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Revista Conozca Mas --------------------------------------------------------- Los pueblos mas asombrosos de la Tierra LA VIDA COTIDIANA EN EL HIMALAYA Hay secretos que palpitan desde hace milenios, al pie de la cordillera más imponente que pueda imaginarse: el Himalaya, el legendario "techo del mundo" que corre desde Pakistán hasta el extremo oriental de la India, a lo largo de más de dos mil kilómetros. Y a cuya sombra helada nació, en el siglo VI antes de Cristo, Siddartha Gautama, más conocido como Buda. El tiempo no existe entre aquellos gigantes de hielo y piedra. Varios de ellos rebasan los ocho mil metros: el Everest, el Kanchenjunga, el Nanga Parbat y el Annapurna. En este escenario inhóspito bulle un laberinto de culturas tributarias del hinduismo y de las diversas ramas del budismo. En primer término figura el Tíbet, cuna de una civilización sumamente estratificada cuya máxima jerarquía política eran los lamas, hasta la anexión del país por China luego de la revolución maoísta de 1949. Lo limitan Cachemira y Jammu al oeste, y al sur la India, Nepal, Buthán y Myanmar (ex Birmania). Nepal, con su mítica capital Katmandú, está enclavado entre el Tíbet y China al norte, y el valle hindú del Ganjes al sur; proliferan allí leyendas mitológicas que se confunden con la historia real. También a horcajadas entre el Tíbet y la India el reino de Butan o País del Dragon despliega una coleccion de ritos -inclusive demoniacos y astrologicos- bajo la advocacion del budismo tántrico implantado por el monje y alquimista Padmasambhava. Finalmente, algo más al norte que Nepal y cobijado en los repliegues de la orografía tibetana, el diminuto reino de Mustang abarca tan sólo 1.200 kilómetros cuadrados en un rincón de la estepa que atraviesa el Tíbet y llega hasta Mongolia. Mustang, llamado asimismo Reino de Ló, idolatra la memoria del legendario sabio budista Urgyen Rimpoche. Todos aquellos, comenzando por Marco Polo, que penetraron en este universo milagroso, pudieron contemplar parajes donde los osos danzan, los magos corporizan figuras en el aire y hasta habría existido un reino gobernado por las amazonas, mucho antes de que las torrecillas de las pagodas perforaran las nubes. El Tibet es, sobre todo, semillero y sede de los lamas. En lo más alto de la escala lamaísta, los Dalai son los jefes espirituales indiscutidos -y, entre 1642 y 1950, también jefes políticos- del país tibetano; se los venera como reencarnaciones o tukus de determinados lamas o monjes que los precedieron. Se afirma que el actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso, nacido en 1935 y exiliado en la India desde 1959, es la decimocuarta reencarnación del hoddishatva o Gran Maestro Chenresig. Unos monjes reconocieron los signos de esa transmigración (samsara) cuando Tenzin sólo tenía tres años, y al llevarlo al monasterio de Potala (un coloso fortificado de trece pisos y 360 metros de fachada, que domina desde

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Revista Conozca Mas--------------------------------------------------------- Los pueblos mas asombrosos de la Tierra

LA VIDA COTIDIANA EN EL HIMALAYA

Hay secretos que palpitan desde hace milenios, al pie de la cordillera más imponente que pueda imaginarse: el Himalaya, el legendario "techo del mundo" que corre desde Pakistán hasta el extremo oriental de la India, a lo largo de más de dos mil kilómetros. Y a cuya sombra helada nació, en el siglo VI antes de Cristo, Siddartha Gautama, más conocido como Buda. El tiempo no existe entre aquellos gigantes de hielo y piedra. Varios de ellos rebasan los ocho mil metros: el Everest, el Kanchenjunga, el Nanga Parbat y el Annapurna. En este escenario inhóspito bulle un laberinto de culturas tributarias del hinduismo y de las diversas ramas del budismo. En primer término figura el Tíbet, cuna de una civilización sumamente estratificada cuya máxima jerarquía política eran los lamas, hasta la anexión del país por China luego de la revolución maoísta de 1949. Lo limitan Cachemira y Jammu al oeste, y al sur la India, Nepal, Buthán y Myanmar (ex Birmania). Nepal, con su mítica capital Katmandú, está enclavado entre el Tíbet y China al norte, y el valle hindú del Ganjes al sur; proliferan allí leyendas mitológicas que se confunden con la historia real. También a horcajadas entre el Tíbet y la India el reino de Butan o País del Dragon despliega una coleccion de ritos -inclusive demoniacos y astrologicos- bajo la advocacion del budismo tántrico implantado por el monje y alquimista Padmasambhava. Finalmente, algo más al norte que Nepal y cobijado en los repliegues de la orografía tibetana, el diminuto reino de Mustang abarca tan sólo 1.200 kilómetros cuadrados en un rincón de la estepa que atraviesa el Tíbet y llega hasta Mongolia. Mustang, llamado asimismo Reino de Ló, idolatra la memoria del legendario sabio budista Urgyen Rimpoche. Todos aquellos, comenzando por Marco Polo, que penetraron en este universo milagroso, pudieron contemplar parajes donde los osos danzan, los magos corporizan figuras en el aire y hasta habría existido un reino gobernado por las amazonas, mucho antes de que las torrecillas de las pagodas perforaran las nubes. El Tibet es, sobre todo, semillero y sede de los lamas. En lo más alto de la escala lamaísta, los Dalai son los jefes espirituales indiscutidos -y, entre 1642 y 1950, también jefes políticos- del país tibetano; se los venera como reencarnaciones o tukus de determinados lamas o monjes que los precedieron. Se afirma que el actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso, nacido en 1935 y exiliado en la India desde 1959, es la decimocuarta reencarnación del hoddishatva o Gran Maestro Chenresig. Unos monjes reconocieron los signos de esa transmigración (samsara) cuando Tenzin sólo tenía tres años, y al llevarlo al monasterio de Potala (un coloso fortificado de trece pisos y 360 metros de fachada, que domina desde lo alto la capital Lhasa), el pequeño Dalai habría reconocido el claustro de su antecesor; identificó el rosario de rezar mantras -fórmulas propiciatorias- que usaba aquél, y su gorro amarillo. Recomenzaba así un ciclo de exacerbada religiosidad iniciado con el primer Dalai, cuya vidatranscurrió entre los siglos XIV y XV

Provincia autónoma de China desde 1950, el Tíbet sólo llegó a ser una nación en el siglo VI d.C., durante el reinado de Songtsen-Gampo que sometió a gran parte de Birmania, China, India y Nepal. Antes, era una tierra de nadie donde las hordas galopaban entre las cordilleras de Kunlun, de Karakonim y del Himalaya, así como la del Transhimalaya al norte de la anterior. En 1247 el gran jefe mongol Gengis Khan invadió el Tíbet central: esto unificó a los principados, mientras el budismo venido de la India desplazaba al culto bon, ligado al chamanismo. Después, entre 1357 y 1419 reinó el primer Dalai Lama, cuya autoridad aún era sólo religiosa pero dirigía con puño firme a los monjes célibes de los monasterios de Drepung, Ganden y Sera. Hoy, los 1.221.600 kilómetros cuadrados del Tíbet son una parte bien diferenciada de la fenomenal meseta del mismo nombre, cuya altitud media es de 4.500 metros. Allí, junto a las nacientes de ríos tan famosos como el sagrado Ganges, el Amarillo o Huanghe, el Yang-tsé-kian o Azul, el Brahmaputra y el Mekong que nutre a Vietnam, la religión empapa cada acto de la vida individual y colectiva de los dos millones de habitantes que pueblan la región. Los laicos proveen diariamente su porción de tsampa (cereales molidos y tostados) tanto a los animales como a los monjes mendicantes enfundados en túnicas azafrán, a quienes está prohibido poseer bien alguno. No beben más que té, no conocen el dinero y practican el celibato más absoluto.

Frente a las pagodas y templos, los peregrinos recorren el sendero circular o barkhor, mientras muy cerca se agita el mercado al aire libre donde conviven encantadores de serpientes, nómades y mercaderes;

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y, cada año, las fiestas religiosas atraen a millares de peregrinos a Lhasa, la capital del misterioso País Nevado. En Lhasa, el monasterio de Potala con sus mil habitaciones y sus murallas de tres metros de espesor albergaba, antaño, desde oficinas de gobierno hasta elitistas centros de enseñanza; en la actualidad, este palacio terminado de edificar en 1693 esconde templetes, capillas, la imprenta de tacos de madera donde surgen los textos sagrados (sutras) y la biblioteca cuya llave guarda celosísimamente un lama, poniendo su propia vida como prenda. Allí hay tesoros tales como las colecciones de textos budistas Tanjur y Kanjur. Millares de peregrinos marchan incontables kilómetros hasta Lhasa entre la nieve y por senderos de montaña-, para admirar Potala, o hincarse a meditar en el sagrado templo de Jokhang. En el pabellón central del famoso monasterio de Tashilhumpo en Shigatse, cabecera de la región agrícola Tsang y segúnda ciudad del Tíbet (50 mil habitantes), un Buda espléndidamente bañado en oro estremece a los creyentes desde sus veintiséis metros de altura. Llenan la atmósfera el humo amarillento del aceite de yak -animal típico del Tíbet-, y las velas temblorosas que alumbran decenas de divinidades favorables o malignas, con pupilasazules y dentaduras terribles. Ahora sólo quedan en Tashilhumpo 700 de los cuatro mil monjes que, liderados por el Panchen Lama, hormigueaban allí en los años 50. Hablar de Nepal, la otra vasta comarca del Himalaya, es aludir a leyendas susurradas junto al fuego desde el siglo IX, cuando llegó al país la tribu mongoloide de los newar. Y es hablar de la mágica Lumbini, dentro del principado de Uttarakosala: allí nació Siddartha Gautama, el Buda o Perfecto. El Reino de Nepal (Nepal Addhirajya) ostenta un suelo insólitamente abrupto en sus 147.181 kilómetros cuadrados: además del célebre Everest (8.848 metros) y el Kanchenjunga (8.588 metros), se empinan allí los picos del Dhaulagiri, Lhotse, Maktlu, Cho Oyu y Annapurna. Las escasas llanuras se agolpan sobre la frontera con India, en la planicie del Tarai.

Por si todo ello no bastara, Nepal también provee los feroces guerreros gurkas: rama de un tronco indo-afgano expulsado de la India por los musulmanes, los gurkas ocuparon Nepal en 1768. Al unirse a los núcleos mongoloides chinotibetanos, conformaron esta población nepalí que adora a sus santos, héroes y dioses. En el panteón de los héroes -discutidos o no- figuran los monarcas de los clanes Licchavi y Malla (siglos V a VIII), el rajá Raghavadeva (año 879), así como aquel Yung Bahadur que dio inicio en 1846 a la dinastía Rana expulsada del poder luego de 1950. Hinduismo y budismo se dividen la lealtad de los nepaleses, con similar unción. Lo cierto es que gurúes y santones se pasean impasibles por las calles de la capital Katmandú, o de Patan o Benapa, entre vacas sagradas y santuarios budistas -stupas-, en los que es notoria la influencia del arte indio; a su turno, los templos o recintos mayores del culto adhieren al estilo chino: construcciones piramidales, colores encendidos, techos cóncavos curvados en punta hacia arriba. Aunque no faltan las torres cónicas, por ejemplo las del magnifico templo de Bhatgaon erigido en homenaje al dios Krisna, o el de Vishnú en Patan. Internándose en cualquier calle de Nepal, se puede ver a los fieles hincados frente a sus ídolos de bronce, a cuyos pies los niños esparcen pétalos. Un recogimiento muy alejado del bullicio del mercado viejo de Katmandú, o la plaza de Durbar atestada de mendigos. Mejor será que el visitante se consagre a admirar el arte de los faquires y de los osos amaestrados, o el trance de los santones con sus ojos en blanco. Todo ello, con el fondo de las flautas de bambú, el resonar de los gongs del templo, o las aterradoras cabezas de dragón emergiendo desde un monasterio. Un verdadero reino de Oz, en el cual la magia es anécdota cotidiana. No menos inaccesible y fascinante es Bután. La rigidez de las tradiciones distingue -sobre cualquier otro dato- a los 47 mil kilómetros cuadrados del País del Dragón, poblado por un millón y medio de personas que se dividen entre las etnias de los ngalong, los shachop y los bumthang: todos los butaníes han sido conminados a usar en público la larga batagho, o el vestido nacional llamado kira. La unidad monetaria carga un nombre sugestivo: ngulfrum. El propio idioma oficial se llama dzonghka. El timón espiritual del país descansa en las manos de un lama "reencarnado", de 84 años.

Pero más importante es que tanto la capital, la bellísima Thimphu, como los pueblos de cualquier valle butaní, acunan un sinfín de relicarios, ermitas y templos donde los lamas de alto gorro rojo, al igual que los monjes y novicios rinden culto al budismo tántrico presidido por Mahakala, Señor del Tiempo. Y hay fortalezas (azongs); y los monasterios donde laten las enseñanzas del admirado mago indio Padmasambhava que aprendió cómo viajar a regiones supraconscientes o transferir la conciencia individual; y hay mantras y mandalas, representaciones geométricas del Cosmos aptas para guiar las energías espirituales; y mudras, o gestos simbólicos de las manos; y santuarios como el de Simtokha, vibrante de imágenes de enorme belleza como la del señor de la sabiduría, Avalokitesvara, dotado de mil brazos y once cabezas; y los Cinco Budas, cada uno de los cuales emblemiza un poder. Y las Ocho Deidades Terribles. Y la deidad femenina Tara. Y Maestros como el yogui Milarepa, de quien se decía que logró doblegar sus centros nerviosos tras abrir el Tercer Ojo mediante la meditación y el amor.

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Y ¿qué se hallará en Mustang, el extraño país citado a fines del siglo XVIII por el viajero inglés WJ. Kirpatrick quien mencionó un río sagrado "al norte del valle de Mookti hacia el Moostana, Moostang o Musiang"? El avión que trae al viajero desde Poldiara, al sur del macizo de Annapuma, llegará sólo hasta Jomoson. De allí, tras casi una semana de marcha por el "camino de la sal" que siguen los mercaderes Thakalis, se accede en el pueblito de Muktinah a un templo tan chico como venerado: al lado de su altar salen llamas de la tierra y de una fuente de agua. Emanaciones de gas, o "el aliento de Dios", según creen los nativos?

E1 no Kali Gandaki conduce a villas de comerciantes, como Gehng, pero del otro lado de la montaña está el Alto Mustang, a más de tres mil metros de altura. En él, en medio de crestas y acantilados mordidos por el viento, hay una multitud de santuarios alzados para que el viajero rece. Allí se yergue, por ejemplo, el casi inaccesible monasterio de Tsuong Bhan, una prodigiosa muestra del ingenio de los arquitectos del siglo XI: adherido a la montaña no se sabe cómo, este inmenso complejo de la fe budista incluye, a casi cinco mil metros sobre el nivel del mar, un centenar de habitaciones-celdas, amplios patios y numerosos recintos para la oración, uno de ellos, el Xang Phaon, con sus paredes recubiertas de láminas de oro. Y la ciudad-capital, Lo Manthang, la mística fortaleza de un planeta perdido. Quien llegue a su monasterio o gompa de Choedhe, verá con estupor cómo los monjes de ese último rincón del globo bailan cada día las danzas Tidji: es la eterna batalla entre el Bien y el Mal. Semejante a la que libró el santo Urgyen Rimpoche, cuando mató al peor de los demonios que afligía al Reino de Lo, arrojó su corazón al abismo y convirtió sus pulmones en montañas rojas como la sangre. Desde entonces, Mustang es tierra sagrada. Aunque el combate renazca sin cesar.

LOS CABALLEROS ERRANTES DEL SAHARA

Hasta no hace mucho fueron los señores del desierto; de alguna manera, aún lo siguen siendo. Aparecían de improviso quebrando el silencio y la soledad del Sahara, y al sonido de canciones guerreras atacaban a las aterrorizadas caravanas. Las desvalijaban sin contemplaciones, se quedaban con todo; a veces también con la vida de aquellos que se atrevían a enfrentarlos. La sola mención de su nombre -tuareg- daba miedo. Se sabían descendientes directos de los bereberes, la raza más antigua de todas las que habitan el Africa, y exhibían con orgullo esa herencia. Pueblo nómade y guerrero por naturaleza, los tuaregs operaban en un territorio que iba desde el Oeste de Mauritania hasta Somalia. Era imposible saber cuántos eran, pero parecían multiplicarse sin descanso. Las caravanas que cruzaban el desierto invocaban a Alá buscando su protección; frente a los tuaregs sólo la ayuda divina podía salvarlas del desastre.Hoy, de aquello sólo queda el recuerdo. Actualmente los tuaregs constituyen un pueblo que llega aproximadamente a novecientas mil almas, distribuidas en un área que va desde Touat -en el sudeste de Argelia- y Ghudamis en el noroeste de Libia- hasta el norte de Nigeria; y desde Fezzán -Libiahasta Tombuctú centro de Malí-; también se los puede encontrar en el borde del río Níger, en el noroeste africano. Los que habitan la zona norte viven fundamentalmente en el desierto; los del sur eligieron la estepa y la sabana. Unos y otros reniegan del nombre con que los han bautizado: entre sí se llaman keliamacheck, que significa "gente que habita en Tamacheck". La voz tuareg es de origen árabe y fue adoptada por los europeos para referirse a ese pueblo indómito que atacaba sin descanso a las caravanas del desierto. También les decían "hombres azules", porque la poca piel que mostraban era de ese color; mucho después se supo que ese insólito tono estaba provocado por la túnica azul con la que se cubrían y que, a consecuencia del violento sol, desteñía sobre sus cuerpos. La gente de Europa les dio nombre, pero poco más supo de estas enigmáticas criaturas para quienes la soledad, el silencio y la inmensidad de la arena no guardaban secretos. Se trataba de una sociedad regida por una severa organización feudal, profundamente jerarquizada, con nobles, vasallos y artesanos; con grupos de "marabús", exclusivamente dedicados de las prácticas religiosas; con esclavos y con herreros; esta última casta era temida y despreciada al mismo tiempo: sabían dominar el fuego, pero jamás participaban en los saqueos a las caravanas. Esta práctica corría por cuenta de los guerreros, quienes además tenían condición de nobles; ellos obtenían el botín y los cautivos, que podían devolver a cambio de un rescate o someter a la esclavitud. A los guerreros les estaba vedado realizar cualquier tipo de trabajo manual; eso era exclusivo de los artesanos. Las mujeres debían ocuparse del cuidado de los hijos; los brujos y hechiceros, de invocar a los dioses y sanar a los enfermos; y los esclavos de hacer las tareas de la tribu.

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No contaban con una vida social intensa. Además de la ceremonia del té, organizaban grandes fiestas para celebrar los triunfos guerreros: se reunían en torno al fuego y coreaban canciones épicas que componían para esa oportunidad. Con la llegada del colonizador francés poco les quedó para cantar. Los europeos, dueños de armas más modernas y mayor tecnología, muy pronto sometieron a este pueblo guerrero. Les quitaron la ancestral costumbre de robar, pero no pudieronmodificar su antiguo modo de vivir. Los tuaregs continúan conservando la estructura tribal y sus tradiciones. Los hombres visten amplios pantalones, camisa y una enorme túnica que suelen ajustar a la cintura con una correa de cuero, de la cual cuelga el arma que le corresponde, según su jerarquía. Todos ellos, sin excepción, cubren su cabeza y su rostro; sólo dejan los ojos descubiertos. Esta costumbre que, al decir de algunos antropólogos, nació como una natural protección al sol y a las tormentas de arena, con el correr de los siglos se transformó en una rígida regla, que nadie se atreve a quebrar. Ni siquiera en la más absoluta intimidad el tuareg descubre su rostro; a la hora de comer desliza los alimentos por debajo del velo, pues considera indecente mostrar la boca. Las mujeres, contrariamente a lo que sucede con el resto de las musulmanas de Africa y Asia, andan a cara descubierta.

Ahora es un pueblo netamente pastor: sigue deambulando por el desierto, rodeado por sus tropas de bueyes y camellos. No han cambiado su vivienda; aún se refugian en carpas de piel, teñidas de rojo intenso. Las alfombras tejidas les sirven de piso. Es tarea de las mujeres instalar los campamentos. Los arman cuando cae la tarde y los levantan al amanecer, a fin de continuar su ruta: marchan aproximadamente veinticinco kilómetros por día. Pero todos los años, entre noviembre y marzo, emprenden su travesía más larga: una caravana de cerca de veinticinco mil camellos atraviesa entonces el Sahara, rumbo hacia el este, en busca de sal y dátiles. Cargan esa mercadería y la llevan hacia el sur, donde la cambian por mijo, que de inmediato transportan al noreste. Es un largo viaje que suma más de tres mil kilómetros; únicamente lo realizan los hombres tuaregs, acompañados por un niño de 10 años: es quien se ocupa encender el fuego, preparar el té y reunir a los camellos. Se trata de un duro aprendizaje, pero gracias a él sabrá guiarse por las estrellas: la sal se busca cuando la Osa Mayor está orientada este-Oeste; el mijo, cuando está orientada norte-sur. A veces los hombres tardan más de la cuenta en regresar y las mujeres de la tribu comienzan a inquietarse. Entonces llevan a cabo un rito que data de siglos. Se visten con sus mejores ropas y van a dormir sobre las tumbas del cementerio más cercano al campamento o al oasis. En sus sueños verán las caravanas y sabrán la suerte que corren sus hombres y el niño que ha ido a aprender los secretos del desierto.

Poco después de esas visiones aparecerán los miles de camellos en la línea del horizonte. La vida vuelve al campamento. Todos los días, antes de que salga el sol, los tuaregs ya han lavado sus manos con arena y arreglado sus ropas, y rezan la primera oración del día, de rodillas hacia La Meca. Luego encienden el fuego para preparar el té y la tagela, una especie de pan que cocinan enterrado bajo las brazas. Beben tres tipos diferentes de té, a base de menta y otras hierbas que crecen en el desierto. Consumido el frugal desayuno, montan en sus camellos y emprenden la marcha. Se detienen al mediodía, para echar un mínimo alimento a la boca y llevar a cabo la segunda oración.Aunque de neto corte islámico, profesan una religión en la que se mezclan supersticiones árabes, judías y cristianas. Hablan de un Mesías (y así lo llaman) secundado por su fiel servidor, al que le dicen Arcángel. Sacrifican animales en honor a ese Mesías. Su orden social está regido por una yuxtaposición de confederaciones que reúnen a las diferentes tribus, dirigidas por un amenokal, el gran jefe. Cada tuareg puede tener más de una esposa, siempre y cuando esté en condiciones de pagar su dote (que se establece por cabeza de camellos y ovejas) y alimentar a su familia. El régimen hereditario es netamente matriarcal: es la mujer quien transmite las riquezas y los hijos siempre pertenecen a la clase social de la madre, jamás a la del padre. Pese a su origen guerrero, un tuareg nunca deja de invitar a sucampamento a todo viajero que cruza el desierto. Invitan incluso a los miembros de las tribus enemigas. El recién llegado participa de la ceremonia de los tres tés, que nunca dura menos de una hora. A lo largo de ese tiempo el anfitrión irá ofreciendo a su invitado tres tipos de tés diferentes, que el invitado bajo ninguna circunstancia podrá rechazar. Cuando le ofrece el cuarto té significa que es hora de irse, que ya ha estado en el campamento más del tiempo permitido.Hace mucho que el colonialista -que nunca fue invitado- abandonó las tierras de Africa, pero ahora los tuaregs deben enfrentarse a un enemigo mucho más terrible que el invasor europeo: la implacable sequía. Al mermar las lluvias decrece la renovación de las plantas que sirven de alimento a los animales herbívoros. Algunos gobiernos, ante la desesperante ausencia de agua, han perforado nuevos pozos; hacia ellos se acercan los tuaregs y acampan allí con su ganado. Pero es una solución precaria: en corto tiempo

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los camellos y ovejas devoran los pocos pastos que allí se juntan, y otra vez comienza el drama: más del 50 por ciento del ganado muere irremediablemente.A lo largo de siglos los tuaregs debieron luchar contra uno de los climas más terribles del planeta. Hoy sienten que están perdiendo esa batalla.

EL ARTE DE SUFRIR DOLOR

Sin derramar una gota de sangre ni sufrir el más mínimo dolor, atraviesan agujas en sus cuerpos, caminan descalzos encima de las brasas, se acuestan sobre colchones de clavos o comen vidrio. Se los conoce con el nombre de fakires e irremediablemente se los vincula a los circos y a las fiestas callejeras. Sin embargo, son mucho más que un número de kermesse. No se conoce con certeza su origen; fueron bautizados con un apelativo que en árabe significa "mendigo" y se cree que aparecieron al expandirse el islamismo. Aunque en realidad, están en el mundo mucho antes de que Mahoma iniciara sus prédicas. Hay quienes quieren ver en ellos una secta secreta; otros arriesgan una hipótesis más inquietante: dicen que se trata de un pueblo misterioso, desperdigado por el mundo, dueño de extrañas cualidades que escapan a toda explicación racional. En la tradición islámica los fakires se dividen en dos grandes grupos: los "Ba-schar" (con ley) y los "Bi-schar" (sin ley). Los primeros son los que viven según los preceptos del Islam, pertenecen a una orden religiosa de derviches, con rígidas reglas y ceremonias que deben observar obligatoriamente. Los rituales y las reglas se guardan en absoluto secreto. Los "Bi-schar", sin abandonar la fe islámica, no cumplen ningún dogma ni practican ceremonia religiosa alguna; pero también conocen el secreto. Unos y otros viven de la limosna y deambulan por el mundo, sin rumbo fijo.

Todos los años, en el mes de octubre, se los puede ver en la isla tailandesa de Phuket. Muchos de ellos se reúnen allí durante nueve días y nueve noches del noveno mes del calendario lunar para llevar a cabo la antigua ceremonia china de penitencia anual. Con el propósito de demostrar su capacidad de resistencia y la profundidad de sus dotes, sorprenden a propios y extraños clavándose alambres de púa en sus cuerpos y atravesando espadas u hojas de palmeras en sus mejillas y lenguas. Jamás se oye un solo grito de dolor, nunca se ve la mínima gota de sangre. Por el contrario, las ceremonias están teñidas de alegría, en un marco extraño que parece combinar budismo, prácticas hindúes y vudú. No sorprende esta mezcla. Los rituales del vudú en Haití producen estados alterados de conciencia muy similares a los conseguidos con el fakirismo. La India tal vez sea el país que mayor número de fakires reúne. Frecuentemente se los ve por las calles, mostrando sus increíbles poderes.Los científicos han elaborado numerosas teorías para explicar esos fenómenos. Se habla de un total dominio de materia y espíritu, logrado después de largas ejercitaciones y profunda meditación. Los más escépticos han demostrado que existen en el cuerpo zonas desprovistas de neurorreceptores a los estímulos dolorosos y casi exentas de vasos sanguíneos importantes. Dicen que los fakires trabajan exclusivamente en esas zonas. Mirin Dajo, un fakir que nació en Suiza en el año 1912, tiró por tierra esa teoría. Era capaz de atravesar su tórax y su región abdominal con un florete de casi un metro de largo. Se le tomaron radiografías mientras realizaba la prueba y se pudo comprobar que el florete atravesaba tranquilamente el corazón, los riñones, el estómago, el hígado y los pulmones. Ese sable de acero entraba por la parte alta del tórax y salía por la parte inferior de la espalda, sin dañar ningún órgano en su camino y sin derramar una sola gota de sangre.

Otra singular forma de fakirismo es la que practica Moulay Hassan, de Marruecos, quien prescinde de las espadas y agujas; en su lugar, trabaja con escorpiones vivos. Coloca sobre su cabeza a estos temibles arácnidos, dueños de un veneno mortal, y hace que caminen por su rostro rumbo a la boca. Cuando siente que el escorpión ha llegado allí, la abre. Entonces se produce algo sobrecogedor: el animal de la muerte se posa sobre la lengua de Hassan y como cumpliendo un mandato superior llega hasta su garganta e ingresa. No hay dudas de que la bestia venenosa está en el interior del cuerpo del fakir, lo recorre a su gusto. A Hassan parece no importarle, espera al próximo escorpión para repetir la faena. No sólo opera con escorpiones, también es capaz de tragarse una víbora viva. El propio Moulay Hassan dice que él simplemente cumple con las directivas que su maestro, Mohamed Ibn Haissa, dictó poco antes de morir, en el año 1523. Dice que no es difícil, sólo se trata de entrar en trance y respetar las normas de Mohamed Ibn Haissa.

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No hay explicaciones científicas para estos fenómenos, no se tiene idea de cómo y por qué pueden ser posibles. Sólo los fakires conocen el secreto, pero lo guardan celosamente desde hace siglos y nada indica que alguna vez lo vayan a revelar.

EL MISTERIO DE LOS HOMBRES DEL ARTICO

Viven en sitios imposibles, en lugares en que apenas unos pocos animales y casi ninguna planta se atreven a habitar. A nadie le hace feliz dormir y amar, soñar y trabajar en desiertos de hielo y frío, con temperaturas que llegan a los 30 grados bajo cero y con seis meses de noche constante y otros seis meses de día permanente. No es el paraíso, por cierto, pero los esquimales siguen allí, ocupando las costas del mar polar. En total no superan el número de cien mil y están divididos en tres grupos: los inupik, que viven en el norte de Canadá y en Groenlandia (Dinamarca); los yupik, establecidos en Alaska (Estados Unidos), y en Siberia (Rusia); y los aleut, ubicados en las islas Aleutianas, en el mar de Bering. La población inupik se estima en setenta mil almas, los yupik son algo más de veinte mil; el resto lo integran los aluet. A todos se los identifica bajo el nombre común de "esquimales" (el apelativo derivaría de una palabra de los indios Cri, que quiere decir "comen carne cruda"), pero ellos prefieren llamarse inuit, que en su idioma significa "gente". Inuit o esquimales, hace más de diez mil años que están en el mundo. No se sabe a ciencia cierta cuál es su origen. Al principio se los creyó herederos de alguna tribu india norteamericana que habría emigrado hacia el Norte, para adaptarse a la vida en la tundra y a la caza de mamíferos marinos. Sus rasgos mongoloides y su tipo de sangre -B (ABO System)-, ajenos al de los aborígenes norteamericanos, echaron por tierra esa teoría. Posteriores descubrimientos arqueológicos dieron verosimilitud a la hipótesis de que serían oriundos de Asia, y que desde allí se habrían trasladado hacia el continente americano. Lo cierto es que llegaron hasta donde hoy están, se adaptaron a la dura vida ártica, y jamás abandonaron esos lugares. Al principio de nuestra era ya se comunicaban mediante sus dos lenguas principales: el yuk, que se habla en Siberia y el suroeste de Alaska, y el inuk, que utilizan en el norte de Alaska, Canadá y Groenlandia. Por aquel tiempo también habían creado todos los instrumentos de supervivencia que los caracterizan: el arpón de caza, los botes -el kayak, para transportar a una sola persona, y el uniak, para transportar a una familia-, y su obra más original: el iglú. Esas peculiares viviendas con forma esférica que se levantan sobre las inmensas capas de hielo son el símbolo que mejor caracteriza al esquimal, y merecen un capítulo aparte.Los iglús no están construidos con hielo, como generalmente se cree. Los fabrican con nieve, ya que ésta, a consecuencia de su liviandad y de la masa de aire que separa los cristales de agua congelada, se transforma en un excelente aislante natural. Los ancianos se ocupan de alzar los iglús Cortan bloques de nieve de 80 por 60 centímetros, con un espesor de 25, y los ordenan en espiral para conseguir mayor solidez. Lógicamente, esa nieve original comienza a derretirse y de inmediato se convierte en hielo; es cuando la casa está lista para ser habitada. El centro queda vacío y sirve de entrada. El interior lo iluminan con lámparas alimentadas con grasa de foca y provistas de dos pelos de reno, que ofician de mechero. Desde siempre, el conjunto habitacional se encuentra por debajo del nivel del suelo, con lo cual se impide la circulación de las corrientes de aire frío que vienen del exterior. Mientras afuera la temperatura puede llegar a 30 grados bajo cero, en el interior de la vivienda es de O grados. Dentro de la casa se continúa respetando la jerarquía de la familia esquimal. Cada cual tiene un sitio asignado: los niños duermen del lado sur (el menos gélido) y los mayores ocupan el sector norte. Si se trata de una familia numerosa construyen varios iglús, que se comunican entre sí mediante túneles. No se sabe con certeza en qué siglo comenzaron a construir estas originales viviendas, un verdadero ejemplo de astucia e ingeniería. Arropados con su vestimenta característica -pantalones y chaquetas confeccionados con piel doble, parkas y calzados cosidos con costuras especiales para que no les entre el agua-, hoy viven en absoluta paz. Cuentan con una religión primaria que carece del mito de la creación: la ignorancia que tienen acerca de sus orígenes la proyectan a la del origen del mundo. Tienen un número limitado de dioses; entre los que destacan Sila, Tornassuk y el Señor de la Luna. Las dos primeras son potencias cósmicas organizadoras del clima; el dios de la Luna está vinculado a la fertilidad y lo consideran dueño de las nieves, del frío y del bosque. Han establecido una rígida distinción entre los animales terrestres y los marinos, ambos sujetos a una serie de tabúes; por ejemplo, no pueden comer simultáneamente carnes de las dos especies y se hace preciso que borren todo vestigio de la caza antes de iniciar la pesca y todo vestigio de la pesca antes de iniciar la caza. Además de espíritus humanos, cuentan con espíritus animales: a ambos les dan el nombre de Inua, que podría traducirse como "poseedor" o "propietario". Hay dos Inuas superiores, que controlan la caza y la pesca. El Inua de los animales terrestres está representado por el gigantesco oso blanco o un gran caribú. También existe Pimga, el dios de los renos. Los esquimales no tienen idea de cuál es su árbol

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genealógico. De ahí que su concepto de familia sea diferente al que se conoce en el resto del mundo. Se consideran parientes cercanos de aquellos con quienes comparten actividades en común, aunque no los una ningún lazo de sangre. Generalmente forman familias múltiples que establecen alianzas para salir a cazar o a pescar juntos.

El matrimonio esquimal es un puro acuerdo comercial, mediante el cual se establece una clara división de tareas: los hombres deben dedicarse a conseguir la alimentación, a fabricar las herramientas y a proveer los elementos para construir la vivienda. A las mujeres les corresponde cocinar, criar los hijos y coser la ropa. Esposo y esposa son dueños de sus propias pertenencias, comparten la vivienda y la comida; pero los botes, los trineos y los perros son propiedad exclusiva de los varones. Está permitido que un hombre y una mujer vivan juntos y tengan hijos sin necesidad de casarse. También, una mujer puede mantener relaciones con diferentes parejas antes de elegir (o ser elegida) en matrimonio. Las mujeres que demuestran ser fértiles y poseer una alta capacidad de trabajo son las más solicitadas. Es fama el trato cordial que los esquimales brindan a sus visitantes. Una muestra de esa cortesía es ofrecerle su esposa al huésped para que comparta el lecho con ella. Esta vieja costumbre no se practica únicamente con los eventuales invitados; es muy común que los esquimales realicen intercambio de esposas. Entienden que es el modo más eficaz de que perdure la unión matrimonial. Un marido le permite a otro que tenga relaciones con su mujer, siempre que el intercambio sea reciproco. Este canje de esposassuele ser el origen de una sólida amistad entre los hombres. No solo por habitar en las zonas más frías del mundo son diferentes al resto de los seres humanos. Contrariamente a lo que por regla general se supone, nunca fueron un pueblo nómade. Las emigraciones sólo se llevan a cabo en verano y con el único propósito de conseguir alimentación. Pese a que las viviendas de madera han reemplazado a los clásicos iglús, pese a que los arpones fueron canjeados por fusiles y los trineos motorizados ya no precisan de los fuertes perros de tiro, las principales costumbres del pueblo esquimal se mantienen orgullosamente en pie. Algo similar ocurre con otro pueblo que habita las gélidas latitudes del Artico, pero en suelo europeo: los lapones. Se le atribuye la misma antiguedad que a los esquimales: diez mil años, nada menos. Viven por arriba del paralelo 67, en la porción más septentrional de Escandinavia y en suelo ruso. Y también sobrellevan allí la soledad y una naturaleza despiadada; los inviernos de 40 grados bajo cero; los meses de noche cerrada (noviembre enero) o los días de hasta dos mil horas en los que el sol nunca se pone, entre mayo y fines de julio. Un fenómeno, con todo, menos deslumbrante que las auroras boreales y sus luces multicolores en el cielo. Estos cazadores y pescadores dependieron siempre del reno, su fuente primordial de alimento y vestimenta. E insustituible en la carga y para impulsar los trineos (sullkas) sobre el hielo. Pero más recientemente muchos lapones saamis, como se autodenominan restringieron su nomadismo y la caza o la cría de renos, cada vez más ardua; cazan menos en general: hasta el oso pardo desapareció. Entonces, adquieren sus provisiones en el sur; incluso ya se trasladan sobre modernos scooters a motor.

Así y todo, no abjuran de sus más añejas tradiciones. En territorio noruego habitan unos 20 mil o 30 mil lapones. En Suecia, 15 mil a 20 mil; en Finlandia se cuentan cinco mil; y en la península de Kola -en la ex URSS, sobre el Mar de Barents- viven cerca de dos mil: allí se los llama skolts. El conjunto abarca 100 mil kilómetros cuadrados de montañas, bosques, fiordos, lagos y estepas heladas, que conforman la supra-región llamada Laponia o Saami. También:Nordkalotten, el Techo del Norte. El único enclave indígena de Europa. La palabra lapón, en noruego, equivale a "bajito". En su gran mayoría, los lapones conservan el propio idioma, muy parecido al finlandés. Casi ninguno de ellos supera el metro cincuenta de estatura; tienen la piel amarillenta oscura, la cabeza ancha, las piernas cortas y arqueadas. Archivado ya el antiguo paganismo -con sus chamanes o noaides-, hoy profesan diversas variantes del protestantismo. Pero los más aislados siguen realizando sacrificios, adoran las almas de los antepasados y creen que el oso-sagrado para ellos- retorna a la vida. Los lapones acostumbran a casarse siendo muy adultos, tras gozar de amplia libertad sexual, como que los hijos del novio y de la novia son parte de las dotes para la boda, que dura tres días. Las ropas derrochan siempre colorido y habilidad artesanal: altos sombreros con cintas, túnicas de lana bordadas, joyas y cinturones de plata en algunos casos, sacones, pantalones y botas de piel de reno. Esta gente cordial y pacífica (no conocen la palabra guerra como por siglos no conocieron el dinero) descuella en el deporte de enlazar el reno, aún hoy un pilar de la vida lapona; sus huesos y astas siguen proveyendo variados utensillos; su carne es comida o vendida. Los niños heredan sus propios renos, y el mandato es "ahorrar renos", como quien junta dólares: la carrera de estos animales es la gran juerga colectiva.

Cada febrero se separan aquellos renos que los nómades -sólo un quince por ciento del total- arrearán muy lejos para el pastoreo, y se castra a los destinados al engorde; pero no existe ya la milenaria costumbre de que las mujeres los castren con sus dientes.

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En muchas escuelas noruegas se enseña el lapón, y los gobiernos escandinavos los apoyan. Pero subsisten la magia, y mitos como el del monstruo stallo. Muy pegadizas son las canciones populares (yoikes). En la meseta de Finmark, Noruega, donde se alza la villa de Kautokeino y moran lapones seminómades, cada persona tiene su propio yoike: los muertos vuelven así en tales melodías. Son asimismo famosas las artesanías en plata y tejidos. Las ciudades de Ivalo o Rovaniemi -"la capital del Artico"- en Finlandia; Kiruna, en el norte de Suecia (en ambos países son de preferencia cazadores); Tromsoe, "la puerta de Laponia", o Kautokeino y Nordkaap (la ciudad europea más cercana al Polo) en Noruega, donde la mayor parte de los lapones son pescadores en los fiordos, jalonan este universo blanco presidido por el mito del reno azul, ése que sólo ven los elegidos.

LA VIDA EN UN SAMPAN

Es un pueblo milenario, pero no sorprenden por eso: en China todo es milenario. Lo que singulariza a los tankas del resto de las naciones de la Tierra es, precisamente, que no viven sobre la tierra. Desde hace más de mil años eligieron nacer, criarse y morir en el mar. Se llaman a si mismos Shui Mm Yan: "El pueblo de la superficie del agua". No se sabe con certeza por qué eligieron esa extraña manera de vivir, lo que asombra es que la hayan mantenido a lo largo de diez siglos, y que intenten seguir manteniéndola. Se los puede encontrar en Hong Kong, en el puerto de Aberdeen. Constituyen una de las curiosidades turísticas de la isla; pero por su vida secreta y sus misterios, superan largamente la categoría de "curiosidad".Muchos chinos de tierra firme llegaron a decir que los tankas tenían rasgos raciales muy extraños, como seis dedos en cada pie y una cola atrofiada en la región sacrococcígea. También se dijo que hablaban una lengua incomprensible, que nada tenía que ver con el idioma chino. En realidad, en Hong Kong todo el mundo habla un chino dialectal, generalmente cantonés. Las dificultades de comunicación con los tankas pueden explicarse porque los chinos de tierra firme no conocen el léxico especializado relativo a las barcas, a la pesca y al mar. Pero también es cierto que los tankas -tal vez por precaución a causa de ladiscriminación a la que han sido sometidos durante largo tiempo, o quizás porque muchos de ellos estuvieron vinculados a actividades ilegales, como el tráfico de opio desarrollaron una jerga secreta, que aunque en teoría es sencilla, puede desconcertar al profano cuando se la habla con demasiada rapidez y soltura. Los tankas llegaron a Hong Kong a finales del primer milenio, en pleno auge de la dinastía Song. Venían del sur de China, huyendo de la crueldad y el despiadado rigor que los emperadores habían establecido en esa zona. Tal vez en sus orígenes hayan sido un pueblo artesano y campesino; en Hong Kong se transformaron en un pueblo pescador: era el modo más inteligente de sobrevivir en la isla. Desde entonces la pesca sigue siendo su única fuente de recursos. Hong Kong quiere decir "puerto perfumado" y es una isla que está ubicada al sureste del territorio chino, sobre el Mar de la China. La superficie total de Hong Kong suma más de mil kilómetros cuadrados, incluyendo doscientos treinta y cinco islotes y una península del continente asiático de otros doscientos ochenta kilómetros cuadrados. Su población sobrepasa la cifra de seis millones de habitantes. En 1842 fue la primera zona británica ocupada por los ingleses durante la Guerra del Opio. Ese año, mediante el Tratado de Nanking, sele dio categoría de puerto libre. Un par de décadas más tarde, los chinos también cedieron a la corona británica la península de Kowloon. En 1898 todo ese territorio fue alquilado a los ingleses por un período de noventa y nueve años. Teóricamente, en 1997 la República Popular China se hará cargo de Hong Kong, la península y todas los pequeños islotes. Cuando los primeros tankas arribaron del sur de China, Hong Kong no se parecía en nada a la urbe vertiginosa y enloquecida que es hoy. Se sospecha que los nuevos inmigrantes, convertidos en pescadores, vivían en las orillas de la isla. Seguramente gran parte del día lo pasaban en sus barcos, buscando peces y mariscos, pero aún habitaban las costas; dormían en chozas alzadas sobre la tierra. Cuándo y por qué eligieron el agua como su sitio permanente de residencia, es un enigma todavía no resuelto. Los actuales tankas aseguran que sus mayores optaron por el mar buscando la libertad; dicen que en tierra firme jamás podrían haber tenido el espacio y la independencia que les brindaba el Qcéano. Están convencidos de que ése fue el principal y fundamental motivo por e que sus abuelos milenarios eligieron los juncos de vela como único y verdadero hogar. Ellos simplemente cumplen con el mandato que les han legado y siguen manteniendo sus ritos y costumbres. No es fácil vivir así. Reivindican el espacio casi infinito que les brinda el mar, pero a consecuencia de cierto fanatismo, casi religioso, se niegan a aceptar que ese espacio del que se jactan es sólo un espacio virtual; el real, donde en verdad pasan sus días y sus noches, no es superior a los veinte metros cuadrados.

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En ese mínimo sitio habita toda una familia; numerosa, como cualquier familia china que se precie: padre, madre, 1abuelos y un mínimo de cinco hijos. Sobre el frágil barco de juncos comen, duermen, aman, celebranbodas y nacimientos, velan y lloran a sus muertos. Pese a esta evidente mortificación, no se sabe de un solo tanka que haya negado su identidad para irse a vivir a tierra firme. El sampán es mi vida, y aquí moriré", dice a quien quiera oírlo el veterano pescador Thuong Li Pei, quien a los 60 años sigue piloteando su modesta empresa de venta de mariscos: la componen él, su mujer y sus cuatro hijos varones, todos veinteañeros.

Según los censos más recientes, esta población flotante no superaría el número de treinta mil personas y, aunque resultan un atractivo turístico, no son del todo bien vistos por las autoridades británicas. Las miles de barcazas que constantemente se balancean Junto a la costa contrastan brutalmente con los lujosos yates y barcos que a sólo pocos metros les hacen compañía. Las naves miserables en las que viven los tankas se amontonan debajo de los ultramodernos edificios y sofisticados rascacielos que abundan en Hong Kong, una ciudad a la que llaman la "Manhattan de Oriente". Se está haciendo lo imposible para que los tankas regresen a tierra: el gobierno les ofrece, en vano, ventajosos programas de viviendas. No se sabe, y ellos tampoco quieren decirlo, por qué oscura razón prefieren seguir viviendo de ese modo, hacinados en esos pequeños juncos. Sin embargo, algunas concesiones han hecho. Sus antepasados sólo bajaban de los barcos para instalarse en los puestos de venta de pescados y mariscos; ahora más de una familia envía a sus hijos a las escuelas del puerto. La gran mayoría de los tankas desconocían el ejercicio de la lectura y la escritura: no son necesarios a la hora de recoger las redes en alta mar. Ciertos jóvenes tankas en busca de trabajo se han infiltrado entre los naturales habitantes de Hong Kong; se los reconoce por algunas actitudes físicas y por su característico bamboleo al caminar. Si bien han aceptado bajar de los juncos, conducta que hubiera espantado a sus abuelos, nunca se alejan más allá del puerto. Hay quienes aseguran que los tankas temen a lo que pudiera sucederles en tierra firme: no conocen del mundo otra cosa que las aguas del mar. Otros entienden que simplemente se quedan en el puerto pues no están habituados a caminar por las calles, enfrentar a la gente y al tráfico de la ciudad. La vida a bordo los obligó a desarrollar ciertas habilidades náuticas, que de nada sirven sobre suelo firme.

Aunque la casi totalidad continúa con la enseñanza de sus mayores, muchosaceptaron las ventajas que les puede ofrecer la moderna tecnología. Las velas triangulares de lona que caracterizaban a los juncos han sido reemplazadas por motores diesel; se perdió belleza y se ha ganado ruido y contaminación. "El mayor de los castigos", dicen los ancianos. Todavía recuerdan la pesca de antaño, fresca y pura, cuando el agua de la bahía no había sido dañada por el combustible de los motores y los desechos que se arrojan desde los grandes edificios. El pueblo chino es extremadamente supersticioso. Numerosos edificios de Hong Kong lucen paredes descascaradas y sucias, pero quienes los habitan se niegan a pintarlas porque aseguran que entonces los espíritus de los antepasados no reconocerían el viejo hogar y estarían condenados a deambular por la eternidad, desamparados. Los tankas saben que eso jamás su cederá con los espíritus de sus mayores: los juncos mantienen las mismas características de siempre. Entre los innumerables rituales que cumplen, hay uno que nunca olvidan: rodean el junco con palos de incienso y los queman, es el único modo de ahuyentar a los malos espíritus. Sin embargo, no son los malos espíritus quienes están amenazando la existencia de este extraño pueblo que flota sobre las aguas. Después de sobrevivir más de mil años, de hacer frente y vencer a todas las dificultades que a lo largo de ese tiempo se les presentaron, los casi treinta mil tankas que quedan en el mundo deben aceptar con rabia y resignación que el progreso los está aniquilando. Unos pocos claudican y bajan a tierra firme; la mayoría, se dice, tal vez alce nuevamente sus velas y busque otros mares y otras costas en donde continuar viviendo tal como le enseñaron sus mayores.

EL ENIGMA DE LOS SEPIK

Están al borde del río Sepik, en mitad de una jungla impenetrable, en Nueva Guinea uno de los lugares más extraños de la Tierra. Se han acostumbrado a soportar lluvias interminables y mosquitos que superan el tamaño de las moscas; deben deambular entre húmedos pantanos, sorteando el feroz y fatal mordisco de los cocodrilos. Conocen la violencia desde el mismo día que nacen. Tal vez por eso, a los

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niños de las tribus papuásicas que viven junto al río Sepik (se los conoce con el nombre de este río) no les sorprende la brutalidad de los ritos de iniciación por los que deberán pasar para convertirse en hombres. La primera etapa es pacífica: los varones rodean a los hombres más viejos y durante horas y horas escuchan con atención heroicos relatos que se refieren a sus antepasados. El paso siguiente es duro y violento. Se les explica el misterio de la sangre que fluye por sus venas. Una vieja creencia, común en estos pueblos, sostiene que la sangre mala acompaña a los hombres desde el día de su nacimiento. Los iniciados deberán expulsaría. Para conseguirlo, se les practican distintos cortes en diferentes sitios del cuerpo. Así escarificados, los niños sangran sin cesar. La ceremonia puede durar meses; a veces años. A lo largo de ese tiempo, los jóvenes que están a punto de convertirse en hombres (o morir en el intento) se refugian en los "haus tambaran", los extraños templos triangulares que guardan los misterios de la tribu. Allí se les revela el uso de una serie de intrumentos secretos, capaces de imitar a la perfección el bramido del toro o el chillido del mono. Ahora saben qué es verdad y qué es mentira están comenzando a crecer. Pero aún les falta mucho por recorrer. Cuando los cortes de sus cuerpos están casi curados, deben iniciarse en el arte de la guerra; el dolor en este caso es superior al producido por las escarificaciones. Los mayores los azotan sin piedad y frotan sus piernas sus brazos, su pecho y su rostro con ortigas irritantes. Han superado la etapa de niño a hombre, ya pueden internarse en la selva y hacer frente a la lucha cotidiana por sobrevivir. Las niñas a punto de convertirse en mujeres también pasan por un rito de iniciación. Con cuchillos de bambú y garras de pájaros escarifican sus hombros, sus nalgas y sus vientres. El resto de la ceremonia es diferente a la de los hombres. Genuinos artesanos realizan tatuajes sobre el cuerpo de las iniciadas: con una mezcla hecha de hollín, cáscara de coco quemada, barro y sangre, consiguen verdaderas obras de arte, aunque la operación es dolorosa y entraña riesgos de severas infecciones, a veces fatales. Todas las ceremonias de estas tribus están acompañadas por unas formidables e impresionantes máscaras, fabricadas con diferentes elementos, desde mimbre y madera hasta cráneos humanos; en todos los casos representan a los espíritus de los antepasados de las tribus. Con la sola ayuda de colmillos de dientes de jabalí afilados, los hombres tallan la madera y el hueso y consiguen notables piezas de colección. A las mujeres les está reservada la arcilla: son capaces de construir desde figuras humanas hasta ollas y jarras para la cocina. Todos los objetos que utilizan los pueblos que viven al borde del río Sepik están finalmente tallados, desde las terribles máscaras que representan a sus dioses hasta la simple marmita que utilizan para cocinar. Los antropólogos aún no encontraron una respuesta racional para explicar esta costumbre que data de siglos.

LOS NOMADES DEL MAR

Estos hombres casi nunca pisan tierra firme: como auténticos nómades del mar, los bajaus nacen, crecen y mueren a bordo de sus lipa lipa, pequeñas barcas de caña y madera en cuyas proas han tallado escenas pesqueras o espléndidos mascarones de inspiración pagana. Sandokan, aquel inolvidable Tigre d la Malasia creado por Emilio Salgar combatió más de una vez contra los piratescos antepasados de esta extraña tribu que hoy, paradójicamente, es la víctima preferida de los ataques piratas en e Asia sudoriental. Por supuesto, en vez del parche en el ojo y la pata de palo los piratas modernos ostentan metralletas y lanchas ultrarrápidas con motor fuera de borda. Además, se aprovechan de que los actuales bajaus son excepcionalmente pacificos, y que viven en el mar, sin más armas que sus enseres de pesca. A estos curiosos pescadores nómades se los encuentra en las aguas que bañan las islas Célebes, pertenecientes a Indonesia, y tambien las cercanías del estado malayo de Sabah, enclavado en el extremo nororiental de otra isla: Borneo. (Convendrá recordar que Borneo flota también, en su mayor parte, en la jurisdicción de Indonesia; pero dos de sus regiones más importantes, Sarawak y -precisamente- Sabah, dependen de Malasia).

Pero lo más destacable de los bajaus es el respeto que sienten por lalibertad individual y la paz, aunque a veces protagonicen ruidosas peleas, gritando todos al mismo tiempo cuando está en duda la posesión de un lote de peces especialmente codiciado. Las mujeres visten saraos o túnicas que disimulan sus bien torneadas formas; están tan atareadas acomodando la pesca o adornando sus chozas flotantes, que los chicos son casi totalmente libres: nadan en el mar largo rato, burlándose de los tiburones; se zambullen y se desplazan de tres a cuatro minutos bajo la superficie, sin respirar, en busca de perlas. Hasta el mismísimo Sandokan hubiera simpatizado con estos personajes de piel cetrina y rasgos inconfundiblemente malayos, susceptibles de ser divididos en diecisiete casilleros raciales. Entre ellos: los bajaus terrestres, dedicados sobre todo a cuidar sus granjas y a la cría de ganado, y los marítimos. A

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estos últimos se los conoce, desde época inmemorial, con el mote de illanun, una palabra que en lengua malaya quiere decir "pirata"; ellos mismos cambiaron ese nombre por el de iiranun, que significa "hombres de agua".A su vez, entre esos irranun que mecen su pobreza entre las olas de un mar intensamente verde, hay un subgrupo que se enorgullece de mirar el oleaje desde arriba; desde lo alto de sus construcciones de paja y bambú sustentadas sobre pilares.

Los habitantes de estas peculiares "aldeas", con mil a tres mil habitantes cada una, fueron bautizados Orang Sama. A través de los siglos estas poblaciones acuáticas han creado un estructura rígida que abarca la escuela, la mezquita, una clínica bien provista y la alcaldía; lo que no impide que practiquen la magia negra mezclada con los rituales islámicos. en el rango social más miserable y despreciado se encuentran los bajau del mar propiamente dichos, u Obians. Son los nómades habitantes de los botes, cuyo único pánico es el de morir a manos de los piratas sudasiáticos; y cuya única religión es la pesca diaria, diferenciándose así del resto del clan bajau volcado al islamismo.Pero sean ateos o creyentes, los bajaus conforman uno de los grupos humanos más pintorescos entre todos los que pueblan el sudeste de Asia. Y eso que allí conviven (o se aniquilan en interminables guerrillas tribales) grupos tan disímiles como los Magindanao, los Maranao, los Tau Sug, los Samal, los Bajarese, Makasarese y muchos otros. Algunos de ellos son musulmanes, otroscristianos o paganos. Y hasta hay diminutos pigmeos de piel negra.

Pero los bajaus figuran entre los más enigmáticos de todos estos pueblos.En efecto, exceptuando su pasado de asaltantes de barcos y traficantes deesclavos, la historia de los bajaus sigue envuelta en el misterio.¿Llegaron desde el archipiélago de Sulu que es parte de las Filipinas, o bien desde las islas indonesias de Riau-Lingga que se hamacan al sur de Singapur? ¿O quizás se lanzaron a la aventura en Johore -una escarpada región de la península malaya- para terminar constituyendo el veintidós por ciento de la población de Sabah, la ex Borneo del norte en manos británicas entre 1881 y 1963 y cuya población total alcanza el millón y medio de habitantes.

No por nada se llama a Sabah "la tierra que yace bajo el viento"; las fuertes ráfagas provenientes del sur ayudan a los bajaus a aproximarse hasta los promontorios y collares de coral que rodean a las islas Sulu, y a otras del extendido archipiélago filipino. Lo hacen en procura de los peces y algas que se irán secando al sol en el piso de sus barcas, junto a las altas parvas de arroz y de cangrejos marinos; una parte de ese tesoro va a parar a los calderos hirvientes, y el resto será canjeado en los pueblos costeros por productos del agro y la ganadería. No hay que olvidar que Malasia está prácticamente tapizada de arrozales y espesos bosques que proveen todo tipo de maderas y resinas, además del caucho y de una agricultura tecnológicamente bien desarrollada. Sin embargo, cuando en tren de conseguir algunos de esos bienes los bajaus se alejan demasiado de sus asentamientos naturales, lo hacen en bandadas de veinte a cincuenta barcazas. Un modo de defenderse de las agresiones piratas capaces de arrasar con toda clase de bienes personales, violar a las muchachas, robar la pesca y en las aldeas apropiarse de metales más o menos valiosos, dinero, animales y alimentos. Sin olvidar toda una serie de incidentes y asesinatos a quemarropa. En mucha menor proporción atacan otras naves: el bocado más cómodo es, sin duda, el que constituyen las poblaciones costeras y los bajaus que recorren sin cesar el mar de Sabah. Los bandidos de fines del siglo 20, que aterran a todos con sus metralletas M-16 y visten uniformes color caki, hablan en lengua malaya; pero los diarios oficiales de Borneo insisten en calificarlos como "extranjeros indeseables". Muchos funcionarios sugieren, en voz baja, que podría tratarse de policías deshonestos trabajando "después de hora".

La ironía de la historia quiso que los antepasados de estos bajaus hoy atemorizados por los piratas, hayan buscado hacer fortuna a partir de los siglos 14 y 15 mediante la piratería; una actividad que se incrementó en forma pasmosa, especialmente a fin del siglo 18, amenazando con quebrar el monopolio comercial hispano-francés. Aquellos maleantes eran el terror de los mares, y llevaban a cabo sus pillajes y el tráfico de esclavos desde Nueva Guinea a Sumatra. También buscaban contrarrestar, de tal modo, el poder marítimo de la dinastía hindú Majapahit con sede en Java, Indonesia. La piratería temprana se vio favorecida por la anarquía de los pequeños estados malayos, pero además la guerra de guerrillas en el mar se convirtió muy pronto en una guerra santa contra los "malvados blancos" cristianos, y contra los filipinos convertidos al cristianismo.

En fecha reciente, casi mil novecientos policias marítimos antipiratas -un cuerpo especial célebre por sus aptitudes profesionales y su adiestramiento para enfrentar situaciones imprevistas- se pusieron en pie de batalla con una mayor dotación de lanchas de patrullaje y ya practicaron numerosas detenciones; es

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que la muerte de muchos humildes pescadores bajaus bajo la metralla pirata llegó a alarmar seriamente a las autoridades, criticadas hasta ahora por su inacción. Pero el Asia del Sudeste continuó acaparando en 1992 las tres cuartas partes de la piratería mundial; y este fenómeno no da señales de amainar de modo significativo. Por el contrario, resurgió con nueva fuerza en la última década, asolando los poblados y barcos pesqueros en el Mar de la China, el mar Sulu y en torno de las Célebes. Los bajaus del mar no sólo son presa fácil para los depredadores y traficantes de la muerte: también son claramente menospreciados por los bajaus de tierra firme, y por aquellos otros que habitan sus villas sobre el agua. Tanto desprecio tiene que ver con la pobreza y escasas ambiciones de los Obians, poco dados a renovar su flotilla pesquera pues tarde o temprano será carne de cañón de los piratas. Sin embargo, su enorme voluntad para mantener un estilo de vida en el que se distinguen el respeto al prójimo y una admirable sencillez, hacen de estos individuos un ejemplo de lo que pueden la tenacidad y la fe en su dios; es decir, en la pesca que acaso les permitirá sobrevivir algunos días más.

CIUDADANOS DE OTRO TIEMPO

Hacen todo lo posible para pasar inadvertidos, pero lucen una ropa con la que irremediablemente sorprenden al más desatento. No es para menos: quien tenga la poco común experiencia de toparse con una de estas familias, notará que tanto el padre como la madre y la vasta prole están vestidos a la usanza del siglo XVII. Aunque el atuendo tal vez sea el detalle menos curioso de los amish, una comunidad que ganó fama gracias a la película Testigo en peligro, protagonizada por Harrison Ford. Esta gente está en el mundo muchísimo antes de que Ford, haciendo de sheriff, tuviera que proteger de la mafia al joven testigo de un asesinato. Aparecieron en el norte de Europa en 1639, cuando el predicador Jacob Amman se separó de la iglesia menonita, que fundara el ex sacerdote católico holandés Menno Simmons, e instauró su propio movimiento. Desde entonces este pueblo se mantiene sin haber modificado en lo más mínimo sus ritos y costumbres cotidianas. Cuenta la historia que a principios del 1500 en el interior mismo de la Reforma eclesiástica comenzaron a gestarse ciertas sectas radicales. Una de ellas propugnaba que el bautismo se celebrase de adulto, que la Iglesia se separara del Estado y que existiese propiedad comunitaria de bienes. Este grupo disidente adoptó el nombre de anabaptista y de inmediato, tanto los católicos como los protestantes la consideraron una aberración. El holandés Menno Simmons se unió al movimiento anabaptista en 1536 y, pese a que se le puso precio a su cabeza, encaró decididamente su primera misión: unificar a las diferentes congregaciones dispersas por Europa; la segunda no fue menos riesgosa: fundó la iglesia menonita, célebre por el extremado rigor de sus ritos. Jacob Amman pertenecía a esa iglesia, pero era más severo que su fundador. Sostenía que una pequeña mentira era motivo suficiente para expulsar al pecador. Aquellos que fuesen excomulgados debían separarse de los otros miembros de la secta, sin que importase el vínculo familiar que los uniera. No hubo forma de hacerle cambiar de idea. Jacob Amman creó un nuevo movimiento, que también adoptó el nombre de su fundador, e impuso una serie de rigurosas normas que sus feligreses, los amish, continúan respetando con devota fidelidad. Básicamente, los amish adhieren a casi todos los ritos católicos. Creen en la Santísima Trinidad y no dudan de que Jesús fue la encarnación de Dios en la Tierra; sin embargo, fieles a los principios protestantes, no creen en ninguno de los santos que propugna el catolicismo. Integrarse a una comunidad amish no resulta sencillo: es un privilegio que se adquiere por herencia, y es muy difícil soportar la vida que proponen. Se basan en los severos preceptos de la Iglesia antigua: está vedado todo aquello que implique la mínima distracción a sus funciones primordiales: practicar el credo hasta sus últimas consecuencias y trabajar sin descanso. Repudian cualquier cosa que pueda entenderse como lujo. Las casas que habitan son idénti-cas a los graneros donde guardan sus elementos de trabajo o la iglesia donde cumplen sus ritos: simples galpones de madera, que ellos mismos construyen. Hábiles carpinteros y artesanos, también construyen sus propios muebles y manufacturan los aperos para sus cabalgaduras. Tenazmente perseguidos en Europa, los amish comprendieron que América -un vasto continente descubierto por los europeos dos siglos antes- podría ser el sitio apto para establecerse. Comenzaron a emigrar a mediados del 1600. Tres siglos después ya habían asentadodiferentes comunidades rurales en diversas regiones de Norteamérica; desde allí se extendieron hacia el sur. Hoy se los puede ver en Brasil, Paraguay, Bolivia, Uruguay, México, Honduras y la Argentina. Estén en el lugar de la Tierra que estuvieren, mantienen el idioma de sus mayores y se comunican mediante el alemán palatino, un dialecto germano. Uno o dos miembros de la comunidad aprenden la lengua del país en el que se han instalado, pero únicamente para entenderse con los lugareños.

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Como desde el principio determinaron que no es necesario aprender a leer y a escribir, no existe una historia escrita amish; todo lo que de ellos se sabe fue recogido en forma oral. Consultan un único libro, la Biblia, fundamental-mente el Nuevo Testamento. "¿Para qué recurrir a otros-afirma el obispo Juan Fast de la comunidad amish de La Pampa-, si cualquier cosa que precisamos está allí?" No sólo tienen prohibido acercarse a la lectura, la imaginación está considerada un pecado mortal. Es un misterio ingresar a su mundo onírico: jamás cuentan los sueños. Sin embargo, se los ve felices. Se jactan de que en sus corporaciones no existe el robo ni el asesinato, ni las drogas ni la envidia. Las comunidades se dividen por distritos eclesiásticos que, a su vez, forman congregaciones autónomas compuestas por no más de setenta y cinco miembros bautizados. El bautismo se lleva a cabo entre los 17 y 20 años; recién entonces se los admite formalmente en la comunidad. En cuanto el distrito crece sevuelve a subdividir de manera celular. Cada distrito cuenta con un obispo, un par de predicadores y un anciano, al que llaman "elder", que se dedica exclusivamente a enseñar el Catecismo. Amish y menonitas difieren muy poco en su doctrina formal: ambos practican el lavado de pies y comulgan un par de veces al año. Cumplen al pie de la letra aquella sentencia bíblica de ganarse el pan con el sudor de la frente y representan fielmente a las hormigas de la célebre fábula de Esopo: dedican por entero su vida al trabajo.

Unos y otros han demostrado, también, ser excelentes granjeros:practican la conservación de los suelos y la rotación de las cosechas mucho antes de que existieran los ingenieros agrónomos, pero siguen cultivando como lo hacían sus abuelos europeos cuatro siglos atrás, esto es, con arados impulsados por tracción a sangre. Su aversión a los tractores no es un capricho: por razones de culto reniegan de cualquier adelanto moderno. Continúan desplazándose a caballo o en carros, desconocen el telégrafo y el teléfono, ignoran la radio, el cine y la televisión, repudian la electricidad. "No se menciona en la Biblia, por ende no la utilizamos", explican mientras encienden velas y lámparas de kerosene para iluminarse. Fieles a su creencia, nadie se atreve a plantear dudas o contradicciones. Esto, por otra parte, significaría la excomunión: el rebelde sería expulsado de la comunidad y tendría que marcharse perdiendo todo lo que le perteneciese, desde el trozo de tierra hasta su esposa e hijos. En los Estados Unidos y Canadá se ha dado el caso de ciertas comunidades amish que aceptaron algunos atributos de la vida moderna: se desplazan en camionetas y utilizan la electricidad, incluso visten con ropa actual. Pero se trata de una pequeña minoría rebelde. La mayoría del pueblo amish sigue al pie de la letra las normas que Jacob Amman dictara en el 1600. En efecto, tanto los hombres como las mujeres deben vestir con absoluta humildad, perpetuando la ropa que utilizaban los campesinos en el siglo XVII. La indumentaria no se puede comprar en ningún sitio, la tienen que confeccionar las mujeres: pantalón, camisa y chaqueta oscura para los hombres; el único tocado que se les permite es un sombrero, de ala ancha, negro para las ocasiones especiales y del tipo stetson para todos los días. También les ha sido permitido, en los últimos años, el uso de un mameluco azul -el típico overall para ciertas fajinas. La mujer amish usa vestidos largos, con capas sobre los hombros, medias y zapatos negros, y un sombrero o un pañuelo sobre la cabeza. El pelo lo usan peinado con raya al medio y recogido en trenzas. Siempre llevan delantales, para esconder sus manos. Los hombres pueden usar barba, pero no bigotes. Tienen prohibido los espejos y cualquier tipo de joyas y ornamento. Los chicos y chicas repiten las ropas de sus padres: las nenas llevan pañuelos blancos en la cabeza, y los chicos gorras marrones. Antes de que cumplan los 20 años, unas y otros se unirán en matrimonio. Esa unión generalmente se produce los domingos, en la iglesia; es el único día y sitio en el que se lleva a cabo cierta vida social. El servicio religioso se extiende por más de tres horas; a lo largo de ese tiempo los amish oyen sermones y cantan salmos bíblicos. Luego de la ceremonia, el hombre que pretende a una mujer le comunica sus intenciones. Si ésta acepta, el próximo domingo lo recibirá en el cuarto de las visitas y, en presencia de la familia, tendrán una primera charla de dos horas.

A partir de ese momento se inicia el noviazgo, constreñido a una rutinaria visita dominical con la familia como testigo. La ceremonia de casamiento es igualmente austera. La mujer le debe absoluta obediencia al marido y tiene prohibido mirar de frente o hablar a otro hombre que no sea su esposo. Un buen matrimonio es aquel que supera el número de ocho hijos. Esos niños saben que el destino que les aguarda será exactamente igual al que vivieron sus abuelos y al que vivirán sus nietos. Difícilmente irán al colegio; un pequeño caballito de madera y una cocinita, también de madera, serán sus únicos juguetes. Padres e hijos no conocerán otra diversión que entonar cánticos bíblicos los domingos en la iglesia. Aseguran que cualquier otra cosa distraería el trabajo, la razón fundamental por la que están en la Tierra.

EL EXTRAÑO MUNDO DE LOS GITANOS

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Los gitanos aparecieron en Europa a principios del siglo XV. Cuál era su tierra natal y por qué razón la abandonaron son dos incógnitas que aún no se han develado. Se sospecha que luego de continuas migraciones, se trasladaron de la India a Persia en el siglo II. A mediados del XV ya se habían establecido en el sudeste de Europa. Ese asentamiento está consignado en los registros de la regiduría de la ciudad francesa de Arras, en octubre de 1421, y, por lo que dice el título -Maravillas. Llegada de extranjeros del país de Egipto-, es de suponer que los recibieron con alegría; en muy contadas excepciones iban a gozar de bienvenidas de ese tipo. Un siglo más tarde, en 1530, el filósofo y médico Cornelio Agripa los describía así: "Esas gentes venidas de una región que se extiende entre Egipto y Etiopía, descendientes de Cus, hijo de Cam, hijo de Noé, portan todavía la marca de la maldición de su progenitor llevan una vida vagabunda por toda la Tierra, acampan fuera de las ciudades, en cultivos y encrucijadas; y allí alzan sus alojamientos y tiendas; dan prueba de bandidaje, latrocinio y trueque, divierten al pueblo diciendo la buenaventura, fingiendo adivinar por arte quiromántica, y con tales imposturas; mendigan para subsistir". Este estigma, que a comienzos del 1500 le brindara Cornelio Agripa, casi sin variantes se mantiene hasta hoy. Por considerarlo "un pueblo llegado de Egipto", recibieron de los europeos el apelativo de egiptanos, que posteriormente se transformó en gitanos; palabra que no disimula una fuerte carga peyorativa: en la jerga, hacer una gitaneada es cometer un acto delictivo. También los gitanos recurrieron a un término insolente para nombrar a los ajenos a su raza. Los llaman payos; voz romaní que, entre otras cosas, significa: "extranjero", "siervo", "sedentario", "bárbaro". No repudian el vocablo "gitano", pero a la hora de nombrarse lo hacen como "rom" o como "manuche". Ambos términos son de origen indio y derivan del sánscrito. El primero significa "hombre"; el segundo, "hombre libre". No es una elección casual. El concepto de libertad priva en ellos desde los tiempos más remotos. Tradicionalmente nómades, nunca aceptaron trabajar bajo las órdenes de ningún patrón. En 1499, los Reyes Católicos les dieron sesenta días para "tomar asiento en los lugares y servir a señores o salir de Europa". Jamás cumplieron esa orden, tampoco se fueron de Europa. Aunque sí se extendieron a otros sitios de la Tierra: a mitad del siglo XX ya se habían desparramado por toda América y Australia.

La agresiones no son sólo semánticas. Ochenta años después de haber llegado a Europa occidental fueron prohibidos en casi todos los sitios donde se habían instalado. En 1674, el rey Felipe II de España firmó una ley para "extirpar esta mala raza de gente, odiosa a Dios y perniciosa a los hombres". Durante la Segúnda Guerra Mundial, Hitler ordenó la ejecución de más de medio millón de gitanos internados en los campos de exterminio. Pese a todo, sobreviven. Se han asentado en otras culturas sin abandonar un solo hito de la propia. Aprenden naturalmente la lengua del país que los recoge, pero se comunican entre sí mediante el romaní; una lengua indoeuropea que por su vocabulario y su gramática se vincula al sánscrito. Sólo a mediados del XIX se pudo lograr un esbozo de gramática del romaní: durante siglos había sido un idioma que se transmitía oralmente, de generación en generación. Hasta no hace mucho casi todos los gitanos eran analfabetos. Hay quienes aseguran que no aprendían a leer y a escribir con el deliberado propósito de no dejar "letra impresa"; de ese modo, los payos jamás podrían documentarse acerca de las tradiciones gitanas y conocer su verdadera historia. No eran adictos al don de la escritura, pero desde pequeños se les enseñaba un oficio adecuado a su condición de pueblo nómade. Mientras las mujeres se dedicaban a la adivinación, los hombres eran excelentes herreros y notables comerciantes; también eran buenos músicos: solían actuar en los circos y ferias al aire libre. El cuidado y crianza de animales casi no tenía secretos para ellos; cuando aún no se conocía la profesión de veterinario, se bacía preciso recurrir a un gitano para que atendiera los malestares de los animales domésticos. Sus principales fuentes de ingreso en la actualidad siguen siendo la quiromancia que ejercen las mujeres y el comercio de autos y chatarra, que llevan a cabo los hombres. En casi todos los circos del mundo casi siempre hay una familia gitana. No sólo en sus oficios, también en su vida familiar y social son fieles a las antiguas tradiciones. Es común que se casen entre los 16 y 17 años, cuanto la pareja está en condiciones de procrear; la fiesta no ha perdido el esplendor que tenía en los viejos tiempos: dura tres días o más. El padre de la novia recibe una fuerte dote por entregar a su hija; ésta indefectiblemente deberá ser virgen. En señal de fidelidad, respeto y obediencia, la prometida pasa tres veces por debajo del brazo alzado del novio. El gitano más viejo le da su bendición a la pareja y los recién casados se retiran a la cámara nupcial. Dormirán dos días sin tocarse, por respeto a sus padres y a la comunidad. Al principio del tercer día las comadronas verificarán que la muchacha sigue siendo virgen y harán pública la noticia. Eso es motivo para que los padres de la novia organicen una nueva fiesta con el fin de celebrar la virtud de su hija. A partir de ese momento, ella llevará el "chambelan", un pañuelo anudado a la cabeza,como seña de mujer casada, y cumplirá con todos los deberes de una esposa.

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A causa de su vida nómade es casi imposible conocer la cifra real de gitanos que hay en el mundo. Según datos del año 1992, se estimaba una población superior a los diez millones; seis millones estarían en Europa Oriental y los Balcanes, y más de un millón en España. Argentina y Estados Unidos, son los dos países de América que más gitanos albergan: en la Argentina se estima una población estable de medio millón; en los Estados Unidos no llegan a cien mil.El Consejo de Mayores se ocupa de administrar a la tribu y establecer las normas de trabajo y emigración. A ese Consejo se ingresa por elecciones en las que participan todos los hombres de la tribu. El cargo no es hereditario y cualquier miembro del Consejo puede ser destituido si no cumpliera con alguno de los dos conceptos básicos del código gitano: la fidelidad y la unión.

El 19 de setiembre de 1992 en el monasterio ortodoxo de Bistrita, en los Cárpatos rumanos, loan Cioba, de 57 años, fue coronado el último "Rey internacional de los gitanos". Cioba reconoció que sus súbditos están distribuidos en dieciocho países, en tres continentes. Esta formidable diáspora, sin embargo, no les ha provocado nostalgia por la tierra natal: andan por el mundo sin reclamar como suyo ninguno de los sitios que conocen. Una de sus creencias es que los primeros gitanos nacieron en la Atlántida; su verdadera patria, entonces, estaría en el fondo del océano. El tema religioso es otro de los grandes misterios de este pueblo. En la antiguedad se los consideraba idólatras y paganos. Se creía firmemente que eran descendientes de Cain y que estaban condenados a vagabundear durante toda laeternidad por no haber dado albergue a María, José y el Niño cuando éstos huyeron a Egipto perseguidos por los soldados de Herodes. Nunca pareció preocuparles mayormente este estigma; por el contrario, son católicos ortodoxos y practican con encendida fe todos los ritos del cristianismo. La Semana Santa de Sevilla, famosa en todo el mundo, está fundamentalmente protagonizada por gitanos devotos de la Virgen de la Macarena. Es conmovedor verlos marchar con sus antorchas hasta la basílica, revivir el Vía Crucis y honrar al Cristo de los Gitanos. Una ceremonia similar se realiza dos veces al año, en mayo y octubre, en Santa María del Mar, un pueblo pesquero francés situado en el delta del Ródano. Según la tradición, allí llegaron las dos Marías, venían de Palestina y fueron auxiliadas por una niña morena, de nombre Sara. Más tarde, sobre la tumba de las tres mujeres se levantó una iglesia, que con el correr de los años se convirtió en un cálido refugio para todos los desamparados del lugar. Nadie duda de que Sara era gitana.

Desde tiempo inmemorial les rinden homenaje a Sara y a las dos Marías. Llevan las tres imágenes en procesión desde la iglesia hasta la desembocadura del río, en el Mediterráneo. Después, como sucede en Sevilla, vuelven a sus ritos y costumbres. Un estilo de vida que casi no han modificado con el paso de los siglos. Lo mantienen inalterable, como el misterio que los acompaña desde aquel lejano día que ingresaron en tierra europea para proyectarse por el mundo.

EL PARAÍSO PERDIDO

Desde hace siglos, pueblan las selvas amazónicas del sur de Venezuela y el norte del Brasil. Deambulan de uno a otro lado de la frontera, ya que poco les importan los límites geográficos y mucho menos les conmueven las nacionalidades. Son hijos de la jungla, saben que ése es su sitio natural y nada entienden de mapas y banderas. Los yanomami, que de ellos se trata, están allí muchísimo tiempo antes de que el hombre blanco, el nabah, como ellos lo llaman, ocupara esas tierras. Pero es muy posible que de no mediar un milagro desaparezcan para siempre antes de que finalice el siglo. El primer nabah que tuvo noticia de ellos fue un aventurero portugués, Lobo d'Almada, quien en 1787 se aventuró a internarse en esa selva fascinante y terrible. Desde aquella precaria información hasta el año 1950 nada se supo de estos extrañas criaturas que mantienen uno de los modos de vida más primitivos de la Tierra. En aquel año una comisión de fronteras visitó el territorio yanomami y poco tiempo después lo hizo una misión católica, con el propósito de hacer conocer a los nativos el evangelio cristiano. Pero a los yanomami la idea de un Dios único y verdadero les importó tanto como los límites territoriales que les fijara la comisión de fronteras. A primera vista, los misioneros creyeron que ese sitio era un calco del paraíso descifrado en las Escrituras. Cuando conocieron a fondo el modo de vida yanomami comprendieron que era lo más parecido al infierno. Sin embargo, bajo ninguna razón los nativos quieren abandonar la tierra de sus antepasados. A lo largo de toda su existencia, sólo registran un éxodo: el de Yarima, una mujer yanomami casada con un antropólogo norteamericano, que se fue a vivir con él a Nueva Jersey. El casamiento, como es norma en

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la tribu, fue decidido por los parientes de la mujer, que la entregaron a cambio de los beneficios que podían obtener gracias a ese canje. Hoy, Yarima conoce todas las ventajas del primer mundo: sabe del agua corriente, de la luz eléctrica, de la temperatura ideal que le puede ofrecer el aire acondicionado, ha escuchado radio, ha visto cine y televisión; ama a su marido y a los hijos que con él tuvo, pero a la hora de confesar sus deseos, no duda en admitir que por sobre todas las cosas quiere regresar a la selva, a la tierra de sus mayores. Allí no le esperaría una vida fácil. Se trata de un pueblo que por oscuras razones ancestrales está permanentemente en guerra consus vecinos. Cuando no hay motivos que justifiquen una lucha, los inventan. La enfermedad o muerte de algún miembro de la tribu siempre es atribuida al hechizo de una tribu vecina, y es suficiente motivo de combate. Si no hay epidemia, pueden considerar ofensiva una simple mirada, un gesto o una palabra, y de inmediato preparan las armas. Por supuesto, el estado de guerra permanente obliga a los yanomami a establecer extrañas alianzas con las tribus neutrales. Entonces se realizanpactos y traiciones que en nada envidiarían a los de la Florencia de Maquiavelo. Acaso el más tremendo es el que llaman nomohori o trampa. Una de las dos tribus en guerra hace alianza secreta con una tribu neutral. Esta invita a su tierra a la tribu que desconoce esa alianza y la agasaja con coloridas fiestas, y cuando los huéspedes se echan a dormir sobre sus hamacas, aparecen los guerreros de la tribu aliada y exterminan a los ingenuos invitados.

Como sucede con las grandes potencias, están obligados a demostrar su terrible ferocidad e indeclinable fortaleza. Robar comida, insultar al vecino, cometer adulterio son buenas razones para enfrentarse en un duelo. Hay varios por mes. El día que éste se lleva a cabo se suspenden las actividades en la tribu: es un sangriento espectáculo del que participan todos. El ofensor se coloca frente al ofendido, con los brazos a los lados, la cabeza hacia atrás y sacando pecho. En esa actitud aguarda el ataque de su contrincante, quien avanza a toda carrera y lo golpea con fuerza en el pecho. El mayor mérito del atacado es resistir el golpe de pie, sin inmutarse. Luego es su turno de golpear. Ahora el ofendido es quien debe recibir el embate del ofensor. Así se pasan la tarde, el agravio se limpia cuando uno de los dos cae y no le quedan fuerzas para ponerse de pie. Hay otras formas de duelo, bastante más violentas. En una, el ofensor debe soportar, también de pie, los palazos que sobre sus costillas y sus caderas le propina el ofendido. Este, un rato después, tendrá oportunidad de devolverle la tunda. Pero quizá el duelo más sangriento es el que realizan con varas afiladas de dos a tres metros de longitud. Cada contrincante hunde su vara en la tierra y la utiliza para sostener el cuerpo; sólo deja su cabeza a la vista de su rival. En este tipo de duelo no se golpea el pecho del ofensor, se golpea su cabeza. El agredido también tendrá oportunidad de golpear al agresor. Es muy común que los yanomami exhiban gruesas cicatrices sobre su cráneo; esas marcas son motivo de orgullo y hablan de la entereza y valentía de quien las lleva. Pese a semejante ferocidad, Ken Good, el antropólogo norteamericano que se casó con Yarima, asegura que los yanomami constituyen una comunidad pacífica. "Quedé impresionado por lo armoniosa que es su existencia -dice-. Tienen una notable capacidad para vivir juntos. Prácticamente todo se lleva a cabo frente a los demás. Así, junto a la violencia, vi también los más tiernos ejemplos de amor; reconciliación, armonía, calidez y goce de la vida en común. Fui testigo de una permanente actitud de ayuda, de sólidas amistades y de la ternura con que los padres tratan a sus hijos". Se puede decir que casi no hay secretos entre ellos, dada su peculiar vida en común. Cada grupo yanomami, que oscila entre treinta y ciento cincuenta personas, habita un shapono. Se trata de una gran choza circular que ellos alzan luego de abrir espacio en la selva a golpe de machete. La choza no posee paredes divisorias: en su interior se instalan las familias y los fogones son el único signo para delimitar el área que ocupa cada una de ellas; alrededor de los fogones cuelgan las hamacas, el único mobiliario.

En tiempo de paz, la vida en la selva puede semejarse al paraíso que les narran los misioneros. Cuentan con una tierra próspera para la siembra y con una excelente zona de caza. Su técnica de agricultura es muy primitiva: primero limpian el terreno, luego lo queman y por último plantan raíces y semillas. Fundamentalmente siembran bananas, plantas de tapioca, batatas y camotes, que crecen sin demandarles mayor esfuerzo: con tres horas diarias de trabajo es posible alimentar a todo el poblado. La dieta alimentaria la completan con orugas, termitas, pájaros, monos y tapires. También comen peces, a los que atrapan envenenando con barbasco las aguas de los riachuelos. El plato preferido es la tarántula asada. Su promedio de vida no supera los 35 años. De esa corta existencia no es culpable el régimen de alimentación; además de las guerras y los duelos, los yanomami deben enfrentarse a las innumerables pestes de la selva. Es normal que una mujer dé a luz de diez a doce hijos, de los cuales sobreviven apenas dos o tres; por esa razón, no les dan nombre hasta que no cumplan 4 años. Consideran que las únicas

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muertes dignas son las que se producen en las guerras o en los duelos, todas las otras las consideran fruto de las maldiciones que les arrojan las tribus enemigas. Por esa causa, los chamanes constantemente invocan a los espíritus hekuras en busca de protección. La ceremonia se lleva a cabo con la ayuda de uno terribles polvos alucinógenos, mezcla secreta de unas plantas que ellos mismos cultivan. El nombre de la droga es ebene y los chamanes la inhalan por sus fosas nasales mediante un tubo de un metro de largo. La reacción es desgarradora: se sienten transportados hacia el más allá y llegan a un total estado de alucinación. El efecto posterior no es nada grato. Tienen náuseas espantosas y vomitan sin descanso; por último deben soportar terribles dolores de cabeza que a veces se extienden por más de cuatro días. Una escena dantesca.

A pesar del esfuerzo de los chamanes y de la buena voluntad de los espíritus hekuras, los yanomami están condenados por una plaga que hace siete años ingresó en la selva: los garimpeiros. En 1987 se descubrió que había oro en tierra yanomami; de inmediato, casi cincuenta mil buscadores brasileños, llamados garimpeiros, se internaron en la jungla. Con ellos llegó el verdadero espanto. No se trataba de guerreros para enfrentar en un duelo de fuerza; estos eran auténticos asesinos que destruían todo lo que encontraban a su paso. Los machetes y lanzas de los nativos poco tenían que hacer ante los revólveres y fusiles de los invasores. No sólo los diezmaron con sus armas de fuego: también les contagiaron enfermedades para las que el organismo yanomami carecía de defensas: la vieja tribu supo de la gripe, la bronquitis, la malaria y la sífilis. Por último, destruyeron sus sembrados, espantaron la caza y contaminaron los ríos con mercurio. Algunas tribus se vieron obligadas a internarse cada vez más en la selva; otras, a vivir como mendigos alrededor de los campamentos mineros. En 1940 había más de cuarenta mil yanomami; hoy no llegan a siete mil quinientos. La fiebre del oro, la ambición sin límites éticos del hombre blanco, amenaza exterminar a este pueblo milenario, expulsándolo sin piedad del paraíso.

Si se necesitara un rotundo ejemplo de cómo alcanzar la belleza a partir de la deformidad, nada mejor que el extraño caso de las "mujeres jirafa", integrantes de una tribu asentada en la región sudoriental de Myanmar (ex Birmania), en el sudeste asiático. Allí, en la zona de valles aislados en medio de la selva y al pie de la montaña o en sus laderas, casi sobre la frontera con Tailandia, viven como un enigma jamás develado estas mujeres de la tribu padaung: una rama de los karen, primitivos pobladores del país enfrentados hace siglos con los grupos de raza birmana. Impresiona de entrada la esbeltez de las jóvenes, su maquillaje muy cuidadoso realizado por la blancura de las túnicas ornadas con guardas y bordados en colores rojo y verde, así como amplios pañuelos con que se cubren la cabeza. Pero lo que conmociono vivamente a los primeros exploradores -y sigue asombrando al reducidísimo número de visitantes que se aventura por esos parajes-, es lo que justifica el apodo dado a tales féminas: su manía de alargarse el cuello hasta límites inverosímiles colocándose alrededor del mismo, a lo largo de la primera mitad de su vida, una sucesión de anillos de bronce (en época remota, eran de oro puro), que en muchos casos alcanzan a veintiséis o veintiocho: en total, cinco a siete kilogramos de metal superpuesto como un corset en torno a los enflaquecidos y debilitados músculos cervicales. Es una excentricidad cultural que los antropólogos no han conseguido explicar satisfactoriamente, y que las mujeres padaung ostentan con aire de orgullo frente a sus hombres: no así ante los turistas: cuando se sienten observadas por un extranjero tratan de rehuir la mirada u ocultan su cuello con las manos. Las pocas fotografías que lograron sorprenderlas fueron obtenidas con autorización del todopoderoso jefe tribal. La influencia ejercida por los misioneros católicos italianos que llega-ron al área a comienzos del siglo que corre, y la creciente occidentalización impuesta por las autoridades del gobierno central, redujeron el número de estas insólitas mujeres. Por tal motivo, las que todavía acatan el curioso ritual de estirar dolorosamente sus cuellos constituyen una fuerte atracción turística. Igual que toda especie condenada a la extinción. Pa quiere decir "alrededor", daung, "bronce". El término es claro y no pide comentarios. Pero como otra prueba de que las cosas están cambiando, esta sub-tribu de los karen ha comenzado a rechazar tal denominación: prefieren ser llamados kayans. Lo cierto es que, cualquiera sea su nombre, hasta bien entrado el siglo XIX no figuraban en ningún mapa. Por ese entonces, núcleos de evangelistas norteamericanos en misión catequizadora se quedaron atónitos al toparse de pronto, en las cercanías de las húmedas colinas Toungoo, con esas bellas mujeres que caminaban dificultosamente aunque muy erguidas y cuyos cuellos llegaban a medir 30 centímetros de longitud. Aquellos intrusos por poco pagaron con sus vidas el atrevimiento de fotografiarlas; los guerreros karen los condujeron prisioneros ante el kaan (cacique), quien pidió a su vez el consejo del nat-btein, chamán y líder religioso cuya palabra es sagrada. Inclinándose hasta besar la tierra sobre la cual había trazado un círculo con hierbas, el brujo reclamó el dictamen final de los nats, espíritus alternativamente maléficos y benignos

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que moran en el polvo y los árboles como también en las grutas, ríos y montañas. Los espíritus "opinaron" que el soplo vital de las muchachas no había sido robado por las máquinas de los hombres blancos; sólo después de tanta deliberación éstos pudieron seguir su camino. "Las guardianas del alma de la tribu", como se llaman a sí mismas las mujeres karen, asfixian también con pesados brazaletes dorados sus brazos y piernas. Se mueven con torpeza y su voz apagada suena varios tonos más alta que lo normal, por los trastornos que sufre la laringe. Este penoso sacrificio comienza cuando las niñas cumplen cinco o seis años; el trabajo de doblar el bronce bajo el fuego y traccionándolo entre varias piedras, requiere toda la fuerza de los varones mayores de 21 años. Son además quienes entonan las "letanías mágicas" que -se cree- doblegan finalmente la resistencia del metal.Anualmente, hasta que las muchachas cumplen 14 años de edad, y luego cadatrienio, un nuevo aro metálico se añade a aquel inicial. Cuando la victima de esta implacable ornamentación alcanza las tres décadas de vida y el cuello ya no admite más elongaciones, la faena toca a su fin. Para coronar la tarea se habrá requerido el esfuerzo de más de una generación de colocadores de anillas, vigilados de cerca por una anciana encargada de cuidar el cumplimiento del operativo. Myanmar se extiende sobre un conjunto de valles desplegados al costado de tres grandes ríos, el más poderoso de los cuales es el Irrawady que se derrama en un magnífico delta. Manglares, junglas y arrozales riquísimos, alternan con altas montañas y mesetas sobre el total de casi 680 mil kilómetros cuadrados. Sus veintiocho millones de habitantes conforman una babel de 125 idiomas y un rosario de etnias. Muchas de éstas, en estado semisalvaje.Los birmanos, unificadores de la nación y tradicionales ocupantes del poder político, son la población mayoritaria: originarios del Tibet, se han establecido en las llanuras fértiles del Irrawady y en la región central donde se luce la ciudad de Mandalay. En el delta, en cambio, predominan los hindúes y los enigmáticos mons. Finalmente, amparadas por la formidable barrera natural de las montañas que taponan las fronteras con India, China y Tailandia, viven cuatro tribus no birmanas cuyas raíces últimas siguen siendo una incógnitaaunque se cree que ingresaron desde China: al norte los chins y kachins, al este los shans, y al sureste los karen; estos últimos son los más numerosos de dichos grupos minoritarios, ya que totalizan dos millones de habitantes. Escindidos en una incontable gama de sectas tribales que tanto adhieren al catolicismo, como al animismo o al budismo imperante en el resto del país -los principales entre dichos subgrupos son los bghai, pwo, sgaw y padaung-, los karen son por lo general pacíficos pero muy orgullosos. Sus mujeres se caracterizan por lo trabajadoras. Es un espectáculo incomparable ver a las "mujeres jirafa", con sus cuellos refulgiendo al sol, agachadas durante horas sobre un campo de maíz. O cargando sobre sus cabezas las pesadas cestas con el arroz previamente machacado. Llama la atención que las padaung puedan sostener esos pesos, siendo que sus cuellos y hombros sufren frecuentes enfermedades degenerativas y atrofias a causa de los anillos de bronce. Ultimamente proliferaron los casos de adolescentes que ven con desagrado esas tradiciones de sus ancestros, y que con el apoyo de las autoridades políticas de Myanmar- se niegan a acatarías.

Lo que parece más difícil es pretender quitarse los collares de bronce ya instalados por años: decenas de testigos juran que los frágiles y delgadísimos cuellos se quiebran como barras de manteca apenas se los libra de su rígida armazón. Otros estudiosos han afirmado, sin embargo, que la musculatura puede recobrar muchas veces su tono aunque al cabo de un proceso rehabilitador que es toda una tortura. Se supone que, en esos casos, las Padaung practican alguna técnica para posibilitar la transición. ¿De dónde surgió esta obsesión por extender el cuello hasta que duplique su tamaño? Una leyenda que se remonta al siglo XI, cuando la mayor parte del territorio birmano se unificó en el llamado Reino de Pagán, pretende que los Nagas o míticos dragones que habían ayudado a enfrentar al invasor mongol serían los auténticos antepasados del pueblo padaung; los largos cuellos evocarían los de aquellos dragones protectores. Más realista suena la versión que el etnólogo Litmar Sachs, de la universidad germana de Heidelberg, recogió en 1974 de boca de un grupo de ancianas Padaung: la "mujer jirafa", que con frecuencia debe desplazarse para atender a la subsistencia grupal por las áreas más próximas a la selva, gracias a su escudo metálico está relativamente resguardada del traicionero ataque de los tigres que acechan en los árboles. Inclusive, los aros abarcarían también alguna porción del tórax. Una tercera leyenda dice que las doncellas Padaung, hartas de ser bestialmente secuestradas por los príncipes feudales Shans que hacían sentir su prepotencia en el oriente de la vieja Birmania, recurrieron al estiramiento de sus cuellos para tornarse indeseables. Es decir, como una increíble forma de protesta.

Habría sido una de las más antiguas -y crueles- batallas feministas de que se tenga noticia Pese a lo cual esos mismos barones feudales fueron antaño los proveedores del bronce, a cambio de mijo, maíz, soja y cerdos. Cuando las jóvenes Padaung llegan a la pubertad, los varones las cortejan con cantos y danzas y las visitan en sus chozas de bambú al caer el sol. De cualquier modo son los padres quienes arreglan el matrimonio, que es todo un pacto comercial: una novia puede valuarse en 600 Ayats; se suele

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exigir el pago en monedas de plata, resabios del pasado colonial británico. Sufriendo siempre la peor parte de una seguidilla de guerras civiles que llevan ya más de cuatro décadas, así como una serie de discriminaciones culturales y sociales, las "mujeres jirafa" dudan hoy entre abandonar las espirales metálicas o usarlas como un medio extra para paliar la miseria. En efecto, desde hace un cuarto de siglo el gobierno de Rangún abrió el turismo a zonas anteriormente vedadas, cómo la montañosa Loikaw. También en los campos de refugiados padaung -muchos de ellos, del lado tailandés los turistas pueden enfrentarse hoy, cara a cara, con estas mujeres:luciendo los collares que brillan como víboras de oro a lo largo de sus cuerpos, ellas saben que ser un mito les garantiza -al menos- un par de comidas al día.

EN EL PAIS DE LOS PAPUES

Están orgullosos de vivir como en la Edad de Piedra, pero pueden asombrar con gestos de exquisita cortesía; por ejemplo, construir con rapidez una vivienda para algún explorador blanco que los visite. Se comprende: muchas tribus papúes jamás vieron a un humano de raza blanca. Entonces, lo honran como a un dios o... se lo comen. Aunque esta última forma de agasajo ya casi ha desaparecido. Lo que permanece intacto entre todos los grupos papúes es su fe en un universo mágico, la particular relación que mantienen con sus dioses y espíritus, o los rituales en honor de los muertos o para iniciar a los jóvenes en la adultez. También, la gran laboriosidad de hombres y mujeres -en muchos casos, el sexo dominante- para dominar a una naturaleza tan dura como la furia de una divinidad. Y, como contraparte, la elaboración de máscaras y ornamentos de belleza incomparable cuyo secreto se transmite de padres a hijos; es el arte malangan, que simboliza la continuidad de la vida en un mundo tutelado por las ánimas. El hábitat de esta raza es el vasto continente llamado Oceanía; exactamente, en la isla Nueva Guinea, segunda en el mundo por su tamaño -800 mil kilómetros cuadrados- después de Groenlandia. Nueva Guinea está situada en la Melanesia, una de las cuatro regiones de Oceanía. El estrecho de Torres la separa de Australia, al sur. Es la mayor de un archipiélago de 600 islas que incluye a las Bismarck, a parte de las Salomón y las Louisiade. Limita con el océano Pacífico al norte, el mar del Coral al sur, el de Arafura al sudoeste y los de Bismarck y Salomón al este. Su eje es la cadena montañosa Maoke, cuyo máximo pico es el Jaya, de 5.030 metros. Las temperaturas fluctúan desde los 30 grados o más en el llano, a los 15 grados hasta el bajo cero en las alturas.En el sector oriental de esta isla se extiende Papúa-Nueva Guinea, un caleidoscopio de razas y montañas altísimas que fracturan el territorio. En esas tierras altas se concentra la mitad de la población, de espaldas a todo lo que pueda oler a civilización. Ex colonia australiana, Papúa-Nueva Guinea goza de independiente desde 1975, aunque sigue perteneciendo al Commonwealth (Comunidad Británica de Naciones); su capital es Port Moresby. Alberga a 3.500.000 pobladores, en su mayor parte de origen melanesio; además del inglés, pidyin y motu, hay otras 700 lenguas, nada menos. Los indígenas se hacinan con frecuencia en viviendas erguidas sobre postes o en lo alto de los árboles, para resguardarse de las inundaciones; sus techos de palma a dos aguas se levantan por delante, dejando ver una abertura como el bostezo de un cocodrilo. Allí habitan amplios grupos familiares: cada hombre con todos sus parientes y, ante todo, con sus cuatro o cinco esposas. Allí duermen los papúes sobre esterillas, allí atesoran sus trofeos de guerra y los cráneos de los antepasados. La porción occidental de Nueva Guinea es Irían Jaya; un estado que fue colonia holandesa y es desde 1963 provincia de Indonesia; lo pueblan 750 tribus papúes. Su capital: Jayapura. La vida en este sector dista de ser fácil; habitualmente los cultivos deben realizarse en terrazas montañosas, tan escarpadas que los agricultores tienen que asirse del suelo con una mano y sembrar con la otra. Aquí sobreviven algunos de los últimos caníbales del planeta. Algo es indudable: los papúes conforman una cultura tan exótica y única como sus maravillosas aves del paraíso. O como esos zorros voladores que planean de árbol en árbol. O como el sonido del corroboree, una música enloquecedora que brota de cuernos de madera y calabazas bajo la mirada del shamán o hechicero. Pero los pocos antropólogos y exploradores europeos que recorrieron el país papúa no contemplaron sólo maravillas. Desafiaron el azote de los monzones; vadearon ríos preñados de cocodrilos, ratas de agua y serpientes gigantes; se columpiaron sobre precipicios sobrecogedores; se hundieron hasta la cintura en pantanos, bajo diluvios tropicales... Tanta proeza tuvo un premio: convivir con una de las etnias más asombrosas que subsisten en el mundo.

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Suponga el lector que, para ganar una apuesta, se decide a atravesar toda Irian Jaya, desde -por ejemplo- Binamzein o Agats en el sur, hasta Jayapura en el norte. Irá sumergiéndose en un túnel del tiempo, capaz de transportarlo hasta miles de años antes de Cristo, hasta los primeros pobladores, Polino-papúes, Malo-papúes, y Protomalasios. Esos tres enormes troncos son la raíz de los melanesios que pueblan los dos sectores en que divide la isla de Nueva Guinea. Históricamente, quien se animaba a cruzar Irian Jaya debía transitar una región central muy grata, a excepción de dos "detalles": estaba infestada de caníbales, y roza el cielo a 2 mil metros de altura. La travesía obligaba a internarse por el alto valle del río Baliem, de 72 kilómetros de longitud y donde moran cien mil nativos; era conocido -precisamente- como "el valle caníbal": con posterioridad las autoridades indonesias pacificaron a tribus papúes enteras, consiguiendo desanimar la antropofagia pero no erradicaría. Los temibles caníbales duna habitan hacia el norte; al pie del Monte de las Estrellas, un gigante de 4.581 metros. Utilizan arcos, flechas y hachas de granito; llevan los cuerpos desnudos, tapizados de pies a cabeza con barro y grasa de cerdo, un animal sagrado que sólo se come en épocas preestablecidas y merece más cuidados que un hijo: no es raro que la mujer le dé de mamar antes que a su propio bebé. El robo de uno de estos animales solía desencadenar sangrientas guerras tribales que sólo concluían con la captura del ladrón, quien era devorado en sesión pública. Pero hoy es poco probable toparse con los caníbales, radiados a las tierras altas del sur. Más fácil es hallar a los pacíficos danis, agricultores que en sus terrazas de la montaña cultivan la caña de azúcar, la patata, el pepino, el plátano y el jengibre. Si se pega un salto hasta Papúa-Nueva Guinea, podrán descubrirse los rastros de la religión más antigua del mundo: el animismo. Como ha señalado el estudioso papú-neoguineano John Alexander Kolia, el animismo "era una religión organizada en función de las necesidades del grupo y de las exigencias de unos espíritus que, con alguna finalidad misteriosa, animaban el comportamiento y la estructura de la flora, la fauna y el reino mineral". La diversidad cultural es enorme y, sin embargo, la tradición y los complejísimos rituales igualan a estas tribus; tanto si se trata de una mujer kiwai cubierta totalmente por hierbas espinosas para indicar su viudez, como de adolescentes de Orokolo vestidos con las sorprendentes máscaras kovave: hojas de palma de los hombros hacia abajo, y hacia arriba las curiosas cabezas con picos de pato. La tradición late en los bailarines tolai de Nueva Bretaña Oriental, como en las danzas típicas sing-sing. Aunque este mundo mágico se ha diluido tras la irrupción del cristianismo, en muchas áreas conserva su fuerza. Por ejemplo, en el poblado de Hedeman a orillas del río Tagan, dentro del territorio de Papúa-Nueva Guinea, donde viven los huli, que hasta no hace mucho se dedicaban a comerse al prójimo. Adornados por pelucas en forma de banana y trenzadas con siemprevivas, untan cara y tórax con esmalte multicolor y con la grasa que protege de la helada.A años-luz de las comodidades que proveen los centros turísticos de Ambua Lodge o Mount Hagen, el poblado de Hedeman no se diferencia demasiado de otros: una veintena de casas de lianas y bambú esparcidas en circulo y rodeadas por el bosque en la montaña, del que asciende la niebla. En el centro, la mansión cónica del jefe, investido por los "pétalos sagrados" que se pegan al aceite del cuerpo y con la nariz atravesada por una varilla curva de hueso. Sólo a una orden suya dará comienzo el baile de los huli, comparable a una serie de explosiones frenéticas pero perfectamente sincronizadas de gritos y saltos. Dura hasta la caída del sol.

En toda la isla, una de las más añejas ceremonias es la construcción de canoas, ahuecando el casco largamente mojado en el mar y ornándolo luego con motivos religiosos. Si no queda bien, el dios se enfurecerá. Pero más aún impresiona la Haus Tambaran o Casa de Hombres: un santuario lleno de máscaras, cráneos y efigies que es a la vez parlamento, templo y sede de reuniones. Allí se rinde culto a los espíritus de la tribu. Es usual que los tribeños se congreguen desnudos bajo una cascada, para recibir la bendición del dios Dema, protector de aguas y alimentos. Y que así preparados, asistan a un rito de iniciación: varios adolescentes, previamente aislados durante dos semanas en la casa de los jóvenes, serán dejados otra semana más sin ropas ni víveres en medio de la jungla. A su retorno, han de celebrarse los bailes iniciáticos de toda la tribu. Por fin, los jóvenes permanecerán largos meses en la casa de los espíritus, a salvo de la lujuria. Si incurrieran en pecado, se vengaría el dios de las cosechas, Djámara... Al alba, algunos hombres parten hacia el mercado, a "comprar mujeres" a cambio de lechones y plumas de aves del paraíso. Ellas cultivarán y cuidarán el ganado, y hasta combatirán junto a sus hombres; éstos se dedicarán a cazar. Entre ciertas tribus, como la feroz dom, es costumbre secuestrar mujeres por la fuerza a una tribu rival. Sea como fuere, la mujer es fiel a su marido, y al morir éste guarda luto un año: pasado dicho lapso le pone el ornamento luctuoso a un cerdo, "traspasándole" de tal modo su pena.

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Pero el broche de oro lo constituyen las ceremonias malangan en las que los danzarines se cubren con máscaras de ojos saltones y ocultos en armazones de aspecto terrorífico, mientras otros nativos tocan sus largas flautas de más de dos metros, y un anciano eleva una voz que representa a los antepasados. Al cabo de varias horas de baile, máscaras y trajes son quemados: los muertos quedan contentos. La vida puede seguir su curso.

OTROS PUEBLOS

Un ritual abrasador Todos los años, entre el 25 de diciembre y los primeros días de enero, la diosa hindú Draupadi es homenajeada fervorosamente por los fieles de la isla de La Reunión (posesión francesa en el Oceáno Indico, con rango de departamento de ultramar). Buscando el favor espiritual o material de la deidad, los creyentes atraviesan, con sus pies desnudos, un largo camino de brasas incandescentes. Durante los 18 días previos a lo ceremonia, los fieles se preparan física y espiritualmente. En esos prolegómenos, luego del trabajo cotidiano, los futuros caminantes se reúnen o las seis de la tarde en el templo donde, bajo la guía de un sacerdote, rezan durante largas horas. Concluida esta actividad comen, deben observar estrictamente uno frugal dieta vegetariana y tienen prohibido el alcohol. Uno vez de vuelta a sus hogares duermen en el piso, separados de sus esposas yo que también deben practicar la abstinencia sexual.El canto del primer gallo marca el inicio de la ceremonia. Comienza a cavarse una zanja de 5,30 metros por 2,45 de ancho y 45 centímetros de profundidad. La imagen de la diosa Droupodi, ornamentada especialmente para la celebración, se coloca al frente y mientras se prepara el fuego el sacerdote y los fieles van al río a purificarse. A las once de lo mañana comienza una procesión. La abren los tambores seguidos por los caminantes vestidos con largas túnicas blancas, amarillas o anaranjadas. Cuando regresan al templo el número de concurrentes ha aumentado en forma considerable, el sol del verano tropical abraso y alrededor de lo zanjo, el color es infernal. Los tambores redoblan frenéticamente sobre el murmullo continuo de lo multitud. Sacerdote y caminantes se detienen ante el foso y ante una señal, todo queda en silencio. El sacerdote avanzo a paso lento, mientras lo multitud lo contemplo en un silencio sobrecogedor. Los caminantes lo siguen de a uno, los rostros tensos, bañados en sudor. Algunos lo hacen rápida y nerviosamente aunque la mayoría mantiene lo calma. Cruzan tres veces y al terminar los espectadores besan sus pies que, como por milagro, no muestran quemadura alguno. Yo es de noche, y alrededor de los mesas se toma la última comido con que finalizo el rito. Entre risas y bromas los comensales especulan con quiénes serán los que, en un año más, se animarán al temerario y agotador acto religioso.

El pueblo elefante Los animales domésticos, en la pequeño aldea de Taklang, al sur de Tailandia, ocupan un lugar preponderante en lo vida de la gente. Pero los 150 familias que allí habitan no se conforman con albergar en su coso o perros, gatos o hamsters: a ellos les resulto mucho más simpático tener un elefante. Los pobladores de Taklang, en efecto, se enorgullecen de contar entre su población con 78 paquidermos a los que consideran miembros sagrados de su sociedad. Las cosas de la villa tienen uno ventana especial para que los elefantes puedan asomar su trampa. Se los baña dos veces al día, saben jugar al fútbol o bailar al son de lo música y hubo casos de elefantes que llegaron a hamacar o los bebés en sus cunas. Es común también que observen el trabajo de sus dueños e incluso Tan Bai, el elefante del jefe de la aldea, pasa largas horas frente al televisor.

Nadie puede, en esa aldea tailandesa, maltratar a un elefante. Es un delito catalogado entre las más graves, que hasta suele castigarse can la muerte del acusado. Pero no todo es rito y amor en lo vida de estos paquidermos. En realidad, la domesticación de elefantes tiene fundamento en su utilización como bestias de carga. En amplias regiones de Asia, los elefantes han provisto desde hace siglos buena parte de lo fuerza de trabajo. En la zona de Toklang su principal fajina consiste en acarrear troncos talados de los bosques vecinos. Lo vida con estos animales está teñida de religiosidad, toman parte en numerosos ceremonias budistas y la memoria de las paquidermos muertos es venerada. La captura de los animales se destoco por la ausencia de métodos violentos y en ella participan entre 50 y 60 animales domesticados. Antes de emprenderlo se invoco a los espíritus para que bendigan a cada cazador y se leen augurios en los cabezas de gallinas. Usando o los elefantes domesticados como señuelo poro atraer o los salvajes, los cazadores esperan que lo presa levante una pato, lo enlozan y comienzan a perseguirlo. Cuando el animal está exhausto, la atan o un grueso árbol, la alimentan y le hablan. En

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algunos semanas el animal está en condiciones de ser conducido al poblado donde integrará lo familia del domador.

El baño de un gigante Puntualmente, la cita se repite, desde hace siglos, cada doce años. En esas ocasiones, cientos de miles de fieles jain -la religión fundada por el Bhagwan Mahavir 500 años antes de Cristo se reúnen en Shavanabelagolá, en el sur de la India, para participar, o aunque más no sea presenciar, la espectacular ceremonia de Mahamastakabhisheka, el baño de la inmensa estatua de Bhagwan Bahubali. Erigida en el año 981 de nuestra era, la estatua de 17,37 metros de altura tallada en una sola pieza de granito, representa al príncipe que desistió de luchar con su hermano por el reino que les legara su padre. Y son justamente la no violencia, el desprecio por todo lo material y un rígido vegetarianismo los preceptos fundamentales de los jain. Esta religión, minoritaria en la superpoblada India, tiene apenas 3 millones de adeptos entre quienes existen grandes diferencias. La ceremonia del baño es la culminación de un festival que dura 17 días y recuerda un carnaval por los disfraces, desfiles y representaciones que se desarrollan. Subir al andamio levantado a 18 metros de altura para ungir a la estatua con alguno de los 1.008 cuencos preparados es un caro privilegio al que acceden sólo los fieles de mejor posición económica. Para determinar quiénes serán los elegidos en los días anteriores a la celebración se subasto el derecho a vaciar cada recipiente sobre la mole de granito. Los peregrinos adinerados llegan a pagar hasta 12.500 dólares para hacerse acreedores a semejante honor. Llegar a la cúspide también es riesgoso ya que quienes deseen bañar a la gigantesca imagen deben ascender hasta el andamio por una estrecha escalinata tallada en la roca. Sólo los ancianos o los personajes muy importantes son izados en una silleta hasta la cima. A las once de la mañana se vierte el primer jarrón y a lo largo del día, con cada baño la estatua se viste de distintos colores. Hay baños de leche, agua azafranada, sándalo, cúrcuma, alcanfor, jugo de caña de azúcar, leche de coco y otros elementos. En cada baño los que pudieron pagar el acceso al escenario que rodea las colinas Indragir donde se levanta la monumental estatua de granito, recogen el liquido que llega a los pies de la estatua en pañuelos, fuentes o directamente lo toman con sus manos. Otros tantos miles que temprano treparon a las colinas de Chandragin, ubicadas enfrente, se conforman con poder ver y ovacionar el espectáculo desde lo alto. Los asistentes llegan desde remotas regiones de la India y en algunos casos la misma peregrinación hasta el lugar es todo un auto de fe. En la última ceremonia de este milenio, realizada en diciembre del año pasado, un grupo de monjes desnudos caminó durante 60 días para recorrer los 1.500 kilómetros de camino entre su monasterio en Rajashtan y Shavanabelagola. Pero hubo aún un caso de mayor devoción: el protagonizado por una familia de diez afganos que, a lomo de mulo, atravesaron inmensos desiertos y escarpadas cordilleras, a lo largo de cinco meses, para llegar hasta el santuario indio. La mitad de ellos pereció en el intento.

Los herederos de los mayas El fin de la brillante y melancólica civilización maya ocurrió aproximadamente en el año 900 de nuestra era, pero aún sigue intrigando a los investigadores. Las ciudades mayas, abandonadas por sus habitantes y en algunos casos cubiertas por la selva hasta bien entrado este siglo, son testimonio de una cultura compleja y rica, con conocimientos tan avanzados en matemática y astronomía que aún hoy resultan asombrosos. Extendido a lo largo y ancho de la península de Yucatán, en el norte de Guatemala y sur de México, este pueblo dejó un legado que sobrepasó los siglos de dominio colonial español y se mantiene, con algunas lógicas modificaciones, hasta nuestros días.Guatemala es el país con mayor porcentaje de indios puros de América Central, la mitad de sus diez millones de habitantes. Allí viven 22 grupos de origen maya que suman cuatro millones de almas. En México, dondeun tercio de la población es indígena pura, los descendientes de los mayas son alrededor de tres millones. En ambos países la vida no parece haber cambiado demasiado para ellos a través de los siglos. Viven en la región montañosa del Yucatán en poblados autónomos y, en muchos casos, autosuficientes. Básicamente se dedican a la agricultura de subsistencia en pequeñas parcelas de su propiedad o en terrenos comunales. Pero también los hay comerciantes, en puestos fijos en los mercados de los pueblos o como vendedores ambulantes denominados achimeros, y hábiles artesanos que con técnicas centenarias elaboran cerámicas, sombreros y tejidos. En materia religiosa los costumbristas, que practican los ritos

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prehispánicos mezclados con algunos elementos del catolicismo, son mayoría. Los sacerdotes nativos son guías espirituales que ofician de adivinos, curanderos, casamenteros e intermediarios en situaciones de crisis o conflicto con los poderes sobrenaturales o el prójimo. Son expertos en el manejo del calendario ritual maya o tzolkin, de 260 días divididos en 13 meses, distinto del solar con que se medía el tiempo. De él interpretan el significado de los días y formulan horóscopos y presagios. El día más importante del año ritual es el Guajxaquip Batz, el primero del calendario religioso y el más propicio para comunicarse con los dioses, exculparse y dar gracias por todo lo recibido de la tierra. A la ceremonia, que se inicia la tarde del día anterior, concurren miles de fieles. También practican el culto a los antepasados a quienes recurren para emprender cualquier actividad. Ellos vigilan el comportamiento de los vivos e imponen sanciones. Los días 1 y 2 de noviembre, de Todos los Santos y Todos los Muertos, son las fechas más importantes de este culto que entroncó con las celebraciones católicas. Los santos son objeto de un culto al que la Iglesia califica de fetichista y dan nombre a pueblos y accidentes geográficos de los que se "adueñan". Visitar algunos de los poblados de mayos modernos es una especie de viaje al pasado precolombino. Todavía hoy, en los poblados chamulas de México, los turistas son encerrados en la prisión local por haber hecho las odiosas fotografías que seapropian del alma de los hombres. Algo similar ocurre en algunas aldeas de Guatemala, con la diferencia de que aquí la autoridad del lugar, generalmente un anciano, "juzga" al intruso fotógrafo, quien debe pagar una "multa" por su delito.

Los incas contemporáneos Desde el sur de Colombia hasta el centro de Chile y noroeste de la Argentina se extendían las fronteras del imperio incaico. Y es en estas regiones, sobre todo en Perú y Bolivia, donde habitan los descendientes de los antiguos incas que siguen usando el quechua como lengua cotidiana. Desde Cuzco, la antigua capital, partieron los conquistadores incas para unificar y organizar su imperio andino. Muy cerca de ella se levanta Machu Picchu, la ciudadela fortificada que fue redescubierta el 24 de junio de 1911. Cada año, días antes de esa fecha, desde todos los rincones del Perú llegan al lugar hombres y mujeres, niños y ancianos que por miles colman el lugar para presenciar la moderna dramatización del Intiraymi, la antigua fiesta del sol. El oficiante eleva su brazo derecho ofreciendo una copa de chicha sagrada al Padre Sol. Luego con un solo tajo del Tumi de oro, el cuchillo ceremonial, abre un tajo en el pecho de la llama negra, saca el corazón con sus manos y lo ofrenda al astro, dios supremo. El público presencia el acto comiendo choclos y papas asadas. En los días anteriores sacaron a los santos de la catedral de Cuzco y marcharon con ellos en procesión por los barrios de la vieja capital incaica. La ceremonia católica no es más que un remedo del rito de sus antepasados que recorrían con las momias de sus emperadores las calles de su ciudad capital a la que consideraban con orgullo el "ombligo del mundo". Más de cuatro siglos y medio de evangelización cristiana, iniciada con el desembarco de Pizarro al mando de 180 aventureros, no lograron impedir que la mayoría de los descendientes de los incas continúen adorando al sol. Para ellos Cristo es el hijo del sol martirizado por los españoles, la Virgen Maria es su madre y su cetro es en realidad la barra de oro que arrojada a las profundidades del lago Titicaca diera comienzo al mundo. A ellos siguen ofreciendo sacrificios de llamas tal como los hicieron sus antepasados a sus antiguos dioses. También las celebraciones de Todos los Santos y Todos los Muertos, en los primeros días de noviembre, están entre las más importantes del año. En ellas cada cementerio se convierte en escenario de fiestas multicolores a las que concurren todas las familias de cada poblado. Las tumbas son lavadas o pintadas en los días anteriores y cada grupo familiar visita a sus muertos llevándoles flores, chicha y sus comidas preferidas preparadas en su honor. La costumbre recuerda prácticas incaicas en que los muertos eran enterrados con sus objetos personales, bebida y comida para él largo viaje que emprenderían. Las actividades cotidianas en la zona andina no difieren mucho de las que se desarrollaron en el pasado durante siglos. Aún se mantiene el cultivo en terrazas escalonadas que forman ángulos fantásticamente empinados y permite el aprovechamiento de las laderas de las montañas. Antes de sembrar maíz, papa y legumbres se abona el terreno con estiércol de llama y se limpian los centenarios canales de riego. El labriego horada la tierra con la taclla, el bastón de sembrar que inventaran sus ancestros. En los valles cálidos se cultiva la coca, cuyas hojas se mascan para combatir el efecto de la altura y que desempeña un importante papel en las ceremonias religiosas. Las llamas y alpacas proporcionan carne y lana, pero también son usadas como bestias de carga y su estiércol, además de ser abono, es un importante combustible. En la zona del lago Titicaca, compartido por Perú y Bolivia, los habitantes viven principalmente de la pesca. Viven desde tiempos inmemoriales en islas artificiales construidas con totoras, los juncos originarios de la zona, y del mismo material construyen las rústicas

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embarcaciones con que se movilizan sobre el lago. Estos pescadores no se toman el trabajo de aprender a nadar, porque el agua del lago es tan fría que quien caiga en ella donde no haga pie estará paralizado por los calambres en unos pocos minutos. Si bien la lengua común en toda la zona andina es el quechua, esto no fue siempre así. Los conquistadores españoles en su necesidad de unificar y organizar administrativamente los nuevos territorios, impusieron una lengua única. Algo similar ocurrió con la vestimenta. Luego de la rebelión de 1780 los indígenas fueron obligados a cambiar sus prendas por otras en el mismo estilo que las utilizadas por los campesinos españoles, adaptadas al clima de los Andes.

La Edad de Piedra en el siglo XX En 1971 la comunidad científica mundial se conmociono. En la cerrada y húmeda selva de Tasaday, al sur de Mindanao, en Filipinas, un cazador nativo tomó contacto con un grupo humano hasta entonces desconocido. Los tasaday, como fueron bautizados, vivían en pleno siglo XX en condiciones equivalentes a las del paleolítico inferior. La tribu habita en cavernas y no conoce la agricultura ni la caza. Para vivir simplemente toman lo que la selva circundante les ofrece. Su menú se compone de frutas, flores, semillas, brotes de palmera y bambú que comen al paso, en el sitio mismo donde los encuentran. Sólo llevan a sus cuevas las bananas, el biking, un tubérculo similar al ñame y pequeños animales acuáticas como ranas, cangrejos y peces que asan envueltos en hojas de orquídea o tubos de bambú. Para encender el fuego utilizan el método más primitivo que existe: hacen girar una varilla velozmente sobre una corteza de árbol hasta que la fricción genero una pequeña brasa. La herramienta más importante para la búsqueda de alimentos es el kalub, una varilla afilada que les sirve para cavar. Usan también pequeñas hachas de piedra para cortar brotes y troncos de banano, ramas para leña o romper las nueces de betel. En ningún caso estas herramientas se toman como armas, ya que desconocen las peleas y en su vocabulario no existe la palabra guerra. Entre ellos jamás hay riñas, pues todos los conflictos que se suscitan en el seno de la sociedad se dirimen a fuerza de diálogo y, en última instancia, acatando la decisión, inapelable, de un anciano líder que hace las veces de juez. A diferencia de la mayoría de las sociedades primitivas, los tasaday carecen de ritos fúnebres: se limitan a dejar a sus muertos en la selva cubriéndolos con hojas y ni siquiera se han planteado la posibilidad de la existencia del alma u otra vida después de la muerte. Recién a partir del contacto con el exterior supieron que podían matar animales mayores, a quienes siempre consideraron sus amigos, para alimentarse. Incluso en sus cuevas conviven con aves, murciélagos y arañas sin incomodarse mutuamente. Además del uso culinario con que las aprovechan, las hojas de orquídea constituyen la única vestimenta que, a manera de taparrabo, llevan tanto hombres como mujeres. No lo hacen por una cuestión estética, sino simplemente para proteger sus genitales de las sanguijuelas. Aunque carecen de organización social son estrictamente monógamos, evitan la promiscuidad y comparten con todos los integrantes de su comunidad la comida. Sus niños son criados con delicadeza y amor ya que entre este grupo humano no existen los castigos.

Los hombres más pequeños del mundo Los pigmeos configuran uno de los grupos más primitivos del planeta y aunque generalmente se los identifica como habitantes de Africa, también existen tribus de estos individuos, que no superan el metro y medio de estatura, en otros continentes. Además de los bosquimanos que habitan el desierto de Kalahari en el sudoeste de Africa y los babinga del Africa ecuatorial, existen tribus en Nueva Guinea, entre las que se destacan los duna y los huli, que son caníbales, y también en América. La sierra de Perija, escondida en medio de la selva colombiana, es el territorio donde se asientan los yukos, una tribu pigmeadescubierta hace 400 años por los españoles. En agudo proceso de extinción, este grupo humano apenas cuenta con 350 integrantes. La mayoría de las tribus de pigmeos la conforman nómades que viven de la caza y la recolección. La excepción son los pigmeos bativa, habitantes de la región del lago Kivu en la frontera entre Zaire y Ruanda, que son hábiles agricultores, alfareros y apicultores. El nomadismo y la reverencia religiosa que sienten por la selva, donde obtienen sus alimentos y de acuerdo con sus creencias moran los espíritus que los protegen, dificultan el eventual proceso de cambio de estás comunidades primitivas. La agricultura, que constituye el primer paso en el desarrollo de los pueblos, es difícil de insertar entre quienes defienden orgullosamente una forma de vida que se mantiene exactamente igual desde tiempos inmemoriales.

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Pastores que hacen la guerra En el extremo norte de Kenia, una tribu de origen nilótico contradice la imagen pacífica que generalmente se atribuye a los pastores. Son los turkana, grupo nómade que cada tres o cuatro semanas cambian de lugar de residencia como una forma de alejarse de los cruentos episodios que con frecuencia se generan a su alrededor. Amantes de la guerra, matan y son muertos por enemigos de otras tribus, y aunque entre ellos mismos la violencia es muy frecuente, raras veces es fatal. Reservan sus afilados lanzas para los combates con sus vecinos hostiles y las rencillas internas las resuelven en interminables disputas con palos y látigos. Tan extraño es que un turkana asesine a otro que cuando esto ocurre identifican ese año como aquél en que tal persona mató a tal otra. Pero aunque no lleguen a matarse, discusiones y peleas son constantes a punto tal que consideran una buena definición de hombre pacífico al integrante de la tribu que sólo golpea a su esposa. Desde la más tierna infancia los integrantes de esta tribu dedican buena parte de sus días a los ejercicios de lucha y dicen de si mismos, con orgullo: "Los leones y las hienas tienen más miedo de nosotros que nosotros de ellos".

Los luchadores de la montaña Emparentados con los turkana por su origen nilohamitico y considerados hermanos de los masai, los samburu son otra belicoso tribu del norte de Kenia. Viven bastante más allá de Thompson Falls, última localidad con algún interés turístico hasta donde llega el camino asfaltado, un poco más al sur del territorio que ocupan los turkana. De gran altura y porte -característica común a todos los nilóticos-, sus principales armas son los escudos de cuero y las lanzas con las que enfrentan a sus vecinos cuando éstos se aproximan con intenciones de robarles su ganado. Dedicados al pastoreo nómade o semi-nómade, los samburu son conocidos porsu postura altiva y aguerrida. Sus mujeres demuestran cierto sentido de la coquetería que se hace evidente en los collares, brazaletes y tocados de cuentas de colores que llevan en todo momento. Por otra parte son excelentes tejedoras que elaboran paños de vistosos diseños y coloridos utilizados en la confección de sus ropas. En esta región montañosa la sabana se extiende y trepa por las laderas cubriéndolas de vegetación que es aprovechada por grupos de samburus como terreno de pastoreo A 2.500 metros de altura, los escasos visitantes occidentales que llegan hasta la región se asombran al ver que tanto los hombres como las mujeres de la tribu están vestidos con un simple paño hasta la cintura, como si no sintieran el frío propio de esa elevada meseta. Existen versiones que señalan a los samburu como antiguos y privilegiados testigos de ciertos momentos de la historia de la humanidad. La hipótesis señala que probablemente hayan tenido contacto con los romanos, que bajo el mando del cónsul Cornelius Gallo exploraron el territorio africano a comienzos de la era cristiana en busca de las fuentes del Nilo.

Umabatha: el Macbeth zulú La nación zulú, en una época el pueblo guerrero más famoso de toda Africa, posee en su historia experiencias tribales que se asemejan en mucho a las luchas por el poder presentes en el Macbeth, de Shakespeare. Tanto es así que Welcome Msomi, un joven escritor zulú, tomó al clásico como base para producir Urnabotha, una obra dramática auténticamente africana que marca un especial punto de unión entre las culturas occidentales y africanas. En ella no es la actuación sino la danza y el canto las principales formas de expresión a través de las cuales los 52 actores nativos que la interpretan ponen en escena toda la fuerza combativa característica de los zulúes. En Umabatha, el autor ha tratado que los nombres de los personajes fueran reproducidos lo más fielmente posible. Así Macbeth es Mabotha; Banquo es Bhangane, Duncan es Dangane y Malcolm, Mekiwane. El fantasma de Banquo se convierte en el Tokiloshe, un espíritu zulú del mal, y lady Macbeth es Kamanonsela, una mujer que vivió en la época del gran guerrero zulú Shaka y que fuera conocida por su implacable ambición. Aunque siempre se

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representó en idioma zulú, sus espectadores asisten a un drama humano universal que no necesita traducción.

Batalla de lanzas contra fusiles Recién tras seis meses de batallas y escaramuzas uno de los ejércitos más poderosos de la tierra logró la derrota de los feroces guerreros zulúes. Fue en 1879, Inglaterra era el imperio británico y su bandera flameaba en los cinco continentes. Así y todo en enero de ese año el primitivo ejército del entonces imperio zulú derrotó a los invasores en Isandlwana provocando 800 muertos entre sus filas. El mes de julio marcó el fin del imperio zulú que ocupaba la mayor parte de Africa sudoriental, desde el río Liepopo hasta la Ciudad del Cabo, incluyendo Natal, Basutoland y extensas regiones del Transvaal y Orange. Fundado a principios de siglo, había impuesto su dominio sobre sus vecinos y guerreado continuamente con los bóers holandeses que se habían establecido en Sudáfrica. El último levantamiento zulú tuvo lugar en 1906, comandado por el jefe Bamantha, y resultó un baño de sangre para los suyos. Desde los años 70 los zulúes fueron confinados en Natal, donde actualmente vive la mayoría de los seis millones que integran su nación. Son la etnia más populosa de la región. Aún hoy la combatividad de los zulúes está presente en cada una de sus ceremonias. Su espíritu guerrero parece despertar cuando recuerdan en sus cánticos la lucha de sus antepasados y con sus danzas reproducen las pasadas hazañas bélicas. En estas representaciones mensajeros anuncian a los jefes actuales un triunfo ficticio sobre los colonizadores extranjeros. Los hombres de cada poblado siguen entrenándose en la lucha y los más hábiles son capaces de acertar con sus lanzas en una caja de fósforos desde quince metros de distancia. Luego de sus guerras contra los colonizadores europeos los zulúes perdieron muchas de sus riquezas; eran ganaderos y agricultores, y hoy dependen en gran medida de su trabajo en campos manejados por blancos o de sus empleos en las ciudades. Actualmente los zulúes participan de la apertura política que se vive en Sudáfrica a través del partido lnkhata. Implantado en todos los estratos sociales y con un millón de afiliados, dispone de estructuras paramilitares, los Amabatho, que hacen posible pensar en el regreso de estos temibles guerreros.

Los cazadores de leones En la región occidental de Kenia y Tanzania habitan los masai, un pueblo que durante todo el año se traslada de un lugar a otro en busca de pasturas para sus ganados. Su sociedad está estructurada en grados diferenciados por grupos de edad, cada nivel dura quince años y en todos ellos los hombres son considerados ilmurran (guerreros). Este escalafón comienza con el de guerrero menor, guerrero adulto, elder (maestro) menor y gran maestro cuyo título otorga prerrogativas de tipo político: sus poseedores, en efedo, están habilitados para tomar decisiones por toda la tribu. Cada una de estas agrupaciones dura hasta que muere el último de sus miembros. En el pasado, antes de asentarse en una aldea, los guerreros se emplastaban la cabeza con una mezcla rojiza de ocre y barro. El coraje de los guerreros masai fue comprobado por muchos viajeros occidentales que presenciaron sus cacerías de leones a los que enfrentan apenas armados con lanzas. Aunque los masai están divididos en estas castas guerreras, su sociedad es igualitaria, y nunca tuvieron esclavos. Sus aldeas, pobladas por casas de barro cubiertas de estiércol, albergan entre cuatro a ocho familias y están situadas dentro de círculos de maleza espinosa que actúa a manera de defensa para protegerlos del ataque de tribus enemigas.

El caso de los judíos negros Los historiadores aún no se han puesto de acuerdo: ¿cuál es el origen de los falashas, los judíos negros que llegaron a fundar un reino propio e independiente dentro de Etiopía que perduró hasta el siglo XVII? Miembros de una tribu hamítica de piel oscura -los agau-, los falashas habrían adoptado la religión hebrea influidos quizá por un cercano asentamiento judío que existía en Elefantina, Alto Egipto, entre los siglos VI a IV antes de Cristo. Otras investigaciones afirman que su fe les llegó a través del Yemen. El Rabinato Central de Israel los reconoció en 1973 como descendientes de la tribu de Dan, perdida desde el año 722 antes de Cristo, cuando los asirios provocaron la caída del reino israelí, pero esta hipótesis es severamente cuestionada por algunos historiadores. Tradiciones y leyendas los señalan como fruto de la

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unión entre el rey Salomón y la reina de Saba, aquella que según la Biblia llegó en elefantes a Jerusalén para formular al rey sabio algunos interrogantes. Lo cierto es que desde aquellas remotas épocas en que los falashas contaban con un reino de 250.000 habitantes (hoy, su número se calcula en 28.000), la incógnita se mantiene. Con la pérdida de su independencia los judíos etíopes se convirtieron en una minoría pobre y despreciada por sus vecinos que vive dispersa en 500 puntos de la región montañosa del noroeste de Etiopía. Son aldeanos dedicados a la labranza y las artesanías cuya existencia e historia se conoció en el mundo occidental recién en el siglo XVIII por intermedio del explorador James Bruce. Aunque los falashas desconocen el idioma hebreo, sus creencias se basan firmemente en la Biblia. La leen en guezo, una antigua lengua etíope, y son escrupulosos observantes de las leyes de higiene, alimentación y del calendario judío. En la década pasada, debido a la hambruna que castiga al territorio etíope, miles de falashas emigraron a Israel.

Shiítas: de la sangre al barro. Todos los años, durante el mes de Moharram -equivalente musulmán del enero gregoriano-, miles de iraníes se congregan en las calles para celebrar una ceremonia estremecedora. La Ashura, tal su nombre, teatralizo una sangrienta escena de la historia islámica. Es la conmemoración del martirologio de los descendientes de Ah, el discípulo de Mahoma cuyos preceptos rigen la secta shiita a la que pertenece el noventa por ciento de los iraníes. Encadenados, flagelando sus cuerpos, perforando sus brazos y piernas con agujas, la multitud grita enardecida al unísono. Por sobre sus cabezas, en una especie de angarillas, cargando con imágenes de los mártires hechas de paja y cubiertas de sangre verdadera, los fieles musulmanes marchan en procesión rumbo a la gran mezquita. Un desfile multitudinario del que participan generalmente los musulmanes más jóvenes: se necesita tener un muy buen estado atlético para soportar las cuatro a cinco horas de marcha sin interrupción que suele realizarse en un radio de diez kilómetros en torno a la mezquita. En tan prolongado lapso, los fieles deben caminar sin ingerir líquido ni alimento alguno, a un ritmo de marcha que no decae en ningún momento. El origen de esta tradición se remonta al siglo IX de nuestra era, pero el más espeluznante rasgo de esta ceremonia ha cambiado a partir de la última celebración. El uso de la sangre que brotaba de las heridas de los participantes exponía a todos los que estuvieran en contacto con ella al riesgo de contraer graves infecciones. Por este motivo las autoridades religiosas de Teherán prohibieron la flagelación y decidieron que en reemplazo de la sangre se utilizara barro. Ellos mismos se encargaron de distribuir entre la muchedumbre toneladas de lodo que de ahora en más representará a la sangre. Así y todo, el espectáculo sigue siendo sobrecogedor.

La alucinante marcha de los huicholes En México, dispersos por la sierra norte de Jalisco y el este de las montañas de Nayarit, viven 50.000 alucinados. Son los huicholes, aborígenes que hacen del peyote, un pequeño cacto alucinógeno de efectos comparables al LSD, el eje de sus vidas. Para conseguirlo los varones huicholes abandonan una vez al año sus poblados para marchar cuatrocientos kilómetros hasta Real de Catorce, en San Luis Potosí. Para ellos ese lugar es Wiricuta, el ombligo del universo, el lugar de nacimiento de los dioses y hacen todo el camino, de ida y vuelta, caminando. La ingestión del peyote produce náuseas, cefalalgia y angustia seguidas de un estado de euforia en el que se producen alucinaciones, en especial visuales y cromáticas. A nivel psíquico produce sensaciones de inmaterialización, desdoblamiento de la personalidad y abstracción del tiempo y el espacio. Para los huicholes todo esto no es otra cosa que entrar en contacto con sus dioses y sus muertos. El viento se vuelve una voz cantarina, el sol no brilla ni quema, hombres y animales hablan el mismo idioma y con suerte aparece el venado azul que conduce a los hombres a hablar con los dioses. Tatewari, el Abuelo Fuego, protege a los huicholes y existe desde antes que el sol, que por eso es Padre. Junto a la Madre Tierra, las Tías lluvia y mar, los hermanos maíz y peyote, son sólo las deidades más importantes entre las centenares que integran el panteón huichol. Y son los motivos principales representados en las flamas, tapices realizados para propiciar el favor de los dioses en las cosechas, la Cría de animales, la caza y la pesca. Realizados balo los efectos del peyote, con diseños ondulantes y colores refulgentes, las namas constituyen una forma de arte primitivo y actual a la vez. Su poder de síntesis y efecto óptico han ejercido una poderosa influencia en el arte y el diseño gráfico mexicano contemporáneos.

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Asia: el opio de los pueblos La porción norte de Tailandia y algunas zonas apenas más allá de sus fronteras con China, Laos y Myanmar (ex Birmania) son territorios habitados por un conjunto de pueblos para los cuales la cultura del opio es parte importante de sus vidas. Son los Yao, Akha, Lahu, Lawa, Miao y Lisu, que desde tiempos inmemoriales están familiarizados con esa drogo. Culturalmente próximos entre sí, sus vidas transcurren de manera sencilla. Habitan en cosas de madera o bambú donde se destaca un pequeño altar para el culto a los antepasados. Sus vestimentas también son similares y es frecuente el uso de tocas entre las mujeres. Para la mayoría de estos pueblos el opio es más que nada un producto comercial, pero para los Akha y los Miao es más que eso. Los hombres y las mujeres Akha, famosos también por alimentarse de los perros que los acompañan durante su nomadeo, fueran continuamente las características pipas. Por su parte, los Miao lo utilizan por sus poderes alucinógenos y en algunos casos como calmante ante el dolor. En ambos casos reservan una parte para el consumo personal y venden el resto a comerciantes que se acercan a la región.

AINOS: Pueblo de 15.000 almas que habita la isla de Hokkaido, en el norte de Japón. Están en extinción por asimilación con el medio. Mongoloides para algunos, australoides para otros, su origen es discutido. Son animistas y rinden culto al oso.

AMERICO LIBERIANOS: Descendientes de los esclavos libertos norteamericanos que colonizaron Liberia, en Africa. Cqnstituyen la clase dominante e impusieron costumbres occidentales a las demás etnias que allí habitan.

APACHES: Antiguos habitantes del territorio norteamericano desde el estado de Arizona hasta el norte de México. Actualmente los 11.000 integrantes de este pueblo viven confinados en tres grandes reservaciones.

CAJUNS: Norteamericanos francoparlantes, viven en la ribera occidental del río AtchafaLann, afluente del Lousiana. Descienden de colonos franceses establecidos en 1755 en la zona y mantienen su lengua y costumbres.

CALDEREROS: Minoría nómade de Irlanda Viven en carromatos similares a los gitanos y como éstos predicen la fortuna, compran y venden cosas usadas o negocian caballos. Su origen es impreciso.

CANíBAL: Voz derivada de caríbal, nombre con que Colón denominó a los indios caribes que encontró al descubrir America. Desde entonces se usa para calificar a cualquier antropófago.

DRUSOS: Una de las sectas religiosas más enigmáticas de Oriente. Suman 134.000 fieles, repartidos entre Siria, Líbano e Israel. Su religión deriva del Islam aunque no reconocen al Corán ni a su profeta. Su precepto fundamental es guardar los secretos de su fe. Se dice que son descendientes de los antiguos cruzados.

FEROE: Grupo de más de 20 islas en el Atlántico Septentrional donde habitan 50.000 descendientes de los vikingos, conservando tradiciones y costumbres. En su mayoría son luteranos y sus principales actividades son la pesca y la caza de gaviotas.

GUAJIROS: La península de Guajira, entre Colombia y Venezuela, es su hábitat.Es uno de los mayores grupos tribales de Sudamérica. Fundamentalmente son ganaderos y equiparan a sus animales con el hombre. Matar a una vaca es crimen grave, robarla es equivalente a una violación.

Explotan también las salinas de la zona. Su sociedad es matriarcal y se estructura en 30 grandes grupos familiares llamados castas.

HOTENTOTES: Habitan en Namibia y Sudáfrica como pastores nómades, aunque parte de ellos se adaptaron a la vida urbana. Ven a las vacas y ovejas un significado mítico. Sus dioses poseen llamativas similitudes con los de la mitología escandinava.

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JIVAROS: Suman 5.000 y viven en Perú y Ecuador en las laderas orientales de los Andes. Famosos por reducir la cabeza de sus enemigos, creen que de esta forma anulan la venganza de su espíritu.

KURDOS: De este pueblo existen referencias desde la época de los asirios y sumerios. Descienden de los Kardukai, poseen un espíritu guerrero e independiente y habitan el Kurdistan, la conflictiva región compartida por Siria, Turquía, Irán, Irak y Armenia. Son musulmanes sunnitas.

NENTSIS: Son los mayores criadores de renos del mundo, 30.000 almas dispersas entre el Mar Blanco y el río Yenisei en Siberia Occidental. Crían sus animales, cazan y pescan desde hace siglos Convertidos al cristianismo a fines del siglo pasado, mantienen también tradiciones paganas.

OTAVALOS: Originarios de la provincia ecuatoriana Imbabura, son famosos en toda América por la calidad de sus tejidos. Adaptaron sus habilidades a la economía moderna convirtiéndose en prósperos comerciantes. Se consideran descendientes directos de los incas y son aristócratas entre los indígenas de país.

PITCAIRN: Isla del extremo oriental de la Polinesia poblada en 1789 a raíz del famoso motín de la fragata Bounty. Allí llegaron 9 marinos ingleses rebeldes, y mujeres y hombres polinesios que fundaron una comunidad que llegó a tener 250 habitantes. Las mujeres tienen rasgos polinesios y los hombres ingleses. Los actuales habitantes hablan un inglés plagado de términos bíblicos.

SIOUX: Antiguos dueños de las praderas de América Norte, actualmente viven en reservas de Dakota del Norte del Sur. No forman una sola tribu, sino que se dividen en varias con distintos lazos de parentesco.

VUDU: Culto animista origen africano. El término deriva de vodum en el idioma Fon y significa a la vez dios, espíritu y objeto sagrado. En Haití designa creencias y prácticas religiosas de la isla donde interviene la magia negra.