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FILOSOFÍA EXTRAORDINARIO UVM-Campus Hispano BACHILLERATO CUATRIMESTRAL Página 1 de 29 UNIVERSIDAD DEL VALLE DE MÉXICO CAMPUS HISPANO BACHILLERATO CUATRIMESTRAL GUÍA DE EXAMEN EXTRAORDINARIO DE FILOSOFÍA CLAVE BACH9675 SEXTO CUATRIMESTRE Elaboró: Lic. Jesús Eduardo Vázquez Arreola CONOCIMIENTO PREFILOSÓFICO Desde la Antigüedad el hombre ha buscado explicar los fenómenos que le rodean, por qué ocurren y para qué. Gracias a ese esfuerzo tuvo la posibilidad de desarrollar diferentes explicaciones que, llegado el momento, han sido superadas por otras. Veamos enseguida los tipos de saberes que ha construido a lo largo del tiempo. Pensamiento mágico: Los primeros seres humanos que habitaron sobre la faz del planeta no tenían más preocupación que procurarse sustento y abrigo. A medida que se adaptaban al medio, y gracias a la agudeza de sus sentidos, seleccionaron los lugares más seguros para vivir. Con el paso de los años, comenzaron a preguntarse cuál era el origen de los fenómenos que observaban. De forma posterior a este hecho, advirtieron que un fenómeno antecedía a otro, que todo parecía tener una causa y un efecto; pero también fue el momento en que pensaron que los fenómenos y los objetos poseían algún poder sobrenatural. Este fue el inicio del pensamiento mágico. El saber mágico se relaciona con la idea de que las cosas que nos rodean tienen poderes sobrenaturales, pero también con la de que ciertos objetos construidos por el hombre, por medio de diversos rituales, pueden adquirir esa condición, como amuletos, fetiches o talismanes. Así, la primera forma de tratar de explicar al mundo fue a través de la magia, de tal modo que la lluvia, el trueno, el Sol, la tierra, los animales y todo cuanto existía, tenían un poder que iba más allá de este mundo. Pensamiento mitológico: El pensamiento mágico fue el intento inicial que el ser humano efectuó para tratar de explicar el mundo en que vivía; pero con el paso del tiempo éste resultó insuficiente, sobre todo a partir de que nuestros ancestros concluyeron que los fenómenos naturales representaban la voluntad de fuerzas o espíritus superiores. Entonces, pasamos del pensamiento mágico al mítico, que el filósofo Augusto Comte, en su Ley de los tres estadios, describió como pensamiento teológico politeísta. Entonces se pensaba que seres divinos crearon el mundo y dominaban cada fenómeno en particular. De esta manera, el cielo, la Tierra, el inframundo y el mar se poblaron de dioses y diosas. Estos relatos eran conocidos como mitos, palabra que proviene del griego antiguo muthos (relato). Por tanto, la mitología (muthologia) era originalmente la simple narración de relatos que se aceptaban como verdaderos y no se discutían, ya que si esto ocurría se provocaría la “ira de los dioses”. Los mitos se transmitían en forma oral o escrita, de generación en generación. Tratan acerca de la creación del mundo (cosmogónicos), el origen de los dioses (teogónicos), del ser humano (antropogónicos) del surgimiento de seres, cosas, técnicas e instituciones (etiológicos), del origen del bien y del mal (morales), fundacionales (de ciudades) y escatológicos (fin del mundo). Los mitos explicaban aquello que el hombre no entendía; con base en ellos pudo forjarse una idea de los misterios de la vida y la muerte, de cómo gracias a las hazañas de los dioses, el mundo (cosmos) llegó a existir, ya sea en su totalidad o sólo una parte de él —un ser vivo, fenómenos naturales o los mismos dioses—; cómo se han creado las cosas, cómo comenzaron a ser. Ejemplo de lo anterior es la obra Teogonía, de Hesíodo (siglo VIII a.n.e.), en la que narra los orígenes mitológicos del mundo y los dioses. Lo que ocurría en el mundo, sin excepción, se debía a ellos; el hombre mismo estaba sujeto a su voluntad. Este hecho queda demostrado en los inicios de la tragedia griega, en las obras de autores como Esquilo (VI-V a.n.e.) y Sófocles (V a.n.e.), presididas por los dioses que deciden el destino de la humanidad.

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FILOSOFÍA EXTRAORDINARIO

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UNIVERSIDAD DEL VALLE DE MÉXICO

CAMPUS HISPANO

BACHILLERATO CUATRIMESTRAL

GUÍA DE EXAMEN EXTRAORDINARIO DE FILOSOFÍA

CLAVE BACH9675 SEXTO CUATRIMESTRE

Elaboró: Lic. Jesús Eduardo Vázquez Arreola

CONOCIMIENTO PREFILOSÓFICO

Desde la Antigüedad el hombre ha buscado explicar los fenómenos que le rodean, por qué ocurren y para qué. Gracias a ese esfuerzo tuvo la posibilidad de desarrollar diferentes explicaciones que, llegado el momento, han sido superadas por otras. Veamos enseguida los tipos de saberes que ha construido a lo largo del tiempo.

Pensamiento mágico: Los primeros seres humanos que habitaron sobre la faz del planeta no tenían más preocupación que procurarse sustento y abrigo. A medida que se adaptaban al medio, y gracias a la agudeza de sus sentidos, seleccionaron los lugares más seguros para vivir. Con el paso de los años, comenzaron a preguntarse cuál era el origen de los fenómenos que observaban.

De forma posterior a este hecho, advirtieron que un fenómeno antecedía a otro, que todo parecía tener una causa y un efecto; pero también fue el momento en que pensaron que los fenómenos y los objetos poseían algún poder sobrenatural. Este fue el inicio del pensamiento mágico.

El saber mágico se relaciona con la idea de que las cosas que nos rodean tienen poderes sobrenaturales, pero también con la de que ciertos objetos construidos por el hombre, por medio de diversos rituales, pueden adquirir esa condición, como amuletos, fetiches o talismanes. Así, la primera forma de tratar de explicar al mundo fue a través de la magia, de tal modo que la lluvia, el trueno, el Sol, la tierra, los animales y todo cuanto existía, tenían un poder que iba más allá de este mundo.

Pensamiento mitológico: El pensamiento mágico fue el intento inicial que el ser humano efectuó para tratar de explicar el mundo en que vivía; pero con el paso del tiempo éste resultó insuficiente, sobre todo a partir de que nuestros ancestros concluyeron que los fenómenos naturales representaban la voluntad de fuerzas o espíritus superiores. Entonces, pasamos del pensamiento mágico al mítico, que el filósofo Augusto Comte, en su Ley de los tres estadios, describió como pensamiento teológico politeísta. Entonces se pensaba que seres divinos crearon el mundo y dominaban cada fenómeno en particular. De esta manera, el cielo, la Tierra, el inframundo y el mar se poblaron de dioses y diosas.

Estos relatos eran conocidos como mitos, palabra que proviene del griego antiguo muthos (relato). Por tanto, la mitología (muthologia) era originalmente la simple narración de relatos que se aceptaban como verdaderos y no se discutían, ya que si esto ocurría se provocaría la “ira de los dioses”. Los mitos se transmitían en forma oral o escrita, de generación en generación. Tratan acerca de la creación del mundo (cosmogónicos), el origen de los dioses (teogónicos), del ser humano (antropogónicos) del surgimiento de seres, cosas, técnicas e instituciones (etiológicos), del origen del bien y del mal (morales), fundacionales (de ciudades) y escatológicos (fin del mundo).

Los mitos explicaban aquello que el hombre no entendía; con base en ellos pudo forjarse una idea de los misterios de la vida y la muerte, de cómo gracias a las hazañas de los dioses, el mundo (cosmos) llegó a existir, ya sea en su totalidad o sólo una parte de él —un ser vivo, fenómenos naturales o los mismos dioses—; cómo se han creado las cosas, cómo comenzaron a ser. Ejemplo de lo anterior es la obra Teogonía, de Hesíodo (siglo VIII a.n.e.), en la que narra los orígenes mitológicos del mundo y los dioses. Lo que ocurría en el mundo, sin excepción, se debía a ellos; el hombre mismo estaba sujeto a su voluntad. Este hecho queda demostrado en los inicios de la tragedia griega, en las obras de autores como Esquilo (VI-V a.n.e.) y Sófocles (V a.n.e.), presididas por los dioses que deciden el destino de la humanidad.

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Pensamiento religioso: Con el paso del tiempo surgió la idea de que en lugar de varias divinidades había solo un creador, quien actuaba y determinaba todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Lo que pasa en el mundo no es consecuencia de la veleidad de los dioses; todo cuanto acontece, así como el destino del hombre, está sujeto a un ser todopoderoso. Se sabe que el faraón egipcio Amenofis IV o Akhenatón (1372-1354 a.n.e.) introdujo el culto a Atón, el dios único,4 pero fue por breve tiempo. Es posible que los hebreos hayan recibido esta influencia durante su estancia en Egipto, y que Moisés haya tomado esta idea para pregonar el dios de los judíos.

El caso es que con el pensamiento teológico monoteísta surgió la religión (del latín religare: re-ligar, acercar al hombre con la divinidad), que ocupó un lugar muy importante en la vida del ser humano. Pero el grado de abstracción al que llegó el pensamiento ante la idea de un dios único se debe, en parte, a la integración de ciertos aspectos, propios de los pensamientos mágico y mítico; esto porque Dios es el creador del mundo (mito) y puede interceder a voluntad, alterando el curso de la naturaleza a través de los llamados milagros (magia), factores decisivos que influyen para que el hombre busque no contrariarlo e intente ganar sus favores.

Cuando el hombre inventó la religión, su capacidad intelectual ya había evolucionado mucho, pues a la par de esta había desarrollado otros conocimientos en el campo de las matemáticas y astronomía, hecho que demuestra una mentalidad crítica y analítica propia de un pensamiento cada vez más abstracto que conduciría a la reflexión filosófica la cual, como veremos enseguida, se caracteriza por el intento de comprender el mundo sin recurrir a explicaciones sobrenaturales.

ORIGEN DE LA FILOSOFÍA OCCIDENTAL

El origen de la filosofía occidental se sitúa en la Antigüedad con los griegos, que en el año 600 a.n.e. vivían en ciudades-Estado llamadas polis. Tenían una religión politeísta antropomorfa; se dedicaban principalmente a la agricultura y el comercio marítimo, siendo este último el que les permitió establecer contacto con otras culturas asentadas a las orillas del mar Mediterráneo y en el Medio Oriente. El intercambio cultural y su visión práctica de la vida propiciaron la elaboración de nuevas explicaciones sobre la naturaleza y el ser humano, que hasta entonces solo se habían abordado de acuerdo con la concepción propia de los mitos.

Entre los siglos VII y V a.n.e., los griegos experimentaron un gran desarrollo económico, político y sociocultural. En el ámbito económico, la abundante mano de obra de los esclavos se reflejaba en la producción de mercancías que circulaban por una amplia red comercial marítima. El intercambio favoreció el contacto cultural entre los pueblos de la región; por ejemplo, supieron del descubrimiento del hierro y la aplicación de las matemáticas en los negocios, lo que dio como resultado la acumulación de la riqueza por parte de los comerciantes, nobles, sacerdotes y gobernantes, quienes empezaron a disponer de tiempo suficiente para dedicarse al estudio de la naturaleza.

Otro de los factores que influyeron para el surgimiento de la filosofía griega fue la adopción del alfabeto fenicio a finales del siglo VII a.n.e., hecho que colocó la lectura y la escritura al alcance de una mayor parte de la población, propiciando el desarrollo del pensamiento abstracto y, con ello, el fin del monopolio que los sacerdotes tenían sobre el saber.

Contrario a lo que se piensa, la filosofía tuvo su origen en las colonias griegas de Asia Menor, específicamente en Mileto,6

ciudad-Estado que se localizaba en las costas orientales del mar Mediterráneo, en la actual Turquía. En el siglo VI a.n.e., era el principal centro distribuidor del mar Egeo y el puente de intersección del comercio entre los pueblos que habitaban en las riberas del mar Mediterráneo, Asia Menor, Egipto y Mesopotamia.

La ciudad, además de ser un activo puerto marítimo, estaba habitada por poblaciones políglotas, y un número importante de sus integrantes sabía leer y escribir. De hecho, los milesios fueron uno de los primeros pueblos en acuñar monedas, un acontecimiento significativo porque presupone un mayor grado de abstracción, que desempeña una función importante en el desarrollo del pensamiento filosófico por medio del establecimiento de un equivalente monetario para todas las mercancías.

Gracias al comercio, los griegos entraron en contacto con los centros principales del mundo civilizado: Egipto, Fenicia, Lidia, Persia y Babilonia. Como resultado de este encuentro conocieron e hicieron suyos los avances matemáticos y astronómicos de esos pueblos; de los babilonios aprendieron el arte de medir la Tierra, el uso del reloj de sol, el calendario y el conocimiento necesario para predecir eclipses; de los egipcios retomaron el año dividido en 12 meses; de los fenicios, el alfabeto; saberes que, en conjunto, les permitieron dar respuesta a sus propias necesidades, con lo que crearon una forma de pensar y una concepción del mundo únicas.

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Mientras los demás pueblos usaban el conocimiento como una forma de acercarse a sus divinidades, los milesios lo utilizaban para estudiar las condiciones climáticas, anticipar las mareas e interpretar las estrellas con el fin de ubicar las embarcaciones en el mar, las rutas marítimas y los puertos comerciales; es decir, con un sentido bastante práctico.

Fue así como durante el siglo VI a.n.e. en Mileto se presentaron las condiciones geográficas, políticas, económicas y socioculturales que permitieron el surgimiento de la filosofía.

DEFINICIÓN DE FILOSOFÍA

Tales, quien vivió en la ciudad de Mileto entre 640 y 546 a.n.e., es considerado el primer filósofo, pero al parecer, fue Pitágoras quien se atribuyó el título de filósofo, es decir: el que busca la sabiduría. Y de filósofo, surgió filosofía. La definición etimológica es la siguiente: philos, filos: amor, amante / sofós, sophía: sabiduría.

Por tanto, la definición etimológica de filosofía es “amor a la sabiduría”. En palabras de Aristóteles designa entendimiento y ciencia. De igual manera, philos, que es amigo o amante de este saber intelectual, puede aplicarse (a la manera de Platón) a aquella persona que desea saber o está ávido de ello; de tal forma que el filósofo no es el sabio pleno sino el que aspira, el que busca la sabiduría.

Desde el siglo VI a.n.e. y hasta el Renacimiento, la filosofía se ocupaba de todo el saber: lo mismo la naturaleza (fisis: phisis o natura) que la astronomía, las matemáticas y la política. El mundo en su totalidad era estudiado por la filosofía, hecho que se consigna en la definición formal que se atribuye a Aristóteles: Estudio de todas las cosas a partir de sus causas supremas, por medio de la luz natural de la razón.

CARACTERÍSTICAS DE LA FILOSOFÍA

La filosofía se ocupa de todos los campos del saber, es decir, tiene un carácter totalizador. Esta condición nos permite distinguirla de la ciencia, que solo se ocupa de una parte de la realidad, mientras que la filosofía pretende abarcar el todo de la realidad. De ahí que se le considere precursora o “madre” de todas las ciencias —tanto experimentales como sociales— porque surgieron de ella, e incluso aún las contiene.

Desde su construcción, la filosofía ha dedicado especial interés al estudio de todo aquello que se presenta como esencial para el ser humano y la naturaleza. Pero, sin duda, entre sus tareas relevantes destaca el deseo por averiguar cuál es el sentido de nuestra existencia y el principio de todas las cosas.

Sobre este tema, tanto Platón (428-348 a.n.e.) como Aristóteles (384-322 a.n.e.) señalaban que el pensamiento filosófico se originó por la capacidad de asombro, por la perplejidad que el hombre tiene ante la realidad que lo rodea, pero sobre todo por la toma de conciencia de sí mismo, que le lleva a formular preguntas sobre aquello que desea comprender. Si bien la capacidad de asombro puede encontrarse desde la aparición del pensamiento mágico y prevalecer en la mitología y la religión, cuando ocurre la transición del mito al logos y se inventa la filosofía, se prefigura lo que podríamos denominar asombro filosófico; este es el estado de fascinación que impulsa al hombre a buscar el conocimiento verdadero mediante el uso de la razón.

No obstante, el asombro filosófico, llamado thauma por Platón y Aristóteles, es algo más que admiración por el mundo; es la maravilla, el estupor atónito frente a lo desconocido, aquello que no puede comprenderse a partir de la magia, el mito y la religión. El paso siguiente es dar cauce al asombro; se formula entonces una pregunta, por medio de la cual se intenta dar respuesta al portento que se observa. Pero el thauma que se expresa por medio de preguntas no acaba en simples respuestas sino en un nuevo asombro; por este motivo, adquiere el carácter de arkhé, el cual sostiene y domina a la filosofía. El thauma movió a los primeros fi lósofos hacia el mundo; luego debieron formular preguntas cada vez más profundas a las que daban respuestas tentativas; es decir, creaban nuevas ideas sobre el mundo. Sin embargo, quizá notaron que el thauma se convierte en duda, es decir, se llega al punto en que la incertidumbre obliga a la reflexión del hombre sobre sí mismo, ya que debe examinar los conocimientos que construye y plantear la posibilidad de que lo que pensaba no era cierto. De acuerdo con esta perspectiva, Pirrón de Elis (360-270 a.n.e.) expuso la llamada “duda sistemática” o pirroniana, que niega la posibilidad de cualquier conocimiento. Más adelante, René Descartes (1596-1650) retomó el tema y expuso la duda metódica, en la que se propone la necesidad de dudar de la impresión de los sentidos como medio para buscar un conocimiento que sea absolutamente cierto.

A partir de lo anterior podemos concluir que el acto de filosofar es resultado, por una parte, de la conmoción total del hombre por tomar conciencia de sí y del mundo en que vive; pero también de su deseo por tratar de salir de ese estado de

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turbación. Por algo Platón y Aristóteles partieron de la admiración por la búsqueda de la esencia del ser; mientras que Descartes buscaba en medio de la serie sin fin de lo incierto, la certeza imperiosa.

DISCIPLINAS DE LA FILOSOFÍA

La filosofía se considera precursora de todas las ciencias, tanto sociales como experimentales y puras. Las disciplinas filosóficas son las siguientes.

Metafísica: Históricamente es el tema del que trata Filosofía primera, de Aristóteles. El término “metafísica” se atribuye a Andrónico de Rodas (siglo I a.n.e.), quien situó a la obra mencionada más allá de sus libros de física (Ta metá tà physikà: después de los libros de física) de Aristóteles. La tradición ha interpretado el hecho de ir después (metá) de la física en el sentido de un saber que va más allá de la física o del conocimiento de la naturaleza, en busca de principios y conceptos que expliquen el mundo físico. La metafísica pregunta por el ser que se encuentra por encima de la naturaleza, el ser de los entes; va más allá de la pregunta acerca de los fundamentos del ser y desemboca en algunos casos en la cuestión acerca de Dios en cuanto a ente máximo. Las preguntas que pueden formularse desde la metafísica son las siguientes: ¿Por qué hay ente y no más bien nada? ¿Quién es Dios? ¿Por qué el por qué?

Ontología: Deriva del griego on, ontos (ser o ente) y logos (estudio, ciencia, tratado de lo racional), por lo que su definición etimológica es “estudio del ser o ente”. En la actualidad se considera que la ontología es el estudio filosófico de todo lo que existe. Se ocupa de la característica más común de todo cuanto existe: el ser. Además, intenta responder a la pregunta acerca de lo que es necesario para que algo sea, es decir, la razón de que exista; y si hay diversas maneras de existir o ser. En términos de la retórica filosófica, algunas preguntas que buscan explicar lo que es o existe serían de carácter ontológico como: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué soy así? ¿De dónde viene el mundo? ¿Hay vida en otros planetas? ¿Por qué se originó la vida en la Tierra? ¿Cuál es la naturaleza de la realidad?

Lógica: La palabra “lógica” proviene de logiké, del griego logos o loghos (estudio, pensamiento o razón) e ica (relacionado con). Zenón de Citio (333-263 a.n.e.) la usó por primera vez para referirse al método de razonar y pensar que se atribuye a Aristóteles y se menciona en su obra Organon (instrumento). Es el estudio o la teoría de la razón y el pensamiento, sus formas y relaciones, para facilitar el raciocinio correcto y verdadero. Por tanto, comprende el análisis de los elementos del conocimiento (sujeto, objeto y representación mental), las representaciones sensibles e intelectuales, los pensamientos, operaciones o expresiones; la simple aprehensión, la naturaleza de los conceptos; las ideas y su división, las categorías, predicables esenciales y no esenciales, la definición, la división y el término. Entre las preguntas que intenta responder la lógica tenemos: ¿Con qué facultad captamos? ¿Qué es una idea o un raciocinio? ¿Qué diferencia existe entre idea y juicio? ¿Qué es el pensamiento?

Gnoseología: Del griego gnosis (conocimiento) y logos (estudio, pensamiento, tratado racional), teoría del conocimiento, es la disciplina que estudia el conocimiento en sí mismo como principio universal, lo que conduce al planteamiento de los grandes sistemas filosóficos. Por tanto, analiza el conocimiento en el ámbito de lo general, de las distintas respuestas que se han formulado a las interrogantes respecto a la naturaleza, del cosmos y del hombre mismo. En otras palabras, trata de los problemas del conocimiento, de las relaciones entre el sujeto y el objeto en el plano más general y abstracto. De acuerdo con esta consideración se ocupa de dichos problemas a la luz de su propia construcción, en especial de las relaciones entre sujeto-objeto y conocimiento. Le corresponde formular preguntas como: ¿Cuál es el objeto de estudio de la ciencia? ¿Cuáles son sus métodos y técnicas? ¿Cuáles son los principios teóricos de la ciencia? ¿Cómo conocemos?

Epistemología: La epistemología, del griego episteme (conocimiento) y logos (estudio, pensamiento, tratado racional), es la disciplina filosófica que estudia los problemas del conocimiento de una ciencia en particular. Designa, más que nociones generales de evolución, el estudio crítico de los principios, hipótesis y resultados de las diversas ciencias y está destinada a determinar su origen lógico, su valor y su alcance objetivo. Así cada ciencia formula una acción epistemológica en razón de la reflexión sujeto y objeto de conocimiento. Por ejemplo, son preguntas epistemológicas las siguientes: ¿Cuál es el objeto de estudio de la antropología? ¿Cuáles son sus métodos y técnicas de investigación? ¿Cuáles son los principios teóricos de las escuelas de interpretación antropológica? ¿Cuál es el enfoque que debe asumir el antropólogo al estudiar a las diferentes culturas?

Axiología: La axiología (del griego: axios, merecedor, digno, valioso, y logos, estudio, pensamiento, tratado racional) estudia los valores, en especial los morales. Se encarga de investigar el origen y naturaleza de los valores morales,

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estéticos, religiosos, jurídicos, políticos y económicos. Le corresponde formular las siguientes preguntas: ¿Qué es el bien y el mal? ¿Cuándo podemos hablar de que la conducta humana es buena o mala? ¿Cuáles son los valores más importantes para el ser humano? ¿Cuál es el fin de los valores?

Estética: La estética (del griego aisthetiké: sensación, sentimiento y to: objeto percibido) es una disciplina filosófica que estudia lo bello o la belleza en general y, de un modo especial, las condiciones con las que se percibe y crea lo bello, así como los criterios con que se valora. En la actualidad, incluye el estudio de los diversos fenómenos estéticos, como obras de arte, el sentimiento, la actitud y la valoración estéticos, de ahí que se le considere la teoría o fi losofía del arte. La estética realiza preguntas como: ¿Qué es la belleza? ¿Cuáles son los elementos que debemos considerar para definir la belleza? ¿Es agradable el arte? ¿Cómo saber si es bella la producción artística de Miguel Ángel, Pablo Picasso o Salvador Dalí?

Ética: Proviene del griego ethika (ethos: comportamiento o costumbre). Se enfoca en el estudio de los principios, pautas o valores que rigen el comportamiento humano en sociedad (moral). Algunas preguntas que podemos formular dentro de esta disciplina son: ¿Qué es moral? ¿Qué es correcto o incorrecto? ¿Por qué lo que es permitido en algunas sociedades, es sancionado en otras? ¿Por qué debo actuar de cierta forma ante una situación determinada? ¿Por qué cambian los principios y comportamientos?

MÉTODOS FILOSÓFICOS

La filosofía emplea diferentes métodos para explicar la realidad y producir conocimientos; pero es importante reconocer que estos adoptan diversas formas y procedimientos que obedecen a las posturas de cada época y autor; entre los más importantes podemos mencionar: Método socrático o mayéutica: La “mayéutica” es un término griego que designa el oficio de las comadronas o parteras. El uso filosófico se refiere propiamente al “arte de parir ideas” y fue introducido por Platón en el Teeteto para referirse al método usado por Sócrates (470-399), que consta de una serie de procedimientos basados en el diálogo y en la inducción para guiar a sus discípulos hacia el acceso al conocimiento; según Platón, Sócrates lo aprendió de su madre, que era comadrona. Pero mientras las comadronas ejercen su técnica para ayudar a las mujeres a dar a luz, Sócrates ejercía una “mayéutica mental”, ya que por medio de sus diálogos irónicos, interrogaba a sus discípulos con el fin de ayudarles a “alumbrar” ideas que él no había “engendrado”, sino que estaban ya en la mente de aquellos aunque no lo supieran; así, el proceso consiste en llevar al interlocutor hacia el descubrimiento de la verdad a partir de preguntas y respuestas, y del examen de las inconsistencias que se observan en estas últimas. La pregunta que se ha formulado y expresado con habilidad mediante el diálogo permite que el discípulo “dé a luz”, es decir, que genere sus propios conocimientos y construya un pensamiento crítico que le permita liberarse, en la peor de las formas, de ignorancia, que consiste en creer que se sabe algo cuando en realidad se desconoce.

Método hermenéutico: Deriva del griego hermeneuo o hermeneia (interpretar) y techné (arte o habilidad); puede traducirse como el arte de comprender o interpretar. Se refiere pues al arte de la interpretación de un texto para comprender su sentido; esto significa interiorizar un significado, es decir, autointerpretarse. Para Platón, la hermeneutiké alude a la técnica de interpretación de los oráculos o los signos divinos ocultos. En cambio, Aristóteles suponía que podía servir para otros temas que no correspondieran estrictamente a lo sagrado. En Peri hermeneias (Sobre la interpretación), Aristóteles analiza la relación entre la escritura y los pensamientos, y la relación de los pensamientos con las cosas. La hermenéutica trata de las proposiciones enunciativas y de los principios de la expresión discursiva. Debido a la influencia del pensamiento religioso, en especial judío y cristiano, la hermenéutica se consideraba un método de interpretación de los textos bíblicos; pero a partir de los siglos XVI y XVII se aplicó en los clásicos (latinos y griegos), jurídicos e históricos. Gracias al filósofo alemán Friedrich Schleiermacher (1768-1834), la hermenéutica como método adquirió relevancia como una teoría general de la interpretación y comprensión del texto, en la que el intérprete que interroga debe identificarse con el autor. A su vez, la interpretación no puede limitarse al mero entendimiento de textos, sino que es la comprensión del todo. Esta idea influyó en el historiador Wilhelm Dilthey (1833-1911), quien concibe la interpretación como el acto de comprensión de los textos tomando en cuenta el contexto histórico y cultural en que se escribieron; sólo así podemos entender el mensaje del autor y de la obra. Por su parte, Martin Heidegger (1889-1976) considera que la hermenéutica no es una forma particular de conocimiento, sino lo que hace posible cualquier forma de conocimiento. Esta idea fue retomada por Georg Hans Gadamer (1900-2002), quien a su vez muestra que no se puede comprender un texto sin un saber previo, describiendo esa comprensión como la fusión de distintos horizontes históricos.

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Método dialéctico: Proviene del griego dialégein (arte de conversar) y puede considerarse un método filosófico que se caracteriza por su lógica de la contradicción. Era conocido desde la Antigüedad, especialmente por Platón, quien lo definía como el conocimiento que surge de la lucha entre las opiniones. En sus primeros diálogos, la dialéctica aparece como el arte o esfuerzo de hallar definiciones con el método socrático de preguntas y respuestas. Posteriormente, la synagoge (reunión) y la diáiresis (separación) aparecerán como los elementos definidores de su dialéctica, lo que le permitió hacer una distinción entre la opinión (doxa), es decir, el saber adquirido por medio de los sentidos; y el conocimiento (episteme), que se logra después de que accedemos a las ideas o formas de la verdadera realidad. Friedrich Hegel (1770-1831) concibe al método dialéctico como la ciencia de la lógica que se basa en el supuesto de que tanto la realidad como el pensamiento contienen en sí la contradicción (negación) de un pensamiento o de una idea, los cuales se manifiestan en tres estadios o momentos sucesivos que tradicionalmente se identifican, según Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) como tesis (concepto o teoría), antítesis (contradicción, realidad) y síntesis (concepto superior o conocimiento obtenido) que vuelve a postularse como tesis, y así sucesivamente. Esto implica que lo que las cosas son y lo que los conceptos significan debe desarrollarse en un proceso que ponga de manifiesto el carácter dinámico y evolutivo del ser y del pensar.

Método cartesiano: El filósofo y matemático francés René Descartes (1596-1650) aplicó las matemáticas al estudio de la filosofía. A la par de ello sostuvo que el uso de la razón era el único camino para alcanzar el conocimiento científico y llegar a la verdad. Por este motivo propuso que la naturaleza funcionaba de acuerdo con leyes mecánicas. En 1628, Descartes comenzó a redactar las Reglas para la dirección del espíritu (1628), obra que deja entrever su conocida afirmación cartesiana de que, al menos una vez en la vida, conviene poner todo en discusión; el rechazo total de la filosofía escolástica y con ella, del aristotelismo. Es autor de un método deductivo para razonar, esencialmente matemático. Según Descartes, la ciencia ideal es aquella que primero justifica el método en el que se fundamenta, cuyos puntos fundamentales son la intuición, la deducción, la enumeración o inducción y la memoria o recuento de todos los pasos dados. En Discurso del método (1637) estudia el fundamento del conocimiento humano; se puede decir que con él aparece la epistemología o teoría del conocimiento como tema central de la filosofía moderna. Para Descartes existía un gran dilema: ¿Cuáles son las verdades que podemos conocer con certeza? Intentó responder a esta interrogante sin recurrir a la filosofía escolástica y aristotélica, a la que consideraba incapaz para satisfacer las exigencias científicas de su época. Como ya hemos señalado, se inspiró en las matemáticas para desarrollar un método que aportara certeza en todas las cuestiones. Llegó a la conclusión de que la búsqueda del fundamento parte de la duda. Menciona que es posible dudar de todas las percepciones de los sentidos, porque a veces engañan y, además, en ocasiones los hombres no saben si lo que les pasa es un sueño o están despiertos; por lo que la duda abarca no sólo una sensación determinada, sino la misma vida corporal en conjunto: puede que todo no sea más que un sueño. De esta enorme duda, llamada por Descartes “duda metódica”, asoma temporalmente una certeza: ni en sueños es posible dudar de las verdades matemáticas, según las cuales 2 y 3 suman 5 (también durante el sueño) y un cuadrado no puede tener más de cuatro lados. No obstante, la duda metódica de Descartes busca otra alternativa para esta situación: el genio maligno. Nadie nos dice que sea imposible estar sometidos al dominio de un dios maligno, “artero, engañador y poderoso” que nos confunda respecto a la certeza de las nociones matemáticas. Es decir, nuestra naturaleza puede ser tal que nos confunda cuando creemos entender que algo es verdadero o falso. También es posible, pues, dudar de la certeza de las matemáticas. Con todo, hay algo que escapa al poder del genio maligno y a la posibilidad misma de que la naturaleza humana funcione mal: si el dios maligno me engaña, existo; si me engaño a mí mismo, también existo. En resumen, la duda lleva a la conciencia de pensar, por lo que afirma: “pienso, luego existo” (cogito, ergo sum). El hecho de pensar, ya sea por intuición o por razonamiento inmediato, es una muestra de que existimos. Esta es la primera verdad que el método de la duda cartesiana permite hallar y es el inicio de la filosofía de Descartes, así como el fundamento de la filosofía racionalista moderna: la inmediatez de la propia conciencia o la subjetividad; de las ideas de las cosas se pasa inmediatamente al conocimiento de su existencia. Supone que el verdadero conocimiento es el que se efectúa mediante el pensamiento. Por ello, Descartes no admite que sean los sentidos los que nos permiten conocer la verdad del mundo. Sólo el entendimiento nos proporciona una idea clara y distinta de lo que sucede, y podemos tener la certeza de que existe un mundo material y cuáles son sus características esenciales. En su obra Discurso del método (1637) expuso las cuatro reglas fundamentales de su método:

Regla de evidencia. No se debe aceptar como verdadero sino aquello que se presenta con claridad y distinción; la evidencia es, pues, criterio de certeza; solo hay que aceptar como verdadero lo evidente. Regla de análisis. Hay que dividir en partes el asunto tratado con el fin de resolver las dificultades con mayor facilidad. Regla de síntesis. Hay que ascender gradualmente y con orden a lo complicado y difícil. Regla de enumeración. Hay que hacer enumeraciones y repeticiones para estar seguro de no haber olvidado nada.

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Método crítico-trascendental: El método crítico-trascendental o criticismo se relaciona con la propuesta de Immanuel Kant (1772-1804) de hacer que la razón se vuelva sobre sí misma para dar cuenta de sus propios límites y las condiciones en que se funda su validez, entre las que destaca sin lugar a dudas su objetividad.18 Este pensamiento se expone a lo largo de toda su obra. Según Kant, el método crítico somete a evaluación tanto la validez del conocimiento como sus implicaciones de carácter ético pero, ¿qué significa esto? Que su propuesta filosófica constituye un examen, un juicio o una crítica de las posibilidades de conocimiento de la misma razón; en concreto, de las capacidades de la razón humana para conocer algo. Al estudio de estas condiciones o posibilidades de conocimiento por medio de la razón, Kant lo denomina filosofía trascendental. La filosofía kantiana se denomina crítica, aunque solo representa la parte introductoria a su metafísica o filosofía sistemática, según Kant, quien pretende someter a examen a la razón humana para conocer su alcance y sus límites. En efecto, el objetivo principal de la filosofía crítica es revisar de manera sistemática los principios del conocimiento puro (a priori) con el objeto de decidir acerca de la posibilidad de una nueva metafísica, esto es, de una metafísica con carácter de ciencia. Éste será un aspecto fundamental de su filosofía, que inicia con un autoexamen, o autocrítica, y que corresponde claramente con el ideal del sapere aude (“atreverse a pensar por cuenta propia”). En relación con el conocimiento teórico, Kant se propuso investigar las condiciones que hacen posible un conocimiento puro, esto es, aquel que es posible al margen de toda experiencia. Sólo después de que la investigación crítico-trascendental fuera asumida como una labor propedéutica que hiciera posible edificar una nueva metafísica de la naturaleza, fundada sobre cimientos más sólidos, como resultado de la investigación crítica que la precede y dentro del ámbito de la razón práctica, se podría formular una moral pura, basada exclusivamente sobre principios racionales a priori. La ciencia está construida con base en juicios ciertos, universales, necesarios, de juicios a priori; nuestras sensaciones, nuestras aseveraciones cotidianas son, en cambio, juicios inciertos, particulares, contingentes, juicios sintéticos a posteriori. Entonces, puede notarse que en Crítica de la razón pura, Kant se dedicó a establecer la existencia de fundamentos a priori para los juicios que realizan las ciencias matemáticas y cómo pueden ser posibles en las físicas, con la creencia de que se produce conocimiento cierto cuando es científico, mientras que los límites del conocimiento humano están en la metafísica. Así, la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785) y la Crítica de la razón práctica constituyen obras propedéuticas destinadas a una investigación de los principios de la moral pura, que le permitieron enunciar el imperativo categórico, principio ético deontológico que establece de forma incondicional que un individuo debe actuar de tal forma que desee que su comportamiento se convierta en ley universal para que sea impuesta a los demás.

Fenomenología: Del griego phainómenon (lo que se muestra, lo que aparece) y logos (tratado, estudio racional), es un método filosófico propuesto por Edmund Husserl (1859-1938) con el que pretende describir el sentido de las cosas viviéndolas como fenómenos propios de la conciencia (nóema), que es entendida como el ámbito en el que se hace presente o se muestra la realidad. El método fenomenológico se efectúa mediante la sucesión de pasos que se presentan a continuación: 1. Reproducción fenomenológica: consiste en “poner entre paréntesis” (epojé o epokhé: detenerse), “reducir” o “suspender” el mundo objetivo para apropiarnos de nuestras vivencias y del universo de los fenómenos; es decir, ser parte de la propia subjetividad. Husserl denomina “actitud natural” a la creencia en la realidad del mundo que cuestiona si lo percibido es real, los supuestos teóricos que lo justifican y las afirmaciones de las ciencias de la naturaleza. El resultado de la epojé es el “residuo fenomenológico”, las vivencias o fenómenos de la conciencia, cuya estructura intencional presenta dos aspectos fundamentales: el contenido de conciencia (nóema) y el acto con que se expresa este contenido (nóesis). 2. Reducción eidética: la realidad fenoménica, por una libre consideración de todas las posibilidades que la razón descubre en ella, pierde las características individuales y concretas y revela una esencia constante e invariable. La razón pone entre paréntesis todo lo que no es fenómeno y, del fenómeno, todo lo que no constituye su esencia y su sentido, su forma o su idea (eidos): intuición o reducción eidética. De tal forma que la ciencia de estas esencias, y su descripción, es la tarea fundamental de la fenomenología. 3. Reducción trascendental: como resultado de la reducción fenomenológica no solo es la aparición de “lo que se da a conocer a la conciencia” (los nóemas), sino también el que todo “es conciencia” (nóesis); esta unión de nóema y nóesis configura la unidad de conciencia, o la subjetividad; esto es, el sujeto trascendental. De esta conciencia trascendental, surge el mundo conocido. 4. Mundo e intersubjetividad: en la conciencia está presente el mundo, porque de la misma manera que no hay conciencia sin sujeto tampoco la hay sin mundo. La fenomenología lleva, a través de los nóemas, al descubrimiento y análisis de los objetos del mundo (cosas, animales, psiquismos) y al descubrimiento y análisis de lo demás, los otros, como sujetos igualmente conscientes, con los que construimos intersubjetivamente el sentido del mundo o un mundo “común” para todos. La fenomenología según Husserl no es solo un método para llegar a una actitud filosófica sino la “ciencia de las esencias”;

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considera que todos los conceptos fundantes de los diversos ámbitos científicos deben ser hallados y elucidados, esto es, descritos a priori mediante el análisis fenomenológico.

FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS

La filosofía presocrática agrupa a los pensadores y las escuelas griegas de filosofía previos a Sócrates, aunque este término incluye en general también a los filósofos contemporáneos suyos, quienes siguieron las orientaciones teóricas que prevalecían desde los siglos VI y V a.n.e. Entre los autores presocráticos contemporáneos a Sócrates podemos mencionar a Tales, Anaxágoras, Anaximandro, Heráclito, Demócrito y Parménides, que escribieron tratados sobre la naturaleza (peri physeos). Los filósofos presocráticos fueron los primeros pensadores que transitaron desde el mito hacia el logos buscando interpretar el mundo alejados de la concepción mítico-religiosa, elaborando explicaciones racionales. Por ende, su filosofía se caracteriza por explicar el origen y el principio (arkhé o arjé) de todas las cosas, es decir, la sustancia primigenia de la que surgió el mundo y todo lo que se encuentra en él. Aunque todos ellos comparten este interés, no forman un grupo homogéneo. Por ejemplo, tenemos a los filósofos llamados “monistas”, que proponen una sola realidad originaria; mientras que los “pluralistas” postulan una variedad originaria de multitud de elementos o sustancias, independientes unos de otros e irreductibles entre sí, a partir de los que se explica la formación de la realidad. El monismo está representado por filósofos milesios como Tales, Anaxímenes y Anaximandro, por citar algunos; entre los pluralistas se encuentran Empédocles de Akragas, Anaxágoras de Clazomene y Demócrito de Abdera.

La escuela de Mileto fue formada por los tres pensadores jónicos que inician la filosofía occidental. El primero en preguntarse cuál era el origen de todas las cosas fue Tales, quien vivió en el siglo VI a.n.e en la ciudad griega de Mileto. Para él, lo que llamamos vida, alma o causa del cambio es algo inherente a la materia. Formuló la pregunta: ¿cuál es el principio o la causa de todas las cosas? Y se respondió a sí mismo que es el agua. Pretender que el agua es la causa de todas las cosas equivale a razonar de manera parecida al pensamiento mítico. Sin embargo, hay que notar que Tales habla del agua y no de un dios del agua. En un tiempo en que todo era designio de los dioses, Tales representaba el intento por comprender la coherencia de las cosas. Partiendo de esta idea explicó los sismos como movimientos del mar sobre el cual flotaba la Tierra. Sabemos que esto es erróneo, pero lo importante es que esto ya no se atribuye a Poseidón u otra divinidad. A partir de Tales se advierte el interés por explicar los fenómenos naturales a partir de causas ajenas a los dioses.

Respecto a Anaximandro (610-545 a.n.e.) podemos decir que fue contemporáneo de Tales y discípulo suyo. Igual que su maestro, nació en Mileto. Propiamente dicho, es el primer filósofo que se interesó por encontrar el arjé de la physis pero, contrario a Tales, ese principio no podía ser el agua ni algún elemento determinado sino una sustancia diferente que es infinita, de la que se generan los cielos y los mundos que hay en ellos. Por esto, sostuvo que era imposible determinar alguna sustancia en específico y concluyó que este es un principio infinito, amorfo, eterno, que denominó ápeiron (indeterminado, lo que no puede ser definido).

Por otra parte, Anaxímenes (586-525 a.n.e.) es el tercer filósofo presocrático de la escuela milesia. Discípulo de Anaximandro, apoya su idea de que existe un principio de todas las cosas, pero supone que éste no es indeterminado sino un elemento material concreto: el aire, que posee un carácter dinámico y proveedor de vida pese a su condición amorfa; de él proceden todas las cosas y en él se diluyen de nuevo.

La escuela pitagórica es una corriente filosófica presocrática que parte de las ideas atribuidas a Pitágoras de Samos (570-490 a.n.e.), el filósofo dorio que utilizó la palabra cosmos para referirise al orden que imperaba en el mundo. El pitagorismo propiamente dicho es el movimiento de investigación filosófica, matemática y mística desarrollada durante el siglo V a.n.e. por los discípulos de Pitágoras. Para los pitagóricos, la filosofía no tenía un fin puramente práctico, sólo contemplativo. Consideran a los números como el principio y la materia de las cosas, tanto del mundo material como del social; por tanto, suponen que la naturaleza de las cosas es una copia de los números, que ordenan el cosmos al delimitar lo indeterminado. Los pitagóricos creían que el conocimiento de los números era el conocimiento de las esencias y se esforzaban por descubrir la proporcionalidad inmanente de todo lo que existe en el mundo.

Heráclito (550-480 a.ne.) es el exponente más importante de la Escuela de Éfeso y el primero en plantear el problema de saber cómo es posible conocer el mundo. Afirmaba que el universo era inteligible debido a que estaba gobernado por un “pensamiento” o principio universal que regía, simultáneamente, la existencia y el conocimiento. Heráclito denominó a esta sabiduría logos que, como ya adelantamos podemos traducir como “razón” o “principio cósmico” que expresa la dinámica de la existencia. Ésta es como una ley universal que rige el mundo. En efecto, para Heráclito, existen sólo dos formas para conocer, una verdadera y otra falsa; la primera es a través del logos (razón), mientras que la segunda se apoya en los

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sentidos y en el mal entendimiento de ellos. Heráclito dio inicio al pensamiento filosófico que concibe al ser en devenir (cambio). La verdad se encuentra en un fl uir constante, nada es estático, todo cambia. Nada de cuanto existe es, con el paso del tiempo, igual a sí mismo. Afirma que ni en el mundo ni en nosotros mismos hay algo que pueda considerarse permanente, todo es un continuo fluir. No hay principio ni fin, únicamente existencia. Según Heráclito, la vida es como la corriente de un río: no podemos bañarnos dos veces en las mismas aguas.

Los planteamientos más importantes de la escuela eleática fueron desarrollados por Parménides (515-445 a.n.e.). Bajo la influencia de los pitagóricos, supone que el ser (lo que es, hay o existe) es inmóvil, eterno, no hay ningún cambio en general de la realidad, sin fin ni comienzo. Afirma que no existe ningún nacer (tránsito de no-ser a ser) ni perecer (tránsito de ser a no-ser). El verdadero ser, por el contrario, es como una esfera que descansa en sí misma, que no sufre ninguna transformación. Así, la inmutabilidad del ser está basada en el principio de identidad según el cual “lo que es, es, y lo que no es, no puede no ser”. Lo peculiar de su pensamiento coloca a Parménides en una posición nueva. Los filósofos milesios habían tratado de hallar la relación entre el ser (como fundamento estático de la existencia) y el devenir (que se observa en los fenómenos); Heráclito afirmó que el ser está en perpetuo movimiento, conectando ambos conceptos con su “acople invisible”. Ahora, Parménides declara que los dos se excluyen mutuamente y que lo único es el ser.

La escuela atomista fue iniciada por Leucipo (siglo V a.n.e.) y su discípulo Demócrito de Adbera. Los atomistas sostienen que la fuente del conocimiento del mundo es la percepción sensible y es preciso empezar por analizarla para darse cuenta de que, dividiéndola, toda la materia está formada por un número incalculable de partículas constitutivas primigenias indivisibles y microscópicas denominadas átomos (sin división), que se diferencian por su forma y disposición, y se mueven en círculos, eternamente en un vacío sin límites, de tal forma que nacer y perecer no supone otra cosa que mezclarse y disolverse en dichas partículas.

Empédocles estaba de acuerdo con Parménides acerca de la inmutabilidad del ser y la inexistencia del no-ser. Nada puede dejar de ser, puesto que el no-ser no es. Sin embargo, también aceptaba la tesis de Heráclito sobre el devenir, el perpetuo fluir y el cambio continuo. En su intento por complementar las dos posiciones afirmó que todas las cosas del universo están constituidas por cuatro principios: agua (Tales), aire (Anaxímenes), fuego (Heráclito) y tierra (Jenófanes), a las que denominó “raíces de todo” y cuya condición es eterna. El nacimiento de las cosas no es más que la unión, que ocurre por combinación de estos elementos (philía: amor) según diferentes proporciones, mientras que la muerte es su separación (neikos: tendencia a separar). No obstante, durante el proceso los cuatro elementos permanecen inalterables.

LOS SOFISTAS

El término “sofista” o “sofistas” (del griego sophia, maestros de la sabiduría) inicialmente en la antigua Grecia designaba a todos aquellos que buscaban la verdad; pero a partir del siglo V a.n.e. empezó a usarse para nombrar a los filósofos que deambulaban por las calles de Atenas enseñando una filosofía de carácter práctico por medio de la retórica a cambio de cierta remuneración económica. Los sofistas desarrollaron un tipo de filosofía práctica, según la cual no existe un saber seguro universalmente válido; en consecuencia se muestran partidarios de la relatividad y la subjetividad del conocimiento, abandonando la pretensión de verdad que caracterizaba a los demás filósofos. No pretenden convencer mediante argumentos, sino persuadir por medio de la retórica.

Protágoras de Abdera (485-411 a.n.e.) es uno de los sofistas más conocidos; se define a sí mismo como un maestro de la arethé (virtud). Piensa que la base de todo conocimiento es la subjetividad del ser humano; su tesis Pantom métron estín ánthropos, traducida como “El hombre es la medida de las cosas”; es conocida como el principio del homo mensura, que considera la reflexión sobre el hombre, sus sensaciones y su pensamiento como el núcleo de la filosofía.

Por su parte, Gorgias de Leontinos (485/490-391/388 a.n.e.) desarrolló un pensamiento nihilista (del latín nihil, nada) que expuso en Sobre la naturaleza y sobre el no-ser, obra en la que ataca la filosofía eleática. Sus ideas pueden resumirse en tres tesis: Nada existe. Si existiera algo no podría ser conocido. Si algo existente pudiera ser conocido, sería imposible expresarlo con el lenguaje.

SÓCRATES

Los sofistas fueron los primeros en tratar de develar la naturaleza humana, pero tocó a Sócrates (470-399 a.n.e.) interesarse por encontrar la felicidad del hombre por medio del desarrollo de las virtudes éticas e intelectuales que, suponía, sólo podían lograrse en comunidad. Por esto se le considera el fundador de la filosofía griega clásica. Aunque no existen

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escritos suyos, sus ideas han llegado hasta nosotros gracias a Platón y Jenofonte, sus discípulos, quienes registraron sus palabras.

Sócrates es un filósofo que se ha asociado con los sofistas porque deambulaba por las calles y el Ágora de Atenas dialogando con sus discípulos. Sin embargo, sus enseñanzas eran contrarias a las de los sofistas, ya que se centraban en la búsqueda de la verdad, el bien, la justicia y la libertad. Mientras los sofistas dirigían sus esfuerzos hacia la consecución del éxito individual por medio de la retórica, Sócrates buscaba educar al hombre en la virtud. Para ello utilizaba un conjunto de procedimientos basados en el diálogo, mezclando conceptos éticos —valor, amistad, amor y justicia— con la práctica de la virtud y la consecución de la felicidad. Para él, saber y virtud son lo mismo, hasta el punto de afirmar que nadie hace el mal voluntariamente. Vincula además la felicidad con obrar bien, o vivir bien.

El diálogo socrático se efectuaba a través de la mayéutica; por medio del razonamiento inductivo pretendía ayudar a las personas para que tuvieran un criterio propio; empleaba la ironía, es decir, fingía ser ignorante para interrogar a sus interlocutores con el fin de hacerlos conscientes de su propio desconocimiento acerca de un tema en cuestión. Una vez que estos se dan cuenta de la ignorancia mayor (a saber, la que se ignora a sí misma y se oculta con los ropajes de un falso saber o un saber parcial) recurría a la mayéutica para ayudarles a dar salida a sus propias ideas, aquellas que ya se encontraban en su mente sin que ellos lo supieran. Lo lograba con el cuestionamiento; el proceso consistía en llevar al interlocutor hacia el descubrimiento de la verdad a partir de una serie bien estructurada de preguntas con el fin de que por sí mismos encontraran sus respuestas.

PLATÓN

Se considera a Platón el filósofo más influyente del mundo occidental. Aunque su verdadero nombre era Aristócles, era mejor conocido por el apodo de Platón (“el de las anchas espaldas”) debido a su complexión física. Nació en el seno de una familia aristocrática ateniense, por lo que tuvo una educación esmerada. Siendo joven, estudió por algún tiempo con Crátilo, pero luego se hizo amigo y discípulo de Sócrates. La influencia de Sócrates sobre Platón es muy importante, pese a que no compartía varias de sus ideas. Todas sus obras, excepto la Apología de Sócrates, en la que expone la defensa que Sócrates hizo ante el tribunal que lo condenó a muerte, están escritas en forma de diálogo. Este método permite a Platón aplicar el método socrático y al mismo tiempo enfrentar las ideas que quería sustentar con posibles objeciones a ellas. De esta forma presenta casi siempre una conversación entre diversos personajes de su época, con Sócrates como interlocutor principal en varios de ellos. Se ha propuesto que, salvo algunos diálogos en los que relata escenas reales, se trata de ficciones creadas por Platón para desarrollar su propio pensamiento.

Teoría de las ideas: Platón es el fundador del idealismo en la filosofía; dividió al cosmos en mundo del ser y mundo del devenir; el mundo del ser es perfecto, eterno e inmutable; en él reinan las ideas o formas que presentan la perfección de las cualidades de los objetos materiales. El del devenir es el mundo físico, imperfecto, perecedero y mutable, compuesto por los objetos materiales que solamente son la sombra de las ideas y que proceden de la combinación de la idea con la materia. El mundo del ser tiene auténtica realidad, el mundo físico es ilusorio como la imagen que de él presentan nuestros sentidos. El mundo tal como lo conocemos es una copia fi el del mundo de las ideas (idea: ver, mirar cara a cara) o formas que son la verdadera realidad. A diferencia del mundo sensible que es captado por nuestros sentidos y es continuamente cambiante, las ideas son eternas e inmutables.

La República: La República (res: cosa, publicae: pública) es un diálogo dedicado al estudio de las ciudades-Estado griegas tal y como existían en la época de Platón. Acerca de la obra podemos decir que es un tratado sobre la forma de gobierno y la justicia, centrándose en la descripción de la ciudad ideal. Tiene la creencia que el origen del Estado proviene de la necesidad del hombre por satisfacer sus necesidades de subsistencia. Después de hacer una revisión exhaustiva de las formas de gobierno propias de su tiempo (democracia, oligarquía, aristocracia y timarquía), Platón retoma su teoría de las ideas y llega a la conclusión que el hombre bueno tendría que ser un buen ciudadano, por lo que propone un modelo de ciudad ideal que deberá construirse superando a la polis existente en su plano material. De acuerdo con este planteamiento, sólo un Estado gobernado por quienes tienen el conocimiento de los fundamentos del orden y la justicia puede ser ordenado y justo. Ese estado ideal deberá estar conformado por tres clases de hombres, que corresponden a cada una de las partes del alma.

- Reyes-filósofos (filósofos): Gobiernan debido a que tanto por naturaleza como por su educación tienen capacidad para hacerlo y su virtud característica es la sabiduría (conocimiento). Alma racional (virtud propia: la sabiduría y la prudencia).

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- Guerreros o soldados: Su virtud debe ser la valentía; son quienes, bajo la dirección sabia de los gobernantes filósofos, deben mantener las leyes del Estado. Alma irascible (virtud propia: fortaleza).

- Artesanos o trabajadores (pueblo): Su virtud debe ser la templanza. Alma concupiscible (virtud propia: templanza).

Mito de la caverna: Es un relato que se encuentra en la República. A grandes rasgos, describe una situación simbólica en la que las personas están encadenadas durante toda su vida a la ignorancia, representada por la oscuridad de una caverna, en la que sólo se alcanza a observar, gracias al resplandor del fuego, sombras de las cosas que, a su vez, son copias de las ideas cuya imagen, por otra parte, es el Sol resplandeciente (conocimiento) que se encuentra en el exterior de la cueva. En este mito, Platón describe la búsqueda del conocimiento y las ideas, las cuales se encuentran por encima del mundo de las cosas reales. Las cosas reales y visibles son copia de estas ideas, eternas e inmutables.

ARISTÓTELES

Nació en Estagira, al noreste de Grecia. Fue hijo de Nicómaco, médico de la corte en Macedonia. A la edad de 17 años viajó a la ciudad de Atenas para estudiar en la Academia de Platón. En el año 342 a.n.e., Filipo II de Macedonia le nombró mentor de su hijo Alejandro, de 13 años de edad. Una vez que Alejandro Magno sucedió en el trono a Filipo II y que se trasladó a Asia para conquistar al imperio persa, en el 335 a.n.e., Aristóteles regresó a la ciudad de Atenas y fundó su propia escuela, el Liceo, que, contrario a la Academia, se orientó hacia la investigación de la naturaleza y la filosofía primera (metafísica), dejando en tercer plano a las matemáticas. La filosofía de Aristóteles se presenta en general como una crítica sistemática a la teoría de las ideas platónicas y un intento de sustituir su visión idealista con una reflexión mucho más realista basada en el sentido común y la experiencia.

Teoría de la naturaleza: Dado que Aristóteles define la física (naturaleza) como el ámbito de las cosas que poseen en sí mismas el principio y el origen del movimiento y del reposo, resulta importante analizar y explicar el fenómeno del movimiento, no sólo el desplazamiento de lugar sino también los tipos de cambio. Aristóteles supone que entre el ser y el no-ser hay una mera oposición, hay contrariedad, por lo que entre ambos cabe un tercer término: el ser en potencia, es decir, lo que no es todavía pero puede llegar a ser. La potencia es ser comparado con la nada; no-ser, en comparación con el ser. Pues bien, todas las cosas materiales se componen de dos maneras del ser: potencia (dýnamis) y acto o realización (enérgeia o entelékheia), mientras que el movimiento es el paso de la potencia al acto o de la posibilidad a la actualidad, y las cosas mismas no son sino potencias actualizadas; son un compuesto de potencia y acto, de la misma manera que son un compuesto de materia (hyle) y forma (eidos).

La potencia es la capacidad del ser para modificarse mientras que el ser en movimiento es el acto, es decir, la realización de esa potencia. El acto es la actualidad de una cosa o un ser y significa realización y perfección, en tanto que la potencia es pura posibilidad de ser algo. Con la concepción de la sustancia material como un compuesto de materia y forma, o de potencia y acto, Aristóteles pretendía explicar no sólo la composición interna de las cosas materiales, sino también el problema del devenir o del cambio (metabolê o kýnesis) Para Aristóteles, todo está en acto o en potencia. La totalidad del mundo tiene una determinada realidad y una determinada capacidad o posibilidad de ser alguna cosa o poder realizar algo: el hombre que no sabe música puede aprenderla, un niño puede llegar a ser adulto o una semilla convertirse en un árbol; pero ningún humano puede esperar que le salgan alas ni la semilla confiar en ser ave. No todo puede ser cualquier cosa; este elemento privativo nos indica que sólo se está en potencia de aquello que se puede ser. Movimiento es, entonces, estar en tránsito desde lo que se es a lo que se puede ser.

Metafísica: En Filosofía primera, Aristóteles pretende superar el dualismo platónico entre la idea y el objeto real por medio del hilemorfismo (hyle, materia, y morphe, forma), según el cual las cosas naturales se componen de dos principios metafísicos: la materia y la forma. La materia es el principio de potencialidad o posibilidad (dynamis) y la forma es la esencia que hace ser a la sustancia que es. A partir de lo anterior propone el término hypóstasis (lo que está debajo) o sustancia en latín, en el que la esencia de las cosas se encuentra en las cosas mismas. Aristóteles tomó las cuatro raíces de Empédocles dándoles el nombre de elementos; las sustancias se formarían por la acción de las cuatro cualidades elementales (calor, frío, humedad y sequedad) sobre la materia que recibe así su forma tomando una apariencia característica. Cada sustancia tiene algo de los cuatro elementos y su ser se debe a la forma que, como ya vimos, es la que hace al objeto ser lo que es. La filosofía primera es una teoría general del saber acerca de las primeras causas y principios del ser y del pensar. La causa viene a ser la condición de posibilidad del ser, pero existen cuatro razones o causas para existir: 1. causa material, 2. causa formal, 3. causa eficiente y 4. causa final.

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Ética y filosofía política: Puesto que la actividad de la razón puede referirse al ámbito de la acción práctica o al de la teoría, Aristóteles reconoce que para alcanzar ese bien supremo se requiere la virtud (areté), que es a la vez fuerza que potencia las diversas facultades y tensión armónica entre ellas. Pero si virtud es perfección en general, Aristóteles distingue que la ética no sólo comprende las virtudes “éticas” (ethos) que regulan la vida y el comportamiento, sino también las dianoéticas que rigen la razón. En el primer caso, las virtudes éticas consisten en el mantenimiento de la medida justa entre dos extremos, ya que esa tensión y fuerza conduce a un obrar armónico, distante de extremos viciosos. Cita el caso de la valentía, que se encuentra en el lugar intermedio entre la cobardía y la temeridad.

Respecto a las virtudes dianoéticas, éstas son propias del entendimiento, a ellas corresponden los cinco tipos de actividad científica, y por eso se ocupa del tema en Ética a Nicómaco; no se definen mediante el valor medio sino a partir del nivel óptimo que en cada caso es posible alcanzar. La vida intelectual, llamada “vida contemplativa”, es para el ejercicio del hombre su “primera felicidad”, la condición ideal. Como se aprecia, la ética de Aristóteles se orienta hacia la felicidad y la virtud. Partiendo del hecho de que toda acción (teórica, práctica y política) tiene como base la idea de un fin que determina, en cuanto a idea rectora, cada actividad, considera el bien como la meta de la acción. El interés por un bien general y comprensible de todas las metas individuales y de la acción le lleva a considerar que el hombre tiende naturalmente hacia la felicidad (eudaimonía).

En efecto, el bien que el hombre persigue es la felicidad. Todas las cosas despliegan su naturaleza en el curso de su existencia; si no encuentran obstáculos pueden llegar a la perfección, a la plenitud de su manera de ser. Si aplicamos este principio a los seres sensibles, es posible afirmar que estos son felices mientras no están privados de nada esencial y cuya ausencia pudiera afectarlos. La felicidad es la conciencia y disfrute del estado de satisfacción de todas las necesidades y deseos naturales.

La Política: La Política es una obra que aborda el Estado ideal y los planteamientos anteriores acerca de él. En abierta crítica hacia Platón, centra su estudio en aspectos de orden político, económico y social. En dicha obra, Aristóteles aborda los modelos políticos existentes y las clases sociales, defendiendo la esclavitud, a la que considera como un instrumento de la producción. Afirma que todo gobierno debe ser la imagen de la justica; la unidad es la base de la perfección del orden social o moral del Estado, el cual funciona mejor si se fundamenta en las leyes y en las costumbres emanadas de una visión más real y acorde con la naturaleza de la sociedad, como un todo capaz de transformar la vida de los individuos y de alcanzar la felicidad y la prosperidad.

La Política integra cuestiones políticas y derechos civiles, así como la división de los cargos y las autoridades. Partiendo de la idea de que existen tres clases de gobiernos principales: monarquía, o gobierno del más digno, aristocracia (gobierno de los mejores) y politeia (gobierno de la clase media), en que siempre debe prosperar la virtud, propone que la parte sustancial que sostiene el basamento del Estado será que los poderes públicos sean distribuidos de manera adecuada, correspondiendo a tres formas directas de ejercer el mando; un poder deliberante o legislativo, uno ejecutivo y uno judicial.

Define al Estado a partir de su finalidad ética, como comunidad autárquica y autónoma de iguales con la finalidad de posibilitar una mejor vida (eudaimonía) de los ciudadanos. La mejor forma de Estado o de constitución, es decir, la más soportable para el mayor número de seres humanos con el menor peligro de abuso con fines egoístas, es para él una forma híbrida de democracia, monarquía y oligarquía que, desde una perspectiva pragmática y aplicando el principio del término medio, considera un tipo de gobierno que impide la pobreza extrema y la riqueza exagerada y otorga la mayoría de los derechos a un estrato medio de la ciudadanía.

FILOSOFÍA HELENÍSTICA

El periodo ético de la filosofía comprende los siglos III y II a.n.e., coincidiendo con la muerte de Alejandro Magno y de Aristóteles (323 a.n.e.) y el helenismo, que se caracteriza por la difusión de la cultura griega en el oriente. Respecto a la filosofía helenística, surgieron varios movimientos filosóficos como el de los cínicos, el estoicismo, el escepticismo, el eclecticismo y el epicureísmo. Enseguida abordaremos las principales escuelas griegas de este periodo.

Escuela de los cínicos: Fue fundada por Antístenes, discípulo de Sócrates en el siglo IV a.n.e. No obstante, Diógenes de Sinope (444-365 a.n.e.) es su figura más representativa. El lugar de reunión para los cínicos era el gimnasio Cinosargo (Kynosarge: santuario del perro blanco), que estaba a las afueras de Atenas, cerca del Liceo de Aristóteles; dicho lugar fue construido para la gente que no podía concurrir a los gimnasios destinados a los ciudadanos. A sus seguidores se les llamó cínicos (perros) no sólo por el lugar en que se reunían, sino también por su forma de vida errante y su desapego hacia los bienes materiales.

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Los cínicos retomaron de Sócrates la idea de que “lo único que debía poseer el hombre es la justicia, la libertad y la honradez”; de ahí que despreciaran los bienes materiales, los placeres, las pasiones, las normas sociales y las instituciones. Afirmaban que las costumbres, las creencias religiosas y las leyes eran opuestas a la naturaleza. Sostenían que la felicidad sólo puede lograrse por la independencia. El fin máximo es la felicidad, a la cual se accede evitando la desdicha y siguiendo una vida de autorrealización entendida según la máxima “retorno a la naturaleza”, alejada de necesidades banales (ascesis) y riquezas.

Escuela estoica: Zenón de Citio (335-263 a.n.e.) fundó en 300 a.n.e. la Escuela estoica (stoa poikile), al lado de un pórtico decorado con pinturas que existía en Atenas. Admiten que la fuerza o hálito divino (pneuma) del logos, cuya forma física es el fuego, ha penetrado el universo material; de modo que Dios es alma y razón del mundo. El acontecer universal es, así, necesario, inevitable. Ni el azar ni la libertad existen más como apariencia o ilusión. Todo acaece de acuerdo con las ideas seminales o germinativas con arreglo a las cuales Dios creó y vivifica al mundo. Si esto es así, el hombre debe desentenderse de esa realidad panteística que sólo Dios comprenderá adecuadamente y ceñirse a la cuestión de qué actitud debe adoptar ante lo que de suyo es necesario. Si todo cuanto existe en el mundo pertenece por entero al acaecer universal, se pregunta, “¿cuál debe ser la única preocupación del hombre?”. Puesto que es necesario admitir el destino que se impone, lo de menos es admitirlo dignamente, con elegancia. Éste es tema central para la filosofía estoica; lo que ellos llaman “actitud del sabio” se refiere al hombre que actúa consciente de su destino y su situación en el mundo. El supremo bien del hombre consiste, según los estoicos, en “vivir de acuerdo con la naturaleza”. Si todo cuanto existe en el mundo pertenece al acaecer universal, divino, todos los hombres deben estar forzosamente regidos por la misma ley, con una sola excepción: su propia interioridad, su espíritu, su libertad interior.

Según Zenón de Citio, el hombre debe aceptar esa fatalidad universal de la que podrá llegar a ser amo y señor, y organizarla según estricta consecuencia. Vivir consecuentemente es la forma de responder con elegancia a esa certeza de la propia situación. Las cosas exteriores no dependen de nosotros ni deben afectar a nuestra serena interioridad; el sabio debe lograr la imperturbabilidad, el hombre adquiere la virtud, es decir, logra eliminar todas las pasiones y la aceptación del orden de la naturaleza, incluso a costa de la propia vida, y se convierte en sabio. El sabio, pues, es quien reconoce el absurdo de querer resistirse al destino y no se inmuta ante los acontecimientos que depara el mundo y que no dependen de él.

Escuela de Epicuro: La escuela de Epicuro (341-270 a.n.e.) se estableció formalmente en Atenas en el 307 a.n.e. en el jardín de su casa. Se caracteriza por su carácter materialista y ateo, ya que negaba la intervención de los dioses en las cuestiones del mundo y a la vez reconocía el carácter eterno de la materia, que está dotada de una fuente interior de movimiento. Al igual que Demócrito, considera que la materia está conformada por átomos, pero estos presentan el clinamen o desviación que los puede hacer chocar al moverse a una misma velocidad en un espacio vacío. A partir de esta idea, Epicuro se pregunta cuál será el fin que el hombre puede y debe alcanzar en esta vida; es decir, la dirección en que el ser humano debe lograr esa desviación (clinamen) en su caer a lo largo de la existencia. Y la respuesta a este hecho es la búsqueda del hedoné (placer), pero aquel derivado de satisfacer las necesidades naturales elementales, lo cual exige del hombre abstencionismo ascético, una estricta autoridad. Puesto que concibe a la filosofía para alcanzar la felicidad, Epicuro defiende el hedonismo y sostiene que el fin de la vida humana es alcanzar el placer, pero no se trata del placer puramente material, más bien de índole espiritual y afectivo. Esta idea, retomada por los estoicos, le llevó a propugnar una filosofía individual eudaimonista, donde el conocimiento tiene por fin liberar al hombre de la ignorancia y de la superstición para acceder a la felicidad, que consiste en una vida de alegría y placer. Y la condición fundamental para lograrla es la ataraxia o calma imperturbable de los afectos que se logra sobre todo mediante la superación del miedo a los dioses y la muerte, en la liberación de las inquietudes.

AGUSTÍN DE HIPONA

Aurelio Agustín de Hipona (354-430), se le considera el filósofo representativo del periodo de transición del pensamiento propio de la Antigüedad al que prevalecerá durante la Edad Media. En su juventud, Agustín de Hipona fue seguidor del maniqueísmo, luego mostró cierto interés por el escepticismo y el epicureísmo. Más tarde, en un viaje a Italia, tuvo acceso a las obras de filósofos neoplatónicos y quizá leyó las Enéadas, de Plotino (205-270), que en conjunto pueden considerarse sus raíces filosóficas. Luego, como refiere en sus Confesiones, una inspiración divina le condujo hacia el cristianismo y recibió el bautismo de manos de Ambrosio de Milán en 386, a los 31 años de edad.

La influencia de Platón y del neoplatonismo es evidente en el pensamiento de Agustín de Hipona. Por un lado, comparte la concepción platónica de las ideas, pero considera que éstas son una creación divina, porque son pensadas por

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Dios, y a partir de ellas Él creó las cosas. Aquí se observa ya el intento de unificar la concepción platónica de las ideas con las creencias de la religión cristiana para afirmar que todo debe explicarse a partir de la fe. Respecto a la filosofía neoplatónica, retoma dos de sus ideas fundamentales: la totalidad de la existencia tiene un origen divino y el mal no es más que la negación del bien, por lo tanto, no tiene una existencia autónoma.

A decir de Agustín de Hipona, puesto que el conocimiento y la fe siguen la misma vía hacia Dios, ese camino conduce necesariamente al interior del alma. Por ende, el fundamento del conocimiento y la verdad se encuentra en la autocerteza, un tipo de percepción que permite al hombre, cuanto más penetra en su propio interior, acercarse a la verdad que habita en su ser. La autocerteza sería, entonces, el reflejo de la certeza divina, ya que se piensa que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza.

Una vez aclarada la relación entre la razón y la fe, Agustín de Hipona aborda temas políticos para defender a la Iglesia cristiana. En La ciudad de Dios esgrime argumentos filosóficos y teológicos para contrarrestar las acusaciones que pesan sobre el cristianismo por la debacle del Imperio romano y el abandono de los dioses tradicionales. Agustín de Hipona interpreta lo ocurrido como un ejemplo de la lucha entre el bien y el mal en la Tierra. Se trata de un enfrentamiento de los opuestos de las cosas humanas representada con la imagen de dos ciudades: la ciudad de Dios y la ciudad terrena de los hombres; la primera es la ciudad de los santos, mientras que la segunda corresponde a la de los injustos; del orgullo y de la humildad; de los piadosos y los no piadosos; de los elegidos y los condenados. En último término, una se dirige hacia el bien y alcanzará la salvación eterna; la otra subordina este bien al interés propio temporal y está condenada al infierno. Afirma que todas las sociedades humanas contienen ambas ciudades y sólo en el juicio final se separará a los justos de los injustos. De tal condición no escapó el Imperio romano que, como cualquier sociedad humana incluyendo a la Iglesia Católica, estaba integrado por las dos ciudades mezcladas y relacionadas entre sí. Deja entrever el predominio de la ciudad celeste sobre otra terrenal, así como su deseo de que la Iglesia prevaleciera sobre el Estado porque, salvo la idea de república de Cicerón que retoma, en la que la verdadera justicia está perfectamente realizada, todos los demás sistemas políticos son, en mayor o menor medida, corruptos.

TOMÁS DE AQUINO

Tomás de Aquino (1224/5 – 1274) es uno de los más eminentes e influyentes pensadores en la historia de la Iglesia Católica. Destaca por su capacidad para integrar y armonizar las variadas fuentes de la tradición intelectual que heredó, y por la claridad, concisión y orden de su pensamiento y de sus obras escritas. Aunque por profesión fue un teólogo, Tomás escribió abundantemente sobre cuestiones filosóficas, haciendo sustanciales contribuciones en diversos campos, especialmente en filosofía del conocimiento, antropología filosófica, teoría de la acción, ética, teoría del derecho, y sobre todo, en metafísica. Fue muy popular por su aceptación y comentarios de las obras de Aristóteles, señalando, por primera vez en la Historia, que eran compatibles con la fe católica. A Tomás se le debe un rescate y reinterpretación de la metafísica y una obra de teología aún sin parangón, así como una teoría del Derecho que sería muy consultada posteriormente.

El pensamiento de Tomás de Aquino partía de la superioridad de las verdades de la teología respecto a las racionales, por la sublimidad de su fuente y de su objeto de estudio: Dios. Aunque señaló que la razón era muy limitada para conocer a Dios, ello no le impidió mostrar que la filosofía era un modo de hallar conocimientos verdaderos.

Tomás, como máximo exponente de la figura de Aristóteles, tiene en el ser el punto de partida de su esquema del pensamiento. El Aquinate comienza su ciencia en el ente, que se define como lo que está siendo. Ahí introduce su innovadora distinción entre esencia y existencia. Ya que podemos actualizar interiormente la esencia de un objeto (su figura, sus límites), independientemente de que exista, de que tenga realidad propia, contenido propio, hay que concluir que ambos son principios diferentes. Tomás asocia la esencia, por ser limitación, con la potencia aristotélica, y la existencia, por ser perfección, como acto; en esta independencia de la existencia respecto a la esencia radica la cuestión de la contingencia de los objetos y de toda metafísica en general. Al hilo de ello, Tomás se refiere a Dios, que es plenamente subsistente no-contingente luego su existencia se encuentra en su esencia, se define como el ser propio y absoluto, el Ser, como se verá más adelante.

La demostración de la existencia de Dios, ofrecida en una formulación sintética a través de las así llamadas "Cinco Vías" es un punto breve en la magna obra de Tomás. No obstante, su exposición es tan completa y sistemática que ha hecho sombra a Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona o Anselmo de Canterburyy se ha convertido en el modelo de la filosofía clásica respecto a éste punto.

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La Primera Vía se deduce del movimiento de los objetos. Tomás explica mediante la distinción de acto y potencia, que un mismo ente no puede mover y ser movido al momento, luego todo aquello que se mueve lo hace en virtud de otro. Se inicia, pues, una serie de motores, y esta serie no puede llevarse al infinito, porque no habría un primer motor, ni segundo (es decir, no habría comunicación de movimiento) por lo tanto debe haber un Primer Motor Inmóvil que se identifica con Dios, principio de todo.

La Segunda Vía se deduce de la causa eficiente (pues todo objeto sensible está limitado por la forma, de ahí que no sea eterno y sí causado). Se inicia, por lo tanto, una serie de causas análoga a los motores que termina en una Causa Incausada, identificada con Dios, creador de todo.

La Tercera Vía se deduce a partir de lo posible. Encontramos que las cosas pueden existir o no, que pueden pensarse como no existentes y por lo tanto son contingentes. Es imposible que las cosas sometidas a la posibilidad de no existir lleven existiendo eternamente pues en algún momento habrían de no existir. Por lo tanto debe haber un Ser Necesario que se identifica con Dios, donde esencia y existencia son una realidad.

La Cuarta Vía se deduce de la jerarquía de valores de las cosas. Encontramos que las cosas son más o menos bondadosas, nobles o veraces. Y este "más o menos" se dice en cuanto que se aproxima a lo máximo y (ya que los grados inferiores tienen su causa en algo genéricamente más perfecto) lo máximo ha de ser causa de todo lo que pertenece a tal género. La causa de la bondad y la veracidad se identifica con Dios, el Ser máximamente bueno.

La Quinta Vía se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Tomás recuerda como los cuerpos naturales, siempre o a menudo, obran intencionadamente con el fin de lo mejor, muchos incluso sin conocimiento. Llegó a decir, fiel a Aristóteles, que cada ente, como causado, debe tener un orden dado, tanto por razón de su forma (esencia) como de su existencia y, remontándonos en la serie de causas finales, esto sólo es posible si hay un Ser supremamente inteligente, que es Dios.

También la concepción del ser humano en Sto. Tomás está basada en la concepción aristotélica. Pero, al igual que ocurre con los otros aspectos de su pensamiento, ha de ser conciliada con las creencias básicas del cristianismo: la inmortalidad del alma y la creación. El ser humano es un compuesto sustancial de alma y cuerpo, representando el alma la forma y el cuerpo la materia de dicha sustancia. Frente a la afirmación de algunos de sus predecesores de que existen en el ser humano varias formas sustanciales, como la vegetativa y la sensitiva, Sto. Tomás afirma la unidad hilemórfica del ser humano, que constituye una unidad en la que existe una única forma sustancial, el alma racional, que informa inmediata y directamente a la materia prima constituyendo el compuesto "hombre".

Siguiendo, pues, sus raíces aristotélicas Sto. Tomás está de acuerdo con Aristóteles en la concepción teleológica de la naturaleza y de la conducta del hombre: toda acción tiende hacia un fin, y el fin es el bien de una acción. Hay un fin último hacia el que tienden todas las acciones humanas, y ese fin es lo que Aristóteles llama la felicidad. Santo Tomás está de acuerdo en que la felicidad no puede consistir en la posesión de bienes materiales, pero a diferencia de Aristóteles, que identificaba la felicidad con la posesión del conocimiento de los objetos más elevados (con la teoría o contemplación), con la vida del filósofo, en definitiva , santo Tomás, en su continuo intento por la acercar aristotelismo y cristianismo, identifica la felicidad con la contemplación beatífica de Dios, con la vida del santo, de acuerdo con su concepción trascendente del ser humano.

Para Sto. Tomás la sociedad, siguiendo a Platón y a Aristóteles, es el estado natural de la vida del hombre. En cuanto tal, el hombre es por naturaleza un ser social nacido para vivir en comunidad con otros hombres; pero ya sabemos que Sto. Tomás asigna al hombre un fin trascendente, por lo que ha de reconocer un papel importante a la Iglesia en la organización de la vida del hombre. Del mismo modo que había distinguido entre la razón y la fe y, aun manteniendo su autonomía, concedía la primacía a la fe sobre la razón, por lo que respecta a la sociedad, aun aceptando la distinción y la independencia del Estado y la Iglesia, aquél ha de someterse a ésta, en virtud de ese fin trascendente del hombre. El Estado ha de procurar el bien común, para lo cual legislará de acuerdo con la ley natural. Las leyes contrarias a la ley natural no obligan en conciencia (por ejemplo, las contrarias al bien común, o las dictadas por egoísmo). Las leyes contrarias a la ley divina deben rechazarse y no es lícito obedecer las, marcándose claramente la dependencia de la legislación civil respecto a la legislación religiosa.

FILOSOFÍA DEL RENACIMIENTO

El interés por sintetizar el cristianismo y el aristotelismo prevaleció durante gran parte del siglo XIII y hasta la primera mitad del siglo XIV, cuando inició una crítica al pensamiento teológico-filosófico aristotélico de Tomás de Aquino. Entonces cobró fuerza un movimiento denominado Renacimiento, que pugnaba por una renovación intelectual y artística opuesta a la

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escolástica; en contraposición, los primeros renacentistas impulsaron el regreso a la belleza de la vida y al valor que la naturaleza tiene por sí misma.

La toma de Constantinopla por parte de los turcos en 1453 influyó para este hecho, ya que muchos sabios bizantinos se trasladaron a Italia, difundiendo las artes y la filosofía griegas. Si bien en la Europa cristiana de aquella época ya se conocían los escritos de Platón y Aristóteles desde el siglo XIII, en la mayoría de los casos su difusión se había logrado gracias a los comentaristas y a las obras escritas sobre ellos por algunos autores árabes, pero no se tenía acceso a los trabajos originales en parte porque se habían redactado en griego. Esa situación cambió con la llegada de los eruditos bizantinos y de muchas obras de los filósofos griegos; causaron tal conmoción en los círculos académicos que se desarrolló una profunda admiración hacia la cultura griega, acompañada de cierto distanciamiento de los valores filosóficos y artísticos de la época medieval. Este entusiasmo parece indicar el reencuentro del hombre consigo mismo y su gusto por la vida, plasmado en el humanismo cuyo centro fue, como en la antigua Grecia, el hombre, concebido por Protágoras como la medida de todas las cosas; de inició, esta idea era contraria al teocentrismo de la época.

En cuanto a la filosofía del Renacimiento, destaca la recuperación de las obras de los estoicos y epicúreos, pero principalmente de Platón y los neoplatónicos; se observa, además, cierta pérdida de interés por las de Aristóteles, sobre todo a partir de la fundación de la escuela filosófica de Florencia, en Italia.

Tradición mágico-hermética: Cobró importancia el Corpus Hermeticum, serie de escritos atribuidos a Hermes Trismegisto; Marsilio Ficino (1460) los tradujo del griego, con lo que ayudó a romper la imagen religiosa medieval del mundo y a construir una nueva que armoniza la naturaleza, la alquimia, la magia y la religión; su máxima es “el hombre sabio domina el mundo”. Sus representantes son: Girolamo Fracastoro (1478-1553), Girolamo Cardano (1501-1575), Giambattista Della Porta (1535-1615) y Paracelso (1493-1541).

Neoplatonismo renacentista: Se retomó la filosofía de Platón; a sus ideas ya conocidas se añade la visión bizantina, que llega a Italia en dos momentos históricos distintos: el primero a comienzos del siglo XIV, con los sabios que enseñan griego a los humanistas en Florencia; el segundo, en 1453, luego de la caída de Constantinopla, con el traslado a Italia de un grupo de eruditos que reavivan el debate acerca de la primacía entre Platón y Aristóteles, sumándose a la tradición occidental platónica que ya existía, cuyos mayores exponentes eran Nicolás de Cusa (1401-1464) y los miembros de la Academia de Florencia, fundada en 1459, según la antigua escuela filosófica de Platón. Marsilio Ficino (1433-1499), uno de sus principales exponentes, concibe la filosofía de Platón como una doctrina que permite reunir todas las corrientes divergentes del momento y capaz de reconciliar la religión, la filosofía, la ciencia y la metafísica. Según Ficino, este hecho no sólo prefigura la doctrina cristiana sino que también permite recuperar sabidurías ancestrales, en la que quizá se expresa de manera más pura la revelación divina original. Se retoma la idea platónica del bien, ya que corresponde con las tendencias humanísticas de la época.

Renacentistas aristotélicos Los humanistas retomaron la discusión de tres interpretaciones típicas del pensamiento aristotélico: la de Alejandro de Afrodisia (siglos II-III), la de Averroes (1126-1198) y la de Tomás de Aquino (1225-1274). Frente a la interpretación escolástica difieren en que, puestos a elegir entre la autoridad de Aristóteles y lo que enseña la experiencia, prefieren esta última. De igual forma se recuperan filosofías helenistas en el olvido como el escepticismo, procedente de las traducciones de los textos de Sexto Empírico, quien fue estudiado por el francés Michel de Montaigne; el estoicismo de Séneca es abordado por Justo Lipsio (1547-1606), que lo divulga en Alemania y Bélgica; a su vez, Lorenzo Valla (1407-1457) retoma el epicureísmo.

Filosofías de la naturaleza: El Renacimiento también aporta una filosofía que representa la culminación del naturalismo humanista. En las obras de Bernardino Telesio (1509-1588) se advierte el deseo de suprimir de la naturaleza cualquier elemento mágico; critica el enfoque racionalista y teórico que Aristóteles hace de ella y sostiene que debe entenderse a través de la sensibilidad en sus propios principios (calor, frío). Por su parte, Giordano Bruno (1548-1600) incorpora ciertos elementos de la tradición mágico-hermética y amplía la visión naturalista a un universo infinito en extensión y número que identifica con la divinidad. Tommaso Campanella (1568-1639), partiendo de la metafísica naturalista, teología, magia, astrología y política utópica, difunde la idea de un conocimiento obtenido por experiencia interior: por sapientia, en su sentido original de “sabor”. Para él, la sensación es, por tanto, una interiorización que pone en contacto al hombre con la naturaleza; para algunos, se trata de un antecedente del cogito cartesiano.

Revolución científica: Movimiento intelectual que surgió en Europa entre los siglos XVI y XVII, cuya finalidad era reestructurar a la sociedad bajo principios propios de la ciencia moderna; su iniciador fue Nicolás Copérnico (1473-1543), quien propuso la teoría heliocéntrica (revolución copernicana) en el campo de las ciencias empíricas; ésta afirmaba que

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la Tierra no era el centro del universo y que giraba en torno al Sol. La revolución copernicana se contrapuso a los viejos planteamientos que sostenía la Iglesia; dicho suceso marcó un cambio en la concepción del universo y la vida. El movimiento se desarrolló a lo largo del siglo XVII con Galileo Galilei (1564-1642) y René Descartes (1596-1650), y culminó con el sistema del mundo y la mecánica clásica de Isaac Newton a inicios del siglo XVIII. Por su parte, Johannes Kepler (1571-1630) formuló unas leyes sobre el movimiento planetario que confirmaron la validez de las ideas de Copérnico. Otro seguidor del astrónomo polaco fue el matemático y astrónomo Galileo Galilei, quien aparte de perfeccionar el telescopio, promover la experimentación como tarea fundamental de la ciencia, estudiar las leyes del movimiento y caída de los cuerpos, y descubrir los movimientos de rotación y traslación de la Tierra, sostuvo que era necesario alejar las proposiciones filosóficas y teológicas de la investigación. El surgimiento de la ciencia moderna, en el siglo XVI, está marcado por la aparición de dos obras: De humani corporis fabrica, de Andrea Vesalio (1514-1564), y De revolutionibus orbium coelestium, de Nicolás Copérnico, ambas de 1543.

FILOSOFÍA POLÍTICA DEL RENACIMIENTO

Con el Renacimiento varios humanistas, entre los que había religiosos, literatos, artistas y funcionarios, mostraron interés por la política; los temas más cuestionados eran la relación Iglesia-Estado y el gobierno. Desde el siglo XIII ya existían autores, como Marsilio de Padua (1275-1342) y Guillermo de Occam (1280-1349), que se opusieron a las ideas de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, mostrando un pensamiento heterodoxo y una rebelión contra lo que representaba la Iglesia cristiana, en especial por sus implicaciones políticas.

Un tema que atrajo la atención de los eruditos fue el de la moral y la política. Este asunto se trata en El príncipe (1513), de Nicolás Maquiavelo (1469-1527). Con esta obra, dedicada a Lorenzo de Médicis, Maquiavelo fue pionero en la difusión de la realidad social y política de su época y en no describirla bajo un supuesto de cómo debería ser en función de consideraciones morales previas. Por este motivo se le considera iniciador de la teoría política moderna, ya que identificó a la política como objeto propio e independiente de los principios de la metafísica y la moral. En El príncipe, Maquiavelo describe la forma en que se adquiere y mantiene el poder político. Se ha sugerido que vio en César Borgia el prototipo del gobernante; Borgia era conocido por las intrigas que tramaba contra sus rivales para obtener ventajas políticas buscando el beneficio propio. Al describirlo, Maquiavelo nos revela los mecanismos de poder que utilizaban los gobernantes de su época. Según Maquiavelo, la mejor forma de gobierno es el absolutismo, la única para consolidar un Estado fuerte capaz de unificar, bajo la acción política de un gobernante excepcional que tuviera el aplomo para imponer una monarquía absoluta amparada por la razón de Estado, los pequeños Estados de Italia. Al mismo tiempo, si se quiere, Maquiavelo pone al descubierto la profunda crisis de valores imperante en la época así como un notable pesimismo respecto al hombre, pues considera que la naturaleza humana es fundamentalmente corrupta. Esta idea, que procede del pensamiento cristiano y del estigma del pecado original, le permite justificar la presencia necesaria de un gobernante capaz de dominar a los súbditos y cohesionar la sociedad, imponer el orden a como dé lugar, si es necesario, mediante la coacción y la fuerza.

Sin importar cómo sea, para el correcto ejercicio del poder es imperativo que el gobernante no esté atado por normas éticas; debe ocuparse solamente del ejercicio del poder, para ello tendría que rodearse de aquellos que le garantizaran el éxito en sus actuaciones políticas.

El pensamiento político de Maquiavelo se ha resumido en la frase “el fin justifica los medios”, que no se plasma en la obra pero que da cuenta de su contenido pues describe las acciones (medios), aun aquellas que se realizan de mala fe y con cinismo, para obtener un beneficio propio (fin). Por este motivo, Maquiavelo acaba teorizando la ruptura entre la moral y la razón de Estado, esta última regida por una lógica propia y distinta de la moral que regula la vida privada e independiente.

Características del gobernante (príncipe), según Maquiavelo: Habilidad y astucia. Saber utilizar los halagos para manejar mejor a sus súbditos y a sus rivales políticos. Ser implacable y echar mano de la violencia y fuerza si es preciso. Carecer de escrúpulos morales, ya que la moral es propia sólo del hombre privado, mientras que quien tiene que afrontar la responsabilidad del poder está fuera de toda consideración moral. Su característica más importante es la virtud, entendida como su capacidad para la intervención política, el uso de la fuerza y la astucia —bien alejadas de la humildad y de la resignación—, para conservar el poder, aunque también debe tener en cuenta la fortuna, es decir, el conjunto de circunstancias que escapan a su voluntad, así como la misma sociedad civil entendida como naturaleza.

El caso contrario lo representa Tomás Moro (1478-1535), humanista inglés, discípulo y amigo de Erasmo de Rotterdam (1466-1536), quien en su obra Utopía denuncia el absolutismo, la falta de ética del monarca Enrique VIII y la complicidad del

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pueblo. Sobre Moro podemos decir que era muy allegado a Enrique VIII, rey de Inglaterra, y que por algún tiempo fue su canciller. Sin embargo, se opuso al divorcio del rey con Catalina de Aragón, a su matrimonio con Ana Bolena y a reconocerlo como jefe de la Iglesia anglicana porque era católico. Enrique VIII, ofendido por la actitud de su antiguo amigo, le mandó encarcelar en 1534. Tomás Moro fue juzgado al año siguiente y se negó a prestar juramento de supremacía, afirmando que el Parlamento no tenía derecho a usurpar la autoridad papal en favor del rey, por lo que fue condenado y ejecutado el 7 de julio de 1535.

Por último, otro de los representantes del periodo fue Thomás Hobbes (1588-1679), filósofo, pensador y político inglés, quien se atribuyó el papel de iniciador de la filosofía política. Escribió Leviatán, o la materia, la forma y el poder de un Estado eclesiástico y civil, o sólo Leviatán (1651), como se conoce a la obra en la que expone sus ideas sobre el poder político y se muestra a favor del absolutismo monárquico, sistema político que, al igual que Maquiavelo, defiende sin recurrir a los tradicionales argumentos de derecho divino que existían en aquella época. Hobbes inicia su obra afirmando que todo cuanto existe es material, todo es cuerpo y la filosofía no es más que la ciencia de los cuerpos. De los cuerpos naturales, físicos o humanos se ocupa la filosofía de la naturaleza; mientras que de los cuerpos artificiales, como el Estado, trata la filosofía política.

Respecto al término Leviatán, menciona que inicialmente se trata de un monstruo gigantesco e invencible citado en la Biblia, pero lo retoma para llamar así al Estado, al que compara con un gran organismo compuesto por todos los individuos que forman la comunidad. Contrario a Aristóteles (para quien el hombre es un “animal político” o “animal social”, por lo que tiende naturalmente a la sociabilidad), Hobbes afirma que la sociedad no es más que un acuerdo artificial, egocéntrico e interesado, que persigue la propia seguridad, ya que nace del temor hacia los demás. La sociedad es resultado de un contrato social, por lo que el poder no emana de Dios, sino que su origen es estrictamente una necesidad humana y sólo es posible por un arreglo racional, porque aun en “estado de naturaleza” el hombre no deja de ser racional y, por ello, la razón le impulsa a salir de este estado. En dicho “estado de naturaleza”, antes de la existencia de la sociedad y el Estado, el hombre no tiene limitaciones para su libertad pero vive en continua inseguridad puesto que es egoísta y se guía por el instinto de conservación y el deseo de dominio sobre los demás. En esta situación, el hombre carece de leyes y estructuras de gobierno, se halla en “guerra de todos contra todos”, por lo que no duda en afirmar que “el hombre es lobo del hombre”. Tal es el principal motivo por el que el ser humano ve la necesidad de establecer un contrato o pacto social que ponga fin a esta situación y le permita obtener seguridad a cambio de ceder parte de su libertad y sus prerrogativas a un tercero (Estado) que se constituye en depositario de los derechos de la colectividad. El hombre debe cumplir los pactos establecidos pero, como le resulta imposible acatarlos, es necesario que un tercero aplique la fuerza coercitiva para obligarlo a respetar los acuerdos. Ese tercero, resultante directo de la renuncia de todos, es el Estado y puede llamarse república, civitas, leviatán o dios mortal. Y al que acepta el resultado se le llama súbdito; mientras que al que carga sobre sus hombros el poder de la persona moral resultante, se le denomina soberano.

Así, el Estado es como un gigantesco hombre artificial compuesto por todos los individuos, instaurado para defender al hombre natural que sin la existencia de este “dios terrenal” estaría condenado a la guerra civil permanente. El Estado es, pues, una invención humana; no es natural, sino artificial.

LA REFORMA PROTESTANTE

En el terreno religioso, el Renacimiento facilitó el surgimiento de posturas críticas que cuestionaron la autoridad de la Iglesia cristiana. Para comprender este hecho es preciso saber que los seis papas —cinco italianos y uno español— que se sucedieron en el periodo que va de 1470 a 1530, se condujeron con un exceso de banalidad, inmoralidad y avaricia, y con una política de poder que desacreditó a las autoridades eclesiásticas provocando una reforma que fragmentó la unidad de la cristiandad y provocó la pérdida de la mitad de los partidarios del papa ante la secesión protestante.

Al principio la Iglesia cristiana pasó por alto todas las protestas y minimizó la idea de la Reforma, que ya se estaba gestando. No advirtió que dicho movimiento era inminente y se expresaba en sermones, canciones y folletos, editados gracias a la introducción de la imprenta. Poco a poco, la corriente cobró fuerza aun al interior de la propia institución religiosa, donde surgieron voces que denunciaban el abuso en sus atribuciones en materia de bulas e indulgencias. El afán de lucro, mostrado desde la curia papal hasta las parroquias de las aldeas, hizo que aumentara el grito de reforma “de la cabeza a los pies”.

Esta situación se aprovechó para acusar a la Iglesia de corrupción; algunos filósofos enfatizaron este hecho para mostrar que tal condición era la muestra de que se trataba de una organización puramente humana distinta de lo que es en esencia

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espiritual, personal y libre: la palabra de Dios, dada a todos los hombres. Según esta opinión, la Iglesia cristiana había interpretado mal y de forma abusiva el poder dado por Jesucristo y los apóstoles; se había declarado administradora de la gracia y los sacramentos y, por medio de ellos, en particular de la penitencia, obtuvo un poder inmenso que tiranizaba al hombre y lo alejaba del camino de la fe.

La imprenta y la creciente alfabetización alimentaron la disidencia, en especial a partir de que la Biblia fue traducida del latín a las lenguas vernáculas. Pese a los intentos de reforma efectuados por la propia Iglesia, el movimiento cobró cada vez mayor importancia, una vez que se hizo público el grado de corrupción y depravación que existía en Roma. Fue entonces cuando surgió el protestantismo, en Wittenberg, Alemania, como consecuencia de la comercialización de indulgencias. Sobre la venta de indulgencias se dice que la Iglesia autorizó su comercio haciendo creer a las personas que se podían perdonar pecados futuros. No conforme con ello, el papa Sixto IV declaró en 1476 que las indulgencias se aplicaban a las almas del Purgatorio, con la idea de que el pueblo creyera que podían pagar para evitar el sufrimiento de sus parientes fallecidos. Cuanto más plegarias, misas e indulgencias compraran por los difuntos, más breve sería su estancia en el Purgatorio. El colmo fue cuando Johann Tetzel, un monje dominico, pretendió vender indulgencias en Wittenberg, Alemania; al ser escuchado por el monje agustino Martín Lutero (1483-1546) éste, enfadado por el engaño, clavó sus 95 tesis en la puerta de la catedral de esa ciudad, dando inicio a la Reforma protestante.

Según los protestantes, lo único que procede realmente de Dios es la Sagrada Escritura, que debe ser interpretada con libertad por el creyente sin que se interpongan intermediarios. Para ser religioso y cristiano basta con llevar una relación espiritual con Dios que permita escuchar la palabra divina.

EL RACIONALISMO

El racionalismo (del latín ratio: razón) es un pensamiento filosófico que sostiene la creencia de que el conocimiento proviene de la razón. el racionalismo moderno inicia propiamente con René Descartes (1596-1650), filósofo francés que aplicó las matemáticas a la filosofía; a la par de ello, sostuvo que el uso de la razón era el único camino para alcanzar el conocimiento científico y llegar a la verdad. Por este motivo planteó que la naturaleza funcionaba de acuerdo con leyes mecánicas. Se ha propuesto que el racionalismo surgió en respuesta a la orientación filosófica medieval de la escolástica, que entró en crisis durante el Renacimiento y facilitó la reinserción del escepticismo griego; pero también como una reacción ante la Reforma protestante que mermó la autoridad doctrinal, así como al desarrollo del método científico impulsado por la revolución científica.

A grandes rasgos, el racionalismo sostiene que el conocimiento no se obtiene a través de los sentidos sino que es producto de las ideas propias del espíritu humano; por tanto, minimiza la importancia de la experiencia y el conocimiento que proviene de los sentidos y considera que sólo la razón ofrece la posibilidad de conocer la realidad: podemos conocer únicamente por medio de la razón. Al principio, este pensamiento fue duramente cuestionado, pero a la muerte de Descartes empezó a difundirse por Europa gracias a autores como Nicolás de Malebranche (1638-1715), Baruch Spinoza (1632-1677) y Wilhem Leibniz (1646-1716), quienes influyeron de forma notable en el movimiento intelectual de la Ilustración durante del siglo XVIII. Las características fundamentales de la filosofía racionalista son las siguientes:

Plena confianza en la razón humana: Valor extremo a la razón, entendida como la única facultad que nos permite alcanzar la verdad. La oposición típica en la Edad Media entre razón y fe (revelación) o entre filosofía y religión es sustituida por la contraposición entre las verdades racionales y los engaños o ilusiones de los sentidos; la razón se opone a la sensibilidad, experiencia y el conocimiento sensorial, no a la fe.

Existencia de ideas innatas: De acuerdo con la filosofía de Platón, quien afirmaba que el conocimiento verdadero podía alcanzarse a través del recuerdo, al estar las ideas de algún modo “presentes” en el alma humana, los racionalistas afirman que la conciencia posee ciertos contenidos innatos en los que se asienta la verdad. La mente humana no es un receptáculo vacío ni una “tabla rasa”, como sostenían los empiristas, sino que posee ideas innatas o “naturalezas simples”, según Descartes, a partir de las cuales se articula y fundamenta de forma deductiva el conocimiento. La característica fundamental de tales ideas es su simplicidad, claridad y distinción, es decir, la evidencia.

Adopción de un método de carácter matemático: El camino seguro para llegar a la verdadera filosofía es el uso del método de las matemáticas y la geometría. La utilidad de dicho método radica no sólo en evitar el error, sino que tiene objetivos claros: la unificación de las ciencias y la creación de una Mathesis Universalis o ciencia cierta de carácter universal que utiliza un lenguaje simbólico matemático con el que es posible analizar y reducir a lo simple y cierto toda proposición compleja de la ciencia.

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Metafísica basada en la idea de sustancia: La metafísica racionalista se aparta del ser y se centra en la sustancia; se retoma la idea de Aristóteles sobre la sustancia, aunque con adecuaciones. La sustancia es “aquello que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra cosa para existir”. Descartes afirmó la existencia de tres sustancias distintas (res infinita o Dios, y sustancia finita: res cogitans o pensamiento y res extensa o sustancia material), lo que le condujo al establecimiento de un dualismo que separó la realidad en dos ámbitos: material y espiritual, dejando en claro que las leyes mecánicas son para el mundo físico. Baruch Spinoza, en cambio, sostuvo que sólo existe una sustancia, por lo que el pensamiento (res cogitans) y materia (res extensa) son atributos de Dios, única sustancia existente; por tanto, éstas no son entidades que existan de forma independiente. Por su parte, Wilhem Leibniz adoptó un pluralismo metafísico que afirmaba la existencia de sustancias infinitas o mónadas simples, impenetrables y dotadas de percepción. La mónada es una energía, fuerza o entelequia (alma) que sigue el orden inexorable de la armonía preestablecida por Dios.

Paradigma mecanicista: La visión científica del mundo aceptada por la mayoría de los racionalistas consiste en concebirlo como una máquina despojada de toda finalidad o causalidad que va más allá de la simple eficiencia: todo se explica por choques de materia en el espacio y no existen fuerzas ocultas. El mundo es un mecanismo gigante cuantitativamente analizable.

EL EMPIRISMO

Es una corriente de pensamiento que surgió en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XVII, cuyo postulado central consiste en afirmar que las ideas o los contenidos de la mente provienen de los sentidos que le transmiten percepciones de las cosas. Sus representantes más importantes son John Locke (1630-1704), George Berkeley (1685-1753) y David Hume (1711-1776). Para los empiristas, la mente tiene ideas simples que emanan de los sentidos y provienen de la realidad; las ideas complejas son abstractas y compuestas, y surgen de las ideas simples; por tanto, la percepción sensible y nuestra experiencia son los dos aspectos que nos dan el material de conocimiento. Afirman que la mente de una persona en el momento de su nacimiento es como una “tabla rasa”, una hoja en blanco sobre la que la experiencia imprime el conocimiento.

John Locke: Entre los precursores del empirismo podemos mencionar al propio Aristóteles, también a Roger Bacon (1214-1292), Francis Bacon (1561-1626) y Thomas Hobbes (1588-1679). Pero, sin duda fue John Locke21 (Ensayo del entendimiento humano, 1690) el primero en cuestionar el racionalismo de Descartes, que consistía en analizar las ideas del pensamiento para aprehender en ellas la realidad inmediata e inmutable. Los racionalistas suponían la existencia en el espíritu de ideas innatas, que nacen con el mismo espíritu, es decir, no proceden de la experiencia sensible; pero Locke propuso que el ser humano no posee ideas ni principios teóricos o morales de carácter innato, que llega a este mundo como un papel en blanco —tabula rasa— en el que nada se ha escrito. Todo procede de la experiencia, de los datos sensoriales, que empieza a adquirir al momento en que nace. Para dar sustento a esta idea, Locke retomó la conocida sentencia que los escolásticos aristotélicos empleaban contra los platónicos: “nada hay en el entendimiento que no haya estado antes en el sentido”. Si deseamos entender esta oración recordemos lo que decía Platón, quien creía que las ideas universales eran poseídas por el alma de un modo innato porque las había contemplado en una vida anterior y en esta las recordaba. Frente a esta opinión, los aristotélicos sostenían que las ideas se obtienen por abstracción a partir del conocimiento sensible de las cosas singulares. Retomando este argumento, los empiristas sostuvieron que la idea o concepto es un simple complejo de sensaciones que se forma de la combinación de éstas. Las sensaciones son la única realidad del espíritu, de la que se originan todos los conocimientos.

David Hume: Otro de los empiristas destacados es David Hume (1711-1776), quien se enfocó en el origen de las ideas y la crítica de las ideas abstractas, dando a entender que las ideas son fenómenos de la conciencia; pero se mostró contrario al supuesto de que lo que pensamos supera con creces lo percibido. Para él, sólo hay certeza de lo percibido. Hume distingue entre impresiones y pensamientos; las impresiones son precisas e intensas, mientras que los pensamientos son vagos, abstractos e indefinidos. La impresión es una sensación o percepción fuerte que, por ser inmediata y actual, es viva e intensa, mientras que un pensamiento es una copia de una impresión, y por lo mismo no es más que una percepción menos viva e intensa, que consiste en la reflexión de la mente sobre una impresión. Las impresiones fuertes son las que constituyen la base de nuestro pensamiento. La impresión es el original y la copia es el pensamiento, las ideas provienen de la experiencia. Además, Hume intenta explicar el mecanismo mediante el cual los pensamientos proceden de la experiencia. Partiendo de la asociación de ideas por semejanza, por contigüidad y por causalidad, de las impresiones pasamos a la copia (pensamiento), que es la idea abstracta; y una vez que hemos formado ideas abstractas y adquirido la costumbre de pensar mediante abstracciones, creemos que estas últimas son reales y corresponden a una realidad concreta.

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Pero tal cosa es falsa; la verdad es que sólo es una creencia, invención propia del hombre; lo real siguen siendo las impresiones pero no las ideas abstractas porque no existen en la experiencia, no están en el mundo real, y por tanto son simples afirmaciones inverificables, puesto que no se refieren a nada concreto. Esta reflexión lleva a Hume a cuestionar la metafísica según la cual, al basarse en ideas abstractas pretende hacernos tomar el pensamiento, la copia, por la realidad, quiere hacernos pensar que las ideas generales tienen un referente real y demostrable; pero esto no es así, son simples ideas, es decir, creencias formadas por hábito que acaba por hacernos creer en la verdad de los objetos creados en nuestra mente por la costumbre y repetición. Partiendo de esta conclusión, Hume cuestiona la metafísica clásica que se basa en la causalidad para demostrar la existencia de Dios, así como las afirmaciones de la existencia de Dios y de la inmortalidad y la simplicidad del alma humana. Son estas ideas las que Hume considera especialmente cuando habla de abstracciones. Propone que, si estas tres no tienen un referente real, si no pueden referirse a la experiencia, entonces son ideas que, si bien no se puede negar que existan o no, al menos deben ponerse en duda.

EL CRITICISMO TRASCENDENTAL1

Durante el siglo XVIII se consolidó en Europa un movimiento intelectual denominado Ilustración, que se basaba en el uso de la razón, la crítica de toda autoridad del pasado, el rechazo de la metafísica racionalista para lograr la fundación de una moral independiente de la teología, la convicción en el progreso humano mediante el desarrollo de la ciencia y la posibilidad de explicar la totalidad de los fenómenos a partir de las propiedades de la materia. En este contexto, el filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) expuso su pensamiento, que se caracteriza por conciliar las posturas del racionalismo y el empirismo.

EL IDEALISMO

El término “idealismo” se ha aplicado en general a los sistemas filosóficos que sostienen que la realidad es mental o se explica mejor como idea, o que el ser es idea. Sin embargo, el idealismo alemán de fines del siglo XVIII y principios del XIX, será el primero en expresar el deseo —de claro influjo romántico— de hallar un sistema de pensar que elimine la distinción entre sujeto y objeto, y entre el yo y el mundo, distinción que hasta ese momento se vive como una contradicción. Se le considera la corriente filosófica más importante de fines del siglo XIX.

Idealismo subjetivo: Johann Gottlieb Fichte (1762-1814): fundador de esta corriente filosófica; a partir de la filosofía kantiana, propone que toda la realidad debe proceder de la idea absoluta (idealismo); denomina dogmatismo a la posición contraria para la cual las cosas independientes de las ideas pueden ser consideradas existentes. Su inclinación e interés lo llevaron a escoger una filosofía de la acción, la libertad y la liberación de la conciencia. Buscar el fundamento de la filosofía es buscar algo indemostrable puesto que se trata de un fundamento absoluto. Fichte subraya la subjetividad e interpreta que la realidad es una construcción de la autoconciencia, de un Yo-absoluto, que es pura libertad y pura acción; y la esencia de ese Yo-absoluto es la actividad, un productor, un sujeto activo, autodeterminado y absolutamente libre; de él surge, por desarrollo dialéctico, el no-yo, o el mundo. El Yo-absoluto supone la existencia del yo voluntario y, sólo actuando ese yo crea algo en cierto sentido ajeno a sí mismo: la realidad material que Fichte llama el no-yo. Y actuando sobre este no-yo, superándolo en sucesivas acciones y reacciones, podemos desarrollar la vida espiritual del yo voluntario, que es siempre un hacer, una acción en la que se constituye el sujeto autoconsciente que logra superar y trascenderlo en Yo absoluto, el cual equipara con Dios.

Idealismo objetivo: Friedrich Wilhem Schelling (1755-1854): desarrolló una filosofía de la objetividad que se transforma en filosofía de la naturaleza, donde lo objetivo domina sobre lo subjetivo; la naturaleza o el absoluto son la identidad del sujeto, y el objeto lo fundamental, vivo y sustancial. El absoluto se presenta en la forma de dos potencias: el espíritu y la materia, que no son otra cosa que el absoluto manifestado. Schelling completa esta visión con la perspectiva de la filosofía trascendental, donde lo objetivo domina sobre lo subjetivo; la fusión comprensiva de la naturaleza y espíritu, o Yo absoluto, la identidad entre uno y otro, la ve realizada en la creación estética; según él, “lo único verdadero y documento eterno de la filosofía”, un absoluto creado por el hombre, pero al fin producto de un fundamento natural que crea de modo inconsciente. Dado que todo arte supera lo real y no lo copia, el arte permite comprender el sentido del mundo y pone creativamente lo verdadero en obra, constituyéndose en la máxima posibilidad de unificar lo real y lo ideal. El arte es pues, a la vez, naturaleza y libertad, espíritu subjetivo y objetivo, y la intuición estética es lo más objetivo. Al abordar el tema de la filosofía de la identidad, propone que así como todos los polos contrarios (sujeto-objeto, real-irreal, naturaleza-espíritu) son abolidos

1 No se coloca más sobre el tema porque en la sección de métodos filosóficos, casi al principio, ya se abordó lo esencial respecto al

criticismo trascendental de Immanuel Kant.

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en lo absoluto, lo objetivo y subjetivo son expresiones de una misma realidad, por lo que lo absoluto es la expresión de la realidad y ese absoluto es la razón. La razón es la realidad y el universo todo, una y todo, identidad absoluta consigo misma; la diferencia surge porque la razón se escinde en sujeto que conoce y objeto conocido, o en espíritu y naturaleza.

Idealismo absoluto: el filósofo más importante del idealismo alemán fue Friedrich Hegel (1770-1831). Su pensamiento filosófico, retomado por varios autores, entre ellos Karl Marx, recibe el nombre de idealismo absoluto, que se caracteriza por ser una reflexión sobre la realidad total, a la que da el nombre de Absoluto, entendida como idea, naturaleza y espíritu, que se desarrolla en el tiempo como proceso dialéctico. Hegel supone que el pensamiento y las ideas son lo único real y verdadero. Los principios de la filosofía hegeliana son los siguientes:

1. Inmanencia del Absoluto: El Absoluto no es una sustancia, algo acabado, determinado, está en movimiento, es un auténtico devenir de lo real. El Absoluto no es; será al término de su evolución. Es un proceso de autogeneración de sí mismo, inmanente, cuanto a naturaleza y espíritu.

2. Identidad entre lo real y lo ideal (racional): Todo lo que es real es racional y todo lo que es racional es real. La realidad, en proceso de autogeneración, no es absurdo sino que dicho proceso es necesario y lógico. El Absoluto es razón. Las leyes que regulan el movimiento de la naturaleza son las mismas que regulan el pensamiento. La razón es consciente en el hombre (libertad) e inconsciente en la naturaleza (leyes necesarias). El principio vale para todo lo real: naturaleza, historia, sociedades y civilizaciones.

3. La filosofía como sistema integral: La ciencia tiene como finalidad captar el proceso de autogeneración del universo. La finalidad última es alcanzar el “saber absoluto”, el saber que Dios tiene de sí mismo y de todas las cosas. La tarea del filósofo es construir y enlazar conceptos de forma objetiva y necesaria, según el movimiento del pensamiento y de la realidad. La construcción de conceptos atañe a las categorías, formas generales y abstractas, que constituyen el marco de la realidad.

MODERNIDAD Y POSMODERNIDAD

La modernidad (del latín modernus: reciente, actual), entendida como aquello propio de la actualidad desde el punto de vista filosófico, designa al conjunto de ideas que a partir del siglo XIV, con el Renacimiento, la reforma protestante (XVI) y principalmente la revolución científica (XVII) y la Ilustración (XVIII) recuperó el principio del homo mensura y planteó la visión científica del mundo, lo que trajo consigo profundos cambios en la vida social, política y económica de la civilización occidental. Con la Ilustración este proceso llegó a la cúspide porque, a decir de Kant, es el periodo que corresponde al momento en que la humanidad, por su propio esfuerzo, emergió definitivamente del estado de inmadurez y tuvo el coraje de valerse de la razón y “atreverse a pensar por sí misma” (sapere aude). De ahí que, para el filósofo alemán, dicho movimiento representara la condición humana en la que el ilustrado es quien se emancipa intelectualmente y no necesita la tutela de nadie para conseguir este propósito. En la modernidad, la humanidad se condujo de acuerdo con los siguientes ideales:

El hombre, despliegue del espíritu absoluto: El hombre es la fuente del saber y ordenador del todo; por medio de la razón puede construir el mundo conforme a su designio (Hegel).

Razón instrumental: Preside el nacimiento de la modernidad y constituye su elemento de base; se trata de una razón totalizadora, única, que dirigida hacia todo se aplica en todos los órdenes del ser por su condición universal, ya que es compartida por todos los seres humanos (Descartes).

Mentalidad científica: El pensamiento científico (razón científica) trascendió el plano de las ciencias experimentales e impactó en todos los órdenes de la vida. A partir de la ciencia se producen saberes verdaderos, por medio de los cuales podemos conocer el mundo (Kant).

Teoría de la representación del conocimiento: El conocimiento se produce cuando un individuo (sujeto) crea una “imagen interna” (representación) de objeto en su mente; entendido de esta manera, el conocimiento es una copia del mundo; una copia mecánica, fiel reflejo de aquello que está dado en sí y por sí mismo en el mundo exterior, independiente de quien lo conoce (Descartes).

Liberalismo político: Sobre la base de la razón, inició la construcción de una sociedad política con base en reglas puramente racionales, en que se destacan el respeto a los derechos de las personas (libertad de expresión, igualdad ante la ley, educación, respeto a la propiedad privada), procurando que el gobierno no abuse de sus atribuciones, limitando sus

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atributos, que se logra con la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y un gobierno republicano, dando lugar a la creación del Estado-nación (Locke).

Laicismo: Los valores cívicos y laicos se anteponen a los religiosos; inicia el encauzamiento de una moralidad social y un “deber ser” desde una perspectiva que nace en la sociedad misma y no de “entidades” que emanan de la esfera divina. Soberanía popular: El poder reside en el pueblo ya que es quien delega esa facultad a los gobernantes y los elige mediante el sufragio universal; de ahí que sólo sean representantes populares. Esta idea ayudó a la creación del Estado-nación (Locke, Montesquieu).

Liberalismo económico: Doctrina que supone que la economía está regulada por fenómenos naturales y regida por leyes universales; sostiene además el fomento a la libertad de empresa y comercio sin la intervención directa del Estado. Este principio facilitó el desarrollo de la revolución industrial y de los medios de comunicación, lo que dio origen al capitalismo (Descartes, Smith, Ricardo).

Optimismo, felicidad y búsqueda del progreso: La naturaleza es una máquina que funciona de manera armónica, por lo que no hay motivo para preocuparse de los problemas que se presenten, tarde o temprano las “leyes naturales” que rigen el mundo los solucionarán. A este optimismo se suma la idea del progreso, es decir, el proceso mediante el cual el hombre transforma conscientemente el mundo en su propio beneficio (Bacon, Voltaire, Kant).

Finalidad de la historia: La historia humana es concebida como la marcha de la humanidad hacia la libertad y la búsqueda del progreso; es el tiempo en que ha de construirse la libertad objetiva del hombre (Friedrich Hegel).

En cambio, postmodernidad o posmodernidad son términos que se emplean para designar un periodo histórico por el que atraviesa la sociedad actual a causa del surgimiento de una serie de nuevos fenómenos y tendencias que no acaban de aparecer por completo. Se asocia además con las ideas filosóficas desarrolladas en los siglos XIX y XX, que ponen de manifiesto la incapacidad de la modernidad para continuar con su proyecto en las sociedades posindustriales. Sin embargo, sus planteamientos son polémicos, sus límites difusos y su contenido bastante amplio.

Los filósofos posmodernos sostienen que la humanidad espera en vano que se cumplan las promesas de modernidad; no ha llegado la paz perpetua de Kant ni la sociedad igualitaria que muchos soñaron. Ni el cogito (Descartes) que se creyó sería la piedra fundamental de la modernidad ni la idea optimista de la racionalidad, que suponía el triunfo de una ciencia-técnica, han evitado el desencantamiento del mundo. Occidente ha perdido la perspectiva de sus límites, creyó que el suyo era el horizonte universal, que la razón ilustrada podía convertirse, sin más, en el paradigma de toda racionalización; ideas que, en conjunto, hoy se han puesto en entredicho. Por eso, la posmodernidad se presenta como una reivindicación de lo individual y local frente a lo universal. Sus características son:

Desencanto por la razón, la ciencia y el progreso: La razón se ha convertido en “razón instrumental”, tecnifica las conciencias y deshumaniza a la sociedad. La razón ilustrada es una metáfora y el progreso una fábula. La razón no puede ser totalizante, fundamentadora ni omnicomprensiva. La razón sólo es una forma de explicar al mundo, no produce saberes ni respuestas últimas. Secularización de la ciencia. La razón es un producto de las circunstancias sociohistóricas europeas, no es una categoría natural ni original, es una invención cuyo propósito principal ha sido extender el dominio sobre la vida de las personas. Frente a la “razón instrumental” (Apolo) hay que oponer la “intuición”, es decir, disfrutar los momentos de la vida por sí mismos (Dionisos). No existe una verdad, sólo verdades; no existe el gran relato de la ciencia, de Dios, de la historia y del progreso, considerados metarrelatos; sólo existen relatos. No se puede hablar de una realidad sino de muchas realidades y tampoco se presenta como objetiva ya que es construcción propia de un contexto social e histórico. El racionalismo cartesiano intentó reducir la captación de la realidad en figuras, números y movimientos; de ahí la crítica de ver no al mundo sino a la imagen del mundo en las ideas y representaciones (teoría de la representación del conocimiento).

Fin de las utopías: La verdad y la realidad, al ser cuestiones de interpretación y de dinámica social, sólo son ficciones, lo que hace entrar en crisis a cualquier valor universal; de ahí que no se aceptan los valores que aparezcan como absolutos o que pretendan dar sentido a la historia humana. En contraposición con la modernidad, la posmodernidad es la época del desencanto; se renuncia a las utopías y a la idea de progreso. Puesta en duda de los ideales propios de la Ilustración (razón, ciencia, progreso, justicia, igualdad, fraternidad) en el entendido de que el “proyecto emancipador” de la modernidad es simple retórica. Hay que mostrar incredulidad ante los “metarrelatos”. No existen los grandes metarrelatos, sólo relatos pequeños y fragmentarios (microrrelatos). El Estado-nación moderno se revela como metarrelato: el sustento de las instituciones políticas modernas está formado por mitos y rituales. No es la razón en la historia; son fábulas y mitos; desempeñan el mismo papel que respecto de la ciencia representan los relatos: otorgar legitimidad, es decir, cuentan

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ficciones que hacen aceptable la vida en sociedad; domestican las pasiones, controlan, disciplinan. En la modernidad se piensa que la finalidad del diálogo es el consenso; pero tan sólo es un estado particular de la discusión en las ciencias, no es su fin, éste es más bien la “paralogía”, un razonamiento falso, ocurrencia absurda, contraria a la razón. La búsqueda de la paralogía permite entrar en contradicción con las reglas establecidas, ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva y transitar a otros caminos para hacer progresar a la ciencia. La invención nace siempre del disenso y no del consenso.

El fin de la historia: No hay una historia conjunta que se dirija hacia una meta; se rechaza que la historia necesariamente supone mejorar y que nosotros somos llevados por una mano invisible hacia una esperanza y un progreso; eso no es cierto. Se niega la existencia de las historias universales, pretendidamente dirigidas por la noción del progreso, porque han demostrado su imposibilidad de llevar el ansiado fin en todos los ámbitos humanos; en lugar de ello, es posible hablar de las historias personales.

Individuo posmoderno: Aceptación del mundo como una totalidad heterogénea y discontinua que niega la homogeneización pregonada por la modernidad. Intención de sustituir el pensamiento moderno del deber ser (Prometeo), característica básica de la producción intelectual moderna, por el hecho de ser, de asumir que se es (Narciso). Se presta mayor atención al presente, por ser el instante en que se construye el futuro y por un deseo de vivir intensamente el momento, aquí y ahora. El “presentismo contemporáneo” se opone así al “futurismo moderno”. Los individuos no presentan una personalidad con un yo coherente, compactoe integrado como se podría esperar en la modernidad; además, la identidad tiende a ser difusa; en su lugar, los sujetos generan nuevos discursos, sentidos de pertenencia o identificaciones culturales, en las cuales, entran y salen intermitentemente al tenor de motivaciones diferentes.

FRIEDRICH NIETZSCHE

Uno de los primeros pensadores que cuestionaron la filosofía de la modernidad fue Friedrich Nietzsche (1844-1900). El conjunto de su obra se caracteriza básicamente por ser una crítica radical a los fundamentos de la cultura occidental basada en la metafísica, la religión y la moral que han suplantado e invertido los valores vitales. A la vez, sus ideas representan un intento de superación de esta situación, a la que califica como producto del resentimiento contra la vida. Se ve al filósofo alemán como un acérrimo crítico de la modernidad, a la que denuncia por la falsedad de sus valores, proponiendo la superación de la decadencia y del resentimiento de la cultura occidental, cuya filosofía es artífice del sometimiento de la vida a la razón; de lo dionisíaco (vitalidad, vida) a lo apolíneo (razón), que en conjunto constituyen la base degradada de la cultura occidental. Especial atención merece la metafísica, que pone la vida en función de la razón, en lugar de poner la razón al servicio de la vida.

Resultado de lo anterior es la concepción del nihilismo como desvaloración de los más altos valores, como la negación del carácter de verdadero que caracteriza a la metafísica. El problema es que precisamente ésta, según Nietzsche, junto al cristianismo y la moral, constituye el fundamento de la cultura occidental, pero que en realidad consiste en la negación de la vida, el desprecio hacia el cuerpo y la primacía del concepto de pecado, tal y como puede apreciarse en Así habló Zaratustra (1883), obra en la que cuestiona estos tres fundamentos y luego formula sus grandes tesis: 1. La transmutación de los valores. 2. La doctrina de la voluntad de poder. 3. El eterno retorno y la idea del superhombre.

En conjunto, dichos planteamientos constituyen el núcleo de su filosofía, misma que se caracteriza por intentar la superación del espíritu de venganza o del resentimiento contra la vida que ha engendrado la metafísica y su gran aliada: la religión, especialmente el cristianismo, al que califica de “platonismo popular”, “moral de esclavos” y “metafísica de verdugos”. En La Gaya Ciencia (1882) Nietzsche retoma esta cuestión pero además aborda el tema de la “muerte de Dios”, que representa el fin de toda concepción idealista y de la metafísica. La frase “Dios ha muerto” representa la pérdida del fundamento metafísico del hombre, la negación de todos los trasmundos inventados por la religión que, para él, es “una gran mentira que convierte la vida en una mera sombra”. “Muerto” el monoteísmo (el Dios dogmático que cerraba el paso a la pluralidad, a la diversidad de razones, el Dios que dicta lo que está bien y lo que está mal, lo bello y lo justo) también mueren Sócrates, Platón, Hegel y, junto a ellos, la razón legitimadora del sentido de la historia. No hay una explicación única y global de la realidad: ha muerto la modernidad.

La idea de Dios, entendida como el fundamento del mundo verdadero, es la gran enemiga y, según Nietzsche, Dios no es sino la invención de los resentidos y débiles que no se atreven a enfrentarse a la vida que se encuentra en continuo devenir. Por ello, creen en una figura superior que les garantiza su moral de “esclavos”, su moral de “rebaño”, de dominio bajo el cual se encuentran a gusto. Asumir la muerte de Dios implica saber que se está sin brújula, sin valores, sin fundamento, porque todo lo que se creía resulta falso, impuesto, invertido. Hasta ese momento nadie había pensado en dudar de ese

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fundamento, porque el mismo (Dios) se piensa necesario para encontrar sentido a la vida. Este principio funciona como punto de referencia y, al mismo tiempo, como límite u horizonte metafísico. No existen valores universales y ahistóricos porque no hay fundamentación que obligue a cumplirlos; el ser humano queda libre para crear otros nuevos, comienza la transmutación de éstos; lo que importa está en la historia, pero no en la historia única y universal, en una historia sin sentido, sin rumbo, plural y en constante cambio. No quedan ya valores eternos, no hay nada eterno.

Sostiene que tenemos un saber al que tememos; a través de él, proyectamos nuestro miedo a estar solos, pero debemos reconocer que dicho saber es el de la inexistencia del fundamento. Al afirmar que “Dios ha muerto”, Nietzsche, trasciende ese miedo y nos muestra que no existe el parámetro con arreglo al cual situábamos nuestra existencia. Pese a ello, no terminamos de aceptar este hecho, tenemos miedo de admitirlo porque Dios no es solamente el dios cristiano, sino todo aquello que a lo largo de la historia ocupó ese lugar. En la Antigua Grecia fue la naturaleza, para la modernidad fue el sujeto racional de Descartes. Es decir, Dios es el fundamento y el saber de su muerte implica la mayor de las angustias. Sólo el espíritu libre es capaz de superar el miedo a la afirmación de que “Dios ha muerto” y asumir la condición de que nadie puede solucionar nuestros problemas; que debemos asumir la vida y, entre otros asuntos, acabar con la dicotomía entre mundo verdadero y mundo de las apariencias; en definitiva, poner fin a la metafísica y aceptar que nada debe ocupar su lugar, pues de nada serviría sustituir la idea de Dios por las de humanidad, ciencia, racionalidad, técnica u otros sustitutos.

No obstante, la “muerte de Dios” trae consigo dos repercusiones; por un lado, puede favorecer el surgimiento del superhombre pero también el del último hombre, quien se contenta con un mero pragmatismo, cientifismo o tecnocracia; es el hombre light. El último hombre ha sustituido a Dios por su comodidad, ya no es capaz de despreciarse a sí mismo y cree que ha inventado la dicha; un hombre cuya vida, sin Dios, carece de sentido, que pregona “todo se vale” y que, al tiempo que representa la ruina de la civilización, es la culminación de la decadencia. En cambio, el reconocimiento pleno de la ausencia de sentido es la condición que permite la aparición del superhombre. El resentimiento contra la vida nace de la incapacidad de asumirla plenamente; y hacer esto es aceptar que todo fue porque así lo hemos querido. Ésa es la condición del superhombre; acepta con todas sus consecuencias la “muerte de Dios” y no lo sustituye por otros valores, llámese ciencia, el Estado, la comunidad, la técnica o la razón, sino que asume la vida plenamente. El superhombre se servirá de la voluntad —no de la razón— de poder para crear los nuevos valores, dar un nuevo sentido al mundo y fijar nuevas metas que no dependan de ideales transmutados. No se trata de superar el pasado con otros valores también normativos y dogmáticos: muerto Dios, no hay superior ni inferior, lo que hay es pluralidad. Ya no hay una regulación absoluta, hay múltiples fuerzas o poderes.

En este sentido es propiamente el más fuerte, el más noble, en definitiva, el auténtico filósofo, en cuanto que no precisa de falsos valores; es el que supera la prueba del eterno retorno. Es quien tiene la voluntad de poder, entendida como el impulso que le permite dar “otro sentido” a los valores; no sólo invierte el sentido de lo decadente, sino que es creador de nuevos valores, característica que lo hace aparecer como un demente para los últimos hombres. Esta fuerza impulsora es voluntad de poder que es la esencia misma del ser y que, como principio afirmador, está situado más allá del bien y del mal.

MARTÍN HEIDEGGER

Martin Heidegger (1889-1976) fue un filósofo alemán existencialista que sostuvo que la pregunta por el ser constituye el tema central de la filosofía. En El ser y el tiempo (1927) propone como punto de partida la existencia del hombre, que denomina Dasein, término que puede entenderse como el “ser-ahí”. Así, el Dasein designa lo que somos en cada caso nosotros, pero no al hombre entendido como un género o un ente cualquiera al que le es ajeno su propio ser, sino como aquel ser al que precisamente le es esencial una comprensión de su ser (Seinsveständnis), lo que hace de él el ser que puede formular la pregunta por el ser en general, así como aquel al que puede dirigirse esa misma pregunta, ya que la interrogante es hecha por alguien que “es”, que tiene y participa del ser. No es posible establecer una distancia entre lo preguntado y quien pregunta. Por tal motivo el ser no puede transformarse en simple objeto de conocimiento. Cuando preguntamos: “¿Qué es el Dasein?” la respuesta es: somos nosotros, porque somos los que hacemos la pregunta e intentamos responderla. Desde luego que antes de Heidegger hubo filósofos que se interesaron por el estudio de este “ser- ahí” que se cuestiona acerca del ser, pero olvidaron que la pregunta fundamental de la filosofía era precisamente el problema del ser. El filósofo alemán denomina a esto “olvido del ser”. En efecto, la interrogante: “¿qué es el ser?” no puede ser respondida por la filosofía tradicional porque ésta ha “olvidado” al ser como fundamento y lo ha cosificado. En especial la metafísica occidental, que lo ha ocultado mientras intentaba descubrir el ser en Dios como ente máximo y perfecto. Pero

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el ser se distingue del ente por una diferencia ontológica. No es algo que se encuentre en el mundo como objeto, sino la causa de que en general exista el ente. El ser es la fuente activa de todos los entes.

Pero el Dasein es siempre “ser-en-el-mundo”, porque el mundo es el que el “ser ahí” hace al vivirlo. Por esta razón, el mundo está siempre “ya abierto” de uno u otro modo. Este mundo abierto previamente no puede ser elegido por el hombre, que fue “arrojado” en él como si fuera un abismo, porque nos resulta incomprensible. Sin embargo, no estamos sujetos a una forma determinada de existencia. En cada instante y en cada decisión tenemos la posibilidad de convertirnos en lo que queramos ser, siempre y cuando tomemos en cuenta que habitamos el mundo sin saber cuál es nuestro origen y a sabiendas de que nuestro destino es la muerte. La forma auténtica de “estar” en el mundo es, por una parte, encontrarnos a nosotros mismos y, por otra, actuar sobre el mundo. Debido a lo anterior, la temporalidad para el filósofo alemán se convierte en una de las categorías más relevantes para el Dasein, pues éste es desde el primer momento de su existencia un ser para la muerte, es hacia la muerte a donde el “ser-ahí” se dirige y la asimilación y aceptación o no de este hecho por parte del existente humano marca la distinción hecha por Heidegger entre existencia auténtica y existencia inauténtica.

La existencia así descrita puede ser, ya sea una forma de autenticidad (Eigentlichkeit) o existencia auténtica, o de la inautenticidad (Üneigentchlikeit) o existencia inauténtica. Entendemos por existencia inauténtica aquella en el que el “ser-ahí” no toma su existencia como un proyecto arrojado ni toma el “ser-en-el-mundo” como parte constitutiva de su propio ser, que viene dada no sólo por el rechazo hacia la propia muerte, sino también por la relación que mantiene con el mundo y los demás Dasein al cosificarse y quedar atrapado en el mundo, sufriendo la alienación y su despersonalización, dejándose arrastrar por los demás, renunciando a su ser sí mismo y llevando una vida inadecuada.

Una condición propia del estado de existencia auténtica que adopta el “ser ahí” es el “cuidado” de sí mismo. Sólo así, el Dasein tiene la posibilidad de encontrarse (Befindlichkeit), comprender (Verstehen), interpretar (Auslegung) y hablar (Rede) de cómo se observa a sí mismo y entender que es un ser arrojado al mundo, es decir, que nace en circunstancias que no puede elegir y debe otorgarse a sí mismo un sentido para su existencia, que se ve a sí mismo como un poder ser, como ser en proyecto, inacabado, que deviene a cada momento. Además, es consciente de que la muerte es realidad ineludible, lo asimila y lo acepta, pues si pretende ignorar el hecho de su muerte se traiciona a sí mismo; debe asumir que la muerte le es constitutiva para llegar a una comprensión de sí mismo y para ello tiene que encontrarse en un estado de apertura hacia la muerte, que acaba siendo la última posibilidad. De ahí que la existencia auténtica del Dasein implique aceptarse como un ser posible y, al mismo tiempo, un ser que deja de ser, que se anula o se dirige a la nada. Esa es la revelación, en un estado de espíritu privilegiado, de la existencia auténtica. Y esta existencia auténtica es la existencia del “ser-ahí” consciente de que, desde que es “arrojado” al mundo, sabe que va a morir. Finalmente, el “cuidado” constituye para Heidegger el ser del Dasein. En este “cuidarse” se hace visible la temporalidad de la existencia humana, el saber de la propia mortalidad; el hombre —o Dasein— es un “ser para la muerte”. Si no hubiera la certeza de la muerte no estaría “a la intemperie de la nada”, no existiría el peligro de malograr la propia vida. Ese “cuidar” es la esencia del “ser-en-el-mundo”, lo que implica además proteger el mundo, no devastar la tierra, renunciar a su explotación brutal, vivir a un ritmo cósmico, esto es, en la continuidad del día y la noche, del curso de las estaciones. Ese es el modo humano de “ser-en-el-mundo”, de habitar el mundo y de asumir el tiempo de nuestras vidas de forma auténtica, reconociendo que lo que ha sido es irrepetible y, por tanto, carece de sentido y dirección; lo que se le presenta, que está constantemente en trance de haber sido; y el futuro, que es todavía posible, donde cada Dasein asume su propio devenir.

KARL POPPER E IMRE LAKATOS

En su obra filosófica, Karl Popper (1902-1994) reconocía los aportes de Francis Bacon y René Descartes, pero no se consideraba empirista ni racionalista. Pese a ello, definió su propuesta intelectual como racionalismo crítico, que se caracteriza por la afirmación de que el conocimiento científico no es saber sino conjetura y que es posible aprender de los propios errores. Lo más racional es la actitud de criticar las teorías.

El origen del conocimiento inicia con el planteamiento del problema, ya que la investigación es netamente humana; luego se plantea una conjetura (hipótesis o teoría) que intenta dar respuesta a preguntas no aclaradas de una teoría (aquí retoma a Kant, juicios a priori, y Descartes, enunciados generales); como no hay autoridad y no es posible afirmar que es verdadera o que se busca la verdad, pero sí se puede demostrar cuán falsa es su propuesta, entonces entra en escena el empirismo; si las observaciones demuestran que es falsa se desecha; luego es preciso elaborar otra conjetura y si se logra se mantiene hasta que llegue otra que la derribe; si se sostiene es un conocimiento probable, pero deberá ser cuestionada, criticada y refutada con la idea de que sea superada; debe ser testable (evaluable, sometido a revisión).

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Propuso la teoría de conjeturas y refutaciones, que reconoce que el investigador no puede deshacerse de sus expectativas, prejuicios y concepciones del mundo físico y social al estudiar la realidad. Aquí, lo trascendente, dice, es la idea de que constantemente formulamos explicaciones o teorías (conjeturas) acerca del mundo y las probamos y descartamos por su inviabilidad o por los errores que contienen; así que da un vuelco total a las aspiraciones que tenía la ciencia de buscar la verdad y opta por evadir su comprobación o verificación, resaltando las evidencias empíricas que la refutan. Con Popper tenemos una idea revolucionaria: la verificabilidad de una teoría, como aludían los positivistas lógicos, no era razón suficiente para garantizar su carácter científico. De ahí da un gran salto al poner al descubierto la necesidad de distinguir entre la ciencia y la seudociencia. Denuncia las trampas metodológicas de algunas teorías, como el marxismo y el psicoanálisis, cuyos seguidores, en su afán de mantenerlas vigentes, las reformulaban con frecuencia para escapar de las refutaciones.

Imre Lipschitz (antes del cambio de nombre para evadir la persecución nazi y llamarse Imre Lakatos [1922- 1974]) nació en Hungría, donde estudió física y astronomía; sin embargo, durante las purgas estalinistas de 1950 fue detenido y pasó seis años en la cárcel, de la que finalmente escapó a Inglaterra donde vivió el resto de su vida. La principal diferencia que existe entre las posturas filosóficas de Popper y Lakatos es que mientras el primero representa a la ciencia como el contraste entre una teoría y un experimento y considera que el único resultado valioso es la falsación o testabilidad de la teoría, el segundo sostiene que la ciencia se parece más a un debate entre dos teorías y un experimento, y que el resultado es con mayor frecuencia la confirmación de una de las teorías y no su falsación, la cual debe atravesar un escudo de hipótesis auxiliares que envuelve al núcleo, que es el propio programa. La historia de la ciencia que plantea Lakatos no se parece mucho al esquema de Popper. En efecto, el estudio histórico revela que cuando falla alguna de las predicciones derivadas de una teoría, ésta no se ha eliminado sino que se ha conservado mientras se afinan las observaciones realizadas y se llevan a cabo otras más. Tales situaciones se conocen como anomalías, y lejos de constituir excepciones son más bien la regla. De esta manera, no conviene eliminar una teoría en cuanto aparece la primera experiencia que la contradice, en vista de que, aun plagada con anomalías, es mejor que no tener ninguna teoría. Con esta base, Lakatos propone que sólo debe rechazarse una teoría cuando otra encierra mayor contenido empírico, o sea que predice hechos nuevos no anticipados; cuando una nueva explica todo lo que explicaba la anterior.

Mantiene una postura mucho menos radical que la de Popper; mientras una teoría científica tenga algo a su favor no conviene eliminarla hasta que se posea una mejor; de hecho, debe dársele tiempo para que se modifique, de manera que pueda enfrentar mejor las anomalías que la afectan. Sobre esta base, Lakatos propone que el punto de comparación no deben ser teorías aisladas sino más bien conjuntos de teorías generados por modificaciones sucesivas de sus predecesores que, de todos modos, se conservan. A estos conjuntos de teorías afines Lakatos los denomina “programas científicos de investigación”.

JEAN FRANCOIS LYOTARD

El primer autor que utilizó el término “posmodernidad” en la filosofía fue JeanFrançois Lyotard (1924-1998) a fines de la década de 1970. Más adelante, el mismo Lyotard lo calificó de “falso nombre”, porque al retomarlo de la arquitectura italiana no había querido decir “lo que viene después de la modernidad” según el sentido etimológico del término, ya que para él la posmodernidad no es el final de una cosa o el principio de otra; eso implicaría aceptar lo que de entrada ya se cuestiona. La posmodernidad no es el fin de la modernidad sino su etapa naciente, y ese estado es constante. En La condición postmoderna: informe sobre el saber, escrito en 1979, Lyotard analiza el estado del saber en las sociedades desarrolladas (postindustriales) y las transformaciones que operan en ellas a partir de la crisis de los “grandes relatos” o metarrelatos. En su opinión, dichos cambios han afectado “las reglas del juego” de la ciencia, la literatura y las artes de tal manera que sus fundamentos epistemológicos, concebidos desde la metafísica, se han vuelto obsoletos; esto representa un paso adelante en la liberación de la humanidad del dogma de la verdad absoluta, de la unidad y de la razón dogmática de la modernidad.

La crisis de los grandes relatos se ha agudizado sobre todo en los últimos 30 años; los motivos son varios, entre ellos podemos mencionar que el desarrollo científico y tecnológico, artístico, económico y político, no ha impedido el estallido de confl ictos internacionales, la emergencia de regímenes totalitarios o la creciente desigualdad entre las naciones ricas y pobres, sucesos a los que habría que agregar los actos de barbarie —como el genocidio y el uso de armamento atómico—, acciones que en su momento se han justificado por medio de la razón. Dichos metarrelatos, según Lyotard, se descubren como cuentos o narraciones que tienen la finalidad de legitimar, dar unidad y fundamentar las instituciones y las prácticas sociales que, en su conjunto, el proyecto de la modernidad nos ha impuesto para encontrar sentido a nuestra existencia. De acuerdo con esta idea, entre los metarrelatos se encuentran las religiones, principalmente el judaísmo y el cristianismo,

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partes fundamentales de la cultura occidental; en lugar de librarse de ellas la modernidad las secularizó, sustituyendo la fe por la razón, dejando a Dios en segundo término y convirtiendo al hombre, por medio de la razón, en un ser capaz de conocer y dominar el mundo.

A diferencia de los mitos propios de la Antigüedad, los metarrelatos de la modernidad no buscan su legitimidad en el pasado, en actos originarios o fundacionales, sino en el futuro que llegará. Los filósofos de la modernidad creían que con la razón científica se avanzaba hacia la verdad y el progreso ininterrumpido. Sin embargo, como ya se indicó, lo que ocurre en la actualidad parece contradecir dichos ideales. El metarrelato, como explicación de toda la realidad, deja esa condición, en el entendido de que no se puede cubrir toda la realidad porque en él está latente la creencia en la ciencia y la razón, que sobre la base de la concepción lineal del tiempo y una perspectiva ascendente de la historia nos permitirá alcanzar el progreso. Uno de estos “metarrelatos” puestos al descubierto tiene su origen en la filosofía de Hegel, según la cual la historia humana es concebida como la marcha del Espíritu hacia la libertad y el progreso. Como la razón rige al mundo y la historia es la marcha racional hacia este fin, suena lógico que esto ocurra; pero la historia ha dejado de ser real, porque no existe un todo del que formen parte los hechos. El hombre posmoderno no tiene pasado ni futuro, solo tiene el presente; además, ha descubierto que la historia la escriben las elites para legitimar su situación de dominio. También es un metarrelato la idea del carácter universal y válido de la razón instrumental, principio por el que se negaron las diferencias y se califi có de irracionales las mentalidades de los pueblos no occidentales; o bien, la idea de la producción de conocimiento verdadero por medio de la ciencia. De acuerdo con esta creencia, la razón científica se caracterizará por pretender ir siempre más allá, por la duda metódica, por no reposar jamás. Y así, la particularidad de esa condición hizo que se institucionalizara el principio de la duda, insistiendo en que todo conocimiento debía tomar la forma de hipótesis, para estar en condiciones de estar siempre sometida a revisión. La ciencia, como progreso ininterrumpido, es expansión que acabó colonizando, imponiéndose sobre los saberes de los pueblos no occidentales.

Otros metarrelatos puestos en duda son el de la visión científica del mundo como solución de los problemas sociales; o bien la historia lineal hacia el comunismo, la eman cipación de los trabajadores y la lucha por la sociedad sin clases, profetizados por Marx, Engels y Lenin; el ideal del positivismo, que prometía un mundo de bienestar para todos basado en el desarrollo de la ciencia y la industria; el de la ilustración del hombre, medio por el cual se emanciparía de la ignorancia y de la servidumbre mediante el principio de la igualdad ante la ley; el de la realización de la idea universal por la dialéctica de lo concreto; el de la emancipación de la pobreza por el desarrollo técnico industrial; la visión de la sociedad como estructura funcional; y el discurso universal de la comunicación libre de dominio de las teorías del consenso dialógico.

Ante este panorama, Lyotard propone que la posmodernidad no sería un proyecto o un ideal más sino, por el contrario, el resultado de la crisis de los “grandes relatos”, lo que resta de la modernidad, la cual ha sido destruida, liquidada por la barbarie que el hombre ha mostrado en el pasado. De esta forma, ha dejado tras de sí un profundo desencanto. Con el fin de las utopías y la incredulidad en los grandes proyectos que descansaban en la idea del progreso moderno, se han venido abajo las ideas que desde el siglo XVIII al XX habían fundamentado la existencia del hombre —el iluminismo, el positivismo y el marxismo—, junto a sus expresiones políticas principales, desde el conservadurismo democrático hasta el comunismo, pasando por el liberalismo, el socialismo y aun los populismos. De ahí que para Lyotard la posmodernidad específicamente se caracterice por ser una postura de incredulidad hacia los grandes metarrelatos, como el del conocimiento científico que, de entrada, no integra a todo el saber; de hecho siempre está en competencia, en conflicto con otros tipos de saberes, lo que no quiere decir que éste tenga más validez que los demás, sobre todo si caemos en la cuenta de que saber y poder son las dos caras de una misma cuestión: la de la alienación, porque ¿quién decide lo que es saber y quién sabe lo que conviene decidir?

GIANNI VATTIMO

Uno de los filósofos posmodernos más destacados, Gianni Vattimo (1936-), retoma en su obra las ideas de Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger, considerados “teóricos de la antimodernidad”. Para este filósofo el rasgo distintivo de la posmodernidad es el carácter que otorga a la filosofía, cuya dirección no sólo apunta a la disolución de la objetividad “moderna” del hombre sino hacia la disolución del mismo ser, que ya no es estructura sino evento, que no se da ya como principio y fundamento sino como posibilidad de acaecer. Desde su perspectiva, la filosofía posmoderna puede prescindir de la verdad y de la metafísica, admitiendo que no hay hechos sino interpretaciones, situación que también debe considerarse una simple interpretación. Esta postura la define como pensamiento débil o condición posmoderna, la cual supone tomar distancia respecto a los ideales básicos de la modernidad, como la metafísica, el progreso y la razón científica.

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La modernidad se caracteriza por la supremacía del conocimiento científico técnico, por la fe en el progreso, entendido como fe en el proceso histórico y en el valor de lo nuevo; es heredera del pensamiento platónico en cuanto éste implica estructuras estables que imponen al pensamiento y a la existencia la tarea de fundamentarse con la lógica y la ética. Vattimo se interesa por las ideas filosóficas que se alejan de la posición iluminista y racionalista de la modernidad. A su parecer, la modernidad deja de existir cuando desaparece la posibilidad de seguir hablando de la historia como unidad utilitaria que acarreaba la idea del progreso. Desea trascender ese pensamiento y superarlo, afirmando que la única manera de “escapar” al pensamiento de la modernidad es mediante la disolución de la metafísica que prevalecía desde Platón y Aristóteles; es decir, la idea de identificar el ser con el ente, oponiendo el concepto de un “ser que se debilitaba”. No con “un ser que no es conciliación”, como pensaba Marx, sino con “un ser que es”, por ejemplo, “diferencia”, según Heidegger.

Vattimo pone de manifiesto que el existencialismo filosófico, como teoría de la finitud del ser y de la existencia, es todavía metafísica; debido a ello propone una ontología, no para estudiar al ser entendido como ente, sino más bien para hallar una “ontología de la debilitación”. Esta idea cobra sentido porque hemos visto que la modernidad es la época en que culmina el olvido del ser, reducido a presencia en los entes, a su organización y dominio técnico. Este olvido total del ser es resultado de la organización técnica del mundo, donde ya no hay nada imprevisto, históricamente nuevo, nada que se sustraiga a la programada concatenación de causas y efectos.

Esto nos conduce al nihilismo que, en palabras de Vattimo, se entiende como el “debilitamiento del ser”. ¿A qué hace referencia esta afirmación? A que el ser ya no es constitutivamente capaz de fundar nada: es un ser débil; en el sentido de que es desfundante y el hombre se saca de su centro hacia lo incógnito, “arrojado en el mundo”, como diría Heidegger. “El ser tiene una constitución débil: es una fundamentación sólo hermenéutica”, donde se establece el horizonte dentro del cual los entes vienen al ser, como memoria y trasfondo, como “un proyecto arrojado, histórico-finito”, como oscilación entre el futuro, el presente y un remontarse que no se detiene en ningún pretendido origen. El ser es un desencanto: se agota en el evento, en lo que acaece, lo cual no tiene sentido; pero al hombre corresponde, en cada instante y en cada decisión, convertirse en lo que quiere ser. Para Vattimo, la posmodernidad es el lugar de la pérdida del sentido de la realidad, es decir, de la pérdida del ser fuerte y de las posibilidades de un pensamiento débil, que no supone otra cosa que concebir al ser como su disolución de forma infinita. Y el nihilismo es esa situación en la que el hombre reconoce explícitamente la ausencia de fundamento como constitutiva de su propia condición; en definitiva, el fin de la metafísica, la muerte de Dios, en palabras de Nietzsche. Por ello, la modernidad es la culminación del nihilismo; mientras que la filosofía posmoderna es la interpretación libre y la narración histórica de este nihilismo. Esta filosofía no tiene nada para probar su verdad, porque no hay verdad sino interpretaciones. Sin embargo, ¿por qué ocurre un debilitamiento del ser en la actualidad? Vattimo indica que esto se debe a la irrefrenable profusión de los mass media, que aglutinan un espectáculo abigarrado y disímbolo de imágenes del mundo, cuyos discursos son cada vez más alejados de la experiencia cotidiana. La ciencia, además, cuanto más se desarrolla tanto menos se remite a lo real, se convierte en un sistema de información que es interpretación, debilitando las estructuras “fuertes” (el ente, la esencia, la sustancia, la existencia y las ideologías). Podemos notar cómo la ciencia, la historia y la información generalizada, paradójicamente, disminuyen el sentido de lo real y caracterizan a la posmodernidad, situación ficticia en que el hombre moderno cree alcanzar más y mejor la realidad.

* Todos los textos de esta guía (salvo el de Tomás de Aquino), fueron tomados del libro de Filosofía con enfoque por competencias de Héctor Martínez Ruíz, editoral Cengage learning.