CONSTRUCTORAS DE PAZ

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CONSTRUCTORAS DE PAZ Identidad e igualdad. Mujeres chiapanecas de comunidades con personas internamente desplazadas

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CONSTRUCTORAS DE PAZ

Identidad e igualdad. Mujeres chiapanecas de comunidades con personas internamente desplazadas

Febrero de 2013.

Esta publicación, realizada en el marco del Programa Conjunto OPAS-1969 “Prevención de conflictos,

desarrollo de acuerdos y construcción de paz en comunidades con personas internamente desplaza-

das en Chiapas 2009-2012”, fue posible gracias al financiamiento de la Agencia Española de Coope-

ración Internacional para el Desarrollo (AECID), a través del Fondo para el Logro de los Objetivos de

Desarrollo del Milenio (F-ODM).

El análisis y las conclusiones aquí expresadas no reflejan necesariamente la opinión de la AECID, del

F-ODM o de las agencias que conforman el Programa Conjunto por una Cultura de Paz.

Todos los derechos están reservados. Ni esta publicación ni partes de ella pueden ser reproducidas,

almacenadas mediante cualquier sistema o transmitidas, en cualquier forma o por cualquier medio,

sea éste electrónico, mecánico, de fotocopiado, de grabado o de otro tipo, sin el permiso previo del

Programa Conjunto por una Cultura de Paz.

Investigación y redacción: Joan Serra Montagut.

Coordinación técnica: Claudia Flores Suárez, Elsa Barreda y Joan Serra Montagut.

Edición: Elsa Barreda.

Fotografía: Joan Serra Montagut.

Diseño: Luciana López y Riccardo Errichi (MUSA Design Studio).

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Programa Conjunto OPAS 1969“Prevención de conflictos, desarrollo de acuerdos y construcción de paz en comunidades con personas internamente desplazadas en Chiapas, México 2009-2012”.

Directorio

UNIDAD DE COORDINACIÓN:Oscar Torrens Miquel, coordinador.Claudia Flores Suárez, coordinadora administrativa.Sonia Silva Swanson, coordinadora de monitoreo y evaluación.Elsa Barreda Ruiz, coordinadora de comunicación social.

PNUDOlivia Guerrero, coordinadora técnica.Itzel Jiménez, asistente de proyecto. Pedro Santiago, supervisor de obra.

UNODC Amparo Barrera Caballero, coordinadora técnica. Paulina Trujillo Ramos, asistente especialista.Ian Hrovatin, consultor para sistematización.

Julieta Valdéz, especialista en género.Caterine Forero Díaz, asistente para la coordinación conjunta.Heidi Arcos Vázquez, asistente de monitoreo en el terreno.Lorena Caballero Vega, asistente de comunicación social.Juan Manuel Díaz Aguilar, conductor y auxiliar de seguridad.

UNESCOJosé Miguel Álvarez Ibargüengoitia, coordinador técnico.Marianela Vergara, punto focal para la coordinación.Elizabeth Amarillas, asistente especialista.

UNICEFAdriana Bustamante Castellanos, coordinadora técnica.

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MáS qUE UN LIBRO

Constructoras de paz es más que un libro. Es más que un compendio de entrevistas. Es más que la síntesis de un programa con-junto de las Naciones Unidas que ha pre-tendido fortalecer la cultura de paz en co-

munidades chiapanecas con personas internamente desplazadas. Es más, también, que un libro de género, que 21 historias de vida deshiladas. Constructoras de paz es una mirada caleidoscópica, multidimensional, a la construcción de la paz desde un prisma femeni-no, que incluye 21 perfiles distintos de mujeres que, teniendo directamente o indirectamente alguna rela-ción con el conflicto armado y el desplazamiento in-terno, velan, en sus actividades diarias, para fortalecer la paz en Chiapas. Sus historias, a menudo escondi-das, a menudo ignoradas, se muestran en este libro, que es más que un libro.

Una mujer tseltal internamente desplazada y lide-resa comunitaria que reside en Ocosingo; otra mujer internamente desplazada que regresó a Masojá Gran-de; una viuda y huérfana por el conflicto armado; una familia de mujeres que se quedó sola tras el estalli-do de la violencia en los 90 y la historia de una mujer desaparecida; una exdiputada estatal; una mujer que trabaja en la Procuraduría General de Chiapas aten-diendo abusos a las comunidades internamente des-plazadas con el amparo de la nueva ley estatal sobre el desplazamiento interno; una mujer policía encarga-

da de la seguridad de su ciudad; una fotógrafa que recupera la memoria de su comunidad; una danzante que conserva las tradiciones de su pueblo; dos comu-nicadoras comunitarias; una deportista; una mujer que conforma el comité de un centro cultural; cuatro mujeres implicadas en el sistema educativo chiapa-neco; una madre que se capacita profesionalmente para crear un criadero de pollos, una mujer que uti-liza un fogón ecológico, una enfermera y una mujer ch’ol que busca su identidad. Adultas, jóvenes y niñas. Indígenas y mestizas. Urbanas y rurales. CH’oles y tsel-tales. De Tuxtla Gutiérrez, de Ocosingo, de Palenque, de Dos Ríos, de Masojá Grande, de Masojá Shucjá, de Usipá, de Nuevo Limar, de Tila, de Independencia y de Salto de Agua. Hablan de su vida, de sus aspiraciones y de su esfuerzo para construir la paz. Del pasado, del presente y, sobre todo, del futuro. Todas ellas están unidas por un hilo invisible de esfuerzo silencioso y silenciado para consolidar, junto al resto de los miem-bros de la comunidad, la paz en sus lugares de origen.

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CAMINANDO HACIA UNA PLENA CULTURA DE PAZ EN CHIAPAS

El programa Prevención de Conflictos, desa-rrollo de acuerdos y construcción de la paz en comunidades con personas internamen-te desplazadas en Chiapas, México 2009-2012, financiado por el Fondo para el Logro

de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (F-ODM) por acuerdo del Sistema de las Naciones Unidas en México y del gobierno de España, pretende fortalecer las capacidades locales e institucionales para la pre-vención de conflictos y la construcción de una cultura de paz en la población chiapaneca que ha protagoni-zado procesos de desplazamiento interno a través de la promoción del desarrollo humano local, un mejor acceso a la justicia y la recomposición del tejido so-cial. El programa está conformado por cuatro agen-cias del Sistema de las Naciones Unidas en México – el PNUD, la UNESCO, UNICEF y UNODC - y funciona a través de tres ejes programáticos. El primero de ellos es el acceso a la justicia, ampliando las capacidades estatales y locales en la procuración, impartición y administración de la justicia así como reforzando el marco jurídico que contempla las personas interna-mente desplazadas para asegurar su protección. El eje 2, correspondiente a la construcción de una cul-tura de paz, fortalece las capacidades institucionales y comunitarias y fomenta el surgimiento de nuevos liderazgos entre colectivos de jóvenes, mujeres e in-fancia. Por último, el eje 3 corresponde a la mejora

de las condiciones de vida e ingreso de la población promocionando el desarrollo humano a través de la mejora de las condiciones de la vivienda, los servicios básicos comunitarios y los medios de ingreso de las comunidades. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio atendidos con estos tres ejes estratégicos son la erra-dicación de la pobreza extrema y el hambre, el fomen-to de la igualdad entre las mujeres y los hombres, la reducción de la mortalidad infantil, el mejoramiento de la salud materna y el logro de la enseñanza prima-ria universal. El programa cuenta con la colaboración de diversas contrapartes gubernamentales estatales, académicas y civiles.

El trabajo con enfoque de género es obligatorio para todas las agencias del Sistema de Naciones Uni-das, por lo que el Programa Conjunto lo toma como metodología de trabajo. Las cuatro agencias trabajan para empoderar a las mujeres y contribuir a posicio-narlas en las decisiones comunitarias pues, como ar-gumenta el Secretario General de ONU, Ban Ki-moon, “jamás podremos permitir que en ningún lugar del mundo las mujeres sean tratadas o aceptadas como ciudadanas de segunda clase”.

La contribución de las mujeres a la construcción de una cultura de paz en las comunidades es impres-cindible y, gracias al trabajo de este proyecto, está siendo reconocida y fortalecida.

El concepto de cultura de paz fue definido por la

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Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999. En este documento, la ONU reconoce que la paz necesi-ta un proceso positivo, dinámico y participativo que promueva el diálogo para solucionar los conflictos con un espíritu de entendimiento y de cooperación mutuos, eliminando todas las formas de discrimina-ción e intolerancia basadas en la raza, el sexo, el idio-ma, la religión o la opinión política, entre otros mo-tivos. Una cultura de paz es un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida basados en el respeto a la vida y en la práctica de la no violencia a través de la educación, el diálogo y la cooperación. Se basa en el respeto pleno a todos los derechos humanos y las libertades fundamentales y sobre todo en su promoción. Una plena cultura de paz habla de los esfuerzos por satisfacer las necesida-des de desarrollo y protección del medio ambiente de las generaciones presentes y futuras, del respeto y la promoción del derecho al desarrollo y de la igualdad de derechos y oportunidades de mujeres y hombres, del respeto y el fomento del derecho de todas las per-sonas a la libertad de expresión y de la adhesión a los principios que basan cualquier sociedad igualitaria (libertad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad, cooperación, pluralismo, diversidad cultural y enten-dimiento, entre otros).

En las comunidades de la zona de trabajo del pro-grama, la cultura de paz es percibida como un equili-brio complejo de muchas partes. El concepto autóc-tono, un poco alejado de la abstracción occidental, se refiere a la tranquilidad, la armonía y la solidaridad que basa a cualquier comunidad pacífica. La convi-vencia, la igualdad de género, el buen vivir, la falta de tensión, la tranquilidad, la conservación de los sabe-res tradicionales y el respeto a los ancianos y a las es-tructuras de la comunidad son algunos de los valores

más destacados, así como la felicidad, la libertad, la tolerancia, el perdón, la caridad, la esperanza y la fra-ternidad (según encuestas realizadas por el programa en las comunidades de trabajo).

A pesar de los logros de las últimas décadas, las mujeres que viven en el mundo rural, demasiado a menudo marginadas, siguen afrontando tremendos obstáculos para ejercer sus derechos humanos, de-sarrollarse como personas y cumplir sus aspiraciones. Todas las formas de discriminación por razón de gé-nero son violaciones a los derechos humanos y una barrera para lograr la paz y los objetivos de desarrollo mundiales. La mayoría de las mujeres que participan en las acciones del programa tienen el estigma social de ser indígenas y, en la mayoría de los casos, despla-zadas con pobreza patrimonial. El empoderamiento de las mujeres destaca como factor crucial para la contribución del desarrollo sostenible con justicia social. La igualdad entre hombres y mujeres existe entre ambos sexos cuando son capaces de compar-tir de manera equitativa la distribución del poder y el conocimiento y tienen las mismas oportunidades, de-rechos y obligaciones. La igualdad de género efectiva es una de las muestras más patentes de la sublima-ción de una plena cultura de paz.

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LA MUJER Y EL DESPLAZAMIENTO INTERNO EN CHIAPAS

“Nuestra lucha es por sobrevivir, por ser escuchadas, por lograr la paz en nuestras comunidades”. María Elena Lorenzo Hernández. 57 años. Colonia Morelos, Ocosingo. Lideresa del grupo de personas desplazadas “La Cascada”. Participó en los talleres de fotografía para la memoria de la UNESCO y en actividades promovidas por el PNUD relacionadas con el desarrollo comunitario y la habilitación de nuevos espacios de convivencia.

Me llamo María Elena Lorenzo Hernán-dez, tengo 57 años, casi 58. Mi papá me llamaba Maruca y casi todas las personas de mi entorno me conocen como doña Mari. Nací en Patihuitz, en

el municipio de Ocosingo, pero viví siempre en la co-munidad de Prado Pacayal, una comunidad de unos 500 habitantes en la selva, de clima templado. Estoy casada y tengo seis hijos, cuatro varones y dos mu-jeres, que se llaman Nely Manuela, Antonio, Nicolás, Jesús, Héctor y Francisca. Soy mujer tseltal, mujer in-dígena y mujer desplazada tras el conflicto armado. Tengo hermanos, todos ellos desplazados también, y aunque no viven en Ocosingo, los veo de vez en cuando. El conflicto estalló el 1 de enero de 1994 cuando yo y mi familia estábamos visitando a mi pa-dre en la comunidad Dolores Las Palmas. Estábamos celebrando el Año Nuevo comiendo una vaquilla con otros miembros de la localidad. Ya no pudimos regre-sar. Llevábamos un par de mudas para pasar las va-caciones y esto es todo lo que poseíamos. Recuerdo el sonido de los aviones, la incertidumbre, el miedo. Y recuerdo, también, que entre oraciones y plegarias, colgamos una sábana blanca en una vara alta para pedir la paz. Se vivieron momentos de mucha triste-za, sobre todo cuando empezaron a escasear los ví-

veres y se terminó el jabón y la sal. Pero aún teníamos el maíz, que nos ayudaba a sobrevivir. Entonces nos trasladamos a Ocosingo, andando por brechas y ve-redas durante días. Nuestra huida estaba conformada por 16 familias que, como nosotros, nunca regresa-ron. Estábamos cansados y desanimados, sin dinero, pero finalmente llegamos a la Bodega Delaric, y allí nos dieron de comer y de beber con víveres que ha-bían traído personas anónimas de las parroquias, que se solidarizaron con nuestra causa y nuestro pesar. Comimos tortillas de maíz frías con salsa verde y salsa roja durante días y las instituciones nos empezaron a dar apoyo. En el albergue estuvimos un mes y medio compartiendo con muchas otras familias un espacio reducido y poco higiénico. Éramos más de 500 perso-nas confinadas en el albergue tratando de sobrevivir. Mi hijo Héctor, con solamente tres meses, se enfermó. Las mujeres teníamos la misión de cuidar de nuestras familias y lavar la ropa. Esta etapa terminó y, con mu-cho esfuerzo, pudimos rentar un cuarto en el centro de Ocosingo. Y, más adelante, construimos el techo que ahora nos cobija y donde viven tres familias en un espacio de 10 x 5 metros.

La mujer no tiene ni voz ni voto en las decisiones de la comunidad. Ya vivimos en la ciudad y quere-mos equilibrar la situación, pero el hombre sigue

Arriba, Doña Mari con su familia en su localidad de origen, de donde se tuvo que desplazar tras el estalli-do del conflicto armado de Chiapas en la década de los 90. Abajo, con su familia en su residencia actual, ubicada en la cabecera municipal de Ocosingo.

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mandando y la mujer sigue siendo oprimida. Si en el hogar ya es difícil tener presencia y opinar con liber-tad, en la comunidad aún lo es más. Muchas mujeres quieren trabajar y profesionalizarse pero no existen muchas oportunidades para nosotras. Nuestra lucha es por sobrevivir, por ser escuchadas, por lograr la paz en nuestras comunidades. Algunas veces las mujeres nos reunimos y compartimos nuestros de-seos y nuestros pesares. Estos espacios están llenos de complicidad y de confianza. Algunas de las mu-jeres explican cómo sus maridos las maltratan pero no podemos hacer nada, solamente escucharlas, porque la justicia pide muchas pruebas y testigos de los abusos y es complicado demostrarlos. No hay medios ni apoyos para poder solucionar estas pro-blemáticas domésticas que causan sufrimiento y malestar. Las mujeres adultas y las mujeres jóvenes luchamos para tener una mayor presencia, pero las chicas lo tienen más fácil. Saben leer, saben escribir y tienen más posibilidades de futuro que nosotras. A pesar de todo, siguen sin ser escuchadas, porque en la comunidad las mujeres adultas tienen mayor fuerza que las jóvenes.

La posibilidad de juntar en un mismo grupo mu-jeres de distintas generaciones para cursar talleres de fotografía para la memoria fue enriquecedora, pues se mezcló la alegría de la infancia con nuestras ganas de olvidarnos de los problemas, de aprender y de dis-frutar. Después de terminar los talleres y exponer los resultados en el centro de la comunidad, los hombres dijeron que no servía para nada lo que habíamos he-cho, pero para nosotras fue un gran avance. Nos gustó participar en los talleres porque nos pudimos expre-sar. En las fotografías hablamos de nosotras, de nues-tros sentimientos y esperanzas, de nuestras vidas. En la foto que yo elegí para la muestra aparece un inver-

nadero moviéndose, como yo, y la imagen simboliza el sueño, la esperanza, el recuerdo de mi comunidad y la lucha que he tenido que emprender para sacar adelante mi familia. En la fotografía plasmamos lo que somos y sentimos, lo que recordamos.

Mi mayor sueño es poder lograr un espacio don-de los jóvenes puedan salir adelante sin tanto sufri-miento. Creo que aún no lo hemos conseguido, pues hay muchos niños y niñas que, a edades tempranas, ya están trabajando para poder sobrevivir. Progresar aquí es complicado e implica mucho esfuerzo. Mi hijo Antonio está a punto de licenciarse en Agrono-mía pero ha tenido que trabajar matando puercos y gallos ganando 10 pesos para poder pagarse sus estudios. Como mujer, mi meta es que lleguemos a ser valoradas por lo que somos y por lo que ofrece-mos a la comunidad en todos los ámbitos posibles. Yo sigo luchando. Nunca me han dado cooperación para caminar. Mis logros son mi compensación. Yo ya no tengo miedo, me expreso libremente, opino en las asambleas y los hombres toman en consideración mis propuestas y comentarios. Lo que yo hago lo puede hacer cualquier mujer, solamente hace falta valor, ex-periencia y, sobre todo, saber escuchar la opinión de las personas para poder ser una buena lideresa. En el hogar, es importante saber tratar al esposo, intentar que te valore, buscar un equilibrio, una igualdad entre ambos. Algunas mujeres no participan en los asuntos comunitarios porque sus maridos no les dan permiso. La asamblea es el máximo órgano representativo de la comunidad y a pesar de que hay democracia no to-dos creen en ella.

quisiera regresar a mi tierra. Allí todo era más fácil. Teníamos todo lo que necesitábamos para vivir bien. Éramos propietarios de nuestras parcelas de tierra, de nuestra santa madre tierra, y todo era más bonito,

Doña Mari siempre se ha implicado socialmente con su comunidad. Arriba, en un taller comunitario realizado hace años y en una asamblea celebrada en Ocosingo poblada, en gran parte, por personas internamente desplazadas.

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más sencillo. Ahora no tenemos espacio para cultivar nuestros alimentos y tenemos que comprarlo todo. No tenemos recursos. La vida en la ciudad es difícil, también, porque la juventud está tentada al alcoho-lismo y a los vicios. Están en una etapa difícil y mu-chos se pierden. Hay inseguridad y pandilleros. Para combatir todos estos problemas contamos con nues-tras autoridades.

Volver ahora es imposible. En Prado Pacayal nos es permitida la entrada pero no la propiedad de la tierra. Nos echaron hace años y regresar ocasionaría otro conflicto con el propietario actual de nuestra tierra y de nuestras posesiones. He regresado a Pra-do Pacayal porque allí vive una de mis hijas. Los que habitan en la comunidad no me miran mal, a pesar de que me echaron. Al contrario, podemos hablar y algunas de las 16 familias que se fueron en el pro-ceso de desplazamiento han regresado. Parece que el gobierno nos hace caso y quiere dialogar para solucionar nuestra problemática. Cuando estoy allí, paseo y siento mucha nostalgia al ver mi tierra. Mis antiguos vecinos me aprecian y no les culpo de nada. Ellos también lucharon por sus propios beneficios y avalo cualquier lucha que se base en ideales de me-jora de la comunidad, aunque no las comparta. Creo que la situación en Prado Pacayal está peor que en la periferia de Ocosingo. Las cosas han cambiado allí. La disgregación ya no surge por formar parte de una u otra organización sino por formar parte de uno u otro partido político. Muchos católicos se han con-vertido a otras creencias cristianas pero respetamos cualquier tipo de credo. Hubo un tiempo de hambre y sequía y ayudamos a nuestros antiguos compañe-ros. Lo agradecen profundamente.

Dicen que los indígenas no valemos nada. A ve-ces ni existimos porque no sabemos escribir y no

podemos rellenar nuestros documentos de identificación. Pero tenemos el conocimiento que requiere el duro trabajo de la tierra. Somos campesinos, somos supervivientes. Sabemos cose-char nuestro propio alimento y producir muchas cosas que necesitamos en nuestra vida diaria, algo que una persona de la ciudad desconoce. Hay que saber valorar los conocimientos de la mujer ladina. Por ejemplo, ellas nos ganan en conocimiento de las nuevas tecnologías, pero con los talleres de fotografía hemos podido aprender muchas cosas. Con el desplazamiento, el hombre también sufrió mucho porque ya no podía cosechar la tierra y tuvo que trabajar como jornalero o peón cobrando muy poco dinero.

Preservar nuestra cultura es muy importante para proteger y definir nuestra identidad en la ciudad. Construimos nuestra identidad colectiva cuando nos reunimos y tomamos acuerdos y preservamos nuestra cultura cuando celebramos a la Virgen de Guadalupe o el Día del Agua el 3 de mayo, por ejemplo. En esta jornada, celebrada por campesinos, comemos atol de maíz agrio y comemos pollo de rancho. También tocamos nuestros tambores y los violines, pero es complica-do conservar nuestra música tradicional porque los instrumentos se quedaron en la comunidad. Como nuestras tierras, nuestros recuerdos y nuestros muebles. Todo se quedó allí y tuvimos que empezar de nuevo lejos de nuestras raíces. La convivencia con personas de otras comunidades es buena, incluso con los grupos de la colonia que no son desplazados como nosotros, aunque este proceso fuera un poco más costoso. Los jóvenes quieren preservar la cultura si la ven, si la viven, si la sienten, y es complicado a veces encontrar los medios para fomentarla.

La cultura de paz es muy necesaria en nuestras comunidades. La paz entendida como una es-tabilidad en la que la lengua tiene su valor y la mujer, sus derechos. La familia es muy importante y en ella las mujeres tenemos mucha importancia como madres, como esposas, como hijas y como bases de la misma. Por suerte, nuestras familias están unidas y pocos hombres se han ido a los Estados Unidos. Ha habido un gran avance con el Programa Conjunto de las Naciones Unidas pero queda trabajo por hacer, sobretodo en cuanto a la disgregación social.

Izquierda, una imagen tomada por doña Mari durante los talleres de fotografía para la memoria que simboliza la paz y la libertad, ambas anheladas desde siempre. Derecha, una imagen de la experiencia personal de doña Mari durante su proceso de desplazamiento interno.

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LA MUJER Y EL REGRESO A LA COMUNIDAD ABANDONADA

“Cuando regresamos a Masojá Grande todo parecía más calmado y las tensiones, más atenuadas. Pero siguen ahí”.

Gloria María Torres López. 43 años. Masojá Grande, municipio de Tila. Participó en los foros de presentación de la ley para la prevención y atención del desplazamiento interno en Chiapas organizados por el PNUD.

Me llamo Gloria María Torres López y tengo 43 años. Nací en Masojá Gran-de y soy madre soltera de un chico, Luis Miguel, que tiene 22 años y tra-baja en la milpa. Entre los años 1996

y 1998 hubo problemas en la comunidad por discre-pancias entre dos partidos políticos y muchos de los compañeros se pasaron al otro bando. Éramos pocos y estábamos amenazados. El 15 de julio de 1996 lle-gó un grupo de paramilitares a la comunidad y nos fuimos. Mi cuñado, que pagó 2000 pesos para po-der quedarse, fue asesinado el 10 de septiembre de aquel mismo año. El día siguiente levantaron el cuer-po y lo enterraron en el panteón de Masojá Grande. Nos trasladamos hasta Campeche y allí vivimos seis meses en la casa de mi hermano, en el municipio de Calakmul. Éramos 5 familias. Regresamos otra vez a Chiapas porque el Gobierno quería que la gente que se había ido regresara, prometiendo que ya todo es-taba más calmado. Regresamos per nos desplazamos hasta Salto de Agua, donde nos cobijamos en la igle-sia de Santa Marta durante dos meses. Allí no tenía-mos nada, nos lo traían todo. Recibíamos amenazas y nos dijeron que los paramilitares querían atacarnos en la iglesia. Las mujeres no salíamos a trabajar y re-cordábamos, con nostalgia, lo perdido. ¿Por qué nos

ocurría aquello? ¿Era voluntad divina? Luego vivimos 8 años en Masojá Shucjá, donde los compañeros nos recibieron bien y donde vivían varios desplazados. Cuando regresamos a Masojá Grande todo parecía más calmado y las tensiones, más atenuadas. Pero siguen ahí. Vivimos en nuestra casa, la que dejamos cuando nos fuimos por primera vez de la comunidad hace 16 años. Pudimos recuperar nuestro hogar, pero no nuestras tierras. queremos paz, dignidad, respeto y justicia. Sufrimos mucho durante nuestra aventu-ra, buscábamos trabajo sin encontrarlo y nos enfer-mamos. Pero por suerte encontramos a personas de buen corazón que nos ayudaron. Estoy muy agrade-cida al programa porque nos ha ayudado mucho, así como a la ley que se aprobó sobre el desplazamiento interno en Chiapas, que era necesaria. queremos tra-bajar, ya no deseamos más violencia. Somos mexica-nos y mexicanas y tenemos derecho a la vida y a ser felices. Fue duro, pero ni modo, no queda de otra que seguir luchando.

Gloria María reflexiona acerca de su desplazamiento en el marco del foro-taller de presentación de la ley para la prevención y atención del desplazamiento interno en Chiapas, celebrado en Limar.

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LA MUJER Y LAS CONSECUENCIAS DEL CONFLICTO ARMADO

“Mi mamá y yo, que vivimos juntas, somos viudas por culpa del conflicto”.

Bárbara Torres. 44 años. Dos Ríos, municipio de Salto de Agua. Participó en las actividades organizadas por el PNUD de mejora de las condiciones de vida e ingreso.

Me llamo Bárbara Torres y tengo 44 años. Viví en la localidad de Yaqui, en el municipio de Tila. Durante el con-flicto armado quemaron todas las casas y con nuestra huida se quedó

todo allí. Algunas personas nos dijeron que podíamos ir a Dos Ríos, que nos acogerían bien. Cuando salimos de la comunidad había bastante gente armada en el camino. Éramos muchos. Mi papá, al cabo de poco tiempo, murió, y asumo que es por causa directa o indirecta del conflicto, por el hambre que sufrió y los golpes que le infringieron sin motivo. Lo mismo ocu-rrió con mi marido. Mi mamá y yo, que vivimos juntas, somos viudas por culpa del conflicto. Trabajo en la milpa y hago todo lo que le correspondería hacer a mi esposo. También me encargo de las labores del hogar. Antes de llegar a Dos Ríos, vivimos en Preciosa, cerca de El Limar. Tengo siete hijos; uno de ellos reside en Villahermosa y no quiere regresar porque no le gusta la vida del campo. A mí no me gusta la vida de ciudad porque todo es comprado. Aquí no tenemos muchos recursos pero no nos faltarán nunca la milpa ni las verduras. Mi esposo se llamaba Juan Arcos Guzmán. Sin él, pensé en cómo mantenerme y levantar a mis hijos. Antes de morir, lo retuvieron en Tuxtla Gutiérrez seis personas y lo golpearon. Siento coraje por lo que

ocurrió pero les hablo a los míos del conflicto y de su padre. No me junté nunca más con nadie. Acá en Dos Ríos estoy tranquila y, como viuda, puedo participar en la asamblea ocupando el espacio que dejó mi es-poso. Allí escuchan mis opiniones a pesar de ser mu-jer. Solamente pienso en el presente, en cómo seguir-le para resistir. Cuando platico con otras mujeres de la comunidad, pierdo poco a poco la tristeza y, aunque piense mucho en mi marido, él ya nunca va a regresar. Descansa en el panteón de Dos Ríos, un poco alejado de la comunidad, y allí lo visito cuando tengo ocasión de hacerlo. (en lengua ch’ol).

Las consecuencias del conflicto en la familia de Bárbara fueron negativas y tuvo que impulsar ella sola el sustento de su familia.

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LA MUJER Y LA SOLEDAD POSTERIOR A LA VIOLENCIA

“No somos del bando que manda y, además, somos seis mujeres solas”.

Familia Hernández. Masojá Shucjá, municipio de Tila. Participó en los foros de presentación de la ley para la prevención y atención del desplazamiento interno en Chiapas organizados por el PNUD.

Hija de Juan Ramírez: Me llamo Floriberta del Carmen Ramírez Hernández y tengo 25 años. Mi mamá se llama Anita Her-nández Guzmán y tiene 46 años. Am-bas nacimos en Masojá Shucjá. Mi papá,

Juan Ramírez Torres, fe asesinado el 4 de julio de 1996 en la comunidad de Miguel Alemán, dejando huérfa-nas a cinco hijas. Se fue a Tuxtla Gutiérrez a entregar unos documentos relacionados con su profesión de maestro. Yo tenía 9 años y era la mayor de mis herma-nas. Según nos contaron, fue perseguido hasta que le dispararon. No sabemos dónde está su cuerpo y no pudimos enterrarlo ni llorarlo nunca. Hay testigos que nos pueden explicar que sucedió realmente y donde se encuentra su cadáver, pero no quieren decir nada porque tienen miedo. Es lo único que deseamos, te-ner su cuerpo para enterrarlo cerca de nosotras.

Esposa de Juan Ramírez: Cuando mi esposo mu-rió, empecé a trabajar en la milpa. Sufría y lloraba. Lo pasamos mal. Mi marido dijo que regresaría y yo supe de su muerte por una retransmisión de radio. No pudimos llegar al lugar donde ocurrió todo. Te-nemos el apoyo del tío Artemio, hermano de mi es-poso, y del padrino de las niñas. queremos hablar de nuestro caso y que nos escuchen. queremos rei-vindicar a nuestros muertos. No nos incorporan en

las decisiones de la comunidad. No somos del bando que manda y, además, somos seis mujeres solas”.

Me llamo Diego Pérez Torres, tengo 62 años y per-dí a mi hija en el conflicto, y también a mi hijo. Se lla-maban María Rebeca Pérez Pérez y Encarnación Pérez Pérez. María Rebeca era mamá. Los hechos ocurrieron en agosto de 1996. Las dependencias nos ignoran y somos muchas personas las que tenemos la mis-ma problemática. Solamente queremos justicia y los restos de los seres queridos para recuperar lo que es nuestro y despedirlos como se merecen.

Los familiares de los desaparecidos por el conflicto armado siguen pidiendo justicia. La ley para la prevención y atención del desplazamiento

interno en Chiapas es, según ellos, una buena solución de parte de sus problemáticas.

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LA MUJER Y SU IMPLICACIÓN POLÍTICA CON LA IGUALDAD Y LA CULTURA DE PAZ

“Seguiré siendo guerrera hasta el final”.

María Candelaria Molina Zepeda. 42 años. Nacida en Ocosingo y residente en Tuxtla Gutiérrez. Participó en las actividades de formación sobre el desplazamiento interno que UNODC realizó con instituciones y, en concreto, con el Congreso de Chiapas, para impulsar la aprobación de la ley para la prevención y atención del desplazamiento interno.

Me llamo María Candelaria Molina Zepe-da y tengo 42 años. Estoy separada y tengo 3 hijos y 2 nietos. Soy originaria de Ocosingo pero nací en Tuxtla Gu-tiérrez, donde resido en la actualidad.

A los 17, inicié mi carrera política liderando a las mu-jeres en las colonias de Ocosingo durante 18 años. Li-deré a nivel regional el Consejo para la Integración de la Mujer. Escuchaba las necesidades de las personas, organizaba eventos e intentaba mejorar el día a día de las mujeres de mi comunidad. También me encargaba de la gestión de proyectos productivos. Empecé en la política desde abajo. Durante el conflicto armado, fui presidenta del DIF municipal. Iba a las comunidades. Vi el sufrimiento propio de cualquier conflicto armado en las personas indígenas y también en los militares. Algunas personas desplazadas se fueron a albergues y otros se refugiaron con familiares. Hubo casos de so-brepoblación y de falta de recursos. A causa de esta sobrepoblación, escaseó el agua y bajó la luz en la ciu-dad. La economía de Ocosingo sufrió un grave revés y había vandalismo que no estaba ligado al conflicto armado. Algunos civiles fueron alcanzados por fuego cruzado. Me lancé cono diputada de la LXII Legislatura y gané. Posteriormente me propusieron dirigir el Ins-tituto Estatal de las Mujeres en Chiapas. Después fui

subsecretaria de Desarrollo Social y me encargué del Programa Motor para la Economía Familiar. También fui diputada, en este caso plurinominal, de la LXIV Legislatura. Me nombraron Presidenta de Equidad y Género del Congreso y representante de la comisión de Concordia y Pacificación del mismo. Conseguimos que se tipificara el feminicidio como delito grave y que las sentencias fueran más duras, de 25 a 60 años de cárcel. Participé en los procesos de maduración de la ley para prevenir y atender el desplazamiento inter-no en un evento celebrado en Palenque convocado por el programa. Ahí estábamos representados miem-bros del Congreso, de la ONU, del gobierno estatal, de organizaciones sociales y personas internamente desplazadas. Vengo de una zona de conflicto y me da gusto que se haya aprobado esta ley. Es justo que el gobierno y la ONU intenten mejorar la situación de las personas desplazadas. Era un tema olvidado. La mujer avanza en la política estatal y cada vez se introducen más diputadas en el Congreso. Seguiré siendo guerre-ra hasta el final.

La ley para la prevención y atención del desplazamiento interno en Chiapas se aprobó en el Congreso del Estado el 14 de febrero de 2012 después de 13 meses de trabajo interinstitucional. El Programa Conjunto por una Cultura de Paz contribuyó a sublimar este proceso legislativo.

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LA MUJER Y EL ESFUERZO INSTITUCIONAL POR PRESERVAR LOS DERECHOS Y LA INTEGRIDAD DE LAS PERSONAS INTERNAMENTE DESPLAZADAS

“La igualdad de género constituye un objetivo de desarrollo y un factor fundamental para luchar contra la pobreza”.

Gabriela Edith Molina Ovando. 25 años. Tuxtla Gutiérrez. Participó en las actividades de formación a funcionarias y funcionarios de las instancias de justicia impartidas por UNODC.

Me llamo Gabriela Edith Molina Ovan-do, tengo 25 años y vivo en Tuxtla Gutiérrez. Soy analista técnica espe-cializada, adscrita a la Fiscalía especia-lizada en atención a los grupos sen-

sibles, vulnerables y en contra de la discriminación de la Procuraduría General de Justicia de Chiapas. La igualdad de género constituye un objetivo de desa-rrollo y un factor fundamental para luchar de forma eficaz y sostenible contra la pobreza. Debemos seguir fortaleciendo la protección de los derechos humanos de todo individuo y, en especial, de las mujeres en zo-nas indígenas y rurales de Chiapas. Una de nuestras funciones principales es detectar cuando se está cri-minalizando a la mujer por estereotipos sociales. Son las mujeres indígenas y de origen rural las que ma-yoritariamente sufren la opresión de la desigualdad, la injusticia y la jerarquización. La Fiscalía de atención a grupos sensibles y vulnerables contra la discrimina-ción, desde su creación en 2007, ha trabajado la vio-lencia generada en los desplazamientos internos en zonas rurales e indígenas, en especial en aquella in-fringida contra la mujer. En estos entornos, la mayoría de los delitos de violencia contra la mujer se come-ten en los hogares, sin testigos, obstaculizándose de este modo el proceso de querella o demanda judicial

debido, también, al analfabetismo de muchas de las víctimas. Con el apoyo del programa, y desde el Go-bierno, se han aplicado políticas públicas necesarias para determinar la magnitud del desplazamiento in-terno en Chiapas, para prestar la atención necesaria a las personas internamente desplazadas, para facili-tarles acceso humanitario y seguridad y, entre otras cosas, para integrarlas y reasentarlas o para asistir su regreso. Se ha puesto en marcha un nuevo sistema judicial penal acusatorio y la ley para la prevención y atención del desplazamiento interno en Chiapas, que ha cumplido con éxito sus objetivos. La mayor parte de las demandas que nos llegan de víctimas de los desplazamientos internos se relacionan con tierras de cultivo, vivienda, solares urbanos, indemnizaciones y devolución de tierras. El total de demandas recibidas asciende, hasta la fecha, a 24, de las cuales hemos res-pondido 16.

Desde la Fiscalía especializada en atención a los grupos sensibles, vulnerables y en contra de la discriminación de la Procuraduría General de Justicia atenderán los casos de vulneración o violación de la ley para la prevención y atención del desplazamiento interno en Chiapas.

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LA MUJER Y EL qUEBRANTAMIENTO DE TÓPICOS Y ESTEREOTIPOS PROFESIONALES“Muchos piensan que las mujeres no podemos ser policías pero podemos trabajar de ello”

Tamara Alejandra Albores Sánchez. 22 años. Ocosingo. Participó en los talleres organizados por UNODC de profesionalización de policías municipales, de fortalecimiento de su servicio comunitario y de difusión de la realidad del desplazamiento interno en Chiapas.

Me llamo Tamara Alejandra Albores Sánchez y tengo 22 años. Nací en Ocosingo y soy madre soltera de un niño que se llama Diego Andrés. Soy mujer policía. Nuestra función pri-

mordial es asegurar que la ciudadanía esté en orden. Prevenir, observar y ayudar. Estudié Ingeniería en Sis-temas Computacionales e ingresé en el cuerpo de po-licía porque quería mejorar mis ingresos. Para aquel entonces tenía un mal concepto de la policía, como les ocurre a muchas personas en nuestro país. Nun-ca antes me había planteado esta posibilidad profe-sional. Pero debía llevar sustento a mi casa. Pasé las pruebas y, aunque me costó un poco adaptarme a los horarios, me gustó mucho el ambiente de trabajo y lo que hacemos, muy alejado de los estereotipos que nos relacionan con la corrupción y la delincuencia. Me gusta ayudar a las personas y ponerme en sus zapa-tos. Me fascina lo que hago a diario pues, entre otras cosas, trato de evitar el consumo de droga y los vicios entre los jóvenes y que se limite la delincuencia. Lo hago porque no quiero que mi hijo tenga estos peli-gros a su alrededor cuando crezca. A mis papás no les gustó mucho la idea de que fuera policía porque es muy riesgoso pero ahorita ya se acostumbraron. Mu-chos piensan que las mujeres no podemos ser policías

pero podemos trabajar de ello y, a veces, mucho me-jor que los hombres. No tuve nunca ningún problema con mis compañeros hombres. Me apoyaron desde el principio y siempre sentí igualdad y compañeris-mo entre nosotros. Muchos de los problemas de las mujeres en la ciudad están relacionados con el ma-chismo y el racismo entre parejas que son de culturas distintas. Existe mucha discriminación, también, entre personas que no son pareja, en la sociedad en gene-ral, y el motivo principal es la falta de comunicación. Los hombres arrastran ciertos estereotipos y no cam-bian. Algunos agreden y maltratan psicológicamente. Las mujeres piden ayuda demasiado tarde y no se defienden. La ciudadanía debe confiar en la policía, no podemos pagar todos los policías por un par de ellos que cometen fechorías. Los cursos que impartió el programa en el cuerpo sirvieron para tratar el tema del desplazamiento interno y la migración y para que hubiera mucha más cohesión y diálogo en el grupo.

Los cuerpos policiales municipales chiapanecos integran hombres y mujeres en igualdad de condi-ciones. Esta equidad se ha fortalecido a través de las acciones del programa, así como sus ensibilización en materia de desplazamiento interno.

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LA MUJER Y LA PRESERVACIÓN DE LA MEMORIA COLECTIVA A TRAVÉS DE LAS IMáGENES“Me gustaría seguir tomando fotografías y retratando nuestra realidad”

María Matilde Pérez. 48 años. Masojá Shucjá, municipio de Tila. Participó en los talleres de fotografía para la memoria organizados por la UNESCO.

Me llamo María Matilde Pérez Torres, tengo 48 años y nací en Masojá Shu-cjá. Siempre viví acá. Estoy casada con Manuel Guzmán Pérez, que tra-baja en la milpa. Yo me dedico a las

tareas del hogar y, en ocasiones, también colaboro con él en el campo. Tengo catorce hijos, seis varones y ocho mujeres. Sus nombres son Maura, Blanca Es-tela, Eunís Bernal, Jesús Manuel, Berdauris Pascual, Wilber Sebastián, Diego Rubalcaba, Walterio, Libia Maribel, Erica Maite, Mateo, Avenamar, Elia Dinora y Wendy Matilde. La mayor tiene 22 años y la menor 5. Durante el conflicto armado tuvimos problemas. Las mujeres, en la comunidad, aún estamos un poco olvidadas y no tenemos el apoyo del presidente. Me gustaron mucho los talleres de fotografía para la memoria que implementó el programa en la co-munidad. Me gustaría seguir tomando fotografías y retratando nuestra realidad e, incluso, convertir esta actividad en un pequeño negocio. Aprendí muchas cosas de la fotografía y fue interesante que en los ta-lleres se encontraran dos generaciones de mujeres: nosotras, las mujeres adultas, y las niñas. A mí hija Erica Maite también le gustó mucho tomar fotos. Se verían muy bonitas las fotografías de nuestras fies-tas y de nuestras tradiciones. Las mujeres, en Masojá

Shucjá, tenemos pocos espacios de reunión, aparte de la iglesia y los talleres de oportunidades. Para mí la cultura de paz es la tranquilidad, que no haya problemas. Con la fotografía creo que podríamos lo-grar que la gente estuviera contenta, feliz. Antes del conflicto vivíamos bien. Ahora todo se quedó más tranquilo, ya se calmó y ya no matan. En unos días iré a San Cristóbal de las Casas porque allí se inaugu-rará la exposición conjunta con otras fotógrafas de Nuevo Limar y Ocosingo. Tengo ganas de ir y cono-cer a otras mujeres. ¡Nunca he visitado la ciudad! A veces me aburro y me gustaría viajar más a menudo. Cuando puedo voy a Palenque a visitar a una de mis hijas, que vive allí, y me gusta mucho ir. Mi día a día es casi siempre el mismo. Me levanto a las 3am para preparar la comida de mi esposo, que se va a la milpa a las 6am. Comemos café, frijol y arroz. Me hubiera gustado estudiar. Algunos de mis hijos han llegado hasta la universidad.

En la fotografía superior, María Matilde posa junto al resto de fotógrafas para la memoria capacitadas en Masojá Shucjá. En la imagen inferior, la fotografía que María Matilde seleccionó para la exposición de resultados de los talleres.

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LA MUJER Y SU INCLUSIÓN EN LAS TRADICIONES COMUNITARIAS DE CARáCTER PATRIARCAL“La danza y la música tradicional ch’ol está reservada a los hombres pero ya no hay muchas personas que quieran conservarlas. María Teresa es mujer pero esto no incomoda a la comunidad”

María Teresa López Arcos. 6 años. Usipá, municipio de Tila. Participó en el encuentro de músicos y danzantes tradicionales de la región ch’ol organizado por la UNESCO.

Me llamo María Teresa López Arcos y vivo en Usipá. Tengo 6 años. Junto a mis hermanos Carlos Darwin (11) y Juan José (8) y mi padre Diego López Ramírez participamos en el grupo

de músicos tradicionales de nuestra comunidad. Me gusta mucho poder conservar las tradiciones de mi pueblo. También me gusta mucho dibujar y hacer la tarea que me piden en la escuela, así como jugar con mis hermanos. A ellos también les gusta dibujar y leer. querría enseñar a más mujeres a bailar nuestras dan-zas populares. Hay paz cuando todos estamos bien.

Papá de María Teresa: La danza y la música tradi-cional ch’ol está reservada a los hombres pero ya no hay muchas personas que quieran conservarlas. Ma-ría Teresa es mujer pero esto no incomoda a la comu-nidad. Les gusta mucho que participe y que se entu-siasme con nuestras costumbres. A su mamá también le gusta que baile. Además, estamos muy contentos con ella porque en la escuela le va muy bien. Ya sabe leer y los demás compañeros aún no. Está adelanta-da y dice que le gustaría ser maestra. Los profesores de María Teresa están muy contentos con su partici-pación en el grupo y les gusta mucho el video que realizó el programa de una de nuestras actividades. También les gusta verla bailar y que se implique con

la comunidad, pues creen que es un buen ejemplo a seguir para sus compañeros y compañeras de salón. Además, mi hija también está aprendiendo a tocar el violín y si le pone empeño lo va a lograr bien rápido porque es muy lista. Con los miembros del grupo de música y danza solemos practicar antes de la fiestas. Antes, solamente participábamos en eventos religio-sos pero ahora la comunidad nos demanda cada vez más para participar en otro tipo de actos. El encuentro de música tradicional ch’ol que organizó el Programa Conjunto por una Cultura de Paz en Chiapas nos sir-vió para compartir experiencias con músicos de otras localidades - como Nuevo Limar o San Francisco No Te Dije - y para registrar nuestros malintzines. Tengo siete hijos de dos parejas distintas. Algunos de ellos residen en la ciudad, en Cancún y en Villahermosa. Me gustaría que todos mis hijos estudiaran. Los mayores han terminado todos su preparatoria.

Arriba, el grupo de músicos y danzantes tradicionales de Usipá en el cual está integrada María Teresa. Abajo, María Teresa junto a su padre y sus

hermanos en una de las aulas de la escuela de Usipá, en el municipio de Tila, donde residen.

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LA MUJER URBANA qUE ROMPE MOLDES Y DIFUNDE MENSAJES DE PAZ

“Me gusta pintar grafitis sobre la paz e implementar la armonía en mi ciudad”

Blanca Araceli Sánchez. 15 años. Ocosingo. Participó en los talleres de comunicación comunitaria urbana por la paz promovidos por la UNESCO.

Me llamo Blanca Araceli Sánchez y ten-go 15 años. La cultura de paz surge cuando hay armonía entre las perso-nas y hay una buena convivencia. ¡No todo pueden ser guerras y violencia!

En la ciudad percibo que hay mucha delincuencia. A los comunicadores urbanos nos tachan de drogadic-tos y delincuentes, pero no lo somos. Hemos pedido espacios para introducir mensajes de paz en las calles pero las autoridades no quieren escucharnos por-que creen que son actos de vandalismo. No tenemos oportunidades para expresarnos libremente. quere-mos pintar en las paredes y nos dicen que son cosas del diablo. Empecé mis actividades en el programa porque me dijeron que podría convivir con otros jó-venes y ser creativa. Somos 28 chavos y 2 chavas. Me gusta pintar grafitis sobre la paz e implementar la ar-monía en mi ciudad. Uso valores como el respeto por el medio ambiente y el diálogo entre culturas en mis dibujos. Los talleres han cambiado mucho mi vida. Antes, estaba aburrida y no hacía nada. Me gusta lo que hago y le voy a echar ganas. Voy a seguir con el grafo para que se acabe la violencia. La cultura hip hop en Ocosingo no es muy fuerte aún porque, a pesar de que hay gente que está interesada en ella, tienen mie-do a mostrar su trabajo por el qué dirán. Yo les diría

que no se desanimen, que cuántos más seamos más fuerza tendremos. Con mis compañeros chavos la re-lación es muy buena y hay mucho cariño y respeto. Nunca me ofenden y siempre se interesan por lo que hago. A veces realizo dibujos sobre la situación actual de la mujer. Nuestra generación ya aprecia que mu-jeres y hombres somos iguales y tienen los mismos derechos, oportunidades y obligaciones. Algunas amigas mías ya se animaron a venir a los talleres. Me gustaría terminar mis estudios y tener una buena pro-fesión. Pero, sobre todo, quisiera seguir pintando y hacer lo que me gusta: grafitear. Mi familia me apoya en todo lo que hago. Mi sueño es encontrar un espa-cio en el cual las mujeres se puedan expresar con más libertad sin miedo a la discriminación y a la violencia. Tengo familia residiendo en comunidades indígenas. Los ricos no tienen corazón y humillan a las personas del campo. Hay mucha pobreza y hay que acabar con ella. Todas y todos somos iguales.

Blanca se ha integrado perfectamente en el grupo de artistas urbanos capacitados por el programa en la cabecera municipal de

Ocosingo que está formado, casi en su totalidad, por varones.

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LA MUJER Y EL PODER DE LA COMUNICACIÓN COMUNITARIA

“La comunicación permite reconstruir las tradiciones para que sigan creciendo”

Araceli Ramírez Gómez. 18 años. Nuevo Limar, municipio de Tila. Participó en los talleres de comunicación comunitaria indígena promovidos por la UNESCO. También participó en los torneos deportivos organizados por la misma agencia.

Me llamo Araceli Ramírez Gómez y tengo 18 años. Estoy estudiando el primer cuatrimestre de Turismo en la Universidad Tecnológica de la Selva, ubicada en Ocosingo, pero mi comu-

nidad de origen es Nuevo Limar, ubicada en el muni-cipio de Tila. Decidí estudiar Turismo porque puedo conocer otros lugares y porque me permite conocer más cosas sobre Chiapas y sobre mí misma. La paz significa estar en armonía con todas las personas sin discriminarlas por su color de piel, por su físico o por-que sean hablantes de otra lengua. Debemos estar unidos porque somos iguales y ninguna persona es mejor que otra. La mujer ch’ol es valiente y supera las dificultades haciendo a un lado sus miedos. El hecho de ser hablantes de ch’ol es una gran riqueza para nuestro pueblo. ¡Muchas personas quisieran hablarla! Es un regalo que nos concedió la vida. quisiéramos hablar otras lenguas pero siempre conservando la nuestra, la que nos identifica y nos distingue. Nunca debemos perder lo que es nuestro. Llegué a la ciudad de Ocosingo hace tres meses y la vida acá es muy distinta que en Nuevo Limar. Al llegar, no conocía a nadie y estaba sola. Extrañaba a mi familia porque estaba acostumbrada a rodearme de los míos pero vi-viendo sola aprendes muchas cosas. Me quedan aún

3 años y 8 meses de estudios por realizar. Acá hay más vandalismo y alcoholismo. Me gusta la experiencia de compartir el día a día con personas de varios lugares. Ya tengo una hermana mayor que estudió Compu-tación en Villahermosa y mi familia me apoya en mi formación. A través del programa me convertí en comunicadora comunitaria. Como comunicadores, podemos hacer muchas cosas para nuestra comuni-dad como, por ejemplo, conservar nuestras tradicio-nes y costumbres difundiéndolas a través de la radio. Ya casi no hay malintzines. La comunicación permite reconstruir las tradiciones para que sigan creciendo. También permite recuperar los saberes de los ancia-nos en nuestra lengua. Se podría decir que el progra-ma me impulsó a estudiar Turismo porque me acercó a estas costumbres. La relación con los compañeros varones es muy buena. En Nuevo Limar no se habla mucho del conflicto armado. Mi sueño es terminar la carrera y comprarme una casa. Me gustaría regresar a Nuevo Limar y montar un restaurante de gastrono-mía regional.

Arriba, Araceli en un taller de comunicación comuni-taria impartido en Limar junto a Miguel, compañero comunicador residente en Usipá. Abajo, Araceli reporteando en Palenque durante la celebración del Encuentro de Comunicadores Comunitarios organizado por el programa.

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LA MUJER, EL DEPORTE Y LA PROMOCIÓN DE ESTILOS DE VIDA SALUDABLES

“Los hombres ya no nos critican, nos respetan”

Nancy López Ramírez. 18 años. Nuevo Limar, municipio de Tila. Participó en los torneos deportivos organizados por la UNESCO. También participó en los talleres de fotografía para la memoria organizados por la misma agencia y en la configuración del centro cultural comunitario promovido por el PNUD y la UNESCO.

Me llamo Nancy López Ramírez y ten-go 18 años. Estoy estudiando tercer curso de Preparatoria y tengo 3 her-manos. Me gustaría estudiar Enfer-mería en Palenque, como hizo mi tía,

y regresar a trabajar a Nuevo Limar para servir a mi comunidad. Cuando estoy en casa me gusta dibujar y ayudar a mi madre. En mis ratos libres, también me gusta hacer deporte junto a las amigas y las primas que quieran jugar conmigo. Los hombres ya no nos critican, nos respetan. En ocasiones también jugamos contra ellos o mezclados en varios equipos. A veces las mujeres ganamos y a veces perdemos. Creo que la gente se siente bien cuando practica deporte. A la vez, creo que se fortalece la paz en la comunidad y la unión entre hombres y mujeres. Me gustaría invitar a más amigas para que disfruten del deporte como yo. A través del programa el deporte se ha fomentado en nuestras comunidades y se han realizado torneos que han promovido los hábitos saludables alejando a to-das las personas, jóvenes y mayores, chicos y chicas, de los vicios. También llegaron chavas de otros luga-res, con las que hemos compartido buenos momen-tos. La cancha es, pues, un espacio muy importante para nuestra comunidad. Nos solemos reunir allí en las tardes, cuando ya no estamos en el salón. En la

escuela también jugamos. El deporte nos ayuda a or-ganizarnos y a interaccionar con otras personas. Me siento muy a gusto practicando basquetbol. Mi ma-dre, que no tiene estudios superiores, me apoya en mi formación y quiere que siga estudiando. Siempre hablamos en lengua ch’ol y queremos seguir conser-vándola. La gente de Nuevo Limar es abierta, simpá-tica y agradable. Aparte de participar en los torneos femeninos de deporte que organizó la ONU también asistí a los talleres de fotografía para la memoria. Me gustó mucho retratar paisajes y junto a las mujeres del grupo hemos pensado que podríamos crear una pequeña cooperativa. Mi sueño es que se logre un respeto pleno para las mujeres en los hogares y en la asamblea.

Arriba, Nancy junto a sus compañeras de equipo de basquetbol de Nuevo Limar, con el cual participó en los torneos organizados por el programa.

Abajo, recibiendo un trofeo como capitana del equipo.

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LA MUJER Y LA GESTIÓN CULTURAL EN COMUNIDADES INDÍGENAS

“El centro cambiará muchas cosas y es una oportunidad más en la comunidad para que estemos unidos y unidas”

Cecilia Hernández López. 31 años. Nuevo Limar, municipio de Tila. Participó en el comité de gestión del centro cultural comunitario promovido por el PNUD y la UNESCO. También participó en los talleres de fotografía para la memoria y en los torneos deportivos organizados por la UNESCO.

Me llamo Cecilia Hernández López y tengo 31 años. Nací en El Limar y crecí allí pero ahora vivo en Nuevo Limar. El conflicto armado no afectó mucho a esta zona. La cultura de paz es una

forma comunitaria de convivir en la que todas y todos nos relacionamos con respeto alejados de la droga-dicción y los vicios. Tengo dos hijos, Yahira Milú (10) y Josué Makane (8). Estoy casada con Josué, que tra-baja en el campo. Mis funciones diarias son cuidar a los hijos y trabajar en la casa. La situación de la mujer depende de cada una, de cómo manejen sus vidas. Algunas pasan todo el tiempo en la casa y otras, como yo, salimos para distraernos. Es muy importante con-vivir con otras personas y no quedarse encerrada. Mi madre vive en El Limar. Hay diferencias entre las dos generaciones. Su forma de pensar no es la misma que la mía. quisiera que las mujeres sigan adelante, que tengan libertad para elegir. Participé en los talleres de fotografía para la memoria del programa, en las activi-dades deportivas y soy miembro del comité del centro cultural que está instalando la ONU en la comunidad. No tenemos espacios para encontrarnos y solamente lo podemos hacer en las iglesias del pueblo, la pres-biteriana y la católica. Creo que es muy importante la apertura del centro cultural. La gente va a ir y lo va a

usar. Estoy muy contenta porque la gente de la comu-nidad me eligió como representante del centro (en el área de fomento del deporte) y mi familia también está orgullosa de mí. Es muy bueno que existan estos espacios de representación porque muchas veces los hombres piensan que no tenemos derecho a opinar. En este sentido, las mujeres también tenemos pocos espacios para reunirnos y gracias al programa se han abierto plataformas para compartir experiencias y aprender. Antes, nos reuníamos solamente en los ta-lleres de oportunidades. Mi sueño es que los hombres nos permitan tener el derecho a decidir como tienen ellos para podernos llevar bien. El centro cambiará muchas cosas y es una oportunidad más en la comu-nidad para que estemos unidos y unidas.

Arriba, el espacio de Nuevo Limar donde se está habilitando el centro cul-tural. Abajo, una reunión de las mujeres fotógrafas y de los comunicadores

comunitarios para sentar las bases de la gestión del mismo.

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LA MUJER Y LA FORMACIÓN DE LAS Y LOS DOCENTES

“No se ha ofertado ningún curso de formación continua basado específicamente en la cultura de paz”

Lorena Velázquez Matíaz. 30 años. Nacida en Chicomuselo y residente en Tuxtla Gutiérrez. Participó en la estrategia de sensibilización sobre los derechos de la infancia impulsada por UNICEF.

Me llamo Lorena Velázquez Matíaz y tengo 30 años. Nací en Chicomuse-lo y radico en Tuxtla Gutiérrez. Soy licenciada en Educación Preescolar. Siempre me gustó la asesoría e im-

partir talleres y rápidamente pude ser ATP (en ade-lante, Asesora Técnica Pedagógica). Me gusta mucho asumir nuevos retos profesionales y nunca he dejado pasar una oportunidad. En 2012 ingresé a la Coordi-nación Estatal de Formación Continua para Maestros en Servicio (CEFCMS). Desde allí coordinamos el curso básico de formación continua para docentes, que se imparte antes de iniciar el ciclo escolar y que recoge las temáticas de prioridad nacional, y también los cur-sos estatales de formación continua, que se basan en ofertas específicas. Estos cursos se imparten en los 33 Centros de Maestros que están distribuidos por todo el territorio chiapaneco. Los docentes, con base a sus puntos débiles, deben elegir el curso más pertinente pero no siempre eligen la opción que más necesitan, sino con la que pueden obtener un mayor puntaje en las pruebas finales, aunque actualmente ya no hay tanto interés en estos cursos por motivos sindicales y porque son mucho más extensos que antes. En Chia-pas no ha habido ningún curso de formación conti-nua relacionado con la cultura de paz ni se incluye

este concepto en el curso básico, que se ofrece a la totalidad de maestras y maestros de la entidad. De-bería retomarse la interculturalidad como prioridad estatal ya que existen pocos docentes indígenas en la educación mestiza y muchos docentes mestizos en la educación indígena, poco interesados en aprender la lengua de la comunidad asignada, y esto repercute directamente en la calidad educativa que se brinda. Además, el sistema educativo no ha generado accio-nes puntuales para que todo el alumnado alcance el mismo nivel de formación. La cultura de paz es nece-saria porque hemos perdido el sentido del bien co-mún. Debemos generar ambientes de confianza y dis-minuir la violencia en el aula, en ocasiones provocada por el propio docente. A través de la convocatoria del programa, construimos una estrategia de sensibili-zación sobre derechos de la infancia que consiste en once relatos del magisterio que hacen referencia a la vulneración de los Derechos de la Infancia, integrados todos en un cuadernillo que ha generado mucha per-tenencia. Antes, los maestros eran más violentos. Al-gunos aún siguen ejerciendo violencia psicológica y con su actitud desinteresada impiden una educación de calidad.

Desde todas las instancias educativas de Chiapas se intenta eliminar de raíz la violencia en las escuelas para permitir que las niñas y los niños crezcan en ambientes pacíficos y respetuosos. La maestra Lore-na reclama que la interculturalidad sea una prioridad estatal en las aulas.

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LA MUJER Y EL APOYO A LA DOCENCIA INDÍGENA

“En la educación indígena el gran reto es contextualizar los planes de estudio universales”

Carmela López Gómez. 45 años. Mesbilja. Participó en el Diplomado en Cultura de Paz e Interculturalidad promovido por la UNESCO y también en los talleres de confección de la caja de herramientas didácticas con contenidos de paz y dialogo realizados por la misma agencia.

Me llamo Carmela López Gómez y ten-go 45 años. Nací en la comunidad de Mesbilja. Tengo dos hijos: Jonathan (20) y Romeo Alejandro (18) y el apo-yo incondicional de mi esposo Ro-

berto. Estudié en la comunidad y a los 11 años me fui sola a Oxchuc. Viví en una casa particular y mientras estudiaba la Secundaria trabajé en una carnicería. A los 15 años terminé y regresé a mi hogar. Allí me en-señaron varias labores y a limpiar la milpa para que cuando me casara no tuviera problemas. Pero yo quería una profesión. Trabajé en la casa de un chef en Tuxtla Gutiérrez y viajé por todo el país. Finalmente, solicité una plaza que ofrecía la Dirección de Educa-ción Indígena. Fui maestra de aula y durante un año y medio caminaba ocho horas diarias para llegar hasta Perla de Acapulco. Actualmente trabajo como asesora académica para la diversidad cultural, social y lingüística de la SEP y mi misión es formar a ase-sores técnicos pedagógicos de educación prescolar indígena de las 19 zonas escolares de la región de Ocosingo y también a docentes de algunas escue-las focalizadas. A través del programa participé en la elaboración de una caja de herramientas didácticas y en un diplomado sobre cultura de paz dirigido a do-centes que me mostró los diversos tipos de violencia

que existen y que fortaleció mis capacidades profe-sionales. Este programa de estudios nos sensibilizó y nos ofreció recursos para responder a situaciones inesperadas que surgen en los centros escolares. La cultura de paz implica convivencia y tranquilidad. Es importante rescatar en las escuelas la historia del conflicto armado, que acarreó mucha tristeza para la gente humilde. A partir de entonces ha habido mu-chos cambios en la atención a la población indígena a nivel legislativo e institucional. Mi sueño es que no haya más violencia contra las mujeres y que ellas se formen más, sean más propositivas y participativas y reflejen su liderazgo. La función de la maestra es desarrollar y movilizar las competencias de la infan-cia usando habilidades, destrezas, actitudes y valores de los patrones culturales y sociales que tienen las alumnas y los alumnos. En la educación indígena, el gran reto es contextualizar los planes y programas de estudio universales. Todo está muy castellanizado. En lengua tseltal, por ejemplo, la palabra interculturali-dad no existe. El gran problema de la educación indí-gena es la violencia intrafamiliar.

Arriba, la maestra Carmela formando a docentes en una escuela prescolar de la cabecera municipal de Ocosingo. Abajo, la maestra Carmela junto a sus

compañeros y compañeras en una sesión del Diplomado en Cultura de Paz e Interculturalidad.

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LA MUJER Y EL RESPETO POR LA LENGUA MATERNA

“Hablar una lengua indígena nos aporta identidad y nos hace únicos”

Manuela López Arcos. 25 años. Palenque. Participó en las actividades de difusión del cuadernillo sobre derechos de la infancia y la estrategia de monitoreo y asesoría a la educación multigrado impulsada por UNICEF.

Me llamo Manuela López Arcos y tengo 25 años. Soy responsable del área de Fortalecimiento de Lenguas en Salto de Agua. Soy de Palenque pero nací en Puyipá. Soy hablante de ch’ol. La

lengua se pierde un poco viviendo en la ciudad, aun-que no se olvida. Recientemente, he aprendido la gran importancia de hablar una lengua indígena. Nos aporta identidad y nos hace únicos. No estoy casada ni tengo hijos y soy la más pequeña de tres hermanos. En mi familia, no hubo desigualdad en el trato pero sí en nuestra formación, pues era una idea preconce-bida que solamente nuestro hermano sobresaldría y estudiaría. En la ciudad, hay un ambiente más iguali-tario que en las comunidades entre hombres y muje-res. Desde niña tenía en mente que quería ser maes-tra. Tuve suerte y pasé todos los exámenes que me requirieron. El programa nos mostró la gran impor-tancia de promover y preservar nuestra lengua. Con la conformación y publicación del cuadernillo, nos concientizamos acerca de los derechos de la infancia dentro de la sociedad y en el aula, que veces se vulne-ran. Los dispositivos propuestos se crearon a partir de situaciones reales y nos permiten reflexionar acerca de errores que cometemos de manera inconsciente. El 70% de las y los docentes se interesa por promover

la educación bilingüe. Aún tenemos en mente el pa-sado y la discriminación histórica que hemos sufrido. Aún nos menosprecian y no reconocen que valemos lo mismo. Muchas personas niegan que hablan una lengua indígena por pena. Durante un tiempo me olvidé de mis raíces y de mi lengua por mi relación casi exclusiva con hispanohablantes pero durante la escuela normal adquirí valores fundamentales para revalorizar mi identidad. Es importante que la infan-cia sepa leer y escribir en su lengua materna. En este sentido, la normalización de la lengua es muy impor-tante. No vendrá nadie a rescatar y promover nues-tra lengua, debemos hacerlo nosotras y nosotros. En muchos centros bilingües la lengua es vista como un mero medio de instrucción pero también debe ser un objeto de estudio. Es importante crear un ambiente de trabajo con equidad, respeto, reconocimiento de valores propios y aceptación de la diversidad. Acep-tando que existen distintas formas de pensar y actuar mejoraremos nuestro rendimiento educativo y acep-taremos la diversidad de nuestro país, valorándonos y respetando las ideas de los demás.

Arriba, la maestra Manuela leyendo el cuadernillo de dispositivos en contra de la violencia escolar publicado por el programa. Está muy comprometida con los derechos de la infancia en las escuelas y con la conservación de las lenguas originarias, que conforman orgullosamente su identidad.

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LA MUJER Y EL IMPULSO DE LA CULTURA DE PAZ EN LA EDUCACIÓN

“El aula es motor e impulso de la cultura de paz”

Fabiana López Parcero. 25 años. Tila. Participó en la estrategia de monitoreo y asesoría de educación multigrado y el reconocimiento de los derechos de la infancia indígena impulsadas por UNICEF.

Me llamo Fabiana López Parcero, tengo 25 años y soy directora con grupo de la Escuela México de la comunidad de Panhuitz, donde viven aproximada-mente 200 personas. Somos un cen-

tro unidocente e imparto clases a 22 alumnos desde el primer nivel de Primaria hasta el sexto. Soy la única maestra. Hablo ch’ol, tseltal y español, pero mi lengua materna es el ch’ol. Mi compañero se llama Víctor y nuestros hijos se llaman Víctor Emanuel (3) y Yahaira Jacqueline (1). Ser ch’ol es una gran satisfacción y es-toy orgullosa de ser hablante de lenguas indígenas. Gracias a ello, tengo un trabajo que me gusta mucho. Soy la única de mis hermanos que es maestra. Ellos tuvieron la misma oportunidad de estudiar pero yo la aproveché. En la escuela sentí igualdad entre los ni-ños y las niñas. Antes, todo se aprendía a base de gol-pes. Mi pasión por la docencia surgió con el ejemplo de dos maestras que fueron importantes en mi for-mación: la maestra Magali y la maestra Ester. Cuando era pequeña ya jugaba a ser maestra y las imitaba. Al entrar en el sistema educativo, la práctica fue distin-ta. No tenía experiencia como docente y me encon-tré con distintas capacidades y habilidades entre mis alumnos y alumnas. Este choque con la realidad hace que te espabiles y te esfuerces más para poder ofrecer

una buena enseñanza a través de la creatividad. Jun-to con el maestro Marcelino (ATP) elaboro materiales didácticos manuales para mi escuela. Es importante el trabajo colaborativo y la construcción de conocimien-to conjunto adaptado a las realidades de los centros multigrado, con posibilidades económicas limitadas y ubicados en contextos indígenas. Ser mujer y ma-dre es una ventaja cuando eres maestra porque com-prendes mejor al alumnado. Con las actividades del programa conocí el trabajo por proyectos y mejoró nuestro desempeño profesional. La cultura de paz se construye a partir de la práctica de valores comunes de la comunidad. Todo empieza en la escuela, pues el aula es motor e impulso de la cultura de paz. Actual-mente, la situación de la mujer ha cambiado bastan-te y, a pesar de que muchas crecimos en ambientes de violencia, la sociedad ya no es la misma. Mi sueño como maestra es que mis alumnos aprendan a leer y puedan formarse durante toda su vida.

El sueño de Fabiana como maestra es que sus alumnos aprendan a leer y puedan formarse durante toda su vida.

La maestra Fabiana siempre quiso dedicarse a la docencia.

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LA MUJER Y LA FORMACIÓN PROFESIONAL PARA LOGRAR NUEVOS OBJETIVOS PERSONALES“Es muy importante para nosotras aprender un oficio”

Nairobi Sullebi Morales Pérez. 20 años. Ocosingo. Participó en los cursos de formación en proyectos productivos y mejora del ingreso impulsados por el PNUD.

Me llamo Nairobi Sullebi Morales Pérez y tengo 20 años. Nací en Ocosingo. Mi esposo se llama Salvador Méndez Córdoba y nació en el Ejido Guanal. Tenemos dos hijos, que se llaman

José Eugenio (4) y ángel Salvador (3). Mis suegros, que fueron desplazados de su comunidad junto a mi esposo a causa del conflicto armado, viven en el ba-rrio de Guadalupe de Ocosingo. Formamos parte de la organización Cascadas de Ocosingo. Cuando mi es-poso fue desplazado tenía 3 años, la misma edad que nuestro hijo pequeño. Durante su marcha, sufrieron mucho, no comían y trabajaban de lo que fuera. Mi esposo se enfermaba pero no tenían dinero suficiente para comprar las medicinas necesarias. En el marco del programa he formado parte, por elección de mis com-pañeras, del comité de gestión de la granja de pollos. En estos talleres han participado más de 70 mujeres. quiero aprender a cuidar y alimentar un pollo, que se reproduzca y poder hacer negocio con él. Sobrevivir y aprender un oficio, formarme. Me ha gustado mu-cho participar en esta actividad y estoy segura de que podré transmitir estos conocimientos a más mujeres de la comunidad. Sé que ya me puedo dedicar a ello. Creo que es una oportunidad de futuro muy buena para nosotras, pues es importante aprender un oficio.

El hecho de compartir espacios con otras compañeras fue muy bello y nos sirvió para aprender y para com-partir, también, experiencias personales y hablar de cómo nos iba en la vida. Es importante que nosotras, las mujeres, podamos disfrutar de este tipo de espa-cios. Tuvimos momentos felices y momentos tristes, pues estamos rodeadas de falta de oportunidades la-borales, de pocos recursos, de violencia, de maltrato y de vicios, pero tenemos ilusiones y proyectos y tene-mos que echarle ganas para cumplir nuestros sueños. Si queremos, podemos. Algunas mujeres son golpea-das y nosotras intentamos ayudarlas en todo lo que podemos, pero tienen miedo de denunciar a sus agre-sores. La justicia es necesaria para castigarlos pero es un proceso complicado. Mi máximo objetivo es seguir adelante sin mirar hacia atrás, consiguiendo para mis hijos una vida mejor, alejados de los problemas que surgen del alcoholismo y del consumo de drogas.

Arriba, Nairobi junto a sus dos hijos. Abajo, Nairobi junto a su suegra, que se tuvo que desplazar tras el conflicto armado y que reside, como ella,

en la cabecera municipal de Ocosingo.

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LA MUJER Y LA SOSTENIBILIDAD

“Con los fogones ecológicos ya no se respira humo en las cocinas”

Imelda Córdova Herrera. 38 años. Independencia, municipio de Salto de Agua. Participó en las actividades de mejoramiento de las viviendas y las condiciones de vida de su comunidad realizadas por el PNUD.

Me llamo Imelda Córdova Herrera y ten-go 38 años. Nací en el Ejido Poza Azul (municipio de Salto de Agua) pero resido en Independencia, una comu-nidad marginada y un poco abando-

nada por las instituciones. Me gusta mucho vivir acá, observar a la comunidad y ayudar a las personas. La cultura de paz implica creer en la convivencia y en el conocimiento mutuo y ser capaces de olvidar el pasado si ocurrió algo desagradable y emprender nuevas vidas, tranquilas, sin alcoholismo, ni machis-mo, ni maltrato entre familiares. El respeto es clave en las comunidades y en cualquier lugar. El conflicto nos hizo dejarlo todo atrás. Yo tenía 16 años cuando salí de mi comunidad para no volver. Algunos regre-saron pero se quedaron sin sus tierras. Junto a varios compañeros llegamos a Potiojá. Conocí a Gelasio, mi esposo, esperando el transporte público en Salto de Agua. Nos casamos allí aquel mismo año. Tenemos tres hijos: Ana Thalia (20), Gerver (17) y Dania Karina (10). Ya no pienso regresar a mi comunidad de origen. Nos hicimos ejidatarios y pudimos ampliar nuestras tierras. Nuestros hogares mejoraron con el programa. Antes, los pisos se inundaban, eran de tierra. Se insta-laron también fogones ecológicos, con los cuales ya no se respira humo en la cocina. Las familias ya no se

enferman. Algunas mujeres no usan los fogones eco-lógicos por desconfianza o desconocimiento pero yo les hablo de sus beneficios y cocino con ellas. En la co-munidad existen casos de alcoholismo y maltrato. Al-gunas mujeres son golpeadas e insultadas y nosotras las escuchamos. Hablamos con los hombres y les invi-tamos a tratar mejor a sus esposas. Dicen que somos mujeres y que lo tenemos que aguantar todo pero no es verdad. Las mujeres queremos ser escuchadas pero algunas tienen miedo de expresarse. Yo siempre he tenido confianza con mi esposo y me he sentido escuchada. Siempre hablé claro y fui sincera. Mi sue-ño como mujer es eliminar estos inconvenientes de nuestra comunidad así como los límites del peso de la tradición. Las generaciones nuevas traen consigo otras ideas. Mi hijo Gerver estaba triste pero a través de los talleres de comunicación del programa partici-pa mucho y quiere ayudar a la comunidad.

Arriba, Imelda usando el fogón ecológico instalado en su cocina por el programa. Abajo, Imelda con su esposo Gelasio, con el que mantiene una

relación basada en el respeto y la confianza.

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LA MUJER Y LA SALUD

“La planificación familiar es muy importante y el objetivo es mostrar que, con menos hijos, se puede tener un mejor estilo de vida”

Bebaida Cruz Méndez. 26 años. Trabaja como enfermera en Usipá, municipio de Tila, y ha colaborado con el programa en sus actividades de mejoramiento de las condiciones de vida impulsadas por el PNUD.

Me llamo Bebaida Cruz Méndez y tengo 26 años. Mi compañero de proyectos, que viene regularmente a la comuni-dad a título voluntario y que ha co-laborado en el programa de manera

desinteresada, se llama Luis de la Cruz López y tiene, también, 26 años. Hablo ch’ol y tseltal. También ten-go nociones de tsotsil. Aprendí estas lenguas porque quise y porque así tendría más oportunidades profe-sionales. Trabajo como enfermera en Usipá, en el mu-nicipio de Tila. El hecho de que hable su misma len-gua les genera confianza y me cuentan sus historias personales antes de compartirlas con el doctor. Acá, los niños y niñas se enferman mucho de gripa. Tienen tos. Algunos reciben maltrato por parte de padres al-cohólicos. El 50% de las mujeres son víctimas de mal-trato familiar, sobretodo psicológico. El alcoholismo es otra enfermedad muy asociada a las comunidades indígenas, a la falta de empleo y a la falta de oportuni-dades y es una de las principales causas de la violen-cia doméstica. El machismo está muy latente y las mu-jeres ni tienen preparación académica. A las mujeres jóvenes no les da vergüenza hablar de sexualidad. La planificación familiar es muy importante y el objetivo es mostrar que, con menos hijos, se puede tener un mejor estilo de vida. Antes, la media por mujer era de

7 a 14 hijos. Ahora, la tasa máxima es de 5 hijos. Exis-tía la concepción de que tener hijos era una forma de conseguir ayudas gubernamentales. Uno de los ma-yores problemas de salud de las comunidades es la desnutrición infantil. Algunas de las mujeres también se desnutren cuando tienen mucha descendencia. La incidencia del VIH/SIDA es nula en la comunidad de Usipá, aunque tenemos casos de tuberculosis, diarrea y un caso de leshemoniasis, que requiere un trata-miento médico muy largo y costoso. Les enseñamos la importante de hervir el agua y de mostrar que la higiene infiere directamente, y de manera positiva, en la salud. Cuando asumen que la higiene es una poten-te arma de prevención de enfermedades, las mujeres lo transmiten en sus hogares. Uno de los temas que interesa más a las mujeres de la comunidad es la pre-vención de la influenza AH1N1. El programa ayudó a la comunidad en la instalación de huertos ecológicos de traspatio que facilitan, a nivel doméstico, la cose-cha y obtención de alimentos saludables.

Los huertos de traspatio impulsados por el programa fomentan una nutrición saludable. Las mujeres de las comunidades con personas

internamente desplazadas tienen que solventar distintas amenazas que atentan contra su integridad, como el maltrato masculino

enquistado en los usos y costumbres.

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LA MUJER EN BUSCA DE SU IDENTIDAD

“Me costó construir una identidad propia porque no pertenecía a ningún sitio”

Heidi Arcos Vázquez. 32 años. Palenque. Ha trabajado como asistente de seguimiento en el terreno para el área de monitoreo y evaluación del Programa Conjunto.

Me llamo Heidi Arcos Vázquez y tengo 32 años. Tengo dos hijos, Francis-co (10) y Julio (8). Mi papá nació en Venustiano Carranza (municipio de Tumbalá) pero compró un pequeño

terreno en Palenque para mejorar las condiciones de vida de la familia. Paulatinamente, la familia se fue trasladando a la ciudad. Cuando nací, siempre viví en-tre la comunidad y la ciudad y me costó construir una identidad propia porque no pertenecía a ningún sitio, pues en la comunidad era foránea y en la ciudad es-taba discriminada por ser indígena. Cuando terminé la preparatoria, quise seguir estudiando. Mi hermano no quiso seguir formándose y le pidió a mi padre que destinara los recursos de su educación superior a mí. Se resistió un poco y me dijo que iba a estudiar pero que no le fallara. Decidí ganarme el espacio de reco-nocimiento que no tenía. Me fui a San Cristóbal de Las Casas y estudié Historia para aprender más acerca de la marginación endémica de los pueblos indígenas y de mis raíces. Todos pensaron que iba a depender mucho de la familia pero logré salir adelante y termi-nar mis estudios. Mi padre se sentía orgulloso, pero le costaba demostrarlo. Fui perdiendo mi lengua, aunque conservo los conocimientos que me legó mi abuela. Sentí discriminación en la escuela e incluso en

la universidad. Gracias al trabajo en el programa pude entender muchas cosas sobre mí misma y sobre mi pueblo y lo mismo ocurrió en el Foro Indígena que se celebró los días 5 y 6 de octubre de 2012 en la Ciudad de México. Recuperar mis raíces fue un proceso boni-to y ahora intento transmitirlas a mis hijos y allegados. Durante mi estancia en el programa volví a hablar mi lengua y asistí a numerosas fiestas comunitarias que realzaban nuestra cosmovisión (maíz, ojos de agua, etc.). La experiencia logró que me comprometiera mucho más con la región ch’ol y con sus condiciones de marginación. Se van abriendo, poco a poco, espa-cios para la mujer ch’ol. Soy ch’ol y madre y la materni-dad no me ha impedido realizar nada en mi profesión. Al contrario, mis hijos son mi motor y por ellos quiero seguir aprendiendo. Las mujeres tenemos que esfor-zarnos para ser reconocidas pero no hay límites, todo depende de nuestra voluntad.

Heidi asistió a un Foro Internacional de participación política de jóvenes indígenas y está comprometida con Palenque,

su ciudad, y con su identidad ch’ol.

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CONSTRUCTORAS DE PAZ se terminó de escribir en febrero de 2013 en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.

CONSTRUCTORAS DE PAZ está dedicado a todas las mujeres que han formado parte del Programa Conjunto por una Cultura de Paz en Chiapas.