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CONTENIDO EDITORIAL 3 DIMENSIÓN REGIONAL DE LA REVOLUCIÓN LIBERAL Enrique Ayala Mora 4 SUCESOS RECIENTE QUE PUEDEN INTERESAR AL PORVENIR 1912 Archivo Jacinto Jijón y Caamaño Banco Central del Ecuador 9 TERESA DE MONTERO. 1912 Pedro Reino Garcés 19 GÉNESIS Y VIGENCIA DE LOS SANGURIMAS Humberto E. Robles 21 ENCUENTRO DE DOS PRÓCERES Dr. Manuel Hipólito Chaple de la Hoz 28 EL VERDADERO OLMEDO Guillermo Arosemena Arosemena 34 APROXIMACIONES A LOS IMAGINARIOS DE DON LUIS MARTÍNEZ Pedro Reino Garcés 47 DE TIERRA ADENTRO Con guitarras y amorfinos 53 RECORDANDO A RAMONCITO TINGO TANGO 56

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CONTENIDO

EDITORIAL 3

DIMENSIÓN REGIONAL DE LA REVOLUCIÓN LIBERALEnrique Ayala Mora 4

SUCESOS RECIENTE QUE PUEDENINTERESAR AL PORVENIR 1912Archivo Jacinto Jijón y CaamañoBanco Central del Ecuador 9

TERESA DE MONTERO. 1912Pedro Reino Garcés 19

GÉNESIS Y VIGENCIA DE LOS SANGURIMASHumberto E. Robles 21

ENCUENTRO DE DOS PRÓCERESDr. Manuel Hipólito Chaple de la Hoz 28

EL VERDADERO OLMEDOGuillermo Arosemena Arosemena 34

APROXIMACIONES A LOS IMAGINARIOS DEDON LUIS MARTÍNEZPedro Reino Garcés 47

DE TIERRA ADENTROCon guitarras y amorfinos 53

RECORDANDO A RAMONCITOTINGO TANGO 56

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EDITORIAL

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DIMENSIÓN REGIONAL DE LA REVOLUCIÓN LIBERAL

Enrique Ayala Mora DPhil (PhD) Oxon*

La “invasión” de la Sierra

Era el año 1895. El 5 de junio se había realizado el pronuncia-miento de Guayaquil que pro-

clamó la jefatura suprema de don Eloy Alfaro, líder del liberalismo ra-dical. En julio y agosto la guerra ci-vil estaba en auge. Alfaro avanzaba desde la costa hacia el interior con un ejército que intentaba imponer la transformación liberal en todo el país. El Gobierno conservador de Quito, por su parte, se aprestaba a sofocar la insurrección.

En medio del conflicto, Alfaro pro-puso al general Sarasti, jefe del ejér-cito gubernamental, que trataran de “suavizar” los rigores de la guerra. Sarasti contestó que no podía declinar sus obligaciones y añadió, seguro de su victoria:

No dudo, será el ejército que va a a combatir por sus hogares, en una comarca invadida por agresores, ha quienes no han inferido el menor agravio los pacíficos, pero valerosos habitantes de la sierra.

* Rector y profesor de Historia de América Latina, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador.

Al ser calificado de “invasor”, Al-faro respondió rechazando el “pro-vincialismo intruso” de su adversario. Declaró que su causa era la de la honra nacional que no podía ser considerada “más bien costeña que interiorana”. Don Eloy reivindicaba la Revolución liberal como un hecho de alcance na-cional. Así lo fue pero, no cabe duda de que como todas las grandes trans-formaciones del país, ésta tuvo una fuerte dimensión regional.

Desde fines de la Colonia se había consolidado una organización econó-mica y política regionalizada. Quito, Guayaquil y Cuenca fueron ejes de esas regiones que por décadas coexis-tieron en medio de conflictos y acuer-dos. La Sierra Centro Norte y la Sierra Sur, dominadas por el latifundismo tradicional, eran predominantemente conservadoras. En tanto que en la Cos-ta, vinculada al comercio internacio-nal, era el centro de la agitación liberal.

Durante el siglo XIX las insurrec-ciones y las guerras tuvieron una base regional. En 1845 Guayaquil fue el centro de la reacción antifloreana que, cuando triunfó, cambió incluso el tricolor colombiano por la bandera de Guayaquil, como símbolo del país. En 1860, en cambio, el poder quiteño con García Moreno a la cabeza, tomó Guayaquil e impuso un nuevo régi-

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men que volvió a adoptar el tricolor. En 1876, la revuelta y la guerra civil vinieron de Guayaquil y la Costa. Entonces Quito fue derrotada y ocu-pada. En 1895 se repetía el enfrenta-miento político con su carga regional.

El carácter de la Revolución

El sostenido incremento de la ex-portación cacaotera y del comercio de importación trajeron consigo un proceso de acumulación cada vez más significativo de capital, al mismo tiempo que más estrechas vinculacio-nes con el mercado mundial. Se conso-lidó así el predominio de los sectores capitalistas dinámicos de la economía nacional y la implantación de lo que se ha dado en llamar el “Modelo pri-mario agroexportador”, bajo el que se mantuvo la regionalización del país, pero se rearticularon diversas formas de producción, desde las más tradicio-nales hasta las más modernas, que sig-nificaron la ampliación de relaciones de tipo salarial no solo en las ciuda-des, especialmente en Guayaquil, sino también en algunos espacios rurales.

El auge de las exportaciones cacao-teras provocó la consolidación, al in-terior de la oligarquía costeña, de una fracción de comerciantes y banqueros, diferenciada de los propietarios rura-les. Ese grupo, al que podemos llamar con propiedad burguesía comercial, fue el sector que logró la dirección política con la “transformación” libe-ral. En el golpe de Estado y la guerra civil de 1895, sin embargo, aunque el beneficiario político fue la burguesía, los sectores sociales más dinámicos

fueron el campesinado costeño, movi-lizado en las montoneras, los artesa-nos, especialmente de Guayaquil y la intelectualidad media liberal divulga-dora de las ideas radicales.

Esta fue una etapa de consolida-ción del Estado nacional en el Ecua-dor. Ello supuso, por una parte, un programa orientado a la integración económica de las regiones natura-les mediante obras como el Ferroca-rril Guayaquil-Quito. Por otra parte, el proyecto liberal trajo también la transformación política-ideológica de mayores proporciones registrada en el país. El Estado recobró el control sobre amplias esferas de la sociedad civil; la regulación del contrato ma-trimonial, al beneficencia, etc., fueron violentamente arrebatadas de manos clericales y confiadas a una nueva bu-rocracia secular. Del mismo modo, la Iglesia fue despojada de una buena parte de sus latifundios mediante la llamada Ley de Manos Muertas.

La Revolución liberal significó un gran salto. El predominio político e ideológico de la oligarquía clerical- reaccionaria fue desmontado por la burguesía y sus aliados, cuyos meca-nismos de dominación y reproduc-ción ideológica suponían el estable-cimiento, al menos en principio, de ciertas garantías de libertad de con-ciencia de educación. No puede em-pero hablarse de una “transformación frustrada” o de una “traición a credo liberal”. La Revolución halló sus lími-tes en los de su principal protagonista. Es decir, que estuvo determinada por los intereses de la burguesía que ni

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necesitaba arremeter contra la estruc-tura latifundista de la Sierra ni podía abolir el poder regional terrateniente.

Derrotadas, pero no destruidas en su base económica fundamental, las fuerzas del latifundismno cerraron filas alrededor de la Iglesia católica, afecta-das en sus más caros intereses. De este modo, el conflicto político de la época se dio entre el Estado liberal, que expre-saba los intereses de la burguesía y con-solidaba su poder gracias al soporte de ejércitos y grupos medios, y la Iglesia católica, dirigida por el clero y la vieja aristocracia, respaldados por sectores artesanales organizados.

Alfaro, figura necesaria

En los años noventa del siglo XIX, el general Eloy Alfaro se había vuel-to una figura legendaria del movi-miento radical. Combatió por años en el campo y en la prensa contra el régimen, hasta que fue nombrado, en su ausencia, Jefe Supremo por el pro-nunciamiento del 5 de junio de 1895. Como tal dirigió la campaña militar triunfante que instauró el liberalis-mo en el poder. Conforme las inicia-les reformas fueron implantadas, los conflictos con la Iglesia arreciaron. La conspiración conservadora mantuvo en alerta al Gobierno, empeñado en fundar centros de educación laica y construir el ferrocarril. En 1901 se pa-tentizó la división liberal. El general Plaza, elegido presidente de la Re-pública, fue constituyendo su fuerza propia. El alfarismo tenía cierto sesgo popular, tanto que el placismo venía a ser la alternativa oligárquica.

Plaza llevó a cabo las reformas anticlericales más radicales. Al fin de su gobierno intentó impedir la vuelta de Alfaro, pero el Viejo Luchador lle-gó una vez más al poder, por vía del golpe. En la segunda administración alfarista (1906-1911) se emitió la Cons-titución de 1906, la Carta Magna libe-ral, y se concluyó la titánica obra del Ferrocarril trasandino. Luego de dejar el poder en 1911, y de una efímera au-sencia en Centroamérica, Alfaro vol-vió al Ecuador intentando ejercer el arbitraje en una situación conflictiva. Tomado preso luego de una derrota militar, se lo condujo a Quito con va-rios tenientes, en enero de 1912. Allí fueron bárbaramente asesinados y sus cadáveres incinerados por las turbas, agitadas por una oscura alianza del gobierno dirigido por sus adversarios liberales, masones reaccionarios, curas y derechistas furibundos.

Las transformaciones implanta-das por el liberalismo (separación de la Iglesia y el Estado, educación laica, libertades de conciencia y cuto, etc.) fueron innovaciones políticas e ideológicas, orientadas a consolidar mecanismos de reproducción del sis-tema capitalista en ascenso. Con ellas la burguesía comercial aseguró su control del Estado, garantizando con-diciones favorables a la integración de los mercados internos y a la vin-culación cada vez más estrecha con el capital monopólico internacional. Con ello se acentuaba la situación de-pendiente del país respecto al impe-rialismo. Creadas estas condiciones, el impulso ascendente de la Revolu-ción liberal se volvió peligrosa para

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las estructuras de dominación. Al ini-cio, en el 1895, los notables de Guaya-quil aceptaron con reticencia y como mal necesario el liderazgo de Alfaro. Diecisiete años después, en 1902, el caudillo se había vuelto disfuncional y peligroso. Su muerte se volvió una necesidad de la dominación.

Desplazamiento regional del poder

La Revolución liberal fue conse-cuencia de la lucha social y política, de la modernización de la economía y la sociedad ecuatorianas, de los cam-bios internacionales y de la realidad regionalizada del Ecuador. Pero, a su vez, tuvo efectos en la estructura de las regiones y su relación.

Como se ha sugerido ya en este artículo y lo han afirmado muchos de los estudios históricos del país, la con-secuencia regional más visible fue un desplazamiento del poder político. En efecto, con la “trasformación” del 1895, la dirección política pasó a la alianza liderada por la burguesía comercial y bancaria de Guayaquil, que articuló al latifundismo y campesinado costeños, artesanos, grupos medios. El poder del Estado se desplazó regionalmente a la Costa, en especial a Guayaquil, pero el régimen liberal buscó alianzas en la Sierra con sectores terratenientes y medios que, junto a la intelectualidad radical del interior del país, fueron sus-tentos regional de la transformación. También se ha hablado del gran triun-fo que significó la construcción del fe-rrocarril Guayaquil-Quito, que unió en forma permanente a las dos regiones del país y, con el tiempo, logró intensi-

ficar el comercio interregional. Aunque nunca fue rentable, el ferrocarril fue un elemento articulador de la nación.

Hay, en cambio, otros rasgos re-gionales de la revolución de los que se ha hablado poco. Por ejemplo, la elevación de los ingresos públicos, originada en los impuestos a las im-portaciones, trajo consigo un gran crecimiento del servicio público tanto en la Sierra como en la Costa. Pero, en la práctica, este hecho sumado al de-sarrollo del telégrafo en el territorio, acentuó el control desde la capital de los puntos más alejados del país, es-pecialmente del litoral.

La Revolución liberal trajo una ace-lerada modernización del Ecuador. En el estado laico, como en el resto del mundo, la modernización estatal se entendía como centralización. Entre 1895-1912 se centralizaron con fuerza y rapidez el Estado y la sociedad. Y, aunque esto pueda extrañar a muchos, el más entusiasta de este operativo fue don Eloy Alfaro, el presidente más centralista de nuestra historia.

Al desplazar del poder central al latifundismo tradicional y trasladarlo a la burguesía y sus aliados, la Revo-lución liberal alteró el esquema políti-co y centralizó el poder económico en Guayaquil. Pero al mismo tiempo, al desarrollar el aparato burocrático es-tatal, robusteció a Quito como capital. Fue así como ambas ciudades ganaron y se consolidó el “bicentralismo” eco-nómico y político que caracterizó al país durante todo el siglo XX. Quito se consolidó como la “capital política” desde donde se dirigía la administra-ción pública. Guayaquil, en cambio,

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fue la “capital económica” del país. Allí se asentaban los bancos más po-derosos, monopolistas de la emisión y acreedores del fisco, y la aduana, la ofi-cina pública más grande del Ecuador.

Con el liberalismo se dio un giro poco estudiado en el desarrollo del Estado ecuatoriano. En el siglo XIX, el Ejército fue predominantemente serrano, pero la mayoría de sus efec-tivos estaban asentados en la Costa para controlar la agitación liberal. Luego del 1895 muchos de los radica-les y montoneros se incorporaron al Ejército nacional que desde entonces se identificó como liberal. Su distri-bución regional varió porque se hizo necesario establecer guarniciones en las capitales serranas para prevenir la reacción conservadora. Aun así, la mayoría de la oficialidad y la tropa si-guieron siendo serranas.

El régimen liberal impulsó la secula-rización de la beneficencia, pero lo hizo con una diferenciación regional. Apoyó en la Costa el funcionamiento de la Jun-ta de Beneficencia de Guayaquil, que era “municipal”, pero en la práctica privada. En la Sierra, en cambio, creó la “Asistencia pública” como una institu-ción estatal con los bienes eclesiásticos estatizados. De esta manera, se conso-lidó una diferenciación regional en el manejo de la beneficencia pública.

Los Gobiernos alfaristas promo-vieron el desarrollo de las organiza-ciones de trabajadores. Éstas se mul-tiplicaron, pero también con un claro sesgo regional. En la Costa se alinea-ron con el liberalismo. En la Sierra, en cambio, apuntalaron la reacción con-servadora clerical.

Otra dimensión regional

La transformación liberal tuvo también impacto en la regionalización concebida de otra manera, es decir, no definida por la oposición de las grandes ciudades (Guayaquil, Quito, Cuenca) y sus áreas de influencia, sino como consolidación de regiones defi-nidas dentro del espacio nacional. Ya desde las luchas montoneras, el com-portamiento político de Manabí y Es-meraldas fue característico. Se gestó allí una tradición contestataria e insur-gente en el litoral norte, que se mantu-vo hasta el siglo XX. Con el triunfo de la Revolución en 1895 y la consagra-ción de Alfaro como gran figura na-cional, ratificada por su horrible pero heroica muerte, Manabí logró un refe-rente identitario que se ha desarrolla-do hasta nuestros días. Manabí no es solo una provincia, sino también una verdadera región con raíces, estructu-ra económica, cultura y hasta comida características. Y la figura de don Eloy junto con el alfarismo viene a ser uno de sus rasgos más visibles.

La Revolución que se inició en 1895 profundizó el enfrentamiento liberal-conservador y puso las bases para el surgimiento de los modernos partidos políticos en la década de los veinte. Por años, el Partido Liberal predominó en la Costa, en tanto que el Conservador era fuerte en la Sierra. Y ese fue uno de los rasgos más visibles de la políti-ca ecuatoriana hasta la segunda mitad del siglo XX, que concluyó dejando a nuestro país regionalizado, pobre y convulsionado, pero unido al fin y al cabo como proyecto nacional.

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Hoy la ciudad de Quito ha sido el teatro de la más horrible venganza que registra la his-

toria ecuatoriana, y tal vez de la Amé-rica toda.

Desde el día de ayer se susurraba que llegaban en la noche los cabecillas de la Revolución de Guayaquil. Esta mañana se dijo que los presos habían sido entrados por la madrugada y que estaban ya en el Panóptico: esto se aseguraba por lo menos de don Eloy Alfaro. Todo el pueblo se apres-taba a recibir a los batallones “Carchi y Pichincha” que debían entrar hoy victoriosos, cuando a las 12 del día se supo que los presos no habían entra-do aún y que la noticia que había co-rrido, la había divulgado el Gobierno para seguridad de los presos.

Estos, en efecto, no habían entra-do aún, y en ese momento llegaban a Quito. El Gobierno había tomado todas las medidas de prudencia que exigían la irritación en que estaba la plebe, y la seguridad de los presos, que venían escoltados por el batallón Marañón tan querido del pueblo.

Los presos entraban a Quito por Chillogallo; eran estos seis: el Gral. Eloy

Alfaro, Gral. Medardo Alfaro, Gral. Flavio E. Alfaro, Gral. Ulpiano Páez, Gral. Manuel Serrano y Crnl. Lucia-no Coral, redactor responsable de El Tiempo. Estos presos llegaron sin ma-yor novedad en un automóvil blanco, conducido por un francés llamado

SUCESOS RECIENTES QUE PUEDEN INTERESAR AL PORVENIR, 1912

Archivo Jacinto Jijón y CaamañoBanco Central del Ecuador

Quito-Ecuador

General Eloy Alfaro Delgado

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Habert al Panóptico, a pesar de una muchedumbre de gente que vocifera-ba y lanzaba los proyectiles que podía contra el automóvil.

Los soldados que custodiaban a los presos hacían tiros al aire para ahu-yentar a la gente, que hacía caso omiso convencidos de que no … al culto. A la bajada, el Crnel. Sierra, jefe del “Ma-rañón” fue ovacionado por el pueblo. Bajó también y el automóvil, y ya iba siendo víctima del furor de la gente el conductor Habert, que, para sincerarse, decía que había sido llevado con enga-ño, y que tuvo que traer a los presos, aun a costa de su vida. Yo estaba en se momento en el automóvil, en el que me había subido para regresar a mi casa.

El ministro de Gobierno, Dr. Díaz subió a pie con una escolta, para tra-tar de apaciguar al pueblo y yo le oía decir “que él respondía por las segu-ridades del pueblo”. Le dijeron en-tonces que no creían en sus promesas porque la escolta de Alfaro acababa de matar a uno y de herir a otro, de entre el pueblo.

A poco rato volvió a bajar el Dr. Díaz, y yo me retiré en el automóvil como he dicho.

Estando ya en casa, a cosa de las 12 ¼, ya se dijo que acababan a don Eloy Alfaro. Enseguida circuló la no-ticia de que habían eliminado a todos los presos.

Luego, un rumor inmenso: la ple-be, ebria de sangre, un populacho enorme, loco, delirante, se echaba desde el Panóptico, por la carrera Ro-cafuerte, hacia Santo Domingo.

Yo corrí a la calle: vi a uno de la luz eléctrica con una escalera, y lo hice entrar a mi casa: hice arrimar la es-calera a la tapia del jardín y subimos Alberto Mena, Carlos Mena, y yo. An-helante por ver, yo no me detuve, y por el techo me fui hasta la esquina, a tiempo para alcanzar a ver pasar el cuerpo de don Eloy Alfaro, que fue el que primero bajaron.

Iba el cadáver desnudo de cintu-ra arriba; en las piernas conservaba un calzón azul de paño: al lado de la boca, en el lado izquierda tenía una herida que no pude saber si era de balazo o de arma blanca. La cabeza parecía tener triturados todos los hue-sos del cráneo, de tal manera que tem-blaba como una bolsa de gelatina: mil años viviré, que no olvidaré nunca lo que he visto.

Gral. Flavio Alfaro

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No. 32 • Un encuentro con la historia

En la caja del cuerpo que iba des-cubierto, yo no pude ver herida algu-na, aunque decía que tenía una en la tetilla izquierda. Vi, sí, manchas de sangre en el pecho, pero no me parecieron sino provenientes de la herida de la cara.

Al ver pasar esa masa horripilante, no pude con-tener un gesto de horror: me llevé instintivamente las manos a la cara y se me escapó un grito: ¡Qué horror!, exclamé, pero en-tonces, un individuo me increpó: Canalla, ajo!, me gritó, apuntándome con un revólver. Entonces, comprendien-do el peligro, me saqué el sombrero, y grité: ¡Viva la Constitución! y aplau-dí, lo que me salvó: Ah, ¡esos aplau-sos son para mí, fierros candentes que se clavan en mi conciencia! Mi excu-sa es el estar medio loco, abrumado, y aún más, el que ya el cadáver des-apareció de mis vista, llevado por la muchedumbre, y fue ganado por el alma delirante de las masas que me saludaba…

Luego, tambaleante, presa de un horrible temblor nervioso, no pude resistir más, y bajé anonadado, en-fermo, presa de un sudor frío que me recorría los miembros.

Entonces me encerré en mi cuarto, de donde alcanzaba a oír los gritos de la muchedumbre que arrastraba los cuerpos de los otros presos.

Por la tarde salí y fui a ver los cuerpos que estaban quemándose en El Ejido.

Había allí, a las 4 ½ que llegué, cuatro piras ardiendo. Levanté un plano aproximado del lugar que es éste:

En el No. 1 estaban Eloy Alfaro y Luciano Coral; en el No. 2, el Gral. Manuel Serrano; en el No. 3 el Gral. Ulpiano Páez; en el No. 4 Flavio y Me-dardo Alfaro. En el No. 5 había sido puesto Medardo, pero, como se apa-gara, habían trasladado el cadáver a la hoguera en que estaba Flavio.

A la hora en que yo vi este terri-ble espectáculo, el fuego estaba ya casi apagado; no había ya llamas sino apenas brasas de candela: los cuerpos medio carbonizados, con la propia grasa entretenían al fuego expirante, lo que producía mucho humo, de un olor nauseabundo.

Muy poca gente había quedado en El Ejido a esa hora, en cada hoguera había un pequeño grupo de curiosos, que en ninguno pasaría de 20…

El aspecto de los cadáveres era distinto en cada pira, en la primera, el que estaba más consumido por el

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fuego, era don Eloy Alfaro. Coral también estaba incognoscible. Los dos tenían carbonizadas las cabezas, el tronco del cuerpo y los muslos: don Eloy tenía una canilla enteramente carbonizada, los pies y las manos de los dos, contraídos horriblemente, es-taban casi intactos. Esta hoguera pa-rece ser la que más combustible tuvo, y, por ende, la que más destruyó los cadáveres.

En la segunda, el Gral. Serrano también estaba bastante quemado: era imposible reconocerlo.

En la tercera el Gral. Páez era reco-nocible tan solo por la blancura de la piel en las parte en que el fuego no lo había tocado como, también, porque te-nía el cráneo enteramente destrozado: el fuego en esta hoguera había obrado muy imperfectamente, pues pies y ma-nos estaban enteramente blancos.

La cuarta hoguera, que cuando yo la vi, contenía los cadáveres de Flavio y Medardo Alfaro, es la que menos había ardido, y la que tenía mayor cantidad de fuego, pero sin llegar a hacer llamas. Esta hoguera era la que más curiosos, y la que ofrecía el espec-táculo más macabro. En ella se veía a Flavio perfectamente reconocible; en la cara no tenía nada, solo un tanto chamuscada por el fuego, sin pelo ni bigote. Estaba boca arriba, y tenía una enorme herida, como de una cuarta en el pecho: por ahí le salían las vís-ceras. En el vientre tenía otra herida, por donde asomaban los intestinos.

A Medardo Alfaro no le pude ver la cara porque estaba boca abajo: no le vi, por la misma razón, sino una heri-

da, que paresía de puñal en la región del hígado. Lo pude reconocer por la conformación del cráneo, porque me había llamado la atención cuando lo conocí hace dos años. Medardo es-taba montado sobre Flavio, en la ac-titud más grotesca que darse puede, porque el espectáculo era macabra-mente lúdico. La cabeza de Medardo hacia los pies de Flavio, uno encima de otro, con los miembros contraídos horriblemente.

Las carnes, en estos dos últimos cuerpos, no estaban carbonizados, ni mucho menos: apenas la grasa se de-rretía y ¡horror! Unos muchachos les metían palos, hurgándolos por todas partes.

Casi todos los cadáveres tenían aún en los tobillos los restos de las cuerdas con que habían sido arrastrados.

Gral. Ulpiano Páez Eguez

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No. 32 • Un encuentro con la historia

Después de haber visto este ho-rrible espectáculo, volví a la ciudad: todo era consternación, nadie hablaba de otra cosa que de lo ocurrido en el día, y todos con horror.

Esto es aquello de lo que fui testi-go presencial, lo que vi, estas son mis impresiones personales, escritas en la noche del día de los sucesos.

Lo que sigue, lo escribo al otro día, 29, lunes. Son los comentarios, las re-laciones que me han hecho otros testi-gos presenciales.

El Gral. Páez. Fue el segundo asesi-nado, y el que bajaron arrastrado des-pués del Gral. Alfaro. Varias personas que lo vieron me han contado. Bajaba enteramente desnudo, en la cara tenía un balazo que le había destrozado la cabeza, y que lo hacía incognoscible. El populacho lo arrastró desde el Pa-nóptico, como a Alfaro, hasta la plaza

de Santo Domingo, hasta la Carrera Rocafuerte. Enseguida se dirigió con ambos cadáveres por la carrera Gua-yaquil, por la carrera Sucre hasta la Venezuela y siguió por ésta hasta la plaza de la Independencia, dieron la vuelta de la plaza, pasando por las carreras Venezuela, Chile, García Mo-reno, Bolivia. Volvieron por delante de la Casa Municipal y llegados a la esquina del palacio Arzobispal, baja-ron por la carrera Chile, hasta la es-quina de San Agustín, en donde, en frente de la casa del Encargado del poder Ejecutivo, se pararon, pidiendo a gritos que saliera a ver los cadáve-res. Don Carlos Freile estaba en cama, enfermo, lo que fue su excusa para no presentarse. Uno de los sobrinos de don Carlos me contó que el po-pulacho quiso entonces hacer entrar los cadáveres a la casa, lo que no pu-dieron ejecutar a causa de la guardia que había en la casa, que impidió este acto.

Entonces el populacho llevó los cadáveres por la carrera Guayaquil hasta la plaza de la Alameda, en don-de se dice que mutilaron el cuerpo de don Eloy Alfaro, cortándole el miem-bro viril, (esta mutilación no es relato de un testigo, sino tan solo un decir muy respetado, yo no pude compro-barlo cuando vi los cadáveres por el horror que tenía).

De allí continuaron hasta El Ejido, en donde amontonando combustible, principiaron a quemar los cadáveres.

Luciano Coral. Iba enteramente desnudo, arrastrado boca abajo, por los pies, por la carrera Rocafuerte, del Crnel. Luciano Coral

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Panóptico a Santo Domingo. De allí tomaron por la carrera Guayaquil, recto hasta El Ejido, en donde lo echa-ron en la misma pira en que estaba Dn. Eloy Alfaro.

General Manuel Serrano. Desnudos, arrastrado por los (…)* siguió el mis-mo A…rario que Luciano Coral.

General Flavio E. Alfaro. Este era el cadáver más mutilado: iba entera-mente desnudo y tenía dos heridas enormes; una en el pecho que le iba de una tetilla a otra, y otra en el estó-mago. A éste lo arrastraban mujeres: dicen que fue el espectáculo más ho-rroroso. Muchos dicen que llegó vivo hasta Santo Domingo, lo que no creo posible por la naturaleza de las he-ridas que tenía. Flavio Alfaro siguió luego después el mismo (…)* que los dos anteriores.

General Medardo Alfaro. Iba ente-ramente desnudo, y de éste hay casi seguridad de que llegó aún vivo has-ta Santo Domingo: me lo han contado dos testigos presenciales, tanto que el Ilustrísimo Obispo Riera salió a auxiliarle. De Santo Domingo siguió el populacho arrastrando a Medardo Alfaro por la carrera Rocafuerte (ca-lle de la Loma), dos cuadras más del Arco de Santo Domingo, y torció a la izquierda por la segunda bocacalle.

Salió a la carrera Flores (herrerías de Santo Domingo), calle que siguió hasta Santa Catalina, subió por la ca-rrera Bolivia hasta la intersección de Guayaquil, calle que tomó hasta la

Alameda, para ir por la Avenida 18 de Septiembre, hasta llegar al Ejido, en donde fue puesto en la última pira, frente al cuartel de caballería.

LO QUE PASÓ EN EL PANÓPTICO

Según relato, a mí hecho por el Comdte. Rubén Estrada, director del establecimiento, hoy 29, en el Panóp-tico.

Hoy a las 3:30 de la tarde subí, en compañía de Emilio García Silva, que es autor de un importante libreto sobre nuestro sistema de cárceles, al Panóptico con el ánimo de los feroces acontecimientos de ayer.

Introducidos que fuimos, el direc-tor se brindó a acompañarnos, y nos hizo ver todo, y nos hizo la relación siguiente. Llegaron los presos y a los cuales se apresuró en encerrar en sus celdillas del piso intermedio de la

* Nota del editor: texto incompleto en el ori-ginal. Crnel. Manuel Serrano

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No. 32 • Un encuentro con la historia

celda E. Don Eloy Alfaro, me dijo el Director, que le dijo que se ahogaba y que le pedía le hiciera traer un ca-jón para sentarse. El director ordenó que le trajeran una silla. El director me dijo que Flavio Alfaro le pidió el brazo para apoyarse, que él se lo dio, pero como se apoyara muy fuerte, lla-mó a otra persona para que le ayuda-ra a sostener al prisionero.

Las celdillas del Panóptico no tie-nen número, así que yo he levantado el siguiente plano:

(No hay plano dibujado)Encerrados los presos en las celdi-

llas, se oyó ya el tumulto del popula-cho, y el director corrió para ver cómo podía fortificar las puertas deficientísi-mas del Panóptico, el atrio del estable-cimiento que es de la siguiente forma:

Facilitó la entrada.Los primeros que penetraron lo

hicieron rompiendo los barrotes de hierro de la ventana No. 1, la puerta principal No. 2, resistió, más no la 3

que es la de la oficina de registro de presos: esta puerta era una vulgar puerta de madera, que, a pesar del director haber hecho poner adobes detrás, cedió. Los que entraron por la ventana quitaron los adobes y de-jaron así el paso libre. Luego abrieron la puerta principal y la muchedumbre se hizo adentro, abriendo la puerta.

No me atreví a preguntar al direc-tor quién fue que había mostrado al populacho las celdillas de los presos llegados una hora antes, pero alguien debió ser, porque las otras series no fueron tocadas, sino rotas algunas puertas del corredor del tránsito a la rotonda. Llegada a ésta, parece que la muchedumbre, que había arrancado los rifles a los soldados, disparó sobre los candados (que me mostraron des-trozados). Eran 2 candados “Yale”; de

metal, grandes e hicieron saltar uno, el del piso bajo de la serie E. Mientras tanto, otros subían por la escalera de la Rotonda, e intentaban hacer saltar

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el candado del piso intermedio de la misma serie, el candado resistió, y en-tonces rompieron a balazos el cerrojo, y penetraron por allí también.

Las celdillas no tenían llave: esta-ban cerradas tan solo con los cerrojos. Al primero que encontraron fue a don Eloy Alfaro que estaba en la celda a lado de la escalera interior de la serie como se ve en el plano. Dn. Eloy tenía consigo una botella de coñac la que arrojó al primero que entró a la celdi-lla. Dn. Eloy recibió en la celdilla, en la esquina donde estaba sentado, va-rias heridas, la principal en la cabeza, que debe ser la que yo vi en el cadáver que arrastraban, otra dicen que en un ojo, el que al pasó del cadáver me pa-reció golpeado solamente.

En la celdilla se ve un charco de san-gre y la botella rota. Luego el cadáver de don Eloy fue sacado de la celdilla, y, por el corredor del piso en que estaba, fue llevado hasta la Rotonda, del alto de donde fue arrojado abajo, tirado afuera hasta el pretil, y de allí arrojado a la calle, desde donde le arrastraron en la forma que llevo apuntada.

El 2 que mataron fue el general Ul-piano Páez, parece que le abrieron la celdilla (de esto no está nadie cierto o de si no le habían echado el cerrojo), y salió afuera, dando un paso fuera de la puerta. Al lado de la balaustrada o pasamano del corredor, estaba un ca-pitán Abril (Liborio), que apuntaba a Páez, mas éste, sacando un revólver que tenía escondido en una bota, ¡ca-nalla!, gritó, y le soltó un tiro, que le hizo caer. Otra persona, entonces, le disparó a Páez un balazo en la cara,

del cual parece haber muerto instan-táneamente. Entonces cogieron el ca-dáver, que delante de la celda dejó un charco de sangre, y lo tiraron pasama-no abajo, para sacarlo afuera arrastra-do.

Del general Serrano no supo el di-rector darme cuenta exacta de cómo lo mataron: en la celda que él ocupaba no hay huellas de sangre, pero lo tira-ron también del pasamano abajo.

En la celda ocupada por Medardo Alfaro tampoco hay sangre, tampoco me supo decir el director cómo murió: lo tiraron igualmente del pasamano abajo.

En la celda ocupada por Coral hay un gran charco de sangre, que yo vi, como todo esto que escribo. Parece que éste recibió una herida en el pe-cho. Luego lo sacaron y lo tiraron aba-jo: las huellas de haberlo arrastrado estaban patentes hay.

El general Flavio Alfaro fue el que más difícil fue de víctima. El popula-cho tenía la idea de que estaba armado y nadie se atrevía, a lo que parece, va-lor para penetrar en la celdilla. Flavio se refugió en la esquina de la celdilla, así:

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No. 32 • Un encuentro con la historia

Principiaron a hacer tiros a la puer-ta, pero comprendiendo que estaba en la esquina, ya los tiros se dirigieron al marco de piedra de la puerta, del cual han hecho volar un buen pedazo, su-ficiente para introducir un rifle, con el cual hacían fuego. Como el ángulo no era suficiente para alcanzar la esqui-na, Flavio se asió del rifle, y trataba de apartarlo. Introdujeron entonces un 2° rifle, y Flavio se asió también de él, pero como los de afuera force-jeaban, ya el hombre, jadeante, tuvo que soltar uno de los rifles y desaten-der al uno por cuidar del otro. Al fin le alcanzaron dos tiros de rifle que le atravesaron de un costado al otro. El ángulo de las dos paredes en que esta-ba arrimado le impidió cuidarse, y, en-tonces, talvez dándose cuenta los de afuera, por la falta de resistencia, que ya estaba herido, abrieron la puerta, y un individuo metió entonces el brazo, armado de revólver y le dio cuatro ti-ros. En el ataque, otras gentes, viendo que no era posible matar a Flavio por la puerta, intentaban horadar la pared divisoria de la celda de la derecha, lo que lograron en el ángulo opuesto a aquel en que estaba Flavio. En la es-quina en que estaba, también preten-dieron hacer un agujero, pero no pu-dieron lograrlo, o, talvez, estando en eso ya mataron al preso. En la celda de Flavio no hay sangre. El cuerpo fue arrojado, como los otros del pasama-no abajo, y arrastrado afuera.

A un preso común lo confundió la multitud con uno de los políticos y le pegaron 8 balazos. Está a la hora pre-sente muy mal.

También resultó herido, por otro tiro de Páez, un muchacho en la Ro-tonda, la herida es leve.

Los otros presos políticos, en nú-mero de 86, que estaban en la serie opuesta que ocupaban los asesina-dos, se han salvado, según me conta-ron los presos comunes, por un ardid del director que les dijo que esa serie era muy insegura, y que por eso esta-ba desocupada. Esos infelices se han llevado el susto peor que se puede pensar. Agradeciendo al director, salí del Panóptico con el alma horripila-da, viendo en el comedor que da a la puerta, regueros de sangre que testifi-caban los horrores del arrastre.

Esto es lo que vi, esto es lo que me contó el comandante Rubén Estrada, director de Cárceles, hoy 29 de enero de 1912.

30 de enero de 1912

La impresión que han causado los acontecimientos del 28. Lo que se dice.Rumores callejeros. Acontecimientos del día. Los periódicos.

La ciudad está generalmente cons-ternada y se puede decir que nadie ha-bla de otra cosa que de los sucesos san-grientos de antier. Ciertas relaciones de la primera hora van rectificándose, otras desmintiéndose totalmente.

La gente, en general, reprueba acerbamente el arrastre de los cadá-veres, pero creen que el hecho de ma-tarlos es muy explicable, y hasta, si se quiere, justificado.

Muy pocas son las personas que piensan que el Gobierno ha debido

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dar bala al pueblo, y si comprenden que este fue su deber estricto, lo ex-cusan diciendo que fuera imposible contener al pueblo, y que si se hubie-ra hecho armas contra él, el Gobierno hubiera sido derrocado.

Sin querer yo dármelas de pensar mejor que los demás, creo, imparcial-mente, que el Gobierno no cumplió con su deber, pues ha debido y pudo oponerse a que se sacrificaran a los presos. Al mismo tiempo que reprue-bo el que no se hayan tomado enérgi-cas medidas al respecto, también im-parcialmente, creo, que si las tropas hubieran tenido orden de tirar sobre el pueblo, no lo hubieran hecho, en su mayor parte, tropas de reservas.

Esto no disminuye la culpabilidad del Gobierno, en mi sentir, pues repi-to, nos se dieron órdenes de ninguna clase a la tropa.

Además, el coronel Sierra, jefe del Batallón Marañón, que con ese cuer-po, tan querido del pueblo, siendo además Sierra un jefe de tanto pres-tigio, que el pueblo lo aclamaba “Ge-neral”, en cuanto dejó a los presos en el Panóptico, bajó con su tropa sin in-quietarse de lo que podía pasar, vien-do cómo veía un populacho enorme que se dirigía al Panóptico.

Sinceramente, creo que el coronel Sierra ha podido, si talvez no impedir esa hecatombe, por lo menos imponer por algún tiempo al pueblo.

Gral. Medardo Alfaro

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TERESA DE MONTERO. 1912Pedro Reino Garcés

Ella llora una pregunta que na-die le contesta desde hace cien años. Ella, al final de su vida,

fue una garza solitaria que no podía volar a los laberintos de los Andes. En Quito, una garza sería ridiculizada, perseguida, apedreada, disparada y exterminada de inmediato. En Quito siempre habrá cuervos y gallinazos; además, porque ahí está la Casa del Gobierno Nacional con sus salas de banquetes y de desperdicios que re-godea tanto afortunado. En todos los tiempos los ministerios y los congre-sos tendrán olores nauseabundos, y funcionarios en putrefacción. El olor del poder siempre atrae a la barbarie.

Señor Encargado del Poder Ejecutivo, Quito. Señor: Deber sagrado de espo-sa, me obliga a dirigirme a Ud. Para so-licitar la entrega de la cabeza y el cora-zón de mí esposo señor general Pedro J. Montero, que existen como trofeos en poder del Ejército del señor general Leonidas Plaza Gutiérrez; pues fue co-barde y alevosamente asesinado ano-che. (firma) Teresa de Montero.

Carlos Freile Zaldumbide, adue-ñado del poder Ejecutivo, no sabía, en un principio, qué hacer con la cabe-za y el corazón del mejor aliado del Eloy Alfaro. “Eso”, lo habían pedido los conservadores para que les fue-

ra enviado desde Guayaquil, donde quedaron los criminales planificando el resto de la más vergonzosa barba-rie de la historia política del Ecuador. Carlos Freile Zaldumbide es desde entonces, por unanimidad, un ga-llinazo que tiene mucho orgullo en sentirse un Fénix de la Rapiña. Des-pacito, debe comerse poco a poco los labios hinchados, y la nariz sanguino-lenta que expiró por los disparos que le dieron el teniente Alipio Sotomayor y el comandante César Guerrero, en presencia del general Leonidas Plaza y del ministro Juan Francisco Nava-rro. La noche que se merendó los ojos no pudo dormir porque soñaba con transformaciones políticas. Después que se comió las orejas con restos de cuero cabelludo, oía todos los triun-fos de las batallas liberales. También se sabe que se tragó algunos dientes de Montero para ver si se le transmi-tía la fama de quien fuera “El Tigre de Bulubulu”. Finalmente se comió el co-razón paralizado del liberalismo. Con el vientre repleto, mientras le duró el ejercicio del poder, se cagaba todos los días en el solio presidencial, con mucha complacencia propia y la de sus fanáticos. Estaba tan ocupado que nunca pudo responder el telegrama de Teresa de Montero.

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Teresa mide entre sollozos y lá-grimas el tamaño del sadismo y de la barbarie. Parece una pesadilla pero es la cruel realidad. Su marido que esta-ba siendo juzgado en el segundo piso de la gobernación de Guayaquil, de pronto es lanzado agonizante como un bulto de desechos por el balcón:

Ahí lo acribillaron a balazos y empe-zaron la terrible tarea de despedazar su cuerpo. Lo desnudaron, cortaron su cabeza, poniéndola en una bayoneta y empezaron a pasearla por las calles, mientras otros organizaban un juego con los órganos genitales, lanzándose de unos a otros. El cadáver despeda-zado y sangrante de Pedro Montero fue arrastrado a la Plaza de San Fran-cisco (en Guayaquil), donde se había reunido gran cantidad de gente, pro-cediendo de inmediato a incinerar sus despojos.

Teresa mira pasar bandadas de garzas sobrevolando el río Guayas. Todas vuelan heridas y agonizantes. Sus blancos plumajes van ensangren-tados a deshacerse en el crepúsculo. Cuando sus ojos van por el horizonte, mira al sol, morir asesinado. Teresa se palpa el pecho y siente que tampoco le ha quedado su corazón. El dolor es ahora un vacío que lucha con la me-moria. Llora impotencia por sus diez dedos crispados. Llora más lágrimas que el río que refleja en sus ondas su negra cabellera. Llora más crepúscu-los ensangrentados que el propio mar que le consuela. Llora más soledades que la luna que nunca duerme cuan-do contempla las maldades. Llora de pie como una palmera que se sube al cielo a expandir sus verdes alas de esperanza. Desde arriba se da cuenta que un día se ha de terminar todo ese infierno en el que ha caído la patria.

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GÉNESIS Y VIGENCIA DE LOS SANGURIMASHumberto E. Robles

Que en un congreso como éste aparezca el nombre del ecua-toriano José de la Cuadra

(1903-1941), quien en más de un ma-nual literario figura como narrador de protesta social, parece de antema-no imposible*. Ese particular plantea de inmediato preguntas en cuanto al concepto de “vanguardia”.

Renato Poggioli, quien ha estudia-do la cuestión de una posible identifi-cación y coincidencia de lo político y lo literario en la vanguardia, ha llega-do a la conclusión de que en nuestros días hay que hablar de dos vanguar-dias. Poggioli, sin embargo, procede con más cautela cuando ya no pisa terreno europeo, anotando que

only in those avant-gardes flowering in a climate of constant agitation, as, for example, modern Mexican pain-ting (which one might hesitate to call avant-garde without hesitation), does such coinciding seem to make itself permanent.1

Los juicios de Poggioli invitan a reflexionar sobre el fenómeno hispa-noamericano. En revistas de amplia difusión, como Amauta (1926-1930), la identidad de una renovación cultural-artística y sociopolítica está claramen-te establecida. Si tal identidad provie-ne de lo que Poggioli llama agitation, debería investigarse más a fondo.

En el número tercero de su revis-ta, José Carlos Mariátegui ya no ha-bla solo de “renovación”, conforme lo había hecho en el primero, sino que además prosigue a determinar lo que entiende por “arte nuevo”:

“No podemos fijar como nuevo un arte que no nos trae sino una nueva técnica. Eso sería recrearse en el más falaz de los espejismos actuales. Nin-guna estética puede rebajar el trabajo artístico a una cuestión de técnica. La técnica nueva debe corresponder a un espíritu nuevo también. Si no, lo único que cambia es el paramento, el deco-rado. Y una renovación artística no se contenta de conquistas formales”. 2

Está a ojos vista que, para Mariáte-gui, “arte nuevo” es aquél que en su función de descubrimiento e inven-ción representa una rebelión contra las normas y las reglas tradicionales no solo en lo técnico, sino también en lo espiritual.

* La referencia es al congreso sobre Vicente Huidobro y la Vanguardia que en 1978 or-ganizó René de Costa en The University of Chicago.

1 Theory of the Avant-Garde, trad. por Ge-rald Fitzgerald, Cambridge, Harvard Uni-versity Press, 1968, p. 96.

2 “Arte, revolución y decadencia”, Amauta, núm. 3, (noviembre de 1926), p. 1.

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Así entendida la vanguardia, De la Cuadra pertenece a ella. Pertenece en el sentido de que rompe con el pasado y abre la pauta de lo que ha de ser el futuro.3 Sin duda, esa doble premisa fue lo que motivó a Fernando Alegría a llamar a Los Sangurimas (1934) una obra “precursora del moderno tremendismo español”,4 y en otra ocasión a sugerir que “los devotos de los Buendía le den una buena mirada a Los Sangurimas de José de la Cuadra”. 5

Los juicios de Alegría deslindan dos de las coordenadas que organizan la teoría y práctica narrativa de De la Cuadra. Sin entrar en mayores deta-lles, valga solo decir que, por un lado, el guayaquileño entrega imágenes de un mundo monstruoso, esperpéntico –sin necesidad de recurrir a cóncavos espejos– inédito, en que el hombre aparece abismalmente huérfano y en constante búsqueda de afirmación y de armonía, búsqueda que no pocas veces se traduce en vesánicos y vio-lentos desahogos de ira reclamando solidaridad. Por otra parte, De la Cua-dra da forma a una realidad en la que la tendencia mítica, lo hiperbólico, la tragedia, lo cómico y lo extraordina-rio tienen un papel fundamental. 7

Pero no debe haber un malenten-dido respecto a estos apartados. La presencia de lo tremendo y de la ten-dencia mítica en la obra de madurez de De la Cuadra responde a una toma de conciencia y de protesta por las ingratas y denigrantes condiciones de vida en su país. Tal –y hay que re-conocer cuán peligroso es conjeturar sobre la génesis de una obra– consti-tuye el punto de arranque de su pro-ducción artística, especialmente si se tienen presentes las varias declaracio-nes que hizo De la Cuadra en cuanto a los objetivos de su literatura. De la Cuadra anhelaba, no desprovisto de ironía, hacer tabla rasa con los mitos de la realidad ecuatoriana o por lo menos desacreditarlos.

Lo monstruoso, lo mitopoético y la degradación del mito configuran Los Sangurimas, obra que relata la

3 Cabe mencionar aquí, sin embargo, que De la Cuadra estaba al tanto de lo que ocurría dentro de los cenáculos literarios de van-guardia. Colaboró en calidad de redactor en la revista Savia (1925-29) de Guayaquil, gaceta en cuyas páginas el arte de avance halló amplia acogida. Además de De la Cuadra, entre los que contribuyeron a la armada de dicha revista figura también el nombre del poeta Hugo Mayo, cuyos ver-sos representaron al Ecuador en el conoci-do Índice de la nueva poesía americana (1926) de Alberto Hidalgo, Vicente Huidobro y Jorge Luis Borges. Una ojeada de Savia establece que en Guayaquil había familia-ridad con las publicaciones y las promo-ciones artísticas más recientes de Europa y del continente. Para citar solo un ejemplo, en el número 33 de la susodicha revista, correspondiente al 30 de octubre de 1927, se publicó una rigurosa y elogiosa reseña de Mario Nerval sobre “Tentativa del hom-bre infinito” (1926) de Neruda, reseña nada convencional en sus observaciones sobre la renovación estética que este poemario re-presentaba.

4 Historia de la novela hispanoamericana, Méxi-co; Studium, 1965, p. 267.

5 Demetrio Aguilera Malta, “Diálogo con Fernando Alegría: Novelas, novelistas y críticos”, en Mundo Nuevo, No. 56, febrero de 1971, p. 45.

6 Para una discusión más detallada de varios de los puntos aquí apenas expuestos, véase mi Testimonio y tendencia mítica en la obra de José de la Cuadra, Quito; Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1976.

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No. 32 • Un encuentro con la historia

crónica genealógica de una familia a lo largo de cinco generaciones con énfasis en las tres últimas: “un árbol de tronco añoso, de fuertes ramas y hojas campantes a las cuales, cierta vez, sacudió la tempestad”. 7 Pero más allá de entregarnos la fabulosa “gesta” de una estirpe, De la Cuadra estaba ensayando algo nuevo en lo literario. Esa novedad está claramen-te sentada en el subtítulo de la obra: “Novela montubia”. De la Cuadra anunciaba allí que emprendía el des-cubrimiento de una forma cuya inci-tación provenía en buena parte de las prácticas narrativas empleadas por el conglomerado montubio; prácticas que en el emparejamiento de lo fabu-loso y de la historia recuerdan a las sagas de antiguo,8 y que en el modo de disposición de la materia narrati-va –proliferación de planos, fragmen-tación, engaste de escenas y cuadros para organizar secuencias, ausencia de conjunciones y de una trama de-finida, desplazamientos temporales– remiten al cinematógrafo, a la poesía y a procedimientos narrativos pues-tos en boga en tiempos modernos.

Pero la mayor originalidad y acier-to de Los Sangurimas estriba en la ma-nera en que se controla la “perspectiva temporal”9 para obrar la creación y destrucción del mito y para estructu-rar con empeño totalizador los múl-tiples agentes que componen la reali-dad montubia. La realización de tales objetivos inmediatamente debió de haberle impuesto a De la Cuadra pro-blemas de composición. Específica-mente, cómo dar forma a una realidad

–la del montubio– que se inclina hacia la transmutación de los hechos, que no se atiene a los científicos principios de causa y efecto, que se lanza más bien hacia soluciones extraordinarias y ma-ravillosas.10 De la Cuadra necesitaba resolver la cuestión de ordenar y ex-presar creíblemente, sin caer ni en el pintoresquismo costumbrista ni en el mero documento, una realidad forma-da e informada por tendencias míti-cas. De la Cuadra precisaba inventarse una manera de determinar el impor-tantísimo problema del narrador.

En parte halló la respuesta en la tradición oral narrativa del pueblo. De la Cuadra puntualizó las característi-cas de ésta al fijarse que “en la narrati-va es donde la impulsión artística del montubio alcanza expresiones insig-nes. Su innata tendencia mítica… ha-lla aquí cauce amplio”. En ese mismo escrito anotó que el montubio gusta

7 Obras completas de José de la Cuadra, prólo-go de Alfredo Pareja Diezcanseco, notas de Jorge Enrique Adoum, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, p. 451.

8 En Robert Scholes y Robert Kellogg, The Nature of Narrative, New York, Oxford Uni-versity Press, 1971, pp. 43-50; hay amplia información sobre la síntesis de la historia y la fábula en las sagas.

9 Sobre el fenómeno de “perspectiva tempo-ral”, véase Roman Ingarden, The Cognition of the Literary Work of Art., trad. por Ruth Ann Crowley y Kenneth R. Olson, Evans-ton, Northwestern University Press, 1973, pp. 94-115.

10 Claude Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje, trad. por Francisco González Aramburu, México, Fondo de Cultura Económica, 1964. Consúltese este texto para observa-ciones en torno al principio de “causa” en la mentalidad “primitiva”.

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de recrear, exagerándolas, cargándo-las de misterio, traduciéndolas en le-yenda y mito, las empresas y hazañas de los hombres del agro. Esas hazañas “son referidas en tono heroico, com-plicadas de múltiples episodios y sal-picadas de preciosas descripciones”.11 Lo que De la Cuadra tenía que hacer era aprovechar esa tradición verbal y plasmarla artísticamente en su obra.

Para efectuar tal propósito se sir-vió de un narrador en tercera persona, cuya presencia, en las tres partes y el epílogo que comprenden Los Sanguri-mas, varía de acuerdo con la distancia temporal que lo separa de los hechos. Cuando los sucesos forman parte de un pasado indeterminable, teñido de fábula, y acerca del cual el narrador se ha percatado solo de oídas, éste tien-de a disiparse, su labor es suplantada por las heterogéneas remembranzas e interpretaciones de los personajes mismos o por la voz imprecisa de una memoria colectiva. A su vez, cuando se trata de incidentes que el narrador indica conocer o haber visto de cerca, lo opuesto ocurre. Así, tanto mayor es el intervalo de tiempo que media entre el narrador y lo narrado; tanto más desaparece el narrador; tanto más evidente es el alma popular y folklórica; tanto más se descompone el hilo de la acción y se abandona la narración lineal.

En la primera parte del tríptico de Los Sangurimas, la presencia de la perspectiva popular es más pronun-ciada y domina el relato. La obra es una teratología polifónica. La partici-pación del narrador se reduce casi a la de un ensamblador de insólitas anéc-dotas que giran en torno a don Nica-sio Sangurima, el legendario patriarca de la familia. Uno de los rasgos esti-lísticos que caracteriza esta función es el constante recurso a vagas expresio-nes como “se susurraba”, “decíase”, “contaban alguna vez”, “relatan”, y otras que puntualizan el punto de mira y la ubicación temporal del na-rrador dentro del marco novelesco. Tales expresiones, que aluden y remi-ten a una memoria colectiva, forman parte de oraciones y frases que sirven como encabezamientos para apuntar los episodios que el “actor”, a quien el narrador delega el relato, retrae “obje-tivamente” al presente.12 Este “actor” puede ser un personaje principal, un espectador de un prodigioso hecho o alguien sin identidad concreta que re-cuenta algún sobrenatural suceso que entreoyó de segunda o tercera mano.

El procedimiento logra máximos efectos artísticos cuando la intención es relatar casos prodigiosos, historias y leyendas que son difíciles, cuando no imposibles, de explicar racionalmente. Para contrarrestar el carácter insólito de la anécdota que se cuenta, el narra-dor cede deliberadamente su función a un narrador-testigo, quien refiere el pasado incidente matizado por su pe-culiar sentido del mundo. El método, además de conferir más credibilidad a la situación, cumple con revelar la pers-

11 “El montubio ecuatoriano”, en Obras com-pletas de José de la Cuadra, pp. 884-85.

12 La referencia es a la noción de “método ob-jetivo” de narración. Sobre el asunto, véa-se René Wellek y Austin Warren, Theory of Literature, Tercera edición, New York; Har-court, Brace & World, 1962, pp. 223-25.

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No. 32 • Un encuentro con la historia

pectiva de una memoria popular y con impregnar la narración de un aura oral.

Lo popular y lo oral se intensifican cuando se relaciona algo sobrenatural que nadie en el relato puede sustan-ciar con datos empíricos de ninguna índole. En tales ocasiones, el narra-dor no es el único que casi se esfu-ma, sino que incluso los personajes que rememoran, por mucho que se advierta su presencia, pierden toda identidad, asumen las cualidades de un narrador “coral”, anónimo. Se tra-ta de entes que reiteran cosas oídas. Cualquier fundamento “histórico” que lo referido pueda haber tenido ha desaparecido, cae en la ambigüedad, ha sido alterado por la fantasía de la gente y por el tiempo. La acción se desmonta. Lo mitopoético prevalece. El protagonista de estas narraciones, don Nicasio Sangurima, exhibe atri-butos superiores que las murmura-ciones de la voz colectiva se han en-cargado de repetir y mudar hasta el asombro hiperbólico y la comicidad.

Esa voz colectiva infunde un autén-tico tono verbal y legendario: más que leer la narración, se la escucha. Esta sensación se acentúa aún más en vista de que los actores-narradores dirigen sus parlamentos a un auditorio, im-plícito o explícito, de sus congéneres. Estos, cuya mayor responsabilidad es emitir afirmaciones, exclamaciones o preguntas breves sobre lo que oyen contar o recontar, invariablemente permanecen anónimos, juega el papel de una suerte de acompañamiento que hace eco a lo que oyen con expre-siones como “así es”, “claro”, “¡ah!”,

“así ha de ser” y otras de la misma laya. Solo en contadas ocasiones los interlocutores ofrecen comentarios sobre lo narrado; entonces, devienen un protagonista colectivo, un coro a través de cuya perspectiva se reflejan las varias actitudes, remembranzas y embustes de la comunidad.

Esos colofones, estribillos, codas, redobles o como quiera llamárselos abundan en la obra y caracterizan la presencia de los anónimos interlocu-tores. Son como “fórmulas” que apa-recen acompasando rítmicamente los parlamentos del actor-narrador. Esas locuciones representan un aspecto clave de la manera en que la voz na-rrativa se prolifera y nutre de la au-téntica tradición oral y mítica.

En la segunda parte de Los San-gurimas siguen manifestándose los mismos procedimientos narrativos, con la diferencia de que ahora se pro-nuncia la presencia del narrador en tercera persona. El lector se informa de lo narrado, mayormente a través de los resúmenes, descripciones o in-terpretaciones que panorámicamente y por su cuenta transmite el narrador, lo cual no implica que éste no siga re-curriendo a las versiones que la me-moria colectiva ha dado de ciertos sucedidos. El cambio más bien radica en que en vez de únicamente presen-tar la perspectiva popular por medio de cuadros más o menos escénicos y por medio de anónimos parlamentos, el narrador frecuentemente opta por filtrarla a través de sí, por matizarla con sus propios comentarios. Al res-pecto, cuando lo que comunica le pa-

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rece exagerado, en ocasiones emplea un método que consiste en, primero, referir lo que se murmura sobre al-gún asunto para, segundo, proceder a cuestionarlo y luego, tercero, aparen-temente acabar aceptándolo. Este re-curso logra que el lector, desarmado, conceda como posible lo que al prin-cipio resultaba inverosímil.

La mayor diferencia entre la pri-mera y la segunda parte, en cuanto a la disposición de la narración, se la halla en la interrelación entre el na-rrador, la memoria colectiva y la pers-pectiva de los personajes principales. El narrador tiende ahora a intervenir en el relato, incluso juzga a los pro-tagonistas. Influye así en el sentido ético del lector hacia los personajes. A su vez, la voz de la memoria colecti-va ya no proyecta a los protagonistas como seres superiores cobijados por el manto de lo prodigioso. Las conje-turas, habladurías y murmuraciones de la opinión popular se mantienen dentro de lo probable y derivan de si-tuaciones concretas, aunque llaman la atención sobre las singulares hazañas y aberraciones de los protagonistas. La presencia de estos se manifiesta desquiciada, fuera de norma y hasta monstruosa, pero no desemboca en lo maravilloso. En términos de distancia temporal, el pasado aquí es mucho más inmediato, es tocado por la ac-tualidad. La leyenda, en suma, toda-vía no ha desplazado a la “historia”,

aunque está claro que es inevitable que así ocurra.

En la tercera parte de Los Sanguri-mas, el narrador ya está sobre los he-chos actuales de la realidad ficticia. La narración es poco más o menos un testimonio en tercera persona. La voz de la memoria colectiva se ha disipa-do, es apenas perceptible. Así, no se recurre a leyendas de milagros y chis-mes suplidos por el sentido popular. La voz del narrador pasa al primer plano, se convierte en una especie de cronista de horrendos y precisos sucesos expuestos cronológicamente. El relato adquiere un cariz de repor-taje documental con cierta cualidad cinematográfica. Para mayor efecto técnico, en una especie de collage na-rrativo, incluso se simula incorporar comentarios sacados directamente de artículos periodísticos en que se co-mentan negativamente las actitudes de los personajes: “en esos artículos, los Sangurimas eran tratados como una familia de locos, de vesánicos, de anormales temibles”.13 De tal manera, la tercera parte llega a ser una contra-posición desencantada del mundo de la primera. La yuxtaposición y con-traste de las partes revelan que el mito y la leyenda tienen su matriz en la vio-lencia y lo tremendo. De la Cuadra ha logrado, gracias al diseño de su obra, crear y destruir un mito. En otras pa-labras: “desmitificar” la realidad.

No obstante el sentido de nece-sidad y urgencia que ese cometido encierra, lo impresionante de la obra son sus cualidades puramente lite-rarias; De la Cuadra crea un orden

13 “El montubio ecuatoriano” en “Obras com-pletas de José de la Cuadra, p. 509.

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plenamente realizado que, a pesar de remitimos a circunstancias concretas, se sostiene por sí solo. Al presentar y cuestionar una realidad multifacética y extraordinaria donde hallan cabida seres alienados y monstruosos, al re-currir a la hipérbole y la comicidad, al recurrir a procedimientos configura-dores del mito y al disponer la mate-ria narrativa por medio de múltiples planos que se desplazan y fragmen-tan, Los Sangurimas anuncia su insur-gencia formal y temática, anuncia su vigencia y modernidad. Así, en 1934 se coloca a la vanguardia espiritual y técnica de promociones que se conso-lidarán después en la narrativa hispa-noamericana.

(Publicado en revista Iberoamerica-na, Nos. 106-107, 1979).

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ENCUENTRO DE DOS PRÓCERES Dr. Manuel Hipólito Chaple de la Hoz

Cuba

Es interesante e importante re-cordar al general Eloy Alfaro Delgado en su primer encuen-

tro con el apóstol y héroe nacional de la República de Cuba José Julián Mar-tí y Pérez, cuya fecha coincide con la de su nacimiento, pero de 1853.

Antes de referirnos a este histórico encuentro, presentaremos un esbozo biográfico de ambos próceres de la Independencia.

José Eloy Alfaro Delgado nació en Montecristi (Manabí) el 25 de junio de 1842. Su padre fue don Manuel Alfaro y González, republicano español que llegó al Ecuador en calidad de exi-liado político; su madre doña María Natividad Delgado López. El prócer de Ecuador Eloy Alfaro Delgado sin-tió una particular inclinación hacia nuestra patria desde que conoció la

historia del joven ecua-toriano-cubano, al que Sucre, el Mariscal de Ayacucho, rindió pos-trer tributo.

Influyeron mucho en él, de niño, las narraciones épicas que le contara su madre, María Natividad Delgado, en las noches de la localidad ecuato-riana de Montecristi, en la provincia de Manabí,

su región natal. Un habanero ilustre, Francisco Calderón, emigró a Ecuador en 1780 y tuvo que ver después con aquel primer grito emancipador del 10 de agosto de 1809 en Latinoaméri-ca. El hecho despertó en Eloy Alfaro sentimientos de admiración y gratitud que se incrementaron al saber que ese cubano era el padre del abanderado de la histórica Batalla de Pichincha: Abdón Calderón de Garaycoa.

Durante su juventud se nutrió de las doctrinas que producen libertad y democracia, todo lo que olía a tiranía hervía de odio y rencor su sangre, por eso luchó contra García Moreno, Bo-rrero, Veintimilla y Caamaño, y con enfáticas luchas conquistó el título de “Viejo Luchador”.

Eloy Alfaro fue valeroso hasta la muerte; buscaba una transformación

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radical en su país. Su sangre rebel-de y espíritu visionario le dieron un carácter férreo que lo distinguió en la acción liberal de la cual sigue siendo ejemplo inigua-lable. Desde muy joven participó en gestas re-beldes como en el Co-lorado; casi pierde la vida en el desastre del Alajuela. Participó en los combates de Monte-cristi, Galta, San Mateo, Esmeraldas, Guayaquil, Jaramijó, Gatazo, Cuen-ca y Chasqui.

Eloy Alfaro fue un padre ejemplar, magnánimo con los amigos y desgra-ciados. Aunque sus estudios no fue-ron profundos, por su carácter logró superarse e imponerse a los demás con clara inteligencia. No obstante ha-ber dejado una herencia de obras para el Ecuador, fue inmolado cruelmente el 28 de enero de 1912 en el parque El Ejido de Quito. “La libertad no se im-plora de rodillas, se conquista en los campos de batalla” (Eloy Alfaro).

Eloy Alfaro también dio mucho impulso a la educación. El 1 de oc-tubre de 1869 inaugura el colegio Bolívar de Tulcán; en 1907 la Escuela de Artes y Oficios; el 11 de junio de 1897 el Instituto Nacional Mejía; el 20 de octubre de 1900 la Escuela de Be-llas Artes de Quito; el 14 de febrero de 1901 el Colegio Normal Manuela Cañizares; el 25 de mayo de 1901 el Colegio Normal Juan Montalvo, el 10 de agosto de 1901 el Colegio Vicente

Rocafuerte de Guayaquil; y, el Cole-gio Militar Eloy Alfaro.

(G. Cevallos García.-ob. cit. (1) tomo 2, p. 190). (C. De La Torre.- ob. cit. (2) p. 608)

José Julián Martí Pérez. Nació en la calle Paula No. 41, La Habana, el 28 de enero de 1853, hijo de Mariano Martí de Valencia y Leonor Pérez Ca-brera, de Tenerife, en Canarias.

Su visión política era liberal. Ade-más, su obra política y de propagan-da muestra estas tres prioridades: la unidad de todos los cubanos como nación en el proyecto cívico republi-cano de posguerra; la terminación del dominio colonial español; y, evitar una expansión estadounidense.

Es casi unánime la información sobre su gran capacidad de trabajo y frugalidad, lo que, siendo evidente, junto a su palabra persuasiva, le valió reconocimiento por la mayoría de sus compatriotas.

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En el campo de la poesía sus obras más conocidas son: Ismaelillo (1882), Versos sencillos (1891), Versos libres y Flores del destierro. Sus ensayos más populares son: El presidio político en Cuba (1871) y Nuestra América (1891); cabe también destacar su obra episto-lar, por lo general bien apreciada, li-teraria y conceptualmente. Se incluye entre sus obras La edad de oro, publica-ción mensual de recreo e instrucción dedicada a los niños de América, de la cual fue redactor (julio 1889).

Fue precursor del modernismo, junto a Manuel González Prada (Perú), Rubén Darío (Nicaragua), Francisco Gavidia (El Salvador), Julián del Ca-sal (Cuba), Manuel Gutiérrez Nájera (México), Manuel de Jesús Galván (Re-pública Dominicana), Enrique Gómez Carrillo (Guatemala), José Santos Cho-

cano (Perú) y José Asunción Silva (Co-lombia), entre otros. Es todavía tema de debate entre los especialistas su im-portancia relativa en el modernismo.

Su influencia en los cubanos es grande. En general es considerado por sus compatriotas como el prin-cipal modelador de la nacionalidad cubana tal como la conocemos hoy. Su prestigio se refleja en los títulos que popularmente se le conceden. “El apóstol de la Independencia” y “el maestro” son los más usados.

El día 18 de abril, en el Campa-mento de Dos Ríos, Martí escribe su última carta a su amigo Manuel Mer-cado, ese documento se le conoce como su testamento político. En un fragmento de la carta Martí expresa:

… ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo– de impe-dir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Anti-llas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, por-que hay cosas que para logradas han de andar ocultas…

El 19 de mayo de 1895 una colum-na española se desplegó en la zona de Dos Ríos, cerca de Palma Soriano, don-de acampaban los cubanos. Martí mar-chaba entre Gómez y el mayor general Bartolomé Masó. Al llegar al lugar de la acción, Gómez le indicó detenerse y permanecer en el lugar acordado. No obstante, en el transcurso del combate, Monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución

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se separó del grueso de las fuerzas cu-banas, acompañado solamente por su ayudante Ángel de la Guardia. Martí cabalgó, sin saberlo, hacia un grupo de españoles ocultos en la maleza y fue alcanzado por tres disparos que le pro-vocaron heridas mortales. Su cadáver no pudo ser rescatado por los mam-bises (soldados cubanos). Tras varios entierros, fue finalmente sepultado el día 27, en el nicho número 134 de la galería sur del Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.

La singular y poco explorada rela-ción entre Alfaro y Martí está referida en la página 77 del libro De Paula 41 al Museo Casa Natal José Martí, de Mary Nieves Díaz Méndez, publicado en La Habana por la editorial Letras Cu-banas en 1988, se dice:

Jipijapa legítimo obsequio del prócer ecuatoriano Eloy Alfaro a José Martí, como motivo del homenaje que le fue-ra ofrecido al maestro por un grupo de amigos latinoamericanos, como el propio Alfaro, el colombiano José Ma-ría Vargas Vila, el venezolano Juan Pé-rez Bonalde, el peruano Patricio Jime-no y otros en el afamado restaurante Delmónico, de Nueva York, en 1894.

Aclara Regino que, en este escri-to, al menos hay una imprecisión. El onomástico 41 del APÓSTOL, ese año 1894 no se celebró en dicho restau-rante sino en la casa de huéspedes de Carmen Miyares, sita en 57 Street, en-tre 8va. y 9na. Avenidas, Nueva York.

Por otra parte, aunque el maes-tro celebró su último cumpleaños –el 42– en el reservado del restaurante Delmónico, en enero de 1895, los par-

ticipantes en esa ocasión fueron Gon-zalo de Quesada y Aróstegui, Rodolfo Luis Miranda, Ramón Luis Miranda, Gustavo Govín y el propio Martí.

Tuve la suerte de encontrar una carta escrita el 22 de octubre de 1902, del mismo Alfaro a José Peralta, ecuato-riano residente en Perú a principios del siglo XX, comentando cómo había conocido a José Martí.

El 24 de octubre de 1890, en la casa de huéspedes de Carmen Miyares, co-noció a Martí y le entregó el importe con la carta con que Mitre los presen-tó a los dos. Así comenzó la fecunda amistad que cultivaron en numerosos encuentros y diálogos. Alfaro le obse-quió el primer sombrero de Jipijapa. El otro se lo dio en 1894.

Ambos se encontraron también entre los días 7 y 10 de junio de ese año en San José, Costa Rica. Martí fue con Panchito Gómez Toro, según asegura Pareja Diezcanseco, en la página 182 de la obra citada.

El día 11 de junio se vieron de nue-vo, en unión de Panchito Gómez, en la casa que ocupaba Alfaro, antigua

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residencia de su madre, María Nati-vidad Delgado, en Alajuela, localidad de unos 4.000 habitantes, según censo de la época.

Cuando por vez primera se encontraron Eloy Alfaro y José Martí en la ciudad de Nueva York, nuestro “Viejo Luchador” le prometió al “Apóstol de América” que cuando triunfe la revo-lución liberal en el Ecuador lucharía denodadamente por la libertad de Cuba. De ahí que uno de los primeros ex-hortos diplomáticos firmados por Alfaro a fines de 1895, una vez llegado al poder, fue el dirigido a la reina regen-te María Cristina de España, demandando la libertad de la isla Mayor de las Antillas. Ese mismo año organizó una ex-pedición que desde Ecuador vendría a la isla bajo las órde-nes del comandante ecuatoriano León Valle Franco, intento que se frustró por la negativa del Gobierno colombiano a que cruzase por su territorio.

Se conoce que Alfaro donaba si-lenciosamente su sueldo para la cau-sa cubana. Este hecho sirvió para que se construyera en La Habana un gran monumento, ubicado en la Avenida de los Presidentes, en el que la figura de Alfaro aparece emergiendo de las breñas del Pichincha en la Mitad del Mundo, ofreciendo su machete a la montonera para la libertad de Cuba.

Todo lo anterior, unido a la rela-ción Maceo-Alfaro, y Alfaro-Máximo Gómez, le hace suponer a Regino Sánchez que existió un pacto secreto entre esos luchadores, incluido Martí, para la independencia de Cuba y, ade-

más, para la refundación de Ecuador.Un ejemplo de esto es la carta que

Maceo le envía a Alfaro desde Tapia, Pinar del Río, el 12 de junio de 1896, en la que le expresa su complacencia ante la noticia de que éste había cum-plido lo que le tenía ofrecido en cuan-to a colaborar con la causa cubana.

En el Congreso Americano que propuso Alfaro para efectuarse en México, en agosto de 1896, uno de los temas principales fue la necesidad de la independencia de Cuba. Igualmen-te brindó gran ayuda al representante del Partido Revolucionario Cubano, Arístides Agüero y al emigrado cuba-no Miguel Alburquerque.

En la historia ha quedado docu-mentado la entrañable amistad que sostuvieron Martí y Eloy Alfaro. El in-telectual colombiano José María Var-gas Vila dejó testimonio de su primer encuentro con Martí en Nueva York y cómo él fue presentado al Apóstol por el propio Alfaro, a quien vio en varias oportunidades en actividades patrióticas con los “cubanos”, afirmó el diplomático ecuatoriano.

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Antes de su muerte en combate, en la Batalla de Dos Ríos, José Martí dijo: “El bravo Alfaro es uno de los pocos americanos de creación”. ¿Qué quiso decir el “Apóstol” con estas pa-labras?, que Eloy Alfaro no se quedó en el discurso, en la proclama, en sus mensajes o discursos de campaña, sino que, una vez llegado al poder, tuvo la férrea voluntad de plasmar en realidad todos sus ofrecimientos y enunciados. Es por eso que Alfaro si-gue viviendo; las llamas de la hoguera de El Ejido no mataron sus ideales ni destruyeron su obra. Todos estos he-chos históricos demuestran una vez más la estrecha relación que siempre ha existido entre los pueblos de Cuba y Ecuador, y la anhelada integración latinoamericana.

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Autoría del prestante intelectual Efrén Avilés Pino.

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EL VERDADERO OLMEDOGuillermo Arosemena Arosemena

Mucho se ha escrito sobre José Joaquín Olmedo por su in-tervención en las Cortes de

España y su destacado rol en ese cón-clave; años después, debido a su parti-cipación en el 9 de Octubre; posterior-mente, por el papel desempeñado en la Revolución de 1845 y por sus escritos literarios, sin embargo, muy poco se ha analizado su función como presidente del Gobierno Provisorio de Guayaquil, entre fines de 1820 y fines de julio de 1822. Este período no ha sido debida-mente estudiado para conocer el Olme-do estadista, estratega militar, diplomá-tico, pero, al mismo tiempo, implacable defensor de los intereses de Guayaquil. Es tan cierta la afirmación que Rocío Rosero Jácome, en su obra, Olmedo po-lítico, patriota o desertor, apenas dedica 20 páginas de las 580, a describir la la-bor de Olmedo en esos años. En esos 18 meses, Olmedo apoyó, participó en la planificación y organización de la logística de las tropas que pelearon en tres batallas, la primera fue derrota, la segunda victoria y la tercera derrota. En la primera, Febres Cordero y Urda-neta fueron los comandantes, y en las dos últimas, Sucre. En los 18 meses de presidencia, Olmedo tuvo que enfrentar más de dos insurrecciones, siendo las más importantes una militar, cuando un grupo de soldados trató de sabotear

unos barcos y en la segunda separatista, cuando Portoviejo pretendió imponer a la fuerza, la anexión a Colombia. Final-mente tuvo que enfrentar a Cochrane quien pretendió llevarse de mala gana un barco como trofeo de guerra.

Llama la atención el poco interés de los historiadores, pues fue un pe-ríodo crucial para el futuro de Gua-yaquil y Ecuador entero; tampoco es falta de documentación, ya que exis-ten documentos regados por todo el mundo. He logrado ubicar un cen-tenar de cartas entre Olmedo y San Martín, Olmedo y Sucre, Olmedo y Bolívar, y de otras autoridades de la época. La mayoría de las correspon-dientes de 1821 y 1822 no han sido publicadas. La biblioteca Lilly de la Universidad de Indiana en Estados Unidos tiene un repositorio completo de la Gran Colombia.

Durante los 18 meses que Olme-do estuvo al frente de los destinos de Guayaquil, tuvo que enfrentar serios problemas al tratar de defender una región que no cumplía las condicio-nes para valerse por sí misma: tenía pequeña población, estaba rodeada de dos exvirreinatos con mayor capa-cidad económica, experiencia política y cuyos líderes querían apoderarse del puerto más importante del Pací-fico sudamericano, además tener al

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enemigo español a pocos kilómetros de distancia hacia el este y corsarios al oeste, atacando todo barco para robarse la carga y dinero de quienes navegaban. En tiempos de guerra, la debilidad más importante de Guaya-quil era no haber experiencia militar entre los ciudadanos; estos no tenían destreza militar para enfrentar a los enemigos. Olmedo tuvo que nombrar a militares extranjeros con el obje-to de liberar las demás provincias y defender a Guayaquil. No siempre acertó en los nombramientos. Todos estos frentes tuvo que encararlos con limitados recursos económicos. Adi-cionalmente enfrentó la intriga entre guayaquileños, los cuales habían asu-mido diferentes posturas sobre qué hacer con Guayaquil, y la provenien-te del personal militar de Colombia y Perú que se establecieron en la ciudad desde los primeros meses de 1821.

La presidencia del Gobierno Pro-visorio tuvo que enfrentar la adver-sidad desde el mes siguiente de la Independencia de Guayaquil, con la derrota de Huachi donde Aymerich aniquiló a la División Protectora de Quito, creada por Olmedo para libe-rar a las demás provincias. A causa de la falta de experiencia en administrar una región, a Olmedo se le abrieron varios frentes, pero él supo rectificar y tomar decisiones duras y oportunas para consolidar su autoridad. Entre las medidas tomadas estuvo el des-tituir a Gregorio Escobedo, militar peruano que actuaba como jefe mili-tar, quien aprovechándose del cargo había actuado dañando la imagen de Olmedo y las libertades por las que él

luchaba. En carta a San Martín fecha-da el 22 de noviembre de 1820, Olme-do le explicaba lo sucedido:

Este pueblo, después de haber procla-mado tan gloriosamente su indepen-dencia, no ha gozado de sus frutos tan sin zozobra como se esperaba, y como prometían los hermosos prin-cipios de nuestra santa insurrección. Las circunstancias del momento hicie-ron crear un gobierno sin las debidas formalidades. A mí se me encargó el gobierno político, y el militar al capi-tán don Gregorio Escobedo.

Me vi precisado, a los seis días, a hacer dimisión de un empleo que yo no podía ejercer en beneficio de mi patria; pues el oficial Escobedo no correspondió a la confianza que se le hizo; y, reuniendo toda la autoridad, hacía extrañar los días del antiguo despotismo. Previendo yo estos males, hice yo convocar, desde el principio de mi gobierno, a todos los pueblos, para que, por medio de sus diputados, eligiesen, en esta ciudad, el gobierno que más les conviniese.

La principal acusación consistía en haber Escobedo conspirado contra este país, preparando la fuerza arma-da para atacar la Representación de la Provincia. Justificóse este atentado, y se confirmó con el movimiento hostil que hicieron las fuerzas sutiles contra el edificio en que nos reuníamos; des-cubriéronse otros planes, por sus más íntimos amigos, que pospusieron su amistad al bien del país.

Otra acusación, no menos grave en mi concepto, era la de que, habiendo pre-so, desde el primer día, a todos los eu-ropeos sin distinción; y encerrádolos en un pontón estrecho, se echó sobre sus bienes, los cuales no entraron en

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los fondos públicos. Más de ochenta europeos fueron remitidos al Chocó, y sus propiedades ocupadas han des-aparecido. De manera que el pueblo clamaba, y clama aún, contra un exce-so indigno de un caballero, de un ame-ricano y de un ministro de la libertad. Se decía a voces que no era el amor de la patria ni de la independencia el que le había hecho tomar una parte activa en la transformación de este país; y sí solo la sed de atesorar la ambición de mando, y el ansia de salir del estado miserable a que le había reducido su conducta anterior.

Para fines de 1820, Olmedo había superado algunos escollos, pero tenía otros por delante; el más importante era cómo manejarse en buenos tér-minos con San Martín y Bolívar, dos genios de la guerra que habían puesto la mirada en Guayaquil, a la cual co-menzaba a enviar representantes para firmar acuerdos, lo que hoy se llaman alianzas estratégicas. Olmedo estaba consciente de que necesitaba de ellos y no podía romper relaciones, por lo que supo manejarse con diplomacia sin perder la dignidad y tratando de no mostrar inclinación por ninguno de los dos. El propio Olmedo conocía las limitaciones de Guayaquil e inclu-so las había hecho públicas en carta al general José Mires. Olmedo mostró habilidad para aprovechar el momen-to y obtener de San Martín y Bolívar lo que más convenía a los intereses de Guayaquil. Con el primero no tuvo el mismo número de correspondencia que con el segundo y da la impresión de que Olmedo se encontraba más a gusto con San Martín. Las cartas a ellos son de diferentes tonos, unos

diplomáticos y otros autoritarios. A Olmedo no le tembló la mano cuando escribió en duros términos a los dos libertadores y sus representantes. Bo-lívar y Sucre fueron más frontales que San Martín, por lo que desde sus pri-meras comunicaciones pretendieron que Olmedo no tuviera mayor con-tacto con San Martín.

31 de enero de 1821

Al coronel Toribio Luzuriaga, por haber sido nombrado comandante general de la provincia de Guayaquil:

El Excelentísimo señor General del Ejér-cito Libertador repetidas veces, y espe-cialmente en su oficio de 17 del pasado, previene a este gobierno literalmente que Vuestra Señoría preste sus servicios, y coadyuve a los planes que se formen, bien sea en esta provincia o en la de Cuenca; añadiendo que lo quiere así, y conviene gustoso en esta medida…

5 de marzo de 1821

Al coronel Antonio Morales, re-presentante de Bolívar, le advierte:

… esta provincia no está agregada al Perú, y es tan ridículo persuadirse a que la agregación está ya hecha por la sola razón de haber admitido comi-sionados del general San Martín y los auxilios que le ha prestado…

17 de marzo de 1821

A Bolívar

La provincia de Guayaquil está dispues-ta a sostener el voto de ser libre; y no lo está menos a cooperar con todas sus

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fuerzas a la hermosa causa de América, excitada por sus propios sentimientos y estimulada por el sublime ejemplo que le han dado los pueblos de Colombia.

15 de mayo de 1821

A Bolívar

En nuestra anterior comunicación in-cluimos a Vuestra Excelencia parte de la correspondencia oficial del Gobier-no con el benemérito general Mires, y Vuestra Excelencia quedaría impuesto de las causas que nos movieron a pro-poner, sobre nuestra espontánea coope-ración con las armas de la República, un tratado, si merecen este nombre los convenios amistosos entre hermanos. Aunque quedó sin efecto, no por eso se alteró un punto nuestra disposición, pues no necesitamos de comprometi-mientos para cumplir el voto solemne que hemos hecho de servir a la patria, que es una desde el cabo de Hornos hasta las orillas del Misisipí.

Es verdad que Méjico, Lima, el Reale-jo y Cádiz extraían cerca de cien mil quintales de cacao; pero también lo es que las cosechas pudieron duplicarse, y más, si las trabas, la enormidad de derechos, la mezquindad de los princi-pios económicos adoptados, y el espí-ritu colonial de que estaba poseído el Gabinete español, no hubieran puesto obstáculos insuperables. Hemos creí-do indispensable hacer a Vuestra Ex-celencia estas indicaciones, para que se tengan presentes en cualesquiera de los tratados, que deben ser conformes a la libertad de comercio con todos los pueblos amigos y neutrales, que he-mos proclamado en la Constitución provisoria de esta provincia.

4 de junio de 1821

A Sucre

La compra de la corbeta Alejandro y bergantines Ana y Potrillo por el Go-bierno de Colombia parece que es condicional, y lo celebro para que no tenga efecto. Es curiosa la representa-ción que el amigo Illingrot hizo al Vi-cepresidente sobre este negocio, ma-nifestando las miras poco generosas de Henderson en esta especulación. A esta hora ya habrá usted conferen-ciado con aquél y habrá conocido la ninguna ventaja, y sí el grave perjuicio que nos acarrearía la compra. El esta-do de esos buques es otro motivo de consideración, pues solo en repararlos se gastaría mucho.

29 de abril de 1821

A San Martín

Mientras que esperábamos con ansia los auxilios de V.E. apareció en esta ciudad el Señor General Mires enviado del Gobierno de Colombia y hallando facilidad y proporción de transportar a esta plaza tropas de aquella República entramos en un convenio que se reali-zará a fines de mayo…hemos participa-do a V.E. anteriormente este plan y el número de tropas que ha de venir a este punto, y esperamos que habrá hecho los últimos esfuerzos para que saliese la fragata de guerra que pedimos…

13 de junio de 1821

A Bolívar

No puedo ponderar a usted bien mi sentimiento, al ver que tantas fatigas y tantos gastos para aprestar la expe-

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dición marítima que debía transportar las tropas no hayan aprovechado a su comodidad y conducción; pues cuan-do ha tocado en las costas del Chocó, ya habían salido en embarcaciones pe-queñas y malas. De esto ha resultado lo que necesariamente debía resultar: estropeo, fatigas, enfermedades…

17 de diciembre de 1821

Sucre

Si Ortega detesta esta provincia, ¿para qué la busca? Si todos los guayaqui-leños son unos pícaros, ¿por qué los quiere como conciudadanos? Si se jac-ta de que no reconoce este Gobierno y de que, aunque se le mande, no ha de salir porque usted es la única autori-dad que sufre, ¿será justo que se le to-lere para que difunda más semilla de desunión, y vaya preparando una di-solución que no tuvo efecto otra vez? Sí, amigo, esto no tiene duda… Éste es, amigo, el punto de vista bajo el cual debe usted ver este negocio, no los te-mores que en verdad nada valen. No sé cuáles sean los españoles que aco-jamos y miremos con más considera-ción que a oficiales que han combatido o quieren combatir por nuestra causa. ¿Quiere usted que, cuando en el Perú y Colombia se están dando leyes bené-ficas y humanas, especialmente en la última, sobre los españoles, nosotros adoptemos una conducta contraria, y sin distinción arrojemos ancianos pa-dres de grandes familias, cuando no nos han dado ni sospechas de un mal comportamiento? No lo creo, pues us-ted nos ha dado siempre pruebas de abrigar hermosos sentimientos. Por lo que hace a nosotros, le aseguro a usted que se exagera más de lo justo, nuestra condescendencia en este punto, pues por amor a la tranquilidad hemos se-

parado hombres de bien, aun hacién-donos insensibles al duelo y desola-ción de nuestras propias familias.

En lo militar, a pesar de no tener ninguna experiencia, Olmedo fue planificador, estratega y experto lo-gístico, preocupado de los más mí-nimos detalles, como se evidencia en numerosas cartas que él mantiene con Toribio Luzuriaga, general peruano, quien reemplazó a Febres Cordero y Urdaneta, después de la derrota de Huachi, al general José Mires de Co-lombia, Sucre, San Martín y otros.

29 de abril de 1821

… propusimos a V.E. por si lo creyese conveniente el plan de hacer mover a Piura una división que obrando por Loja amenace a Cuenca con el fin de lla-mar la atención al enemigo por aquella parte y dividir su fuerza; mientras las tropas de Colombia y de esta provincia marchaban directamente contra Quito. Parece que la combinación no es desor-denada y por el contrario necesaria; y cuando se piensa que después de liber-tadas las provincias, pueden todas las fuerzas reunidas marchar o engrosar el ejército del Perú, se presenta una pers-pectiva hermosa y llena de esperanza.

16 de julio de 1821

A Sucre

Las canoas grandes van llenas de los Dragones: en llegando usted dispon-drá lo que sea mejor. A esta hora ya estarán allí las balsas que salieron ayer con la caballería. Usted estará impues-to por los inteligentes que a las dos ho-ras de salir de Samborondón pueden las embarcaciones llegar a la Boca de

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No. 32 • Un encuentro con la historia

Baba, hacienda de Baquerizo; y que desde este punto a Babahoyo hay ca-mino de tierra muy corto como de dos o tres horas. Me parece, pues, que sería bueno, que en las balsas vayan hasta Boca de Baba caballos y caballeros, que allí salten, monten y marchen a su des-tino. De este modo le quedan a usted expeditas las canoas para conducir la tropa. Estas canoas pueden entrar por el estero de Lagartos desembarcar en la hacienda de ese nombre que dista un cuarto de hora de Babahoyo por tierra y ahorrar cuatro o cinco por el río; así como desembarcando los Dragones en la hacienda de Boca de Baba y nave-gando por tierra, ahorrarán ocho o diez horas de camino y quizá un día, según esté el río de crecido y correntoso. En fin, usted con estas noticias y las más que allí adquiera, y sobre todo según las circunstancias, que siempre dan la ley, resolverá lo que convenga mejor. Van los 20.000 cartuchos de operación y los 10.000 de instrucción, y demás municiones que usted pide.

15 de agosto de 1821

A Sucre

Si el enemigo ataca solo por Sabaneta, es preciso recibirlo como está usted re-suelto. Si la división de Cuenca viene por Naranjal, no es posible su pronta reunión con la de Guaranda. El mismo movimiento indica que no intentan reunirse, pues de venir a Naranjal, o de ir a Yaguache, van a decir 8 días de marcha por caminos fragosísimos. Situados en Naranjal, solo por el río pueden invadir la ciudad; y esto es difícil, imposible. Mingrot está hecho cargo de dos cañoneras situadas en la boca del río de Naranjal y que rondan la costa. A pesar de la circunstanciada relación de este último espía no pue-

do resolverme a creer que el enemigo dirija toda su fuerza por Naranjal, porque de ese modo no se unen. Si se unen, es forzoso retirarse antes de su reunión, y la retirada debe ser por tierra, dirección de Babahoyo. Don Se-bastián Baquerizo y el señor Campos conocen ese terreno a palmos, saben los saltos y los ríos y los lugares en donde y por donde se debe situar y transitar… Quizá según las noticias que se tengan se encuentre la oportu-nidad de batir la división de Cuenca si viene a Yaguache.

Haga usted que se dé orden a don José Garaycoa para que haga retirar cuanta embarcación haya en los ríos de Cara-col, Juana de Oro y Pueblo Viejo. Hace días que dimos nosotros esa orden ge-neral a todos los pueblos de esa comar-ca para que retirasen todo, luego que supiesen que se acercaba el enemigo. Esta orden va a renovarse. Los mismos señores Campo y Baquerizo indicarán a usted los medios y modos de retirar los ganados de esos campos, pues la operación es dificultosísima. Hace dos días que salió una balsa para Yaguache a recoger y traer todos los arroces que allí hubiere. En Samborondón hacía-mos un acopio para que se fuese pro-veyendo Babahoyo; ahora mismo va orden para que venga a la ciudad.

No sé qué decir a usted, pero creo que, preparado todo para la retirada, no debe emprenderse hasta que no haya noticia segura de que los enemigos es-tán en Yaguache. Pero la suprema ley es salvar la división, pues en ella se salva la provincia y se prepara la liber-tad de todo el Departamento. Repito que si la retirada es inevitable, debe hacerse por Baba, y de allí a Daule: en este tránsito hay posiciones ventajosí-simas, y sobre todo se impide que el

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enemigo se apodere de toda la provin-cia en el momento y sin embarazo.

La mayor parte de municiones está en el río. Una lancha costea por la boca del río de Yaguache. Veo que nos cer-can grandes atenciones; pero es poco gloriosa una victoria sin peligros.

Olmedo fue la fuente de informa-ción de San Martín de lo que sucedía en los diferentes frentes de batalla en Ecuador y Colombia. La mayoría de sus cartas tienen comentarios sobre los movimientos del enemigo, los éxi-tos y fracasos de las batallas.

29 de abril de 1821

A San Martín

Por avisos circunstanciados que te-nemos de varios puntos de la sierra, sabemos que la fuerza del enemigo en toda la extensión de su mando es de 3.000 hombres, de los cuales 800 son veteranos, y el resto reclutas; partes de éstas han marchado a Pasto a re-emplazar los soldados que ha perdido Aymerich y vendrá a reunirse al cuar-tel general. Nuestra fuerza como he-mos anticipado a V.E. se compone de más de 1.600 hombres de toda arma de mar y tierra, regularmente disciplina-dos, especialmente el primer batallón que consta de 600 plazas; tenemos de repuesto 1.500 fusiles; la fuerza sutil está bien servida, y es la que más teme el enemigo. De modo que podrán sa-lir a campaña más de 800 hombres de la guarnición de esta plaza, que uni-dos al número disponible de los que vengan de la costa del Chocó forma-rán una División de cerca de 2.000 al mando del mismo señor general Mires para liberar las provincias de la Sierra.

19 de agosto de 1821

A San Martín

El enemigo no pudiendo aún atacar-nos en todo este mes de abril, parece intenta hostilizar la provincia de Piura, sin duda con el deseo de aprovecharse del Puerto de Paita para su correspon-dencia. V.E. verá si está en su poder auxiliarla o atacar por Cuenca con mil o más hombres, mientras la otra expe-dición ataque a Quito por Babahoyo.

Las tropas de Quito han ocupado a Babahoyo según se nos avisa en este momento con más de mil hombres, la mayor parte de la caballería. Las tropas de Cuenca han invadido la provincia de Yaguachi con 800 hombres de infantería.

Nuestra División, que estaba acanto-nada en Babahoyo, se había retirado a recibir primero la de Cuenca, e im-pedir su reunión con la de Quito. En esta tarde pueden haberse encontra-do o cuando no mañana. Los enemi-gos situados en Babahoyo intentaron desramarse por la provincia desde ese punto, aunque el camino es fragoso y cortado por ríos, puede sin embargo ir ocupando y devastando el país, a pe-sar de que se han puesto destacamen-tos en los pasos estrechos y precisos.

Nuestra División compuesta de las tropas de Colombia y provinciales al mando del General Sucre ha sufrido una disminución considerable por la enfermedad y también por la deser-ción. Aquel terreno es insalubre, y en la estación en que se ha abierto la campa-ña, lo es mucho más. El campo ha esta-do inundado por siete meses; las aguas acaban de retirarse, y nos extrañó que hayan enfermado cerca de la cuarta parte de la división; por manera que no tenemos en campaña 1.200 hombres.

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No. 32 • Un encuentro con la historia

28 de agosto de 1821

San Martín

El benemérito señor general Sucre abandonó la posición que ocupaba en Babahoyo con intención de batir pri-mero la columna de Cuenca, que era la esperanza y orgullo de los enemigos; y fueron tales sus disposiciones, y tan bien concertados sus movimientos, que logró encontrarla y derrotarla comple-tamente en los campos de Yaguachi. El adjunto boletín de operaciones impon-drá a Vuestra Excelencia de este glorio-so triunfo, en que ha perdido el enemi-go mil hombres de sus escogidas tropas, resto la mayor parte de las que mandó Calzada… El general Sucre después de la acción de Yaguachi, se dirigió por el río con toda su división a Babahoyo para cortar la retirada a los enemigos.

1 de septiembre de 1821

A Francisco Paula Santander

Tenemos la satisfacción de anunciar una victoria de las más completas que podrá contar la historia de la revolu-ción de América. Los enemigos inva-dieron la provincia por los puntos de Babahoyo y Yaguache. El valiente gene-ral Sucre estaba situado en el primero y nuestra división expuesta a ser tomada entre dos fuegos; era preciso moverse a encontrar y batir una de las divisio-nes enemigas antes de su reunión; un movimiento rápido y bien concertado ha producido el efecto que se deseaba. El general Sucre llega a Yaguache, en-cuentra al enemigo y lo bate. Esta vic-toria ha sido completa; la división de Cuenca se componía de mil hombres, las mejores tropas del enemigo, y que eran toda su esperanza y su orgullo.

Pero todo ha cedido a las armas de la libertad: 600 prisioneros, 200 muertos y el resto heridos y dispersos.

Conseguida esta victoria, el General marchó por el río a Babahoyo para cortar la retirada a la división de Quito que, ignorante de la derrota, se avan-zaba a Yaguache para reunirse con la de Cuenca. Pero como retrocedió luego que tuvo la fatal noticia, no ha sido posible embarazarle su retirada a Sabaneta, con lo cual evitó el encuen-tro y aun tuvo el arrojo de mantenerse algún tiempo firme en su posición. El valiente general Sucre le provocó mu-chas veces con diversos movimientos para que emprendiese el ataque, pero el 26 del pasado se puso en una retira-da vergonzosa y tan precipitada como de una derrota, dejando parte de sus bagajes, municiones y armas y un cre-cido número de dispersos que se pre-sentan cada momento a la caballería que los persiguió.

Conociendo Olmedo que necesi-taba de los dirigentes militares para liberar las otras provincias y proteger a la suya, no dudo en elogiarlos y tra-tarlos bien para ganarse su aprecio.

18 de diciembre de 1820

Al coronel Luzuriaga

No hay persona que venga de ese pue-blo que no hable de los milagros de us-ted con el tono con que los predicadores hablan del milagro de los cinco panes. Usted con las miajas de una división dispersa y derrotada está cubriendo la provincia, y conteniendo el movimien-to de los enemigos: y este importante servicio merece… lo que merece. Hace-mos los mayores esfuerzos por remitir a usted siempre lo que pide y necesita…

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3 de enero de 1821

Al coronel Luzuriaga

La situación militar de esta provincia, después de la derrota de Huachi y la pérdida importante de la de Cuenca, reclama imperiosamente un reme-dio extraordinario como es el mal. El gobierno excitó con este motivo al señor Comandante militar para que, reuniendo la junta de guerra, propu-siese las medidas que conviniesen a tan críticas circunstancias. Todos uná-nimemente indicaron la necesidad de reorganizar, o más bien crear la fuerza armada, sin la cual es vana la espe-ranza de salud, y no prudente la sola confianza en la localidad del suelo y en la proximidad de la estación. Con la misma unanimidad, Vuestra Señoría fue el jefe que se creyó capaz de esta empresa tan ardua como necesaria. La Junta de gobierno no podía menos que aprobar una proposición tan confor-me a sus sentimientos, tan adecuada a nuestra situación, y tan acomodada al concepto que ha formado del méri-to de Vuestra Señoría. En esta virtud, ha nombrado a Vuestra Señoría con la mayor satisfacción por comandante general de esta provincia, y se prome-te de su pericia militar y celo patriótico el feliz desempeño de esta comisión.

17 de marzo de 1821

Sobre el general José Mires, Olme-do comenta a Bolívar

… después de la negociación del señor coronel Morales con el Presidente de Quito, se ha acordado entre este Go-bierno y el señor general Mires, de cuyas virtudes cívicas y militares está muy penetrado el Gobierno y se apro-vechará de ellas en la ocasión.

4 de junio de 1821

A Sucre

Ya estará usted contento rodeado de sus compañeros de armas. ¡Vaya!, que usted y ellos han hecho una navegación como la de Ulises. Probablemente no encon-trará usted una Circe en esos pueblos.

14 de agosto de 1821

A Sucre

¡Qué sereno está usted! Éste es para mí el más seguro presagio de la victoria.

19 de agosto de 1821

A Sucre

Mi imaginación acompaña a usted en todas partes, y se halla en todas las acciones y en todos los movimientos. De modo que no dejaré de pretender cualquier premio que se distribuya en-tre los soldados.

15 de septiembre de 1821

A Sucre

Pensar que los pueblos puedan recon-quistar su libertad solo con triunfos y sin hacer grandes sacrificios es un de-lirio, desmentido en cada página de la historia.

Olmedo conoció el fracaso pero ja-más se dejó vencer por él; frente a la más dura derrota, mostró espíritu optimista y elevó la moral de sus subalternos.

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No. 32 • Un encuentro con la historia

15 de septiembre de 1821

A Sucre

El Gobierno está dispuesto a hacer to-dos los esfuerzos y todos los sacrificios por salvar la patria. En esta virtud no dude usted un momento de que se alla-narán todos los inconvenientes para re-ponernos, que estén en nuestro poder.

17 de septiembre de 1821

A Sucre

La hermosa perspectiva que presentaba la provincia cuando dirigimos a V.E. las últimas comunicaciones después de la victoria de Yaguachi, se ha mudado re-pentinamente por una de las vicisitudes de la guerra. Acabamos de recibir parte del general Sucre en que nos anuncia la total derrota de su división el día 12 del presente en las llanuras de Ambato, de donde el mismo escapó herido.

Hemos perdido los primeros elementos de nuestra defensa… Todas nuestras ar-mas, todo cuanto teníamos para nuestra defensa se empleó en esta expedición en la cual libramos nuestra salud y libertad; y todo ha sido sacrificado. A pesar de eso con las cortas reliquias defenderemos la plaza, que solo evacuaremos en el últi-mo apuro para trasladarnos a la isla de Puna y fijar allí el centro de las operacio-nes. Siempre dominaremos la bahía y todo el río con nuestras fuerzas sutiles.

29 de septiembre de 1821

A Sucre

Aunque el enemigo que batió nuestra División en Ambato parece quedó redu-cido a 800 hombres, intenta invadir esta provincia reforzado con 500 de nuestros

prisioneros que ha incorporado en sus filas. Él se halla hoy en Riobamba… Con las reliquias de nuestra fuerza, el esfuer-zo que hacemos al aumentarla y las ven-tajas de nuestra localidad nos dispone-mos a hacer una obstinada resistencia…

17 de marzo de 1821

A Francisco de Paula Santander

Aunque la jornada de Huachi no nos fue favorable, el Gobierno ha recobra-do con ventaja esta desgracia, resta-bleciendo los cuerpos de todas armas que aseguran a la defensa de la pro-vincia y que unidos a la División de la República prometen un feliz resultado de la campaña próxima.

14 de abril de 1821

A Simón Bolívar

Pero a pesar de esta situación no desma-yamos; antes bien, nos son dulces todos los sacrificios, y hemos ofrecido prestar a las tropas de Colombia que obren por esta parte contra Quito, las provisiones de boca que necesiten mientras se si-túan en el país que deben libertar.

En su propia defensa y en la de las demás provincias de Ecuador, los guayaquileños hicieron enormes sacrificios económicos. Los agricul-tores, comerciantes, exportadores y profesionales no dudaron en entregar dinero, cuantas veces fue solicitado por Olmedo y posteriormente cuan-do formó parte de la Gran Colombia, continuó haciéndolo. Los “présta-mos forzosos” fueron obligatorios y rara vez los acreedores cobraron. Fue práctica impuesta desde la Colonia.

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27 de febrero de 1821

Al general José Mires

… el Gobierno se ha visto en la dura necesidad de ocurrir a un empréstito forzoso para sostener la fuerza arma-da que en el día pasa de 1.000 hombres reclutados en estos últimos meses. A pesar de esta situación, si viniesen tro-pas del ejército se les proporcionaría la subsistencia y los medios de trasporte. Tenemos mil fusiles de repuesto…

14 de abril de 1821

A Bolívar

Por nuestra parte nos apercibimos a la defensa, y aun nos preparamos a cooperar con las tropas de la Repú-blica que abran por aquí la campaña para libertar las provincias de la Sierra subyugadas todavía, según el plan for-mado de acuerdo con el señor general Mires, de que está impuesto Vuestra Excelencia. Desde hoy empiezan a sa-lir de este puerto los buques que deben trasportar las tropas de las costas del Chocó. El convoy se compone de una fragata, dos bergantines y dos goletas, con el repuesto de víveres suficientes para 1.500 hombres… ya hemos recu-rrido a dos empréstitos forzosos de 80.000 pesos, de los cuales la expedi-ción del Chocó, que no baja de 40.000 de gasto, ha consumido el último resto.

4 de junio de 1821

A Sucre

Usted sabe nuestra situación; la estagna-ción del comercio nos inhabilita aun para los gastos ordinarios; para los extraordi-narios hacemos esfuerzos continuos acu-diendo a empréstitos y donativos.

6 de julio de 1821

A Sucre

El teniente de Albión Jorge Noyes ha estado enfermo y se cura en casa de una parienta mía. Está mejor: pide al-gún sueldo; diga usted lo que se debe hacer, y si debe seguir luego que esté restablecido.

9 de julio de 1821

A Sucre

Por comisaría deben pagarse los gas-tos de espías y los extraordinarios con orden de usted.

Desde antes de ayer salió el oficial Pellicer con dos mil pesos para Ba-bahoyo y con encargo de recibir otros dos mil de aquel Ayuntamiento.

16 de julio de 1821

A Sucre

Van los 20.000 cartuchos de operación y los 10.000 de instrucción, y demás municiones que usted pide.

12 al 14 de agosto de 1821

A Sucre

Con esta marea van 44 mulas que mandamos traer de Balao; de Yagua-chi sé que fueron 14. Hemos compra-do la bayeta para fresadas. En primera ocasión irán con algún dinero.

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No. 32 • Un encuentro con la historia

15 de agosto de 1821

A Sucre

El hospital se embarcó anoche para el Morro.

16 de agosto de 1821

Ayuntamiento de Guayaquil

Los enemigos están sobre nuestras fronteras y el Gobierno está tomando todas las providencias que exigen las circunstancias. El movimiento que ha hecho nuestra división sobre Yagua-che, abandonando Babahoyo, debe entrar en el plan militar que se habrá propuesto el General en Jefe; pero esta situación exige en la ciudad disposicio-nes y medidas activas. Para este efecto, y hallándose exhausto el erario, es in-dispensable que se abra un empréstito extraordinario de cincuenta mil pesos que deben estar colectados dentro de cinco días, y cuya distribución deberá hacerla el Ayuntamiento, a cuya dis-posición estarán todos los recursos del Gobierno y del brazo militar para la realización de este indispensable ser-vicio.

29 de septiembre de 1821

Ayuntamiento de Guayaquil

La Goleta Estrella construida en este astillero para el servicio de esa escua-dra sale mañana de este puerto man-dada por el teniente Bell. Este oficial ha hecho servicios importantes a este Gobierno en el apresamiento de las ca-ñoneras sublevadas y persecución de los traidores, y no puede dejar de reco-mendarlo a V.E. ya que no puede por sí recompensar sus buenos servicios.

14 de julio de 1821

A San Martín

El teniente Bell espera que con la proxi-midad de su salida se adelantará el en-ganchamiento que no correspondió a su principio: tiene ya a bordo de la Go-londrina las 400 tablas y los cien remos que nos pidió V.E. últimamente. Lleva también una de las goletas aparejada de lo más necesario. Repito a V.E. que ha meses que estaban construidas las dos esperando los aprestos que V.E. prometió mandar y que aquí no se en-contraban. En esta ocasión conociendo la necesidad de estos buques, hemos procurado alistar uno que saldrá con el señor Bell conduciendo dos botes más, y cien quintales de cacao.

18 de julio de 1821

Sucre

El oficial ayudante del amigo Morales que sale dentro de horas, llevará mil pesos y la quina. Repito que el boti-quín que existe en Samborondón fue provisto bastantemente y es preciso que se pidan los artículos que no ten-gan y sean precisos.

Olmedo aprovechó de diferentes medios para motivar a los soldados, resaltar sus méritos y agradecerles por su trabajo pro de la libertad del resto de Ecuador, como se aprecia en una comunicación enviada al capitán Antonio Farfán:

El patriótico Ayuntamiento de esta ciudad desde los primeros días de nuestra feliz transformación decretó diez medallas de oro para distinguir a los que más se hubiesen señalado en promover y realizar la independencia

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de este pueblo, dejando al arbitrio del Gobierno conferir a los beneméritos esta pequeña pero honrosa muestra con que Guayaquil desea premiar a sus libertadores. Y siendo usted uno de los que más se distinguieron en tan memorable acontecimiento, el Gobier-no con la mayor satisfacción concede a usted una de esas medallas en recono-cimiento de tan importante servicio a la patria, y en memoria de la gratitud pública.

A través de las numerosas cartas de Olmedo, se puede uno dar cuenta de que, a pesar de no haber buscado el cargo, fue un hábil estadista y supo conducir a la provincia de Guayaquil por el camino correcto. Demostró ser amante de las libertades; los desen-cuentros con Bolívar, Sucre, y luego Flores, fueron por defenderlas y cri-ticar su actitud autoritaria. Él conocía sus limitaciones y las hizo públicas en una carta a Sucre fechada el 18 de oc-tubre de 1821:

Yo no he nacido para este puesto: el re-tiro, la soledad y la comunicación con las musas eran convenientes a mi ge-nio y carácter; mandar, regir, moderar un pueblo y en revolución no es para mis fuerzas intelectuales y físicas, per-sonaje de muchas facetas.

El Olmedo descrito por nuestros historiadores, no es el Olmedo de sus cartas, al final tuvo que ceder, no por ser débil, sino por práctico, se encon-traba en desventaja frente a Bolívar.

Bibliografía

s.f. Correspondencia de Olmedo, Universidad de Indiana, Biblioteca Lilly, Estados Unidos.

s.f. Correspondencia de Olmedo, familia Pino Ycaza, Guayaquil.

s.f. Correspondencia de Olmedo, Biblioteca Miguel de Cervantes, internet.

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APROXIMACIONES A LOS IMAGINARIOS DE DON LUIS MARTÍNEZ

Pedro Reino Garcés

Cronista Oficial y Vitalicio de San Juan de Ambato

Conferencia: viernes 25 de noviembre de 2011,

quinta La Liria, Ambato

El Instante

¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueñode espadas que los tártaros soñaron,dónde los fuertes muros que allana-ron,dónde el Árbol de Adán y el otro Leño? El presente está solo. La memoriaerige en el tiempo. Sucesión y engañoes la ruina del reloj. El año no es menos vano que la vana historia. Entre el alba y la noche hay un abismode agonías, de luces, de cuidados;el rostro que se mira en los gastadosespejos de la noche no es el mismo.

El hoy fugaz es tenue y es eterno.Otro cielo no esperes ni otro infierno.

Jorge Luis Borges

Con estos versos de Borges, acer-quémonos a desafiar a la me-moria, pensando más que en

la biografía, en la herencia espiritual de un alma llena de paisaje, de amor a la tierra, lo que fue en don Luis, su amor trascendente, lo más prolonga-ble de un amor, con el que nos habla desde la muerte, con esa obsesión de insistir en que pasó anticipadamente entre nosotros, haciéndonos notar lo que perdura, si es que tomamos en serio el ejercicio de la vida.

Asideros

Por lo que vamos a decir, estamos convenciéndonos que los artistas, los poetas, los mártires y los santos; y por desgracia de las sinrazones, igual que muchos notables perversos y fastidia-dores de la razón y del espíritu, entre otros, no acaban de morir, o no acaban de vivir. Se han introducido en nues-tra memoria con un remanente de ta-reas inconclusas con las que nos toca volver a retejer las urdimbres de sus memorias, para entender y descifrar sus pasadas existencias. Y de hecho, esta tarea implica tratar de entender sus trascendencias.

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Sus vivencias y legados, acaso truncos para nuestra humana aspi-ración de eternidades, vistos con la pasión de las herencias de las que disfrutamos, han sido y van siendo revalorizadas, y, sobre todo, revalori-zables, en este caso, no solo por sus óleos paisajísticos y sus palabras ver-tidas en su novela del llamado realis-mo, A la Costa, o sobre la pasión de su quehacer político al frente de la pa-tria, soñador incomprendido de en-trar con el ferrocarril a la Amazonía. Y si esto se hubiese dado, la patria hu-biese quedado intacta. Ahora, a la dis-tancia del tiempo queremos meternos en ese algo sagrado que está dentro de toda creación; y dentro de lo que es mucho más sagrado: sus vidas. ¿A dónde vamos por estos caminos?

Antiguas obsesiones humanas son por ejemplo las de Plutarco al dejar-nos constancia de sus Vidas Paralelas, o de los monjes medievales que estaban impactados con las biografías de sus santos. Luis Martínez tuvo sus razo-nes de fondo para escribir la vida de Rosaura, Salvador, Mariana, de una país del Sagrado Corazón, enfrentado al pensamiento liberal, en un entorno de desajustes emocionales que vistos a la distancia del tiempo quedaron con la huella de la época en la que le tocó vivir: los terremotos naturales y los desajustes políticos en el primer siglo de ambiciones del poder que tuvo marcadamente nuestra querida patria, que, como en toda guerra, no es sino un enfrentarse entre hermanos para que terceros disfruten de las glo-rias y de los beneficios que implican

los triunfos. Esto ha hecho decir a Ro-dríguez Castelo que en Martínez, “la cólera se hizo novela”; y, desde luego, que esto me hace pensar que me miro transitar, al igual que otros, por el mismo camino. ¿Se podrá incursionar en un realismo social sin tener o ex-presar la cólera secreta de sus prota-gonistas? Seguro que este fue un buen argumento para que la hija de don Juan León Mera, su Rosario sensible y sutil, con su familia, lo comprendie-ran mejor; y nosotros, a ultranza lo agradeciéramos de corazón.

Creo que mirando las sucesiones y las redundancias de la historia, hay que pensar que, como dice Borges, “todos hemos vivido ya una cantidad infinita de veces”. Los de arriba, los

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No. 32 • Un encuentro con la historia

de abajo y los del medio. Parece que no hay más esquemas en la mente del hombre: nacimos arrimados a cual-quier dios, si no es que somos hijos de sus soplos o de sus semillas; crecimos nutriéndonos del bien y del mal, tra-tando de darnos cuenta que las con-ciencias son otra cosa, más compleja que la arquitectura que necesita el cuerpo para mantenerse con vida; y nos toca volver a reproducirnos en el bien y en el mal, con tanta facilidad. Midamos nuestras conductas y trate-mos de mirar las guerras que hemos fabricado para abrirnos espacio en la sobrevivencia, y de seguro que asen-tiremos que es una forma de redun-dar en esta inercia terca de sostener la conciencia colectiva.

Según lo dicho, la muerte sirve para revalorizar los cometidos que debemos cumplir en este mundo. Vi-das como las de don Luis Martínez, según el legado al que debemos acer-carnos para respetarlo y revalorizar-lo, nos alertan con la serenidad de la metáfora de sus obras. Todos debe-mos saber de la misión humana que venimos a desarrollar experimentan-do los dolores del alma.

Según los convencidos fabricantes de vidas burocráticas, actualmente pretenden convencernos que hasta las instituciones vienen a este mundo con una misión y una visión delimi-tadas, medibles, verificables, exactas, encasillable en sus cuadrículas cere-brales “Microsoft Office excel”, con las que se sienten cómodos, tecnifi-cados y felices. Pero saber que esta-mos ante la vida y el producto de un

espíritu como el de don Luis Martí-nez, debe significar que estamos para comprender que la vida es algo más resbaloso que las misiones y visiones prefabricadas que nos mandan a me-morizar. Hasta los humanos geniales deben tenernos pena cuando preten-demos darnos de analistas del futu-ro, en sociedades caóticas, donde los acomodaticios son fabricantes de va-cilaciones. Y es tanto el peligro actual que para ello pueden dar un mismo propósito a un puñal o a un libro.

Para no irme fuera de la corriente en la que nos ha tocado vivir, recién salidos de los objetivos, hemos pasa-do a las misiones y visiones. ¿Cuándo será que estudiemos o nos propon-gamos enfrentarnos a las pasiones? Aquí lo que prima es nuestra idea sobre el tiempo. El hombre burócra-ta, el calendarizado, el cronometrado por tecnología de punta, vive el pre-sente aplastante, preparado para una misión encomendada, aprobada por un superior, que hasta tiene que me-morizar para saber por dónde lleva su cerebro. Pero el espíritu del crea-dor, del hombre de vida trascendente, como en el presente caso, piensa que el futuro vale mucho más y es el espa-cio para que se pueda disfrutar de sus herencias. Los biógrafos de don Luis dicen que fue reacio a las aulas, a los horarios; y, debió serlo a las califica-ciones. Pudo ser un brillante abogado, pero con tal ejercicio es posible que hubiese quedado intrascendente. Esto no ha significado que fuera renuente a lo que le dictaba libremente su espí-ritu. Observador minucioso de la vida

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y de la conducta de su gente, disfru-taba de su soledad creadora que nada tiene que ver con la resignación. Solo, disfrutaba de esa vista espectacular y permanente del Cotopaxi, desde sus cangahuales de Mulalillo, donde yo también he ido en pos de sus pisa-das; o desde los barrancos del alma, desde donde sus ansias de libertad llegaban al galope de su caballo para sentirse profeta cabalgante de nubes, las que las metía meticulosamente en su memoria para deshacerse de ellas con una transpiración diluida con su propia sangre.

Biografías

Ya para el caso de don Luis Mar-tínez, se puede hablar con propiedad que no se trata de una biografía for-mal, desde su nacimiento en Ambato el 23 de junio de 1869 hasta su muerte el 26 de noviembre de 1909, cumpli-dos apenas 40 años. No viene mucho al caso la narración de su vida, de no mediar la importancia de su crea-ción. Como artista está hecho de otras esencialidades, y debo acercarme por este camino para no redundar en lo que ha se ha dicho y escrito sobre su labor humana.

Se dice que las vidas, en presente, pertenecen a sus deudos vivientes; pero con la muerte, o mejor dicho, después de ella y solo después de ella, de la muerte, insisto, dichas vi-das pasan a una pertenencia colecti-va. Somos dueños de todas las muer-tes en la medida en que cada uno se lamenta lo que ha perdido, o dispone de algún legado. Creo que esta re-

flexión es válida para decir que don Luis Martínez, el etéreo, por estos su-puestos, pertenece al ambateñismo en particular, entendido como parte del paisajismo y del costumbrismo que nos dejó latentes. Pertenece al ruralis-mo, porque dio un título a su visión sagrada de la tierra: su Catecismo de Agricultura. No se trata solamente de una superposición de ideas religiosas sobre un tratamiento para compene-trarse con la naturaleza y las plantas. Lo que quiso y quiere don Luis es que haya una relación sagrada, una rela-ción de fe y esperanza, una comunión sin culpa que ahora mismo no acaban de entender tantos ecologistas, tantos negociantes del impacto ambiental, tantos entendidos en urbanismos que van acabando con la sonrisa verde del paisaje. Hay tantos desentendidos en los mitos e ideas sagradas sobre plan-tas, quebradas, cascadas y rincones del morar de los espíritus, que han cambiado las creencias de la gente, que ahora solo mira el rendimiento, el producto, la ganancia, el mercantilis-mo. Ya no hay enamorados de la tie-rra ni siquiera románticos del paisaje, porque les han enseñado que árbol o fruto, que no es rentable, debe derri-barse. Por esto, y mucho más, resulta válida toda remembranza y homenaje a su memoria.

Paisaje y pinceles de palabras

Los campos de la admirable meseta andina estaban entonces cubiertos de tiernas mieses… en los filos y cuchillas más altas de las cordilleras blanquea-ban las primeras nieves del invier-

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No. 32 • Un encuentro con la historia

no andino y el suelo de los recientes desmontes, negro con la lluvia, dejaba escapar, como si fuera la respiración de la tierra, un ligero vaho que flotaba indeciso entre los pliegues… el verde pálido de la cebada en flor, ondeando a la brisa de la mañana, formaba el cinturón alegre de los cerros corona-dos de paja, ora aceitunada, ora gris, ora amarillenta. Allá un oscuro ba-rranco boscoso, escarmenando girón de nieblas blancas, se desvanecía lento al beso del sol matutino, y de las cho-zas y caseríos que animan al inmenso territorio, se levantaban ligeras co-lumnas de humo que se evaporaban y confundían en el cielo azul y profundo de la mañana… (A La Costa, cap. XVI)

¿Quién no puede darse cuenta que esto que hemos transcrito no es una pintura hecha con palabras? Gracias a las palabras el paisaje se ha puesto en movimiento, la kinestesia impacta con deleite en nuestros sentidos. Y en el trasfondo, conocimiento y amor al paisaje son la herencia aprisionada en el libro.

Y si nos hemos acercado a la mon-taña andina, ¿qué decir de la razón de la novela que está pensada en ese ir a la Costa?

Hacia el ocaso de descubre otra zona, otra naturaleza, un mundo nunca imaginado por el habitante de las cordilleras. Los cerros que como una avalancha petrificada, se separan de la Sierra, se aplanan y casi se hunden en un abismo. El bosque trepa afanoso hasta las más altas cimas; las quiebras pierden las tonalidades y recortes du-ros de las rocas desnudas, para adqui-rir toques azulinos y vaporosos; y al fin, cerros, colinas, barrancos, se con-

funden, difuminan, desaparecen, casi en medio de un velo glauco, para con-vertirse en una llanura infinita como el mar, la que se pierde allá en el ho-rizonte en un cielo de nácar, en el que flotan algunas nubes de color de rosa y oro. Y en esa inmensa pampa aquí y allí algunos puntitos como diamantes de un manto regio, puntos que indican curvas de inmensos ríos; se levantan algunas ligeras y casi fantásticas hu-maredas, y un aire caliente y denso baña ese gigantesco paisaje, en el cual los colores son todos suaves como los de un sueño medio olvidado en un rincón de la memoria. Hacia la iz-quierda del observador, se levanta de la llanura una altísima cordillera azul turquí; es el último contrafuerte de los viejos Andes que avanzan hasta el Pa-cífico. Esta tierra vaporosa, esa llanura infinita, es la Costa ecuatoriana.

Y sobre este paisaje nuestro, la novela de don Luis no necesitó de una geografía ficticia para relatar-nos la vida de esa época hostil en la que le tocó vivir. Los problemas con una Colombia próxima, los caudillis-mos arrebatados y ese germinar de militares nacidos de un semillero de insurrecciones, con rangos recono-cidos a dedo o por fusilamientos sin ningún trámite prolongados, como lo dice “de esa calaverada de las lu-chas por la Independencia”; desde Celica en Loja, donde hasta no hace mucho, se mata para demostrar que para algo sirven los uniformes y las charreteras, hasta el Quinche, donde la Virgen sabe más de masacres que de milagros; desde Riobamba y Quito hasta los confines de Guayaquil, en donde se fraguan las estrategias y se

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exportan las ambiciones, todo está en la memoria y en la experiencia de don Luis Martínez, quien se recluye a sus soledades a repasar lo vivido para ex-hibirnos con colorida belleza todo lo que le duele y le fastidia: la mojigate-ría de la religión, las pasiones desnu-das, las hipocresías que son el musgo de todos los estratos sociales, a pesar de lo que se conoce ahora como ma-quillaje labrantío preparado para el discurso público.

Conviene que finalicemos este re-cuerdo expresando que más vale re-pensar en su producción, antes que en biografías escolares donde pretende-mos heredar lo que es intransferible en la unicidad de la vida, en la sangre, en la palpitación y las obsesiones apa-sionadas. Don Luis es único, antes o

después de su descendencia que tam-bién fue brillante. Don Luis nos per-tenece en la dimensión de su legado lleno de advertencias para la moral pública y para el entendimiento de una patria integrada e integradora. Qué sueño trunco fue ese con el que bajó a la muerte. Él, y creo yo, igual que muchos de los presentes, oía en su adentros, que el ferrocarril debía salir pitando de la orilla del mar, su-bir por la cordillera andina, pasar por Ambato y Pelileo, hasta llegar al Cu-raray, en donde, como si la Amazonía fuese una playa de nuestras entrañas, deberíamos haber amontonado todos los viajes de la vida, para desintegrar-nos en el verde, que es el color de la obsesión de la eternidad de la tierra.

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DE TIERRA ADENTRO*

Con guitarras y amorfinos

No son poetas: la filosofía be-bida en universidades, no ha rozado sus cerebros; pero,

cada cual lanza su lírica popular, y cada uno de ellos es un filósofo brota-do entre la fronda enmarañada de los bosques, al compás de los frutos que la naturaleza prodiga sin tacañerías.

Todos los días son buenos para la fiesta. Basta saber que cumple años la comadre, que le nació una niña a la vecina, que se sacó la suerte el amigo o que vendió la vaca, para que la gui-tarra se desempolve, se aprieten las clavijas, se arrastren hacia la casa unas cuantas botellas de “guarapo” y co-mience la batalla reñida y picaresca en-tre baile y danza; entre trago y broma.

Y uno rasguea acompasadamen-te la vihuela y otros se esfuerzan en buscar consonantes a unos versículos, que muchas veces no hacen versos, pero, que siempre tienen un puntillo de arañazos y en los que no faltan clamores amorosos y excesos de celos que, con alguna frecuencia, terminan con la rotura de la vihuela y la cabeza de los verseros, que de copla en copla, y de trago en trago, han ido enervan-do sus espíritus y haciendo sangre be-licosa y pronta al sacrificio inútil.

El escenario es amplio. A lo lejos, al horizonte, los cerros que marcan el

comienzo de las serranías más cerca-nas, campos en que la verdura brota y junto a ella los árboles reparten sus frutos preciados. A corta distancia, el pesado y espeso matorral de la selva cierra el panorama. Más cerca, el río; y junto al río, la casa de caña y pajas sostenida por recios troncos.

Pasemos al interior. Una sola habi-tación es sala, comedor y dormitorio, todo al mismo tiempo. Una rústica mesa y sobre ella pocos vasos, y mu-chas botellas; unas llenas y dispuestas al sacrificio; otras hace tiempo fueron sacrificadas. Cuando las sillas no alcan-zan, cajones suplen la falta y el suelo es banca amplia para contener a las gen-tes. Un alambre colgado en el centro del cuarto y de él pende un viejo lam-parón de kerosene que da una luz mor-tecina e impropia de noche de fiesta.

En el lugar de honor, el guitarrero que empieza a golpear el instrumen-to y frente a él, las parejas que inician el baile. De vez en cuando una voz irrumpe “ahora” y la cadena danzan-te se rompe y al centro se para uno de los cantores que comienza el amor-fino. Malicioso, picaresco, burlón y

* Artículo de N. Aguirre Bretón, tomado de diario La Provincia, domingo 17 de febrero de 1929.

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pendenciero, el cantor se refriega los ojos con la mano; mira detenidamen-te a la concurrencia y lanza su estrofa mordiente:

Válgame San Macabeo,si es que ofendo y doy enojospero algo tengo en los ojos,que solo “cangrejos” veo.

Las gentes ríen, vuelve el baile, pero, uno queda rumiando la estrofa pasada y amasa en su cerebro rudo otra que no deje de llevar mostacilla.

Y el grito anunciador resuena. Y el baile se detiene y otro cantor pisa el centro de la rueda formada por los que esperan saber cuál es el más agudo y audaz de los contendientes. “Allá va la mía” exclama, y la suelta disparada con ametralladora:

No es extraño que no veasmás que “cangrejos” compadre;pues te has mirado al espejoy era el hijo de tu madre.

Las carcajadas son ensordecedoras y, como eso merece un trago, el baile para en seco y todos se disponen a re-mojarlo.

Cuando la danza se reanuda, el tema ha cambiado; es ahora más amo-roso. La última copa –que por cierto no ha de ser la última– ha elevado el espíritu apasionado, meloso y un tan-to ungido por los celos.

Dicen que van a tapar la callela calle por donde yo ando;la calle la taparán, pero la querencia, ¿cuándo?

Quiero más a mi negradesde que supeque es morenala virgen de Guadalupe.

El que bebe agua en un matey se casa en tierra ajena,no sabe si el agua es clarani si la mujer es buena.

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No. 32 • Un encuentro con la historia

Y la copla risueña volaba de un rincón a otro, picando a todos los cir-cunstantes. También a nosotros nos iba nuestra pedrada y la recibimos con cara risueña:

Cuando un negro está comiendocon un blanco en compañía, o el blanco le debe al negroo es del negro la comía.

Todo el que tiene dinero,tiene la sangre liviana,aunque su padre sea un tigrey su madre una caimana.

La copla graciosa estaba represen-tada por un viejo que las entonaba a cada rato mezclándola con un buen trago de “puro” sin rebaja:

Tengo el sombrero rompíodesde la copa hasta el alay no lo quiero coserhasta no ver en qué para.

Que se vengan pa mi campotodos los dotores juntospa que prueben los malditoslas leyes de mi bejuco.

Cuando ensillo mi caballoy me fajo mi machete, no envidio la suerte a nadie,un aún al mismo Presidente.

Y así, entre puya y chanza; entre trago y baile; entre juego y sátira, la hora transcurre amena, agradable e instructiva para el observador que se interna en la montaña, convive du-rante un tiempo con los sencillos ha-bitantes y aprende de ellos nobleza, filosofía y alegría, allí donde la alegría se limita a gozar de la naturaleza, no siempre amable y cariñosa con el la-borioso montañero.

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RECORDANDO A RAMONCITO TINGO TANGO

Bien vale decir que así como ayer, hoy en día, existen familias po-bres en dinero, unas más que

otras, como la familia del noble com-pañero de escuela llamado Marco Polo, chicuelo que se sentía orgulloso de su nombre, por llamarse como el gran nauta que desafió los peligros de los sie-te mares; amigo que vivía en una casu-cha de caña y cadi, de no más de veinte metros cuadrados, frente al refugio de las “chicas buenas” que esperaban pa-cientemente a los “caballeros” que bus-caban, por el pago de unos cuantos su-cres, descargar sobre ellas sus pasiones reprimidas; casa que quedaba al subir la loma del cementerio, lugar donde quedaron mis primeras ilusiones. Este Marco Polo fue bueno y leal amigo de infancia, aquel que en horas robadas a las distracciones propias de su edad, por unos reales nos enseñaba las difí-ciles y tediosas operaciones de Aritmé-tica. Al finalizar sus clases, a manera de gratificación, nos obsequiaba con frutos de la tierra, ovos, grosellas y ce-rezas, frutos que crecían en épocas de verano y en abundancia en las áridas y peladas lomas del cementerio, lomas donde aún se divisan majestuosos los árboles de ceiba, árboles a los que les cantó Lucía de María Godoy o mejor en su seudónimo conocida como Gabriela Mistral en su paso por estas tierras:

En el mundo está la luz,y en la luz está la ceiba,y en la ceiba está la verdellamarada de la América.

¡Ea ceiba, ea, ea!Árbol ceiba no ha nacidoy la damos por eterna,y los indios no la plantan,y los ríos no la riegan.

Ella tuerce contra el cieloveinte cobras verdaderas,y en lo negro de la nochelas espaldas le espejean.

¡Ea, ceiba, ea, ea!No la alcanzan los ganadosni le llega la zaeta,miedo de ella tiene el hachay las llamas no la queman. Ceibas que aún nos brindan lana,

que hoy se pierde en sus ramas, lana con la que ayer nuestros ancestros, aborígenes y españoles, fabricaron colchones y almohadas, sin olvidar a nuestros artesanos que se negaban a dejar este oficio y vivían al final de la calle 10 de Agosto, entre la Coronel Sa-bando y la Juan Montalvo, ceibas don-de las abejas construyen sus panales, y en tiempos de cosecha, nos brindan exquisita miel dulce o amarga; miel

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No. 32 • Un encuentro con la historia

que recogíamos junto a su residuo, la cera, que conjuntamente con la resina que brota de los árboles de algarrobo, resina con la que se fabricaba la goma del zapatero, vendíamos en las tien-das de comercio y en las talabarterías ubicadas en el viejo Mercado Central de Portoviejo, allí donde ahora está el Centro Comercial Municipal, comer-ciantes y talabarteros cuyos nombres no se deben olvidar porque fueron los que le dieron vida comercial a Porto-viejo, entre ellos teníamos a Clodo-veo Cevallos; talabarterías en las que también vendíamos las cucharas y monedas de plata de nuestros abue-los, metal que a su vez era comprado por ricos hacendados que lo fundían o colocaban en las monturas de sus caballos, y las monedas de oro y de plata con que las familias pudientes mandaban a fabricar collares, aretes, anillos y pulseras, aunque no se ne-cesitaba ser rico para darse aires de grandeza, aires que desde la colonia aspiraba la gente del pueblo, aristó-cratas y plebeyos, querían incluso que de sus sonrisas emergieran destellos celestiales que denotaran riqueza. Los odontólogos de las décadas del 50 y del 60 fueron de los buenos, como entonces se daban, profesionales va-liosos y honestos, porque en su época de estudiantes se llenaron de conoci-mientos a la llama de un candil, ro-bándole horas al sueño y bebiendo café, pasado y cargado, en esencia pura, que les impidiera conciliar el sueño y así gozar de más horas de lectura, estudiantes que visitaban bi-bliotecas o se interesaban en comprar libros, caros como siempre, cuando su

economía lo permitía, o lo prestaban al amigo o al compañero de escuela o colegio, y a veces, por lo estricto que eran, temerosos acudían al profesor para que les ayudaran brindándole explicaciones más amplias del tema que no comprendían; así se hicieron profesionales en Odontología Arman-do Flor y Alberto Lara Zevallos, entre los primeros y principales, seguidos de Ramón Sierra, graduado en USA, Luz María Hidrovo, Ricardo Villacre-ses, Isabel Zambrano Izaguirre, Laura Espinales, y los mecánicos dentales, a fuerza de serlo y por experiencia de años, Jorge Yencong y Horacio Sierra, el Mr. del Colegio Olmedo, el que me enseñó las primeras letras del idioma inglés, profesionales que hacían sus buenos reales cambiando o recubrien-do muelas y dientes buenos por mue-las y dientes de oro, joyas que les eran retirados de sus bocas, al momento de sus muertes por parte de sus familia-res, quienes pregonaban este hecho a los cuatro vientos, para que todos se enteren, a propios y extraños, que el finado bajaba a la tumba sin sus pre-ciados tesoros y evitar de esta manera que los roba-tumbas profanen sus se-pulcros para robarles el oro.

Las hermosas colinas de mi ciu-dad, el mirador natural de Portoviejo, eran el hábitat de muchas aves que en los fines de semana salíamos a cazar con ligueros, aves inocentes que caían ante la pedrada certera, ayudando nosotros mismos a despoblar de alas y trinos el firmamento.

Que distintos a la ciudad el campo y las montañas, donde las aves con su

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canto despiertan el alma, dulcifican el espíritu, alientan la existencia huma-na, lugar predilecto de aves cotorras, de loras, tucanes, pericos, periquitos y pericotes de variedades distintas y con hermoso y vistoso plumaje, aves que existían en abundancia, y poco a poco los fuimos y los fueron extermi-nando, unos por nuestra ambición de tenerlos prisioneros en nuestras casas y otros para su venta, aves que son sociables, gustan andar en bandadas y sus graznidos se escuchan a mu-cha distancia, y que sin tener cuerdas bucales imitan la voz humana. Los recuerdos acarician mi mente acerca de una cotorra parlanchina que vivía, de manera permanente, en un alto y frondoso árbol de pechiche frente a mi casa, en la calle Espejo, a dos cua-dras del cementerio, lora vieja pero no cansada de aprender nuevas ma-las palabras, de repetir lo irrepetible en esta remembranza. Los vecinos de la barriada, por qué no conocer sus apellidos siquiera, Farfán y Puya, fueron sus principales y predilectos profesores, azuzados en la enseñanza por Rivadeneira, Márquez y Zambra-no, especialmente por su dueño Igle-sias, lora que en andanada de insul-tos arreciaba contra curas, monjas y estudiantes de los colegios Mariana de Jesús y Cristo Rey, los niños light de la sociedad portovejense. Era una verdadera fiesta cuando el bien silba-do “buen cuero” de la lora anunciaba la presencia del caballero de caminar galante y rítmico, del caballero que gustaba de su propio sexo, el estilista de las damas de Portoviejo y amante de los jóvenes encopetados y guapos

de la época y “más mejor” si natura les hubiera brindado de largos y po-sitivos atributos de macho; ese era Ramoncito Tingo Tango, a quien los muchachos, casi infantes, con alegres bromas lo seguíamos de cerca en su diario andar por la calle Córdova, la calle de los hombres de pasos torcidos y del paseo final de los muertos.

Ramoncito Tingo Tango era un espectáculo en su diario y mañanero andar. Su paso era presuroso al llegar a la esquina de las calles Córdova y Espejo, queriendo talvés evitar que la lora lo viera, caminaba rápido, mo-viendo mucho más el trasero, causan-do hilaridad en los muchachos y en

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los viejos, era el aviso esperado por la lora que procedía a lanzar su conoci-do “buen cuero”.

Es que no solo la lora le había de-clarado la guerra a Ramoncito Tingo Tango, también lo hicieron ciertas fa-milias pudientes y honorables de Por-toviejo, que se creían exentas de todo pecado porque consideraban que la conducta de Ramoncito era impro-pia para una sociedad como la nues-tra donde los pillos aún reclaman su derecho de ser honrados y los pobres que llegaron a ser ricos son indiferen-tes a los pobres de ahora. Reuniones entre amigos de alta élite social y económica perurgieron al intendente para que reduzca a prisión al hombre que la naturaleza le equivocó su sexo. La orden fue cumplida de inmediato, Ramoncito Tingo Tango fue puesto tras las rejas en los calabozos de la Intendencia que quedaba en los bajos

de la Gobernación. Ramoncito tin-go tango, sin acusación particular ni fórmula de juicio alguno, conocía por primera vez la fría y lúgubre prisión, pero solo por breve momento, no más de una hora. Ramoncito llamó al In-tendente y le puso plazo inmediato, o lo dejaba en libertad o denunciaba al mundo que los niños de sociedad, los hijos de las familias que le aborrecían y de altas autoridades de la ciudad, eran asiduos visitantes de su alcoba, en grandes noches de arrebato y amor desenfrenado.

Con semejante amenaza que pre-sagiaba un escándalo, la orden de libertad para Ramoncito Tingo Tango fue inmediata, nadie quería correr el riesgo de que su apellido y reputa-ción se mancillaran porque el nombre de su hijos se pusiera en la palestra pública por las declaraciones de una persona torcida en su sexo y en su

pensamiento y se des-cubrieran las perver-tidas inclinaciones de sus vástagos. Desde entonces, Ramoncito caminó libre y tran-quilamente por las ca-lles de Portoviejo, sin que nadie le pertur-bara su paso ni osara increparle, ni aún con la mirada, su anóma-lo comportamiento, caminaba sonriéndole al mundo y a cuanto muchacho le gustara, incluso dejó de moles-tarle el “buen cuero”

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de la lora; caminaba, meciendo entre sus dedos una leontina de plata, a la que algunos consideraron que era su amuleto de larga vida y buena suerte, y con su alegre y popular silbo, como enviando en clave cifrada el mensa-je de cita para sus enamorados, iba tarareando las primeras letras de su canción predilecta, la canción de Car-mencita Lara “el árbol de mi casa”:

El árbol de mi Casa está muy tristeporque se ausentaron ya las aves;volaron todas las palomas,volaron todas de su nido,dejándome entristecido pobre y de miPero algún día las veré,volando errantes por el mundoy en segundos la que es mía la cogeré Cuantas veces no quisieron callar-

le el pico a la pobre lora, los vecinos moralistas hicieron uso de muchas ar-gucias sin conseguir sus nefastos pro-pósitos, la lora siempre estaba en lo alto de la copa del árbol, gozando de la libertad de su vida prisionera, con sus alas rotas para impedir su vuelo, viviendo a carcajadas su existencia, mofándose de todos los que ella qui-siera, al fin y al cabo, ya estaba con-denada a vivir en mundo extraño y en soledad inmensa. La parlanchina lora murió de vieja, sin arrepentirse de sus pecados; muchachos y viejos lloramos su partida.