Cómo Alimentar Nuestra Vida Espiritual

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Cómo alimentar nuestra vida espiritual Jorge Ortiz González, M.Sp.S. Superior General Quiero compartirles en esta ocasión algunas reflexiones que ha hecho el Card. Carlo Maria Martini en una intervención al Congreso Europeo de Obispos en los primeros años de su ministerio (12 de marzo de 1998; cf MARTINI CM: Il Padre di tutti, EDB 1999, 157-169), y que señalan algunas líneas que nos pueden orientar para llevar a la práctica cotidiana las intuiciones de nuestro XIII Capítulo General. Indudablemente, busco hacer una aplicación a nuestras propias realidades. ¿A qué fuentes debemos recurrir para alimentar nuestra vida espiritual? El silencio. Cuanto mayores son nuestras responsabilidades, tanto más debemos dedicar espacios amplios al silencio. Entendemos el silencio como tiempo cronológico: momentos de absoluto silencio a lo largo del día, de la semana, del mes; como atmósfera: momentos verdaderamente de gratuidad, en los cuales uno no se preocupa y no piensa en otras cosas; como espíritu: momentos de expectativa adorante de la gracia de Dios, por tanto silencio en cierta manera contemplativo. N. Padre hablaba de una atmósfera, de una dimensión, de una búsqueda de la soledad, el silencio, la guarda de los sentidos, el recogimiento (cf ECC, España, 13-24; 113-114; 163-165; 209-212). La Eucaristía. Indudablemente es más importante, pero se encuadra en el contexto del silencio. Celebramos muchas Eucaristías y ordinariamente para los fieles. Deberíamos pedir la gracia de que estas celebraciones públicas y aun solemnes sean en verdad una ocasión de oración personal. Tal vez al principio sea más difícil porque hay que prestar atención a la presidencia, a la predicación, a la organización. Sin embargo, después de un tiempo el Espíritu Santo infunde un don de oración personal, y así las Eucaristías se transforman en la verdadera fuente profunda de la sobrevivencia. Resuenan en el corazón las enseñanzas de Félix de Jesús: «Que la Eucaristía sea el centro y el divino manantial tanto de su vida espiritual como de sus ministerios» (ECC, España, 106-107). La Palabra de Dios, meditada para uno mismo y también para los demás.

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Cómo Alimentar Nuestra Vida Espiritual

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Cómo alimentar nuestra vida espiritual

Jorge Ortiz González, M.Sp.S.Superior General

Quiero compartirles en esta ocasión algunas reflexiones que ha hecho el Card. Carlo Maria Martini en una intervención al Congreso Europeo de Obispos en los primeros años de su ministerio (12 de marzo de 1998; cf MARTINI CM: Il Padre di tutti, EDB 1999, 157-169), y que señalan algunas líneas que nos pueden orientar para llevar a la práctica cotidiana las intuiciones de nuestro XIII Capítulo General. Indudablemente, busco hacer una aplicación a nuestras propias realidades.

¿A qué fuentes debemos recurrir para alimentar nuestra vida espiritual?

El silencio. Cuanto mayores son nuestras responsabilidades, tanto más debemos dedicar espacios amplios al silencio.

Entendemos el silencio como tiempo cronológico: momentos de absoluto silencio a lo largo del día, de la semana, del mes; como atmósfera: momentos verdaderamente de gratuidad, en los cuales uno no se preocupa y no piensa en otras cosas; como espíritu: momentos de expectativa adorante de la gracia de Dios, por tanto silencio en cierta manera contemplativo.

N. Padre hablaba de una atmósfera, de una dimensión, de una búsqueda de la soledad, el silencio, la guarda de los sentidos, el recogimiento (cf ECC, España, 13-24; 113-114; 163-165; 209-212).

La Eucaristía. Indudablemente es más importante, pero se encuadra en el contexto del silencio.

Celebramos muchas Eucaristías y ordinariamente para los fieles. Deberíamos pedir la gracia de que estas celebraciones públicas y aun solemnes sean en verdad una ocasión de oración personal.

Tal vez al principio sea más difícil porque hay que prestar atención a la presidencia, a la predicación, a la organización. Sin embargo, después de un tiempo el Espíritu Santo infunde un don de oración personal, y así las Eucaristías se transforman en la verdadera fuente profunda de la sobrevivencia.

Resuenan en el corazón las enseñanzas de Félix de Jesús: «Que la Eucaristía sea el centro y el divino manantial tanto de su vida espiritual como de sus ministerios» (ECC, España, 106-107).

La Palabra de Dios, meditada para uno mismo y también para los demás.

Es fundamental recordar que la meditamos ante todo para nosotros mismos, no tanto para predicarla. Meditando la Escritura, no hay que preguntarnos ante todo qué diremos a los fieles, sino qué cosa dice el texto y qué cosa me dice.

Alimentarnos diariamente de la Palabra y con espacios amplios es indispensable en nuestra vida. «Haremos de la Palabra de Dios la fuente primordial e insustituible de nuestra vida interior y de nuestro apostolado» (CD 114).

Tener un buen consejero espiritual. Una persona con quien pueda hablar y escuchar en total libertad.

Y el mismo Card. Martini nos comparte su experiencia: «Yo me encuentro con el consejero espiritual cada dos semanas; hacemos juntos un poco de lectio divina sobre un texto de la Escritura, a esto sigue el diálogo y luego la confesión. Es un alimento que me ha ayudado mucho desde el inicio del episcopado».

«Tendremos en alta estima la dirección espiritual; la buscaremos y recibiremos con fe y humildad, a fin de discernir los auténticos llamamientos e inspiraciones del Espíritu Santo, secundar su acción en nosotros y así adelantar en los caminos de la santidad» (CD 104).

El religioso como el gran orante de la comunidad.

Con frecuencia el servicio de la intercesión es el servicio más precioso y, a las veces, el único que podemos vivir. Por tanto el religioso es verdaderamente el gran orante de su comunidad.

No es necesariamente una experiencia consciente. Sin embargo debemos habituarnos al pensamiento de que cada Eucaristía, cada momento de la Liturgia de las horas es parte de nuestro oficio sacerdotal en favor de los hermanos, con Cristo resucitado que intercede junto con nosotros. Esto nos es de mucho consuelo, sobre todo cuando experimentamos el cansancio, o en los casos de enfermedad o ancianidad. Recordemos que el Señor Jesús ora e intercede a través de mi oración; esto debe llenarnos de seguridad.

¿Cómo organizar el propio tiempo para sobrevivir?

Necesitamos tener en cuenta un principio en lo que mira a los encuentros con la gente: hasta las 22:30 trabaja el ángel custodio, después de las 22:30 trabaja el espíritu maligno. Debemos tener la decisión de interrumpir en cierto momento las actividades, reuniones, conferencias. Tal vez la gente quisiera continuar hasta medianoche, pero de hecho poco a poco las conversaciones se desvían, se hacen repetitivas, suscitan nerviosismo.

Un segundo principio obvio: si es posible, dedicar un buen tiempo a la oración desde la mañana temprano. Así se puede tener una previsión tranquila de la jornada, y no se llega tan impreparado a los diversos compromisos.

Una tercera sugerencia es buscar de vez en cuando un apartarse de todo. Dejar una mañana o una tarde a la semana verdaderamente libres, no para “descansar haciendo adobes”, sino para atender nuestra persona en todas sus dimensiones.

¿Cómo afrontar las tensiones y las situaciones problemáticas o dolorosas?

Recordar que existe una diferencia entre las tensiones de tipo dialéctico, en las que cada una de las partes tiene sus buenas razones; y las situaciones problemáticas o dolorosas donde hay que afrontar graves problemas personales.

Para las tensiones dialécticas ayudan tres pensamientos.

El primero es que en la Iglesia siempre se han dado estas tensiones desde los comienzos. Nos pueden iluminar las actitudes de Pablo en la 1 Corintios. Dado que no podemos terminar con estas tensiones, es mejor que aceptemos el vivir sanamente entre ellas.

El segundo pensamiento es que el Señor de la historia guía la historia precisamente a través de estas tensiones, y sabe a dónde la conduce. El Señor a las veces permite tendencias contrapuestas en la Iglesia para sacar de ellas un tercer bien, distinto de las dos tendencias. Muchas veces este bien no se ve, pero debemos tener confianza en Aquél que es el pastor de la Iglesia y abandonar en Él nuestra incapacidad para comprender.

El tercer pensamiento es que en general el religioso debería poder estar por encima de las partes, al menos en lo posible, porque la gente busca por todos los medios

capturarnos para su propia parte. Es importante estar volviendo continuamente a la posición “por encima de las partes” y pedir el don del discernimiento.

Frente a las situaciones problemáticas y dolorosas, en las que hay que condenar el mal, tal vez en personas cercanas, salvando a quien se equivoca, no siempre se logra encontrar las palabras justas, las actitudes justas.

De todas formas, es necesario en estos casos mantener la calma, la firmeza y la esperanza: el Señor, a pesar de todo, obrará allí donde nosotros no estamos a la altura, y nos confiamos a Él como Pedro sobre las aguas del mar.