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1'1\ s ntación 9

proximación a la democracia participativa . . . . . . . . 13I/I(/n Fernando Londoño

1 ,1 participación ciudadana:participación tutelada o participación abierta? 27

l uis Alberto Restrepo

I us límites de la democracia participativa . . . . . . . . . 39tuuricio García Villegas

',()u es la sociedad civil?:IIlIa mirada a Colombia 65Morgarita Bonamusa

l.as representaciones colectivassobre la sociedad civil en Colombia . . . . . . . . . . . . 89María Teresa Uribe

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El tema de la sociedad civil y todo el sistema moderno dereferencias que este asunto convoca, están al orden del día enColombia y han irrumpido con inusitada fuerza no sólo en eldebate político de los últimos años -del cual la constitución de1991 fue su punto culminante- sino también en las prácticasadministrativo-instrumentales de los gobiernos y en la accióncolectiva de los grupos organizados.

Este retorno, ambivalente por lo demás, de una categoríapolítica correspondiente al imaginario de la modernidad euro-pea del siglo XVIII, está profundamente ligado, tanto en Colom-bia como en el resto de los países occidentales, al declive delEstado y al desdibujamiento de la política y de los sistemas departido; la sociedad civil y la participación ciudadana se erigenentonces como la alternativa salvadora, como la panacea detodos los males que aquejan la sociedad de cuya situacióncaótica y conflictiva se acusa al Estado, a la política y a lospolíticos.

Este retorno ambivalente de la sociedad civil, esta búsquedaincesante de la participación ciudadana y comunitaria, está

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civil en Colombia

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\enmarcada en el antiestatismo y la despolitización; lo social seopone a lo político, la democracia participativa a la repre-sentativa, las organizaciones comunitarias a los partidos, losciudadanos a los políticos, 10 local comunitario a 10 nacional.

Parece como si el Estado y el sistema político hubiesen dejadode ser el centro, el eje estructurante de la sociedad, el sol entomo al cual gravitan y se organizan los demás subsistemas yese centro fuese ocupado ahora por la llamada sociedad civil o,en palabras de Cavarozzi, como si estuviéramos transitando deuna matriz estadocéntrica consolidada desde los años treinta conel modelo de estado interventor -asistencial- y fuésemoshacia una suerte de matriz sociocéntrica en la cual reinaría elimaginario de la sociedad civil, de los movimientos sociales yde la organización comunitaria (Cavarozzi, 1993: 25-38). Otroscomo Luhmann insisten en el advenimiento de una sociedad sincentro o sea sin núcleo rector que organice, ordene y regule losdistintos subsistemas de la vida social. De alguna manera todosellos pronostican la muerte del Estado, para el que no soplanbuenos vientos y, en su defecto, se pregona el florecimiento dela sociedad civil.

Lo que no está muy claro es a qué se alude cuando se evocaeste concepto y menos aún las representaciones colectivas y losimaginarios que en Colombia evoca esta noción. La historia delconcepto y de su corolario, la participación comunitaria, es muyaleatoria y soporta, como casi todas las nociones de la cienciapolítica, una polisemia de amplio espectro; sin embargo, esaespecie de arqueología del concepto está bien establecida y enel país existen excelentes ensayos al respecto; baste citar lostrabajos de Luis Alberto Restrepo (1990: 53-82) y Ana MaríaBejarano (1992) entre otros.

También se ha investigado en profundidad sobre el fenómenosocietal y antiestatista en las sociedades occidentales del pre-sente (Tenzerg, 1992: 1.725; Lechner, 1996: 104-114) y losanalistas del tema están de acuerdo en afirmar que a la comple-jidad originaria que suscita el concepto, habría que agregarle la

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de su recuperación ambivalente pues esta noción ha regre adoal escenario del debate actual por muy diversos y encontrad scaminos.

Ha regresado de la mano del neoliberalismo expre ado en lafórmula "más mercado y menos Estado", logrando una simbisis relativamente exitosa entre mercado, mundo de lo privado ysociedad civil. Para los neoliberales estos términos terminansiendo equivalentes; ha regresado de la mano de los defensoresdel Estado mínimo, que en nombre de las libertades privadas eoponen a las estrategias estatales de justicia redistributiva; haregresado también por las vías del postmodernismo que pregonano sólo la muerte de las ideologías y de los macrorrelatos sinoque induce a volver a lo doméstico privado, a las pequeñashistorias, a los localismos, a las comunidades de origen; pero,a su vez, esta recuperación ambigua de la sociedad civil haprovenido de cierta izquierda de perfil democrático que encon-tró en los movimientos sociales y las organizaciones comunita-rias la cantera renovadora de un socialismo estatista en francadisolución.

No sólo la historia del concepto ha sido reconstruida, tambiénla de su retorno ambiguo (López, 1992: 16-39), pero lo queinteresa ahora es el desentrañamiento de los usos e instrumen-taciones que en Colombia se han hecho de esta noción, y lasrepercusiones de distinto signo sobre el desenvolvimiento de lavida política del país en el presente, pues aunque Colombiacomparte con otros países del mundo occidental algunas carac-terísticas similares en este aspecto como el antiestatismo y eldescreimiento en los sistemas e instituciones de la política,presenta especificidades de mucho interés que vale la penaresaltar y poner a discusión.

La tesis que anima este texto es la siguiente: cuando enColombia se habla de sociedad civil y de participación comu-nitaria, más que a realidades fácticas y de impacto político, seestá apelando a representaciones colectivas a través de lascuales se pretende inducir procesos de cohesión, de identidad y

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de sentido democrático. Sin embargo, esas representacionecolectivas de la modernidad clásica en contextos históricodiferentes, marcados por otros códigos culturales, terminanproduciendo imaginarios ambiguos y fácilmente manipulablepor los grupos de poder que se disputan desde hace tiempo elcontrol político de la nación.

En otras palabras, lo que se pretende argumentar es que lainvención de la sociedad civil y de la participación comunitariaen Colombia, han propiciado microprocesos de organizaciónsocial de incalculable valor pero no han cumplido idénticafunción en lo que tiene que ver con su autonomía, con losprocesos de democratización, con el fortalecimiento de lopúblico y con la transformación de la manera de hacer políticaen el país.

En las líneas que siguen me propongo rescatar algunas de lasimágenes ambiguas que esta representación colectiva ha produ-cido entre nosotros, así como los alcances y las limitaciones delpropósito de crear sociedad civil en entorno s turbulentos yfragmentados y más que eso, de actuar como si la hubiese.

Antes, sin embargo, no está de más señalar dos advertencias:no se trata de hacer ninguna crítica a las organizaciones comu-nitarias o a los movimientos sociales "realmente existentes"; setrata de cuestionar el imaginario ambiguo que se ha formado ydivulgado en torno a la llamada sociedad civil. Además, se tratade una descripción muy esquemática que pretende resaltaralgunas tendencias muy generales pero que requiere múltiplesmatizaciones al respecto.

La sociedad civil como el lugar de la no política

La irrupción de las categorías de sociedad civil y participa-ción comunitaria en Colombia no son separables del triunfo deuna imagen de la sociedad concebida como comunidad integra-da, homogénea, identificada en torno a la pervivencia de valores

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comunes y de sólidas identidades culturales y organizada alre-dedor de propósitos de mejoramiento de las condicione devida, específicamente de aquellas ligadas al mundo de la nece-sidad.

Esta representación colectiva, inducida por los propagandistas del mode-lo, entre ellos los funcionarios públicos, algunos intelectuales y ciertaizquierda que quiso volverse propositiva para expiar el contestatarismode los años anteriores, poco tiene que ver con los diferentes paradigmasteóricos desarrollados a lo largo de trescientos años y es distinta tambiéndel imaginario clásico sobre sociedad civil concretado en el modelocívico (Lechner, 1996: 107).

Esto no tendría nada de particular pues cada sociedad elaborasus propios imaginarios y desarrolla procesos diferentes sin quetenga que ceñirse ni a los paradigmas ni a otras experienciashistóricas anteriores. Lo que se pretende señalar es que la ideade sociedad civil difundida en Colombia lleva implícita unaimagen de sociedad ideal, casi perfecta, que combina magistral-mente nostalgias del pasado como las del retorno a la comuni-dad tradicional, la recuperación de los viejos valores y elfortalecimiento de identidades de corte esencialmente socialesy culturales -no políticas-, amalgamadas con proyectos defuturo como los de fortalecer la democracia, establecer autono-mía en relación con el Estado y generar formas de convivenciay de tolerancia.

Pero lo más preocupante es que a esta sociedad imaginada sele confía la gran virtualidad de reformar procesos y comporta-mientos, de encontrar nuevos cauces para la creación de unentorno más justo, menos desigual y definitivamente más pací-fico.

Esta imagen ideal, esta metáfora de lo comunitario fue antetodo un recurso movilizador en tiempos de caos; una manera deimaginar de nuevo la sociedad aquejada por turbulencias, eri-zada de miedos y de amenazas; un proyecto explícito de recom-poner el tejido social roto y molecularizado; una manera deotorgarle alguna legitimidad y eficacia al estado de derecho, de

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proveer márgenes aceptables de gobemabilidad, de recrear lademocracia desde la base de la pirámide social; es decir, desdlas pequeñas comunidades locales y vecinales pero haciéndolosin el auxilio de la política y más que eso, de espaldas a todo loque pudiese evocarla.

De la imagen que convocó esta representación colectiva dela sociedad civil están totalmente erradicado s, tanto la acciónpolítica como quienes la representan y la gestionan: los políti-cos, los partidos, todos los aparatos públicos de intermediaciónentre la sociedad y el Estado y hasta la idea misma de políticaque no cabía en el nuevo imaginario.

El locus del discurso fue radicalmente antipolítico y lotérminos cívico y comunitario se convirtieron en una manera deseñalar distancias, de establecer fronteras, de producir diferen-ciaciones con un opuesto absoluto: la política, los políticos ylos partidos.

Es decir, el imaginario convocado por estas nociones ambi-guas de sociedad civil y participación comunitaria contribuyó agestar una contraimagen bastante negativa de la política, 10quetraducido a las claves de nuestra cultura -impregnada deteología y dualismo- significó la formación de dos ámbitosopuestos, uno bueno y el otro malo. Esta imagen negativa de lapolítica no se refería únicamente al desempeño de los partidostradicionales, de las clientelas y del uso privado de los recursospúblicos, lo que es perfectamente explicable en una situacióncomo la colombiana, sino que incluía una visión holística,ornnicomprensiva y totalizante del quehacer político, de cual-quier forma de ejercicio al cual pudiese dársele tal nombre. Lapolítica no existe en el horizonte de acción de las comunidadesorganizadas circunscritas a ámbitos locales y a la gestión deintereses parciales y fragmentarios, por lo tanto, el propósito dela sociedad civil no sería el de transformar la política sino el denegarla en su conjunto.

En este juego de espejos, la sociedad civil y las formasdirectas de la participación constituían la parte buena de la

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sociedad, la sana, la incontaminada, aquella que no era re pon-sable del derrumbe nacional y por tanto la llamada a alvar elpaís y a reconstruido. A su vez, la política, los políticos y lasformas de la representación constituían su contrario ab oluto,es decir el mal, y si la sociedad civil quería continuar con supropósitos de cambio debía evitar la política, no incursionar enese campo azaroso y alejarse de todo ese tipo de prácticas.

Han llegado a ser tan fuertes estas imágenes y contraimágenesque hasta los políticos profesionales empezaron a llamarse"cívicos" y a buscar alianzas con movimientos sociales yorganizaciones comunitarias para mejorar su deteriorada ima-gen pública y no es casual que los perfiles de los candidatos conmayor consenso electoral sean precisamente los que se sitúanen este registro.

Estos imaginarios ambiguos no resisten el más somero aná-lisis crítico y están muy lejos de lo que la realidad muestra enel día a día, pero jugaron en contra de los procesos de democra-tización y de reconstrucción del orden colecti va y común. Negarla política es sustraerse del espacio público, de la ciudadanía,de las grandes decisiones sobre el futuro, y esta sustraccióncuasi voluntaria permite la reproducción de las viejas formas dela política y del control social.

Ahora bien, esta contraimagen suscitada por nuestra particu-lar manera de pensar la sociedad civil, no sólo ha producidoefectos nefastos en la representación que los colombianos tene-mos de la política sino que ha afectado seriamente el devenir delos movimientos sociales y de las organizaciones comunitariaspues, de alguna manera, se los ha cargado con la responsabili-dad de transformar la sociedad, de cambiar el mundo, de resol-ver los problemas sociales, de darles salida a los desajustesestructurales, de relegitimar el Estado, de hacer gobemable lademocracia, ya que, al fin y al cabo, fueron imaginados comola panacea, como el nuevo paradigma de la acción colectiva yel imaginario que se formó en tomo a ellos fue más allá de suspropios intereses, del carácter particular de sus demandas y

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propósitos y de lo que objetivamente podían hacer en unasociedad turbulenta como la colombiana.

Lo que está en cuestión y lo que resulta pertinente debatirahora es si lo social puede sustituir enteramente a lo político; sies posible desde lo parcial, lo local y lo particularizado, gestio-nar, representar y hacer reconocer intereses colectivos, comunesy generalizables; si se pueden establecer relaciones con elEstado prescindiendo de lo público, que es por esencia político,y si se puede negar una instancia que si bien ya no opera comounificadora de la vida social, puede al menos "articular ycoordinar las diferencias" (Lechner, 1996: 107).

La sociedad civil, un nuevo sujeto colectivoy un nuevo sujeto normativo

El imaginario que se ha construido en tomo a la sociedad civille ha otorgado a esta un carácter de sujeto, de actor social, depersonaje con existencia propia y separada de los individuos ylos grupos sociales que la conforman. No se trata pues de unaidea abstracta, de un referente analítico y explicativo parapensar ese nuevo orden colectivo de las sociedades modernas,se trata de una concreción personalizada y dotada de las condi-ciones humanas del sujeto.

La sociedad civil, así pensada, se instala con carácter ée actorsocial totalizante, homogéneo e inclusivo y de la cual se esperauna acción determinada en situaciones de coyuntura. A lasociedad civil se le pide que hable, que actúe, que defina, quese manifieste como si fuese un sujeto con existencia real sin quepor ello los actores sociales -individuales o colectivos- sesientan incluidos o convocados en ese nuevo fetiche de lostiempos que corren.

Además de personalizado y subjetivizado, el imaginario am-biguo de la sociedad civil no evoca precisamente a los ciudada-nos, individuos iguales, libres, soberanos que entran en

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relaciones voluntarias de asociación y pactan conjuntamente lascondiciones de su vida en común. Con este imaginario se evocanmás bien sujetos colectivos, plurales y diversos, marcados porlas heterogeneidades y las diferencias, articulados fragmenta-riamente en tomo a identidades culturales o necesidades socia-les cuyos intereses y propósitos son difíciles de generalizar.

Estos nuevos sujetos colectivos son los actores centrales dela democracia participativa, convertidos mediante la constitu-ción de 1991 en sujetos normativos y son también los interlo-cutores de los gobiernos, que pactan con ellos la gestión deprogramas puntuales de mejoramiento social diseñados, la ma-yoría de las veces, desde ámbitos gubernamentales ajenos ylejanos.

Esta representación ambigua de la sociedad civil y un ciertoretorno normativo del sujeto colectivo al orden constitucional,de alguna manera vinieron a reemplazar otros imaginarios demucha importancia en la historia nacional: el de clase social,tan caro a los afectos de la izquierda; el de comunidad cristiana,preferido por los conservadores decimonónicos para oponerloa la noción de pueblo preferida por los liberales. Pero ningunode estos imaginarios ha logrado evocar al ciudadano, que es lafigura central en los modelos cívicos y republicanos.

Estos sujetos colectivos, plurales, imaginados para actuar enespacios locales, circunscritos a objetivos parciales y fragmen-tados, que negocian con el gobierno la ejecución puntual de laspolíticas públicas y también su desobediencia y desorden, sonmás cercanos a nuestra realidad social pero también más lejanosdel modelo cívico que se pretende alcanzar con la difusión delimaginario ambiguo de sociedad civil.

Esta tensión entre el modelo cívico y sus proyectos de cambioy los sujetos colectivos que se mueven en la realidad social, estácontribuyendo a acentuar tres tradiciones de mucho peso ennuestra cultura política: la de la personalización de los concep-tos globales a la que nos referíamos antes, la del "pactismo" yla del localismo.

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El pactismo alude a la relación que se establece entre elEstado -el soberano- y los cuerpos, las corporaciones y lacomunidades y las organizaciones sociales de diverso tipo en elantiguo régimen, relaciones de las cuales está ausente cualquierforma de intermediación política y pública; pactos que entrañanderechos consuetudinarios y fueros tradicionales que ambapartes deben respetar. Esa tradición pactista se renueva dealguna manera en la relación directa y sin intermediación polí-tica que se establece en el presente entre los sujetos colectivosy el Estado. Lo que resulta de estos múltiples pactos no es unorden colectivo, común y público, sino un equilibrio precario ymuy conflictivo al que Fernando Escalante Gonzalbo (1993:129) llama, "la negociación del desorden", única posibilidad degarantizar la estabilidad del régimen político y el ejercicio delcontrol social en sociedades tan complejas, fragmentadas ydesiguales.

La segunda tradición de la cultura política que se reencuentraen el imaginario de la sociedad civil es el localismo; lugarfundante de nuestro desarrollo político desde la independenciay trama social donde se formaron y alimentaron las clientelas ylos gamonalismos. El localismo vuelve con inusitada fuerzaahora, no sólo porque 10 local es el universo de gran parte deestos sujetos colectivos, sino también porque es en los microes-pacios donde el modelo de democracia directa y participativase hace posible.

Estos sujetos colectivos, de cuya importancia y significaciónnadie puede dudar, como tampoco de su papel dinamizador dela vida local, cuentan con ciertas restricciones que quedanveladas y obscurecidas por el imaginario ambiguo que loscoloca en la vanguardia de la transformación del orden vigente.Limitaciones referidas a los alcances de sus intereses específi-cos, por 10 general circunscritos a las necesidades insatisfechas,por el sentido parcial de sus propósitos, así éstos sean de corteuniversalista -grupos feministas, ecologistas, defensores delos derechos humanos, pacifistas-, por el ámbito restringido

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sobre el cual piensan y actúan -localidades, vecindarios, re-giones-, por el carácter sectorial de sus demandas y, porúltimo, por sus nexos circunscritos o a sus pares o iguales o alas entidades gubernamentales, 10 que de hecho los priva deconfrontarse en espacios amplios y públicos, es decir, los espa-cios de la política con intereses y actores diversos y antagónicos.

De ese imaginario y de la manera como reinventa las accionesy las prácticas sociales de los actores colectivos, no sólo estánausentes nociones tan importantes como la política sino refe-rentes espaciales como la nación y asuntos centrales como lasgrandes decisiones: las macroecónomicas, las de la paz o laguerra, las de los proyectos políticos de futuro -si los hubie-se-, las de las grandes reformas sociales -agraria, urbana,fiscal, administrativa, de justicia-, y de los grandes hechosnacionales -la violencia, la corrupción, el narcotráfico, laimpunidad-o

Una expresión de esto es el silencio de la llamada sociedadcivil frente a los intentos de reformar la constitución de 1991,que consagró como principio filosófico el de la participación,que elevó a los sujetos colectivos a la condición normativa yque fue elaborada con una significativa representación de 10queaquí llamamos sociedad civil, lo que indica de alguna maneraque los sujetos colectivos que existen en la realidad no se sientenidentificados con ese imaginario y no reconocen en la consti-tución actual una garantía para su ejercicio político.

Quizá por ello, este imaginario ambiguo no constituye ningún, riesgo para el ejercicio tradicional de la política ni para losviejos poderes enquistado s en el Estado. La despolitizaciónunida a la escasa dimensión pública, es decir, común y colectiva,del imaginario sobre la sociedad civil, la hace perfectamentefuncional al viejo régimen político y a las prácticas clientelistasy corruptas del sistema de poder.

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El imaginario de la autonomía de la sociedad civil

Uno de los registros centrales del imaginario sobre la so idad civil está referido a la capacidad autonómica de esta y alsentido horizontal y democrático de sus relaciones con el E tudo. Pero la situación cuasimolecular de estos actores colectiv s,su despolitización y su situación marginal con relación a lopúblico, los sitúa de hecho en una posición de desventaja y dvulnerabilidad frente a su principal interlocutor, el gobierno, yfrente a otras fuerzas políticas y armadas de dimensión nacional-guerrillas, paramilitares, partidos políticos-, desventaja quabre interrogantes serios en tomo a la autonomía y a la horizon-talidad que este imaginario ambiguo les atribuye a la sociedadcivil y a los sujetos colectivos.

Esta autonomía queda parcialmente desvirtuada cuando seconstata que el nexo que se establece entre la llamada sociedadcivil y el Estado es de carácter esencialmente instrumental yadministrativo. Es bien sabido que estas organizaciones y suje-tos colectivos -al menos aquellos que no han tenido su génesisen el gobierno- pueden tomar sus propias decisiones, definirsus propios rumbos y perfilar sus acciones colectivas de acuerdocon sus dinámicas internas; pero cuando se ponen en contactocon los aparatos de gobierno, el quehacer de estos sujetoscolectivos se instrumentaliza y se circunscribe al ámbito de lagestión de proyectos puntuales, así ellos hubiesen sido diseña-dos con la presencia de estas organizaciones y los actoreshubieran conseguido algún grado de incidencia en las decisio-nes que se toman al respecto de dichos proyectos.

A su vez, la instrumentalización también actúa en sentido.contrario, los actores colectivos negocian con los organismosde gobierno aquello que les interesa, son capaces de repetir eldiscurso que los funcionarios quieren oír, se comprometen conlas agendas que se les propone sin que ello signifique queacepten sus reglas de juego, ya que a menudo juegan con

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distintas lógicas de acuerdo con las circunstancias en las que lestoca actuar.

El sentido instrumental y administrativo de los nexos queunen ambas partes es un asunto de carácter más técnico quepolítico, y puede producir buenos rendimientos tanto en laeficiencia administrativa del Estado como en la solución de lasnecesidades específicas de los actores sociales, pero no reem-plaza la dimensión pública y común indispensable para pensarcualquier forma de autonomía. Además, en los ejercicios ges-tionarios o si se quiere autogestionarios con presencia guberna-mental, casi siempre se insinúa una relación más vertical quehorizontal, así se trate de la participación de actores colectivosen las juntas directivas de las empresas de servicios públicos,en las juntas administradoras locales y en los consejos adminis-trativos de planeación, que son las experiencias de mayor ám-bito y cubrimiento en la historia reciente del país.

El otro aspecto que pone en cuestión la supuesta autonomíade la sociedad civil o de los sujetos colectivos, es que pese aafirmaciones en contrario, los que entran en relación no sonprecisamente la sociedad civil y el Estado, sino actores socialesespecíficos y gobierno y más que con el gobierno en su con-junto con ramas menores o colaterales de ese frondoso árbolburocrático del ejecutivo. Así, si bien en los asuntos puntualesde esa relación pueden darse procesos de relativa autonomía delos actores, ésta se diluye cuando se mira la acción del gobiernoen su conjunto, sobre la cual los sujetos sociales no tendránmayor controlo incidencia.

El nexo predominantemente instrumental entre los actoressociales y algunas ramas del poder ejecutivo en sus diferentesniveles, de hecho está enfrentando diversas lógicas y racionali-dades que, además, se mueven a distintas velocidades: la ma-crológica totalizante del poder del Estado y la micrológicamolecular de las organizaciones y los movimientos sociales. Laprimera tiene la virtualidad de marcar el ritmo del devenir socialy manejar, formal o informalmente, muchos de los hilos del

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poder público; la segunda puede lograr controles más o m no-.importantes en asuntos puntuales y semiprivados pero de he 1111

está desconectada y ausente de la dinámica del aparato gub I

namental en su conjunto y totalmente ausente de dos de laramas del poder publico: el legislativo y el judicial. De allí qula mayoría de las veces estos actores sociales terminen inscrito.en las redes de los poderes burocráticos y subsumidos en Inmacrológica del poder y de la necesidad de controlar la sociedady el territorio.

Pero no es únicamente frente al gobierno donde la autonomíade la llamada sociedad civil se pone en cuestión: también lo e t.con relación a los poderes armados que se disputan el contr Idel territorio nacional. En las zonas de influencia guerrillera, la.organizaciones y los actores sociales terminan subordinados ala macrológica de la relación amigo-enemigo (Schmitt, 1993:125-131) y de poco valen sus declaraciones de "neutralidadpolítica" e igual cosa ocurre en las áreas de "reconquista para-militar", donde además de obligar a la población a inscribirseen sus propuestas de guerra, le están ofreciendo proyectos demejoramiento social y desarrollo económico, es decir, se estánerigiendo en los nuevos interlocutores de los actores socialesque continúan viviendo en las zonas controlados por ellos

El imaginario de autonomía de la llamada sociedad civilqueda pues bastante desvirtuado y en su defecto lo que seadvierte es un cúmulo de actores sociales, desiguales y sinreferentes políticos de identidad, que se articulan y rearticulana los poderes políticos y armados de una manera fluida ycambiante de acuerdo con los resultados precarios y contradic-torios de la lucha por el territorio y por la redistribución de losrecursos del poder público.

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A modo de conclusión

El ambiguo imaginario que corre hoy en Colombia sobre lasociedad civil y sus virtualidades, más que en apoyo de proce-sos de democratización y redefinición de las maneras y losmodos de hacer política, parece estar jugando a favor de lasestrategias neopopulistas (Navarro, 1996: 90-104) o autoritariasciviles que se vislumbran en el horizonte nacional de los próxi-mos años y muy acordes con el perfil de los nuevos mandatarioslatinoamericanos. Estrategias que se definen también por lanegación de la política, el desprecio hacia los partidos y losparlamentos, el uso informal y privatizado de lo institucional,el escaso respeto por las normas legales y la búsqueda de sujetosprovidenciales que sean capaces de imponer el orden y laseguridad.

Para estos futuros mandatarios -neopopulistas o autorita-rios- la estructura molecular y desagregada de la sociedadresulta de mucha utilidad pues les permite prescindir de losintermediarios tradicionales bastante desprestigiados y apoyar-se en nuevos intermediarios con redes sólidas de lealtadescomunitarias con los cuales sea posible estableces nexos instru-mentales y puntuales y pactar o negociar, no un orden colectivoy común, sino sus diferencias particulares en aras del logro demínimas estabilidades socioeconómicas.

En lugar de esa imagen ideal de una sociedad civil cohesio-nada, articulada, regida por criterios éticos y republicanos, queestablece relaciones políticas con un Estado legitimado, lo queexiste en la realidad es una yuxtaposición de mundos diferentes,de micrológicas y macrológicas que se mueven a velocidadesdistintas; de diversos grupos con pretensiones particularistas;de autoridades legales e ilegales en competencia donde no sevislumbra un principio ordenador de los conflictos sociales o delas relaciones colectivas y donde el Estado y su organizaciónjurídica no logran ser mediadores institucionales.

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En estos contextos turbulentos no tiene mucho sentido seguirhablando de sociedad civil, al menos como se la ha pensadoimaginado en Colombia, pero lo que tiene mayor riesgo e.seguir actuando como si ella existiera.

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PARTlClPACíON