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Apuntes para una historia del movimiento estudiantil entre 2000 y 2010 1.- Contexto político, social y cultural - El proceso político de la transición comienza a exhibir un cierto desgaste. Durante los años 90’ la transición se estructuró en torno a lo que se denominó “política de los acuerdos”. Las grandes decisiones estratégicas eran consensuadas, lo que implicó una gran estabilización de la obra política y social de la dictadura, incluso al grado de proteger la imagen de Pinochet. Pero detenerse en eso sería otorgar demasiada visibilidad a un hecho que no logra dimensionar todo el panorama. Lo que sucede es que en los 90’ se empieza a configurar en Chile un sistema político relativamente estable donde los dos actores principales –la Alianza y la Concertación- son conducidos por sus polos más cercanos al centro (DC y RN), lo que impidió que la Concertación introdujera modificaciones al diseño grueso de salida de la dictadura, o bien que la derecha se estructura en exceso en torno a la defensa del antiguo régimen más allá de sus aspectos más esenciales. La constitución de ambos actores políticos descansa sobre la desarticulación del resto de la sociedad. La política de los acuerdos permitía resistir con gran solidez cualquier embate del movimiento social, sobre todo de aquellos movimientos que reclamaban la reconstitución del viejo Estado anterior a las reformas de los 80’, léase, los movimientos estudiantiles, docentes o de mineros de lota. Esta cerrazón a las demandas sociales impidió que aquellos movimientos se desarrollaran; más bien entraron en una lógica de desarticulación y deriva. Sin embargo, a fines de los 90’, comienza a perfilarse un lento desgaste en el entramado político de la transición. Este desgaste hay que entenderlo bien. No es producto de la presión exógena de movilizaciones sociales, sino más bien de una descomposición o desorden interno justamente producto del éxito. Aparecía tan sólido el orden social y político, que el imperativo de defender la democracia (y por tanto moderar cualquier intentona demasiado reformista) en el lado de la Concertación, y el imperativo de apertura laica en la derecha, simbolizada como la famosa travesía por el desierto, comienzan a perder fuerza estructurante al interior de los conglomerados. Existe, además, una cierta presión por el sector más lúcido de la élite de introducir un nuevo paquete de reformas de profundización capitalista (tras el debate del agotamiento del crecimiento tras el 98), intentona que intentan interpretar, de uno u otro sector, distintos grupos tanto de la Concertación como de la Derecha. De ahí que emerjan, en primer lugar, como dominantes las fuerzas secundarias en cada bloque. En el caso de la Concertación, aparece con gran fuerza el laguismo, el eje PPD-PS, y en el caso de la derecha, aparece la UDI y su política de derecha 1

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Apuntes para una historia delmovimiento estudiantil entre 2000 y 2010

1.- Contexto político, social y cultural

- El proceso político de la transición comienza a exhibir un cierto desgaste.

Durante los años 90’ la transición se estructuró en torno a lo que se denominó “política de los acuerdos”. Las grandes decisiones estratégicas eran consensuadas, lo que implicó una gran estabilización de la obra política y social de la dictadura, incluso al grado de proteger la imagen de Pinochet.

Pero detenerse en eso sería otorgar demasiada visibilidad a un hecho que no logra dimensionar todo el panorama. Lo que sucede es que en los 90’ se empieza a configurar en Chile un sistema político relativamente estable donde los dos actores principales –la Alianza y la Concertación- son conducidos por sus polos más cercanos al centro (DC y RN), lo que impidió que la Concertación introdujera modificaciones al diseño grueso de salida de la dictadura, o bien que la derecha se estructura en exceso en torno a la defensa del antiguo régimen más allá de sus aspectos más esenciales.

La constitución de ambos actores políticos descansa sobre la desarticulación del resto de la sociedad. La política de los acuerdos permitía resistir con gran solidez cualquier embate del movimiento social, sobre todo de aquellos movimientos que reclamaban la reconstitución del viejo Estado anterior a las reformas de los 80’, léase, los movimientos estudiantiles, docentes o de mineros de lota.

Esta cerrazón a las demandas sociales impidió que aquellos movimientos se desarrollaran; más bien entraron en una lógica de desarticulación y deriva.

Sin embargo, a fines de los 90’, comienza a perfilarse un lento desgaste en el entramado político de la transición. Este desgaste hay que entenderlo bien. No es producto de la presión exógena de movilizaciones sociales, sino más bien de una descomposición o desorden interno justamente producto del éxito. Aparecía tan sólido el orden social y político, que el imperativo de defender la democracia (y por tanto moderar cualquier intentona demasiado reformista) en el lado de la Concertación, y el imperativo de apertura laica en la derecha, simbolizada como la famosa travesía por el desierto, comienzan a perder fuerza estructurante al interior de los conglomerados. Existe, además, una cierta presión por el sector más lúcido de la élite de introducir un nuevo paquete de reformas de profundización capitalista (tras el debate del agotamiento del crecimiento tras el 98), intentona que intentan interpretar, de uno u otro sector, distintos grupos tanto de la Concertación como de la Derecha.

De ahí que emerjan, en primer lugar, como dominantes las fuerzas secundarias en cada bloque. En el caso de la Concertación, aparece con gran fuerza el laguismo, el eje PPD-PS, y en el caso de la derecha, aparece la UDI y su política de derecha popular. Esto en un primer momento permitía estructurar el desgaste del sistema de partidos, sin embargo, avanzada la década se abrió paso a una situación de mayor desorden, donde no es posible identificar actores políticos al interior de cada bloque, sino simplemente proyectos personales o corporativos que cambian de posición en cada negociación puntual. De ahí que surjan personajes como Escalona en la Concertación, o la pugna al interior de RN entre Piñera y el aparato del Partido tome ribetes excesivamente orgánicos, carentes de proyecto.

La consecuencia principal de este desgaste es que primero, de manera más general, entre autoflagelantes y autocomplacientes, y más tarde con más fuerza al interior del propio PS, se instala una autocrítica en la Concertación. Esta autocrítica, a veces genuina, otras veces oportunista, comienza a acoger y apoyar –a veces hasta promover- ciertos aspectos de las reivindicaciones sociales de algunos actores, cuestión que abre espacios para que algunas movilizaciones que durante los 90’ simplemente chocaban contra la cerrazón política, ahora adquirieran rápidamente tinte político, pues se transformaban en fichas en el juego político entre críticos y oficialistas.

Más todavía, el propio desorden y despolitización del sistema de partidos, le impedía reaccionar de manera unitaria ante acontecimientos que golpeaban desde el margen. De esta manera, por ejemplo, el 2006 la

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derecha insufló una movilización para golpear al gobierno, éste reaccionó de manera inorgánica, y un sector del PS apoyó la movilización. Todos los factores se dan en conjunto.

- El auge neoliberal en el ámbito cultural empieza a ser criticado, en particular en el espacio juvenil.

Además del incipiente desgaste político, a fines de los 90’ comienzan a estructurarse una serie de críticas al Chile neoliberal en términos culturales. No se trata de movimientos de resistencia ni nada por el estilo, sino más bien de críticas a los aspectos simbólicos, a los ideales, valores e imágenes de éxito propagandizados por los medios y el propio Estado como el Chile moderno, privado, de consumo y mercantilizado.

La crítica que fue más desarrollada y difundida fue la tensión entre unas clases medias tradicionales, de corte europeo, frente a un proceso político que les quitaba poder a favor de la nueva tecnocracia, y sobre todo, que reemplazaba su impronta valórica en la sociedad chilena (lo de que queremos ser europeos) por una formación subjetiva más característica de la sociedad de consumo norteamericana. Acá se pueden apreciar los textos de Moulián, Lechner, lo del PNUD, etc.

Sin embargo, esta crítica no fue la única. También aparece un resurgimiento religioso en un contexto de fuerte penetración del mercado y de crecientes dificultades para mantener vivas instituciones como la familia, por ejemplo. Este resurgimiento religioso muchas veces se combina con lo anterior; la sociedad norteamericana articula como ninguna elementos de consumo, mercado y fanatismo religioso. Se trata de la búsqueda de la comunidad perdida, esta vez encontrada en la solidaridad de carácter religioso, o bien nacionalista (Bonvallet).

Estas tensiones se van a desarrollar en el mundo “adulto” y hasta académico. Sin embargo, son fundamentales para nosotros porque combinadas comienzan a conformar una suerte de cuestión juvenil hacia finales de los 90’.

En términos culturales, durante los 90’, los jóvenes habían sido retratados con la onda del “no estoy ni ahí”. Y cuando aparecía un joven que participaba, justamente llamaba la atención por no ser joven, o por no aparecer como joven (ej., Rodrigo Roco). Es a fines de los 90’ que estas tensiones culturales van a ir generando discursos, posturas identitarias y estéticas de carácter crítico al orden imperante, sin tampoco tener una orientación política clara, que permiten resituar elementos del descontento típico juvenil. No se trata del surgimiento de una neo cultura revolucionaria, sino de grupos y prácticas que comienzan a tener orientaciones de acción distintas a las postuladas como oficiales por los canales de televisión o medios de comunicación más masivos. Es decir, se asumen posturas específicas, particulares, que resultan significativas como totalidad (se escucha una música, se viste de cierta forma, se leen ciertos libros o se asumen ciertos discursos), en un sentido distinto y crítico del orden.

Esto aparece como una cuestión juvenil en gran medida porque las críticas logran llegar incluso hasta los hijos de la concertación y los hijos de la derecha, al grado que se producen quiebres de visiones entre unos y otros. Los discursos críticos aparecen desde el seno del poder; hacen aparecer ante la sociedad burguesa grietas en su solidez que se expresan como un surgimiento de lo juvenil como temática. Esto lo desarrolla Gramsci, al decir que la mayoría de las veces, cuando la cuestión juvenil emerge así por sí misma, se trata de críticas de los jóvenes hijos de la clase dominante que no logran estructurarse como una oposición de clase (y ser dirigida por adultos de otra clase), por lo que queda reducida a un mero descontento individual, a una demanda por mayores libertades o por cierta autonomía respecto de las obligaciones que la vida adulta conlleva (la idea del “rebelde sin causa”).

La primera de estas vertientes críticas la constituye el resurgimiento de la estética lana e izquierdista, apoyada por la izquierda de signo PC y PS, que derivó en los años siguientes como la importación de una serie de discursos post 68 que recogió la izquierda europea (el ambientalismo, el indigenismo, el feminismo, los discursos de libertad sexual, etc.). Se trata de las expresiones sociales y estéticas de los jóvenes que circundaban la izquierda política, o que circundaban las viejas modas y formas de ser de la cultura popular anterior a la transformación neoliberal. Los conductores reales de esta crítica serán los hijos de la Concertación. (Plan Z, The Clinic, Huachacas, Matucana 100, Galpón Víctor Jara, etc.)

La gran capacidad del laguismo fue identificar, intervenir y cooptar este vector desde el punto de vista de su política, a través de la estatización de Matucana 100, del FONDART, etc.

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La segunda vertiente importante es una suerte de rebelión mercurial juvenil. Siguiendo la lógica de la incorporación a nuestro país de elementos propios de la sociedad norteamericana, la crítica de los hijos de la derecha va a tomar la forma de la imitación del movimiento del realismo sucio, de aspectos del grunge y su crítica al Glam, y de la valoración del cambio tecnológico, de la cultura del Internet, el ciberpunk, y otros.

Esta segunda vertiente está animada por la Zona de Contacto, el Wikén, el surgimiento de Internet, Newsgroups, IRC, y otros espacios de esas características.

La crítica de estos jóvenes asume la valoración de la figura del “perdedor”, la expresión de sensibilidad y la soledad frente a un mundo cuyos vínculos sociales son cada vez más débiles. No hay convocatorias a la acción ni relatos colectivos.

Bajo estas líneas críticas hay varias otras que no tuvieron mayor figuración o desarrollo porque fueron mucho menos masivas en los hijos de la élite. Sin embargo, sedujeron a una cantidad suficiente para existir, o bien, tendrían un carácter más marcadamente popular, y por lo mismo, más disperso y menos desarrollado en su reflexión.

Una tercera línea de descontento lo podría configurar el surgimiento de una cultura poblacional-hip hop. Aunque parezca algo muy popular, sus conductores la mayoría de las veces, sobre todo de las versiones más politizadas, eran hijos de exiliados que se formaron en Europa (Vicente, la Anita Tijoux, etc.).

Una cuarta línea de descontento aparece con un resurgimiento del Punk y el anarquismo. Acá se importa mucho del punk español y su discurso libertario, también elementos del punk norteamericano que carece de identidad política. Los principales exponentes serían grupos como Miserables, Fiskales, Machuca. Siempre hubo un underground punk importante en Chile durante los 90’, pero los grupos mencionados lo harían tener mayor alcance de masas a inicios de la década del 2000. Surgen también movimientos de objetores, okupas, y otras manifestaciones de características análogas.

Acá se plantean elementos de carácter más ideológico que político, como el cuestionamiento a los partidos y las posiciones personales de poder, la afirmación de la autonomía y la horizontalidad, entre otros planteamientos. Hay críticas a las formas de politización tradicional que utilizara la izquierda. Incluso aparecen críticas a las drogas, surge el hardocore sxe, por ejemplo, abstemio. Prédicas de amor libre y neoconservadurismo sexual se superponen.

Estas últimas dos líneas van a sumar al movimiento estudiantil –se verá adelante- elementos identitarios y estéticos que la crítica de izquierda más tradicional, o incluso de reciclaje post 68, no va a incorporar. Estas corrientes musicales, estéticas o identitarias aumentarán la cantidad de estudiantes dispuestos o receptivos de convocatorias anti sistémicas, constituyendo una base social nueva que permitió o puede ser asociada al surgimiento de nuevas identidades de izquierda en el ámbito juvenil.

Así, mientras por una parte, en la cúspide de la sociedad se instalaba una temática juvenil animada por Plan Z o la Zona de Contacto, a nivel más popular el resurgimiento del punk y el hip-hop (que tampoco eran totalmente populares) permitieron sobre-determinar o radicalizar algunas de las críticas planteadas más bien desde arriba.

A pesar de lo planteado, las masas siguen siendo sumamente apáticas e integradas culturalmente. Los movimientos descritos son más bien tribus o grupos pequeños, con escasa estructuración y menos autoconciencia. En el caso del Punk o el Hip-Hop más combativo, a menudo son animados y desarrollados por orgánicas de izquierda más dura, sin que quede claro nunca en qué medida son movimientos importados o espontáneos.

1.1.- Contexto en el activo social y político

- Declive de la izquierda en las organizaciones tradicionales

La década de los 90’ se va con una crisis de la hegemonía de la izquierda en las organizaciones sociales más tradicionales tras las infructuosas movilizaciones de aquellos años. Esta crisis proviene de una crítica de las

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bases sociales y el cuadro medio hacia la conducción de la izquierda, ya sea por su entreguismo o por su estrategismo.

La crisis de la izquierda en las organizaciones sociales más tradicionales no será aprovechada por la Concertación (que hace una opción nítida por el Estado), sino por un proceso de búsqueda muchas veces dispar y contradictorio, donde distintos colectivos comienzan a intentar estructurar identidades más políticas que plantean una necesidad de renovación de la izquierda.

El PC se embarca en una política de negociación parlamentaria (2001) que no funciona. Esto lo hace dar un “giro social” básicamente agitacionista, buscando crear condiciones para una nueva negociación.

Con un PC en una postura dura tras su fracaso el 2001, dirigentes emblemáticos de aquél partido se desafilian (Pavez, Roco, Mlynarz), planteando la necesidad de una nueva articulación política que ofrezca una conducción más “razonable” para los actores sociales que ellos dirigían. Aquello se relaciona con las tesis de la Surda de 2002, de articular un polo político con elementos desgajados de la concertación y la izquierda social, con tal de proyectar las luchas populares a la incidencia política.

- Tímidos intentos de organización de nuevos actores

Comienzan tímidas intentonas de organización de sectores sociales nuevos. Acá dominan versiones críticas de la izquierda, aquellas que han sabido abrirse de sus discursos y prácticas más clásicas, y que además han sabido mostrarse al margen de una desacreditada política. Emerge la lucha de los trabajadores de las AFP, la de los montajistas industriales, la Toma de Peñalolén, y nuevas experiencias estudiantiles.

Así, por distintos flancos, se va creando un campo de izquierda distinto social, política y culturalmente a la izquierda más tradicional, de signo PC o PS. Surge la SurDA, como el colectivo más relevante de esta vertiente.

2.- Hacia una historia reciente del movimiento estudiantil

No existe un actor permanente con capacidad de iniciativa social, política o de masas. En ese sentido, no hay un movimiento. Pero entonces, ¿qué hay?

En primer lugar, hay respuestas masivas ante intentonas de reforma por parte del Estado, que dan lugar a movilizaciones episódicas. No siempre una movilización episódica surge como una respuesta a un intento de reforma, pero sí la mayoría de las veces. De ahí que los movimientos estudiantiles, cada tantos años, aparezcan masivamente ante la sociedad sin que quede rastro al año siguiente. En general, cuando se habla de movimiento, siempre se alude a una movilización puntual, cuestión que hace desconocer lo que hubo antes y hubo después, es decir, el proceso de gestación que la hizo posible. Por eso nosotros analizaremos las movilizaciones puntuales, pero haremos una visión más general de otros aspectos.

En segundo lugar, sobrevive una cierta burocracia estudiantil expresada en Centros de Estudiantes y Federaciones, que se dedica a administrar aquellos espacios sin que exista de manera sostenida y permanente un conflicto masivo o relativamente político donde sea un actor.

Y en tercer lugar, existe un campo de colectivos políticos de diversa índole y sus respectivas periferias, articulado en torno a disputar o criticar la burocracia estudiantil que se sostiene.

Así, cuando hablemos de movimiento estudiantil, vamos a hablar de la relación entre estos tres elementos: determinada movilización grande genera ciertos efectos, que repercuten en la burocracia y los colectivos en una determinada manera, que sumados a las lógicas culturales sociales y políticas descritas, se expresa en las lógicas de conducción y los alcances en general de la próxima movilización. Esta es la evolución general del movimiento estudiantil de la década, y a pesar de las proezas logradas, sigue siendo básicamente esa, desarticulada y dependiente de reventones que, la mayoría de las veces, son espontáneos y poco orgánicos.

El movimiento estudiantil responde a una determinada realidad educacional (que genera los motivos inmediatos para la acción colectiva), a una realidad política (que los condiciona en última instancia), pero también cultural

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(que los pone en movimiento), como observábamos. Se transforma en un escenario privilegiado de desarrollo de la historia reciente de los movimientos populares, puesto que articula la centralidad de la educación en la economía de servicios, una cantidad enorme de bases sociales, una relación con la política arquetípica del movimiento social y la tensión con la cerrazón de los 90’ y el desorden actual, y también, una ventana a las transformaciones culturales y tensiones en el pensamiento de la clase dominante que se expresan como rebeldía juvenil.

Esta multiplicidad de factores hace del movimiento estudiantil, aún con su precario nivel de organización, un elemento fundamental de la historia reciente de las luchas sociales. En gran medida expresa el Chile actual de una manera en que ninguna otra lucha ha podido hacerlo, y por lo mismo, ha sido receptáculo de una gran simpatía por parte del conjunto del pueblo.

Lo que vamos a ver a continuación es entonces una revisión y análisis relacional de la lógica de movilización episódica, estructura de la burocracia y campo de los colectivos y actores políticos, durante las distintas etapas de la década.

2.1.- El movimiento universitario tradicional del 2000 al 2005.

Tanto el movimiento secundario como universitario entran a la década en crisis. Como adelantábamos, tras la movilización episódica del 98 en el ámbito universitario hubo un fuerte reflujo expresado en inorganicidad o bien en la institucionalización local del conflicto (como ocurrió en la Universidad de Chile con la discusión del estatuto); en cualquiera de los casos se perdió un hilo de iniciativa nacional, lo que trajo como consecuencia una des-estructuración de los liderazgos (que eran de signo PC), el debilitamiento de la burocracia estudiantil y el reflujo de la jota a nivel político.

- Los cambios en la educación gatillantes de situaciones de movilización episódica.

Los principales cambios en el caso del movimiento universitario se estructuran en torno a la agenda del MINEDUC que intentaba eliminar las barreras entre universidades públicas y privadas de tal manera de profundizar el carácter mercantil en el desarrollo de la Educación Superior. En particular era relevante el problema del déficit del fondo solidario, que permitía movilizar a los mechones en situación económica más dura.

Aunque después del año 98 no se avanzó en lo que el movimiento universitario planteó (la reconstrucción de ciertos elementos de la vieja Universidad y un financiamiento estudiantil más subvencionado, en la lógica del arancel diferenciado), tampoco hubo grandes reformas sino hasta 2005. Así, aunque hubo algunas escaramuzas los años 2001 y 2002, no tuvieron lugar intentos de reformas importantes, y la movilización del crédito nunca escaló más allá de lo tolerable por el Gobierno.

- La lógica instrumental de la movilización episódica

La lógica de la movilización de masas, en general referida al déficit del crédito, se estructuraba en el trinomio marcha-paro-toma. Se partía con marchas, se seguía con paros, y finalmente, la medida más “radical”, se expresaba en una toma de los establecimientos. Las marchas se medían obviamente por su masividad y por la radicalidad del enfrentamiento que suponían (pues en gran medida se orientaban a interpelar al gobierno). Se seguía el modelo de protesta clásico, con una conducción relativamente estable de la burocracia estudiantil.

Se apelaba a un estudiantado que, hasta antes de la movilización, no se había vinculado con el movimiento estudiantil. No existía un alto nivel de organización ni aprendizajes colectivos, sino más bien una convocatoria espontaneísta, en muchos casos irracional o poco política.

La toma, antecedida por el parto, era percibida como una medida más violenta que las marchas, pues implicaba la ocupación de un edificio. Su uso provenía de la costumbre del movimiento estudiantil reformista de los 60’, período en el cual la figura de la Universidad era mucho más determinante simbólicamente en la sociedad. El hecho de una Universidad tomada, por sí mismo, era mucho más noticioso que en la actualidad. Expresaba un

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conflicto en el espacio de la intelectualidad que finalmente tenía repercusiones sobre el modelo de sociedad y la disputa política contingente (frase de El Mercurio Miente).

Sin embargo, esta fuerza simbólica de las tomas ahora era reemplazada por su fuerza de presión hacia los rectores para reanudar las actividades académicas. De esta manera, el propio gobierno era “ayudado” por las tomas en la medida que éstas en el fondo se estructuraban como presión hacia los rectores y no hacia el Gobierno.

- La lógica política de la movilización episódica

Como se adelantaba, la movilización característica –por el déficit del fondo solidario- nunca logró estructurar alguna crítica más política que la solución inmediata del problema del crédito. Y esa solución, la mayoría de las veces, era gestada por los propios rectores, sin que el movimiento estudiantil tuviera que ver.

El Gobierno se escondía en los rectores, mientras éstos últimos intentaban utilizar la energía de la movilización como moneda de cambio. Este juego de tira y afloja nunca fue sobre-determinado desde alguna conducción nacional estudiantil, salvo en el caso del 98, cuando la jota hace una alianza con un sector académico y plantea temas más de fondo –siendo derrotada a nivel nacional y teniendo un éxito relativo en la U. de Chile-. Las juventudes políticas de la Concertación se limitaban a contener la movilización y desarticularla, expresando un apoyo práctico al Gobierno más por omisión que por acción.

Es cierto que existieron algunos intentos de radicalizar los postulados, pero no lograron unidad ni al interior del movimiento estudiantil, ni menos hacia un sector académico o político. Hay que pensar que las movilizaciones eran más fuertes en unas universidades que en otras, por lo que aquellas más movilizadas arrastraban al resto, lo que producía un efecto de promedio que impedía una excesiva radicalización.

- La burocracia estudiantil

El movimiento universitario tradicional de estos años se estructuró fundamentalmente en tres ámbitos de burocracia: el primero, más de base, los centros de estudiantes de carrera y/o facultad, el segundo y más dinámico, las federaciones estudiantiles, y el tercero, el CONFECH.

Los centros de estudiantes se masificaron al grado que la gran mayoría de las universidades del Consejo de Rectores tenían CCEE armados y funcionando en el período de referencia. Predominaban gestiones gremialistas, la gran mayoría de los CCEE carecían de una direccionalidad política, y apenas daban abasto para lo mínimo. La participación era más abúlica, y quien tomaba un CCEE emprendía una gran travesía por el desierto.

La burocracia federativa era la que contaba con más recursos y más poder político. Se la disputaban partidos, pues se organizaban mediante elecciones directas, integradas y anuales. En general, contaba con presupuestos millonarios, un cierto staff administrativo, capacidad de interlocución con las autoridades, y sobre todo en provincia, un ascendiente político, simbólico y social muy fuerte en las comunidades.

Las federaciones administraban cierto nivel de producción de eventos, y ejercían una labor representativa que sólo tenía importancia al momento de la movilización. El espacio de esa participación era el Consejo de Presidentes o Pleno de Federación, donde concurrían los presidentes de las carreras y/o facultades y otros cargos electos. Aunque en movilizaciones este espacio era muy dinámico, en tiempos de paz, el papel de la burocracia puede reducirse básicamente a mantenerse viva agazapada a la espera del próximo reventón.

Finalmente, a nivel nacional, existía el CONFECH, que no tenía orgánica, ni estatutos, ni normas de funcionamiento, ni nada. Su nivel de estructuración era muy débil, y su representatividad muy cuestionada. Se operaba mediante bancadas políticas, similares a las del parlamento. Allí se obtenían acuerdos que eran utilizados en función de los intereses de los distintos actores políticos. Sin embargo, el CONFECH sólo tenía operatividad real al momento de la movilización. En tiempos de paz, se descomponía al grado de que no había quórum.

En general, todos los quórum federativos y de CCEE rondaban el 40%.

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- Actores políticos al interior del movimiento estudiantil

Durante el período se pueden distinguir tres actores políticos relevantes a nivel nacional, y un cuarto que si bien nunca logra estructurarse de manera permanente, su novedad y diferencia respecto del resto hacen que valga la pena nombrarlo.

En primer lugar está la izquierda tradicional de signo PC (la jota y sus contornos), que viene de una profunda crisis tras el 98, donde sólo logra sobrevivir en su versión FECh-Roco. La jota, para que se tenga una idea, tenía al menos en la U. de Chile unos 150 militantes. Y eso en un contexto de crisis.

Frente a la crisis de la jota se generó un debate entre la tesis de la FECh de Roco y Mlynarz, y la línea apoyada por la dirección del partido, de carácter más izquierdista y acorde al “giro social” que se venía planteando desde la CP (Carmona y Lagos contra Insunza, el más abierto). Esta discusión nunca encuentra un punto de síntesis, lo que gatilla un quiebre que tiene consecuencias hasta el día de hoy.

Los planteamientos de la jota FECh-Roco (que posteriormente pasa a formar el Movimiento Nueva Izquierda) se centran en un discurso de democratización de la Universidad en alianza con un segmento del profesorado. Este discurso también recupera una serie de elementos de defensa y reconstrucción de la vieja noción de Universidad Nacional, sin embargo, nunca va más allá de la crítica de sus aspectos de Gobierno Universitario (tensión entre autoritarismo y democracia, que era utilizada como analogía de dictadura).

En general, experiencias desarrolladas de la izquierda tradicional o de la jota, coincidían con la dinámica de la movilización episódica –la agitación de conflictos económicos, el uso de la figura de la pobreza, el aumento de cobertura, etc.-, o bien con un nivel alto de inorganicidad de la base, donde las tareas de mantenimiento de la burocracia sólo eran asumidas por quienes tenían cierto compromiso político.

En segundo lugar, como tendencia política relevante, se encuentra la Concertación. Como había sido adelantado arriba, esta Concertación se ponía del lado del Gobierno en la movilización, intentando contenerla o desarticularla. En tiempo de paz se dedicaba a una gestión más hábil del punto de vista “gerencialista” de los espacios de CCEE o federativos que la izquierda. Sin embargo, en la suma de sus distintas vertientes, no constituyó nunca una mayoría a nivel del CONFECH sino hasta su actual alianza con la jota.

En tercer lugar, emerge una tendencia autonomista conducida por la Surda. Este espacio político se va a nutrir fundamentalmente de experiencias de movilización locales muy referenciales en la época, donde los modelos de movilización, burocracia y rol de los partidos sería distinto del modelo dominante y propagandizado por la jota. También diferirían las temáticas, siento importantes cuestiones de infraestructura, académicas, anti-autoritarias o de poder territorial.

Esta corriente logra ser mayoritaria a nivel del CONFECH en el período entre 2002 y 2006, y aunque la Surda nunca contó con más de 6 ó 7 presidencias de federaciones, se las ingeniaba para generar distintos marcos de alianzas en función de sus intereses.

Lo que se va a plantear sustancialmente por la corriente autónoma es una modificación en las prácticas del movimiento estudiantil tendientes a una mayor autonomía política (se impidió, por ejemplo, que Gladys Marín se adjudicara la conducción el 2002 del movimiento estudiantil), democratización de la burocracia y apelación a la movilización frente a los problemas más concretos de los estudiantes. Además, se instalan una serie de críticas culturales a la izquierda clásica, incorporando elementos de las críticas culturales vistas que eran de signo distinto, ya sea de identidades revolucionarias o de izquierda renovada (como la izquierda revolucionaria mirista, el anarquismo o bien el incipiente alternativismo tipo ATTAC o Foro Social), o bien desde el desarrollo de una politización del sujeto culturalmente integrado. Se incorporaba la crítica tipo realismo sucio, o bien mediante la politización de actividades sociales cotidianas, como los estilos de música imperantes, los carretes, etc.

Esta tensión entre la izquierda tradicional y la Surda, es el conflicto que anima la política estudiantil durante la primera parte de la década, con la crisis de la primera y el asenso de la segunda.

Sin embargo, la corriente autónoma nunca fue capaz de conducir una movilización a nivel nacional, ni resistir como tendencia frente a escenarios que la demandaran en términos más políticos. Es decir, se puso a tal grado hincapié en la autonomía y la política propia, que cuando se abrían oportunidades de avance al movimiento

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estudiantil, o bien, cuando aparecía la crisis de la Concertación y la posibilidad de construir un bloque de izquierda que quebrara al PS, la surda fue incapaz de proyectarse a esos espacios y entró en un proceso de descomposición del cual no ha salido.

La cuarta tendencia que vale la pena mencionar es la aparición de un movimiento estudiantil gremialista que incluso arrebata la FECh durante 2003. Tienen expresiones de éxito en Concepción y varias universidades religiosas, pero no se estructuran tampoco como actores a nivel nacional, en gran medida por el carácter progresista o de centro izquierda de la burocracia, que las bloquea una vez que ganan elecciones.

Y finalmente, aunque no constituye un actor relevante, valen algunas palabras para la ultraizquierda. Habiendo perdido su carácter armado en la década anterior, en la primera parte de los 2000 la ultra se va a rearticular bajo signo fundamentalmente GAP, teniendo como tesis la acción en el estudiantado so pretexto de sacar cuadros para el frente poblacional. A mediados de la década emerge una corriente anarquista articulada por el frente de masas del CUAC (actual OCL), el FEL, que incluso llegó a tener presidencias de federaciones. El FEL tiene una relación de aprendizaje respecto a la tendencia autónoma, aunque obviamente también un antisurdismo esencial.

2.2.- Movimiento universitario no tradicional entre 2000 y 2005.

El movimiento antes descrito se circunscribe a las universidades del Consejo de Rectores. Como se sabe, éstas representan menos de la mitad de la matrícula, y por lo tanto, la historia de la otra mitad de los estudiantes muchas veces se deja de lado.

Como primera aproximación general, el movimiento estudiantil en instituciones no tradicionales expresa altos grados de precariedad y des-estructuración. Carece de una historia o de instituciones como las del CONFECH, por ejemplo, lo que hace muy complicado –sumado a las dificultades obvias, cuando la organización está prohibida- estructurar una suerte de importación de las lógicas del movimiento del CRUCH en su interior.

Esto se ve agravado por el enorme nivel de heterogeneidad de las distintas instituciones de ESUP privadas. Aquellas más importantes, con más tradición, respaldo financiero, y orientadas según principios ideológicos, respondieron de manera diferente que aquellas más precarias y más orientadas por el mercado.

Para el caso de las universidades más complejas, en aquellas donde la autoridad lo permitió, se desarrolló una cierta burocracia estudiantil relativamente estable, que tenía un presupuesto y staff administrativo similar al de una federación de estudiantes del CRUCH. Esta burocracia también se articulaba con CCEE relativamente sólidos, aunque en menor medida que el CRUCH.

El actor político fundamental tras la burocracia estudiantil emergente fue la Concertación, en particular el PPD, que realizó un trabajo importante durantes los noventa y el período de referencia construyendo varias federaciones. También era importante la JS y en menor medida la DC, que asumieron varias presidencias de federaciones al avanzar la década. Sin embargo, este desarrollo nunca llegó a expresarse en una movilización masiva, salvo excepciones de procesos locales.

Incluso este grado de desarrollo federativo llevó a generar diversos espacios de coordinación análogos al CONFECH, que nunca se estabilizaron ni siquiera hasta hoy. Existió la CONFESUP, la AESUP, entre otras iniciativas. La carencia de un conflicto transversal o la capacidad para enfrentarlo organizadamente de estas federaciones, impidió que de hecho existiera necesidad de este tipo de coordinaciones. También la propia falta de unidad al interior de la Concertación, de sus juventudes políticas (que sacaban la cuenta de sus intereses individuales), y de persistencia, ayudaron a esta des-estructuración de los espacios nacionales de coordinación.

Existieron y existen diversos colectivos políticos al interior de las universidades privadas, pero ha sido imposible que se desarrolle una expresión de la izquierda tradicional análoga a la que existiera en el CRUCH. La misma falta de movilización, de todos los ritos y procesos que constituyen la política de izquierda estudiantil conspiró contra este hecho; en efecto, cuando hubo algo de presencia se redujo a agitacionismo ideológico, organización de foros, etc.

Sin embargo, la izquierda autonomista o la Surda tampoco tuvieron gran desarrollo al interior de este campo. Más sin duda que la izquierda tradicional, pero nunca al nivel que se alcanzó en el ámbito del CRUCH.

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Por otra parte, las instituciones más precarias no desarrollaron siquiera una burocracia estable. Aquellas de signo ideológico de izquierda carecían de burocracia estudiantil representativa, en lo que se conoce como “democracia directa” (sistemas de delegados que constituyen representatividad corporativa). Y aunque aquí se dieran grandes discursos y se desarrollaran identidades sumamente radicalizadas en lo ideológico, no se dieron procesos de lucha social relevantes (ej. ARCIS, a no ser que consideremos un paco quemado como algo relevante).

En las instituciones precarias más de mercado, la situación es sumamente compleja porque un gran contingente de estudiantes es al mismo tiempo trabajador; las autoridades mantienen un agudo control respecto de la morosidad, existe una alta rotación y un gran desarrollo de la jornada vespertina. Existieron de hecho importantes respuestas colectivas a esta precariedad y abuso, como la organización frente al cierre de algunas instituciones. También experiencias de paros y tomas, sin embargo, no lograron estructurar si quiera una burocracia representativa, tampoco tendencias políticas estables. Existen colectivos, pero son de corta vida. Las autoridades muchas veces reaccionaron echando estudiantes que promovían los CCEE… esto pasa hasta el día de hoy.

2.3.- El movimiento secundario de 2000 a 2005

El movimiento secundario se había activado en los 90’ siempre detrás del movimiento universitario. No había sido capaz de desarrollar un conflicto por sí mismo que fuera relevante. Es a fines de aquella década, y al comienzo del período de referencia, donde asoma otra vez uno de los grandes conflictos del secundariado en su historia, el boleto escolar, en un contexto de reforma del sistema de transportes. Este conflicto ocupa hasta mediados de la década, una cierta posición análoga al conflicto del déficit del fondo solidario en el ámbito universitario. Permite que se expresen movilizaciones masivas, o relativamente masivas (siempre de carácter episódico), lo que acelera el desarrollo o desgaste de la burocracia, de los colectivos, y el nivel de organización general de los estudiantes.

Los conflictos se van a producir por los efectos complejos de un proceso de modernización que emprendiera el transporte público, cuestión que implicaba aumentos de tarifas, cambios en el modo de operar del pase escolar, y otros.

A diferencia del movimiento universitario, donde la emergencia de nuevos patrones de acción colectiva se desarrollan en cierto anonimato hasta su estallido en 2005-2006, en el caso secundario se presentan de manera más sostenida desde fines de la década de los 90’, en gran medida por la debilidad de la burocracia estudiantil, y por tanto de los colectivos políticos, actores y prácticas que le circundaban.

Se debe tener en consideración que el movimiento estudiantil secundario, como es tomado en esta historia, queda referido a aquellos actores capaces de generar hechos políticos o sociales de cierta relevancia. Aquello particulariza la ubicación geográfica del movimiento a pocos colegios del área céntrica de Santiago, realidad que es generalizable a Valparaíso y Concepción. La historia de los movimientos de zonas periféricas o más alejadas es mucho más difícil de reconstruir.

- La debilidad de la burocracia estudiantil, de la izquierda, y la aparición del anarquismo

La calidad y estructuración de la burocracia estudiantil secundaria es mucho menor que a nivel universitario. Esto ha sido así tradicionalmente, por lo tanto, después del reflujo del 97-98, donde el mismo movimiento universitario decayó, la FESES que se había rearmado en el retorno a la democracia queda en estado abúlico.

En el caso de los estudiantes secundarios, las federaciones no son electas de manera directa. Esto porque no existía en ese momento –ni en los noventa ni ahora- capacidad política para realizar elecciones simultáneas en más de un colegio, ni tampoco existía el interés por parte de los estudiantes; los quorums, de intentarse tal elección ficticia, habrían sido desastrosos.

Más todavía, el estado abúlico de la FESES a inicios de la década del 2000 era tan marcado que ni siquiera podía estructurar una votación por colegio con un mínimo de representación. De ahí que las decisiones se tomaran simplemente por votación de quienes llegaran a sus plenarios, en la misma lógica del consejismo tipo CGE, pero bajo hegemonía de la jota.

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Desde el 98 al 2000, en Santiago centro –pero también en la zona periférica- se comienzan a suceder una serie de experiencias de lucha estudiantil de carácter local, que se van a vincular a colectivos de signo más revolucionario o anarquista, y en una medida más lejana también a la Surda, sin que existiera mayor coordinación tampoco entre estos actores. Estas experiencias se articulaban en torno a la lucha contra el autoritarismo o los problemas de infraestructura, dejando de lado las convocatorias más educacionales del 98 o bien las centradas en el boleto escolar, aquellas más asociadas la gestión que hacía la abúlica FESES.

Sin embargo, el proceso de modernización del transporte se encargó de agenciar una serie de coyunturas que por uno u otro lado, desde el 2000 al 2003, obligaron a una respuesta más unitaria tanto del movimiento articulado en torno a la FESES como de estas nuevas experiencias que.

La necesidad de establecer una síntesis entre las diversas estrategias de organización obligó al movimiento –para responder de manera más efectiva a las alzas del boleto o bien a la mercantilización de la tarjeta o pase escolar- a modificar la abúlica burocracia según una serie de principios propagandizados por los nuevos anarquismos. El movimiento universitario, aún siendo más cohesionado, suele alcanzar niveles de unidad menores que el movimiento secundario. En este caso, se produjo una tensión entre las fuerzas más de izquierda o anarquistas (que a la sazón comenzaron a coordinarse), la jota, y la Concertación, que descartaba de plano el espacio de la FESES en aras de agrupaciones de CCEE bajo el alero de la Municipalidad.

Fue en esa dinámica que la corriente autónoma, o anarquista, fue ganando centralidad al grado de provocar la muerte de la FESES (cuestión que se hizo en acuerdo con la jota) en aras de una nueva organización asambleísta llamada ACES. Aunque pueda parecer poco creíble, la primera ACES fue justamente una rebelión contra el consejismo y no su afirmación; se exigió un nivel de representatividad por colegio en las votaciones y se renunció a tener un “presidente” justamente porque no era electo de manera directa, inaugurando la lógica de los voceros, que sobrevive hasta hoy.

- El mochilazo del 2001

El llamado “mochilazo” fue la primera puesta en escena de estos patrones de acción colectiva. Se trató de un movimiento bastante masivo, el más importante desde la salida de la dictadura pero menor en envergadura a las protestas universitarias del 97 y 98. Se gatilló por el alza del valor del pase escolar, que se transformaba en una tarjeta inteligente, una suerte de versión primitiva de la actual BIP.

Los cambios a nivel de la burocracia que habían sucedido permitieron una gestión diferente de un estallido episódico de carácter espontáneo. Aquella conducción introdujo modificaciones en los planos logísticos, comunicacionales y políticos, inaugurando prácticas que serían fundacionales y que sobrevivirían hasta el día de hoy. En el plano más logístico, se utiliza un criterio mucho más práctico en la selección de los instrumentos de movilización, al grado de descartar las tomas por el nivel de desgaste que presuponen. Se utilizan formas de violencia básicas, como las bombas de pinturas, pero nada ni muy extremo (no se usan molotovs) ni tampoco tan organizado; en general, la violencia se subordinaba a su utilidad política. En el plano comunicacional, se promueve la idea de una asamblea amplia y participativa, donde se da cabida a todos los actores políticos, incluida la derecha, bajo una hegemonía de principios de corte anarquista, donde los voceros declaran no ser dirigentes y decir exclusivamente lo que la asamblea les pidiera.

En el plano político, se comienza a articular más orgánicamente una corriente autónoma, revolucionaria o anarquista, como se quiera, que va a orientar el movimiento hacia la conquista del objetivo más inmediato en lugar de una politización similar a la que surgió el 2006. Se instala la idea de ganar la demanda del pase, y esto efectivamente se consigue. Es la tesis del colectivo CREA.

Más allá de los méritos del movimiento, que recibió gran solidaridad en su momento, el escenario político se mostró favorable; era el comienzo del Gobierno de Lagos, cuando todavía no alcanzaba firmeza ante los poderes fácticos, y el enemigo público señalado por los estudiantes fue el empresariado del transporte cuya desarticulación era justamente el objetivo del mismo Gobierno. A pesar de conseguir un triunfo, se instaló una lógica de conducción bastante refractaria o reacia a la política, que ponía sus anhelos en una suerte de transformación “desde abajo” que tampoco era tal. Así, un movimiento ajeno al sistema político, efectivamente autónomo de los partidos, no era capaz de proyectarse al escenario político, centrándose exclusivamente, a la hora de elegir sus prioridades, en aquellas luchas que permitían seguir entregando triunfos al estudiantado.

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Después de esta movilización la lógica se repite en 2002 con menos éxito, entrando en una desarticulación de la ACES original en una serie de asambleas contrapuestas. La izquierda tradicional inicia su política de reconstruir las federaciones, que mantiene –sin poder hacerla realidad- hasta el día de hoy. Pero el rasgo fundamental del período de reflujo es el repunte tanto de la izquierda tradicional como de la Concertación, y la desarticulación de la capacidad de acción de la corriente autónoma o anarquista, degenerando en colectivos dispersos que, aún en tal estado, siguen conformado una corriente de opinión importante hasta hoy, bajo signo GAP, troskista o anarquista, y sin presencia de la Surda.

2.4.- Las movilizaciones de 2005 y 2006

Como se ha venido retratando, a inicios de la década tanto en el ámbito universitario como secundario se empiezan a configurar una serie de patrones de comportamiento colectivo que son distintos a los desarrollados en los noventa; emergen nuevos actores sociales y políticos, nuevas identidades y nuevas posibilidades de organización y politización de los sujetos más ajenos a las clases medias tradicionales o bien a los sectores populares de identidad tradicional. En general, más ajenos al viejo sistema de partidos y los sectores sociales e identidades más cercanos de su contorno.

Este proceso general no se reduce únicamente a las corrientes políticas que lo expresaron de manera más clara o auto conciente. No es que tales corrientes hayan echado a andar tal proceso de renovación, es más bien al revés, tal proceso social las conformó –y también las desechó- sin que aquellas, por su poca politización y escasa reflexión sobre estos mismos procesos, pudieran hacer otra cosa.

La aparición de nuevos patrones de acción colectiva había sido un proceso muy lento, que pasó de experiencias locales a impacto en la burocracia estudiantil, en la correlación de fuerzas entre colectivos y también en las identidades culturales del activo social. Fue en las movilizaciones de 2005 y 2006 donde estos elementos pudieron desplegarse de manera más pública en la gestión de reventones episódicos, en el caso del 2005 universitario en una medida menor, puesto que la burocracia estudiantil y sus prácticas tradicionales seguían teniendo relativa firmeza (y tampoco las prácticas nuevas supieron generar su propia burocracia). El 2006 se puede hablar con propiedad de un nuevo tipo de movilización estudiantil, que expresa ya no sólo el proceso descrito en estas notas, sino transformaciones más generales que impactan la sociedad chilena de manera transversal, como el agotamiento del sistema de partidos, los cambios en la educación, las transformaciones en las identidades de clase, etc.

- El movimiento universitario del 2005

Si se tuviera que hacer un resumen de lo expuesto, se tendría que decir que en un contexto de relativa ausencia de iniciativas políticas por parte del Gobierno (que de 2001 a 2005 no envió al parlamento nada sobre ESUP), el movimiento estudiantil mantuvo una estructuración en torno a la movilización episódica conducida por la burocracia sobreviviente de los 90’ (aunque desgastada), y el debate político se organizó entre la izquierda tradicional y la izquierda autonomista (Surda), surgida esta última de experiencias locales referenciales para el momento, expresiva también de cuestionamientos culturales a la izquierda tradicional.

Existían muchos fenómenos sociales que se expresaban a través de esta tensión. Por una parte, a la discusión política mencionada en la introducción, se vinculaba una suerte de desgaste cultural de la identidad de izquierda que era recogido por distintas expresiones, una de ellas –no la única ni siquiera la más masiva, pero sí la más politizada- sería la corriente autonomista de la Surda.

Aunque sería exagerado decirlo así, hay algo de cierto en que la izquierda tradicional reflejaba y expresaba a las viejos sectores populares y las viejas clases medias, mientras que en la izquierda autonomista y otras expresiones se comenzaban a avizorar identidades sociales distintas, incluso procesos de politización de las identidades culturales propagandizadas por el régimen. Acá encontraban espacios de desarrollo político y organización social y comunitaria facciones sociales que eran producto más nítido del chile neoliberal, o dicho de otra manera, existían actores políticos que se abrían más a este tipo de realidades, aunque también tuvieran mucho que ver con la clase media más tradicional o los sectores populares tradicionales.

El caso es que bajo una hegemonía nacional de la corriente autonomista aparece la coyuntura de la Ley de Financiamiento. Desde 2005 hasta hoy, las iniciativas del Gobierno en ESUP ya no se limitan a una suerte de

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contemplación a las acciones del mercado, sino que se proyectan a desarticular el sistema estatal instalando políticas de financiamiento de carácter transversal que obviamente tienden a disolver los privilegios tradicionales del CRUCH (como la Ley de Acreditación).

En el caso particular del 2005, la Ley de Financiamiento implicaba un crédito privado con garantía estatal que se hacía extensivo a los estudiantes del CRUCH, siendo diseñado esencialmente para las instituciones privadas. La tensión entre esta nueva forma de financiamiento estudiantil más cara para el estudiante, en comparación con el Fondo Solidario, va a movilizar a los estudiantes universitarios masivamente, en el movimiento más importante desde el 97-98.

La movilización convocó una energía y masividad mucho mayor que la que la burocracia pudo conducir, derivando en los quiebres de varias federaciones estudiantiles en el país. Esto hay que tenerlo en cuenta de una manera doble: por una parte, se movilizó una base estudiantil ajena a la tradicionalmente convocada por la movilización del crédito, lo que opuso formas de radicalización habituales v/s formas de radicalización propias del carácter del conflicto que se venía, sin que ninguna pudiera imponerse claramente sobre la otra. Por otra parte, se movilizó incipientemente un segmento de universidades privadas, lo que tampoco fue absorbido claramente por la CONFECH, impidiendo una negociación única con la autoridad. Además, la falta de conducción –o bien, la incapacidad de estructurar una conducción material y representativa por alguna de las fuerzas- hizo que el apoyo brindado por algunas autoridades se acabara al iniciarse las tomas, perdiendo también apoyo político posible tras el desorden concertacionista ilustrado al inicio.

Se llevaron adelante, de manera espontánea más que organizada, distintas apuestas de carácter comunicacional o simbólico, en una esperanza de romper mediante esta vía el agudo cerco mediático que tradicionalmente sufren los movimientos sociales, y que se venía constituyendo como uno de sus problemáticas fundamentales. Sin embargo, la lógica de radicalización de la movilización del crédito marcha-paro-toma volvió a tomar centralidad, aún cuando las tomas fueron incipientemente utilizadas como faros comunicacionales, recuperando la tradición del movimiento reformista de los 60’. Esta lógica de radicalización tradicional fue empujada por la izquierda (bases de la jota+ultra) como una manera de retomar presencia en un escenario dominado por la Surda y su marco de alianzas, sin que se planteara una radicalización política en términos de demandas más de fondo en el eje capital/trabajo/bancarización, sino simplemente respecto a la drasticidad de los instrumentos de movilización, para que pudieran prescindir de la base social y autonomizarse con el activo (tomas).

En la Surda primó una posición de negociación con el Ministerio que no fue capaz de cuestionar los aspectos de fondo que había sugerido la movilización –la crítica a la mercantilización general de la educación y la bancarización del financiamiento estudiantil-, tanto por miedo a perder masividad y quedarse en el activo más radicalizado pero minoritario, como por miedo a no obtener ninguna victoria y repetir la triste historia a nivel nacional del 97-98. La negociación se estructuró en el diseño de los rectores, y fue apoyada por la mayoría del CONECH en una alianza con un sector de la jota y con la Concertación.

Lo relevante acá es que la estrategia de resolución del conflicto se resistió (de una manera inorgánica, por cierto), por una gran parte de la base estudiantil. Con el tiempo, los logros de aquella movilización (aumento de ayudas estudiantiles y créditos blandos, blindaje del CRUCH contra el nuevo crédito) serían considerados valiosos, sin embargo, quedó a medio camino de su sucesora, la revolución pingüina, en la medida que malgastó una oportunidad para expresar ciertas contradicciones de clase propias del Chile contemporáneo, como la bancarización de la vida, por ejemplo, y por tanto una oportunidad de politización más aguda, de tensionamiento más sustantivo a la crisis de la Concertación.

Los factores internos de esta incapacidad se vinculan fundamentalmente con la explosión de la burocracia y la falta de unidad de los actores políticos en su interior, en forma particular en la incapacidad de conducción y articulación de las nuevas respuestas y lógicas de lucha del movimiento estudiantil en una posición de síntesis con la representatividad y las instituciones de la burocracia federativa y del CONFECH. Aquella responsabilidad le cabe centralmente a la Surda. Además, tampoco se fue capaz de construir un frente común con estudiantes de ESUP privada, como sí lo lograría la revolución pingüina, pues postuló un programa más unitario y político que este reventón.

En resumidas cuentas, la corriente autonomista confundió un vector de politización más genuina, de amplitud hacia abajo y hacia el lado (ESUP privada), y por tanto de tensionamiento más agudo de la Concertación y de consecuencia con su propia táctica, con una politización y negociación de carácter burocrático y en extremo

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corporativo del CRUCH, que no era excluyente con la primera opción al inicio pero que sí lo sería al final, desarrollando un esquema de funcionamiento burocrático con autonomía, irónicamente, de los basamentos materiales del movimiento estudiantil.

Ahora bien, aunque estos errores se hayan cometido, también hubo condicionantes externas, elementos que no eran controlados por los actores del movimiento estudiantil. En primer lugar, la derecha jamás apoyó la movilización –con su consecuencia en el tratamiento que le dio la prensa-, puesto que la conducción laguista del momento contaba con un enorme respaldo mediático, popular y por parte del empresariado. De esta manera, los intentos de renovación comunicacional del movimiento chocaban contra un muro, lo que fortalecía las posiciones tradicionalistas a favor de la radicalización en tomas.

En segundo lugar, el MINEDUC y el Gobierno en general reaccionaron de manera unitaria desactivando todos los escenarios de posible apoyo político del movimiento. Presionaron a los rectores a una postura de orden, lo que fue ayudado en la práctica por las tomas, además de aislar a parlamentarios que intentaran un apoyo a las demandas estudiantiles. Sergio Bitar funcionó de manera mucho más política y eficiente que Zilic en el caso del 2006, impidiendo que la propia torpeza del Gobierno fuera un arma del movimiento estudiantil.

En tercer lugar, aunque hubo algunas tentativas de movilización en la ESUP privada, no constituyeron una realidad por sí misma, que hubiera presionado al CONFECH a una posición más abierta. De esta manera, el movimiento tradicional no tuvo una presión externa, como sí lo tendría el movimiento secundario, por ejemplo, ante la irrupción de los colegios particular-subvencionados y los colegios privados más acomodados, viéndose obligado a adoptar demandas menos corporativas.

La conjunción de estos factores hizo del estallido del 2005 una potencia no desarrollada que termina “implosionando”, seguida de una negociación emprendida en solitario por la burocracia, negociación que de todas maneras otorgó beneficios importantes a los estudiantes del CRUCH.

- El movimiento social de 2006

A pesar de distanciarse apenas un año del movimiento de 2005, el 2006 los estudiantes encontraron un escenario político totalmente distinto. A pesar de lo que pudiera pensarse, para las expresiones de izquierda, dominantes en el ámbito universitario y muy importantes también en el entorno secundario, la emergencia de la figura de Bachelet fue catastrófico. Esto porque en los distintos cálculos de las organizaciones políticas se veía gran debilidad en la Concertación, lo que otorgaba amplias posibilidades de desarrollo a las distintas alternativas, ya sea de negociación parlamentaria como iba a plantear el PC, de constitución de un nuevo polo político como era la tesis de la Surda, o simplemente de agitación de descontento inorgánico como planteaba la izquierda más marginal.

En la medida que se va instalando la candidatura de Bachelet, y sobre todo en la capacidad que tiene para identificar y desarrollar el descontento sobre las deudas sociales y democráticas del Chile neoliberal, los distintos diseños de la izquierda se quedan sin espacio. Para la izquierda tradicional esto significa un breve interregno de retorno al agitacionismo (candidatura de Hirsch); aquellas expresiones políticas poseen distintos espacios sociales y culturales en los que pueden sobrevivir como identidad marginal sin dejar de existir. Para la Surda, por otro lado, excomulgada como había sido de los templos del izquierdismo, la cerrazón del escenario implicó un proceso de decaimiento más grave, llegando a la desarticulación total. Por una parte, no podía retornar a un discurso basista o autonomista como había sido en la primera parte de los 90’, y por otra, no podía efectivizar el proyectado quiebre de la Concertación tras el ordenamiento producido por la candidatura de Bachelet.

De ahí que en el peor momento de las burocracias y las conducciones políticas de la izquierda, cuando se habían peleado unas con otras a partir de la falta de oxigeno generado por la emergencia de Bachelet, estaba, de una u otra manera, el terreno “libre” para la expresión de patrones de acción colectiva más nuevos.

El movimiento de 2006 se explica en gran medida –y esto es una interpretación, a fin de cuentas- por los factores contextuales más que por los aciertos de los estudiantes, que sin duda existieron y fueron muy importantes. En el recuento de estos factores contextuales, debe tenerse en consideración, en primer lugar, la enorme dificultad que tuvo la impronta bacheletista originaria para estructurar su Gobierno. No existió una clara

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unidad política, ni siquiera una actitud política, en un gabinete dominado por tecnocracias y figuras distantes de la lucha política contingente.

Por otra parte, la derecha reaccionó con todo lo que tuvo contra esta idea de Gobierno ciudadano. No sólo la derecha política, sino los principales canales de TV, la prensa escrita, los columnistas y expertos politólogos, un sector relevante de la DC (tal como ahora), las figuras de la farándula, etc.

El movimiento estudiantil secundario había recuperado, tras algunos años, ciertas demandas respecto a la educación como la modificación de la PSU, la revisión de la JEC, y otras. Se había producido ese mismo año un movimiento de baja intensidad respecto a estas demandas, frente al cual, en un primer momento, la prensa también había reaccionado con la lógica de siempre (violentistas, poco serios, etc.). Sin embargo, tras el error de Zilic de no recibir a los estudiantes, la derecha y la prensa cambiaron la estrategia en la medida que el movimiento les permitía presentar la ineficiencia del Gobierno.

Este es el punto clave del asunto. Para clarificarlo, la estructuración del movimiento secundario era tan baja, que aquello que la prensa denominó “ACES”, no era sino una reunión puntual de una agrupación municipal que fue “intervenida” (recordando el viejo entrismo) por las corrientes más de izquierda. En efecto, la asamblea nunca se denominó así a sí misma.

A diferencia de 2001, la conducción del movimiento no estaba asentada en un discurso ideológico relativamente homogéneo, sino que expresaba distintas vertientes con mucha mayor presencia (aunque con menor nivel de incidencia) del sistema de partidos, cuestión que se podía apreciar en las militancias de los voceros. Más allá de esta cúpula, la presencia de partidos es más marginal, cuestión que explica el grado aún relevante y determinante de autonomía del movimiento frente al sistema político.

Las innovaciones de este movimiento son varias, y por lo mismo, para abordarlas es necesario construir ciertos ejes. Nosotros observaremos el movimiento a partir de sus instrumentos de lucha, su carácter social y su impacto político.

En el primer plano, el movimiento comprendió bien –con la ayuda de la prensa- que debía repensar las estrategias clásicas de movilización en orden a obtener mayor apoyo social. En esta lógica, las tomas de los establecimientos educacionales se transformaron en iniciativas menos radicales que las marchas, puesto que no se apreciaban como violentas, ni por los estudiantes ni por la opinión pública, acostumbrada a la imagen de marchas, piedras y capuchas. Las mismas bases estudiantiles presionaban en este sentido, desarrollando iniciativas diversas destinadas a transformar el rostro de un movimiento social desde una lógica agresiva y disgustada a una lógica abierta y convocante. Aquello demostró que una movilización más mediática podría ser hasta más radical políticamente que la lucha callejera clásica, cuestión que generó diversas contradicciones. En esta misma línea se ubica el uso intensivo que hizo el movimiento de las TIC’s.

En términos del carácter social que asumió el movimiento, es pertinente recordar que la manifestación de 2001 y las anteriores habían tenido un carácter social más bien homogéneo, popular. La clave de 2006 es que el movimiento se logra proyectar a sectores sociales antes no incluidos, como estudiantes de colegios particular-subvencionados y colegios más elitarios, sumando a los hijos de la clase política, de los gerentes de empresas, de las personalidades importantes del ámbito mediático, etc. Aquello produjo una lógica totalizante que, no exenta de contradicciones, obligó a las distintas facciones a buscar centralidad en demandas más comunes, y por tanto, más generales y más políticas, aunque no siempre sentidas a nivel de base. Además tuvo otro efecto, que permitió amplificar una serie de críticas culturales asociadas a la juventud por los hijos de la élite (que vimos en la introducción), permitiendo que el viejo mito de la apatía juvenil neoliberal diera paso a distintas convocatorias de los actores constituidos a este nuevo descontento, lo que legitimó una limitada renovación y apertura cultural a las identidades presentes en los discursos y relatos del régimen y la prensa oficial.

Y en términos políticos, el movimiento logra transformarse en una fuerza capaz de hacer presente en una desgastada Concertación las deudas del Chile neoliberal, impactando en las discusiones internas del bloque en distintos sentidos, y siendo una gran estocada al carácter “ciudadano” del Gobierno de Bachelet, episodio tras el cual la Presidenta renunciaría explícitamente a utilizar tales contenidos.

El paso de demandas de carácter concreto al cuestionamiento a la LOCE no fue empujado, a diferencia de las anteriores innovaciones, por las corrientes de la izquierda más vinculadas a la historia del mochilazo de 2001. Es acá cuando el avance en politización del movimiento, y por tanto la posibilidad que abrió a una reforma

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general del sistema educacional que hiciera retroceder la herencia política de la dictadura, va a abrir un flanco nuevo de acción política para la cual, las distintas identidades herederas del 2001 –a pesar de haber triunfado en casi todos los demás ámbitos de estructuración del movimiento-, fracasaron completamente.

Es complejo observar cómo un movimiento sostenido por casi un millón de estudiantes, apoyado por otros millones que constituyeron una compleja red de sustento, entre personas individuales, familias, partidos de la Concertación y otros actores sociales que se sumaron (en la idea del Bloque Social), y que fuera capaz de expresar el descontento general de una sociedad chilena, articulando distintas facciones sociales, tuviera un derrumbe tan abrupto y fuera tan incapaz de gestionar los mismos escenarios que abrió.

Y más que eso. Que permitiera remover el polvo en el ámbito educacional para viabilizar posteriores iniciativas de profundización capitalista que se empujan en estos momentos.

Para explicar esto no hay que descubrir el agua tibia. Ha sido muchas veces tratada la enorme capacidad de producción de conflictos sociales del movimiento popular, y su precariedad a la hora de incidir en los procesos políticos adyacentes a tales conflictos, sobre todo en el escenario general de desgaste de la Concertación que habíamos retratado en la introducción. Se trata de dos formas de lucha que aunque estén relacionadas, no son lo mismo, y no se deriva una mecánicamente de la otra.

2.5.- El intermedio de 2006 y 2008

- El movimiento universitario

Aunque algunos actores políticos al interior de la burocracia universitaria pensaron que tras el 2006 iba a ser posible generar situaciones de masas a partir de iniciativas propias –sin esperar otro reventón episódico- en función de una orientación política, en general el reflujo llevó a esa misma burocracia, y los actores políticos en general, a una descomposición más acelerada.

Esta descomposición está marcada por un reflujo particular de las ideas de renovación que la corriente autonomista había planteado durante casi una década. Al ser tensionadas a una mayor vinculación con el proceso político, a partir de las oportunidades que el desgaste abrió para el movimiento social, ésta se deshizo, y no tardó la izquierda tradicional, que se había agazapado a su izquierda, en plantear una alianza con la Concertación y reconstruir el sistema federativo hasta el día de hoy bajo un signo refractario a la movilización y altamente burocratizante.

Aquello transcurrió en un escenario marcado por la paz, de gran apatía estudiantil. La excepción está dada por el movimiento de Valparaíso de 2007, de carácter local, lo que reposicionó a la corriente autonomista pero esta vez bajo sin la conducción de la desarticulada Surda, y por tanto, sin iniciativa de proyección al escenario político.

Al revés de cómo se planteaba desde los autonomistas, la izquierda tradicional supo construir una política estudiantil acorde a su política de acercamiento con la Concertación que se expresa en la actual conquista de 3 escaños parlamentarios. Esto permitió una acelerada reconstrucción de la burocracia que impera hasta hoy, pero con una gran apatía, sin quorums, con mesas interinas, y falta de unidad política que vuelve al CONFECH, por ejemplo, en un espacio ni siquiera estructurado por bancadas.

- El movimiento secundario

En este interregno, el movimiento secundario se vuelca sobre sí mismo en una lucha casi fraticida por estructurase a nivel nacional, ya sea mediante la lógica asamblearia o mediante la lógica federativa. Aunque en general se aprecia un proceso de reconstrucción federativa en regiones, el triunfo de la corriente asambleísta en Santiago bien puede ser catalogado de pírrico, en la medida que tal discusión ahogo y terminó por desmasificar y dividir a la escasa burocracia que el 2006 había generado.

Más allá del proceso de cooptación aplicado a los voceros más visibles, y de la represión y persecución al cuadro medio desde los directores, el reflujo de 2006 va a ser similar al reflujo de toda movilización episódica,

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donde los costos se pagaron, políticamente, del bando de las corrientes herederas de 2001 y que no supieron gestionar el escenario político abierto.

2.6.- El repunte de los actores tradicionales entre 2008 y 2010

Como notas finales, el proceso de reflujo de las renovaciones sociales y políticas que intentaban expresar el nuevo chile, decantó en un importante repunte de la izquierda tradicional en la burocracia estudiantil, alcanzando el mayor número de federaciones secundarias y presidencias universitarias que tuviera en las últimas tres décadas. Aquello coincide con una retirada de estos actores del escenario político, y una opción decididaza por la negociación no social, sino política de apoyo al PC y su incorporación al parlamento.

La habilidad de esta estrategia de politización es que promueve, por una parte, un descontento inorgánico que revienta conflictos de forma irracional y sin demandas claras, para luego, por la derecha, y a través de otros sujetos, negociar tal descontento inorgánico en la mesa política. Esta lógica permitió al PC utilizar a la ultra izquierda y al decaído anarquismo, con una mano, mientras con la otra abría espacios de negociación con el sector más oscuro del PS y la DC.

El movimiento de 2008, de respuesta a la LGE, fue justamente el escenario por excelencia de despliegue de esta iniciativa. Y aunque hubo una cierta resistencia por parte de otros actores, con escaso poder en la burocracia a nivel nacional pero con considerable convocatoria de masas (expresada en lo que sería ACEUS), no fue capaz de disputar la conducción a la entente de descontento inorgánico, alianza jota-concertación en la CONFECH y liderazgo del Colegio de Profesores. Es esta entente la que, tras el período analizado, logra hegemonía en un abúlico movimiento y corroída burocracia.

3.- Algunas notas interpretativas del período

Si se tuviera que sintetizar en una frase lo que se ha descrito, tendría que ser la incapacidad del movimiento social, sobre todo de aquellos elementos expresivos del nuevo Chile, de proyectarse al escenario político y aprovechar, desde una perspectiva de ruptura democrática, las oportunidades que brinda el actual proceso de desgaste del sistema de partidos. En particular, como el movimiento social es una categoría muy etérea para las lides políticas, se trata de la incapacidad de la izquierda no-tradicional para devenir en actor político a partir de los actores sociales, cuestión que había sido su promesa inconclusa.

Esta incapacidad tiene la consecuencia de un proceso de estructuración inacabado de los dominados, donde la forma fundamental de aparición del pueblo en los escenarios políticos es mediante reventones espontáneos incapaces de derivar en acción colectiva permanente de carácter político. Y peor: como agentes de apertura que ayudan a procesos que finalmente devienen en reformas de profundización capitalista.

A menudo esto suele confundirse con la posición anti-electoralista, como si la solución fuese incorporarse a la lucha electoral. Pero más allá de esto, que a fin de cuentas es un elemento accesorio (perfectamente se puede participar en la lucha electoral sin hacer política), lo esencial –si se dice que prima la despolitización- es la incapacidad de estructuración de un actor que sobrepase las coyunturas y gremialismos, y que pueda actuar en el ámbito de la totalidad social, de la suma de los distintos procesos sociales y su cohesión que día a día actualiza la dominación.

Así, el sistema ha tenido capacidad de incorporar los descontentos de los 90’ y de inicios de este siglo, mediante dos modelos: el sometimiento de los actores a la negociación de la izquierda tradicional (lo que garantiza orden y sobrevida del sistema de partidos), o bien mediante la cooptación de las críticas culturalistas con su incorporación cercenada en el mainstream mediático. Es decir, se permiten las formas de politización que no resultan problemáticas ni disruptivas –hasta se promueven!-, y se incorporan desdibujadas algunas de las imágenes que habían permitido el desarrollo de voluntades anti-sistémicas ajenas a la cultura tradicional de la izquierda.

Estas habilidades del sistema político le permiten desarticular a los actores y a los posibles focos de conflicto social o de desarrollo de una izquierda anti-sistémica (que hoy no existe), pero no han producido un nuevo ciclo de ordenamiento de la política. La candidatura de Marco Enríquez, por ejemplo, es expresiva de ambas cosas al mismo tiempo: tanto de la desarticulación y descomposición de la Concertación, como de la capacidad de

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nuevos actores empresariales de articular el descontento social en función de proyectos de profundización capitalista o bien hasta de proyectos individuales.

El movimiento estudiantil ilustrado en estas notas bien puede concebirse como un interregno, entre el movimiento de resistencia que expresaba la vieja sociedad chilena, con su determinado carácter de clase y relación con lo político, frente a una nueva forma de expresión de actores sociales, de conflictos de clase más contemporáneos y de resistencia frente a la creciente mercantilización de la vida social.

Aunque algunos rasgos de esa proyección se han ido haciendo realidad, su utilidad política es la que debe hacernos reflexionar. Hay dos grandes actores políticos cuya fuerza se nutre de estos procesos: los diputados comunistas, y Marco Enríquez. Era eso por lo que los luchadores anónimos de estos diez años del movimiento estudiantil lucharon? Seguramente no. Seguramente ellos lucharon con el horizonte de construir la crisis política del actual régimen, o simplemente por un humanismo, por mejorar las condiciones de vida de sus pares y de ellos mismos, aunque no fueran capaces de dimensionar la lucha política en cuanto tal, más allá de fantaseos ideológicos que no eran otra cosa que cortinas de humo para esconder posiciones finalmente gremialistas o basistas. Es sobre la base de nuestra propia autocrítica que podremos enfrentar los errores cometidos. Si tanto se ha afirmado la autonomía es hora de practicarla; ninguna solución bajará de iluminados, sólo de nuestro propio trabajo y esfuerzo. Pero ya no puesto ese esfuerzo y trabajo exclusivamente en la acción social o el reclamo culturalista, sino en esfuerzos que articulen ambas dimensiones en una perspectiva totalizante, en esfuerzos, finalmente, de carácter político.

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