Conversaciones con Mussolini

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En 1932, Benito Mussolini se encontraba embriagado por la gloria de ser el Duce de Italia. El fascismo triunfante parecía una esperanza para el país, e incluso un modelo exportable. Y fue en pleno auge del fascismo cuando el famoso biógrafo alemán Emil Ludwig consiguió entrevistarle largamente y plasmar sus interminables diálogos en un libro, Conversaciones con Mussolini, publicado en doce idiomas. A pesar del monólogo con que se enfrentaba Ludwig, consiguió, desde una óptica independiente y crítica, dar al lector un perfil de Mussolini y desarrollar, a través del propio interesado, sus dimensiones políticas, culturales y humanas, con toda su pompa, su escenario y su mitología.Conversaciones con Mussolini, de Emil Ludwig, es un fehaciente documento histórico-político y el espejo de un período agitado de Europa.

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CONVERSACIONES CON MUSSOLINI - EMIL LUDWIG

Portada reedicin de 1.979

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CONVERSACIONES CON MUSSOLINI - EMIL LUDWIG

Portada edicin 1.932

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CONVERSACIONES CON MUSSOLINI Coleccin Libros de Bolsillo Z, nm. 233 Ttulo original: MUSSOLINIS GESPRACHE Traduccin de Gonzalo de Reparaz Emil Ludwig, 1932 Editorial Juventud, Barcelona (Espaa), 1932 Primera edicin en coleccin Libros de Bolsillo Z, enero 1979 1978 Nm. de edicin de E. J.: 6.073 Impreso en Espaa - Printed in Spain ATENAS, A. G. - Escorial, 135 Barcelona Digitalizado por Triplecruz (29 de mayo de 2.011) EMIL LUDWIG CONVERSACIONES CON MUSSOLINI PRLOGO Y NOTAS DEL PROFESOR NAZARIO GONZLEZ EDITORIAL JUVENTUD, S. A. PROVENZA, 101-BARCELONA Obrar es fcil; pensar, difcil; obrar de acuerdo con lo pensado, incmodo. WlLHELM MEISTER

PORTADA Edicin de 1932: Ludwig, adversario poltico de Mussolini, descubre aqu como pensador al hombre de ms frrea voluntad de nuestra poca. En estas diez y siete emocionantes conversaciones (cuyo autntico texto confirma Mussolini con su dedicatoria), un sutil psiclogo nos descubre los ntimos pensamientos del Duce respecto del Estado, de la Humanidad, del Destino, de la Historia y de su propia carrera. CONTRAPORTADA Edicin d e 1979: En 1932, Benito Mussolini se encontraba embriagado por la gloria de ser el Duce de Italia. El fascismo triunfante pareca una esperanza para el pas, e incluso un modelo exportable. Y fue en pleno auge del fascismo cuando el famoso bigrafo alemn Emil Ludwig consigui entrevistarle largamente y plasmar sus interminables dilogos en un libro, Conversaciones con Mussolini, publicado en doce idiomas. A pesar del monlogo con que se enfrentaba Ludwig, consigui, desde una ptica independiente y crtica, dar al lector un perfil de Mussolini y desarrollar, a travs del propio interesado, sus dimensiones polticas, culturales y humanas, con toda su pompa, su escenario y su mitologa. Conversaciones con Mussolini, de Emil Ludwig, es un fehaciente documento histrico-poltico y el espejo de un perodo agitado de Europa.

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NDICEINTRODUCCIN ................................................................................................................................ 5 PRLOGO........................................................................................................................................ 17 PRIMERA PARTE. DE LA ESCUELA DE UN GOBERNANTE ...................................................... 25 ENSEANZAS DE LA POBREZA................................................................................................. 25 ESCUELA DEL SOLDADO Y PERIODISTA ................................................................................. 26 ESCUELA DE LA HISTORIA ........................................................................................................ 29 SEGUNDA PARTE. CONVERSACIONES SOBRE METAMORFOSIS .......................................... 33 SOCIALISMO Y NACIONALISMO ................................................................................................ 33 MOTIVOS BLICOS ..................................................................................................................... 37 CAMINO DEL PODER .................................................................................................................. 40 TERCERA PARTE. DILOGOS SOBRE PROBLEMAS DEL PODER .......................................... 44 ARTE DE MANEJAR A LOS HOMBRES ...................................................................................... 44 ACCIN SOBRE LAS MASAS...................................................................................................... 48 PELIGROS DE LA DICTADURA................................................................................................... 51 CUARTA PARTE. DILOGOS SOBRE CUESTIONES DEL PODER ............................................ 55 SOBRE EUROPA ......................................................................................................................... 55 SOBRE PASES EXTRANJEROS ................................................................................................ 57 CONSTRUCCIN INTERIOR....................................................................................................... 62 ROMA Y LA IGLESIA .................................................................................................................... 64 QUINTA PARTE. DILOGOS SOBRE GENIO Y CARCTER....................................................... 68 OBRA Y PENSAMIENTO.............................................................................................................. 68 ORGULLO Y ACCIN .................................................................................................................. 72 ACERCA DEL ARTE..................................................................................................................... 76 SOLEDAD Y DESTINO................................................................................................................. 79

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INTRODUCCINEl regreso de un libro Vuelve a solicitar el encuentro con los lectores de habla espaola un libro que, al publicarse por vez primera en 1932, alcanz un especial favor entre el pblico lector occidental: un ao despus de su aparicin, en 1933, haba sido ya traducido a doce idiomas al castellano, por Editorial Juventud , y pronto se multiplicaron las ediciones, sobre todo en Italia y en los pases anglosajones. A qu se debi tal xito? Porque, adelantemos un presupuesto: en aquellos aos, esa distorsin, tan frecuente y descarada en nuestros das, entre el mrito intrnseco de un libro y la propagacin de su lectura, sobre una sociedad de masas, manipulada por la publicidad (o propaganda, en su caso), o no exista o se presentaba con caracteres muy benignos 1 . Eran aquellos tiempos mucho ms sencillos en todos los rdenes; tambin en ste. De ah que merezca la pena indagar sobre el campo limpio de los resortes internos de la obra que por cierto no tienen por qu ser altos valores metafsicos ni de primersima calidad y, a la luz de lo que hoy denominaramos una sociologa intelectual, algunas de las razones de aquel primer xito. Emil Ludwig, el autor de estas pginas, formaba parte de una constelacin de autores, y sus Conversaciones con Mussolini, de un repertorio de libros entonces dispersos, pero a los que hoy nos resulta tentador conjuntar e interpretar. Eran autores y obras que respondan a los gustos, a la curiosidad, a la ansiedad de una generacin muy peculiar, tal vez la ms delimitada de cuantas integran la trama generacional de nuestro siglo XX 2 : la generacin de entreguerras, aquella que, sobre el suelo inseguro de una paz a corto plazo, se vea precisada a configurar un modelo nuevo de sociedad, porque el singular vaco originado por la catstrofe de la guerra haba aventado ya sin remedio todo el mundo crepuscular, firmemente asido a su pasado decimonnico de la belle poque 3 . ste fue su drama. Les falt tiempo y seguridad para cumplir su cometido. De ah su movilidad y dispersin. Supervivientes de ayer y jvenes que proyectaban su accin vivan la excitacin de una ilusin de superficie y de un gran pesimismo de fondo. A ellos se dirigan Giovanni Papini (1881-1956), Stefan Zweig (1881-1957), nuestro Emil Ludwig (1881-1948), Oswald Spengler (1880-1936), Andr Maurois (1885-1964), Curzio Malaparte (1898-1957), Gilbert Chesterton (1874-1936)..., para no prolongar ms la serie con Georges Duhamel, Andr Siegfried, sin olvidar a algunos de nuestros ms representativos nombres de la generacin del noventa y ocho y epgonos. Todos estos autores se caracterizaron por haber asumido en un nivel personal la quintaesencia del gran depsito cultural de Occidente. Eran lo que hoy llamaramos, con cierto gesto despectivo probablemente injustificado y desde luego explicable desde nuestra creciente incultura y desarraigo del ayer, culturalistas. Sensibles apasionados de la Historia y del hombre, aqulla, la Historia, en el otoo maduro de un historicismo que arrancaba del ltimo tercio del siglo XIX e incubado en la ctedra y en la pura investigacin, ahora descenda hasta el gran pblico burgus de las

En el caso de las ediciones en lengua italiana existi, pasadas las primeras dificultades de las que se habla en esta Introduccin, una cierta promocin del libro por parte del rgimen. Para la historia global del libro vase L. Fermi: Mussolini, Barcelona, Grijalbo, 1962, p. 330. 2 En el siglo XX como unidad histrica diferenciada pueden distinguirse los siguientes bloques generacionales: a) la generacin de la belle poque, que muere en la guerra de 1914; b) la generacin de entreguerras, que aqu se trata; c) la generacin de posguerra, desde 1945 hasta 1960; d) en el decenio del sesenta sucede una ruptura histrica, de la que arranca la configuracin de nuestra sociedad actual. 3 Tal vez convenga fijar este trmino en su significado histrico, sobrepasando una primera interpretacin ensaystica. Estara constituida la belle poque por: a) un eurocentrismo en su mximo apogeo; b) el protagonismo de la alta clase occidental, econmica, poltica, cultural, hasta los lmites del aislamiento, la autoconfianza y la inconsciencia (por eso son hechos sintomticos de la misma el episodio del Titanio y el atentado contra la emperatriz Elisabeth (Sissi); c) el cruce entre los movimientos culturales del siglo XIX en su ltimo resplandor: neorromanticismo..., y los nuevos: cubismo, surrealismo...; d) la fijacin retrospectiva que los locos aos veinte hacen de ella, como contraste y nostalgia.

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ciudades y el campo, all donde ste hubiera comenzado a despertar de su letargo 4 . ste, el hombre, renovado por el psicoanlisis recientemente aparecido y que trastocaba duramente el sistema antropolgico de valores tradicionales. Del encuentro de ambos, la Historia y el hombre, ms exactamente de esta Historia historicizada y este hombre desenmascarado, emerga inevitablemente en todos ellos, por una parte, el tema de la crisis de la civilizacin occidental que Oswald Spengler haba diagnosticado, desde la atalaya barroca, de La decadencia de Occidente, y para la que cada uno encontraba su particular remedio: Stefan Zweig, en el pacifismo internacionalista de su Jeremas, acentuado an ms en su patetismo por Civilisation, de Duhamel; Curzio Malaparte, en el cinismo de su Sodoma y Gomorra; Chesterton, en el encuentro con un catolicismo, inagotable, ingeniosa, casi intrascendentemente configurado en Ortodoxia o en El candor del Padre Brown; Papini, en la develacin del absurdo y la vuelta al hombre primitivo de su Gog... Por otra parte o correlativamente, se despert en ellos, y ellos despertaron en los lectores, un inters por enfrentarse con el hombre concreto del pasado. Haba que recuperar, ahora que el actual se tambaleaba, a aquellos personajes histricos especialmente marcados por la individualidad, arquetipos de la sociedad y poca en que vivieron, capaces de dar pbulo al proyecto de hombre nuevo que urga configurar. Por eso fueron aquellos aos, y as lo apreciamos hoy, una edad de oro de la biografa histrica, servida naturalmente por esta misma generacin de autores. Stefan Zweig gozaba de un especial favor con su Fouch o los inolvidables relatos de sus Momentos estelares de la humanidad, como Papini esculpa los personajes de Los operarios de la via, mientras que Andr Maurois recreaba a Disraeli o a Byron, Chesterton a San Francisco de Ass, Madariaga a Hernn Corts 5 .., pero, sobre todos, el intelectual judo, nacido en Breslau, Emil Ludwig, haba dado con la frmula ms apropiada a las exigencias de aquel pblico, en la serie escalonada de grandes biografas, todava hoy clsicas en su gnero: Napolen (1927), Goethe (1928), Lincoln (1929)... Pero esta vez Emil Ludwig iba a escoger como objeto de su pasin biogrfica no a un hombre del ayer, sino a un personaje vivo y actuante en el curso crtico de los acontecimientos: Benito Mussolini. Desde luego, la empresa era en s tentadora y de hecho pronto la volvera a repetir con su Hindenburg (1935) y Koosevelt (1938). Porque aquellos aos de entreguerras, obedientes al dictado del tiempo, al mismo tiempo que atraan hacia s mediante la creacin literario-histrica a las figuras de otros tiempos, producan tambin por doquier hombres nuevos y salvadores, capaces de arrastrar ms que de convencer, caudillos de su respectivo pueblo y animadores de una juventud que sin parar mientes se cegaba ante su peligroso brillo de dolos. Eran aqullos los aos de Jos Stalin, quien desde 1927 se haba constituido en dueo absoluto de los destinos de la nueva Rusia; de Adolfo Hitler, Getulio Vargas, Hailie Selasie..., verdaderos padres de sus pueblostal era el ttulo, Ataturk (padre de los turcos), que Mustapha Kemal haba recibido en 1934 de la Asamblea Nacional de Estambul . Y hasta los pequeos pases, como Portugal, Lituania, Austria..., descansaban con exagerada confianza en la voluntad personal de sus Oliveira Sala-zar, Smetona y Dollfuss. Todas esas personalidades de una poca pasaron y cayeron, y sobre cada una ha ido pronunciando la Historia su veredicto particular, pero sobre todo ha subsumido el juicio de todos ellos, en la conviccin de que fue un inmenso error, cualquiera que fuera la ideologa que representaran y ms all de sus fallos y logros, hacer depender de un solo hombre la suerte de una sociedad tan compleja y vacilante. La popularidad de Benito Mussolini en los aos treinta No resulta exagerado afirmar que entre todos estos nuevos protagonistas de sus respectivosEn el historicismo, la Historia domina la interpretacin del mundo a costa de relativizarse. Todas las ciencias humanas se rinden a ella. En el Derecho, en la Filosofa, en el Arte, priman una historia del Derecho, etc. 5 La biografa de Madariaga sobre Hernn Corts fue publicada propiamente ms tarde, en 1953. Pero su primera plasmacin tuvo lugar en 1930. Vase Memorias, p. 236. Es en estos aos cuando aparecen tambin las grandes biografas histricas en el campo de la investigacin, an no superadas: el Napolen de Lefebvre (193 5), el Carlos V de Brandi (1939), etctera.4

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pueblos y aspirantes, en ciertos casos, al protagonismo mundial, se distingua Benito Mussolini, tal vez porque, audazmente instalado al frente de los destinos de Italia desde octubre de 1922, rompi la marcha y fue un modelo al que otros siguieron; tal vez por la revitalizacin histrica del Mediterrneo y de Italia, que arranca del ltimo tercio del siglo XVIII y culmina en este primer tercio del XX; tal vez por las mismas dotes personales del Duce, resuelto, humano, con un toque de teatralidad que le acercaba al gran pblico. De hecho, cuando Ludwig llega a l, en 1932, vive la ola ascendente de su carrera histrica y se propagan los testimonios que aureolan su figura. Ya Jorge V de Inglaterra, con ocasin de su viaje a Italia en 1923, se haba referido a ese hombre dotado de una maravillosa energa que rige Italia, y Winston Churchill se dejara decir cuatro aos despus todo se le puede disculpar a Churchill en razn a su anticomunismo casi rabioso que si fuese italiano, vestira la camisa negra de los fascistas de Mussolini, mientras que Aristides Briand afirmaba que Mussolini no slo era un hombre grande, sino adems un hombre bueno, y Po XI, poniendo una nota cuasitrascendental a este coro de elogios, se refera, con ocasin de la firma del Tratado de Letrn, en 1929, al hombre providencial que rige los destinos de Italia, y, ms explcito, el entonces cardenal Pacelli, interlocutor asiduo en las difciles negociaciones, que Mussolini llev personalmente en su recta final, nos traza este cuadro, rubricado por la admiracin: Nuestras conversaciones comenzaban a las once de la maana, para durar con frecuencia hasta despus de la una... Yo vea ante m al hombre que no pareca conocer el descanso ni de da ni de noche, pues trabajaba siempre con pasin al servicio de su patria 6 . Pero el plebiscito de alabanza y simpata rebasaba desde luego los crculos eclesisticos que en tal circunstancia podan aparecer interesados, incluso el continente europeo. De la India llegaba el testimonio de aprecio de Mahatma Gandhi, y en los Estados Unidos, el popular alcalde de Nueva York, de origen italiano, Fiorello La Guardia, era el mejor embajador hacia la aceptacin de Mussolini por la sociedad y los polticos de los Estados Unidos, nuevo Cromwell, como le calificaba el presidente de la Columbia University 7 . Casi nos empalaga hoy este repertorio de elogios, fiel reflejo de una poca y de una generacin que antes de vivir la tragedia de la guerra sufri la tragedia de su propia alucinacin. Sera, con todo, una reaccin cruel y en el fondo falta de objetividad, dejarle a este Benito Mussolini despearse impunemente desde la apoteosis alcanzada en el momento de escribirse estas Conversaciones, en la primavera de 1932, hasta las escenas ignominiosas de otra primavera, la de 1945, cuando, vctima de una vendetta comarcal, fue asesinado por el mismo pueblo que le haba aupado, y l, que tanto utiliz la escenografa brillante en sus das de triunfo, se encontr representando el ms macabro espectculo, al aparecer colgado boca abajo, en compaa de su amante Clara Petacci, en el Piazzale Loreto de Miln, en la maana del 29 de abril de 1945. Merece por eso la pena intentar reconstruir con serenidad y comprensin al personaje total de Benito Musso-lini y Maltoni, con el convencimiento de que el resultado no se acomodar ni a la exaltacin incontrolada del tramo ascendente de su biografa ni a la humillante condena y fatal desenlace de su rpida cada 8 . Perfil histrico de Benito Mussolini Mussolini fue un hombre del pueblo: tal puede ser la clave para comprender al fundador del fascismo europeo y remodelador de una Italia que todava hoy vive de sus aciertos y errores. Pero a condicin de que purifiquemos la frase del tpico al que propende. Porque afirmar de alguien, y ms de un personaje histrico, que es un hombre del pueblo, no significa refugiarse en el gnero fcil del casticismo antropolgico para construir una biografa asendereada con florecillas de ancdotas entre buclicas y demaggicas. Por el contrario, supone plantearnos sobre l una serie de cuestiones rigurosas. sta laLa posicin favorable de importantes sectores de la Iglesia catlica hacia Mussolini parece un hecho indudable y rebasa el planteamiento que aqu hacemos (conformidad con el Tratado de Letrn). Entra ms bien dentro del complejo problema de las relaciones entre Iglesia catlica y fascismo. 7 Tambin hubo juicios contrarios, por ejemplo, el de Mac Donald. Vase, para este punto, Ch. Hibbert, Benito Mussolini, Londres, Mac Millan, 1965, pp. 95 y ss. 8 La biografa de los dictadores suele atenerse a un esquema sencillo, aunque no simplista, de una primera etapa espectacularmente ascendente, seguida de una ms rpida cada, a la que no es ajena la historia biolgica de su propio organismo. Los ejemplos que confirman este esquema son numerosos.6

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primera: que el nacimiento y medio ambiente primeros hayan actuado sobre l con especial fuerza, por la naturaleza especialmente robusta del primer cimiento y porque no se han interferido en la primera modelacin de su carcter y estilo otros factores de conformacin humana ms artificiales, como son un prestigio familiar, unos medios econmicos holgados y una educacin de calidad. Porque creo que todos estamos de acuerdo en admitir que estos tres pilares que acabamos de citar pueden suponer, y de hecho han supuesto en innumerables casos, el apoyo suficiente, el elemento fecundante para transformar una mediana original en un valor positivo para la sociedad, incluso en un protagonista efectivo y eficaz de la alta historia. Pero quien carece de ellos tal fue el caso de Benito Mussolini se juega su destino a una sola baza. Su ser o no ser dependen del grado de impulso con que salte a la vida, de la riqueza generadora que logre extraer de su nacimiento, tomado este trmino, nacimiento, en su sentido ms amplio: races telricas, familia referida sta de un modo particular al padre y a la madre, entorno social... La Romagna, donde Mussolini naci, le marc sin lugar a dudas con la pobreza spera y comprometida, que pronto caracterizaran su accin pblica desde su juventud. Porque la Romagna de 1880 no era una regin ms de la Italia generalizadamente pobre. Precisamente, unos kilmetros ms al Sur corra la lnea divisoria detrs de la cual se encontraba el Mezzogiorno, que todava hoy nos sorprende emborrachado de luz y ensombrecido de atraso. En el Mezzogiorno se conjugaban la pobreza con la pasividad poltica. Era un lugar comn en el enfoque poltico italiano de la segunda mitad del siglo XIX, en el que el pas sufra de piamontizacin. Los pocos polticos que llegaron del Sur, Crisp el principal de ellos, se despegaron antes de su suelo natal para integrarse en los crculos del Norte propulsor. En cambio, la Romagna estaba naturalmente soldada a l. Perteneca al reborde meridional de la triloga Piamonte-Milanesado-Vneto, en el que se dieron las batallas decisivas hacia la construccin de una Italia unida e integrada en las formas de vida contempornea. Ms an: fue este reborde, formado por Parma, Toscana, Mdena, la Emilia y la Romagna el que en 1860, tras el desinflamiento de Villa-franca, consigui, con su poltica de plebiscitos, reanimar al desalentado Cavour e imprimir la decisiva marcha hacia delante en la empresa unificadora 9 . De ah que nacer en la Romagna significase nacer dispuesto de algn modo a intervenir directamente en los asuntos pblicos del pas, pero desde la protesta, el descontento y, llegado el momento, desde la revolucin. No es extrao, por eso, que Michael Bakunin y los emisarios de la Primera Internacional hiciesen de esta franja de transicin entre el Norte ms adelantado y el Sur sumido en la pasividad el campo preferido para su propaganda social y que a lo largo de toda ella, particularmente en la Romagna, creciese en el ltimo tercio del siglo XIX un importante movimiento proletario con insistentes matices anarquistas 10 . Precisamente uno de los primeros admiradores y discpulos de Bakunin y ms concretamente de su seguidor Andrea Costa, fue Alessandro Mussolini, el padre de nuestro Duce, y el mismo Mussolini se abri a la vida embebido, a travs del influjo paterno, en este anarquismo de ambiente y, apenas alcanzada su primera madurez, se integr activamente en los grupos organizados de lucha revolucionaria. Ms an: a lo largo de toda su vida, tan fecunda en virajes polticos, siempre conserv un claro talante individualista y rebelde, polticamente agresivo y socialmente insatisfecho, que es obligado interpretar como residuo y fijacin, autoalimentados, despus, de aquella primera intuicin libertaria que capt en su niez romagnola. Y todava podramos prolongar ms all el razonamiento poniendo de manifiesto los rasgos anarquizantes que el fascismo, como teora y como prctica, oculta enmascarados detrs de su estatismo y de las alianzas de oportunidad con el capitalismo 11 . Pero es preciso destacar an otro rasgo inconfundible de su tierra de origen. La Romagna haba estado sometida durante tres siglos al poder temporal de los papas. No formaba parte del ncleo central, ms favorecido por eso mismo, dentro del general atraso, de los Estados Pontificios

Vase la nota de la pgina 32 al texto de Ludwig. Leopoldo Campini en Toscana, Marco Minghetti en Bolonia y Andrs Costa en Romagna fueron lderes obreros significados entre 1860 y 1880, que se movieron en esta zona muy viva socialmente a la que nos referimos. Valga la referencia al libro clsico de G. Col Historia del pensamiento socialista, tomo II, pp. 171 y ss. 11 Sobre la ideologa fascista en general y ms concretamente sobre los elementos anarquizantes que contiene puede consultarse J. Gregor, The ideology of fascism, Londres, Mac Millan, 1969, concretamente pp. 154 y ss.10

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. Fueron los pontfices belicosos del Renacimiento quienes la anexionaron, aprovechndose de su debilidad y anarqua; la Romagna produca condotieros y jefes locales, pero fue incapaz de configurarse en un pequeo estado al estilo de Mdena, Parma o Toscana. Presa de la ambicin del poder temporal de los papas, qued irremediablemente marcada con la huella de un resentimiento anticlerical que el gobierno pontificio, cada vez ms anacrnico e ineficiente a medida que avanzaba la edad moderna, no hizo sino acentuar. Roma y su clericalismo, sos eran los enemigos para las minoras socialmente concienzadas, en el siglo XIX, del atraso y pobreza de la Romagna. Por eso, en 1830 y en 1848, sus tierras se convirtieron en foco pionero de revuelta contra los papas. Y vencida la revolucin, sobre ella y sus inquietos habitantes cay con ms fuerza el rigor de la represin. No es difcil deducir de este contexto que el anticlericalismo, transmitido de generacin en generacin en muchas familias, afectase tambin al hogar Mussolini, presidido por un padre autntico lder, a nivel comarcal, del movimiento obrero. Tambin a Benito Mussolini hubo de alcanzarle aquella actitud tan generalizada y lgicamente explicable, primero desde la conducta y dichos de su padre, el herrero del pueblo, descredo y blasfemo, que bombardearon su conciencia naciente; ms tarde desde el colegio de los salesianos de Faenza, en el que ingres a los diez aos y del que fue expulsado a los doce, ante la imposibilidad casi fsica de Benito de someterse a un rgimen disciplinado, clerical y clasista: aquel comedor con tres clases de mesas y tres calidades de alimentos, segn la capacidad econmica de los alumnos, que humillaron su natural libre y altivo! Sin embargo, el anticlericalismo de Mussolini, desfogado en multitud de dichos y escritos, como todo anticlericalismo, no entraaba en modo alguno una negacin de la instancia religiosa, sino ms bien su aceptacin como un frente de lucha donde librar las batallas ltimas de su insatisfaccin y desarraigo social. Bastara recordar, en efecto, aquella declaracin suya, ya Duce de Italia: Mi espritu es profundamente religioso, o la regularizacin por la Iglesia de su matrimonio con Donna Rachel y el bautismo y primera comunin que quiso para todos sus hijos..., actos, por cierto, que dese se celebrasen en secreto, con el pudor tpico del anticlerical histrico y sin ceder en este caso a un afn de propaganda y espectacularidad, al que tanto propenda en los dems rdenes y que podan haberle resultado especialmente rentables en el mbito de una sociedad como la italiana, masivamente catlica. Todos los historiadores estn conformes en que la solucin de la cuestin romana, en febrero de 1929, fue la operacin de mayor porte poltico llevada a cabo por el rgimen fascista italiano, absolutizado en su jefe supremo. Es cierto que los tiempos estaban maduros, pero tambin lo es que Mussolini posea una mayor sensibilidad que cuantos polticos le precedieron a travs de su personal aventura religiosa y poltica para enfrentarse con aquella institucin, sin la que Italia sera impensable y con la que Italia haba llegado al marasmo de decaimiento que caracterizaba su posicin internacional en vsperas del Risorgimento. Habremos de atribuir a su madre, Rosa Maltoni, una maestra de pueblo, dotada de una sensibilidad poco comn, culta, con un profundo sentido religioso sin mojigateras (el polo opuesto, en suma, de Alessandro, su marido, brusco, luchador nato, sin sentido del saber y del arte), aparte esa dimensin espiritual innegable en Benito, la predisposicin que advertimos tambin en l para abrirse desde los primeros aos a las ms diferentes manifestaciones del saber y del arte? No hace falta que nos acojamos al mundo apasionante, si bien poco racionalizado todava, de las influencias que dentro de la familia como unidad biolgica y clula social ejercen los padres sobre los hijos, y todava, dando un paso ms, si resulta vlida la hiptesis de que la madre tiende a constituirse en el modelo querido y perseguido por el hijo varn, mientras que la hija reproduce las constantes y tendencias del padre. Porque resulta ms sencillo y ms convincente para nuestra formacin/deformacin positivista atenernos en este caso al dato verificable de que, en el hogar de los Mussolini, fue la madre, de hecho, y no el padre quien se preocup de que su primognito asistiese con regularidad a la escuela; fue ella misma la maestra natural y de oficio de su niez; quien seguidamente le orient hacia el nico centro superior a la escuela primaria al alcance de sus posibilidades, el citadoCon todo, la Romagna est presente en las primeras donaciones hechas por los reyes y emperadores a los papas. Pipino el Breve, al conquistarla a los lombardos, se la entreg a Esteban II, donacin que confirm Carlomagno. Luego se independiz hasta la edad moderna, bajo el caudillaje de condotieros y jefes locales.12

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colegio de Faenza, y cuando fue expulsado de l le sostuvo para que consiguiese el mismo ttulo de maestro que ella ostentaba. Mientras tanto, el padre continuaba pegado al yunque y a la forja en la artesana herrera de Predappio, si es que sus puertas no estaban cerradas, ocupado Alessandro en las actividades revolucionarias o recluido en la crcel como consecuencia de las mismas. De hecho, el Benito Mussolini artesano-herrero es una pgina indita de su biografa, mientras que el canal materno de la sensibilidad y de la cultura configur su definitiva personalidad interior y profesin. La ruta estaba marcada, pero el camino era largo. La razn vital que le dominaba desde su juventud le impeda quedarse en el horizonte recortado de un maestro rural. A la primera actitud apasionada por el mundo de la inteligencia y del espritu sobrepondra, falto de otros medios ms sistematizados, el trabajo a destajo y disperso de una formacin autodidacta. Es decir, buscara desarrollar aptitudes nuevas, dominar mltiples saberes y sobre todo es la columna vertebral de todo autodidacta leera incansablemente cuanto cayese en sus manos, orientndose paulatinamente de los autores derivados a sus fuentes, para recaer en los grandes textos de la civilizacin occidental, particularmente en aquellos que ms se adaptaban a su natural agresivo y crtico. As es como nos encontramos, ya en la madurez, con un Mussolini que entiende de msica y es un verdadero virtuoso del violn, conocedor ms que mediocre de las principales lenguas modernas tradujo libros del alemn, que hablaba suficientemente, lo mismo que el ingls y el francs . Si el Mussolini artista encantaba a los italianos histricamente privilegiados en este ramo, su dominio de los idiomas, conseguido tras incontables horas de esfuerzo, se integrara plenamente, un da, en la importante labor diplomtica que hubo de llevar a cabo durante los veintitrs aos que dirigi los destinos de Italia. No cabe duda de que el 11 de febrero de 1929, ya reseado, en que se firm el Tratado de Letrn, y el 28 de septiembre de 1938, da del acuerdo de Munich, constituyen las dos fechas cumbres en la vida de Benito Mussolini. En aquella jornada se cumpli lo que ms tarde hemos sabido escribiera Lloyd George en su diario ntimo: Mussolini es uno de los baluartes de la paz de Occidente 13 . Paz precaria, es verdad; el solo nombre de Munich ha quedado en el lenguaje de las relaciones internacionales como smbolo de la diplomacia prrica, basada en el concesionismo. Pero a la Europa de 1938 se le ocultaba todava el futuro sangriento con que un ao despus iba a pagar aquella debilidad, y por el momento qued como un da trascendente, en el que la paz y la guerra apostaron en fro una contra otra y gan la paz. Digamos escpticamente, aunque sin cinismo, que gracias a Munich, Europa am, trabaj y descans durante un ao. Y los testigos presenciales de aquella histrica jornada nos describen a Benito Mussolini, ya al atardecer, yendo de un grupo a otro; de la delegacin francesa, presidida por Daladier, a la inglesa, mandada por Chamberlain, y de sta a la alemana, con Hitler al frente, captando, a travs de su dominio mayor de lenguas, los puntos coincidentes que salvasen la situacin y, al fin, condujesen a la frmula de compromiso. No es extrao que a su regreso a Roma se le ofreciese un recibimiento apotesico. Vengamos a las lecturas. Su capacidad de asimilacin, unida a la pasin que puso en ellas, convirtieron a Mussolini en un hombre dotado de un bagaje cultural muy superior al hombre medio. No sin razn se le eligi, sin otros apoyos ajenos a su valer, director de uno de los grandes rotativos de Italia en vsperas de la primera guerra mundial: Avanti! Pero aqu se debi haber detenido. Cuando accedi al mximo puesto de responsabilidad al frente de su pas, descubri el falso suelo sobre el que se apoyaba. Mussolini era enciclopdico, pero no universal. Como todo autodidacta, extrapol sus propios conocimientos y pens convertir a los grandes autores en que se haba sumergido Nietzsche y Sorel, Marx, Bakunin y Pareto, Max Stirner y Bergson en mgica piedra filosofal para resolver con acierto cualquier cuestin, por especializada y compleja que fuera. Hubo particularmente dos campos que desconoci de modo total: la economa y el arte de la guerra. Y en ambos hubo de tomar decisiones capaces de salvar o hundir a Italia e incluso de cambiar el rumbo de la Historia. Mientras consigui rodearse de buenos colaboradores se paliaron un tanto los efectos de su impreparacin. Pero a medida que el fascismo descubri su rostro totalitario y acumul errores, los buenos economistas, juristas y estrategas se fueron retirando, y Benito Mussolini se encontr solo, torpemente endiosado por aadidura, dentro del esquema ideolgico del sistema. \Mussolini ha sempre ragione, se lea repetidamente en los muros de Roma13

Lloyd George, a diary, by Frantis Stevenson, Londres, Hutchinson, 1971, p. 254.

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durante la guerra, mientras sufra las ms severas derrotas en Grecia y Libia...! Basten estos apuntes para fijar desde la clave inicial de su veta popular la naturaleza biogrfica del sujeto de las Conversaciones. La tcnica de la entrevista en el quehacer biogrfico ste era el hombre elegido por Emil Ludwig como objeto de su nuevo intento biogrfico. Lo ms natural hubiera sido seguir el esquema de una biografa clsica. Aunque en 1932 la vida de Mussolini no estuviera todava consumada. Son vlidas, y hay ejemplos claros de ellas, las biografas sectoriales que abarcan tan slo un tramo cronolgico o un aspecto del personaje 14 . Sin embargo, prefiri utilizar otro mtodo, que hoy nos resulta familiar y hasta manido por su uso proliferado ante personajes de mayor o menor relieve y sin que se busque, en la mayor parte de los casos, una finalidad biogrfica entera: nos referimos a la entrevista, al dilogo mantenido con la persona sujeto de nuestra investigacin. Ludwig tropieza con dificultades que, prescindiendo del acierto con que las resuelva, nos sirven para ahondar en la metodologa de la biografa por va de entrevista. Salvadas las particularidades del biografiado, los escollos con que el autor alemn se encentr en 1932, pueden coincidir con las de cualquier historiador del siglo XX que, situado frente a una figura de la alta poltica, quiera tallar a punta de cuestionario inteligente e incisivo la imagen veraz que traduzca su interior. El lector apreciar que Ludwig semeja una vez ms a ese eterno David frente a Goliat que todo intelectual representa ante el poder. El Mussolini de pies de barro parece alzarse como una fortaleza blindada por mltiples defensas. Ante ellas slo cabe la habilidad, la inteligencia sutil y paciente. Est en primer lugar la cortina de humo de la vanidad incorregible del Duce, que intenta convertir sus respuestas en otras tantas columnas de incienso que satisfagan su autoconciencia, la alterigia, a la que se aludir en un momento de las Conversaciones. Ludwig reacciona siguindole la corriente y fomentando an ms esa vanidad. Le compara a Napolen, le hace notar que su busto recuerda al del condotiero Colleoni. El halago acta de incitante liberador. Mussolini responde al estmulo y se distiende y vaca su interior con ms facilidad. Era lo que sobre todo importaba. Porque entendamos bien que lo que interesa en este texto y en otros elaborados con el mismo mtodo no son las ideas contenidas en las respuestas sobre la libertad, el nacionalismo, el poder (que pueden ser y a veces lo son perfectamente triviales), sino cmo tales ideas sirven de vehculo para conocer a quien las expresa. Una segunda defensa ms firme que Ludwig hubo de superar consisti en el estilo axiomtico y definitorio que Mussolini imprima a sus respuestas. En el fondo falta el dilogo. Un poltico totalitario se incapacita para l. Comenz a monologar, dice en cierta ocasin Ludwig con cansado escepticismo. Pero precisamente a travs de esta antologa de posiciones dogmticas se nos revela el Mussolini peligroso simplificador, contradictorio, agresivo contra personas e instituciones de su entorno. Ms an, comprendemos cmo se fue creando en su espritu, como en el de todos los dictadores, una segunda naturaleza de autoalimentacin de sus propias convicciones, hasta el ms craso empobrecimiento. Y no deja de ser tal impermeabilidad continuada una explicacin de esa falta de reflejos para reaccionar ante las crticas ajenas e incluso ante el mundo objetivo real que observamos en el Mussolini de las horas amargas de su cada. Cuando el Gran Consejo le condene en la noche del 25 de julio de 1943, cree que es suficiente con una remodelacin ministerial. No capta los signos de claro desasistimiento que el Rey le pone ante sus ojos al da siguiente. Su indudable inteligencia le falla, y tarda en considerarse un confinado, cuando en verdad es un preso. Otro lienzo amurallado que el entrevistador intent salvar, aunque no siempre lo consigui, fue el del fingimiento. Mussolini era un primario al que el fascismo, con el cheque en blanco extendido sobre su autoridad sin lmites, le hizo todava ms primario, pero, por otra parte, doblado. Son varias las ocasiones en las que a lo largo de estas Conversaciones el Duce se repliega en laUn ejemplo claro es la obra de B. Wolfe sobre La juventud de Lenin, en francs, en la editorial Calman Lvy. La ltima biografa que conocemos construida sobre el mtodo de entrevista es la de Roxane Witke sobre la viuda de Mao Tse Tung: Camarade Chiang Ching, Pars, Laffont, 1978.14

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antecmara de su insinceridad. Sus verdaderas relaciones con D'Annunzio, de quien estaba celoso y a quien en algunos momentos suplant, no son las que se deducen de sus respuestas. Otro ejemplo: hoy sabemos que en los mismos das en que aseguraba a Ludwig no tener ninguna intencin de apoderarse de Etiopa trataba ya en el mayor secreto con el general De Bono el plan pormenorizado para la ocupacin del territorio. Pero queda an el ltimo reducto que Mussolini se reservaba en esta pugna conversacional. (Mussolini todo lo conceba en trminos de lucha, y el lector apreciar la tensin casi elctrica que se crea con frecuencia entre ambos interlocutores y que Ludwig intentar descargar.) Para nosotros, en el supuesto aceptado para el presente epgrafe de rebasar lo anecdtico y abrirnos a la problemtica biografa-entrevista, es el de mayor importancia. Niveles de lectura y viejos textos Tal reducto no es otro que el poder. Poder elemental y total, del aqu mando yo, con un estilo muy fascista, operativo y avasallador. Aparece claramente desde el primer momento cmo Mussolini concede o niega una entrevista a placer, corta un tema que no le interesa tratar y sobre todo, al final, cuando el libro est ya compuesto y lee el original, prohibe terminantemente su publicacin, por apreciar que dice o sugiere otras ideas diferentes a las que l supuso haber expresado. Superficialmente, tal gesto no tena ms trascendencia que la del enfado pueril de quien pide le hagan un retrato y luego lo manda destruir por no verse en l suficientemente agraciado. Porque hay una cuestin de ms fondo. Con esta reaccin de no reconocimiento y aun rechazo de sus propias afirmaciones, Mussolini aceptaba torpemente un hecho cientfico que hoy elabora con especial predileccin la moderna psicologa en relacin con todas las ciencias humanas: el de que cualquier manifestacin del hombre racional, inscrita esta manifestacin en el marco ms amplio de la intercomunicacin que constituye y traduce el desarrollo histrico, est integrada por una emisin de signos mucho ms ricos y complejos de lo que en un primer anlisis pudiramos sospechar. Quien emite tales signos (mediante el lenguaje oral, escrito, los gestos...) puede estar convencido de que solamente va a ser interpretado en el sentido expresamente querido por su intencin consciente. Esto no es cierto; cada escrito, concretamente, posee distintas posibilidades de interpretacin. Por otro lado, quien capta esos mismos signos, los interpreta a su vez en consonancia con su particular idiosincrasia y el medio histrico-social que le envuelve y conforma. Ahora bien, desde el momento en que estas dos variables que fijan la captacin del mensaje por quien U percibe cambian, aquel cdigo primero rebasa su primitiva significacin y se abre a otras nuevas que se removern permanentemente en el espacio y en el tiempo. Por esta doble va nacen las que, en el caso de los signos emitidos a travs del lenguaje escrito, denominamos lecturas de un texto. Por eso es hoy tan frecuente hablar de lectura de Marx, lectura de Nietzsche... En el fondo de este fenmeno, de enorme importancia, nos encontramos ante el reconocimiento de la capacidad creadora del verbum humano, de su carcter fundamental e inagotable. Tambin acta en l un relativismo histrico-geogrfico de alto porte y un ltimo recurso a las categoras a priori kantianas. As, concluimos, tras este rodeo sistematizador, cuando Mussolini rechaza sus propias afirmaciones no cae en ninguna contradiccin; tan slo se adentra a tientas en el campo de los niveles de lectura, de las interpretaciones mltiples de nuestros mensajes, de la incapacidad, en suma, que todos tenemos para mandar autoritariamente sobre el significado de nuestros propios textos. Ahora bien; desde la cota adquirida podemos avanzar un tramo ms. Son los libros antiguos, los escritos autnticos de otras pocas, los que con mayor seguridad encierran esa mina de interpretaciones que slo hoy, desde nuestro mundo ms que evolucionado, profundamente transformado, podemos explotar. De ah la importancia que tenga la reedicin y lectura de viejos textos. Con frecuencia sern mucho ms iluminadores que tantos nuevos libros, dotados, eso s, de un mayor impacto existencial.

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Aunque slo sea como un breve relax a este discurso ms terico, permtasenos recoger aquel bellsimo lema que, sin discutir la paternidad que Ramn Gmez de la Serna conceda a Alfonso de Aragn, pude un da leer y era su sitio en el frontis de la chimenea de una vieja casa solariega al norte de la provincia de Burgos 15 : Vieja lea para quemar, viejo amigo a quien hablar, viejo vino que beber, viejo libro que leer. En este sentido, siempre acogemos con simpata la reedicin de buenos textos antiguos. Sirven para despertar en nosotros resortes de comprensin que pueden yacer dormidos; es una manera de revalorizar el buen culturalismo al que nos referamos al comienzo. Y es sta la razn que nos movi a aceptar con inters desde el primer momento el ofrecimiento de Editorial Juventud cuando con acierto proyect la reedicin de estas Conversaciones. Fascismo y neofascismo Hay una aplicacin concreta de lo que acabamos de exponer. Si cada libro antiguo semeja una caracola de mar que nos trae resonancias insospechadas, este que nos ocupa suscita en nosotros el tema del neofascismo de nuestros das, recreacin de aquel fascismo primero que Mussolini puso en circulacin en la Historia y que en nuestros das es uno de los focos ideolgicos con el que, quermoslo o no, hemos de contar. Slo por esto ya tiene el libro un sealado inters. No es ste el lugar de trazar con un mnimo de detencin la historia de este neofascismo, nacido de las cenizas mismas de la segunda guerra mundial, desde la fundacin de Odessa como plataforma econmica y de enlace para los vencidos nazis, el 10 de agosto de 1944, en el hotel Maison Rouge de Estrasburgo, pasando por los sucesivos encuentros internacionales de Roma (1950), Malm (1951) ..., Venecia (1962), hasta los ms recientes encuentros de este mismo ao de 1978 en Pars, Madrid y prximamente Roma 16 . Nos importa ms detectar su contenido, y en primer lugar hacer notar que el neofascismo toma formas diferentes y no siempre compaginadas entre s. Fijmonos, sin agotar el tema, en estas tres: 1) Hay un neofascismo que se inscribe dentro del amplio fenmeno terrorista de nuestros das. No cabe duda de que en el fascismo matriz existieron un culto a la violencia y unos mtodos de accin directa que explican, al menos tangencialmente, este flanco ingrato y claramente descalificador del neofascismo. Pero tambin conviene tener en cuenta para explicar el fascismo terrorista que, por su posicin extrema en el espectro ideolgico, se encuentra ya predispuesto para recoger como un cono de deyeccin la agresividad juvenil, la que en otros tiempos se desfogaba rtmicamente en las guerras, que hoy, al menos en nuestra rea occidental, se encuentran artificialmente inhibidas. En casos medios de intensidad y de capacidad de integracin en la vida, esa agresividad pasa inadvertida, no produce, cuando menos, fenmenos de violencia, pero, en casos de alguna manera anormales, ha de buscar un objeto, una organizacin, una justificacin interior, que pueden ser la sed de orden (en la derecha neofascista), la sed de justicia (en la izquierda social). 2) Hay un neofascismo fijamente centrado en el anticomunismo. Tambin en este punto responde fielmente, en principio, a la llamada del primer fascismo, el de entreguerras. Pero existe una inflexin digna de tenerse en cuenta que caracteriza en ltima instancia al neofascismo. Entonces, el comunismo era ms una amenaza que un cumplimiento. Slo haba conquistado Rusia, de la que se filtraban hacia Occidente los quejidos y la confusin que acompaaron a la primera etapa de la implantacin del rgimen comunista. Hoy, sin dejar de ser una amenaza para nuevos territorios, ha salido cmodamente de su primer reducto, para cubrir otras muchas zonasVase el prlogo puesto por l mismo a Gregueras, pgina 79, en la edicin de Espasa-Calpe, 1977 La historia ms completa del neofascismo es, a nuestro parecer, la de A. del Boca y M. Giovana: Fascism today, a world survey, Nueva York, Pantheon Books, 1969. Despus de esta fecha hay que acudir a las revistas y prensa especializadas, en las que el material es siempre abundante.16 15

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del planeta. La postura de recelo ante el comunismo ha de ser ms firme y radical, por tanto, en el neofascismo que en el fascismo. En segundo lugar, el comunismo contra el que luchaba el fascismo de entreguerras no haba descubierto an sus incurables vicios de raz, tal como los han puesto de manifiesto los episodios de Hungra en 1956, Checoslovaquia en 1968, por acudir a dos casos entre muchos. En este sentido, el neofascismo se siente ms cargado de razn y sobre todo ejerce un reclamo hacia la derecha y el centro conservadores, a los que siempre el fascismo estuvo abierto y que puede provocar consecuencias importantes. 17 . 3) Hay en tercer lugar un neofascismo concebido como reto, despego y hasto hacia el sistema democrtico-liberal, contra el que el fascismo de los primeros tiempos ya se sinti llamado a reaccionar. Nuevamente el horizonte de hoy es el mismo de entonces; pero ha cambiado el paisaje. El neofascismo detecta en este ltimo tercio del siglo XX una degradacin mayor de esa sociedad mal dirigida por la democracia liberal. La crisis de autoridad, la manipulacin del pueblo por los polticos, los lmites decadentes de lo que se ha llamado la sociedad permisiva, son los frentes ms duros de ataque. Y el neofascismo aprovecha rpidamente la oportunidad para recoger de sus primeras fuentes una presencia directa en las aspiraciones del pueblo sencillo, por va existencial, incluso carismtica, desde luego sin los que l considera artilugios institucionales del rgimen liberal democrtico; un sentido de la jerarqua, y el mando, el orden y la organizacin; finalmente, un voluntarismo sacrificado, entendido como alternativa a la realizacin de la sociedad permisiva, capaz de captar una veta muy real, estructural, por encima de los cambios histricos, de la antropologa juvenil. Volver el fascismo? Pero sobre todo, dejando a un lado su historia, como dijimos, ms all de esta aportacin a su contenido interno, lo que de veras nos importa es responder a esta pregunta que a veces flota en el ambiente: puede suponer el neofascismo una alternativa real de gobierno en el mundo y concretamente en nuestra sociedad occidental? Recuerdo que esta misma pregunta se me hizo un poco a boca jarro en un reciente programa de televisin 18 . Sntoma de que, como decamos, flota un tanto en el ambiente. Entonces me mostr remiso a aceptar tal posibilidad. Y me apoy sobre todo en la observacin de que el neofascismo de nuestros das no haba logrado ese grado de madurez que alcanz en el perodo de entre-guerras, cuando pases de historia tan dispar como Finlandia y Espaa, Inglaterra y Rumania, Hungra, Italia, Noruega, Alemania... pusieron en pie sendos movimientos fascistas aunados por un planteamiento socioeconmico de amplitud universal. Entonces el fascismo parecia llenar un vaco que hoy est colmado, aunque critiquemos la solidez y garanta de ese suelo. Ahora, al hilo de esta Introduccin, quisiera aadir sobre aquella apreciacin fundamental, que mantengo, algunos puntos de vista que pueden enriquecer la amplia problemtica del neofascismo. Conviene, en primer lugar, que nos percatemos de que en torno al fascismo palabra, concepto, contenido, derivaciones se ha producido en los ltimos treinta aos una peligrosa confusin en la que unos y otros estamos comprometidos. Porque quin es fascista y contra quin? Yo he visto el adjetivo fascista, en estos ltimos aos, en los muros de nuestra Universidad junto al nombre de profesores honrados y de claro talante liberal. Y un da le, con mayor sorpresa todava, que Jrgen Haber-mas, de la izquierda de Francfort, acusaba de fascistas a Rudi Dutschke, con sus estudiantes universitarios de Berln, promotores de las primeras revueltas universitarias europeas en 1968. Y Mao Tse Tung, tras la ruptura con Mosc, en 1960, calific en repetidas ocasiones al rgimen del Kremlin de social-fascista, aunque el golpe bajo ya tena precedentes, porque Stalin haba tachado de fascistas los mtodos de Tito con ocasin de su histrica disidencia en 1948... Y girando ya los trescientos sesenta grados en el espectroSegn lo expuesto se entiende bien al eurocomunismo como una contraofensiva ante este cambio de posiciones sucedidas en los ltimos cuarenta aos. 18 En el programa Tribuna de Historia, emitido el 28 de junio de 1978, bajo la direccin de don Jos Ignacio Seco. El entrevistador fue don Jos Antonio Silva.17

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ideolgico, en nuestros recientes debates constitucionales del Congreso, cada vez que un diputado de izquierda se ahogaba un tanto en su razonamiento, lanzaba la flecha envenenada del insulto Fascista! al Fraga de turno y se sentaba tan satisfecho o, lo que es lo mismo, tan descargado de su interior agresividad. Ante esta situacin realmente incmoda para un marciano que nos observase desde el exterior y aun para cualquier observador imparcial del planeta, no queda ms remedio que concluir: todos debemos estar chapoteando en el mismo charco. Nadie est libre de culpa. O, para decirlo con un texto en mi opinin antolgico (su autor es Renzo de Felice, el mejor conocedor hoy da de Mussolini y del fascismo italiano, al mismo tiempo que especialmente preocupado por el fenmeno neofascista) : El fascismo dice ha producido infinitos daos en la sociedad que ha sobrevivido a su cada. Pero uno de los mayores ha consistido en dejar la herencia de una mentalidad fascista en los mismos antifascistas. Mentalidad que es muy peligrosa y urge combatir por todos los medios y que consiste en una actitud de intolerancia, de revanchismo ideolgico, de sopraffazione yo traducira de superioridad chula , de adoptar la tcnica de descalificar al adversario para destruirlo 19 . As es. Todos estamos impregnados de fascismo y, conscientes de nuestra culpabilidad, lo escupimos como insulto. Por eso entiendo que, antes de hacer pronsticos sobre la posible vuelta del fascismo y poner en marcha los dispositivos para defendernos de l, conviene iniciar una campaa de purificacin y autoanlisis colectivo. Automticamente saldra beneficiada la democracia, la del hombre consciente, libre y solitario, no la de los movimientos de opinin y manifestaciones populares, que slo funcionan cuando un aparato de propaganda, inspirado en los regmenes fascistas de los aos treinta, que por primera vez lo utilizaron, les dicta su propia ley. Entonces, el fascismo, en su forma renovada de neofascismo, ya no tendria ninguna viabilidad. Supuesto este punto ms bsico, indiquemos otros ms concretos. Siempre tendemos a despreciar al adversario. Sobre todo si est humillado y marcado por la derrota. En el caso del neofascismo, tenemos el peligro de descansar en el escaso valor numrico de sus efectivos. Pero notemos que todo fascismo es, por su naturaleza, minoritario; si queremos, recogiendo de paso uno de sus ingredientes ideolgicos, elitista. Cuando se llev a cabo la marcha sobre Roma, el fascismo italiano no sobrepasaba los dos mil afiliados. Su eficacia y peligrosidad estriba, por un lado, en la carga afectiva y la dinmica de accin que encierra y, por otro, en la capacidad ya demostrada de abrirse con rapidez a las clases medias y silenciosas. En este mismo camino de apreciarle en su valor objetivo no cometamos la ingenuidad de creer que el fascismo de 1970 y 1980 va a repetir numricamente los mismos errores crasos que le hacen histricamente aborrecible. Todo neo pensemos en el neoliberalismo, coetneo, en relacin con el liberalismo clsico introduce en su naturaleza los correctivos que le dictan a un tiempo el examen del pasado y su afn de supervivir. Cargar sobre el neofascismo campos de concentracin, doctrinas de autarqua econmica, incluso un nacionalismo revanchista fatalmente abocado a la guerra, carece totalmente de sentido. Curiosamente, y por lo que respecta al nacionalismo, el neofascismo no olvida su inspiracin nacionalista, pero se abre hacia una perspectiva supranacional y europesta, coherente, por lo dems, con sus principios ser el bastin de la civilizacin cristiana occidental contra el comunismo, que ya avanza hasta el centro de Europa , que el primer fascismo no lleg a desarrollar en su plenitud. Precisamente, y como contrapartida paradjica, asistimos en estos ltimos aos al espectculo de que son partidos e ideologas de izquierda que ya por eso dejan de ser un tanto de izquierda quienes promueven un nacionalismo reivindicador de viejos agravios, en ocasiones francamente revanchista y agresivo, sin obviar incluso en ocasiones el tremendo escollo del racismo: pienso en Jos nacionalismos dentro de viejos estados europeos en este ao de gracia de 1978. Sin embargo, concedindole esos tantos, el neofascismo parece condenado a no sobrepasar el lmite de la denuncia y la crtica negativa. En este sentido acta de revulsivo. Es un grito de alarma beneficioso, pero con los gritos de alarma no se construyen cdigos de convivencia ni programas polticos. Le pesa mucho el irracionalismo existencial nietzschiano que form parte del primer fascismo y an perdura.A. Leeden: De Felice, intervista sul fascismo, Bar, Laterza, 1975, p. 7. De Renzo de Felice, adems de su obra monumental en cinco tomos sobre Mussolini, recomendamos y hacemos notar haberla usado en ms de una ocasin a lo largo de este trabajo: Le interpretazioni del fascismo, Bari, Laterza, 1969.19

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Demos ya paso al libro de Ludwig. A travs de l seguiremos las vicisitudes de un hombre, Mussolini; de un pueblo, Italia, y, en el trasfondo, de esa Europa de anteayer, la de Stresemann, Briand, Marconi, Herriot..., cuando todava se deca aeroplano y automvil, que no pocos de los que hoy viven alcanzaron a conocer. Precisamente para intentar revivirla y dar ms comprensin al texto hemos esparcido a lo largo del mismo una serie de notas que esperamos cumplan su fin esclarecedor. NAZARIO GONZLEZ Catedrtico de Hist. Contempornea (UAB)

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PRLOGOEl documento Los dilogos siguientes se desarrollaron del 23 de marzo al 4 de abril de 1932, casi a diario, en el Palazzo Venezia de Roma. Duraban aproximadamente una hora y la lengua empleada era el italiano; yo, apenas haban terminado, los anotaba en alemn; slo algunas frases proceden de mis conversaciones precedentes. Somet a Mussolini el manuscrito alemn. l mismo lo revis, donde tomaba la palabra, atenindose al recuerdo que conservaba de nuestra conversacin. Cuando tuve nuevamente delante de m mi manuscrito, vi que en todo y por todo las modificaciones de su puo y letra no pasaban de dieciocho palabras, ms algunos retoques a ciertas frases. Ese texto, retraducido al italiano, se le someti tambin. El alemn sirve ahora de base para todas las versiones que se hagan. No se ha utilizado material ajeno; sin embargo, debo a Margherita Sarfatti varios datos sobre la biografa de Mussolini 20 . En las pginas que siguen no se encontrar ancdota alguna de las que pululan por Roma ni datos facilitados por sus colaboradores. stos cuentan numerosos relatos que aclaran muchas cosas. Los dilogos slo contienen estrictamente lo que se habl. Sobre los partidos El sentimiento de desconfianza hacia el dictador perdur en m hasta hace unos cinco aos. No pocos de mis amigos italianos eran adversarios del rgimen; y cuando viajaba por Italia relucan ante mis ojos uniformes, banderas y emblemas, llenos de un esplendor que en Alemania vi sumirse por fin en Occidente, mientras una nueva aurora surga por Oriente, anunciando su repeticin con rapidez asustadora. Tres circunstancias me hicieron cambiar de parecer. Los conceptos democracia y parlamentarismo empezaron a nublarse; surgieron formas intermedias; la poltica se vio minada por los nuevos sistemas; faltaban hombres de primera fila. Al mismo tiempo vi que en Mosc y en Roma se realizaban hechos materiales de gran importancia; es decir, reconoc el lado constructivo de estas dos dictaduras. En tercer lugar, razonamientos psicolgicos me llevaron a la creencia de que el hombre de Estado italiano a pesar de lo dicho en muchos de sus discursos probablemente no acariciaba proyectos guerreros. Pero ms decisivo que estos pensamientos fue el estudio del personaje. Cre observar claramente caractersticas que me recordaban las concepciones de Nietzsche. Le separ entonces mentalmente de su movimiento y empec a estudiarlo como un fenmeno especial, obrando e manera semejante a como he procedido siempre con los personajes histricos. La sonrisa del poltico prctico y realista me confunda tan poco como el odio de los hombres de partido con quienes estaba en contacto. Considero ms importante para conocer a un hombre el ms insignificante rasgo de su carcter que el mayor de sus discursos, y cuando se trata de un hombre de Estado omnipotente, ese rasgo me facilita el pronstico de sus actos venideros. Las dos formas en que el hombre de escasa imaginacin ve el presente la poltica del da y la poltica de partido me son desconocidas; jams he pertenecido a partido alguno, y slo me inscribira en un partido antiguerrero, si semejante partido existiera. Los acontecimientos del ltimo decenio han fortalecido mi conviccin de que de ningn sistema20

Margherita Grassini Sarffati (1883-1961) fue una de las numerosas mujeres, junto a Ida Dalser, Magda Corabceuf, Angela Balabanoff, Francesca Lavagnini, Clara Petacci... que, aparte su legtima mujer, Donna Rachel, pasaron sucesivamente por la vida de Mussolini, influyendo claramente en su personalidad y en ocasiones en su destino poltico. El sentido de romanidad, tan inseparable del fascismo mussoliniano, parece tuvo su musa inspiradora en esta mujer de gran cultura, de raza juda, hija de un profesor de universidad y casada con un abogado de gran prestigio, a la que Mussolini conoci en la redaccin del diario Avantil Margherita Sarffati es, adems, autora de una penetrante aunque primeriza biografa de Mussolini (Dux, publicada en 1926), que, junto a los testimonios orales ofrecidos tras la muerte del dictador, le conceden un puesto importante en la historiografa fascista.

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poltico puede decirse que es en absoluto el mejor; ms bien puede afirmarse que a pueblos diversos, en pocas diferentes, hay que darles sistemas de gobierno distintos. Siendo individualista por excelencia, jams podra ser fascista, pero, haciendo caso omiso de este punto de vista mo, reconozco que el movimiento de los Fascios ha tenido grandes ventajas para Italia. En cambio, me parece que un movimiento semejante sera nefasto para Alemania; el lector encontrar en la Cuarta Parte de los dilogos algunas de las razones en que se basa esta idea ma. Adems, falta en la escena alemana quien sea capaz de cargar con el papel principal. Siendo extranjero, me resultaba ms fcil la posicin de observador imparcial. Si hubiera sido un autor francs de tiempos de Napolen, probablemente hubiese estado apartado de l al lado de Chateaubriand, pero siendo alemn lo hubiera admirado como Goethe. Asi es como atrae tambin la figura de Mussolini; es decir, independientemente de los partidos y de estos dos hechos concretos: que combate el Tratado de Versalles, pero en cambio italianiza el Tirol meridional. En lugar del dilema embarazoso en que pone a los corazones de los fascistas alemanes ambos hechos, lo que hago en estas pginas es examinar desde un punto de vista artstico una personalidad extraordinaria. Primer contacto Esa extraordinaria personalidad suya la adivin en nuestra primera entrevista. Cuando el capital empez a enfadarse con l, y cuando su poltica exterior pareci perder el carcter provocador que tena, me acerqu a Mussolini. En marzo de 1929 me concedi dos entrevistas; luego le vi nuevamente. Siempre me preparaba para ellas. As pude llevarle a las cuestiones fundamentales que nos dividan: libertad y pacifismo. Entre la ortodoxia fascista y las concepciones del fundador de la fe aparecan claramente las diferencias y los estados de tensin que existen en todo gran movimiento; vi tambin que se confirmaba mi experiencia, por la que doy, en el anlisis histrico, a las palabras habladas mayor importancia que a las escritas. En un dilogo se presenta el hombre con mayor naturalidad, sobre todo si en l abandona toda afectacin, como sucede con Mussolini, cuya caricatura, esparcida por el mundo, tienen los fotgrafos sobre la conciencia. Ya en aquellas primeras entrevistas trat menos de averiguar cules eran las actitudes respectivas de Italia hacia su caudillo y de ste hacia los italianos, que de enterarme de si Europa haba de esperar actos de conquista o bien una labor constructiva de aquel hombre que no es responsable ante nadie y que precisamente por eso constituye el ser ms poderoso de nuestros das. El genio inspirador de aquel discpulo de Nietzsche, de aquel anarquista y revolucionario, le arrastrara nuevamente hacia la orientacin que sigui en su juventud? O ha evolucionado su naturaleza, en posesin ya del poder, hacia la consolidacin de ese poder? Se orienta hacia una espiritualizacin de las enseanzas de Nietzsche, o no? De aquellas charlas sobre filosofa poltica naci mi idea de hacer un estudio sistemtico de las cuestiones debatidas, concretando en forma metdica lo que hasta entonces no haba pasado de ser un dilogo dejado al azar del momento; de un globo libre queramos pasar a un aeroplano. Lo necesario era conservar altura y claridad. Como no asista ninguna autoridad, ni secretario alguno, no se convino nada por escrito, ni siquiera se exigi el previo examen del manuscrito; todo se basaba en la confianza personal. Lugar de las entrevistas Una fortaleza con recia torre: ste es el aspecto que presenta la forma maciza, entre amarillenta y parda, del Palazzo Venezia; est situado en una gran plaza central de Roma, al pie del Cerro Capitolino, a la derecha del moderno y gigantesco monumento cuyo mrmol blanco, deslumbrante hoy, tal vez tenga, dentro de un siglo, la ptina suficiente para que su color hiera menos la vista y sus formas resulten entonces ms llevaderas. El Palazzo, en cambio, tiene ya quinientos aos de edad. La joya ha pasado por muchas manos. Los papas que lo construyeron se lo cedieron, en el siglo XVII, a la Repblica de Venecia; de sta pas a los emperadores de Austria, y, cien aos despus en 1915 , nuevamente lo tomaba a los austracos el reino de Italia, que haba nacido mientras tanto. As, papas, reyes y condotieros han sido sus dueos. Por la mole, extensin y solidez de sus muros, tal vez sobrepasa a todos los dems palacios de Roma, como seguramente sucede por lo que a la grandeza de sus salas se refiere.

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Fuera, los soldados de la milicia estn de centinela ante la doble puerta siempre abierta, y un portero alto y cubierto de adornos plateados pregunta lo que se desea. El acceso es fcil, pues todo el mundo puede entrar a ver la Biblioteca Arqueolgica, instalada en el principal, y quin no podra procurarse la tarjeta de autorizacin necesaria para visitarla? El autor de un atentado la obtuvo. Por la tarde he visto all a muchos hombres jvenes escudriando el catlogo. La gran escalera de piedra se encuentra cerrada arriba por una puerta de verja, que a veces hall abierta. No puede decirse que este cuartel principal del Duce, en el que pasa unas diez horas diariamente, se halle vigilado y guardado como en otro tiempo lo estaban los castillos de los reyes... Arriba se han reformado con buen gusto media docena de habitaciones y salones; los suelos, con sus viejos azulejos; los techos, con sus enormes vigas talladas y ahumadas; las ventanas, con sus bancos de piedra, son en ste, como en los dems palacios romanos, lo ms hermoso. Las habitaciones, impresionantes por sus dimensiones, estn vacas, salvo una antigua y pesada mesa que generalmente se encuentra en el centro, y, a lo largo de las paredes, sillas que nadie utiliza. De las paredes, amarillas, anaranjadas o azul plido, se destacan cuadros bien iluminados; madonas, retratos, paisajes del Veronese, de Mainardi; en un trozo de fresco se vislumbra o parece verse un hombre joven pintado por Rafael. A lo largo de las paredes resplandecen vitrinas iluminadas interiormente; en ellas pueden admirarse maylicas antiguas hasta del siglo xm , madonas de piedra adornadas, dalmticas, bordados y santos; un arca bizantina de marfil tiene ms de mil aos... Y si despus e ver brillar en una de aquellas vitrinas iluminadas viejas copas de color, procedentes de Murano, y otras de cristal dorado, se contemplan los poderosos muros, revelados por los profundos ventanales, la imaginacin evoca indefectiblemente las dulces y adornadas mujeres que los seores de esta fortaleza atraan a ella entre alabardas y espadas, hasta que una u otra envenenaba al condotiero... ]Vs all de la puerta, abierta de par en par, relucen las armaduras: amenazadores caballeros sin cabeza, cuyas armas tienen un brillo de color gris gris-azul , como tempestades que avanzan; armaduras vacas, lo que las hace resultar grotescas; delante de ellas yacen en una gran arca espadas y puales, y junto al arma gigantesca de fuerte empuadura que serva para cazar el oso se encuentra la espada adornada de la Justicia. Si le han invitado a uno, ser el conserje de categora ms elevada quien en persona se acercar a la gran puerta. l tambin es cavalliere: parece una figura de pera bufa. Al abrirse la puerta del despacho, ms que en una habitacin cree uno encontrarse ante un extenso paisaje. Esta sala, que es en la que Mussolini trabaja desde hace algunos aos, da a la fachada de la piazza y se llama Sala del Mapa Mundi, porque en ella se coloc el primer globo terrqueo de madera. La construyeron a mediados del siglo xv. Luego cay en ruinas, y ahora la han restaurado. Este despacho de ministro tiene veinte metros de largo, trece de ancho y trece de alto; posee dos puertas: la una se abre en el tabique que da al lado de la entrada; la otra, hacia el interior. Interrumpen una de las largas paredes tres ventanas gigantescas, con sus bancos de piedra; en la de enfrente hay unas columnas pintadas. Esta sala se halla vaca, sin mesas ni sillas, aun junto a las paredes; en los ngulos, grandes antorchas de llama dorada esconden la luz elctrica. All lejos casi hacen falta unos prismticos de teatro para verlo se vislumbra la cabeza de un hombre que escribe ante una mesa junto al crculo luminoso de una lmpara. Si inicia uno la peregrinacin a travs de la sala, lo primero que descubre es el techo, donde, en relieve grande y ricamente adornado, figura el len de San Marcos y la loba de Roma. En el centro de la gigantesca pared que se encuentra frente a la de las ventanas aparecen las armas de los tres papas que construyeron el palacio. Segn vamos avanzando, podemos ver en el suelo, restaurado hace poco, un mosaico que representa, casi de tamao natural, mujeres y nios desnudos que traen frutas: es la Abundancia, y yo siempre me desviaba ligeramente para no topar con ella... Finalmente, en el ngulo del fondo, sobre una alfombra, surge una mesa de unos cuatro metros de largo, delante de la cual, frente a frente, se encuentran dos sillones estilo Savonarola. Cerca de ella, junto a la pared, un alto facistol sostiene un atlas moderno. Estaba abierto en el mapa de Europa. Debajo, un florete. Del otro lado llega la mesa hasta una amplia chimenea, tan fra como el mrmol que la rodea. Detrs de esa mesa, en el centro, se sienta Mussolini, vuelto hacia la sala, frente a la ventana. No viene al encuentro de ninguno de sus funcionarios, pero s al de todos los extranjeros. En la

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mesa reina el orden minucioso de todo verdadero trabajador; como no tolera delante papeles sueltos, todos los asuntos corrientes estn metidos en una pequea carpeta. Detrs de l, sobre una mesita, se encuentran los libros que necesita o lee, y tres telfonos. A su lado, en aquella misma mesa que no tiene ms adorno que un len de bronce, se encuentran los utensilios necesarios para escribir, colocados en orden minucioso. La impresin que aquello produce es idntica a la de la sala: la calma de una existencia que ha aprendido mucho... Los dilogos En nuestras conversaciones, que se desarrollaron siempre por la tarde y junto a aquella mesa, se buscaran en vano discusiones profundas acerca de los temas tratados; mi finalidad esencial era tan slo estudiar el carcter de Mussolini, examinndolo bajo sus mltiples facetas, para poderlo describir despus. El carcter de las conversaciones se basa sobre la polaridad de los interlocutores. Las haba yo preparado cuidadosamente, reflexionando sobre cmo deba presentar mis puntos de vista frente a los suyos y sobre la manera de sacarle de su reserva, evitando, sin embargo, el peligro de una discusin agria, muerte segura de todo dilogo. Saba l que en dos puntos esenciales estoy en la orilla de enfrente y que de ella no me haba de sacar, pero precisamente debi de ser eso lo que le incit. Por esa misma razn emple el sistema algo artificioso de exagerar ciertas contradicciones para que sus rplicas fuesen an ms claras y rotundas. Deba evitar la menor repeticin, pues, de no hacerlo as, nunca hubiramos dado cima a nuestra empresa, y precisamente porque Mussolini no me pusiera el menor lmite de tiempo haba de hacer lo posible para no desperdiciar el suyo. Tambin tiene cierto aliciente dejar que cada lector tome el partido que quiera, que segn sus ideas fundamentales ser distinto y variar en determinadas cuestiones. Por eso en estos dilogos nadie tiene razn. Los problemas se plantean, no se resuelven. He sentido a Mussolini como figura histrica, y habindoseme garantizado plena libertad, slo le interrogu como tal. No puedo establecer en este terreno diferencia alguna entre vivos y muertos. Cuando estrech la mano de Edison, me imaginaba estrechar la de Arqumedes, y con Napolen he tenido centenares de extensos dilogos antes de representarlo. En el caso de Mussolini era evidentemente mayor la anttesis; podan incluso presentarse estas conversaciones como el dilogo entre el hombre que representa la razn de Estado en todo su vigor y un individualista pacifista. Naturalmente, los contrastes entre ambos son grandes, ya que hasta su misma formacin mental es diferente de la ma. Pero ambos coincidimos en un punto: Nietzsche..., y, de Nietzsche, en nuestras charlas, se habl ms veces que en su concisa recopilacin. Estudi su carcter en la ms amplia acepcin de la palabra. Mas para el anlisis de este caso particular, desgraciadamente, no poda disponer del menor documento privado. Muchos menos detalles ntimos referentes a aquel ser vivo poda averiguar en nuestras conversaciones cara a cara que los que haba podido sacar sobre Bismarck o Lincoln de sus correspondencias respectivas. Por eso slo me ha sido posible analizar su carcter bajo los aspectos que una conversacin puramente espiritual deja entrever. Resultado: un ensayo de estudio indirecto del carcter. Quien no ve ms que un pasatiempo en que a un hombre de Estado se le pregunte qu msica prefiere no comprende el arte del anlisis. En realidad, estas cosas son decisivas en los actos de un ser. A Bismarck se le concibe como un rudo oficial de caballera, falsa idea que se debe al desconocimiento de su vida interior y que yo he tratado de sustituir por otra muy diferente. En el caso de Mussolini trato de hacer ya hoy lo mismo, para transformar con una representacin distinta la opinin y los temores de los contemporneos. Mas para este estudio mo he tenido que limitarme a analizar al hombre de unos cincuenta aos que frente a m se sentaba. Si hago alguna alusin a su pasado no ha sido para destacar las contradicciones que entre los treinta y los cincuenta aos aparecen en todo hombre notable, ni para pintar su manera de ser de otros tiempos. Para hacerlo hubiese tenido que escribir biografa. Dada mi fe en la lgica del destino de cada ser, no creo que se pueda escribir un libro de ese gnero cuando el protagonista se halla an en el tercer acto de su existencia. Por eso, en los siguientes ensayos, mi aspiracin sera, partiendo de Mussolini, mostrar la personalidad del hombre de accin en general y probar nuevamente que el hombre de Estado y el poeta son dos tipos de hombre que no estn reidos. Por todo ello, estos dilogos lo mismo si su esencia es poltica que histrica o moral son

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en realidad nicamente dilogos psicolgicos, y aun cuando se hacen algunas preguntas concretas y a ellas se contesta, la finalidad secreta ha sido siempre estudiar a fondo el carcter del hombre. Intilmente se buscarn aqu cosas sensacionales. La gran serenidad de aquel hombre y del sitio en que se desarrollaron da a los dilogos una nota grave y una gran seriedad. Si se quiere sondar el mar hay que hacerlo antes o despus de la tempestad, en una zona calma. Mi independencia y la tolerancia del interrogado me daban plena libertad en la conversacin, y por lo mismo exigan mucho tacto. Adems deba tener siempre en tensin a aquel len poderoso y de muchos nervios, sin dejar que se aburriese ni un solo instante. Era necesario igualmente, cuando tena alguna pregunta difcil que hacer, emplear vas indirectas, ora utilizando la Historia, ora tomando un tono terico, para dejarlo luego llegar, si quera, al nervio del problema. Y al mismo tiempo me vea obligado a correr a 150 kilmetros por hora si deseaba desarrollar todo mi programa en el poco tiempo de que dispona. La tensin de aquellas horas durante las cuales tena que traducirme al instante a mi propia lengua lo que oa me produjo gran cansancio, y supongo que mi interlocutor tambin se cans algo... Volva a casa como un cazador que ha disparado muchos tiros, pero que slo sabr, al hacer el recuento de su botn, cuntos han dado plenamente en el blanco. Durante todas aquellas horas no son ni una sola palabra superflua. Mussolini daba por terminados los dilogos con toda amabilidad, pero a la hora fijada. Veinticuatro horas ms tarde continubamos nuestra charla partiendo del punto mismo en que la dejramos. No haba campanillazos, ni secretarios, ni, en suma, la menor molestia que nos interrumpiese, y gracias a esto se gozaba en el gigantesco saln de un silencio como slo a veces se puede tener a altas horas de la noche, cuando se entrega uno a conversaciones confidenciales sobre temas espirituales... En siglos pasados se habr tocado, bailado, intrigado, murmurado o lisonjeado en esta sala en que reyes y grandes seores hacan alarde de su podero; mas para filosofar se iban a alguna habitacin pequea, quedando el saln de fiestas cerrado de da. Hace ya tres aos que desde ella se dirigen los destinos de 42 millones de seres; el libro de su destino est formado por miles de pequeas decisiones que un da tras otro van amontonndose como las hojas... El espritu de los papas redivivo en sus armas de la pared, el len y la loba del techo, debieron de sorprenderse, antes de volver nuevamente a su sueo secular, al or all la primera conversacin. Reconstitucin Lo primero que deba yo hacer en cuanto terminaba el dilogo era apuntarlo sin aadirle nada. Ms bien los he acortado, abstenindome de toda dramatizacin: el fascismo no la necesita, pues la posee ya en exceso... Me atraa principalmente la forma indirecta del estudio del carcter, trmino medio entre mis trabajos dramticos y los biogrficos. He mantenido la fluctuacin alta y baja de la escala diatnica de los dilogos, si bien despus el ttulo que intercalaba prometa a veces al lector una sujecin ms rgida a un tema. Me imaginaba algo as como el dilogo de Goethe con Luden, el ms largo que nos queda del poeta y uno de los ms hermosos, ya que en l no se encuentran rastros de la estilizacin habitual en Eckermann y porque la oposicin y los recuerdos del segundo le daban una gran frescura que se ha conservado. No pinto, por lo tanto, el retrato del hombre, pues para ello tendra que quitar antes a los dilogos su principal contenido; por esta vez, quien debe pintarse el cuadro es el propio lector. Mi segundo deber era borrarme lo ms posible, porque a quien el lector desea or es a Mussolini y no a m, que no me falta ocasin de divulgar mis impresiones. Deba, sobre todo, abstenerme de querer tener razn contra l: lo que yo pretenda era presentar por primera vez ante el mundo al hombre de accin como pensador, mostrando, adems, los lazos existentes entre su accin y su pensamiento. Pues tanto por la soberbia de los que estn separados de la accin, como por la falta de atencin de la multitud, se ha difundido la abstrusa creencia de que ni el hombre de accin piensa ni el pensador acta. Un historiador venidero podr hallar en estos dilogos material semejante al que Roederer nos ofrece sobre el Primer Cnsul. No faltan tampoco en ellos las controversias y, lo mismo que aqu, se puede averiguar claramente por qu vas lleg el dictador a la realizacin de sus actos y lo que sobre su accin pensaba, cosas ms importantes para el conocimiento del corazn humano que la accin misma. Mi situacin se diferenciaba totalmente de las de los diversos Eckermann. stos convivieron durante aos con los hombres que pintaban y cazaban al vuelo lo que decan; yo, en cambio, slo

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he tenido al hombre durante un par de semanas delante de m, sentado siempre en la misma silla, y me vea obligado a dar los impulsos en vez de recibirlos. Como a Mussolini le interesa principalmente el fascismo y a m el problema de la guerra y de la paz, no se encontrar sobre cada uno de estos temas esenciales un captulo especial, pues estn diluidos por todo el libro. No habr lector que no eche algo de menos en los dilogos. Los jvenes que tengan la ambicin de llegar a dictadores, intilmente buscarn una frmula para hacer la carrera de condotiero; a los que busquen un estudio del fascismo les ruego que lean los libros documentados de los especialistas, que agotan el tema y al lector. Ciertas lectoras echarn de menos un captulo sobre la vida amorosa del hroe o, por lo menos, querran saber cmo vive. Los socialistas apasionados sealarn el sitio en que yo como buen historiador hubiera debido colocarlo ante las pruebas de su apostasa. Los profesores alemanes de Historia se apartarn indignados de una exposicin que trata los asuntos ms serios en tono ligero de charla y en la que no se cita una sola vez las fuentes de donde he tomado las frases de Mussolini que menciono. Los fenomenlogos echarn de menos su terminologa, y a su ausencia achacarn la fcil comprensin de profundos problemas. Todo el mundo declarar que se ha perdido intilmente una gran ocasin. Mi interlocutor Hace veinticinco aos que me dedico a estudiar al hombre de accin y a presentarlo desde los puntos de vista dramtico, histrico y psicolgico. Ahora lo tena delante. Crea tener ante mis ojos, redivivo, a Csar Borgia, el condotiero que describ en uno de estos palacios romanos, el hroe de la Romagna; no importaba que se me presentase vistiendo americana oscura y corbata negra ni que tras l brillara un telfono... En la misma sala que haba visto en sus triunfos y en sus desastres a tantos hombres de aquella clase se sentaba ahora frente a m uno de sus descendientes: muy italiano, muy Renacimiento tambin. En el primer momento, esta evocacin me deslumbr. Y, sin embargo, aquel hombre de accin haba aceptado el papel ms pasivo que puede imaginarse. l, que manda desde hace diez aos, mientras a los dems les toca explicarse y contestar, se avino voluntariamente a dar explicaciones a otro y a depender momentneamente de los puntos de vista y de la mentalidad de ese otro. Apenas haba visto una cuartilla con un ligero resumen de los temas que yo quera tratar. Una paciencia nunca desmentida y la mayor calma, incluso frente a las preguntas ms difciles de responder, y aun no llevando, contra su costumbre, la voz cantante, me atestiguan el ntimo dominio que de s mismo tiene. Tampoco me dio nunca lo que podramos llamar una respuesta confidencial; por esta razn, nada tuve luego que suprimir en mis notas. Y, sin embargo, a pesar de su aparente serenidad, estaba constantemente en guardia. Yo vena preparado; el sorprendido era l. Y como rara vez le diriga preguntas que otros podan haberle hecho ya, sino que versaban principalmente sobre sus sentimientos, su propia experiencia y sus impulsos ntimos, se vea obligado a buscar instantneamente la respuesta, formularla y contenerla cuidadosamente en los lmites en que quera que apareciese ante el mundo. Pero nunca se aprovecha de este sorprendente dominio del pensamiento y de la palabra: no necesita emplear el superlativo ni elevar el tono de la voz. Escuchaba pacientemente mis frases escpticas y no dio una sola respuesta de las que hubiera podido esperar la gran masa de sus adoradores; jams pronunci una sola de las frases hechas fascistas. Igualmente hubiera podido ocurrrsele soltar una docena de respuestas de estilo napolenico, destinadas a sus contemporneos y a la posteridad; pero ni aun tres frases de este gnero aparecen en nuestras conversaciones. Respondi a unas cuatrocientas preguntas con calma nunca desmentida. Slo a una de ellas, a la que realmente le era imposible responder, y que no se encuentra aqu, contest con una elocuente mirada que deca: Sabes perfectamente que me tengo que callar. S muy bien todo lo que me call. Los hombres de accin hablan del poder con la misma discrecin con que los dueos de mujeres hermosas lo hacen de los encantos de stas. Todo lo ms, describen lo que todos ven. Pero tambin lo que se call y la forma en que lo call me permitieron bucear eficazmente en su carcter. Su reserva era mxima al hablar del porvenir, pero desapareca cuando se trataba del pasado: jams intent rehuir explicaciones sobre sus tiempos de socialista; los reconoca siempre. Nunca trat de ponerme ante un dilema embarazoso

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preguntndome: Qu habra usted hecho en semejante caso? Rara vez empleaba la forma interrogativa: presentaba sus aserciones brevemente, concluyndolas con un punto. Enemigo como es de la ampulosidad y desagradndole emplear epigramas brillantes, sus respuestas, si son cortas, suenan como una sentencia. Su estilo, en la conversacin al menos, conserva el verdadero equilibrio italiano entre el francs y el alemn, pues no es ni elegante ni pesado, sino metlico; el metal, sin embargo, no es hierro, sino un acero bien templado: la lengua elstica y llena de matices claroscuros de la tradicin italiana. Inesperadamente suelta a su interlocutor una frase muy sencilla, una deduccin clara, sin el menor adorno. Su italiano lmpido y casi podra decir latinizante es completamente distinto de la palabra alada de D'Annun-zio; por la sola impresin que produce puede distinguirse al hombre de accin del platnico..., pero ms an en la expresin! Con su anuencia le ape el tratamiento, y as me fue posible irle preguntando rpidamente y sin pausas. Nunca correga mis faltas de italiano; pero cuando yo pronunci mal en francs un nombre, el antiguo maestro no pudo dominarse y, sonriente, me corrigi en voz baja. Queriendo decir en alemn la frase Umvertung aller Werte y habindose equivocado a pesar de sus grandes conocimientos de nuestro idioma, se rectific al punto con la frase genitivo del plural. (Adems, le he odo hablar corrientemente el francs y el ingls.) Su memoria le permite, contestando a preguntas inesperadas, mencionar las universidades en que ha enseado un antroplogo francs, los nombres y lugares de destino de los generales judos del Ejrcito italiano o la fecha en que Huss fue quemado. Mussolini es un hombre extraordinariamente correcto y amable, como todos los verdaderos dictadores; parece como si dejasen que el caballo, entre dos carreras, se luciese un poco en el pesage. Nunca exterioriza nerviosidad ni alegra; tampoco jugaba ni dibujaba con un lpiz (cosa que he visto hacer a otro dictador) 21 ; slo cambiaba con frecuencia de sitio en su silla, como quien est cansado de hallarse mucho tiempo sentado. Por eso, a lo mejor, abandona sus trabajos, monta en motocicleta y, acompaado por uno de sus hijos, se va raudo a Ostia, a donde le sigue desesperada la polica. Por lo dems, suele vivir mucho ms solo que los gobernantes rusos, que se encuentran y se fiscalizan constantemente en los comits y en las mltiples sesiones a que asisten. Como lleva una vida muy higinica y adems ha sabido imponerse una calma sorprendente, tiene mayores probabilidades de llegar a viejo que los que se desgastan en constantes emociones. Aparte del poder propiamente dicho, no conoce placer alguno; ttulos, corona, nobleza, sociedades, son cosas que no le atraen lo ms mnimo; y esto es particularmente sorprendente en Roma, en cuya ciudad la diplomacia est ms abundantemente representada y es ms poderosa que en ninguna otra capital. En la persona de Mussolini se concentra hoy casi todo el Estado. Y, sin embargo, le he visto tratar con tanta sencillez a dos obreros que entraron en cierta ocasin para reparar su telfono y a quienes salud campechanamente durante sus idas y venidas, que no pude menos de pensar en la fra soberbia de unos capitanes de industria si les hubiesen ido a interrumpir con una molestia as en sus pensamientos de rapia. Su carcter es taciturno, pero no carece de buen humor un buen humor feroz que se revela en una risa sombra. Pero, eso s, que no le vayan con bromas: nadie se atrever a contarle un chascarrillo! Cuando tiene que dar algn dato, es de una precisin notable: a una pregunta ma abre una enciclopedia, busca en ella la estadstica de las mujeres italianas y me indica la cifra con sus milsimas. Un da me dijo: No me gusta el poco ms o menos. En mi manuscrito alemn corrigi todas las faltas que haba hecha la mecangrafa. Su amor de la exactitud es tan grande, que a un ministro a quien telefone sobre un asunto que me concerna le repiti cuidadosamente dos veces el sitio y la hora de la entrevista que habamos de tener, as como el material que yo peda. La virtud de la economa, tan fcilmente olvidada por el nuevo rico, sigue siendo en l una cosa natural y espontnea; de ello tuve un buen ejemplo cuando me escribi algunos datos en una cuartilla en cuyo dorso haba apuntado su programa para un da de la semana precedente. Mussolini es el conversador ms natural del mundo. Ya s que ha habido gentes amigas de la pose que le han pintado de manera bien distinta. Tal, por ejemplo, el antiguo embajador alemn en21

Se refiere a Stalin. (Obras completas de Emil Ludwig. Editorial Juventud, Barcelona.)

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el Quirinal; este seor invent una escena en la que, en su primera recepcin de jefe de Estado, aparece Mussolini (a quien ya conoca como periodista) tomando una actitud napolenica, con los brazos cruzados, de pie junto a la chimenea; el embajador se dirigi a l y le dio jovialment