ComentarioTeeteto
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Tradición y conocimientoDra. Nora Jiménez
Reporte de LecturaAlejandro Mendoza
21 de abril de 2015
PLATÓN, Teeteto en Diálogos V, Madrid, Gredos, 2008, pp. 137-317. Trad. Fernando García Romero.
Una justa recuperación de la distancia histórica que debemos atender hacia la obra de
Platón en general y no sólo con respecto a este diálogo en particular tendría que comenzar
por mostrarnos por qué, hasta qué punto y de qué manera el filósofo ateniense es el padre
espiritual de la cultura occidental y por qué en las propuestas de “economía política” de
saberes alternativos a la hegemonía occidental se encuentran, en el fondo, las
determinaciones platónicas de lo que en su momento Heidegger llamará nuestro modo de
“ser-en-el-mundo” para no terminar en una ingenuidad doble según la cual, por una parte, o
bien ya hemos superado a Platón o bien, de otra manera, nos hemos emancipado de la
colonización de Occidente, ingenuidad más grave en la medida en que ni siquiera se detiene
a considerar el platonismo que se encuentra en toda determinación del ser-en-el-mundo
como conocimiento y como producción de saber, que es de proveniencia platónica, pues
toda “ciencia” y todo “investigar”, sea bajo una declarada y deliberada aceptación de lo
occidental como lugar de ello o bien sea como una pretendida clausura de dicha
proveniencia, son, ciencia e investigación, continuidades de la tradición occidental
platónica cuya tesis de principio es la siguiente: el conocimiento es la relación primaria que
tenemos con el mundo. Ahora bien, la diferencia debe aparecer cuando nos preguntamos
qué es el conocimiento y a partir de qué experiencia de nosotros mismos es que se proyecta
el conocimiento.
Ello, no obstante, siempre que la existencia se defina en el sentido de “voluntad de
saber” —para emplear una expresión de Foucault— ahí se encuentra Platón, quien, al crear
el ideal teorético de la relación de la existencia con el mundo en el conocimiento, ha sido el
creador de la verdad, es decir, de la concepción en virtud de la cual hay un ser verdadero en
cuya “visión” es que para el hombre hay un mundo, y que esta visión es, además, de
carácter eidético. Es la concepción eidética del conocimiento que a partir de Platón sostiene
la tradición occidental del conocimiento y de las posturas contestatarias al occidentalismo,
sea que ello nos resulte amable a nuestro gusto o ya sea que nos asalte como una
incomodidad en la orientación política del conocimiento. Hay que dialogar, pues, con el
padre espiritual de Occidente.
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El Teeteto es un diálogo en el que, efectivamente, podemos encontrarnos con la extrañeza
de que no haya una señal sobre lo que Platón no sólo ha presupuesto sino que ha enunciado
suficientemente como el conocimiento, episteme, a saber: intuición noética de la Idea, sino
apenas una alusión a ello en la parte inicial del diálogo en que Sócrates caracteriza su labor
no como sabio sino como quien hace que los sabios lleguen a la sabiduría: alumbrar ideas
verdaderas de las cosas, el conocido camino mayéutico de la dialéctica platónica que busca
ese alumbramiento noético del ser verdadero, es decir, de las Ideas, que da respuesta a toda
pregunta acerca de lo que nosotros llamamos “esencia” de los entes, su ser verdadero con
independencia de la opinión (doxa) que de ellos tenemos en el mundo, algo que ya en el
libro VI de la Politeia o República el príncipe de la filosofía había explicitado
suficientemente.
No es el caso del Teeteto en donde aparece, en principio, la pregunta platónica por
excelencia: “¿Qué es…?”, la pregunta por la esencia que en este diálogo se trata del
conocimiento, de lo que el griego platónico llama episteme y que se suele traducir, de
manera harto violenta, como ciencia, en el entendido de que se trata del conocimiento del
ser verdadero de las cosas: la voluntad de saber que se manifiesta como voluntad de verdad
y que Platón había localizado en el ámbito eidético (no psíquico) del ser. En el diálogo
llamado Teeteto no encontramos, sin embargo, una respuesta eidética a la pregunta por el
conocimiento, lo que puede hacernos concluir —como le sucede al traductor e introductor
del diálogo— con que se trata de un diálogo aporético, pues Platón no se limita a decirnos
qué no es el conocimiento sino que parece que su conclusión es que de él no habría una
posible definición satisfactoria. Hay, según mi parecer, una razón evidente en la reticencia
platónica a dar una respuesta eidética.
Para señalarlo desde ahora y evitar un rodeo descriptivo, hay que señalar la
necesidad de tener claramente ubicado el Teeteto en el espacio de la obra platónica y
entenderemos por qué no hay una referencia categórica a la nóesis y a las Ideas para definir
la episteme: se trata de un diálogo en el que el pensamiento platónico ya no encuentra
satisfacción en la definición del ser como Idea sino que se ha visto más cuestionado sobre
el carácter de la entidad misma y, en todo caso, se debe plantear la pregunta de por qué la
Idea es lo que podría responder la pregunta ontológica fundamental sobre la entidad. Esto
se observa claramente en el grupo de diálogos en los que Platón ya privilegia el término
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ousía, la entidad, el carácter de ser ente, sobre el término Idea, además de que en un diálogo
cercano al Teeteto, el Parménides, Platón recuperará una pregunta más inicial sobre el ser
que el que daba su definición como Idea. Tal vez nos pueda resultar comprensible que
Platón ya no ofrezca una respuesta eidética sobre el conocimiento si consideramos que,
precisamente, el concepto de “Idea” está pasando por una revisión desde la recuperación
del concepto de “entidad” (ousía). De acuerdo a esto, el Teeteto habría que leerlo desde la
siguiente pregunta general: ¿cómo debemos concebir la entidad (ousía) de tal manera que,
desde un fundamento ontológico, sea posible el conocimiento verdadero (episteme)? Esta
pregunta, por lo demás, se encuentra subyacente en todas las determinaciones del saber de
la tradición occidental hasta la misma ciencia, como ya destacó Nietzsche1.
Así, en el “excurso” que va de 182a a 186e se trata, precisamente, de esta cuestión
ontológica sobre la cual se desecha la afirmación inicial de que la episteme es aisthesis,
percepción: ésta presupone que la entidad es devenir y que de ella no podemos tener su ser
en sí, esto es, su esencia, sino sólo un parecer de ella, tesis que “Sócrates” identifica en lo
mismo con el ánthropos metron de Protágoras. Ahora bien, tanto la tesis de la percepción
como las de la opinión (doxa) y la de la opinión con una explicación o razonamiento de la
opinión remiten al mismo presupuesto ontológico: el ser en devenir en medio del cual
resulta imposible un conocimiento del ser mismo de las cosas, consecuencia que ya nos
remite al Sofista: el no ser existe puesto que precisamente es de él del que se vale la
sofística para hacerlo pasar como el ser.
Por otro lado, se encuentra la concepción eidética platónica del conocimiento si bien
de manera negativa: se trata de concebir la idea del ser verdadero (ousía) como las cosas
son en sí mismas a partir de la identidad de su esencia con ellas mismas, y no, como
sugieren las tesis de la percepción y la opinión, según como las cosas se presentan en la
falta de identidad del devenir. Éste es, por supuesto, el ideal teorético-eidético que ha
sostenido a la cultura occidental en relación a su episteme: el conocimiento debe ser la idea
de la identidad de las cosas que radica en su esencia.
En resumen: para Platón, el conocimiento es la relación correcta que el hombre tiene con el
mundo, es su mismo “ser-en-el-mundo”; a su vez, todo conocimiento se basa en una
1 Cf. Genealogía de la moral, III, §§24-26
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consideración ontológica según la cual el ser verdadero de las cosas debe resultar
manifiesto a la intuición intelectual pues, de lo contario, sólo tendríamos percepciones y
opiniones de las cosas, pero no conocimiento. Finalmente, este conocimiento es de carácter
eidético, es decir, se da en el ámbito del puro pensamiento pues es ahí donde la esencia de
las cosas puede ser intuida. Evidentemente, aquí aparece la inicial marginación de todo lo
no teorético-eidético del espacio del conocimiento.
Una consideración final: no basta decir que se busca un conocimiento alternativo al
de la cultura occidental, de raíz platónica, mientras privilegiemos el conocimiento en
nuestra relación con el mundo. Nos guste o nos parezca deplorable, la cultura occidental se
encuentra presente y presupuesta en todo proyecto de conocimiento. El punto no es lo
alternativo, que la tradición occidental puede asimilar y apropiarse; el punto es poder llegar
a romper con el paradigma hegemónico del platonismo que cotidianamente se gesta en toda
práctica de “ciencia” e “investigación”. No hacemos sino platonizar nuestra relación con el
mundo bajo el paradigma de la episteme, aun si éste se proyecta desde tradiciones no
occidentales, su fundamento ontológico está presente.
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