Revista Internacional de Parapsicología

COMUNICACIONES DE PARAPSICOLOGÍA

Editora responsable: Dora Ivnisky Asesor de contenidos: Juan Gimeno

Dirección postal: Zabala 1930 Número 45 1712 Castelar - Prov.de Buenos Aires Marzo 2015 República Argentina E-mail: divnisky@gmail.com www.naumkreiman.com.ar

SUMARIO

Página

Publicación de manuscritos inéditos de Miguel Cané

relacionados con el espiritismo ........ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3

Acerca de la masonería y el espiritismo

Miguel Cané .......................................... 4

Carta sobre espiritismo

Miguel Cané .......................................... 6

Carlos Encina (Recuerdos íntimos)

Miguel Cané .......................................... 14

“Porque era absurdo no lo creí”: Andanzas de Miguel Cané

en las sesiones espiritistas

Juan Gimeno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24

Parapsicología en la Argentina ...... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40

Revistas recibidas ...... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44

Preguntas frecuentes....................................................................... 45

Es una publicación del Instituto de Parapsicología

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I: Método Científico y Parapsicología II: La Ciencia y el Experimentador en Parapsicología III: Actualidades parapsicológicas IV: Ganzfeld: Experimento y Metaanálisis V: Elementos descriptivos y conceptuales de Parapsicología

Ivnisky, Dora & Gimeno, Juan

• Naum Kreiman, la Parapsicología y la Ciencia

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Publicación de manuscritos inéditos de Miguel Cané relacionados con el espiritismo

Nuestra revista ha concluido una investigación documental

cuyos resultados quiere compartir con sus lectores. Soledad Quereilhac, investigadora del CONICET, divulgó en

uno de sus artículos (Quereilhac, 2013) la existencia en el Archivo General de la Nación de dos manuscritos de Miguel Cané, sin fechas de producción establecidas aunque estimadas por ella entre fines de 1870 y principios de 1880, en los que el autor describe sus observaciones en sesiones espiritistas y su opinión al respecto. En rigor, la autora agradeció en un pie de página a su compañero de cátedra, el doctorando Juan Pablo Canala, por el conocimiento de dichos manuscritos.

A partir de esa noticia, esta revista emprendió la localización de esos documentos, entre otros cientos que conformaban el Fondo Documental Miguel Cané. Finalmente pudieron ser hallados, duplicados, digitalizados y publicados en las páginas siguientes de este número. También se incluye un tercer texto de Cané (1882), ya publicado aunque muy poco conocido, que completa el tema.

Miguel Cané es ampliamente conocido por su novela Juvenilia, aunque también escribió gran cantidad de artículos periodísticos, algunos de ellos recopilados en libros como “En Viaje”, “Notas e Impresiones” o “Prosa Ligera”. Además fue un destacado político, fiel representante de la Generación del 80. Fue elegido diputado nacional (1875) y designado Director General de Correos y Telégrafos (1880), Ministro Plenipotenciario en varios países (1882) e Intendente de la Ciudad de Buenos Aires (1892). Falleció el 5 de septiembre de 1905, a los 54 años de edad.

Esperamos que la divulgación de este material sea de utilidad para los lectores y para otros investigadores, y que contribuya a echar luz sobre una etapa poco reconocida de la parapsicología argentina.

Cané, Miguel. (1882). Carlos Encina (Recuerdos Íntimos). En (1882) A la distancia, Buenos Aires: Imprenta de El Diario. Quereilhac, Soledad. (2013). Ecos de lo oculto en el Buenos Aires de entre-siglos: intervenciones de escritores e intelectuales en medios de prensa. Literatura y Lingüística, 28, 91-106.

Acerca de la masonería y el espiritismo

(Manuscrito sin título depositado en el Archivo General de la Nación, Sala

VII, Fondo Miguel Cané)

MIGUEL CANÉ

He formado parte de cuanta asociación extravagante he encontrado en mi camino. En la edad en que la mayor parte de los hombres aún no se han desprendido de las vagas y entusiastas ideas de la juventud, era ya masón. Debo declarar, sin embargo, que la única causa que me arrastró a ingresar en las filas de esa sociedad tan poco conocida y tan discutida, fue una ardiente curiosidad, completamente ajena a las ideas humanitarias y socialistas que imprimen en la frente de los adeptos el sello de los sueños eternos. Pasé por todas las pruebas que el ritual exige, cumplí estrictamente mis deberes y al poco tiempo crucé con orgullo sobre mi pecho la banda del maestro. Ese día, para mí lleno de encanto, fue día de dolor en mi casa; mi banda, religiosamente conservada en un cajón de mi escritorio, fue descubierta por mi madre, que se creyó la mujer más desgraciada de la tierra: su hijo era masón!

Verdad que mi padre, cuando supo la aventura, me llamó sosegadamente a su cuarto y con cierto aire que yo me esforzaba en encontrar solemne, pero que en realidad sólo era burlón, sacó una riquísima banda de grado 33 y me la ofreció para el caso en que consiguiera esa alta dignidad en el orden masónico.

Nada influye tanto en el espíritu de un hombre joven como las ideas del padre; las del mío han determinado mi rumbo intelectual. Hombre de su época, escéptico, descreído, pero con arranques instintivos de un entusiasmo indescriptible, había escrito mucho y viajado largos años. Respetando las creencias sinceras dondequiera que las encontrara, había visitado los templos de todas las culturas y

estudiado con la prolijidad de un arqueólogo hasta los detalles de la liturgia de todas las religiones positivas. Desde el templo católico hasta la sinagoga del judío, desde el severo santuario del presbiteriano hasta la elegante mezquita del musulmán, todo lo había recorrido, obedeciendo las prescripciones del rito, doblando la rodilla ante una imagen católica o cubriendo su cabeza del blanco cendal judío.

Esa práctica ha tenido una influencia decisiva en el carácter de mi padre y en el mío: desligándonos de toda asociación religiosa, ha fortificado en el fondo de nuestro espíritu una idea profunda, la creencia en un principio supremo, garantía inmutable del orden universal.

Creer en Dios, en nuestro tiempo, es un beneficio precioso; lo debo a mi padre, que para el vulgo era un ateo…

Decía que jamás un asociación mística cualquiera había dejado de contarnos entre sus fieles. Cuando descubría en el espíritu de sus fundadores un propósito de explotación, tomaba simplemente mis medidas, pero no desistía de mi intento. Toda mi aspiración es vivir un par de años en los Estados Unidos. Pasaría tres meses entre los mormones siguiendo al pie de la letra las prescripciones de Joe Smith, otros tres en el falansterio de los Shakers, los eternos célibes, y volvería en mi vejez a morir en el seno de la curiosa secta de los free lovers. Todo eso me encanta por su originalidad y me encantaría mucho más si los propagandistas del catolicismo en la Unión Americana no aprovecharan en obsequio a su iglesia la división del elemento protestante.

Pero lo que siempre me ha seducido es el espiritismo; cuando me hundo en un libro de Allan Kardec o me siento gravemente ante un trípode (tengo de toda forma y figura) me parece encontrarme en el alegre mundo de los griegos, en pleno Delfos, amarrado a la túnica del sacerdote y esperando ansioso la respuesta de la pitonisa, para lanzarme con aliento a la arena de los Juegos Olímpicos.

Luego, un espiritista convencido tiene un encanto irresistible para el observador. Todo el arte consiste en no discutirle; a más eso no tiene objeto. Siempre he creído que aquel que discute los milagros

de las Escrituras, sus convicciones políticas o sus gustos musicales, sin un interés positivo, es un hombre de alcances limitados. El día que veo un imbécil prosternado sobre las piedras de una iglesia en horas en que la sociedad se entrega al trabajo, siento una emoción agradable y espero con paciencia que no faltará en mi tierra un Aristófanes o un Juvenal.

Pero ¡los espiritistas! Conversan con el desvanecido mundo del pasado, llaman a juicio a los que han sido y se codean, en sus coloquios sublimes, con los espiritistas más eminentes que han brillado en la historia. A más, yo les estoy grato: os diré por qué.

______________

Carta sobre espiritismo

(Manuscrito sin título depositado en el Archivo General de la Nación, Sala

VII, Fondo Miguel Cané)

MIGUEL CANÉ

Estimado amigo:

Me pide V., en términos que me hacen imposible el silencio, manifieste las ideas, consecuencias, deducciones, etc. que la lectura de los libros sobre espiritismo y la serie de fenómenos que he presenciado, me hayan autorizado a afirmar.

Debo confesar sinceramente que siempre consideré el espiritismo como una taumaturgia vulgar, alimentada por ese amor inalterable a las maravillas que forma una de las bases del espíritu humano.

El espiritismo nació en Estados Unidos, ese digno hijo del pueblo inglés. Las controversias religiosas que durante tantos años perturbaron la tranquilidad social de la metrópoli, parecen revestirse de un carácter especial de misticismo en la colonia; sin dejar de existir los presbiterianos, los conformistas, los anglicanos, etc. etc., algunas de esas sectas bajo diferentes denominaciones, han brotado, al lado de las ramificaciones tradicionales del cristianismo, algunas escuelas curiosas, como los mormones, los free lovers, los shakers, etc., cuya filiación parece encontrarse en los viejos monumentos que aún nos quedan de la primitiva India brahmánica.

En ese país de los revivals se produjeron los primeros fenómenos que fueron llamados después espiritistas. Era una presunción en contra de la nueva doctrina, porque no ofrece autoridad ninguna a la razón, la identidad de origen con los extravagantes falansterios que he mencionado más arriba.

Nunca me hubiera ocupado de tal secta, que consideraba como una superchería disgustante, sin la palabra de algunos hombres cuya inteligencia y cuyo carácter respeto, y que me afirmaban haber presenciado algunos fenómenos dignos de estudio. Más tarde se me facilitó la publicación hecha por M. William Crookes, uno de los hombres de ciencia más notables de Inglaterra, respecto a esos mismos fenómenos, que él había observado con una severidad inquebrantable y sometiéndolos a la más sana crítica científica. Confieso que esa lectura me impresionó porque las aseveraciones que contiene son tan extraordinarias que sólo pueden venir de un loco o de un alucinado. Las condiciones en que se colocaba Mr. Crookes para el estudio de los referidos fenómenos, imposibilitaban por completo la ilusión, mientras que los trabajos posteriores del sabio químico dan absoluto testimonio de la solidez de su inteligencia y de la armonía de sus facultades.

El espiritismo consiste en la creencia, vieja como el mundo, de una vida ulterior, durante la cual el alma de los que fueron, se purifica constantemente, hasta encerrarse y confundirse con el principio divino de donde emanaron.

Cualquier hombre regularmente versado en los últimos trabajos científicos, tan fácilmente accesibles hoy, por los libros de vulgarización, encontrará que esa doctrina viene directamente de la India, donde formaba la religión secreta de los brahmanes, siempre vigilantes de mantenerla reservada al estúpido vulgo, como califican las leyes de Manou a las clases inferiores, que la nomenclatura moderna adorna con el pomposo llamado de “pueblo soberano”: existía en la India el “Libro de los Pitris” (espíritus), que Jacolliot ha traducido junto con la Agrouchada - Parikchai, que es el compendio filosófico de los espiritistas indus. “Los egipcios, los kabalistas judíos, los pueblos de la Finlandia, la escuela de Alejandría, Filón y sus discípulos, los galos, los primeros cristianos mismos, conocieron estas doctrinas y, como los indus, las reservaron a sus iniciados.” (1).

Uno ha constatado que la creencia en la intervención de los espíritus es un hecho histórico cuya responsabilidad no puede arrojarse sobre nuestro siglo, sólo nos resta hacer una salvedad antes de pasar adelante.

No soy espiritista, no creo en la intervención del alma de los que fueron en las cosas de la vida y en el estado actual de mi conciencia abrigo dudas profundas respecto a una existencia ulterior, consoladora creencia que por desgracia no tiene aún comprobación irrefutable mientras que la contraria avanza con su cortejo de ideas desoladoras…

Voy simplemente a narrar los hechos que he presenciado, los fenómenos que me ha sido posible estudiar, partiendo de una base inconmovible y firme: todo movimiento, toda modificación, toda manifestación de fuerza o transformación de materia, es el producto de leyes naturales más o menos conocidas hasta hoy. Si mañana, he repetido con frecuencia, me viera detenido en media calle por un farol de alumbrado que me saludara civilmente, en idioma para mí conocido, una vez persuadido de no encontrarme bajo un golpe de

(1) Luis Jacolliot - “Le spiritisme dans le monde, l’initiation et les sciences

occultes dans l’Inde et tous les peuples de l’antiquité”. Paris, a. Lacroix et

Cie., 1875. Recomendamos eficazmente este libro a los que quieran hacer un

estudio de estas interesantes cuestiones.

Copia de una página del manuscrito de Miguel Cané titulado en esta revista como

“Carta sobre espiritismo”

alucinación, no me quedarían más que dos caminos: suplicar a un médico se cerciorase de que no me encontraba en estado de locura y en tal caso, reconocer, no sin asombro, que existe una ley natural mediante la cual los faroles bajan y saludan cortésmente a los paseantes.

Absurdo, se me dirá. Soy el primero en reconocerlo; pero el absurdo y yo, durante las sesiones de espiritismo (1) a que he asistido, hemos hecho tan íntima relación que muchas veces, después de oír voces extrañas, ver girar objetos, levantarse mesas, cernirse manos o correr sillones, salía a la calle y me parecía inadmisible la quietud de los astros y ridícula la tiesura imperturbable de las paredes.

Hechas estas salvedades, diré lo que he visto; para un adepto habituado a frecuentes manifestaciones, todo esto no vale nada. Yo,

que lo he visto, lo encuentro absurdo, inadmisible, en pugna con todas las nociones racionales del espíritu, en abierta oposición con el orden universal, tal como lo comprendo… pero lo he visto.

Fuera de los casos en que hemos hecho observaciones entre algunos amigos, sin intervención de ningún espiritista, el medium (el agente entre el mundo físico y los pretendidos espíritus) de que me he servido, ha sido un hombre a quien no conozco hasta el punto de formular un juicio sobre él; desde el primer momento, hasta hoy, he desconfiado de su buena fe, muchas veces sin darme el trabajo de disimularlo. Nunca se ofendió y siempre procuró desenvolver en mí el espíritu de análisis a fin de que obtuviera una persuasión completa. Sólo una vez me hizo una observación respecto a los peligros del medium cuando se encuentra bajo una acción magnética, observación que, por otra parte, está consignada en varios libros de espiritismo. Cuando llegue a hablar de los fenómenos de apariciones y materializaciones haré referencia a ella.

Empezamos las observaciones entre algunos amigos, la mayor parte escépticos como yo y algunos más que yo, por cuanto no sólo niegan las causas supuestas de los fenómenos, en lo que de acuerdo

(1) Digo espiritismo para evitar perífrasis. No aceptando la doctrina mal

puedo aceptar su denominación.

estamos, sino también los fenómenos mismos, producidos casi siempre bajo un control vigilante.

Las primeras sesiones se redujeron a movimientos de la mesa, manifestaciones llamadas inteligentes y sesiones en la oscuridad, condición que desvirtúa los fenómenos realmente extraordinarios que nos fue dado presenciar.

Colocados cuatro o cinco individuos, incluso el medium, alrededor de una mesa circular, sostenida en tres pies, apoyábamos las manos simplemente y sin esfuerzo en el borde de la mesa; dos de nosotros, sentados a ambos lados del medium, vigilábamos cada uno de sus movimientos, llevando la precaución hasta el punto de sujetar sus dos pies entre los nuestros. En esas condiciones y pasados algunos momentos de silencio, la mesa se elevaba de uno de sus pies, descendía, volvía a elevarse, hasta tomar en muchas ocasiones un movimiento oscilatorio curvilíneo, que nos era difícil contener. Muchas veces durante esas sacudidas el medium levantaba sus manos y las colocaba sobre las mías, sin que yo sintiera presión ninguna.

En el centro de la mesa se encuentra un triángulo, cada uno de cuyos lados, conteniendo nueve letras del alfabeto, en un orden muchas veces arbitrario o respondiendo al uso frecuente de las vocales, corresponde a una pata de la mesa. De manera que la elevación de un pie indica el lado del triángulo en que la letra se encuentra, y el número de golpes dados por el mismo determina cuál de las nueve debe tomarse.

A pesar de los frecuentes fenómenos obtenidos por ese medio, sobre todo los que se denominan manifestaciones inteligentes, declaro con la sinceridad que me he impuesto al escribir estas líneas, que no me han sorprendido tanto como los efectos físicos mismos, por sencillos que sean, como el movimiento de la mesa, por ejemplo. He hecho preguntas mentales a las que algunas veces el movimiento de la mesa, interpretado por el alfabeto, ha contestado pertinentemente; otras, sobre todo cuando he hecho observaciones con un amigo que parece poseer la fuerza curiosa de que hablaré más adelante, sólo he recibido en respuesta palabras sueltas sin sentido, o

nombres de personas queridas, tal vez flotando en mi conciencia en esos momentos, de una manera inconsciente para mí.

Algunas veces un viejo maestro mío, por cuya memoria tengo veneración, daba su nombre en el alfabeto y me dictaba comunicaciones bellísimas, perfectamente dignas de su enseñanza admirable, cuando se agitaba entre los vivos. Copiaba en silencio las letras que los movimientos de la mesa indicaban; nunca he podido creer una palabra de las intervenciones de los espíritus. Hay creencias irresistibles que están arriba o abajo de algunas naturalezas; la mía es superior en escepticismo a la del Tomás de la fábula evangélica: he visto cosas que no creo.

Muchas de las comunicaciones recibidas por el medio indicado y muchas por personas ilustradas durante su vida (poniéndome siempre bajo el punto de vista espiritista) contenían enormes errores de ortografía o curiosos galicismos, lo que incitaba más aún a desconfiar del medium.

Diré, sin embargo, que algunas veces hemos obtenido, con algunos miembros de mi familia, perfectamente incrédulos, algunas rápidas combinaciones de letras realmente asombrosas. Citaré una sola.

Una noche, a las diez u once, habiéndose empeñado un amigo y una joven de la casa en que me encontraba a que nos sentáramos alrededor de una mesa de tres pies, a fin de procurar la obtención de los fenómenos que habían oído referir sin presenciarlos nunca, organicé a la ligera un alfabeto, lo coloqué en el centro de la mesa e impusimos al borde nuestras seis manos. La joven estaba inquieta y preocupada, a pesar de sus repetidos esfuerzos por sonreír y las apuestas, que yo aceptaba, a que no habría movimiento. Habría transcurrido un cuarto de hora cuando la mesa comenzó a oscilar. Nos miramos: vi cuatro ojos fijos en los míos con una expresión de desconfianza. Esperé un instante a fin de que los movimientos de la mesa se acentuaran y retiré enseguida mis manos, yendo a sentarme a dos varas del grupo. Los movimientos continuaban; la joven entonces miró sonriendo a mi amigo, quien a su vez y a indicación mía, abandonó la mesa, viniendo a colocarse a mi lado.

La mesa, con gran asombro de la niña, continuó moviéndose de una manera regular. Tuve que suplicar a ésta no retirara sus manos y pedí a mi amigo me dictara las letras que las oscilaciones determinaran; obtuve así lo siguiente:

“Soy XXX (el nombre de un amigo, muerto no ha mucho). Incendio ‘Fulminante’, crimen que exige venganza”.

Mi amigo preguntó, casi sin darse cuenta de lo que hacía: ¿Cómo se llama el criminal? “Over”, obtuvimos.

Ese día había tenido lugar el siniestro del “Fulminante”. Esa idea, dominando nuestros espíritus, tal vez el de la joven con más intensidad, ¿no produciría en nosotros una alucinación inexplicable, que nos hacía leer esas palabras, o detener los movimientos de la mesa, por medio del fluido magnético que a cada uno de nosotros rodea, precisamente en la letra que respondía al pensamiento dominante?

Ese ensayo de explicación, que no tenía ni aún la autoridad de una opinión científica, hará comprender claramente mi manera de apreciar los llamados fenómenos inteligentes.

Hago constar, porque, repitiendo las palabras de Mr. Crookes, “sería cobardía callarlo”, que los movimientos de la mesa, espontáneos y contra las leyes de la gravitación algunos de ellos, no me ofrecen hoy duda alguna. Los he observado en circunstancias tan diversas, en tan repetidas ocasiones, que mi espíritu, anhelando la lógica y la armonía, se ha abrazado a la idea de una fuerza nueva, desconocida para la ciencia, pero cuyos elementos nos son tal vez familiares.

______________

Carlos Encina (Recuerdos íntimos)

(Artículo publicado en un diario de Buenos Aires en 1882. Fue incluido en el libro “A la distancia”, publicado en 1882 -Imprenta de “El Diario”- y luego en el volumen “Charlas literarias”, aparecido por primera vez en 1885 -Sceaux- y más tarde en 1917 -Buenos Aires, La Cultura Argentina-)

MIGUEL CANÉ

Me llega la triste noticia de la muerte de Encina: no me ha sorprendido en manera alguna. Desde que lo vi por última vez, poco antes de dejar la patria, nunca pude recordarlo sino como un espíritu que sobreviviera al cuerpo ya confundido con la tierra. Tenía una palidez marmórea y los ojos le brillaban con una fosforescencia continua e insoportable. Entreveía la proximidad de su fin y nunca pude comprender las cosas que pasaban, ante esa perspectiva, en el fondo de aquel organismo moral, tan profundo y oscuro.

Encina me desesperaba: el hábito de hablar frecuentemente con los representantes más altos de la inteligencia argentina, me ha facilitado la comprensión fácil y casi completa de los caracteres de nuestro intelecto nacional. El colorido vagabundo de Sarmiento; la abundancia elegante y erudita de López; la forma armoniosa de Avellaneda; la inimitable charla de Goyena, con la viveza de sus golpes de vista y las finísimas picaduras que la esmaltan; la claridad de Del Valle; la claridad, que es la inteligencia, la vida intelectual; la malicia de Lucio… a qué citarlos todos, si a alguno he de olvidar, aunque recuerde la actividad de Dardo, con sus mil ojos abiertos sobre todos los rumbos del espíritu humano, ojos sobre los que jamás cae el párpado; la firmeza de Pellegrini, con dedos en la inteligencia, según la frase gráfica de Del Valle; la clarísima percepción de Gallo; y la fuerza manquée que anida el cráneo de Roque?

La ideología alemana jamás echará raíces entre nosotros; falta la sombra, falta la tradición, sobra la noncuranza deliciosa de las cosas que no se mueven y agitan, como pabellones flotantes ante el espíritu. ¿De dónde venía Encina, entonces? Como Byron brota en suelo inglés, como Caldas en los valles eléctricos de Popayan… algo como si Julián Martínez fuera sueco.

Recuerdo que poco después de dejar el Colegio Nacional y de haber alcanzado en un examen de filosofía en la Universidad un éxito que halagó mi vanidad infantil, avergonzado de la mole inmensa de novelas que había devorado durante seis años, resolví ponerme a leer libros serios y emprendí, como ensayo, la lectura razonada, metódica y comprensiva del volumen de Emerson The Representations men. Con paciencia y no poca intensidad de atención, la cosa no iba mal; digerí Napoleón, Montaigne, Goethe… pero, en Swedenborg me varé, como ¡ay! me he varado tantas veces después en Herbert Spencer. Volví a la carga, porque me parecía indigno que un distinguido estudiante de filosofía se corriese ante una exposición del misticismo. Todo fue inútil; no comprendía, no tomaba el conjunto, y el Matrimonio en el cielo me daba vértigo. Acudí a Pedro Goyena, que acababa de ser mi maestro de filosofía, y que, por consiguiente, tenía el oficio de entender estas cosas. Le mandé el libro pidiéndole auxilio. ¿Entendió Pedro? No lo sé; pero me contestó con una frase del conde José de Maistre, si mal no recuerdo (hace 15 años!): “No hay método fácil para aprender cosas difíciles. Cuando quiero estudiar algo oscuro o profundo, me encierro en mi cuarto, digo que no estoy y le prendo!” – así traducía Pedro.

Cada conversación que más tarde he tenido con Encina me ha recordado mi aventura con el Swedenborg de Emerson. Una vez se la conté y me miró con unos ojos que traducían bien la palabra compasiva retenida por educación.

Mis primeras relaciones con él datan del Canto al Arte. Se trataba del Centenario a San Martín, y nos reuníamos en mi casa, para arreglar la conferencia, Ricardo Gutiérrez, que trabajaba El

Poeta y el Soldado, Andrade con su Nido de Cóndores, Encina con su Canto al Arte: ¡tres obras maestras!

Nunca olvidaré la impresión profunda y dulce que me causaba ver esos tres hombres de cabeza iluminada, sentados alrededor de una mesa, unidos un momento en el ideal, sin envidia, sin emulaciones… Yo había aceptado la idea de escribir algo en prosa; tuve el coraje de cumplir, y así me fue! Escribí mi Paso a los Poetas! que se acerca mucho a lo más indecente que haya producido en mi vida, y que Luisito Varela acabó de guillotinar en el tablado de Colón. Te perdono, Luis: … era justicia.

La cuestión, lectores, nos tenía preocupados; Andrade, con su lengua de trapo, no tenía la menor idea de ejecutarse, y alcanzó la buena suerte de dar su canto a Bartolito Mitre, que, aunque no es un Legouvé, ni un Dickens, es de lo mejor que hay en aquella tierra, donde nadie sabe leer. Ricardo declaró que leería él mismo; me inquieté, porque no le tenía fe. Qué habría sido si el velo del porvenir, descorrido ante mis ojos, me hubiera permitido ver el asesinato perlático del bello canto, perpetrado por el autor mismo! – Dicen que Wagner ha querido más de una vez cantar sus propias óperas; Ricardo tiene algo del semidiós de Bayreuth.

Por fin, Encina, que no hallaba árbol de que colgarse, me pidió que leyese su canto. En vano le objeté mi falta de práctica y de voz. Decía que yo entendía su obra, y que con un rato de conversación acabaríamos por ponernos de acuerdo. Indudablemente, el Canto al

Arte no es el segundo Fausto; inspirado por un espiritualismo entusiasta y absorbente, su marcha es clara y su objetivo definido: hacer del arte una religión. – Pero las explicaciones de Encina me aturdían. Encina veía dentro de sus versos más de lo que los comentadores todos han visto en la Divina Comedia.

Una Psicología, una Estética, una Teodicea, – el cielo y la tierra. Luego tomaba un lápiz, trazaba una parábola y marcaba un verso en la cumbre, otro en los declives, como la prudente dueña de casa que dibuja en un papel la colocación de sus convidados.”Aquí levanta la voz, aquí piano, aquí solemne…” Yo oía en silencio, porque Encina no bromeaba jamás, y porque tenía costumbre de respetarle todas sus extravagancias. Al fin la lectura se hizo, el canto

tuvo el éxito que se sabe, pero creo que, en el fondo, Encina quedó medianamente satisfecho de su intérprete.

Seguimos viéndonos con frecuencia, siempre a propósito de artes. Una noche, en su casa, la señorita de Montero interpretaba con un gusto exquisito el Nocturno Nº 2 de Chopin, pieza predilecta de Encina y mía. Pedimos la repetición, y a medida que el triste andante se desenvolvía, Encina, a mi lado, lo traducía lentamente. Tenía la intención de reproducirlo en verso. Fue nuestra primera discusión, sosteniéndole yo que la pieza era completamente ajena a la impresión que causaba. Es indudable que ese andante, como cualquier otro trozo escrito en las mismas condiciones de movimiento y marcha, despertaría sentimientos de una intensidad análoga, pero jamás los mismos, porque no todos los hombres están en la misma situación moral en el momento de oír, etc. Encina pretendía que una buena traducción en verso de un trozo de música debe despertar idéntica impresión que la música misma. La teoría de Wagner al revés.

¡Qué explicaciones aquéllas! Encina tenía facilidad de palabra y claridad en la forma expresiva. Pero el pensamiento era tan oscuro, los hilos que ligaban las ideas unas a otras tan tenues, que acababa por perderme sin atinar dónde estaba. Y lo curioso es que la apariencia lógica era intachable. Partía de un punto claro, concreto, generalmente un axioma sobre las evoluciones más conocidas del pensamiento. Luego sacaba una consecuencia perfectamente razonable, y por el mismo procedimiento de mecánica intelectual, subía, se bifurcaba, se eterizaba. Y la labor era inmensa. Más de una vez, perdida la esperanza de llegar con él adonde me guiaba, me entretenía en observarlo; los ojos se ponían incandescentes, las venas de la frente se hinchaban y un rojo enfermizo cubría los pómulos.

Una noche me encontró leyendo a Hartmann, porque todo hay que leer en esta vida. Lo conocía, pero no lo apreciaba. –“La voluntad de Schopenhauer, el inconsciente de Hartmann, son simples detalles, fragmentos de un sistema que no ha sido aún formulado científicamente, porque los filósofos no quieren convencerse que la verdad radica en el número y nada más. Todos esos elementos incoherentes, todas las combinaciones del espíritu, las leyes del

universo, los problemas del destino humano, caben y están contenidos en el Trascendente…”

– ¿En el?….

– En el Trascendente. He pensado largos años, mi amigo, y al fin tengo reunidos los materiales para la obra que he soñado y que llevaré a cabo así que restablezca mi salud. ¿Quiere usted saber en qué fundo mi sistema?

– Veamos; pero, por Dios, hable despacio, con su claridad de siempre, y a más, métame las cosas por los ojos, déles forma definida, concreta.

– ¿Cuál es la raíz cuadrada de 2? 1 por 1 es 1. La raíz cuadrada de un número entero no puede ser un quebrado. Si usted soluciona el número 2 en un cuadrado gráfico, encontrará la raíz. Pero manténgalo como número: no lo puede determinar. Sin embargo, existe, ¿no es así? Pues bien, esos números fijos pero indeterminables, se llaman en matemáticas trascendentes. He ahí la base de mi sistema. En las relaciones infinitas de la vida animal, vegetativa, inteligente, en todo lo que se mueve y obra en el Universo, la ley eterna que preside y explica, es esa relación vaga en apariencia, inalterable en el fondo, que llamo el trascendente. Óigame con atención.

Y en cuadros soberbios muchas veces, alcanzando por momentos la alta elocuencia severa y sencilla, tan diferente de la declamación, Encina llegaba a alturas vertiginosas. Como se comprenderá, jamás alcancé a explicarme el trascendente. Un día, en la biblioteca de la Universidad, pedí a Encina hiciera la explicación a Del Valle, que, a pesar de todo su esfuerzo, quedó a oscuras y con el espíritu rendido. Encina me sostenía que sus ideas no eran confusas, sino que el espíritu colectivo de nuestra sociedad intelectual, no estaba preparado por una gimnasia constante a la percepción rápida de ese género de especulaciones. Solía irritarse cuando, cansado, acababa por burlarme un poco de sus veleidades metafísicas. “¿No basta, amigo, le decía, el cúmulo de amarguras que caen sobre nosotros diariamente, las decepciones, las ambiciones muertas, para que aumentemos el caudal negro, buscando caracteres imposibles en la página blanca de la vida futura?”

Era ese precisamente para Encina el primordial deber humano. Kant, restringiendo el campo de la observación, los positivistas, cerrando la exploración metafísica de los cielos y burlándose del sentimiento, como órgano de investigación, lo irritaban hasta subir a la injuria. En una palabra, no he conocido un organismo moral más profundamente impregnado de religiosidad que el de Carlos Encina. Tenía arrebatos coléricos contra el catolicismo, contra todas las religiones positivas del mundo, pero ansiaba creer, buscaba con un ardor desalentado medios de cohonestar las exigencias de su razón con las aspiraciones de su alma. Es ese un martirio muy común en nuestro siglo, el vagar eterno de los espíritus creyentes, girando sobre sí mismos sin rumbo fijo y flotando siempre en la duda que los mata.

Fue de esa manera que Encina cayó en el espiritismo. La primera vez que me habló del asunto, proponiéndome que emprendiéramos una serie de experimentos, me hizo una exposición del sistema, esforzándose en demostrarme que, en el fondo, la teoría era de una lógica absoluta para los espiritualistas. Le contesté que mi naturaleza, desgraciadamente escéptica, más aún, refractaria a la fe, me impedía prestar crédito a los infinitos sistemas, inclusive las religiones, creados por la imaginación para satisfacer las necesidades morales de los hombres. Pero que era muy curioso, y que entraba de lleno, como entretenimiento, en su proyecto de sesiones.

Resolvimos reunirnos en mi casa y echamos mano de un médium poderoso que se ocupaba en llevar fluido a domicilio…

Aún recuerdo una voz serena y pura, salida del fondo de mi hogar: “Dime: ¿no es más digno ir a la iglesia, a orar públicamente, de rodillas, por todos los que sufren, que encerrarse en una pieza, a media luz, al lado de un charlatán, para evocar espíritus, mover mesas y oír campanillas en los aires?...” No debe haber sido muy fuerte mi réplica, porque aún el argumento me parece contundente.

Invitamos a algunos amigos, mi pobre y querido Juan Carlos Lagos, Del Valle, Lucio López, etc. Tuve un momento la idea de llevar a Pellegrini, pero desistí, previendo algún coup-de-tête del Gringo. Fue fortuna, porque después supe que esperando ser invitado,

se había provisto de algunas puntas de París para clavar los pies de la mesa y hacer inútil el fluido o la mecánica del médium.

Todo el que haya asistido a una sesión de espiritismo, sabe que, aun para los más incrédulos, el aparato general, la conexión de los fenómenos con las ideas altísimas y eternamente atrayentes a que se refieren, causan siempre una sensación indefinible que bien puede traducirse en una inquietud vaga. Encina la sentía más que nadie, y seguía ávido el proceso, buscando rabioso la constatación brutal de la verdad, ahí, delante de los ojos, irrefutable… La mayor parte de los asistentes se cansaron bien pronto, y, a las dos o tres sesiones, quedamos solos con Encina. Fue entonces que tuvimos las famosas sesiones de materialización, que no me explico aún, como no me explico la mayor parte de las pruebas de Hermann. Recuerdo que una noche llegó a casa M. Brédiff (así me parece que se llamaba el médium) y nos dijo que en esa sesión tendríamos cosas muy buenas, porque sentía el fluido correrle en los nervios como una descarga eléctrica. En ese instante llamaron a la puerta de calle; se me hizo advertir que un señor alemán deseaba a todo trance hablarme. Salí y me encontré con un caballero respetable a quien había visto más de una vez en la puerta de su villa de la calle de la Recoleta, pero a quien no conocía personalmente: me pidió disculpa de su presentación incorrecta; pero se encontraba en su casa delante del trípode, cuando se presentó su espíritu familiar y le ordenó trasladarse a la mía, donde le haría comunicaciones importantes. Contuve cuanto pude un gran afán de reír y lo invité a entrar. Ese hombre ha muerto; pero durante los dos últimos años de su vida ha sido feliz como pocos seres sobre la tierra. Había perdido una mujer que adoraba; todas las noches, un médium, creo que el mismo Brédiff, iba a su casa, caía aletargado sobre un sofá y el creyente veía avanzarse entre la media luz, la blanca forma de la mujer querida, que se le acercaba, le tendía la frente, se sentaba al piano y durante horas le hacía oír las melodías que rehacían para él las dulces horas desvanecidas!...

Hablé muchas veces con ese hombre y nunca noté en él signos de locura. Solo, durante el día, un malestar continuo, la presión de una expectativa dominante, algo como el chino que trabaja

rudamente bajo un sol de fuego, pensando en la hora celeste en que, tendido sobre el tosco tablado, va a aspirar el opio libertador!...

Encina estaba inquieto y silencioso en un sillón, mientras yo ponía en juego todos mis recursos para no dejarme engañar de una manera grosera y obligar al médium a ganar con conciencia su cachet. Até a Brédiff de brazos y piernas, con abundante lujo de nudos potreadores, lo metí en una bolsa, cerrada al cuello, apliqué sobre el nudo de la garganta un enorme trozo de lacre, que sellé y enseguida amarré la masa informe a un sillón. Tendimos una cortina sobre el médium, que había caído ya en letargo y que crujía medio ahogado, bajamos la luz de la sala y esperamos.

De pronto creímos ver una mano blanca y delgada que corría en los aires, Miré a Encina, que me pareció impresionado. El alemán, lejos de nosotros, seguía silencioso, en un recogimiento tranquilo, el curso de los sucesos. Un instante después, apareció por encima de la cortina, tendida de lado a lado a la altura de hombre, una cabeza como de una niña de cinco años, muerta, pálida, color trigueño suave, el pelo partido al centro y cayendo en dos olas negras sobre la frente; un cendal blanco la cubría y resolvía las formas en un vapor ligero, a partir del cuello. Los ojos, pequeños y penetrantes, parecían fijarse en mí. Después del primer momento de impresión, dije a Encina muy quedo que estábamos haciendo un papel ridículo, y que iba a levantar las cortinas para ver lo que hacía el médium, que, por otra parte, continuaba respirando como un fuelle de órgano. Me detuvo recordándome que Brédiff nos había advertido que la entrada violenta del fluido en su cuerpo, si tal cosa hacíamos, le produciría la muerte instantánea; que habíamos aceptado esa condición y que no debíamos abusar. Tenía razón y cedí, pero todavía siento no haber puesto en peligro los días del taumaturgo… Preguntó Encina quién era la aparición y obtuvo, por el alfabeto de golpes, el nombre de Jeke, una meretriz japonesa, muerta ahora quinientos años, que Brédiff decía ser su espíritu familiar. Le pedimos la mano y nos la dio. Era pequeña, suave, blanduzca; quise apretar, pero se me deslizó. Nos pasó libros, cigarros, dio vuelta cuadros, hizo andar y detenerse una caja de música que estaba a nuestra espalda (verdad que la

oscuridad se había hecho mayor), y por fin nos dijo tres veces, con una voz casi imperceptible: adiós, adiós, adiós…

Un suspiro prolongado de Brédiff nos previno que podíamos entrar; estaba en la misma postura, y cuando lo desatamos, tenía el cuerpo marcado por las ligaduras. Tomó su taza de té, recibió su estipendio y partió, quedando mirándonos con Encina cara a cara, mientras el alemán se asombraba de nuestra falta de fe.

Credo quia absurdum. No, precisamente porque era absurdo no lo creí. Encina se desesperaba de la fatalidad que lo obligaba a valerse de un tercero, de un hombre venal, para obtener las pruebas que habría deseado alcanzar solo. Pasaba noches enteras con un lápiz en la mano sin resultado ninguno. Por fin, un día dijo a Brédiff y a todos sus amigos, espiritistas convencidos, que no exigía sino una prueba, única, definitiva, para creer. Era ésta: encerraría un pliego de papel en blanco y un lápiz dentro de una caja sólida que vigilaría y cuya llave tendría en el bolsillo. “Si amanece algo escrito, aunque sea una línea geométrica, credo!” Declaré lo mismo, seguro de no creer una palabra aunque apareciese el Apocalipsis en hebreo, encerré gravemente mi papel y mi lápiz y… esperamos. Encina ha muerto esperando. Repito que la doctrina lo atraía y esa comunión entre las almas muertas y los espíritus en el combate de la vida, le parecía el rasgo más profundo de la solidaridad universal.

Nunca fuimos camaradas con Encina, y creo que sus relaciones, aun con sus amigos más íntimos, tenían el mismo carácter que las que mantenía conmigo. No era un espíritu abierto y comunicativo. Su sistema de vida, por otra parte, lo apartaba de ese mundo de actividad moral que hace indispensables las confidencias, las vinculaciones estrechas, el cambio de debilidades – fácilmente perdonadas recíprocamente.

Trabajaba sus versos como un cincelador; el “Canto al Arte” le costó mucho tiempo y no pocos de esos momentos amargos que crea la impotencia. Su inspiración era fría y razonada y tenía horror por la hojarasca brillante de Andrade; juzgaba al autor del Arpa Perdida como Berlioz hubiera juzgado a Offenbach. Encina nunca ha despertado entusiasmo como poeta entre los jóvenes, y mucho menos

en las mujeres, porque, sin razón, a mi juicio, creía indignos de la forma métrica los temas comunes pero eternos, del amor, la esperanza, los recuerdos y el hastío. Grave error, que no se salva con todo el talento que anidaba su cráneo. Si Encina hubiera continuado haciendo versos, habría concluido por un pathos góngoro-filosófico incomprensible, como Flaubert, en otro rumbo, vino a caer en Bouvard et Pécuchet.

Quedará siempre en las letras argentinas, porque era una personalidad. Pero es bueno felicitarse de que no haya hecho escuela, como es permitido deplorar el día en que la influencia de Andrade produzca una literatura de imágenes absurdas y antítesis violentas, que no serán siempre salvadas por la belleza y la armonía de la forma.

Si, como es cierto, se es feliz o desgraciado según la propia organización moral, independientemente de los accidentes de la vida, Encina no se contó nunca entre los hombres dichosos de la tierra. Tenía el espíritu sombrío y sus sufrimientos físicos acabaron de amargarlo. La muerte ha sido un reposo para él.

¿Conocerá hoy un átomo de aquel mundo invisible que en la vida atrajo todas las fuerzas de su alma?

Agosto, 1882.

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“Porque era absurdo no lo creí”: Andanzas de Miguel Cané en las sesiones espiritistas

JUAN GIMENO

Introducción

Habitualmente se acepta que la parapsicología argentina nació el 22 de abril de 1953, fecha en que se fusionaron la asociación espiritista Lumen con la Sociedad Argentina de Parapsicología para fundar el Instituto Argentino de Parapsicología. Toda referencia anterior se la ubica dentro de etapas ambiguas a las que se les asigna poco espacio y entusiasmo en la historia oficial. Por ejemplo Kreiman (1994) establece un primer período precientífico entre 1870 y 1930, “estrechamente vinculado con la actividad espiritista –agregando que– se realizaban sesiones con las denominadas ‘mesitas parlantes’ a las que asistían personalidades de relevancia de la Ciudad de Buenos Aires” (p. 27). En el mismo sentido, Musso (1965) reconoce que “los estudios parapsicológicos no están muy desarrollados, aunque es necesario destacar algunas iniciativas individuales –mencionando como más antigua la ocurrida en 1933, cuando– el doctor Eduardo del Ponte, profesor de biología en la Facultad de Ciencias Naturales de Universidad de Buenos Aires, incluyó el estudio de los fenómenos parapsicológicos en su programa del curso” (p. 38).

Si bien esta clasificación es inicialmente correcta, ya que recién a partir de 1953, o poco antes, pueden encontrarse libros o artículos específicos, lo mismo que revistas o instituciones especializadas, se trata de una omisión sólo justificable por la cantidad de tareas concentradas en pocas manos, desatender de la búsqueda de información a esos períodos previos, sobre todo el que incluye, durante la segunda mitad del siglo XIX, a la llamada Generación del 80, en el cual se pensaron, discutieron y ejecutaron grandes decisiones estratégicas en todos los ámbitos del país, incluyendo por supuesto al de las ciencias. La misma omisión habría que señalarle al educador que, desdeñando a Jean Piaget, considerara el desarrollo cognitivo a partir de la etapa de las operaciones formales (12 a 14 años), en la que ya se está capacitado para elaborar ideas abstractas y razonar mediante el método hipotético deductivo, ignorando las anteriores por considerarlas precientíficas; o,

extremando la comparación se llegaría a imaginar a un psicoanalista descartando deliberadamente la infancia de su paciente para concentrar su ayuda sólo en los recuerdos posteriores.

Si la presunción anterior fuera cierta, entonces revisando en las publicaciones de la segunda mitad del siglo XIX, se encontrarían en textos firmados por científicos, artistas o intelectuales, o en simples notas de actualidad, expresiones que demostrarían el interés por los fenómenos paranormales, en ese tiempo monopolizados en su producción por el movimiento espiritista. En este sentido adquiere importancia la investigación de Soledad Quereilhac, doctora en letras e investigadora del CONICET, en la que indaga en la relación entre la literatura, la ciencia y lo que ella da en llamar “lo oculto”, entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Sus artículos (ver entre otros: Quereilhac, 2008 y Quereilhac, 2012) y sobre todo su tesis (Quereilhac, 2010), próxima a publicarse, son una fuente que el parapsicólogo puede entender destinadas a nutrir sus propias investigaciones. Precisamente, en uno de esos artículos (Quereilhac, 2013) menciona la relación de Miguel Cané (1851-1905), destacado político y escritor, fiel representante de la Generación del 80, con el espiritismo, y destaca: “En dos manuscritos recientemente hallados en el Archivo General de la Nación, sin fecha explícita, da cuenta de numerosas sesiones de las que participó y de su opinión al respecto” (p. 100-101). A partir de esa referencia, la revista Comunicaciones de Parapsicología tuvo la oportuna idea de buscar esos manuscritos, digitalizarlos y publicarlos íntegros (Cané, 2015a; Cané, 2015b), junto a otro texto muy poco conocido (Cané, 2015c) que completa la saga sobre el tema.

Los manuscritos de Miguel Cané

En el más breve de los manuscritos (“Acerca de la masonería y el espiritismo”. Cané, 2015a) (1), Cané comienza reconociendo que: “He formado parte de cuanta asociación extravagante he encontrado en mi camino” (p. 4), y como ejemplos detalla sus incursiones en la masonería y en el espiritismo. Implícitamente clasifica a ambas como religiosas, ya que asegura que estos acercamientos lo han influenciado para creer “en un principio supremo, garantía del orden universal” (p. 5). Lamentablemente, se ocupa al principio en detallar su iniciación y la de su padre en la

masonería, y cuando decide extenderse sobre el espiritismo, afirmando que siempre lo ha seducido y que conserva mesas de tres patas “de toda forma y figura” (p. 5), el texto queda abruptamente interrumpido, agregando una cuota innecesaria de misterio.

Es entonces cuando el siguiente manuscrito (“Carta sobre espiritismo”. Cané, 2015b) viene en ayuda del impaciente, ya que está dedicado íntegramente a dar su opinión “en términos que me hacen imposible el silencio” sobre las lecturas y fenómenos que ha presenciado. Luego de sobrevolar la teoría, detalla sesiones de mesas parlantes desarrolladas entre amigos o con la presencia de un médium profesional. En ambos casos queda sorprendido y confiesa su imposibilidad para explicar los hechos. Al final da algunos ejemplos de comunicaciones inteligentes, recibidas de los supuestos espíritus a través de un código relacionando los golpes de las patas de la mesa contra el piso con cada letra del alfabeto.

El tercer texto (“Recuerdos íntimos (Carlos Encina)”. Cané, 2015c) confirma y completa los anteriores, agregando nombres propios omitidos antes, sobre todo el del ingeniero y matemático Carlos Encina. De hecho, el artículo está dedicado a Encina como homenaje ante su temprana muerte a los 44 años. Señala brevemente unas primeras sesiones con mesas, que bien pueden haber sido las descriptas en “Carta sobre espiritismo”, para luego narrar en detalle “las famosas sesiones de materialización, que no me explico aún, como no me explico la mayor parte de las pruebas de Hermann” (p. 20). En su propia casa, junto a Encina y a otro invitado, luego de inmovilizar dentro de una bolsa lacrada al médium, apareció una joven que dijo ser el espíritu familiar del médium: “Nos pasó libros, cigarros, hizo andar y detener una caja de música (…) y por fin nos dijo tres veces, con una voz casi imperceptible: ¡Adiós!” (p. 22).

La versión de que ambos manuscritos estuvieron inéditos hasta ahora es provisoria, ya que la labor literaria de Cané se caracterizó por haber completado sólo una novela (“Juvenilia”) con múltiples ediciones y una traducción (“Enrique IV”, de William Shaquespeare), pero infinidad de colaboraciones para diarios y revistas, algunas de las cuales fueron recopiladas en libros (2); al no existir un inventario exhaustivo, permanecerá la sospecha de que los manuscritos hayan sido publicados, aunque relegados a la hora de su recopilación frente a otros referidos a cuestiones políticas, literarias o

costumbristas. En relación a esto, es interesante la cita de Edgardo Biagini (1980, p. 118) del manuscrito ahora conocido como “Acerca de la masonería y el espiritismo”, que él cita como inédito y ya depositado en el Archivo General de la Nación, al referirse a las creencias de Cané.

Con respecto a la redacción de los manuscritos, Quereilhac (2013) arriesga: “Estimo que las fechas oscilan entre fines de la década del 70 y comienzos de los 80, años en que actuaba el médium Camilo Bredif en Buenos Aires” (p. 101). Efectivamente, dos referencias pueden leerse en la revista La Fraternidad: “En 1875, vino a Buenos Aires el célebre médium Camilo Bredif” (1914, p. 6); y otra similar: “En 1872 llegó de París un notable médium de materialización señor Bredif” (U, 1884, p. 45). Finalmente, el primer libro de socios de la sociedad espiritista Constancia lo registra como fundador en 1877, agregando su profesión de fotógrafo y su edad (32 años). Estos datos sólo aseguran que la redacción fue posterior a estas fechas, que se circunscribe aún más teniendo en cuenta la cita que hace Cané (2015b, p. 8) de un libro de Louis Jacolliot (1877), que menciona, probablemente de memoria, como publicado dos años antes de la fecha correcta. Con respecto a Bredif, era capaz de producir fenómenos extraordinarios dentro de las sociedades espiritistas como un militante más, pero también fuera de ellas cobrando por sus servicios. Siempre que Cané mencione a un médium se sobreentenderá que se trata de él.

Con respecto a “Carlos Encina (Recuerdos Íntimos)” (Cané, 2015,c), se lo cita también como un artículo periodístico incluido junto a otros en dos recopilaciones (3); sin embargo no se ha podido precisar hasta ahora el periódico ni la fecha exacta de la publicación original. La primera frase (“Me llega la noticia de la muerte de Encina”) asegura que su redacción y su publicación como homenaje al fallecido debe ser posterior y cercana al 19 de junio de 1882, cuando Encina moría víctima de una pulmonía en Neuquén. Los únicos interesados en los fenómenos relatados en este artículo fueron los espiritistas, en el que se veían legitimados a través de un personaje destacado. Quien primero lo cita es Felipe Senillosa, asegurando que fue publicado en el diario El Nacional de Buenos Aires (Senillosa, 1894, p. 90) y que Cosme Mariño (1925, p. 601) y otros repiten sin precisar la fecha exacta. Pero revisando una biografía bien documentada de Carlos Encina (Cutolo, 1969), en la

bibliografía que lo menciona se asegura: “Miguel Cané, A la

distancia, Bs. As., 1882, edición con dos trabajos publicados en El

Diario, versa el primero sobre Encina, y fue publicado con motivo de su muerte” (Tomo segundo, C-E, p. 667). Esta contradicción no será simple de resolver ya que no es sencillo acceder a ediciones completas de El Nacional, mientras que El Diario de esa fecha es prácticamente inhallable en hemerotecas públicas.

Literatura y mesas parlantes

En “Acerca de la masonería y el espiritismo” pareciera que Cané fuera a dar sólo una opinión general sobre el espiritismo, que anticipa positiva precisamente cuando se interrumpe: “A más yo le estoy grato: os diré por qué” (Cané, 2015a, p. 6). No obstante una referencia que incluye a su padre, homónimo suyo y también abogado, escritor y político (“jamás una asociación mística había dejado de contarnos entre sus fieles”, p. 5) permite interpelarse si su progenitor, además de masón (4), alcanzó a participar en el incipiente espiritismo porteño. Si se acepta la versión oficial de Mariño (1964) de que el espiritismo llegó en 1869 traído por el malagueño Justo de Espada, la pregunta parece impropia; sin embargo, atendiendo una aclaración poco conocida de Espada (1884) aclarando que: “A mediados del mes de octubre de 1857 (…) se reunieron en la casa calle de Méjico núm. 79, varios amigos con la idea de estudiar prácticamente si era cierto o no la manifestación de un ser inteligente en el llamado trípode” (p. 63), versión que recoge pertinentemente Manuel Bilbao (1902, p. 118), y recordando que Miguel Cané padre luego de su exilio vivió sus últimos años en Buenos Aires, donde fundó el periódico El Comercio del Plata, cabe preguntarse si la llamada Generación del 37 a la que pertenecía no se habrá anticipado a la de su hijo en su interés por las novedades sobre el más allá llegadas de los barcos.

En cambio, en “Carta sobre espiritismo”, Cané se muestra decidido desde el principio a relatar abiertamente sus experiencias, aunque aclara que siempre había considerado al espiritismo como una “superchería disgustante” hasta que leyó la obra de algunos hombres que merecían su respeto, sobre todo las investigaciones de William Crookes. Es interesante observar que el espíritu de apertura que este artículo quiere destacar en Argentina, era parte de una tendencia presente en los países más desarrollados en la que la

ciencia oficial se acercaba al espiritismo recién nacido, la mayoría de las veces con la intención de desmitificarlo, objetivo que no siempre conseguía. Cuando Miguel Cané aún vestía pantalones cortos, ya existían informes académicos (Thury, 1855; Hare, 1856) al respecto. En 1871 la prestigiosa Sociedad Dialéctica de Londres difunde un informe firmado por treinta y tres de sus miembros (Committee of the London Dialectical Society, 1871), comprobando la existencia de ruidos, vibraciones y desplazamientos de objetos sin que interviniese ninguna fuerza conocida. Finalmente, el químico William Crookes (1874), investiga personalmente a mediums poderosos como Daniel Home y Florence Cook, que lo hacen postular la existencia de una nueva fuerza, idea de donde se sostiene el relato de Cané (2015b), al advertir que: “Todo movimiento, toda manifestación de fuerza o transformación de materia, es el producto de leyes naturales más o menos conocidas hasta hoy (p. 8).

Siguiendo con la “Carta…”, hay una oración decisiva que establece los límites precisos de su relación con estos temas. Crudamente proclama: “No soy espiritista –para luego comunicar que: – Voy a narrar los hechos que he presenciado” (Cané, 2015b, p. 8). Esta declaración de principios quizá haya sido uno de los principales objetivos de su escrito, ya que su participación pública en las sesiones hizo que muchos espiritistas lo consideraran un “converso”. Específicamente Mariño (1925) asegura que Bredif “convirtió al espiritismo a mentalidades como el Senador Nacional y Ministro Argentino en Francia, don Miguel Cané” (p. 601); y luego de ampliar la lista en otro texto incluyendo al embajador Enrique Moreno y a los hermanos Jacobo, Isaac y Nicanor Larrain, confiesa: “Pasaban ante nosotros como espiritistas vergonzantes, pues cuando deseaban hablar sobre estas cuestiones, lo hacían en una forma reservada y siempre pretextando que su posición social o política no les permitía entrar de lleno en la lucha” (Mariño, 1964, p. 49).

No es posible por el momento saber si la no publicación de la “Carta…” se debió a cuestiones vergonzantes o a dificultades editoriales; lo cierto es que en ella Cané se muestra resuelto a describir sus experiencias. Aclara que a pesar de realizarse en la oscuridad, como obligaba el rígido protocolo, ello no desvirtuaba los fenómenos ya que el médium era controlado “hasta el punto de sujetar sus dos pies entre los nuestros” (Cané, 2015b, p. 10). En esas condiciones asegura que “la mesa se elevaba de uno de sus pies,

descendía, volvía a elevarse, hasta tomar en muchas ocasiones un movimiento oscilatorio curvilíneo que nos era difícil contener” (p. 11), agregando que el médium solía levantar las manos para ponerlas sobre las suyas, sin notar esfuerzo alguno. La opinión final es terminante: “Los movimientos de la mesa, espontáneos y contra las leyes de la gravitación algunos de ellos, no me ofrecen hoy duda alguna” (p. 13) asegurando haberlos observado en ocasiones diversas y reiteradas.

La habilidad del médium para animar a las mesas se repetía inexorablemente, aunque con peculiaridades locales. Puede leerse un informe (1877) de una sesión en la sociedad Luz del Oeste de Chivilcoy, en la que, mientras un asistente tocaba la guitarra “la mesa siguió el compás unas veces y otras siguiendo el movimiento como bailando”. De todas formas, los espiritistas preferían poner el acento en lo que llamaban “fenómenos inteligentes”, que eran los mensajes que dictaban los espíritus mediante un código de golpes predeterminado. “Recuérdate de mí; te quiero más, pudiendo ver mejor tu pensamiento” leía Teresa de su hermana muerta; o se deletreaba la previsible “unión, fe y prudencia” (p. 238) luego de que uno de los presentes pidiera un consejo útil para los encarnados.

Cané también menciona este aspecto entre sus observaciones, recordando a algún viejo maestro suyo que le dictaba “comunicaciones bellísimas” (¿sería acaso Amadeo Jacques, director del Colegio Nacional de Buenos Aires cuando cursó su bachillerato y donde sitúa su novela?), aunque nombra otras con enormes errores de ortografía y curiosos galicismos que lo obligaban a desconfiar del médium. Por eso es que certifica: “Las comunicaciones no me han sorprendido tanto como los efectos físicos mismos, por sencillos que sean” (Cané, 2015b, p. 11). Luego de esta opinión terminante, habrá que relativizar la información contenida en un artículo publicado en una revista espiritista, sin firma, en el cual se asegura: “Miguel Cané, que también resultó ser un magnífico médium. Se conservan los manuscritos de las comunicaciones que el doctor Cané mantenía con el espíritu de su primera esposa, la señora de Belaustegui” (1914, p. 6). Si bien es cierto que Cané se casó con María Sara Belaustegui Cueto el 27 de septiembre de 1875, y también es cierto que enviudó al poco tiempo luego de que naciera su segundo hijo, parece exagerado que el espiritista regrese al Archivo General de la Nación a hurgar con la esperanza de dar con las cuartillas dictadas desde el

más allá, alentado por el juicio de Mariño sobre la clandestinidad de sus convicciones.

Las materializaciones

Si se construye una escala para evaluar la aversión que produce cada fenómeno paranormal, estarán entre los más candorosos la clarividencia y la telepatía; la precognición sólo comparte ese mismo grado entre quienes poco saben sobre ciencias exactas, ya que para un físico conocer lo que ocurrirá en el futuro es un dato imposible de digerir. Luego se encolumnarán los movimientos de objetos y los ruidos (raps), inquietantes porque una mirada ingenua se los atribuirá a un indisciplinado hombre invisible o a un espíritu. Hasta aquí todo parece aceptable con diversos grados de inquietud. En cambio, la aparición repentina de un ser que puede hablar e interactuar inteligentemente con el medio que lo rodea, unas veces mostrándose completo y otras sólo con sus manos o su torso recorriendo la habitación, provoca la máxima zozobra del testigo y el anatema de enajenado para quien se atreva a comunicarlo. Este último hubiese sido el juicio de Cané ante los informes de Crookes (“las aseveraciones que contiene son tan extraordinarias que hasta parecen venir de un loco o de un alucinado”, Cané, 2015b, p. 7), si los trabajos posteriores del químico no lo hubieran convencido de su salud mental. Es que Crookes no sólo buscó y observó una materialización completa, que decía llamarse Katie King, sino que lo informó con detalle a sus colegas, ¡hasta incluyendo fotografías de ambos posando para la cámara!

En “Carlos Encina (Recuerdos íntimos)”, su autor imitará al británico al relatar la aparición de una dama que dijo llamarse Jeke: “Le pedimos la mano y nos la dio. Era pequeña, suave, blanduzca; quise apretarla pero se me deslizó” (Cané, 2015c, p. 21). Las diferencias entre ambos serán sólo de grado, ya que uno le imprimió el estilo ascético del ensayo científico mientras que el argentino prefirió el tono coloquial del artículo periodístico en el que más cómodo se sentía, escudándose de las primeras críticas con alguna pizca de ironía que no alcanza a velar los hechos. Por último, mientras Crookes recibió todo tipo de humillaciones, que incluían la acusación de una relación clandestina con la médium en la oscuridad de las sesiones, Cané fue favorecido con la indiferencia, ya que ese

texto ha quedado en el limbo del olvido, o al menos corrieron esa suerte las páginas que describen la materialización. Un ejemplo es la biografía de Sáenz Hayes (1955), que al referirse al artículo señala por toda descripción “las demostraciones de un médium alemán” (p. 268), ¡confundiendo la mención que se hace sobre la nacionalidad de otro participante con la de Bredif!, para terminar desentendido: “Pero lo que más me interesa en el artículo es el retrato moral que de sí mismo hace Cané, aprovechando la ocasión que se le presenta para dibujar la imagen o la caricatura del poeta-matemático” (p. 269).

Cané no duda en señalar a Encina como el organizador de las sesiones, luego de haberlo conocido para los homenajes del centenario del nacimiento de José de San Martín (1878), lo que acota el período en el que pudieron ocurrir los hechos; y menciona a algunos invitados (Juan Carlos Gómez, Aristóbulo del Valle, Lucio López) que se cansaron pronto. En realidad Encina tenía la doble condición de reconocerse espiritista (el único al que Mariño le quitaba el mote de vergonzante) y de ser el convocante de concurridas tertulias que se realizaban en su casa o en su decanato de la facultad de matemáticas. Lo cierto es que la noche indicada sólo estaban presentes Encina y Cané, el médium Bredif, que por primera se menciona su apellido, y un ciudadano alemán viudo que llegó hasta el lugar, no ya siguiendo la estrella de Belén sino las instrucciones que los espíritus le dejaron por medio de golpes. Cané agrega un dato conmovedor sobre este inmigrante: Todas las noches el mismo médium “iba a su casa, caía aletargado sobre un sofá y el creyente veía avanzarse entre la media luz la blanca forma de la mujer querida que se le acercaba…”, para terminar asegurando que había hablado muchas veces con ese hombre, “en la puerta de su villa de la calle de la Recoleta” (Cané, 2015c, p. 20) pero que nunca había notado en él signos de locura.

Para cuando se contaban estas cosas, en la ciudad de Buenos Aires aún debían circular las noticias de boca en boca con la celeridad que le imprimían su contenido excéntrico o morboso, perdiendo y ganando en el camino adjetivos comunes y nombres propios. Ya se conocen dos versiones de la esposa fallecida que regresa, pero aún existen otras ligadas al mismo médium. Una de ellas (1914) asegura que en una villa de la avenida Quintana (la misma que cambia de nombre en 1885, en la que Cané ubica a su visitante germánico): “A Mr. Grant se le apareció su difunta esposa y

solía traerle del cielo astral un ramo de flores frescas” (p. 6). La expresión verbal “solía” remite a una periodicidad que destacaba también Cané (“todas las noches…”). Pero el calidoscopio sigue girando, y ahora muestra a Bredif dando “una serie de sesiones en una quinta en la calle larga de la Recoleta –donde se vio– la materialización de personas conocidas como ser la esposa del señor Martínez (5), quien al presentarse, éste la reconoció, y tomándolo del brazo paseó con él por el salón, siendo su traje el de boda” (U, 1884, p. 45). Para terminar, se menciona otra sesión en la sociedad Constancia: “Mientras al médium Bredif, atado y embolsado, se le oía quejarse y respirar afanosamente en el gabinete, salían de éste las entidades materializadas, llegando hasta dar la mano, mano aún sin huesos, a los asistentes, y, en una ocasión, el conocido ingeniero Sr. Encina se paseó alrededor del círculo reconociéndola perfectamente a la luz del gas, suficientemente fuerte como para ver bien las horas de un reloj de bolsillo (1923, p. 2).

Si bien todos estos relatos parecen provenir de un tronco común, el valor del de Cané está en que fue escrito en primera persona: “De pronto creímos ver una mano blanca y delgada que corrió por los aires”, para indicar luego que apareció detrás de la cortina donde habían atado, embolsado y lacrado al médium, una cabeza de niña que al parecer no completaba su cuerpo, ya que “un cendal blanco la cubría y resolvía las formas en un vapor ligero” (Cané, 2015c, p. 21). No se trataba de ningún pariente en este caso, ya que ante la pregunta de Encina respondió, con su propia voz, que se trataba de una meretriz japonesa fallecida cinco siglos antes. Seguidamente debe haber completado sus miembros, ya que les dio la mano y cambió de lugar algunos objetos, para después despedirse. Lamentablemente Cané no aclara en qué idioma se comunicaron con Jeke ni si se esfumó en el aire o desapareció sospechosamente detrás de la cortina, pero teniendo en cuenta que todo se desarrolló en su propio domicilio, debe haber revisado las aberturas con el mismo celo que hizo con Bredif, a quien encontró en la misma postura y marcado por las ligaduras cuando fueron a desatarlo.

La opinión final es más ambigua que la expresada en su “Carta…” con los movimientos de la mesa. Decide contradecir a Tertuliano (Credo quia absurdum) ideando la ingeniosa frase: “Precisamente, porque era absurdo, no le creí”, anteponiendo el endeble sentido común a la evidencia y abandonando allí a su

maestro Crookes. De todas maneras, se puede entender este juicio como positivo, ya que el único argumento en su contra es lo que tiene de absurdo. Ante esto el mismo Cané se responde desde su “Carta…” con una metáfora grotesca aunque convincente. Si mañana se encontrara con un farol que lo saludara en plena calle, luego de descartar la alucinación, aceptaría que: “Existe una ley natural mediante la cual los faroles bajan y saludan cortésmente a los paseantes” (Cané, 2015b, p. 8). Respecto de Bredif, le lanza varios dardos al pasar para que quede flotando la sospecha. Lo define como “taumaturgo” sin descubrir su truco, y asocia su profesionalidad con su probable falta de honestidad, aunque no pueda formular cargos contra él. Primero comenta con entusiasmo que: “Yo ponía en juego todos mis recursos para no dejarme engañar de una manera grosera y obligaba al medium a ganar con conciencia su cachet”, aunque al final acepta resignado: “Tomó una taza de té, recibió su estipendio y partió” (p. 22).

“Y en el 2000 también…”

Entre las incógnitas suscitadas a partir de la lectura de los manuscritos ahora editados, está la de saber su verdadero propósito. Los más prudentes argumentarán que es imposible conocer las circunstancias en que fueron escritos, arriesgando que podrían ser parte de un cuento fantástico o inclusive de una broma; no faltará el que sospeche de su autenticidad al carecer de firma. Pero todo esto se desmorona ante la existencia del tercer texto en el que se menciona la materialización, estrechamente ligado a los otros dos en forma y contenido, publicado con el circunspecto propósito de homenajear al fallecido. Aunque esta afirmación lleva a nuevas preguntas: ¿Por qué, si existía el interés por los fenómenos, no se encuentran otros relatos similares fuera de la prensa espiritista? ¿Por qué nuestros primeros científicos no se decidieron a emprender investigaciones sistemáticas?

Otra inquietud será preguntarse si existe en el presente alguna equivalencia con aquellas escenas, y en ese caso comparar las reacciones de los involucrados. Los fenómenos de materialización se redujeron hasta desaparecer una vez comenzado el siglo XX. En Argentina, el único que desplegó esta habilidad a discreción fue Bredif. Puede incluirse en la escueta lista al ingeniero Carlos Santos,

socio y fundador en 1877 de la sociedad Constancia, aunque Mariño (1925) aclara que: “Cuando pareció que ya todos los inconvenientes estaban salvados, después del primer fenómeno de materialización que se consiguió en parte, no pudo seguir actuando el médium, porque su físico no podía resistir el desgaste de fluidos” (p. 601). Un caso digno de atención fue el de Marta A. de Rolland, que había sido descubierta como médium de materializaciones por Bredif en Montevideo antes de radicarse en Buenos Aires. Su carrera quedó abruptamente interrumpida aunque produciendo una inmejorable evidencia difícil de premeditar. Recuerda Mariño (1964) que: “Después de un rato de espera aparece otro fantasma, y al verlo uno de los presentes, saca inmediatamente un revólver y hace fuego descerrajándole tres tiros consecutivos. Todos vieron entonces que el fantasma se había esfumado instantáneamente delante de los presentes, pero enseguida se sintieron gritos y ayes de la médium que estaba en el gabinete. Todos acudieron y la encontraron en un estado de excitación nerviosa. Y aunque ilesa de las balas, desde ese día perdió la mediumnidad y quedó sujeta a ataques epilépticos” (p. 157).

Las materializaciones son parte del pasado, desaparecidas sin causa para los parapsicólogos, aunque quienes las consideran imposibles destacan maliciosamente que fueron mermando en la medida en que mejoraba la vigilancia durante las sesiones. Lo que sí ha logrado llegar hasta el presente son los fenómenos de mesas, con su inalterable halo de misterio compitiendo con los efectos especiales de las pantallas planas. En nuestro país, en la ciudad de La Plata, entre 1945 y 1960, funcionaron dos de esos grupos, que consiguieron movimientos y hasta levitaciones observadas con buena iluminación. Una primera semejanza con los organizados por Encina es que estaban integrados exclusivamente por estudiantes y graduados universitarios. Es interesante subrayar el carácter “oculto” de su actividad, no tanto por el contenido sino por la discreción para comunicar sus resultados. De hecho, sólo se conocieron noticias impresas después de décadas de producidos los hechos (Gimeno, 2008; Feola, 1994). Consultado uno de sus directores, el doctor en física José María Feola (2013), por los motivos de esta actitud, manifestaba: “Mis razones también incluían el tema de que personas sin la debida preparación se pusieran a hacer seances y terminaran en el hospital. Algunos de los fenómenos son muy violentos y peligrosos (…). Otra razón era que no queríamos que mi casa de La

Plata se convirtiera en un circo y nadie tenía interés en aparecer en los diarios” (p. 626). Con respecto al aliciente para que estos fenómenos fueran estudiados por personas y en lugares adecuados, Feola (2009) reconoce haber invitado a muchos más científicos de los que finalmente asistieron. Recuerda una gestión ante el que luego sería el primer Premio Nobel argentino, el doctor Bernardo Houssay, “quien se excusó por falta de tiempo y el inconveniente de tener que viajar a La Plata”. Luego describe la visita de un matemático que terminaría dirigiendo un importante departamento universitario en Estados Unidos: “Una vez que se convenció de la autenticidad del fenómeno, prometió al despedirse que incluiría esta experiencia en un libro que estaba escribiendo. Pero esto nunca sucedió. Seguramente tuvo miedo al juicio de sus colegas” (p. 9).

Por último, el autor de este artículo quiere señalar su participación, desde el año 2013, en un grupo de mesas parlantes en Buenos Aires, al que se le dio el nombre de Luces Rojas, y cuyo único mérito respecto de los anteriores es su actualidad. Con respecto a los asistentes, también puede decirse que, igual que en el siglo XIX, el entusiasmo inicial de la mayoría duró poco. Pero es interesante observar la reacción de los testigos más cercanos a la ciencia oficial: Una antropóloga asistió sólo a tres reuniones, ya que los horarios se superponían con las clases de su doctorado. Un físico que había comenzado a concurrir con la condición de que no se revelara su nombre, ya que aseguraba que corría riesgo su beca en el CONICET, se ausentó luego de las primeras sacudidas de la mesa y prometió regresar sólo si se conseguían movimientos sin contacto (?). Entre las escasas visitas destacadas, se contó con la de un profesor de la Universidad de Buenos Aires que salió satisfecho de lo observado, aunque cuando se le solicitó autorización para incluir su nombre en un futuro informe prefirió limitarlo a sus iniciales, no por humildad franciscana sino porque estaba próximo su nombramiento como titular de cátedra. Se trataba sin duda de los vergonzantes del siglo XXI.

Entre otras anécdotas dignas de la ironía de Cané, no faltó la registrada en la red social Facebook, cuando apareció una foto con la mesa elevando una de sus patas en medio de cámaras, computadoras y balanzas. Un calificado psicólogo protestó desde México con vehemencia asegurando que se trataba de un vulgar truco. A continuación, uno de los tantos que había señalado el remanido “me

gusta”, le preguntó a su vez, con la sencillez que da tanto la sabiduría como la ignorancia, por qué afirmaba que los investigadores estaban siendo engañados, si ellos habían estado a centímetros de la mesa mientras que a él lo separaban miles de kilómetros. La respuesta digital fue expresada en términos menos elegantes que los utilizados para llenar octavillas con pluma y tinta, pero en buen romance decía: “Porque era absurdo, no lo creí”.

Para quienes no logran comprender que este aspecto del conocimiento siga produciendo miedo, ataques o indiferencia, es necesario aclarar que las objeciones racionales ya han quedado obsoletas hace tiempo. Naum Kreiman, quien dedicó toda su vida a experimentar en parapsicología, propone una nueva mirada sobre este problema: “Hoy debemos hablar específicamente de factores psicológicos de los objetores, ‘negaciones defensivas’, resistencias, etc”, para explicitar a continuación: “Hay científicos y profesionales que se prohíben a sí mismos hablar del tema. Otros que justamente buscan prestigio al combatirlo. Hay una mayoría silenciosa que algo ‘cree’ y espera. Poco les importan las cuestiones metodológicas” (Kreiman, 1997, p. 15 y 16). Y si a pesar de todo se sigue sin comprender, habrá que echar mano a la frase que pronunciara el físico Max Planck al recibir su premio Nobel en 1918, desempolvada por el epistemólogo Thomas Khun para extractar la dinámica de los paradigmas: “Una nueva verdad científica no triunfa porque haya convencido a sus oponentes y le haya hecho ver la luz, sino más bien porque sus oponentes mueren finalmente, y una nueva generación crece más familiarizada con ella”, palabras que no garantizan la solidez de las convicciones de quien las pronuncie, pero al menos postergan de manera indefinida una definición categórica.

Referencias

(1) Las citas de páginas y títulos de los escritos de Miguel Cané mencionados en este artículo serán siempre de acuerdo a la versión aparecida en Comunicaciones de Parapsicología, 15, marzo de 2015.

(2) Entre otros, Ensayos (1877), Charlas literarias (1885), Notas e Impresiones (1901) y Prosa Ligera (1903).

(3) En A la distancia (1882) y en Charlas literarias (1885, 1919).

(4) Fue iniciado en la logia Lealtad N° 6 el 9 de septiembre de 1858, mientras que su hijo hizo lo mismo en la logia Regeneración N° 5 el 12 de junio de 1872. Datos en Lappas, Albicíades. (2000). La masonería a través

de sus hombres. Buenos Aires: Edición privada, pp. 148-149.

(5) Se refiere al doctor Julián Martínez, catedrático de la Universidad de Buenos Aires.

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LA PARAPSICOLOGÍA EN LA ARGENTINA

J. Ricardo Musso: Parapsicología y Universidad

J. Ricardo Musso nació en Buenos Aires, el 9 de junio de

1917, y es considerado uno de los pioneros de la parapsicología científica argentina. Luego de finalizar sus estudios secundarios, decidió seguir la carrera de ciencias económicas ya que no existía la de psicología. En la universidad comenzó a interesarse por los problemas sociales, lo que lo llevó a afiliarse al Partido Comunista Argentino, desde donde escribió artículos y dictó cursos de economía política; fue detenido en diversas ocasiones por cuestiones políticas.

Hacia fines de la década del 40, ya casado con Elvira Canale, con quien tendría dos hijos, Edgardo y Ricardo, comienza a interesarse por los fenómenos psi. Ingresa primero en la sociedad espiritista Lumen, y en 1953 promueve la unión con la Sociedad Argentina de Parapsicología, para crear el Instituto Argentino de

Parapsicología. Desde esta institución, que comienza a presidir al año siguiente de su fundación, organiza la Revista de Parapsicología.

Para entender la simultaneidad de intereses en principio dispares, como el marxismo y la parapsicología, debe tenerse en cuenta que su esposa reportaba con mucha frecuencia fenómenos de clarividencia, que luego él incluiría en sus escritos. Una de las clásicas anécdotas puede leerse en su primer libro, que también fue el primer libro de parapsicología publicado en Argentina: “Mi esposa, Elvira C. de Musso, mientras se encontraba en nuestra casa peinándose para salir, se sobresaltó de pronto y ‘sintió’ que nuestro hijo Edgardo acababa de cometer una travesura peligrosa y que yo me había disgustado seriamente al presenciarla. El hecho era verídico y había ocurrido en ese instante en la calle, a más de una cuadra de distancia de donde ella se encontraba” (Musso, 1965, p. 108).

El nombre de Musso quedará ligado a sus esfuerzos por introducir la parapsicología en la universidad. En 1955 se creaba en la Universidad Nacional del Litoral (hoy Universidad Nacional de Rosario) la primera carrera de psicología del país. En ella, Musso y otros referentes, como el filósofo Armando Asti Vera, promovieron la incorporación de la parapsicología al plan de estudios, lo que se consiguió al año siguiente al aceptarse como materia obligatoria para el cuarto año de la carrera. Su primer profesor fue Jaime Bernstein, dejando su puesto en 1961 a Musso.

Una gestión similar fue conseguida a medias en la facultad de psicología de la Universidad de Buenos Aires, cuando Musso fue nombrado director de la carrera de psicología. En 1966 se organizó un seminario cuatrimestral optativo, dictado por Musso, cuyos contenidos eran idénticos a los de la materia que se dictaba en Rosario, con la intención de que a la brevedad se consiguiera su obligatoriedad. Lamentablemente, el proceso quedó trunco en junio de ese año, cuando un Golpe de Estado intervino las casas de estudio, en algunos casos por la fuerza, provocando renuncias masivas de docentes y directivos y modificando sustancialmente los planes de estudio.

En 1973, ya mudado a la ciudad de Rosario, funda allí el Instituto Rosarino de Parapsicología. Junto a su segunda esposa, Mirta Granero, continúa su labor divulgativa y en menor medida experimental. Un experimento de ambos, que evaluaba la percepción de un sujeto especial sobre dibujos ocultos, tuvo especial

repercusión. Fue publicado en el Journal of Parapsychology (Musso y Granero, 1973), la revista más importante de parapsicología del momento, además de ser destacado como uno de los mejores siete experimentos sobre el tema por John Beloff (1980), aunque antes había sido criticado por Naum Kreiman (1977), quien le descubriera errores metodológicos.

Trabajó intensamente para organizar, junto al Instituto Argentino de Parapsicología, las Primeras Jornadas Argentinas de Parapsicología, realizadas en Buenos Aires, en abril de 1980, en las que participaron, además de Musso, Julio Di Liscia, José María Feola y Marta Sicardi. Y a partir de fines de 1983, con el regreso de la democracia, decide oponerse y dejar en evidencia a la gran cantidad de farsantes que comienzan a desprestigiar la parapsicología científica, confundiéndola con doctrinas esotéricas o mancias, calificando la actividad como “charlatanismo”.

La última vez que Musso fue encarcelado fue en 1976. Durante ese tiempo comienza a interesarse por las terapias comportamentales. Al mismo tiempo incursiona en el campo de la sexología. Funda en 1978 la Asociación Rosarina de Educación Sexual y Sexología, de la que fue vicepresidente. La última década de su vida (falleció en Rosario el 28 de octubre de 1989) la dedica con intensidad a la psicología, dividiendo su tiempo entre el consultorio, la cátedra y la publicación de libros y artículos.

La casi nula actividad parapsicológica durante esos años, ha hecho afirmar a algunos disidentes de la parapsicología que murió desengañado de esa actividad. Sin embargo eso no es cierto. Hace poco la facultad de ciencias exactas y naturales de la UBA ha digitalizado una parte de la correspondencia de Mario Bunge. Gracias a esto puede leerse en Internet una carta que le envió Musso el 21 de setiembre de 1985, sólo cuatro años antes de su fallecimiento. Se trata de la respuesta a otra anterior, en la que el epistemólogo le expresaba: “Sigo pensando que la parapsicología es macaneo puro” (Musso, 1985, p. 1). A lo que Musso le responde que pensaba de la misma manera hasta que se puso a investigar experimentalmente el tema. Le recomienda la lectura de algunos textos para que reconsidere su opinión y al final afirma que viene trabajando para reformular el materialismo “de un modo que no se planteen contradicciones entre la tesis materialista (…) y los datos de la

interacción psicofísica: experimentos (que cito en mi artículo) de la parapsicología, de la neurofisiología, etc” (p. 2).

Otra prueba de la vigencia de la parapsicología en su última etapa lo ha brindado su viuda (Granero, 1990, p. 305), al reconocer que en el momento de fallecer había dejado concluidos tres artículos. En uno de ellos, publicado precisamente en una revista de parapsicología (Musso, 1993), asegura que: “Presentamos una serie de experimentos en los campos de la psicología-neurofisiología y de la parapsicología, que en los años sesenta señalé como las líneas de investigación experimental más indicadas para arrojar luz sobre la prueba empírica de la interacción psicofísica (…). Ahora pienso que esa serie, básicamente suministra esa prueba” (p. 66).

Referencias

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Musso, J. Ricardo. (1993). Los paradigmas materialistas (mecanicista vs. Dialéctica) en el problema de la relación entre lo psíquico y lo físico (antes y después de los años ’60). Parte II. Revista Argentina de Psicología

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Musso, J. Ricardo. (1985). Carta a Mario Bunge. Fondo Mario Bunge. Archivo FCEN-UBA. Versión digital en http://digital.bl.fcen.uba.ar/Download/Bunge/AR_UBA_FCEN_MB_SecPI_SerCo_265.pdf.

Bibliografía complementaria

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Musso, J. Ricardo. (1961). Los tests de parapsicología. Buenos Aires: I.A.P.

Musso, J. Ricardo. (1963). Contribución de la parapsicología al conocimiento del hombre. Revista de la Universidad de Buenos Aires, 2, 223-250.

Musso, J. Ricardo. (1979). Parapsicología. En Enciclopedia de Psiquiatría, 1979, Vidal editor, El Ateneo, 419-423.

______________ Revistas recibidas Hemos recibido, y agradecemos: * Journal of the S.P.R. Vol. 78.2 Nr.915 April 2014 * Journal of the S.P.R. Vol. 78.3 Nr.916 July 2014 * Journal of the S.P.R. Vol. 79.1 Nr.918 January 2015

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Preguntas frecuentes1 En esta sección nos proponemos brindar nociones de carácter general que consideramos útiles para las personas que desean acercarse a la temática de la parapsicología y que muchas veces nos consultan al respecto.

¿Qué son los poltergeists?

El término poltergeist es una palabra alemana que significa “duende alborotador” y designa un fenómeno que se manifiesta habitualmente en forma de ruidos, efectos eléctricos extraños, y movimiento de objetos que no puede ser explicado en forma normal. En cierta época se lo atribuyó a la presencia de fantasmas, pero tras décadas de investigaciones por estudiosos como William G. Roll, se llegó a la conclusión de que tales fenómenos son causados en realidad por personas vivas. Técnicamente se conocen con el nombre de “Psicokinesia (PK) espontánea recurrente” (en inglés Recurrent Spontaneous PK, o su sigla RSPK. Los hechos en sí, como toda forma de PK espontánea, poseen un significado intrínseco, y lo más frecuente es que sean provocados por adolescentes o personas con perturbaciones psicológicas que de esa manera manifiestan sus conflictos conscientes o inconscientes. Hay amplia literatura al respecto. Ver por ejemplo: “Litoquinesis en una ciudad de la República Argentina – Ensayo Interpretativo Estadístico–Etiopatogénico” por el Dr. Humberto M. C. Campana, en Comunicaciones de Parapsicología, Nº 5, marzo 2005.

¿Tiene psi alguna aplicación práctica?

Es muy probable que en la vida cotidiana hagamos uso de psi con mayor frecuencia de lo que estamos dispuestos a admitir.

Se han hecho investigaciones en escuelas primarias y secundarias, cuyos resultados sugieren que la percepción extrasensorial es capaz

1 Basado en FAQ (frequently asked questions) publicado por la Parapsychological Association en su página web: http://www.parapsych.org/section/36/frequently_asked_questions.aspx

de ayudar a la transmisión de conocimientos, creando una comunicación entre el docente y los alumnos más allá de la percepción consciente; y estudios sobre la relación entre la memoria y la ESP mostraron que muchas veces, las deficiencias de la memoria son suplidas eficazmente por psi.

Es posible también que en la consulta médica, psi explique lo que tradicionalmente se conoce como “ojo clínico”, esa maravillosa facultad que permite al médico percibir el estado del organismo del paciente más allá de lo que revelan los estudios de laboratorio y dar con el diagnóstico y el tratamiento acertados.

En los consultorios de psicoanálisis y psicoterapia, son frecuentes los casos de comunicación mental directa entre el paciente y el terapeuta, muchas veces a través de sueños.

Puede ser que las plegarias y otros procedimientos utilizados por las medicinas populares, consistan esencialmente en la acción de la mente sobre la materia, en este caso, sobre organismos vivientes, que es una de las formas de la PK.

En la esfera de la investigación policial, se ha recurrido muchas veces con éxito significativo a personas dotadas de aptitudes psi extraordinarias para localizar personas u objetos perdidos.

Se necesita mayor investigación y mayor amplitud de criterio para descubrir y reconocer las ventajas que pueden obtenerse de una utilización consciente y científica de psi.

¿Por qué es tan controvertida la parapsicología?

Si bien la experimentación parapsicológica ha logrado resultados probatorios, sigue siendo materia de controversia por varias razones.

En primer lugar, el mal uso que se hace del término “parapsicología”, no sólo por personas malintencionadas que explotan la credulidad pública, sino incluso en el público en general y en los medios de difusión, confundiendo lo que es una disciplina de estudio que se maneja con el método científico, con un conjunto de creencias y supersticiones englobadas en lo que desaprensivamente

se rotula de “paranormal”. Esta gran confusión ha hecho que muchos científicos subestimen la disciplina no considerándola merecedora de un estudio serio, y se rehúsen a malgastar su tiempo en examinar las pruebas existentes.

Por añadidura, no es fácil entender a fondo la naturaleza de las evidencias que existen en parapsicología. Por ejemplo, los meta-análisis realizados han dado resultados sustanciales y convincentes, pero para comprenderlos hace falta un conocimiento especializado; si no se está familiarizado con la estadística, ese tipo de evidencia no resulta muy persuasiva.

Nuestra respuesta es simple: la evidencia científica a favor de ciertas formas de psi es contundente. Con los mismos criterios utilizados para establecer la validez de la prueba en otras áreas de la ciencia, podemos decir con toda seguridad que existe psi, que estamos empezando a conocerlo un poco, y por qué las personas desarrollan este don.

Segundo: aunque alguien quisiera estudiar las evidencias, gran parte de los trabajos de mayor envergadura científica sólo se publican en revistas especializadas que sólo circulan en medios profesionales. En parte, esta situación se ha revertido últimamente, al crearse un sitio en Internet donde es posible suscribirse a una biblioteca que contiene todas las revistas y proceedings publicados hasta la fecha por las principales instituciones parapsicológicas de EE.UU. y Europa. Dirigirse a: www.lexscien.org/lexscien/index.jsp

Tercero: A muchas personas, la posibilidad de la existencia de psi les infunde temor, sea porque lo asocian con fuerzas diabólicas o con la hechicería, porque la posibilidad de leer la mente ajena les parece amenazante, por haber tenido experiencias psi que les hayan producido gran impresión, o por una multitud de otras razones que quizá un adecuado conocimiento de la materia lograría neutralizar.

¿Cuál es el estado actual de las evidencias a favor de Psi?

En principio, se dice que “X existe” cuando la base de datos estadísticos de los experimentos que estudian X, actualmente

disponible, ofrece pruebas sólidas, científicamente creíbles, de efectos anómalos repetibles compatibles con X.

En este sentido, existe la ESP, existe el presentimiento (cambios físicos en la reactividad dérmica, tamaño de la pupila, frecuencia cardíaca y otros, antes de ser presentado un estímulo, lo que indica precognición), existe la telepatía (comunicación directa de una mente a otra), y existe la interacción entre la mente y la materia (también llamada psicokinesia o PK). La supervivencia a la muerte corporal aún no está probada, aunque hay evidencias que lo sugieren a partir de los estudios sobre la reencarnación hechos por Stevenson y otros. Téngase en cuenta que aquí se utilizan los términos ESP, telepatía y psicokinesia en el sentido técnico, no popular; véase al respecto el punto “¿Qué estudian los parapsicólogos?” en esta misma sección, Comunicaciones de Parapsicología, Nº 43, septiembre 2014.

La ESP cuenta con firme apoyo estadístico, es decir que ha sido demostrada fehacientemente a través de repetidas pruebas; sin embargo se ha observado que varía su eficacia en función de los distintos tipos de objetivos usados en los experimentos. Por ejemplo, fotos o videos dan mejores resultados que simples figuras geométricas.

Algunos efectos de PK han sido comprobados, por ejemplo, cuando la persona fija su intención sobre dispositivos mecánicos o electrónicos que fluctúan aleatoriamente, la fluctuación cambia según la intención mental de la persona; y si ésta dirige su atención a otra parte, las fluctuaciones se dan dentro del orden del azar.

Es importante destacar que numerosos parapsicólogos consideran que los fenómenos están suficientemente probados, y dirigen sus investigaciones, ya no a la búsqueda de efectos probatorios, sino de los factores que permiten comprender mejor los fenómenos.