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P. KROPOTKINE LA CON QUIST A DEL PAN

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P. KROPOTKINE

LA

CON QUIST A

DEL PAN

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OBRA8 DEL MISMO AUTOR

PUBLIOADAS POR ESTA EDITORIAL

Palabras de un rebelde .-Un tomo. Campos, fabricas y talleres.-Un tomo.

Las prisiones.-Un tomo. La ciencia m6derna y el anarquismo. -El terror en

Rusia.-Un tomo. El apoyo mutuo.-Un factor de la evoluci6n.-Doa

tomos .

PEDRO KROPOTKINE

LA CONQUISTA

DEL PAN C-l!ectie

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PROMBTBO SOClBDAD BDITORIAL

Ciemumru, 13.- VALBNCIA

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uA C0f42UISTA OEu PAN

Naestttas ttiqaezas

I

La humanidad ha caminado gran trecho desde aquellaa remotaa edadea durante las cualea vivia el hombre de los azarea de la caza y no dejaba A sus bljoa mas herencia que un refugio bajo las pefias, pobrea instrumentoa de silex y la Naturaleza, con· tra la que tenian que luchar para seguir su mez-quina existencia. .

Sin embargo, en ese confuso periodo de miles y miles de aflos, el genero humano acumul6 inauditos tesoros. Rotur6 el suelo, deaec6 los pantanos, hizo trochas en los boaques, abri6 caminos; edific6, in­vent6, observ6, raciocin6; cre6 instrumentos com­plicados, arranc6 sus secretos A la Naturaleza, dom6 el vapor, tanto, que al nacer el hijo del hombre civilizado encuentra hoy A su servicio un capital inmenso, acumulado por suB predecesores. Y eBe capitalle permite obtener riquezaB que supe­ran A los ensuefios de los orientales en suB cuentoa de Las mil noches y una noche (1).

(1) Pnblicaci6n de eeta Caea Editorial.

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6 p, KROPOTXINlll

En el suelo virgen de las praderas de America, cien hombres, ayudados por poderosas maquinas, producen en pocos meses el trigo necesario para que puedan vi vir un afio diez mil personas. Don de el hombre quiere dupllcar, triplicar, centuplicar sus productos, forma el suelo, da a cada planta los cutdados que requiere, y obtlene prodigiosas cose­chas. Y mientras que el cazador tenia que apode­rarse en otro tlempo de cien ki16metros cuadrados para encontrar alli el alimento de au familia,...el ci· villzado hace crecer con menos fatiga y mas segu­ridad, en una diezmU.esima parte de ese espacio, todo lo que necesita para que vi van los suyoa. Cuan­do falta so!, el hombre lo reemplaza por el calor artificial, basta que logra producir tambien luz que active la vegetaci6n. Con vidrios y tubas conduc­tores de agua caliente, cosecha en un espacio dado diez veces mas productos que antes conseguia.

Aun son mas pasmosos los prodigios realizados en Ia industria. Con esos seres inteligentes que se Haman mAquinas modernas, cien hombres fabrican con que vestir A diez mil hombres durante doe afios. En las minas de carb6n bien organizadas, cien hombres extraen cada afio combustible para que se calienten diez mil familiae en un clima riguroso.

Y sf en la industria, en la agricultura y en el conjunto de nuestra organizaci6n social s6lo apro­vecha a un pequefiisfmo numero la labor de nues · tros antepasados, no es menos cierto que Ia huma­nidad enter a podria gozar una existencia de riqueza y de lujo sin mas que con los siervos de hierro y de acero que posee.

Somos ricos, mucbisimo mae de lo que creemos. Ricos por lo que poseemos ya; aun mas ricos por lo que podemos conseguir con los instrumentos actua­les; infinitamente mas ricos por lo que pudieramos

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obtener de nuestro suelo, de nuestra ciencia y de nuestra habUidad tecnica, si se aplicasen a procu­rar el blenestar de todos.

II

Somas rlcos en las socledades civilizadas. lPor que hay, pues, esa miseria en torno nuestro? lPor que ese trabajo penoso y embrutecedor de las ma­sas? lPor que esa inseguridad del maflana (basta para el trabajador mejor retribuido) en medio de las riquezas heredadas del ayer y a pesar de los poderosos medios de producci6n que darian A todos el bienestar a cambia de algunas horae de trabajo cotldiano?

Los socialistas lo han dicho y redicho basta la saciedad. Porque todo lo necesario para la produc­ci6n ha sido acaparado por algunos en el trans­curso de esta larga historia de saqueos, guerras, ignorancia y opresi6n en que ha vivido la huma­nidad antes de aprender A domar las fuerzas de la Naturaleza.

Porque, prevaliendose de pretendidos derechos adquiridos en el pasado, se apropian hoy doe ter­cios del producto del trabajo humano, dilapidAndo· los del modo mas lnsensato y escandaloso. Porque reduciendo A las masas al punto de no tener con que vivir un mea 6 una semana, no permiten al hombre trabajar sino consintiendo en dejarse qui­tar la parte del le6n. Porque le lmpiden producir lo que necesita y le fuerzao. a producir, nolo nece­sarto para los demas, sino lo que mas grandee be­neficios promete al acaparador.

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P, KROPOTKINB

Contemplese un pals civilizado. Talaronse los bosques que antafto lo cubrian, se desecaron los pantanos, ee sane6 el clima: ya es habitable. El suelo que en otros tiempos s6lo producia groseras hierbas suministra hoy ricas mlesee. Las rocas sus­pensas sobre los valles del Mediodia forman terra­zas por donde trepan las vides de dorado fruto. Plantas silvestres que antes no daban sino un fruto aepero 6 unas raices no comestibles han sido trans­formadas por reiterados culti vos en sabrosas hor­talizas, en Arboles cargados de frutas exquisitas. Millares de caminos con base de piedra y ferreos carriles surcan la tierra, horadan las montafias; en los abruptos desfiladeros silba la locomotora. Los rios se han hecho navegables; las costas, sondeadas y esmeradamente reproducidas en mapas, son dd fAcil acceso; puertos artificiales, trabajosamente hechos y resguardados contra los furores del Ocea­no, dan refugio a los buques. HorAdanse las rocas con pozos profundos; laberintos de galerias subte­rrAneas se extienden alli donde hay carb6n que sacar 6 minerales que recoger. En todos los puntos donde se entrecruzan camlnos han brotado y cre­cido ciudades, conteniendo todos los tesoros de la industria, de las artes y de las ciencias.

Cada hectArea de suelo que labramos en Eu­ropa ha sido regada con el sudor de muchas razas; cada camino tiene una historia de servidumbre personal, de trabajo sobrehumano, de sufrlmlentos del pueblo. Cada legua de via ferre&, cada metro de tunel, han recibido su porci6n de sangre human a.

Los pozos de las minas Bevan aun frescas las huellas hechas en la roca por el brazo del barre­nador. De uno A otro pilar pudieran sefialarse las galerias subterrAneas por la tumba de un minero arrebatado en la fuerza de la edad por el fuego

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grieu, el hundimiento 6 la inundaci6n, y facil es adivinar cuAutas lagrimas, privaciones y miserias sin nombre ha costado cada una de esas tumbas a la familia que vivia con el exiguo salario del hom­bre enterrado bajo los escombros.

Las ciudades, enlazadas entre si con carriles de hierro y lineae de navegaci6n, son organismos que ban vlvido siglos. Cavad su suelo, y encontrareis hil~daa superpuestas de calles, casas, teatros, cir­cos y edificios publicos. Profundizad su historia, y vereis c6mo la ci vilizaci6n de la ciudad, su indus­tria, su genio, han crecido lentamente y madurado por el concurso de todos sus habitantes antes de llegar A ser lo que son hoy.

Y aun ahora, el valor de cada casa, de cada taller, de cada fabrica, de cada almacen, s6lo es producto de la labor acumulada de millones de tra­bajadores sepultados bajo tierra, y no se mantlene sino por el esfuerzo de legiones de hombres que habitan en ese punto del globo. lQue seria de los docks de Londres 6 de los grandea bazares de Paris, A no encontrarse situados en esos grandee centros del comercio internacional? lQue seria de nuestras minas, de nuestras fAbricas, de nuestros astilleros y de nuestras vias terreas, sin el cumulo de merca­derias transportadas diarlamente por mar y por tierra?

Millones de seres bumanos han trabajado para crear esta civilizaci6n de que hoy nos gloriamos. Otros millones, dlseminados por todos los ambitos del globo, trabajan para sostenerla. Sin ellos, no quedarfan mas que escombros de ella dentro de cincuenta afios.

Hasta el pensamiento, basta la invenci6n, son hechos colectlvos, producto del pasado y del pre­sante. Millares de inventores han preparado el in-

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vento de cada una de esas mAquinas en las cualea admira el hombre au genio. Miles de escritores, poetaa y sabioa han trabaja.do para elaborar el saber, extinguir el error y crear una atm6sfera de pensamiento cientifico, sin la cual no hubiera po­dido aparecer ninguna de las mara villas de nuestro aiglo. Pero esos mtllares de fil6aofos, poetas, sa.bios 6 inventores, Gno habian sido tambi6n inspiradoa por la labor de los eiglos anteriores? GN o fueron du­rante au vida allmentados y sostenidos, asi en lo ffsieo como en lo moral, por legtones de trabajado­res y artesanos de todas clases? GNo adquirieron au fuerza impulsiva en lo que les rodeaba?

Ciertamente, el genio de un Seguin, de un Ma­yer y de un Grove han hecho mas por lanzar la industria A nueTas vias que todos los capitales del mundo. Estos mismos genios son hijos de la indus­tria, fgual que de la ctencia, porque ha sido menes­ter que millares de mAquinas de vapor transforma­sen, afios tras afios, a vista de todos, el calor en fuerza dinAmica, y eeta fuerza. en sonido, en luz y en electricidad, antes de que esas inteligencias ge­nialea llegasen a proclamar el origen mecanico y la unidad de las fuerzas fiaicas. Y si nosotros, loa hijoa del siglo XIX, hemos comprendido a la postre esta idea y hemos sabido aplicarla, es tambien por­que para ello estAbamos preparados por la expe­riencla cotidiana.

Tambien los pensadores del pasado siglo la ha­bian entrevisto y enunciado, pero qued6 sin com­prender, porque el siglo XVIII no habia crecido, cual nosotros, junto a la maquina de vapor.

Piensese nada mAs en las decadas que hu­bieran transcurrido aun en la ignorancia de eaa ley que nos ha permitido revolucionar la industria moderna, ai Watt no hubiese encontrado en Soho

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trabajadores habiles para construlr con metal sua planes te6ricos, perfeccionar todae sue partes y aprleionAndolo dentro de un mecaniemo compl~to' hacer por fin el vapor mAs d6cil que el caballo ma~ manejable que el agua. '

Cada mAquina tiene la misma historia: larga bistoria de noches en blanco y de miseria, de des­ilusiones y de alegrias, de mejoras parciales halla­das por variae generacionee de obreros desconoci­dos que venian a a:fiadir al primitivo invento esas peque:fias nonadas sin las cuales permanecerla este­ril la idea mas fecunda. Aim mas: cada nueva in­venci6n es una a:Jlntesie resultante de mil inventos anteriores en el inmenso campo de la mecanica y de la industria.

Cie~acia 6 indnstria, saber y aplicac16n, descu­brimiento y realizaci6n practica que conduce A nuevas invenciones, trabajo cerebral y trabajo ma­nual, idea y labor de los brazos, todo se enlaza. Cada descubrimiento, cada progreso, cada aumento de la riqueza de la humanidad, tiene su origen en el conjunto del trabajo manual y cerebral pasado y presente.

Entonces, Gcon que derecho puede nadie apro­piarse la menor particula de ese inmenso todo y decir: cEsto ee mio y no vuestro•?

III

Pero aconteci6 que todo cuanto permite al hom­bre producir y acrecentar sua fuerzas productivas fue acaparado por algunos.

El suelo, que precisamente saca au valor de las

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necesidades de una poblaci6n que crece sin cesar, pertenece hoy a minorias que pueden impedir e impiden al pueblo el cultivarlo 6 le impiden el cul­tivarlo eegun las neceeidades modernae ..

Las minas, que representan el trabaJO de mu­chas generaciones y no derivan su valor sino de las necesidades de la industria y la densidad de la. poblaci6n, pertenecen tambien a unos pocoe, y es~s pocos limitan la extracci6n del carb6n 6 la prohl­ben en su totalidad si encuentran una colocaci6n mAs ventajosa para aus capitales.

Tambien la maquinaria es propiedad e6lo de algunos, y aun cuando tal 6 cual maquina repre­eenta sin genero de duda, los perfecctonamientos aport~dos por tree generaciones de trabajadorea, no por eso deja de pertenecer 8. algunos patronos; y si los nietos del mismo inventor que construy6, cien anos ha, la primera maquina de hacer encajes se presentasen hoy en una manufactura de Basilea 6 de N6ttingharo y reclamasen sus derechos, lea grltarian: c 1Marchaos de aqui; esta mAquina no es vueetral• Y si quisiesen tomar posesi6n de ella, los fusilarian.

Los ferrocarriles , que no serian mas que inutil hierro viejo sin la poblaci6n densa de Europa, sin su industria, su comercio y sus cambios, pertene­cen A algunos accionistas, ignorantes quiz& de d6n­de se encuentran los caminos que lea dan rentas superiores a las de un J:ey de la Edad Media. Y si los hijos de los que murieron 8. millares cavando las trincheras y abriendo los ttineles se reuniesen un dia y fueran, andrajosoe y hambrientos, a pedir pan a los accionistae, encontrarlan las bayonetas y la metralla para diepersarlos y defender los cde­rechos adquiridos•.

En virtud de esta organizacion monstruosa,

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cuando el hijo del trabajador entra en la vida no halla campo que cultivar, maquina que conducir ni mina que acometer con el zapapico si no cede A un amo la mayor parte de lo que el produzca. Tiene que vender su fuerza para el trabajo por una raci6n mezquina e incierta. Su padre y su abuelo trabajaron en desaguar aquel campo en ediflcar aqueua rabrica, en perfecctonarla. st el obtiene permiso para dedicarse al cultivo de ese campo es A condici6n de ceder la cuarta parte del produ~to A su amo y otra cuarta al gobierno y a los interme­diarios. Y ese impuesto que le sacan el Estado el capitalfsta, el senor y el negociante irA crecie~do s~n cesar. Si B? dedica 8. .Ia industria, se le permi­tlrA qu? traba]e ~ condiet6n·de no recibir mas que el tereto 6 la m1tad del producto siendo el resto para aquel a quien la ley reconoc~ como propieta­rio de la maquina.

Clamamos contra el bar6n feudal, que no per­mitia al cultivador tocar la tierra, 8. menos de en­tregarle el cuarto de la cosecha. Y el trabajador, con el nombre de libre contrataci6n, acepta oblfga­ciones feudales, porque no encontrarfa condiciones mas aceptables en ninguna parte. Siendo todo pro­piedad de algun amo, tiene que ceder 6 morirse de hambre.

De tal eetado de cosas resulta que toda nuestra producci6n es un contrasentido. AI negocio no le conmueven las necesidades de la sociedad; su unico objetlvo es aumentar los beneficios del negociante. De aqui las continuae fluctuaciones de la industria, las crisis en eetado cr6nico.

No pudiendo comprar los obreros con su ealario las riquezas que producen, Ia industria busca mer­cados fuera, entre los acaparadoree de las demas naciones. Pero en todas partes encuentra competl-

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dores puesto que Ia evoluci6n de todas las nacio­nes ~~ veriflca en el mismo sentido. Y tienen que estallar guerras por el derecho de ser dueftos de los mercados, guerras por las posestones en Oriente, por el imperio de los mares, para imponer derechos aduaneros y dictar condiciones A sus vecinos, 1guerras contra los que se sublevanl No cesa en Europa el ruido del aafi6n; generaciones enteras son asesinadas; los Estados europeos gastan en ar­mamentos el precio de sus presupuestos.

La educaci6n tam bilm es pri vilegio de infimas minorias. lPuede hablarse de educaci6n cuando el hijo del obrero se ve obligado A la edad de trece alios A bajar A la mina 6 ayudar A su padre en las labores del campo?

Mientras que los radicales piden mayor exten­sion de las libertades politicas, muy pronto advier­ten que el halito de la libertad produce con rapi­dez el levantamiento de los proletarios, y entonces vuelven la casaca, mudan de opini6n y retornan A las leyea excepcionales y al gobierno del sable. Un vasto conjunto de tribunales, jueces, verdugos, po­lizontes y carceleros es necesario para mantener los privllegios. Este sistema suspende el desarrollo de los sentimientos sociales. Cualquiera comprende que sin rectitud, sin respeto A sf propio, sin sim­patia y apoyos mutuos, la especie tiene que dege­nerar. Pero eso no lea importa A las clases directo­ras, 6 inventan toda una clencla absolutamente falsa para probar lo contrario.

Se han dicho cosas muy bonltas acerca de la necesldad de com partir lo que se posee con aquelloa que no tienen nada. Pero cuando se le ocurre A cualquiera poner en prActlea este principio, en se­guida se le advierte que todos esos grandee senti­mientoa son buenos en los libros po6ticos, pero no

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e~ la vida. cMentir es envilecerse, rebajarse•, de­clmos nosotros, y toda Ia existencia civilfzada se trueca en una inmensa mentira. IY nos habitua­mos, a~ostumbrando A nuestros hijos A practicar com~ h1p6critas una moralidad de doe carasl

El simple hecho del acaparamiento extiende asi sus consecuencias de Ia vida social. So pena de pe­recer, las sociedades humanas venae obllgadas A volver a los principlos fundamentales· ate d b

1 ti d I h . , n o o ra co ec va e a umamdad los medios de produc-ci6u, vue!ven al poder de la colectividad humana. La aprop1aci6n personal de ellos no es justa ni ufl Todo es de todos, puesto que todos lo necesita~ · puesto que todos han trabajado en la medida d~ sus fuerzas, yes impostble determinar Ia parte que pudiera corresp~nder A cada uno en Ia actual pro­ducci6n de las nquezas.

JTodo es de todost He aqui la inmensa maqui­naria que el sfgl? XIX ha creado; he aqui millones de esclavos .de hierro. que llamamos maquinas, que cepfllan y sierran, teJen 6 hilan para nosotros que des.componen y r~componen Ia primera mate~ia y forJan las marav1llas de nuestra 6poca.

Nadie tiene derecho A apoderarse de una sola de esaa maquinas y decir: cEs mia; para usar de ella, me pagar61s un tributo por cada uno de vues­tros .Productos.• Como tampoco el sefior de la Edad Media tenia derecho para decir a! labrador: cEsta colina, ese prado, son mfos, y me pagareta por cada gavilla de trigo que cojais, por cada mont6n de heno que tormeis. •

Basta de esas formulas ambfguas tales como el cderecho al trabajo•, 6 cA cada un~ el producto integro de su trabajo,. Lo que proclamamos nos­otros es el derecho al bienestar, el bienestar para todos,

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16 P. KBOPOTKlNJI

Ell bienestatr patra todos

I

El blenestar para todos no es un suefto. Es po­sible, realizable, deepues de lo que nueetroe ante­pasados han hecho para fecundar nuestra fuerza de trabajo.

Sabemos que los productores, que apenas forman el tercio de los habitantes en los paiees civilizados, producen ya lo suficlente para que exteta cierto bienestar en el hogar de cada familia. Sabemos, ademAs, que si todos cuantos derrochan hoy los frutos del trabajo ajeno Be viesen obligados a OCU·

par sus ocios en trabajos utiles, nuestra riqueza crecerla en proporci6n multiple del numero·de bra· zos productores. Y en fin, sabemos que, en contra de la teorla del pontifice de la ctencia burguesa (MalthuB), el hombre acrecienta su fuerza produc­tiva con mucha mAs rapidez de lo que el mismo se multipllca. Cuanto mAs numero de hombres hay en un territorio, tanto mas rApido es el progreso de BUB fuerzas productoras.

M.lentraB que la poblaci6n de lnglaterra s6lo ha aumentado en un 62 por 100 desde 1844, au fuerza de producci6n ha crecido en el doble, 6 sea en un 130 por 100. En Francia, donde la poblaci6n ha aumentado menos, el crecimiento es rapidisimo, sin embargo. A pesar de la crisis agricola, de la lngerencia del Estado, del impuesto de sangre, de

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la Banca, de las contribuclones y de la industria Ia producci6n de trigo ha cuadruplicado y la prod~c­ci6n industrial ha decuplicado en el transcurso de los ochenta ultimos af\os. En los Estados Unidos el progreso es aun mas pasmoso: a pesar de la lnmi­graci6n, 6 mas bien, precisamente A causa de ese aumento de trabajadores europeos, los Estados Uni­dos han duplicado su producci6n.

Hoy, a medida que se desarrolla la capactdad de produclr, aumenta en una proporct6n espantosa el numero de vagos e intermedlarlos. Al reves de lo que se decla en otros tiempos entre socialistas de que el capital llt>garia A reconcentraree bie~ pronto en tan pe.quetlo uumero de manoe, que s6lo seria menester ex pro piar A algunos millona1ios para entrar en posesi6n de las rfquezas comunes, cada vez es mAs considerable el numero de los que viven A costa del trabajo ajeno.

En Francia no hay dlez productores dfrectos por trefnta habitantes. Toda Ia rfqueza agricola del pais es obra de menos de siete millones de hombres, yen las doe grandee fndustrfas de las minas y de los te­jidos cuentanse menos de doe millones quinientos mil obreroB. GCuAl es la cifra de los explotadores del trabajo? En Inglaterra (sin Escocia e Irlanda), un mill6n tretnta mil obreros, hombres, mujeres y nitlos, fabrican todos los tejidos; un poco mAs de medio mill6n explotan las minae; menos de medio mill6n labran la tierra, y las eetadistlcas tienen que e:xagerar las cifras para obtener un maximum de ocho millones de productores para veinth:eis mtllo­nes de habitantes. En realidad, son de sols A siete millones de trabajadores quienes crean las riquezas envfadas a las cuatro partes del mundo. lY cuAntos BOD los rentistas 6 los intermediarfoe que afiaden a BUB rentas las que ee adjudican haciendo pagar al

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coneumldor de cinco a veinte veces mas de lo que han pagado al productor?

Los que detentan el capital reducen constante­mente la producci6n, impidiendo producir. No ha­blemoe de esos tonalea de ostras arrojados al mar para impedir que la ostra llegue a ser un alimento de la plebe y deje de ser una golosina propia de la gente acomodada; no hablemos de los mil y mil objetos de lujo tratados de fgual manera que las oetras. Recordemos tan s6lo c6mo se limita la pro­ducci6n de las cosas necesarias 8. todo el mundo. Ejercitos de mineros no deeean mas que extraer todos los dias carb6n y en viarlo 8. quienes tlrltan de frio. Pero con frecuencia la tereera parte 6 doe tercioe de esos ejercitos venae impedidos de traba­jar mas de tree diae por semana, para que se man­tengan altos los precios. Millares de tejedores no pueden manejar los telaree, al paso que sus mujeres y sus hljos no tienen sino harapos para cubrirse y las tree cuartas partes de los europeos no cuentan con vestido que merezca tal nombre.

Centenares de altos hornos, miles de manufac­turae, permanecen constantemente inactivos; otros no trlibajan mas que la mitad del tlempo, yen cada naci6n civillzlida hay slempre una poblaci6n de

·unos doe millones de individuos que s6lo piden tra­bajo y no lo encuentran.

Millones de hombres serlan felices con transfor­mar los eepacioe incultos 6 mal cultivados en cam­pos cubiertos de ricas mieses. Pero esos valientes obreros tienen que seguir parados porque los posee· doree de la tierra, de la mtna, de la fAbrica, pre­fieren dedicar los capitales a emprestitos turcos 6 egipcios, 6 en acetones de oro de la Patagonia: que traba.jen para ellos los fellahs egipcios, los italianos emigrados del pais de au nacimiento 6 los cooUes

LA OONQUISTA DJIL PAN 19

chinos. Esta es la limitaci6n conscfente y directa de la produccl6n. Pero hay tambien una limitaci6n indirect& e inconsciente, que coneiste en gastar el trabajo humano en objetoe tnutiles en absoluto 6 destinados tan s6lo 8. satisfacer la necia vanidad de los ricos.

Baste citar los miles de millones gastados por Europa en armamento, sin mAs fin que conquistar mereados para imponer la ley econ6mica A los ve­cinos y facilftar la explotaci6n en el interior; los millones pagados cada afio a los funcionarios de todo fuste, cuya misi6n es mantener el derecho de las minorias A gobernar la vida eeon6miea de la naei6n; los millones gastados en jueces, cArceles, gendarmes y todo ese embrollo que Haman justicia; en fin, loa millones empleados en propagar por medio de la prensa ideas nocivas y notieias falsas, en provecho de los partidos, de los personajes poli­ticos y de las Compafiias de explotadores.

Aun se gasta mAs trabajo inutilmente aqui para mantener la cuadra, la perrera y la servidumbre domestica del rico; alli, para responder A los caprl­chos de las ramer as de alto bordo y al depra vado lujo de los viciosos elegantes; en otra parte, para forzar al consumidor A que compre lo que no le haee falta 6 imponerle con reelamos un articulo de mala calidad; mAs allA, para producir substanclas alimentieias nocivas en absoluto para el consumi­dor, pero provechosas para el fabrieante y el ex· pendedor. Lo que se malgasta de esta manera bas­tarla para duplicar la producci6n util 6 para crear manufacturas y fAbricas que bien pronto inunda­rian los a1macenes de todas las provisiones de que carecen doe tercios de la naci6n.

De aqui resulta que de los mismos que en cada naci6n se dedican a los trabajos productlvos, Ia •

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p, KROPOTJON•

cuarta parte por lo menos se ven oblfgados con regularldad A un paro de tt-es o cuatro meses por ado, y otra cuarta parte, Ed no la mitad, no puede producir con su labor otros resultados que divertir A los ricoa o explotar al publico.

Asi, pues, si se considera por un lado Ia rapidez con que las naciones civilfzadaa aumentan su fuer­za de produccion, y por otro los limites puestos a esta, debe deducirse que una organfzacion econo-· mica median~mente razonable permitiria a las na­ciones civilfzadas amontonar en pocos afios tantos productos utiles, que se varian en el caso de excla­mar: • 1 Basta de carbon,. basta de trigo, basta de ~elasl Descansemos, recoJAmonos para utillzar me­JOr nuestras fuerzas, para emplear mejor nu6stros ocios. •

No; el blenestar para todos no es an suedo. Po­dia serlo cuando a duras penas lograba el hombre recolectar ocho o diez hectoli tros de trfgo por bee­Urea o construir con au propia mano los instru­mentos mecAnicos necesarios para Ia agricultura y la industria. Ya no es un suefio, desde que el hom­bre ha fnventado el motor, que con un poco de hierro y algunos kilos de carbon le da la fuerza de un caballo docil, manejable, capaz de poner en mov!miento la maquina mas complfcada. . Mas para ~ue el bfenestar llegue A ser una rea­hda~, ea prectao que el inmenso capital deje de ser cone1derado como una propiedad privada del que el acaparador disponga A su antojo. Es menester q~e el rico instrumento de la produccfou sea pro­ptedad comun, A fin de que el espfritu colectfvo aaque de ellos mayores beneficios para todos. Se necesita la expropiacfon.

El bienestar de todos como fin; la expropiaci6n como medio.

LA CONQUJBTA DilL PAN 21

II

La expropiacion: tal es el problema planteado · por la hlstorta ante nosotros los hombres de fines

del stglo XIX. Davolucion ala comunidad de todo lo que sirva para conseguir el bienestar.

Pero este problema no puede reeolverse por la via legislativa. El pobre y el rico comprenden que ni los gobiernos actuales ni los que pudieran surgir de una revoluci6n politica serian capaces de resol­verlo. Sientese Ia necesidad de una revoluci6n so­cial, y ni A ricos ni a pobres ae lee oculta que esa revolucion est& proxima.

Durante el curso de este ultimo medio siglo se ba veritlcado la. evolucion en los espiritus; pero comprimida por la minoria, es decir, por las clases poseedoras, y no babiendo podldo tomar c.uerpo, es necesario que aparte por medio de la fuerza los obstaculos y que se realice con violencia por medio de la revolucion.

lDe don de vendra la revolucion? l Como se anunciara? Ee una incognita. Pero los que obser­van y meditan no se equivocan: trabajadores y ex­plotadores, revolucionarios y conservadores, pen­sadores y hombres prActicos, todos confiesan que eeta a nuestras puertas.

Todos hemos estudiado mucho ellado dramatico de las revoluciones y poco su obra verdaderamente revolucionarla, o muchoe de entre nosotros no ven en esos grandee movimientos mas que el aparato eacenico, la lucha de los primeros dias: laB barri­cadas. Pero esa lucha, esa escaramuza prlmera, termina muy pronto; solo despues de la derrota de

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p, KROPOTKI..NB

loa antfguoa gobternos comienza la obra real de la revolucion.

Inca paces e impotentes I atacados por todas partes, pronto se los lleva el soplo de la insurrec­cion. En pocos dias dejo de ext stir la monarq uia burguesa de 18481 y cuando un coche de alquiler llevaba a Luis Felipe fuera de Francia a Paris ya . no le importaba un pito el ex rey.

1

El gobierno de Thiers desaparecio en pocas ho­rae, el 18 de Marzo de 1871, dejando a Paris duefio de sus destfnos. Y sin embargo, 1848 y 1871 no fue­ron mas que insurrecciones. Ante una revolucton popular, los gobernantes se eclipsan con sorpren­dendente rapidez.

Recordemos la Commune. Desaparecido el gobierno1 el ejercfto ya no obe­

dece a sua jefes, vacilante por la oleada del levan­tamiento popular. Cruzandose de brazos la tropa deja hacer, o con la culata en alto se un~ a los in­surrectos. La policia1 con los brazos caidos no sabe si debe pegar o si gritar: cJViva la Comm'unel• y los agentes de orden publico se meten en sus ca~as ca esperar el nuevo gobierno,. Los orondos bur­~ueses lian la mal eta y se ponen A buen recaudo. Solo queda el pueblo. He aquf como se anuncia uRa revolucton.

Proclamase la Commune en varias grandee ciu· dades. Miles de hombres estan en las calles y acu· den por :a noche a los clubs improvisados, pregun­tandose. «lQue vamos a hacer?, y discutiendo con ardor los negocios publicos. Tod~ el mundo se inte­resa en ellos; los fqdiferentes de la vfspera son quid. los mas celosos. Por todas partes mucha buena voluntad, un vivo deseo de asegurar la vic­toria. Producense las grandee abnegactones. El pueblo no desea mas que marchar adelante.

LA OONQUIBTA DBIL PAN

De seguro que habra venganzas satisfechas. Pero eso sera un accidente de la lucha y no la re­volucion.

Los socialistas gubernamentales, los radicales, los genios deeconocidos del periodismo, los orado­res de efecto1 corren al Ayuntamiento, a los Minis­terios, para tomar posesion de las poltronas aban­donadas. Admiranse ante los espejoa ministeriales y eetudian el dar ordenee con una gravedad a la altura de eu nueva posicion. jLee hace falta uu fajin rojo, uu kepis galoneado y un ademan magistral para imponerse al ex compafiero de redaccion ode taller! Los otros se meten entre papelotes con la mejor voluntad de comprender alguna cosa. Redac­tan leyes, lanzan decretos de frases sonoras que nadie se cuidarA de ejecutar.

Para darae aires de una autoridad que no tie­nen, buscan la sanci6n de las antiguas formtts de gobierno. Elegidos 6 aclamados, se reunen en Par­lamentos 6 en Consejos de la Commune. Alli se en· cu~ntran hombres pertenecientes a dtez, a veinte eecuelas diferentes, que no son capillas particula­res, como suele decirse, sino que corresponden a maueras diversas de concebir la extenei6n, el al­cance y los deberes de la revoluci6n. Postbilistas, colectivistas, radicales, jacobinos, blanqutstas, for­zosamente reuntdos, pferden el tlempo en discu­tir. Las personas honradas se confunden con los ambiciosos, que s6lo piensan en dominar y en des­preciar a la multitud de la cual ban salido. Lle­gando todos con ideas diametralmente opuestas, se ven obligados a formar alianzas ficticias para cons­tituir mayorias que ni un dia duran; disputan, se tratan unos a otros de reaccionarios, de autorita­rios de brtbones · son incapaces de entenderse , , acerca de ninguna medida seria, y pro pen den a

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perder el tiempo en discutlr necedades; no consi· guen hacer mas que dar a lu~ proclamas altison&n· tea, todo se tom& por lo serio, mientras que la ver· dadera fuerza del movimiento esta en Ia calle.

Durante eae tiempo, el pueblo sufre. PAranee las fabricas, los talleres estt\n cerrados, el comercio se estanca. El trabajador no cobra ya ni aun el mez­quino salario de antes. El precio de los alimentos sub e.

Con esa abnegaci6n heroic& que siempre ba caracteriz~do al pueblo, y que llega a lo sublime en las grandee epocas, tiene paclencia. El es qulen ex­clamaba en 1848: cPonemos tree meses de mieerta al servicio de la Republica•, mlentras que los dipu­tados y los miembroa del nuevo gobierno, basta el ultimo policia, cobraban con regularidad eus pagas. El pueblo sufre. Con au pueril confianza, con Ia candidez de la masa que cree en los que la condu­cen, espera que se ocupen de el alta arriba, en la Camara, en el Ayuntamiento, en el Comite de Salud publica.

Pero aHA arriba se pienaa en toda clase de co­saa, excepto en los sufrimientos de Ia muchedumbre. Clando el hambre roe a Francia en 1793 y compro­mete la Revoluci6n; cuando el pueblo se ve redu­cido A la ultima miaeria, al paso que loa Campos Eliseos se ven llanos de magnificos carruajes, donde exhtben las mujeres sua lujosaa galas, 1Robeaplerre instate en los Jacoblnos en bacer discutir su Memo­ria a~erca de la Constituci6n inglesa I Cuando el trabaJador sufre en 1848 con la paraltzaci6n gene­ral de Ia .industria, el gobierno provisional y la Camara d1sputan acerca de las pensiones milttares y el trabajo en laa carceles, sin preguntarse de que vive el pueblo durante esta epoca de crisis. Y si alguu cargo debe bacerse ala Commune de Paris

'

LA OONQUlSTA DEL PAN 25

naclda bajo los cafioncs de los prusianos, y que s6lo dur6 setenta dias, es el no baber comprendldo que la revoluci6n comunera no podia trlunfar sin combatientes bien alimeutados y que con seie rea­lea diarios no se podia a la vez bitirse en las mu­rallaa y mantener a su familia.

III

El pueblo eufre y pregunta: clQue hacer para salir del atolla.dero?,

Reconocer y proelamar que cad a cual tiene ante todo el derecho de vivir, y que la sociedad debe repartir entre todo el mundo, sin excepci6n, los medios de existencia de que dispone. Obrar de suerte que, deede el primer dia de Ia revoluci6n, sepa el trabajador que una nueva erase abre ante el; que en lo suceslvo nadle se vera obligado a dor­mir debajo de los puentes, junto a los palacios, a permanecer &yUnO mientr&B bay a alimentOS 1 a tiritar de frio cerca de los comercios de pleles. Sea todo de todos, tanto en realidad como en prlncipio, y produzcase al fin ~n la bietoria una revoluci6n que piense en las necesidades del pueblo antes de leerle ta cartilla de sus deberes.

Esto no podrA realizarse por decretos, sino tan s6lo por la toma de posesi6n inmediata, efectiva, de todo lo necesarlo para Ia vida de todos; tal es la tintea manera verdaderamente cientifica de proce­der, Ia unlca que comprende y desea la masa del pueblo.

Tomar posesi6n, en nombre del pueblo subleva­do, de los graneros de trigo, de loa almacenes ates-

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26 p, KBOPOTXINB

tados de ropa y de las casas habitables. No derro­char nada, organizarse en seguida para llenar loa vacios bacer frente A todas las necesidades, satia· facerl~s todaa; producir, no ya para dar beneficios, sea A quien fuere, sino para hacer que viva y se desarrolle la sociedad.

1Basta de esaa f6rmulas ambiguas, como el cde­recbo al trabajo•; tengamos el valor de reconocer que el bienestar debe realizarse a toda costal Cuan­do los trabajadores reclamaban en 1848 el cdere­cbo al trabajo•, organizabanse talleres nacionalea 6 municipales y se enviaba a los hombres a fati­garse en esos talleres por dos pesetas diarias. Cuan­do pedian la organizaci6n del trabajo, respondian­les: cPaciencia, amigos; el gobierno va a ocuparse de eso, y ahi teneis por hoy dos pesetas. tDescan­sad, rudos trabajadores, que harto os habeis afa­nado toda la vidal• Y entretaato, apuntabanse los cafiones, convocabanse basta las ultirnas reservas del ejercito, desorganizabanse los mismos trabaja­dores por mil medios que conocen al dedillo los burgueses. Y cuando menos lo pensaban, dijeron· lee: ctO vais A colonizar el Africa, u os ametra· llamosl•

1Muy diferente sera el resultado si los trabaja­dores reivindlcan el cderecho al bienestarl• Por eso mismo proclaman su derecho A apoderarse de toda la riqueza social; a tomar las casas e instalarse en ellas con arreglo A las necesidades de cada familia; A coger los viveres acumulados y consumirlos de suerte que conozcan b hartura tanto como conocen el hambre. Proclaman su derecho a todas las rique· zas, y es menester que conozcan lo que son los grandea goces del arte y de la ciencia, harto tiem· po acaparados por los burgueses.

Y cuando afirman su derecho al bienestar, de· •

LA CONQUI8TA DBL PAN

claran su derecho a decidir ellos mismos lo que ha de ser su bienestar, lo que es precise para asegu­rarlo y lo que en lo sucesivo debe abandonarse como desprovisto de valor.

El cderecho al bienestar• esla posibilidad de vi­vir como seres humanos y de criar los hijos para ha­cerles miembros fguales de una sociedad superior a la nuestra, al paso que el cderecho al trabajo• es el derecbo a continuar siempre siendo un esclavo asa­lnriado, un hombre de labor, gobernado y explota­do por los burgueses del mafiana. El cderecho al blenestar• es la revoluci6n social; el cderecho al trabajo• es, A lo sumo, un presidio industrial.

Bl eomttnismo anatrqttista

I

Toda sociedad que rompa con la propiedad pri­vada se vera en el caso de organizarse en comu­nismo anarq uista.

Bubo un tiempo en que una familia de aldeanos podia considerar el trigo que bacia crecer y las ves­tiduras de lana tejidas en la choza como productos de au propio trabajo. Aun entonces , esta manera de ver no era enteramente correct&. Habia caminos y puentes hechos en comun, pantanos deaecados por un trabajo colectivo y pastos comunes cercados por setos que todos costeaban. Una mejora en las artes de tejer 6 en el modo de tiotar los tejidos uprovechaba a todos en aquolla epoca, una familia

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de labradores no podia vlvir sino A condicion de hallar apoyo en la ciudad, en el municipio.

Paro hoy, con el actual estado de la induatria, en que todo se entrelaz3. y ee sostiene, en que cada rama de la producci6n se vale de todas las demas, es absolutamente insostenible la pretension de dar un origen indi vtdualista A los productos. Si las in­duetrias textiles 6 la metalurgla han alcanzado pas­mosa perfecci6n en los paiaes civilizados, lo deben al almultAneo desarrollo de otras mil lndustriaa; lo deben A la extensi6n de la red de ferrocarriles, A la navegaci6n traaatlantlca, Ala deetreza de mUlo· nee de trabajadores, a cierto grado de culture. gene­ral de toda la claee obrera; en fln, A trabajos eje­cutadoe de un extremo A otro del mundo.

Los itali~nos que morian del colera cavando el canal de Suez, 6 de anemia en el tunal de San Go­tardo, y los americanos segados por las granadas en la guerra abolicionista de la eeclavitud, han contribuido al desarrollo de la industria algodonera en Francia y en Inglaterra no menos que las jove­nee que se vuelven cloroticas en las manufacturas de Manchester, 6 de Ruan 6 el ingeniero autor de alguna majora en la maquinarla de tejer.

ColocAndonos en este punto de vista general y sintetico de 11\ produccion, no podemoa admitir con los colecti vistas que una remuneracion proporcio­nal a las horae de trabajo suminlstradas por cada uno en la producci6n de las rfquezaa pueda ser un ideal, ni siquiera un paso adelante bacia ese ideal. Sin discuttr aqui si realmente el valor de cambio de las mercancias ae mide en la sociedad actual por la cantidad de trabajo necesarfo para produclrlas (aegun lo han aflrmado Smithy Ricardo, cuya tradi­cion ha aeguido Marx), bAstenos decir que el ideal colectivista nos pareceria irrealizable en una eocie-

LA. CONQUISTA. DB.L PAN 29

dad qua coneiderase los instrumentos de produc· ci6n como un patrimooio comun. Basada en este principio, verlase obligada A abandonar en el acto cualquier forma de salario.

Estamos persuadidos de que el individualismo mitigado del sistema colectivieta no podria existlr junto con el comunlsmo parcial de la posesion por todos del suelo y de los instrumentos de trabajo. Una nueva forma de poaesi6n requiere una nueva forma de retribuclon. Una forma nueva de produc· ci6n no podria mantener la antigua forma de con­sumo, como no podria amoldarse a las formas anti­guas de organizaci6n politica.

El salarlo ba nacido de la apropiaci6n personal del suelo y de los instrumentoe para la producci6n por alguno.

Era la condicion necesaria para el desarrollo de la produccion capitalists; morini con ella, aunque ee trate de disfrazarla bajo la forma de chonos de trabajo•. La poseeion comun de los instrumentos de trabajo traerA conEigo necesariamente el goce en comun de los frutos de la labor comun.

Sostenemos, no s6lo que es deseable el comunis­mo, sino que basta las actuales sociedades, funda­das en el indi vidualismo, se ven obligadas de conti­nuo a caminar hacia el comunismo.

El desarrollo del indi vidualismo durante los tree ultimoa siglos ae explica, sobre todo, por los esfuer­zos del hombre, que quiso precaverse contra los poderes del capital y del E~tado. Crey6 por un mo· mento-y asi lo han predh.ado los que formulaban BU pensamiento por el-que podia libertarse por completo del Estado y de la sociedad. «Mediante el dinero-decfa-, puedo comprar to do lo que. nece­eite. • Pero el individuo ha tomado mal cammo, Y Ia hletoria moderna le conduce a confesar que sin

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el concurso de todos no puede nada, aunque tuviese atestadas de oro sus areas.

Junto iL esa corriente fndividualista vemos en toda la hietoria moderna, por una parte, la tenden­cia A conaervar todo lo que queda del comunfsmo parcial de la antigUedad, y por otra, iL restablecer el principia comunista en las mil y mil manifesta­ciones de la vida.

En cuanto los municfpfos de los siglos X, XI y XII consiguteron emanciparse del sefior laico 6 religioso, dieron inmedfatamente gran extensi6n al trabajo en comtin, al consumo en comun. La ciudad era la que ftetaba buques y despachaba caravanas para el comerclo lejano, cuyos beneftctos eran para todoe y no para los individu-oe; tambien compraba las provisiones para sus habitantes. Las huellas de esas instituclones se han mantenido hasta el si­glo XIX, y los pueblos conservan religioeamente el recuerdo de ellae en BUB leyendaa.

Todo eso ha deBaparecido. Pero el municipio ru­ral atin lucha por mantener los tiltimoa veetiglos de eae comunismo, y lo consfgue mientras no eche el Estado au abrumadora eapada en la balanza.

Al mismo tiempo surgen, bajo mil divereos as­pectos, nuevas organizaciones basadas en el mismo principia de a cada uno segun sus necesidades por­que sin cierta dosis de comuniBmo no podrian' vivir las sociedades actuales.

El puente cuyo paso pagaban en otro tiempo los transeuntes se ha hecho de uso comtin. El camino que antiguamente ee pagaba A tanto la legua ya no existe mas que en Oriente. Los museoa, las bf­blfotecas libreB, las eBcuelas gratuitaa las comidaa cor:nunee para los nifios, los parques y los jardlnes abtertos _para todoa, las calles empedradaB y alum­bradae hbrea para todo el mundo, el agua enviada

LA. OONQUISTA D.IDL PAN 81

a domicillo y con tendencia general a no tener en cuenta la cantidad conaumida, he aqui otras tan­taB instituciones fundadas en el principia de cto­mad lo que necebiteiawo.

Los tranvias y ferrocarriles fntroducen yael bi­llete de abono mensual 6 anual, sin tener en cuenta el numero de vlajea, y recientemente toda una na­ci6n, Hungria, ha introducido en au red de ferroca­rriles el billete por zonas, que permite recorrer qui­nientos 6 mil kil6metroa por el mismo preclo. Tras de esto no falta mucbo para el preclo uniforme , como ocurre en el servicio postal. En todas aetas innovaciones, y otras mil, hay la tendencia A no medir el con sumo. Hay q uien quiere recorrer mil leguas, y otro solamente quinientas. Esas son nece­sidades personales, y no hay raz6n alguna para bacer pagar iL uno doble que iL otro a6lo porque sea doe veces mas intensa su necesldad.

Hay tam bien la tendencia a poner las necesfda­dea del individuo por encima de la valuaci6n de loa servicios que haya prestado 6 que preste algun dia A la sociedad. Llegase a coneiderar la sociedad como un todo, cada una de cuyas partes esta tan lntlmamente ligada con las demAs, que el servicio prestado iL tal 6 cual indi viduo es un servicio prea­tado a todos.

Cuando vais a una biblioteca ptiblica-por ejem­plo, las de Londres 6 Berlin-, el bibliotecario no os pregunta que servicio habeis preetado iL la so­cledad para daroa el llbro 6 los cincuenta libros que le pid&is, y en caso necesario, os ayuda A buB­carlos en el catAlogo. Mediante un derecho de en· trada uniforme, la sociedad cientifica abre sus mu­aeos, jardines, bibliotecas, laboratorios, y da fiestas anuales A cada uno de sus miembros, ya sea un Darwin 6 un simple aficionado.

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En San Petereburgo, si perseguia un invento, vats a un taller especial, doude os dan sitio, un banco de carplntero, un torno de mecanico, todas las herramlentas necesarias, todos los instrumentos de preciei6o, con tal que sepais manejarlos, y se os deja trabajar todo lo que gusteis. Abi estan las he­rramientas; tnteresad amigos por vueetra idea, asociaos A otros amigos de diversos oficioa ai no preferts trabajar soloe; inventad la m!quina 6 no inventeis nada, eso es cosa vuestra. Una idea os conduce, y eso basta.

Los marinos de una falua de salvamento no pre­guntan sus titulos A los marineros de un buque naufrago; lanzan eu embarcact6n, arrtesgan au vida entre las olas furlbundas, y algunas veces mueren por salvar a unos hombres A quienes no conocen siquiera. l Y para que necesitan conocer­loe? •Lea hacen falta nuestros servicios, son sere& humanos: eso basta, eu derecho queda sentado. jSalvemoslosl, Que mafiana. una de nuestras gran­des ciudades, tan egoistas en tiempos corrientee, sea visitada por una calamidad cualquiera-por ejemplo, un sitio-, y esa misma ciudad decidirA que las prlmeraP, necesidades que se han de satis­facer son las de los nifios y los viejos, sin infor­marse de los servicios que hayan prestado 6 pres­ten a la sociedad; es preciso ante todo mantener­los, cuidar a los combatfentes independlentemente de la valentia 6 de la inteligencta demostradas por cada uno de ellos, y hombres y mujeres Ami­llares rivallzaran en abnegaci6n por culdar A los heridoa.

Existe la tendencia. Se acentua en cuanto que­dan satlsfechas las mAs imperiosas necesldades de cada uno, A medida que aumenta la fuerza produc­tora de la humanidad; acentuaee aun mAs cada vez

LA OONQUIST.&. DBIL PAN 33

que una gran idea ocupa el puesto de las mezqui­nas preocupaGiones de nuestra vida cotidiana.

El dia en que se devolvtesen a todos los tnstru­mentos de producci6n, en que las tareas fuesen comunes y el trabajo-ocupando el sttio de honor en Ia sociedad-produjese mucbo mas de lo necesa­rio para todos, lc6mo dudar de que esta tendencia ensancbaria su esfera de acci6n basta llegar A ser el prineipio mtsmo de la vida social?

Por esos indicios somos de parecer que, cuando la revoluci6n haya quebrantado la fuerza que man­Uene el sistema actual, nuestra primera obltgaci6n sera realizar inmediatamente el comuntsmo.

Pero nuestro comunismo no es el de los falans­terianos ni el de los te6ricos autorltartos alemanes, alno el comunismo anarquista, el comunlsmo sin gobierno el de los hombres libres. Esta es la slnte­als de los' doe fines perseguidos por la humantdad a traves de las edades: la libertad econ6mica y la libertad politica.

II

Tomando la anarquia como ideal de la organi­zaei6n politica, no hacemos mas que formular.tam­bien otra pronunciada tendencia de la humamdad. Cada vez que lo permitia el curso del desarrollo de las sociedades europeas, aacudian estas el yugo de la autoridad esbozaban un sistema fundado en los prineipios d~ la Ubertad individual. Y vemos en la hietoria que los periodos durante los cuales fue­ron de~:ribados los gobiernos A consecuencia de re­belionea parclales 6 generales han aido epocas de

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repentlno progreso en el terreno econ6mico e in­telectual.

Ya esla independencia de los municipios cuyos monumentos-fruto del trabajo libre de aso~iacio· nes libres-no han sido euperados desde entonces· ya es el 1evantamiento de los campesinos, que hiz~ la Reforma y puso en peligro al papado· ya la so­ciedad-libre en los primeros tiempos-r'undada al otro lado del AtlAntico por los descontentos que huyeron de la vieja Europa.

! si observamos el desarrollo presente de las naCiones civilfzadas, vemos un movimiento cada vez mAe acentuado en pro de limitar la eefera de acci6n del gobierno y dejar cada vez mayor liber· tad al individuo. Esta es la evoluci6n actual, aun­que d!ficultada por el fArrago de instituciones y preocupaciones heredadas de lo pasado. Lo mismo que todas las evoluciones, no espera mas que Ia revoluci6n para barrer las vetustas ruinas que le s~rven de obetAculo, tomando ltbre vuelo en la so­Cledad regenerada.

De~pues de haber intentado largo tiempo resol­ver elmsoluble problema de inventar un gobierno que cobHgue al individuo Ala obediencia sin cesar de obedecer aquel tambien ala sociedad• la hu­~anidad intenta libertarse de toda especi~ de go­bierno Y satisfacer sus necesidades de organizaci6n mediante ellibre acuerdo entre indlviduos y gru· pos que persigan los mismos fines. La independen­cia d~ cada minima unidad territorial es ya una neces1dad apremiante; el com lin acuerdo reemplaza A la ley, Y pasando por encima de las fronteras re­gula los intereses particularea con la mira pu~sta en un fin general. . Todo lo que en otro tiempo se tuvo como fun­

Cl6n del gobierno se le disputa hoy, acomodAndose

86

mas fAcllmente y mejor sin BU intervenci6n. Eetu­dlando los progresos hechos en este sentido, nos vemos llevados A afirmar que la humanidad tiende a reducfr Acerola acci6n de los gobiernos, esto es, a abolir el Estado, esa personificaci6n de la tnjus­Ucia, de la opresi6n y del monopolio.

Ciertamente que la idea de una sociedad sinEs­tado provocarA por lo menos tantas objeciones como Ia economia politica de una Sociedad sin capital privado. Todos hemos sido amamantados con pre­juicios acerca de las funciones providenciales del Estado. Toda nueetra educaci6n, desde la eneetlanza de las tradiciones romanas basta el C6digo de Bi­zancio, que se estudia con el nombre de Derecho romano, y las diversas clencias profesadas en las universldades, nos habituan A creer en el gobierno y en las virtudes del Eetado Providencia.

Para mantener este prejuicio se han inventado y ensefiado sistemas filos6ficos. Con el mismo fin se ban dictado leyes. Toda la politica se funda en ese princlpio, y cada politico, cualquiera que sea su matiz, dice siempre al pueblo: c1Dame el Poder; quiero y puedo librarte de las miserias que pesan aobre til•

Abrid cualquier libro de sociologia, de jurispru· dencia, y encontrareia en el siempre al gobierno, con su organizaci6n y sus actos, ocupando tan gran Iugar, que nos acostumbramos A creer que fuera del gobierno y de los hombres de Estado ya no hay nada.

La prensa repite en todos los tonos la misma cantilena. Columnae enteras se consagran a las dlscusiones parlamentarias, A las intrigas de los politicos; apenas si se advierte la inmensa vida cotidiana de una naci6n en algunas lineae que tra­tan de un asunto econ6mico, a prop6sito de una

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ley, 6 en la secci6n de noticlae 6 en la de suceeoa del dia. Y cuando leela esoe per16dicoa, lo que me­nos pensale es en el incalculable numero de eeres humanos que nacen y mueren, trabajan y coneu­men conocen los dolores, pienean y crean, mAs aliA' de eeos peraonajes de estorbo, A quienes se gloriflca, basta el punto de que sus aombrae, agran­dadas por nuestra ignoracia, cubran y oculten la humanidad.

Y sin embargo, en cuanto ae paea del papel im­preso A la vida misma, en cuanto se echa una ojeada a la eociedad, salta a la vista la parte infi­nitesimal que en ella representa el gobierno. Bal· zac habia hecho notar ya cuantoa millonee de cam­pesinoe permanecen su vida entera sin conocer nada del Estado, excepto loa pesadoe impuestoe que estan obligados A pagarle. Diarlamente ae hacen millones de tratoa sin que intervenga el gobierno, y los mae grandee de elloa-los del comerclo y la Bolsa-ee hacen de modo que ni eiqutera se podria invocar al gobierno si una de las partes contratan­tes tuviese la intenci6n de no cumplir sus compro­misoe. Hablad con un hombre que conozca el co­mercio, y os dlrA que los camblos operadoe todos los dias entre comerciantes eerian de abeoluta im· posibllidad ei no tuvieran por base la conflanza mutua. La coetumbre de cumplir au palabra, el deeeo de no perder el credlto, baatau ampliamente para aoetener esa honradez comercial. El mtemo que sin el menor remordimiento envenena A sue parroquianoa con infectas drogas cubiertas de etl­quetae pomposae, tiene como empefto de honor el cumplir sus compromisoe. Puea bien; si esa mora· lidad relatlva ha podido desarrollarse basta en las condiciones actuales, cuando el enriquecimlento ea el unico m6vil y el unico objetivo, tpodemos dudar

LA OOMQUI8TA DBL PAN 8'7

que no progreae rApidamente, en cuanto ya no sea Ia base fundamental de la eociedad la aproplaci6n de los frutos de la labor ajena?

Hay otro rasgo caracteristico de nuestra genera· ci6n que aun habla mejor en pro de nuestraaideas, yes el continuo crecimiento del campo de las em­presaa debidas A la iniciativa privada y el prodi· gioso desarrollo de todo genero de agrupaciones Itbres. Estos hechoe son innumerable&, y tan habi­tuales, que forman la eeencia de la eegunda mitad de este siglo, aun cuando loa eecritoree de eocia­lismo y de politica los ignoran, preflriendo ,hablar­nos siempre de las funciones del gobierno. Estas organizaciones, librea y variadae basta lo inflnito, son un producto tan natural, crecen con tanta ra· pidez y ae agrupan con tanta facilidad, eon un re· aultado tan necesario del continuo crecimiento de las neceaidades del hombre civilizado y reempla· zan con tantae ventajas a la ingerencia guberna· mental, que debemos reconocer en ellae un factor cada vez mae importante en la vida de las eocie­dadea.

Sl no se extienden aun al conjunto de las mani· festacionea de la vida, es porque encuentran un obstaculo insuperable en la miseria del trabajador, en las castas de la sociedad actual, en la apropia­ct6n privada del capital colectivo, en el Estado. Abolid esos oQataculoe, y las vereia cubrir el in· menso dominio de la acti vi dad de los hombres civi­lizados.

La historia de los cincuenta aflos ultimos ee una viva prueba de la impotencia del goblerno repre­sentativo para desempeflar las funclones con que ae le ha querido revestir.

Algun dia se citara el siglo XIX como la fecha del aborto del pf.'rlamentarismo.

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38 P, KROPOTKINIII

Esta tmpotencia es tan evidente para todos, son tan palpables las faltas del parh~mentarismo y loa vicios fundamentalea del prmcipto representati!o, que los pocos pensadores que han hec~o su critlca (J. Stuart Mill, Laverdais) no han temdo mas que traducir el descontento popular. Es absurdo nom­brar algunos hombres y decirles: •Hacednos leyea acerca de todas las manifestaciones de . nueatra vida aunque cada uno de vosotros las Ignore.• Emplezase a comprender que el gobierno de las mayorias parlamentarias significa el abandono de todos loa asuntos del pals a los que forman las ma­yorias en la Camara y en los comicios, A los que no tienen opini6n. . .

La uni6n postal internaCional, las umot;tes ferro-carrileras las sociedades sabias, dan el e)ewplo de soluciones' halladas por el libre acuerdo, en vez de por la ley. .

Cuando grupos diseminados por el mundo ~Ule­ren llegar hoy a organizarse para un fin cualqutera, no nombran un Parlamento internacional de dipu· tados para todo y a quienes se lee diga: • Votadnos leyes; las obedeceremos. • Cuando no se pueden entender directamente 6 por correspondencia, en· vian delegados que conozcan la cuest16n especial que va a tratarse, y lee dicen: cProcurad poneros de acuerdo acerca de tal asunto, y valved luego, no con una ley en el bolsillo, sino con una proposici6n de acuerdo, que aceptaremos 6 no aceptaremos.,

Asi es como obran las grandee compafiias indus­triales las sociedades cientiflcas, las asociaciones de tod~s clases que hay en gran numero en Europa yen los Estados Unidos. Y asi debera obrar _la so· ciedad libertada. Para realizar la expropiact6n, le sera absolutamente imposible organizarse bajo ~1 principia de la repreaentaci6n parlamentaria. Una

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aociedad fundada en la servidumbre podia confor­marae con la monarquia absoluta; una sociedad basada en el salarlo y en la explotaci6n de las masas por los detentadores del capital se acomoda con el parlamentarh~mo . Pero una sociedad libre que vuelva a entrar en poseai6n de la herencia comun tendra que buscar en el libre agrupamiento y en la libre federaci6n de los grupos una organi­zaci6n nueva que convenga Ala nueva fase econ6· mica de la historia.

Lta expttopiaei6n

I

Cuentase que, en 1848, al verse amenazado Rothschild en su fortuna por la revoluci6n, invent6 la aiguiente farsa: cAdmitamos que mi fortuna se baya adquirido A costa de los demAs . Divldida entre tantos millones de europeos, tocarian doe pesetas A cada persona. Pues bien; me comprometo a reeti­tulr a cada cual sus doe pesetas si me las plde. •

Dicho esto, y debidamente publicado, nuestro mlllonario se paseaba tranquilo por las calles de Francfort. Tree 6 cuatro transeuntes le pidieron sus doe pesetas, se las entreg6 con sard_6nica sonrisa, y qued6 hecha la jugarreta. La familia del millona­rio aun est& en posesi6n de BUB tesoros.

Poco mas 6 menos asi razonan las cabezas s6li­daa de la burguesia cuando nos dicen: •tAb, la ex·

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P. X:ROPOTIUNII

proplaei6nl Comprendido. Quitan uetedee a todoe los gabanee, los ponen en un mont6n, y cada cual · ee acerca A coger uno, salvo el zurraree la badana por quten coge el major.•

Es un chlste de mal gusto. Lo que necesitamos no es poner en un mont6n los gabanes para distrl­bulrlos despues, y eso que los que tiritan de frio aun encontrarian en ello alguna ventaja. Tampoco tenemos que repar tirnoe las doe pesetas de Roths­child. Lo que necesitamos es organizarnos de tal suerte, que cada ser humano, al venir al mundo, pudiera estar seguro de aprender un trabajo pro­ductivo y adquirir la coetumbre de el en primer termino, y despues poder ocuparee de eee trabajo sin pedir permieo al propletario y al patrono y sin pagar a los acaparadores de la tierra y de las mA· quinae la parte delle6n eobre todo lo que produzca.

En cuanto a las riquezas de todae clases deten­tadas por los Rothechilds 6 los Vanderbilt nos servirian para organizar mejor nuestra produ~ci6n en comun.

El dia en que el trabajador del campo pueda la· brar la tierra sin pagar la mitad de lo que produce; el dfa en que las maquinas necesarias para prepa· rar el suelo pa_ra las grandee cosechas eaten profu­samente A la hbre disposfci6n de los cultivadoree; el dia en que el obrero del taller produzca para la comunidad y no para el monopolio los trabajadoree no frAn ya harapientos y no habrA ya mas Roths­childe nf otros explotadores.

Nadie tendra ya necesidad de vender su fuerza de trabajo por un salario que s6lo representa una parte del total de lo que produce.

cSea-nos dirAn-. Pero de fuera OB vendran los Rothschild&. lPodreis impedir que un indlviduo que haya acumulado millones en China vaya a esta-

.C..A OONQUIBTA DilL PAN

blecerse entre vosotros, que ae rodee de servidores y trabajadores asalariados, que los explote y seen­riquezca A costa de ellos? No podeie hacer la revo­luci6n en toda la tierra A la vez. lVais a establecer aduanae en vuestras fronteras para registrar A quie· nes lleguen y apoderarse del oro que traigan?•

1Tendrfa que ver: gendarmes anarquietas dispa­rando contra los paeajerosl

Pues bien; en el fondo de eete razonamiento hay un burdo error, y es que nadie se ha preguntado nunca de d6nde provienen las fortunae de los ricos. Un poco d~ reflext6n baetaria para demoetrar que el origen de esas fortunas estA en la miserfa de los pobres. Donde no haya miserables, no habra ya ri· cos para explotarlos.

Fijaos un poco en la Edad Media, en la que co­mienzan a surgir grandee fortunas. Un bar6n feu· dal se ha apoderado de un fertil valle. Pero mien­tras esa campifi.a no se pueble, nuestro bar6n no puede llamarse rico. lQue va a hacer nuestro bar6n para enriquecerse? 1Buscar colonosl

Sin embargo, si cada agricultor tuviese un pe­dazo de tierra libre de cargas y ademAs las herra· mientas y el ganado suficientes para la labor, lquien iria a roturar las tierras del bar6n? Cada cual se quedaria en las suyas. Pero hay poblacionea ante­rae de miserables. Unos han sido arruinados por las guerras, otros por las sequias, por la peste; no tie­nan bestias ni aperos. (El hierro era costoso en la Edad Media; mAs cos toea toda via una bestia de labor.)

Todos los mieerables buscan majores condicio­nes. Un dia ven en el camino, en la linde de las tierrae de nuestro bar6n, un poste indicando con ciertoe signos comprensibles que ellabrador que se inetale en esas tierraa recibira con el suelo inetru-

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P. KBOPOTKINII

mentoa y materiales para edificar una choza y sem­brar au campo, sin que en cierto numero de an.os tenga que pagar ningun canon. Ese numero de aflos ae indica con otras tantas cruces en el poste fron· tero, y el campesino comprende lo que signiftcan esaa cruces.

Entoncea afiuyen a las tierras del bar6n los mi­serables; trazan caminos, desecan los pantanos, levantan aldeas. A los nueva afios, el bar6n lea impondra un arrendamiento, cinco aiios mas tarde lea cobrara tributos, que duplicara despues, y el labrador aceptara esas nuevas condiciones porque en otra parte no las encontrara majores. Y poco a poco, con ayuda de la ley hecha por los letrados, la miseria del campesino se convierte en manantial de riqueza para el seftor; y no s6lo para el sefior, sino para toda una nube de usureros que descarga sobre las aldeas, y que se multfplican tanto mAs cuanto mayor es el empobrecimlento dellabriego.

Asl pasaba en la Edad Media. lY no sucede hoy lo mismo~ Si hubiese tierras libres que el campe· sino pudiese cultivar a au antojo, (,iria A pagar mil pesetas por hectarea al senor vizconde que se digna cederle una parcela? (,lrla a pagar un arrenda­miento oneroso, que le quita el terclo de lo que pro­duce? llria a hacerae colono, para entregar la mi­tad de la cosecha al propietario?

Pero como nada tiene, acepta todas las condi­cio~es con tal de poder vivir cultivando el suelo, y ennq uece al senor.

En pleno siglo XIX, como en la Edad Media, la P?breza del campesino es la riqueza para los pro­ptetarloa de blenes ralces.

LA OONQUIBTA DilL P!N -48

II

El propietario del suelo se.enriquece con la ~~­seria de los labradores. Lo mtsmo sucede con elm-

dustrial. t Ved un burgues que, de una maner.a _u. o ra, se encuentra poeeedor de un tesoro de qUlmentas mil esetas. Ciertamente, puede gastarse ese dinero a

p 6n de cincuenta mil pesetas al atlo, poquisima ~::a en el fondo, dado el lujo caprichoso e insen­aato que vemos en estos dias. Pero entonces, al cabo de diez atios no le quedara nada. Asi, pues, como hombre cpractico,, prefiere guardar intacta au for­tuna Y crearse ademas una bonita ren~a anual.

Eso es muy sencillo en nuestra socteda~, preci­sa.mente porque en nuestras ciudades y vtllorri~s hormiguean trabajadores que no tienen par: viv~r un mea ni siquiera una quincena. Nuestro urgu : funda ~na fabrica los banqueros se apresuran prestarle otras qutnientas mil pesetas, ·~~:ren t~d~ al tiene fama. de ser ha bil, y con au ml n t'o r hacer trabajar a quinientos obreros. b

Si en los contornos no hubiese mas que ho!D res y mujeres cuya existencia estuviera garanttza~~~ tquien iria a trabajar para nuestro burgue~? ~a : consentiria en fabricarle por un salario e os tree pesetas al dia objetos comerciales por valor de cinco a diez pesetas. . d d

Por desgracia los barrios pobres de la ClU a y de los pueblos pr6

1:ximos estan llanos de gent;o~u!a:s

hijos Horan delante de la despensa va~iado los tra~ no bien se abre la U.brica acuden cornen

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p, KROPOTJUNIII

bajadores embaucados. No hacen falta mas que cien y se presenta mil. Y en cuanto funciona Ia fAbrica, el patrono se embolsa, limpio de polvo y paja, un mlllar de pesetas anuales por cada par de brazos que trabajan para el.

Nuestro patrono se forma asi una bonita renta Si ha elegldo una rama industriallucrati va y si e~ listo, agrandara poco a poco BU fabtlca y ~Umen• tara sus rentas, duplicando el numero de los hom· bres A q uienes explota.

Entonces llegarA A ser un personaje en la co­marca. PodrA pagar almuerzos A otros notables a los concejales, al senor diputado. PodrA casar 'au fo~tuna con otra fortuna, y colocar mAs tarde ven­ta]osamente A sus hijos y obtener luego alguna con­ces1_6n del Estado. Se le pedirAn suministros para el eJercito 6 para la provincia, y continuarA redon­deando au tesoro, hast~ que una guerra, 6 elsimple rumor de ella, 6 una Jugada de Bolsa, le permitan dar un gran golpe de mano.

Las nueva decimas partes de las colosales for­tunas de los Estados Unidos-asi lo ha relatado Henry George en sus Problemas sociales (1)-deben­se A una gran bribonada hecha con la complicidad del Estado. En Europa, los nueve decimos de las fo~tunas_, en nuestras monarquias y nuestras repu· bbcas, tJenen el mismo origen.

Toda la ciencia de adquirir rfquezas esta en eso: encontrar cierto numero de hambrientos pa­garles tree pesetas y hacerles producir diez· a:non­tonar ~si una fortuna y acrecentarla en ~eguida por ;lgun gran golpe de mano con ayuda del Estado.

. o merece hablarse de las modestas fortunas atrtbuidas por los economistas al ahorro, pues el

(l) Publicada por esta Casa Editorial.

LA OONQOJS7A DIIIL PAN 46

ahorro, por sf solo, no produce nada en tanto que los cuartos ahorrados no se emplean en explotar a los hambrlentos.

Supongamos un zapatero a quien Be le retribuya bien au trabajo, que tenga buena parroquia y que, a fuerza de privaciones, llegue A ahorrar cerca de doe pesetas diarias, 1cincuenta pesetas al meal

Supongamos que nuestro zapatero no este enfer­mo nunca; que coma bien, A pesar de su afAn por el ahorro; que no se case 6 que no tenga hijos; que no se muera de tisis; 1admltamos cuanto querAisl

Pues bien; Ala edad de cincuenta aflos no habrA guardado ni quince mil pesetas, y no tendrA de que vivir durante au vejez, cuando sea incapaz de tra­bajar. Ciertamente, no es asi como se reunen las fortunas.

Supongamos otro zapatero. En cuanto tenga · guardados unos cuartos, los llevara con culdado A la Caja de Ahorros, y esta se los prestara al bur­gues que trata de montar una explotaci6n de hom­bres descalzos. Luego tomara un aprendiz, el hijo de un miserable, que se tendrA por feliz si al cabo de cinco aflos aprende el oficio y consigue ganarse la vida.

El aprendiz le cproducirA• A nuestro zapatero, y si est~ tiene clientela, se apresurara a tomar otro, y mAs adelante un tercer aprendiz. Luego tendra doe 6 tree oficiales, felices si cobran tree pesetas diarias por un trabajo que vale sets. Y si nuestro zapatero ctiene suerte•, es decir, si es bas­tante listo, sus oflciales y aprendices le producirAn una veintena de pesetas ademas de su propio tra­bajo. Podra ensanchar au negocio, se enriquecera poco a poco, y no tendrA necesidad de priv&;rse de lo estrictamente necesario. DejarA A su hiJo una tortunita.

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46 P. KROPOT.KINl!l

He aqui lo que Haman •hacer ahorros, tener ha­bitoa de sobriedad~. En el fondo, es lisa y !lana­mente explotar a los necesitados.

El comerclo parece una excepci6n de la regla. cFulano-se nos dira-compra te en la China, lo importa en Francia, y realiza un beneficia del 30 por 100 de su dinero. No ha explotado A nadie.•

Y sin embargo, el caso es anAlogo. )Si nuestro hombre hubiese traido el te sobre sus espaldas, santo y muy buenol Antano, en los origenes de la Edad Media, de esa manera precisamente se hacia el comercio. Por eso no se lograban jamas las pas­mosas fortunas de nuestros diae; apenas sl el merca· der de entonces podia guardar algunas monedas despues de un vlaje lleno de penalidades y peligros. ImpulsAbale A dedicarse al comercio menos el afAn de lucro que la aflci6n a los viajes y aventuras.

Hoy el metodo ea mae sencillo. El comerciante que tiene capital no necesita moveree del eecrito­rio para enriquecerse. Telegrafia a un comisionista la orden de comprar cien toneladas de te; fleta un buque, y A las pocas semanas tiene en au poder el cargamento. Ni slqulera corren el rieego de la tra­vel!ia, porque estan asegurados su te y el buque. Y si ha gastado cien mil pesetas, recogera ciento treinta mil, a menos que haya querido especular con alguna mercancia nueva, en cuyo caso se arriesga A duplicar su fortuna 6 A perderla por complete.

Pero l,c6mo ha podido encontrar hombres que se hayan reeuelto A hacer la travesia, lr A China y volver, trabajar de flrme, soportar fatigas y arriee­gar su vida por un ealarlo ruin? l,C6mo ha podido encontrar en los docks cargadoree y descargadores, a quienes pagaba lo preciso nada mAs para no de­jarlos morir de hambre mientras trabajabau? lC6mo?

LA OONQUiiT.A. Dl!IL PAN 47

)Porque estan en la mlseriat IdA un puerto de mar, visitad los cafetuchoe de los muelles, observad A esos hombres que van a dejaree embaucar, pagAn­dose a las puertas de los docks, que asaltan desde el alba, para ser admitidos a trabajar en los bu­quee. Ved esoe marineros contentos de enrolarse para un viaje lejano, despues de semanas y meses de eepera; toda su ~ida la han pasado de bu~ue en buque, y subirAn aun A otros, hasta que algun dia perezcan entre las olas.

Multiplicad los ejemplos, elegidlos donde oe pa· rezca, meditad sobre el origen de todae las fortunas grandee 6 pequenas, procedan del comerclo, de la banca de la industria 6 del euelo. En todas partes compr

1obareie que la riqueza de unos esta formada

por la miseria de otros. Una aociedad anarquista no tendria que tamer

al Rothschild desconocido que fuera a establecerse de pronto en au seno. Si cada miembro de la comu­nidad aabe que despues de algunas horae de tra­bajo productive tendra derecho a todos los placeres que proporciona la civilizaci6n, A los profundos goces que la ciencia y el arte dan A quie~es lo cul­tivan no ira a vender au fuerza de traba]o por una mezq~ina pitanza; nadle se ofrecera para enrfque­cer al susodicho Rothschild. Sus monedas de doe pesetas saran rodajas metallcas, utilee para diver· sos usos, pero tncapaces de producir crias.

La expropiaci6n debe comprender todo cuanto permita apropiarse el trabajo ajeno. La f6rmula es sencilla y facil de comprender.

No queremos despojar A nadie de au gaban, sino que deseamos devol ver A los trabajadores to do lo que permite explotarloa, no importa a quien. y ha­remoa todos los esfuerzoa para que, no faltAndole a nadie nada, no haya ni "" solo hombre que se

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48 p, K.llOPOTKINB

vea obligaclo a vender sus brazos para exietir el y BUB hijos.

He aqui c6mo entendemos Ia expropiaci6n y nuestro deber durante la revoluci6n, cuya llegada esperamos no para de aqui A doscientos afios, sino en un porvenir proximo.

III

La idea anarquista en general y la de la expro­piaci6n en particular encuentran muchas mas eim­patias de lo que ee piensa entre los hombres inde­pendientes de caracter y aquellos para quienes la ociosidad no es el ideal supremo. cSin embargo -nos die en con frecuencia nuestros amigos-, 1guardaos de ir demasiado lejosl 1Puesto que la hu­manidad no se modifica en un dia, no vayais de­masiado de prisa en vuestros proyectos de expro­piaci6n y de anarquial Arriesgariais no hacer nada duradero. »

Pues bien; lo que tememos en materia de expro­piaci6n es no ir demasiado lejos. Por el contrarlo, tememos que la expropiacl6n se haga en una escala demasiado pequefia para ser duradera; que el arran­que revolucionario se detenga a la mitad de su ca­mino; que se gaste en medidas a medias que no podrian contentar a nadie, y que, produciendo un derrumbamiento formidable en la sociedad y una suspensi6n de sus funciones, no fuesen, sin embargo, viables, sembrando el descontento general y tra· yendo fatalmente el triunfo de la reacci6n.

En efecto, hay en nuestras sociedades relacio·

LA OONQUJST.A DlilL PAN 49

neP eatablecidas que es materialmente imposible modlficar si s6lo en parte se toea A e llas. Los dl ver­sos rodajes de nuestra organizaci6n econ6mica estAn engranados tan fntimamente entre sf, que no pueJe modificarse uno solo sin modificarlos en su conjunto; esto se advertirA en cuanto se quiera ex­propiar, sea lo que fuere.

Supongamos que en una regi6n cualquiera se baga una expropiaci6n, llmitada, por ejemplo, A los grandee eefiores territoriales, sin tocar a las fabri­ca.s (como no ha mucho pidi6 Henry George); que en tal 6 cual ciudad se expropien las casas, sin poner en comun los viveres, 6 que en una regi6n industrial se exproplen las fabricas, sin tocar A las grandee propiedades territoriales.

El resultado serA siempre el mismo: trastorno inmenoo de la vida econ6mica, sin medias de reor­ganizarla sabre bases nuevas. Paralizaci6n de la industria y del trafico, sin vol ver A los principles de la justicia; imposibilidad de que la sociedad re· constituya un todo arm6nico.

Sl el agricultor se liberta del gran propletario territorial sin que la industria se liberte del capita­lista, el industrial del comerciante y del banquero, no habra nada hecho. El cultivador sufre hoy, no s6lo por tener que pagar la renta al propietario del suelo, sino por el conjunto de las condiciones ac­tuales; sufre el impuesto que le cobra el industrial, quien le hace pagar tree pesetas por una azada que s6lo vale la cua.rta parte en comparaci6n con el trabajo del agricuitor; contribuciones impuestas por el Estado que no puede existir sin una formidable jerarqufa

1 de funcionartos; gastos de sostenimie~to

del ejercito que mantiene el Estado, porque los m ­dustriales de todas las naciones estAn en perpetua lucha por los mercados, y cualquier dia puede es-

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60 p, KROPOTXtN•

tallar Ia guerra A consecuencia de disputarse la e:x:­plotaci6u de tal 6 cual parte del Asia 6 del Africa. El agricultor sufre por la despoblaci6n de los cam­pos, cuya juventud se ve arrastrada bacia las ma­nufacturas de las grandee cludades, ya con el cebo de salarios mas altos pagados temporalmente por los productores de objetos de lujo, ya por los ali­cientes de una vida de mas movimiento; sufre tam­bien por la protecci6n art1ficlal de la industria, la e:x:plotaci6n comercial de los paises limitrofes, la usura, la dificultad de mejorar el suelo y perfeccio­nar los aperos, etc.

Lo mtsmo sucede con la industria. Entregad mP.ftana las fabricas A los trabajadores, haced lo que se ha hecho con cierto ntimero de campesinos, A quienes se lea ha con vertido en propietarios del suelo. Suprimid el patrono, pero dejad la tierra al senor, el dinero al banquero, la Bolsa al comer· ciaute; conservad en la socledad esa masa de ocio­aos que viven del trabajo del obrero, mantened los mil intermediarios, el Estado con au caterva de fun­cionarios, y la industria no marchara. No hallando compradores en la masa de los labriegos, que con· tintian pobres; no poseyendo las primeras material! y no pudiendo e:x:portar sus productos, A causa en parte de la suspenst6n del comercio y sobre todo por efecto de la centralizac16n de las industrias, no podrA hacer mas que vegetar, quedando abandona­doe los obreros en el arroyo.

E:x:propiad A los senores de la tierra y devolved las fabrlcas a los trabajadores, pero sin tocar a esa nube de intermediarios que especulan hoy con las harinas y los trigos, con la carne y todos los comestibles en los grandee centros, al mtsmo tiempo que esparcen loa productos de nuestras manufactu· ras. Pues bien; cuando se dificulte el trafico y ya no

LA OONQUISTA DEL PAN

circulen los productos, cuando falte pan en Paris y Ly6n no encuentre compradores para sus sedas, la reacci6n serA terrible, caminando sobre cadaveres, paseando las ametralladoras por ciudades y cam­pos, celebrando orgiaa de ejecuciones y deportacio­nes, como hizo en 1815, en 1848 yen 1871.

Todo se enlaza en nuestras sociedades, yes im­posible reformar a lgo sin que el conjunto se que­brante. El dia en que se hiera ala pro~iedad priva­da en cualquiera de sus formas, habrA que berirla en todas las demas. El mismo triunfo de la revolu­ci6n lo impondra.

Si una gran ciudad pone solamente mano en las casas 6 en las fabricas, la misma fuerza de las co&as la llevara a no reconocer a los banqueros de· recho A cobrar del municipio cincuenta millones de impuesto bajo la forma de intereses por empres­titos anteriores. Severa obligada A ponerse en rela­ci6n con los cultivadores, y forzosamente los impe­lera A libertarse de los poseedores del suelo. Para poder comer y productr, tendril. que e:x:propiar los caminos de hierro. Por ultimo, para evitar el de­rroche de los viveres y no quedar A merced de los acaparadores de trigo, como el Ayuntamiento de 1793, confiara A los mismos ciudadanos el cui­dado de llenar sus almacenes de vi veres y repartir los productos.

Sin embargo, algunos socialistas han tratado de establecer una diatinci6n, diciendo: cQueremos que se e:x:propien el suelo, el subsuelo, la fabrica, la manufactura; son instrumentos de producci6n, y jus to es ver en ellos una propiedad publica•; pero ademas de eso hay objetos de consumo, el alimento, el vestido, la habitaci6n, que deben ser propiedad privada.

Ellecho, la hab1taci6n, la casa, son lugares de

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vagancia para el que m:da produce. Pero para el trabajador, una pieza caldeada y clara es tan lns­trumento de producct6n como la maquina 6 la he­rramienta. Ea el aitio donde reataura sua musculoa y nervioa, que ae deagastaran manana en el trabajo. El descanso del productor es necesario para que funcione la maquina.

Esto es aun mas evidente para el alimento. Los pretendidoe economistas de que hablamos nunca han dej ·tdo de decir que el carb6n quemado por una maquiua figura entre los objetoe tan neceaarios para h producci6n como las primeraa materias. l.C6mo puede excluirse de loa objetoa indispensa­bles para el productor el alimento, sin el cual no podria hacer ningun eafuerzo la maquina humana? lSera tal vez un resto de matafieica religiosa?

La comida abundante y regalona del rico ee un coneumo de lujo. Pero la comida del productor es uno de los objetos necesarios para la producci6n, con el mismo titulo que e1 carb6n quemado por la maquina de vapor.

Lo mismo sucede con el vestido; porque si los economistaa que distiuguen entre loa objetoa de producci6n y los de consttmo vistiesen A estilo de los sal vajes de Nueva Guinea, comprenderil,lmos tales reservaa. Pero gentes que no podrfan escribir una linea sin llevar camisa puesta, no eetan en au lugar al hacer una distinci6n tan grande entre au camlsa y su pluma. La bluea y los zapatoa sin los cuales no podria ir un obrero a au trabajo; la cha­queta que ae pone al concluir la jornada y la gorra con que se resguarda la cabeza, le son tan necesa­rioa como el martillo y el yunque.

Quft~rase 6 no ae quiera, asi entiende el pueblo la revoluci6n. En cuanto haya barrido los gobier­noe, tratara ante todo de aeegurarse un alojamien-

LA OONQUISTA. DilL PAN 63

to sano, una alimentaci6n suficiente y el vestido necesario, sin pagar gabelas.

y el pueblo tendrA raz6n. Su manera de obrar estarA infinitamente mas conforme con la ciencia que lade loa economistas que hacen tantos distin· goa entre el instrumento de prodticci6n y loa artfcu­loa de consumo. Comprendera que precisamente por ahi debe comenzar la revoluci6n, y echarA loa cimfentos de la {mica ciencia econ6mica que puede reclamar el titulo de ciencia, y que pudfera llamar­se: Estudio de las necesidades de Za humanidad y me­dios economicos de satisfacerlas.

ll.os vivetres

I

Si la pr6xima revoluci6n ha de ser una revolu­ci6n social se distinguira de los anteriores levanta­mientos, n~ a6lo por su fin, sino ta~bh~n por s~s procedimientos. Un fin nuevo requtere procedi­mientoa nuevos.

El pueblo se bate para derribar al antiguo regi­men, y derrama su sangre preciosa. Despues de romper la argolla , vuelve ala sombra. Un gobierno compuesto d"' hombres mas 6 menos honrados se constltuye y se encarga de organizar la Republica en 1793, el trabajo en 1848, el mut?-iclpi~ Ubr.e en 1871. Imbui1o ese gobierno en las Ideas Jacobt­nas, preocupaae de laa cuestfones politicas ante

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P. K&OPOTKINJD

todo= reorganizacf6n de la maquina d I riticacJ6n del personal adminf e Poder' pu­de la Iglesia y el Estado lfbe ~trdatfvo, separaci6n sucesivamente. ' r 8 es civfcas, y asf

Es verdad que los clubs b nuevos gobernantes A menu~ ~eros vfgflan A los Pero aun en esos cl~bs sean o Imponen sus ide~s. dores los que peroran ; 1 b~rg~eses 6 trabaJa­guesa. Se habla much~ d:mpre. omma la idea bur­se olvfda la cuestl6n del cuestwnes politicas, pero

E pan. n cuan to estalla !a re 1 . .

mente para el trabajo det'e vo UC16n, mevftable-Ios productos, se esconden I nese 1~ cfrculacf6n de no tiene nada que temer los capJtales. ~1 patrono rentas, si es que no es . en esas epocas= VIve de sus asalariado se ve redu~7:~~a ~o~ la miserfa; pero el la escasez. Aparece la v~v r al dia. Se anuncfa no se habfa vfsto con el Z:~~rta, una. mfseria como

cSon los gfrondfn . guo regtmen. bre•, se decfa por loso~ quienes nos matan de ham­llotinaba A los girondin~abales en 1793. y se guf­la. Montana, al Ayuntami!~~:~do plenos poderes a mtento preocupabase t e Paris. El Ayunta­gaba heroicoa esfuer~o~n e ecto, .del pan, deaple­Fouche y Collot d'Herb i para ahmentar a Paris. pero se dlsponfa de inti~~ creab_an p6sftos en Ly6n, llenarlos. Las munfcipalid ~antlidad de grano para seguir trigo. Se ahorcab a es ucbaban para con­dores del grano, y segui: :a:~s t:honeros acapara-

Entonces la em re d an o el pan. llotioando a doce ~ q~f~an d~on. los realfstas, gui­duquesas, sobre todo cri ce Ianamente, criadas y estaban en Coblenza p adas, porque las duquesas cfen duquea y vizco~de:r~ aunque ~uillotfnasen a nada habrfa cambiado. ada vefntlcuatro horae,

La miserfa iba creclendo p t · ues o que era pre·

LA OONQUI8TA DJDL PAN 65

cleo siempre cobrar un salarlo para vivir, y el salario no parecfa, lQUe hubieran podido hacer mil cadAveres mas 6 menos?

Eotonces comenzaba a cansarse el pueblo. c jBien va vuestra revoluci6n-cuchicbeaba el reacciona­rio al oido del trabajador-; nunca babels tenido tanta miserial• Y poco A poco se tranquilizaba el rico, salia de au escondite, se mofaba de los descalzos con au pomposo lujo, vestiase de currutaco, y decia a los trabajadores: cjVamos, basta de necedadeal lQue babels ganado con la revo1uci6n? jYa es tiem­po de acabar con ella!,

Y con el coraz6n oprimido, exbausto ya de pa­ciencia, el revolucionario llegaba a decirse: c 10tra vez perdida la revoluci6nl• Se volvia a su tugurio y dejaba obrar.

Entonces se mostraba altiva Ia reacci6n, reali­zando su golpe de Estado. Muerta la revoluci6n, ya no le quedaba sino pisotear au cadaver.

1Y pisoteabalo de tirmel Se derramaban olas de sangre, el terror blanco segaba cabezas, poblaba las carceles, y entretaoto, seguian su curso las orgias de la granujeria elevada.

He aquf la imagen de todas ouestras revolucio­oes. En 1848, el trabajador parfsieose ponia «tree meses de mieeria, al servicio de la Republica, y al cabo de los tres meses, no pudieodo ya mAs, bacia au postrer esfuerzo desesperado, eefuerzo abogado por la matanza.

Y en 1871 concluia la Commune por falta de combatientes. No habia olvidado decretar la sepa· raci6n de la Iglesia y el Estado; pero no pens6 basta barto tarde en asegurar A todos el pan. Y vi6se en Paris A los gomosos cbunguearse de los federadoQ, diciendoles: c !Imbeciles, id A baceros matar por seis reales, mientras nosotros nos vamos

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66 P. KBOPOT.IUNB

de francachela al restaurant de modaf• Compren­di6se la falta en los tiltimos dias. Se hizo la sopa comunal, pero era demasiado tarde. 1Los versalle­ses estaban ya dentro de las murallasl

cJPan, la revoluci6n necesita pan! 10cupense otros en lanzar circulares con perlodos rimbom­bantesl JP6nganse otros en los hombros tantos ga­lones como puedan llevar encimal JPeroren otros acerca de las libertades politicas! • N uestra tare a consistira en bacer de a:merte que en los primeroe dias de la revoluci6n, y mientras dura esta no ha!a un solo hombre en el territorio fnaurredto a quten le falte p::m, nl una sola mujer obligada A for· mar cola delante de la tahona para recoger la bola de salvado que le quieran arrojar de limosna ni un solo nlfio a qulen le falte lo necesario para s~ debil constitaci6n.

II

Somos utopistas, es cosa sablda. En efecto, tan utopistas, que llevamos nuestra utopia basta creer que la revoluci6n debe y puede garantlzar A todo!:l el alojamtento, el vestido y el pan. Es preclso aee· gurar e~ pan al pueblo sublevado, es menester que la cuest16n del pan preceda a todas. Si se resuelve en i~teres del pueblo, la revoluci6n irA por buen cam mo.

Es s_eguro que la pr6xima revoluci6n estallara en med1o de una formidable crisis industrial. Desde hace una docena de afios estamos en plena eferves­cencla, Y la situaci6n tiene que agravarse. Todo

LA OONQUIBTA DEL PAN 67

contribuye a ello: la concurrencia de las naci?nes j6venes que entran en el palenque para conqu1star los antiguos mercadoa, las guerras, los impuestos siempre crecientes, las deudas de los Estados,.lo in­seguro del mariana, las grandee empresas le)anas.

En este momento falta el trabajo A millones de trabajadores en Europa. Peor sera cuando haya estallado la revoluci6n y se haya propagado como el fuego en un reguero de p6lvora. El numero de obreros sin trabajo duplicarA en cuanto se Ieyan­ten barricadas en Europa yen los Estados Umdos. lQue se va A hacer para asegurar el pan A esas mu· chedumbres?

Ya que se abrieron talleres en 1789 yen 1793; ya que se recurri6 al mismo medio en 1848; ya que Napole6n III consigui6 dur~nte diez y ocho alios contener al proletariado par1siense dandole traba­jos que valen hoy a Paris au deuda de doe millones de pesetas y su lmpuesto municipal de noventa pe­setas por cabeza; ya que este ex~elente medio se empleaba en Roma y basta en Eg1pto hace cuatro mil afios; ya que despotas, reyes y emperadores han arrojado siempre un pedazo de pan al ~ueblo para tener tiempo de recoger del suelo ellatlgo, es

· natural que las gentes 'practicas preconicen ese metodo de perpetuar el salario. lA que quebrarse los cascoe, cuando se dispone del metodo ensayado por los Faraones de Egtptol

Pero si la revoluci6n tuviese la desgracia de se-guir ese camino, eetaba perdida.

Cuando el 27 de Febrero de 1848 se ~brian los talleres naciona.les, loa obreroa sin traba]o no eran mas que ocho mil en Paris;. quince dias despues, eran ya cuarenta y nueva mll; bien pronto lban a ser cien mil sin contar los que acudian de pro-

' vinciaa.

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68 P, KBOPOTJUNB

Pero en aquella epoca, la industria y el comer­cia no ocupaban en Francia la mitad de los brazos que hoy. Y sabido es que en tiempo de revoluci6n lo que mas padece es el trAfico, ee la industria. Basta pensar s6lo eu el numero de obreroe que tra­bajan directa e indirectamente para la exportaci6n, en el numero de brazos empleadoe en las industrias de lujo, que tienen por clientela la minoria bur­guesa.

La revoluci6n en Europa es la suspensi6n inme­dlata de la mitad de las fabricas y manufacturas; representa millones de trabajadores arrojados a la calle con eus familiae.

Es evidente, como ya lo dijo Proudhon, que el ataque a la propiedad traera la completa desorga· n1zaci6n de todo el regimen basado en la empresa particular y el salarlo. La sociedad misma se vera obligada a poner mano en el conjunto de la produc­ci6n y reorganizarla segun las necesidades del con· junto de la poblacion. Pero como eata reorganiza­ci6n no es posible en un dia ni en doe, como exige cierto periodo de adaptaci6n, durante el cual mi­llones de hombres se verian privados de medios de existencia, lque ha de hacerse?

No hay mas que una soluci6n verdaderamente prtictica, y es reconocer lo inmenso de la tarea que se impone, y en vez de echar un remiendo a una situaci6n que Be ha hecho imposible, procedor a reorganizar la producci6n segun los nuevos prin· cipios.

Sera preciso que el pueblo tome inmediatamente posesi6n de todos los vfveres que haya en los mu­nicipios insurrectos, inventariandolos, y cuidando que, sin derrochar nada, aprovechen todos los re­cursos acumulados para atraveear el periodo de crisis, y durante ese tiempo entenderse con los obre-

LA OONQUISTA DBIL PAI!l 69

roe de las fabrlcas, ofreclendoles las primeras ma· terias que lea falten y garantizandoles la existencia durante algunos mesas, A fin de que produzcan lo que necesita el cultivador. No olvidemos que sl Francia teje sederias para los banqueros alemanes y las emperatrices de Rusia y de las islas 8!\ndwich, y que si Paris hace mara villas de jugueteria para los ricos del mundo entero, doe tercios de los campesi· nos franceses no tienen lamparas para alumbrarse ni las herramientae mecAnicas necesarias hoy en la agricultura. y por ultimo, hacer valer las tierra~ improductivas y mejorar las que no producen m siquiera la cuarta ni aun la decima parte de lo que producirAn cuando eaten sometidas al cultivo inten­sivo de huerta y jardineria.

III

Un hombre 6 un grupo de hombres que pos~en el capital necesario montan una empresa tndustnal; se encargan de alimentar la manufact~ra 6 la fa­brlca de primeras materias, de orgamzar la pro­ducci6n de vender los productos, de pagar A los obreros 'un salario fijo, y por ultimo, se embolsan el exceso del valor 6 los beneficios, con el pretexto de indemnizarse del riesgo que han corrido, de las oscilaciones de precios que tiene la mercancia en el mercado.

Para salvar este sistema, los actuales detenta-dores del capital estarian dispues~os A hacer ciertas concesiones, por ejemplo, repartlr una parte de los beneficios con los trabajadores 6 establecer una

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escala de salarios que les obligue A elevarlos en cuanto suben las ganancias; en una palabra con­sentirlan ciertos sacriflcios con tal que se les dejase el derecho de dirigir y administrar la industria y de recaudar los beneflcios de ella.

Et colectivismo, segun sabemos, introduce im­po~tantes modlficaciones en ·ese regimen, pero sin de Jar de mantener el salario. S6lo que sustituye el patrono con el Eetado, es decir, con el goblerno representativo, nacional 6 comunal. Los repreeen­tantes de la naci6u 6 del municipio, sus delegados 6 sus funclonarios, son quienea se encargan de Ia gerencia de la industria, y al miemo tiempo se reservan el derecho de emplear en provecho de todos el exceso de valor de la prQducci6n. Ademas, se establece en este sistema una distinci6n muy sutil, pero llena de consecuenclas, entre el trabajo del P.e6n y del ho!Dbre que ha hecho un aprendizaje preVlO. El traba]O del pe6n no es a loa ojos del colectivlsta mas que un trabajo simple, al paso que el artesano, el ingeniero, el sabio, etc., practican lo que Marx llama un trabajo compuesto y tienen d?recho a. un salario m.as alto. Pero peon~a e inge­meros, te]edorea y sabtos, son asalariados del Ee­tado j ctodos funcionarios•, decfan ultimamente para dorar la pfldora.

Pues bien; el mayor servicio que la pr6xima re­voluci6n podra prestar a la humanidad sera crear una situaci6n en la cualse haga imposible e inapli­cable ~o~o sistem~ de salario, y donde ae imponga, como umca soluCI6n aceptable, el comunlsmo, ne­gaci6n del alstem~ del salario.

Aun admitiendo que sea posible la modiftcaci6n colectivista si se hace por grados durante un pe­riodo pr6spero y tranquilo, ee~o serA imposible en periodo revolucionario, porque al dia siguiente de

LA OONQUISTA. DElL PAN 61

to mar las armaa surgl ra la necesidad de alimentar a millones de seres. Puede h cerse una revoluci6n politica sin que se trastorne la industria; pero una revoluci6n en la cual el pueblo ponga la mano en la propiedad producira inevitablemente un~ subita paralizaci6n del comercio y de la producCI6n. Los millones del Estado no bastarian para asalariar a los millones de hombres faltos de trabajo.

No nos cansaremos de insistir en ese punto: la reorganizaci6n de la industria eobre nuevas b~ses no se hara en tmos cuantos dias, y el proletartado no podra poner afios de miseria al servicio de los te6ricos del salario. Para atraveear el periodo de las dificultades, reclamara lo que siempre ha recla­mado en tales circunstancias: la comunidad de loa viverea, el racionamiento.

Si el empuje del pueblo no ee bastante fuerte, se le fusilara. Para que el.colectivismo pu~da eatable· cerse necesita, ante todo, orden, disctplina, obe­diencla. Y como los capitalistaa advertiran muy pronto que hacer fusilar al pueblo por los que sella­man revolucionarios es el major medio de disgus­tarlo de la revoluci6n, prestaran ciertamente su apoyo A los defensores del orden, aun A los colec­tivistas. Ya veran mas tarde el medio de aplastar a estos a au vez.

No olvidemos ·c6nio triuuf6 la reacci6n del siglo pasado. Primero ee guillotin6 a los hebertistas, a quienes aun llamaba M'gnet clos anarquistas•. No tardaron en seguirles los dantonianos. Y cuando los robespierrietas hubieron guillotinado a estos. revo· lucionarios lee toc6 el turno de subir tambten al patibulo. C~n lo cual, disgustado el pueblo Y vieJ?-do perdida la Revoluci6n, dej6 0 brar a los reaccionarl~B.

Si eel orden queda restablecido,, los co~e~tivts­tas guillotinarlm a. los anarquistas, los postbllistas

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p, KllOPOTXINJ!I

guillotinaran a los colectiviataa, y a su vez saran guillotinados por los reaccionarios. La revoluci6n tendria que volver a empezar.

Pero todo induce A creer que el empuje del pue­blo sera bastante fuerte, y que cuando se haga la re­volucion habra ganado terreno la idea del comunis­mo anarquista. Y si el empuje es bastante fuerte, los aauntos tomarAn otro giro. En vez de aaquear algu­nas tahonaa, para ayunar manana, el pueblo de las ciudades insurrectaa tomarA poseaion de los grane­ros de trigo, de los mataderos, de los almacenes de comestibles, en una palabra, de todoa loa viveres.

Ciudadanoa de buena voluntad ae dedicarAn en el acto A inventariar lo que se encuentre en cada almacen y en cada granero. En veinttcuatro horae el municipio insurrecto sabrA lo que Paris no sabe aim, a peear de BUB juntas de eetadistica, y lo que nunca supo durante el sitio: cuAntas provisiones encierra. En doe vecee veinticuatro horas se ha­brAn tirado millonee de ejemplaree de cuadroe exactos de todoa los viveres, de los sitios donde ee­tan almacenados y de los medioe de distribuirlos.

En cada manzana de casas, en cada calla yen cada barrio se organizaran voluntarios que sabrAn entenderse y ponerse al corriente de sus trabajos. Que no vengan A interponerse las bayonetas jaco­binas; que los teoricos sedicentes cientificos no vengan A embrollarlo todo, <>mas bien, que embro­llen cuanto quieran con tal de que no tengan dere­cho A mango near, y con ese admirable espiritu or­ganizador espontaneo que tiene el pueblo en tan alto grado en todas esas capas sociales, y que tan raras veces le permiten ejercitar, surgira aim en plena efervescencia revolucionaria un inmenso ser­vlcto libremente constituido para suministrar a. cada uno los viveres indispensables.

LA OONQUIBTA DJ!IL PAN 6S

Q el pueblo tenga libres las manoa, y en ocho

ue ervlcio de lds vi veres se harA con una. re· dias ~1 s d . ble Se neceeita no haber Vlsto ~ulandad :e:t~r~abo~ioso manoa A la ob~a; se ne­Ja~As al b t \do toda la vida las narlces entre ceetta ha er en d dar de ello. !Hablad del eepi­los papelotes parade uese ran desconocldo, el pue­rltu organizadorh . tog en Paris en las jornadas bl A los que lo an v1s 1 . o, d 0 en Londres cuando la u tlma de las barrica as, l ue alimentar a medio mi­gran huelga, ~uet ten a q diran cuan superior es A Uon de hambnen oe, Y cs los oflcinistast . ufrl·r durante quince diae

A nque hub1era que s u . to desorden parcial y relat\vo, poco

6 un mes e1er 1 8 masas mejor que lo importa. Siemp~deer~ pa: ~empoe de revolucion existente hoy· em s, chorizo y pan, riendose, se come sin murmurar un 6 mAe bien diecutiendo.

IV

. d las cosas, se verA con-Por la mlsma fuerza e des ciudades a apode-

duc\do el pueblo de las gran ocediendo de lo simple rarse de todos los vi vere~.' yr cer las necesidades de A lo compuesto, para sa lS a que bases podria todoe loa habita~tee. Per~ f~:nviveres en comun? organizarse el d1sfrute ~f ntee de hacerlo con No hay doe maneras ere de a loB senti-equidad, aii~o ~na sola, q~~~=~l~npractica: el sis­mientos de JUStlcia y ea [ municipio& agrarioa en tema adoptado ya por 08

Europa.

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64 ¥. JtBOPOTKlNID

Fijaos en un municipio rural, no importa cual. Si posee un monte, mientras no falte lena menuda, cada cual tiene derecbo a coger cuanta quiera, sin mae reparo que la opini6n publica de sus conveci­nos. En cuanto a la lena gruesa, como toda es poca, ee recurre al racionamiento. Lo mismo sucede con las deheeae boyalee. Mientras hay de sobra para todo el municipio, nadie mira lo que han pastado laa vacae de cada vacino, ni el numero de vacas que van a los pastos. S6lo se r ecurre &1 reparto 6 al racionamtento cuando los prados son insuficien­tes. Toda la Suiza y muchos municipios de F rancia y de Alemania donde hay prados municipales prac· tican ese sistema. .

Y si vais a los paises de la Europa oriental, donde se encuentra a discreci6n la lena grueea 6 no falta euelo, vereis a los aldeanos cortar los ar· boles en los montes con arreglo a sus necesidades, cultivar tanto terreno como les hace falta, sin pen­ear en r&cionar la lena gruesa ui en dividir la tierra el.l parcelas. Sin embargo, se racionarA la lena gruesa y se repartira el suelo segun las nece­eidadee de cada vecino desde que falten una y otro, como ya sucede en Rusia. . En una palabra: sin tasa lo que abunde; a ra­

c~tm lo q~e haga falta medir y repartir. De tres­Cientos cmcuenta millones de hombres que viven en Europa, doscientos mlllones siguen aun estas practicae enteramente naturales. El mismo sistema prevalece tambie~ en las grandee ciudades, por lo menoe para un ob]eto de consumo que se encuentra alli e!l abundancia: el agua a domicilio.

Mientrae bastan las bombas para abastecer a las casas sin temor A que falte el agua a ninguna Compa1Ua se le ocurre la idea de reglam~ntar elem· pleo que se haga del agua en cada casa. 1Que tomen

LA OONQUIBTA DEL PAN 65

la que quieranl Y ei ee teme que falte el agua en Parts durante los grandee calor_es, las Compaflf~s eaben muy bien que basta una s1mple advertenCia de cuatro lineae puesta en los peri6dicos para que los parisienses reduzcan su consumo de agua Y no la derrochen demasiado.

Pero si decididamente llegase a faltar el agua,

6que. oeria? Se recurriria al racionamiento. Y esta medida es tan natural, esta tan en la mente de todos que vemos A Paris en 1871 reclamar en doa ocasi~nes el racionamiento de los vivereo durante los dos sitios que sostuvo.

lHay que entrar en detalles y formar cuadros acerca del modo como podria funcionar el racio· nam\ento, probar que seria infinitamente mAs juato que cuanto hoy existe? Con esos cuadr os, esos deta­lles no llegariamoe a convencer a los burgueses, que' consideran al pueblo como una. aglomeraci6n de salvajes que se romperian las nances en cuanto no functonase el gobierno. Pero es preciso no h~ber visto nunca al pueblo deliberar, para dudar nt un solo minuto de que si fuese duefto de hac'3r el racto­namiento no lo haria con arregl? A los mas ~uros principios de justif'.ia y de equtdad. Id a dectr en una reuni6n popular que las perdices deben reser­varse para los delicados holgazanes de la aristo· cracia y el pan negro para los enfermos de los hos-pitales, y os silbaran.

Pero decid en esa misma reuni6n, predica? por todas las esquinas que el alimento mas dehcado debe reservarse para los debiles, Y en primer lugar para los enfermos. Decid que si hubiese ~n Paris nada mas que diez perdices y una sola caJa de ~o­tellas de Malaga, debian llevarse a los dormitonos de los convalecientes; decld eso .. ·

Decid que el ni1io viene en seguida del enfermo. 5

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1Para ella leche de las vacas y de las cabras, sino hay bastante para todosl Para el nino y el viejo el ultimo bocado de carne, y para el hombre robusto el pan a secas, caso de verse reducidos A tal ex­trema.

Decid que si de una substancia alimenticia no hay suficientes cantidades y hay qtfe racionarla, se reservarAn las ultimas raciones A quien mAs las ne­cesite; decid esto, y vereis si no logrAis el asenti­miento unanime.

Los te6rfcos pedirAn que se introduzca en se· •guida la cocina nacional y la sopa de lentejas. Invo­caran las ventajas de economizar combustible y vi­veres estableciendo fnmensas cocinas, donde todo el mundo acudiese a tomar su raci6n de caldo, de pan y de verdura.

No negamos esas ventajas. Sabemos muy bien las economias de trabajo y combustible realizadas por la humanldad renunciando al molino a brazo y luego al horno en que antaflo cocia cada uno su pan. Comprendemos que seria mAs econ6mico hacer caldo pa_ra cien familiae A la vez, en lugar de en­cender eten hornillas separadas. Tam bien sabemos que hay mil maneras de preparar las patatas, pero que estas no serian peores porque se cociesen en una sola marmlta para cien familiae Ala vez. Com· prendemos que consistiendo la varfedad de la cocina so_bre todo en el carActer individual del sazona· m1ento para cada mujer de au casa la cocci6n en comtin de un quintal de patatas no

1impedirfa que

cada una las sazonase A au modo. Y sabemos que con caldo de carne se pueden hacer cien sopas dl­ferentes, para satisfacer cien gustos diversos.

Sabe!Doa todo eato, y sin embargo, af:lrmamos que nad1e tiene derecho A forzar A la mujer de au casa A tomar cocidas ya las patatas en el dep6aito

I

LA OONQUI8TA DBL PAN

municipal, si prefiere cocerlas ella en su marmita, en 8u bogar. Y sobre todo, queremos que cada uno pueda consumir su allmento como le plazca: en el seno de la amistad, 6 con los amfgos, 6 basta en el restaurant si lo prefiere.

Ciertamente que surgirAn grandee cocinas en vez de los restaurants, donde hoy se envenena ala gente. La parisiense esta acostumbrada ya A tomar caldo en la carniceria para hacer una sopa a su gusto; y la mujer de su casa, en Londres, sabe que puede hacer asar la carne y basta el ave co~ pata­tas en la tahona por pocos cuartos, ~conom•z.ando asi ttempo y carb6n. Y cuand.o la ~ocma comun no sea un lugar de fraude, fala1ficac16n y envenena­miento, vendrA la costumbre de diriglrse A ese horno para tener preparadas las partes fundamen­tales de la comida, salvo darles el ultimo toque, cada cual A au gusto.

Pero hacer de ello una ley, imponerse el deber de adquirir ya cocido el alimento, seria tan r~pul­sivo para el hombre qel siglo XIX como las 1deas de convento 6 de cuartel, ideas malsan~~ nacidas en cerebros pervertidos por el mando m1htar 6 de­formados por una educaci6n religiosa.

<,Quien tendra derecho A los vivere~ comunea? Esta serA de seguro la primera cuestl6n que se plantae. Mlentras los traba jos no eaten organlza­dos mlentras dure el periodo de efervescencia Y sea1imposible distlngulr entre el har~gAn perezoso y el desocupado involuntario, los ahmentos d_ispo­nibles deben ser para todos, sin excepci6n mngu· na. Los que se bayan resistido arma al brazo A la victoria popular 6 conspirado contra ella, se a.pre­surarAn por si mismos A librar de su presenCia al territorio insurrecto. Pero nos parece que ~1 pueblo, aiempre enemigo de repreaaliaa Y magnarumo, par·

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tfra el pan con todos los que se hayan quedado en su eeno, sean expropfadores 6 expropiados. Inspi­r&ndose en esta idea, la revoluci6n no perdera nada; y cuando se reanude el trabajo, se vera a los combatientes de la vfspera encontrarse juntos en el mfemo taller.

-Pero al cabo de un mes faltarAn los viveres -nos gritan ya los criticos.

-1Mejor que mejorl-contestamos-. Eso pro-bar& que por la prfmera vez en su vida el proleta­rfo habra comido para satisfacer el hambre. En cuanto ~los medfos de r_eemplazar lo que se haya consumtdo, eea es prectsamente la cuesti6n que vamos a desarrollar.

v

lPor que medlos podra proveer a su alimenta­c16n una ciudad en plena revoluci6n social?

Es evidente que los procedimientos a que se re­curra dependerAn del caracter de la revoluci6n en las provincias, asi como en las nacfones limitrofes. Sf toda la nacf6n, y mejor aun, Europa entera, pu­diese hacer de una sola vez la revoluci6n social y lanzarse en pl~no comunlsmo, se obraria en conso­nancia. Perc Bl s6~o algunos municipios en Europa ensay~n el comumsmo, habrA que elegir otros pro­cedimtentos.

Es muy de desear que toda Europa Be levante a la vez, que ~n todas partes ee expropie e inspiren en: los prl~c!pios comunfstas. Semejante levanta­mtento facllttaria muchisimo la tarea de nuestro aiglo. Pero todo induce a creer que no sucedera

LA OONQUISTA Dl!IL PAN 69

asi. No dudamoe de que la revoluci6n abarque toda Europa. Si una de las cuatro grandee capitales del continente, Paris, Viena, Bruselas 6 Berlin, se le­vanta y derriba a su gobierno, es cast seguro que las otras tree har&n otro tanto con pocas semanas de diferencta. Tambien es probable que en las pe­ninsulas iberica e itAllca, y basta en Londres y Petersburgo, no se hara esperar la revoluci6n. Pero lSera en todas partes igual el carActer que ad­quiera? Seanos permitido dudarlo.

Mas que probable serA que en todas partes se realicen actos de expropiaci6n e.n mae 6 menos es· cala, y eeos actos, practicados por una de las gran­des naciones europeas, ejerceran au influjo en to­das las demAs. Pero los comtenzos de la revoluci6n ofrecerAn grandee diferencias locales, y su desarro­llo no sera siempre identico en loo diversos paises. En 1789-1793, los labriegos franceses emplearon cuatro aflqs en aboltr deflnitivamente los derechos feudales y los burgueses en derribar la monarqufa. No lo olvidemos, y esperemos ver Ala revoluci6n emplear cierto tiempo en desenvolverse, y no ca­minar al mismo paso en todas partes.

Tambh~n es dudoso, sobre todo al principio, que tome un caract.er francamente socialfsta en todas las naciones europeas. Recordemos que Alemanfa aun estA en pleno imperio autoritarfo y que sus parttdos avanzados sueflan con la republica jaco­bina de 1848 y cla organlzaci6n del trabajo~ de Luis Blanc, al paso que el pueblo frances quiere por lo menos el municipio libre, si no es el munici­pio comunieta.

Todo induce A creer que Alemania irA mas lejos que Francia en Ia pr6xima revoluci6n. AI hacer Francia su revoluci6n burguesa del siglo XVIII, fue mas lejos que la Inglaterra del siglo XVII; al

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miamo tiempo que el poder real, aboli6 el poder de la ariatocracia aetiorlal, que aun es una fuerza po­deroaa entre loa ingleses. Pero si Alemania va mlia lejoa y lo hace mejor que la Francia en 18481 cier­tamente la idea que inspire los comienzos de au revoluci6n serA Ia de 1848, como la idea que inspi­rarA la revoluci6n en Ruaia sera la de 1789, modi­ficada basta cierto punto por el movimiento tnte· lectual de nuestro sfglo.

La revoluci6n tomara un caracter diferente en las diversas naciones de Europa; no sera igual el ni vel alcanzado con respecto A La socializaci6n de loa productos.

lSe deduce de aqui que las naciones mas avan­zadn hay an de medir au paso por el de las naciones retardadas y esperar A que la revolucl6n comunista haya madurado en todas las naciones civilizadas? jEvidentemente que no! Y aunque asi se quisiera aeria mAe imposlble: la Historia no espeta a los re~ traaados.

Por otra parte, no creemoa que en un miamo pais ae haga la revoluci6n con el conjunto que auefian algunos aocialiatas. Ea muy probable que si una de las cinco 6 aeis grandee ciudades de Francia Paris L • I I

y6n, Marsella, Lille, Samt-Etienne, Burdeos, pro-clama la Commune, las otras seguirAn su ejemplo y varias ciudades populosas haran otro tanto. Pro­bablemente tambien, varias cuencas mineras y cier· toe centros industriales no tardaran en licenciar A sus patronos y constituirse en agrupacionea librea.

, Pero mu.chos pueblos rurales no han llegado aun a est.o; ]unto a los municipioa insurrectos per­m~neceran Ala expectativa y continuaran viviendo b~]O el regimen indlvidualiata. No viendo al algua­cll ni al cobrador ir A reclamar los tmpuestoa los campeainoa no seran hostiles A loalnsurrectoa; ;pro-

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vechandoae de la aituaci6n, aguardarAn para ajua· tarles las cuentaa A loa explotadorea locales. Pero con ese espirltu practico que caracteriz6 siempre A los levantamlentos agrarlos (recordemos la apaslo· nada labor de 1792), se afanaran por cultivar la tierra, amandola tanto mas cuanto que quedara Ubre de impueatos y de hipotecas.

En cuanto al exterior, por todas partes habrA revolucl6n, pero con variados aspectos: aca unita· ria, alia federalista, en todas partes mAs 6 menos soclaliata, pero nada de uniformidad.

VI

Pero volvamos A nuestra ciudad sublevada y veamos en que condiciones tendra que proveer A au abastecimiento. 6D6nde tomar los viveres nece­sarios si la nacl6n entera no ha aceptado aun el comunismo? Tal es el problema que se plantea.

Elijamoa una gran ciudad francesa, por ejem­plo, la capital. Paris consume cada aflo millones de quintales de cereales, 350.000 bueyes y vacas, 200.000 terneras, 300.000 cerdos y mas de 2.000.000 de carneros, sin contar otros animales. Ademl\e, necesita Paris unoa 8.000.000 de kilos de manteca, 172.000.000 de huevos, y todo lo demAs en las mls­mas proporciones.

Las harinas y los cerealea llegan de los Estados Unidos, Rusia, Hungria, Italla, Eglpto y las Indias. EL ganado de Alemania, Italia, Espafia y basta de Rumania y Ruaia. En cuanto A loa demas comesti­bles, no hay pale en el mundo que no contribuya.

Veamoa, ante todo, c6mo se podria abastecer

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de vfveres A Paris, 6 cualqufera otra gran ciudad con los productoa que ae cultivan en las campif1a~ francesas y que los agricultores s6lo desean entre· gar al consumo.

Para los autoritarios, la cuesti6n no presenta ninguna dificultad. Primero, crearfan un gobierno fuertemente centralieta, armado. con todosloa 6rga­n~s de coerci6n: policfa, ejercito, guillotina. Eee go· b1erno mandarfa hacer la estadfetica de to do lo que se recolecta en Francia, dfvidiria el pais en cierto nlimero d_e distritos de alimentaci6n, y ordenar(a que tal ahmento y en tal cantidad se transportase a tal eltio, se entregase tal dia en tal estaci6n lo recibiese tal funcionario, se almacenase en tal' al­macen, y aei suceeivamente.

Semejante eetado de cosae puede eofiarse con la pluma en la mano, pero en la prActica ee material­mente imposible; eeria precfso no contar con el as­pfritu de independencia de la humanidad. Eso seria la fneurrecci6n general: tree 6 cuatro Vendees en lugar de una, la guerra de aldeas contra las ciuda­des, Francia entera insurreccionada contra la ciu­dad que osase fmponer este regimen.

En 1793 el campo sitf6 por hambre a las gran­dee ciuda.des y mat6 la Revoluci6n. Sin embargo, esta ~robado que la producci6n de cereales en Francia no habfa disminuido en 1792-93; basta todo induce A creer que habia aumentado. Pero despues de tomar poaesi6n de gran parte de las tterras ae· fiorlalee Y de haber cosechado en esas tierras los burgu~aes campesinos no quisieron vender au t~lgo por asag'!lados. Lo guardaron, esperando el alza de los ~rectos 6 el_ pago en mouedaa de oro. Y nf las medtdaa mas ngurosas de loa convencionalea para f~rzar A loa acaparadorea a vender el trigo ni las e]ecucionea de pena capital, pudieron nada 'contra

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esa huelga. Sin embargo, aabido es que &. los comi­sarioa de la Convenci6n ae lea daba una higa de guillo tinar a loa acaparadorea, ni al pueblo de ahor­carloa de un farol, y sin embargo, el trigo perma­necia en los almace'nee y el pueblo de las ciudades paeaba hambre.

Pero c,que lea ofrecian a los cultivadores ~e los campos en cambio de sue rudas labores? !Asigna­dos! Unos papeluchos cuyo valor bajaba de d!a en dia· unoe billetes que marcaban qutnientas hbrae en 'caracteres impresos, pero sin valor real. Con un billete de mil libraa no habia para comprar un par de botas; y se comprende que ellabriego no ee conformara de ninguna manera con trocar un ali_o de trabajo por un pedazo de papel que no le permt­tia eomprarse una blusa.

Lo que debe ofrecerse al campesino noes papel, sino la mercancia que necesita inmedfatamente: la msquina de que ahora se priva con pena; el vestido que le resguarda de la lntemperie; la lampara Y el petr6leo que reemplacen au cabo de vela; la pala, la rastra, el arado, en fin, todo de lo que hoy carece ellabriego, no porque no comprenda_ su necesidad, sino porq ue en su ex\13t9ncia de pr1 v~ctonee .Y de labor extenuante, mil objetos litiles son macceetbles para el a causa de au precio.

Dediquese la ciudad a producir esas cosas que le faltan al campesino, en Iugar de hacer futilld~­des para adornos de las burguesas. Que las ma~Ul· nae de coser de Paris hagan vestldos de trabaJO Y domingueros para los labriegos, en vez. de equipos de novia; que la U.brica construya maqumas agri~o­lae, palas y rastrillos, en vez de esperar qu~ los ID­gleses nos loa envien A cambio de nueetr.o vt_no.

Envie la ciudad a las aldeas, no comtsanoa con fajas rojas 6 multicolores para hacer saber allabra·

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dor el deereto de que lleve sus provisiones a tal aitfo, efno que los haga visitar por amigos, por her­manoa, para deefrlee: cTraednos vueatros produc­tos y coged en nuestros almacenes todas las coaas manufacturadas que os plazcan., Y entonces aflul­rin de todas partes loa viYerea. El campeaino guar­dara lo que neeeslte para vfvir, pero enviarA el resto a los tra~ajadorea de las ciudadea, en las cua­les-por vez pramera en el cur so de la Hiatoria-ver& hermanoe y no explotadorea.

Quiz& ae nos dfga que eeto exige una tranafor­maclon completa de la industria. Ciertamente que sf, en clertas ramaa. Pero hay otras mil que podran modificarse con rapfdez, de modo que aumfnistren a los aldeanoa .veetidos, relojea, muebles, aperos y sencillas maqumae, que la ciudad le hace pagar tan caros en estoa momentos. Tejedores, aastres zapa­teros, qulnquilleros, ebanistas y tantos otro; no en­contraran dffi~ultad nlnguna en abandonar la pro­ducc!on de luJo por el trabajo de utili dad. Solo es preCieo penetrarae bien de la neceaidad de esta tra?eformacfon; que eata se considere como un acto de JUstfcfa Y de progreso, que no se deje llevar por ese engafio, tan caro a los teoricos, de que la revo· luclon debe limitarse a tomar poaesion del exceso de valoroa, Y que la produccion y el comercio pue· den permanecer alendo lo que son en nueatros dias.

~ nuestro parecer, ahi eata todo: en ofrecer al cul~•vador, en camblo de sus productos, no papeles ~o]ados (~ea lo que quiera lo que lleveu inserto) 81Do lo~ maamoa ?bjetoa de consumo neceearios par~ ~1 culttvador. SI asf se hace, afiuiran loa viveres a &8 cludades. Si no ee hace asf, tendremos en las

ciudades el hambre con todas sua consecuencias.

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VII

Todae las grandee ciudades compran el trigo, la harina y la carne, no solo en las provlncias, sino tambien en el exterior. El extranjero envia A Pa~is las eapecias, el peacado y los. comestibles. de lu]o, amen de conaiderables cantidades de tngo y de carne.

Pero en tiempo de revolucion no habrA que con­tar para nada (o lo manoa po~ibl~) con el ?xtran· jero. Si el trigo ruso, el arroz Italiano o indto y los vinoa de Eapafla y de Hungria afluyen hoy A los mercados de la Europa occidental, no es porque los paiaea expedldores posean con exceeo o p~rque br?­ten por ei mtemos esoa productoa. En ~usia trabaJa el campesino basta diez y seis horae dtarlaa Y ayu­na de tree a seis meees al aflo, con el fin de expor­tar el trlgo con que paga al seflor y al Estado. Hoy se preaenta la policia en las aldeas ~usae en cuanto est& entrojada la mies, y vende la ultima vaca, la ultima caballeria del agricultor, por atraa.oa de contribuciones y de rentae a los sef'iores, cuando el labrador nose presta a mal vender el trigo .a los ex· portadores. Tanto, que solo guarda el tr1go para nueve meses y e'najena el reato con el fin de que no le veudan lavaca por quince pesetas. Para vivlr hasta la nueva cosecha pr6xlma, tree mesas si el af'io es bueno o seis cuando ha sldo malo, mezcla corteza de alamo blanco A au ho.rina, mientras en Londres saborean los bizcochos hechos con au trlgo.

Pero en cuanto venga la revolucion, _ellabrador rueo se guardarA el pan para ely sus hiJos. Lo mie-

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mo harAn los aldeanos ftalianos y hungaros; tam· bien esperamos que el fndostanico aprovecharA estoa buenos ejemplos, asi como los trabajadores de los bonanza(a1·ms en America, a menos de que estos dominios no eaten ya desorganizados por la crisis. Asi, pues, no habrA que contar con las importacio­nes de trigo y maiz procedentes del exterior.

Estando cimentada toda nuestra civUfzaci6n burguesa en la explotac16n de las razas inferiores y de los paiaes atrasados en la industria, el primer beneficio de la rovolucf6n serA amenazar esta civi­lizacion, permitiendo emanciparse A las llamada.s razaa inferiores. Pero ese inmenso beneficio se ma­nifestarA por una disminucf6n cferta y considera­ble de las entradas de viveres que afiuyen bacia las grandee cfudades de Occidente.

Respecto alinterior, es mAs dificfl prever la mar­cha de los negocios. Por una parte, el cultivador se aprovecharA seguramente de la revoluci6n para enderezar su espalda encorvada sobre el suelo. En vez de las catorce 6 diez y seis horae que trabaja hoy, tendra raz6n para no trabajar sino la mitad, lo que podrA tener por consecuencia un descanso de la producci6n de los principales viveres: el trigo y lacarne. . Pero, por otra parte, habrA aumento de produc­

Cl6n en cuanto el cultivador ya no se vea obligado A trkbajar para mantener gandules. Se roturarAn nuevos terrenos, se pondrAn en marcba mAquinas mAs perfectas. cJamas bubo labor tan vigorosa como la de 1792, cuando el campesino bubo reco· brado de los sefiores la tierra que desde tanto tiem· po apetecia•, dice Micbelet bablando de la gran Revoluc16n.

De~tro. de poco sera accesible A cada agricultor el culttvo mtensivo, cuando se ponga al alcance de

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la comunidad la maquinaria. perfeccionada y los abonos quimicos. Pero todo mduce A ~reer que al principio podra disminuir la produce16n agricola en Francia y fuera de ella. .

Es preciso que las grandee ciudades cultlven la tierra, como lo hacen los pueblos rurales. Hay <\ue venir a parar A lo que la biologia llamaria la cm­tegraci6n de las funciones•: Despues de haber di· vidido el trabajo, es preciso tntegrar: tales la mar-cha seguida por toda la N aturaleza. .

Tierra no falta. Alrededor de. las grandee clu­dades se agrupan los parques y Jardines de los se­nores millones de hectbeas que s6lo esperan el trabajo inteligente del cultlvador para rodea~, por ejemplo A Paris de llanuras mucho mas ferhles Y productlvas que las estepas cubiertas ~e mantillo pero desecadas por el sol del Sur de Rus1a.

!Brazos! lA que quereis que se dediquen los dos millones de parisienses del uno y del otro sexo cuando ya no tengan que revestir y recrear a los principes rusos, A los boyardos romanos y A las se­noras de la banca de Berlin?

Dlsponiendo de toda la maquinaria del sfg_lo, de la inteligencia y del saber tecnico del t~aba]ador' hecho al uso de la herramienta perfeccionada, te· niendo A su servicio los inventores, los quimicos y los botanicos los profesores del Jardin de Pl.antas, los hortelano~ de Gennevillers, asi como loa ~~stru­mentos necesarioa para multiplicar las mAqumas f ensayar otras nuevas; tentendo, por U.ltfmob el e~ -ritu organizador del pueblo de Paris, su ue.n. r mor su arranque la agricultura del mumctp o ana:quista de Paris sera muy diferente que la de los cavadores de Ardennes. 1 Pronto se echaria mano del vapor, de la. e ec-trlcidad, del calor solar y de la fuerza del vtento.

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La cavadora y la despedregadora de vapor harian con rapldez. lo mAs duro del trabajo de prepara­clon, y la tierra, ablandada y enriquecida, no es­perarfa mae que los cuidados intelfgentes del hom­bre, Y sobre todo de la mujer, para eubrirse de plantas bien ·cuidadas, que se renovarfan tree 0 cuatro veces al afio.

Apr~ndiendo la horticultura con los hombres d?l oficto; en~ayando en parcelas reservadas los dtvereos medtos d? cultivo; rivalizando unos con otroe p~ra perseguu las majores cosechaa; hal!ando en el eJercfcio ffslco, sin cansancio ni trabajos ex­ceaivos, las fuerzas que tan a menudo faltan en las grandee. cfudades, hombres, mujeres y nifios esta­rian eatlefeehoe de aplicarse A las labores del cam­po, que cesaran de eer un trabajo de presidiario y se .convertfran en un placer, en una fiesta en una pllmavera del eer humano. '

cjNo hay tierras esterilesl !La tierra vale lo que val~a el hombre!• He aquf la ultima palabra de la agrtcultura moderna. La tierra da lo que le pfden· SOlo Be trata d? pedir con intelfgencia. ' d Un terrftono-aunque sea tan pequefio como los

os departamentos del Sana y del Sena y Oise Y tenga que alimentar A una gran ciudad co:no Parte -bastaria practicamente para llenar los va­cio~ que en torno suyo pudfera hacer la revolucf6n tri a fohmblnaclon de la agricultura con la indus~ tt a, e ombre agrtcultor e industrial al mismo ~~~o: A eeto nos conducirA necesariamente el mu

mctpi o comunista si se lanza con franqueza por ei cam no de la expropiaci6n.

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Bl alo3amiento

I

Los que siguen atentoa el estado de Animo de los trabajadores han debido advertir que, insensible­mente, se va formando un acuerdo acerca de una importante cuesti6n: la del alojamiento. Hay un hecho cierto: en las grandee ciudades de Francia y en muchas pequeiias, los trabajadores llegan poco a poco a la conclusion de que las casas habitadas no son, en manera alguna, propiedad de aquellos a quienes reconoce por proptetarios el Estado:

La casa no ha sido edifl.cada por el proptetario; ha sido construida, adornada, empapelada por cen­tenares de obreros, a quienes el hambre ha condu­cido a las canteras y la necesidad de vi vir ha redu· cido al extremo de acoptar un sala.rio escatimado.

El dinero gastado por el Jfretendido propietario no era producto de su propio trabajo. Lo habia acumulado como todas las riquezas, pagando A los trabajadores los doe terclos 6la mitad de lo que lea correspondia.

La casa debe su valor actual al provecho que de ella pueda sacar el propietario. Este provecho se debe a las circunstancias de estar la casa edificada en una ciudad con empedrado, gas, comunicaciones con otras ciudades con establecimientos de indus­tria, comercio, cie~cias y artes; de que esa ciudad

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tiene puentes, malecones, monumentos arquitect6-nicpe, y ofrece al habitante mil y mil atractivos y comodidades que no se conocen en loa pueblecillos; de que veinte 6 treinta generacionee de habitantes han trabajado para hacerla habitable, sanearla y embellecerla.

El valor de una casa en ciertos barrios de Paris ee de un mill6n de pesetas, no porque contcnga en BUB muros un mill6n de trabajo, sino porque, desde hace sfglos, los obreros, los artistas, los pensado­res,loeeabioe y losliteratos han contribuido A hacer de Paris lo que es hoy: un centro industrial, comer­cial, politico, artistico y cientlfico; porque tiene un pasado; porque gracias A Ia literatura son ccn co­nocida~ sus calleo lo mismo en provinclae que en el extranJero; porque ee producto del traba jo de diez y oeho aiglos, de medio centenar de generaciones de toda la naci6n francesa. '

~.Quien tiene derecho A apropiarse la mae pe­quelia parte de ese terreno 6 el ultimo de Joe edifi­cios sin cometer una manlfiesta injusticia? lQuien tiene derecho A vender la menor parcela del patri­monio eomun?

La idea del alojamiento gratuito se manifest6 elaramente durante el sitfo de Paris cuando se pedia la anulaci6n pura y simple de los'inquilinatoa reel am ados por los propietarios. Tam bien se mani­fest6 durante la Commune de 1871, cua~: do el Paris obrero esperaba del Consejo de la Commune una resoluei6n energica aboliendo los alquileree.

Con rev?luci6n y sin. ella, el trabajador neceei­ta un.refugio: el alojam1ento. Pero por malo y por antihigfentco que sea, bay eiempre un propietarfo que le puede expulear de el. Verdad es que con Ja revoluci6n el casero no 6ncoDtrarA curialee ni al­guacllea para poner los trastoe en la calle. Pero

LA. OONQUIST A DBL PAN 81

)quien eabe si manana el nuevo gobierno, por re­volueionario que pretenda ser, Do reconstituirA la fuerza y lanzarA contra los pobres la jauria. poli­ciacal

Sin embargo, es preciso que el tra.bajador sepa que el DO pagar al eaaero s6lo es aprovecharse de la deeorganizaci6n del Poder. Es preciso que eepa que la habitaci6n gratuita esta reconocida en prin­cipio y aancionada, digAmoslo asi, por el asenti­miento popular; que el alojamiento gratuito es un derecho abiertao;1ente proelamado por el pueblo.

l,Vamos A esperar que esta medida, que tan per­fectamente responde al sentimiento de juetieia de todo hombre honrado, la tomen los sociallstas que se mezclan con los burgueses en un gobierno pro­visional? 1 Podriamos eaperar aentados haeta Ia vuelta de la reacci6nl

Los revolucloDarlos sinceros trabajaran con el pueblo para que sea un hecho consumado la. expro­piaci6n de las casas. Trabajaran para crear una co­rriente de ideas en esta direcci6n; trabajarAn para ponerlas en prActica; y cuando eaten maduras, el pueblo procederA ala expropiaci611 de las casas, sin prestar oidos a las teorias, que no dejaran ~e pre­dicarle, acerca de indemnizaci6n A los prop1etarios y otros desprop6sitos.

II

Si se hace popular la idea de la expropfaci6n, al ejecutarla no se eatrellarll. contra los insuperables obstAculos coD que nos amenazan.

Cierto es que los senores galoneadoa que vayan 6

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A ocupar las poltronas abandonadas de los mlniste­rioa y del Ayuntamiento no dejarAQ de acumular obstl\culos . Habl:uAn de conceder indemnizaciones a loa propietarios, de formar estadfsticas, de redac­tar largos dictamenes, tan largos, que podrian du­rar haata el momento en que el pueblo aplastado por la miseria de la huelga forzosa, no vfendo venir ~ada y perdiendo la fe en la revoluci6n, dejaria hbre el campo A los reaccionarios y conclufrfa por hacer odfosa a to do el mundo la expropiaci6n ofici. nesca.

Paro si el pueblo no pasa por IIJos sofia mas con q~e tratar an de deslumbrarlo; sf comprende que A v1ja nueva procedfmientos nuevos, y realiza la obra por sus propias manoa, entonces podra hacer­se la expropiaci6n sin grandee dificultades.

cPero l C6mo podrA hacerse?•, nos preguntaran. Nos repugna t razar con sua mencres detalles pla­nes de oxpropfaci6n . Sabemos por adelantado que todo cuanto un hombre 6 un grupo puedan proyec · tar hoy serA superado por Ia vida humana. Ya he· moa .dicho que esta lo hara todo mejor y con mas senclllez que cuanto pudiera dictA.rsele de ante-mano. .

~or eso, al boequejar el metodo segun el cual pud,eran hac£~rse sin intervenci6n del gobierno la expropiaci6n y el reparto de las riquezas expropia­das, s?lo queremos responder A los que declaran i~pos1ble la cosa. Pero vol vemos a recordar que de mngu~a manera nos proponemos preconizar tal 6 cual sistema de organlzarse. Lo unico que nos 1m­porta es demostrar que la expropiaci6n puede ha­cerse por la iniciatlva popular, y que no puede ha· cerse de ninguna.otra manera.

Es de suponer que desde los primeros actos de expropfaci6n surgirAn en el barrio, en Ia calle, en

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la manzana de casas, grupos de cludadanos de buena voluntad que ofrezcan sus servicios para informarse del numero de cuartoe desalquilados, de aquellos en que se amontonan familiae numerosas, de las habitacionee malsanas y de las casas que, slendo barto espaciosas para ~us ocupantes, podrian ser ocupadas por aquellos A quienes lea falta aire en sus cuchftriles. En pocos dias, esos voluntaries formarau en cada ca.lle y en ca.da barrio listas com­pletas de todos los cuartos ealudables y malsanos, estrechos y espaciosoa, de las habitaciones infectas y de las moradas suntuosas.

Se comunicaran libremente sus listas, y en po­cos dias se tendr~m estadietlcas completas. La esta­dietica embustera puede fabricaree en las oflclnas; la esta.distica verdadera y exacta no puede prove­nir mas que del individuo, remontandose de lo simple a lo compuesto.

Despues de eato, sin esperar nada de nadia, esoa ciudadanos irAn en busca de sus camaradas que habita.n en tugurioe, y lee diran sencillamente: cEsta vez, companeros, la revoluci6n va. de veras. Venid esta tarde A tal sitio; todo el barrio eetara alli para el reparto de las habitacianes. Si no os con vieuen vuestros chiribitiles, elegireis una de las habi taciones de cinco piezas que hay dfsponibles. Y en cuanto coloqueis alli los muebles, negoclo eoncluido. jEl pueblo armado se las entendera con quien quiera lr a echaros de casal•

cPero todo el mundo querrA tener un cuarto de veinte piezas•, nos dirAn.

No; eso no es cierto. El pueblo nunca. ha pedido tener la luna dentro de un cubo de agua.. Por el eontra.rlo, eada. vez que vemos a igualita.rios tener que reparar una injusticia., nos llama la. atenci6n el buen senti<lo y el inetinto juat~ciero de que estan

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animadas las masas. lSe ha visto nunca reclamar lo imposible? lSe ha visto nunca al pueblo de Paris zurrarse la badana cuando iba en busca de au raci6n de pan 6 de lena durante los doe sitios? For­mabase cola con una resignacion que no se canes­ban de admirar los corresponsales de los periodi­cos oxtra_nj?ros, y sin embargo, se sabia que los llegados ultlmamente pasarian el dia sin pan y sin fuego.

Cierto es que hay instintos egoistas en los indi­viduos aislados de nuestra sociedad · lo sabemos muy. bien. Pero tambien sabemos que el mejor med10 de despertar y alimentar esos instintos seria el confi.ar la cuesti6n de los alojamientos a una ofi.­cina cualquier~. Entonces si que se abririan paso las malas pastones, dandose todo por influencia. La menor desfgualdad haria poner el grito en las nubes; la menor ventaja concedida A alguien haria hablar de soborno, IY con raz6nt

Pero cuando el pueblo mismo, reunido por calles, por barrios, por ~istritos, se encargue de hacer mu~arse A los habttantes de los zaquizamis A las habttaciones barto espacioeas de los burgueses tomarianae con bondad los pequefios inconvenien~ tee Y las pequefiaa desigu1ldades. Rara vez se apela en vano A los buenos fnetintos de las masas. Algu­nas veces se ba hecbo asi durante las revoluciones cuando se trataba de salvar el barco en peligro y nunca ~a habido error en ello. El trabajador ha respondtdo siempre al llamamiento con grandee a bnegaciones.

A pesar de todo, habra probablemente injusti­ciaa .. Hay en nuestra socledad individuos a quienes ffngun gran acontecimiento harA salir de los carri­es e~oi.sta~. Pero la cuestion no es saber si habra

6 no In]usttcias. Se trata de saber como se podra

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limitar su numero. Pues bien; lo mismo la Historia que la experiencia de la humanidad y la psicologia de las sociedades, aflrman que el medio mas equi­tativo es confi.ar las cosas A los mismos interesa­dos. Solo ellos podrAn tener en cuenta y regularizar los mil detalles que necesariamente se le escapa­rian a todo reparto oflcinesco.

III

Cuando los albaililes, los canteros (en una pa­labra, los constructores), sepan que tienen segura la subsistencia, con mucbo gusto reanudaran por pocas horae diaria.s el tl ab;i jo a que estAn acostum­brados. DispondrAn de otra manera las grand~s habitaciones, que exigen un estado mayor de servt­dumbre domestics. Y en pocos meses habran .sur­gido casas mucho mAs sanae que las de nuestros dias. Y A los que no eaten eufi.cientemente bien ins­talados, podra decirles el municipio anarquista:

c 1Paciencia, compafierosl Palacios saludables, comodos y hermosos, euperlores A cuanto edlfica­ban los capitalistas, van a levantarse en el suelo de la cludad libre. SerAn para los que mas lo nece­siten. El municipio anarquista no ediflca. ~on la mira de las rentas. Los monumentos que eri]a para sus ciudadanos producto del espfritu colectivo, servlrAn de modelo a la humanidad entera Y serAn vuestros.•

Si el pueblo sublevado e.xpropla las c~sae Y pro­clams el alojamiento gratutto, la comumdad de las habitaciones y el derecho de cada familia a un alojamiento saludable, la revoluci6n habra tomado

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desde el prlncfpio un carActer comunista y se habra lanzado por una senda de la que no serA fAcil ha­cerla salir tan pronto. Habra dado un golpe de muerte A la propiedad individual.

La expropiacion de las casas lleva asi en ger­man toda la revolucion social. Del modo como ee baga ~ependera el. caracter de los acontecfmientoe. 0 abnmos un cammo amplio y grande al comunie­mo anarquieta, 6 nos quedamos pataleando entre el cfeno del lndlvldualiemo autoritarfo.

P~esto qne A toda costa se tratara de soatener Ja lniqutdad, ee seguro que en nombre de la justicia nos ha~larAn, exclamando: 'lNo es una infamia que los panaieneee se apoderen para elloe de las ber­moeae cas~s y dejen las chozas para los Iabriegos?• No no~ d~]emos engafiar. Esos rabiosos partidarios de la JUBtlcia, por un rasgo de au car8cter olvldan la ~ran deefgua.ldad de que Be bacen defensores. Olv1dan que en P&ris mismo el trabajador se aefixia en su zahurda-el, au mujer y sus bijotl- al paso que deede au ve~tana ve el palacio del ri~o. Olvi­dan que generaezones en teras perocen en los barrios ~o~uloeoe por falta de aire y de sol y que el primer

e er .de .la revoluci6n tendra qu~ ser el reparar esa lnJueticia. t No nos detengamos en estas reclamaciones in-ereeadae: Sabemos que la desigualdad que real­~ente existirA entre Paris y las aldeas es de las que . an de disminuf_r cada ~Ia que pase. La aldea no de­Jad. de construuse alo]amientos mas aanoa que los de hoy, cuando ellabrador deja de ser la bestia de ;a~!r:~l dro~letario, del fabricante, del ueurero

e a o. ara evitar una injusticia temporal y reparable, lhay que eostener la i . ti i exlste desde hace siglos? nJUB c a que

Tambien ee nos dira: «Ahi tenets un pobre dia-

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blo, que en fuerza de privaciones ha logrado com­prar una caea lo sufi.ciente grande para que en ella quepa au familia. iEs tan feliz! llreis A echarle A la calle?,

1Ciertamente que no! Si su casa apenas basta para alojar A su familia, que la habite. 1Que cultive el huertecillo al pie de sus ventanasl En caso de necesidad, nuestros j6venes basta irAn A echarle una mano. Pero si en au casa hay un cuarto alqui­lado A otra persona, el pueblo irA en busca de esta y le dirA: «Compafiero, lBabes que ya no debes nada al casero? Quedate en el cuarto y no des un centimo. Ya no hay qua temer A los alguaciles en lo aucesivo. 1Triunf6 la Social!,

y si el propietarlo ocupa ei solo veinte piezas y hay en el barrio una madre con cinco hijos em­butf 10s en un solo cuartucho, el pueblo ira aver si entre las velnte piezas hay alguna que despues de arregladii. pueda dar un buen alojamiento_ Ala madre de los cinco hijos. lNo serA eso mas JUSto que dejar ala madre y los cinco nifios en el tabuco y al seftor A sus auchaa en el palacio? Adembs, el senor se acostumbrara muy pronto; cuando ya no tenga criadaa para arreglarle las veinte piezas, au burguel'9 se pondra contenta al verse libre de la mitad de sus habitaclones.

c1Esto sera un trastorno completo-exclamar~n los defensores del orden-, una de mudanzas em ftnl 1Igual seria echar a todo el mundo a la calle Y sortear las habitacionesl,

Estamos convencidoa de que si no lo mango~ea ningun gobierno y se confia toda la transformac16n A los grupos formados espontAneamente para esa tarea las mudanzas seran menos numerosas que las o~urridas en un solo afto por efecto de la rapa-eidad de los propletarios.

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En primer termino, en todas las ciudades im­portantes hay tan gran numero de habitaciones desocupadas, que casi bastarfan para alojar a Ia mayorfa de los habitantes de los cuchitriles. En • cuanto a los palacios y a los pisos suntuosos mu­chas familiae obreras no los querrfan pues n~ va­len nada si no pueden arreglarlos un gran numero de criados. Por eso los ocupantes verfanse oblf­gados muy pronto a buscar habitaciones menos lujosas, donde las setioras banqueras gufsaran por sf mismas. y poco a poco, sin que hubiese que acompaliar al banquero con un piquete a una bu­hardilla y al habitante de la buhardilla al palacio del banquero, la poblaci6n se repartfra amfstoaa­mente las habitaciones que existan con el menor zafarrancho posible. lNo se ve en los municfpios rurales diatribufrae los campos molestando tan poco a los poseedores de parcela~ que solo elogios merece el buen sentido y la sagacfdad de procedi­mfentos a que recurre el municipio? El mir ruso hace_ menos mudanzae de un campo a otro que la prop1cdad i~dividual con sus pleitos ante la curia. IY se nos qutere hacer creer que los habitantes de una gran ciudad europea habfan de ser mas brutos 6 menos organizadores que los aldeanos rusos 6 indfosf

AdemAs, toda revoluci6n trae consigo cierto trastorno de la vida cotidiana y los que esperan atraveear una gran crisis sin que a las burguesaa se las a parte de su olla, corren peligro de quedarse con un palmo de narif!es.

El P~eblo comete disparate sobre disparate ~uando ttene que elegfr en las urnae entre los ma­]aderos que aspiran al honor de representarlo y se encargan de hacerlo todo, de saberlo todo, de orga­nizarlo todo. Pero cuando necesita organizar lo que

LA OONQUISTA DJilL PAN 89

conoce, lo que le atalie di~ectamente, lo hac.e mejor que todas las oficinas postbles. lNo se ha v1sto du­rante la Commune y en la ultima huelga de Lo~­dres? 6No se ve todos los dias en cada municipio agrario?

Bl vestido

Si se conside~n las casas como patrimonio comtin de la ciudad y se procede al r a.cionamiento de los viverea, hay que dar un pas~ mas. Hay que ocuparse necesariamente del vesttdo, y la li.nica soluci6n posible serA la de apoderarse de todos l~s bazares de ropas, en nombre del pueblo, y abrtr lae puertas A todos con elfin de qu? cada uno pueda tomar las que necesite. La comumdad de los vesti· doe y el derocho para tomar cada uno lo qu~ le haga falta en loa almacenes municipales 6 pedtrlo A los talleres de confecci6n se impondrAn en cuanto el principia comunista ee haya aplicado a las casas y A los viveres.

Claramente que para eso no necesitaremos des· pojar de sus gabanes A todos los eiudadanos, poner en mont6n todos los trajes y sortearlos, como pre· tenden nuestros ingeniosos criticos. Cada cual no tendrA mas que conservar su gabAn, si tiene algu­no y basta es muy probable que si tiene dlez nadia pr~tenda qultArselos. Se preferirA el vestido nuevo al que el burgues haya llevado ya puesto, Y habrA suflcientes vestidos nuevos para no requisar los viejos.

Si hiclesemos la estadistica de las ropas acu-

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muladaa en loa almacenes de las grandee ciudades, veriamoa que en Parte, Ly6n, Burdeos y Marsella bay de sobra para que el municipio pueda ofrecer un veatido nuevo a cada ciua~dano y a cada ciu­dadana. Ademas, si no todo el mundo encontrara ropa de su gusto, los talleres municipales llenarian bien pronto ese vacio. Sabida ee la rapidez con que trabajan nuestroe tallere& de confecci6n, provtstos de maquinae perfeccionadas y organizados para producir en gran escala.

cPero todo el mundo querra un abrigo de marta ctbelina, y todas las mujeres pediran un vestido de terciopelolt, exclamaran nuestroa adversarios.

No lo creemos. No todo el mundo prefiere el terciopelo nt suefi.a con un abrigo de marta ctbelf­na. Sf boy mlsmo se propusiera ! las parisienses que eligiesen cada cual un vestido, babria muchas que preferirian un veatido liso A todoa los adornos caprlcboeos de nuestras corteeana.s.

Los gustos vari .n con las epocas, y el que pre­domina durante la revoluci6n serA de seguro muy sencillo. La sociedad, como el fn dividuo, tiene sus horae de cobardia, pero tarubien tiene sue minutos de beroismo. Por miserable que sea, cuando se en­canalla como ahora en la persecuci6n de loa inte­reses mezquinos y necfamente personales cambia de aepecto en las grandee epocas. '

No queremos exagerar el papel probable de esas buenae pasionee, ni basamoe en elias nuestro ideal de sociedad. Pero nada exageramos ai admitimos que nos ayudaran a atravesar loa primeros momen­toe, 6 sea loa mAs difictlee. No podemoe contar con la continuidad de eeos sacrfficios en Ia vida diaria pero podemos esperarlos en los principios y no a~ necesita mas. '

Sila revoluct6n se hace con el espiritu de que

LA OONQUISTA DBL PAN 91

hablamos la libre tnictativa de los indlviduos en­contrarA 'vasto campo de acci6n para evitar los tirones por parte de los egoistas. En cada calle y cada barrio podran surgir grupos que se encarguen de lo concerniente al vestido. HarAn el inventario de lo que posea la ciudad sublevada, y conocorAn, poco mas 6 meuoe de que recursos dispone. Y es muy probable qu~ acerca del veetir adopten loa ciudadanos el mtsmo principia que respecto al. co­mer: cTomar del mont6n lo que abunde; repartlr lo que este en cantidad limitada,lt

No pud.iendo ofrecer a cada ciudadano un abr~­go de marta cibelina Y. a cada. ciudadana un tra]e de terciopelo, la soCiedad d1stinguira probable­mente entre lo snperfluo y lo neceeario, colocando entre lo primero el terciopelo y la marta, sin per­juicio de ver si lo que hoy e~ superfluo puede .vul­garizarse mafi.ana. Garantlzando lo necesano a cada babitante de la ciudad anarquieta, se podra dejar a la actividad privada el cuidado de p~opor­cionar a los debiles y enfermos lo que provisiOnal­mente se considere como objeto de lujo, de proveer a los menos robustos de lo que no entre en el con-sumo cotidiano de todos. .

•1Pero eeo es la nivelaci6n, el h~bito gns del fraile, la desaparici6n de todos los ob]et~s de arte, de to do lo que embellece la vid~llt, nos. duan.

1Ciertamente que not Y basandose e1empre en.lo que ya exlate vamos a demostrar c6mo una soCle­dad anarqui~ta podria satisfacer los gustos mas artisticos de sus ciudadanos, sin entregar por eso for tunas d~ millonario como hoy·

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p, IUlOPOTKINB

Vias y tnedios

I

Si una sociedad asegura a todos sus miembros lo necesarto, se verA oblfgada a apoderarse de todo lo i~dispensa~le para producir: suelo, maquinas, fAbr1cas, med1os de transporte, etc. No dejarA de expropiar A los actuales detentadores del capital para devolverselo A la comunidad. '

A la organizacion burguesa no solo se la acusa de que el capitalista acapara una gran parte de los beneficios de cada empresa industrial y comercial 1~ que le permite vivir sin trabajar. El cargo prin~ c1pal contra ella es que la produccion entera ha tornado una direcci6n absolutamente falsa, puesto que no se realiza con elfin de asegurar el bienestar de todos, y eso es lo que la condena.

Es imposible que la producci6n mercantil se ~aga para todos. Quererlo, seria pedir al capita­beta que se saltese de sus atribuciones y llenase una func16n que no 'puede llenar sin dejar de ser lo que es: un ~articulal' emprendedor que persigue au enriquecimtento. La organizaci6n capitalista fun­dada en el interes personal de cada negociante ha dado A la sociedad todo lo que podia esperarse' de ~lla; ha aumentado la fuerza productlva del traba· J&d.or apr~vechAndose de la revoluci6n obrada en la mdustn~ por el vapor, del repentino desarrollo de la quim1ca Y de la mecAnica y de los inventos

LA OOl(QUIBTA DBL PAN 98

del siglo; el capi.taltsta se ha aplicado, por au pr~­pio interes, a aumentar el rendimfento del traba]o humano, y lo ha conseguido en grandea pr~porcio· nee. Darla otra misi6n seria por completo uracio­nal. Querer que utilice ese superior r~ndimlento del trabajo en provecho de toda la soc1edad seria pe· dirle ftlantropia, caridad, y una empresa capita­nata no puede cimentarse en la caridad.

Ala sociedad le incumbe ahora generalizar esa productividad superior, limitada hoy A ciertas in­dustrias, y aplicarlas en interes de todos.

Pero es indiscutible que para garantlzar A todos el bienestar, la sociedad debe tomar posesi6n de todos los medios para producir.

Los economistas nos recordaran el b~enestar relatlvo de cierta categoria de obrero~ ]6venes, robustos, habiles en ciertas ramas espeCiales de 1~ industria. Siempre nos seftalan con orgullo esa ml­noria. Pero lese bienestar (patrimonio de unos pocos) lo tienen seguro? Matlana, el descut~o, la imprevisi6n 6 la avidez de sus amos arro]arAn quizA esos privilegiados Ala calla, y pagarAn en­tonc~s con mesas y aftos de dificultades 6 miseria el periodo de bienestar que ~~bian disfrutado. 1CuAntae industrias mayores (teJtdos, hierros, azu­cares, etc.), sin hablar de industrias efimeras, hemoa visto parar y languidecer una tras otr~, ya por efecto de especulaciones, ya A consecuenCla de cambios naturales de lugar del trabajo, ya A causa de competencias promovi~as por l~s mlsmos ~~pi­talistast Todas las industru~s prinCipales de teJldoa y de mecAnica han pasado recientemente por esas crisis lQue diremos entonces de aquellas cuyo carActer distintivo es la periodicidad de los paros?

lQue dlremos tambien del precio A que se com­pra el bienestar relati vo de algunas categorias de

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94 p, KQOPOTKINJD

obreros? lQue ae ha obtenido A costa de la ruina de la agrtcultura, por la deavergonzada explota­ci6n del campesino y por la miseria de las masas? Enfrente de. eaa debil minoria de trabajadores que gozan de c1erto bienestar, 1cuAntos millones de t~erea humanos vi ven al dia, sin salario seguro dfapueetos A preeentarse donde lea llamenl 1Cuan~ toe labriegoe trabajarAn catorce horae diariae por una mieera comidal El capital despuebla loa cam­pos, explota las colonias y los pueblos cuya indus­tria. ei!ta poco desarrollada, y condena Ala inmensa mayo ria de los o breros A permanecer sin educaci6n tecuica, como trabajadores medianoa basta en su mismo o.ficio. El eatado floreciente de una indue. tria se consigue constantemente por la ruina de otras die~

Y eeto no es un accidente, es una necesidad del regimen capitalista. Para llegar a retribuir media· namente A algunae categorias de obreros, es p1·eciso h~y que ellabr_ador sea la bestia de carga de la eo· Cle1ad; es precaso q~e las ciudades dejen desiertos los campos; es precaso que los pequeftos oficios se aglomeren en los barrios inmundos de las grandee ciudades Y fabriquen casi por nada los mil objetos de escaso valor que ponen los productos de las grandee manufacturas al alcance de los comprado­res de corto sa!a~io. Para que el mal pafto pueda despa.charse VlStlendo a los trabajadores pobre­mente pagados, es menester que el aastre se con­teute con un salario de pordiosero. Es menester que los paiaes atrasados de Oriente sean explota­dos po~ los ~e Occidente, para que en algunas industr1as p~1vilegiadas tenga el trabajador una especie de blenestar, limitado par el regimen ca­pitalista.

El mal de la organizaci6n actual no esta, pues,

LA OONQU18TA DJDL PAN 96

en que el cexceso de valor de la producci6n paae al capitaliBta•, como habian dicho Rodbertus y Marx eetrechando asi el concepto tJocialistt. y las miras' de conjunto acerca del regimen capitalist&. El misruo exceso de valor es consecuencia de cau· sas mas hondas. El mal eeta en qua pueda haber un •exceeo de valor• cualqulera, en vez de un simple exceao de producto no consumido por cada genera­ci6n, porque para que hay~ cexceao . de valor• se neces1ta que hombres, mu]eres y mfioa se vea.n obligados por el hambre A vender au fuerza de tra· bajo por una parte minima de lo que esa fuerza produce, y aobre todo, de ·lo que es capaz de pro-ducir. .

Pero este mal durara en tanto que lo necesano para la producci6n sea propiedad de ~lgunos sola­mente. Mientras el hombre ae vea. obhgado A pagar un tributo al amo para tener derecho ~ cultl va_r el suelo 6 poner en movlmiento una maquma, y m1en· tras el propietario sea duefio abaoluto de producir lo que le prometa mayores benefioi?B mas bien q~e la mayor auma de objetos neceeanoa para _la exta­tencia, s6lo temporalmente podra .tene~ btenestar un cortisimo numero, y sera adqui~1do stampre por la mi15eria de una parte de la soCieda~. No basta distribuir por partes iguales los beneftc1?s que una industria logra realizar, si al mismo tlempo hay que explotar a otros millares de obreros. Lo que debemos buscar es producir, con la menor p~rd•da posible de fuerza humana, la mayo: sMoma pos1ble de los productos necesarios para el baenestar de todos.

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II

lCuantae horae diarias de trabajo debera suml­nlstrar el hombre para asegurar a su familia una alimentacion nutritiva, una casa conveniente y los vestidos necesarios? Esto ha preocupado mucho a los socialistas, los cuales admiten generalmente que bastaran cuatro 6 cinco horae diarias-por su­puesto, a condfcf6n de que todo el mundo trabaje-. A fines del sfglo pasado, Benjamin Franklin ponia como limite cinco horae; y si la necesidad de como· dldades ha aumentado desde entonces, tambien ba aumentado con mucha mas rapidez la fuerza de producci6n.

En las grandee granjas del Oeste americana, que tlenen docenas de leguas, pero cuyo terreno es mucbo mas pobre que el suelo mejorado de los paises civilizados, solo se obtfenen de doce a diez y ocho hectolitros por hectArea es decir la mttad del rendimiento de las granjas' de Europa y de los ~stados del Est? americano. Y sin embargo, gra­Cias a las maqumas, que permiten A doe hombres labrar en un dia doe hectare as y media, cien hom. bres en un al'io. P.r?ducen todo lo necesario para entregar a domtclho el pan de diez mil personas durante un aflo entero.

Le bastarla A un hombre trabajar en las mlsmas ~ondfclone~t durante treinta horae, 6 sea seis medias JOrnadas de cinco ~or as cada una

1 para tener pan

todo el atlo, y tremta mediae jornadas para ase­gurare~lo a una familia de cinco personas. Si se recurne~e al cultivo intensivo, menos de sesenta medias Jornadas de trabajo podrfan asegurar a toda

LA CONQUlSTA DEL PAN 97

la familia el pan, la carne, las hortalizas y hasta las frutas de lujo.

Estudiando los precios a qlie resultat hoy las casas de obreros edificadas en las grandee ciuda­des puede asegurarse que para tener en una gran ciudad inglesa una ca~:~ita aislada, como las que se hacen para los trabajadores, bastarian de mil cua· trocientas A mil ochocientas jornadas de trabajo de cinco horae. Y como una casa de esta clase dura por lo menos cincuenta anos, r esulta que de vein­tiocho a treinta y seis medias jornadas por atlo baatan para que la familia tenga un al,-,jamiento saludable, bastante elegante y provisto de todas las comodidades necesarias, m•entras que alqui­lando el mismo alojamiento, el obrero lo paga al patrono con setenta. y cinco a cien jornadas de tra­ba.jo al aflo. Advirtamos que estas cifrss repres~n­tan el maximum de lo que cuesta hoy el alo]a­miento en Ioglaterra, dada la viciosa organi~ac16n de nuestras sociedades. En Belgica se han edtficado cludades obreras mucho mAs baratas.

Queda el vestir, en lo cual es casi imposible el calculo por no ser apreciables los beneficios reali­zados s~bre los precios por una nube de interme­diarios. Imaginad el pafio, por ejemplo! Y sumad todo lo que han ido cobrandose el prop1etarlo del prado, el duef1o de carneros '· el comerciante en lanas y todos los intermediar10s, hasta las Com­paf1ia~ de ferrocarriles, los hiladores. y tejedorea, comerciantes de ropas hechas, detalhstas para la venta y comisionistas, y os formareis idea de lo que se paga por un vestido a una caterva de bur­gueses. Por eso es absolutamente imposible decir cuantas jornadas de trabajo representa un gaban por el que pagAis clan pesetas en un gran bazar de Paris. ,

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Lo cierto ee que con las maquinas aetualee se Hagan A fabricar eantidades verdaderamente in­creiblee.

Algunos ejemploe bastarAn. En los Estados U nidos, 751 manufaeturas de

algod6n (hilado y tejido), eon 175.000 obreros y obreras, producen 1.939.400.000 metros de telae de algod6n, y ademas una grandisima eantidad de hi­lados. Las telae solamente dan un promedio supe­rior A 11.000 metros en treeeientas jornadas de tra­bajo de nueva horae y media cada una, 6 sea 40 metros en diez horae. Admitiendo que una familia emplee 200 metros por aflo, lo que seria mueho equivale esto A cincuenta horae de trabajo 6 se~ diez medias jornadas de cinco ho'ras cada ~na. Y adem as se tendrian los hllados, es decir, hilo para coser e hilo para tramar el pafio y fabricar telae de urdimbre de lana y trama de algod6n.

En cuanto a los resultados de tejido solo la es­tadistlea oficial de los Estados Unidos nos 'ensefia que si en 1870 un obrero, trabajando trace 6 eatorce horae dfarias, hacia 9.500 metros de tela blanca de algod6n por afio, trece aflos despues tejia 27.000 metros trabajando nada mas que eincuenta y cinco horae por sem~na. Hasta en las telae estampadas (incluao el teJido y la estampaci6n) se obtenian 29.150 metros en doe mil seiseientas sesenta y nueva horae al aflo, 6 sea unos 11 metros por hora. Asi, para tener los 200 metros de tela de algod6n, blanca y eatampada, bastaria trabajar manoa de veinte horas por pieza.

Convione advertlr que la primer& materia llega A f'Baa manufacturas casi tal como sale de los cam­pos, Y que la aerie de las transformacion.es para convertirla en tela termina en ese periodo de veinte horae por pieza. Mae para comprar eeoa 200 metros

L~ OONQUISTA DIDL PAR 99

en el comercio, un obre.ro bien ret~ibuido t~ene ~ue auministrar como mtnamum, de d1ez A qumce JOr­nadas de di~z horae de trabajo cada una, 6 sea de ciento a ciento cincuenta horae. En cuanto al cam­pesino ingh~s, necesitaria trabajar un mes 6 algo mas para permitirse ese lujo.

Este ejemplo manifiesta que con cincuent~ me­dias jornadas de trabajo por afio, en una soc1edad bien organizada, ae podria vestir mejor de lo q.ue hoy se visten los burgueses de poca importanCia.

Con todo eso, nos han bastad.o sesenta medt.as jornadas de cinco horae de trabaJo para proporCio­narnos los productos de la tierra, cuarenta para la habitaci6n y cincuenta para el vestido, lo cual no suma mas que medio afio, puesto que, de~uciendo las fiestas el aflo represent& trescientas Jornadas de trabaj~. Quedan otras cieuto cincuenta medias jornadae laborables, que podrian empl~arae en las otras necesidades de la vida: vino, azucar, cafe 6 te muebles, transportee, etc.

' Cuando en las naciones civilizadas contamos el numero de los que nada producen, de los que tra­bajan en industrias nocivas llamad.aa a desa,p~re­cer y de los que sirven de intermedtarios. inutlles, vemos que en cada naci6n podria du~hcarse e~ numero de los productores propiamente dlC~OS. y Sl

en Iugar de cada diez personas fuese!l vemte las dedicadas a producir lo neeesario, Y s1 la sociedad cutdase mAs de economlzar las fuerzas hu.manas, eaas veinte perso-nas no tendrian qu~ tr~ba]ar mas que cinco horae diarias, sin que d1ammuy?ae en nada la producc16n. Bastaria reducir el despllfarro de la fuerza humana al servicio de las famili.as ricas 6 de esa adminlstraci6n que tiene un funclo­narid por cada diez habitantes, y utilizar eaas fuer­zas en el aumento de productividad de la naci6n,

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100 P. K&OPOTJUNII

para limitar las horae de trabajo a cuatro y aun A tree, A condic16n de contentarae con la producci6n actual.

Suponed una sociedad de varioe millonee de ha­bitantee dedicados a la agriculture. y a una gran variedad de induetrias, y que todoe los nUioe apren­dan a trabajar lo miemo con las manoa que con el cerebra. Supongamos que todoslos adultos, excepto las mujeres ocupadae en educar A los nifios, se com· prometen a trabajar cinco horas diarias desde la edad de veinte A veintid6s afios basta la de cua­renta y cinco a cincuenta, y que se empleen en ocupaciones elegidas entre cualquiera de los traba· joe humanos considerados como necesarios. Tal eo· cledad podria, en cambia, garantizar el bienestar A to doe sus miembros, es decir, unas comodidades mucho mas reales de las que tiene hoy la clase media. Y cada trabajador de esta sociedad dispon­dria de otras cinco horae diarias para consagrar­lae a las ciencias, a las artes y a las necesidadee individuales que no entren en la categoria de las imprescindibles, salvo incluir mAs adelante en osta categoria, cuando aumentase la productividad del hombre, todo lo que aim se considera hoy como lujoso 6 inaccesible.

llas neeesidades de lujo

I

El hombre no es un ser que pueda vivir exclu­aivamente para comer, beber y dormir. Satlsfechas laa exlgencias materiales, se preeentarAn con mas ardor las necesidades A las cuales puede atribuir-

LA. OONQUISTA. DEL PA.N 101

eeles un caracter artistico. Tantos indlvtduos equl­valen a otros tantos deaeos, los cuales son mAe va­riados cuanto mas civilizada estA la socledad y mAs deearrollado el individuo. .

Hoy miemo ae ven hombres y muJeres que se privan de lo necesarlo para adquirir cualq~iera frualeria 6 proporcionarse un placer, un goce mte­lectual 6 material. Un cristiano, un asceta, pueden repro bar eeos deseos de lujo, pero en realidad, esas fruslerias son precisamente lo que rompe la mono· tonia de la exlstencta y la hace agradable.

Vemos que el trabajador, obligado A luch:u pe­nosamente para vivir, seve r~ducido A no conocer nunca esos altos goces de la Clencia, sobre todo del descubrimiento cientifico y de la creaci6n artistlca. Para asegurar A to do el mundo esoe ·~aces, ~e~erva­dos hoy al menor numero; para de~arle tlempo Y posibil idad de desarrollar sus capactdades intelec­tuales la revoluci6n tiene que garantizar a cada uno el

1 pan cotidlano. Tiempo libre desp~es del pan:

he aqui el supremo prop6sito que constttuye nues-tro objetlvo.

En el presente, cuando A centenarea de miles de seres humanos lee f~lta pan, ~arbon, ropa Y casa, ellujo es un crimen; p.ara sabsfacerlo, es nc­ceaario que el hijo del trabaJador carezca de pan. Pero en una sociedad donde nadie tenga hambre, eeran mAs vivas las necesidades de lo que boy lla­mamos lujo. Y como no pueden ni debeG aeons;~ jaree todos loa hombres, habn\. siempre, Y ea desear que los haya, _hombres Y mujeres cuyas ne­cesidades sean super10res.

No todo el mundo puede tener necesid~d de u~ teleecopio, pues aun cuando la lnstrucct6n. rues. general hay personas que prefiHen los eatudlOB mt· croscoplcoa al del cielo estrellado. Hay quienes

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102 p, KROPOTXINII

gustan de las estatuas, como otros de los lienzos de los maestros; tal indi,, iduo no tiene mas ambl· cion que la de poseer un uxcelente piano, al paso que tal otro se contenta con una guitarra. Hoy, quien tiene n~cesldades artfstfcas no puede satisfa· cerlaa, a menoe de ser h(jredero de una gran fortu­na; pero ctrabajando de firme~ y apropiAndose de un c_apit~l intelectual que le permita seguir una profe· s16n ltberal, siempre tiene la esperanza de satiafa­cer algun dfa mas 6 menoe sue gustos. Por eso a nuestras ideales socledades cot:1unfstas suele acu. sArselas de tener por unico objetivo la vida mate­rial de cada indivtduo, dictendonos: cTal vez ten­gais pan para todoa, pero en vuestros almacenee municipales no tendreis hermosas pinturas, instru mentos de optlca, muebles de lujo, galas; en una palabra, esas mil coeas que sirven para satf~facer la infinita varledad de los gustos humanos. Y por eso mlsmo euprfmis toda postbilidad de proporcio­naros sea lo que fuere, excepto el pan y la carne que el municipio comunista pueda ofrecer A todos Y la tela grie con que vtstaie a todas vueatras ciu~ dadanas.~

~e aquf la objecion que se dlrige contra todos los sistemas comunistas, objecion que jamas supie­ron comprender los fundadores c!e todaslas nuevas soctedades que iban A establecerse en los desiertos a~ericanos. Cretan que todo esta dicho si Ia comu­~ldad ha podido adquirfr bastante patio para vee· t1rse todos los asociados y una sala de conciertos donde los chermanos puedan ejecutar trozos de mil­sica 6 repres?ntar de vez en cuando una piececilla teatrah. OlVldaban que el sentido artistico existe lo misrno en ol cultivador que en el burgues, y quo si v~rian las formae del eentimiento segun la dife­rencla de cultura, su fondo eiempre es el mismo.

LA. OONQUISTA. DJI\L PA.N 103

lSeguid. ldentica senda el municipio anarquls­ta? Evidentemente que no, con tal de que com­prenda y trate de satisfacer todas las manifestacio· nee del espiritu humano, al mismo tiempo que ase­gure la produccion de todo lo neceeario para la vida material.

II

Confesamoe con franqueza que al pensar en los abismos de miserla y sufrimiento que nos rodean, al oir las fraaes desgarradorae de los obreroa que recorren las callas pidieudo trabajo, nos repugna discutir esta cuesti6n: en una sociedad donde nadia tenga hambre, lC6mo haremos para satisfacer A tal 6 cual persona deseoaa de poseer uoa porcelana de Sevres 6 un veatido de terciopelo?

Tentaciones nos dan de decir por unica rea · puesta: •Aseguremos lo primero el pan, y despues ya hablaremoe de la porcelana y el terciopelo,,

Pero puesto que es ·preciso re~onocer que ad~­mAe de los alimentos el hombre t1ene otras necesi­dades, y puesto que la fuerz:1 del anarquismo estA precisamente en que comprende tod~s .las facul~a ­des human!ls y todas las pasiones, sm tgoorar nm­guna vamos a decir en poc~s palabras c6mo po­dria. 'conseguirse satiefacer todas las necesidades intelectuales y artietlcas del hombre. .

Ya hemos dicho que trabajando cuatro o. cmco horae diarias basta la edad de cuarenta Y cmco a cincuenta alios, el hombre podria c6modamente producir todo lo necesario para garantfzar el blen-eatar A la socledad. .

Pero la jornada del hombre habituado al traba]o

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y valiendose de maquinas no es de cinco horae, sino de dlez, trescientos dias al afio en toda su vida. Aei destruye su salud y embota su intelfgencia. Sin embargo, cuando puede variar las ocupaciones, y ~obre todo alternar la labor manual con el trabajo mtelectual, estA ocupado con gusto y sin fatigarse dlez y doce horae. Asociandose con otros esas cinco 6 seis horae le darlan plena posibllidad de proporc~onarse todo lo que quiera, ademAs de lo neeesano asegurado a todos.

. Entonces .. se formarfan grupos compuestos de es­~ntores, ~a]Istas, itnpresores, grabadores y dibu­]antes, ammados todos ellos de un prop6sito co­mun: la propagaci6n de BUB ideas predilectas.

Hoy sabe el escritor que hay una bestia de car­ga, el obrero, a qulen por tree 6 cuatro pesetas dlarias puede confiar la impresi6n de sus libros· pero .no se cuida de saber que es una imprenta. si el caJista se envenena con el polvillo de plomo si el muchacho que da al volante de la mAquina muere de anemia, lDO hay otros miserables para reem plazar los?

Pero cuando ya no haya hambrientos prontos a vender sua brazos por una· ruin pitanza, cuando el explotlldo de ayer haya recibido instrucci6n y ten­ga que dar A luz BUB ideas en el papal y comuni­carselas A los demAs, forzoso sera que los literates Y los sabios se asocien entre si para tmprfmir sus versos y su prosa.

E~ tanto que el escritor considere la blusa y el trabaJo manual como un indicio de inferioridad Ie parecera asombroso eso de que un autor compo~ga e.l mismo BU libro con caracteres de plomo. lNO tlene el gimnasio y el juego de domin6 para des­c~nsar de sus fatigas? Pero cuando haya desapare­ctdo el oprobio en que se tiene el trabajo manual;

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cuando todoa se vean obligados a hacer uso de sus brazos no teniendo sobre quien descargarse de ese debar, '1ohl entonces los escritores y sus admirado­res de uno y otro sexo aprenderAn muy pronto a manejar el componedor 6 aparato de caracteres; conoceran los apreciadores de la obra que se 1m­prima el gozo de acudir todos junto~ a componerl!' y verla aalir hermosa, con su vlrgmal pureza, tt­rAndola en una maquina rotativa. Esas magnifi~as mAquinas-instrumento de auplicio para el mfio que las mueve hoy desde la manana ala noche­llegaran a ser un manantial de goces para los que las empleen con el fi n de dar voz al pensamiento de BUB autores favoritos.

lPerdera con ello algo la literatura? lSera me­nos poeta el poeta despues de haber trabajado e~ los campos 6 colaborado con suB ~anos para multl­plicar su obra? PerderA el novehsta algo de su co· nacimiento del coraz6n humano despues de haberse codeado con el hombre en la fnbrica, en el bosque, en el trazado de un camino y en el taller? Hacer estas preguntas es contestarlas.

Ciertos libroe seran quiza menos voluminosos, pero se imprimiran menos paginas para decfr mas. Tal vez se publique menos papal manchado, p~ro lo que se imprima sera major leido y mas aprema· do. El libro se dirigira a un circulo m~s vasto de lectores mas instruidos, mae aptos para ]Uzgarlo.

Ademas el arte de la imprenta, que ha progre­sado tan p~co desde Gutamberg, est a aun en la infancia Aun se necesita emplear dos horae en compon~r con letras m6viles lo que ee ascribe en dlez minutos y 86 buscan procedimientos mas ex­peditos para 'multiplicar el pensamiento. Se encon-traran. t

iAhl Si cada escritor tuviese que tomar par e

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en la impresion de sus libros, tcuAntos progresos hubiera hecho ya la imprental No estariamos aun con loa tipos movibles del siglo XVII.

III

lEa un sue.tlo el concebfr una socfedad en que llegando todos A ser productores recibiendo todo~ una fnstrucci6n que lea permita 'cultivar las cfen­cfas 6 las art?s y teniendo todos tfempo para ha­cerlo, se asoc1en entre si para publicar sus obras aportando au parte de trabajo manual? '

En estos ~omentos. se cuentan ya por miles y miles las soctedades ctentfficas, literarfas y otras. Eatae aociedades son agrupaciones voluntarias en­tre porsonas que se in teres an por tal 6 cual ram a del aaber, asociadas para publicar sus trabajos. Los autores que colaboran en las colecciones cien­tificae no son pagados. Dichas coleccfones no se venden: se envtan gratuitam~nte a todos los Ambf­tos del mundo, a otras sociedades que cultivan las mfs.mas ramaa del saber. Ciertos miembroa de Ia so~tedad lnsertan una nota. de una pagina resu­mt~ndo tal 6 cual obsE"rvaci6n, otros publican tra­ba]oa extensos, fruto de largos a.tlos de estudio al paso que ot.ros Ae limitan a consultarlos como p~n· to d~ ~arhda par3 uuevas investigaciones. Son asoc~actones entre autores y lectorea para la pro­ducCI6n de trabajos en que todos tienen interes.

Verdad es que la sociedad cfentifica (lo mfsmo que el perf6dico de un banquero) se dirige al edi­tor que embauca obreros para realtzar el trabajo

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de la tmpresion. Las gentes que ejercen profesiones liberales menosprecian el trabajo manual, que, en efecto, estA hoy en condiciones embrutecedoras en absoluto. Pero una socitJtl<\d que conceda A cada uno de sus miembros la inatrucci6n amplia, filos6· fica y cienUfica, sabra organizar el trabajo corporal de manera que sea orgul!o de la humanidad, y la sociedad sabia llegara A aer una aaocfaci6n de in­vestlgadorea, de aficionados y de obreroa, los cua­les conozcan un oficio domestico y se interesen por la ciencla.

Por ejemplo, sf se ocupan en la geologia, todos contribulrAn a explorar las capas tenestres, todos aportaran au parte de in -restigacionea. :Oiez mil obaervadoree en lugar de clento haran mas en un aflo que ee hace. hoy en vein~e. Y .cuan~o se trate de publicar loe d1versos trabaJoa, diez mil hombres y mujerea versadoa en los difercntea oficlos eata­ran diapuestos a trazar loa mapaa, grabar los dlbu­joa, componer el texto e imprimirlo. Alegremente dedicaran todos juntos sua ocioa, en verano a la exploraci6n y en invierno al trabajo de taller. Y cuando aparezcan sus trabBjoa, no encontrarAn ya aolamente cien lectores, sino que encontrar.an diez mil todos elloa interesadoa en la obra comun.

Hoy miamo, cuando Inglaterra ha querido hacer un gran diccionario de au lengua, no ha esperado a que nacieae un Ltttre para consagrar au vida a eaa labor. Ha llamado en su ayuda A los voluntarlos, y mtl personas se han ofrecido espontAI ea Y ~ra­tuitamente para registrar las bibliotecaa Y termmar en pocoa aflos un trabajo para el cual no habria bastado la vida entera de un hombre. En todaa las ramas de la actividad intellgente aparece la misma tendencia y seria preciao conocer muy poco la hu­manidad para no adivinar que el porvenlr se anun-

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cla en esas tentatfvas de trabajo colectfvo en vez del trabajo individual. . Para ~ue es~ obra fuese verdaderamente colec­

trva, hubrera srdo menester organizarla de modo que cinco mfl voluntarfoe, autores, fmpreeores y co­rrectores, hubfesen trabajado en com tin· pero ya ae h!' ~ado ese paso bacia adelante, graci~s Ala ini­crattva de Ia P!ensa socialista, que nos ofrece ejem­plos de trabaJo manual e intelectual combinadas Ocurre A menudo ver al autor de un articulo com: ponerlo el mismo para los peri6dfcos de combate.

En lo venidero, cuando un hombre tenga que ~ecfr a.Igo titfl, alguna palabra superior A las ideas e su srglo, no buscara un editor que se digne ade­

lantarle el capital necesario. Buscara colaborado­res entre loa que conozcan el oficio y hayan com­prendfdo el alcance de la nueva obra y juntos publfca~An ellibro o el periodico. , t La hteratura '! el periodiamo dejarlm de aer en-oncea un medio de hacer fortuna y de vivir a ex­

penaaa de otro. lHay alguien que conozca la lite­ratura y el perfodiemo y no anhele una epoca en que Ia lfteratura pue~a por fin libertarse de loa ue ~~ protegfan en ~tro trempo, de loa que la explofan

y y de la multJtud que, con raraa excepcfones la ~~fda ~n raz6n directa de au vulgariamo Y de la 'ta­

, a ~on que ae acomoda al mal gusto del mayor numeror

IV

vfd La literatura, 1~ ciencia y el arte deben aer ser­oa por voluntarioe. Solo con eea condici6n con-

~e~tf~x:n~~~rtaf rabe del yugo del Eetado, del capital ran a urguesa que loa ahogan.

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lQue medloe tiene hoy el aablo para hacer laa investigaciones que le interesan? 1Pedir el auxilio del Estado, que no puede concederse sino al uno por ciento de los aspirantes, y quo ninguno obtiene mae que comprometiendose ostensiblemente A ir por caminos trillados y a marchar por los carriles antiguosl Acordemonos del Instituto de Francia condenando A Darwin, de la Academia de San Pe­tersburgo rechazando A Mendeleef, y de la Sociedad Real de Londres negandose a publicar, como •poco cfentifica,, la Memoria de Joule que con tenia lade­terminacion del equivalente mecanico del calor.

Por eso todaslas grandee investigaciones, todoe los movlmientos revolucionarios de la ciencla han sido hechos fuera de las academlae y de las univer­sidades, ya por gentes bastante ricaa para ser lnde­pendientes, como Darwin y Lyell, ya por hombres que minaban au salud trabajando con escasez y muy a menudo en la miseria, faltos de laboratorio, per­diendo infinlto tiempo y no pudiendo proporcionarse los instrumentos 6 loa libros necesarios para conti­nuar sua investigaciones, pero perseverantea con­tra todas las esperanzas y muchas veces muriendo de pena. Su numero es legion.

Por otra parte, es tan malo el sistema de auxi­lios concedidos por el Estado, que en todo tiempo ha tratado de librarse de ellos la ciencta. Precisa.mente por eso estAn Europa y America llenas. de miles de sociedades sabias organizadas y sostemdas por vo · luntarios. Algunas han adquirido un desarroll? tan formidable, que todos los recur~os de las aoCleda· des subvencionadas y todas la rrquezas de los ban· queros no bastarian para comprar sus te_soros. Nin­guna instituci6n gubernamental ee tan rrca como la Sociedad Zool6gica de Londres, que s6lo esta aoste­nida por cuotaa voluntarlaa.

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No compra los animales que a millares pueblan sus jardines, sino que se los envfan otrae eocleda­dea y coleccionlstas del mundo entero: un dia un ele­fante, regaio de la Sociedad Zool6gica de Bombay· otro dfa un rfnoceronte y un hipop6tamo ofrecldo~ por naturalietas egipcioe; y esos magnifidos preseu· tee se renuevan de continuo, llegando sin cesar de los cuatro puntos del globo aves, reptiles, coleccio­nes d~ lnsectos, etc. Esos en vfoa comprenden a me­nudo anlmales que nose comprarian por todo el oro del mundo; algunos de ellos fueron capturados con rfesgo de la vida por un viajero y se loa da a Ia Sociedad porque estA seguro de que los cuidarAn alU bien. El precio de entrada pagado por los visi­tantes (y son innumerables) basta para sostener aquella inmensa colecci6n zool6gica.

Puede de~irse de los inventores en general lo que hemos dtcho de los eabios. lQuien ignora A costa de que eufrimientos han podido llevaree a cabo todas las grandee invencionee? Noches en blanco, pr1vact6n de pan para la familia falta de f~strumentos y primeras materias para las expe­rtenclas: t~l es la historia de todoe los que han do­tado A 1~ mdustria de lo que constituye el unico orgullo JUSto de nuestra civilizacf6n.

Pero lque se neceeita para salir de esas condi­ciones que todo el mundo esta conforme en hallar malas? Se ha ensayado la patente y se conocen los resultados. El inventor hambriento la vende por un puflado de pesetas, y el que no ha hecho mae que prestar el capital se embolsa los beneflcfos del in­vento! con frecuencia enormes. AdemAs, el privlle­g(o .atala al inventor; le obliga A tener en secreto sus mvesttgaciones, que muchas veces s6lo condu­cen 8. un tardio aborto, al paso que la sugesti6n mAs sencllla hecha por otro cerebro menos absorto

LA OONQUIBTA DJIIL PAN 111

por la idea fundamental basta algunae veces para fecundar la invenci6n y hacerla practica. Como todo lo autoritario, el privileglo de invenci6n no hace mas que entorpecer los progresos de Ia indus­tria.

Lo que ee necesita para favorecer el genio de los descubrimientoe es, en primer termino, deeper­tar las ideas; la audacia para concebtr, que con nuestra edacaci6n no hace mae que langufdecer; el saber derramado A manoa llenas, que centuplica el numero de los investigadores, y por ultimo, Ia con­clencia de que Ia hum~nidad va A dar un paso bacia adelante, porque casi siempre ha insplrado el en­tusiasmo 6 algunas veces la ilusi6n del bien A todos los grandee bienhechorea.

Entonces, al hacerse Ia revoluci6n social, se veran vastos talleree provistos de fuerza motriz e intrumentos de todas clases, inmensos laborato­rios industriales abiert9s para todos los investfga­dores.

Alli irAn a trabajar en sus ensuefios, deepues de haber cumplido sus deberes para con la sociedad; alii pa.sarAn sus cinco 6 seis horae librea; alii harAn sus experiencias; alii se encontrarAn con otros ca­ma.radas peritos en otras ramas de la industria y que vayan tambien A estudiar algun problema difi­cil· podran ayudarse unos A otros, ilustrarse mutua­m~nte, hacer brotar al choque de las ideas y de su experienc~ia Ia solnc16n deseada. 1Y esto no ea un suefiol Solanoy Garadok, de Petersburgo, lo ha rea­lizado ya a lo menos en parte, desde el punto de vista tecn'ico. Es un taller admirablemente provisto de herramientas y abierto a todo el mundo; en else puede disponer gratuitamente de los instntmentos y de la fuerza motriz; s6lo la madera y los metales hay que pagarlos por el precio a que cues tan. Pero

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loa _obreros no van alii basta por la noche, desfa­llecidos po~ diez horae de trabajo en loa talleres. y OCUltan CUldadosamente BUS invenciones a todas las miradas, cohibidos por la p"~ente y por el capita· lismo, maldici6n de la socie~ad actual, obstaculo con que se tropieza en el cammo del progreso lnte­lectval y moral.

v

lY el arte? ~or todos lados llegan quejas acerca de la d~cadenCia del arte. En efecto, distamos mu­cho ~e los grandee maestros del Renacimiento. La tecmca del arte ha hecho recientemente inmenaos progrel!os; mlllarea de personas dotadl:ls de cierto talen~o cultlvan todaa las ramas; pero el arte pa· rece hutr del mundo civilizado. La tecnica pro­gresa, pero la inapiraci6n ftecuenta menos que an­tea loa eatudioa de loa artfst&e.

l~e d6nde habfa de venir en efecto? S6lo una gran 1de~ puede inepirar el arte. En nuestro ideal arte ea sm6nimo. de creaci6n, debe mirar adelantei pero salvo rarfetmas excepciones, el artiata de pro­feei6n permaneceaiendo harto ignorante demaaiado burguea! para entrever loa nuevos hori~ontes. Esa inapirac16n no puede aalir de loa libros: tiene que tomarae de la vida, y no puede darla la socledad actual.

Los Rafael Y loa Murillo pintaban en una epoca en que la bus~a de un ideal nuevo aun ae acomo­daba con vie]as tradiciones religiosas. Pintaban para decorar grandee iglesias, que tambien repre­aentaban la obra piadosa de muchas generaciones.

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La basilica, con au aspecto mieterioso y au gran­deza, que la ligaba. con la vida miso:n\ de la ciude1d, pod{a inspirar al pintor. Trabaja.ba para. un monu­mento popular, dirig{ase A una muchedurnbre, y en cambio recibia de ella la tnspiraci6n. Y le ha­blaba en el miamo sentido que la nave, los pilare~;~, las vidrieras pintadas, las estatuas y las puertas esculpidas. Hoy, el honor mas grande A que aspira el pintor es ver au lienzo con un marco de madera dorada colgado en un museo-· una especie de pren­deria.-, donde se vera, como .ge ve en el Museo del Prado, la Ascension, de Murillo, junto al Mendigo, de Velazquez, y los Perros de Felipe II. 1Pobre VelAzquez y pobre Murillo! 1Pobres estatuas grie· gas que viv,an en las acr6polis de au~ ciudades, y que se ahogan hoy bajo los patlos rojoa del Louvre!

Cuando un escultor griego cincelaba el mArmol, trataba de expresar el espiritu y el coraz6n de la ciudad. Todaa las pasiones de esta, todas SUB tradi­ciones de gloria debian revivtr en la obra. Pero hoy, la ciudad una ha cesado de existir; no mAs comu­ni6n de ideas. La ciudad no es mas que un revol­tijo casual de gentes que no se conocen, que no ttenen ningun interes general, salvo el de enrique­cerse unos a expensaa de otros; no existe la patria ... c,Que patria comun pueden tener el banquero inter­nacional y el trapero?

S6lo cuando una ciudad, un terrltorio, una na­ci6n 6 un grupo de nacionea hayan recuparado au unidad en la vida social, es cuando el arte podrA heber su inspiraci6n en la idea comun de la ciudad 6 de la federaci6n. Entonces el arquitecto conce­bir~ el monumento de la ciudad, que ya no serA un templo, una cArcel ni una fortaleza; entonces el pintor, el eacultor, el cincelador, el adorniBta, etce­tera, sabran d6nde poner BUB lienzoa, BUS estatuas

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y BUB decoracfones, tomando toda au fuerza de eje­cuct6n en loa mismos manantiales de vida y cami­nando todos juntos gloriosamente bacia el porve­nir. Pero basta entonces, el arte no podra mas que vegetar.

Loa majores lieozos de los pintores modernos son aun los que reproducen la Naturaleza, la aldea, el valle, el mar con Bus peligros, la montana con sus eeplendores. Pero lC6mo podrA el pintor expre­ear la poesia del trabajo de los campos, si s6lo la ha contemplado 6 imagioado y nunca la ha pro­bado el mismo; si no la conoce mas que como un ave de paso conoce los paiees sobre los cuales se cierne en sus emfgraciones; si en todo el vigor de au hermosa juventud no ha ido desde el alba detras del ar~do; ei no prob6 el goce de aegar las hierbas con un am plio corte de hoz junto A robustos guada­tiadores del heno, rivalizando en brios con risue­tias muchachas que Henan los aires con sus canta­rea? El amor A la tierra y a lo que crece sobre la tierra DO 86 adquiere haciendo estudios a pincelj s6lo se adquiere poniendoee al servicio de ella. Y sin amarla, lC6mo pintarla? Por eso todo lo que en eate sentido han podido reproducir los majores pin­tores es aun tan imperfecto, y con mucha frecuen­cia falso. Caei siempre sentimentalismo: alii no hay fuerza.

Es preciso haber viato a la vuelta del trabajo la puesta del sol. Es preciso haber sido labriego con ellabriego, para guardar en los ojos sus eeplen­dores. Es preciso haber eetado en el mar con el pes· cador a todas horae del dia y de la noche, haber pescado uno miamo, luchando contra las olas, arros­trando la tempestad, y despuee de ruda labor, haber aentido la alegria de levantar una pesada red 6 el pesar de vol ver de vacio, para comprender

LA OOtQUISTA Dl!IL PAN 116

Ia poesia de la pesca. Es preciso haber pasado por la fabrica, conociendo las fatigas, los sufrimfentos y tambien los goces del trabajo creador; haber for­jado el metal A los fulgurantes resplandores de los altos hornoa; es precieo haber sentido vivir la rnA­quina para saber lo que es la. fuerza del hombre y traducirla en una obra de arte. En fin, es preciao sumiree en la existencia popular, para atreverae A retratarla.

Para que cl arte se desarrolle, dE:lbe relacio­narse con la industria por mil transiciones inter­mediarias de suerte que, por declrlo asi, queden confundld~a, como tan bien lo ban demostrado Ruskin y el gran poeta socialieta Morris. Todo lo que rodea al hombre en au domtcilio, en la call?, en el interior y el exterior de los monumentos pu­blicos, debe ser de pura forma artistica.

Pero esta no podra realizarse mas que en una ciudad donde todos disfruten de bieuestar Y tiempo Ubre. Entoncea ae veran eurgir asociaciones de arte en las cuales pueda cada uno dar prueba de sus ~apacidades; porque el arte no puede. P.asarse

·ilin una infinidad de trabajos suplementanos pura-mente manuales y tecnicos. Estas asociaciones ar­tiaticas se encargaran de embellecer los hogares de sus miembros como lo han becho esos amables vo­luntarios, los pintores j6venea de Edimburgo! deco­rando las paredes y loa techoa del gran hoapttal de los pobres de la ciudad. .

El pintor 6 eecultor que haya. produCido una obra de sentimiento personal e intlmo, la ofrecera A la mujer A quien ama 6 A un amigo. Hecha con amor lBerA inferior au obra a las que satiafacen hoy 1~ vanidad de los burgueses y de los banque­ros porque han costado mucho dinero?

Lo mismo sucederA con todoe los gocee que se

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buacan por fuera de lo neceeario. Quien apetezca un piano de cola, entrara en la asociaci6n de los fabricantea de instrumentos de mtisica. Y dedican­dole parte de BUB raedias jornadas lib res, muy pronto tendra el plano de BUB sueilos. Si se apa­slona por los eBtudios astron6micoB, ingresara en la asociaci6n de los astr6nomos, con sua fil6sofoB, suB observadoreB, BUB calculadores, BUB artiBtaB en instrumentos astron6micos, sus sabios y sus aficio­nados, y tendra el telescopio que desea suminia­trando una parte de trabajo en la obra comun pues un observatorio astron6mico requiere grande~ labores, trabajos de albafiil, da carpintero, de fun­didor, de mecanico, siendo el artista quien da sus ultimas perfecciones al instrumento de precision'

En una palabra, Jas cinco 6 eiete horas diarias de que cada cual dtspondrA despues de haber con­sagrado algunas A la producci6n de lo necesario bastarian ampliamente para satisfacer todas la~ necesidades de lujo infinitamente variadas. MUla­res de asociadoa se encargarian de ocuparBe de ello. Lo que ahora es privlleglo de una infima minorfa seria accesible asi para todos. '

Cesando de ser el lujo un a par a to necio y chi-116n de los burguesea, se convertirfa en una satis­facci6n artistica.

L.l OONQUISTA. DIDL PAM 117

Bl trrabaio agrradable

I

Cua ndo los socialistas afirman que una sociedad emancipada del capital sabrta hacer agradable el trabajo y suprimiria todo servicio repugnante y malsano, se leo rien en sus narlces. Y sin embargo, hoy mismo pueden verse paamosos progresos reali­zados en este sentido, y en todas partes doude se han producido esos t-robre~us, k s patronos se han congratulado de la economia de fuerza obtenida de esa manera.

Es evidente que podria hacerse la fabrica tan sana y tan agradable como un laboratorio cienti­ftco. No es me nos evidente que habria gran ven · taja en hacerlo. En una fabrica espaclosa y bien aireada es major el t rabajo, se aplican alli con mas facilidad las pequefias mejoraa, cada una de las cuales representa una aconomia de tiempo Y. de mano de obra. Y ei la. mayor p,arte de las ta.bncas continuan siendo los lugares inf~ctos y malsanos que conocemos, es porque al trabajador n? se le Uene en nada en la organizaci6n de las fabrtca~ , y porque eL raego caracteristico de ella.s es el mAs absurdo derroche de las fuerzas humanas.

Sin embargo con raras excepcionee, encuen­tran~e y a algun~s talleres fa.briles tan bien arre­gladoa, que darla verd1,dero gusto trabaj_ar en ellos ei el trabajo no durase mas de cuatro 6 cmco horae