Contra Luz

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Otro de los restos que le ofrece la lectura es la recuperación ocasional de un recuerdo infantil (un “resto de amapola”, si atendemos a esta lectura en particular, y no una colilla, como él hubiera pensado). Él está sentado otra vez en su pupitre, escuchando la voz del maestro: “el agua se convierte en vapor ─dice─, el vapor en lluvia y la lluvia cae sobre el mar ─o algo así”. Debajo de la cama, una camiseta gris se enfría entre los diez pañuelos desechables de ese paquete vacío, los que han compartido durante la mañana. Sin embargo, lo que ahora lo interrumpe, en medio de la página (el texto dice: “la lluvia a punto de ser lluvia”), es la reflexión en torno a la distancia que recorre el agua, es decir, la distancia que la separa de sí misma, y no los elementos que la componen. Ese espacio, ahora se da cuenta, que él trata de llenar desde el momento en que ella empieza a recoger su ropa del suelo.

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Transcript of Contra Luz

Otro de los restos que le ofrece la lectura es la recuperacin ocasional de un recuerdo infantil (un resto de amapola, si atendemos a esta lectura en particular, y no una colilla, como l hubiera pensado). l est sentado otra vez en su pupitre, escuchando la voz del maestro: el agua se convierte en vapor dice, el vapor en lluvia y la lluvia cae sobre el mar o algo as. Debajo de la cama, una camiseta gris se enfra entre los diez pauelos desechables de ese paquete vaco, los que han compartido durante la maana. Sin embargo, lo que ahora lo interrumpe, en medio de la pgina (el texto dice: la lluvia a punto de ser lluvia), es la reflexin en torno a la distancia que recorre el agua, es decir, la distancia que la separa de s misma, y no los elementos que la componen. Ese espacio, ahora se da cuenta, que l trata de llenar desde el momento en que ella empieza a recoger su ropa del suelo.

No habra podido decir en qu momento se haba quedado dormida, entre sus brazos o sobre sus piernas. Aunque era la primera vez que se disponan a meterse debajo de las sbanas con este propsito, antes de haberlas ensuciado; aunque era tarde y ella ya conoca el film que, tras un acuerdo apenas doloroso, haban escogido; aunque ella haba insistido en que esa fecha deba cerrarse entre la puerta y el desorden de su habitacin, que l todava no conoca (ms tarde, cuando ella le mostr la caja de Stranger than Paradise, de Jim Jarmusch, l crey entrever un lazo entre este hecho y esa risa); aunque haban estado bebiendo cervezas al atardecer; pese a todo, no fue por eso, y ni siquiera ahora sabra decir por qu fue as, por lo que l saba que ella quera y sola dormirse con una pelcula apenas iniciada. En otra ocasin, cuando vio a aquel hombre dormido, ya haba llegado a conmoverse. Aquel hombre que se recoga debajo de las mantas era, en ese estado, durmiendo, un hombre frgil. Sin embargo, ahora, cuando le vea dormir a ella, hubiese querido borrar lo que distingua esta situacin de aquella: la fragilidad, ahora, era permeable, y l se senta tan frgil como ella.

Aunque la vida en la cama sea demasiado fcil. Aunque asocie la luz, la espuma de la luz (la paz, si no fuera una palabra tan manida) al olor de los preservativos usados (una camisa desabrochada, una metfora en comn). Aunque el lenguaje, a la vez, se endureciese y se deshiciera. Lo que le produce una afectacin difcilmente comunicable es la forma en que el tiempo se pliega y dispone la condicin de posibilidad; en cierto sentido, la indecisin de la iniciales; la ternura que no se produce; ella, que no sabe cmo se dice mariposa en polaco. Cuando l se marcha, ella, una inicial cualquiera, con la capucha puesta, con un pie en el suelo y el otro en el pedal, le vocea el comienzo de un poema de Gil de Biedma. No lo que es ni lo que ha sido, sino lo que, yndose, pudo o puede llegar a ser. En todo caso, la posibilidad parte de esa arruga, de ese pliegue. Esta tarde, a ella, en otro plano, bajo otra luz, solo ha podido verle la rodilla. No saba, entonces, que ella iba a acompaarle otra vez hasta su casa, una noche en que su perro estuvo enfermo. Despus, se hizo demasiado tarde para cambiar las sbanas. Bastara con extenderla de un lado y arrugarla. El semen, el tiempo, cubiertos de ese modo, iban a secarse pronto.

Era la primera vez, pensaba, que ella no acercaba los dedos hacia su mano, en forma de u, la mano con la que l sostena el cigarro, en su cocina; la mano con la que haca crculos; la luz sucia, y, no obstante, irisada, de esa lumbre. Las boquillas manchadas de crema de coco de todos los cigarros que haban compartido, pensaba. Y, sin embargo, en su habitacin, l iba a quitarse los pantalones y a esperar que la ereccin y el lenguaje se confundieran y se agotaran. Al fin y al cabo, ella, a pesar de su olor a saliva, iba a apretarle los dedos entre la palma de su mano, comprometiendo el significado que l le otorgaba al incidente anterior, en la cocina. De hecho, si durante el sueo, l hubiera llegado a soltarla (la palma de su mano), ella la hubiera reclamado con impaciencia, como un cigarro reclama una cerilla (en La insoportable levedad del ser, Tereza sujeta el dedo ndice de un Tomas menos solcito). Al fin y al cabo, cuando despertara, iba a ser de nuevo la primera vez, la primera tristeza, que ella le sonriera. Y no hay otro horizonte, otra fbula que sea suficiente.

Ahora que el suelo de la habitacin ya no est cubierto de libros. Como una ruta que pareca recientemente despejada. Ella podra volver a tirar su ropa. Entonces nada tendra importancia. l le pedira que escribiese en la pared el fragmento de una instalacin que Jenny Holzer realiz en Times Square: PROTECT ME FROM WHAT I WANT; quiz, que reproduzca el lema de una de las fotografas de Barbara Kruger: You are not yourself. No sabra pedrselo de otro modo. Como si tuviera diecisiete aos. Por otra parte, de alguna forma, l quera salvarla de todas las imgenes. Traerla definitivamente de vuelta en este gesto (este, el de ahora). Crea que con esto poda ser suficiente. Ella haba sonredo alguna vez. Ahora, podran buscar una metfora en comn en la que contenerse. La tarde en que se despidieron, el le acerc una hoja doblada con un poema de Roberto Juarroz. Ella ley en voz baja el primer cuarteto: Cuando se ha puesto una vez el pie del otro lado / y se puede sin embargo volver, / ya nunca ms se pisar como antes / y poco a poco se ir pisando de este lado el otro lado. Entonces, contenerse en este lado, ahora. Como si la empata fuese algo ms que una palabra. Entre todas las metforas, l oscila entre el olor de un preservativo y la imagen de una camiseta suya tirada en el suelo. Ella, en su cocina, no recuerda tanto la pared que l ha dispuesto para la escritura, sino el muro blanco contra el que la cama se apoya. Sobre ese muro, han jugado a dibujar las sombras tras las que se protegan.

Si ella le hubiera pedido, alguna vez, que se quedara, l habra dispuesto, sobre el colchn, un cielo de proyectos, de metforas y de objetos cotidianos, a la vez apto para ser reconstruido y vaco, para que no pesara: una referencia al cine mudo; un cenicero, entre sus piernas, o un bote de miel; un viaje en carretera por el sur de Francia; el olor a semen; el ngulo en el que caen algunos rayos de luz, a media tarde, sobre las escaleras de la biblioteca; tres o cuatro libros; un caf y una conversacin trivial; una palabra inadecuada y un parntesis. Es decir, nada nuevo. Nada que fuera a evitar que lo que pueda ocurrir, de hecho, ocurra. Encontrara ella, en ese umbral, como deca Hlne Cixous, un lugar donde perderse, donde inscribir su no-tener-lugar? l saba que tena que hacerse esa pregunta y que, no obstante, no tena que contestarla. En todo caso, sera mejor acompaarla o marcharse, si ella se lo pidiese.

Aunque no senta predileccin por una estacin en particular, por una estampa o una temperatura que le produjera un efecto ms o menos agradable, ms o menos eficaz, el inicio de la primavera siempre le sugera que algn acontecimiento, hasta ahora inexpresado, estaba a punto de abrirse, y que l, de algn modo, participaba de ese proceso, como si un nudo de luz se deshiciera. De hecho, l hubiera deseado aclarar la relacin que se establece entre la luz, o los distintos estados de luz de ese periodo, y un adis, o las distintas formas de decirlo. Hace un tiempo supo que aquel adis requera un transcurso y que, solo en ese lapso, el adis poda ser dicho: aprehender o renunciar a un gesto (ella enciende un cigarro con una cerilla) eran procesos que deban ser habitados. Sin embargo, ahora, que no sabe cul es la palabra que ella es incapaz de articular (hay apenas dos centmetros de distancia entre sus dientes, sbitamente dilatados), ese acto, darse la vuelta, le parece una prctica no consumible. Por eso la luz le duele, como si hubiese perdido la costumbre de ser reflejado. De hecho, ella ya se haba referido a los hbitos que podemos llegar a olvidar. No obstante, que no recordase, por ejemplo, el olor de las primeras luces cuando ella dorma a su lado, no haca que este fuera, en s mismo, un pretrito menos doloroso. l tena que decir adis, que hacerlo, porque solo esa ars iba a contener el efecto de su boca entreabierta, callada. En todo caso, tal vez la relacin sea esa, y siempre la misma: es su propio deseo lo que le convierte en un sujeto eclipsado.