COMO ACONSEJAR A LOS NIÑOS Y ADOLESCENTES EN UN CLIMA DE CONFIANZA

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ACONSEJANDO A LOS NIÑOS Y ADOLESCENTES EN UN CLIMA DE CONFIANZA ACONSEJAR es ayudar a llevar a cabo elecciones ya tomadas, ayudar a instrumentar en la vida real y eficazmente. Además apoya a clasificar las funciones cognitivas, emocionales y de comportamiento asociados a la toma de decisiones en la solución de problemas inmediatos y mediatos.

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ACONSEJANDO A LOS NIÑOS Y ADOLESCENTES EN UN CLIMA

DE CONFIANZA

ACONSEJAR es ayudar a llevar a cabo elecciones ya tomadas, ayudar a instrumentar en

la vida real y eficazmente. Además apoya a clasificar las funciones cognitivas,

emocionales y de comportamiento asociados a la toma de decisiones en la solución de

problemas inmediatos y mediatos.

CUALIDADES NECESARIAS PARA

UN ACONSEJAMIENTO

S EFICAZ

Comprender que cada persona es una parte de su

medio ambiente.

Convertido a Cristo. Bien adoctrinado. Sabe utilizar los recursos espirituales: la Biblia, las promesas de Dios, la oración y el perdón.

Asumir su responsabilidad

como un privilegio y

desarrollarlo con gozo.

Debe saber guardar secretos. Sinceridad y discreción.

Debe ser tratable, social y accesible.

Límites Emocionales Claros

Debe entenderse a sí mismo y

darse cuenta de sus

imperfecciones y su condición de

ser humano

EMPATÍA

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CONSIDERACIONES BÁSICAS

Dios mismo nos da la pauta al decir que él «como pastor apacentará su rebaño; en su

brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién

paridas" (Isaías 40:1). «Yo buscaré la pérdida, y haré volver al redil la descarriada,

vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil" (Ezequiel 34: 16).

El Señor Jesús nos enseña en la parábola del buen samaritano que nuestro prójimo es

aquel que necesita nuestra ayuda. Cuántas personas en nuestro derredor son heridas y

despojadas de la paz y del gozo que debieran tener como herencia en Cristo.

Pautas para el trabajo con adolescentes

¡Mucha flexibilidad!

Puesto que los adolescentes pasan por tantos cambios, nunca podemos saber de

antemano cómo reaccionarán. A veces no podrán hacer lo que esperamos de

ellos, y tendremos que cambiar el programa.

Dar oportunidad para escoger y decidir; entregar responsabilidades (pero

todavía con límites).

Debemos dar importancia a las opiniones de los adolescentes y hacerles participar

en las decisiones. Esto no significa que les hagamos caso en todo; pero es mejor

fijar las reglas en la conversación y en el respeto mutuo, en vez de

imponerlas. Podemos mostrarles que las reglas de comportamiento, por ejemplo,

no son para restringirles, sino para protegerles contra el daño que puede causar el

mal comportamiento de otros.

Estar siempre dispuesto para conversaciones personales, pero no insistir en

dar consejos.

Muchos adolescentes están buscando desesperadamente a una persona en quien

pueda confiar y quien pueda aconsejarles con sabiduría. Pero primero deben ver

en nosotros que realmente somos de confianza y que no vamos a traicionarles; no

se van a abrir fácilmente. Por eso no podemos imponerles nuestro consejo ni

hacer preguntas indiscretas acerca de su vida; pero sí mostrarles que estamos

dispuestos a escucharles y ayudarles en cualquier hora que sea necesario.

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Debemos tener en cuenta que:

Cada persona es un ser único. En un sentido, todas las personas tienen rasgos

en común y por lo tanto pueden ser estudiadas. Pero cada persona es algo

diferente, y para entenderla cabalmente es necesario conocer sus capacidades

especiales, su fondo y sus experiencias.

Los sentimientos nos dan indicios en cuanto a los problemas humanos y a la

naturaleza e intensidad de las necesidades. No todas las personas sienten lo

mismo acerca de la misma experiencia. Algunas se conforman, otras reaccionan

negativamente, etc. Podemos entender a una persona en su unicidad solamente

cuando entendemos cómo se siente en una situación particular.

La vida y la personalidad de una persona constan de todos sus

componentes. No se puede separar ni aislar una experiencia o una parte de su

vida, de las otras áreas de su experiencia. Lo que experimenta sicológicamente, le

afecta físicamente. Por ejemplo, cuando se interiorizan los conflictos emocionales,

pueden expresarse en síntomas físicos tales como colitis, úlceras, asma, alta

presión sanguínea, fatiga y alergias. Lo que sucede en la casa puede afectar su

trabajo. El consejero tiene que considerar todos los aspectos de la persona, es

decir, a la persona como una unidad.

Cada persona es una parte de su medio ambiente. Su condición económica,

cultural y religioso; las costumbres y normas de su cultura así como sus

compañeros, todo esto afecta sus actitudes y su proceder.

El concepto que una persona tenga de sí misma es importantísimo en cuanto

a adaptarse a su situación y a otras personas, y para mantener la salud

mental. Si su concepto de sí misma es realista y sano, estará libre de mucha

tensión y frustración. Pero si tiene un concepto deficiente de sí misma, se sentirá

inadecuada e inútil.

Puesto que la mayor parte de la conducta y de las actitudes se aprenden,

también se pueden «desaprender», es decir, es posible el reaprendizaje de las

actitudes y del proceder en una persona.

El verdadero amor tiene poder transformador. La necesidad más básica de la

humanidad es amar y ser amado. "En el amor no hay temor, sino que el

perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De

donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor." (1 Juan 4.18)

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LA INFLUENCIA DE DIOS EN NUESTRA VALORACIÓN

PERSONAL (“AUTOESTIMA”)

"Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste, Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra." (Salmos 8.3-5)

Cristo nos ha revelado el amor incondicional de Dios por cada ser humano. Quien, a

pesar de ser miserable, se sepa amorosamente mirado de continuo por un Padre que le

ama tal como es, gozará de una paz interior inamovible. Sus errores personales no le

quitarán esa paz porque sabe que a su Padre le encanta perdonarle cada vez que le pida

perdón. Sabiéndose así amado, se amará a sí mismo y, libre de problemas personales, se

podrá dedicar de lleno a amar a los demás.

        En efecto, la paz interior no es el único fruto de la humilde autoestima de quien se

sabe hijo de Dios. Una buena relación con uno mismo tiene también una importancia

decisiva de cara a la calidad del amor a los demás.

        Es lógico que una actitud conflictiva hacia uno mismo dificulte el buen entendimiento

con los demás, en primer lugar, porque es difícil que quien esté absorbido por sus propias

preocupaciones preste atención a las de los demás. En segundo lugar, porque quien teme

ser rechazado por otros se vuelve susceptible.

¿El cristianismo puede aportar soluciones a problemas de autoestima?

Quien se sabe hijo de Dios, se olvida fácilmente de sí mismo y aumenta la calidad de su

amor a los demás. En cambio, quien desconoce esa dignidad, se ve impelido a cosechar

éxitos que aumenten su autoestima y le hagan merecedor de la estima ajena. Pero de ese

modo nunca alcanza una buena relación consigo mismo y con los demás, porque el yo

está envenenado por el amor propio y jamás se satisface del todo.

        Quien desconozca el amor de Dios, ante sus propias miserias, tendrá dos opciones:

o bien reconocerlas y deprimirse, o bien autoengañarse, eventualmente con ayuda de

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psicoterapia (hay quienes acuden a un psicoterapeuta para que les convenza de que son

personas fabulosas).

   Pero así nunca se obtiene una paz duradera, porque la inteligencia engañada siempre

protesta. Es aquí donde el cristianismo ofrece la mejor alternativa. El conocimiento de

estas realidades sería la mejor propaganda para la vida cristiana.

¿Qué es la empatía?

Un diccionario define empatía como “sentimiento de participación afectiva de una persona

en una realidad ajena a ella, especialmente en los sentimientos de otra persona”.

También se ha dicho que es la capacidad de ponerse uno mismo en el lugar del otro. De

modo que para tener empatía, en primer lugar hay que comprender las circunstancias

de los demás y, en segundo lugar, participar afectivamente en los sentimientos que

esas circunstancias provocan en ellos. En efecto, la empatía implica sentir en nuestro

corazón el dolor de otra persona.

La Biblia no contiene el vocablo empatía, si bien alude a ella de manera indirecta. El

apóstol Pedro aconsejó a los cristianos, "Finalmente, sed todos de un mismo sentir,

compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables" (1 Pedro 3.8). La

palabra griega que se traduce “compartiendo sentimientos como compañeros” significa

literalmente “que sufren con otro”, “que se conduelen”. El apóstol Pablo recomendó

manifestar sentimientos similares cuando exhortó a sus hermanos cristianos a "Gozaos con

los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los

humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión." (Romanos 12.15, 16). ¿Y no concordamos

con el hecho de que nos resultaría casi imposible amar al prójimo como a nosotros

mismos si no nos pusiéramos en su lugar?

Ejemplos bíblicos de empatía

Nuestro principal modelo de empatía es nuestro Señor. Aunque es PERFECTO, no espera que nosotros también lo seamos, “porque Él conoce nuestra condición; se acuerda

de que somos polvo” (Salmo 103:14). Además, como está al tanto de nuestras limitaciones, "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es

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Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también

juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar." (1 Corintios 10.13).

Dios siente el dolor que experimenta su pueblo. A los judíos que habían regresado de Babilonia, "Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos: Tras la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron; porque el que os toca, toca a la niña de su ojo." (Zacarías 2.8).

Cuando el Señor Jesús recorría las ciudades y aldeas nos dice San Mateo, “…y al ver a

las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como

ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9: 35-38). En otra ocasión, se fijó en una viuda que

estaba a punto de enterrar a su único hijo. Enseguida sintió en su corazón el dolor que la

embargaba, se acercó al cortejo fúnebre y devolvió la vida al joven (Lucas 7:11-16).

Cuando Dios liberó milagrosamente de sus cadenas a Pablo y a Silas en una cárcel de

Filipos, lo primero en lo que Pablo pensó fue en avisar al guardia de que nadie había

escapado. Se puso en su lugar y llegó a la conclusión de que era probable que se

suicidara, pues sabía que la costumbre romana era castigar con severidad al carcelero si

se fugaba un prisionero, sobre todo si se le había mandado que lo vigilara bien. Al

carcelero le impresionó esta muestra de bondad, que le salvó la vida, y tanto él como su

casa tomaron medidas para hacerse cristianos (Hechos 16:25-34).

Cómo cultivar empatía

Orar. "Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”. (Romanos 8:26, 27)

Escuchar. Al escuchar con atención, nos enteramos de las dificultades de los demás. Y

cuanto mejores oyentes seamos, mayores serán las probabilidades de que abran su

corazón y nos revelen sus sentimientos.

Observar. No todos nos dirán abiertamente cómo se sienten o qué están

experimentando. No obstante, un observador perspicaz se dará cuenta de que su

hermano cristiano está deprimido, de que un adolescente se ha vuelto reservado. Esta

capacidad de percibir los problemas en sus inicios es fundamental para los padres.

Usar la imaginación. La manera más efectiva de cultivar más empatía consiste en

plantearse algunas preguntas: “Si yo me encontrara en esa situación, ¿cómo me sentiría?

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¿Cuál sería mi reacción? ¿Qué necesitaría?”. Los tres falsos consoladores de Job fueron

incapaces de ponerse en su lugar y, por ello, lo condenaron por los pecados que

suponían debía haber cometido.

Normalmente, a los seres humanos imperfectos nos resulta más fácil juzgar errores que

comprender sentimientos. No obstante, hacer lo posible por imaginarnos la angustia que

está experimentando una determinada persona nos ayudará a comprenderla en lugar de

condenarla.

MANEJO DE SITUACIONES DE CONFLICTOS CON NIÑOS.

Muchas conductas que pueden ser consideradas “malacrianzas o faltas de disciplina”

como salirse del salón, empujar, golpear a los compañeros, gritar, desobedecer, podrían

ser más bien intentos de manejarse, formas de manifestar que algo les está pasando, que

se están sintiendo mal. Los niños pueden estar inquietos por muchos motivos, situaciones

personales o familiares, nacimiento de un hermanito, conflictos entre sus padres,

separaciones, enfermedades, etc. Por ello, para manejar situaciones difíciles se hace

necesario enfocar tanto el aspecto personal como su

situación familiar y entorno social. Aquí algunas

sugerencias para el manejo de situaciones difíciles:

Antes de actuar o de juzgar es útil averiguar qué

sucedió, qué están expresando a través de

determinadas conductas.

También es bueno mirarse a sí mismos, analizar

qué actitudes o exigencias, como maestros, están

influyendo en la situación.

Conducirlos a tomar conciencia de los

sentimientos que los llevaron a actuar de esa

manera. Ayudarlo a reconocer, nombrar, aceptar

y comunicar sus sentimientos.

Es bueno para los niños hacerles saber que

cuando se sientan mal (tristes, enojados,

atemorizados, etc.) puedan acudir a sus

maestros, que siempre los ayudarán.

ORACIÓN POR SABIDURÍA

Amado Señor, al comienzo del día

Te pido que me des sabiduría.

Muéstrame maneras de comprender

A los niños que has puesto en mi poder.

Señor, necesito que me ayudes a saber

Cómo enseñar y cumplir mi deber.

Necesito tu ayuda para discernir lo bueno,

Y enseñar a los niños lo justo y verdadero.

Cada niño representa una necesidad.

Señor, auxíliame para que enseñe con bondad.

Para tocar una mente y alcanzar un corazón,

Te pido que tu amor sea siempre mi pendón.

Amén.

“La filosofía del aula en una generación es la filosofía del gobierno en la próxima”. Abraham Lincoln.

(Tomado de “Una Manzana para mi Maestro”, página 42)