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149 Artículo LITERATURA Y LINGUÍSTICA N°43, 2021 | ISSN 0716-5811 | ISSN 0717-621X en línea | pp. 149-169 DOI: 10.29344/0717621X.43.2698 Recibido: 26 de enero 2021 · Aceptado: 26 de marzo 2021 Palabras clave: David Bowie, Jorge Díaz, José Donoso, Roberto Bolaño, exilio. Compás de apertura. David Bowie en tres textos de Jorge Díaz, José Donoso y Roberto Bolaño *1 Compass opening. David Bowie in three texts by Jorge Díaz, José Donoso and Roberto Bolaño Sergio Aliaga Araneda **2 RESUMEN La madeja de este ensayo es David Bowie, como un motor o si- quiera una excusa. Tomándome de su figura, su obra, y sus fini- tos quehaceres, devano tres hilos, a saber, el de Jorge Díaz, José Donoso seguido por Roberto Bolaño, donde cada uno absorberá la estela del cantautor, invocándole para evidenciar divergencia (“Todas las fiestas del mañana” [escrito en 1981, pero publica- do en 2013]), extrañeza (El jardín de al lado [1980]) o aprehen- sión (Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce [1983]) frente a un escenario marcado por el exilio. En función de lo dicho, constato cómo la figura, la música e inclusive la lectura de Bowie, marca tres escenas pertenecientes a los fatídicos años 80, en los cuales, el exilio asoma como una experiencia a desgra- nar cual compás de apertura. SUMMARY David Bowie is threaded through this essay, as a driver or even an excuse. I look at the person, his work, and his profession, and un- ravel three threads, namely, of Jorge Díaz, José Donoso and Ro- berto Bolaño, where each one will absorb the singer-songwriter’s aura, invoking him to show divergence (“Todos las fiestas del mañana”) (In English: All Tomorrow’s Parties) ”[written in 1981, but published in 2013]), strangeness (El jardín de al lado) (In *1 Este artículo se inscribe en el Proyecto Fondecyt Regular N° N°1201369, titulado Comunidades de la violencia: lecturas restitutivas de las dramaturgias chilenas de cien años, cuyo investigador responsable es el Dr. Cristián Opazo Retamal y del cual figuro en calidad de tesista. Por otra parte, agradezco los oportunos comentarios del Dr. Pablo Chiuminatto y la Dra. Rubí Carreño Bolívar durante el desarrollo de este trabajo. **2 Chileno. Licenciado en Letras Hispánicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, PUC. Estudiante de Magíster en Literatura de la PUC. [email protected] Keywords: David Bowie, Jorge Díaz, José Donoso, Roberto Bolaño, exile.

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ArtículoLITERATURA Y LINGUÍSTICA N°43, 2021 | ISSN 0716-5811 | ISSN 0717-621X en línea | pp. 149-169

DOI: 10.29344/0717621X.43.2698 Recibido: 26 de enero 2021 · Aceptado: 26 de marzo 2021

Palabras clave: David Bowie, Jorge Díaz, José Donoso, Roberto Bolaño, exilio.

Compás de apertura. David Bowie en tres textos de Jorge Díaz, José Donoso y Roberto Bolaño*1

Compass opening. David Bowie in three texts by Jorge Díaz, José Donoso and Roberto Bolaño

Sergio Aliaga Araneda**2

Resumen

La madeja de este ensayo es David Bowie, como un motor o si-

quiera una excusa. Tomándome de su figura, su obra, y sus fini-

tos quehaceres, devano tres hilos, a saber, el de Jorge Díaz, José

Donoso seguido por Roberto Bolaño, donde cada uno absorberá

la estela del cantautor, invocándole para evidenciar divergencia

(“Todas las fiestas del mañana” [escrito en 1981, pero publica-

do en 2013]), extrañeza (El jardín de al lado [1980]) o aprehen-

sión (Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce

[1983]) frente a un escenario marcado por el exilio. En función de

lo dicho, constato cómo la figura, la música e inclusive la lectura

de Bowie, marca tres escenas pertenecientes a los fatídicos años

80, en los cuales, el exilio asoma como una experiencia a desgra-

nar cual compás de apertura.

summaRy

David Bowie is threaded through this essay, as a driver or even an

excuse. I look at the person, his work, and his profession, and un-

ravel three threads, namely, of Jorge Díaz, José Donoso and Ro-

berto Bolaño, where each one will absorb the singer-songwriter’s

aura, invoking him to show divergence (“Todos las fiestas del

mañana”) (In English: All Tomorrow’s Parties) ”[written in 1981,

but published in 2013]), strangeness (El jardín de al lado) (In

*1 Este artículo se inscribe en el Proyecto Fondecyt Regular N° N°1201369, titulado Comunidades de la violencia: lecturas restitutivas de las dramaturgias chilenas de cien años, cuyo investigador responsable es el Dr. Cristián Opazo Retamal y del cual figuro en calidad de tesista. Por otra parte, agradezco los oportunos comentarios del Dr. Pablo Chiuminatto y la Dra. Rubí Carreño Bolívar durante el desarrollo de este trabajo.**2 Chileno. Licenciado en Letras Hispánicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, PUC. Estudiante de Magíster en Literatura de la PUC. [email protected]

Keywords: David Bowie, Jorge Díaz, José Donoso, Roberto Bolaño, exile.

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English: The Garden Next Door) [1980]) or apprehension (Con-

sejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce) (In

English: Advice from a Morrison disciple to a Joyce fan) [1983])

in a scenario of exile. Based on what has been said, I note how

the figure, the music and even the reading of Bowie, mark three

scenes pertaining to the fateful 80s, in which exile appears as an

experience to deconstruct any compass opening.

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IntroducciónSantiago, 2016. Estación de Metro Los Héroes: Los We can be Heroes

(Fig. 1). Con cierta nostalgia, la intervención destaca el fallecimiento

de David Robert Jones, conocido mundialmente como David Bowie

(1947 - 2016). Quien fuera músico, compositor, actor, productor e in-

cluso diseñador de modas, regaría lágrimas por el suelo patrio, dejan-

do, entre otras cosas, manifestaciones como aquella. Natalia, profesora

de inglés, artífice de la intervención, pega la proclama justo ante de ser

advertida por los funcionarios de metro. Porque nada podrá vencer-

nos, seremos héroes hasta el final. ¡Amén!

Fig. 1: “We can be heroes”. Imagen digital. Paniko.cl. Edit. Alejandro Jofré, 2016. Web. Revisado 02 de diciembre del 2020. https://paniko.cl/david-bowie-en-el-metro-de-santiago/

Homenajes como este se repetirían en diversas colinas del mundo.

Más aún. En visión del académico de la Sheffield Hallam University,

Jack Black (211), la prensa, redes digitales o público masivo, reacciona-

ría de tal modo ante la muerte del británico que este significaría, pese

a quien pese, apenas un fetiche de orden teatral. Esto último, por su-

puesto, no sería, en ningún caso, una afrenta contra el músico; al con-

trario, en glosa de Simon Reynolds (2016), Bowie, como varios otros

artistas del glam rock (Marc Bolan, Alice Cooper, The New York Dolls),

fagocitaría dicho precepto. “[El glam] puso un contraste total con el es-

tilo pesado que le había precedido: contra el rock de ejecución brillan-

te y vestuario discreto, hizo estallar un exceso de imagen que precedía

al propio rock” (15). De ahí que, como cantase Bowie en “Fashion”,

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haya, con el glam rock, un nuevo lenguaje, el cual, se escucha casi tanto

como se ve. Bowiefilia, como la resume Mariana Enriquez (634), en la

que la divergencia se entrecruza bajo la farola del glam. Claramente se-

mejante hipótesis podría discutirse, pues Bowie, a lo largo de su vasta

carrera, incursionará en un abanico de géneros tales como el folk con

matices psicodélicos (el homónimo David Bowie [1967] o Space Oddity

[1969]), pasando por el soul (Young Americans [1975]), hasta la elec-

trónica experimental (piénsese en la trilogía integrada por Low [1977],

Heroes [1977] seguido por Lodger [1979]), entre tantísimos otros.

Luego de este breve examen, cabe preguntarnos, de manera homo-

loga, por Bowie y las animadas respuestas que su muerte generase en

Chile. Puesto que, ¿cuán amplia es la influencia de Bowie en nuestro

país? Imposible de responder. Amplísima. Corrijo: ¿cuán cercana es la

figura del músicos a las artes y humanidades en estas tierras? Un poco

menos amplia, pero aun así material de tesis1. Una vez más: ¿cuán

próximo es Bowie a las letras chilenas? Bien. Como dijera Josefina

Ludmer (Dalmaroni 9), mi campo es el de la literatura. De ahí sin más

trataré de responder, cruzando, cuando la ocasión así lo amerite, hacia

el vasto territorio de la música pop.

Veamos. El fallecimiento de Bowie azotó casi indistintamente a los

escritores, periodistas o académicos en Chile. Se escribieron epitafios,

se llenaron revistas, se realizaron homenajes como el de la antes men-

cionada profesora Natalia. Entre las muestras más notables está la de

Rafael Gumucio, quien, desde las páginas de El Mercurio Blogs (s/p),

dedicara una brevísima crónica —titulada “Lázaro” — en donde hila

una genealogía entre Bowie y referentes literarios de alta diversidad,

orillando la narrativa de Joseph Conrad, hasta Marc Bolan acompa-

ñado de Bob Dylan, para, finalmente, retornar a Chile donde Bowie

—asevera Gumucio— jamás hubiese existido. Otro homenaje en la

1 Una de las últimas tesis dedicadas al compositor, es la de Cristóbal de Ferrari: “El arte musical de David Bowie en la lengua de Theodor Adorno” (2020). En esta, el can-didato a Doctor en Filosofía por la Universidad de Chile, toma las consideraciones de Adorno respecto de la teoría musical para, en un gesto apropiativo, acercarlas a la músi-ca de Bowie. Entre las conclusiones, sugiere que en la música del británico habita un algo torcido (216) que, dada sus capas, nunca se termina de escuchar del todo. Repitiéndose, canción tras canción. Es el sujeto estirado, cual rizo, que siempre retorna hacía sí mismo. Agradezco a Cristóbal de Ferrari —así como a mi profesora María Inés Zaldívar por po-nernos en contacto— en la prestación de su tesis, por ahora inédita.

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misma línea fue el que dio origen a Cuentos para Bowie (2017), senti-

do muestrario con el cual un grupo de escritores (Bruno Lloret, Matías

Correa, Yosa Vidal Carmen Galdames, Claudio Aguilera, Natalia Ber-

belagua) se unió a un puñado de ilustradores (Carlos Garrido, Alexia

Muñiz, Ángeles Vargas, Antonia Isaacson, Jorge Quien, Mariano Xerez)

para exhumar el recuerdo del artista mediante el arrebato de algunas

de sus canciones más emblemáticas: “Space Oddity”, “Starman”, “Laza-

rus”, entre otras.

Aunque lo cierto es que la presencia de Bowie en la literatura chi-

lena figura anterior a su, digámoslo ahora, prematura muerte. Un afán

particularmente quisquilloso notaría que la imagen del música yace

cómoda en ciertas novelas de los 80... 90. Hebra precursora, en ese sen-

tido, es el proyecto de investigación, llevado a cabo por Cristián Opazo

(2013), en torno a las narrativas de Augusto D’Halmar, José Donoso a la

par de Alberto Fuguet, donde Bowie aparecerá en la sección dedicada

a Donoso: el uso de anglicismos tales como kook (gay), Donoso lo toma

desde Bowie (más precisamente de la canción homónima: “Kooks”),

haciendo de su escritura un lenguaje errante cuya patología, en decir

de Opazo (2), es la proliferación de giros excéntricos a la lengua espa-

ñola. Con prohijar (eufemismo para indicar el amancebamiento entre

un adulto varón con un muchachito) o adrift (deriva, errante o errado)

para el caso de D’Halmar y Fuguet, respectivamente.

Como he querido demostrar, Bowie, en relación con las letras chile-

nas, emula múltiples senderos. Por ahora, me detendré en tres casos en

suma particulares, estos son, el de Jorge Díaz (1930 - 2007), el ya enun-

ciado José Donoso (1924 – 1996) e incluyo, al último, a Roberto Bolaño

(1953 – 2003). Estos escritores —dramaturgos, poetas, cuentistas— in-

vocan la figura del músico para datar su exilio o extranjería, dado que,

si Díaz toma la rabiosa nostalgia de Bowie (Lou Reed, Brian Ferry &

asociados) para encumbrar a los jóvenes de la Movida madrileña (c.

1980), en su inédito “Todas las fiestas del mañana” (2017); Donoso hará

lo suyo con El jardín de al lado (1981) cuando exalte al Bowie setentero

en aquella novela ambientada en Madrid; también Bolaño recurrirá al

llamado ídolo del glitter (Copetas 182) tanto en su mítico encarcela-

miento en un cruce de Los Ángeles (c. 1973) así como sus primeras

publicaciones (Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce de 1984, entre otras). En retrospectiva, mi trabajo plantea cómo

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la figura de David Bowie surge, en estas escrituras, para evidenciar ya

sea (auto)exilio, extrañeza o aprehensión. Tres cartas para Bowie, un

homenaje desde Chile donde el músico marcará las coordenadas para

un pronto contacto entre respectivos escritores.

Díaz en Madrid Marte1970. Jorge Díaz, desde las páginas de Latin American Theatre Review, deja su renuncia2, pues cansado del lúgubre ambiente cultural de los

50 a los 70 en Chile, parte a un denominado autoexilio, integrándose a

compañías itinerantes en donde escribirá un gran (y poco estudiado)

número de obras. Los años posteriores a aquel exilio resultan especial-

mente productivos, puesto que, un Díaz desconocido para el público

de ese entonces comienza a gestarse: los 80, por ejemplo, encuentran

a un Díaz instalado en Madrid, donde, desde aquel ademán voluntario

-vista privilegiada, por otra parte, a los cruentos años de la dictadura

chilena (c. 1973 – 1990)- se encandilará por los efectos previos a la Mo-

vida Madrileña, aquel fenómeno en plenos ochenta, en el cual, la sub-

cultura juvenil glorifica, en extremo, un presente casi perpetuo, sin mi-

rar hacia el pasado, sin garantías de un futuro3. Díaz, motivado por ese

aspecto, recogerá su propia mirada en “Todas las fiestas del mañana”,

escrito en 1983 aunque publicado, en Ediciones UC, en el 2013. Título

tomado al pie del álbum The Velvet Underground & Nico (1967), can-

ción: “All Tomorrow’s Parties”. Cristián Opazo, uno de los encargados

de la publicación de este texto, escribe a propósito del Díaz madrileño:

2 El breve “Dos comunicaciones” (1970) de Díaz es un alegato contra el teatro uni-versitario de aquella época (c. 1941–1973). En relación con el elenco de Teatro ICTUS, Díaz decide abandonar Chile en 1967, dado que “todas las formas usuales del lenguaje [teatral] se me han ido desinflando, cayendo por el camino. En lenguaje costumbrista, el lenguaje como expresión psicologista [sic.], las formas más o menos habituales del lenguaje coloquial, el lenguaje culto de exposición de idea, etc., se han ido convirtiendo para mí en fórmulas vacías” (75). Una cuestión atañida a la Lengua con mayúsculas, o vana minúscula.3 La Movida madrileña. Conjunto de manifestaciones de tipo juvenil —durante la década de los ochenta— que, en palabras de Héctor Fouce (273), responden a una suerte de hibridación cultural, o bien, una reacción a dos puertas entre la sociedad franquista y la nueva camino a la democracia. Espacio archicolorido entre ambas posturas. Estos jóvenes, fascinados por las creaciones del Reino Unido (especialmente por quienes se oponen al gobierno de Margaret Thatcher), e igualmente descreídos acerca de las dicoto-mía clásica hetero-homo sexual, alentaron la mezcla extravagante en las artes, en la vida misma (Opazo, “obreros, polizontes, pupilos...” 41).

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¿Por qué publicar una obra que el propio autor desdeña [como me-

nor]? Treinta años después, Todas las fiestas del mañana encuen-

tra su momento de legibilidad. Aquello que ayer deslumbró como

ademán pasajero (el vocabulario ajeno, extraño, chocante de los pa-

rroquianos de la Rock Ola), hoy día se oye como una proclama des-

bordada por la urgencia de los afectos: aquí los adolescentes que

reclaman soberanía sobre sus propios cuerpos; aquí los adolescen-

tes que despliegan la inmensidad de sus deseos. All Tomorrow’s Parties: quizá, el título musical de este manuscrito olvidado sea,

para Jorge Díaz y sus lectores, el anuncio profético de una celebra-

ción que nunca llegó (35, las cursivas son de él).

Tal vez la mejor manera de describir la hazaña de Díaz sea recu-

rriendo al Bowie de los 70. En 1971 lanza Hunky Dory, álbum cuasi

legendario donde canciones como “Changes”, “Oh! You Pretty Things”

o “Queen Bitch” incentivan el cambio hacia una nueva época, carga-

da de ambigüedad tanto sexual como creativa. No sería descabellado,

en ese sentido, imaginar a Díaz quien igual que la protagonista de la

canción “Life on Mars?”: muchacha de pelos rizados va al cine, y, du-

rante la película (aburridísima: ¡ella ha vivido mucho más!), fantasea

con la vida en Marte. Freak Show, canta Bowie. Símil a Jorge Díaz; un

señor con ademanes casi marcianos que, cansado de su planeta natal,

escribe desde una nueva localidad, desde un novedoso lenguaje. Chi-

le en virtud de Madrid, o Madrid en miras a Marte. Los personajes de

“Todas las fiestas del mañana” —en orden de aparición: Missa (yonqui

con arrebatos punk), Chema (prostituto gay en busca de clientela), Cu-

rro (trajeado con camisa y corbata rosa, en espera de su novia), Paco

(gigoló interesado en mujeres mayores), Elisa (en sus cuarenta, pin-

tarrajeada), Moncho (dealer de Missa), el camarero (quizá el menos

estrambótico)— hablan como los jóvenes pertenecientes a la Movida.

Rocambolescos giros cuya derivación recae en palabras tales como

basca, chunga, chute, julandrón, retambufa o trullo. Tamaños epítetos

requieren de un glosario, casi siempre a la mano (Opazo, “Madrid, Ma-

drid...” 34).

Trama. Estamos en un bar “con pretensiones de pub” (Díaz 43). De

fondo suena música disco. En el centro nuestros personajes bailotean

desganados. Cada uno —como detallo en sus descripciones—, tiene

distintos motivos para estar ahí, aunque todos coinciden en un mismo

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punto: la música (sea Bowie o Lou Reed) les identifica. Subrayo esa

cuestión, pues se deben a ella para marcar su diferencia ante los de-

más, sea entre la propia Movida o la sociedad. Por ello, si así se quiere,

la identidad se exhibe cual marca registrada. En una suerte de dime

cómo te ves..., los personajes de “Todas las fiestas del mañana” sacan,

al pie de la letra, sus trapitos al sol. Missa, por ejemplo, tararea una

canción de The Velvet Underground titulada “Í’m waiting for the man”

(parte del disco homónimo a la banda), donde, un presunto yonqui

espera, con veinte dólares en la mano, a un dealer. En traducción del

propio Díaz:

La cabeza me da vueltas

solo estoy buscando a un sucio amigo mío.

Estoy esperando a mi hombre.

Subes unos escalones oscuros

tres pisos arriba

todo el mundo te tiene fichada

pero a nadie le importa (56).

La música maneja a los personajes cual monigotes. “¡Muérete de

una sobredosis, maldito Lou Reed!” (49), grita Missa. O bien como

dijese Curro: David Bowie es Dios (55). Cuestión de sensibilidad, más

nunca de gusto. De identidad (por más cursi suene esta palabra, por

más kitsch), pues, tal como Bowie en las fotografías de “Life on Mars”

—producidas, en su momento, por el mítico Mick Rock (Taschen,

2020)—, los personajes de Díaz reclaman una mirada sobre sí, un ges-

to, una pose tras un fondo blanco. Una misma lengua casi alienígena

para oídos castellanos. O en su defecto: “[s]in temor agorafóbico a

desviarse de la lengua materna, Missa, Chema, Curro, Paco y Moncho

intercambian parlamentos que asemejan poemas en prosa, reescritu-

ras bastardas de himnos menores del punk y la new wave” (Opazo,

“Agorafobia..” 41).

La gente mira el maquillaje sobre su cara, riéndose de su pelo oscu-

ro. Canta Bowie en “Lady Stardust”, parte de The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spider from Mars (1972); entregándonos de cierta

manera pistas para leer, o inclusive comprender, el texto de Díaz: lo

importante cabe a ojos del espectador. Una mirada que marca su dife-

rencia a ras de estrambótico erotismo. Así, mientras en Chile visten

alegorías para evitar la censura (piénsese en toda la Escena de Avanza-

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da), Jorge Díaz tiñe sus escritos de mostacilla barata. Lector del inglés

Joe Orton (Entertaining Mr. Sloane, 1964), los franceses Jean Poiret (La Cage aux folles, 1973) y Bernard-Marie Koltés (La Nuit juste avant les forêts, 1976), con David Bowie a la cola4. Espíritu glam, cuánto menos.

Donoso, un Rimbaud empaquetadoJosé Donoso era un entusiasta viajero. En su juventud, viajó a la Uni-

versidad de Princeton para estudiar, convidado por una Beca de la Do-

herty Foundation (c. 1949), un bachiller en Letras inglesas. En aquel

periplo publicaría —bajo la revista MSS (la cual contó con apenas tres

ediciones) — dos cuentos: “The blue woman” así como un tal “The

poisoned pastries” (ambos de 1950). Volvería a Chile en 1954, donde,

entre otros quehaceres —detallados en su Historia personal del boom

(1972)—, publicaría una primera novela: Coronación (1955). En años

posteriores viajaría frecuentemente a algunas países aledaños como

México o Buenos Aires. En 1967 (mismo año en que Jorge Díaz par-

te al exilio), se trasladaría a España, permaneciendo allí hasta 1981,

debido, en parte, a las trágicas consecuencias del Golpe de Estado

(1973). Una vez en Chile, Donoso haría todo lo humanamente posible

para encumbrar un legado: dictaría un taller cuya inspiración serían

los promovidos en tierra estadunidense (el Writer’s Workshop de la

Universidad de Iowa), obtendría el Premio Nacional de Literatura (c.

1990) o asimismo blandiría sus raíces genealógicas —el primer Do-

noso fue hijo de un cura durante la Colonia, dice en Conjeturas sobre la memoria de mi tribu (1996) —. Ya en su lecho de muerte, pediría,

como último gesto, le leyesen Altazor (1931)... En paracaídas hacia el

abismo.

Cuesta imaginar al Donoso trotamundos de los años 50. Como bien

lo ha descrito Antonio Díaz Oliva (s/p), ese Donoso parece cercano a

un tabú, ya que, desde aquel joven despierto, camino a la figura tan de-

cadente de los últimos años, ¿cuántos pasos hay? Muchísimos. Tantos

4 Contrario a lo que se supondría, Jorge Díaz era un lector bastante omnívoro. Un recuento de su biblioteca —donada, en el 2017, a la Facultad de Letras UC— muestra cómo el dramaturgo acumulaba diversas clases de libros. Biografías varias, así como las letras de The Beatles o Lou Reed, por no olvidar, desde luego, a David Bowie o a los ya citados Orton, Poiret, Koltés y compañía. Véase en detalle en el siguiente link: https://bi-bliotecas.uc.cl/index.php?option=com_content&view=article&id=1433:ganadores-del-concurso-alianza-ediciones-uc-y-bibliotecas-uc&catid=42:noticias-inicio&Itemid=123

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como partituras por el mundo. Pues Donoso, quien aseguraba a sus

entrevistadores (Permanyer s/p) deleitarse con la música de Schubert,

Chopin, Schuman, Liszt, Brahms o música de cámara, también era un

atento escucha de David Bowie. Aunque no sin cierta extrañeza. Buen

ejemplo yace en las páginas de El jardín de al lado, tal como me pro-

pongo desentrañar a continuación.

La trama es sencilla (no así sus múltiples capas). Julio Méndez —

protagonista, escritor exiliado—, junto a su esposa Gloria, cuida la casa

del pintor Pancho Salvatierra (amigo e ingenuo simpatizante de la dic-

tadura chilena) durante un verano en Madrid. Instalado en pos de ese

ademán, se obsesiona con el jardín de su vecina, la Condesa De Pinell

De Bray (o la condesita, como la llama). Esta última se pasea desnuda

entre fiesta y piscinazo, provocando la mirada de Méndez. ¡Senda dis-

tracción! Ya que Méndez ha decidido ocupar la estancia en favor de

una novela que viene escribiendo hace ya un tiempo; aunque bien, pa-

reciera que los momentos a solas con su trabajo son mera excusa para

espiar —como el fotógrafo de Rear Window (Hitchcock 1954), en pa-

labras de Grínor Rojo (34)— a la condesita. Ahora, cuando finalmente

termina su novela, el resultado peca desabrido. No le hace justicia a la

condesa. Menos aún. La única lectora que aprecia, casi a regañadien-

tes, su obra es Gloria, pues ni la imponente Nuria Monclús —editora,

con resabios a Carmen Balcells—, o mucho menos la juventud (Pato,

hijo del matrimonio Méndez, admite sin tapujos el hartazgo respecto

de la dictadura) ven en ella un mínimo talante literario. Reacción simi-

lar a la de Bijou, ángel multiforme...

¿Quién es Bijou?

Si Missa en compañía de Curro, Paco y Moncho teñían el texto de

Díaz con los colores de la Movida, el personaje de Bijou lo hará en la

novela de Donoso. Situación onírica para el protagonista; puesto que,

pese a sentir una clara fascinación por el joven, recurrirá a tupidas

muestras para demostrar que lo suyo no es sino “un deseo de apro-

piarme de su cuerpo, de ser él, de adjudicarme sus códigos y apetitos,

mi hambre por meterme dentro de la piel de Bijou era mi deseo porque

mi dolor fuera otro” (84). Dolor atañido, por lo demás, a las consecuen-

cias de la dictadura chilena. La madre de Méndez —la otra cara del

jardín: el de la infancia— agoniza lentamente en Chile, de modo que,

un púber rapado sin angustia por la historia pasada o actual, junto a un

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cincuentón cargado de fantasmas no hacen, bajo ninguna perspectiva,

buena pareja. De tal manera el contraste entre Julio Méndez y Bijou lo

pondrá David Bowie.

Durante uno de los primeros encuentros con Bijou (aunque, en rea-

lidad, Méndez desconoce su nombre), el novelista confiesa a su amigo

Carlos Minelbaum, médico exiliado, la extrañeza que le produce el an-

drógino. Le gustaría, según dice, que él lo quisiera como no lo hace su

propio hijo, comparándolo incluso con un ángel musicante (77). Así sin

más, en ese preciso instante, lo invoca. Cual ángel de la historia (Ben-

jamin 310), Bijou llega para marcar su pronta tempestad, dado que, tal

como detallase la letra “Kooks” de Bowie (copiada por Donoso en la

novela):

If you staywon’t be sorry´cause we believe in you...Soon you’ll growso take a chancewith a couple of kooks...…

We’ve gota lot of thingsto keep you warm and dryand a funny old cribon which the paint won’t dry... (Donoso, El jardín... 89–90, cursivas

del original).

Si te quedas

no te arrepentirás

porque creemos en ti...

pronto crecerás

así que da una oportunidad

a este par de locos...

Tenemos

un montón de cosas

que te mantendrán cálido y seco

una vieja y divertida cuna

en la que la pintura no se seca... (la traducción es mía).

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En la novela, los versos son transcritos en su lengua original, el in-

glés, marginando, con ese gesto, a posibles lectores no letrados. Asi-

mismo, en la copia, el transcriptor olvida un único verso: hung un romancing. Colgados en un romance. Corta la canción sin más dado

que, como ya indiqué, lo satisfactorio no es un posible escarceo con

Bijou (nombre que, por lo demás, se traduce como joya desde el fran-

cés, es decir, otro gesto velado por cierta clase de multilingüismo); al

contrario, Méndez busca ser Bijou, apropiarse de sus códigos, de su

vestimenta, de su libertad. El contraste resulta notorio. Entre Méndez

y Bijou existen años luz de diferencia, por eso Méndez, para descri-

birlo, recurre a códigos pertenecientes a un lenguaje culto, pomposo.

“¡Rimbaud! ¡Ya me parecía haber conocido la malvada suciedad rubia,

el desafió perverso de los ojos claros los inmundos dientes defectuosos

del personaje de Coin de table!” (78). De esa manera “Kooks”, tanto la

canción como el anglicismo, no está en su vocabulario. Esa complici-

dad con Bijou, o con los jóvenes de la Movida, jamás la obtiene. Menos

aún. Méndez actúa como un quinceañero inseguro buena parte de la

novela, por ello, es incapaz de abandonar su pasado político, o siquiera

rendir tributo a su madre enferma. Todo lo consume, así, tan pronto

crezca —canta la canción de Bowie— encontrará una oportunidad.

Tan pronto abandone aquel sueño de escribir la gran novela del boom,

la novela de la dictadura chilena. Fracaso estrepitoso.

Si Méndez, espejo cóncavo a José Donoso (Rojo 43), obrase como

Díaz en “Todas las fiestas del mañana”, entregándose a la manifestacio-

nes de la Movida, tal vez —y solo tal vez— hubiera obtenido un mejor

pasar. No fue el caso. Méndez acaba sus días enseñando literatura en

alguna universidad de Europa, mientras Gloria —práctica conocedora

de astrología; cercana a la juventud, a las discotecas— escribe la nove-

la, esa misma que ahora yace en nuestras manos. Las mil máscaras de

una escritura (Morales 86-87), o de este Rimbaud empaquetado tras el

nombre de Julio, Gloria Méndez o ¿José Donoso? Don’t dream it. Be it.

Canta el Dr. Frank N’ Furter a finales del musical The Rocky Horror Pic-ture Show (Sharman 1975), influencia importante para el glam y para

David Bowie. Eco a José Donoso, a toda una genealogía.

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Coordenadas R. B.5

Trataré con Roberto Bolaño.

Dicho eso, tacho su nombre a lo largo de este apartado, quedándome

tan solo con sus iniciales: R. B, cual coordenadas de un meteoro que

atraviesa el cielo abierto de América. Huella que, sin duda, habrá de

perdurar. Resume impecable Jaime Concha (343)—, pues R. B. no es

sino eso: un meteorito, visto que incluso la crítica lo trata de semejan-

te manera. Títulos como Territorios en fuga: estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño (2003). Roberto Bolaño: una literatura infinita (2004). Bolaño salvaje (2005). Pistas de un naufragio. Cartografía de Roberto Bolaño (2009). Roberto Bolaño: otra vuelta de tuerca (2010).

Roberto Bolaño: la experiencia del abismo (2011). Bolaño traducido: nueva literatura mundial (2011). Roberto Bolaño. Estrella cercana (2013). Roberto Bolaño: el investigador desvelado (2015). Bolaño Cons-telaciones (2020), entre otros6, vienen sino a atestiguar tal certeza.

Como se aprecia por sus títulos, la gran mayoría alude a dimensio-

nes inaprehensibles, o majestuosas hazañas, ya que, la escritura de R.

B. —coteja nuevamente Concha (354)— resulta de una tensión elástica

in extremo. Superficies que se entrelazan unas con otras, como es el

caso de La literatura nazi en América (1996) con aquel árbol genealógi-

co en siembra del horror (Mercier y Rocco 188-189), o 2666 (2004) fren-

te a esa estructura cuyos límites son sino abis(m)ales (Moreno 21). So-

bran ejemplos... Complejo dinamismo. Ahora, ¿dónde encontrar “un

vacío potencial para todas las configuraciones que se sucederán en

macroescala” (Concha 354) en la escritura de R. B.? ¿Dónde está aquel

afán cósmico tan enunciado por la crítica? O mejor dicho: ¿dónde ubi-

5 Un primer esbozo respecto de este apartado fue escrito para el curso de “Narrativa Hispanoamericana”, versión Magíster en Literatura, a cargo de la Dra. Macarena Areco. En este, encumbraba un recorrido por la narrativa de R. B. en busca de un supuesto alu-nizaje espacial. La luna aparece en cada uno de los libros de R. B., ¡en todos!, no como mero adorno, sino más bien como un ente que actúa por sobre las acciones de los perso-najes o la escritura. El presente apartado es una versión renovada de susodicho trabajo, pues, en ese entonces, David Bowie no formaba parte de él. Agradezco a la profesora Areco sus valiosos comentarios durante aquel recorrido.6 Agréguense a esta lista algunos estudios en otras lenguas. Como Roberto Bolaño’s Fiction: An expanding universe (2014; reeditado por Ediciones UDP el 2018), o Beyond Bolaño: The Global Latin American novel (2015; a la par reeditado por Crítica en 2020). Claro está: faltarían artículos, ponencias e incluso congresos dedicados a la obra o figura del autor. Aunque por ahora basta con dichas monografías.

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car apenas un ápice, minúsculo bosón, de aquel universo en continua

expansión? En busca de una respuesta: en David Bowie.

Ocurrido el golpe de Estado en Chile, R. B. se haya en México con 20

años recién cumplidos. Cuando escucha la noticia decide, en un acto

mítico y quizá estigmatizado, levantar armas y apoyar, como se pueda,

a los caídos por el Golpe. Viajará a dedo en camiones o barcos, con pa-

radas en Nicaragua, Costa Rica, Panamá, enviando, cada cierto tiempo,

cartas a sus familiares. Una vez en Chile, será detenido en un cruce de

Los Ángeles camino a Concepción, Región del Biobío. Confinado en

una celda por alrededor de ocho días (la cantidad cambia según quién

cuente la historia) escribirá un poema:

Era sobre David Bowie y Nueva York. Lo escribí mientras estuve de-

tenido y era un poema muy malo pero mejor que todo lo que hacía

por aquella época que era horrible. Durante ese período sólo me

ocurrieron dos cosas: el poema de Bowie y leer, también estando

preso, un reportaje sobre la casa de campo de Dylan Thomas, en

Gales. Me impresionó porque jamás pensé que Dylan Thomas tu-

viera una casa tan increíble y lujosa (citado en Rivera s/p.).

Un poema al que jamás obtendremos acceso. Un complejo vacío en

la línea precursora a R. B. Ausencia que, sin embargo, amenaza como

un hálito superviviente. Lo que no está en algún momento estuvo. “No

habrá más que señales, singularidades, migajas, resplandores pasaje-

ros e incluso débilmente luminosos” (Didi-Huberman 31-32), un cora-

zón delator en toda su macabra gloria. En esa línea conjetural, fascina

un poco la idea de R. B., encerrado en una celda, pensando en David

Bowie. Quizá fantaseando con Space Oddity, cuyo single “Space Oddi-

ty”, se lanza oficialmente en 1969. Mismo año del primer alunizaje es-

pacial. En esta, un astronauta (Mayor Tom, o Comandante Tom por su

traducción) deriva en el espacio sin comunicación con la Tierra. Está

solo. Por ello, no sorprendería que R. B. hubiera escuchado más de una

vez la canción, allí detenido. Esta dice: voy suspendido a bordo de una

lata de aluminio. Lejos por encima de la luna. El Planeta tierra es azul

y ya nada puedo hacer. Si el poema sobre Bowie no existe (para noso-tros lectores), ¿dónde encontrar al menos un símil de aquel? Creo que

en la poesía del autor. Tomemos por ejemplo “Mi vida en los tubos de

supervivencia”, recogido en Poesía reunida (2018), donde “un pigmeo

amarillo” viaja, en una especie de nave espacial, buscando su destino.

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Me metieron en el interior de este platillo

Y me dijeron vuelta y encuentra tu destino, ¿pero qué

Destino iba a encontrar? La maldita nave parecía

El holandés errante por lo cielos del mundo (53)

¿No parecen estos versos cercanos a las desventuras del Coman-

dante Tom? Sería fácil decirlo; opto, no obstante, por la mesura. En una

carta enviada a la crítica Soledad Bianchi, R. B., además de compar-

tirle “Mi vida en los tubos de sobrevivencia” escribe: “el poema puede

leerse como un cómic, una aventura pop en verso libre, pero también

puede, y debe, leerse como un poema sobre la condición del poeta”.

Prontamente repara: “Por descontado, el texto tiene, aún, algunas lec-

turas más, y más interrogantes y enigmas, pero eso lo dejamos para

otra carta”. Fechada en febrero del 93, Blanes. Un cómic, una aventura

pop en verso libre... Un guiño al buen humor. A ese poema nunca es-

crito con Bowie en la sesera7.

Ahora, la metáfora espacial (tan enarbolada por la crítica) también

surge en la narrativa. El póstumo Entre paréntesis (2004), reúne un

brevísimo texto titulado “Palabras del espacio exterior”, en el cual R. B.

comenta las cintas captadas por algún ciudadano sin nombre durante

el Golpe de Estado en Chile. En ellas, los altos mandos de la Fuerza Ar-

mada conversan, ríen e incluso temen prontas consecuencias:

En algún momento de nuestras vidas conocimos a quienes están

hablando. Las voces, como si se tratara de una inmensa radiono-

vela, están actuando para nosotros, pero sobre todo está actuando

para ellos mismos. Pornografía, snuff movies. Por fin han encontra-

do el papel de su vida. Los soldados, finalmente, tienen su guerra,

su mejor guerra: frente a ellos estamos nosotros, desarmados, pero

mirando y escuchando (81).

Si el comandante Tom llamaba a la Tierra para enunciar su soledad

en medio del vacío, R. B. emulará este juego frente al más ominoso de

7 Un antecedente. En un texto titulado oportunamente “Exilios” (datado en 1997), R. B. alude a su encierro en la Región del Biobío. Aunque en esta oportunidad, Bowie no saldrá a colación. “Durante ese tiempo, en lo que a la literatura respecta, sólo escribí un poema, no malo como los que solía escribir entonces, sino malísimo. Pasados [...] cinco meses volví a salir de Chile y nunca más he vuelto. [...] Ahí empieza el exilio o lo que se suele conocer como exilio, aunque la verdad es que yo no lo sentí así” (53).

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los peligros. La sangre corre en aval de la guerra. Infinito espacio el este

mundo. Aunque eso no es todo, ya que, en ocasiones, las fechas coinci-

den como un manojo de estrellas. Brillan cual soles ennegrecidos, otor-

ga Bowie en “The stars (are out tonight)”, parte del último disco en vida

Blackstar (2016). Obscura sincronía. Bien digo: si Díaz escribe “Todas las

fiestas del mañana” a comienzos de los 80, o Donoso publica El jardín de al lado en 1981, R. B. escribirá Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (a dos manos con A. G. Porta) el 83. Publicándose —

luego de ganar el Premio Ámbito Literario— en 1984. No obstante, más

allá de estas señas editoriales, ¿qué une la joven novela de R. B. con los

textos de Díaz en comunión a Donoso? Adivinen: Bowie.

Justo después de un atraco, Ana Ríos en compañía de Ángel Ros

descansan en un hotel. Esta pareja de ladrones resulta inusual: ella es

violenta (de hecho, todas las muertes corren por cuenta suya), mien-

tras él escribe... Delinque para escribir. “Observo a Ana como si estu-

viera a mi lado, me hubiera gustado nacer con esa sangre fría”, piensa

ocioso. Sabe bien que no es tan valiente como Ana: por eso, tal como

el Méndez de El jardín de al lado, en ocasiones le gustaría ser Ana.

Escucha música. “El disco terminó, me levanté y metí en la ranura

un par de monedas. Seleccioné y apreté los botones. David Bowie. En

la mesa, Ana parecía hosca” (Consejos de... 10). Con Bowie de fondo

aparece un par de policías. “Picoletos, anuncié. No te pongas nervio-

so, dijo ella. Creo que tengo taquicardia” (11). Nuevamente el mismo

recurso: situar un contraste entre dos personajes con Bowie a la ca-

beza. Casi una alarma para estas situaciones. Ángel espera. “Comen-

zaba a aceptarme a mí mismo como una persona valiente cuando los

guardias terminaron sus bebidas y se fueron”. Fuera de peligro, Án-

gel se cree valiente. Ana, por el contrario “me miró sin sonreír” (13).

El tiempo toma un cigarro para ponerlo en tu boca, canta Bowie en

“Rock n’ roll suicide”. Balada tónica para estos amantes.

Quede dicho. David Bowie aparece —canónicamente— solo una

vez en las páginas de R. B. Por lo demás, en una novela compartida

con A. G. Porta. Aun así asombra la sintonía entre R. B. a la estela de

Bowie. Una llamada desde el espacio que se comunica con apenas dos

letras, ya que si Díaz o Donoso invocaban a Bowie para simular extra-

ñeza o exilio, R. B. también lo hará pero como un fantasma, un poema

perdido.

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Colofón8

Santiago. Noviembre, 1997. Última visita de David Bowie a Chile. Court

Central del Estadio Nacional: 3.500 asistentes. Cifra mínima. Entra-

das a 8000 galería, o 12.000 tribuna (Fig. 2). ¿Cuál de estas comprarían

Díaz, Donoso o Roberto Bolaño de haber asistido? Quién sabe.

Fig. 2: “Bowie y su última vez en Chile”. Imagen digital. Culto en La Tercera. Edit. Alejandro Tapia, 2017. Web. Revisado 14 de diciembre del 2020. https://www.latercera.com/culto/2017/01/08/volver-al-futuro-bowie-ultima-vez-chile/

A esa fecha, José Donoso había muerto hacía casi un año. Hace

dos, Jorge Díaz había vuelto a Chile, donde fallecería en 2007, luego

de vivir treinta años en España. Bolaño, en tanto, recién despegaba:

8 Una breve genealogía. Dentro de la tradición ensayística hispanoamericana, la voz colofón, esta es, la marca al final de un libro donde se detalla la fecha de publicación e imprenta, la utilizaba Alfonso Reyes para cerrar, cada tanto, sus ensayos de manera conclusiva. Este gesto, el del colofón, lo retomará Octavio Paz para refrentar sus propias publicaciones: ejemplar es el caso de El arco y la lira (1956), cuya primera edición Paz refrenta, mediante un colofón (“Los signos en rotación”, 1967), en ediciones posteriores. Gesto que, además, tan solo en Chile, heredará el profesor Roberto Hozven, enseñándo-lo a su vez al crítico Rodrigo Cánovas, quien remplazará las conclusiones de sus artículos académicos con susodicho colofón. Asimismo, Cristián Opazo repetirá ocasionalmente el gesto. En rigor, el colofón viene a mostrar una apertura, un comentario adicional o dejo cronístico en remplazo de las conclusiones académicas.

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Los detectives salvajes se publicaría un año después, en 1999. Imagí-

nenlo. Los tres quizá, pese incluso a sus marcadas diferencias bio-

gráficas o literarias, se hubieran entendido de estar en el mismo con-

cierto. Por desgracia, esto no son más que conjeturas, pues, como he

querido demostrar, lo importante —en cuanto a la relación de estos

escritores— yace en los textos. Cada uno, desde un lugar similar, pero

no así el mismo, conjura a David Bowie para significar divergencia,

exilio o aprehensión como si se tratase de un fantasma, espíritu capaz

de sintetizar una época, sea la Movida o el Madrid de los 80. Estos tres

textos para, o en virtud de David Bowie arremeten silenciosos (recor-

demos que en su mayoría son obras menores dentro de cada uno de

los abanicos autorales) una contra el otro. Dado que, solo de esa ma-

nera, escrituras tan disimiles son finalmente reunidas en una suerte

de último concierto, donde Bowie oficia de maestro de ceremonias.

Un compás de apertura.

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