Contenedores texto de Aurora Noreña

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CONTENEDORES Aunque el atesoramiento de bienes materiales parece ser hoy en día una obsesión, la necesidad de resguardo de bienes inmateriales (nociones y emociones) no ha dejado de ocupar un lugar central y apremiante en las preocupaciones del individuo contemporáneo. El hombre durante su historia ha desarrollando toda serie de productos socioculturales, estructuras de pensamiento y actividades, que nos ayudan a comprender las cosas y fenómenos que nos rodean y que al mismo tiempo son vehículos de resguardo de ese patrimonio intangible. Siguiendo a Juan Acha, “no conocemos las cosas en sí, en toda su objetividad. Conocemos sus relaciones”, es decir que las comprendemos en un sistema de mutuas dependencias de sus procesos de producción distribución y consumo dentro de la sociedad. De este modo, la ciencia, la tecnología y el arte son capaces de crear una compleja red de asociaciones multi-direccionales entre nosotros y nuestro entorno. Esa capacidad relacional emite significaciones que los convierte en formas de aprehensión del mundo y en recipientes de sentidos (semánticos). Carmen Flores, Claudia López Terroso, Delina Alfaro Macias y Juan Ramón Lemus elaboran colectivamente una propuesta alrededor del tópico del ‘arte como contenedor’ que en su entendimiento más amplio (explicado líneas arriba) aparece en los discursos prácticos y teóricos del arte desde los sesenta (con el léxico y la teoría semiótica entre otras cosas) convirtiéndose en una de las nociones centrales del arte contemporáneo y punto de reflexión ligado a preguntas siempre vigentes como: ¿qué es el arte?, ó ¿para qué sirve el arte? A partir del acuerdo temático y dentro de la fractalidad propositiva que caracteriza al campo artístico visual hoy en día: los cuatro artistas acceden al tópico y al objeto de manera muy distinta. Delina Alfaro realiza ambientaciones con sillas de pequeño formato y frutas naturales que al incluir olores traspasan lo meramente visual para ubicarse en los terrenos de la polisensorialidad. Reúne dos elementos de naturaleza dispar, que en su relación unívoca mitigan la ambigüedad de su lectura. A primera vista pueden leerse ideas subyacentes como la comunión y contradicción que existen en las relaciones naturaleza - artificio (hombre), e incluso percepciones de desfazamientos entre lo local y lo global, enfrentando nociones culturales como: nomadismo y sedentarismo, tradición y cultura, y lo tropical y lo meridional.

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Texto introductor para exposición de Juan Ramón Lemus, Carmen Flores y Claudia López Terroso

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CONTENEDORES Aunque el atesoramiento de bienes materiales parece ser hoy en día una obsesión, la necesidad de resguardo de bienes inmateriales (nociones y emociones) no ha dejado de ocupar un lugar central y apremiante en las preocupaciones del individuo contemporáneo.

El hombre durante su historia ha desarrollando toda serie de productos socioculturales, estructuras de pensamiento y actividades, que nos ayudan a comprender las cosas y fenómenos que nos rodean y que al mismo tiempo son vehículos de resguardo de ese patrimonio intangible. Siguiendo a Juan Acha, “no conocemos las cosas en sí, en toda su objetividad. Conocemos sus relaciones”, es decir que las comprendemos en un sistema de mutuas dependencias de sus procesos de producción distribución y consumo dentro de la sociedad. De este modo, la ciencia, la tecnología y el arte son capaces de crear una compleja red de asociaciones multi-direccionales entre nosotros y nuestro entorno. Esa capacidad relacional emite significaciones que los convierte en formas de aprehensión del mundo y en recipientes de sentidos (semánticos). Carmen Flores, Claudia López Terroso, Delina Alfaro Macias y Juan Ramón Lemus elaboran colectivamente una propuesta alrededor del tópico del ‘arte como contenedor’ que en su entendimiento más amplio (explicado líneas arriba) aparece en los discursos prácticos y teóricos del arte desde los sesenta (con el léxico y la teoría semiótica entre otras cosas) convirtiéndose en una de las nociones centrales del arte contemporáneo y punto de reflexión ligado a preguntas siempre vigentes como: ¿qué es el arte?, ó ¿para qué sirve el arte? A partir del acuerdo temático y dentro de la fractalidad propositiva que caracteriza al campo artístico visual hoy en día: los cuatro artistas acceden al tópico y al objeto de manera muy distinta. Delina Alfaro realiza ambientaciones con sillas de pequeño formato y frutas naturales que al incluir olores traspasan lo meramente visual para ubicarse en los terrenos de la polisensorialidad. Reúne dos elementos de naturaleza dispar, que en su relación unívoca mitigan la ambigüedad de su lectura. A primera vista pueden leerse ideas subyacentes como la comunión y contradicción que existen en las relaciones naturaleza - artificio (hombre), e incluso percepciones de desfazamientos entre lo local y lo global, enfrentando nociones culturales como: nomadismo y sedentarismo, tradición y cultura, y lo tropical y lo meridional. Las frutas conllevan cierta referencia geográfica que de algún modo les dan un domicilio local a sus piezas. En contrapartida, en un contexto que se expande fuera de lo local, Claudia López Terroso utiliza la idea de contenedor en forma literal, presentando 60 matraces de vidrio que constriñen el tiempo en sus entrañas. Su instalación es una pieza de participación donde 60 individuos de diferentes edades y ocupaciones responden a la petición de la artista, de hablar de lo que para ellos es el tiempo, aprisionando en los asépticos contenedores materiales y objetos tan distintos como: hojas naturales, ropas de muñecos, llaves, pastillas anticonceptivas, negativos de película, aviones de papel, cenizas y tierra de montañas. López Terroso pretende muestrear diversas percepciones del tiempo y en su intento por aprehenderlo lo secciona y congela a la manera de un alquimista. Decanta el tiempo rompiendo sus reglas físicas de ininterrupción e indisolubilidad con la secuencia lineal, creando a su vez una secuencia de diversidad aislada (distintos matraces) donde las mediciones de cada individuo fragmentan la idea de un tiempo

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absoluto. El trabajo de Carmen Flores se distingue por su alto grado de intelectualización en la selección y procesamiento de los objetos, materiales y técnicas que emplea. Algunos de sus producciones se desarrollan en el territorio limítrofe entre la pintura y la tridimensión, como la serie hecha a partir de cubos de madera (con hoja de oro y pintados), donde entrelaza las texturas pictóricas y las anatomías trazadas en ellos con la solución volumétrica y los elementos extra artísticos. La artista establece con esta amalgama una intrincada red de asociaciones que nos permiten encontrar nexos insospechados que por un lado establecen una dimensión poética y por el otro fomentan la diversidad de lecturas. La narrativa de Carmen incluye recursos como la metáfora y los campos simbólicos que tornan a sus piezas ricas en connotaciones culturales. Es así como el borrego que aparece pastando sobre varios de sus objetos y sus construcciones ascendentes pueden vincularse a nociones de la cultura judeo-cristiana y sus naranjas reconstruidas sobre lajas de piedra a otros entendimientos tamizados por la cultura. Tanto las piezas de Carmen como las de Juan Ramón Lemus tienen un alto grado de narratividad que las convierte también en contenedores de historias. Juan Ramón construye artesanalmente piezas con materiales de origen natural como telas, hilos y pelo humano, que dispone en estructuras metálicas y hiere o perfora con agujas vestidas con diversos atuendos. Su manera de trabajar implica un procesamiento ritual de los materiales, lo que les da a las piezas, aunque sea sólo en apariencia, una función. Son ensambles que parecen haber sido hechos para utilizarse en algún ritual, o que en su fabricación exorcizaron alguna inquietud de su productor. Su tangible carnalidad también las transporta a los terrenos de la vivencia personal, y de lo pasional, y su insistencia en re-contextualizar objetos corporales o de uso humano establece con claridad el nexo existente entre objetividad y subjetividad en el proceso de conocimiento de la realidad que nos rodea. El trabajo de los cuatro artistas certifica al arte como recipiente de significaciones. Todos ellos contienen al mundo que los rodea y al mismo tiempo al mundo que ellos mismos contienen. Analizan y proponen visualmente la relación dialéctica y mutante que guarda un recipiente con su contenido, que finalmente es otra más de las tareas del arte en los tiempos que nos tocó vivir. Aurora Noreña abril 2003