Copiapó No Es Ciudad Para Débiles

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25M Copiapó no es ciudad para débiles En Atacama hay cientos de habitantes que lograron escapar con vida luego de la catástrofe que afectó a la capital regional. Gran parte de Copiapó sufrió la inclemencia de un evento meteorológico sin precedentes. Sin embargo, la realidad era mucho más dura. Esta es la historia de Miguel Abarcia, taxista y radioaficionado que logró escapar del verdadero terror junto a su familia. Por Cristhoper Godoy Miranda “¡El agua! ¡Se está saliendo la quebrada! ¡Vecinos, arranquen! ¡Corran!”. Aunque fueran unos gritos desgarradores, a Miguel Abarcia (49) le costaba creer la desesperación de sus vecinos. Aquel miércoles 25 de marzo, a eso de las 4:30 de la madrugada, este radioaficionado vería el mayor obstáculo que le pondría la naturaleza. Debía luchar y sobrevivir junto a su familia. El frío, la humedad y la oscuridad acompañaban a los vecinos que corrían de un lado a otro sin saber qué hacer. A Miguel le cuesta levantarse. De manera incrédula observa la calle y se percata que el agua de la quebrada de Paipote, comienza a cubrir la única entrada y salida de su hogar. Miguel despierta a sus padres, esposa e hijos. "Arranquemos por el patio” ordena de manera inmediata. Toman lo necesario y lo vacían en una mochila impermeable. El agua sigue haciendo lo suyo. Televisores, radios y microondas flotan sobre esa masa líquida que amenazaba con la vida de cualquiera que se le cruzara en su camino. Miguel, en su calidad de radioaficionado, llama al Comité de Emergencias del Regimiento de Infantería Nº 23 de Copiapó. “Paipote se inunda. El agua superó la defensa”, recuerda Miguel haber comentado.

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25M

Copiapó no es ciudad para débiles

En Atacama hay cientos de habitantes que lograron escapar con vida luego de la

catástrofe que afectó a la capital regional. Gran parte de Copiapó sufrió la

inclemencia de un evento meteorológico sin precedentes. Sin embargo, la realidad

era mucho más dura. Esta es la historia de Miguel Abarcia, taxista y

radioaficionado que logró escapar del verdadero terror junto a su familia.

Por Cristhoper Godoy Miranda

“¡El agua! ¡Se está saliendo la quebrada! ¡Vecinos, arranquen! ¡Corran!”.

Aunque fueran unos gritos desgarradores, a Miguel Abarcia (49) le costaba creer

la desesperación de sus vecinos. Aquel miércoles 25 de marzo, a eso de las 4:30

de la madrugada, este radioaficionado vería el mayor obstáculo que le pondría la

naturaleza. Debía luchar y sobrevivir junto a su familia. El frío, la humedad y la

oscuridad acompañaban a los vecinos que corrían de un lado a otro sin saber qué

hacer. A Miguel le cuesta levantarse. De manera incrédula observa la calle y se

percata que el agua de la quebrada de Paipote, comienza a cubrir la única

entrada y salida de su hogar.

Miguel despierta a sus padres, esposa e hijos. "Arranquemos por el patio” ordena

de manera inmediata. Toman lo necesario y lo vacían en una mochila

impermeable.

El agua sigue haciendo lo suyo. Televisores, radios y microondas flotan sobre esa

masa líquida que amenazaba con la vida de cualquiera que se le cruzara en su

camino. Miguel, en su calidad de radioaficionado, llama al Comité de Emergencias

del Regimiento de Infantería Nº 23 de Copiapó. “Paipote se inunda. El agua

superó la defensa”, recuerda Miguel haber comentado.

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El caudal que prometía destruir sus vidas los obligaba a aferrarse de las cuerdas

que comúnmente sirven para tender la ropa. Desde ese momento era el camino a

la salvación. El agua y el barro se complementaron para hacer aún más difícil el

trayecto que finalizaba en el muro que dividía su patio con el de sus vecinos. Con

una única escalera suben la pared. Sus pijamas dejaban caer el barro que se

adhirió a sus cuerpos y sus pies desnudos, mostraban lo difícil de subir cada

peldaño. Termina la operación y visibilizan un conteiner. Se refugian en él.

Veinticuatro horas antes, las primeras lluvias se dejaban caer en la ciudad de

Copiapó. Relámpagos, truenos y cientos de personas fotografiando el cielo hacía

del evento meteorológico un espectáculo que no se veía en años. El sol vuelve a

aparecer y de apoco la gente comienza a apostarse a las orillas de las quebradas

y del río que lleva el mismo nombre de la ciudad. Familias enteras lanzan piedras

al agua, otras sacan fotografías y otras cuantas solo observan. Llegaba la noche

de aquel 24 de marzo y la cena era acompañada con momentos vividos durante el

día.

Miguel Abarcia se pone su pijama y con un “buenas noches” pretende descansar.

Son las 4:30 de la madrugada y un cansado Miguel escucha a lo lejos, “¡se está

saliendo la quebrada!”.

Sobrevivir o morir

Miguel y su familia se encontraban refugiados y salvos – o eso es lo que pensaban

– al interior del conteiner. El barro ya era parte de sus cuerpos. Sus rostros eran

solo expresiones de miedo, terror y escepticismo.

El agua ya no podía circular desde la quebrada de Paipote al río Copiapó. El

puente de la defensa ya estaba cubierto por agua, lodo y escombros. El caudal

decide tomar un nuevo rumbo, esta vez, por el refugio de Miguel y su familia. El

conteiner comienza a elevarse de manera sorpresiva. Observan lo que ocurre y

ven cómo la lengua de agua va en busca, nuevamente, de sus vidas.

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No había mucho qué hacer. Abarcia recibe el llamado de Sergio, uno de sus

amigos que no duda en comprometerse para ir en su búsqueda.

“Nos vendrán a buscar”, informó Miguel a su familia. Toman lo poco que tenían y

sumergen sus cuerpos en el barro. El peligro era latente. Sus pies descalzos

serían los que más sufrirían. No sabían por dónde y qué pisar. Recorrieron 500

metros y llegaron a una de las esquinas que aún estaba libre de agua.

Entre un sinfín de obstáculos, Sergio logra divisarlos. La emoción era inevitable.

Luego de minutos que parecían horas, llegan donde Blanquita, amiga de Miguel.

Para sorpresa, ahí no existía destrucción. Miguel y familia intentan descansar para

sacar aquellas imágenes que aún rondaban en sus mentes.

Comienza un nuevo día. Son las 10:00 AM. “¡Se viene el agua, se viene el agua!”,

eran los nuevos gritos que se escuchaban y Miguel no podía creer lo que estaba

sucediendo. En esta ocasión y, por tercera vez, no sabía si iban a sobrevivir. Todo

lo deja en las manos de Dios.