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CONGRESO LATINOAMERICANO DE COMUNICACIÓN
GT 8. Saber, poder, placer. Géneros y sexualidades desde la comunicación y la cultura
Marcelo Pereyra
Facultad de Ciencias Sociales
Constitución 1920. CABA
Como te ven te tratan. La percepción social de la violencia contra las mujeres
y los medios de comunicación
Introducción
Uno de esos problemas más graves que afectan a la sociedad contemporánea es el
las violencias que se ejercen en distintos ámbitos (familia, escuela, deporte, política). Y
dentro de éste, la violencia contra las mujeres por razones de género, por su gravedad y
extensión, ocupa un lugar cada vez más relevante. En la Cuarta Conferencia Mundial sobre
la Mujer de las Naciones Unidas (Beijing, 1995) se caracterizó a esta violencia como una
manifestación de las desiguales relaciones de poder que históricamente se han dado entre
varones y mujeres, las que, a su vez, han conducido a la dominación de las mujeres por los
varones, a la discriminación de las mujeres y a la interposición de obstáculos contra su
pleno desarrollo. Bajo la denominación violencia de género, la Convención Interamericana
para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Belem Do Pará,
1994), incluyó todo acto violento contra una mujer que tiene como origen su condición de
tal, y que resulta en un sufrimiento físico, sexual y/o psicológico. Puede tener lugar en el
ámbito doméstico o en el público, e incluye el abuso y el acoso sexual, la violación, los
malos tratos, el tráfico y la trata de personas, la prostitución forzada y el femicidio. Se
entiende por femicidio al asesinato de una mujer por razones asociadas a su género. Cuando
la mujer es muerta por un varón con el que tenía, o había tenido, algún tipo de relación
íntima, familiar o de pareja se denomina femicidio íntimo, que es el más frecuente de estos
crímenes. El ámbito académico y los organismos internacionales de DDHH coinciden en
señalar que los femicidios “no son producto de situaciones inexplicables, de conductas
patológicas o de la casualidad. Por el contrario, estas muertes de mujeres son el producto de
un sistema estructural de opresión” (Gamba, 2009; p. 142). En consecuencia, aseveran, son
crímenes de odio y/o venganza, y su origen –como el de toda otra forma de violencia contra
las mujeres por su condición de tales- no reside en las personalidades, hábitos y/o
adicciones de las víctimas o de sus victimarios.
Ahora bien, ¿estas caracterizaciones han “bajado” a la sociedad? ¿Forman parte del
sistema simbólico dentro del que las personas perciben e interpretan esta violencia? Con el
objeto de conocer cómo perciben la violencia contra las mujeres los/as vecinos/as de la
ciudad de Buenos Aires, se incluyó una batería de preguntas ad hoc en una encuesta que
realizó el proyecto UBACYT “La comunicación del delito y la violencia en la vida
cotidiana: estudio de prácticas, discursos y representaciones de instituciones
gubernamentales, sociedad civil y medios masivos”. En este trabajo se dan a conocer los
resultados de dicha investigación, y, por otra parte, se resumen varios estudios sobre
coberturas periodísticas de violencia contra las mujeres (Pereyra, en prensa, 2012 a y b,
2009 y 2006), con el fin de reflexionar acerca de la influencia de dichas coberturas en la
percepción social de esta violencia.
La percepción social
La encuesta se realizó en julio de 2014 sobre 613 casos. Indagó, entre otras
cuestiones, las percepciones acerca del delito y otras formas de la violencia. Se segmentó el
territorio en las quince comunas en las que se divide la ciudad de Buenos Aires. El trabajo
de campo incluyó el relevamiento de veinticinco barrios, incluyendo dos villas miseria.
Mediante una selección intencional se consideraron las diferencias socioeconómicas de
manera tal que ningún sector social quedara subrepresentado. Luego se tomó como unidad
de muestreo una serie de puntos específicos, considerados estratégicos por expresar con
fidelidad los rasgos más representativos de cada barrio, como plazas, parques o calles
distintivas, y se determinaron veintisiete puntos muestra. Por último, se realizó una
segmentación por cuotas de sexo y edad, y la cantidad de casos por comuna fue definida a
partir de los datos del padrón electoral. Las respuestas también se segmentaron por
ocupación y nivel de estudios (Para otros datos técnicos y demográficos cf. Proyecto
UBACYT 00383).
El delito y las otras violencias
Se les pidió a las/los encuestados/as que calificaran el nivel de violencia que tiene la
ciudad utilizando una escala de grados (Muy violenta, algo violenta, poco violenta, no es
violenta). Sumando las/los que contestaron muy y algo violenta se concluye que un 82% de
las respuestas consideró que Buenos Aires tiene niveles considerables de violencia. La
percepción de que es muy violenta aumentó junto con la edad de los encuestados y
predominó entre las mujeres. Luego se les solicitó que justificaran su respuesta. Un 33%
expresó que fundamentaba su calificación en la inseguridad, mientras que un 17% justificó
su calificación en la agresividad de la gente.
A continuación se les formuló la siguiente pregunta: “Quitando a la inseguridad,
¿en qué otro caso cree que una persona sufre violencia?” Las respuestas (cuadro 1) indican
que la violencia contra los mujeres sería la de mayor visibilización, siempre y cuando los
y las encuestadas/os hayan utilizado violencia de género y violencia doméstica, como
sinónimos, algo que la encuesta -por su carácter cuantitativo- no se propuso indagar.
Como quiera que sea, la segmentación de esta variable por género, grupos etarios y nivel
educativo no arrojó diferencias relevantes.1 En tanto que en el cruce con la variable
ocupacional (cuadro 2) la violencia doméstica obtuvo la mayoría de las menciones en
todas las ocupaciones, violencia de género fue la percepción más elevada entre los
estudiantes y la más baja entre los desocupados. En cambio, entre éstos la percepción de la
violencia doméstica fue la más alta, mientras que la más baja se verificó entre los
trabajadores. Estos datos indicarían que los desocupados –quizás por sus bajos niveles de
educación y/o de información- desconocen el significado de violencia de género y utilizan
violencia doméstica para referirse a la violencia contra las mujeres en el ámbito familiar.
Por la misma razón, aunque con un sentido inverso, los estudiantes tendrían mayor
conocimiento del semema violencia de género.
1 El dato es más significativo si se tiene en cuenta que la cifra de femicidios publicada durante la realización
de la encuesta fue la menor de los últimos cinco años: según los relevamientos de La Casa del Encuentro,
entre 2008 y 2013 se publicaron durante el mes de julio entre 25 y 27 femicidios, pero en julio de 2014 la
cifra bajó sorprendentemente a 12.
Percepción de la violencia contra las mujeres
Preguntados/as por las principales causas por las que los varones ejercen violencia
contra las mujeres, solo el 18.1% las/os encuestados/as mencionó causas de orden
estructural, como el machismo (13%) y la cuestión cultural (5.1%). Los que más señalaron
al machismo como factor causal fueron los estudiantes, lo que demostraría mayor nivel de
información en este colectivo (cuadro 4). En cambio, el 81.9% de las respuestas señaló
como causas las concernientes a las condiciones personales y hábitos del victimario. Entre
ellas se destacó como más importante los trastornos psicológicos (cuadro 3). En los tres
segmentos educativos esta causa obtuvo la mayoría de las menciones (cuadro 5), y las
segmentaciones por edad y género no presentaron variaciones significativas. Con
importancia decreciente las respuestas enumeraron otras causas como adicción a las
drogas y el alcohol, celos y pasión, falta de educación, problemas económicos o del
trabajo. Entre las amas de casa se halló el porcentaje más elevado entre quienes
mencionaron la adicción del agresor a drogas o alcohol, en tanto que el menor se verificó
entre los estudiantes. Luego, entre los desocupados se encontró el valor más alto entre
quienes destacaron como causa celos y pasión, mientras que el más bajo se verificó entre
las amas de casa. Si estos datos se segmentan por nivel educativo se verifican ligeras
variaciones. Así, por ejemplo, el porcentaje de menciones a la adicción a las drogas o el
alcohol aumenta en la medida en que baja el nivel instructivo. Lo mismo ocurre con la
identificación de los celos y la pasión como causante de la violencia.
En suma, quienes menos mencionaron las causas estructurales serían quienes tienen
menor nivel de instrucción general y/o de información sobre la violencia contra las mujeres.
Que las amas de casa, en tanto que potenciales o reales víctimas, hayan señalado los
problemas de adicción como causa principal es probable que esté en relación con sus
experiencias personales. En cuanto a la primacía de trastornos psicológicos en los tres
segmentos educativos, sobre todo en el superior, podría estar indicando una fuerte
influencia de la información periodística como forma generalizada de adquirir
conocimiento acerca de la cuestión.
La violencia contra las mujeres en los medios
La violencia contra las mujeres comenzó a ingresar en la agenda mediática hace
unos veinte años. En primer lugar, en los años ’90 la televisión la incorporó como tema
recurrente en los talk show. La lógica televisiva, que es la lógica de lo espectacular,
seleccionó para la visibilización de esta violencia los casos más escandalosos o bizarros,
aquellos que eran capaces de llamar la atención de una audiencia que había perdido interés
por las telenovelas y los programas “para el hogar”, y que ahora prefería ver y escuchar –en
vivo y en directo- las disputas familiares y sentimentales y los lacrimógenos relatos de las
mujeres maltratadas. Desde esta lógica, el maltrato fue mostrado como “un mero exceso,
ocasional y singularizado, cuya materialización en golpes se postuló como producto lineal
de un amor incontenible (de corte melodramático), que se tradujo en una secuencia in
crescendo de celos, persecución y paliza” (Laudano, 2010: 95). Posteriormente, la prensa
gráfica comenzó a dar cuenta de la violencia contra las mujeres, como una problemática
social, pero “de gueto” –como un tema propio y exclusivo de lo femenino- a través de notas
de opinión y editoriales publicadas a propósito del Día de la Mujer, del Día Internacional de
la Eliminación de la Violencia contra la Mujer o cuando se hacen públicas estadísticas de
violencia contra la mujeres. En tercer término, se visibilizó en los medios gráficos desde las
noticias a partir de una sucesión de asesinatos de mujeres, jóvenes y niñas -Aurelia Briant
(1984), Alicia Muñiz (1988), Jimena Hernández (1988), Nair Mustafá (1989), la familia
Barreda-McDonald (1992), Carolina Aló (1996), Natalia Mellmann (2001), María Marta
García Belsunce (2002), Lucila Yaconis (2003), Nora Dalmasso (2006) y Wanda Taddei
(2010)- que inundaron las primeras planas de los diarios y los espacios centrales de los
noticieros televisivos y radiales. Esta modalidad superó ampliamente a las páginas de
opinión. En la prensa gráfica vasca, Ariznabarreta y col. (2009) encontraron que el discurso
sobre violencia contra las mujeres es fundamentalmente informativo (76% de las noticias
relevadas), frente a un 24% de discursos interpretativos y argumentativos.
Los mencionados asesinatos siempre fueron tratados como hechos policiales
aislados: inopinadamente aparecían y desparecían de la agenda mediática sin conformar
una serie social. Pero desde 2010 el escenario se modificó: los asesinatos aumentaron
significativamente. También aumentó la brutalidad en su comisión, tal vez como
consecuencia del acrecentamiento de las violencias en general que está indicando una
barbarización de los lazos sociales (Fernández, 2009). Los medios comenzaron a
nombrarlos como femicidios, dejando de lado crimen pasional, y si bien incorporaron a su
léxico violencia de género, no parecen haber comprendido la real significación del término,
pues siguen clasificando esta violencia dentro de la agenda policial (Pereyra, 2012, b).
Ariznabarreta y col. (ob. cit.), llegaron al mismo resultado en su análisis de la prensa vasca.
Afirman las autoras que esta modalidad clasificatoria “no contribuye de forma positiva a
visibilizar y denunciar esta forma de violencia como un problema social de primera
magnitud al que subyacen profundas razones culturales” (ob. cit., p.179). Ente sentido vale
puntualizar que en nuestro ámbito los femicidios no íntimos ni siquiera se asocian con la
violencia contra las mujeres, sino que, por cometerse en la vía o lugares públicos son
visibilizados como problemas de falta de seguridad en la zona (Pereyra, 2006).
En tanto que noticias policiales, los femicidios íntimos adquieren el formato de
narraciones trágicas de sus protagonistas (Pereyra, en prensa). Como en el público
despiertan mucho interés las historias de vida, y sobre todo las sentimentales, el periodismo
exhibe -sin pudicia alguna- la intimidad, la sexualidad y el dolor humano: detalles sensibles
de las vidas privadas de víctimas y victimarios, que se mixturan con imágenes
sanguinolentas de dramas que son explicados con exceso de morbo (Pereyra, 2009). En
suma, historias contadas en clave de reality show (Solbes, 2005) que convierten a la
violencia contra las mujeres en un espectáculo atractivo para su consumo.
Por otra parte, el femicidio íntimo como noticia policial queda atrapado en una
cierta inmanencia que requiere relaciones de causalidad entre el delito y su móvil, es decir,
a la violencia ejercida se le asigna una causa, y a partir de ella infiere una consecuencia
directa, única, natural y legítima (Pereyra, 2012, b). Por ejemplo: “Baleó a su mujer
porque no quiso tener relaciones sexuales” (Tiempo Argentino, 16/1/13; el resaltado es
propio); “Le pegó 6 tiros a su mujer porque chateaba con otro” (Clarín, 21/8/11; el
resaltado es propio); “No soportó ‘no poseerla’ y por eso decidió matarla” (Diario
Popular, 22/10/10; el resaltado es propio). De esta manera, el femicidio íntimo como hecho
policial es presentado como una consecuencia inevitable de las tipologías de la víctima, y/o
del victimario, y/o de la relación que mantenían. Es decir que la mirada periodística se
limita a los aspectos privados de la relación entre un varón y una mujer.
En los casos de femicidios que son especialmente aberrantes (menores de edad
como Nair Mustafá y Jimena Hernández) o brutales (Wanda Taddei, Carolina Aló), o
cuando son múltiples (familia Barreda-MacDonald), el foco periodístico recae en la
personalidad de los femicidas, pues se entiende que sólo mentes alteradas pueden ser
capaces de semejantes atrocidades. Entonces desfilan por los programas televisivos y las
páginas de los diarios psicólogos, psiquiatras y forenses convocados para desvelar los
misterios de esas psiquis trastornadas. Salvo contadas excepciones, estos profesionales
carecen de una perspectiva de género. Muy por el contrario, centran su análisis en el pathos
individual que tendrían los asesinos (Pereyra, 2012, b). He aquí un filón informativo que
los medios explotan aprovechando esa morbosa fascinación que provoca en muchas
personas la combinación de violencia sanguinaria y perturbación mental.
Las otras formas de violencia contra las mujeres no tienen la misma visibilidad
mediática. Algunas, incluso, pasan casi desapercibidas: los malos tratos, la violencia
psicológica, el abuso callejero y el acoso sexual rara vez tienen un lugar en los medios, y
cuando lo tienen no es destacado. Puede haber excepciones cuando la víctima y/o el
victimario son personas públicas. En cuanto a la violación, debe estar rodeada de
circunstancias agravantes para revestirse de noticiabilidad. Por ejemplo cuando el violador
es un familiar, y/o cuando la víctima es menor de edad y/o cuando la violación sucede en
un lugar público, y/o cuando hay más de un violador. Y se hace más noticiable aun si está
acompañada de otro delito, generalmente el femicidio. En cuanto a la trata de personas con
fines de explotación sexual, no se interpreta como violencia contra las mujeres: los medios
la clasifican como un delito más, en el que las mujeres involucradas no siempre son vistas
como víctimas. Por último, el periodismo no ve a la prostitución como un hecho de
violencia, porque es muy potente el imaginario social que supone que las mujeres se
prostituyen porque quieren. Tampoco las mujeres prostituidas son vistas como víctimas;
por el contrario, se las suele asociar con el mundo del delito (Pereyra, 2012, a).
Análisis
Los resultados de la encuesta del proyecto UBACYT indican que los encuestados/as
perciben como causas principales de la violencia contra las mujeres factores atinentes a los
victimarios. Entre ellos se destacan el consumo de alcohol y/o drogas, las perturbaciones
mentales y los celos. Estos datos coinciden, grosso modo, con los de investigaciones
similares realizadas en Europa (Ariznabarreta y col., ob. cit. y EUROBAROMETER 51.0,
1999). Hay coincidencia también en la menor importancia que las respuestas recogidas le
dan a factores socioculturales, como el machismo y las desiguales relaciones de poder entre
varones y las mujeres. Se entiende que ello es así porque existe una tendencia a confundir
las causas que provocan la violencia contra los mujeres con los factores que la
desencadenan (Ariznabarreta y col, ob. cit.). Sin embargo, los factores desencadenantes
pueden estar presentes en los violentos, pero pueden no estarlo. Cuando lo están, pueden
coadyuvar a que la violencia se desate, pero pueden no hacerlo. Es decir que no hay
relación causal directa entre estos factores y la violencia, esto es, el hecho de que un varón
consuma drogas y/o alcohol, o padezca algún trastorno en su psiquis o que sea celoso, no
indica que necesariamente vaya a ejercer violencia contra una mujer. En suma: los varones
que violentan a las mujeres no tienen ninguna patología específica.
Ahora bien, ¿de dónde surge esta confusión entre las causas de la violencia y los
factores que podrían desencadenarla? Se sostiene aquí que una agenda periodística de la
violencia contra las mujeres como la que se acaba de describir sumariamente, construye
ciertos principios de percepción y de comprensión acerca de esta problemática, es decir,
delimita un campo de significados favoritos (Van Dijk, 1997). La confusión es
consecuencia de las modalidades discursivas de las coberturas periodísticas basadas en
casos-testigo de gran noticiabilidad. Son coberturas que, poniendo en juego lo sentimental,
lo dramático, lo personalizable y lo espectacular, cautivan la atención de los receptores y, a
la vez, les explican la violencia de una manera más eficaz y atractiva que los argumentos y
las estadísticas de los análisis socioculturales que se publican cada tanto (García Beaudoux
y D’Adamo, 2007). Se trata de explicaciones que no dejan de ser simplificaciones
peligrosas, no sólo porque no tienen en cuenta que la violencia contra las mujeres expresa
el desequilibrio de poder entre los géneros –desequilibrio que, a su vez, facilita a los
varones la práctica de esa violencia-, sino porque pueden llegar a justificar o atenuar las
conductas violentas (Pereyra, 2006).
Estas coberturas son más potentes en la información televisiva, que es la que cuenta
con las herramientas ideales para montar el melodrama de turno. En este sentido vale tener
considerar los modos de informarse que detectó la encuesta del Proyecto UBACYT, puesto
que es precisamente la televisión es el medio que la mayoría de lxs encuestadxs indicó
como de su preferencia. Además, el consumo televisivo de información es mayor en lxs
menos instruidxs, en las amas de casa y en las mujeres en general. Con todo, casi la mitad
de la muestra señaló que los medios apelan al sensacionalismo para cubrir noticias sobre el
delito, pero quienes fueron más críticxs en ese sentido fueron lxs que prioritariamente se
informan a través de los diarios. Es decir, que quienes se informan por la televisión son lxs
que menos la perciben como sensacionalista. Entonces, considerando las respuestas sobre el
origen de la violencia contra las mujeres se verá que lxs que más confunden causas con
factores desencadenantes –que serían los atribuibles a las adicciones, la personalidad y las
perturbaciones de los victimarios- son quienes se informan predominantemente por la
televisión. Es evidente, por lo tanto, que esta violencia ha ingresado en la agenda pública de
la ciudad de Buenos Aires con una percepción muy influida por la agenda mediática,
especialmente la televisiva.
Por otra parte, es indudable que el concepto género todavía no ha sido comprendido
íntegramente por el periodismo. Por el momento es una etiqueta mal estampada:
mayoritariamente en las noticias género equivale a mujer. No es una categoría relacional
con implicancias socioculturales e históricas. La violencia contra las mujeres, aunque se la
denomine de género, sigue siendo en los discursos informativos un asunto privado,
despojado de sus connotaciones políticas. En cambio, los medios han descubierto en ella
una mercancía que se vende muy bien como un espectáculo del sufrimiento, en el que se
habla de la vida y la muerte, del amor y del odio, de las relaciones sentimentales entre
varones y mujeres, de lo prohibido y lo permitido y de los riesgos de transgredir ciertas
normas sociales. Relatos agonísticos que enseñan quiénes se salen con la suya y quiénes
pagan sus culpas, y quiénes son las víctimas y los victimarios, produciendo fuertes
identificaciones con unas u otros porque, en última instancia, hablan mucho de la existencia
cotidiana de los millones de varones y mujeres que consumen medios.
Desde otro punto de vista, puede pensarse que son exitosas las modalidades con las
que los medios describen y explican la violencia contra las mujeres porque la confusión
entre causas estructurales y factores desencadenantes resulta tranquilizadora para buena
parte de la sociedad. Es que si los violentos son drogadictos, alcohólicos o perturbados
mentales, no hay problema social del que hacerse cargo, y, por lo tanto, varones y mujeres
no tienen que cuestionarse lo que son –en tanto géneros humanos-, ni el tipo de relaciones
que mantienen entre ellos.
La violencia contra las mujeres tiene ahora una importante presencia en la agenda
pública como consecuencia de su inédita tematización mediática. No obstante, su mayor
representación numérica no ha estado acompañada de un adecuado tratamiento informativo,
el cual, a su vez, parece ser el responsable de la percepción social del problema según surge
de la encuesta que se ha presentado.
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ANEXO
Cuadro 4
Cuadro 5