul sea su nivel de desarrollo. Siempre lo he dicho, lo digo ahora y lo seguir diciendo. Es intil que algunos pien-sen que el terror les va a ayudar. No, no les ayu-dar, sea cul sea: ni el blanco ni el rojo, ni si-quiera el marrn. El terror paraliza completamente el sistema nervioso. Zina!, le he comprado a este bribn un rublo 40 kopeks de salchichn de Cracovia. Encrgate de alimentarlo cuando se le pasen las naseas.

    Crujieron los Gistales bajo la escoba y una voz femenina con coquetera:

    - De Cracovia! Dios mo! Le tendra que

    1. Cancin de moda a principios de siglo, con letra de Alexei Tolstoi.

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  • haber comprado veinte kopeks de despojos de la carnicera. El salchichn, mejor me lo como yo.

    - Prueba a comerlo! Ni lo suees! Es to es un veneno para el estmago humano! Una chica mayor y te metes en la boca cualquier porquera! De nign modo. Te aviso, ni el doctor Bormental ni yo nos ocuparemos de ti si te empieza a doler el estmago ...

    Sonaban por toda la casa unos suaves timbrazos entrecortados, y a lo lejos, en la entrada, no cesa-ban de orse voces. Y el telfono . Zina desapa-reci.

    Filip Filpovich tir la colilla al cubo, se abro-ch la bata, puso en orden ante el espejo de la pared su espeso bigote, y llam al perro:

    -Fiu, fiu. Bueno, no es nada, no es nada . Va-mos a la consulta.

    El perro se levant sobre sus patas todava inse-guras, se estremeci, pero en seguida se repuso y sigui los ondulante faldones de Filip Filpovich. Nuevamente atraves el estrecho pasillo pero aho-ra lo vio brillantemente iluminado por un rosetn en el techo. Cuando se abri la puerta lacada, en-tr con Filip Filpovich en el despacho que lo deslumbr por su decoracin. Ante todo ,resplan-deca de luz, haba luces bajo el techo moldeado, encima de la mesa, en la pared, en los cristales de los armarios. La luz innundaba toda la inmensidad de objetos entre los que el ms .atrayente era una enorme lechuza sobre una rama en la pared.

    -Echate- le orden Filip Filpovich. La puerta de enfrente, de madera tallada, se

    abri, y entr el mordido que ahora en la bri-llante luz pareca muy guapo y joven, con una afilada perilla; entreg una hoja y dijo:

    -El de antes. Desapareci al instante, silenciosamente, y Fi-

    lip Filpovich, extendiendo los faldones de la ba-ta, se sent tras una enorme mesa de escritorio y se transform de repente en un personaje extraor-dinariamente importante e imponente, -

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  • No, esto no es una enfermera, he cado en algn otro sitio -pens turbado el perro y se tumb en una elegante alfombra al lado del di-vn-, ya aclararemos ese misterio de la lechuza.

    La puerta se abri suavemente y entr un per-sonaje tan sorprendente que el perro solt un ladrido, aunque muy tmido.

    - Silencio! Pero si est irreconocible, mi qU(:-ridoamigo.

    El que haba entrado se inclin turbado y res-petuoso ante Filip Filpovich.

    -Ji, ji. Es usted un mago, un hechicero -dijo confuso.

    -Qutese los pantalones, querido amigo -or-den Filip Filpovich y se levant. Jess, Dios mo! -pens el perro-, ese si que es un p-jaro.

    En la cabeza le crecan al pjaro unos cabellos totalmente verdes que en el cogote adquiran un tono oxidado, de tabaco; las arrugas se extendan por toda su cara, pero su color era rosado como el de un beb. La pierna izquierda no se doblaba, y tena que arrastrarla por la alfombra, mientras que la derecha saltaba como si fuera la de un saltamontes. A un lado de la magnfica chaqueta brillaba, como si fuera un ojo, una piedra preciosa.

    Interesadsimo, al perro le desaparecieron las naseas.

    - Guau! -ladr suavemente. - A callar! Cmo va el sueo, querido ami-

    go? -Je, je. Estamos solos, profesor? Es indes-

    criptible -dijo confusamente el visitante-, Paro-le d'honneuY, en veinticinco aos no me haba su-cedido nada parecido --el sujeto empez a desa-botonarse los pantalones-o No s si me creer, profesor, cada noche manadas de chicas desnudas . Estoy verdaderamente maravillado. Es usted un mago.

    -Humm. -Suspir preocupado Filip Filpo vich, observado las' pupilas del cliente.

    22

  • Este por fin pudo liberar los botones y s,e qui-t los pantalones a rayas. Debajo aparecieron unos calzoncillos nunca vistos. Eran de color crema, con unos gatos negros de seda bordada, y olan a perfume.

    El perro no pudo resistir la presencia de los gatos y peg un ladrido tal que el sujeto dio un salto.

    -Ay! - Te vaya dar! No tema, no muerde. Que no muerdo?, pens con asombro el

    perro. Del bolsillo del pantaln se le cay a la alfom-

    bra un pequeo sobre en el que se poda ver una hermosa joven con los cabellos sueltos. El indivi-duo dio un salto, se inclin recogiendo el sobre y se sonroj intensamente.

    -De todos modos, tenga cuidado --dijo seve-ramente Filip Filpovich, amenazndole con el de-do-, tenga cuidado, no abuse!

    -Yo no abu ... -balbuce avergonzado el su-jeto que continuaba desnudndose-, yo, querido profesor, slo en plan de experiencia.

    -Bueno, y qu? Qu resultados? -pregun-t muy serio Filip Filpovich.

    El sujeto, en xtasis, agit las manos. -En veinticinco aos, se 10 juro por Dios, pro-

    fesor, nada parecido. La ltima vez en 1899, en Pars, en la Rue de la Paix.

    - y por qu se ha vuelto verde? La cara del visitante se ensombreci. - Maldito ungento! No puede imaginarse,

    profesor, 10 que han metido estos malhechores en vez de tinte. Mire! -balbuceaba buscando con la vista un espejo-, tendra que partirles la cara! -aadi, encolerizado-. Qu puedo hacer ahora, profesor? -suplic con voz llorosa.

    -Hum, afitese la cabeza. -Pero, profesor -exclam lastimeramente el

    visitante-, me saldrn canosos de nuevo. Ade-ms, no podra ni asomarme a la oficina; es el

    23

  • tercer da que no voy por all. Ah, profesor! Si usted descubriese un mtodo para rejuvenecer tambin el pelo!

    -Cada cosa a su tiempo -replic Filip Filipo-vich.

    ,Inclinndose, estudi con ojos brillantes la ba-rriga del paciente:

    -Bueno, fantstico, todo est en perfecto oro den. Para serIe sincero, yo no esperaba un resul-tado as. Para presumir hay que sufrir. Vstase, querido amigo.

    -Yo soy de aquella que es la ms bella ... --canturre el paciente con voz temblona, como sa-lida de una sartn, y resplandeciente empez a ves-tirse. Despus de ponerse en orden, con paso saltarn, dejando por todas partes el olor de su perfume, cont un fajo de billetes blancos y estre-ch cariosamente las manos de Filip Filpovich.

    -No vuelva hasta dentro de dos semanas -eli-jo Filip Filpovich-, pero de todos modos le ruego que vaya con cuidado.

    - Profesor! -desde la puerta exclam una voz extasiada-, est completamente tranquilo -solt una risita complaciente y desapareci.

    Un timbrazo se desparram por toda la casa, la puerta lacada se abri, entr el mordido, entre-g una hoja a Filip Filpovich y declar:

    -Los aos estn mal indicados. Probablemen-te cincuenta y cinco o cincuenta y seis. El ritmo del corazn es algo sordo.

    Desapareci y apareci en su lugar una dama cuyos vestidos hacan fru-fru, con un gorro coque-tamente ladeado y un brillante collar en el cuello marchito y arrugado. Unas extraas bolsas negras colgaban debajo de sus ojos, y las mejillas estaban rojas como las de una mueca. Estaba muy agi-tada.

    -Seora! Qu edad tiene? -pregunt con gran severidad Filip Filpovich.

    La dama se asust e incluso palideci bajo la capa de colorete.

    24

  • -Yo, profesor, se lo juro si supiera usted mi drama! ...

    -Cuntos aos, seora -pregunt Filip Fil-po vi eh en un tono an ms severo.

    -Palabra de honor. Bueno, cuarenta y cinco ... - Seora! --chill Filip Filpovich-, me

    estn esperando! No me entretenga, por favor. No es usted la nica!

    El pecho de la dama se agitaba tumultuosa-mente.

    -Se lo dir slo a usted, como lumbrera de la ciencia. Pero le juro es algo horrible! ...

    -Su edad -exclam Filip Filpovich furioso :' con voz de pito, sus gafas brillaron.

    - Cincuenta y uno! --contest la dama retor-cindose de miedo.

    -Qutese los pantalones, seora -dijo Filip Filpovich, ya ms tranquilizado, y seal un alto biombo blanco en el rincn.

    -Le juro, profesor ... -balbuce la dama, mien-tras con dedos temblorosos se desabrochaba unos corchetes en la cintura-o Este Moritz ... se lo con-fieso de todo corazn ...

    -De Sevilla a Granada ... --canturre Filip Fi-lpovich distradamente y apret el pedal del lava-bo de mrmol. Se oy el ruido del agua.

    - Lo juro por Dios! -deca la dama y a sus mejillas ascendan los verdaderos colores-o Ya lo s, es mi ltima pasin. Pero es un canalla! 'Oh profesor!, es un fullero y un tramposo. Todo Mosc lo sabe. No se deja escapar ni una vulgar modista. Y es que es tan diablicamente joven ...

    La dama murmuraba e iba sacndose de debajo de las ruidosas faldas una prenda de puntillas arru-gadas.

    Al perro se le nubl completamente la vista y en la cabeza todo le empez a dar vueltas.

    Iros al diablo -pens confusamente, y .recos-tando la cabeza sobre las patas se adormil aver-gonzado-, no voy a esforzarme en entender qu broma es sta, tampoco lo entendera.

    25

  • Le despert el timbre y vi que Filip Filpo-vich tiraba a la palangana unos tubos relucientes.

    La pintarrajeada mujer, apretndose las manos al pecho, miraba ansiosamente a Filip Filpovich. Este frunci las cejas con aire de gravedad y sen-tndose en la mesa empez a escribir algo.

    -Le injertar ovarios de mona -dijo, y la mir severamente.

    -Ah, profesor han de ser precisamente de mona?

    -S -contest inflexible Filip Filpovich. -Cundo es la operacin? -pregunt la da-

    ma palideciendo y con dbil voz. -De Sevilla a Granada ... Hum ... el lunes. In-

    gresar en la clnica por la maana. Mi asistente la preparar para la intervencin.

    -Oh, no quiero ingresar en la clnica. No po-dra hacerse en su casa, profesor?

    -Mire, en mi casa slo opero en casos extre-mos. Le costar muy caro, quinientos rublos.

    - Estoy de acuerdo, profesor! -Se oy nue-vamente el ruido del agua, el gorro de plumas se agit; despus, apareci una cabeza calva como una bola de billar y abraz a Filip Filpovich. El perro dormitaba, las nuseas haban pasado, y se deleitaba del costado ya calmado y del calor, ronc incluso y tuvo tiempo de ver un trozo de sueo agradable: so que le arrancaba las plumas de la cola a la lechuza .. .

    Despus, una voz .alarmada reson sobre su ca-beza.

    -Soy demasiado conocido en Mosc, profesor. Qu puedo hacer?

    - Seores! -gritaba indignado Filip Filpo-vich-, as es imposible . Hay que contenerse. Cuntos aos tiene ella?

    -Catorce, profesor .. . Comprenda, los comen-tarios pueden hundirme. Uno de estos das he de recibir un visado para un trabajo en el extranjero.

    -Pero yo no soy un jurista, querido amigo ... Espere dos aos y csese con ella.

    26

  • -Estoy casado, profesor. - Ah, seores, seores! Las puertas se abran, cambiaban las caras, re-

    sonaban los instrumentos en el armario y Filip Filpovich trabajaba sin descanso.

    Una casa llena de obscenidades -pens el pe-r,ro-, pero qu bien se est! Para qu le har falta? Ser posible que quiera que viva aqu? Qu tipo ms raro! S6lo tiene que mover la mano y tendr un perro que tira de espaldas A lo mejor es que soy un perro bonito! Qu suerte la ma! Pero la lechuza esta es una porquera ... Insolente!

    El perro se despert definitivamente cuando la tarde estaba ya avanzada y se acabaron los tim-brazos, precisamente en el momento en que apa-recieron en la puerta unos singulares visitantes. Eran cuatro. Todos jvenes y vestidos muy hu-mildemente. Y stos que quieren?, pens con asombro el perro.

    An ms hostil fue el recibimiento de Filip F-lpovich. De pie, junto al escritorio, les miraba como un general mira a los enemigos en el campo de batalla. Las ventanas de su nariz aguilea se dilataban. Los visitantes estaban de pie, sobre la alfombra.

    -Nosotros hemos venido a verle, profesor -empez a decir uno con una cabellera- que se alzaba ms de un palmo por encima de su cabeza, una cabellera espesa y rizada-, por este asunto ...

    -No est bien, seores, que vayan sin chanclos con este tiempo -le interrumpi sentencioso Fi-lip Filpovich-. En primer lugar, van a coger un resfriado, y, en segundo lugar han dejado sus pi-sadas en las alfombras, y todas mis alfombras son persas.

    El de la cabellera se call; los cuatro, estupe-factos miraban a Filip Filpovich. El silencio con-tinu unos cuantos segundos y lo interrumpi el tamborileo de los dedos del profesor sobre un plato de madera pintada que estaba sobre la mesa.

    27

  • -En primer lugar, no somos seores, -dijo por fin el ms joven de todos, que pareca un me-locotn.

    -En segundo lugar -le interrumpi Filip Fi-lpovich-, es usted un hombre o una mujer?

    Los cua tro callaron de nuevo y abrieron la boca. Esta vez reaccion el primero, el de la cabellera.

    -Qu importa esto, camarada? -pregunt orgullosamente.

    -Soy una mujer -reconoci el joven que pa-reca un melocotn y llevaba una chaqueta de cuero, y se ruboriz. Despus, inexplicablemente, tambin se puso como un tomate uno de los visitantes, uno rubio con gorra de piel.

    -En ese caso puede usted quedarse con el gorro puesto, pero a usted, queridsimo seor, le ruego que se lo quite -dijo gravemente Filip Filpovich.

    -No soy ningn queridsimo seor -dijo el rubio quitndose el gorro.

    -Nosotros hemos venido... -empez nueva-mente el moreno de la cabellera.

    -Antes que nada a quin se refiere con ese nosotros ?

    -Somos el nuevo comit de direccin de la casa -dijo el moreno con rabia contenida-o Yo soy Shvonder, ella es Viazemskaia, l es el ca-marada Pestrujin, y Sharovkian. As que noso-tros ...

    -Ustedes son los que se han instalado en el apartamento de Fedor Pvlovich Sablin?

    -S -contest Shvonder. - Dios mo! Adios casa Kalabujov -excla-

    m Filip Filpovich desesperado, ,agitando las ma-nos.

    -Se est riendo, profesor? - De qu me vaya rer?! Estoy totalmente

    desesperado -chill Filip Filpovich-. Qu pa-sar ahora con la calefaccin central?

    -Se est burlando, profesor Preobrazhenski?

    28

  • -Qu es lo que les trae aqu? Explquese lo ms aprisa posible, tengo que cenar.

    -Somos la direccin de la casa -empez Shvonder con una mirada de odio-- y hemos veni-do a verle despus de una asamblea general de veci-nos, en la que se ha planteado la cuestin de los apartamentos de la casa.

    -Quin ha planteado qu? -grit Filip Fi-lpovch-. Esfurcese en exponer sus ideas con mayor claridad.

    -Se plante la cuestin de la reduccin de la superficie por vecino ...

    - Basta! He comprendido! Saben ustedes que segn la orden del 12 de ,agosto mi aparta-mento esta exento de cualquier reduccin o tras-lado?

    -Lo sabemos -contest Shvonder-, pero la asamblea general al estudiar su problema, ha lle-gado a la conclusin de que, a pesar de todo, us-ted ocupa una superficie excesiva, totalmente ex-cesiva. Usted solo, ocupa siete habitaciones.

    -Yo vivo y trabajo en siete habitaciones -con-test Filip Filpovich-, y deseara tener una oc-tava. Me es imprescindible para una biblioteca.

    Los cuatro se quedaron mudos. - Una octava! J e, je -dijo el rubio que se

    haba quitado el gorro--, sta s que es buena. - Es indescriptible! -exclam el joven que

    result ser mujer. -Piensen: tengo el recibidor que tiene que

    servir de biblioteca, el comedor, mi despacho, tres; sala de observacin, cuatro; sala de opera-ciones, cinco; mi dormitorio, seis; y el cuarto de la sirvienta, siete. Falta ... Pero bien, esto no tie-ne mucha importancia. Mi apartamento est exen-to y no hay ms que hablar. Puedo ir a comer?

    -Perdneme ... -dijo el cuarto que pareca un robusto escarabajo.

    -Perdneme -lo interrumpi Shvonder-, es precisamente acerca del comedor y la sala de ob-servacin de lo que hemos venido a hablar. La

    29

  • asamblea le ruega que por su propia voluntad, en nombre de la disciplina de los trabajadores, pres-cinda de su comedor. En Mosc nadie tiene co-medores.

    -Ni siquiera Isadora Duncan -exclam sono-ramen te la chica.

    Algo le estaba pasando a Filip Filpovich. Su rostro adquiri un ligero tono amoratado y no pronunci ni un slo sOU1ido, como esperando qu ocurrira despus.

    -Yen cuanto a la sala de observacin -con-tinu Shvonder-, el despacho podra servir de sala de observacin.

    -Hum . .. -pronunci Filip Filpovich con una voz extraa-o Y dnde debo tomar mis alimen tos?

    -En el dormitorio -contestaron los cuatro a coro.

    El rostro de Filip Filpovich adquiri un tono algo grisseo.

    -Comer en el dormitorio -dijo con una voz ahogada-, leer en la sala de observacin, ves-tirme en el recibidor, operar en el cuarto de la sirvienta y hacer el reconocimiento en el come-dor. Es muy posible que Isadora Duncan lo haga as. Puede ser que ella coma en el despacho, que diseque los conejos en el bao. Puede ser. Pero yo no soy Isadora Duncan ... ! -aull de repente y su color pas del morado al amarillo-. Yo co-mer en el comedor, y operar en la sala de ope-raciones! Transmitan esto a la asamblea general y les ruego humildemente que vuelvan a sus asun-tos y me permitan tomar mi comida all donde la toman las personas normales, o sea en el comedor y no en el recibidor o en el cuarto de los nios.

    -Entonces, profesor, en vista de su obstinada actitud -dijo Shvonder inquieto-, daremos cuen-ta de ello a instancias superiores.

    -Aj -dijo Filip Filpovich-. As estn las cosas? -y su voz adquiri un sospechoso tono educado-o Les ruego que esperen un instante.

    30

  • Este es un to -pens el perro lleno de en-tusiasmo-. Igualito a m. Ahora s que les va a dar, ahora. No s todava cmo, pero les va a dar ... Dales! Si pudiera atrapar a este patilargo por encima de la bota, en el tendn de la pan-torrilla... Grrrr ... !

    Filip Filpovich golpe con el pie, cogi el te-lfono y dijo:

    -Por favor ... S... Gracias. Piotr Aleksndro-vich, por favor. El profesor Preobrazhenski . Piotr Aleksndrovich? Me alegro de encontrarle. Se lo agradezco, de salud, bien. Piotr Aleksndrovich, su operacin queda cancelada. Cmo? Cancelada del todo. Lo mismo que todas las dems. Porque dejo de trabajar en Mosc y en Rusia en gene-ral. .. Ahora acaban de entrar cuatro individuos, en-tre ellos una mujer disfrazada de hombre, y dos. armados con revlveres, que me han intimidado en mi propio apartamento, con el fin de arrebatr-melo.

    -Permtame, profesor ... -empezo Shvonder cambiando de cara.

    -Lo siento , no tengo tiempo de repetirle to-do lo que me han dicho. No soy amigo de los despropsitos . Baste con decir que me han pro puesto desprenderme de mi sala de observacin; en otras palabras me han puesto en la necesidad de operarlo all donde me dedic.o a disecar a los conejos. En estas condiciones, no slo no puedo sino que no tengo derecho a trabajar. Por esto abandono mis actividades, cierro mi apartamento y me voy a Sochi. Las llaves se las puedo dar a Shvonder. Que opere l.

    Los cuatro se quedaron helados. La nieve se les derreta en las botas.

    -Qu puedo hacer ... ? A m me resulta muy desagradable ... (Cmo? Oh, no! Piotr Aleksn-drovich! Oh, no! Ya no puedo aguantar ms. Mi paciencia se ha termiado. Es la segunda vez desde agosto .. . Cmo? Hum .. . Como usted gus-te. Ojal. Pero slo con una condicin ... Por quin

    31

  • quiera, cuando quiera y lo que quiera, pero que sea un papel con el que ni Shvonder, ni nadie pueda tan siquiera acercarse a la puerta de mi apartamento. Un documento definitivo. Una ver-dadera, una autntica exencin! Que mi nombre ni tan siquiera se tenga en cuenta. Claro. Yo pa-ra ellos estoy muerto. S, s. Por favor. Por quin? Aj... Bueno, esto es otra cosa. Aj . .. Bueno. Ahora le paso. Sera tan amable? -Filip Filpovich con voz sibilina se dirigi a Shvonder-. Quieren hablar con usted.

    -Permtame, profesor -dijo Shvonder, enro-jeciendo y palideciendo alternativamente-, usted ha deformado nuestras palabras.

    -Le ruego que no utilice este gnero de ex-presiones.

    Shvonder, desconcertado, tom el auricular y dijo:

    -Escucho. S. .. El presidente del comit de la casa. Pero si hemos actuado segn el reglamen-to... Ciertamente su situacin es totalmente ex-traordinaria. Sabemos de sus trabajos... Quera-mos dejarle cinco habitaciones .. . bueno, paciencia. Si es as... Bien ...

    Totalmente rojo, colg el telfono y se di la vuelta.

    Le ha puesto verde! Vaya tipo! -pens con admiracin el perro-, debe tener una frmula mgica. Bueno, ahora ya me pueden pegar, lo que quieran; pero yo de aqu no me muevo.

    Los tres con la boca abierta, miraban al humi-llado Shvonder.

    -Esto es una vergenza -dijo en un tono poco decidido.

    -SI ahora hubiera una discusin -empez la mujer nerviosa y sonrojada-, le demostrara a Piotr Alesksndrovich . ..

    -Perdone no querr usted empezar ahora es-ta discusin ... ? -pregunt educadamente Filip Filpovich.

    Los ojos de la mujer se encendieron . .32

  • --Comprendo su irona, profesor, ahora nos va-mos. .. Simplemente, yo, como director de la sec-cin cultural de la casa ...

    -Di-rec-to-ra -corrigi Filip Filpovich. - . .. quisiera proponerle -en este momento la

    mujer sac de entre su ropa unas cuantas revis-tas de vivos colores, todava manchadas de nieve-que nos compre unas cuantas revistas en ayu-da a los nios de Alemania, a cincuenta kopeks el ejemplar.

    -No, no las quiero -contest escuetamente Filip Filpovich mirando de reojo las revistas.

    En todas las caras asom un absoluto asombro y la mujer se cubri de un tono violceo.

    -Por qu se niega? -No las quiero. -No siente nada por los nios alemanes? -S. -Le duele desprenderse de cincuenta kopeks? -No es eso. -Entonces por qu? -No quiero. Callaron. -Sabe, profesor -dijo la chica suspirando pro-

    fundamente-, si no fuera usted una celebridad europea y si no le protegieran de la forma indig-nante en que le protegen (el rubio le estir el extremo de la chaqueta, pero ella 10 apart) unos individuos a los que estoy segura an vamos a desenmarcarar, se le debera arrestar.

    -Y por qu? -pregunt con curiosidad Fi-lip Filpovich.

    - Usted odia al proletariado! -dijo con or-gullo la chica.

    -S, no me gusta el proletariado -admiti con tono triste Filip Filpovich y apret un botn. Un timbrazo son a lo lejos. Se abri la puerta del pasillo.

    -Zina -grit Filip Filpovich-, ve sirviendo la comida. Me permiten, seores?

    33

  • Los cuatro salieron en silencio del despacho, pa . saron en silencio la sala de espera y la entrada y

    se oy como tras ellos se cerraba pesada y sono-ramente la puerta.

    34

  • III

    En los platos decorados con flores paradisacas y con una gran cenefa negra yadan finas lonchas de salmn y anguilas en escabeche . En una pesa-da bandeja de madera, un trozo de queso en su punto, y en una vasija de plata rodeada de nieve, el caviar. Entre los platos, unas delicadas copas y tres jarritas de c.ristal con vodka de distintos colores. Todos estos objetos se encontraban en una pequea mesa de mrmol cmodamente uni-da al enorme aparador de roble tallado del que salan destellos de cristal y plata. En medio de la habitacin, estaba la mesa, pesada como un sepul-cro, cubierta con un mantel blanco y sobre ella dos servicios, con las servilletas dobladas en for-ma de tiaras papales, y tres oscuras botellas.

    Zina entr con una bandeja de plata cubierta de la que sala un ruido semejante a un gruido. Lleg un olor tal que al instante al perro se le hizo la boca agua. i Los jardines de Semiramis! ,

    35

  • pens y empez a golpear el parquet con la cola, como si fuera un palo.

    -Trigalos aqu -orden vidamente Filip Filpovich-. Doctor Bormental, se lo suplico, de-je en paz el caviar. Y si quiere un buen consejo, no beba vodka ingls sino simple vodka ruso.

    E! guapo mordido, que haba cambiado la bata por un correcto traje negro, se encogi de hom-bros, sonri educadamente y se sirvi vodka trans-parente.

    -Es Novoblagoslovenskaia? 1 -pregunt. -Por Dios, querido -respondi el dueo--,

    es alcohol. Daria Petrovna prepara ella misma fantsticamente vodka.

    -No diga eso, Filip Filpovich, todos aseguran que est muy bien, tiene treinta grados.

    -Pero en primer lugar, el vodka ha de tener cuarenta grados y no treinta -interrumpi impe-rativamente Filip Filpovich-, y en segundo, Dios sabe lo que habrn echado all. Sera usted ca-paz de decir lo que les puede pasar por la ca-beza?

    --Cualquier cosa -dijo con seguridad el mor-dido.

    -Yo tambin soy de la misma opinin -aa-di Filip Filpovich y se trag de un golpe todo el contenido de la copa-, mm .. . mm ... doctor Bormental, se lo suplico: pruebe ahora mismo es-to y si me pregunta qu es, ser toda mi vida su mortal enemigo. De Sevilla a Granada ...

    Uni el gesto a la palabra y pinch con un {Jal meado tenedor de plata algo parecido a un oscuro panecillo. El otro sigui su ejemplo, los ojos de Filip Filpovich brillaron.

    -Qu tal? -pregunt Filip Filpovich mas-ticando--. Qu? Dgame, querido doctor.

    -Soberbio ----.contest sinceramente el mordido. -No faltara ms ... Tenga en cuenta, Ivn Ar-

    nldovich, que slo comen sopa y entremeses ,

    1. Vodka procedente de las destileras del Estado.

    36

  • fros los terratenientes que todava no han siJo degollados por los bolcheviques. Una persona que se respete aunque slo sea un poco, come entre-meses calientes. Y entre los entremeses calientes de Mosc, ste es el primero. Hubo un tiempo en que los preparaban maravillosamente en el Bazar Eslavo. Torna!

    -Le da de comer al perro en el comedor -se oy una voz femenina-, y despus no habr for-ma de sacarlo de aqu.

    -No importa, el pobre est hambriento -Fi-lip Filpovich con el tenedor dio al perro un boca-do que ste cogi con una hbil pirueta, y el tenedor cay estruendosamente en el lavamanos.

    De los platos sala un vapor que ola a cangre-jos; el perro, sentado a la sombra del' mamel, pareca un centinela de guardia ante un polvorn, y Filip Filpovich, metindose un extremo de la servilleta almidonada en el cuello postizo comenz su sermn:

    -La comida, 1 vn Arnldovich, es una cuestin sutil. Hay que saber comer, y piense que la ma-yora de la gente no tiene ni idea de comer. No slo hay que saber qu comer sino tambin cundo y cmo -Filip Filpovich agit muy significativa-mente la cuchara-o Y de qu se tiene que hablar mientras tanto. S... Si usted se preocupa de su digestin, un buen consejo: no hable durante la comida ni de bolchevismo ni de medicina. Y, por Dios, antes de comer no lea jams los peridicos soviticos .

    -Hum. Pero si no hay otros. -Pues eso, no lea ninguno. Sabe, he realizado

    treinta observaciones en mi clnica. Y quiere sa-ber una cosa? Los pacientes que no leen peridi-cos se sienten inmejorablemente. Aquellos a los que obligaba especialmente a leer Pravda, pero dan peso.

    ~Curioso -contest con inters el mordido, que iba sonrosndose gracias al vino y a la sopa. -y no slo eso. Disminucin de los reflejos

    37

  • en las rodillas, falta de apetito, estado de nimo deprimido

    -Pues si que ... -S... A propsito, qu estoy haciendo? Yo

    mismo he empezado a hablar de medicina. Filip Felpovich, reclinndose, llam, y Zina apa-

    reci en b puerta color cereza. El perro recibi un trozo gordo y plido de esturin que no le gust y justo despus un trozo de roast-beef san-griento. Despus de habrselo tragado, el perro not repentinamente que quera dormir y que ya no poda ni soportar la vista de la comida. Ex-traa sensacin -pens dejando caer sus pesados prpados-, mis ojos no quieren ni ver la comi-da. . . Pero fumar despus de comer es una ton-tera.

    El comedor se haba llenado de un desagradable humo azul. El perro dormitaba apoyando la ca-bezaen las patas delanteras.

    -El Saint Julien es un vino aceptable, -oy entre sueos el perro-, pero ahora ya no hay.

    Un sordo canto coral, amortiguado por las pa-redes, los techos y las alfombras, lleg de arriba o del apartamento de la izquierda.

    Filip Filpovich llam y Zina acudi. -Znushka, qu signific.a esto? -Otra asamblea general, Filip Filpovich

    -contest. -Otra vez? -exclam tristemente Filip Fi-

    lpovich-. Bueno, me parece que podemos des-pedirnos de la casa Kalabujov. Tendremos que irnos, pero adnde? pregunt. Est todo previs-to. Al principio, cantos cada noche, despus se helarn las' caeras de los retretes, ms tarde ex-plotar la caldera de la calefaccin, y as sucesi-vamente. Despidmonos de la casa Kalabujov.

    -Filip Filpovich, se est martirizando -dijo sonriendo Zina mientras se llevaba una pila de platos.

    -Ve las cosas demasiado negras, Filip Filpo-

    38

  • vich -objet el guapo mordido-, ahora las cosas han cambiado mucho.

    -Querido amigo, usted me conoce no es cier-to? Yo soy un hombre de hechos, una persona observadora. Soy enemigo de las hiptesis infun-dadas. Y esto es bien sabido no slo en Rusia, sino tambin en Europa. Si digo algo es que este algo se basa en un hecho del que yo saco la con-clusin. Y ahora voy a decirle algo: la percha y el rincn de los chanclos de la casa.

    -Interesante .. . Qu tontera, los chanclos! La felicidad no

    est en los chanclos -pens el perro-, pero se ve que es una personalidad destacada.

    -Tomemos por ejemplo el asunto de los chan-clos. Vivo en esta casa desde 1903, y a lo largo de todo este tiempo, hasta marzo de 1917, no hubo ni un caso, subrayo con lpiz a rojo ni uno, en que de nuestra entrada, que tena una puerta co-mn abierta, desapareciera un solo par de chan-clos. Tenga en cuenta que hay doce apartamentos y que yo recibo a mis pacientes. En maJ:zo de 1917, un buen da desaparecieron todos los chan-clos, incluidos dos pares mos, tres bas!ones, un abrigo y el samovar del portero. Desde entonces el lugar para guardar los chanclos dej de existir. Querido amigo ! Ya no hablo de la calefaccin central. De eso no hablo. Bueno, ya que existe la revolucin social no hay que tener calefaccin. Pe-ro yo pregunto: Por qu cuando empez toda esta historia, todos empezaron a andar con los chanclos y las botas sucias por la escalera de mr-mol? Por qu incluso ahora hay que guardar bajo llave los chanclos? Y poner adems un soldado para que no te los roben. Por qu han quitado la alfombra de la escalera de la entrada? Es que Carlos Marx prohbe tener alfombras en las esca-leras? Acaso en alguna parte ha escrito Marx que en n.O 2 de la casa Kalabujov de la calle Preschistenka se debe tapiar con maderas la puer-ta principal y entrar por el patio trasero? Para

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  • qu? Por qu el proletariado no puede dejar sus chanclos en la entrada, si no que, por el contrario, tiene que ensuciar el mrmol?

    -Pero, Filip Filpovich, si no tienen chanclos -tartamude el mordido.

    - Eso lo dir usted! -contest con voz de trueno Filip Filpovich y se llen un vaso de vi-no-. Hum . .. no considero recomendable los lico-res despus de las comidas: dificultan la digestin y son fatales para el hgado... De ningn modo! Ahora el proletario lleva chanclos, y estos chan-clos son los mos! Son precisamente los que de-saparecieron en la primavera del 17. Uno se pre-gunta quin les ech mano. Yo? Imposible . El burgus Sabli? -Filip Filpovich seal el techo :on el dedo-. Es ridculo hasta suponerlo. Polo-zov el propietario de la fbrica de azcar? -Filip Filpovich seal a un lado-o Jams! Bueno si al menos se los quitaran en la escalera! -Filip Fi-lpovich empez a enrojecer-o Por qu diablos han quitado las flores de los descansillos? Por qu la electricidad que, benditos recuerdos, se apag a lo largo de veinte aos dos veces, ahora se apaga con escrupulosa exactitud dos veces al mes? Doc-tor Bormental, la estadstica es algo terrible. Us-ted, que conoce mi ltimo trabajo, lo sabe mejor que nadie.

    -Es la desorganizacin, FHip Filpovich. -No -objet Filip Filpovich con total con-

    vencimiento-, usted es el primero, querido 1 vn Arnldovich, que debera abstenerse del uso de esta palabra. Es un espejismo, humo, una ficcin -Filip Filpovich separ ampliamente sus cortos dedos por lo que dos sombras parecidas a dos tortugas aparecieron en el mantel-o De qu des-organizacin habla? Una bruja con la escoba? Una bruja que ha roto todos los cristales y ha apagado todas las bombillas? Pero si en realidad no existe. Qu es lo que entiende usted por des-organizacin? -pregunt furioso a un pato de cartn que colgaba patas arriba junto al bufet , y 40

  • contest en su lugar-: Se lo voy a decir: si yo, en vez de operar cada tarde empiezo a cantar a coro en la casa, aqu 'se instaurara la desorganiza-cin. Si yo, cuando voy al retrete, empezase, per-dneme la expresin, a orinar fuera de la taza, y Zina y Daria Petrovna hicieran lo mismo, en el retrete comenzara la desorganizacin. Por consi-guiente la desorganizacin no est en los retretes, sino en las cabezas. Por eso cuando estos patanes gritan Muera la desorganizacin! yo me ro -la cara de Filip Filpovich se crisp de tal modo que el mordido se qued boquiabierto--. Se lo ju-ro, me da risa! Esto significa que cada uno de ellos tendra que darse a s mismo una buena pali-za, y una vez se hubieran despedido de todas las alucinaciones y se dedicaran a limpiar los desvanes -que es lo que deberan hacer- la desorganiza-cin desaparecera por s sola. No se puede ser-vir a dos seores! No se puede a la vez, barrer los rales de los tranvas y resolver el destino de unos harapientos espaoles! Esto no lo puede lograr nadie, y menos unos hombres que llevan doscientos aos de atraso con respecto a Europa y que hasta ahora no han aprendido a abrocharse bien sus propios pantalones.

    Filip Filpovich empez a perder los estribos y dilatar 'Su nariz aguilea. Con las nuevas fuerzas de una copiosa comida tronaba como un profeta de la antigedad y su cabeza lanzaba destellos pla-teados.

    Las palabras caan sobre el perro somnoliento como si fuera un ruido subterrneo. En sus sueos iban apareciendo la lechuza con sus estpidos ojos amarillos, la abominable cara del cocinero con su sucio gorro blanco, el airoso bigote de Filip Fil-povich iluminado por la intensa luz de la lmpa-ra, los soolientos trineos que chirriaban y desa-parecan, y en su estmago se cocan, nadando en jugos gstricos, los restos del trozo de roast-beef.

    Se podra ganar bien la vida en los mitines -pens confusamente el perro--, un orador de

    41

  • primera! De todos modos tampoco parece que as le falte nada.

    - Un polica! -chillando Filip Filpovich-Un polica! (POP-pop-pop! era como si unas burbujas explotasen en el cerebro del perro ... ) Un polica! Eso es lo que hace falta, slo eso. y me da igual que lleve una chapa o una gorra roja. Habra que poner a un polica junto a cada individuo y obligar a este polica a que moderara los impulsos msico-vocales de nuestros ciudada-nos . Usted habla de la desorganizacin. Y yo le digo, doctor, que nada mejorar en esta casa o en cualquier otra mientras no se c.alme a estos cantantes! Tan slo con que dejen de organizar sus conciertos, la situacin ya experimentar una mejora.

    -Est haciendo discursos' c.ontrarrevoluciona-rios , Filip Filpovich -coment en broma el mor-dido-, quiera Dios que no le oiga nadie.

    -No hay peligro -contest con ardor Filip Fi-lpovich-, nada de contrarrevolucin. Por cierto, es otra palabra que no soporto en absoluto. Na-die sabe lo que se esconde tras ella! Nadie! Y por ello le deca que en mis palabras no hay na-da de contrarrevolucionario, slo sentido comn y experiencia de la vida.

    En este momento Filip Filpovich se sac del cuello el extremo de la arrugada servilleta y ha-ciendo un ovillo la dej junto a un vaso de vino a medio beber. El mordido se levant a su vez y dio las gracias con un Merci .

    - Un momentito, doctor! -Filip Filpovich le par 'sacando del bolsillo de los pantalones una cartera. Cont los billetes blancos con el ceo fruncido , y los acerc al mordido diciendo-- : Hoy le corresponde cuarenta rublos. Por favor.

    El joven del mordisco se lo agradeci corts-mente y enrojeciendo puso el dinero en el bolsillo de su chaqueta .

    -No me necesita esta tarde, Filip Filpovich? -pregunt.

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  • -No, gracias, querido amigo. Hoy no vamos a hacer nada. En primer lugar el conejo ha muerto y en segundo lugar en el Bolshoi ponen Aida. Y hace tiempo que no la he odo. Me gusta. Re-cuerda el duo ... ? Tarari-rari.

    -Cmo encuentra tiempo para tantas cosas, Filip Filpovich? -pregunt respetuosamente el mdico.

    -El que no tiene prisa llega a todas partes -explic sentenciosamente el dueo de la casa-o Claro que si comenzara a ir de una reunin a otra y a cantar todo el da como un ruiseor en vez de dedicarme a mi trabajo, no llegara a ninguna par-te. -En el bolsillo, bajo los dedos de Filip Fil-povich, el reloj lanz unas notas celestiales-o Las ocho ... Llegar al segundo acto ... Yo soy parti-dario de la divisin del trabajo. En el Bolshoi que canten, que yo me dedicar a operar. Esto s que est bien. Y ninguna desorganizacin ... Bue-no, Ivn Arnldovich, siga vigilando atentamente: en cuanto aparezca un cadver adecuado, en se-guida, de la mesa de autopsia a la soluci9n fisio-lgica y trigalo aqu!

    -No se preocupe, Filip Filpovich, los de ana-toma patolgica me lo han prometido.

    -Perfecto. Mientras, pondremos en observacin a este neurastnico callejero, y trataremos de se-renarIo. Esperemos que se le cure el costado.

    Se preocupa por m -pens el perro-, es muy buena persona. Es un hechic.ero, un mago, el brujo de los cuentos perrunos. Esto no puede ser un sueo, es imposible que todo esto lo vea en sueos. Y si lo fuera? -el perro tembl en sue-os-. Me despertar ... Y no habr nada : Ni la lmpara de seda, ni el calor, ni el estmago lleno. De nuevo el portal, el fro horrible, el asfalto helado, el hambre, la gente mala ... La cantina, la nieve ... Dios mo, qu horror! ...

    Pero no pas nada de esto. El portal se disol-vi como una pesadilla y no reapareci.

    Al parecer, la desorganizacin no era tan horri-

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  • ble. A pesar de todo, dos veces al da los grises acordeones de los radiadores situados debajo de las ventanas se llenaban de un calor que se exten-da por toda la casa.

    Era evidente que el perro haba ganado el pri-mer premio de la lotera canina. No menos de dos veces al da sus ojos se llenaban de lgrimas de agradecimiento al mago de la calle Prechistenka. y todos los espejos del comedor y de los armarios de la sala de espera reflejaban la imagen de un perro afortunado.

    Soy un perro guapo. A lo mejor un descono-cido prncipe-perro de incgnito -pensaba mi-rando al perro peludo color caf con una cara sa-tisfecha que se paseaba en las profundidades de los espejos-o Es muy posible que mi abuela haya pecado con un Terranova. Ser por esto que me veo una mancha blanca en el hocico. De dnde procede me pregunto? Filip Filpovich es una per-sona de buen gusto, no se llevara a casa al primer perro callejero que encontrase.

    En una semana el perro comi tanto como en el ltimo y hambriento mes y medio en la calle. Bueno, claro que slo en cantidad porque de la calidad de la comida de Filip Filpovich, no hay ni que hablar. Incluso sin tener en cuenta la mon-taa de restos' que Daria Petrovna compraba cada da por dieciocho kopeks en el mercado de Smo-lensk, es suficiente recordar las comidas de las siete en el comedor a las que el perro asista a pesar de las protestas de la remilgada Zina. En estas comidas Filip Filpovich adquiri definitiva-mente el ttulo de divinidad . El perro se levan-taba sobre las patas traseras y le morda la cha-queta , aprendi a conocer la forma de llamar de Filip Filpovich -dos timbrazos sonoros y entre-cortados, de amo-- y volaba ladrando a darle la bienvenida en el recibidor. El dueo entraba C011 su abrigo de piel de zorra plateada que brillaba con miles de estrellas de nieve, ola a mandarinas, a cigarros, a perfumes, a limones, a gasolina, a co-

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  • lonia, a pao, y su voz resonaba como un clarn de mando por toda la casa.

    -Por qu has destrozado la lechuza, puerco? Acaso te molestaba? Te molestaba? -pregun-t--. Por qu has roto el profesor Menchikov?

    -Hay que darle con el ltigo, Filip Filpovich, aunque slo sea una vez -deca Zina indignada, -si no se malcriar del todo. Mire 10 que ha hecho con sus chanclos.

    -No se puede pegar a nadie -replicaba Filip Filpovich-, recurdalo de una vez para siempre. Con el hombre y el animal slo se puede actuar por la persuasin. Le has dado carne hoy?

    -Dios mo, se ha comido toda la casa. Qu preguntas, Filip Filpovieh, no s cmo no re-vienta.

    -Bueno, pues' que coma, que le aproveche ... por qu te molestaba la lechuza?

    -U-u-u. .. -gema el perro adulador arrastrn-dose sobre el vientre con las patas separadas.

    Le cogieron por el cuello y le arrastraron por el recibidor hacia el despacho. El perro gema, ru-ga, se agarraba a la alfombra, arrastrndose sobre el trasero como en el circo . En medio del despa-cho, sobre la alfdmbra, yaca la lechuza destripada de la que sala unos trapos rojos con olor a naf-talina. Y sobre la mesa, un retrato hecho aicos.

    -Lo he dejado as adrede, para que usted pu-diera verlo, --explic disgustada Zina-, el cana-lla se ha subido a la mesa, y zas! la agarr por la cola. No tuve tiempo de ver lo que pasaba cuando ya la haba destrozado. Mtale los morros en la lechuza, Filip Filpovich, para que sepa que las cosas no se rompen.

    y empezaron los aullidos. Cogieron al perro que se haba pegado a la alfombra y le hundieron el hocico en la lechuza; el perro se deshaca en amargas lgrimas y pensaba : Pegadme, pero no me echis de casa.

    -Enva hoy mismo la lechuza al taxidermista. Zina, toma estos ocho rublos ms diecisis ko-

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  • peks para el tranva, ve a Miur y compra un buen collar con cadena.

    Al da siguiente le pusieron al perro un brillan-te collar. Al principio, cuando se mir en el es-pejo, se llev un gran disgusto, encogi el rabo y se meti en el cuarto de bao pensando cmo romperlo con el bal o con un cajn. Pero muy pronto comprendi que era simplemente un im-bcil. Zina lo sac a pasear con la cadena por el callejn de Obujov. El perro caminaba como un preso, ardiendo de vergenza, pero despus del trayecto entre la calle Prechistenka y el Templo d~ Cristo comprendi perfectamente qu es lo que un

    . collar significaba en la vida. En los ojos de todos los perros que encontraron se poda leer una envi-dia loca, y junto al callejn Miortvi un larguirucho perro callejero con la cola cortada le ladr lla-mndole canalla de lujo y siervo. Cuando atravesaron las vas del tranva el polica mir el collar con satisfaccin y respeto, y de vuelta a ca-sa se produjo el hecho ms inslito: Fedor, el portero abri la puerta, dej entrar a Sharik y le dijo a Zina:

    -Vaya que peludo se ha puesto . Y asombro-samente gordo.

    -No faltara ms, come por seis -aclar Zi-na, colorada y guapa por el fro.

    -El collar es lo mismo que la cartera, obser-v maliciosamente el perro, y moviendo el trasero empez a subir las escaleras como un seor.

    Despus de reconocer el valor del collar, el perro hizo la primera visita a la seccin principal del cielo, donde hasta ahora se le haba prohibido permanentemente la entrada: el reino de la coci-nera Daria Petrovna. El apartamente entero no va-

    . la ni dos palmos del reino de Daria. Todo el da ruga el fuego en el horno crepitante. Entre tor-bellinos de prpura, el rostro reluciente de grasa de Daria Petrovna arda con una perenne resigna-cin abrasadora y una pasin insatisfecha. Llevaba un peinado a la moda, un moo de daros cabello~

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  • que le cubra las orejas, y en torno a su cuello relucan veintids brillantes de cristal. De las pa-redes colgaban cazuelas doradas, y toda la cocina explotaba de olores, herva y gema en los pu-cheros tapados.

    - Fuera! -aull Dara Petrovna-. Fuera, vagabundo, ratero! Slo me faltabas t! Te voy a atizar!

    Pero qu te pasa? Por qu ladras? -Sharik parpadeaba tiernamente- Por qu me llamas ratero? No ves el collar?, y se meta de lado por la puerta sacando el morro.

    Sharik posea un cierto secreto para seducir a la gente. A los dos das ya estaba echado junto a la cesta del carbn y miraba como trabajaba Daria Petrovna, que con un estrecho y afilado cuchillo cortaba la cabeza y las patas de unas indefensas ortegas, y despus, como un rabioso verdugo, arrancaba la pulpa de los huesos, les sacaba la~ visceras y las trituraba en el molinillo de carne. Sharik, mietras tanto, desollaba una cabeza de ortega. Dara Petrovna desmigajaba un bollo em-bebido en leche y mezclaba las migajas con la car-ne picada sobre una tabla, cubra la mezcla de crema de leche, aada sal y moldeaba unas cro-quetas. El horno bulla como un incendio y en la sartn todo ronroneaba, burbujeaba y saltaba. La tapa se abra con estruendo y mostraba un horri-ble infierno en el que el fuego crepitaba y res-plandeca.

    Al caer el da la ardiente boca se apagaba, y por la ventana de la cocina, encima de los visillos blan-cos, :se vea la profunda e impresionante noche de la calle Prechistenka con una estrella solitara. El suelo de la cocina estaba hmedo, los pucheros despendan una luz misteriosa y tenue y sobre la mesa yaca una gorra de bombero. Sharik estaba echado sobre el horno tibio, como un len en las gradas, y, levantando con curiosidad una oreja, vea cmo un hombre, bigotudo y excitado, con un ancho cinturn de cuero, abrazaba a Daria Pe-

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  • trovna detrs de la puerta entreabierta de su ha-bitacin. Toda su cara, a excepcin de la nariz empolvada, mortalmente plida, arda de ansia y pasin. Una rendija de luz iluminaba la foto de un seor con negros mostachos sobre la que col-gaba una rosa de papel como las que adornan los dulces pascuales.

    -Te pegas como un demonio -balbuceaba en la penumbra Daria Petrovna-. Sultame! De un momento a otro llegar Zina. Tambin a ti te han rejuvenecido?

    -No me hace ninguna falta con lo ardiente que es usted -respondi con voz ronca, c.asi per-diendo los estribos, el bigotudo.

    Al anochecer la estrella de la calle Prechsten-ka desapareca tras los pesados postigos, y si en el teatro Bo1shoi no se representaba Aida y no haba una reuin de la Sociedad Rusa de Ciruga, la divinidad se instalaba en el despacho, sentado en un profundo silln. La luz del techo estaba apagada y slo arda una lmpara verde encima de la mesa. Sharik, echado en la oscura alfombra, no apartaba la vista de unas cosas horribles : en unos recipientes de vidrio, flotaban varios sesos huma-nos en medio de un lquido nauseabundo y turbio. Con los brazos desnudos hasta el codo, los giles y gruesos dedos de la divinidad, cubiertos de unos guantes de goma amarillos, escarbaban entre las circunvoluciones cerebrales. A veces la divinidad se armaba de un pequeo cuchillo brillante y cor-taba suavemente los sesos amarillentos y elsticos.

    -A las orillas del Nilo Sagrado ... -canturrea-ba por 10 bajo la divinidad mordindose los labios y recordando los interiores dorados del teatro Bo1-shoi.

    A esta hora la calefaccin alcanzaba el punto m-ximo. El calor suba hasta el techo y de ah se extenda por toda la habitacin. En la pelambrera del perro reviva la ltima pulga an no elimina-da pero ya condenada por Filip Filpovich. Las

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  • alfombras amortiguaban los ruidos de la casa . Ms tarde, lejos, son la puerta de la entrada .

    Zina se ha ido al cine -pensabil el perro-, en cuanto vuelva cenaremos. Hay que suponer que esta noche habrn chuletas de ternera.

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  • IV

    Aque! fatdico da, ya por la maana, Sharik tuvo un presentimiento. Por ese motivo empez a gimotear, comi sin ningn apetito e! desayuno consistente en media taza de papilla de avena y hueso de cordero de la vspera. Pase aburrido por la sala de espera y aull dbilmente sobre su propia imagen. Pero despus de que Zina lo saca-ra a pasear por e! bulevar, e! da pas como de costumbre. Hoy no haban visitas, porque como ya es sabido los martes e! doctor no recibe, y la divinidad estaba sentado en e! despacho con unos pesados libros con dibujos brillantes. Espe-raban la hora de comer. Al perro le anim un po-co la idea de que, segn se haba enterado en la cocina, de segundo plato haba pavo. Al cruzar e! pasillo, oy en e! despacho de Filip Filpovich e! sonido desagradable e inesperado de! fe!fo.no. Filip Filpovich lo cogi, escuch y de repente empez a excitarse.

    51

  • -Perfecto -dijo su voz-o Trigalo ahora mismo, ahora mismo!

    Empez a agitarse, toc el timbre y orden a Zina, que haba entrado, que pusiera rpidamente la mesa.

    - La comida! la comida! En el comedor se oy en seguida ruido de pla-

    tos; Zina comenz a correr de un lado para otro; de la cocina sali la voz de Daria Petrovna gri-tando que el pavo todava no estaba listo. El perro sinti nuevamente un desasosiego.

    No me gusta el alboroto en la casa, pensa-ba. Y no haba hecho ms que pensarlo cuando el jaleo adquiri un carcter mucho ms desagradable, principalmente por la aparicin del mordido, el antes llamado doctor Bormental. Este traa con-sigo una maleta que despeda un desagradable olor, y sin quitarse el abrigo se lanz con ella por el pasillo hacia la sala de observacin. Filip Filpo-vich dej a medias la taza de caf, cosa que nun-ca ocurra, y corri al encuentro de Bormental, cosa no menos inhabitual.

    -Cuando ha muerto? -grit. -Hace tres horas ~ontest Bormental sin

    quitarse el gorro lleno de nieve y abriendo la ma-leta.

    Quin ha muerto? -se pregunt el perro sombro y descontento y se meti entre las piernas del profesor-o No soporto que corran de un lado para otro.

    - Sal de aqu! Rpido! Rpido! -Filip Filpovich empez a chillar en todas direcciones y a llamar a todos los timbres; al menos as le pareci al perro. Lleg Zina-. Zina! Qu Da ria Petrovna tome todas las llamadas telefnicas, no recibir a nadie! Nos vas a hacer falta. Doctor Bormental, se lo suplico, ms rpido, ms rpido.

    Esto no me gusta nada, nada. El perro se enfurru ofendido y se fue a merodear por el apartamento, pero todo el jaleo segua concentrado en la sala de observacin. Zina apareci inespera-

    52

  • damente con una bata que pareca un sudario y ech a correr de la sala de observacin a la co-cina y viceversa.

    Y si me fuera a comer? All ellos .. . deci-di el perro y de pronto vino la primera sorpresa.

    -No le dis nada a Sharik -reson la voz de mando desde la sala de observacin.

    -Ya . .. cmo vigilarlo? - j Encerradlo! Y lo encerraron en el cuarto de bao. Una canallada -pens Sharik, sentado en la

    penumbra del cuarto de bao-, sencillamente es de tontos ... Y estuvo cerca de un cuarto de hora en un extrao estado de nimo; o le entraba la rabia o caa en una profunda postracin. Todo era triste, confuso . . .

    Muy bien, ya ver los chanclos maana, dis-tinguidsimo Filip Filpovich -pensaba-, ya se ha tenido que comprar dos pares y ahora se va a tener que comprar otro. Para que aprenda a no encerrar a los perros.

    Pero, de repente, su rabia se derrumb y se le apareci al instante y con toda claridad una parte de su ms temprana juventud: un patio inmenso y soleado junto a la puerta Preobrazhengki, el sol en los cristales de botella, ladrillos rotos y los pe-rros vagabundos en libertad.

    No, a dnde? De aqu ya no te irs a la li-bertad, para qu engaarnos -meditaba el perro resoplando por la nariz-, ya me he acostumbra-do. Soy un perro de seor, un ser intelectual, he conocido la buena vida. Y, al fin y al cabo, qu es la libertad? Humo, espejismo, ficcin . .. Una alucinacin de estos funestos demcratas.

    Despus, la penumbra del cuarto lo asust, em-pez a aullar y se lanz a araar la puerta.

    -U-u-u! -sus aullidos resonaron por toda la casa como si procedieran de un tonel.

    Destripar otra vez la lechuza, pens el pe-rro, rabioso pero impotente. Despus se calm,

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  • se acost, pero al levantarse se le erizaron los pelos. Sin saber por qu le pareci ver unos re-pugnantes ojos de lobo.

    y en el colmo del tormento la puerta se abri. El perro sali sacudindose, y tristemente intent ir hacia la cocina, pero Zina 10 arrastr insisten-temente por el collar hacia la sala de observacin. Al perro 'se le hel el corazn.

    Qu quieren? -pens suspicaz-o Tengo el costado curado; no entiendo nada.

    Se desliz con las patas por el resbaladizo par-quet y as lleg hasta la sala de observacin. En seguida le asombr el globo blanco que brillaba bajo el techo con una luz que cegaba los ojos.

    En medio del blanco resplandor se vea el sa-cerdote que entre dientes cantaba algo sobre las sagradas orillas del Nilo. Slo un lejano olor per-mita reconocer que se trataba de Filip Filpovich. Sus cortas canas estaban cubiertas por un gorro blanco que pareca un capuchn de patriarca; la divinidad vesta enteramente de blanco y por en-cima llevaba un dehntal de goma que pareca una estola. Las manos estaban enfundadas en unos guantes negros.

    El mordido tambin apareci con un capuchn. La mesa , alargada estaba desplegada y haban ado-sado al lado una mesita cuadrangular con un bri-llante pie.

    En aquel momento el perro odi ms que a nadie al mordido. Especialmente por su mirada. Sus ojos, habitualmente francos y sinceros, mira-ban ahora a todas parte evitando los ojos del pe-rro. Estaban en guardia, falsos, y en sus profun didades se esconda algo desagradable, vil, si no un verdadero delito. El perro lo mir profunda-mente con la mirada nublada y se fue hacia el rincn.

    -El collar, Zina -previno en voz baja Filip Folpovich-, no lo excites.

    Los ojos de Zina adquirieron el mismo aspecto 54

  • odioso de los del mordido. Se acerc al perro y de un modo manifiestamente hipcrita lo acarici. Este la mir con pesar y desprecio.

    Qu puedo hacer, tres contra uno. Si queris me cogeris. Slo que tendra que daros vergen-za... Si al menos supiera qu es lo que vais a hacer c.onmigo ...

    Zina desabroch el collar, el perro movi la ca-beza y resoll . El mordido se le acerc despidien-do un asqueroso olor que daba ganas de vomitar.

    Df, vaya porquera ... Por qu estas nuseas, este miedo?, pens el perro retrocediendo ante el mordido.

    -Ms rpido, doctor -dijo Filip Filpovich impaciente.

    El aire despeda un olor intenso y dulzn . El mordido, sin apartar la vista del perro, con mira-da precavida y malvada, movi su mano derecha, hasta entonc.es escondida, y le meti al perro un algodn hmedo en el hocico. Sharik, estupefacto, sinti que la cabeza le daba vueltas, pero todava tuvo tiempo de apartarse. El mordido salt tras l y, de repente, le tap todo el morro con el algodn. Se le cort la respiracin pero an pu-do desprenderse otra vez. Malvado . .. -pas por su mente-o Por qu? Y nuevamente le taparon el morro. En este momento, inesperadamente, la sala se le apareci como un lago sobre el que re-maban en unas barcas unos alegres y extraos pe-rros rosados. Sus piernas perdieron los huesos y se doblaron.

    - i A la mesa! -De alguna parte surgieron las palabras alegres de Filip Filpovich y se disolvie-ron entre destellos anaranjados. El horror desa-pareci y fue sustituido por la alegra. Durante unos dos segundos, el perro, que se iba apagando, am al mordido. Despus, el mundo se puso patas arriba y an tuvo tiempo de notar una mano fra pero agradable bajo la barriga. Ms tarde, nada .

    Sobre la estrecha mesa de operaciones yada ex-

    55

  • tendido el perro Sharik y su cabeza golpeaba im-ponente en una almohadilla blanca de hule. Tena la barriga afeitada, y el doctor Bormental, aprisa y respirando pesadamente, rapaba ahora la cabe-za de Sharik con una maquinilla que se hunda en la lana. Filip Filpovich, apoyado con las palmas de las manos en el borde de la mesa, los ojos bri-llantes como la montura dorada de sus gafas, ob-servaba la operacin y deca con voz emocionada:

    -Ivn Arnldovich, cuado llegue a la silla turca ser el momento mS' importante. Por favor, deme al instante la hipfisis e inmediatamente empiece a coser. Si .se produce una hemorragia perderemos el tiempo y el perro. De todos modos l no tiene ninguna esperanza. -Call un instan-te, mir de una manera que pareca irnica los ojos entornados del perro y aadi--: Sabe? me da pena. Imagnese, me haba acostumbrado a l.

    Levantaba las manos como si bendijera al de,-graciado perro por su penoso sacrificio . Se esfor-zaba en que ni una mota de polvo cayese sobre la goma negra de sus guantes. .

    Bajo la lana apareci la piel blancuzca del perro. Bormental abandon la maquinilla y cogi una na-vaja. Enjabon la inerte y pequea sabeza y em-pez a afeitarla. Se oa un fuerte crujido bajo el filo, y de algn sitio sala sangre. Despus de afei-tar la cabeza, el mordido la frot con un algodn empapado de bencina, estir despus la barriga del perro y resoplando dijo: Ya est.

    Zina abri el grifo del lavabo y Bormental se apresur a lavarse las manos. Zina le ech alcohol de una botella.

    -Puedo irme, Filip Filpovich? -pregunt mirando de reojo temerosamente, la cabeza afei-tada del perro.

    -Puedes. Zina desapareci. Bormental continu su tra-

    bajo, rode la cabeza de Sharik con unas compre-sas de gasa, y entonces apareci en la almohada

    56

  • un inslito crneo canino pelado y un extrao mo-rro barbudo.

    En este momento se movi el sacerdote: se ir-gui, mir la cabeza del perro y dijo:

    -Bien, que Dios os bendiga. Bistur. Bormental sac del montn de instrumentos

    brillantes de la mesilla un pequeo cuchillo pan-zudo y 10 entreg al sacerdote. Despus se puso tambin unos guantes negros.

    -Duerme? -pregunt Filip Filpovich. -S. Filip Filpovich apret los dientes, sus ojos ad-

    quirieron un brillo agudo y cortante, y levantando el bistur traz con precisin en la tripa del perro una larga herida. La piel se separ al instante y la sangre salpic en distintas direcciones. Bormen-tal sec rpidamente con gasas la herida; despus, con unas pequeas pinzas, que parecan las del azcar, apret sus lados y la herida dej de san-grar. En la frente de Bormental aparecieron gotas de sudor. Filip Filpovich hizo un nuevo corte y los dos hombres empezaron a desgarrar el cuerpo de Sharik con ganchos, tijeras y una especie de: grapas. Aparecieron unos tejidos rosados y ama-rillos cubiertos de un roco sanguinolento. Filip Filpovich remova el bistur en el cuerpo; des-pus dijo: Tijeras!

    El instrumento brill en las manos del mordido como si fuera un prestidigitador. Filip Filpovich las introdujo en las entraas de Sharik y en unas cuantas maniobras arranc de su cuerpo las gln-dulas sexuales. Bormental, completamente empa-pado de sudor por la excitacin y el esfuerzo, se lanz hacia un frasco de cristal del que extrajo otras glndulas sexuales mojadas y colgantes. En las manos del profesor y del asistente empezaron a brincar y a enroscarse unas cuerdecillas cortas y hmedas. Tintinearon intermitentemente las agu-jas curvas con las pinzas y cosieron los nuevos testculos en el lugar que ocuparon los del perro .

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  • El sacerdote se apart de la herida, la tap con una compresa y orden:

    -Doctor, cosa inmediatamente la piel. -Des-pus mir el redondo reloj de la pared.

    -Lo hemos, hecho en catorce minutos -dijo entre dientes Bormental y clav la aguja en la flccida piel. Despus de esto se agitaron como unos asesinos perseguidos.

    - Bistur! -grit Filip Filpovich. El bistur salt a suS' manos como por encanto,

    y el rostro de Filip Filpovich adquiri un aspecto terrible. El rictus le hizo mostrar sus dientes de porcelana y dorados, y de un solo trazo dibuj en la frente de Sharik una corona roja. Retira-ron la piel afeitada como si fueran salvajes cor-tando cabelleras. Dejaron al descubierto el 'crneo. Filip Filpovich grit:

    -Trpano! Bormental le acerc un brillante berbiqu. Mor-

    dindose los labios, Filip Filpovich empez a cla-var el berbiqu haciendo pequeos agujeritos con la separacin de un centmetro de modo que die-ron la vuelta a todo el crneo . No tardaba ms de cinco segundos en cada agujero. Despus in-trodujo el extremo de una sierra de forma inslita en uno de los agujeros y empez a serrar del mis-mo modo que si hiciera una caja de costura. El crneo chirriaba suavemente y se mova de un la-do para otro. Despus de unos tres minutos reti-raron la tapa del crneo de Sharik.

    Apareci entonces la cpula del cerebro de Sha-rik, gris, con una venas azuladas y unas manchas rojizas . Filip Filpovich hundi las tijeras en las membranas y empez a cortar. Al acto salt un fino chorro de sangre que casi le di al profesor en el ojo y que roci su gorro. Bormental, con una pinza de torsin, se lanz como un tigre a detener el chorro y lo consigui. El sudor le caa a Bormental a chorros y su cara adquiri un tono carnoso y multicolor. Sus ojos iban incesantemen-te de las manos del profesor a la mesa de los ins-

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  • trumentos. Filip Filpovich adquiri decididamente un aspecto horrendo. Un silbido salia de su na-riz, su boca entreabierta mostraba los dientes has-ta las encas. Rasg la membrana y prosigui hasta sacar de su recipiente los hemisferios cerebrales. En ese momento Bormental palideci, puso una mano en el pecho de Sharik y dijo roncamente:

    -El pulso disminuye muy rpidamente . Filip Filpovich le lanz una mirada feroz, ar-

    ticul algunos sonidos y continu hundiendo las tijeras hacia ms abajo. Bormental rompi con un crujido una ampolla de vidrio, absorbi el lquido con una jeringuilla y clav perfidamente la aguja en la zona del corazn.

    -Llego a la silla turca! -bram Filip Fil povich y con los guantes resbaladizos por la san-gre sac el cerebro gris-amarillento de la cabeza de Sharik. Por un instante mir de reojo la cara del perro y enseguida Bormental rompi otra am-polla llena de un lquido amarillo y lo introdujo en una larja jeringa.

    -En el corazn? -pregunt tmidamente. - Vaya pregunta! -aull rabioso el profe-

    sor-o De todos modoS" ya se ha muerto ms de cinco veces. Pinche! Es que no lo entiende?

    El doctor clav de un golpe la aguja en el co-razn del perro.

    -Vive, pero apenas -susurr tmidamente. -No es el momento de pensar si vive o no

    vive -dijo con voz ronca el terrible Filip Filpo-vich-, estoy en la silla. De todos modos se va a morir ... Ah, diab ... En las orillas sagradas ... De-me la hipfisis.

    Bormental le acerc el recipiente en el que flo-taba un bulbo blanco sujeto de un hilo. Con una mano (

  • rik y puso el nuevo en el cerebro junto a un hilo, y con sus cortos dedos que de repente, como por milagro, se hicieron giles y finos, se las arregl para 'sujetarlo con el hilo de mbar. Despus de esto retir del crneo unos tensores y unas pinzas y coloc el cerebro en su vaddad sea, se retir y ya un poco ms tranquilo pregunt:

    -Est muerto, claro? -Tiene un pulso casi imperceptible. -Ms adrenalina. El profesor coloc de nuevo las meninges' sobre

    el cerebro, instal con precisin la tapa serrada, la cubri con el cuero cabelludo y aull:

    -Cosa! Bormental cosi la cabeza en unos cinco minu-

    tos rompiendo tres agujas. En la almohada ensangrentada apareci el mo-

    rro apagado, sin vida, de Sharik con una herida en forma de anillo en torno a la cabeza. En ese ' instante Filip Filpovich se apart definitivamen-te como un vampiro saciado, se arranc un guan-te del que sali una nube de polvos de talco suda-dos, rompi el otro, 10 tir al suelo y llam apretando el timbre de la pared. Zina apareci en la puerta, ladeada para no ver a Sharik cubier- . to de sangre. El sacerdote se quit con sus manos blancas de talco el gorro ensangrentado y chill:

    -Dame inmediatamente un cigarrillo, Zina. Treme ropa limpia y preprame el bao.

    Se apoy con la barbilla en la mesa y con dos dedos levant el prpado derecho del perro, mir el ojo morib