Conrado Nalé Roxlo El Pacto de Cristina

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    E C U M N I C O . S , vieja, la oigo, y me parece otra. . , , . N A T I V I D A D . Y o misma me parezco otra. (Continua examinndole

    el pelo ) Y vos pareces otro tambin. Como un cabayo brioso, pero cansao Te miro las crines y el pescuezo y las orejas y el hocico, y me parece que es la primera vez que te veo. Necesito verte parao pa reconocerte, mirarte la estampa pa saber que sos mi hijo. De a pedazos, sos como de otra leche.

    T E L N

    C O N R A D O N A L R O X L O

    [Argentina, 1898-1971]

    V I D A y obra. Naci Conrado N a l Roxlo de padres uruguayos el 15 de febrero de 1898 en la ciudad de Buenos Aires. E n su personalidad literaria convergen el poeta (El grillo, 1923, Claro desvelo, 1937, e tctera) , el na-rrador humorista (Cuentos de Chamico, 1 9 4 1 , El muerto profesional, 1943, El libro de quejas, 1953, e tctera) , y el dramaturgo de imaginacin. Su pro-duccin dramtica, relativamente escasa, se compone de cuatro obras ma-yores y cuatro piezas breves. A l parecer, su primer drama, Una viuda difcil, fue escrita en 1922, aunque slo se represent en 1944. L a accin transcurre en una Buenos Aires virreynal y tiene que ver con una viuda joven y her-mosa (como las que gustaba pintar Ricardo Palma en sus Tradiciones) que adopta por marido a un supuesto criminal, que no era, en verdad, sino tmido cordero. A esta farsa potica le sigue cronolgicamente La cola de la sirena ( 1 9 4 1 ) , de ambiente marino (como era usual por esos a o s ) , acerca de un hombre que se enamora de una sirena. El pacto de Cristina, drama que recibi en 1945 el Premio de la Comisin Nacional de Cultura y que fue tambin galardonado en Madrid, es una recreacin de la leyenda de Fausto que implica la posibilidad del Anticristo. Obra tambin premiada fue la farsa Judith y las rosas ( 1 9 5 6 ) que reestructura el asunto bblico de Judith y Holofernes. E n 1964 se public el volumen Teatro breve, que in-cluye El pasado de Elisa, El vaco, El nebl y El reencuentro, estas dos ltimas estrenadas en 1957.

    Conrado Nal Roxlo fue sin duda uno de los factores decisivos para la superacin del realismo-naturalismo de las primeras dcadas, y probable-mente es el ms importante de los dramaturgos hispanoamericanos de ima-ginacin, en lo que respecta a Ja primera mitad de la centuria. Sus dramas mayores estn estructurados en torno a la confrontacin de ilusin y realidad. E n Una viuda difcil el conflicto se cimenta en la desilusin de la viuda Isabel sobre la comn realidad de Mariano " E l valiente", cuya timidez hizo que se forjara una leyenda de crmenes. A l reconocer que la verdadera per-sonalidad de su esposo no concuerda con la figura excepcional y sombra que ella imagin, lo rechaza, y nicamente lo volver a aceptar tras una demos-tracin de valor por parte de l. E l protagonista Patricio de La cola de la sirena busca en la nereida Alga la poesa de lo prodigioso, en tanto que ella aspira a encontrar en Patricio el simple amor humano. Cuando la qui-mera se deshace adoptando la configuracin comn de una mujer normal, tambin el encanto potico desaparece, y la sirena tiene que retornar al mar y a la muerte. E n El pacto de Cristina la dialctica de la ilusin y la realidad se entreteje con el conflicto entre el Bien y el M a l . L a protagonista tiene

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    que acudir a recursos sobrenaturales, para lograr el amor del cruzado Ge-rardo. Pero por haber violado las barreras naturales para conseguir una ilusin que no halla respuesta en la realidad habitual, tiene que padecer el castigo que ella misma ejecuta. E n judith y las rosas el contraste surge entre la imagen aguerrida que se haba hecho Judith de Holofernes y el apacible artista experto en cultivar flores. L a universalidad de los temas tratados por N a l Roxlo se corresponde con la idealizacin y el exotismo de los ambientes (que no contradice la nota folclrica) y el alejamiento temporal. Habra que aadir, como rasgo caracterstico de la dramaturgia de este escritor argentino, su predileccin por el recurso musical. Carlos So-lrzano ha dicho que la obra dramtica de Conrado N a l Roxlo "es el resultado de una formacin espiritual en que convergen la riqueza lrica y la asimilacin de la poesa legendaria, atributos que coincidan con los del "Teatro Nuevo" , que pona en boga, entre la segunda y cuarta dcada de este siglo, una generacin de autores espaoles, especialmente significa-tivos: Rafael Alberti, Alejandro Casona y Federico Garca Lorca . "

    Bibliografa sumaria. Diccionario de la literatura latinoamericana: Argentina. Washington, D . C : Unin Panamericana, 1960-1961, Vol . I I , pp. 341-344. Ruth C . Gillespie. Introduccin a La cola de la sirena. Nueva York : Appleton-Century-Crafts, 1957, pp. 1-22. Mara Hortensia Lacau. El mundo potico de Conrado Nal Roxlo: Poesa y estilo. Buenos Aires: Raigal, 1954. Grnor Rojo de la Rosa. " L a generacin de dramaturgos de 1927. Dos direcciones", Tesis doctoral indita, Universidad de Iowa, 1971, pp. 97-116. Carlos Solrzano. El teatro latinoamericano en el siglo xx. Mxico: Pormaca, 1964, pp. 58-61. John F . T u l l . " L a mujer en el teatro de Nal Roxlo", Duquesne Hispanic Review, I I I , 3 (invierno de 1964), pp. 133-137. . "Poesa y humorismo en la obra de Nal Roxlo", Hispanfila, V , 14 (enero-abril de 1962), pp. 41-44. . " E l teatro breve de Nal Roxlo", Duquesne Hispanic Review, V I , 1 (1969), pp. 37-40.

    . "Unamuno y el teatro de Nal Roxlo", Estudios Americanos, X X I (Sevilla, 1961), pp. 45-50 . "Unifying characteristics in Nal Roxlo's Theater", Hispania, X L I V , 4 (diciembre de 1961), pp. 643-646.

    E l p a c t o d e C r i s t i n a

    G I N E B R A G L A D I A

    P E R S O N A J E S

    C R I S T I N A GERARDO

    M A E S E J A I M E (El Diablo) R I M B A L D O (El Juglar)

    M A D R E F L O R I D A (Vieja Celestina) S Y L A N O R A (Bruja)

    CIEGO J E R N I M O A N D R S | Soldados

    Tres mujeres jvenes que han vendido

    M O L I N E R A ] S U A L M A A L D I A B L

    R O S A L A A M A R A N T O

    POBRES, A L D E A N O S , S I R V I E N T E S

    Esta obra fue estrenada el 4 de mayo de 1945 en el teatro Presidente Alvear, de Buenos Aires.

    P R I M E R A C T O

    C U A D R O PRIMERO

    Frente de una posada de la Edad Media del que parte un viejo parral que cubre las tres cuartas partes de la escena. Junto a la puerta, un tonel de vino y, en primer trmino, una mesa y bancos. A ambos lados, dos casuchas de equvoco aspecto. Andrs y Jernimo, dos soldados, a un extremo de la mesa, comen y beben. Rimbaldo, desde el otro extremo, los contempla codiciosa-mente.

    * Tomado de: Teatro de Nal Roxlo. Buenos Aires: Editorial Sudameri-cana, 1957.

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    A N D R S (Levantando la copa).A tu salud, Jernimo! J E R N I M O (Chocando la suya).-A la tuya, muchacho! M A D R E F L O R I D A (Sale de la casucha de la derecha, y despus

    de saludar a los soldados, husmea curiosa el interior de la posada). Buen provecho, mozos.

    S Y N A L O R A (Sale y mira inquisitivamente al interior de la posada, pero, al reparar en la Madre Florida). Qu andas buscando por aqu, rata de alcoba?

    M A D R E F L O R I D A . L o que a t i no te importa, tizn del infierno! SYLANORA.Hueles a ungentos podridos. Puah! M A D R E F L O R I D A . Y t a azufre, vade retro. SYLANORA.Cuidado, no te deslome algn padre o algn ma-

    rido . . . M A D R E F L O R I D A . Y a t i no te eche mano el Santo Oficio . . . si

    te caes de la escoba, bruja! S Y L A N O R A . M o m i a de Cupido! (Los soldados ren, y ambas

    mujeres, reparando en que las escuchan, se lanzan una ltima mirada de desprecio y desafo y vuelven a meterse en sus casas.)

    J E R N I M O . B u e n a pareja! A N D R S . P a r a el infierno! RIMBALDO.Siempre andan revoloteando por aqu, como dos abe-

    jorros sobre una rosa.. . No me pagis un jarro? J E R N I M O . D e este vino? R I M B A L D O . C l a r o . J E R N I M O . N o es claro; es tinto. R I M B A L D O (Tiende la mano al jarro).A ver? . . . J E R N I M O (Retirndolo).No te tientes, san cuerno! R I M B A L D O . E s el santo al que reza tu mujer! . . . Pero no dispu-

    temos entre compaeros de armas. ANDRS.Desde cundo son compaeros un lad mal templado

    y una buena espada? R I M B A L D O . Y a que hablaste de tentacin, si me pagas un jarro

    de vino te contar la milsima tentacin de San Antonio. Cuando el santo estaba en el desierto, todos los das un cuervo le llevaba un pan en el pico. Los cuervos de entonces no eran como los de ahora, flacos, duros y ftidos; eran aves regordetas y sabrosas como las gallinas. El diablo, que en vano lo haba tentado desde el cerebro, desde el cora-zn y desde la sangre, se le meti en el estmago y comenz a ator-mentarlo desde all. Puede mucho el diablo cuando tienta desde el entmugo.

    A N D R S . - T debes saberlo . . . .'. M.RlMAU)(i.Le deca: Antonio, ya debes de estar harto de pan MCO| por ms celestial que sea; returcele el pescuezo al cuervo y

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    qmetelo. Te lo imaginas, Antonio querido, dando vueltas en el asador y goteando grasa dorada?. . . Maldito demonio!, gritaba el santo, y se daba golpes en el estmago. Pero como era su propio es-tmago, no poda pegar muy fuerte. Y el diablo segua all, agaza-pado y seductor, hablando de las yerbas aromticas con que sazonar la delicada carne del cuervo, de la salsa en que mojar el pan que l mismo le traa . . . Hasta que el santo sinti hacrsele agua la boca y que en esa agua se disolva su entereza, y diciendo hoy me lo como!, se puso a juntar lea para preparar un buen fuego, que sera el fuego de su propio infierno. Por fin apareci el cuervo en el ho-rizonte, volando y volando. . . (Hace una pausa de narrador profe-sional, calculando el inters de los soldados; inters que se ha ido despertando poco a poco.)

    A N D R S . Y se lo comi? R I M B A L D O . N o , porque tambin vino volando y volando la San-

    tsima Virgen en forma de golondrina y roz con sus alas al cuervo, que se volvi negro, flaco, correoso, pestilente e incomible, como es ahora, y el santo se salv.

    J E R N I M O . B u e n a la hizo la Seora Virgen, echar a perder un ave tan sabrosa!

    A N D R S . L i n d a historia! J E R N I M O . T a n linda, que me siento tentado de darle un jarro de

    vino y un trozo de cerdo. R I M B A L D O . Trae ac! JERNIMO.Pero yo, como el santo, s resistir mis tentaciones. A N D R S . V e s ? Para que aprendas a no rimar en tus coplas sol-

    dado con asno. RIMBALDO.Necesidades propias del oficio. Al pueblo le gusta. JERNIMO.Pues pasa ahora las necesidades propias de tu oficio. R I M B A L D O . M a l o s tiempos corren si los soldados se hartan y los

    poetas ayunan. Ya no hay moral ni decencia. A N D R S . T a n t a razn te sobra como dinero te falta. Se van per-

    diendo todas las buenas costumbres. Con decirte que tres veces in-tent abrazar a la moza de esta posada y las tres tuve que tragarme los besos. No s dnde vamos a ir a parar si la inmoralidad cunde hasta el extremo de que una moza de posada se permita rechazar a un soldado.

    J E R N I M O (Re),Qu? Te dio con el cntaro en la cabeza? ANDRS.Eso no me hubiera contenido, que no sera la primera

    vez que hago el amor con la cabeza rota. Lo que pasa es que mira de un modo que uno se desanima y acaba por bajar los brazos como una doncella.

    J E R N I M O . L o que pasa es que te faltan barbas para acometer la

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    empresa. Eres un palurdo y te asustas porque es la hija del amo. Ya vers cmo yo no me detengo aunque me mire con los ojos de la catedral.

    A N D R S . Q u apostamos a que no la abrazas? J E R N I M O . U n a vuelta de vino. R I M B A L D O . P a r a los tres. JERNIMO .Sea, que ya llevas bastante en la picota. (Golpeando

    la mesa.) Cristina! (Se para, se arregla la barba y se coloca en actitud conquistadora, guiando el ojo a los dems.)

    C R I S T I N A (Sale de la posada).- Llamaron? J E R N I M O (Meloso).Por qu no te acercas?. . . Tienes mie-

    do, paloma? CRISTINA.Miedo? De qu habra de tener miedo? (Se acerca

    a Jernimo y lo mira limpiamente. l inicia un ademn como para abrazarla, pero se contiene y, bajando los ojos, pide humildemente.)

    JERNIMO.Quieres traernos tres jarros de vino? C R I S T I N A (Recogiendo los jarros de la mesa).S, en seguida.

    (Entra en la casa.) JERNIMO. Dara mi parte del botn que tomaremos a los infie-

    les por saber qu diablos tiene esa muchacha. ANDRS.Cuando yo intent abrazarla fue como si los brazos se

    me volvieran de arena y se me deshicieran a lo largo del cuerpo. JERNIMO.Cosa del diablo parece. M A E S E J A I M E (Cruza la escena de derecha a izquierda y saluda

    al pasar con una inclinacin de cabeza a Cristina, que vuelve tra-yendo los vasos).Buenas tardes, hija ma.

    CRISTINA.Buenas tardes, maese Jaime. (A los soldados, sirvin-doles el vino.) Qu tal era el vino?

    ANDRS. Como de misa. CRISTINA.Pues ste es de un tonel nuevo, y dicen que es mejor. JERNIMO. Ser entonces como el de las misas que se cantan

    en el cielo. (Cristina se va sonriendo.) Nunca me pas cosa parecida con una muchacha.

    R I M B A L D O . L o que pasa es que no tenis experiencia. A N D R S . L a tuya te servira para abrazarla? Prueba. R I M B A L D O . N o ; me sirve para no intentarlo siquiera. Escuchad

    ahora: un amigo mo que era ladrn . . . J E R N I M O . P o r qu no dices francamente que el ladrn eras t? RIMBALDO.Porque desde que os he visto robar a vosotros me ha

    Nitrado asco por el oficio . . . M i amigo entr una noche en la igle-lln, para robar las joyas de la Virgen.

    A N D R S . E s un gran pecado. RlMTAlJio.Qu poda importarle! Estaba excomulgado y ham-

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    briento. La iglesia estaba casi a oscuras; slo unas luces en el altar i lu-minaban las joyas que resplandecan sobre el manto de la Virgen. Tendi las manos, que tena heladas de fro y de hambre . . . pero no las toc. Una tibieza suave y poderosa que bajaba de lo alto le envolvi las manos como un rayo de sol. Su alma segua hosca, fra y dura, pero, cmo explicarlo? Bajo la mirada de la Santsima Vir-gen sus manos se juntaron y rezaron, ellas solas, sin que l pronun-ciara una palabra . . . Contemplndolas le pareca ver desde muy lejos un nio arrodillado que rezara por l . . . Por f in las manos lo arrastraron y cay de hinojos pidiendo perdn . . . (Transicin.) Con el cuerpo de esta muchacha pasa lo mismo que con las joyas sagradas: la claridad de sus ojos doma los oscuros deseos. Por eso no podis abrazarla.

    JERNIMO.Hablas como un predicador, y hasta seras un ladrn estimable si no fuera por tus malditas coplas.

    CIEGO (Llegando por la derecha).Una candad para un pobre ciego.

    A N D R S (Alargndole un jarro).Toma, abuelo. CIEGO.Gracias, soldado. Ms falta le hace al triste el vino que

    el pan. ANDRS.Cmo sabes que soy soldado? R I M B A L D O . V e sin duda por los agujeros de la capa. CIEGO.Bien hablaste sin saber lo que decas. Muchas cosas se

    ven por los agujeros de las capas. Y el que nunca la llev desgarrada no pudo ver la crueldad ni la caridad del mundo.

    A N D R S . Y a m, por qu agujero me viste? C I E G O . N o te vi . Pero las profesiones no slo dejan la marca en

    las manos, sino tambin en la voz; en la de los soldados se junta la costumbre de la obediencia con el deseo del mando, y eso las hace desparejas, speras por momentos y quedas y opacas en otros; son como una tabla a medio cepillar. Cuando seas alfrez cambiars de voz. Ser entonces ms alta y ms franca. Ser la voz de quien cuando habla no necesita escuchar la respuesta. (A Cristina, que aparece en la puerta de la posada.) Acrcate, Cristina. (A los soldados.) Ella no necesita hablar, para que yo la conozca. Su mirada la precede como una suave aurora, hasta para m, que soy ciego.

    C R I S T I N A . N o , abuelo; lo que te pasa conmigo es que soy la ltima persona que viste, segn dicen, porque yo era muy nia, y por eso me ves siempre.

    CIEGO.Cierto es; la ltima luz de mis ojos cay sobre t i y me la devuelves en bondad.

    C R I S T I N A (Dndole una moneda).Toma, abuelo.

    SonySubrayado

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    CIEGO.Gracias, hija. (Los soldados y Rimbaldo se han levan-tado de la mesa. Uno de los soldados deja unas monedas.)

    JERNIMO.Adis, Cristina. ANDRS.Adis. (Al ciego.) Si vas por el puente te ayudaremos

    a cruzarlo. CIEGO.Gracias, soldado, pero ser yo quien os ayude. Hay unas

    baldosas flojas que slo yo' conozco . . . Adis, Cristina. CRISTINA.Adis. (A Rimbaldo.) Por qu no te quedas? R I M B A L D O . D e mil amores. (Los dems se han ido.) C R I S T I N A . T e traer otro jarro de vino. R I M B A L D O . Cristina, me ofendes! Por estar a tu lado dara, no

    un jarro de vino, sino un tonel de diamantes y perlas. . . C R I S T I N A . A h ! (Se sienta.) R I M B A L D O . P e r o si quieres traerlo . . . C R I S T I N A (Riendo va al tonel y le sirve un jarro de vino).Bebe

    y habla. R I M B A L D O . D e qu? CRISTINA.Cuntame . . . cuntame cosas de tu vida. R I M B A L D O (Con estudiada lentitud).Mi padre era mqlinero.

    Las aspas de nuestro molino daban vueltas y vueltas y vueltas; as, cuando soplaba el viento, y cuando no, estaban paradas, asi. Y cuando daban vueltas, la muela mola, y cuando no, no. T sabes el ruido que hace el trigo bajo la piedra?

    C R I S T I N A (Impaciente).Rimbaldo, por Dios! RIMBALDO.Tienes razn. Vamos a lo importante. Tenamos un

    asno gris de este tamao . . . No, sera de ste . . . o ms bien de ste . . .

    C R I S T I N A . D i que era como t y basta! R I M B A L D O (Re).No te. enojes, Cristina; pero, por qu no

    me dices: Rimbaldo, miserable amigo, habame del caballero Gerar do, que tu vida no me interesa?

    CRISTINA.Eres muy cruel conmigo. RIMBALDO.Perdname. Por dnde quieres que empiece? CRISTINA.Cuntame cmo te salv de la horca. R I M B A L D O . T e lo he contado tantas veces. . . Me acababan de

    migar, por ladrn, segn decan, cuando lleg el caballero Gerardo. CRISTINA. Montado en un caballo blanco, con armadura de pla-

    I H qnr brillaba al sol como un ro y tres plumas celestes en el casco. Hemono y fuerte como San Jorge, se alz sobre los estribos, y con la MpAftit reluciente, ziiit, cort la soga!

    RlMliAl.iio. - Cort la soga y yo ca con un palmo de lengua afue-H y Kubrr un montn de espinas. . . Slo que el caballo que mon-

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    taba no era blanco, sino negro, no vesta armadura, sino un jubn de cuero, y en lugar de casco llevaba un viejo birrete sin plumas.

    C R I S T I N A . Q u ms te da! No ves que el caballo blanco y la armadura de plata quedan mejor entre los troncos oscuros de los castaos? Adems, debi ser as.

    RIMBALDO.Tienes razn, pero si todo fuera como es debido yo vivira como un conde.

    C R I S T I N A . Y no me digas que no estaba bello como el arcngel Gabriel, rodeado por los que quisieron ahorcarte, temblorosos y pos-trados a sus pies!

    R I M B A L D O . A l g u n o que otro temblaba; los dems echaron mano a los palos. Pero la verdad es que l me salv y dijo: Dejad a ese hombre; mejor servir a Dios luchando a mi lado por la reconquista del Santo Sepulcro que colgado de un castao. Por eso voy en la cruzada.

    CRISTINA. Sabes cundo partirn? R I M B A L D O . P r o n t o ser, pues el caballero no tiene ojos ms que

    para el camino. C R I S T I N A . Q u gran verdad es esa, Rimbaldo! R I M B A L D O . Y no ve las flores que se abren a su orilla. (Cristina

    suspira.) GERARDO (Entra y se quita el casco, que arroja sobre la mesa).

    An ests aqu? Vete a dormir con tus compaeros. Maana parti-remos al alba, y despus llevas tanto sueo que te caes del caballo.

    R I M B A L D O . B i e n , seor. Que descanses. Adis, Cristina. (Vase por la izquierda.)

    CRISTINA. Ests cansado, seor? Quieres vino fresco? GERARDO. S , dame. (Se sienta mientras ella le sirve del tonel.)

    Toda la tarde la he pasado junto a la fragua, vigilando al herrero. Lo ms importante por ahora son la patas de los caballos.

    C R I S T I N A . L o ms importante, s. (Lo mira tmidamente.) GERARDO (Desviando la mirada).Y tu padre? C R I S T I N A . F u e a la feria de ganado y no volver hasta maana. GERARDO.Entonces te dejar a t i el dinero de nuestro alojamien-

    to. Voy a buscarlo. (Entra en la casa rpidamente.) C R I S T I N A (Sola, lo mira irse con tristeza y se sienta en el banco

    murmurando).Lo ms importante son las patas de los caballos . . . Slo ve el camino . . .

    M A D R E F L O R I D A (A quien se ha entrevistado atisbando por el postigo de su casa, sale y silenciosamente se le sienta al lado).Qu tienes, paloma?. . . Quieres al caballero?

    C R I S T I N A (Rompiendo a llorar sobre su hombro).Oh, madre Florida!

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    M A D R E F L O R I D A (Acaricindole los cabellos).Llora, hija, llo-r a . . . Pero deja de llorar, que no es con lgrimas como se atrae a los hombres.

    C R I S T I N A (Secndose los ojos).Al alba se va, y nunca me ha m i r a d o . . .

    M A D R E F L O R I D A . Y es natural, si a t i no se te ve. Si ests oculta detrs de tus vestidos como si fueras fea y vieja!

    C R I S T I N A . M i alma lo rodeaba de amor; cmo pudo no sen-tirla si desde que l est en casa ha crecido tanto que si no se me escapara un poco en el llanto me rompera el pecho!

    M A D R E FLORIDA.Es que los hombres, hija ma, slo encuentran el alma de las mujeres a travs de su cuerpo. . . Si sabr yo de esos trotes!

    C R I S T I N A . V o y a verlo por ltima vez, y l no me ver. M A D R E F L O R I D A . N o faltara ms estando yo en el b a r r i o ! . . .

    Espera. Djame hacer. (Saca de debajo del manto un gran bolso, y de ste los objetos que nombra y coloca sobre la mesa.) Mis armas contra las suyas!. . . Espejo. . . peine. . . carmn. . . albayalde. . . mbar. . . Sintate aqu. . . se pelo! (Despeinndola-) Pero si este es un peinado de monja! (Peinndola.) Y qu largo y suave es!. . . Este pelo, bien administrado, vale una for tuna . . . Esas mangas! (Se las sube hasta el hombro.) Qu brazos, gacela! Si un santo caera en ellos, y sin arrepentirse! Dios me perdone!. . . U n poco de carmn para despertar las rosas. . . A h ! , lo principal. (Le desabro-cha el vestido hacindole un amplio escote.)

    C R I S T I N A (Que la ha dejado hacer sin entusiasmo).Djame! Es como si estuvieras disfrazando mi amor!

    M A D R E FLORIDA.Cal la , ton ta . . . Quin sabe si la verdadera cara del amor no es un disfraz?. . . A ver, prate. Camina ahora; vers qu airosa quedas. (Cristina camina con desgano.) Oh, no, as no! (Camina contonendose en forma que pretende ser provo-cativa.) Lo importante para una mujer, al caminar, no es mover los pies, sino la cintura. (Dndole el espejo.) Mrate. Qu tal? (Cris-lina se mira.) Quin me hubiera dado una hija como t para con-suelo de mi vejez! (Se oye dentro de la casa el ruido de una puerta que se cierra y pasos.) Dame, que ah viene! (Le quita el espejo, te coge, en un santiamn todas sus cosas y se escabulle rpidamente en la casa.)

    ("JiiRARDo (Entrando).Aqu est el dinero para tu padre. (Repara en ella.) Cristina, qu tienes esta noche que me pareces O t r ? , . . A ver?, deja que te m i r e . . . Ests realmente hermosa!

    dWHTINA. A h ! . . . QKMARIKI, ES que vas a una fiesta?

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    C R I S T I N A . A una fiesta?. . . No lo s an. . . GERARDO (Mirndola con atencin).Esperas acaso a tu amor? C R I S T I N A . A mi amor? (Con un gran esfuerzo, bajando los

    ojos.) S. G E R A R D O . Y vendr? C R I S T I N A . N o lo s. GERARDO.No puedes decirme su nombre? C R I S T I N A (con amarga sorpresa).A vos . . . su nombre! (Lo

    mira abiertamente a los ojos.) GERARDO (Tomndole las manos). Oh! , Cristina!. . . Qu fuego

    tan suave hay en tus ojos y qu fras tienes las manos! (Ella se abandona. l la atrae hacia s y la besa en la boca, apasionadamente. Con el ltimo movimiento se le cae la espada. Se sobresalta y se aparta de ella para recogerla, y al hacerlo fija los ojos en la cruz de la empuadura, cosa que debe ser visible para el pblico y para Cristina, que sigue ansiosamente la mirada de l. Ya serenado de su arrebato de pasin, se coloca la espada lentamente.) Cristina. . . no tengo derecho, sera un crimen. (Saca un puado de monedas de oro que pone en la mano de ella, abrindosela.) Dale a tu padre. . . y perdname. (Sin volver a mirarla entra en la casa rpidamente. Cristina queda un momento con la mano cerrada, mirando ai vaco, despus la abre y sin darse cuenta deja caer lentamente las monedas, una a una. La madre Florida, que ha estado atisbando, sale rpida, silenciosa y rmpante. Recoge las monedas y huye del mismo modo a su madriguera. Sylanora sale de su casa y lentamente se acerca a Cristina y le pone una mano en el hombro.)

    SYLANORA.Crist ina. C R I S T I N A (Como sonmbula).S. . .

    T E L N L E N T O

    CUADRO I I

    Un bosque durante la noche. A la izquierda, y en primer trmino, un dolmen de la altura de una mesa. Por entre un boquete de los rboles, muy lejos y apenas silueteada, la torre de una iglesia. Hay movimiento de seres invisibles entre el follaje: cruzan las sombras de pequeos animales y brillan ojos inquietos en la oscuridad. Un buho, posado en una rama, echa a volar y se pierde en las sombras. Muy lejano, el aullido de un lobo. Un momento, la escena vaca. Por derecha e izquierda, recatndose desconfiadas en la sombra, lle-gan la molinera y Gladia.

    GLADIA. Eres t, molinera?

    SonyResaltado

  • 666 C O N R A D O NAL R O X L O

    M O L I N E R A . S , Gladia. Crea que no podra venir esta noche. M i marido no acababa de dormirse.

    G L A D I A . P o r qu no le das el filtro en el vino, como hago yo? M O L I N E R A (Sentndose en un tronco).Es que al otro da se

    levanta de muy mal humor. G L A D I A (Riendo).Y vuela el palo! M O L I N E R A . C a d a vez es ms difcil venir. Desde que estn esos

    soldados en el pueblo. . . La ltima noche tuve que correr como una liebre para escaprmeles. Pero no pude impedir que la mitad de mi saya se les quedara en las manos. Si alguien me hubiera visto!

    G L A D I A . Y se lo cuenta al molinero. . . (Re.) G I N E B R A (Llega por el foro y se deja caer fatigada, pero alegre

    y sonriente, en una piedra).'Oh!, amigas!.. . (Se despereza.) GLADIA.Ests toda despeinada. Qu te ha pasado? G I N E B R A . M e atajaron los soldados. M O L I N E R A (A Gladia).No te lo deca yo? (A Ginebra.) Y

    cmo pudiste escapar? G I N E B R A (Que se est peinando).De un modo muy sencillo. Me

    escap.. . no escapndome! (Se les re en la cara. Las otras la miran con disgusto y remilgo. Por la derecha llega Sylanora trayendo a Cristina de la mano. Cristina avanza lentamente, como en sueos.)

    S Y L A N O R A . E s aqu. C R I S T I N A (Como un eco).Es aqu? (Las tres mujeres las ro-

    dean, sorprendidas.) G L A D I A . T , Cristina?. . . M O L I N E R A . La hija del posadero!... G I N E B R A . Q u hermosa ests! (Tomndola de la mano.) Ven.

    sers de las nuestras. C R I S T I N A . D e las vuestras... S Y L A N O R A (Apartndola).Deja a la muchacha en paz! (Gi-

    nebra va a responder, airada, pero se contiene porque se ve pasar por el foro la sombra violcea de un enorme macho cabro. Las tres exclaman: "El Seor, el Seor!" Y corren a colocarse a la izquierda, en fila. Sylanora y Cristina forman otro grupo en medio de la es-cena. Por la izquierda entra maese Jaime, en quien los rasgos vaga-mente diablicos de su cara se han acentuado hasta no dejar dudas sobre que es el diablo. Pero viste como siempre y trae bajo el brazo un cartapacio, y colgando de la cintura, el tintero de cuerno.)

    M A E S E J A I M E (Dejando el cartapacio y el tintero, que desprende d la cintura, sobre el dolmen).Dispensadme si os he hecho espe-l'Hf, pero estoy abrumado de trabajo. (A Cristina.) Bien venida, hija mln.

    G R I N T I N A (Ahombradsima).Maese Jaime!

    C O N R A D O N A L R O X L O 667

    M A E S E J A I M E . S , maese Jaime: el honrado escribano de tu pueblo. Ya ves que ests entre amigos. Tranquilzate.

    C R I S T I N A . N u n c a lo hubiera credo! . . . M A E S E JAIME .-Como comprenders, no puedo andar entre la

    gente con la facha ridicula que me atribuyen los predicadores. Y aqu soy escribano, en otra parte mdico o prestamista; siempre profesiones en las que estoy en contacto con lo que e l hombre ms quiere: sus intereses y su salud. Pero lo que ms me gusta son las leyes; moverse entre sus hilos es delicioso; muchas las he inspirado yo, y hasta corren algunas, las mejores, de mi puo y letra. No pue-des imaginarte qu tiles me son. (Transicin.)En qu puedo ser-virte? Y no olvides que nadie llama a mi puerta en vano. . . Estas seoras te lo pueden decir. (Murmullos de asentimiento entre las mujeres.)

    C R I S T I N A (Con los ojos bajos).Amo al caballero Gerardo y l no me ama.

    M A E S E J A I M E . N o te habr mirado bien. C R I S T I N A . N o ve nada de lo que est cerca; su mirada pasa a

    travs de todas las cosas y va a perderse en las murallas de Jerusaln, M A E S E J A I M E . M u y lejos mira. C R I S T I N A . - M u y lejos de m. . . Por un instante me tuvo 'entre

    sus brazos, pero en seguida ech de menos el pomo de la espada y las riendas del caballo. U n mes vivi en nuestra posada, pero es-tuvo realmente all?. . . Ahora ha partido, pero sobre el caballo no van ms que su cuerpo y sus armas; el alma lo espera, quin sabe desde cundo, al pie de las murallas. Y yo. . .

    M A E S E JAIME .Sigue, hija ma. C R I S T I N A . N a d a poda yo; mi alma de muchacha enamorada

    resbalaba sobre su pecho vaco como la lluvia sobre su coraza. Com-prendes?

    M A E S E J A I M E . S , comprendo. Sigue. CRISTINA.Cuando me tuvo en sus brazos. (Cierra los ojos ga-

    nada por la dulzura del recuerdo; despus los abre, como quien despierta.) Cuando me tuvo en sus brazos y me bes, sent que su alma regresaba, pero no acab de derramarse en mi corazn tem-bloroso y abierto. . . fue como si de golpe lo llamaran de muy lejos, como si de los muros de Jerusaln viniera la voz de. . .

    M A E S E J A I M E (Rpido).No necesitas nombrarlo entre nosotros. C R I S T I N A (Con arranque).Y yo lo amo ms que a todo en el

    mundo, y aun ms. Nada veo, nada s, nada quiero sino esa alma lejana que estuvo cerca de la ma. Por eso he venido. Y estoy dis-puesta a pasar por cualquier puente para llegar a su corazn. Tin-delo t y haz de m lo que quieras.

  • 668 C O N R A D O N A L R O X L O

    M A E S E JAIME.Hermoso fuego. C R I S T I N A . M i presencia aqu te dar la medida de mi amor. M A E S E J A I M E . Q u me ofreces en pago? C R I S T I N A . M i alma por toda la eternidad, a cambio de la suya

    por el breve tiempo de la vida . . . Qu me respondes? M A E S E JAIME .Espera. Soy hombre de leyes y no puedo cerrar

    un trato sin haber aclarado todos los detalles.. . T dices con bella exaltacin: te doy mi alma a cambio de su amor; pero eso es bas-tante vago. Cmo quieres ese amor?

    CRISTINA.-Cmo? . . . o entiendo. M A E S E J A I M E . Y O te lo explicar. T dices "su amor", pero

    piensas que con l viene su mano de esposo, entrar en la nobleza, salir de la posada de tu padre en una carroza ante la admiracin y la envidia de todo el pueblo?

    CRISTINA. Nunca pens en eso. M A E S E JAIME.Pues pinsalo ahora. C R I S T I N A . - N o , no quiero ser castellana; pueden hundirse todos

    los castillos con todas sus torres; quiero solamente que l vea mi alma, que comprenda que le pertenece y la deje acercarse a la suya y des-hacerse en ella.

    M A E S E J A I M E (Frunce las cejas).-Bien; no te importan las r i -quezas ni los honores; te basta con el calor de su pecho y el temblor de sus labios sobre los tuyos, como aquella vez. . . no es as?

    C R I S T I N A (Cierra los ojos y sonre al recuerdo).Como aquella vez . . . (Los abre y sacude la cabeza.) No, no me comprendes! . . . Cmo decirte?.. . Imagina que una vez llegado a Jerusaln se se-caran los mares, se borraran los caminos, crecieran los bosques de tal manera que ningn ser humano pudiera cruzarlos en toda la vida, y qu un da una golondrina me trajera una cart4 en la que Gerardo me dijera que me amaba y pensaba en m, pero nunca, nunca po-dramos volver a vernos, y fuera verdad. Eso me bastara, eso es lo que pido a cambio de mi alma inmortal.

    M A E S E J A I M E (Levantndose, se le aproxima).Ven, djame que te, mire a los ojos. (Lo hace, y despus se aparta, volviendo a ocupar su lugar.)

    C R I S T I N A . Q u respondes? M A K N E J A I M E . Q u e no puedo aceptar el trato. (Las mujeres re-

    bull n, asombradas.) CHWTINA.Cmo! Qu viste en mis ojos? Engao, falsedad? M A K I K J A I M U . T o d o lo contrario: v i la perfecta pureza de tu

    RfliOr, y por eio no puedo comprar tu alma. OniATINA, , I N O quieres comprarla? . . . M A M R J A I M I ' . Entindeme, mujer; no puedo. Por eso te inte-

    C O N R A D O N A L R O X L O 669

    rrogu; por eso quise ver si la limpia corriente de tu amor arrastraba el ms leve grano de arena. U n poco de codicia, un adarme de vanidad, una chispa de deseo carnal habran bastado para que es-cribiera tu nombre en mis registros. Pero tu amor es tan puro que queda fuera del crculo en que debo moverme. Yo puedo burlar todas las leyes de los hombres y muchas de la naturaleza; pero hay una ley a la que tengo que obedecer, y es la que me prohibe traficar con el amor verdadero. (Se oye un sordo murmullo entre las mujeres.) Qu os pasa?

    M O L I N E R A . Y yo, no te vend mi alma por amor? M A E S E J A I M E . T e engaas, mujer; queras al molinero, es ver-

    dad, pero con el molino y los asnos cargados de harina y las monedas de oro en el arca. (La molinera inclina la cabeza.)

    G L A D I A . - Y yo? Yo me conden por un pobre que ni siquiera era hermoso, ni fuerte. Qu inters tuve para amarlo?

    M A E S E J A I M E . H a z memoria, mujer. . . Recuerda que desde nia te envenenaba la vida la envidia que sentas por tu hermana; le envidiabas el color del pelo y el modo de caminar, el cario de tu padre, y hasta cuando tu madre la castigaba injustamente le envidia-bas los golpes y la resignacin con que los reciba; y no quisiste a ese hombre ms que porque era su novio. No hables de amor si fue el rencor el padrino de tu boda. (Gladia frunce el ceo, baja la mirada y se retuerce las manos.)

    G I N E B R A . A m no podrs acusarme de inters ni de envidia. El hombre por el que me compraste era un vagabundo a quien nadie quera y que no poda darme ms que hambre y golpes. Por l te di mi alma.

    M A E S E J A I M E . A l m a ! Alma! Todas le llamis alma a un poco de carne ms blanda y sensible. Viniste a m de la mano de la lu-juria. (Ginebra da un paso atrs, muda y hosca.)

    SYLANORA. Entonces . . . nada puedes hacer por la muchacha? Debo llevrmela?

    M A E S E J A I M E . S , y creme que siento verdaderamente no haber-le podido ser til.

    SYLANORA.Vamos, Cristina. C R I S T I N A (Que durante los ltimos momentos ha permanecido

    reconcentrada).Espera, Sylanora. (Al diablo.) Dices que es la pureza de mi alma lo que te impide comprarla?

    M A E S E J A I M E . H a y una ley . . . C R I S T I N A . Y si yo lo arrastrara por el fango hasta que estuvie-

    ra sucia y envilecida como la de una mujerzuela ? M A E S E J A I M E . S i lo haces por amor, su claridad seguir bri-

    llando aun dentro de mis tinieblas. Nada tenemos que hacer. Vete.

    SonySubrayado

  • 670 C O N R A D O N A L R O X L O

    SYLANORA.Vamos, Cristina. .(Xa toma de la mano e inician el mutis.)

    M A E S E J A I M E (La mira irse con una sonrisa, y cuando ya van a salir de escena).Espera; oye, hija ma. (Cristina se detiene.) Ven, se me ocurre algo que quiz pudiera convenirte. (Cristina ha vuelto al sitio que ocupara antes.) T u alma, ya te lo he dicho, est fuera de mi crculo, pero podra comprarte otra cosa.

    C R I S T I N A . O t r a cosa!. . . Qu tengo'yo ms valioso que mi salvacin?

    M A E S E JAIME ,Pudiera ser algo que no tienes an . . . una rosa que se abra en tu jardn, una paloma de tu palomar . . . Yo tampoco puedo precisar qu s e r . . . pero en mi deseo de servirte . . .

    C R I S T I N A . Y me amar el caballero? M A E S E JAIME.Hasta donde alcance tu deseo, y an ms. C R I S T I N A (Resueltamente).Acepto! M A E S E JAIME.Bien, entonces... (Busca entre sus papales.)

    Aqu est el contrato. No puede ser ms sencillo; no hay en l nin-guna clusula que se preste a dobles interpretaciones, ningn punto que pueda convertirse en coma. (Se lo alarga.)

    C R I S T I N A (Despus de mirarlo),Est en blanco! . . . M A E S E J A I M E . S i n una sola mancha de tinta. Jams se firm

    contrato ms limpio. Firmas? C R I S T I N A (Acercndose a la mesa).-Dame la pluma. M A E S E J A I M E . O h , no, con tinta no! Tiene que ser con tu

    sangre. La sangre grita a quien pertenece y no puede negarse . . . Aqu tengo una pluma nueva. . . Dame el brazo. (Cristina se recoge la manga hasta el hombro y tiende el brazo.) No te doler. . . Una sola gota basta . . . Perdona, tengo las manos muy calientes... Ya est . . . Firma antes de que se seque. (Cristina toma la pluma que l le ofrece y firma. Despus la deja caer y exclama, aterrada:) Oh, qu hice, qu hice! . . . (Quiere decir "Dios mo", pero no puede. Mira a las otras mujeres espantada. Ellas bajan la cabeza. Quiere volver a pronunciar el nombre de Dios dirigindose al cielo, pero no puede.)

    M A E S E J A I M E (Suavemente).No te esfuerces, hija ma; desde hoy no podrs pronunciar su nombre . . . Ests arrepentida de haber firmado?

    C R I S T I N A . N o por lo que t crees . . . No, no quiero que me ame M, que no vuelva, que no lo vea nunca, nunca ms! (Tras la ex-plon llora con el rostro entre las manos.) . " " M A W W JAIME .Tranquilzate. Te comprendo perfectamente. Te-

    mOI CJUO tw agazape en el corazn del caballero y le dicte sus mo-vktftM * i*tnor y le ensee las palabras que ha de decirte; temes qA&t 4 * t i 0) IlTlD ftiORn que sentiste en mis manos el que encienda sus

    C O N R A D O N A L : R O X L O 671

    labios cuando te bese; temes encontrar mi mirada en la suya, no es eso?

    C R I S T I N A . S . . . pero cmo puedes comprender mis sentimienr-tos? . . . (Con horror.) T !

    M A E S E J A I M E (Con un vago dejo de melancola, con una nos-talgia del cielo apenas insinuada).Para comprenderte me basta con recordar mi infancia. No olvides, Cristina, que antes de ser lo que soy, yo tambin era un ngel. (Transicin.) No temas, te amar l i -bremente; yo no har ms que apartarlo del camino de Jerusaln. Sus muros son los que le impiden verte. De no ser as, ya te habra amado. . . T misma lo hars volver mediante un sencillo juego de hechicera que voy a ensearte. Corta una rama. (Cristina va a cortar una rama de olivo.) Del olivo no, no es buen rbol. Adems, necesitamos la de uno corpulento . . . Corta esa rama de haya.

    C R I S T I N A (Empinndose cuanto puede).No puedo, no alcanzo. M A E S E J A I M E N o tiendas slo los brazos, alarga tambin el de-

    seo. (Cristina hace un ltimo esfuerzo, y sin que la toque, se oye un crujido en el gran silencio mgico y la rama desgajada cae en sus manos. Trayndola, regresa al centro de la escena. Las mujeres ha-brn seguido, como es natural, con gestos todos los incidentes. Maese Jaime traza con el bastn un crculo en el suelo.) Entra sin temor. (Cristina lo hace, y una vez en el centro queda rgida, se le cierran los ojos y se tambalea suavemente. Las tres mujeres inician el ademn de sostenerla dando un paso hacia el crculo.)

    M O L I N E R A . A y ! G L A D I A . V a a caer! G I N E B R A . Cristina! . . . M A E S E JAIME. Quietas ! (Una pausa hasta que Cristina, queda

    de pie rgida e inmvil.) Busca al caballero. C R I S T I N A (Como sonmbula, tras una pausa).Andan muchos

    viajeros por los caminos . . . Hay tambin coches; coches pequeos en-vueltos en nubes de p o l v o . . . Y caminos, caminos. . . Oh, cuntos caminos hay en el mundo para alejarse! . . .

    M A E S E JAIME.Busca bien, Cristina. C R I S T I N A . A l l ! . . Una tropa acaba de cruzar un puente; an

    resuenan las piedras con los golpes de las herraduras. . . S, es l! . . . Galopa a la cabeza de sus soldados... Los soldados cantan. Estn alegres. l sonre, pero su caballo est muy inquieto . . . Ahora el ca-mino corre por la linde de un bosque. Qu rboles tan altos! Son hayas. . . La luna est detrs de los rboles. . . La sombra de las ramas y la luz de la luna se mueven sobre su coraza.. . Algo le,dice Rimbaldo que lo hace sonrerse . . . Pero el caballo est muy inquieto.

  • 672 C O N R A D O N A L R O X L O

    Sacude la cabeza y mira atemorizado a las sombras . . . Gerardo le palmea el cuello y le habla. (Con tristeza.) Con qu dulzura le ha-b l a ! . . . Pero el caballo sigue inquieto y asustadizo... Ahora los rboles son ms altos, ms negros; son hayas.

    M A E S E JAIME.Levanta la rama. (Ella obedece como una aut-mata.)

    C R I S T I N A . Oh, qu rboles tan siniestros! Tengo miedo! M A E S E J A I M E . B a j a la rama! (Cristina obedece, y no bien la

    rama ha descendido, lanza un grito de espanto y cubrindose el rostro con las manos se desploma en los brazos de las mujeres, que han corrido a sostenerla.)

    T E L N RPIDO

    SEGUNDO A C T O

    CUADRO PRIMERO

    Al frente de la posada, como en el primer acto. Rimbaldo, sentado sobre la mesa, bebe lentamente un gran jarro de vino. Aldeanos y al-deanas lo contemplan expectantes. A su derecha hay uno que lleva una canasta al brazo de la que sale una ristra de embutidos. En el extremo izquierdo, la madre Florida.

    M A D R E FLORIDA.Cuenta de una buena vez, que para eso se te pag el vino.

    RIMBALDO.Poco vino es para tanta historia. . . (Deja el jarro, se seca la boca con la manga.) Pues, seor; bamos por la linde de un altsimo bosque, galopa que te galopars, cuando por detrs de los rboles sali la luna, grande, redonda, redonda (forma con los bra-zos en alto el crculo de la luna), y alta, alta, alta. (Seala al cielo con el ndice de la mano derecha y, aprovechando que todos miran hacia arriba, quiere con la izquierda apoderarse de los embutidos, mas no lo consigue.) Pero de pronto una nube la ocult y la noche se puso negra, negra, negra . . . Cerrad bien los ojos para que veis qu negra estaba la noche. (Todos obedecen, menos la madre Florida, que se queda con medio ojo abierto, desconfiada y curiosa. Rimbaldo aprovecha el momento, atrapa los embutidos y se los mete en el pecho, y dirigindose a la madre Florida:) Silencio. (Todos abren los ojos.)

    U N A A L D E A N A . Q u dijiste? RtMUALDo.Que era una noche muy oscura y silenciosa.

    *>' . 'gt M I/OH EMBUTIDOS. Buena noche para los ladrones! " ' ' IMtAUtO (Palmendolo).Bien dicho, hermano, bien dicho!

    C O N R A D O N A L R O X L O 673

    (La madre Florida deja escapar una risita de complicidad y guia el ojo a Rimbaldo, quien le devuelve la sea.)

    U N A ALDEANA.Bueno, pero cmo pas? R I M B A L D O . P a s qu bamos al trote y a la luz de aquella her-

    mosa luna, porque ya haba vuelto a lucir, cuando omos un crujido espantoso, crac!, y un haya enorme como la torre de una catedral se desplom de golpe sobre el capitn. Yo iba a su lado, y con ser tan grande el rbol ni las hojas me tocaron. Fue como si las ramas se apartaran para no rozarme.

    U N ALDEANO." Cosa de milagro parece! M A D R E F L O R I D A . O de brujera. (Se santigua rpidamente y

    algunos aldeanos la imitan.) R I M B A L D O . S , fue muy extrao. Desesperados nos arrojamos

    sobre el haya cada, y a golpes de hacha y de espada, guiados por los relinchos del caballo moribundo, nos abrimos paso hasta donde yaca el caballero. Estaba tan plido y fro como la luna, y lo cremos muer-to. Hicimos unas parihuelas con las ramas del haya, y a pie con los caballos de tiro y entre el llanto infantil de los soldados emprendimos el regreso.

    M A D R E F L O R I D A . Y el caballero siempre sin sentido? R I M B A L D O . H a s t a que cruzamos el puente y entramos en el pue-

    blo. Entonces abri los ojos, suspir y quiso persignarse, pero no pudo levantar el brazo: lo tena roto. Y lo ms triste fue cuando dijo: "Nunca ms podr empuar la espada" y volvi a desmayarse... Yo lo persign entonces con estos dedos, que desde esa noche no han vuelto a pecar. (Risita significativa de la madre Florida.) Y ahora est aqu en manos del mdico. Pero no os asustis, que Cristina y yo lo defendemos . . . Y ahora, buenas y honradas gentes. . . (Dn-dole el sombrero al que est ms cerca.) Hazlo c i rcular . . . Y acor-daos de que los juglares tambin necesitan comer. . . (El sombrero pasa de mano en mano, y todos, a tiempo que lo entregan a otro, se van. El ltimo lo pasa a la madre Florida, y se va a su vez; la vieja se lo entrega riendo. Rimbaldo, poniendo el sombrero boca abajo, para que se vea que no hay nada dentro:) Mala ralea!

    M A D R E F L O R I D A . D a gracias al cielo porque te lo han devuelto. R I M B A L D O (Filosficamente se encasqueta el sombrero; saca los

    embutidos y, haciendo dos partes iguales, da una a la madre Flori-da ).Toma tu parte, madre Florida.

    M A D R E FLORIDA.Gracias, hijo . . . Y qu bien huelen! . . . Puro cerdo. (Se va y entra en su casa olindolos.)

    R I M B A L D O (Tira sus embutidos sobre la mesa y saca unos naipes, con los que se pone a practicar una prueba consistente en arrojarlos

  • 674 C O N R A D O N A L R O X L O

    a lo alto y barajarlos. Cristina sale de la casa con aire preocupado y se dirige al proscenio sin. ver al juglar)*-Cristina, mira!

    C R I S T I N A (Sin hacer caso de los naipes).Ah, eres t! Te bus-qu cuando vino el mdico. Dnde te habas metido?

    R I M B A L D O (Mostrndole los embutidos).Fui al mercado. C R I S T I N A (Sin prestarle atencin).El mdico le ha quitado, las

    vendas, y dice que lo que necesita Gerardo es mover el brazo. R I M B A L D O . N o te deca yo que ese mdicp era una mala bestia

    rellena de latines, talentos assinorum? CRISTINA.Pero por qu? R I M B A L D O . P a r a decir eso no hace falta estudiar a Esculapio, ni

    a Hipcrates, ni al Hermes Trimegisto; de todos los romances se des-prende que lo nico que necesita un caballero es mover bien el brazo. U n caballero, Cristina, no es, al fin de cuentas, ms que un brazo con una espada.

    C R I S T I N A . Y un gran corazn, Rimbaldo. RIMBALDO.Puede prescindirse '. . . Ven, mira: voy a distraerte

    con esta prueba, que es la ltima palabra de la sabidura. (Hace la prueba.)

    C R I S T I N A (Sentndose disgustada).Qu empeo tienes de un tiempo a esta parte en distraerme!

    R I M B A L D O . E s que a veces veo sobre tu frente como la sombra de una rama oscura . . .

    C R I S T I N A (Con sobresalto).De una rama oscura, Rimbaldo? R I M B A L D O . E s un modo de d e c i r . . . o del ala de un cuervo. C R I S T I N A (Tranquilizada). A h ! . . . GERARDO (Saliendo de la casa).Rimbaldo, dile a mi escudero

    que me ensille el caballo. Quiero saber qu fuerzas me quedan an en la mano. T me acompaars.

    R I M B A L D O . E n seguida, seor. (Se va por la izquierda. Gerardo se sienta junto a la mesa. Cristina dice mientras va a sentarse a su lado:)

    CRISTINA.Pronto tu brazo recuperar su antiguo poder y el ms pesado mandoble ser en tu mano tan leve como un junco.

    G E R A R D O . N o , Cristina. U n mdico puede equivocarse en estas colma, un toldado nunca. M i brazo est muerto para la guerra, pero mi mftno ha nacido para el amor. (Toma la mano de Cristina y la acaricia,) Tu pequea mano llenar por siempre el lugar que ha-bla COMftgrndo ni pono de la espada. T u suavidad por su dureza.

    ,, CRJHTlNA.-iTTe pcn el cambio? GKRARDO,Aquello era la felicidad que da el cumplimiento de

    .un tdftbe^.Uhrwntntf, alegido; esto es simplemente la felicidad, la que Pip d * gralpuupiente .cuando a El le place. (Cristina, al or

    C O N R A D O N A L R O X L O 675

    mencionar a Dios, tiene un leve sobresalto.) Qu tienes, Cristina? C R I S T I N A (Reaccionando y sonriendo).Nada. G E R A R D O . A veces hay en tus ojos una niebla y no veo tu alma. CRISTINA.Pienso si tu amor por m no es ms que una gran

    tristeza que se vuelve ternura ! para engaarse a s misma. Cuando diste a tus soldados la orden de partir sin t i , cuando los viste perderse en el polvo del incierto camino de Jerusaln, estabas tan plido como la noche en que te trajeron tendido sobre las ramas del haya maldita. Pienso que en aquel momento moriste con tu gran sueo heroico y que el que est a mi lado no es ms que una sombra, una sombra perdida que trata de encontrarse en un sueo que no es el suyo, este sueo de amor que es slo mo.

    G E R A R D O . Oh, Cristina! Cmo puedes pensar eso? Cmo puedes llamar maldito a un rbol que yo creo que fue tronchado por la mano de Dios?

    C R I S T I N A (Sin poderse contener y apartndose de l).Oh, no, no, Gerardo! . . . La mano de . . . ? No, no!

    GERARDO.Porque estuvo a punto de matarme? Ah precisamen-te veo yo el milagro. Si hubiera cado simplemente, como caen los r-boles que mueven las oscuras fuerzas naturales, ten por seguro que me habra matado. Aquello fue obra de la divina providencia. En el primer momento se pens que el rbol haba sido dejado a medio hachar por los leadores. Pues no; ninguna huella de hacha tena el tronco. Se desplom porque Dios lo quiso, para arrancarme la fuerza del brazo como se quita un guantelete de hierro, liberndome as de mis votos de cruzado. Era como si Dios me dijera. "Ven a M por otro camino"; y ese camino eres t.

    C R I S T I N A (Abandonndose a la dicha del amor).Oh, Gerar-d o ! . . . Quireme, s quireme, pero no escuches voces engaosas; yo no soy el camino . . . aunque soy el amor. (Esconde la cara entre las manos y solloza.)

    GERARDO (Le aparta las manos y la besa).S, Cristina, t eres la luz y la estrella del amor. (Ella intenta hablar, pero l la contiene con un beso.) No digas nada, brilla simplemente. (Quedan un mo-mento mudos y arrobados, y tras la pausa:) Hay algo que t no sabes y que es lo que me hace creer en un designio celeste. Yo no vine hacia t i desvanecido sobre las ramas del haya bendita: te fui devuelto.

    CRISTINA.Devuelto? . . . GERARDO. S , y ese es mi secreto. Recuerdas el da en que por

    primera vez me sent a esta mesa? C R I S T I N A . T e sentaste all. Seran las tres de la tarde. La som-

    bra de las hojas de la parra llenaba de estrellas oscuras tu coraza

  • 676 C O N R A D O N A L R O X L O

    brillante. Te quitaste el casco y me dijiste: "Dame un jarro de vino fresco, hija ma".

    GERARDO.Eso te dije? No lo recuerdo. Slo recuerdo tus ojos, que me envolvieron en una dulzura tan profunda, que sent por pri -mera vez partes desconocidas de mi alma.

    C R I S T I N A (Como para s),Aquella tarde . . . GERARDO.Aquella tarde . . . Despus fuiste al tonel y te incli-

    naste para llenar el jarro. La espita no andaba bien, y t te disculpa-bas por la tardanza mientras yo contemplaba tu cabeza de oro y tu nuca, que a la sombra tena sombras azules. Y la mirada en que te envolva sin que t lo supieras me estaba lavando de todo lo visto hasta entonces y borrndome todo lo que deseaba ver. Fue el esfuerzo ms grande de mi vida el que hice para disimular cuando te diste vuelta con el jarro en la mano.

    C R I S T I N A . P o r qu disimulaste? GERARDO.Porque lo que senta no es lo que sienten los soldados

    por las muchachas de las posadas. Por nada del mundo te hubiera manchado con el beso que se da junto al estribo. Mis votos me llevaban a Tierra Santa y tena que partir.

    C R I S T I N A . Pero la ltima noche ? . . . G E R A R D O . L a ltima noche mi pasin y tu belleza me traiciona-

    ron. Pero mi espada al caer me record el llamado de la cruz. C R I S T I N A . Y mi amor desesperado luchaba contra ella como si

    fuera una muchacha rival! GERARDO.Muchas veces, con tu simple presencia, estuviste a

    punto de vencer. Por eso me pasaba los das en la fragua, dando prisa al herrero; por eso te hablaba casi duramente, para que no se trasluciera mi ternura.

    C R I S T I N A . O h , ciega, ciega!, por qu no sent aquella pri-mera tarde tu mirada de amor? . . . T habras partido a cumplir tu juramento y yo vivira feliz con el recuerdo . . . y me habra salvado.

    GERARDO.Salvarte? Qu dices, Cristina? C R I S T I N A . N a d a , nada . . . Espera un momento, Gerardo . . . Yo

    estaba as, no es cierto? (Se coloca junto al tonel como se ha dicho.) GERARDO . S . C R I S T I N A . Mrame como aquella tarde. G E R A R D O . O h , Cristina!, una primera mirada de amor no pue-

    de repetirlo... Dos veces te pasaste la mano por la nuca. (Ella re-pite el geito.)

    OMITINA (Levantndose, lentamente).Yo estaba tan confusa con lo que pilaba en mi propia alma, que no sent tu primera mirada de amor. E l muy trate, Gerardo . . . Quin sabe si toda la sombra que hay en el mundo no le deb* a roas a s ! . . .

    C O N R A D O N A L R O X L O 677

    GERARDO. No pienses en sombras. Tengo para t i miradas de amor hasta el f in de la vida.

    C R I S T I N A . Y yo . . . (Se besan. Despus Cristina se aparta y que-da un momento reflexionando.) Entonces no fue necesario que se desplomara el haya para que me quisieras. Lo que ocurri aquella noche pudo no haber ocurrido y me habras querido igual. No es cierto?

    GERARDO.Es claro; ese fue un incidente que en nada ha pesado sobre mi corazn.

    C R I S T I N A . E n t o n c e s . . . ? (Con una loca explosin de alegra.) Entonces, oh, Gerardo! (Hunde la cabeza en su pecho.)

    R I M B A L D O (Llega por la izquierda; tose discretamente; ellos se apartan con naturalidad).Seor, ya estn listos los caballos, y la tarde est muy hermosa.

    C R I S T I N A (En un arranque de felicidad).Muy hermosa, como todas las tardes que vendrn!

    GERARDO (A Rimbaldo).Bien, vamos. (A Cristina.) Voy a dar una carrera hasta el pinar y vuelvo. (Sale por la izquierda con Rim-baldo. Cristina queda un momento de pie y luego corre a golpear en la casa de la bruja.)

    S Y L A N O R A (Abriendo el postigo). Ah, eres t? Entra. C R I S T I N A . N o ; sal un momento, que quiero hablarte. (Vuelve al

    centro de la escena. Sylanora sale y renese con ella.) SYLANORA. Pasa algo, Cristina? C R I S T I N A . T sabes que Gerardo me ama? S Y L A N O R A . S , lo s. Adems, era lo convenido con . . . t ya

    sabes. CRISTINA. Pero ese convenio ya no vale. S Y L A N O R A . Q u no vale! Y por qu? CRISTINA.Porque me amaba desde mucho antes de aquella no-

    che en que me llevaste al bosque. Me quiso desde que se sent por primera vez en ese banco, comprendes? . . . se a quien llamas tu seor nada influy en el amor del caballero. Nada le debo a l; nada le debo, pues me vendi lo que no poda venderme porque ya era mo.

    SYLANORA.Aunque as sea, fue la cada del haya lo que hizo que volviera.

    C R I S T I N A . Qu me importaba a m que volviera o no si me amaba! . . . Adems, algn da nos hubiramos reunido aqu o all. (Por el cielo.)

    S Y L A N O R A . C o n todo, t aceptaste . . . C R I S T I N A . E s cierto, pero ese contrato ha perdido todo su poder

    porque hubo engao.

    SonySubrayado

  • 678 C O N R A D O N A L R O X L O

    S Y L A N O R A . Q u inocente eres, Cristina! Crees que l hace algo sin engao? Tiene tu firma, y eso basta.

    C R I S T I N A . L a tiene, s; pero nada me importa, porque los bienes que con ella puede arrebatarme poco valen para m.

    S Y L A N O R A . Q u sabes t qu es lo que va a exigirte! C R I S T I N A . S , lo s; con esa firma, a la muerte de mi padre se

    quedar con la posada y las tierras de labranza y yo, para qu las quiero si voy a casarme con Gerardo e irme con l?

    SYLANORA.Deliras, Cristina. Qu inters puede tener mi seor en tu posada y tus campos?

    CRISTINA .Terminemos esta farsa, Sylanora. Maese Jaime no es ms que maese Jaime, y no quien me habis hecho creer.

    S Y L A N O R A . Q u dices, mujer? C R I S T I N A . N o te hagas la sorprendida: lo sabes tan bien como

    yo. T eres su cmplice, y entre los dos me habis hecho caer en una trampa. Pero no te guardo rencor ni a t i ni al astuto escribano. Soy tan feliz!

    . SYLANORA .Vuelve en t i , desdichada. No viste aquella noche prodigios bastantes para convencerte de quin es maese Jaime?

    CRISTINA.Muchos prodigios vi , pero tambin recuerdo que an-tes de salir me hiciste tomar un brebaje.

    S Y L A N O R A . T e di una copa de vino caliente con especias porque estabas temblando,

    C R I S T I N A . Y ests segura de que no cociste en el vino esas yerbas que traen del Oriente y que trastornan los sentidos y hacen ver lo que no existe . . . o lo que est muy lejos?

    S Y L A N O R A . Pero si t misma hiciste caer el haya! CRISTINA.Eso cre. Pero Gerardo sabe muy bien qu mano fue

    y con qu designio la que la hizo caer. Yo lo vi , es cierto, pero como en sueos y bajo la influencia de tu filtro . . . Adems, Gerardo no puede equivocarse.

    S Y L A N O R A . E l amor y el deseo de ser feliz te ciegan, Cristina. C R I S T I N A . N o , Sylanora: me han abierto los ojos. Cmo me

    voy a rer cuando vea a maese Jaime hacerse el diablo! . . . Se me ha

  • 680 C O N R A D O N A L R O X L O

    C R I S T I N A . T la conociste?

    M A D R E F L O R I D A . A su boda llev mi guirnalda, nardos y mejorana. CRISTINA. Dicen que era muy linda. . .

    M A D R E FLORIDA.Linda? La tentacin en persona! Era blanca y rosada corno la leche que se ordea al amanecer. Cada paso que daba la embelleca, oh, si ella hubiera querido!. . . No hubo ca-ballero en veinte leguas a la redonda que no se apeara a refrescar aqu slo por verla. Pero ella era muy caprichosa.

    C R I S T I N A . Caprichosa? M A D R E F L O R I D A . S , hi ja: tu padre y nada ms. . . Pero, dame

    la aguja. C R I S T I N A (Con desagrado).Quieres dar la puntada? M A D R E FLORIDA. Bueno fuera que faltara la ma! (Toma la

    aguja que Cristina se ha quitado del pecho y le alarga desganada-mente, y da una puntada en el ruedo de la camisa.) Que el amor sea en tus brazos como el fnix de Arabia, que renace de sus propias cenizas. Amn. (Devuelve la aguja y se va muy apurada y coto-rrona.) Bueno, adis y que seas dichosa del nico modo que pode-mos serlo las mujeres. (Cristina no responde, y en cuanto ha salido la madre Florida, abre la ventana, tira violentamente la guirnalda y volviendo a la camisa arranca con enojo la puntada que dio la proxeneta.)

    R I M B A L D O (Aparece, en la puerta vestido de nuevo y trayendo una hermosa guirnalda de amapolas).Cristina!

    C R I S T I N A (Se da vuelta, alegre al verlo).Entra, entra! Cre que no venas.

    R I M B A L D O . Y o tambin. Nunca me hubiera atrevido a acercar-me a las flores con los andrajos que llevaba. Pero gracias al traje que t me regalaste pude meterme en los trigales donde florecen las amapolas y cortarlas orgullosamente, de igual a igual! Acrcate, Cristina! (Le pone la guirnalda alrededor del cuello.)

    C R I S T I N A . Q u haces? Es contra la costumbre! (Intenta sa-crsela.)

    RIMIIAI.DO .Aunque no sea la costumbre, ests muy bonita. M-rate. (La conduce de la mano ante el espejo. Ella se mira compla-cida y dtipus se. quita la guirnalda, busca con los ojos dnde colo-cara y lo haca en la perilla de la cama.) En el sitio de honor!

    CaiiTINA,| Cllate! La deb tirar por la ventana, pues rompiste la tradlcin( y f io ci muy grave. Si alguien lo supiera.. .

    RlMJALDOi*Quiero decir que entre nosotros habr un secreto? C R U T I N A , - -Un gran secreto.

    C O N R A D O N A L R O X L O 681

    R I M B A L D O . Y siempre que nos encontremos nos unir la son-risa de los cmplices?

    C R I S T I N A . E r e s un loco, Rimbaldo! R I M B A L D O . Q u i n lo duda? C R I S T I N A (Dndole la aguja, que l toma).Ahora tienes que

    dar una puntada en mi camisa de boda. R I M B A L D O . U n a sola puntada en pago de todas las que tiene

    este traje? C R I S T I N A . Y a tiempo de darla tienes que expresar un buen deseo. R I M B A L D O (Palpando entre el pulgar y el ndice la orla de la

    camisa).Es que, sabes?, no estoy acostumbrado a coser en tela tan f i n a . . . Si tuvieras alguna prenda vieja para remendar.. . se es mi fuerte! Una noche me puse a contar los sietes que haba co-sido en mi jubn y me dorm millonario. Si, yo he dado muchas puntadas en esta vida, con y sin nudo. Pero coser una camisa de novia!. . . Y si despus te queda mal? Y si te hace un chingue por mi culpa?

    CRISTINA. Rimbaldo, por favor, no juegues con estas cosas! R I M B A L D O . E s que no me gusta la gravedad con que se toma

    el matrimonio. Se entra en l temerosos, caminando de puntillas como si hubiera un nio dormido, y claro, caminando as todos son tro-pezones.

    CRISTINA. Como si hubiera un nio dormido. . . Y no lo hay, Rimbaldo?

    R I M B A L D O . S , tienes razn. Dnde debo dar la puntada? CRISTINA. Aqu , en el ruedo. R I M B A L D O (Da la puntada, serio y con delicadeza entrega la agu-

    ja).-Ya est. CRISTINA.Pero no has expresado ningn deseo, t que dices

    cosas tan lindas en tus romances. R I M B A L D O . L o s romances, Cristina, los invento para que la sol-

    dadesca y los aldeanos me den de comer, y nadie pone su alma en un plato de sopa. Cuando mi corazn tiene algo que decir, no digo nada.

    C R I S T I N A (Tomndole la mano).Gracias, Rimbaldo. Siempre eres para m como un hermano.

    R I M B A L D O (Con un dejo de tristeza).Como un hermano.. . (Mirando a la puerta, alegremente.) Me escapo, Cristina, que ah

    - viene uno que no dar puntada sin nudo. (Se va. Cristina, que tam-bin ha mirado a la puerta, corre y esconde la camisa dentro de la cama, a tiempo que llega Gerardo, quien no ve la maniobra.)

    GERARDO. Me esperabas?

  • 682 C O N R A D O NAL R O X L O

    C R I S T I N A . A t i no. Esperaba a los pobres. GERARDO.Pues yo soy el primero y el ms necesitado de todos. C R I S T I N A . N o , Gerardo, t eres muy rico; mucho ms de lo que

    crees. GERARDO.Es verdad, Cristina, pero tambin soy muy avaro, y

    cada instante que paso sin verte es como si perdiera un tesoro. (La estrecha en sus brazos y la besa.) Pensar que desde maana ya no nos separaremos nunca! sta ser la noche ms larga de mi vida.

    C R I S T I N A . Y o soy tan feliz, amor mo, que siento que con una mano podra apagar el infierno.

    GERARDO. No es necesario, Cristina; el infierno hace tiempo que se apag para nosotros. Ya no hay ms que cielo. . . Dime: t te imaginaste alguna vez el cielo?

    C R I S T I N A . S . G E R A R D O . Y cmo era? C R I S T I N A . T bien lo sabes. GERARDO (Besndola en la boca).As? C R I S T I N A . P o r qu me lo preguntas, si sabes que no puede ser

    de otro modo? GERARDO.Amor mo. . . (Se detiene para prestar atencin a una

    msica que se oye a lo lejos.) Y esa msica? CRISTINA. Son los pobres. Vienen a celebrar la ceremonia de una

    tradicin tan antigua como este pueblo. Cada vez que una muchacha se casa. . . Pero ya lo vers t mismo. . . (La msica ha ido aumen-tando y un grupo de pobres, algunos con instrumentos de la poca y precedidos por el Ciego que trae una cuna de madera de pino a medio desbastar, irrumpen en la habitacin, cesando la msica.)

    C I E G O (Recita a la manera de una salmodia o de un romance de ciego, mientras los pobres escuchan con la cabeza baja, religiosamen-te, lo mismo que Cristina y el caballero Gerardo, que se tienen de la mano.)

    Por el fuego del amor fuiste, doncella, dorada, y en vsperas de tus bodas oye las viejas palabras que por costumbre son ley de nuestro pueblo, y que guardan los pobres de Dios, que somos arca que el tiempo no gasta.

    Manda la caballera que el caballero la* nrmns

    C O N R A D O N A L R O X L O 683

    vele durante una noche y en ella medite en calma sobre los santos deberes que recibe con la espada. As queremos, doncella, ya que vas a ser casada veles la cuna que al nio que habr de nacer aguarda;~ veles la cuna y medites, sola y recogida el alma, en el ngel que hasta ella quiere bajar por la escala florecida de tu cuerpo de doncella enamorada. De mis manos mendicantes recibe la cuna blanca, por las manos de estos pobres en pobre pino labrada, que ha de ser pobre la cuna /' L de las ricas esperanzas, ^ v v v " como fue la que en Beln ^ \meca la Virgen Santa. C '

  • 684 C O N R A D O N A L R O X L O

    va a la cama, saca la camisa y se sienta a coser en primer trmino, a la derecha; la cuna ha quedado a la izquierda. Dice, pensativa y so-adora:)

    Por el fuego del amor fuiste, doncella, dorada. . . Dorada de amor y envuelta en esta camisa blanca. . . Oro y rosg, bajo el lino, bajo las rosas el alma, y t, Gerardo, reinando sobre m con la mirada. . .

    (Queda un momento sonriendo a su felicidad, cuando se oye un leve crujido que parte de la cuna y le hace volver la cabeza y mi-rarla un momento. Despus vuelve a la costura con bro y canta:)

    Escala es de flores ( () , , tu cuerpo, doncella, T-X V A W A C t V M . ' por la cual un ngel \ ^ ( [ bajar a la t i e r ra . . . y - ^ - 1 ^ J , f

    (Tocada por las palabras de la cancin, canta el resto mirando de soslayo a la cuna, y en otro tono, ms bajo y reflexivo:)

    U n ngel dormido que entre sueos busca a travs de tus rosas su cuna.

    (Se levanta, como atrada por la cuna, y se arrodilla junto a ella, y dejando correr sus manos por las rsticas tablas:) Da pena verla tan desnuda y fra. . . N i siquiera un brazado de paja. (Se levanta y toma una guirnalda, pero la deja despus de deshacer unas flores entre los dedos.) Estn hmedas del roco. . . (Lanza una mirada circular, que se detiene en la camisa, a la que va resueltamente, la toma y la coloca en el fondo de la cuna, para lo cual se ha arrodillado nueva-mente.) As, hijo mo! (Leve sobresalto.) Hi jo m o . . . U n da es-tars aqu, pequeito y suave y tibio como una trtola. . . Y dormir con la mano tendida para mecerte. Y cuando despiertes por las ma-anas te entregar a Gerardo para que te bese, y t comprenders lo hermosa que es la vida y crecers sonriendo, . . Y un da sacars los piececitos por aqui, y entonces noiotroi diremos: Mira, el nio ya

    C O N R A D O N A L R O X L O 685

    no cabe en la cuna, qu manera de crecer!. . . Y mandaremos llamar al carpintero para que te haga una cama. . . Pero no te acostaremos en seguida en ella, porque nos dar pena sacarte de tu c u n a . . . y tendrs que dormir encogidito, encogidito... Hasta que una noche Gerardo se pondr muy serio y me dir: Cristina, esta situacin no puede continuar: hay que acostar al nio en su cama. Si es ya casi tan alto como yo!. . . No ser cierto, porque no habrs crecido ms que un poquitito. Pero te pasaremos a tu cama, muy satisfechos de que hayas crecido t a n t o . . . y un poco tristes tambin.. . Y esa noche, como todas las noches, tender la mano entre sueos y te mecer y te cantar como si estuvieras en la cuna, pues, y esto no lo digas a nadie, para tu madre estars siempre aqu, como ya lo ests ahora aunque nadie te vea, pero yo te veo. . . y qu lindo eres as, con los ojos azules de Gerardo entrecerrados, queriendo y no queriendo dor-mirte. Pero hay que dormir, hijo, que ya es muy tarde. . . (Le canta meciendo la cuna.)

    Durmete, nio mo, que son las doce, y en su caballo negro va el rey Herodes -con una espSfiT, preguntando qu nios hay en la casa. Durmete, nio mo, que son las doce, y en su canasta viene surcando el Nilo Moiss, que tiene miedo de un cocodrilo. Durmete, que tu madre al rey Herodes le dir que en la casa slo hay ratones. Duerme tranquilo que a las doce no muerden los cocodrilos.

    (Se oye golpear discretamente a la puerta. Cristina se sobresalta. Escucha. Silencio. Tranquilizada, reanuda la cancin en voz ms baja.)

    \

  • 686 C O N R A D O N A L R O X L O

    Durmete, nio mo, duerme tranquilo.

    (Se oye golpear otra vez, ahora en forma ya indudable. Se pone de pie, alarmada y alerta.) Quin es? Quin est ah?

    Voz DE M A E S E JAIME .Soy yo, maese Jaime. breme, Cristina. C R I S T I N A . ; Maese Jaime! No abrir. Vete. Nada tenemos que

    hablar. Voz DE M A E S E JAIME.breme, Cristina, hija ma. C R I S T I N A . N o . . . no. . . no puedo hablar con nadie esta no-

    che. . . (Pero mientras lo dice salva lentamente, como hipnotizada, la distancia que la separa de la puerta y abre.)

    ; M A E S E J A M (Cuya expresin diablica se ha acentuado ms aun que en la escena del bosque, avanza lentamente, y ella retrocede). Perdname, pero tena que recordarte nuestro contrato.

    C R I S T I N A (Sin conviccin, tratando de darse nimo a s misma). S, s; tendrs la posada, los campos de labranza, el soto. . . Todo ser t u y o . . . (Ante el silencio de l se va desconcertando cada vez ms.) No quieres esperar?... (Ya desesperada.) Pronto tendr jo-yas, muchas joyas de gran va lor . . . oro, brillantes.. . Todas te las dar. Pero ahora djame! . . . Esta noche no, maese Jaime, esta noche no!

    M A E S E JAIME.Ests segura, Cristina, de ;que no soy ms que maese Jaime? (Se ha ido acercando hasta que sus miradas se en-cuentran.)

    C R I S T I N A . Oh, qu abismo de llamas y tinieblas hay en tus ojos! (Se tapa la cara, dejndose caer en una silla.)

    M A E S E J A I M E . Y a no dudas de m, verdad?. . . Dudar de mi existencia es una hereja que ha hecho perder el tiempo en vanas discusiones a los malos telogos... Pero t eres una muchacha ra-zonable y. . . has visto claro?

    C R I S T I N A . S , s, pero esta noche. . . M A E S E JAIME.Tiene que ser esta noche. Comprendes? C R I S T I N A . E s t a noche?... Oh, no, no! (Entreviendo la ver-

    dad, de un salto se interpone entre el diablo y la cuna.) M A E S E J A I M E . V e s cmo comprendas, Cristina? Lo que ten-

    drs que entregarme en cumplimiento de nuestro contrato es lo que vas a poner en esa cuna.

    C R I S T I N A (Arrojndose sobre la cuna y protegindola con los brazos).Mi hijo no! No!

    M A E S E J A I M E . E r a necesario que- lo supieras esta noche porque un. nio comienza a nacer desde que > la madre\a por primera vez en l, y t, lo quieras o no, irs mezclando a la trama de su alma

    C O N R A D O N A L R O X L O 687

    los hilos que con el recuerdo de nuestra alianza se irn mezclando a tus pensamientos. Y el beso de amor que lo despierte en tus en-traas llevar mi sello. (Cristina hace un gesto, horrorizada.) Oh!, no temas. Ser hermoso y gentil como t, como el caballero Gerardo. Todas las madres te lo envidiarn.

    C R I S T I N A . A l? Al ms desdichado de los nios! M A E S E JAIME .Quin te ha dicho que ser desdichado? Por

    lo contrario, ser feliz y poderoso. Los hombres se inclinaron ante l; lo amarn las mujeres.

    C R I S T I N A . A* qu precio, a qu espantoso precio! M A E S E J A I M E . H a y un precio, s, pero no ser l quien lo pague. C R I S T I N A (Con una loca explosin de esperanza).Oh! Ser

    yo? Dme que ser yo quien pague con cien eternidades de dolor y tinieblas, y besar tus plantas!

    M A E S E J A I M E . N o ; a t i ya te dije qu ests fuera de mi crculo. C R I S T I N A . breme tus llamas, cirrales para siempre sobre mi

    carne y sobre mi alma, pero que mi hijo quede fuera! (Cae de ro-dillas, juntando las manos.) Piedad! Piedad!

    M A E S E J A I M E (Severamente).Levntate, mujer! Si algo pu-diera ofenderme an sera esa palabra.

    C R I S T I N A (Se arrastra hasta la cuna y hunde la cabeza en ella sollozando).Pobre hijo mo!

    M A E S E JAIME.Sabes quines pagarn? Cuantos se acerquen a l, cuantos lo amen, cuantos tengan fe en sus palabras. Ellos paga-rn, pues todo el amor que vaya hacia tu hijo, al tocar su alma, que ser semejante a la ma, se convertir en llanto y en tinieblas.

    C R I S T I N A . Y yo habr trado a la tierra, a esta tierra en que era tan feliz, la semilla de las lgrimas y de la muerte.

    M A E S E JAIME. Por tu cuerpo descender como por una escala de flores.

    C R I S T I N A (Reaccionando).-Pero an es un ngel que busca en sueos su cuna; esta cuna de espinas que mi ciego amor le tendi! (Pausa.) Mientes! Has mentido otra vez! T no tienes poder so-bre los ngeles!

    M A E S E JAIME. Es verdad. Por eso te busqu a t i . yeme bien, Cristina: con el primer deseo maternal de una nia nace el ngel que ser su hijo. A ella le pertenece desde ese instante; y todos sus actos, todos sus pensamientos, lo que ama y lo que odia, lo van mo-delando lentamente, hasta que un da el amor lo desprende de la rama celeste y cae en su regazo. Pero ella dispone, sabindolo o no, de ese ngel, y t, Cristina, me vendiste el tuyo y ya no puedes retroceder.

  • 6 8 8 , . - " ' ' ^ ' O N R A D O N A L R O X L O y"

    / C R I S T I N A . C m o podra caer en tus manos una cosa que viene del cielo?

    M A E S E J A I M E . T o d o viene de all. . . Yo mismo. . . Recuerda cmojiescend, que en eso la^JE^crituras no mienten. Por haber ba-jado como baj no soy todopoderojo^Por:_ejg_quiero que Haya uno cleTos mos, con un alma a mi imagen y semej^^_gj^j^zc_a_^omo

    n5l~hTjo de l, de una madrejjura^ porque el misterio de.Ja pureza no es offcTque T"amor perfecto, como el que t sientesjjor el ca-

    ' 15aTlero GefafH^~y""TIero""que nazca, c o m o ^ _ h i o j ^ dsima^ctlfi7~pues sospecho "queden eso estaba el secreto.de su fuerz^.

    ~^gjgTfjj^.-Z^eroTcliaTvare. MiTTono ser tuyo. M A E S E J A I M E . N o voy a reprocharte el que seas rebelde: yo fui

    el primero. Pero, con qu armas vas a luchar conmigo? C R I S T I N A . C o n una que he sentido crecer poderosa dentro de

    m i pecho junto a esta cuna amenazada por tus garras: con mi amol-de madre.

    M A E S E J A I M E . N o olvides, Cristina, que todos los que estn bajo mi frula tambin tuvieron madre y de nada les sirvi.

    C R I S T I N A . T e vencer con la ayuda d e ! . . . (Quiere decir Dios, y vencida, anonadada, llora sobre la cuna bajo la sonrisa triunfante del diablo.)

    T E L N

    ACTO ni

    Sala en el castillo del caballero Gerardo. Al foro, gran ventanal que da al parque, cerrado al comenzar la accin. A la derecha, puerta que conduce a la alcoba nupcial. A la izquierda, gran puerta de en-trada. En primer trmino, un divn. A la derecha, tambin en primer trmino, una mesa. Sillones, escabeles, un arcn, un espejo, panoplias con armas, etctera. Es de noche. Las luces estn encendidas. Al levantarse el teln, varios sirvientes, hombres y mujeres, se atarean arreglndolo todo.

    R I M B A L D O (Con su elegante traje y haciendo sonar una bolsa de oro).Vivo, vivo, que todo debe brillar como este oro cuando lleguen los amos!

    V A R I O S S I R V I E N T E S . S , seor; s, seor. M A Y O R D O M O . J a m s pase apuro igual en mi vida! R O S A L A (Sirvienta, pasa con un montn de sbanas hacia la

    alcoba).Las sbanas, seor. R I M B A L D O . A qu huelen? (Olfatendolas.) A espliego. Eso

    me gusta. (Acaricindole la barbilla.) T tambin me gustas.

    C O N R A D O N A L R O X L O 689

    M A Y O R D O M O (Colocando un pao sobre la mesa).Es mi mujer. R I M B A L D O (Dejndola).Lo siento por los tres. . . Pero todo se

    arreglar. (A tiempo que Rosala traspone la puerta.) Y mucho cuidado, hermosa, con las pulgas! (Al mayordomo, que murmura entre dientes.) Qu ests gruendo ah?. . . O es que no sabes que se es un captulo muy delicado? Cuando se cas el gran rey Dago-berto, el camarero mayor permiti que una pulga compartiera con sus augustas majestades el tlamo nupcial y real. Qu vergenza! Imagnate los diamantes de la corona palideciendo, el trono tamba-leando. . . (ha'tomado impulso oratorio como para una larga pero-racin, pero se corta de golpe) y al rey picado de arriba abajo. (Los sirvientes, que han suspendido el trabajo, dejan escapar admiracio-nes.) Tan picado estaba el rey, que le mand cortar la cabeza.

    M A Y O R D O M O . A la pulga? R I M B A L D O . N o , a la pulga la mat as. (Gesto con la ua.) A l

    camarero mayor. M A Y O R D O M O (Colocando en la mesa un botelln con vino y co-

    pas) . Qu atrocidad! RIMBALDO. Pero San Eloy, que nunca dejaba de aconsejar bien

    al rey, le di jo: No seas bestia, Dagoberto, y tmate una copa para olvidar. (Se sirve una y se la toma.) Y dicho y hecho: el rey se tom la copa y perdon al culpable. Y sirviendo otra (lo hace) se la ofreci al santo, dicindole: Bebe, querido Eloy, pues me has sal-vado de cometer una mala accin. (Se la toma.)

    M A Y O R D O M O (Retirando el botelln).Y fue una gran suerte que la pulga hubiera muerto, pues si la invitan a ella tambin. . . nos quedamos sin vino. (Se va por la derecha con el botelln.)

    R O S A L A (Vuelve de la alcoba con una colcha roja, desplegada bajo su barbilla).Os gusta el color?

    R I M B A L D O . T e va muy bien a la cara. R O S A L A (Coqueta). S ?.. . R I M B A L D O (Advirtiendo al mayordomo que regresa con el bote-

    lln lleno, golpea las manos).Vamos, vamos, de prisa! A la-varse la cara y a peinarse todo el mundo! (Salen los sirvientes en tropel y quedan solos Rimbaldo y el mayordomo. Rimbaldo, sentn-dose en un silln.) Puedes sentarte, buen hombre.

    MAYORDOMO .Gracias , seor, pero s cul es mi lugar. R I M B A L D O (Que est distrado mirando la esmeralda de un ani-

    llo que lleva en el dedo meique).Yo nunca he sabido cul era el mo.

    M A Y O R D O M O (Despus de una pausa).As q u e . . . se casa-ron esta maana?

  • 690 C O N R A D O N A L R O X L O

    R I M A L D O . S , y en seguida se pusieron en camino. Como quien dice, del sacramento al coche.

    M A Y O R D O M O . V o s , seor, seris acaso pariente de la novia? R I M B A L D O . N o blasfemes. Dnde oste decir que la aurora tu-

    viera parientes? (Se oye, lejano, el son de una trompa.) Son ellos! M A Y O R D O M O (Dando un respingo).-Los amos! (Entran apresu-

    radamente los sirvientes y, dirigidos por el mayordomo, se alinean junto a la puerta de entrada. Rosala trae un nio de pecho en bra-zos. Se oye otra vez la trompa. Rimbaldo y el mayordomo salen. Un instante de expectativa: las mujeres se arreglan; los hombres se esti-ran. Se oye la trompa junto a la puerta y entran Cristina y Gerardo precedidos por el mayordomo y seguidos por Rimbaldo.)

    Los S IRVIENTES (A coro).Bienvenido, seor! Bienvenida, se-ora!

    CRISTINA. Grac ias , gracias!

    GERARDO (Alegremente).No me esperaban tan pronto!, e h ? . . . Ni tan bien acompaado? (Palmea cordialmente a unos, da la mano a otros, y al llegar junto a Rosala, por el nio.) Y ste? . . . Quin es ste?

    M A Y O R D O M O (Adelantndose).Es vuestro ltimo servidor nues-tro hijo, que desde ahora solicita por mi intermedio la plaza de escudero del vuestro. Ha querido nacer un poco antes para poderlo servir y acompaar en sus primeros pasos.

    GERARDO. Pero t eres la previsin en persona, Amaranto! (Lo palmea.)

    C R I S T I N A (A Rosala).Qu lindo es ! . . . Puedo tocarlo? ROSALA. Seora ! (Le tiende al nio, que ella toma y lleva al

    medio de la escena seguida por la madre.) C R I S T I N A (Mirndolo con una mezcla de arrobamiento y apren-

    sin ). Y este nio es tuyo! . . . ROSALA.Naturalmente, seora! . . . C R I S T I N A (Acerca al nio a su pecho e inclina sobre l la cabeza,

    cerrando los ojos).Qu tibieza tan suave . . . y qu olor a vida hay en su cabecita. . . (abre los ojos) y crecer a tu lado, tus manos po-drn apartar las piedras y las espinas de su camino . . . y cuando se aleje un poco te sentirs desasosegada, como si no estuvieras com-pleta . . . y cuando vuelva lo apretars contra el seno y dirs: " Hi jo mo!" (Transicin casi violenta, poniendo al nio en brazos de su madre.) Toma, toma tu hijo!

    R O S A L A (Se aparta confusa).Ah! GERARDO (Amparndola en sus brazos).Tonta! La noche pa-

    sada velando la cuna te lia impresionado, y ahora le das una tras-

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    cendencia que no es natural al hecho de ser madre, que imagino debe de ser algo sencillo y hermoso. No es as, Rosala?

    R O S A L A (Que mira con recelo a Cristina, se dirige a ella).As es, seora; la inquietud viene de los pensamientos, antes de que nazca; pero despus, cuando ya se lo tiene en los brazos seguro y protegido contra todo peligro, ya no se cavila y se es feliz . . .

    C R I S T I N A . S , s; pero dile que se lleve al nio, Gerardo. Estoy muy cansada, todo me impresiona.

    GERARDO. Ya pasar, y aqu, sers muy dichosa. (La besa en la frente y, apartndose, se dirige a los sirvientes.) Y ahora a descansar, pero despus de haber tomado un trago de vino. Vamos, Amaranto. (Sale por la puerta seguido por los sirvientes y Amaranto, quienes al pasar dan las buenas noches a Cristina, que queda sola con Rim-baldo.)

    CRISTINA.Hablaste con Sylanora? Me traes el anillo? RIMBALDO.Sospech que era para t i y no quiso vendrmelo.

    Dijo que ni por todo el oro del mundo te lo dara. Comprend que era intil insistir y me fui . (Gesto de disgusto y sorpresa de Cristina.) Pero volv en ausencia de la bruja, y como su casucha no es ninguna fortaleza y t me habas explicado cmo era y dnde estaba. (Saca el anillo y se lo presenta.) Es ste?

    C R I S T I N A . S ; dmelo, Rimbaldo. R I M B A L D O (Mirando atentamente el anillo).No me gusta esta

    piedra, Cristina. . . Tiene un reflejo extrao. Es hermosa, quin podra negarlo? Pero impresiona como la mirada de un alma tenebro-sa a travs de unos ojos bellos.

    C R I S T I N A (Impaciente, mirando hacia adentro).Dame. Es una esmeralda como todas.

    R I M B A L D O . N o , Cristina; hay algo en e l l a . . . Me recuerda las espadas de los verdugos. Estn hechas del mismo acero noble que las de los soldados, pero despiden unos reflejos perversos que las hacen reconocibles entre mil . Me dijiste que esta esmeralda era un talismn.

    C R I S T I N A . U n talismn de gran poder. Dmelo. RIMBALDO. Aguarda . . . No s cmo decrtelo. . . Mis pensa-

    mientos se detuvieron siempre respetuosamente al borde de tu alma, pero hoy quisiera hacerte una pregunta . . . (La mira profundamen-te a los ojos.)

    C R I S T I N A (Desviando la mirada y bajndola, despus de breve lucha).Yo te la responder. Si, Rimbaldo, s que ese anillo con-tiene un veneno. Pero un veneno puede ser tambin un talismn. Dmelo.

    R I M B A L D O (Tras una pausa).Escchame, Cristina: mis baladas

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    no son desde hace mucho tiempo ms que un manto de oropel por entre cuyos pliegues saco mis expertas manos de ladrn . . . no siem-pre limpias de sangre. Pero nada pudo arrancarme una inexplicable y loca alegra que bailaba como un duende dorado sobre la borrasca de mi vida, y en esa absurda alegra he sentido siempre una mues-tra de la indulgencia de Dios, y gracias a eso he podido vivir. Pero poner en tus manos puras esta gota de muerte es ms de lo que puede soportar mi conciencia.. . aun siendo tan miserable.

    C R I S T I N A . Y si yo te dijera que el darme ese anillo es quiz la mejor accin de tu vida? Si yo te dijera que en tus manos est en este momento la salvacin de un inocente?

    R I M B A L D O . N o te comprendo. Cristina . . . C R I S T I N A . N o quiero que me comprendas, sino que tengas fe en

    m. Te juro que ese veneno no lo tomar nadie que no lo merezca . . . (Rimbaldo le alarga en silencio el anillo.) Gracias, Rimbaldo. (Se coloca el anillo en el dedo.) Una vez me dijiste que queras com-partir un secreto conmigo y que no te importaba de qu clase fuera; pues bien, eres el nico hombre en el mundo que sabe que llevo la muerte en esta mano.

    R I M B A L D O (Tras una pausa).Adis, Cr is t ina . . . Creo que ya no volveremos a vernos.

    CRISTINA.Adonde piensas ir, Rimbaldo? R I M B A L D O . A ver si olvido o si comprendo nuestro secreto en el

    camino de Jerusaln. (Se arrodilla para besarle la mano, pero ella lo levanta y lo besa en la frente. Se va l en silencio, mientras ella se seca una lgrima. Despus se dirige a la ventana del foro y queda un momento en silencio contemplando la luna sobre los rboles del parque.)

    C R I S T I N A . V i v i r para el amor lo que falta de esta luna, y des-pus . . . (Se retira de la ventana y vuelve al centro de la escenav contemplando la esmeralda mientras una nube negra oculta la luna.) Y despus yo sabr evitar que caigas en sus garras, hijo mo.

    GERARDO (Entrando).Seora, hay uno de tus servidores, el ms fiel, que solicita tu venia para darte la bienvenida.

    C R I S T I N A (Sonriendo).Ests seguro de que es el ms fiel? GERARDO .Tendrs toda la vida para probar lo . . . Y un da,

    dentro de muchos aos, cuando te sientes junto al fuego a recordar, dirs, mirando su cabeza blanca: cunto me am! (Se ha ido acer-cando y se toman las manos.) Y l, aunque viva cien aos, pensar: qu corta fue la vida para a m a r l a ! . . . (Transicin.) Cristina, s bienvenida a mi casa como lo fuiste un da a mi corazn.

    CRISTINA . S lo tu corazn necesito, Gerardo; todo lo dems es para m como una niebla.

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    GERARDO. Una niebla dijiste? Es curioso. Muchas veces, cuan-do despus de una larga ausencia regreso al castillo y lo veo aparecer desde lejos con las almenas derruidas y los fosos llenos de maleza, me parece que no es ms que una masa de niebla acumulada por los siglos y sostenida por los recuerdos sobre la colina.

    C R I S T I N A . E s muy antiguo este castillo, verdad? GERARDO. S , muy antiguo, y, adems, desde que murieron mis

    padres nadie se ocup nunca de repararlo. Los vientos del otoo se llevan sus piedras como si fueran hojas secas.

    C R I S T I N A . E s una pena, habiendo nacido t a q u . . . GERARDO.Pero ahora lo har reparar para t i . Maana mismo

    vendrn albailes, y las viejas almenas comenzarn a levantarse entre canciones. Y cuando las obras estn terminadas, los que pasen por el camino dirn: " M i r a el castillo del caballero Gerardo. Antes no era ms que un poco de niebla, pero ahora vive en l la primavera; y es tan poderosa, que hasta las piedras han reverdecido." Y todos los pjaros de la comarca habrn esperado revoloteando sobre las torres a que se terminaran las obras para hacer sus nidos. Y todos sern pjaros cantores, pues las lechuzas y los murcilagos habrn huido para no asustar a la castellana y ms tarde a ese nio que nos profeti-z el mayordomo.

    C R I S T I N A (Se aparta de l, sombra. Se oye lejano el canto de un gallo).Debe de ser muy tarde . . .

    GERARDO (Mirando hacia la ventana).S, pronto amanecer, pero t no vers la luz de la nueva aurora . . . (Cristina hace un gesto de espanto en el que l no repara) porque estars dormida sobre mi corazn. (La atrae hacia s y la besa.)

    C R I S T I N A (Separndose, va a sentarse al divn, a donde l la si-gue).Dme, Gerardo; t, que eres soldado, debes saberlo. Cuando se est en un gran peligro. . . No un simple peligro, no. . . Cuando se sabe con toda certeza que en un lugar se encontrar la muerte. . . en una batalla desigual o algo as, y, sin embargo, se ha resuelto mo-rir, qu se piensa?, qu se siente?, con qu nimo se avanza? . . .

    GERARDO.Yo tuve esa experiencia. Fue en el asalto de un puen-te, angosto y encajonado entre muros de piedra como un desfila-dero. El que primero avanzara caera bajo una lluvia de flechas. No quedaba esperanza para l. Mis soldados se detuvieron, duda-ron . . . Era mi deber, y me adelant. Frente a m, cien dardos vibra-ban ya con la inquietud del vuelo. Avanc de cara a la muerte, y nunca viv un momento ms hermoso! . . . Cmo explicrtelo? (Fijndose en un chai de finsimo tul que lleva Cristina.) Ves este chai? Extendido te cubrira toda, pero puedo encerrarlo en mi mano apretada. (Mmica.) As se condens mi vida en aquel instante, sin

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    perder, como este velo dentro de mi puo, ms que el aire vano que separa la trama, pero conservando todos sus hilos y todas sus flore