Como escapè de los Nazis

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20 pginas a capturar

Cmo me escap de los nazis

(Relato histrico)

Eugenio Maurer valos

Preludio

Dos de agosto.- El mar duerme en completa calma; all a lo lejos, detrs del rompeolas, copos de blanqusima espuma se elevan por los aires. Es la nica seal de vida que presenta el mar.

Muy prximo ya al puerto deslizase con majestuosa lentitud rasgando las olas el buque de pasajeros "Marqus de Comillas" zarpado un mes antes, el da de la Visitacin de Nuestra Seora, del puerto de Bilbao.

La acostumbrada agitacin producida por el arribo de un barco de pasajeros, reina en el puerto de Veracruz.

Hacindose sombra con la mano, quiere cada uno descubrir sobre cubierta a su hermano, a su padre, a su amigo.

Con la vista clavada en el buque, dominados por una tremenda emocin, esperan en silencio, el padre, la madre y los hermanos. Va a llegar el que ha estado ausente por seis aos.

Es Juan, que hace seis aos parti a Francia para hacer sus estudios en el colegio de los jesuitas de Avignon.

Apoyado en la barandilla extrema de la proa, se esfuerza por descubrir a los seres amados. Es alto, ancho de espaldas, rubio, de ojos verdes, Las lneas de su rostro descubren el sufrimiento.

- Mralo, all est!, en el extremo de la proa-, exclama Pablo, el hijo menor de la familia Maurer. Juan tambin los ha visto y los saluda agitando el pauelo.

Despus de la visita del mdico del puerto y de todos los dems requisitos, comienzan a descender los pasajeros, Cada uno se precipita en los brazos de aqul a quien espera.

- Juan, hijo mo! exclama la madre, mientras por largo rato le estrecha contra su corazn.

Abrzale despus el padre, y slo sabe murmurar con una voz apenas perceptible, el nombre de su amado hijo.

Despus, cuando le abrazan los hermanos, nicamente pronuncia cada uno el nombre de aqul a quien estrecha entre sus brazos.

Siguen a esta escena conmovedora algunos segundos de silencio, que expresan, mejor que la palabra, los sentimientos del corazn.

Estn abstrados de todo lo que tienen a su alrededor, y miran hacia el mar que murmura suavemente.

- Vamos unos cuntos minutos a la iglesia a dar gracias a Nuestro Seor por haber librado a Juan de tantos peligros y habrnosle devuelto sano y salvo-, dice la seora Maurer, rompiendo al fin el silencio. Aprueban todos, y Juan en medio de sus padres emocionados profundamente por tan grande gozo, se dirige a la iglesia. Dejemos que sus corazones se desborden ante el sagrario y veamos qu significan las palabras de aquella dichosa madre.

Zapador en Yugoslavia

Un da, el dos de enero de 1945, llega un telegrama de Francia a casa de los Sres. Maurer. Lo abren con manos temblorosas los dos esposos, y de un vistazo se enteran de su contenido:

"Juan deportado a Munich, trabajos forzados, 24 de junio, 43".

Dirigindose una mirada nublada por las lgrimas, sin pronunciar una palabra, van a postrarse ante una imagen de Cristo en la Cruz, en el cuarto del padre, Slo se oye su respiracin angustiosa. -"Seor, cuida T de l, que se haga tu santsima voluntad"-, es la oracin que dirigen en silencio al Redentor.

El 24 de junio de 43. Por tanto, hace dieciocho meses, fue Juan llevado a Alemania por los nazis a trabajos forzados. l va a sumarse a los dos millones y medio de franceses deportados.

Trabajan desde el alba hasta muy entrada la noche. Nuestro Juan se dedica a la fabricacin de municiones y pertrechos de guerra.

La noche del 15 de diciembre, llega ms agobiado de cansancio que de costumbre, Por todo alimento tiene un pedazo de pan y unas verduras. Por cama le espera, como a todos los prisioneros, un poco de paja en el suelo de una barraca de madera, en la que duerme con veinte de ellos. De pronto, por la noche, despierta sobresaltado: el toque de alarma contra los bomberos! Corre con todos al refugio.

Al regresar ve que una bomba ha destruido parte de su barraca. Al da siguiente recibe orden de quedarse con algunos de sus compaeros para ocuparse de la reparacin.

En las horas de trabajo una sola idea ocupa su mente y la de sus compaeros: "Francia est ya liberada. Hay que planear la fuga".

Trabaja a su lado un checoslovaco, deportado como l. Poco a poco se ha trabado una gran amistad: la del sufrimiento. Hallan gran descanso en contarse sus penas. Charlan con frecuencia del tranquilo hogar de que el invasor los ha privado. Mas... hace ya dos aos que Juan no tiene ninguna nueva de los suyos, Qu ha sido de su madre a quien dej tan delicada de salud?

Sumido en este mar de incertidumbre, slo una que otra palabra dirige a su amigo el checo y no advierte la inquietud de ste que al verlo ms abatido que de costumbre no se decide a comunicarle una grave noticia. Sin embargo el tiempo apremia, es necesario hacerlo.

- Juan, le dice, quiz sea ste el ltimo da que trabajemos juntos...

- Qu? Qu dices? Acaso te van a cambiar de campo?

- No, Juan, quiz t seas quien tenga que partir.

- Yo? Ir acaso a otra fbrica de Munich?

- No, es algo ms grave. - Explcate; si no es una mala noticia, dmela luego.

- S, tendrs que partir lejos de aqu; muy lejos.

- Adnde?

- Ah! no quisiera decrtelo pero es necesario, lo he sabido de fuente cierta.

- Anda, habla por favor, no me tortures ms.

- Pues... me he enterado de que veinte de vosotros partiris a cavar trincheras a Yugoslavia.

- Yo? Ests seguro? Partiremos pronto?

- S, muy pronto.

- Cundo?

- Maana a la una de la tarde. Hoy despus de comer darn la orden oficialmente.

- Pero ests seguro que ser maana?

- S, seguro, desgraciadamente.

- Toma entonces mi martillo y hndeme este clavo en la mano. As no podrn hacerme partir! No quiero ir a Yugoslavia! Rascar trincheras a favor de los alemanes, es pelear indirectamente contra Francia.

- No, Juan, no puedo hacerlo, quiero que reflexiones antes de decidirte, Piensa que si los alemanes sospechan que te has enterado de la orden de partida, te internarn en un campo de concentracin o, por lo menos, te dejarn sin curar la mano y ests en peligro de perderla. Reflexiona, pues, en esto. Si despus de haberlo considerado, an insistes, con gusto te har este servicio.

- Tienes razn, Bernard, debo buscar forzosamente otro medio.

- Recuerda, Juan, que maana a la una de la tarde es la partida. Tienes por tanto que obrar con suma rapidez.

El nico medio de salvacin es la fuga, pens para s el prisionero. Y ayudado por su amigo Bernard comenz a idear su plan: slo hay un sitio adnde dirigirse: Suiza. Mas, a dnde y a quin? Cmo poder pasar a esa nacin? Le separan de ella 180 Km. Ir a pie es sumamente peligroso. Por otra parte, para salir de la ciudad en ferrocarril es indispensable el permiso de la Gestapo. Sin embargo hay que huir a toda costa, hay que salir por lo menos del campamento para evitar la partida al frente.

Tocaron para fin de trabajo. Tomaron su miserable racin los prisioneros y se dio orden de formarse en silencio en el patio principal.- Maana a la una de la tarde, les dijo imperiosamente un oficial, veinte de vosotros partirn como zapadores a la frontera yugoslava.

Ley entonces la lista de los que deban partir,

- Los que no hayan sido nombrados, a sus ocupaciones ordinarias. - Vosotros escuchadme.

Clavaron los veinte desgraciados una mirada fulgurante en impotente en el oficial, que prosigui con suma altanera:

- Esta tarde no iris a la fbrica. Emplearis el tiempo en preparar vuestras cosas. Maana, una hora antes de la partida se os distribuirn los vveres para el camino. Ahora a cumplir lo ordenado.

No tenan derecho los alemanes de obligarles a este trabajo por no ser ellos prisioneros de guerra, sino simples deportados. Saban sin embargo, que toda resistencia era intil. Se alejaron, pues, en silencio, llenos de indignacin contra sus opresores.

Durante la noche el cerebro de Juan sigui trabajando febrilmente. Era necesario completar el plan para la fuga.

El da siguiente, 16 de diciembre se toc a levantarse una hora antes, a causa de la partida. Juan comunic su plan a Bernard y a otro amigo que deba tambin ayudarle.

Al sonar las doce, se repartieron los vveres, Juan esper an tres cuartos de hora, luego, se dirigi al polica que custodiaba la salida del campo de los prisioneros y le dijo:

- Permtame salir al almacn a comprara algo que me falta.

- Vaya, pero regrese enseguida. Ya va a ser hora.

Sali Juan del campamento. Lleg por la parte exterior cerca de su barraca; se cercior de que nadie lo observaba; lanz un suave silbido y al punto lleg a sus manos un pequeo paquete que contena lo poqusimo de que era dueo.

El temor y la gran agitacin nerviosa, lo fustigaban. Sinti gran deseo de correr; sin embargo nicamente apresur el paso hacia el cine ms apartado de su fbrica, y permaneci all horas largas como una noche de insomnio.

La Gestapo!

Pas una eternidad antes de que el reloj del fugitivo marcara las ocho, hora de salida de los obreros. Se permita a stos entrar a su barraca una hora despus de la salida. Juan tena varios amigos franceses en los diferentes campos. Busc a uno de ellos llamado Toms y en pocas palabras le enter de su situacin.

- Vamos inmediatamente a mi barraca, le contest ste.

Era fcil entrar en el campo; haba un guardia en la puerta, mas, como con frecuencia era remudado, no poda conocer a cada uno de los prisioneros del campo, repartidos en cincuenta barracas.

nicamente en la fbrica se tomaba lista nominal de los deportados. En los campos, por las noches, el jefe de la barraca tan slo avisaba al guardia que sus diecinueve compaeros estaban dentro. Los alemanes no teman que alguno intentase escapar. Para salir de Munich era necesaria la autorizacin de la Polica civil, que era advertida al punto por la Gestapo si algn prisionero no haba regresado a su campamento, para que lo buscara inmediatamente.

As pues, Juan y su amigo Toms entraron a la barraca y en dos palabras, ste iba enterando a los que llegaban. Todos a porfa se privaban de una parte de su racin para entregrsela a su camarada prfugo, pues aunque le haban dado vveres antes de salir para Yugoslavia, deba guardarlos para el camino.

Pas la noche agitadsimo, y en el poco tiempo que pudo dormir se vea perseguido por el horrible fantasma de la Gestapo.

Al da siguiente a la hora de trabajo, sali con todos del campamento; hubo de esconderse en otro parque y entrar a otro cine y guardarse an con ms precaucin, pues mientras ms tiempo corra en mayor peligro se hallaba.

Por espacio de dos semanas llev esta vida llena de zozobras: ocultndose durante el da en los parques y en los cines, pasaba las noches en los diferentes campos franceses. Cambiaba cotidianamente de escondite y de albergue para no ser descubierto. Pasaba los das con una obsesin clavada en la mente, el fantasma de la Gestapo que lo buscaba sin cesar.

Sin embargo la generosidad de sus amigos prisioneros no bastaba. El 22 de diciembre an nada haba conseguido. Es pues menester alguien quien le pueda ayudar a salir de Munich.

Mas, para esto es necesario andar por la ciudad, subir a los tranvas, y frecuentar sitios en que muy fcilmente lo puede reconocer algn empleado de su fbrica. Ha sido intrprete y todos los de all le conocen. Mas, qu importa, pens. Si no me arriesgo, nada conseguir. Y resueltamente se dirige el hospital. Carlos, uno de sus amigos ms ntimos estaba all, herido por la brutalidad de un nazi. l, indudablemente, har todo lo posible para que pueda salir de Munich.

En dos palabras lo pone al corriente de todo.

Conversan algn rato ms y Juan, temiendo ser reconocido por algn visitante, habiendo quedado de volver al da siguiente, se aleja.

Carlos se haba hecho amigo de la Doctora alemana que lo atenda, la Sra. Prieguet. Estaba cierto, por habrselo ella revelado, que era anti nazi. As pues, cuando vino a curarle le cont el caso de Juan.

- Precisamente en un pueblo de la zona frontera tengo unas conocidas que han ayudado a escapar a varios, le contest ella. Maana, cuando venga su amigo, le dar la direccin.

Juan se present el da siguiente 23 de diciembre. Carlos advirti en l su desconcierto al ver all a la Sra. Prieguet, pues estando ella presente no podra hablar libremente de su asunto.

- Juan, he consultado ya lo de tu fuga.

Un golpe no hubiera hecho tal impresin al fugitivo. La alemana seguramente le denunciara.

- Qu has hecho, Carlos! dijo sealando con un gesto a la Doctora.

- Nada tema, contest al punto sta, al advertir su turbacin; soy precisamente quien le va a ayudar en su fuga. Tango unas amigas en Dornbirn, pueblo cercano a Suiza. Su direccin es: Berln n. 25. Es necesario que se la aprenda de memoria. Sera muy peligroso escribirla, porque se la podran encontrar. De Dornbirn puede fcilmente llegar a Suiza a pie. nicamente necesita el permiso de la polica para salir de Munich.

- La secretaria de mi fbrica, contest Juan, es mi amiga; s que es anti nazi y me podr hacer la solicitud para la concesin del permiso.

- Bien, entonces ya tiene usted todo arreglado para salir de Munich. Hasta luego, y buena suerte.

Juan agradeci a la Doctora el servicio que le haba prestado y se retir.

El da 25 por la noche est Juan en la casa de la secretaria de su propia oficina, Discute ella con sus padres:

- No pueden ustedes permitir que este muchacho permanezca en esta situacin. Dentro de poco lo atrapara la Gestapo que desde hace diez das trata de acorralarlo en esta ciudad, As pues, quieran o no quieran ustedes, lo arriesgar todo, y har la solicitud. El da ltimo del ao me corresponde, por la noche, la guardia de la fbrica. Y esto me lo facilitar.

Sin papeles, como sabemos, era imposible a Juan salir de Munich. Ana, la secretaria, a quien pidi ayuda, le ofreci hacerle la solicitud de la fbrica, "para que la Polizei Praesidium de Munich permitiera al ingeniero francs Juan Maurer ir a trabajar a la sucursal de Dornbirn".

Esta sucursal no exista. Aunque Juan era simple trabajador, Ana le dio el ttulo de Ingeniero, lo que, si bien facilitara su salida, agravara su situacin si era descubierto.

Exigi, sin embargo, la secretaria, como condicin para hacer la solicitud, que sus padres le dieran el permiso de ello. Juan arriesgaba en esto grandemente: hay peligro de que los padres de Ana le denuncien, pero no hay otro camino.

El da primero del ao se presenta lleno de esperanza y de temor en casa de Ana, alrgale sta el escrito que lo librar al fin.

- No hace falta, le dice, sino que falsifique usted la firma del Gerente, De este documento se puede tomar.

Juan falsific cuidadosamente la firma; la observ no sin temor algunos momentos y se despidi agradecido de Ana, quiz para no volverla a ver ms.

Al salir de la casa, va a pedir por ltima vez consejo a su amigo Carlos y a despedirse de l.-

- Y bien, le dice has conseguido ya todo?

- S.

- y ahora, qu hars para conseguir el permiso?

- Me jugar el todo por el todo; me presentar a la polica para que me apresen o me fusilen, o salga de esta ciudad.

- Pero, sabes lo que vas a hacer?

- S, Carlos, lo he pensado mucho, es el nico medio para salir de Munich.

- Ahora a morir o a vencer.

Como si nada extrao sucediera, se presenta al departamento de la Polizei Praesidium, Sin decir palabra entrega el documento al empleado y recibe orden de esperar. Pasea por el oscuro corredor, todo lo observa con vivo inters: la escalera que conduce a la calle, las amplias columnas que la sostienen, y acaba por colocarse detrs de una de ellas.

Si soy descubierto, tendr por dnde huir.

Con respiracin anhelante acecha la venida del empleado. ste aparece por fin en el fondo del corredor leyendo un documento. Juan lo observa atentamente y se decide a salir. Nada extrao aparece en el rostro de aqul.

De pronto: Estoy perdido, murmura. Lo que trae en las manos es el registro de los prisioneros; all debe constar mi fuga.

- En el registro se declara usted simple trabajador! Porqu tiene aqu ttulo de Ingeniero?

Juan a esta pregunta qued desconcertado; contest sin embargo al punto:

- Porque al principio era albail; despus se me orden trabajar en la fbrica y por mis estudios se me ascendi.

El alemn le mir escrutadoramente unos momentos. Juan sostuvo aquella mirada, aparentando serenidad que no tena. Si se le notaba la menor seal de turbacin estaba perdido. An le mir el empleado unos segundos ms y, frunciendo el ceo se retir pensativo.

Todava pasaron algunos minutos de angustia. La suerte del fugitivo estaba a punto de decidirse.

Apareci por fin el empleado. Se haba decidido a extender el permiso: fcil sera averiguar si el deportado deca verdad; si realmente le haban ascendido en la fbrica.

- Aqu tiene, le dijo. Sin embargo, con este permiso no puede llegar a la zona frontera en que se halla Dornbirn. Necesita para ello un permiso especial de la Gestapo.

Juan respir: se le haba recogido el documento falso y hecho entrega de un permiso verdadero.

Slo un loco lo hara, pens. Presentarme en la Gestapo es entregarse! Partir pues, sin este permiso. Dios me ayudar. Despus de la comida comprar mi boleto, en la noche tomar el tren.

Dejmosle ir a la estacin, y retrocedamos un poco para ver qu sucedi en el campo el 16 de diciembre al advertirse la fuga de Juan.

RABIA IMPOTENTE

Faltan slo cinco minutos para la una. Los zapadores estn ya formados en el patio; va a ser la hora de partir, Slo Juan Maurer no se presenta. El centinela se pasea nervioso a la entrada, si el francs que sali no vuelve, seguramente le echarn a l la culpa de todo.

- Ea! grit al fin a un prisionero, avise al Jefe que el nmero 715 sali al almacn y an no ha regresado.

Los ojos del Jefe al recibir la noticia relampaguearon de furor.

- Ah! -Escaparse uno de mi campo! Y tomando la bocina del telfono se comunica con el almacn:

- Ha estado por all algn prisionero durante esta media hora?

Con un rugido de clera cuelga el audfono-

-Ah! Te atraparemos! masculla entre dientes. Te atraparemos! y no ser a un campo de trabajadores a donde irs a parar, ser a un campo de concentracin! Ah! Y entonces... Te arrepentirs de no haber partido a Yugoslavia!

Toma nuevamente el telfono y se comunica con el director de la Gestapo:

- Juan Maurer, n. 715 destinado a partir a Yugoslavia, huy hace veinte minutos, le dice con voz que revela a la vez su clera y su odio.

- Que lo sustituya el nmero siguiente, le fue contestado. Dar orden a la Polica Civil para que se le busque, y se le traiga vivo o muerto.

al punto el Jefe de campo hizo venir al prisionero n.716.

- Su compaero, le dijo con sorna, huy; Ud. lo substituir. Tiene diez minutos para arreglar sus cosas.

El designado para sustituir a Juan era un ruso, y en la frontera Yugoslava a donde deba partir no era difcil que le mataran, pues, se hallaran muy cerca del frente, Y seran sus propios compatriotas!

En vano dijo contra Juan mis imprecaciones. Su despecho era impotente para eludir la orden recibida. La mayor parte de los que estaban a punto de partir eran franceses y se alegraron sinceramente de que su compaero hubiese podido escapar. En el rostro de algunos zapadores rusos se pint el odio y la envidia.

Por qu no haban sido ellos los que escaparon sino un francs? Tendran que partir ahora, y l quiz lograra llegar a su patria!

Y hablaron en voz baja maldiciendo a Juan, que estaba entonces seguro en el cine.

El director de la Gestapo marcaba con insistencia y nerviosidad el nmero del telfono de la Polizei Praesidium de Munich. Todo intil. Los bombardeos de las noches anteriores haban inutilizado un gran nmero de aparatos. Por una especial Providencia de Dios, los bombardeos Aliados continuaron y en el registro de Juan no fue anotada su fuga. Pasaron los das y cada vez aumentaba el terror del fugitivo, que se vea a tres pasos de ser apresado, sin embargo, ya nadie le persegua.

DE MUNICH A KEMPTEN

Poco a poco la bruma y la oscuridad se haban ido apoderando de Munich. Todo el movimiento de la gran ciudad haba cesado. Slo se perciba a lo lejos el rumor de las fbricas nocturnas. Nadie transitaba ya por las calles; todo estaba a oscuras porque as lo exiga la seguridad contra los bombardeos aliados.

Ahora ya estoy libre de quien me pueda conocer, pensaba Juan sentado en un asiento de segunda clase, en ferrocarril de Munich Liechtenstein. Adems viajaremos, a causa de la guerra, con la luz apagada.

De pronto, siente que alguien le toca en el hombro.

- Hola, Juan, qu gusto verte!

El fugitivo permanece algunos momentos helado por el desaliento y por el terror.

Su nico conocido fuera de Munich, Hans, antiguo Jefe de Campo est all en el mismo vagn que l! Cmo no sospechar? Y... qu responder a sus preguntas?

Procura, sin embargo serenarse y aparentando sorpresa:

- Ah! eres t, Hans! No te haba reconocido! Con esta moda de viajar con la luz apagada!

- Qu tal te ha ido? le dice el alemn sentndose a su lado. A dnde viajas

Juan reflexion un instante: Si le digo que voy a Dornbirn quiz sospeche algo!, y al punto responde:

- Voy a Kempten, me han enviado de mi fbrica.

- Hombre, qu bueno! viajaremos juntos, yo tambin trabajo all.

Al or esto el fugitivo perdi toda sus sangre fra.

Me tendr que bajar en Kempten y perder el tren, pens, y luego qu har? Dios mo, aydame!

- Ha habido muchos bombardeos en el sector de tu fbrica? Pregunta el alemn.

Juan haca ya tres semanas que estaba ausente de su campo.

- S, creo que se quem el ala Norte en uno de los ltimos.

- Qu extrao! Ayer pas a poca distancia. Nada me llam la atencin...

- Ah...! Este... Quiz fue entonces... un edificio de los contiguos, pues varias veces nos han alertado.

Despus de un rato de conversacin calla el alemn dominado por el sueo.

Juan se decide a cambiar de vagn. Antes, reflexiona sin embargo: entrara en sospecha el alemn si no lo encontrara all.

Y mientras su compaero duerme, medita en todo lo que le ha sucedido, y en la gran ayuda de Dios que lo conduce casi de la mano en los trances ms difciles.

El cobrador lo viene a interrumpir en sus reflexiones y despierta tambin al que viaja a su lado. Les pide el boleto a ambos y dirigindose a Juan le dice:

- Con boleto de tercera est en un carro de segunda?

- S... porque...

- Este muchacho viaja conmigo, se apresura Hans, a contestar. Est en este carro por no haber ya sitio en los vagones de tercera.

Juan pag lo que le faltaba y permaneci en el carro.

Sin embargo, lo que el alemn ha hecho para favorecerle, hace crtica su situacin. Indudablemente tendr que abandonar el ferrocarril en Kempten.

- Bueno, hemos llegado, Juan. Es ya demasiado tarde para que vayas al hotel. vamos a mi casa.

- Oye... pero... es que qued con un amigo francs, de esperarle aqu a mi llegada. Ignoro su direccin y si voy a tu casa me ser imposible encontrarlo.

- Tienes razn: maana irs a verme. Mientras tanto te voy a mostrar mi fbrica.

Kempten como toda ciudad alemana, estaba a oscuras y en profundo silencio. As, pues, Juan al salir de la estacin no percibi sino un ligero resplandor en un punto cercano a la fbrica de Hans. ste le seal aquella baja y extensa construccin que pareca emerger de la niebla. El fugitivo intrigado le dijo:

- Y ese espacio inmenso cercano a tu fbrica, iluminado tenuemente, qu es?

- Es el campo de concentracin.

- Oye Hans, los tratan muy mal all?

- Mira, Maurer, ten sumo cuidado de tus actos mientras permaneces aqu. Por el ms leve desorden internan a los prisioneros.

- Y es muy difcil escapar?

- Es casi imposible. Est cercado todo el campo con varias alambradas electrizadas. Tienen adems, perros educados para vigilar a los prisioneros. Los guardias son sumamente inhumanos; tratan a los prisioneros a golpes y no vacilan en atormentarlos horriblemente sobre todo si son prisioneros de importancia y desean que revelen secretos de estado. A muchos les han aplicado el tormento tatundoles con figuras cortadas cobre su misma piel, que luego arrojan al fuego ante sus propios ojos, slo por el placer de hacer sufrir a aquellos que odian.

Un escalofro recorri el cuerpo de Juan. A un campo de concentracin ira a parar l, si no lograba llegar a Suiza, y se libraba de que los alemanes lo fusilaran!.

Despidise de l su compaero y le obsequi algunas tarjetas para comprar vveres.

Tendr que esperar a que pase otro tren, quiz hasta maana, murmur desalentado. Y con paso rpido regres a al estacin. Mas al llegar, grande fue su sorpresa y su gozo, al ver que el tren an estaba all, a punto de partir!

Haba ya sitio en tercera y, para evitar discusiones tom un asiento de esa clase. Parti por fin el ferrocarril; Juan se sinti tranquilo, estaba ya libre de quien le pudiera estorbar en sus planes.

LOS TERRIBLES SS

Con la cabeza recostada sobre el respaldo de su asiento, el fugitivo contempla tranquilamente el tenue resplandor de la luna, velada por las nubes y alguna estrella que de vez en cuando se atreve a asomarse al rasgarse las nubes.

Al or voces en el asiento delantero levanta la vista. Un SS, de los terribles SS del servicio esencial de seguridad de Hitler recorre los vagones visando los documentos! Se acuerdan ya a la zona frontera y sin permiso de la Gestapo es imposible proseguir. El oficial se acerca a Juan, le pide sus documentos; los lee a la luz de una lamparita que lleva en su quepis, y dice al fugitivo, que reteniendo el aliento simula serenidad.

- Cmo! Va Ud. a Dornbirn en la zona frontera sin permiso de la Gestapo?

- Sin permiso... de la Gestapo? dice Juan fingiendo extraeza.

- S, sin la autorizacin especial para entrar en la zona frontera! No sabe Ud. que Dornbirn est en esa zona, y que es indispensable par penetrar en ella un permiso especial de la Gestapo?

- Yo... pues este... a m me mandaron de mi fbrica a trabajar a nuestra sucursal. No s ms. Soy un prisionero deportado de Francia.

- En la prxima estacin se bajar Ud. del tren y regresar a Munich para que le den la autorizacin de llegar a Dornbirn.

- Se me internara en un campo de concentracin. Tomaran mi modo de proceder por sabotaje! Si Ud. me toma bajo su responsabilidad y me da un testimonio de que Ud. mismo me dio esta orden.

Permaneci el SS unos segundos en silencio.

- Bien, le dijo, se baja en la prxima estacin, all pedir el permiso a la Gestapo.

Juan asinti con la cabeza, y el oficial revisando los papeles de los otros pasajeros, que compadecan en silencio al deportado y se admiraban de que se hubiese atrevido a trabar una discusin con un SS, gente sumamente brutal.

Al anunciarse la ciudad de Lindau, Juan se encamina a la puerta del vagn, Observa nerviosamente a todos lados; nadie lo espa. Al detenerse el tren, entra resueltamente al otro vagn. Los que presenciaron su disputa con el SS, pensarn que ha cumplido sus rdenes y ha descendido del carro.

Ahora no se halla con la misma tranquilidad; puede nuevamente volver el alemn que le orden bajarse en Lindau y al punto ser aprehendido y fusilado por haber desobedecido sus rdenes.

Sentado en el extremo del asiento y agarrado fuertemente al respaldo delantero, tiene los ojos fijos en la puerta del vagn, De vez en cuando mira hacia la puerta trasera, por donde sali el SS

Tras hora y media de angustia una nueva lamparita brilla en el quepis de un oficial. Juan no lo puede reconocer, an est demasiado cercano a la puerta. Si es el mismo que le orden bajarse est perdido. An transcurrieron algunos minutos de mortal angustia para el fugitivo, que casi no era ya dueo de s. Juan se dio cuenta por fin de que no era el mismo oficial. Sin embargo, una gran turbacin se haba a apoderado de l, an tendr que sostener otra disputa como la anterior.

Ley el SS los documentos de Juan, e irritado le dijo:

- Cmo? Ud. va a Dornbirn con la sola autorizacin de la Polica Civil, y sin el permiso de la Gestapo, necesario para entrar en la zona cercana a la frontera?

Juan respondi con voz temblorosa a causa de la emocin que lo dominaba, y que el alemn atribuy a falta de conocimiento de la lengua:

- Este... a m me han mandado de mi fbrica... Como Ud. ve, soy extranjero. Slo me ordenaron ir a Dornbirn y as lo hago.

- Entonces se bajar Ud. en Bregenz y pedir all el permiso de la Gestapo; sin l es imposible que siga.

Y el SS sin decirle una palabra ms, se alej.

Al partir nuevamente el tren, Juan entra en el vagn siguiente, burlando as las rdenes recibidas.

Ahora s casi no es dueo de s. Un ligero temblor se percibe en sus manos, que aprietan convulsivamente los brazos del silln. De nada de lo que pasa a su alrededor se da cuenta. Su mirada permanece fija en la entrada del vagn. Ha notado que cada dos estaciones un SS. visa los documentos.

sus temores no lo engaaron. al alejarse el ferrocarril de Rovschach, a las 7 de la maana, un nuevo SS aparece a la entrada del carro. Quien hubiera estado cercano al fugitivo hubiera podido or su respiracin entrecortada y los latidos de su corazn. Teme que el SS se percate de su gran excitacin, y entre en sospechas.

Logra al fin aparentar calma y se traba entre el oficial y l otra discusin idntica a al anterior. Consigue que el SS, que le ordena regresar a Munich, slo le mande como los otros, descender en la estacin siguiente. Nuevamente Juan cambia de carro.

Slo hasta entonces se dio cuenta que ya era de da.

Marcado contraste ofreca la naturaleza en su apacible despertar de invierno, con el estado de aquel pobre fugitivo abrumado por las dificultades.

Tras una hora de horrible expectacin, peor que la misma realidad, un grito resuena. El conductor anuncia la proximidad de Dornbirn.

Juan ha llegado al pueblo que debe abrirle las puertas de la libertad!

ABNEGACIN DE SACERDOTE

Poco a poco, la bruma que durmi sobre la aldea de Dornbirn, al sentir la presencia del sol, se ha ido desvaneciendo. Algunas nubecillas, impulsadas por el aire, han seguido la direccin de las cumbres ms altas que rodean el pueblecito hasta venir a quedar finalmente emprendidas en los picos ms altos, cual informes copos de algodn.

Son las 9 de la maana.

Al salir de la estacin, Juan recibe una agradable sorpresa. Hace mucho tiempo que no contempla una aldea como las de Francia, Dornbirn est recostada en la falda de una colina, y el rojo de sus techos, alumbrado por el sol, suavemente resalta sobre la nieve blanqusima que todo lo cubre,

Interrogando a algunos transentes logra dar con la casa n. 25 de la calle de Berln.

Viven all tres hermanas austriacas, las Seoras Weinzorn. Viven solas en esa casa; sus esposos han sido deportados a diversas regiones de Alemania por el invasor. A ellas se refera la Dra. Prieguet cuando en el hospital de Munich dio a Juan la direccin de quien le pudiera ayudar en Dornbirn.

Con mano temblorosa oprime Juan el timbre de esa casa y pregunta ansiosamente por la Sra. Cristina Weinzorn.

- La Sra. Weinzorn no est en casa, le contesta una sirvienta. Hace diez das parti con sus dos hermanas y debera haber regresado en el ltimo tren de ayer. Probablemente volvern hoy por la noche.

- Vendr pues, maana, responde Juan. Y se aleja son rumbo lentamente.

A quin acudir? Nadie le conoce! Ve sin mirarla, la cruz de la iglesia del pueblo. De pronto una idea surge en su mente y murmura:

- Ah! s, l me ayudar. Es imposible que sea nazi el Seor cura!

Es ste un aldeano austriaco que pica en la vejez, alto, robusto, de semblante enrgico que revela lucha. Est, empero, abierto su corazn para todas las miserias y desgracias. Pronto, como su Maestro, a dar su vida por una sola de sus ovejas, la ha defendido repetidas veces, enfrentndose sin miedo a los perseguidores.

Juan, empero, no sin cierto temor, se presenta en el Curato, y solicita hablar con l.

- Es Ud. un prisionero, verdad?

- S, Padre; deseara hablar de un grave asunto con Ud.

- No es Ud. de este pueblo. No recuerdo haberle visto alguna vez.

- No, Padre, acabo de llegar de Munich.

- Entonces, no habr comido.

- No, Padre.

- Pase al comedor; durante la comida trataremos su negocio. Puede hablar con confianza; nadie nos escucha.

Y Juan al tiempo que coma le enter de su situacin.

- Padre, hace tres semanas se nos anunci que partiramos 20 franceses como zapadores a Yugoslavia. Yo reflexion que obedecer esa orden sera pelear contra Francia, de un modo indirecto. Hu, pues, de mi campo y durante tres semanas permanec en Munich buscado por la Gestapo. Con la ayuda de algunos amigos pude salir de all. Traa una recomendacin de una Doctora de Munich para la Sra. Weinzorn a fin de que ella me ayudara a llegar a Suiza. Mas hall que estaba ausente, A nadie conozco, Pens que quiz Ud. me podra ayudar.

Con la barba apoyada en su mano izquierda, permaneci el Sacerdote en silencio por algunos segundos.

- Comprendo, le dijo al fin; sin embargo es muy fcil que lo aprehendan en este pueblo tan pequeo. Por otra parte cruzar la frontera es casi imposible. Yo le aconsejara que regresara a Munich. Si lo sorprenden aqu, en la zona frontera, inevitablemente lo fusilarn. Si regresara a su fbrica le tomarn en cuenta que Ud. de su propia voluntad se entreg y es casi seguro que le perdonaran la vida. Sera Ud. no obstante internado en un campo de concentracin.

Juan a estas palabras se estremeci. Recordaba lo que le haba dicho su antiguo Jefe, Hans.

As pues, prosigui el Sacerdote, yo le aconsejo que vuelva a Munich.

- Ah! volver a Munich, Padre? Para ser vctima en un campo de concentracin? Jams, Padre, jams, antes la muerte!

Nuevamente el Seor cura qued pensativo.

- Si yo le ayudo, respondi como si hablase consigo mismo, es indudable que me matarn los alemanes. Y despus de todo, qu importa mi vida? Ya soy viejo, tan slo unos cuantos aos anticipara mi salida de este mundo. Qu importa que yo muera si con mi muerte evito la de mi hermano, si a imitacin de Jess muero por salvarlo? Pero... mis feligreses? Qu sera de mis feligreses? Ms an, qu ser del clero de toda Austria? Los alemanes buscan un pretexto, an el ms mnimo, para vejar a todos los Sacerdotes y catlicos. El que un Sacerdote ayudara en su fuga a un prisionero, sera motivo ms que suficiente para que desataran una encarnizada persecucin. Hijo mo, no puedo ayudarle; mi deber de Padre de los fieles se antepone. Ah! si yo estuviera libre de este cuidado, ofrecera mi vida porque Ud. se salvase! Pero me es imposible. Si en algo puedo ayudarle, fuera de esto, me tiene a su disposicin.

Juan estaba emocionado hasta las lgrimas. Haba comprendido que quiz era ms duro para el Sacerdote quedarse en este mundo y luchar contra las persecuciones que por un motivo o por otro pronto se haban de suscitar, que el morir, dando su vida por salvarlo.

Se despidi, pues, de l, no cesando de agradecerle sus generosos deseos. Iba a salir cuando el Sacerdote le dijo:

- Hay algo en que nadie puede impedirme que le preste ayuda: rogar a Nuestro seor, sobre todo en la Misa de maana, por el feliz xito de su empresa.

Juan, por toda respuesta, estrech nuevamente la diestra del anciano y parti hacia el hotel.

A pesar de la agitacin que lo dominaba durmi largo rato. Las dos noches anteriores no haba cerrado los ojos y estaba consumido de cansancio. Adems, haca dieciocho meses que slo un poco de heno atenuaba en las noches la dureza del suelo de la barraca, nico lecho de todos los deportados por los alemanes.

A las diez de la noche, varios golpes secos, dados en su puerta, lo sacaron del letargo en que se hallaba.

- Quin? contest sobresaltado.

Una voz de mujer le respondi de fuera:

- Se ordena a Ud. presentarse en el Departamento de Polica inmediatamente.

- Me han descubierto! musit. Qu hacer? ah!, huir por la ventana; La nieve acumulada al pie de la pared me lo facilitar. Mas por las huellas de mis pisadas sabrn el rumbo que he tomado y me apresarn al punto. Entonces? Salir del hotel y huir...? No, no conozco el sitio. Seor, aydame!

Y con la cabeza entre las manos, reflexiona unos instantes...

- Ah, ya s! Y terminando rpidamente de vestirse, sale del hotel y dirige sus pasos apresurados nada menos que a la Jefatura de Polica. Ha resuelto jugarse el todo por el todo y presentarse all.

- Soy Juan Maurer, dice al Jefe de Polica.

- A qu ha venido a Dornbirn?

Me han enviado de ni fbrica a enterarme si es posible fundar una sucursal. Tenemos ya en Ratisbona, Manheim, Hamburgo, Bremen y en algunas otras ciudades, pero todas estn muy lejanas de esta regin.

- y qu han credo en su fbrica? Sabe Ud. que se halla a 20 kilmetros de la frontera? y sabe Ud. que para venir a la zona frontera se necesita especial autorizacin de la Gestapo?

- Yo,... pues, a m me han enviado de mi fbrica sin decirme ms.

- Ahora mismo toma Ud. el tren y regresar a Munich para que le den la autorizacin de la Gestapo. No hay departamento de esa polica en este lugar, y as, no puedo dar aviso de su llegada.

- Ud. me toma bajo su responsabilidad, y me dar una carta en la que atestige haberme dado tal orden? De otro modo me internarn en un campo de concentracin por sabotaje!

A estas palabras es alemn se llen de temor. Era sumamente peligroso que un empleado de un pueblo insignificante contraviniera las rdenes de una fbrica del Gobierno, de tal representacin. Sin embargo, aparentando la misma altanera insisti:

- Esta misma noche tomar el ferrocarril y volver a Munich.

- Es imposible, contest el fugitivo, es imposible regresar; esta noche ya no sale para esa ciudad ningn tren.

Juan estaba cierto de que an cuatro trenes partiran mas, negarlo era el nico medio de permanecer en Dornbirn. Sin embargo si su engao se descubra, estaba perdido.

Turbado por el miedo de contradecir las rdenes dadas a Juan, o ignorndolo realmente el Jefe dijo:

- Entonces, maana a primera hora partir. Ni por un momento ms deber permanecer aqu. Puede regresar al hotel.

Juan no se lo hizo repetir. Bastbale pasar la noche en el hotel. Al da siguiente se presentara en la casa de la Sra. Weinzorn.

Iba a su habitacin cuando la empleada del hotel lo detuvo comunicndose con el Departamento de Polica pregunt si Juan Maurer se haba ya presentado. Slo entonces le permiti subir a su cuarto.

Largo rato luch Juan por dormir. Durante varias horas cruz por su mente una pelcula de todo lo sucedido: el empleado que le concedi el permiso de salir de Munich, el encuentro con Hans, el descenso en Kempten, el campo de concentracin, los SS., y el Sr. Cura, la cita ante la Polica local... Todo aumentado con proporciones gigantescas por su excitada imaginacin. Y todo esto se le representaba una, dos, tres veces, sin dejarle un segundo de reposo. Cansado an ms por esta agitacin mental, poco a poco lo fue invadiendo el sueo hasta que del todo se apoder de l.

EL PASO DE LA FRONTERA

Una luz tenusima le hizo abrir los ojos:

Las ocho! No tengo tiempo qu perder! Se visti rpidamente, y acabado el desayuno se march.

- Lleg ya la seora Weinzorn? pregunt con voz llena de ansiedad, a la sirvienta.

- S, hace ya dos horas.

Algunos minutos despus sali una dama de semblante bondadoso, que frisaba en los cuarenta aos y que le pregunt amablemente:

-Me buscaba?

- Es Ud. la Sra. Cristina Weinzorn?

- La misma, a sus rdenes.

- Supongo que ya le habrn informado de mi visita ayer. Me enva la Dra. Prieguet.

- Ah!, s. De Munich, verdad?

- S, seora; quisiera hablar con Ud. de un asunto de mucha importancia.

- Bien, pase al recibidor.

Despus de asegurarse de que nadie los escuchaba, Juan declar el motivo de su venida. La seora pareci turbarse.

- Nosotras no hemos ayudado a nadie a escapar, es muy peligroso y es casi intil intentarlo. Quiz sera mejor que volviese Ud. a Munich y...

- Oh!, no, eso jams! Preferira la muerte.

Por unos instantes permaneci la dama en silencio.

- Si nosotras no le ayudramos qu hara Ud.?

- Oh, no s! contest Juan aterrorizado. Desconozco el pas y fuera del Sr. Cura, nadie ms me conoce.

Y clav en ella una mirada suplicante.

No tema, le dijo la dama, haremos todo lo que podamos a fin de que Ud., se salve. Lo comunicar a mis hermanas y tenga por seguro que no se negarn a ello.

Las hermanas accedieron gustosas, y se pas la maana en el estudio del plano de la regin y en la preparacin de la fuga.

- Hay a la salida de la poblacin, le dijo una de ellas, al darle las instrucciones del viaje, varios puntos en que Ud. puede perderse. Por tanto yo le acompaar unos dos Km.

- Creo que sera muy peligroso, replic Juan. Si nos ven juntos muy fcil es que se suscitan algunas sospechas.

- No, nada tema; para evitar esto yo le preceder a Ud. Despus que le deje, caminar unas dos horas y al llegar a una pequea loma cercana al camino, torcer en ngulo recto hacia Suiza. Hace un mes que suprimieron el obscurecimiento en esa nacin, y as puede guiarse perfectamente por una de las luces de Diepoldsau. De ningn modo entre a Ravensburg, pueblo cercano a la loma que le indiqu. Sera imposible que no lo apresaran, pues por su cercana con la frontera hay vigilancia ms estrecha.

Despus de dos horas de camino llegar a una carretera paralela a la frontera Suiza. Prosiga en lnea recta hasta el Rhin.

- Lo tendr que cruzar a nado?

- No, d gracias a Dios, porque ha llegado Ud. al sitio ms apto para atravesarlo, pues han desviado los Suizos el ro hacia el interior por medio de un canal. Por su antiguo cauce no corren sino unos 50 cms de agua, actualmente convertida en hielo. Mientras ms se acerque a la frontera sean mayores sus precauciones, pues, todo este sitio est poblado de guardias.

Juan pensaba enteramente al contrario: cuanto ms peligroso sea un sitio ms seguro me hallar, Es indudable que los soldados al notar que nadie se acerca a esos parajes habrn relajado la vigilancia.

- Aqu tienen estos zapatos que se pondr ahora. Son de mi esposo, deportado a Alemania a trabajos forzados. Cuando estn humedecidos por la nieve, clcese los suyos. Esta sbana la pondr sobre su abrigo para confundirse con la nieve. Frotando su gorra en la nieve quedar camuflado.

- Seora, replic Juan, me es imposible aceptar los zapatos y la sbana; a Uds. les sern indispensables.

Le dar entonces un calzado inservible, pero que basta para caminar durante dos horas. En vez de la sbana le servir este sacudidor. Pasaron la tarde conversando. A las 7, despus de la cena, las tres damas se despidieron conmovidas de Juan que no cesaba de agradecerles los cuidados que haban tomado por l.

Dos Km. ms adelante la seora que le preceda se detuvo, le toc con el codo, y..."buena suerte!", le dijo.

Haca dos horas que el sol haba herido la nieve con su postrer destello. Una luz casi imperceptible, emanaba, empero, de la nieve, Leve bruma lo invada todo; ni an las siluetas de las columnas ms cercanas se distinguan. Tan slo centelleaban a lo lejos las luces de Suiza, nico norte para el fugitivo. Un cielo de plomo pesaba abrumador sobre aquel corazn a quien opriman grandsimos obstculos.

Despus de caminar algn rato se coloca el camuflaje,

La nieve no se quiere adherir a mi gorra, observ; y es indispensable camuflarme la cabeza, Ya que no hay otro medio, me colocar puados de nieve sobre el pelo.

Al poco rato gruesas gotas de agua comenzaron a deslizarse por su rostro y se helaban a causa del fro. Par evitar tal molestia, por lo menos en parte, remudaba con suma frecuencia la nieve.

Todo duerme en tormo suyo. Un ligero quejido exhala la nieve oprimida a cada uno de sus pasos.

Camin sin detenerse largo rato. Se le figuraba que los postes de los Km., huan ante l. Eterno le pareca el tiempo empleado en recorrer la distancia entre uno y otro!

Dos horas lleva de camino y an no distingue la loma.

Se esfuerza por penetrar con su vista lo que lo rodea, mas la noche todo lo esconde en su seno.

Reanuda con paso casi mecnico su marcha, los ojos fijos delante de l, escudriando el horizonte... nada.

El sitio indicado no aparece. Slo se oye el ruido de la nieve bajo sus pies.

Otra hora ha pasado y la colina no aparece, De pronto se detiene petrificado de terror. Ravensburg!!!, murmura, estoy perdido, Mi disfraz me traicionar.

Y volviendo la cabeza hacia todos lados, quiere penetrar con sus ojos los contornos. Nada, sino noche impenetrable!

Rpidamente se despoja de su indumentaria y vuelve sobre sus pasos, tratando si fuera posible, an de no pisar la nieve. Los copos que sigan cayendo ocultarn para siempre su entrada en el pueblo al que no debi penetrar.

Es intil regresar hasta la loma, Despus de media hora de camino tuerce a su derecha en ngulo de 45 grados y, abandonando la carretera, avanza en lnea recta hacia Diepoldsau.

Al dar un paso, el suelo cruje bajo sus pies y se hunde en un canal. Su excitacin se produce un espanto terrible. Felizmente el agua le llega slo hasta las rodillas.

Inclinndose mira atentamente el suelo, y se da cuenta que se halla en una cinaga canalizada. Dos veces le vuelve a suceder lo mismo.

A cada minuto que transcurre su imaginacin se exalta cada vez ms y le representa los peores incidentes agrandados colosalmente.

Lentamente una triste claridad se va difundiendo; la luna, obscurecida por las nubes, apenas osa iluminar la tierra. Un viento cortante se desata y las nubes huyen perseguidas por l. Unos momentos aparece el astro de la noche y asustado de la desolacin que reina all abajo, se oculta nuevamente. Algunas estrellas se asoman tmidamente por los resquicios de las nubes, mas al punto desaparecen cual si temieran caer.

De sbito, Juan, helado de terror, se detiene; un esquiador! viene hacia l! Percibe ya claramente el movimiento de los brazos y el ruido de los esqus, que se deslizan sobre la nieve!

Retiene la respiracin; es indudable, el hombre lo ha visto!

Veinte metros antes de llegar a l, se detiene. Se llega hasta unos rboles y nuevamente hace alto: Juan, fijndose en el hombre que avanza, sonre nerviosamente: el "Esquiador" nocturno no es sino un matorral, su imaginacin exaltada lo ha engaado. Emprende nuevamente la marche. Varias veces, al menor indicio, se pone pecho a tierra hasta cerciorase de que ningn peligro existe,

Llega por fina al camino paralelo a la frontera. Se halla este levantado algunos metros sobre el suelo a causa de lo pantanoso del sitio. Se acuesta sobre la ladera del terrapln y escucha: a lo lejos, un rumor de pasos que poco a poco se acercan. Es un soldado alemn que nade la ronda nocturna. Parece distrado y despreocupado. Juan retiene el aliento y a tres metros de l pasa el centinela alemn a quien ni remotamente se le ocurre que se halla, a tan corta distancia, un francs escapado de Munich. El corazn apenas cabe en el pecho a Juan: ha estado una vez ms a dos pasos de la muerte!

Permanece an tendido un cuarto do hora, MIentras tanto da gracia a Dios por haberlo librado, y porque el alemn no llevaba consigo perro, que indudablemente lo hubiera olfateado y atrapado.

Se levanta, y observando ansiosamente atraviesa la carretera con direccin al Rhin.

Sbitamente se detiene y murmura: buena la iba a hacer: no una luz de suiza sino la que traen en el pecho los soldados alemanes era mi gua! Si hubiera permanecido l sin moverse, avanzando yo algo ms, sin ningn trabajo suyo me hubiera puesto a su alcance.

Un nuevo movimiento de la luz le certific por completo. Pero una idea cruz por su mente: no sera este un caso como el del eskiador? Calculando la distancia entre dos rboles cercanos y la luz, cay en la cuenta de que este no haba cambiado de sitio, su tension nerviosa lo haba engaado.

Un kilmetro antes del Rhin, hall juan la primera alambrada. Si todas son como esta, pens, no veo su objeto. Y con una pequea inclinacin, paso por debajo de ella. No pens del mismo modo al hallarse ante la segunda que sobresalia entonces de la nieve por lo menos cuatro metros y que ms bien pareca una malla tupidisima fabricada con alambre de gruesas puas. Ni aun con las manos era posible pasar a travs de las alambradas, recordo juan, suelen tener corriente elctrica a alta tensin o por lo menos una campanita que al menor movimiento repiquetea.

Como me podr asegurar si esta tiene corriente? Me jugare el todo por el todo: o muero o hallo la libertad y, encomendandose a Dios, coloca temblando su mano sobre el alambre...inada sucede! Trepa con dificultad por el. Falta lo ms difcil, franquearlo. Los prisioneros franceses con quienes trabajaba en munich le ensearon como hacerlo. Dobla su abrigo, lo coloca sobre el alambre, se apoya en l con el estmago, da una maroma y cae de pie al otro lado.

Doscientos metros mas adelante muy cerca de la ribera del ro se halla otro alambrado. Nuevo temor de que tenga corriente elctrica y de quedarse muerto al instante. Lo franquea y prosigue su marcha.

Ha cruzado el Rhin y se halla en territorio amigo. Una barrera ms que salvar y estar libre.

Ha trepado la parte mas alta y va a dar el salto. De improviso su pantaln se agarra fuertemente a una pua de hierro. Con ansia desesperada tira con todas sus fuerzas; el pao cede. Su figura se recorta claramente en el cielo y presenta magnfico blanco. Si le ven los centinelas alemanes le matarn. !Alli a un paso de la libertad! Transcurren tres minutos de loca ansiedad. Logra desgarrar la tela, da una maroma y... est libre!

Una fiera se abalanza contra l. !Stehe! Y el perro se detiene petrificado.

quin va, grita el guardia?

Un prisionero francs escapado de munich.

!Oh! un frances! !Venga entonces a calentarse un poco!

El suizo le conduce a su casa donde todos quieren ofrecerle algo de beber y de comer. Una idea repentina frunce de pronto el ceo de Juan, dos millones y medio de franceses quedan all, al otro lado del Rhin esperando, con la mirada fija en occidente a que el tirano sea vencido, a que sus cadenas caigan al fin.

Por la maana los que le ven, al reparar en su extrao traje y al enterarse de que es un escapado de alemania, tienen algn obsequio que ofrecerle. Venga ud. Pase a mi casa, tengo un vino muy aejo, brindemos a su salud!. Despues de tres das pasados en suiza para el arreglo de algunos trmites, Juan parte en tren hacia francia.

Un telegrama y un crucifijo

El dia 7 de enero poco despus del medioda, un muchacho de 20 a 25 aos se halla ante la casa de la familia Dupond, donde lo quieren cual a un hijo. Mientras espera con visible impaciencia que le abran, su vista recorre aquella antigua construccin tan querida: la cantera labrada, que hace juego con el techo de pizarra; en el fondo, las copas de los rboles grvidas de nieve.

Todos estn a mil leguas de imaginarse que es el quien llama a la entrada.

El criado, al verle, cree que se engaan sus ojos, y a toda carrera atraviesa el jardn para abrirle. Juan le saluda en voz baja y se dirige hacia la sala por la puerta trasera. Una unnime exclamacin y todos se precipitan a abrazarle.

Pasadas las primeras efusiones. Juan, acompaado del jefe de la familia, va al telgrafo. Quiere librar a sus padres de la angustia que los agobia.

Poniendo su alma en el mensaje que enva escribe estas palabras: Evadido de munich, llegado a Villefranche mejores condiciones, veamos por legacion francesa en Paris, posibilidad de mi regreso. Muy afectuosamente. Juan.

El dia 25 de enero, Eugenio Maurer se dirige emocionado a su casa, lleva en sus manos un telegrama. Es del hijo deportado por los alemanes hace dieciocho meses. Aun no ha querido abrirlo, quiere hacerlo justamente con su esposa. Lo leen en dos segundos y, sin decirse una palabra, cae uno en los brazos del otro y asi abrazados, van al cuarto del esposo donde se halla la imagen del redentor crucificado participe de todas sus penas y alegras.

Largo rato permanecen en silencio dando gracias a Dios por haber salvado a su hijo.

Tambien hoy, como en la primera vez que los vimos en ese mismo cuarto, ante la imagen vierten lagrimas... De alegra.