Como Leemos

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Lección Inaugural en Laura Isola (ed). Lecturas de siglo XX. Viaje, límite, umbral [ISBN 978-987-25945-4-1]. Buenos Aires, Cabiria, 2013, págs. 5-22 Cómo leemos 1 por Daniel Link UBA "Todo escritor, con el tiempo, llegará a parecerse a quienes lo mencionan" J.R.Wilcock Este libro responde a un entusiasmo pedagógico, o dos, o tres. El primero se relaciona con un campo de tensiones que una institución (la Facultad de Filosofía y Letras) nos encomendó que interrogáramos: la Literatura del Siglo XX, que forma parte de la carrera de Letras (materia del ciclo de "enlace", es decir, ni del ciclo de grado ni del de especialización y, por lo tanto, de régimen totalmente libre: la cursa quien quiere y nadie está obligado a hacerlo). Desde hace años, como cátedra constituida, venimos inscribiendo con cierto entusiasmo nuestra pedagogía y las investigaciones que con ella asociamos en el campo de la Weltliteratur y los estudios comparados. Lo segundo que, como docentes y críticos, suele arrebatarnos, es la relación de algo que ya ha pasado (el siglo XX y sus literaturas) con el presente. Entendemos nuestra propia práctica como una arqueografía de lo que somos y de lo que leemos. No leemos meramente los textos de un canon pretérito sino que sometemos esos textos a criterios de articulación que, creemos, sirven para interrogar el hilo de sombra que va trazando el sol en su movimiento hacia la noche (que es nuestra propia noche pero también, la promesa de una nueva alborada). Es por eso que últimamente nos obsesiona lo que vive todavía y la comunidad de la que participa. Si la cátedra es el lugar de todos los intercambios lo es porque, a su manera, se deja arrastrar por un principio de comunidad y las tecnologías que permiten que esa comunidad se sostenga (y, con ella, un manual de enseñanza). Hemos trazado una serie de principios articulatorios, hemos definido nuestro campo de operaciones en relación con el presente y hemos puesto a los estudios literarios que proponemos como una suerte de comparatismo ad hoc. Pero además, hemos investigado la fuerza de una pedagogía virtual (a través de internet), que sin desdeñar los afanes de la textualidad, funcionara a la distancia, en la distancia, por la distancia. Este libro es, pues, un manual de enseñanza no presencial que también puede entenderse como un manojo de cartas de amor. Amor a la letra, a la enseñanza y al trabajo en común. Si bien este libro es una colección de clases, funciona como un conjunto coherente de intervenciones alrededor de lo que podría llamarse “los límites de la literatura”: la teoría, la política, la cultura y la historia son, en efecto, esos bordes en los cuales lo literario se confunde con otra cosa (o sencillamente desaparece). Esos momentos de desaparición, evanescencia o intermitencia de la literatura (en suma: esos momentos de peligro) son los que este libro privilegia y por eso muchas de las colaboraciones que reúne se articulan en relación con imaginarios de viaje o con viajes más o menos imaginarios. También la lectura (y éste es un libro obsesionado por la idea de cómo se lee) es un viaje: 1 Parte de este artículo circuló con el título “Cómo se lee”, presentado públicamente en el Coloquio Internacional “La Peste Lacaniana”, organizado por la Escola Brasileira de Psicanálise en Florianópolis (26 y 27 de octubre de 2001). Sin embargo, muchos de mis amigos, alumnos y compañeros de trabajo en la Universidad de Buenos Aires tuvieron, en los últimos veinte años, que soportar su exposición. Si ha mejorado con el tiempo, se debe a esa escucha de la cual yo no podría prescindir, y sin la cual este libro no existiría.

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  • Leccin Inaugural en Laura Isola (ed). Lecturas de siglo XX. Viaje, lmite, umbral [ISBN 978-987-25945-4-1]. Buenos Aires, Cabiria, 2013, pgs. 5-22

    Cmo leemos1

    por Daniel LinkUBA

    "Todo escritor, con el tiempo, llegar a parecerse a quienes lo mencionan"

    J.R.Wilcock

    Este libro responde a un entusiasmo pedaggico, o dos, o tres. El primero se relaciona con un campo de tensiones que una institucin (la Facultad de Filosofa y Letras) nos encomend que interrogramos: la Literatura del Siglo XX, que forma parte de la carrera de Letras (materia del ciclo de "enlace", es decir, ni del ciclo de grado ni del de especializacin y, por lo tanto, de rgimen totalmente libre: la cursa quien quiere y nadie est obligado a hacerlo).Desde hace aos, como ctedra constituida, venimos inscribiendo con cierto entusiasmo nuestra pedagoga y las investigaciones que con ella asociamos en el campo de la Weltliteratur y los estudios comparados. Lo segundo que, como docentes y crticos, suele arrebatarnos, es la relacin de algo que ya ha pasado (el siglo XX y sus literaturas) con el presente. Entendemos nuestra propia prctica como una arqueografa de lo que somos y de lo que leemos. No leemos meramente los textos de un canon pretrito sino que sometemos esos textos a criterios de articulacin que, creemos, sirven para interrogar el hilo de sombra que va trazando el sol en su movimiento hacia la noche (que es nuestra propia noche pero tambin, la promesa de una nueva alborada).Es por eso que ltimamente nos obsesiona lo que vive todava y la comunidad de la que participa. Si la ctedra es el lugar de todos los intercambios lo es porque, a su manera, se deja arrastrar por un principio de comunidad y las tecnologas que permiten que esa comunidad se sostenga (y, con ella, un manual de enseanza). Hemos trazado una serie de principios articulatorios, hemos definido nuestro campo de operaciones en relacin con el presente y hemos puesto a los estudios literarios que proponemos como una suerte de comparatismo ad hoc. Pero adems, hemos investigado la fuerza de una pedagoga virtual (a travs de internet), que sin desdear los afanes de la textualidad, funcionara a la distancia, en la distancia, por la distancia.Este libro es, pues, un manual de enseanza no presencial que tambin puede entenderse como un manojo de cartas de amor. Amor a la letra, a la enseanza y al trabajo en comn.Si bien este libro es una coleccin de clases, funciona como un conjunto coherente de intervenciones alrededor de lo que podra llamarse los lmites de la literatura: la teora, la poltica, la cultura y la historia son, en efecto, esos bordes en los cuales lo literario se confunde con otra cosa (o sencillamente desaparece). Esos momentos de desaparicin, evanescencia o intermitencia de la literatura (en suma: esos momentos de peligro) son los que este libro privilegia y por eso muchas de las colaboraciones que rene se articulan en relacin con imaginarios de viaje o con viajes ms o menos imaginarios. Tambin la lectura (y ste es un libro obsesionado por la idea de cmo se lee) es un viaje: 1 Parte de este artculo circul con el ttulo Cmo se lee, presentado pblicamente en el Coloquio

    Internacional La Peste Lacaniana, organizado por la Escola Brasileira de Psicanlise en Florianpolis (26 y 27 de octubre de 2001). Sin embargo, muchos de mis amigos, alumnos y compaeros de trabajo en la Universidad de Buenos Aires tuvieron, en los ltimos veinte aos, que soportar su exposicin. Si ha mejorado con el tiempo, se debe a esa escucha de la cual yo no podra prescindir, y sin la cual este libro no existira.

  • Leccin Inaugural en Laura Isola (ed). Lecturas de siglo XX. Viaje, lmite, umbral [ISBN 978-987-25945-4-1]. Buenos Aires, Cabiria, 2013, pgs. 5-22

    el momento en que la literatura se confunde con una experiencia, no necesariamente de orden esttico. De modo que si bien muchos de los objetos aqu analizados responden a demandas especficas (acadmicas o, para ser ms precisos, de mercado institucional), hemos tratado, cada vez, que los textos respondieran a una experiencia (acaso la escritura es otra cosa?).El ttulo de este libro, entonces, viene dado por su propia arquitectura y, ahora s, por necesidad histrica. Poco es lo que hoy podemos dar por sentado, salvo la necesidad de revisar nuestras propias convicciones. Si es cierta la sentencia de la filosofa ms actual y ms alemana en el sentido de que el humanismo ya no nos sirve como dispositivo para amansar a las fieras, tambin es cierto que eso nos obliga a sostener, an en la derrota, las viejas utopas de aquellas humanidades cuyo amparo nunca debimos rechazar. Precisamente por eso es que nos pareci necesario comenzar este libro con algunas reflexiones tericas sobre el lugar de la lectura, de la literatura y de los intelectuales en este Brave New World que nos toca atravesar y en el cual (soy consciente de la paradoja) slo las tecnologas comunicacionales de ltima generacin parecen garantizar nuestra supervivencia.

    *

    En Nota sobre (hacia) Bernard Shaw (1951), Borges escribi que

    Una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leda: si me fuera otorgado leer cualquier pgina actual sta, por ejemplo como la leern el ao dos mil, yo sabra cmo ser la literatura del ao dos mil2.

    Tratndose de Borges, la frase es un desafo. Lectores como somos del ao dos mil, qu habra que leer en la frase escrita por Borges hace cincuenta aos? Cmo contestar ese desafo? Cmo explicar hoy los regmenes de sentido a partir de los cuales una frase como la de Borges nos resultara (esttica y tericamente) inteligible? No cometer la imprudencia de creer que estamos respondiendo el desafo formulado por Borges, cosa que la jactancia del ttulo parece insinuar. Hemos querido sencillamente sentirnos interpelados por la pregunta de Borges y, como esos obsesivos que no tienen paz, intentar una respuesta (desde ya, un balbuceo torpe, la glosolalia de un imbcil). Nosotros que tenemos una relacin institucional, y de a ratos existencial, con la literatura hemos querido imaginar una comunidad de lectores obsesionada por responder a la pregunta formulada por Borges, cmo se lee en el ao dos mil. Muchos intentarn dar cuenta de los sentidos que puede darse a aquella pgina de Borges (y en la distancia entre sta y aqulla) encontrar todas las combinaciones posibles de sentido (Ciencia con paciencia. El suplicio es seguro). Los ms perezosos (entre los que nos incluimos) preferirn sentirse interpelados por el mecanismo del desafo borgeano para intentar dar cuenta de una mquina de leer: cmo se lee.En el Seminario sobre 'La carta robada' que encabeza sus Escritos hay un bello fragmento en el que, para explicar determinados principios sobre el inconsciente y la intervencin analtica, Jacques Lacan recurre a una parbola, la del nio que, jugando con la astucia de la razn (del otro) adivina una y otra vez si una cantidad determinada de bolitas es par o impar. En principio, Lacan define all la intervencin analtica, que es un modo de entender la lectura (un modo propiamente experimental de leer las palabras del otro), como una prctica radicalmente diferente de la descripcin (patrimonio de la psiquiatra y la 2 Obras completas. Buenos Aires, Emec, 1974 y 1979, pg. 747.

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    psicologa conductista) y de la interpretacin (regla dorada de las corrientes posfreudianas con las que Lacan se enfrenta). El retorno a Freud, entre otras cosas, no sera sino el rechazo simultneo de la descripcin y de la interpretacin (al menos la redefinicin de lo que se entendera por interpretacin en el contexto de la intervencin analtica) como formas de lectura. La lectura de la que estamos hablando (y que constituye un rgimen de produccin de sentido), limita con la descripcin y con la interpretacin y no debera confundirse ni con una ni con otra. Las razones son ms o menos evidentes pero de todos modos nos detendremos en ellas porque permitirn interrogar el modo en que lea el propio Lacan, cmo all donde alguien haba dicho Se sorprendern cuando sepan lo que vamos a decir (Freud), l pudo escuchar No saben que nosotros les traemos la peste, que es, finalmente, la misma pregunta que sobrevive todava en el texto de Borges y que, en ltima instancia, nos interpela.Podramos comenzar cardinalizando los lugares de los que hablamos, antes de llegar al texto lacaniano que nos importa recuperar. El sujeto lee un objeto. Llamemos 1 al objeto; 2 al sujeto; 3 a la relacin entre sujeto y objeto: lo que llamamos lectura es slo la puesta en correlacin de dos series de sentido, una inherente al objeto y otra inherente al sujeto (acaso la escucha es otra cosa?). Si lo que aparece es slo la serie de sentidos que viene del objeto y slo del objeto, estamos ante una descripcin. Si lo que se impone es la serie de sentidos del sujeto (paradigmticamente, el Extracto de una neurosis infantil de 19183, la fascinante invencin freudiana sobre El hombre de los lobos), estamos ante una interpretacin. No se trata de obturar la descripcin (el 1) y la interpretacin (el 2), sino sencillamente de declararlas los lmites de la lectura (el 3).La primera reflexin moderna sobre el estatuto y la ontologa de los signos (como quien, dice, la primera semiologa moderna) fue formulada por Charles Sanders Peirce a fines del siglo XIX. Peirce defina4, y en l nos basamos (inspirados, por cierto, en Deleuze) para proponer esta manera de denominar los lugares de la lectura, diferentes modos de ser de los signos: hablaba de Primeridad, Segundidad y Terceridad. La Primeridad (el 1 en nuestro esquema) es el modo de ser que consiste en que el sujeto es definidamente lo que es, al margen de cualquier otra cosa. Eso slo puede ser una posibilidad, dice Peirce, ya que nada puede ser en s mismo sino en relacin con otro (Pues hasta tanto las cosas no acten una sobre otra, carece de sentido afirmar que tienen un ser, a menos que sean tales que tal vez puedan entrar en relacin con otros). El modo de ser de un color rojo, antes aun de que cualquier cosa en el universo fuera roja, dice Peirce, es una Primeridad. Y contina:

    Ponga su hombro contra una puerta y trate de abrirla por la fuerza, enfrentando una resistencia invisible, silenciosa y desconocida. Tenemos una conciencia bilateral de esfuerzo y resistencia (...). En su conjunto, estimo que en este caso se trata de un modo de ser de un objeto que consiste en cmo es un segundo objeto. Lo designo como Segundidad.

    Esa resistencia al (o del) sujeto es lo que Peirce denomina Segundidad y es por eso que nosotros decimos que la lectura, necesariamente, surgir de la confrontacin de dos series de sentido. De esa confrontacin, de esa resistencia, surgir la relacin, la

    3 Suficientemente comentado e impugnado por Gilles Deleuze y Felix Guattari en El Antiedipo y Mil mesetas, losdos volmenes de Capitalismo y esquizofrenia, como para insistir aqu en la arbitrariedad de las conclusiones de Freud. 4 Las citas estn tomadas de Charles S. Peirce, Collected Papers en Obra lgico-semitica, Taurus, Madrid, 1987 (traduccin de Ramn Alcalde).

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    Terceridad:

    Por tercero entiendo el medio o enlace colectivo entre el primero y el ltimo absoluto. El comienzo es primero, el fin segundo, y el medio tercero (...). El hilo de la vida es un tercero; el destino que la corta, su segundo. Una bifurcacin en un camino es un tercero; supone tres caminos. El camino recto, considerado simplemente como una conexin entre dos lugares, es segundo; en la medida en que implique pasar a travs de lugares intermedios es un tercero. (...) Es difcil que transcurran cinco minutos de nuestra vida en vigilia sin que efectuemos algn tipo de prediccin, y en la mayor parte de los casos tales predicciones se cumplen en el evento. No obstante, una prediccin es, en lo esencial, de naturaleza general, y nunca se puede cumplir de una manera completa. Afirmar que una prediccin posee una decidida tendencia a cumplirse, equivale a afirmar que en cierta medida los eventos futuros estn regidos realmente por una ley. Si al tirar un par de dados aparece un seis, cinco veces de corrido, se trata de una mera uniformidad. Podra ocurrir que los dados dieran fortuitamente un seis, mil veces de corrido, pero eso no brindara la menor seguridad de predecir que aparecera un seis la prxima vez. Si la prediccin tiene tendencia a ser cumplida, debe ocurrir que los eventos futuros tienden a adaptarse a una regla general. (...) Una regla a la cual los eventos futuros tienden a adaptarse constituye ipso facto algo importante, un elemento importante en el acontecer de tales eventos. Este modo de ser que consiste (...) en el hecho de que los hechos futuros de la Segundidad asumirn un determinado carcter general, lo llamo una Terceridad.

    He aqu, por lo tanto, lo que debemos entender por lectura (el 3). Los eventos de una serie azarosa (hay que subrayar este rasgo presente ya en la argumentacin de Peirce) adquieren un sentido (y se vuelven predecibles) porque se adaptan a una regla general, como quien dice una ley: la ley de la Terceridad. Antes de volver sobre este punto quisiera hacer un rodeo en relacin con determinadas prcticas estticas. El surrealismo se propuso resolver una de las grandes utopas modernistas, aquella que se refiere a la continuidad entre prctica esttica y praxis vital: el surrealismo como una teora de la experiencia. En su intencin declarada de transformar la vida, el surrealismo encuentra su programa revolucionario. En cuanto al mtodo de composicin o teora del texto que el surrealismo sostiene, todos los anlisis histricos han insistido en la importancia del montaje y la escritura automtica para producir lo impensado, lo no subjetivado. La utopa surrealista es la de un arte objetivo (y, por eso mismo, al alcance de todos).Entre 1919 y 1921 Breton y Soupault se entregan al que sera el primer experimento de escritura automtica. Sabemos, se nos cuenta, que sentados en una habitacin a oscuras, procurando conseguir un estado de trance, Breton y Soupault escriban lo primero que a sus mentes acuda, y durante dos aos se dedicaron a estos ejercicios espirituales que dieron como resultado el libro Los campos magnticos. Se trate de estos trances o de los cadveres exquisitos aplicados a la composicin de poemas, la escritura surrealista aparece dominada por el imperativo del automatismo, la garanta que liberara al proceso de escritura de todo resto de subjetividad.Pero el surrealismo es, adems de un mtodo de composicin, una mquina de leer,probablemente la ms rica y productiva del siglo XX, aquella que ms lejos llev lareformulacin del canon. En un bello artculo muy poco conocido (que apenas si recogen las bibliografas ltimas), Jorge Luis Borges escribe:

    Los historiadores ms alemanes pierden la paz ante esas dinastas de la variacin, del plagio y del fraude; los franceses reducen la historia de la poesa a las generaciones de

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    Poe, que engendr a Baudelaire, que engendr a Mallarm, que engendr a Rimbaud, que engendr a Apollinaire, que engendr a Dad, que engendr a Breton.

    Por muchas razones, ese texto de Borges5 es decisivo, pero lo es sobre todo porque (la tesis de Eliot que Borges reivindica sostiene la influencia del presente sobre el pasado) lee hacia atrs el mito de origen, el mito genealgico urdido por el propio surrealismo, entendido como una mquina de leer. En cuanto a la escritura automtica, hay un texto ya bien tardo (1960) que se llama El la (refirindose a la nota musical)6, donde Breton habla sobre la escritura automtica y sobre la pureza necesaria para garantizar el buen texto surrealista (la palabra soplada, el dictado del sueo o el dictado presubjetivo o inconsciente). Lo que dice Breton es lo siguiente:

    Me han sido de un inmenso valor esas frases o fragmentos de frases, restos de monlogo o de dilogo extrados del sueo y retenidos sin error posible. () Hubo una poca en que encastraba estas frases en estado bruto al comienzo de un texto, a partir del cual el texto continuaba. () Si bien la boca de sombra no me ha hablado con la misma generosidad que a Hugo y se ha limitado a frases inconexas, lo esencial es que se dign soplarme a veces algunas frases que siguen siendo para m la piedra de toque, con la seguridad de que se dirigan slo a m () y que, por desalentadoras que sean para la interpretacin al pie de la letra, sobre el plano emotivo estaban hechas para darme el la.

    Mucho tiempo antes, en octubre de 1924, cuando se publica el Primer Manifiesto Surrealista7, Breton propone la escritura como un monlogo de emisin tan rpida como sea posible sobre el que el espritu del sujeto no pueda abrir ningn juicio. Desde el Primer manifiesto Surrealista hasta El la (cuarenta aos: una doctrina expuesta y defendida, de all la importancia histrica del surrealismo, a lo largo de cuarenta aos) se trata de afirmar un arte objetivo, sin sujeto, cuya eficacia viene garantizada slo por la aplicacin de un mtodo (de composicin o de lectura). Los documentos surrealistas resuelven la articulacin entre arte y vida por la va de la escritura como mero informe o protocolo o registro de una experiencia y es en ese sentido que los textos surrealistas producen una radical y nueva manera de articular arte y vida (diferente de la va de la representacin). Volviendo por un instante a Peirce y su lgica de los signos, podramos decir que los surrealistas proponen un arte que funcione como ndice puro, y no como smbolo. Ninguna interpretacin, pues, sera posible en este contexto, porque precisamente de lo que se trata es de eliminar del arte la presencia del sujeto. El sentido debe liberarse, pues de la tirana del sujeto (el 2) pero sin que por eso se lo considere una propiedad del objeto (el 1). El nombre del proceso que permite producir estos hechos que los textos documentan es el azar objetivo, que permite producir hechosdocumentos, hechosinformes, hechosprotocolos. En 1934, luego ya de la primera gran crisis del movimiento, es decir, luego de la publicacin del Segundo Manifiesto surrealista (1929), Tristan Tzara publica un texto que 5 La eternidad y T.S. Eliot (fragmento), Revista internacional de poesa (Buenos Aires, julio de 1933), reproducido por Radarlibros, 1: 90 (Buenos Aires, domingo 1 de agosto de 1999).6 Incluido en la Antologa (1913-1966), de Andr Breton, publicada por Siglo XXI, Mxico, 1983, con traduccin de Andrs Segovia.7 En el verano de 1935, once aos despus de la aparicin del primer Manifiesto de Breton, el surrealismo tena ya una presencia hegemnica en Europa y se extenda a otros continentes. En marzo, Breton y luard son aclamados en Praga, donde al mes siguiente se publica el primer nmero del Bulletin International du Surralisme. En junio se celebra en Santa Cruz de Tenerife la Segunda Exposicin Internacional del Surrealismo.

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    se llama Ensayo sobre la situacin de la poesa, donde seala lo siguiente:

    Apresurmonos a denunciar un malentendido que pretenda clasificar a la poesa bajo la rbrica de los medios de expresin. La poesa que expresa ideas o sentimientos ya no le interesa a nadie; y opongo a esa manera de entender la poesa, la poesa-actividad del espritu,

    insistiendo en el carcter puramente objetivo de esa poesa-actividad. Y contina:

    Es perfectamente admisible hoy que se pueda ser poeta sin haber escrito jams un verso, que exista una cualidad de poesa en la calle, en un espectculo comercial, en cualquier parte; la convulsin es general, es potica.

    Ahora bien, sa, que es sin duda la grandeza del surrealismo, es tambin su ruina, porque en el mismo momento en que propone un arte sin sujeto, a la vez, para garantizar la pureza del resultado, debe postular una conciencia vigilante. La apora surrealista (una disciplina de la revolucin total) est atada al carcter moral de su prctica8. Breton dice en el Segundo Manifiesto, publicado en el mismo nmero de La revolucin socialista en el cual aparece el guin de Un perro andaluz:

    Por qu debemos aceptar que el mtodo dialctico slo puede aplicarse correctamente a la solucin de los problemas sociales. La mxima ambicin de nosotros, los surrealistas, es brindarles posibilidades de aplicacin que de ninguna manera chocan con sus preocupaciones prcticas e inmediatas. Realmente no consigo comprender por qu, pese a lo que piensan algunos revolucionarios cortos de mira, deberamos abstenernos de plantear los problemas del amor, del sueo, de la locura, del arte y de la religin, siempre que consideremos estos asuntos desde el mismo ngulo desde el cual ellos, como nosotros, contemplan la Revolucin.

    Se deduce de este prrafo, adems de la melancola por una suerte de alianza nunca realizada entre el Partido Comunista y el movimiento surrealista, el profundo moralismo de las posiciones de Breton, quien se propone en este punto no solamente como una conciencia crtica, como el guardin y la garanta de la pureza de los mtodos que se aplican a la produccin de textualidades que puedan reconocerse como surrealistas, sino tambin aun como conciencia crtica o guardin de lo que sera un programa revolucionario, cualquier programa revolucionario, aun el de los partidos comunistas. En ese momento Breton ya est entregado a la rigurosa disciplina del espritu a la que estamos resueltos a someterlo todo. Se supone que esa disciplina del espritu, a la que estamos dispuestos a someterlo todo, es tanto lo que garantiza la objetividad del fenmeno esttico surrealista cuanto la revolucin.Esa necesidad de una conciencia vigilante que garantice la objetividad del arte (a travs de la recta aplicacin del mtodo de composicin y de lectura que el surrealismo pretende imponer al mundo como arte nuevo) es precisamente lo que precipita las crisis del movimiento, las expulsiones y las desafiliaciones. Podra entenderse la confluencia de un grupo de disidentes surrealistas y los aceflicos del Colegio de Sociologa (Bataille, Caillois), como el intento por construir una teora que pudiera dar cuenta del agotamiento de la experiencia. Los aceflicos pretenden huir de la teora del encuentro fortuito e impugnar la experiencia como mera vivencia.En 1933, Jacques Lacan ya ha publicado De la psicosis paranoica y de sus relaciones 8 Csar Aira ha reflexionado con particular agudeza sobre esta contradiccin moral del surrealismo en su Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 1998).

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    con la personalidad (inmediatamente saludada como una obra maestra por Ren Crevel y Salvador Dal, por ejemplo), donde concluye dictaminando que La experiencia vivida paranoica y la concepcin del mundo que ella engendra pueden ser concebidas como una sintaxis original que contribuye a afirmar, por los vnculos de comprensin que le son propias, a la comunidad humana9 . Ha publicado, adems, algunos artculos10 en la revista Minotaure, en la que Dal anticipa fragmentos de El mito trgico del "Angelus" de Millet, probablemente el ms fascinante y riguroso ejercicio de lectura surrealista (publicado en forma de libro recin en 1963 a partir del manuscrito original de Dal que se haba perdido en 1941; la primera edicin en castellano es de 1978).Dal, que viene siguiendo muy de cerca las hiptesis de Lacan, propone un mtodo paranoico-crtico para leer imgenes triviales. Al mismo tiempo que, fascinado por la lgica del discurso paranoico, Lacan piensa que la cura psicoanaltica deba parecerse a una paranoia dirigida11, Dal propone un mtodo paranoico capaz de devolver a las imgenes ms estereotipadas el sentido que han perdido. La exposicin de los fenmenos delirantes que desencadena el deseo de sentido de Dal constituyen una serie. Esa serie se analiza como serie, y el sentido surge de la serie en su totalidad. El Angelus de Millet no tiene el sentido que Dal encuentra en l; el sentido est en la serie. Sin apartarse del todo de los dictados de Andr Breton (la serie le viene, en efecto, soplada), Dal construye una teora del sentido radicalmente nueva. Dice:

    Incluso suponiendo que apartemos la hiptesis de la intervencin de ese azar objetivo, nada puede impedir la formacin de la hiptesis ms grave an (nosotros subrayamos) segn la cual la asociacin sistemtica, producto de la potencia paranoica, sera hasta cierto punto una actividad productora de azar objetivo.

    Para que haya objetividad, dice Dal, debe haber serie. El sentido est ah, desplazndose en la serie, y no es inmanente al objeto mismo pero tampoco viene de la conciencia del intrprete (a la que, ms bien, se impone por azar y coaccin).Por otro lado, habra que destacar que se plantea una oposicin entre serie y coleccin. La serie no tiene principio clasificatorio, por eso la serie puede agrupar elementos heterogneos y, sobre todo, la serie est regida por el azar y la coaccin. Si la modernidad del siglo XIX puede definirse como una mquina estatal generadora de colecciones (museos, pinacotecas, parques botnicos, parques zoolgicos), la modernidad del siglo XX se opone a la coleccin (y a la lgica del principio clasificatorio) por la va de la serie. El minotauro, precisamente, ese espacio imaginario que convoca y contiene tanto a Dal como a Lacan a comienzos de la dcada del treinta, es un monstruo, algo fuera del principio clasificatorio, fuera de coleccin, un freak, un alien, el octavo pasajero.Lo que est haciendo Dal es sembrar la peste (la peste que Lacan crey or que Freud haba llevado a Estados Unidos en 1909): detrs de cada imagen, por ms convencional que parezca, hay una turbia historia de sexualidad no multiplicativa. La puesta en discurso de ese relato requiere la construccin de una serie dominada por la coaccin y el azar, lo que eliminara todo resto de subjetividad del intrprete (en el mismo sentido en que Lacan se propuso eliminar del psicoanlisis todo lastre de biologismo y organicismo). 9 De la psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad. Mxico, Siglo XXI, 1979, pg. 33710 Le problme du style et la conception psychiatrique des formes paranoaques de l'exprience, Minotaure, 1 (1933) y Motifs du crime paranoaque: le crime des soueurs Papin, Minotaure, 3 (diciembre de 1933). El segundo, sobre las sirvientas que asesinan a sus patrones, fascina a Jean Genet, quien escribe una pieza, Las criadas, a partir del texto de Lacan. El primero influye mucho en Salvador Dal.11 De all a una explicacin gentico-poltica del esquizoanlisis hay solo un paso, que sera apresurado dar en este contexto.

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    Cmo conciliar esa fuerza, esa furia, esa peste, con el afecto miserable, tranquilo, inspido, imbcil, estereotipado al lmite del Angelus de Millet? Se trata de liberar a las imgenes de la insignificancia; se trata de imponer sentido al mundo, a este cuadro. Una vez armada la serie, la imagen se analiza como un relato en tres tiempos. Primero: el hijo en estado de ereccin. Segundo: el hijo efecta con su madre el coito por detrs (La carretilla de carne). Tercero: la hembra devora al macho despus del acoplamiento. De modo que la lectura, en el mtodo paranoicocrtico propuesto por Dal (a la sombra de las hiptesis de Lacan), libera al sentido de la tirana del sujeto pero, a la vez, lo descoloca como propiedad inmanente del objeto. Para que haya sentido, volvamos a Peirce, debe haber una relacin. Pero adems, Peirce quera que la lectura fuera predictiva, para lo cual se vuelve necesaria la notacin de regularidades. Para demostrar que hay regularidades, aun en la serie ms salvajemente dominada por el azar, Lacan propone, en el Seminario sobre La carta robada, un truco de magia que sirve para demostrar que siempre hay series de sentido y que, en todo caso, siempre se pueden encontrar regularidades. Un texto es cualquier secuencia ordenada de enunciados. El texto ms primitivo, el que contenga menos informacin ser un texto formado solamente por dos opciones, un sistema binario de significacin. Ese texto representa, por ejemplo, una serie de tiradas de monedas al aire y cmo la moneda cay al suelo (cara o cruz). He aqu ese texto:

    + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

    Cmo leerlo?Qu regularidades podramos encontrar all? Qu predicciones formular en relacin con esa serie de eventos? Para resolver el enigma, Lacan propone redenominar la serie, conservando la secuencia. Ustedes recordarn que Lacan decide reagrupar los significantes en grupos de a tres. Cuando esos tres significantes dibujen una simetra de la identidad ( o +++) el grupo llevar la denominacin 1. Si se trata de una simetra de la alternancia (++ o +) entonces llevar la denominacin 3. Cualquiera de las cuatro formas de asimetra llevar la denominacin 2. Redenominada, la serie se escribe como:

    1 2 3 3 2 2 3 3 3 3 3 2 2 2 2 2 1 1 2 2 2 3 2 2 2 1 1 1 2 2 1 2 3 2 1 1

    Hemos redenominado la serie pero los eventos que describe siguen siendo los mismos.Hay ahora regularidad? Se puede predecir el azar? Por supuesto: nunca hay un 3 allado de un 1. Siempre habr, entre un 1 y un 3, una cantidad de nmeros 2. Si esacantidad es par, la serie contina de un modo, si esa cantidad es impar, la serie continade otro modo. As, hasta el infinito.En este texto ejemplar y brutalmente dominado por el azar, el sentido (la regularidad, la regla, la capacidad predictiva) aparece porque hay serie (cosa que Dal ya haba demostrado) y, adems, porque hay redenominacin. La lectura como correlacin de series de sentido (el orden de los signos est en el objeto, la redenominacin es una operacin del sujeto) permite que el sentido aparezca objetivamente, sin que intervenga actividad interpretativa alguna12. Ya podemos, pues, contestarle a Borges: en los textos de Lacan se deja leer una teora de la lectura (en la que se cruzan la ontologa de los signos de Peirce y la prctica 12 Por supuesto, este pasaje de un sistema binario (+/-) a un sistema ternario (1/2/3) no es inocente y a Lacan le sirve para ordenar la primera formulacin de su tpica (S.I.R.) alrededor de lo simblico, la ley, el nombre del padre.

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    surrealista) que todava hoy podemos sostener. Primero est el momento delirante inicial, el rapto, la paranoia, el deseo de sentido (se trate de una tirada de dados, una tirada de monedas, una imagen trivial o una vida); la paranoia produce azar objetivo, luego se arman las series (coactivas) de significantes. El sentido, claro, se desplaza a lo largo de la serie. Para poder predecir algo sobre el comportamiento de la serie, y dado que lo Real es tan imposible como la Primeridad13, debemos pasar de la relacin meramente imaginaria (el 2) con el texto, a lo Simblico (el 3), es decir: redenominar, cortar, escandir, puntuar de nuevo la secuencia. Ya lo sabemos: toda carta llega siempre a destino (aunque Derrida no est de acuerdo), que es como decir que todos los textos pueden ser ledos o que encontrarn una serie en relacin con la cual su sentido aparezca. El problema, hoy, dado que se trata de poner la paranoia en primer trmino, es ver quin se atrever a abrir ese sobre que trae recuerdos de la peste.

    *

    Volvamos a las preguntas iniciales: Cmo leemos? Y cmo afecta nuestra forma de leer nuestra pedagoga?Leemos de cualquier modo: en la cama, ante una mesa, de pie. En voz alta o en silencio. En situacin de inmovilidad absoluta o en movimiento (si uno lee en un tren o en un avin). Si bien es cierto que difcilmente pueda leerse mientras se corre o hablando de otra cosa, la lectura, sin embargo, no tiene un ritual muy establecido. Se lee fijando la vista sobre el papel (celulosa o electrnico). La lectura es para nosotros una prctica silenciosa (creo que fue San Agustn quien escribi su asombro cuando vio, por primera vez, a alguien leyendo en silencio14). Se puede, por lo tanto, fingir que uno lee (fijamos nuestra mirada en una pgina o una pantalla y pensamos en otra cosa: mentimos), pero no se puede fingir que uno corre, o baila, o escribe (la ficcin que inspira la Leccin de escritura de Lvi-Strauss en Tristes trpicos es, en esto Derrida no se equivoca, una forma de escritura15. Escribir es una prctica fuertemente muscular y motriz. Leer implica apenas el movimiento de los ojos. Los ojos no recorren la pgina letra por letra o palabra por palabra: delimitan un campo visual que van recorriendo como por barrido, movindose de manera discontinua. Cuanto mayor es el campo visual, ms rpido se lee. Esto es importante: cuanto ms rpido se lee, mejor se lee, porque se retiene mejor la informacin y se correlacionan mejor las cosas que se van leyendo. Estas cosas son de extrema importancia en los primeros niveles de escolarizacin. Ms adelante, la escuela media trata la lectura como imposicin de sentido: lo que importa es la fuerza de una lectura y no el mtodo. Se puede leer cualquier cosa, slo que hay que tener fuerza suficiente para imponer esa lectura, para imponer el sentido que una lectura particular da a un texto. La historia de las lecturas de un texto es, de algn modo, la historia de los combates por definir el sentido de ese texto, Humpty-Dumpty:

    Ya ves. Te has cubierto de gloria!13 A partir de 1970, cuando Lacan intenta construir una ciencia de lo real, lo Simblico pierde su lugar determinante, reemplazado por lo Real. La psicosis, en consecuencia, como lugar de la simbolizacin (de la Terceridad) imposible, desafa todas las certidumbres de la ciencia. Lacan reescribe la tpica como R.S.I., donde lo Real permanece como un resto inasimilable e irrepresentable.14 Para el pasaje de la lectura oral a la lectura silenciosa, cfr. Parkers, Malcolm. La alta Edad Media en

    Cavallo, Guglielmo y Chartier, Roger (eds.). Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus, 2001.

    15 Tristes trpicos. Barcelona, Paids Ibrica, 1988

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    No s qu es lo que quiere decir con eso de la gloria observ Alicia.Humpty-Dumpty sonri despectivamente.Pues claro que no..., y no lo sabrs hasta que te lo diga yo. Quiere decir que ah te he dado con un argumento que te ha dejado bien aplastada.Pero gloria no significa un argumento que deja bien aplastado objet Alicia.Cuando yo uso una palabra insisti Humpty-Dumpty con un tono de voz ms bien desdeoso quiere decir lo que yo quiero que diga, ni ms ni menos.La cuestin insisti Alicia es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.La cuestin zanj Humpty-Dumpty es saber quin es el que manda..., eso es todo16.

    La escuela ensea a leer y a escribir y todo proyecto escolar termina definindose por los objetivos que en relacin con esas prcticas la institucin se fija. Leer (se trate de la historia, la realidad o la literatura) es una prctica compleja que supone, como hemos sealado, diferentes niveles de intervencin del sujeto: la lectura como notacin, la lectura como interpretacin y la lectura como experimentacin.Hay, pues, niveles de lectura, y esos niveles de lectura estructuran los sistemas escolares: el nivel inicial, consagrado a la comprensin de textos, es decir: a la notacin de la informacin que el texto suministra, y el nivel secundario, consagrado a la interpretacin de esa informacin. Hay que entender, como hemos sealado, que esos modos de leer, en rigor, constituyen dos polos opuestos, los lmites mismos de la lectura, entendida como una correlacin de series de sentido (una serie inherente al sujeto, otra serie inherente al objeto)17. Cada uno de esos polos involucra al sujeto (y lo constituye, por lo tanto) de diferente manera: la notacin o descripcin se presenta como el grado cero de la subjetividad. La interpretacin impone al objeto la serie de sentidos que viene del sujeto. Roland Barthes ha sealado que "interpretar un texto no es darle un sentido (ms o menos fundado, ms o menos libre), sino por el contrario apreciar el plural de que est hecho18.En nombre de la democracia simblica, la poca de la reproductibilidad tcnica (la edad de los medios) hizo del libre juego de interpretaciones una verdad de mercado. Ese relativismo interpretativo, favorecido por los medios masivos de comunicacin, atacaba mortalmente el principio de autoridad de la escuela, como institucin que legislaba sobre las interpretaciones legtimas, y de ah la crisis que hoy vive ese modelo. Los lectores, considerados como pblico o audiencia, descubrieron que podan leer cualquier cosa en cualquier parte y dejaron, en un sentido estricto, de leer, para pasar a desarrollar identificaciones narcisistas con aquello que lean. Y la escuela dej de ensear a leer o reserv esa prctica sofisticada para las lites del mundo. Lo que llamamos brecha tecnolgica no es sino la diferencia entre poder o no poder construir lecturas legtimas. Pero hay que insistir en que esos modos de comprender la lectura se corresponden con diferentes momentos histricos y diferentes modos de reproductibilidad: para que todo el furor de las batallas por las interpretaciones se desatara fue necesaria la imprenta, la progresiva constitucin de pblicos alfabetizados y la consolidacin de un mercado de bienes simblicos que otorgara a todos (y a cualquiera) los mismos derechos de interpretacin y de juicio. Y as, la cultura letrada sobrevivi apenas como una ruina del pasado en medio de la marea masmeditica.Hoy, los medios de comunicacin comienzan a perder terreno en todos los frentes. Y si conviene detenerse en la transformacin cultural que se avecina con el advenimiento de 16 Lewis Carroll. Alicia a travs del espejo (1871)17 El reino institucional en el que desarrollamos nuestra pedagoga interrogara, precisamente, a la lectura

    como terceridad, como experimentacin.18 Barthes, Roland. S/Z. Madrid, Siglo XXI, 1980

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    las tecnologas digitales de reproduccin, almacenamiento y comunicacin es porque, con Internet, las polticas de alfabetizacin19 vuelven ocupar el centro de la escena. Con Internet, vuelve la escritura20. Y vuelven, naturalmente, las polticas de la lectura. Como ha sealado Nancy Kaplan recientemente, las e-literacies21 designan los conocimientos y habilidades que se requieren para realizar seales en una era electrnica y con dispositivos electrnicos22. Y no habra forma de considerar que esos conocimientos y habilidades podrn adquirirse fuera de un marco sistemtico de aprendizaje. La cultura electrnica, para sobrevivir como algo distinto de un mero entretenimiento de una lite resplandeciente (elite racy), necesita de la escuela como nunca necesit de ella la cultura audiovisual. Si hemos atravesado ya enteramente los ciclos histricos de la lectura como notacin (la poca de la reproductibilidad artesanal) y la lectura como interpretacin (la poca de la reproductibilidad analgica), se abre ante nosotros la puerta inmensa, en la poca de la reproductibilidad digital, de la lectura como experimentacin. Los textos digitales (politextos o hipertextos23) no necesitarn slo de modelos de lectura como notacin e interpretacin24 sino de un modelo (escolar) de lectura radicalmente nuevo: la lectura como experimentacin, la lectura como uso, que incorporar a los anteriores: la utopa del constructivismo cumplida en la poca de la reproductibilidad digital25. Y la utopa, tambin, de la lectura sin sujeto o con un sujeto mltiple. En la poca de la reproductibilidad digital, no solamente cualquiera podr copiar y distribuir un texto electrnico, con o sin permiso y pago de derechos de autor, sino que cualquiera podr, 19 Trabajamos en relacin con algunas definiciones de los new literacy studies, sobre todo en lo que se

    refiere a las nociones de alfabetizacin situada y multi-alfabetizacin, que piensan los procesos de alfabetizacin no slo como la adquisicin de tcnicas complejas de lecto-escritura sino como la adquisicin de competencias para legitimar determinadas perfomances discursivas y culturales. Cfr. Multiliteracies. Literacy Learning and the Design of Social Futures, editado por Bill Cope y Mary Kalantzis (Nueva York: Routledge, 2000) y Situated Literacies. Reading an Writing in Context editado por David Barton, Mary Hamilton y Roz Ivani (Nueva York: Routledge, 2000).

    20 Ciertamente, la escuela nunca ense nada en trminos de la lectura de los medios masivos de comunicacin salvo que deban ser puestos bajo sospecha. La naturalidad de los cdigos y registros de la cultura audiovisual exima a las audiencias de entrenamientos sistemticos. Para la relacin entre Internet y escritura, cfr. Link, Daniel. Internet: el retorno de la escritura, Futuro, suplemento de Pgina/12 (Buenos Aires: sbado 17 de octubre de 1998) y La vuelta de la palabra, Mercado, 1000 (Buenos Aires: marzo de 2001).

    21 Cecilia Magadn ha propuesto la nocin de re(d)alfabetizaciones como equivalencia castellana de las e-literacies. Cfr. Magadn, Cecilia. Educ.ar al soberano, Radarlibros, suplemento literario de Pgina/12 (Buenos Aires: domingo 8 de septiembre de 2002).

    22 Such knowledge and skill generally includes alphabetic literacies as well as at least a rudimentary grasp of a computer's interface (what Cynthia Selfe terms "screen literacy") and some specialized knowledge for issuing computer-readable commands to save a document, print it, send it out over a network and the like. Cfr. Nancy Kaplan. Politexts, Hypertexts, and Other Cultural Formations in the Late Age of Print enhttp://www.ibiblio.org/cmc/mag/1995/mar/kaplan.html.

    23 Cfr. Kaplan, Nancy. op. cit.24 Con sus teoras y pedagogas asociadas.25 En otra parte he propuesto una correlacin entre modelos de lectura (los ciclos de la teora) y lgicas

    culturales (los ciclos del arte). No es casual que el estructuralismo haya encontrado su va regia (y su momento de gloria) en el apogeo de la cultura de masas. Cfr. Estudios culturais, literaturas comparadas e anlise textual: por uma pedagogia en Como se l e outras intervenoes crticas. Chapec: Argos, 2002. Cfr. tambin Kaplan, Nancy. op. cit., donde la autora se refiere a una polmica sobre la alfabetizacin electrnica: the technological differences themselves tell only a part of the story of technological and cultural change: by ignoring the social, Bolter and Lanham as well as Tuman and Postman fail to articulate some crucial relations between technologies and cultures. Cfr., para las posiciones que Kaplan critica: Tuman, Myron. Word Perfect: Literacy in the Computer Age. Pittsburgh: The University of Pittsburgh Press o Postman, Neil. Technopoly: The Surrender of Culture to Technology, New York, Vintage Books.

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    tericamente, multiplicar exponencialmente el nmero de textos en circulacin. Una multiplicacin semejante erosionar la definicin foucaultiana de la funcin autor, evidentemente un principio de economa capaz de restringir lo que de otro modo sera una peligrosa proliferacin de escritos, una inundacin de discurso26. (...) En el mundo politextual podra haber verdaderamente palabras (o mejor, significaciones) sin fin27.Vivimos la infancia de la poca de la reproductibilidad digital, una poca que necesita de maestros y de alfabetizadores digitales28, pero tambin de tericos de la lectura, de una lectura que no podr pensarse sino como experimentacin. No estamos hablando slo del placer (cada cual encontrar placer en lo que quiera), sino de nuestra responsabilidad ante la historia: la historia y el futuro de la lectura. La historia y el futuro de la democracia.

    26 Nancy Kaplan ironiza: the source of Neil Postman's nightmares.27 Kaplan. op. cit. (http://www.ibiblio.org/cmc/mag/1995/mar/hyper/Politexts_605.html).28 En Educ.ar al soberano (op. cit.), Cecilia Magadn se pregunta: Alfabetizar para ejercitar un

    pensamiento crtico (punto.ar) o alfabetizar para fabricar el sujeto que necesita el mercado (punto.com)?