Contexto cultural helenistico

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Material de la asignatura Historia de la Musica I del profesorado de Musica - Nivel terciario. Sede Chos Malal

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Profesorado de Música de Chos Malal.

Historia de la Música I. Síntesis sobre el contexto sociocultural Helenístico.

Ficha de Cátedra N°1

Sobre texto de: ROMERO, José Luis (1980). “Estado y Sociedad en el Mundo Antiguo”.

Buenos Aires. 1° Parte: La filiación de la política graquiana.

La Recepción de la cultura helenística en Roma:

A inicios del Siglo II Roma despierta un gran interés por la cultura griega a esa altura

enriquecida, luego de la expansión de Alejandro magno, por las viejas culturas orientales.

Grecia va a convertirse en el gran núcleo de irradiación cultural de la región mediterránea.

La sociedad romana se impresionó ante la cultura helenística, a través de la validez de sus

ideas y los gustos que provenían de Grecia y que se manifestaban en todos los órdenes de

la vida. El helenismo fue en Roma una tendencia arrolladora, tomó los caracteres de una

moda y produjo todos los excesos propios de ese carácter. Así se desarrolló tanto en lo

aristocrático como en lo popular promovido, el primero por los emigrados distinguidos y

algunas familias romanas poderosas, y el segundo por la gran masa de esclavos que

inundaba el foro y monopolizaba ciertas funciones de la vida social.

Para el sector dominante el “filohelenismo” representó un modo cultural prestigioso que

prontamente adoptó esta oligarquía ilustrada. Este cambio se sintió en los aspectos

económicos, políticos y sociales de Roma. Lo más notable fueron las influencias en las

tendencias literarias y plásticas vigentes. En síntesis todas estas adopciones configuraron

un hecho histórico social y cultural de la recepción griega, producido por la actitud

helenizante de la oligarquía ilustrada romana, grupo imperialista en el que la simpatía por

lo griego coincidía, en diversa medida, con la vocación conquistadora y autocrática.

La “apertura” de Roma hacia el exterior y la confianza en su propia fuerza ocurre luego de

ganar las denominadas guerras púnicas, a partir de allí aspira a ingresar en el círculo de las

grandes potencias de Mediterráneo oriental. Ya Sicilia era un bastión del mundo

helenístico por lo que desde allí ingresaron a la nueva potencia (Roma) obras de arte

griegas, artistas y escritores que buscaban en la nueva potencia nuevas posibilidades.

También de allí debían venir, en calidad de esclavos, gentes de la alta cultura que

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asumirían distintas funciones en la vida social trasplantando todo su contenido de

costumbres y saber.

La influencia de la cultura helenística se ejerció por la vía directa del conocimiento

personal y por la vía indirecta de la difusión literaria. Por razones de estado los

funcionarios y magistrados romanos recorrían permanentemente las regiones del sur de

Italia y Sicilia y el espectáculo de las costumbres griegas produjo en ellos una impresión de

sorpresa y entusiasmo. Así aparecía el interés por la literatura y las artes plásticas, y poco

a poco, el contacto directo con los círculos cultos que reflejaban en grado máximo esos

gustos y tendencias. También los romanos comenzaron a visitar Grecia e interiorizarse de

sus problemas, a conocer a sus hombres y a asimilarse sus ideas. Este vínculo desigual

entre el dominio militar romano y la influencia cultural griega también se vio reforzada

por el intercambio de diplomáticos y funcionarios que en el caso de Grecia, generalmente

estaba a cargo de filósofos y oradores que, además de su función oficial, cumplían una

misión de enseñanza y divulgación, estimulada por grupos romanos filohelénicos. Desde

ya los grupos romanos conservadores no veían bien la oratoria y los discursos de estos

filósofos griegos y sus posiciones frente a las cuestiones sociales filosóficas y políticas

chocaba con el nacionalismo pronunciado del poder romano cuestión que en varias

oportunidades estos filósofos fueran expulsados de Roma.

El teatro y la vía literaria fue el más activo vehículo de propagación de las ideas griegas, en

un pueblo que hasta el Siglo III no había conocido más espectáculo que los juegos de circo.

Así la tragedia pero sobre todo la comedia tuvo mayor influencia fundamentada en temas

diversos pero con descripciones de ambientes contemporáneos, costumbres y personajes

de origen griego. Mezclados con la trama, se desliza el cuadro de costumbres

contemporáneas del mundo helenístico, lleno de astucias y de malas artes, de aventureros

y de pícaros; una libertad y desenfreno flota en ese ambiente y se exagera en la comedia,

en la que la búsqueda del efecto cómico incitaba a preferir la descripción de los ambientes

más libres. Pero no sólo divulgaba la comedia el clima de licencia que, en materia de

costumbres, predominaba en el mundo griego; al mismo tiempo, exponía toda una

doctrina de la vida, con profusión de alusiones a problemas sociales, políticos y religiosos.

Esta doctrina surgía de la conciencia helenística, que por ser profundamente criticista

facilitaba la insinuación irónica y aun la torpe deformación popular de algunas ideas.

También la historia romana se presentó influenciada por la narración histórica griega;

Roma acepta y estimula esto para obtener su inclusión en el panorama del mundo

helenístico, del cual la hubiera excluido, una narración verídica de su pasado. Toda esta

construcción de un nuevo relato se orientó a fabricar antecedentes “de prestigio” por

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parte de la oligarquía romana sigue esa tendencia de incluir en el mundo histórico del

Mediterráneo oriental a la nueva potencia de Occidente.

“Roma y el clima moral del mundo Helenístico”.

Frente a la sociedad helenística, Roma percibe de inmediato la diversidad del tono moral.

Al pensamiento desarrollado en Grecia a partir del Siglo IV se lo denominó “criticismo racionalista” y consistía en una actitud mental caracterizada por un individualismo exacerbado que comienza a minar a las pequeñas comunidades políticas extendidas al oriente del Mar Mediterráneo. Así ante la crítica sobre la religiosidad y la sociedad se proclaman nuevas religiosidades y un nuevo tipo de sociedad. Por un lado, de un nacionalismo relacionado a la pequeña comunidad o ciudad estado se comienza a pensar en una noción de “humanidad”, una noción más abstracta que rechaza también la idea de ciudadano para optar por la de “cosmopolita”. Por otro lado en lo que respecta a lo religioso, se elabora la idea de una divinidad única frente al panteón de los dioses del estado. Esta divinidad única solo exige del hombre el ejercicio de la virtud. Esta actitud mental encontró en la expansión que se produce a raíz de las conquistas de Alejandro una circunstancia favorable para su desarrollo. El hombre del Mediterráneo comienza a aprender a dudar, según la lección del racionalismo griego; para reemplazar las antiguas creencias, el hombre helenístico pasa por un instante de vacilación no siempre resuelta. Esta actitud de duda crítica se adopta frente a todos los órdenes de la vida y caracteriza el clima moral del mundo helenístico. Esta nueva sensibilidad política, en la cual el éxito es la justificación de cualquier conducta, refleja, en el campo de la vida pública, el clima moral helenístico. Con el concepto de alta traición se modifica también profundamente la noción de soberanía estatal y la concepción del ciudadano: las autocracias (monarquías), en efecto, procuran desarrollar nuevos principios políticos, según los cuales, la actitud por excelencia del individuo es la subordinación y la fidelidad, en lugar de la independencia y el orgullo ciudadano, propios de los regímenes democráticos.

La crisis alcanza también la vida privada. Se advierte, en la disolución de la familia que es la consecuencia inevitable de aquel individualismo, que los cínicos exponían como ideal de vida ya en el Siglo IV y cuyos postulados caracterizarán toda la vida económica y social helenística.

La actitud filosófica: Frente a la crisis moral, sea para evadirse de ella, o para resolver los problemas de conducta que plantea el mundo helenístico postula un ideal de vida erigido sobre la base de un rígido esquema ético. Las escuelas filosóficas sistematizarán sus rasgos distintivos, así escépticos; epicúreos y estoicos responden con una actitud filosófica a la duda creada por la crisis moral. Lo que había de común entre ellas es la preocupación por el individuo y por los problemas que suscitaba la conducta moral. Para ellos “el sabio” es ante todo un ser renunciante. Esta es la estructura ideal de la vida, que se erigía como modelo y que los tres tipos filosóficos consideraban que el sabio debía alcanzar la

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“ataraxía”, una indiferencia radical con respecto a las cosas que atraen al hombre sensible. El estoico imponía la búsqueda de la virtud en la que se veía el impulso espontáneo del Ser. El epicúreo, sostenía que para buscar la sabiduría era necesario alcanzar el placer, la tranquilidad activa del ánimo a la que solo podía llegarse por la renuncia al exacerbado goce sensual, al deseo vehemente o al temor ciego. El escéptico, por su parte, propugnaba el renunciamiento y la resignación como camino para lograr la ataraxia. El sabio era para ellos la encarnación de un tipo de vida dominado por la aspiración del individuo a desligarse cada vez más del mundo exterior. Pero esta condición de acentuar la soledad individual, incidía luego sobre la vida social, modificándola en la medida que creaba en su seno una comunidad sin vínculos, cuya preocupación era evadirse de la naturaleza social que, anteriormente, había parecido esencial para el hombre. Esta actitud era rica en consecuencia. El logro de la tranquilidad del ánimo, de la apatía, suponía una actitud pasiva dentro de la comunidad: el hombre debía seguir la corriente de las cosas, no contraviniendo la ley. Esto equivalía a postular un indiferentismo político y social que, expresado dentro de un sistema por los filósofos, no hacía sino coincidir con el estado de ánimo colectivo que se venía formando desde el Siglo IV. Producto de las influencias de Oriente y de un cansancio secular, el hombre sufre un proceso de introversión, como consecuencia del cual se relaja su actividad pública, abandonando el control de la vida política a quién quiera aceptarlo.

El estoico debía fustigar el vicio y la maldad donde los encontrara. Para estos la vida pública era un objeto de preocupación porque allí es donde debía ejercitar su vocación ética, pero el objeto profundo de esa vocación era superar la preocupación por la vida pública concebida como una carga inherente a la naturaleza humana y no como ideal de convivencia. El estoicismo era una filosofía de élite y apenas podía trascender hacia círculos más amplios; el escepticismo y el epicureísmo, en cambio, si bien admitían un riguroso planteo filosófico, eran susceptibles, de una formulación popular, más o menos deformadas. Fue esta última la que conformó, en gran parte, el clima espiritual del Mediterráneo oriental desde el Siglo III.

El estoicismo había desarrollado la concepción cosmopolita de los cínicos, de raíz sofística, afirmando la afinidad de todos los hombres y la existencia de una ley natural, común a todos y puesta por encima de las determinaciones de la ley política. Sí el individuo renuncia al vínculo político de la polis, de la comunidad social en que vive, no es para permanecer solo sino para ingresar en otra comunidad menos estrecha, donde su libertad de acción no esté cohibida. Esta nueva comunidad es la humanidad, que prevalece por sobre la del ciudadano, la idea del hombre, previa a todas las determinaciones geográficas y sociales. Los estoicos y los escépticos afirmaban la existencia de una ley natural tal cual había sido señalada por la sofística.

La actitud religiosa: La actitud crítica, que había sido capaz de minar la base de la estructura estatal, hace presa también en las creencias religiosas y frente al escepticismo que provoca, parece imposible el mantenimiento de la ingenua fe en los antiguos dioses.

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El ataque de estoicos y epicúreos se dirigía hacia la noción tradicional y popular de la divinidad. Para Epicuro, la felicidad del hombre sólo podía esperarse de la liberación del miedo a las divinidades. Para Carneades, a su vez, las pruebas de la existencia de los dioses no tienen valor y afirma por eso lo absurdo de la religión popular. Esta nueva actitud crítica vio insinuarse, junto a ella y contemporáneamente, una nueva aptitud para la fe, que se satisfacía solamente con religiones de salvación. Son las religiones orientales, ahora conocidas en todo el Mediterráneo, las que parecen responder al nuevo tipo de apetencia religiosa. Desprendidas de sus sistemas originarios, ciertas creencias de salvación se desarrollan extraordinariamente y por esa vía, comienzan a fundirse elementos de viejas religiones extendidas ahora por vastos ámbitos. Así como la filosofía responde a la crisis moral de los grupos de la élite, grandes masas desesperadas o insatisfechas buscan en las nuevas promesas de la fe un último reducto que justifique la dura existencia.

La intención de esta ficha de cátedra es la de identificar continuidades posibles entre la matriz del pensamiento religioso que luego de varios Siglos se plasmaría en la hegemonía del cristianismo primero como religión oficial del imperio romano y posteriormente como eje fundamental para la legitimación del poder feudal en la Europa occidental.

Prof. Claudio Olivieri