Concepto arqueología

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2 EL CONCEPTO DE ARQUEOLOGÍA U N concepto, en tanto que idea concebida por el entendimiento huma- no, es siempre una construcción histórica, que modifica su signifi- cado en función de la realidad social o de la evolución del pensamiento. Arqueología es una palabra de origen griego, formada por el adjetivo "anti- guo" y el sustantivo "discurso" o "tratado", que etimológicamente quiere decir "discurso sobre lo antiguó''' con una significación amplia de estudio de las antigüedades. Sin embargo, en las culturas griega y latina el término significó "Historia Antigua" y en este sentido fue utilizado por Platón -como Historia antigua mítica-, Estrabón -Historia antigua de Grecia-, Dionisio de Halicarnaso -Historia antigua de Roma- o Flavio Josefo -His- toria del pueblo judío-, sin que su uso entrañase ninguna referencia al estu- dio o recuperación de los restos materiales de dichas épocas, con excepcio- nes notables como las de Tucídides, que atribuyó tumbas halladas en Délos a los caños, o Pausanias, que describió sistemáticamente edificios y obras de arte griegos (Trigger, 1992, 38; Ripoll Perelló, 1992,15). Aunque el interés por la Antigüedad y todas sus manifestaciones artísti- cas y literarias fue un fenómeno típicamente renacentista, en relación con el anticuarismo, la recuperación del viejo término griego "arqueología" fue un logro ilustrado, vinculado a la aparición de la historia crítica. La "histo- ria" medieval y renacentista era una historia fabulada, poblada de "falsos cronicones", y carente de periodización cronológica. La construcción de una historia rigurosa se apoyó en un conjunto de técnicas eficaces, alum- bradas en el siglo xvn, y destinadas a avalar su cientificidad por medio de la crítica interna y externa de documentos y monumentos pretéritos. Dichas técnicas fueron la Epigrafía (el estudio de las inscripciones en materias du- ras como la piedra o el metal), la Paleografía (el estudio de la escritura en soportes suaves como papiro, pergamino o papel), la Diplomática (el estu- dio total de los diplomas o documentos), la Numismática (el estudio de las 25

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Concepto de arqueologia

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  • 2EL CONCEPTO DE ARQUEOLOGA

    U N concepto, en tanto que idea concebida por el entendimiento huma-no, es siempre una construccin histrica, que modifica su signifi-cado en funcin de la realidad social o de la evolucin del pensamiento.Arqueologa es una palabra de origen griego, formada por el adjetivo "anti-guo" y el sustantivo "discurso" o "tratado", que etimolgicamente quieredecir "discurso sobre lo antigu''' con una significacin amplia de estudiode las antigedades. Sin embargo, en las culturas griega y latina el trminosignific "Historia Antigua" y en este sentido fue utilizado por Platn-como Historia antigua mtica-, Estrabn -Historia antigua de Grecia-,Dionisio de Halicarnaso -Historia antigua de Roma- o Flavio Josefo -His-toria del pueblo judo-, sin que su uso entraase ninguna referencia al estu-dio o recuperacin de los restos materiales de dichas pocas, con excepcio-nes notables como las de Tucdides, que atribuy tumbas halladas en Dlosa los caos, o Pausanias, que describi sistemticamente edificios y obrasde arte griegos (Trigger, 1992, 38; Ripoll Perell, 1992,15).

    Aunque el inters por la Antigedad y todas sus manifestaciones artsti-cas y literarias fue un fenmeno tpicamente renacentista, en relacin conel anticuarismo, la recuperacin del viejo trmino griego "arqueologa" fueun logro ilustrado, vinculado a la aparicin de la historia crtica. La "histo-ria" medieval y renacentista era una historia fabulada, poblada de "falsoscronicones", y carente de periodizacin cronolgica. La construccin deuna historia rigurosa se apoy en un conjunto de tcnicas eficaces, alum-bradas en el siglo xvn, y destinadas a avalar su cientificidad por medio dela crtica interna y externa de documentos y monumentos pretritos. Dichastcnicas fueron la Epigrafa (el estudio de las inscripciones en materias du-ras como la piedra o el metal), la Paleografa (el estudio de la escritura ensoportes suaves como papiro, pergamino o papel), la Diplomtica (el estu-dio total de los diplomas o documentos), la Numismtica (el estudio de las

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    medallas y las monedas) y la Arqueologa (el estudio de los monumentosentendiendo por tales todos los testimonios notables de la antigedad). Es-tas disciplinas recibieron el nombre de "ciencias auxiliares" de la Historia,en razn de su carcter instrumental, ya que constituyeron la base de lacrtica histrica moderna y fueron perfilando y matizando sus contenidosoriginales, hasta convertirse en especializaciones en el seno de la Historiacomo ciencia del pasado de la humanidad.

    Este concepto de disciplina cientfica que estudia los monumentos anti-guos fue el que adquiri el trmino "arqueologa" en la bibliografa cien-tfica del siglo xvn, por ejemplo en la revista Archaeologia publicada enLondres en 1770, y como tal se consagr definitivamente al rerundarseen 1821 la Accademia di Antichit Profane, instituida por Benedicto XIVen 1740, como Accademia Pontificia Romana di Archeologia. Con los tra-bajos del investigador alemn Johann Joachim Winckelmann (Geschichteder Kunst des Altertums en 1764 y Monumenti Antichi Inediti en 1767), losmonumenta adquirieron el sentido ms restrictivo de obra artstica y la Ar-queologa pas a significar el estudio riguroso y ordenado del arte griego yromano. No obstante, el nacimiento de la arqueologa cientfica en el sigloxix demostr la obsolescencia de tal conceptuacin y permiti, ya en elpresente siglo, su afianzamiento como ciencia histrica plural, orientada alestudio de los vestigios materiales del pasado de la humanidad, en un senti-do laxo y no restringido al mundo clsico.

    Podramos traer a colacin numerosas definiciones modernas de la Ar-queologa, casi tantas como autores se han ocupado del tema, aunque lamayora comparten determinados parmetros. As Vctor M. FernndezMartnez, parafraseando a David L. Clarke (1984) en una concepcin de laArqueologa que considera clsica y por tanto podemos suponer convencio-nal, la define como "/a recuperacin, descripcin y estudio sistemticos dela cultura material del pasado''' (Fernndez Martnez, 1991, 10); se trataevidentemente de una concepcin inductiva y taxonmica de la disciplina,si bien incluye un concepto procedente del materialismo histrico aunqueglobalmente asumido por la investigacin arqueolgica: el de cultura mate-rial 1S. Es tambin una definicin ms tcnica que cientfica, puesto que

    15 Se trata de un trmino que aparece en la literatura marxista desde fechas muy

    tempranas para designar, en palabras de Jan Rutkwoski, los problemas relativos a laproduccin, circulacin y consumo de los bienes materiales (Mazzi, 1985, 578). Ad-quiere un gran desarrollo de la mano de la Escuela Polaca tras la creacin en 1953 delInstituto de Historia de la Cultura Material de la Academia de Ciencias Polaca, pasan-do a la historia econmica -W. Rula, Problemas y mtodos de Historia econmica,Barcelona, 1973 (Varsovia, 1963)-. En la dcada de los sesenta el concepto se incorpo-ra a la historiografa francesa a travs de la Escuela de los Annales -F. Braudel, Civili-

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    pone el acento en las herramientas tcnicas que utiliza la disciplina para re-cuperar restos, y entraa un evidente riesgo de confusin entre el objeto dela ciencia, que no es otro que el de la Historia de la que forma parte, y susmedios tcnicos de aplicacin16.

    En una lnea ms reivindicativa de la naturaleza cientfica de la arqueo-loga se sitan las definiciones de L. Abad Casal (1993, 348) -"/a arqueo-loga es una forma de hacer historia a partir de los vestigios materiales deuna cultura, con un mtodo propio -que comparte en algunos aspectos conotras disciplinas"-; de G. Ripoll Lpez (1992, 9) "ciencia -sobre todo me-todolgica y analtica- que estudia el pasado del hombre a travs de susrestos materiales (...) no es una ciencia auxiliar, sino una ciencia histrica,que existe por s misma y en s misma" y de Emili Junyent (1993, 337)-'ciencia social que estudia les formacions socials, mitjangant una teora iuna metodologa prpies, a travs de la recuperado, descripci i anlisisistemtica i estudi sintetitzador de la cultura materiar-. Todas parten desu carcter de ciencia histrica y no confunden su objeto, el estudio de lassociedades del pasado, con sus fuentes, los restos materiales de su activi-dad, es decir, la cultura material; de la misma forma, insisten en su carctercientfico, incorporando as la dimensin tcnica de la definicin clsicarecogida por V. M. Fernndez Martnez.

    As pues y al igual que la historia construida con documentos escritos,la Arqueologa aspira a explicar de forma cientfica problemas histricospreviamente planteados, a partir de la recuperacin y el estudio de los res-tos materiales de las sociedades del pasado. Ahora bien, de qu pasado seocupa la arqueologa?

    sation marielle, conomie et capitalisme, XVe- XVIP sicle, Pars, 2.a ed. (1.a 1967)-y en la de los setenta a la historiografa italiana, influyendo enormemente en el campode la arqueologa, como se aprecia en la lnea editorial de la revista Archeologia Medie-vale (fundada en 1974) -"/a stora della cultura materiale studia gli aspetti materialidelle attivi finalizzate dalla produzione, distribuzione e consumo dei beni e le condi-zioni di queste attivit nel loro divertir e nelle connessioni con U processo storico"-,en el libro de A. Carandini, Archeologia e Cultura Materiale (Bar, 1975), o los nme-ros 31 (1976) y 43 (1980) de la revista Quaderni Storici con artculos y dossieres espe-ciales dedicados a la Historia de la Cultura material. Una reflexin sobre la evolucinconceptual del trmino puede verse en Mazzi (1985), mientras que algunas matizacio-nes a la ambigedad del concepto se hallan en M. Barcelo (1992) y A. Malpica (1993).

    16 Esta confusin entre los medios y el fin era ya denunciada desde la arqueologa

    tradicional en los aos cincuenta. Cfr. S. Piggott, citado por G. Daniel, 1986,23.

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    2.1. Los lmites de la Arqueologa

    Parece una paradoja plantear los lmites de una disciplina que se ocupapor definicin del pasado de las sociedades, puesto que ste, al terminar enel presente -en el tiempo actual-, carece en rigor de lmite final. De hecho,este sentido laxo de pasado es el que recoge y normaliza la legislacin so-bre el patrimonio arqueolgico. Segn el artculo 1.2 del Convenio Euro-peo para la Proteccin del Patrimonio Arqueolgico, celebrado en La Va-lette el 16 de enero de 1992, el patrimonio arqueolgico se define como"todos los vestigios, bienes y otras huellas de la existencia de la humani-dad en el pasado", mientras que la Ley del Patrimonio Histrico Espaol16/85 de 25 de junio en su artculo 40.1 aclara que en tal categora se inclu-yen todos los "bienes muebles o inmuebles de carcter histrico, suscepti-bles de ser estudiados con metodologa arqueolgica, hayan sido o no ex-trados y tanto si se encuentran en la superficie o en el subsuelo, en el marterritorial o en la plataforma continental"17. Ambas definiciones evitan lalimitacin cronolgica de la prctica arqueolgica y rechazan la mayor omenor antigedad como rasgo definitorio del valor patrimonial de los res-tos, inclinndose por el criterio metodolgico en el caso de la legislacinespaola; de esta forma, la normativa vigente permite incluir en esta defini-cin el patrimonio ms reciente, siempre que pueda ser estudiado con di-chas tcnicas (Simn Garca, 1995,332).

    Sin embargo, la evolucin histrica de la Arqueologa ha consagrado,sobre todo en los ambientes acadmicos europeos, un concepto de su mate-ria mucho ms restrictivo. Dicha concepcin iguala Arqueologa y Antige-dad, entendiendo por tal el perodo comprendido desde el nacimiento de lascivilizaciones con escritura, en los albores del tercer milenio en el Medite-rrneo oriental, hasta el final del mundo clsico grcolatino. Resulta evi-dente que esta visin de la arqueologa deriva de las condiciones histricasde su nacimiento en el siglo xvin, de la mano de J. J. Winckelmann, comohistoria del arte griego y romano; con este sentido, la Arqueologa Clsica

    17 Un anlisis detallado de la legislacin actual del Patrimonio Arqueolgico puede

    verse en J. L. Simn Garca (1995). Con posterioridad a la redaccin definitiva de estemanuscrito he podido conocer el libro de M.* ngeles Querol y Beln Martnez Daz,La gestin del Patrimonio Arqueolgico en Espaa, publicado por Alianza Universidad(AUT 161), en Madrid (1996). Sin duda este libro ser desde ahora un referente funda-mental para muchas de las cuestiones que aqu se tratan, especialmente en lo relativo ala extensin de la arqueologa a los sociedades post-clsicas (pp. 43-4) y a su situacinuniversitaria (p. 342 y ss.).

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    se convirti en una rama de la "Ciencia de la Antigedad", la Altertumswis-senschaft, que presidi la investigacin en las universidades alemanas a lolargo del siglo xix (Bianchi Bandinelli, 1982, 11 y ss.).

    El paulatino desarrollo de unas tcnicas cientficas susceptibles de seraplicadas a otras pocas histricas ms antiguas -como la prehistoria euro-pea o la protohistoria del Mediterrneo oriental en el siglo xix- y ms re-cientes -como la Edad Media o la sociedad industrial ya en el siglo xx-,hizo evidente la contradiccin entre el concepto disciplinar y su prcticametodolgica. El desarrollo sin precedentes de la urbanizacin y el ritmoacelerado de destruccin consecuente, que conoci Europa despus de laSegunda Guerra Mundial, hizo que comenzara a tener sentido la cuestinque el prehistoriador Carl-Axel Moberg plante en 1968: "es razonableaplicar las tcnicas de investigacin arqueolgica hasta la poca moderna,inclusive?'; su respuesta no pudo ser ms contundente: "Estamos convenci-dos de que es necesario contestar positivamente" (Moberg, 1992, 213).

    Apenas ocho aos despus, la pregunta formulada desde la Prehistoria,era ya asumida por algunos de los sectores de la Arqueologa Clsica msvinculados a la tradicin winckelmanniana de estudio del arte antiguo. As,R. Bianchi Bandinelli en la advertencia preliminar de su ya clsica Intro-duccin a la arqueologa clsica como historia del arte antiguo, declaraba:"...Hoy la investigacin arqueolgica, unida a la etnologa, se extiende acualquier edad y a cualquier lugar. La antigedad clsica no es sino unode sus temas, y su intencin es exclusivamente histrica" (1982, 12). Estetemprano reconocimiento de las "otras arqueologas" por parte de la Arqueo-loga Clsica italiana, precisamente el mejor laboratorio de los estudiosclsicos, dice mucho en favor del dinamismo conceptual que caracterizarla arqueologa de este pas en la segunda mitad del siglo xx. Si bien es ver-dad que el primer empuje procedi de los pases de la Europa centro-sep-tentrional (Inglaterra junto con los pases nrdicos principalmente y Fran-cia en menor medida), Italia ser la pionera en el mbito mediterrneo en laasuncin de la prctica arqueolgica postclsica y en su incorporacin ala docencia universitaria. En este sentido cabe recordar que la creacin dela primera ctedra de Arqueologa Medieval en Italia se produjo a mediadosde los aos sesenta (Francovich, 1992,17).

    Por el contrario, esta temprana asuncin no fue general en los ambien-tes acadmicos espaoles, a pesar de contar con un inters ms tempranopor la Arqueologa Medieval, plasmado en la dotacin de una ctedra deArte y Arqueologa rabe en la Universidad Central de Madrid en 1934, li-gada al magisterio de D. Manuel Gmez-Moreno aunque lamentablementecarente de continuidad (Valds, 1991, 305). Desde la Guerra Civil hastanuestros das, el divorcio entre la arqueologa acadmica -centrada en un

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    nico perodo histrico- y la arqueologa real -que debe hacer frente a lacreciente demanda social de profesionales capaces de abordar un amplioespectro cronolgico (Junyent, 1993, 338)- se hizo cada vez ms evidente,tenindose que desarrollar la formacin arqueolgica postclsica de ma-nera autodidacta, en ambientes extrauniversitarios (museos, centros muni-cipales de arqueologa, etc.) o, cuando lo haca en su seno, en reas noestrictamente arqueolgicas, que si bien gozaban de los beneficios de unanecesaria preparacin histrica, carecan en ocasiones de la correctaformacin tcnica18.

    Sin embargo, en los ltimos aos se ha comenzado a observar indiciossignificativos de la superacin de esta contradiccin, que constrea el de-sarrollo de la disciplina arqueolgica universitaria. Se aprecia cada vez conmayor nitidez un consenso generalizado que reconoce el estatuto cientficode las arqueologas postclsicas. En esta lnea es particularmente ilustrativoel dossier dedicado por la Revista d'Arqueologa de Ponent (1993) a la Ar-queologa como rea de Conocimiento universitaria; en la prctica totali-dad de las intervenciones encontramos referencias a que "Uarqueologa potreivindicar la capacitat per estudiar qualsevol poca,.? (Junyent, 1993,337), o bien que las arqueologas medieval e industrial "ofrecen hoy en daperspectivas altamente sugerentes en campos hasta ahora restringidos aaproximaciones textuales''' (Lull, 1993, 342), reclamando "sw extensin comociencia con un mtodo particular a todos los perodos de la Historia"(Martn Bueno, 1993,346), para subrayar, por fin, que "/a identificacin dela arqueologa con la antigedad, tan querida por alguno de nuestros ma-yores, ya no resulta en absoluto vlida" (Abad, 1993, 348).

    En cualquier caso, sera falaz suponer que las objeciones al desarrollodel estudio arqueolgico despus del mundo clsico surgan nicamente enel seno de la propia disciplina arqueolgica y que se superaran con un de-bate epistemolgico interno. La valoracin de las fuentes materiales en elestudio de las sociedades postclsicas ha contado con la indiferencia, eldesprecio y, en ocasiones, el rechazo manifiesto de los historiadores de lasfuentes escritas, que se ocupaban de estos mismos perodos. Desde estepunto de vista, la cuestin se ha centrado principalmente en la relacin en-tre los documentos materiales y los documentos escritos, dando lugar a unenconado debate entre "historiadores" y arquelogos19, debate que, en mi

    18 Sobre el particular cfr. las reflexiones de L. Abad en la introduccin al libro Ar-

    queologa en Alicante, 1976-1986, Alicante, 1986, pp. 9-12 y en el prlogo a la obra deR. Azuar, Denia islmica, publicada en Alicante en 1989, pp. 9-10.

    19 En pro de la claridad semntica, utilizaremos desde ahora el trmino "historia-

    dor" en su sentido convencional de historiadores que estudian las sociedades desapare-

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    opinin, resulta la mayora de veces tendencioso, interesado y estril. Ladiscusin se basa en prejuicios a menudo inconfesados que ajanen al valorcuantitativo y cualitativo de las fuentes materiales. Inicialmente el debatese plante a propsito de la Edad Media, pero pronto alcanz a otras po-cas histricas ms recientes.

    La argumentacin, expresada de forma somera, es la siguiente: los res-tos materiales son fundamentales para estudiar los perodos ms antiguosdel pasado humano, su prehistoria, puesto que carecen de cualquier otrafuente de informacin (concepcin que no por asumida deja de ser menospeyorativa, puesto que niega la historicidad de las sociedades que no cono-cen la escritura). En el caso de la antigedad "histrica", aunque ya poseetextos escritos, no se discute demasiado el valor de los restos materiales,porque slo se conservan "...fragments tres mutiles de son capital scriptu-raire et encor: une par de celui-ci, gravee sur la pierre ou enfouie dansles tombeawc n 'est accessible que par lafouille" (Pesez, 1982,296).

    La consecuencia de la argumentacin expuesta es de una lgica aplas-tante: dado que la Edad Media y an ms los perodos posteriores, han de-jado documentos escritos "en telle abondance que les historiens n 'en sontpos encor venus a bout" y "nous legu, debout, sinon toujours intacts dumoins hors de terre, tant de monuments que l'inventaire n 'en estpas encorachev", vale la pena interrogar "...les archives de la ierre quand ily en atant d'autres qui sont plus facilement accessibles, plus directement aussi, etplus srement d'echiffrables"! (Pesez, 1982, 296). Si continuamos avan-zando en la Historia desde estos planteamientos, la conclusin a la que sellega no puede ser ms meridiana: "...para el estudio de algunas pocas,como por ejemplo los siglos xvm y xix, resulta poco productivo utilizar laciencia arqueolgica, ya que disponemos de informacin escrita..." (Est-vez et alii, 1984, 24; Lull, 1993, 342). Si el argumento de la productividadse utiliza con tanta fluidez en el seno de nuestra propia disciplina o de dis-ciplinas afines como la Prehistoria, no debe extraarnos su recurrencia porparte de los que trabajan con la "abundante informacin escrita"20. Ade-

    cidas a travs de los documentos escritos, mientras que reservamos el de arquelogospara aquellos historiadores que persiguen idntico objetivo a travs de los documentosmateriales, sin negar por ello la naturaleza igualmente histrica de la reflexin de lossegundos ni establecer ningn criterio de relevancia entre las diversas fuentes y tcni-cas, que intervienen en la construccin de la Historia y que utilizan todos los que lapractican cientficamente -los historiadores sin comillas- en cualquiera de sus especia-lidades: diplomtistas, arquelogos, epigrafistas, numismticos, etc.

    20 En nuestra opinin, el argumento de la "productividad" es siempre incorrecto,

    pero es justo reconocer que su utilizacin en sendos trabajos de arqueologa prehistricaes menos rgida de lo que podra desprenderse de las citas descontextualizadas reprodu-

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    ms, a este argumento habra que aadir otro igualmente pernicioso: el ar-quelogo tiene que producir sus datos en la excavacin o en la prospeccin,lo que significa una considerable inversin de tiempo y dinero -el "handi-cap" de la lentitud con la que la Arqueologa construye sus documentos21-y se traduce en una menor "rentabilidad" de la arqueologa respecto al do-cumento como rente histrica (Guichard, 1990,179).

    La argumentacin expuesta se basa en ltima instancia en una prelacinsubjetiva de las fuentes histricas. En primer lugar, supone un prejuiciocualitativo, puesto que presume que los testimonios materiales son de me-nor calidad que los testimonios escritos, dado que aquellos slo se utilizancuando carecemos de stos -en la Prehistoria- o bien son escasos -en laAntigedad Clsica-, incurriendo ahora en el prejuicio cuantitativo: el incre-mento de las fuentes escritas supone la devaluacin de las fuentes materia-les. El problema sin duda se agrava cuando los propios arquelogos, en lu-gar de denunciar esta discriminacin cualitativa, la aplicamos a nuestraprctica cientfica, privilegiando "antihistricamente" un perodo respectoa otro, como denunci precisamente un arquelogo clsico, D'Andria, en lalavla rotonda sulla Archeologia Medievale celebrada en Roma en 1975(AA.W, 1976 b, 56).

    Con esta perspectiva es lgico que incluso desde las posiciones msdialogantes -aquellas que supuestamente "no pretenden ningn tipo de va-loracin despectiva"-, se entienda que "/a Arqueologa es una ciencia apli-cada y, como tal, auxiliar''' de la Historia (Ladero Quesada, 1992, 167), esdecir (aunque no se diga, se sobreentiende), de una "Historia" cualitativa-mente superior, la que se hace con documentos escritos. Evidentemente,cuanto ms reciente sea la poca histrica que investiguemos ms abundan-tes sern las fuentes escritas, pero tambin son ms numerosos los restosmateriales conservados, muchos ms sin duda que los prehistricos, losibricos o los romanos, por poner un ejemplo. Como sealamos reciente-mente, los registros documentales -tanto escritos como materiales- crecena lo largo del tiempo en proporcin directa, pero esto no entraa a prorininguna prelacin cualitativa entre ellos. Lo que supone la diversificacinde fuentes histricas es, en todo caso, el fin de la primaca hegemnica deque hasta ese momento disfrutaba una de ellas: as ocurri con las fuentesmateriales a partir de la aparicin de los registros escritos y seguramente

    cidas aqu (Estvez et alt, 1984; Lull, 1993); de hecho, se matiza que su escasa produc-tividad "no significa que no se pueda llegar a conclusiones igualmente vlidas a travsde aqulla" (Estvez et alt, 1984,24).

    21 J. M. Pesez en la "Introduction" al volumen Habitats fortifis et organisation de

    Vespace en Mditerrane mdivale (Lyon, 1982), Lyon, 1983,12.

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    as ocurrir cuando, en un futuro no muy lejano, el desarrollo de los regis-tros grficos y orales desborde el hasta ahora incuestionado imperio de lasfuentes escritas en la Historia (Gutirrez Lloret, 1995,240-1).

    El inters del estudio de los restos materiales, incluso cuando conserva-mos abundantes documentos escritos, emana pues de la distinta naturalezade las fuentes histricas. M. Barcel tena razn al afirmar que los dostipos de fuentes -textuales y arqueolgicas, a los que habra que aadirvisuales y orales en las pocas ms recientes- son fundamentales para hacerhistoria, pero no son exactamente complementarias, es decir, producen in-formaciones distintas y no siempre comparables (Barcel et alii, 1988, 11-12; Barcel, 1992 b, 458). De hecho, A. M. Snodgrass ya haba sugerido elargumento de la incomplementariedad de las informaciones, al sealar laspeculiaridades del dato arqueolgico y advertir sobre los riesgos que com-porta la correlacin forzada entre stos y los hechos histricos documenta-dos por las fuentes escritas (Snodgrass, 1990, 49 y ss.). Como R. Franco-vich seala, los historiadores y los arquelogos construyen modelos sobredistintas bases documentales y no pueden menospreciar el "documento"construido por los otros (1992, 18); el trabajo con cada uno de ellos tienedistintos ritmos, requiere tcnicas especficas y entraa problemticas par-ticulares, lo que les hace adecuados para problemas histricos diferentes.Los "historiadores" tienen razn al denunciar la imprecisin cronolgicadel dato arqueolgico respecto al documento escrito (Guichard, 1990, 178y ss.), pero esto no merma un pice su valor explicativo; evidentemente, laArqueologa rara vez sirve para describir sucesos pero resulta especialmen-te valiosa para explicar procesos, de la misma forma que a menudo -y msen las sociedades contemporneas- se convierte en el nico testimonio delos sectores sociales que no generan documentacin escrita o no la conser-van.

    As pues, no creo que pueda ni deba establecerse un lmite temporalpara la prctica de la Arqueologa; su valor como disciplina cientfica de-pender en cada poca de la dimensin terica de la investigacin y delproblema histrico planteado, siempre que se disponga del mtodo y lastcnicas precisas para construir objetivamente su reflexin.

    2.1.1. La construccin del documento arqueolgico

    Hay otro aspecto que afecta directamente al procedimiento cientfico deque se vale la Arqueologa a la hora de transformar las fuentes materialesen documentos histricos: el problema de la construccin del dato arqueo-lgico. Este aspecto entronca directamente con el problema de la autono-

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    ma disciplinar de la Arqueologa respecto a otras formas de hacer historia,y se ha visto planteado con nuevo vigor, aunque casi nunca abiertamente,con la extensin temporal de la prctica arqueolgica a sociedades postcl-sicas, caracterizadas por la abundancia y diversidad de las fuentes escritas.

    El problema se ha formulado a la luz de la ambigedad "Tcnica" ver-sus "Ciencia", que caracteriza el debate epistemolgico de la Arqueologarespecto de la Historia; es decir, la cuestin de fondo no es otra que la dequ debe primar en la "arqueologa histrica" -especialmente en la desa-rrollada en las sociedades medievales, modernas y contemporneas-: ladimensin cientfica (la formacin histrica) o la dimensin tcnica (el do-minio y rigurosa aplicacin de los procedimientos tcnicos) de quien lapractica. Este problema, que en mi opinin es falso como luego intenta-r exponer, se ha visto agravado con la indefinicin acadmica creada poruna extensin temporal de la disciplina arqueolgica, en la que no siemprecrean ni los departamentos de Arqueologa, tradicionalmente volcadosen el estudio de las sociedades antiguas, ni los de Historia Medieval, Moder-na o Contempornea, caracterizados por una aproximacin a la Historia ex-clusivamente textual.

    La cuestin de la dimensin cientfico-tcnica de la Arqueologa no esbanal, pero creo que no ha sido planteada correctamente. De entrada, fue laconsecuencia lgica de un prejuicio criticado por Vicente Salvatierra: "Laidea, tan extendida, de que el arquelogo 'debe proporcionar datos o testi-monios para que el 'historiador' elabore sus sntesis'". Quienes esto sos-tienen reducen, como seala Salvatierra, el papel de la Arqueologa a"mera suministradora de datos empricos desconectados, que el historiadorrecoge e integra en el conjunt" (Salvatierra, 1990, 14), es decir, incardinaen un conocimiento histrico privilegiado que slo compete a los "historia-dores" que trabajan con documentos escritos. Esta visin se vio reforzadapor el carcter fuertemente empirista y positivista de la arqueologa tradi-cional, interesada nicamente por exponer datos, confundiendo lo que noera ms que la elaboracin de fuentes (presentacin, descripcin y clasifi-cacin de vestigios materiales) con la reflexin histrica que deba explicarproblemas a la luz de estos datos empricos (Salvatierra, 1990, 83).

    Ante este problema, que no es otro que el de la superacin del positivis-mo al que debieron enfrentarse todas las ciencias, surgieron, como en todoslos debates, diversas respuestas, acordes con la posicin adoptada por losdistintos investigadores. As, la tradicin anglosajona, en la que la periodi-zacin histrica no desdibujaba la visin unitaria de la Arqueolgica (Ca-randini, 1984, 247), reivindic a fines de los aos sesenta su naturalezacientfica y la necesidad de trascender el nivel descriptivo para explicar yno slo exponer los datos. En el caso de la Nueva Arqueologa norteameri-

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    cana se opt por un modelo epistemolgico intencionadamente antropo-lgico, mientras que la Arqueologa Analtica britnica se inclin por unaautonoma de naturaleza metodolgica, influida por la Ciberntica y la Nue-va Geografa. En ambos casos existe una renuncia consciente a la naturale-za histrica de la disciplina arqueolgica, que condicion, como luego sever, la orientacin "grafa" de su prctica22.

    La consecuencia inmediata de esta concepcin que hace de la Arqueo-loga una ciencia distinta de la Historia, cuyo valor cientfico slo puedeser tcnico, es la conversin del arquelogo en arquegrafo. Segn esteplanteamiento, un arquelogo es antes un tcnico que un historiador y conuna adecuada formacin tcnica puede abordar, por ejemplo, cualquier ex-cavacin o investigacin arqueolgica con independencia de sus pocas ode los problemas histricos que plantee, ya que supuestamente es ms im-portante -en tanto que define la disciplina- la forma de abordar el registroque el conocimiento de la problemtica histrica. En mi opinin tal enfo-que es incorrecto, puesto que confunde ciencia con tcnica y entraa elriesgo de convertir la actuacin arqueolgica en un desafortunado instru-mento, riguroso en su aplicacin pero carente de reflexin histrica.

    Sin embargo, y esto es ms preocupante, a este mismo tipo de conclu-sin "tcnica" se ha llegado desde posturas que reivindican la naturalezahistrica de la Arqueologa. Este hecho resulta paradjico porque, en prin-cipio, su consecuencia inmediata debera de ser otra: la consideracin deque el arquelogo debe ser, ante todo, un historiador, si bien especializadoen el manejo de unas fuentes y de sus tcnicas especficas. En apariencia,ste es el deseo que inspira las crticas al trabajo arqueolgico de algunoshistoriadores que se aproximan a la Arqueologa desde los documentos es-critos. Las reflexiones crticas ms significativas, que en ocasiones hansido saludadas por los propios arquelogos, proceden generalmente de laArqueologa Medieval, la ms consolidada de las arqueologas postclsicas,pero pueden aplicarse a otras arqueologas ms "jvenes", en tiempo yprctica, como la Arqueologa Industrial. Un ejemplo procedente del me-dievalismo puede leerse en el siguiente texto de A. Malpica:

    Por otra parte, los arquelogos de formacin esencialmente arqueolgica,es decir los que proceden de un campo distinto a los medievalistas, carentesde su "cultura histrica"23, han llegado a este campo por las necesidades quese han ido generando y para suplir las deficiencias existentes, de maneraque era preciso entrar a travs de la Arqueologa a la Edad Media. Sujusti-

    22 Vid. infra, captulo 2.3.

    23 En cursiva en el original.

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    ficacin ha venido dada por una tcnica aparentemente muy depurada peroque no sirve para resolver los problemas que se nos han planteado (Malpi-ca, 1993,41).

    Por esta razn, y continuando con la reflexin de A. Malpica (1993,37), "la Arqueologa se ha ido deslizando de un contenido histrico a otroms puramente tcnico. Con ello, el ms brutal de los empirismos ha vueltoa florecer". En el mismo sentido, M. Barcel insiste en que ".../a calidadde la excavacin sin un proyecto que persiga un conocimiento histricopreciso se vuelve insignificante" (Barcel et alii, 1988, 12) o bien que "Lastcnicas aprendidas slo sirven -y es, sin duda, mucho-para excavar res-tos arqueolgicos, describirlos y clasificarlos. A menudo, la clasificacinpretende furtivamente pasar por explicacin. Es un ardid demasiado fre-cuente entre los practicantes de la arqueologa" (Barcel, 1997, 11).

    Dejando a un lado la trasnochada identificacin entre arqueologa y ex-cavacin que traslucen estos textos, el problema principal radica en que trasestas crticas, que aparentemente inciden en la necesidad de trascender elnivel descriptivo de ciertas prcticas arqueolgicas, subyace la vieja carac-terizacin de la Arqueologa como ancua de la Historia y el convencimien-to de que el arquelogo es un tecngrafo, cuya misin se limita a la obten-cin de datos empricos, en espera de que otros investigadores ms capaces-los que trabajan con el "privilegiado" documento escrito?- los transfor-men en verdadero conocimiento histrico. Cmo entender, si no, la afirma-cin que M. Barcel formula al hilo de la anterior: "Todo ello conduce aque los pocos arquelogos que deciden ir notoriamente, y sin necesidadpor otra parte, ms all de su oficio descriptivo tengan enormes dificulta-des en formalizar articuladamente problemas. Y est claro, o debera deestarlo, que se trata justamente de eso, de formalizar con jundamento pro-blemas. Sin esta formalizacin no hay siquiera 'datos' y los que pasan portales entre la literatura de la profesin no se sabe, si lo son, por qu lo son"(Barcel, 1997,11).

    Puesto que de lo que se trata en ltima instancia es de obtener "datos" y"formalizar problemas", conviene tratar el problema de cmo se construyenlos documentos arqueolgicos. La firme creencia de que la Arqueologa esy debe seguir siendo una disciplina histrica en la que "L'esforf deis in-vestigadors hauria d'sser la construcci d'una disciplina que totalitzil'anlisi histrico-crtica de I'evidencia fsica comfont de coneixement delpassat i en conseqncia tamb del present" (Riu i Barrera, 1987, 3), nopresupone tampoco el que cualquier historiador est capacitado para practi-carla, y basta con recordar algunas empresas emprendidas sin la necesariacualificacin arqueolgica, como la excavacin del asentamiento de Mar-

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    muyas en Mlaga, que han contribuido a reafirmar, con la inconsistencia desus resultados, el rechazo del medievalismo convencional hacia la Arqueo-loga (Acin, 1992, 30-1).

    Conviene tener presente que las dos dimensiones del trabajo arqueol-gico -la formacin histrica y la preparacin tcnica- son igualmente im-portantes y que si bien la produccin de conocimiento histrico es la nicajustificacin posible de la prctica arqueolgica, la "tcnica depurada" essiempre necesaria e ineludible, pues aunque no baste para resolver proble-mas, sin ella la respuesta es inconcebible; es ms, la complejidad especficadel trabajo arqueolgico requiere del historiador que desee realizarlo, unaformacin tcnica slida que no se adquiere con un par de someras lecturasde manuales al uso, puesto que "...tutto U sistema dello scavo stratigrafico,chepu avere risultati tanto analitici e complessi, si funda in ultima analisisulla capacita emprica de riconoscere gli strati da parte di chi scava",como seala P. Delogu (1994, 243) en el que para m constituye uno de losmejores y ms brillantes ejemplos de compresin de la documentacin ma-terial por parte de un historiador ocupado en la investigacin del documen-to escrito24. Es cierto que muchos arquelogos no aciertan a convertirseplenamente en historiadores, pero no lo es menos que difcilmente de unhistoriador "del texto" se improvisa un arquelogo (Carandini, 1981, 209).

    Si tenemos en cuenta las dificultades y la irreversibilidad que la lecturade un documento arqueolgico entraa, puesto que se destruye a medidaque se obtiene y explica, no tiene sentido discutir qu es ms importante, sileerlo bien (el smil de la tcnica arqueolgica depurada) o comprender losconceptos que contiene (la metfora de la necesaria formacin histrica),puesto que el segundo enunciado depende necesariamente del primero: noes posible una correcta formalizacin de problemas histricos a partir delos documentos arqueolgicos si stos no han sido bien construidos y, portanto, ambos enunciados son siempre inseparables. Como acertadamente hasealado V Salvatierra "los datos empricos, no convertidos por el arque-logo en hiptesis histricas, no son susceptibles de utilizacin puesto queel 'dato arqueolgico' no existe fuera del contexto general en el que debeinterpretarse, y que le da sentido" (Salvatierra, 1990, 14-5). No hay, pues,ciencia sin tcnica y pretender interesadamente lo contrario evidencia ni-camente falta de competencia en la materia.

    El "mtodo arqueolgico" es una estructura pensada para reconstruir laHistoria (Carandini, 1981, 210), mediante el cual el arquelogo crea sus

    24 En este sentido es especialmente recomendable la lectura del captulo "La docu-

    mentazione materiale" de su libro Introduzione alio studio della storia medievale, 1994,233-52, Bologna.

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    propios documentos (Torr, 1994, 58) hacindolos utilizables por los estu-diosos (Delogu, 1994,243); este proceso de obtencin y explicacin simul-tnea se resume en la siguiente reflexin de Paolo Delogu: "Si comprendeaunque come la perizia dell'archeologo influisca in misura determinante,positivamente o negativamente, nella costruzione dell'informazione archeo-logica, e come da essa dipenda rattendibilit e la completezza di questa"(Delogu, 1994, 244-5). As pues, el intento de restar importancia a la di-mensin tcnica, dndola por supuesta (Barcel et alii, 1988, 12; Malpica,1993,41), es peligroso y tan incorrecto como pretender subordinar el traba-jo del arquelogo al del "historiador" del texto, considerando al primero untecngrafo que prepara los datos para que el segundo los "interprete" (des-de luego, nunca los podr explicar). Ningn avance significativo surgir deesta aeja, rgida, interesada e infrtil compartimentacin que estableceprelaciones indebidas en el conocimiento histrico.

    Por tanto, de lo que se trata es de que historiadores correctamente for-mados en Arqueologa sepan qu preguntar al registro arqueolgico y cmoobtener las respuestas adecuadas. Desde dnde o quin haga las preguntasdebera ser la menor de nuestras preocupaciones, mientras se formulen co-rrectamente. Una cosa es el convencimiento de que los arquelogos que seocupan de determinados problemas histricos deben encontrar su acomodocientfico entre el resto de historiadores que investigan sobre los mismosproblemas, superando la exclusividad de la aproximacin textual (Junyent,1993, 338), y otra bien distinta es que, en razn de ese convencimiento, sepropugne la disolucin de la autonoma disciplinar de la Arqueologa como"forma de conocimiento histrico que tiene su fuente en el registro mate-riar (Torr, 1994, 48), en el seno de una historigrafa de corte "documen-talista" y textual, reducindola a la aplicacin mecnica de unas tcnicasintercambiables y escasamente contrastadas, aplicadas adems sin nin-gn tipo de cualifcacin. Lamentablemente, es posible -y en eso las crti-cas son acertadas- que un arquelogo o un diplomatista no logren trascen-der la dimensin tcnica de sus especialidades, pero no lo es menos que unbuen historiador, tanto del documento material como del escrito, siempretendr que ser un buen tcnico y estar cualificado en su especialidad. Losdatos arqueolgicos no contienen a priori ninguna informacin ajena alejercicio intelectual de quien los elabora. El arquelogo, al igual que el his-toriador que trabaja con las fuentes escritas, construye sus documentos, queluego pueden ser utilizados en explicaciones histricas alternativas; sin em-bargo, a diferencia del documento escrito, la construccin del documentoarqueolgico constituye a menudo un proceso irrepetible, que generalmen-te entraa su destruccin. Esa es una responsabilidad de los historiadoresde las fuentes materiales que no tienen otros historiadores, y la razn de la

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    especificidad disciplinar de la Arqueologa. Si no se sabe construir el datoarqueolgico, adems de imposibilitar cualquier otra eventual explicacinfutura, el "edificio" histrico que sobre l se apoye amenazar ruina y nopasar de ser mera especulacin.

    2.2. Arqueologa y Arqueologas

    Aunque la Arqueologa puede extender su prctica a cualquier pocahistrica como una tcnica unitaria, las necesidades didcticas y analticasobligan a restringir su campo de investigacin en un proceso similar al dela ciencia histrica; surge as el problema de su divisin en esferas concre-tas que dan lugar a periodizaciones autnomas (Klejn, 1980, 288). Un elmento de discusin es la caracterizacin de esas divisiones: mientras quealgunos definen grupos por la especializacin temtica -Arqueologa de lamuerte, del poder, del culto, del paisaje, de la produccin, Arqueologaagraria, Arqueologa hidrulica, etc.-, por los procedimientos de investiga-cin -Arqueologa experimental- o por los condicionantes del medio enque investigan -Arqueologa subacutica, Arqueologa area, etc.-, otrosprefieren una periodizacin cronolgica, acorde con las grandes divisioneshistricas: Arqueologa Prehistrica, Clsica, Medieval, Moderna o Indus-trial (Carandini, 1984,247).

    De acuerdo con el carcter histrico de nuestra disciplina, resulta mseficaz la segunda lnea, con todas sus limitaciones. Con ello no pretendonegar la validez de la arqueologa temtica, derivada de una aproximacinantropolgica o sociolgica al registro material, mientras se tenga claro queen ltima instancia esta especializacin debe estar sometida al anlisis his-trico. Quiero decir con esto que un "arquelogo de la muerte" no puedeestudiar con la misma competencia las prcticas funerarias en el antiguoEgipto predinstico y en las poblaciones islamizadas andaluses del sigloxii, por poner un ejemplo, y que su especializacin se circunscribe necesa-riamente a una sociedad o un contexto cultural concreto.

    Quiz la nica especializacin que en su prctica escapa a la aproxi-macin histrica es la de la Arqueologa subacutica, observndose queorganismos como el Institute ofNautical Archaeology de Texas investigannaufragios de pocas tan distintas como el pecio bizantino del siglo vil deYassi Ada, el barco hundido en Ulu Burun en el siglo xrv antes de J. C.o la nave siria de Serce Limani del siglo xn dedicada al comercio de vidrioreciclado. Sin embargo, esta unidad es nicamente metodolgica y derivade la complejidad especfica de las tcnicas de la Arqueologa subacutica;la investigacin subsiguiente es particular de cada problema histrico y re-

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    quiere la intervencin de equipos especializados en el perodo en cuestin(Martn Bueno, 1992).

    De cualquier manera, la definicin de arqueologas con apellido histri-co participa de los mismos problemas que sufre la Historia, rgidamente en-corsetada en compartimentos convencionales, ms acordes en ocasionescon los intereses acadmicos que con la propia lgica histrica. En el casode la Arqueologa, adems de los grandes perodos histricos en que se di-vide por tradicin la historia del Viejo Mundo (Prehistoria, Historia Anti-gua, Historia Medieval, Historia Moderna e Historia Contempornea), exis-ten arqueologas especficas que responden a la evolucin historiogrficainterna de la propia disciplina y que conviene tener en cuenta. Desde esteplanteamiento, podramos referirnos a las siguientes arqueologas especfi-cas: las arqueologas pre y protohistricas, la del Prximo Oriente, la Clsi-ca, la Medieval con sus distintas problemticas, la moderna y la industrial,siendo conscientes de que esta divisin es profundamente eurocntrica, ydeja fuera especializaciones arqueolgicas que han alcanzado tambin unimportante desarrollo, como la arqueologa de las culturas indgenas ameri-canas, la de los grandes imperios asiticos o la de los estados africanos.

    En las pginas que siguen trataremos de analizar brevemente las distin-tas arqueologas especficas en que puede dividirse el tronco comn denuestra disciplina. No se trata tanto de analizarlas pormenorizadamente,como de definirlas conceptualmente. Esta definicin conceptual pasa porun comentario de sus contenidos, periodizacin y evolucin histrica hastallegar a la disciplina tal y como se entiende en la actualidad.

    2.2.1. La Arqueologa Prehistrica

    2.2.1,1, Concepto

    La Arqueologa Prehistrica podra definirse como el estudio, con tc-nicas arqueolgicas, de las sociedades prehistricas a travs de sus restosmateriales. stas se definen convencionalmente como aquellas sociedadesdel pasado que no conocieron la escritura, dejando fuera de tal conceptua-cin las sociedades grafas actuales, objeto de estudio de la Antropologa ola Etnografa. El trmino "prehistoria", presente ya en la filosofa hegelianacomo referente de la fase previa a la escritura, fue consagrado definitiva-mente por la publicacin del libro Prehistorics Times de John Lubbock en1865. Su significado, igual que ocurre con el del trmino "historia", es am-biguo puesto que designa tanto el perodo histrico como la ciencia que del se ocupa (Laming-Emperaire, 1968, 5). Esta indefinicin conceptual, re-

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    flejada en la variedad de posturas adoptadas (Rodans, 1988,26 y ss.; Holey Heizer, 1982, 11 y ss.), ha generado la discutible distincin entre la lla-mada "Arqueologa prehistrica", que asume la dimensin tcnica de la dis-ciplina -es decir, lo relativo a la recuperacin y anlisis de los restos- y laPrehistoria propiamente dicha, a la que corresponde la dimensin cientficade interpretacin y sntesis (Fernndez Martnez, 1989, 11). Se trata en rea-lidad de una transpolacin mecnica del binomio Historia-Arqueologa aun perodo que carece de fuentes escritas y, por tanto, una discusin tan in-frtil como aquella.

    Aunque esta distincin est lejos de ser unnimemente aceptada, por loque a este discurso interesa, subraya el hecho incuestionable de que laPrehistoria es una parte de la Historia, que construye sus explicaciones apartir de las fuentes materiales -las nicas de que dispone- y que utilizapara ello las tcnicas arqueolgicas; en este sentido tiene razn V Fernn-dez Martnez (1989, 10) cuando seala que el concepto de Arqueologa en-globa al de Prehistoria, al menos en lo relativo a sus fuentes y tcnicas. Dehecho, el historiador que estudia las sociedades grafas desaparecidas esprehistoriador en cuanto que se es el objeto de su investigacin y es arque-logo en tanto que sus fuentes son nicamente materiales y, por ello, las tc-nicas que utiliza son arqueolgicas. Sin embargo, la autonoma real de laPrehistoria como disciplina respecto al resto de la Historia no se cuestionaen ningn foro cientfico; por esta razn el dominio tcnico que se aplica alestudio de las sociedades prehistricas suele abordarse desde la propia dis-ciplina y queda fuera del campo conceptual tradicionalmente asignado a ladocencia de la Arqueologa.

    2.2.1.2. Desarrollo histrico

    En otro orden de cosas es necesario sealar que el desarrollo de una ar-queologa cientfica debe mucho al nacimiento de la Prehistoria en el sigloxix, de la mano de la ciencia geolgica preocupada por determinar la anti-gedad de la tierra. El establecimiento de los principios universales de laestratificacin en la obra de Charles Lyell, Principies ofGeology (1830-33)y su aplicacin al establecimiento de la antigedad del hombre por JacquesBoucher de Crvecoeur de Perthes, mediante la asociacin estratigrfica deinstrumentos humanos y huesos de animales extinguidos (Antiquits celti-ques et antdiluviennes, 1847), permiti probar la existencia de la especiehumana con anterioridad al diluvio; teora que adquiri verdadero estatutocientfico con la publicacin en 1863 de la obra de Lyell, The GeologicalEvidences of the Antiquity of Man, en sincrona con el otro gran avance

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    conceptual que presidi la ciencia decimonnica, el concepto de evolucinbiolgica, plasmado en las dos obras de Charles Darwin, El origen de lasespecies (1859) y El origen del Hombre (1871).

    De forma paralela la investigacin escandinava sentaba definitivamentelas bases de la ciencia arqueolgica, al elaborar las primeras cronologas re-lativas; en 1848 el investigador dans C. J. Thompsen, en su gua del Mu-seo Nacional de Copenhague, propuso clasificar las colecciones del museosegn el "Sistema de las Tres Edades" -la de la Piedra, la del Bronce y ladel Hierro-, posteriormente ampliado con la distincin entre el Paleolticoy el Neoltico en la Edad de la Piedra. La aplicacin de los principios de laseriacin y la estratigrafa a las ordenaciones de artefactos y el desarrollode una metodologa rigurosa termin definitivamente con la fase especula-tiva de la Arqueologa, que inici su andadura cientfica25.

    2.2.2. La Arqueologa Protohistrica

    2.2.2.1. Concepto

    El trmino protohistoria, del griego "primera historia", designa en sen-tido estricto el perodo del pasado de la humanidad en el que ciertos pue-blos, aun careciendo de escritura, coexistieron con otros que ya la posean,lo que posibilit la conservacin de testimonios literarios o tradiciones ori-ginariamente orales. En el sentido convencional que se utiliza normalmen-te, el concepto de protohistoria se aplica al momento en que una sociedadcomienza a tener contacto con la escritura, bien utilizndola directamente(aunque hoy no logremos descifrarla) o bien de forma indirecta a travs delcontacto con otras culturas que ya la poseen (Moberg, 1992, 195-6). Desdeesta perspectiva, la protohistoria constituye una especie de "prehistoria se-cundaria", en palabras de Graham Clark, puesto que debe ser estudiada conreferencia a la historia de la civilizacin contempornea (Hole y Heizer,1982,13).

    Se trata por tanto de un concepto transicional, adecuado para individua-lizar el paso de las sociedades grafas a las sociedades con escritura. Deacuerdo con Carl-Axel Moberg, "en trminos mundiales" la Protohistoriacomenz en el momento de la aparicin de la escritura en Mesopotamia afines del cuarto milenio antes de Cristo, pero como l mismo seala la

    25 Sobre el nacimiento de la Prehistoria pueden verse, entre otros, G. Daniel (1986,

    58 y ss.), B. G. Trigger (1992,77 y ss.) y C. Renfrew & P. Bahn (1991,24 y ss.).

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    adopcin de la escritura no es un fenmeno universal y su cronologa varade unos lugares a otros: as, mientras que en la Pennsula Ibrica la apari-cin de la escritura se relaciona con las colonizaciones fenicia y griega delprimer milenio antes de Cristo, en las regiones escandinavas la escritura r-nica se introdujo ya en nuestra era y no se generaliz mnimamente hasta laEdad Media. Por esta razn, Moberg propone considerar la protohistoria unconcepto regional, cuya cronologa y duracin depende en ltima instanciadel ritmo interno de cada sociedad (Moberg, 1992, 195). Sin embargo, elconcepto tiene tambin evidentes limitaciones temporales ya que en laprctica slo se aplica a sociedades del pasado, sin incluir las numerosasculturas grafas que a lo largo del siglo xx han entrado en contacto con laescritura de otros pueblos (Hole y Heizer, 1982,13).

    En cualquier caso el desarrollo de la escritura como instrumento decontrol social primero y de transmisin cultural ms tarde, se suele poneren relacin con otra serie de procesos histricos de singular importancia enla consolidacin de las sociedades complejas. Desde esta perspectiva elconcepto de Protohistoria engloba, adems de la introduccin de la escritu-ra, otra serie de rasgos sociales y culturales significativos, tales como el de-sarrollo de los primeros centros protourbanos, la especializacin artesanal,la generalizacin de la tecnologa metalrgica, el desarrollo de redes co-merciales de larga distancia y de las primeras frmulas de intercambio mo-netales, la aparicin de formas polticas centralizadas y complejas, etc. Sinembargo, esta nueva concepcin plantea problemas distintos, puesto quepara muchos prehistoriadores dichos rasgos no tienen por qu tener ningu-na relacin con la escritura y de hecho pueden aparecer ya en las socieda-des prehistricas (Lull, 1993, 339-40).

    2.2.2.2. Periodizacin y desarrollo histrico

    La inclusin de una Arqueologa Protohistrica en este esquema sedebe a la generalizacin de dicho concepto en los ambientes cientficoseuropeos, sobre todo como referente de la Edad del Hierro. En el caso dela Pennsula Ibrica suele abarcar el perodo que va del Bronce Final a laromanizacin. Su carcter transicional implica, como en el resto de lastransiciones histricas, que pueda ser estudiado tanto desde la Prehistoria-en cuanto que final de un proceso- como desde la Arqueologa Clsica,en tanto formacin de una nueva estructura social. Algo similar ocurre enotras reas del Mediterrneo central y oriental, donde fenmenos como lacultura Minoica en el Egeo o la Vilanoviana en la zona central de la Penn-

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    sula Itlica marcan la transicin entre la prehistoria y la historia propiamen-te dicha.

    La Arqueologa Protohistrica de la Pennsula Ibrica parte normal-mente de las culturas protourbanas del Bronce Final, especialmente el reatartsica, para abarcar el impacto de las colonizaciones orientales y su in-fluencia en la formacin de las distintas culturas indgenas del hierro (ibe-ros, pueblos del rea cltica y celtibrica, pueblos septentrionales, etc.) yconcluir con el estudio de su paulatina integracin en la cultura romana. Setrata de una Arqueologa de gran tradicin cientfica, cuyos orgenes se re-montan al impacto que produjo en Europa el descubrimiento de una culturaprerromana de gran originalidad, rpidamente designada cultura Ibrica. Elhallazgo en 1869 de los restos arquitectnicos y escultricos del Cerro delos Santos en Albacete -cuyos moldes fueron presentados ante la comuni-dad cientfica internacional en la Exposicin de Viena- y el descubrimien-to de la Dama de Elche en 1897 -depositada en el Louvre hasta 1941- mar-caron el nacimiento de la arqueologa protohistorica ibrica, que despertel inters de numerosos investigadores extranjeros como Fierre Pars y Ho-racio Sandars; arropado por esta expectacin, Philippon public en Pars en1909, Les Ibres, el primer estudio monogrfico de la cultura Ibrica.

    Las dcadas de los aos veinte y treinta estuvieron marcadas por lasprimeras excavaciones en yacimientos levantinos y el consecuente descu-brimiento de una cermica de gran originalidad decorativa, que despert elinters de diversos organismos de investigacin preocupados por la pro-tohistoria, como el Servicio de Investigacin Prehistrica de la Diputacinde Valencia, creado en 1927. Por la misma poca, los trabajos de AdolfSchulten en torno al problema de Tartessos -donde se plante la primeraaproximacin al problema de la relacin entre datos arqueolgicos y fuen-tes escritas- supusieron su definitiva divulgacin europea y marcaron elinicio de una senda que ha fructificado en importantes avances del conoci-miento sobre el mundo tartsico.

    Tras el parntesis de la Guerra Civil, los estudios se suceden, destacan-do los trabajos sobre la colonizacin griega desarrollados en torno al yaci-miento de Ampurias y a la distribucin de la cermica importada o la inno-vadora investigacin arqueolgica sobre el mundo fenicio emprendida apartir de la dcada de los setenta por el Instituto Arqueolgico Alemn-, es-tos estudios demostraron la importancia y precocidad de la colonizacin fe-nicia del sur de la Pennsula a travs del hallazgo de numerosas factoras,que jalonan las costas del sureste peninsular desde Mlaga hasta, al menos,la desembocadura del ro Segura en Alicante, a tenor del descubrimiento dela factora fenicia de la Rbita de Guardamar. El desarrollo creciente de lainvestigacin sobre el mundo fenicio se refleja preferentemente en las suce-

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    sivas ediciones de los Congresos de Estudios Fenicios, y en su alta divulga-cin, patente en la muestra de Venecia sobre los fenicios (/ Fenici, Miln,1988).

    De otro lado, hallazgos espectaculares como las llamadas Damas deBaza y Guardamar o las esculturas de Porcuna y Pozo Moro, no han hechoms que acicatear y divulgar la cultura Ibrica, abriendo nuevas lneas deinvestigacin. En las ltimas dcadas se ha desarrollado especialmente elconocimiento de aspectos como el urbanismo, el mundo funerario, los lu-gares de culto o la cermica, en el marco de exposiciones y congresos mo-nogrficos. Entre estos ltimos cabe destacar, sin nimo de ser exhaustivos,los diversos Coloquios sobre Lenguas y Culturas Prerromanas de la Penn-sula Ibrica, las l.as Jornadas sobre Mundo Ibrico, celebradas en Jan en1987 y publicadas dos aos ms tarde, el Simposi Internacional d'Arqueo-loga Ibrica sobre fortificaciones del Ibrico Pleno (Manresa, 1991) o elms reciente Congreso de Arqueologa Ibrica dedicado a las Necrpolis(Madrid, 1992). Las exposiciones, cada vez ms numerosas, dan idea deldesarrollo alcanzado por la investigacin en algunos campos particular-mente novedosos, como la iconografa (La sociedad ibrica a travs de laimagen, 1992), o bien ofrecen visiones sintticas de carcter regional (ElMundo Ibrico: una nueva imagen en los albores del ao 2000, 1995), porcitar slo algunas de las ms recientes. Este impulso creciente se ha vistoplasmado tambin en la aparicin de la Revista de Estudios Ibricos de laUniversidad Autnoma de Madrid, cuyo primer nmero vio la luz en 1994.

    De la misma forma, las ltimas dcadas han supuesto el desarrollo aut-nomo de las arqueologas "no Ibricas", atentas especialmente al estudiode las culturas celtas (Los Celtas. Hispania y Europa, 1993) y celtberas (atravs de, por ejemplo, los Simposios sobre los Celtberos). Estos nuevosestudios tienden a completar el panorama de la protohistoria peninsular, endirecta relacin con el creciente y no inocente inters europeo por su pasa-do cltico (/ Celti. Mostra a Venezia, Miln, 1991).

    2.2.3. La Arqueologa de las sociedades del Prximo Oriente antiguo:Egiptologa, asiriologia, iranologa, etc.

    2.2.3.1. Concepto

    En este epgrafe se incluyen una serie de disciplinas histricas construi-das preferentemente a partir de la Arqueologa. Su objeto de estudio son lasprimeras sociedades del Viejo Mundo que conocieron la escritura; dichasculturas se desarrollaron en un medio geogrfico concreto -que abarca las

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    tierras de Anatolia, los valles del Tigris y del Eufrates, la meseta irania, lafranja costera del Levante y las tierras africanas regadas por el tramo infe-rior del ro Nilo- y en un perodo cronolgico comprendido entre finalesdel iv milenio antes de Cristo y el cambio de era. Resulta evidente que, enla tradicin historiogrfica europea, los territorios del lejano oriente asiti-co, como China o la India, los de la Pennsula Arbiga o el norte de frica,donde luego se desarroll el Islam, quedan fuera de esta definicin.

    De hecho, no existe una Arqueologa Prximo-oriental unitaria ya queen la prctica tal denominacin genrica agrupa un conjunto de disciplinashistricas autnomas, especializadas en el estudio de una sociedad espec-fica, como ocurre con la Egiptologa, la Asiriologa o los estudios fenicios,por citar slo algunas de las ms desarrolladas. La razn de la autonomadisciplinar de estas ramas de la Arqueologa es meramente historiogrficoy radica en su nacimiento a partir de la Arqueologa Clsica, que al aportarsu metodologa cientfica, se convirti en el modelo de estas disciplinas alo largo del siglo XEX. Sin embargo, la peculiar idiosincrasia de los estudiosorientales, rpidamente percibida por los cientficos, marc lneas de inves-tigacin especficas desde sus inicios. A diferencia de los estudios clsicos,que gozaban de una importante tradicin filolgica en la que la Arqueolo-ga se integraba como una dimensin ms del conocimiento de la Antige-dad 26, los estudios orientales carecan inicialmente de testimonios escritos,con excepcin de unas escuetas referencias bblicas, griegas o latinas, porlo dems ambiguas y escasas. Por esta causa, la Historia del Antiguo Orien-te dependa fundamentalmente de la Arqueologa, que adems era la res-ponsable del incremento de los archivos documentales, desenterrando nue-vos textos a medida que se desarrollaba su prctica (Trigger, 1992,49).

    En razn de estas peculiaridades, la Egiptologa o la Asiriologa se con-sideran todava hoy disciplinas histricas globalizadoras, que aspiran aintegrar en una misma figura al arquelogo que domina las tcnicas de exca-vacin con el fillogo experto en la lengua egipcia, sumeria, acadia o per-sa; al hbil ceramlogo con el epigrafista avezado en el desciframiento dela escritura jeroglfica, demtica o cuneiforme. Aunque la aproximacinholstica es una aspiracin cientfica, es justo reconocer que la diversifca-

    26 Baste recordar en este sentido la Arqueologa Filolgica alemana, que comenz a

    desarrollarse en la dcada de los treinta del siglo XK y presidi la investigacin alemanahasta bien entrado el presente siglo. Su objetivo era aunar crtica literaria e investiga-cin arqueolgica en la mejor tradicin wmckelmanniana, y a ella debemos la mayorade las identificaciones de obras escultricas clsicas, como el Dorfora de Policleto o elApoxiomeno de Lisipo, y las atribuciones de otras muchas (Bianchi Bandinelli, 1982,59 y ss.).

  • Arqueologa 47

    cin del conocimiento hace cada vez ms necesaria la colaboracin inter-disciplinar que integre fillogos, diplomatistas, epigrafistas y arquelogosen los equipos de trabajo.

    2.2.3.2. Desarrollo histrico

    El nacimiento de la Arqueologa oriental como una disciplina cientficase produjo en el siglo xix y estuvo unido a la Filologa y a la Historia Anti-gua. Hasta esa fecha las culturas orientales eran nicamente conocidas atravs de fuentes literarias indirectas como la Biblia, cuya veracidad comofuente histrica era ms que discutida. nicamente el mundo egipcio habasido filtrado al Renacimiento a travs del tamiz de la cultura romana, perosiempre vinculado al mundo de la supersticin mgica. La recuperacin deelementos romanos egiptizantes y su incorporacin a la esttica barroca,marc el principio de un inters por las antigedades egipcias, que se vioreforzado despus de los contactos directos de los primeros viajeros. Lacampaa napolenica de 1798 y las publicaciones de las grandes expedi-ciones -Voyage dans la Haute et Basse Egypte (1802) de Dominique Vi-vant Denon, Description de I'Egypte (1809-13) de Francois Jomard yDenkmaeler aus Aegypten und Aethiopien (1849-59) de Cari Richard Lep-sius- marcaron un antes y un despus en la historia de la investigacin. Losdesciframientos en la primera mitad del siglo xix de las escrituras cuneifor-me -por Grorg Grotefen y Henry Rawlison- y jeroglfica egipcia -porFrancois Champolion-, permitieron comenzar a desentraar la ignota histo-ria de estas regiones, estableciendo las primeras ordenaciones cronolgicas.

    No obstante, a pesar de estos significativos avances an habra que es-perar a la segunda mitad del siglo xix para apreciar los primeros intentosserios de desarrollar una labor arqueolgica metdica. Los trabajos pione-ros corresponden al egiptlogo francs Auguste Mariette, que inici unapoltica de conservacin del patrimonio "avan la lettre" con la creacindel Servicio de Antigedades para la fiscalizacin de las excavaciones, ydel Museo Egipcio para la preservacin de los hallazgos; junto a l destacaWilliam Flinders Petrie, a quien corresponde el mrito de haber desarrolladoel concepto de la seriacin contextual a travs del sistema de asociaciones,a ms de haber escrito diversas obras de gran importancia histrica.

    Entre tanto, la Arqueologa oriental an se mova en los mrgenes delexpolio sistemtico, patente en la rivalidad entre el francs Paul Emile Bot-ta, descubridor del palacio de Sargn II en Khorsabad, y el britnico Aus-ten Henry Layard, que excav sendos palacios asirios en Tell Nimrud yNinive. El establecimiento de una metodologa cientfica slo se observa apartir de las excavaciones de Robert Koldewey en Babilonia (realizadas en-

  • 48 Sonta Gutirrez Lloret

    tre 1895 y 1917), las de H. Winckler en Hattusas durante la primera dcadadel siglo (unidas al desciframiento de la escritura hitita en 1915), las de Leo-nard Woolley en Ur (desarrolladas entre 1922 y 1934), las de MaximilianMalowan en Chagar Bazar o las de Howard Crter en el Valle de los Reyes,antes paradigma del trabajo riguroso y hoy cada vez ms cuestionadasmetodolgicamente. Los resultados de esos trabajos permitieron, a ms demejorar el conocimiento de las culturas egipcias y asirio-babilnicas, incor-porar nuevos pueblos a la historia de la humanidad: se define ahora una bri-llante cultura anatlica, la hitita, y se confirma la historicidad del pueblosumerio, conocido indirectamente a travs de la Biblia. Estos hallazgosconstituyen el acicate definitivo para el desarrollo de otra modalidad de laArqueologa oriental, la Arqueologa bblica, que experimenta un desarrollosin precedentes al ligar sus objetivos con la justificacin poltica del Estadode Israel, constituyendo una verdadera y a menudo acientfica "Arqueolo-ga nacional del pueblo judo".

    Con posterioridad a la descolonizacin del Prximo Oriente, los traba-jos cientficos continuaron a cargo de las instituciones locales, en colabora-cin con las misiones extranjeras, vindose favorecidos por el incipientedesarrollo econmico de estos jvenes pases, ricos en materias primas; laactividad arqueolgica desarrollada en las dcadas de los aos sesenta y se-tenta se encamin a frenar el expolio de los pases desarrollados, poten-ciando de forma paralela la conservacin in situ de los restos. Lamentable-mente este fructfero perodo, que podramos considerar de afianzamientode una conciencia nacional del patrimonio arqueolgico, ha entrado en unaprofunda crisis, consecuencia de la recesin econmica y de la escalada dela conflictividad social y blica en la regin.

    La investigacin puntera sobre Egiptologa y Arqueologa del PrximoOriente en las universidades y museos espaoles carece de la tradicin quedichas disciplinas alcanzan en el extranjero. No obstante, el Estado espaoldesarrolla algunas misiones arqueolgicas en Egipto y en Siria, cuya conti-nuidad depende en muchas ocasiones de causas no cientficas, como la es-tabilidad poltica de los pases donde se practica. En Egipto destacan lostrabajos realizados en Heracleopolis Magna bajo la direccin de M.a C.Prez De y los de Oxyrhynco dirigidos por J. Padr; en Siria, la Misin dela Universidad de Barcelona desarrolla un proyecto de investigacin en TellQara Qzaq junto al Eufrates.

    Estos trabajos suponen en cualquier caso la posibilidad de entrar encontacto directo con una Arqueologa que de otra forma resultara impracti-cable para los profesionales espaoles. De este inters creciente dan cuentatambin revistas especializadas de reciente aparicin, como el Boletn de laAsociacin Espaola de Egiptologa (Madrid).

  • Arqueologa 49

    2.2.4. La Arqueologa Clsica

    2.2.4.1. Concepto y desarrollo histrico

    El adjetivo clsico tiene en este caso el sentido de perteneciente a la an-tigedad griega y romana; es, por tanto, el concepto que ms se ajusta alespritu que presidi el nacimiento de la disciplina arqueolgica, a partirsobre todo de los trabajos de J. J. Winckelmann. Con anterioridad no existien rigor ningn inters verdaderamente "arqueolgico" por el pasado, fueradel prestigio derivado del coleccionismo. A partir del Renacimiento la anti-gedad clsica se convirti en un referente del desarrollo humano, pero elaprecio de sus manifestaciones no emanaba del inters histrico, sino de supuesta en valor como paradigma artstico y en tal concepto se inspir la pri-mera actividad consciente de recuperacin. La segunda mitad del siglo xvmarc el inicio de esta tendencia, alentada por las primeras excavacionesen Roma, destinadas a obtener materiales de construccin al tiempo que"bellos originales"; por los espectaculares hallazgos artsticos, como elgrupo escultrico del Laocoonte -descubierto en 1506 entre las ruinas delas termas de Trajano- que revolucion el concepto escultrico de la poca,o las pinturas de las "grutas" -habitaciones enterradas- de la Domusurea, que inspiraron a los pintores renacentistas la decoracin de "gru-tescos", y por la formacin de las primeras colecciones papales: la del Cam-pidoglio en 1471 y la del Belvedere en 1506.

    Sin embargo, la percepcin de las antigedades como objetos artsticoscon valor intrnseco, fuera de toda referencia contextual e histrica, influ-y tambin enormemente en la espectacular destruccin de los monumen-tos antiguos, transformados en canteras de los nuevos palacios papales yaristocrticos. Es importante sealar este hecho porque el verdadero papelde "verdugo" histrico del mundo clsico no corresponde tanto a los "cer-catori di marmi" del Medievo como a los mecenas renacentistas y derivaprecisamente de ese inters precientfico y anticuarista por la antigedadcomo curiosidad per se\ As, mientras los hombres medievales se limita-ron a vivir entre las antigedades clsicas, los humanistas quisieron vivircon ellas. Slo como ejemplo conviene recordar que en 1471 Sixto IV auto-riz a los arquitectos de la biblioteca vaticana a excavar para obtener lapiedra necesaria o que Pablo V hizo demoler en 1610 el templo de Miner-va del foro transitorio, del que sobreviven in situ nicamente dos colum-nas, para ornar con sus frisos y columnas la capilla Borghese de SantaMara Magiore y la fuente del Acqua Paula en Roma (Lanciani, 1986,115y 127).

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    Este espritu fue todava el que presidi las primeras excavaciones su-fragadas por la dinasta Borbnica de aples en los yacimientos bien pre-servados de Herculano (los primeros trabajos del general D'Elboeuf datande 1710, aunque las excavaciones propiamente dichas se iniciaron en 1738)y de Pompeya, descubierta en 1748. Los trabajos arqueolgicos metdicosy documentados no comenzaran en este yacimiento hasta 1860 con la di-reccin de Guiseppe Fiorelli, que plante por vez primera la restauracin insitu; para entonces la Arqueologa Clsica comenzaba su andadura cientfi-ca, estimulada por la publicacin de grandes corpora -como los de Bernardde Montfaucon (L'Antiquit explique et represente en figures, 1719, en10 vols.), Philippe de Caylus (Recueil d'antiquits gytiennes, trusques,romaines etgauloises, 1752-7, en 7 vols.) o la propia obra de J. J. Winckel-mann- y por la prctica del anticuarismo cientfico en las recin creadasacademias, entre las que destacan la Roy al Society ofLondon fundada en1660, la Acadmie des Inscriptions et Selles Lettres de Pars en 1665, laSociety ofDilettanti en Londres en 1714, la Accademia Etrusca de Cortonaen 1727, la Academia de Buenas Letras de Barcelona en 1729, la Accade-mia di Antichit Profane de Roma en 1740 o la Reale Accademia Ercola-nense de aples en 1755. El positivismo que caracteriz la investigacindecimonnica supuso, en el campo especfico de la joven ciencia arqueol-gica, la confeccin de las grandes obras, en la lnea de la sociologa del artede J. Burckhard, y de los corpora monumentales, como el todava funda-mental Corpus Inscriptionum Latinarum de Th. Mommsen, cuyo primervolumen apareci en 1863.

    En la segunda mitad del siglo xix la Arqueologa Clsica se consolidacon la implantacin de los centros internacionales de investigacin y con lapublicacin sistemtica de revistas cientficas: entre los primeros destacala creacin de L'Ecole d'Ahnes, organismo francs constituido en 1840 yreorganizado en 1876, y el Instituto de Correspondencia Arqueolgica,fundado en Roma en 1829 a iniciativa de la Sociedad de los Hiperbreos,un grupo de arquelogos alemanes formado seis aos antes; este Institutose transform en 1873 en el Imperial y Real Instituto Arqueolgico Germ-nico de Roma, pasando a depender del Instituto Germnico de Berln, aligual que el Instituto de Correspondencia Arqueolgica creado en Ate-nas en 1875. Entre las publicaciones peridicas sobresalen el Jahrbuchdes Deutschen Archaologischen Institus a partir de 1886; las Atti dell'Acca-demia Nazionale dei Lincei en 1873, las Atti della Pontificia AccademiaRomana di Archeologia entre 1821 y 1864 y de nuevo a partir de 1882, elBulletin de Correspondance Hellnique en 1877, la Revue Archologiquedesde 1844 o los Mitteilungen des Deutschen Archaologischen Institusde Atenas (en 1876) y de Roma (en 1886).

  • Arqueologa 51

    Al mismo tiempo, la Arqueologa Clsica comenz a preocuparse delproblema de los antecedentes de las culturas clsicas, ya bien conocidas,esforzndose por acercarse a la Prehistoria. El campo donde se observa eldesarrollo ms espectacular es el del mundo pregriego, slo conocido a tra-vs de referencias picas que se consideraban mticas. En este mbito des-tacar la figura del genial aficionado Heinrich Schliemann, excavador deTroya (1871), Micenas (1874-76) y Tirinte (1884), y definidor de la culturamicnica, a pesar de la escasa metodologa demostrada en sus actuaciones;la perspectiva cientfica en la investigacin arqueolgica prehelnica laaport Sir Arthur Evans, cuyos trabajos en Creta condujeron al conoci-miento de la cultura minoica. La cientificidad definitiva de la ArqueologaClsica deriva de la asuncin de una moderna metodologa de campo, desa-rrollada con los trabajos del general Augustus Lane-Fox Pitt-Rivers enGran Bretaa, William Flinders Petrie en Egipto y del padre de la modernaarqueologa de campo, Sir Mortimer Wheeler, ya en el presente siglo enGran Bretaa y la India.

    Tan importante es la vinculacin gentica de la Arqueologa con el anti-cuarismo y la historia del arte griego y romano, que an hoy muchos inves-tigadores consideran errneamente que ste es el sentido conceptual propiodel trmino "arqueologa". En pginas anteriores hemos sealado el carc-ter ms amplio que la disciplina ha adquirido en su evolucin y no tienesentido volver sobre estos mismos argumentos; baste sealar que muchosde los que practican la arqueologa de las sociedades grecolatinas recla-man la necesidad de apellidarla con el epteto "clsica", para definir clara-mente el objeto especfico de su investigacin histrica27.

    Desde esta perspectiva, el concepto de Arqueologa Clsica trasciendela definicin cultural vinculada estrictamente al mundo grecolatino, paraadquirir una dimensin social y por ende cronolgica, en la que se incardi-na el estudio de las fuentes materiales -no slo las dotadas de contenido ar-tstico- del perodo histrico en que se desarrollaron las sociedades griegay romana. En suma, esta nueva conceptuacin permite incluir en su campode estudio las culturas "brbaras" -en el sentido griego del trmino- con-temporneas a las clsicas y relacionadas con ellas, dotando de contenidola nocin de Protohistoria antes comentada; as, las culturas ibrica y etrus-ca o los pueblos germanos pasan a formar parte del objeto de estudio de laArqueologa Clsica, en razn de su relacin histrica con las sociedadesgriega y romana. Esta ltima, con su carcter globalizador, supone la inte-gracin definitiva de esa diversidad social en un mbito poltico, econmi-

    27 L. Abad, prlogo a Denia Islmica de Rafael Azuar, 1989,9.

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    co y cultural homogneo, distinguiendo slo a efectos de especializacininvestigadora la arqueologa romana de la Pennsula Itlica del resto de lasarqueologas romanas provinciales.

    2.2.4,2. Perspectivas actuales

    Al igual que ocurre en el resto de Europa, en nuestro pas la Arqueolo-ga Clsica es tambin la rama de la ciencia arqueolgica que goza de ma-yor tradicin acadmica y que cuenta con ms publicaciones especficas,tanto monogrficas como peridicas; de las numerosas revistas que tienenpor objeto preferente la antigedad clsica, destaca entre las espaolas, porsu gran tradicin y antigedad, la revista Archivo Espaol de Arqueologa,publicada con regularidad por el C.S.I.C. desde 1941. Esta tradicin se re-fleja especialmente en los Congresos Internacionales de Arqueologa Cl-sica, autnticos foros de debate que se han celebrado regularmente a lo lar-go de varias ediciones.

    No obstante, en los ltimos aos distintas voces se han alzado para se-alar su aparente estatismo respecto a otras arqueologas ms dinmicas,como la prehistrica -que a pesar de ser tildada despectivamente por la ar-queologa oficial decimonnica de "ciencia de los analfabetos", acab porrenovar la ciencia arqueolgica segn Bianchi Bandinelli (Carandini, 1984,114)- o la Arqueologa Medieval -actualmente una de las ms activas enEuropa-, denunciando que la Arqueologa Clsica ha quedado voluntaria-mente al margen de la revolucin epistemolgica que ha transformadonuestra disciplina en las ltimas dcadas (Snodgrass, 1990, 20). Esas vocescrticas sealan la ausencia de reflexin terica (Fuentes Domnguez, 1991,227), que confunde la cientificidad de la disciplina con la mera exposicinpositivista de datos y conduce nicamente a la taxonoma descriptiva (Ruizy Molinos, 1992,21-2 y 48 y ss.) o bien denuncian la preferencia por el es-tudio de objetos o manifestaciones culturales con implicaciones estticas,que refuerzan la tradicional vinculacin de la Arqueologa Clsica con laHistoria del Arte (Castro Lpez, 1986,73).

    Aun siendo cierto este cuestionamiento en trminos generales, es justoreconocer que muchas de las reflexiones crticas que han sacudido la disci-plina en estas ltimas dcadas, reivindicando su naturaleza histrica frenteal modelo antropolgico de la Nueva Arqueologa, proceden de la mismaArqueologa Clsica. En esta lnea de renovacin basta con recordar a ar-quelogos tan punteros como R. Bianchi Bandinelli (1982) o el propioA. Carandini (1984), padres de la escuela arqueolgica italiana, en la queha bebido la moderna Arqueologa Medieval de ese pas; una mencin par-

  • Arqueologa 53

    ticular merece tambin la Arqueologa Clsica anglosajona, ejemplificadaen las reflexiones de A. M. Snodgrass (1990,15 y ss.).

    2.2.5. La A rqueologa Medieval

    2.2.5.1. Concepto

    El afianzamiento de la Arqueologa Medieval, en tanto que estudiocientfico de las fuentes materiales del Medievo, tiene que ver con dos ar-gumentos distintos: la periodizacin histrica y la tradicin cientfica. Elprimero deriva del significado historiogrfico del adjetivo "medieval", porfuerza restrictivo en el tiempo y el espacio, aplicado en este caso a la prc-tica de la Arqueologa, mientras que el segundo remite a la extensin natu-ral de las tcnicas arqueolgicas aplicadas a la recuperacin sistemtica detestimonios materiales de la "cultura" postclsica (Carandini, 1984, 243).

    Como seala Paolo Delogu, la periodizacin, que no es otra cosa que ladivisin del proceso histrico en fases significativas, no es totalmente arbi-traria ya que presupone la formulacin de un juicio histrico y por tanto laidentificacin de algunas caractersticas esenciales en la organizacin y lavida de las sociedades del pasado, con una finalidad no slo descriptiva yclasificatoria, sino fundamentalmente comprensiva (Delogu, 1994 a, 65-7).La historia tradicional, siempre vida de hitos, estableca convencional-mente el fin de la Antigedad y el inicio del Medievo en el ao 476 -fechade la deposicin del ltimo emperador nominal, Rmulo Augstulo, a ma-nos de Odoacro-, o bien, ante la evidente arbitrariedad de esta fecha, queno signific en ningn caso una transformacin institucional, social o eco-nmica traumtica, se inclinaba por relacionar el inicio del Medievo con lasinvasiones germnicas de principios del siglo v. Por fin, la tradicin protes-tante de la Reforma consideraba la poca de Constantino el origen de la de-cadencia, de la intermedia aetas, por la oficializacin de la iglesia y la pau-latina prdida de su pureza primitiva. De otro lado, el final de la llamadaEdad Media se estableca convencionalmente en 1453 con la cada deConstantinopla en manos turcas y el consecuente fin del Imperio Romanode Oriente, o bien en 1492, simbolizando los cambios que anuncia la aper-tura al nuevo mundo con la fecha del "descubrimiento" oficial y europeode Amrica, y la destruccin definitiva de todo vestigio social islmico enla Europa occidental con la conquista de Granada.

    Desde una perspectiva totalmente distinta, es posible considerar la EdadMedia y lo "medieval" como "M espacio histrico de caractersticas espe-cficas bien conocidas y, a la vez, como un campo conceptual (feudalismo,

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    cristianismo, fragmentacin lingstica latina, etc.) que trasciende en mu-cho la sugerencia cronolgica que hacen Edad Media y sus derivados",como seala M. Barcel (Barcel et alii, 1988, 21). No conviene olvidarque como sugerencia cronolgica, el concepto de Edad Media es profunda-mente eurocntrico y que su extensin a otras sociedades se basa en un cri-terio de contemporaneidad con el perodo europeo y no en una semejanzade experiencias histricas (Delogu, 1994 a, 73-4). De hecho, en un sentidoacorde con el primitivo significado humanista del trmino -intermedia ae-tas como fase intermedia en la que se producen fenmenos negativos-, elconcepto Edad Media existe tambin en otras culturas, adoptando distintosvalores cronolgicos: as los musulmanes denominan Edad Media al pero-do que va desde la desintegracin del Califato de Bagdad a su "renacimien-to" nacional despus de la campaa napolenica de Egipto, mientras quelos judos lo utilizan como sinnimo de su dispora28. Por esta razn, cuan-do el concepto se usa en su sentido periodizador prima el contenido crono-lgico europeo. Aun as, el concepto de Medievo slo conserva cierto valorhistrico cuando se aplica a sociedades como la islmica o las eslavas, quemantuvieron un importante intercambio recproco con las reas tradiciona-les de la cristiandad occidental medieval, incluyendo aqu Bizancio.

    Esta complejidad de tiempos, espacios y sociedades que caracteriza alMedievo condiciona y determina el estudio arqueolgico de sus fuentesmateriales, que no puede abordarse desde la misma perspectiva unitaria de,por ejemplo, la arqueologa de los iberos. A esto hay que sumar, adems,las diferentes tradiciones historiogrficas de los estudios arqueolgicos,que marcan ritmos y desarrollos diferentes en el marco comn de una dis-ciplina en construccin como es la Arqueologa Medieval. As, por ejem-plo, la Arqueologa islmica experiment un impulso temprano en relacinal estudio material de las sociedades feudales, pero en contrapartida sufriel lastre del exotismo y la fascinacin romntica por el objeto y el edificio.De otro lado, el reconocimiento acadmico de la Arqueologa practicada enciertas parcelas del Medievo, tambin fue muy precoz respecto a otrostemas que slo recientemente han comenzado a ser considerados, pero amenudo las causas no fueron de orden cientfico sino de muy diversa natu-raleza: es el caso de la llamada "Arqueologa Cristiana", casi tan antigua ensu nacimiento como la "Clsica", pero condicionada por intereses exclusi-vamente religiosos, o la de los reinos "brbaros" europeos, orientada a jus-tificar los orgenes nacionales de la Europa moderna. Esta diversidad y laimposibilidad de abordarla de forma exhaustiva en estas pginas, nos ha

    28 Agradezco a M. Acin sus observaciones sobre este particular.

  • Arqueologa 55

    llevado a escoger y tratar especficamente algunos aspectos que nos pare-cen especialmente significativos en el mbito de estudio de la ArqueologaMedieval. Somos conscientes de que esta seleccin es subjetiva y est con-dicionada, como sealbamos al inicio de este captulo, por la periodiza-cin histrica y la tradicin cientfica, pero resulta til en un trabajo comoel que nos ocupa, cuya misin principal es la introduccin del estudiante deHistoria en los diversos problemas de la Arqueologa.

    2.2.5.2. La Arqueologa del Altomedievo

    Dentro del marco genrico que designa el Medievo, se aprecian ntida-mente profundas diferencias entre su formacin y su plenitud29. Los estu-dios histricos perfilaron rpidamente una fase entre la Antigedad y elMedievo, una especie de tierra de nadie que no presentaba an las caracte-rsticas propias de este ltimo perodo y que se configuraba como un largoy no necesariamente catastrfico, proceso de transformacin de las relacio-nes entre los componentes de la estructura social antigua. A lo largo de esteperodo, comprendido a grandes rasgos entre los siglos v y x, se produjerondiversos cambios de gran trascendencia histrica, que supusieron, a ms delas invasiones brbaras y la consiguiente constitucin de una sociedad mix-ta, la institucionalizacin del cristianismo con la creciente influencia polti-ca de la iglesia, y el fin del sistema econmico imperial, caracterizado porel control estatal de la produccin en el marco de una "economa-mundo"(Delogu, 1994 b, 8; 1994 a, 67-8).

    Sin embargo, una vez definida la peculiar fisonoma histrica de esteperiodo, totalmente distinta de la que caracteriza la segunda parte del Me-dievo, su denominacin tambin planteaba nuevos problemas. As se acutempranamente el concepto de Alta Edad Media, para designar los prime-ros siglos del Medievo (hasta el siglo x), frente al de Baja Edad Media re-ferido especialmente a los siglos extremos del perodo (siglos xiv y xv).Este sentido formativo es el que adquiere el trmino altomedieval en el me-dievalismo espaol, italiano y francs, pases que carecen de una designa-cin consolidada para los siglos centrales de la Edad Media (siglos xii yxm), a diferencia de Inglaterra y Alemania, donde se populariz una perio-dizacin en tres fases: Primer Medievo, Altomedievo y Tardomedievo30; enesta divisin, el Altomedievo adquiere un significado distinto y retardado

    29 Sobre este particular M. Barcel en Barcel et alii, 1988,21 y ss.

    30 En ingls Early, High y Late Middle Ages. Cfr. P. Delogu, 1994 b, 70-1.

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    respecto al sentido consensuado en los pases latinos, al designar precisa-mente el perodo central de la Edad Media y no su fase inicial.

    A esta confusa periodizacin hay que sumar el impacto que produjo laconocida tesis del historiador belga Henri Pirenne sobre el paso de la Anti-gedad al Medievo, formulada a finales de los aos treinta; en su opinin,la Antigedad se prolong sin rupturas evidentes hasta la poca de Carlo-magno, considerando que la verdadera solucin de continuidad se produjocuando los rabes acabaron con el comercio Mediterrneo y los centroseconmicos se desplazaron a la Europa septentrional31. Aun cuando estatesis ha sido ampliamente discutida y revisada en lo relativo al papel delIslam, su trascendencia para el tema que nos ocupa reside en el hecho dehaber reforzado la idea de un Altomedievo ms vinculado a la Antigedadque a la Edad Media propiamente dicha. De esta forma se reforzaba unconcepto que vena siendo empleado desde principios de siglo en el mbitoartstico, el de Antigedad Tarda, como referente de un perodo de al me-nos tres siglos -los llamados oscuros: del v al vil-, conceptuado de fronterao trnsito entre el mundo antiguo y el medieval (Azkarate, 1988, 8).

    Este trmino aspiraba a superar el de Bajo Imperio, siempre concebidocomo la fase de decadencia y descomposicin de la civilizacin romanarespecto a su apogeo, representado por el Alto Imperio. El concepto "bajo"aplicado al Imperio Romano adquira una significacin peyorativa, biendistinta del valor cronolgico que el adjetivo presenta en el perodo medie-val, donde lleva implcito un juicio positivo en la historiografa tradicional,al significar el trnsito a la modernidad y al Renacimiento (Delogu, 1994 a,68). As pues, el concepto de Antigedad Tarda se reforzaba en la historio-grafa a medida que "...// mondo antico sembraprolungare la sua esistenzaoltre le scansioni suggerite daifenomeni etico-politici, mentre I'alto medio-evo come periodo storico identijlcato da strutture nuove, ritarda semprepi ilpropio inizio" (Delogu, 1994 b, 8).

    En la actualidad el concepto de Altomedievo se impone para designarun perodo comprendido a grandes rasgos entre los siglos v y x32, que mar-ca la transicin entre la antigedad clsica y el mundo medieval pleno,mientras que el referente "Antigedad Tarda", al incluirse en el propio

    31 Sobre este particular cfr. adems del clebre libro publicado en 1937, Mahomay

    Carlomagno, el libro de R. Hodges y D. Whitehouse, Mohammed, Charlemagne andthe Origins ofEurope, London, 1983.

    32 Al menos tal es el sentido que adquiere el trmino en la historiografa y la arqueo-

    loga italiana. Sobre este particular vanse, La stora econmica di Roma nell'Alto Me-dievo alia luce dei recenti scavi acheologici, a cura di L. Proli e P. Delogu (Firenze,1993), y La stora dell'Alto Medievo italiano alia luce dell'Archeologia, a cura di R.Francovich e Gh. Noy (Firenze, 1994).

  • Arqueologa 57

    concepto de "Antigedad", se reserva a su fase final de descomposicin,adquiriendo un carcter ms restrictivo, especialmente adecuado para lossiglos iv a VIL En el medievalismo francs el final del Altomedievo se poneen relacin con la implantacin de una sociedad plenamente feudal o lo quees lo mismo, en el caso italiano, con la generalizacin del incastellamento,en tanto que proceso de concentracin seorial en altura del habitat campe-sino disperso, en los albores del siglo xi.

    En la Pennsula Ibrica el proceso de formacin del Medievo es anms complejo que el del resto de Europa occidental, con excepcin quizde algunas regiones italianas, puesto que su conquista a principios del siglovin por poblaciones rabes y berberes islamizadas, la condujo a su in-tegracin en una sociedad totalmente distinta de la feudal europea. Dichaformacin social, que ha sido denominada recientemente islmica en unsentido social y no estrictamente religioso, es una sociedad tributaria carac-terizada por la hegemona de lo privado y por la preeminencia d lo urbano.Desde esta perspectiva la descomposicin y transformacin social a que seve sometida la Pennsula Ibrica durante el Altomedievo, se identifica tam-bin con la formacin de una sociedad islmica, en un proceso que abarcacronolgicamente los siglos VIH y ix y culmina con el Califato (Acin,1994 a, 105 y ss.). De esta forma, aunque los procesos son distintos en par-te de la Pennsula Ibrica y en el resto de la Europa mediterrnea -comotambin lo son en la Europa nrdica, donde las formas sociales de la anti-gedad clsica no se implantaron- el concepto transicional del Altomedie-vo y sus lmites cronolgicos son perfectamente vlidos en uno y otro caso.

    2.2.5.2.1. Desarrollo histrico

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